Melitón,
otro pilagá que murió sin justicia
Setkoki´en, su nombre en lengua pilagá, era uno de
los sobrevivientes de la Masacre de Rincón Bomba en
1947 en Formosa. Falleció en la mañana del 15 de junio de 2015. El Estado, a
casi setenta años de ocurrida, nunca reconoció la masacre.
Por Marcelo Musante (*)
Foto: Luciana Mignoli
Murió Melitón Domínguez (Setkoki´en en su lengua pilagá), un sobreviviente de la
Masacre de Rincón Bomba que después de sesenta años de silencio y terror, habló,
contó, denunció la masacre.
Se lo puede ver en “Octubre Pilagá”, el
documental de Valeria Mapelman. Allí también están muchos otros sobrevivientes.
Hoy casi todos muertos. Que, al igual que Melitón, se murieron sin justicia.
En octubre de 1947, el Estado Nacional asesinó a cientos de pilagás en La Bomba,
Las Lomitas, Formosa. Desde el aire -con un avión que tenía acoplada una
ametralladora- y por tierra, durante varios días, persiguiéndolos por la zona de
Las Lomitas. Todos -criollos e indígenas- se acuerdan de la crueldad de la
matanza que incluyó violaciones de mujeres y muertes de niños. Todavía se
encuentran las fosas comunes donde los cuerpos fueron tirados, apilados y
quemados.
En ese entonces, Melitón tenía doce años. Logró sobrevivir. Su hermana fue
asesinada.
El Estado nunca reconoció la masacre. Invisibilizó y ocultó. Primero asesinó a
las personas y luego intentó borrar la memoria pilagá. Doble forma de matar.
Así se constituyó el genocidio indígena en la historia argentina: matando y
ocultando. Borrando las muertes de la historia e intentando silenciar la memoria
colectiva. La Masacre de Rincón Bomba no se enseña en las escuelas. Ni en Buenos
Aires, ni en Formosa, ni en ningún lado. Pero los abuelos y abuelas pilagás
recuerdan y cuentan. Solo hay que ir y preguntarles. Visitar el pequeño Museo de
la Memoria que construyó la comunidad en ese lugar hace dos años con diversas
fotografías y documentos. O simplemente, mover un poco el polvo superficial de
las fosas donde están enterrados las decenas de muertos.
A los pocos días de lograr escapar, Melitón y su familia fueron capturados por
los gendarmes y enviados a trabajar en condiciones de semiesclavitud en la
Reducción Estatal para Indígenas Francisco Muñiz (Formosa). Allí eran
controlados por la Gendarmería Nacional.
Las reducciones estatales para indígenas fueron espacios concentracionarios de
personas que funcionaron entre 1911 y 1956 en las provincias de Chaco y Formosa.
Además de Muñiz, existieron Napalpí y Bartolomé de las Casas. Hubo momentos en
que estuvieron reducidas más de cinco mil personas de las etnias mocoví, qom,
pilagá y wichi.
Por la masacre de Rincón Bomba hay un juicio que iniciado en 2005 que se
encuentra inmovilizado. Los ancianos sobrevivientes reclaman desde hace años ser
informados del estado de la causa. Pero nadie va a contarles.
Melitón nos repetía una y otra vez que quería saber en qué instancia estaba el
juicio. Y se murió sin saberlo. Y se murió sin justicia. El Estado en toda su
magnitud y complejidad es responsable del no avance del juicio por la Masacre de
Rincón Bomba.
Las varas utilizadas para medir las masacres no son las mismas. El genocidio
sobre los pueblos originarios no logra ser reconocido, como sí sucede con lo
ocurrido durante el “Proceso de Reorganización Nacional”. Las campañas al
desierto, los asesinatos masivos de personas ocurridos en Napalpí y Rincón Bomba
en sendos gobiernos democráticos; no valen lo mismo que los vuelos de la muerte.
La historia de Melitón no parece valer lo mismo que la de un militante de los
setenta. Como no vale lo mismo un legítimo reclamo obrero o estudiantil que el
acampe indígena que se está realizando en la Avenida 9 de Julio de la Ciudad de
Buenos Aires, del que casi nadie habla ni muestra.
Y de eso debemos hacernos cargo como sociedad. Ya no alcanza con decir “yo no
conocía esa historia”, “yo no sabía nada”. Los pueblos originarios están a lo
largo y ancho de todo el país, en el campo, en la ciudad.
Sus voces están en
radios, en luchas, en libros. No escucharlos es una elección, es una decisión.
No son esos “otros bárbaros y salvajes” que creó la historiografía oficial. No
han sido exterminados. Son decenas de pueblos que cohabitan este territorio con
sus culturas, con sus lenguas.
Seguir considerándolos, de manera peyorativa, como “otros”, como “ciudadanos de
segunda”, es lo que ha permitido que el Estado ejerciera su función de “dejar
morir” sin justicia.
Todavía quedan unos pocos sobrevivientes de la Masacre de Rincón Bomba. Son muy
ancianos. El tiempo no sobra.
Melitón, a pesar de todo lo que vivió, era un tipo con una gran sonrisa que a
los ochenta y tantos todavía andaba en bicicleta por Lomitas. Me lo acuerdo hace
un tiempo atrás en su casa, conversando debajo de un árbol. Irupé, mi hija de
apenas dos años en ese momento, corría entre sus gallinas.
Ella hace poquito se acordaba de Melitón. Yo también ahora. Llorando de bronca.
Sin saber qué hacer más que pedir justicia, escribir estas palabras y recomendar
“Octubre Pilagá”. Allí habla Melitón y los otros sobrevivientes. Allí nos
cuentan que pasó en ese octubre de 1947. Allí también nos enseñan de la enorme
valentía que hay que tener para hablar y contar a pesar del terror y el dolor.
Allí también podemos seguir viendo hablar a Melitón, a Setkoki´en. Y allí
seguirá hablando hasta que se haga justicia.
* Marcelo Musante, sociólogo, integrante de la Red de Investigadores en
Genocidio y Política Indígena en Argentina.
Imagen: Melitón Domínguez (Setkoki´en), entrevistado en su casa, Ayo La Bomba,
2013.
(*) Esta nota de opinión -fotografía incluida- puede ser reproducida libremente,
total o parcialmente.