Crónicas carcelarias

Por Ramiro Ross

El Ortiba

I

Si hay algo que le molesta sobremanera al servicio penitenciario es que los detenidos se reúnan y hablen entre sí, ellos suponen que el guardiacárcel debe enterarse de todo lo que hacen y piensan los presos, es más, se ufanan de eso, y creen que con dos o tres delatores camuflados en cada pabellón les alcanza para enterarse de cualquier cosa que supuestamente se esté tramando tras las rejas. De más está decir que eso está muy lejos de la realidad, un delator se detecta en unas pocas semanas al convivir con él, su actitud soberbia para con sus compañeros de celda, sus posibilidades de conseguir cosas que para el resto están vedadas, el hecho de que jamás es castigado, y cuando, para no despertar sospechas lo castigan, lo hacen de forma tan liviana que termina despertando más sospechas entre la población carcelaria.

Una de las tantas formas que se tiene en una cárcel para conectarse con otros compañeros es usando "el ortiba", que no es otra cosa que un palo o una lapicera birome a la que se le calienta un extremo con un encendedor o en una hornalla y sobre el plástico derretido se le aplica un trozo de espejo y de esa forma queda armado una especie de periscopio artesanal para ver, sacándolo entre las rejas, si viene el ‘cobani’ y hacer poder hacer cosas que serían severamente castigadas si nos encontraban haciéndolas. Ese aparato nos permitía enviar una paloma (un hilo con un mensaje escrito en un papel, al que se le agregaba algo mas pesado para que el viento no se lo lleve y pasarlo a otros compañeros de pisos inferiores por las ventanas externas de la cárcel). También se usaba para que algún compañero desde otra celda y a través del idioma de las manos le pasara información a otro que se encontraba distante para que éste luego la compartiera con el resto, como las novedades de los abogados o cualquier otra cosa que sea de interés general. En algún momento se había popularizado tanto que se jugaban partidas de ajedrez con compañeros que jamás habíamos visto y hasta textos tan largos que en el lado receptor se ocuparan dos compañeros, uno mirando por el ortiba, iba deletreando el mensaje y otro lo escribía para luego armar las frases.

Sin dudas, cuando el ser humano siente la necesidad de comunicarse, no hay fuerza represiva que lo pueda impedir.


II

El Locutorio

Cuando estamos separados de nuestros seres queridos, nos damos cuenta que, cuando podíamos comunicarnos con ellos, muchas veces no lo hacíamos y luego, cuando ya no podemos hacerlo, nos arrepentimos de no haberlo hecho más en el pasado, y cuando uno está preso, ese arrepentimiento es mayor, porque sentimos mas ansiedad por hablar con ellos, de escuchar su voz, de ver su cara. Y durante la dictadura, a esos sentimientos, se agrega el pensar que tal vez ellos también cayeron en las mazmorras de la dictadura, esa ansiedad se transforma en angustia.

Muchas veces eran los abogados que, concientes de nuestras angustias, nos traían noticias de nuestra gente de afuera en forma verbal y a veces escrita, se trasformaban en los "Miguel Strogoff" (el correo secreto del zar de la novela de Julio Verne) de los pabellones, y a veces los llamábamos así, en forma cariñosa, como forma de agradecimiento.

También era corriente que las noticias que traían nuestros abogados, corrieran por los pabellones rápidamente a través del ‘locutorio.

Ignoro quien había descubierto que, vaciando el agua que queda en los inodoros, y que son el filtro natural de olores e insectos, se lograba convertirlo en una bocina que podía llegar donde era imposible llegar de otra manera, eso se lograba vaciando el inodoro en cuestión con un vasito de plástico destinado a ese fin, uno podía hablar por la cañería con otro/s compañero/s que hiciera/n lo mismo en el otro extremo del piso, así, de una celda a otra, se realizaban charlas, comentarios, discusiones y hasta clases, dictadas por algún compañero profesional (médico abogado, etc.) y cada uno desde los distintos inodoros recibía clases sobre técnicas de supervivencia, alimentación de supervivencia, primeros auxilios o leyes sociales, sindicalismo, código penal etc., según sea el disertante de turno. También se podía hacer un locutorio desde las rejillas de las piletas de lavar, y se creaban situaciones hasta graciosas, cuando, usando el inodoro, algún compañero nos recitaba algún poema de amor que había escrito pensando en sus amores, o escuchar un “…peón 5 alfil de rey…”, de una partida apasionante de ajedrez o la noticia de que un compañero fue ‘trasladado’ (eufemismo de sacado de la celda con el fin de asesinarlo por las fuerzas de represión).

Nadie puede sustraerse a la necesidad tan humana de comunicarse, es inútil todo intento de silenciar a alguien, el ser humano buscará la forma de conectarse con su gente, a veces, sin importarle el costo de ser castigado que recibirá si es descubierto.


III

El Caramelo

Si escribir con letra más que chica –milimétrica- es una habilidad como cualquier otra, allá dentro, entre rejas y paredes se transforma en un arte supremo. Me ha tocado ver escritos extensos hechos en un papel de cigarrillos que por supuesto no pude leer que decía, ya que, si escribir de esa forma es un arte, descifrarlo es una ciencia solo para elegidos.

No conforme con realizar esa pequeña obra de arte carcelario, el trabajo no terminaba allí, aún faltaba reducir su pequeñez a su mas mínima expresión, que era doblarla en tantas partes como fuera posible, luego impermeabilizarla y finalmente transportarla, que era la tarea mas riesgosa, ya que al ‘cartero’ le podría ir la vida en esa tarea si era descubierto por la requisa.

Doblarla requería de manos finas que no rompieran el papel, ya que implicaba realizar el escrito nuevamente, posteriormente se realizaba la impermeabilización de ‘caramelo’ que no era otra cosa que envolverlo en un trozo de bolsita de plástico tipo supermercado y sellarlo, quemándolo con la brasa de un cigarrillo para que no se humedezca con la saliva, si es que se transportaría en la boca de alguna visita o abogado, cuando no en los lugares menos románticos del cuerpo…

La confirmación de que el caramelo había llegado a destino y que fue leído por el destinatario, nos producía una alegría inmensa, que nos hacía soñar que nuestros compañeros y seres queridos supieran que aún estábamos vivos y con todas las ganas de luchar intactas.

La forma de burlar todas las prohibiciones era nuestra obsesión, cada día algún compañero amanecía con alguna idea que él suponía ‘brillante’ para hacer cosas que estaban prohibidas, aunque la mayoría de ellas eran irrealizables, y al presentarle al ‘inventor’ los defectos de su plan, terminábamos todos muertos de risa, menos el dueño de la idea.

Los encargados de llevar el correo, se transformaban en los mercurios (el mensajero de los dioses), y a la vuelta nos traían infinidad de mensajes y recomendaciones de nuestros familiares y de nuestros compañeros que aún peleaban por nuestra liberación. A alguno de los correos, era conmover verlos transpirar de nervios al llevar el caramelo en la boca, sabían que llevaban en su ropa y en su boca, escritos ilegales y que la dictadura les cobraría hasta con su vida por esas acciones, sin embargo, era muy raro encontrar que alguien se negara a llevar consigo nuestros escritos.


IV

La Paloma

En la cárcel hay una forma de comunicarse entre dos presos que están en distintos pisos que es conocido como la Paloma, su característica es un extenso hilo y un paquete que puede ser una media vieja rellena con algo pesado para que el viento no lo mueva y de esa manera logre llevar el mensaje que es un papel atado. Luego de avisar de alguna manera (habitualmente es a los gritos) que alguien enviará una paloma y desde la ventana otro le contestará que están listos, el primero envía el paquete por entre las rejas y lo deja ir deslizándose por la pared, como cuando uno remonta un barrilete, pero en este caso el barrilete va en dirección al piso inferior, cuando llega al piso que uno quiere llegar, el receptor debe pescarla con un gancho de percha o cosa por el estilo y luego se empieza a izar hasta tener el mensaje en las manos y de la misma forma, luego se contesta.

Esa forma de comunicación tiene cómplices y son los vecinos de la cárcel o la gente que camina habitualmente por ahí, que en la mayoría de los casos son familiares de los presos que usan los gritos desde la calle para hablar con sus detenidos, y al ver la paloma seguían hablando como si nada pasara para no despertar sospechas y de esa forma apoyar a los presos en sus comunicaciones, y en la mayoría de las veces, al terminar de enviar la paloma, desde la calle, la gente nos levantaba el dedo pulgar para avisarnos que todo había salido bien.

Hay que destacar que sin el silencio cómplice de muchos vecinos, que sabían que éramos presos políticos y que luchábamos contra la dictadura y ayudaban como podían en esas acciones, no podríamos haber realizado algunas acciones ni formas de organización que nos permitían una sonrisa de esperanza para sobrevivir en ese infierno.


V

El Miedo

¡Claro que hemos sentido temores estando encerrados y dependiendo de los humores de esos energúmenos con uniforme!, pero no es de los temores nuestros de los que quiero hablar. Es necesario verlos actuar para conocer los miedos que sienten ellos cuando vienen por los pasillos con sus garrotes golpeando las rejas como una jauría humana, gritando para darse ánimo, porque a pesar de ser quienes tienen las llaves de los cerrojos y las armas listas para disparar si llegara el caso, son cobardes por definición, entran al pabellón en grupos numerosos y necesitan las arengas que les gritan sus superiores que también están asustados, porque lo de ellos es golpear a los que no pueden defenderse, siendo ellos varios y el detenido golpeado uno solo. Al haber requisa, saben que puede pasar cualquier cosa, que un detenido pierda los estribos y se les vaya encima y se traben en lucha despareja, sin importarle que luego irán al ‘buzón’ de aislamiento por días o semanas, entonces el guardiacárcel, para ocultar su miedo que se le nota en los ojos enrojecidos, rompe todo lo que encuentra a su paso, paquetes de yerba, azúcar, jabones, ropa, y no lo hace para buscar armas o drogas, lo hace para ocultar su miedo. Tal vez piensa que algún día se puede cruzar en la calle con ese preso, ya sin uniforme y sin el grupo que lo acompaña, y esa posibilidad lo aterra, porque se sabe cobarde.

Ver sus narices palpitantes como si fueran ellos los apaleados es conmovedor. No es casual que cuando nos acorralan en los pasillos, lo primero que nos dicen es que no lo miremos, no quieren que leamos en sus ojos su miedo. No es casual que en general, ellos no invaden el lugar de los presos, si van a entrar a la celda, primero hacen salir al detenido al pasillo y luego entran ellos.

Muchas veces sucedió que durante una requisa se llevaban a un preso que en el medio del escándalo entre gritos y golpes nadie se daba cuenta y nunca mas lo veíamos, lo que hacía mas siniestra la requisa.

Cuando todo terminaba y nosotros volvíamos cada uno a su celda, a juntar de las pocas cosas que podíamos salvar de los destrozos, desde alguna parte un compañero nos iba nombrando uno a uno para saber si faltaba alguien, saber que no faltaba nadie, nos daba un poco de la tranquilidad que habíamos perdido.



Ver también:
Ramiro Ross - Crónicas desde El Borda
Ramiro Ross - Temas de discusión

Ramiro Ross - De sabihondos y suicidas