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112 años del nacimiento de Enrique Santos Discépolo (1901 - 1951)
El "sociólogo" de la Década Infame que celebró la
llegada de Perón
El historiador Norberto Galasso repasa la importancia de Discepolín en la
conformación de la cultura nacional: actor y autor teatral y cinematográfico,
escribió las letras de tangos como Yira, yira, Uno y Cafetín de Buenos Aires.
Por Norberto Galasso
Arturo Jauretche enseñó que "lo nacional es lo universal visto por nosotros", es
decir, que los interrogantes del ser humano (universales) generan diversas
respuestas según la época y el lugar (nacionales). Una de las mayores pruebas de
esta afirmación reside en la vida y obra de Enrique Santos
Discépolo.
Ante la frustración, la cuestión moral, el amor, el suicidio, la injusticia
social y tantas otras cosas, Discépolo fue dando respuestas "nacionales" –a
través del teatro, las canciones y el compromiso político– a esos temas sobre
los cuales poco o nada aportaron los intelectuales de la Argentina semicolonial,
europeizados y ajenos.
Enrique nació el 27 de marzo de 1901 y quedó huérfano a los nueve años. Su
hermano mayor, Armando Discépolo, pasó a dirigir la familia, con su temperamento
severo, verdadero "padre padrone", ya por entonces, autor teatral. Armando ha
incursionado, primero, en obras dramáticas, para pasar luego al sainete que
recoge el "crisol de razas" que es el conventillo porteño, desde una perspectiva
reidera, junto con Folco, De Rosa y principalmente, Vacarezza, entre otros.
Desde niño, Enrique siente atracción por el mundo del teatro en que se mueve su
hermano mayor y a los 17 años, estrena, en coautoría con Mario Folco, la obra
Los duendes, de la cual un comentarista de La Prensa sostiene que "si bien es
una farsa con algunas situaciones cómicas, ellas confinan con lo 'grotesco'", y
poco después, también con Folco, la obra Páselo cabo, en el ámbito de la Semana
Trágica, la cual provoca el comentario del crítico Pujol: "El contraste entre el
escándalo familiar y el drama de la represión obrera dibuja un cierto efecto
'grotesco'". Estas referencias al 'grotesco' no son casuales: el grotesco es el
salto del sainete desde lo simplemente reidero, a lo dramático, y aparece ya más
netamente expresado en el estreno, en 1923, de Mateo, obra que relata la
frustración del inmigrante que carece de trabajo con su coche de caballos ante
la preponderancia del automóvil. La obra alcanza notable éxito a tal punto que
ese tipo de carruaje es llamado "mateo" hasta hoy, donde sobreviven algunos en
Palermo para una vuelta, con fotografía, de recién casados.
En Mateo ya no predomina la risa, sino el drama, el dolor, al estilo de
Pirandello. Enrique lo ha escrito, a los 22 años –según lo aseguran familiares y
amigos– pero quien aparece como autor es su hermano mayor –Armando, que le lleva
14 años– y con esa obra pasa a la historia del teatro como creador del
"grotesco". Diversos testimonios (publicados en un libro por Jorge Dimov y quien
escribe estas líneas) prueban que la obra es de Enrique y que ella anticipa la
crítica social de sus futuros tangos: "Es muy difícil ser honesto y pasarla
bien. Hay que entrar, amigo. Sería lindo tener plata y caminar con la frente
alta y tener la familia gorda, pero la vida es triste y hay que 'entrar' o
reventar." Al año siguiente, Enrique registra la obra Mascaritas, que no llega a
estrenarse y de la cual señala el crítico Sergio Pujol que con ella "el grotesco
empezaba a envolver a Enrique".
Poco más tarde, año 1925, se estrena El organito, firmada por los dos hermanos,
también "grotesco" –y no sainete– donde pululan ex hombres con sus ilusiones
marchitas y sus sueños destrozados, hundidos en la miseria del suburbio, drama
social sobre el cual un crítico se anima a señalar que "quizás haya sido obra
exclusiva de Enrique". Tiempo después, en 1928, se pone en escena un nuevo
grotesco titulado Stéfano, el mejor de nuestra producción teatral, con la firma
de Armando. Es la historia de un músico que sueña con crear una obra famosa pero
que arrinconado por la miseria queda sometido a un modesto lugar en la orquesta
municipal, frustración que resume así: "¿Qué hice con la música?... La puse a un
'cacho' de pan y me la comí." Cátulo Castillo me dijo una vez, respecto a esta
frase: "Póngase en la puerta de SADAIC (Sociedad de autores y compositores) y
pregúntele a los que entran quién puede haberla dicho. La inmensa mayoría le
dirá: Enrique Santos Discépolo."
Sin embargo, con el correr de los años, se dirá que Enrique fue un autor de
tangos –a lo más, "un filósofo de la porteñidad"– y que Armando es el creador
del grotesco. Lo curioso es que, Armando, el presunto autor del grotesco, lo
define erróneamente: "Es el arte de llegar a lo cómico a través de lo
dramático", mientras Enrique lo define correctamente: "Grotescas son aquellas
obras de forma cómica pero de fondo serio." Asimismo es sorprendente que Armando
produzca sólo sainetes hasta que Enrique alcanza la mayoría de edad, luego
'escriba' grotescos entre 1922 y 1928 y después, no escriba ninguna obra de
teatro más desde el momento en que dejan de vivir juntos pues se enoja con
Enrique a causa de su relación con Tania, no obstante que muere en 1971, casi 40
años más tarde.
Enrique, por el contrario, transfiere el dolor y la frustración del grotesco a
sus tangos, primero con Qué Vachaché, Chorra y Esta noche me emborracho y a
partir de 1930 se convierte en el gran poeta testimonial de la Década Infame:
Yira, Yira (1930: la desocupación, la miseria, los zapatos rotos, la ropa que
van a usar los hijos del difunto, 'buscando un pecho fraterno para morir abrazao'),
¿Que sapa, señor? (1931: 'los chicos ya nacen por correspondencia/ y asoman del
sobre sabiendo afanar'), Tres esperanzas (1933), Quien más quien menos (1934: "pa'
malcomer, somos la mueca de lo que soñamos ser"), Cambalache (1935: la caída de
todos los valores, 'todo es igual, nada es mejor').
En el caso de Tres esperanzas, la sensibilidad social de Enrique causa asombro,
estrenado en 1933, termina así: "Cachá el bufoso y chau/ vamo' a dormir",
justamente el año en que las estadísticas revelan el punto máximo de suicidios
en la Capital Federal: ¡dos por día!
De este modo, Enrique se transforma en el "sociólogo", que radiografía la
siniestra Década Infame con sus fraudes, sus negociados, su entrega económica,
su humillación como país, mientras Armando pasa a desempeñarse como director de
teatro, donde se destaca pero ni prosigue el grotesco, ni denuncia el drama
social.
Convertido en juglar de la calle, en la segunda mitad de la década del '30,
Enrique continúa abordando los grandes temas: interroga a Dios en Tormenta,
aborda la desesperanza en Uno, la ruptura sentimental en Sin Palabras, la
soledad en Martirio, es decir, expresa lo universal a través de la cultura
nacional, los grandes interrogantes en versos de tango.
Pero es tanta su sensibilidad social que cuando cambia el país, a partir de
1945, Enrique ya no escribe más tangos tristes. Se dedica a la cinematografía
(El Hincha), al teatro (Blum), al gremialismo (en SADAIC). Y se compromete
políticamente apoyando la reelección de Perón en 1951 con sus charlas de "Pienso
y digo lo que pienso", donde inventa su personaje "Mordisquito" para confrontar
la década peronista con la Década Infame que la había precedido. ("No,
Mordisquito, no, a mí no me la vas a contar").
El odio de clase lo cerca entonces y su corazón deja de latir un 23 de diciembre
de 1951. Tenía sólo 50 años, que había vivido intensamente, expresando a su
pueblo en las malas y en las buenas. Desde el grotesco del teatro hasta sus
versos implacables y sus charlas radiales había expresado las grandes cuestiones
universales tal como se daban nacionalmente.
Por eso este flaco –"hueso y sólo hueso", como diría Julián Centeya– es una de
las columnas fundamentales de la cultura nacional.
27/03/13 Tiempo Argentino
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