Entrevista. César Aira. Escritor

“Basta de psicología, suficiente tenemos con nosotros mismos”

El elogio de Patti Smith y la candidatura al prestigioso premio Man Booker ubicaron al escritor de Pringles en el centro de la escena. Poco afecto a las entrevistas en el país, a veces elige hablar cuando se encuentra en el exterior. Esta entrevista realizada en Lima para una web literaria, echa luz sobre lo que piensa de su obra y de sí mismo.

Por Jaime Cabrera Junco. leeporgusto.com

Hay en la realidad situaciones descabelladas, absurdas e irónicas que le quitan rigidez y solemnidad. Sin embargo, el escritor argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) explora y explota sin límites estos matices. Sus personajes, meros instrumentos de la trama, escapan de lo cotidiano y viven experiencias fantásticas. Definir su obra es un reto mayúsculo teniendo en cuenta no sólo la cantidad de libros que ha publicado sino también la manera distinta que tiene de abordar cada nueva obra. “Todos mis libros son experimentos”, afirma.

–¿Cómo ve su obra en retrospectiva?
–Muchas veces me preguntan por el conjunto de mi obra, y la gente que trabaja en una tesis me dice que no puede realizar una visión total porque siempre he estado probando cosas nuevas, distintas, quizás porque no sentía que me salieran tan bien. Quizás los escritores que tienen una autoestima más alta encuentran que han dado lo mejor de sí, que lo han hecho bien o lo siguen haciendo igual. En mi caso siempre he quedado insatisfecho y siempre he querido probar otras cosas, a ver si me salen mejor.

–¿A pesar de la variedad encuentra algún elemento que distinga su obra, algo propiamente airiano, digamos? (Sonríe y mira sorprendido por el adjetivo “airiano”.)
–No, yo no, seguramente otros sí encuentran algo. Lo veo sobre todo cuando critican a algún joven escritor diciendo que es “airiano” (vuelve a sonreír)… Y digo ¿qué será lo “airiano”? No sé… Yo no puedo verlo y eso es algo que está en todos los folklores del mundo y ese famoso cuento danés del granjero que una noche de nevada siente ruidos en el patio de su granja y a la mañana siguiente se despierta y ve que ha sido una cigüeña que ha estado caminando y ha dibujado con sus huellas la silueta de una cigüeña y dice que quizás nosotros, con todos los actos incoherentes que hacemos a lo largo de nuestra vida, estamos también formando una figura que se verá después (alza las cejas y hace una pausa) de “esa cosa distinguida”, como decía Henry James de la muerte.

–Si buscásemos rastrear el origen de “cómo se hizo escritor”, para parafrasear el título de una de sus novelas más populares, ¿a qué momento de su vida tendríamos que remontarnos?
–Y... Creo que casi todos los escritores nos hacemos escritores por haber sido lectores, por el gusto de leer que es algo que se despierta en la infancia o en la adolescencia y después ya no nos podemos desenganchar más. Muchos escritores, y no sólo Borges, decimos que somos básicamente lectores. Escribimos para que nos dejen seguir leyendo tranquilos, porque leer es una actividad –sobre todo leer novelas y leer por placer– socialmente inútil y se la permiten los niños, los adolescentes, pero ya un adulto tiene que tener un justificativo para pasarse toda una tarde tirado en un sillón leyendo una novela. En cambio siendo escritor, uno dice “es mi oficio” y podemos leer tranquilos.

–Hay dos autores que lo marcaron: Lautreamont y Borges. Sobre el poeta francés dijo que es el escritor de su vida, y que con Borges empezó a ver la literatura como arte. ¿La lectura de estos autores lo impulsó a escribir, a descubrir la escritura?
–Empecé leyendo como todos los chicos libros de aventuras. Los de Salgari eran mis favoritos con Las aventuras de Sandokán y los tigres de la Malasia, pero esas lecturas iban directamente, como toda lectura de chico, al contenido, a identificarse con los piratas con los cowboys o con lo que sea. Con Borges, a quien leí a los 14 o 15 años ahí descubrí que había otro nivel, una cosa formal, algo más allá del mero contenido de la aventura, de la historia. En realidad otro autor que tuvo mucha importancia en mi adolescencia es un escritor que no podría ser más distinto de Borges: César Vallejo, de quien leí Trilce cuando tenía también 14 o 15 años, fue una revelación para mí de algo muy infantil, a los niños les gustan mucho las palabras que no entienden, las palabras difíciles. En Trilce, empezando por el título, todo ese libro es un enigma y allí descubrí y vi con apasionamiento cómo la literatura podía ser enigma, algo misterioso, algo en lo que costaba entrar. Borges es todo lo contrario, es cristalino, es un juego de la inteligencia; César Vallejo es pasión plástica del lenguaje.

–Es curioso, ahora que menciona a Vallejo, un poeta de vanguardia, difícil de entender mientras que su estilo, su prosa, para ser más precisos, es transparente, como afirma usted.
–Sí, formalmente la lección de Borges fue esa claridad, esa elegancia formal tan británica. En mi caso también hay una necesidad, mi imaginación es bastante exuberante y si yo hiciera una escritura barroca, el barroquismo de la imaginación y el barroquismo de la escritura harían una suerte de masa incomprensible totalmente, así que necesito una prosa lo más clara, lo más limpia posible para poder dejar volar mi imaginación.

–Cuando dice que con Borges empezó a ver la literatura como un arte, ¿quiere decir que esto lo llevó a decidirse a explorar la escritura?
–Sí, al ver que no sólo era contar una cosa sino que ese cuento debería tener ese juego de ideas, un juego intelectual que en Borges está tan bien hecho... Muchas veces me preguntan cuando viajo al exterior “¿qué pasa con los escritores argentinos frente a la figura de Borges tan grande, no los aplasta?”. Para mí es todo lo contrario, es un estímulo y además tener una gran figura en un país es bueno en el sentido de que marca un nivel, un nivel alto, pone una línea a la que hay que responderle. Yo digo, “soy argentino como Borges y no puedo hacer el papelón de escribir tan mal, tengo que ponerme a su altura aunque nunca llegaré”. Es muy bueno para una nación tener un escritor así.



–¿Recuerda qué fue lo primero que escribió? ¿Fue un cuento o acaso un poema?
–Sí, creo que empecé escribiendo poemas. Yo tuve una gran suerte de que en mi infancia y adolescencia, cuando empecé a querer definitivamente escribir, encontré en mi pueblo a un chico de mi edad que también quería ser escritor. Entonces nos apoyamos porque un escritor en un medio indiferente a la cultura, como era mi pueblo (Coronel Pringles), puede sentirse un poco aislado y puede entrar en un tono un tanto patológico lo suyo, pero al tener un gran amigo y los dos queríamos escribir, él siempre recuerda cuando le hacen una entrevista que yo le decía “tenés que leer a César Vallejo” (ríe y mira hacia el techo). Y los dos llegamos a ser escritores, él es Arturo Carrera, que es el poeta más conocido e influyente de la Argentina. Eso fue una gran suerte, un gran premio del destino tener un amigo allí.

–¿Y en qué momento surge ese afán suyo por experimentar por crear algo distinto?
–Creo que desde siempre. Antes yo decía que lo mío era experimental hasta que oí una frase de William Burroughs: “Experimental es un experimento que salió mal”. Es muy cierto porque si uno experimenta con algo si sale bien es un clásico, si sigue siendo experimental es que no funcionó. Así que ya no digo que lo que hago es experimental, y en realidad lo que queremos todos los escritores es escribir bien.

–Inicialmente escribía historias de 200 páginas con mucho esfuerzo, aunque Moreira, su primer libro, publicado en 1975, tiene 81 páginas. ¿Cómo fue encontrando este estilo de contar sólo lo necesario o “traduciendo lo necesario” como dice el narrador de su novela El congreso de literatura?
–Creo que se fue dando naturalmente. Si uno es honesto consigo mismo va encontrando la forma que más le conviene a la larga, e intenté escribir libros que parecieran novelas, pero por un lado fui encontrando que con 100 páginas podía contar el tipo de historias que se me ocurren a mí, que siempre son historias que tienen una vuelta ilógica y que entran perfectamente en estas páginas y también estuvo el hecho de que a medida que me fui haciendo más conocido los editores empezaron a aceptar mis caprichos.

–Tanto así que llegó a publicar un “libro” de nueve páginas.
–Sí, porque tengo muchos contactos con pequeñas editoriales, que como hay en todas partes, y algunas incluso son unipersonales (sonríe levantando el dedo índice). Como me formé entre poetas, mis amigos de juventud eran poetas, me casé con una poeta, los poetas tienen esos libros delgaditos tan elegantes, siempre me pareció que esos libros gordos son un poco groseros...Y sí, he llegado a batir récords con este libro de nueve páginas.

–¿Y esta confluencia entre lo surrealista con lo hiperrealista presente en su obra cómo la encontró? ¿Fue un juego de procedimiento?
–Oh, sí... Bueno, lo que pasa es que se me ocurren historias muy fantasiosas y justamente cuanto más fantasiosa la idea con más detalle hay que describirla. Cuando uno está escribiendo literatura realista dice “me subí a un ómnibus…”, todo el mundo sabe lo que es un ómnibus y no hay necesidad de describirlo a diferencia de que “me subí a una cigüeña de platino”. Bueno a la cigüeña de platino hay que describirla con todo detalle y de allí viene ese hiperrealismo que ya está en los surrealistas. Pensemos en Dalí, por ejemplo, y sus objetos tan extraños como los elefantes con patas de mosquito o los relojes blandos, bueno, con qué detalles los pinta ¿no?

–Pero en este proceso usted siempre parte de un hecho real, cotidiano, incluso de algo que le ha pasado en su vida y luego viene lo sobrenatural y lo fantástico.
–Sí, lo sobrenatural y lo fantástico lo manejo con el mayor cuidado posible, como se suele decir, con pinzas porque me parece que la imaginación del lector puede llegar a saturarse muy pronto si uno sigue poniendo cosas extrañas y locas, hay que poner apenas esa gota de locura en medio de un panorama lo más reconocible posible para que haga efecto.

–Y hay otro elemento presente en su obra que es el humor, o acaso mejor, la ironía. Lo paradójico es que usted afirma que el humor es peligroso en la literatura.
–Sí, porque el humor busca el efecto, creo que la literatura no tiene que buscar tan directamente el efecto. Tiene que dejar que en el lector haya efectos un tanto más indefinidos. El humor busca la risa y es peligroso en el sentido de que hay gente que no se ríe de un chiste y eso es tristísimo, ¿no? (ríe).

–La crítica es muy positiva hacia su obra.
–Un poco demasiado, digamos.

–Y usted comentaba que quería encontrar críticas negativas o adversas...
–No... No sé si estaba haciendo una coquetería. No, una crítica adversa puede doler, sobre todo si dicen la verdad, si dicen algo que uno ha estado sospechando. Pero, sí, me he vuelto una especie de favorito de la academia. Hay escritores mucho mejores que yo sobre los que no se escriben tesis, conmigo se escribe una tesis por semana, creo. Pero es porque lo mío, esa mezcla de dibujo animado, juego, juego intelectual, juego con ideas filosóficas, da mucho material para que un estudiante, un profesor, escriba algo, otros escritores les pueden dar más trabajo.

–Hay una crítica, sin embargo, que se le hace a su obra. En Revista de Libros, de España, por ejemplo afirman: “Sus novelas tienen un principio prometedor, un ecuador desfalleciente, como si al propio autor, a la mitad, se desinteresara de su ejecución y su cierre general precipitado que poco tiene que ver con el planteamiento inicial”. ¿Qué tan consciente es de esto? (Sonríe mientras escucha la crítica.)
–Sí, eso me lo han señalado muchas veces y he dicho que, efectivamente, se me ocurren otras ideas, quiero escribir pronto esto que estoy escribiendo y me apuro y lo termino de cualquier manera. No es del todo cierto, a veces sí lo he hecho y después me he arrepentido, a veces no. Una sola vez probé sistemáticamente hacer un buen final porque había escrito toda una novela y el final eran tres líneas: al protagonista le pisaba la cabeza un caballo y se moría. Punto. Fin. Entonces dije “esta vez lo voy a hacer bien, les voy hacer caso a mis críticos” y tomé esas tres líneas y escribí una pequeñita novelita sobre el caballo y el hombre y la puse de último capítulo, y todos me dijeron “por una vez lo hiciste bien”.

“César Aira, una mente que improvisa”

El pasado jueves 26 de marzo The New York Times publicó un texto de la poeta y “madrina del punk” Patti Smith sobre la edición en inglés de una colección de cuentos de Aira. En uno de los párrafos, escribió: “Los cuentos de El cerebro musical –la mayoría aparecen en su colección en español titulada Relatos Reunidos– despliegan la narración continua de la mente improvisadora de Aira. Sus personajes, ya sean rufianes de tiras cómicas, monos, partículas subatómicas o una versión de su propia infancia, se mueven en un paisaje cambiante de situaciones inestables que trastornan nuestra existencia temporal y la hacen fantasmagórica, sin dejar de parecer cotidianas conforme se desarrolla la trama. Su enfoque natural que acepta incluso los episodios más extravagantes, suspende la incredulidad y promueve el sentido propio de desplazamiento, de liberación de la banalidad. Aira ha aplicado esta manipulación de lo ordinario hacia lo extraordinario en por lo menos 80 libros de pocas páginas, de los cuales sólo unos cuantos se han traducido. Lo conocí a través de Roberto Bolaño, uno de sus principales partidarios, y me sedujo rápidamente con tres novelas en particular: Un episodio en la vida del pintor viajero, La villa y La costurera y el viento, que se desarrolla en Coronel Pringles, Argentina, de donde Aira es originario. No es ninguna sorpresa que venga de un lugar que se llama Pringles, donde se escucha música rara y nunca pasa nada, aunque pasa todo (...) Conocí a Aira en una conferencia de escritores en Dinamarca. Me emocionó tanto que estuviera ahí que me aproximé a él como atraída por un imán; pero cuando lo tuve frente a mí sólo pude decir –como canalización de mi Chris Farley interno– que era increíble. Después le dije que Un episodio en la vida del pintor viajero era una obra maestra. Pareció sorprendido, si no perplejo, e insistió en que no era más que una historia menor. Estábamos a punto de caer en una discusión tremendamente pasiva, cuando comenzó a llover. Pero es verdad, Pintor viajero es una obra maestra. ¿Qué va a saber Aira? No es más que el escritor.”

05/04/15 Miradas al Sur

 


 

 
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