Irreversible:
el otro pliegue de la resistencia (o la mirada saereana del peronismo)
Luis Fiore y Alfredo Barrios, personajes de Cicatrices y Responso –las
memorables novelas de Juan José Saer– son el puntapiè a partir del cual el autor
intenta pensar el peronismo a través de estos fragmentos de la literatura
nacional. A continuación, un capítulo de Cabecita negra, libro de próxima
aparición.
Por Mariano Pacheco
“Una metafísica negativa revela la precariedad de la vida”
Beatriz Sarlo, en Zona de Prólogos
En 1964, el mismo año del “Operativo retorno” a través del cual Juan Domingo
Perón intentó sin suerte regresar al país, luego –entonces– de nueve años de
exilio, ese año –decíamos– Juan José Saer publica su primera novela: Responso.
El autor que cuatro años después se radicará en París, vivía entonces en Santa
Fe. Allí llevaba casi una década publicando poemas en el diario El litoral. Ya
estaba en las calles su primer libro de cuentos (En la zona, 1960), en el que
reunía algunos de sus textos escritos entre 1957 y 1960. Cinco años después de
Responso, ya en Francia, Saer publica la que hoy puede ser considerada una de
las novelas más importantes de la década: Cicatrices. Ese mismo 1969 Rodolfo
Walsh publica ¿Quién mató a Rosendo?, para Martín Kohan, una suerte de reverso
del texto saereano.
Responso y Cicatrices, entonces, como dos textos a partir de las cuales podemos
leer –para decirlo “sartreanamente”– lo que las estructuras hicieron con muchos
hombres que, a partir de la instauración de la “Revolución libertadora”,
quedaron atrapados en lógicas descolectivizantes que los llevaron a derrapar,
que forzaron sus vidas hasta extremos insospechados.
***
“Madre e hijo”, “Punto y banca”, “Recorridos” y “Días de caza” podrían ser los
títulos de las cuatro partes que conforman Cicatrices, según sugirió Elvio
Gandolfo en “El sexto círculo”, su texto sobre esta novela publicado en Zona de
prólogos. Títulos “sobradamente explicativos”, agrega, teniendo en cuenta que en
realidad los que figuran en el libro son “Febrero, marzo, abril, mayo, junio”,
“Marzo, abril, mayo”, “abril, mayo” y “Mayo”.
Los protagonistas de cada tramo son, respectivamente, Ángel Leto, un joven
periodista; Sergio Escalante, un abogado laboralista perdido en las sendas del
juego; Ernesto Garay, un juez homosexual que intenta traducir una novela y
alucina con “gorilas” que se pasean ante sus ojos por las calles y, finalmente,
Luis Fiore, el ex obrero y sindicalista que termina asesinando a su mujer de dos
escopetazos.
"Los relatos de los cuatro narradores están situados en función del tiempo
cronológico", explica Florencia Abbate en su libro El espesor del presente.
Tiempo e historia en las novelas de Juan José Saer. Y agrega: "la duración del
tiempo de la historia se va reduciendo progresivamente del primero al último,
como un embudo que se estrecha hasta llegar al núcleo de la trama. El lector se
va acercando al acontecimiento de un modo progresivo, hasta alcanzar el final,
en el último relato, el punto máximo de focalización y condensación temporal: el
día del crimen contado por propio asesino."
Novela política, novela policial, Cicatrices transcurre en la ciudad de Santa
Fe, durante el año 1963.
El texto tematiza con lucidez el desamparo existencial en el que quedaron
atrapados muchos cuadros medios, una vez que bajó la ola de la resistencia, una
vez fracasado el intento de recuperar legalidad con el frondizismo y en un
contexto en el que cada vez más las posibilidades de retroceder a la situación
previa al golpe del 55 parecían evaporarse con el paso del tiempo. Cicatrices se
desarrolla así durante el gobierno de José María Guido, que asumió la
presidencia de la Nación tras el golpe que derrocó a Frondizi (en 1962), quien
de todos modos había faltado a su palabra empeñada para conquistar votos
peronistas en las elecciones en las que triunfó, con el peronismo proscripto.
Frondizi aplicó además el represivo Plan Conintes y realizó la apertura a las
empresas transnacionales para que explotaran el petróleo argentino, dando un
giro de 180 grados respecto de su discurso, ampliamente recordado porque fue su
“caballito de batalla” contra el gobierno de Perón, cuando en su segundo mandato
el presidente había intentado realizar un acuerdo petrolero con la Standard Oil
de California. De allí que, sarcásticamente, Jauretche le preguntara una vez si
iba a comer “con aceite y vinagre” las 500 páginas de Petróleo y política.
***
En la primera parte de Cicatrices (“Febrero, marzo, abril, mayo, junio”), Ángel
Leto –el joven periodista que ingresó a un diario gracias a la recomendación de
Tomatis, personaje central del futuro entramado narrativo saereano– toma
contacto con el “Caso Fiore” luego de que el cronista de policiales del medio en
el que trabaja (La región) le hablara sobre el tema, y él hiciera las gestiones
necesarias para asistir al interrogatorio que el personal a cargo del juez Garay
intentará realizarle al detenido (situación que se frustra cuando Fiore se
suicide, arrojándose por la ventana de las oficinas judiciales).
Leyendo la novela no podemos saberlo, pero tiempo más tarde Ángel se hará
guerrillero y, según explicitará Saer casi dos décadas después, en Glosa, Leto
muere en 1978 cuando, cercado por la represión, ingiera una pastilla de cianuro
–de allí inferimos que su ingreso fue específicamente a una fracción de la
guerrilla peronista: Montoneros, única que utilizó pastillas de cianuro). Pero
en esta novela nada de esto puede intuirse, puesto que la historia que se cuenta
es más la de los embrollos personales del personaje con su madre que sus
posiciones políticas, que seguramente entonces no tiene, o son muy relativas.
La segunda parte (“Marzo, abril, mayo”), es narrada por Sergio Escalante, quien
aparece –a inicios de los años sesenta– como un ex abogado laboralista que
alguna vez trabajó para los sindicatos, pero que entonces se encuentra dedicado
al juego en un 100 por 100. También a él la Revolución libertadora le marcó el
cuerpo: no con la tortura, sino con el agobio. Según podemos leer en la novela,
Escalante se recibió de abogado en 1952, y el 16 de septiembre de 1955 se casó.
Mala fecha para unir votos matrimoniales, puesto que ese día se produjo el
derrocamiento del gobierno de Perón. Es la fecha del derrumbe, también, de su
propia biografía. El joven abogado debió suspender la boda cuando mandaron a
llamarlo, porque los libertadores querían tomar la CGT. Terminó preso… junto con
Luis Fiore. En 1956 recuperó la libertad. Semanas después, otros detenidos
políticos también salieron de la cárcel. Festejos. Asado. Vino. Y juego. Mucho
juego. El juego comenzó a jugarle una mala pasada en su vida, valga la
redundancia. Así suele ser, dicen. Su abuelo, con el que se había criado, murió
en 1960. El mismo año se suicidó su mujer.
El juego se presentó así, para Escalante, como ese lugar de “corte de amarras”
con el mundo. Pero si bien el tiempo histórico parece detenerse mientras el
personaje se ve arrojado al juego, el mundo sigue su curso, con sus lógicas, sus
dinámicas de organización política de la vida colectiva. Y allí aparece la cara
más cruda del Estado: sus fuerzas del orden, represivas en la mayoría de los
casos. Por eso, el abogado termina preso, otra vez, aunque en esta oportunidad
no por defender obreros, militantes sindicales, sino por participar de una
partida de juego clandestino. Los jugadores de Cicatrices, señala Abbad, pueden
construirse un tiempo aislado del mundo, pero solo hasta que el poder y su
violencia irrumpen a recordarles que viven en un tiempo histórico.
La abogacía, entonces, ya era un recuerdo lejano en su vida. Lo perdió todo.
También la herencia que le dejó su abuelo. La joven promesa, en tan solo siete
años, se transformó en una sombra de sí mismo. Contrató a una muchacha
adolescente, Delicia, para que viviera en su casa y trabajara en las tareas
domésticas. Y siguió con el juego. Hasta que terminó apostando los ahorros de su
empleada. Para perderlos. Y terminar con la joven muchacha jugando en la mesa de
su casa.
En la tercera parte (“abril, mayo”), Ernesto Garay, un juez homosexual, es
amenazado telefónicamente por su opción sexual mientras se dedica a traducir El
retrato de Doris Gray, la novela de Oscar Wilde (por demás traducida). El
llamado produce que el personaje salga con su auto a recorrer la ciudad. El
esquema “traducción en casa-recorrido en auto-trabajo en Tribunales-traducción
en casa” es la dinámica-estática (por más que suene a oxímoron) que toma el
personaje.
En su devenir por la urbe, en su mirada alucinada, el juez ve las calles llenas
de gorilas. En el mencionado libro de prólogos a los libros de Saer, Gandolfo
destaca que, más allá del concepto político de “gorila”, típico de la época, no
puede dejar de tenerse en cuenta que en 1968 aparecieron dos películas que
marcaron en gran medida el imaginario de la época: "2001. Odisea en el espacio",
de Stanley Kubrik y "El planeta de los simios", de Franklin Schaffner (recordar
que Saer no solo era un hombre atento al celuloide, sino que además daba clases
sobre cine).
Hasta aquí, las tres primeras partes de la novela han sido narradas por tres
personajes distintos. Son los relatos de los que no han estado, de los que no
vieron el hecho, de los ausentes. Son los relatos de aquellos para los cuales el
suceso no es, concretamente, más que otro relato, señala Martín Kohan en su
ensayo “Saer, Walsh: una discusión política en la literatura”, en el que agrega
que las primeras tres partes del libro son recorridas por la siguiente tensión:
cómo hacer presente aquello que es una ausencia.
La cuarta y última parte de Cicatrices (“Mayo”) comienza el día primero del mes,
fecha emblemática para el movimiento obrero en todo el mundo. Luis Fiore, ex
obrero de la Molino S.A, ex dirigente sindical, militante peronista, toma mate
en el patio de su casa. Se prepara para una jornada sin igual. Es a través de su
relato que conocemos, por fin, la historia.
Que el primero de mayo (día de vital importancia para el sindicalismo argentino,
sea porque fue un día de lucha hasta 1945, sea porque entre 1946 y 1955 fue un
día de festejos por las conquistas obtenidas), Fiore dedique su día a ir a cazar
patos con su mujer, da cuenta del momento por el que atraviesa el personaje. La
familia no aparece aquí, como alguna vez señaló el militante sindical Gonzalo
Chaves (dirigente de la Juventud Trabajadora Peronista/Montoneros), en tanto
dispositivo primario de organización de la resistencia, sino en su sentido más
despolitizador: como espacio de repliegue a-social. Es para Fiore, por lo tanto,
un Primero de Mayo despolitizado.
A pesar de la poca distancia temporal (apenas algunos años) la época del
gobierno peronista comienza ya a ser experimentada con nostalgia. Fiore recuerda
esos años como gloriosos y aparecen en su cabeza imágenes de aquella vez que
viajó a Buenos Aires, para esa misma fecha, y en la concentración había por lo
menos “un millón de trabajadores”. Pero esta vez está solo, con su mujer, que le
dice “ladrón de sindicatos”.
Lo paradójico –y en esto se detiene Kohan– es que la cuarta parte, que es
narrada por el propio asesino, quien cuenta todo lo que ha pasado el día del
asesinato y también, en el final del texto, el asesinato mismo, sin embargo, no
agrega nada más de lo que ya sabemos sobre el episodio a través de los relatos
precedentes, a pesar de que esos otros relatos no fueron sino el fracaso de la
representación del episodio. De allí que al autor de Ciencias morales defina a
la novela como “el recorrido de una defraudación”. ¿Por qué? Porque la versión
de Fiore no es más que otro fragmento, otra parcialidad, otra versión que no
deja de ser frágil, incompleta, discontinua.
Cuanta lo que ya se sabe: salieron en la camioneta para un día de caza, dejaron
a su hija en otro sitio y, un poco alejados de la ciudad de Santa Fe, Fiore mata
de dos balazos a su mujer. Y regresa al patio de su casa, el mismo lugar en
donde empezó todo: él, solo, tomando mate. De allí que el remate de Kohan sea
tan agudo como lúcido:
El personaje en torno al cual se constituye la defraudación de la representación
en el lenguaje es quien conforma, además, la defraudación de la representación
en la política.
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Este desenlace sombrío (un obrero peronista, ex militante sindical, mata a su
esposa de un escopetazo un Primero de Mayo, siete años después de que fuera
derrocado Perón), tiene puntos de contacto con Responso, la primera novela de
Saer.
En ese texto anterior podemos leer la historia de un día (diciembre de 1962) en
la vida de Alfredo Barrios, un hombre a la deriva, que habita un cuarto en una
pensión de mala muerte, luego de haberse separado de su mujer, Concepción, con
quien pasó ocho años de su vida. Situada meses antes de Cicatrices, esta novela
expresa el mismo aire de derrota. También aquí la debacle política nacional se
producirá en simultáneo con la biografía del personaje. Entre 1955 y 1956
Barrios pasa de ser un periodista que había ocupado el puesto de Secretario
General del Sindicato de Prensa, de estar casado, feliz, a perder su trabajo,
ser abandonado por su mujer y, tras ser golpeado por unos matones, quedar
expulsado de su gremio.
El texto transita apenas unas horas entre un día y otro (desde las ocho de la
noche, hasta el amanecer siguiente) y solo por un flashback presente en el
segundo capítulo sabemos de los diez años anteriores en la vida del personaje,
Barrios, quien –como hemos visto en el personaje de Escalante– busca en el juego
una suerte de suspensión de la realidad histórico-política. El jugador juega no
con la esperanza de ganar, sino de pasar un tiempo libre de angustias, dice
Beatriz Sarlo, en su “prólogo” al libro de prólogos ya mencionado. Barrios –45
años y 125 kilos de peso encima– saca de la casa de su mujer una máquina de
escribir –mentira mediante–. La empeña. Obtiene diez mil pesos que pierde en un
garito, situado en los bordes de la ciudad de Santa Fe. El garito es el lugar
donde se bloquea, brevemente, durante unas pocas horas, la desesperanza, insiste
Sarlo.
Humillado y ofendido, gordo y sucio, sudado y derrotado, Barrios –como
Escalante– expresan de modo ejemplar el lema sartrenano de que “el infierno son
los otros”. En este caso, el círculo infernal de La Libertadora, que consumió lo
que ellos eran en los años previos al golpe de Estado.
En fin: Responso y Cicatrices son dos novelas a partir de las cuales se puede
leer el otro pliegue de la resistencia peronista
Agencia de Noticias Paco Urondo