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A
45 años de su muerte
El legado de coraje de John William Cooke
Fue el único a quien el General Perón designó no sólo delegado personal
sino su sucesor para el caso de muerte.
Por Norberto Galasso
Se llamaba John William, pero debió llamarse Juan Guillermo. Vivió su
infancia en una familia irlandesa, pero fue, por sobre todo, un
argentino latinoamericano. Estudió las instituciones jurídicas del país,
pero finalmente se parapetó detrás de una estatua y apeló a su revólver
para vaciar los cargadores de balas enfrentando a quienes masacraban al
pueblo un 16 de junio. Fue el único a quien el General Perón designó no
sólo delegado personal sino su sucesor para el caso de muerte y sin
embargo, fue el único que se atrevió a discutirle al líder de igual a
igual. Comprendió que el peronismo era “el hecho maldito del país
burgués” pero también –por su inorganicidad– lo calificó como “gigante
invertebrado y miope”. Se formó en el radicalismo, pero al calor del 17
de Octubre se convirtió al peronismo y supo luego enfrentar al
imperialismo yanqui, con las armas en la mano, en defensa de la
Revolución Cubana. Murió joven, a los 47 años, pero vivió una vida de
lucha incesante, consustanciado plenamente con las vicisitudes por las
que transitaba su pueblo.
Nace a la política cuando los trabajadores irrumpen en el escenario de
nuestra historia en el glorioso 17 de Octubre y los representa como
diputado, el más joven del bloque, lo que le vale el apodo de “el Bebe”.
Allí en la Cámara de Diputados se convierte en la principal figura de la
bancada peronista acompañando el proceso de Liberación Nacional que
lidera el General Perón, pero su voz vibrante se levanta en 1947
rechazando el proyecto del Poder Ejecutivo de convalidación de las Actas
de Chapultepec que impulsa Estados Unidos, él –un muchachito de 27 años
que ya sabía que la lealtad a la Revolución se nutre, a veces, en la
disidencia coyuntural con las normas dadas por el líder del movimiento y
no en obsecuencia ni en el aplauso ciego de quienes se escondieron
debajo de la cama cuando el enemigo intentó la contrarrevolución, a la
cual él respondió con “meta bala, meta bala”– siempre en la vereda del
pueblo trabajador.
Después fue interventor del Partido Justicialista de la Capital Federal
(1955) e intentó depurar el movimiento de la burocracia, empezando por
eliminar la estupidez de la afiliación obligatoria a los empleados
públicos e incitando a tomar las calles, el lugar donde la fuerza
popular se redobla y se afirma. El golpe de septiembre del 55 no le dió
tiempo para esa depuración, en la que coincidía con el presidente y
producida la derrota, pasó a la clandestinidad para constituir el
Comando Nacional de la Resistencia. Lo detuvieron y lo pasearon por
varias cárceles, aunque igualmente fue el primero en contactarse con el
líder desterrado, sufriendo entonces desde simulacros de fusilamiento
hasta el frío letal de la prisión de Ushuaia y los vientos de Río
Gallegos. De allí logró escapar a Chile, es cierto que merced al poder
económico de Jorge Antonio que sobornó a un carcelero pero no por ello
él le tomó afecto. El General le aconsejó: “Pero, Bebe, Jorge es
millonario pero es peronista”. Y Cooke fue tajante: “Para mí, los
millonarios no son gente como la otra. Para mí, no hay millonarios
peronistas y millonarios antiperonistas, hay millonarios.”
Vuelto a la Argentina, aunque clandestino, intentó convertir el
conflicto por la primera privatización impuesta por el FMI en tiempos de
Frondizi (del Frigorífico Municipal Lisandro de la Torre) en huelga
general y falló en su intento, lo que fue aprovechado por los dirigentes
peronistas “sensatos y perfumados” para desplazarlo de la función de
delegado. Entonces se fue a Cuba, se hizo amigo del Che y peleó en Bahía
de los Cochinos contra los servidores del imperialismo. Después, hacia
1962 inició su intercambio epistolar con Perón. Sin cortapisas, sin
guardarse nada, marcando lo que a su juicio eran errores e impedían
retomar el poder: “Usted eligió las direcciones que actúan en la
Argentina, pero como peronista que vive angustiosamente esta hora
histórica, le insisto en mi pedido: si eligió ciegos, sus razones habrá
tenido que no puedo adivinar, pero, por favor, deles un bastón blanco a
cada uno para que no se los lleve por delante el tráfico de la historia,
porque seremos todos los que quedaremos con los huesos rotos. Defina al
movimiento como lo que es, como lo único que puede ser, un movimiento de
liberación nacional, de extrema izquierda en cuanto se propone sustituir
el régimen capitalista por formas sociales, de acuerdo a las
características de nuestro país.” Rica correspondencia donde Cooke le
aconseja sacar del movimiento a los obispos, los empresarios, los
burócratas, los generales.
Y el General le contesta: “Pero, Bebe, entonces se van a ir con nuestros
enemigos.” Cooke le insiste: “Vaya a residir a Cuba”. Y el General le
dice: “Fidel triunfó llevando un escapulario colgado en su pecho y
después hizo lo que hizo. Yo todavía tengo que andar con el
escapulario.” Cooke fundó entonces Acción Revolucionaria Peronista,
dentro del movimiento, para organizar, para fortalecer, no para aplaudir
ciegamente. Pero eso era muy difícil y en ese momento le tomó el cáncer,
que lo arrastró a la muerte poco después.
Pero en su último mensaje a su compañera Alicia Eguren, pedido insólito
para 1968: “donación de mis ojos, de mi piel y restantes órganos y si es
posible todo el resto de mi cuerpo. Yo viviré, como recuerdo, durante el
tiempo que me tengan en su memoria las personas que de veras me han
querido y en la medida en que he dedicado mi vida a los ideales
revolucionarios de la libertad humana, me perpetuaré en la obra de los
que continúen con la militancia –así que no quiero que queden ni
vestigios de lo que fue, por breve intervalo de tiempo, un complejo
fisiológicamente organizado como ser viviente”. Este era John William
Cooke, fallecido aquel nefasto 19 de setiembre de 1968. Mañana se
cumplirán 45 años.
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