El país de los ypefianos
Por Pedro Patzer
Entre diversos hechos acaecidos en la democracia, hubo dos sucesos que fueron
tragedias económicas y culturales en nuestro país. Uno fue el desguace del
ferrocarril, otro, la entrega de YPF.
Cuando se decidió devastar el sistema ferroviario argentino, miles de familias
se quedaron sin trabajo, y centenares de pueblos desaparecieron, con ellos una
cultura, una jerga, una manera de humanizar los mapas y de entender la espera,
los adioses y las bienvenidas, la distancia de un abrazo, una forma de tomar
mate, de celebrar diversos oficios: vendedores ambulantes, changarines, guardas;
ceremonias en los andenes de domingo, jefes de estación (que tenían como hogar
la estación) empanadas, vino y carnavales de vagones, santos de durmientes,
patrias de trocha y terraplén. Del mismo modo, cuando se entregó YPF a la
angurria neoliberal, no sólo destrozaron la empresa nacional más importante,
sino que también destruyeron una cultura: la cultura ypefiana, la identidad del
trabajador de Ypf.
Ypf, al igual que el ferrocarril, fue madre de pueblos, ciudades, parajes,
escuelas, clubes, pero sobre todas las cosas YPF fue formadora de almas,
creadora de identidades. El ypefiano era un obrero de los vientos (no de los
vientos de los meteorólogos, sino de los vientos de pueblo) sus medallas eran
las manchas de petróleo en el overol, su oficina los páramos, su gran compañera,
la distancia. Subido a los cielos provincianos, en las alturas de la Argentina
profunda, el ypefiano demostró su amor por la tierra, hundido en los pozos del
país elevó su corazón latinoamericano, consolidando su identidad: era del país
de Ypf, ese país que le permitía el pan de la infancia y del porvenir, el
hospital, la obra social y la integración de las regiones a través de la cultura
del trabajo. Era del país de Ypf, ese que trasladó al catamarqueño con su vidala
a Santa Cruz, o el que llevó al fueguino a Salta (donde fue acechado por el
Coquena) o al chaqueño a Chubut (donde cambió los secretos del Bermejo por el
balbuceo infinito del Atlántico) ese mismo país de Ypf que le brindó escuela a
sus hijos, y esa ropa que compraba con descuento en la proveeduría de Ypf.
El ypefiano no era un número de legajo, era Cacho, el santiagueño, o Juan, el
mendocino, o Carlos el salteño; el ypefiano pertenecía a esa empresa donde los
compañeros de trabajo eran un mismo cuerpo: hombros, brazos, piernas, manos,
cabezas, corazones, aunque también eran un alma, un alma subida a los hierros
del país, a los autos que había que hacer magia para hacerlos funcionar, pero
que siempre llegaban a donde debían llegar, porque el ypefiano se sentía tan de
esta tierra como el petróleo que sacaba. ¡Qué iban a entender los técnicos
economistas! ¡Qué iban a saber los señoritos educados en Chicago del Coquena,
del Bermejo, de la proveeduría de Ypf, de la escuela! Ellos que fueron
instruidos en la idea de que lo civilizado es lo extranjero, cómo iban a
comprender lo que era Ypf para Mosconi y Tartagal, ellos que obtuvieron sus
doctorados en Chicago, qué iban a saber de Ciudad Esteco, de los que significa
una ciudad espectral, de lo que es el acecho de un pueblo fantasma. Mientras
ellos hablaban de números, los ypefianos confundían su silencio con la tierra,
mientras los pulcros economistas daban sendos argumentos a favor de la
privatización de YPF, los ypefianos consagraban sus cuerpos y almas a salvar ese
hogar, esa cultura, ese modo de ser, ese símbolo llamado YPF. Por eso vale
destacar las dignas puebladas y las luchas de los ypefianos.
Sabemos lo que consiguió la privatización: desierto, desierto y desierto. Más de
50.000 ypefianos despedidos. Sin embargo, ellos fueron ypefianos hasta sus
últimos días. Muchos no aguantaron y se suicidaron, otros, con la voz
envejecida, pero con el espíritu joven de lucha, siguen recordando esa batalla
cultural perdida. Las voces de estos viejos ypefianos son otros de los himnos de
nuestra patria, himnos que no se escuchan en los patios de las escuelas, ni en
las fechas patrias, aunque estos himnos son ecos en el alma de muchos pueblos,
parajes y ciudades donde Ypf será siempre la patria que está por regresar. Tal
vez la patria que ya está regresando.
Pan y
Cielo, el blog de Pedro Patzer
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