Se
conoce como la Masacre de Rincón Bomba al asesinato de aborígenes
de las etnias toba, pilagá y wichi, perpetrado entre el
10 y el 30 de octubre de 1947 por tropas de Gendarmería
Nacional en las cercanías de Las Lomitas, en el entonces
Territorio Nacional de Formosa. Fueron masacrados más de
500 aborígenes, hombres, mujeres y niños, desnutridos y
desarmados que portaban retratos de Perón y Evita. La masacre
nunca fue investigada ni juzgada judicialmente y permanece
impune hasta la actualidad.
Los pilagás -principales
víctimas de la matanza- son un pueblo de la familia Guaycurú que habita
en el centro de la provincia de Formosa y en Chaco. Junto a los abipones,
mocovíes y tobas, fueron llamados "frentones" por los españoles, y guaycurúes
por los guaraníes por la costumbre de raparse la parte delantera de
la cabeza. Hablan su propio idioma junto con el castellano. Actualmente
(2007) existen unos 10.000 pilagás repartidos en 19 comunidades en el
centro de la provincia de Formosa. Antiguamente fueron cazadores y recolectores.
Entre los frutos que recolectaban estaban los del algarrobo, chañar,
mistol, tuna y del molle.
2007
Integrantes de las comunidades toba, wichí y mocoví fueron en agosto
a la casa de gobierno en Resistencia a reclamar la renuncia del Ministro
de Salud, Ricardo Mayol, por la muerte de once indígenas debido a falta
de atención sanitaria. Estas muertes en serie fueron básicamente provocadas
por la falta de defensas orgánicas debido a la desnutrición. Los delegados
dejaron un escrito dirigido al gobernador en el que señalaban: "Nunca
más un indígena con hambre, nunca más un indígena con desnutrición.
No nos acostumbramos a la exclusión y al racismo". Anunciaron asimismo
que se preparaba un documento para entregar al Juez de la Corte Suprema,
Ricardo Lorenzetti, de visita en Chaco.
A su vez, la Pastoral Social denunció la situación que padecen hoy los
pueblos originarios: "Sus territorios han sido invadidos y cercados
impidiendo el paso de los indígenas para cazar, pescar, recoger miel,
plantas alimenticias y medicinales.
Los montes han sido arrasados con topadoras y los árboles derribados
han sido quemados, exterminando de esta manera la muy importante fuente
de proteínas que brindaban los animales silvestres.
Las tierras fiscales (donde comúnmente vivían los indígenas) han sido
saqueadas y rematadas por monedas a los amigos del gobierno de turno.
La gente debe refugiarse en las banquinas de las rutas, a lo largo de
las vías muertas del ferrocarril o en la periferia de las ciudades sin
encontrar allí trabajo, una vivienda digna, acceso al agua potable y
a sistemas mínimos de eliminación de basura y excretas".
Foto: Marcos Zimmermann
Crimenes
de Lesa Humanidad en el Impenetrable
En octubre de 1947, centenares de originarios pilagá fueron masacrados en un
lugar llamado “Rincon Bomba”, a cuatrocientos metros de la entrada a la
localidad de Las Lomitas en la provincia de Formosa.
Hoy, en el Juzgado Federal Nº 1 de Formosa tramita una causa por delitos de lesa
humanidad donde se investigan estos hechos, que dieran origen al documental de
Valeria Mapelman “Octubre Pilagá – Relatos Sobre el Silencio”. Se trata de la
causa “Costas Leandro Santos”.
Cuando la Ministra Nilda Garré ocupaba el Ministerio de Defensa, desclasificó y
ordenó al Estado y a la Gendarmería remitir todos los antecedentes del caso, que
hasta ese momento revistaban el carácter de “secreto de estado”. También ordenó
que se conteste ítem por ítem la requisitoria de los fiscales intervinientes.
El avión utilizado. Bautismo de fuego.
Al ocurrir esos hechos, la Agrupación Transporte de la Fuerza Aérea Argentina,
mediante Orden del Día Nº 1657 del 16 de Octubre de 1947 detalla el envío de un
avión que salió de El Palomar con rumbo a Formosa tripulado por el Teniente.
Abelardo S. Sangiacomo, el Alférez Carlos Smachetti, los mecánicos Cabo May.
Bravo Bocaz y Cabo Humberto Albani, y el Radio Operador Sargento Alejandro
Dubini.
Allí pudimos enterarnos que el bautismo de fuego (propio), de la Fuerza Aerea
Argentina no fue en la guerra de Malvinas, sino en 1947 en Formosa, ametrallando
y bombardeando al pueblo pilagá.
La propia Fuerza Aérea, en el Tomo II, capitulo XI, 1997, de la “Historia de la
Fuerza Aérea Argentina”, incluyó bajo el título “De un avión y de lanzas – El
Ultimo malón” el relato de esta participación, que fue en apoyo a la Gendarmería
Nacional.
En el relato señalan que se trataba de “indios de pelea” en numero de 1000 con
los que contaba el Cacique Pablito, siendo el total los integrantes de la
“tribu” entre 7.000 y 8.000 aborígenes. Expresa que ”…La Gendarmería fue
convocada para sofocar el alzamiento. La intervención prevista para el avión
JU-52T-153 fue tanto en transporte de refuerzos – personal y material, para las
guarniciones de Gendarmería como para el reconocimiento del terreno y
localización de los revoltosos”.
Cabe recordar que, luego del ametrallamiento de adultos, mujeres, niños y
ancianos en Las Lomitas por parte de Gendarmería, los pilagá huyeron por el
monte en varias direcciones, siendo perseguidos, fusilados, sus niñas violadas
en diversas localidades.
Al avión le fue removida su puerta e instalada allí una ametralladora Colt
Calibre 7.65 mm desde la cual disparaban a los originarios que huian por el
monte luego de la masacre en el Madrejón que corre al costado de Las Lomitas.
Finalizan su relato diciendo que “así termina esta ‘anécdota’, verídica, con el
respaldo de una orden del día que la encuadra en el tiempo, material y personal
que interviniera… Así ocurrió y así acabó ‘el último malón’, el enfrentamiento
parcial e ‘incruento’ pero significativo, de la lanza contra el avión, de la
‘barbarie y la civilización’.
Mientras tanto, los pilagá, que dejaron numerosos muertos en este vergonzoso
suceso, relatan que fueron ametrallados y bombardeados por ese avión.
El juez ametralladorista
Leandro Santos Costa era en ese momento un joven alférez de Gendarmería.
Participó activamente en la masacre de los pilagá.
Por Orden 2595 el Director General de Gendarmería Nacional lo felicita por la
“valerosa y meritoria intervención llevada a cabo contra el alzamiento de
indígenas pilagá el día 14 de octubre de 1947, en cuya emergencia no titubearon
en afrontar la grave situación para su vida que el caso les deparaba”. Tambien
lo ascendieron.
Costas era el jefe de sección Ametralladoras Pesadas. En su asecenso se tuvo en
cuenta la “valerosa y meritoria intervención llevada a cabo contra el
‘alzamiento de indígenas pilagás el 14 de Octubre de 1947, en cuya emergencia no
titubeó en afrontar la grave situación para su vida que el caso le deparaba”.
Costas se retiró en 1960 de la Gendarmería, y luego, ya como abogado, llegó a
ser Juez Federal de Formosa, en el mismo juzgado que hoy lo imputa por crímenes
de lesa humanidad.
Costas hoy tiene 88 años y evitó su indagatoria el 6 de junio de 2012
presentando un certificado médico.
Los imputados por la masacre de Rincon Bomba son numerosos, la inmensa mayoría
fallecidos, como numerosos son los sobrevivientes que demandan justicia por la
muerte de sus familiares: Hace dos años murieron dos abuelas sobrevivientes en
La Bomba: Lichet´a y Marta, y Desaén, de nombre en el DNI Julio Suárez.
La llamada "Matanza de Rincón
Bomba", acaecida en las cercanías de la hoy ciudad de Las Lomitas, ocurrió
entre el 10 y el 30 del mes de octubre del año 1947, hace 58 años, en
el entonces Territorio Nacional de Formosa.
El Juzgado Federal de Formosa recibió una denuncia de una supuesta violación
de derechos humanos por crímenes de "lesa humanidad", contra el Estado
nacional por estos echas. Por la misma se solicita la indemnización
de daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación
de la verdad histórica, a favor del pueblo de argentinos de etnia Pilagá.
Dicha demanda fue presentada por el Abogado Julio César García con el
patrocinio del Doctor Carlos Alberto Díaz. A continuación, la presentación
hecha por Díaz y García narrando la forma en que habrían ocurrido los
hechos hace casi 60 años en territorio formoseño. El informe señala
que: En el mes de abril de 1947 miles de braceros Pilagás, Tobas y Wichís
son despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San Martín de El
Tabacal.
En mes antes habían sido
traídos, desde el Territorio Nacional de Formosa, caminando cientos
de kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres, sus mujeres y
sus niños con la promesa que se les pagaría $ 6 por día. Una vez en
El Tabacal se les quiso abonar la suma de $ 2,50 por día. "...Considerándose
defraudados recurrieron ante las autoridades respectivas de El Tabacal
y no pudieron obtener justicia, por el contrario, cuando insistieron
en sus reclamaciones fueron despedidos inhumanamente. El pueblo condolido
les ayudó dentro de sus posibilidades.
Del Tabacal volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios
para hacerlo por ferrocarril..."(Diario "Norte", de Formosa del 13 de
mayo de 1947). Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000 indígenas según Teófilo
Ramón Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1991. Las primeras
víctimas de la hambruna y las enfermedades comenzaron a ser los niños
y los ancianos. Luego los hombres y las mujeres. La situación expulsa
a esta población a salir de su ámbito natural y buscar ayuda en las
poblaciones cercanas, ubicándose en el paraje conocido como "Rincón
Bomba". Una delegación encabezada por el Cacique Nola Lagadick y Luciano
Córdoba piden ayuda a la Comisión de Fomento de Las Lomitas y al Jefe
del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, Comandante Emilio
Fernández Castellanos.
Se trasladan hasta un descampado,
ubicado a 500 metros, aproximadamente, del pueblo "para que se vean
nuestras miserias...". Comienzan a mendigar las madres con sus hijos
en brazos, puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan. Al principio
algunos se solidarizan, inclusive el Jefe del Escuadrón de Gendarmería,
como algunos de sus hombres a su mando, se preocupan por la desesperante
situación, les dan yerba, azúcar y ropas. Pero al transcurrir de los
días las puertas ya no se abren y no se les recibe más en el Escuadrón.
"Mandaron
lenguaraces al poblado y lograron se concretara el primero de sus pedidos,
consistente en víveres diversos y ropa para vestir (de pies a cabeza)
a seis indios, con la misión de posibilitarles su traslado a Buenos
Aires para entrevistar a las autoridades y al Presidente Perón. El jefe
de Unidad reunió entonces a comerciantes y ganaderos obteniendo de su
colaboración víveres y ganado en pie que eran distribuidos por personal
del Escuadrón. Así al principio. Pero al poco tiempo, los indios ya
no pedían: exigían. De que primero quisieron ver al Presidente en Buenos
Aires, es cierto, tan cierto, como que después desistieron proponiendo
que el Presidente los visitara a ellos "para que viera cómo vivían"...
hubo muchas indigestiones, y hasta dos muertes, más la madre del propio
Pablito (el cacique). Amanecieron indigestados y debido al fuerte descenso
de la temperatura en horas de la noche, resfriados y engripados, aduciendo
entonces "haber sido envenenados".
El Presidente de la Comisión
de Fomento, telegráficamente, lo impone de la situación al Gobernador
Federal solicitándole el urgente envió de ayuda humanitaria.
El Gobernador se comunica diligentemente con el Ministro del Interior
de la Nación haciéndole saber la gravedad de la situación y la falta
de recursos en el territorio para afrontarla. Este a su vez le hace
saber al presidente Juan Domingo Perón quien ordena inmediatamente,
como parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo social, el envió
de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con alimentos,
ropas y medicinas. La carga llega a la ciudad de Formosa en la segunda
quincena del mes de septiembre consignada al delegado de la entonces
Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz.
Permanece en la estación,
a la intemperie, diez días aproximadamente. Enterado el gobernador Hertelendy
de la injustificada demora y consiente de la situación de los indígenas,
conmina por intermedio y en persona del Jefe de la Policía Nacional
de Territorios, al delegado de la Dirección Nacional del Aborigen la
inmediata partida del cargamento.
A la estación de Las Lomitas, llega un solo vagón lleno, dos semivacíos,
los primeros días de octubre de 1947, sólo con alimentos, la mayoría
en mal estado por el tiempo transcurrido entre el envío y la irresponsable
dilación en su entrega por parte del Delegado de la Dirección Nacional
del Aborigen: harina con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida
por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas. Son distribuidos
y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos,
semidesnudos y debilitados seres humanos.
A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación
masiva. Fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos,
temblores y nuevamente la muerte... primeramente de los que se encontraban
más débiles que llegó a más de cincuenta, mayormente niños y ancianos.
Los gritos y quejidos de dolor en las noches de las madres que aún sostienen
en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en la noche formoseña.
No tenían consuelo. Los primeros son enterrados en el cementerio "cristiano"
de Las Lomitas. Al ser tantos se les niega que lo sigan haciendo en
el mismo, evitando el acceso de los cadáveres al mismo. No les queda
otra posibilidad que hacerlo en el monte. Las ceremonias mortuorias,
con sus danzas rituales marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios,
retumban noche tras noche.
El jefe del Escuadrón lo
llama al Delegado Nacional del Aborigen, increpándolo y pidiéndole explicaciones
sobre las faltas en los abastecimientos y el mal estado en que habían
llevado y se habían distribuidos. Este, al parecer de carácter muy soberbio,
le contesta en forma descomedida diciéndole que "...que tanto se preocupaba
si al final son indios...". Fernández Castellanos, muy nervioso por
la situación que le toca manejar e indignado, seguramente, por el desprecio
hacia los indígenas demostrado por Ortíz, le pega una cachetada que
lo tira de espaldas en la puerta de su despacho, adelante de algunos
de sus subordinados. Ortiz sale corriendo del Escuadrón y desaparece
de Las Lomitas.
Comienza a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién,
que aquellas sombras de seres humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados,
indefensos, sino también enfermos, estarían por atacar a no se sabe
quién. Comienza a hablarse del "peligro indio". Gendarmería Nacional
forma un "cordón de seguridad" alrededor del campamento aborigen. No
se les permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los Pilagás. Se colocan
ametralladoras en "nidos", en distintos sitios "estratégicos". Ya son
más de 100 los gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles
a repetición que día y noche custodian el "ghetto".
Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10
de octubre "...el cacique Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón),
por lo que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados
detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos
ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más
de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños,
quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados
en dirección nuestra".
En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil
ametralladora, carabinas y pistolas, origen de un intenso tiroteo del
que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego, pensando
procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Alia
Pueyrredón, sin que nadie lo supiera, hizo desplegar varias ametralladoras
en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos 200 metros
de nuestra posición y en medio del monte...".
Se lanzan bengalas para iluminar la dantesca escena y determinar mejor
los blancos a tirar. Cientos de mujeres con sus niños en brazos, ancianos
y hombres comienzan a huir hacia ninguna parte que los lleva fatalmente
a la muerte. Con las primeras luces del alba la imagen es dantesca.
Más de 300 cadáveres yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta
edad, desnudos, caminan o gatean, sucios, entre los cadáveres, envueltos
en llanto.
Tobas (Chaco) Fuente: Canal
Encuentro
Luego del ametrallamiento
"...pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas,
efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo
de la ametralladora, en la oscuridad, debemos recordarlo, impresiona
bastante. Muchos huyeron escondiéndose en el monte, al que obviamente
conocían palmo a palmo..." (Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz,
ob. cit.).
Pero allí no termina la matanza. Comienza la persecución de los que
pudieron escapar, "para que no queden testigos", contando la Gendarmería
Nacional con la "colaboración" de algunos civiles. Van en dirección
a Pozo del Tigre la mayoría, otros para Campo del Cielo, miles se guarnecen
en la espesura de los pocos montes que quedan. En los días subsiguientes
son rodeados por las partidas. Y allí nuevamente son masacrados en distintos
lugares (Campo del Cielo, Pozo del Tigre, etc.) más de 200 personas.
Entre los represores ninguna víctima. Se hubiera podido seguir la trayectoria
de las tropas por las piras de cadáveres humanos que se quemaban, porque
"no había tiempo para enterrarlos", a medida que avanzaban.
La presentación de los abogados Díaz y García habla de que "en total
son asesinados en la "campaña" entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá,
aproximadamente, además de los heridos y más de 200 "desaparecidos".
Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta
de atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños,
elevan las bajas a más de 750, entre niños, ancianos, mujeres y hombres.
La locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones
caza-bombardeos".
La tragedia en los diarios de la época
Las noticias de la matanza llegan muy confusas a la capital del territorio.
Públicamente no se inicia ninguna investigación.
"Extraoficialmente, informamos a nuestros lectores que en la zona de
Las Lomitas se habría producido un levantamiento de indios. Los revoltosos
pertenecen a los llamados pilagás quienes, según las confusas noticias
que tenemos, vienen bien previstos de armas... ya se habrían producido
algunos encuentros, no se sabe si con los pobladores de la zona o tropas
de la Gendarmería Nacional". (Diario "Norte", Formosa, pág.1, Col. 5).
Los diarios de la región
de la época también publican noticias contradictorias pero entre líneas
se puede observar la verdad de la matanza. "El viernes último, en horas
de la tarde, en la localidad de Las Lomitas, Territorio de Formosa,
se ha producido un levantamiento de indios pilagás, como consecuencia
de un asalto que habrían realizado estos últimos contra vecinos de ese
pueblo, lo que habría obligado a intervenir a las fuerzas de la Gendarmería
Nacional allí destacadas". (Diario "El Intransigente", Salta, 12 de
octubre de 1947, pág. 6, col.1-3).
Los dolores de los pilagá
"No resulta tan ciertas
las versiones de que los indios hubiesen asesinado. Se los persiguió
y se los sigue persiguiendo. En cuanto a los muertos, nada se sabe en
forma oficial porque después de la masacre fueron quemados los cadáveres.
También es inexacto que los indígenas tuvieran algunos armamentos, como
lo prueba el hecho de que sólo atinaron a huir cuando los gendarmes
descargaron sobre ellos y además en sus huestes no se registraron bajas
ni heridos.
El miércoles 15 llegó otro tren con pasajeros trayendo nuevos refuerzos
de gendarmes y por la noche se esperaba otro tren con soldados y el
jueves dos bombarderos, para lo cual se estaba arreglando la pista de
aterrizaje" (Diario "El Intransigente", Salta, 22 de octubre de 1947,
pág. 4, col. 1-3).
Recién el 20 de octubre el diario "El Territorio" de Resistencia, Chaco,
en la pág. 3, da la noticia del suceso. Bajo el título "El levantamiento
de Indios en Las Lomitas y la Situación General de los Pobladores Autóctonos",
dice:
"Días atrás se produjo en Las Lomitas, localidad del vecino territorio
de Formosa, un levantamiento de 1.500 indios de las tribus pilagás existentes
en esa zona. Fuerzas de Gendarmería Nacional debieron actual con energía
para impedir que esa actitud acusara desgraciadas consecuencias, y el
gobernador formoseño se vio precisado a concurrir al lugar de los sucesos
para calmar a los indígenas sublevados".
"La solución dada a este estado de ánimo propenso a las más graves derivaciones,
no ha consultado de manera integral el problema que desde hace muchos
lustros afecta a los pobladores autóctonos de todo el país, abandonados
a su triste suerte por la abulia oficial que nunca se interesó en favor
de los mismos. Los indios que animaron el levantamiento lo hicieron
después de aguardar en vano el cumplimiento de las promesas formuladas
en el sentido de que se les facilitarían tierras para que se arraigaran
en ellas mediante la explotación de pequeñas chacras.
En los últimos tiempos, estos indígenas
carecían de lo más indispensable para el sustento diario, viéndose precisados
no pocas veces a incurrir en hechos delictuosos para proveerse de alimentos.
Las tierras prometidas y la creación en el lugar de escuelas, como así
la entrega de elementos de trabajo, semillas, etc., nunca se concretaron,
mientras que las gestiones por el logro de esa ayuda eran recibidas
de manera violenta, tal si existiera el propósito de condenar a millares
de seres humanos a la inanición...".
Díaz
y García advierten que "se ha tratado de ocultar la verdad de este genocidio
para evitar responsabilidades que llega hasta nuestros días". "La matanza
de Rincón Bomba" es uno de los hechos de nuestra Argentina profunda
más oculto en comparación con otros similares. La "Masacre Napalpí"
de 1924, tuvo acalorados debates en la Cámara de Diputados de la Nación
en la época y la creación, inclusive de una Comisión Investigadora.
La bibliografía, si bien también escasa, es mayor que la de este caso,
pero existen todavía sobrevivientes, de ambos lados, cuyos testimonios
posibilitaron la reconstrucción histórica de los hechos.
Los diarios de Buenos Aires se hacen eco también del genocidio. El diario
"La Prensa" del domingo 12 de octubre de 1947 (Día de la Raza), en su
página 13 dice: "En las Lomitas se Produjo un Levantamiento de las Tribus
de Indios Pilagás... Informaciones procedentes de estación Las Lomitas
hacen saber que en aquella zona se produjo un levantamiento de las tribus
de indios pilagás. Las mismas noticias aseguran que tropas de la Gendarmería
Nacional intervinieron inmediatamente para restablecer el orden. Se
tiene conocimiento que están listos para partir hasta Las Lomitas, en
caso necesario, efectivos del ejército destacados en la guarnición local".
"Mención aparte de este levantamiento, el indio jamás cometió atropellos
ni desmanes. Recuerdo que en el Casino teníamos dos de ellos, menores,
que hacían las veces de "secretarios" como decimos en el Norte. No se
los persiguió ni maltrató, dándoseles contrariamente trabajos en casas
de familia y adquiriéndoseles sus artesanías".(Comandante Mayor (R)
Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).
Indemnización
¿Cómo se solicitó la distribución de los montos que resulten por indemnización?
a) Con un ochenta por ciento (80%) del total neto que, en su caso, se
condene al Estado Nacional, se solicitó que se conforme un fideicomiso
que sea administrado únicamente por los argentinos de etnia Pilagá ("Pitte'laalé'ec"),
con el asesoramiento técnico, jurídico y auditoría, de personas y organizaciones
de prestigio nacional e internacional que el Señor Juez Federal deberá
designar.
Octubre Pilagá- Relatos sobre el
silencio
b) En solidaridad con los
indígenas de las etnias Wichí y Tobas que viven en la provincia de Formosa,
que con un veinte por ciento (20%), del total neto que en su caso, se
condene al Estado nacional, se deberá conformar un fideicomiso que sea
administrado, únicamente, por los argentinos de dichas etnias en esta
provincia de Formosa, con el asesoramiento técnico, jurídico y auditoría,
de las personas y organizaciones de prestigio nacional e internacional,
que el Señor Juez Federal se sirva designar.
Bibliografía y fuentes Cerdá Castillo, Juan Manuel.1942. Como vi a los indios chaqueños. Folleto.
Dirección de Información Parlamentaria.1986. Tratamiento de la cuestión
indígena. Estudios e Investigaciones Nº 2. Buenos Aires, 1985. Beck, Hugo H. 1994 "Las relaciones entre blancos e indios en los Territorios
Nacionales de Chaco y Formosa. 1885-1950", Cuaderno de Geohistoria Regional
Nº29. Resistencia, IIGHI. 1980. "El problema indígena (1879-1880). Proyectos
sobre su destino". En Academia Nacional de la Historia. Congreso Nacional
de Historia sobre la Conquista del desierto. Buenos Aires, T. III (págs.
323-337). Levaggi, Abelardo.1990 "Tratamiento legal y jurisprudencial del aborigen",
en Abelardo Levaggi (coord.), El aborigen y el derecho en el pasado
y el presente. Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino.
Lois, Carla y Troncoso, Claudia.1998 "Integración y desintegración indígena
en el Chaco: los debates en la Sociedad Geográfica Argentina (1881-1890)",
Primer Congreso Virtual de Antropología y Arqueología. Buenos Aires.
Ponencia 1.16. Informe de la Defensoría del Pueblo de la Nación Argentina sobre la
situación Indígena, 2.004, Buenos Aires. Argentina. Patricia Vuoto y Pablo S. Wright. "Crónicas del Dios Luciano", Universidad
de Buenos Aires, 1989. Lugo, Emilio Ramón. "Introducción Histórica a la Provincia de Formosa",
Ed. Gualamba. Magrassi, Guillermo E."Los Aborígenes de la Argentina", Ed. Búsqueda-Yuchán,
Bs.As., 1987. Martínez Sarasola, Carlos. "Nuestros paisanos los indios", Ed. Emecé,
Bs.As., 1.992. Diarios La Nación; La Prensa; La Razón y Crítica de Buenos Aires octubre/noviembre
de 1.947. Cirilo R. Sbardella y José Brunstein:"Las dos caras de la tragedia de
Fortín Yunka" en "Hacia una nueva carta étnica del Gran Chaco". Informe
de avance 90/91, PID CONICET Nº 444/88
"Nos rodearon los gendarmes y nos tenían apuntados. Decían ‘a estos
perros lo vamos a matar’. Había muchos muertos y no sabíamos qué hacer
para que no vengan los cuervos a comerlos."
Era una noticia vieja. En Octubre de 1947, cientos de aborígenes Pilagá
que marchaban con grandes retratos de Perón y Evita fueron atacados
con ametralladoras por la gendarmería. Hubo más 500 muertos y 200 desaparecidos,
pero los hechos salieron a la luz recién en el 2005, a partir de una
demanda de la Federación Pilagá contra el estado nacional. Esa historia
escueta, contada en lenguaje legal, me obsesionó. Intenté ir a Formosa
en Enero, pero desistí: me advirtieron a tiempo que el calor del verano
reduce la actividad de los formoseños al mínimo y convierte al visitante
en materia prima de chicharrón. Recién en Septiembre, tuve la oportunidad
de ir a conocer a los sobrevivientes de la masacre. Tomé un micro hasta
Corrientes, paré para dormir un rato, después tomé otro, y otro más,
y luego de 24 horas, el sábado por la mañana llegué hasta Las Lomitas,
provincia de Formosa, el centro urbano más cercano a las comunidades
Pilagá. Y aquí estoy. Las Lomitas es un pueblo de 10.000 habitantes, sin cines
ni lugares para comprar libros. Durante la semana, además de dos cibercafés
que abren hasta la madrugada, la única diversión urbana es un pequeño
casino electrónico donde siempre hay bicicletas jornaleras estacionadas.
El lugar parece maldito. "Ahí", me advierte la dueña del único bar que
encuentro, "entrás con todo el sueldo y salís sin una moneda". Yo, por
las dudas, trato de ni pasar por la puerta. Porque si en otros pueblos
suelo entregarme a los video juegos, aquí la necesidad de quemar neuronas
ociosas puede resultar mucho más cara que ser humillado en el counter
strike por un niño de doce años. El problema, la tentación, es que en
mi primer día allí tengo poco y nada que hacer. Llegué casi de improviso,
y todos mis contactos están de viaje, enfermos o con otras ocupaciones
más importantes que recibir a un porteño.
El domingo por la tarde,
por fin, llego hasta una comunidad Pilagá. Me lleva Cesar, un criollo
que trabaja en el proyecto de asesoría jurídica para indígena. Desde
hace dos días Cesar tiene gripe, pero ante mi insistencia se levanta
de la cama y vamos hasta Ayo La Bomba, a tres kilómetros del pueblo
y a dos de donde comenzó la masacre. Al volver a la zona, varios de
los sobrevivientes se instalaron en esos campos, y hoy Ayo la Bomba
es una comunidad con más de 200 habitantes, un templo, un centro comunitario
y una escuela que quiere ser bilingüe. Allí también hay un traductor: Juan Luis Arce. Como es domingo, el lugar
para encontrarlo es el templo. Casi todos los Pilagá son evangelistas,
y la iglesia es el edificio más grande de la comunidad, un salón de
ladrillo sin revocar y por ahora sin techo. Cerca del mediodía todavía
hay poca gente. Un niño va a buscar a Juan Luis, y mientras tanto yo
converso con su padre, el pastor Antonio Arce. Hoy Antonio viste una
camisa Yves Saint Laurent, pero mañana lo voy a encontrar volviendo
del monte con medio carpincho al hombro, bañado en tierra y sudor. Al
igual que muchos de los Pilagá de su edad, Antonio se crió entre la
marisca -así llaman aquí a la caza y recolección- y el trabajo en los
ingenios azucareros de Salta, a cientos de kilómetros de su lugar de
origen.
Juan Luis no tarda en llegar. Tiene 22 años y me mira con desconfianza.
Más tarde sabré que está acostumbrado a tratar con criollos, y que por
eso acumuló motivos para mantener distancia. Antes fue agente de salud
de su comunidad, luego se fue a trabajar en una panchería del Gran Buenos
Aires, y volvió a sus pagos para formar parte de la asesoría jurídica
indígena. Ahora, cuando hay un juicio donde intervienen indígenas, Juan
Luis está ahí para traducir y ayudar a sus paisanos. A primera vista, me recuerda a los jóvenes Mapuche que conocí en el
sur. Son nuevos referentes comunitarios que, además de sentir orgullo
de su sangre, ponen distancia del hombre blanco y sus valores. Por eso
no me sorprendo cuando me pide el teléfono celular, y chequea que yo
sea quién digo ser. En el monte, por suerte, también hay señal.
La
primera entrevista es con Melitón Domínguez, un testigo que al momento
de la masacre tenía poco más de 10 años. Ahora, con más de 70, descansa
en una silla mecedora a la sombra de un árbol. A su alrededor varios
niños comen un guiso, pero lo interrumpen y se esconden ni bien nos
ven llegar. Melitón se para, nos saluda, acomoda unas banquetas para
que no sentemos y vuelve a su mecedora. Juan Luis le habla en su lengua:
supongo que le explica para qué estamos ahí. Melitón, en cambio, responde
en castellano. Dice que llegamos en mal momento: justito que estaba
por empezar a comer. Si se pasa la hora del almuerzo, se queja, se olvida
del hambre, y si no tiene hambre a veces se queda un día entero sin
probar bocado. Le pregunto si prefiere que volvamos más tarde. No quiero,
le digo, ser recordado como el porteño que no lo dejó alimentarse. Se
ríe y dice que no, que ya está. Respira profundo y, sin otro preámbulo,
empieza contar su historia. No hace falta que hagamos preguntas: Melitón
bucea en su memoria y entrecierra los ojos para encontrar palabras.
"Yo trabajaba en la gendarmería.
Un finado que era porteño, un sargento ayudante que nos quería mucho,
nos dice chiquitos, avísenle a su mamá porque mañana como a las 7 de
la tarde le van a atacar. Nosotros vinimos, le contamos a nuestra madre
y le dijimos que teníamos que ir ahí. No hijo, decía ella, le van a
matar si van ahí. Y nosotros nos quedamos, porque teníamos que respetar
a nuestra madre. Esa tarde, como a las siete y algo, ahí sobre el puente
que están haciendo ahora, en esos algarrobos pusieron las ametralladoras
y empezaron a los tiros. La gente escapaba para los montes. Un cuñado
nuestro nos dijo "agáchense y pongan la cabeza en un árbol grande".
Tenemos que respetar, y ahí nos agachamos y pusimos la cabeza en un
palo, que palo será, no se, pero ahí pasamos la noche. Después escapamos
hasta la entrada de Campo de Cielo. En un lugar donde llegamos cayó
un pájaro y un viejo que entendía, dijo que el pájaro era como un teléfono,
que le traía mensajes. Magayi se llamaba el viejito, era un rengo. El
viejito nos dijo ‘prepárense, que ya nos encontró la huella la gendarmería".
Ahora ya no hay más gente que sepa hacer esas cosas. Nos escondimos
al costado del camino y pasaron los camiones de gendarmería. Los gendarmes
cantaban el nombre del Cacique General Pablito, porque lo querían encontrar
para matarlo…"
Cada Pilagá que entrevisto
habla de los ingenios. Lo hacen con desgano, como quien conversa de
cosas demasiado asumidas. Melitón, por ejemplo, nos muestra su violín
de lata y crin de caballo, en el que ejecuta melodías con las que supo
entretener a sus compañeros durante la zafra. Fueron tantas, me dice,
que ya perdió la cuenta de los años que pasó cortando caña y ganando
terreno de monte para el patrón. La industria azucarera de la zona se nutrió de la mano de obra indígena,
lo mismo que la minería en Bolivia y en Perú. Viajar cientos de kilómetros
en tren, caminar largas jornadas y trabajar en las peores condiciones
es parte de la rutina Pilagá del último siglo. "Nos llevaban", me explica
Melitón, "porque decían que no somos flojos como otras razas". También
me cuenta que fue a trabajar desde los 15 años, y que al principio lo
hacía a cambio de "ropa, comida y poquita plata, porque qué iba a saber
uno cuánto le tenían que pagar", y que dejó de hacerlo por viejo, pero
sobre todo porque en los 90’ los ingenios se achicaron y compraron máquinas.
El que no dice nada es Pedro Palavecino. Ese Pilagá alto y flaco, de
mandíbula ancha, me clava sus ojos claros y se queda en silencio. Ni
su edad quiere decirme. Pasan unos segundos, esboza una sonrisa irónica
y me explica que ya no confía ni en su sombra, y que para entrevistarlo
a él tengo que ir con los abogados de la causa. Y no los que son del
pueblo, aclara, sino los que están en Chaco. Le digo que bueno, que
para otra vez será. "Yo estoy quemado", me responde, "ya no tengo filo,
mi amor". Me río de su ocurrencia, pero tengo el mismo temor que al
llegar a Las Lomitas: no poder saltar por sobre mi propia cultura para
entender su historia. Después del fracaso, volvemos hasta el templo y Juan Luis se declara
con dolor de estómago. Le propongo que descansemos un poco, pero al
rato le digo que mejor no, que si quiere sigamos mañana. El se va, y
yo me siento a esperar que comience el culto. Hay poca gente, así que
aprovecho para jugar con mi cámara y los niños. Es algo que nunca falla:
me acerco a un grupo, les saco una foto y se las muestro. Los pibes
se alborotan. La operación se vuelve a repetir varias veces. Mientras
hago fotos, intentan enseñarme su idioma: ellos dominan el Pilagá y
el castellano con naturalidad. A mi me parece imposible. Cada tanto,
trato que alguna imagen salga buena, pero me doy cuenta de que todas
son la típica foto del norte que se muestra en Buenos Aires: el chico
de cara redonda y flequillo, con el rostro embarrado y sonrisa tierna.
Desespero un poco. No quiero colaborar con ese estereotipo falso, lastimero.
Los porteños algún día tendrán que entender que cuando uno juega en
la tierra, se embarra, y que eso no significa más que lo que significa:
que se jugó en la tierra. Ajeno a la polémica, uno de los chicos posa
haciendo un gesto extraño con la mano. ¿Y eso?. Soy el hombre araña,
me dice. Entonces todos se acomodan para la foto con esa pose. De fondo a nuestro juego, la música anuncia el principio del culto.
El templo sin techo está adornado con globos de varios colores. Más
tarde habrá un cumpleaños de quince. Por ahora, medio centenar de personas
entonan canciones religiosas bajo los rayos del sol. Se canta cumbia
y polca paraguaya, al compás de órganos electrónicos y un bombo criollo.
Saco algunas fotos. La tarde siguiente, cuando se las muestre a Juan
Luis, sabré que ese abuelo de corbata amarilla y la señora del fondo
son sobrevivientes de la masacre. Pero ese día no me entero de más nada:
al tercer tema me vuelvo al hotel.
Lunes por la mañana. Me encuentro con Bartolo Fernandez en Las Lomitas.
Bartolo es representante de la Federación Pilagá y está por viajar a
un encuentro de comunicadores en Formosa. Tenemos una breve charla,
pero enseguida llega más gente: Santiago y Benjamín, que vienen de lejos
y van a la misma reunión que Bartolo. Uno de ellos ceba tereré -mate
con agua fría- pero a mí no me convida. En algún momento, el ambiente
se pone espeso y todos hacen silencio. Trato de pensar que es un silencio
natural, que nadie está incómodo, pero el sonido nunca llega. Pienso
cómo podría escribir esa situación: decir, por ejemplo, que pasó un
ángel, cebó una ronda para todos, y a mí me dejó afuera. Por suerte,
suena mi teléfono: me salva la campana. Es Juan Luis, y dice que podemos
seguir con el recorrido por su comunidad. Le cuento la novedad a Bartolo
y también se ofrece a llevarnos a la suya por la tarde. De repente,
parece que todo va a salir bien. Una hora después, nos encontramos con Juan Luis y caminamos un kilómetro
por una calle de tierra hasta llegar al riacho que todos llaman Madrejón.
Aquí, me dice, empezó la masacre. Todavía no había ni monte ni camino.
Tampoco estaban el puente de quebracho por el que cruzamos, ni los carteles
de propiedad privada que hace unos meses plantaron los gendarmes. Era
todo pampa, y apenas si existían los algarrobos, esos árboles centenarios
que algunos ancianos Pilagá llaman sobrevivientes y principales testigos
de su historia. En los alrededores, apenas hay dos o tres casas con paredes de barro
y techos de chapa. Uno de esos ranchos es el de Juan Córdoba, que volvió
a esas tierras hace menos de un año. Su vuelta no es un hecho más: ese
hombre corpulento, de rostro curtido pero tierno, es el hijo de Luciano,
uno de los personajes claves para entender esta historia.
Imágenes
del hoy y el ayer del Pueblo Pilagá de Formosa. La filmación
antigua fue realizada por una expedición sueca en 1920.
Las imágenes actuales son de
Memorias de la Tierra
Luciano fue el líder de
un movimiento religioso que entusiasmó a los pueblos originarios de
la zona y alimentó los resquemores de los blancos. "Cuando no existía
la ciudad grande en Lomitas", narra Juan Córdoba, "había seis casas
nada más, y estaban los gendarmes. Todos estaban en contra de la creencia
de dios. Por eso mi papá, Luciano, lo observaba ocultamente". Esa creencia
comenzó en 1942, cuando Luciano viajó en tren hasta Formosa y después
hasta Chaco. Allí se encontró con John Lagar, un misionero pentecostal
oriundo de Norteamérica. Lagar se hizo conocido en la zona por bautizar
indígenas. Se dice que más de 10.000 Tobas, Wichis y Pilagá recibieron
su bendición, y que a varios de ellos les entregó biblias para ser vendidas
en sus lugares de origen. Luciano no sabía hablar y mucho menos leer castellano, pero volvió a
Las Lomitas con una de esas biblias bajo el brazo. "Empezaron a evangelizar
y se instalaron acá, en la orilla del Madrejón", explica su hijo. "En
vez de hacer una iglesia, levantaron un montículo de tierra, una corona".
Desde allí, Luciano dirigía ceremonias en lengua Pilagá, que comenzaban
antes del amanecer y terminaban por la noche. "Cuando veían el lucero
de la mañana", dice Juan Córdoba, "empezaban a orar, a hacer bulla,
a cantar, a gritar". En los testimonios que recopiló el antropólogo Pablo Wright, se sostiene
que en 1946 Luciano tuvo una la revelación: la Biblia le habló. Otras
versiones señalan que Luciano "se fue en una chalana por el Río Pilcomayo
hasta cruzar el gran agua que rodea la tierra, allí murió y se fue al
primer cielo". De allí, volvió convertido, y su pueblo lo llamó dios,
el dios Luciano. Quienes lo conocieron, lo describen como un "hombre alto, grandote,
muy serio, que no era charlatán, que observaba mucho". Algunos hablan
de que tenía "poder de sanidad", al estilo evangelista actual, y otros
le atribuyen características propias de un shamán, lo que los Pilagá
llaman pi’ogonaq. "Sanaba enfermos de distintas clases" apunta su hijo,
"y venía gente de otras comunidades, y se quedaban a vivir acá. Entonces
él dejó del ir al ingenio, porque la gente lo entretenía y la traía
ayuda". En su prédica, Luciano tomó algunos elementos de la moral evangélica:
no fumar, no tomar, no robar, y las mezcló con ceremonias propias de
los Pilagá. Era una época intermedia, un pasaje lento entre las viejas
tradiciones indígenas y las creencias introducidas por el hombre blanco.
Pero la gendarmería no lo entendía así. Del lado de los criollos el
malestar no era sólo por miedo a lo desconocido. Los indígenas eran
mano de obra barata para la zafra, y los movimientos religiosos, incluso
los evangelistas, eran vistos en toda la región como una amenaza. Cualquier
acción colectiva tenía que ser sofocada.
Caminamos por el monte. Juan Luis me cuenta de su experiencia como agente
sanitario. Las enfermeras, me dice, discriminan mucho a los indígenas.
Varias veces escuchó que alguna le decía "pata sucia" a sus paisanos.
Que se bañen ellas en invierno con agua fría, respondía Juan Luis, que
siempre está dispuesto a defender a los suyos. Porque él es, me dicen,
"de los duros de la nueva generación". Para demostrarlo, en el brazo
tiene tres cicatrices de quemadura de cigarrillo, la prueba que algunos
adolescentes Pilagá se infligen como prueba de su valor. En algún momento,
esos jóvenes se organizaban para que los criollos no entrasen a la comunidad
a molestar o robar animales. Mientras conversamos, llegamos a la casa de Santiago Cabrera. Pero él
no está: se fue a buscar leña, y recién al tiempo de dar vueltas por
ahí lo vemos bajar del monte con una carretilla cargada de quebracho.
Cada diez metros se para, suelta la carretilla, se escupe las manos
y vuelve a levantarla. Cuando lo alcanzamos, noto que es muy viejo:
hace rato, me dice Juan Luis, que pasó los 80. A simple vista, uno podría
pensar que es uno de esos músicos cubanos que parecen inmortales. Tal
vez me engañe la sonrisa gigante, o la camisa prendida por un solo botón
que le queda tan canchera. Pero su historia no tiene nada que ver con
la música. Santiago Cabrera volvió a Las Lomitas apenas terminó la masacre. Aquel
hombre flaco, por entonces sin arrugas en el rostro, venía de pasar
una temporada en los ingenios de Salta, allí donde aprendió a "aguantar
el hambre comiendo lo dulce de la caña". Al bajar del tren, un gendarme
le apuntó con un arma, y le preguntó si era Pilagá. Santiago no supo
qué decir. Después, cuando llegó hasta el Madrejón, se dio cuenta que
había pasado algo terrible. Su testimonio será la base, seis décadas
después, para que los abogados escriban la presentación judicial. "Con
las primeras luces del alba", dirá el escrito, "la imagen es dantesca.
Más de 300 cadáveres yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta
edad, desnudos, caminan o gatean, sucios…envueltos en llanto". Muchos de esos muertos eran trabajadores que volvieron de los Ingenios
antes que Santiago . En un diario de la época citado por Wright, se
narra la situación de 150 aborígenes que caminaron desde El Tabacal,
provincia de Salta hasta Las Lomitas, luego de ser despedidos del Ingenio
San Martín. Los Pilagá habían sido convocados para trabajar por seis
pesos el día, pero al llegar al lugar les dijeron que cobrarían menos
de la mitad. Intentaron reclamar y a la mayoría los despidieron sin
piedad. La salvación de Santiago Cabrera, lo que le permitió ser testigo,
fue llegar a Las Lomitas después que sus compañeros.
En
el idioma de los Pilagá, la comunidad Kilómetro 14 tiene otro nombre.
Juan Luis me lo repite tres, cuatro veces, hasta que intuyo que su paciencia
roza el límite. Me resigno a llamarla así, por su ubicación en el mapa.
Son las cinco de la tarde y el sol quema con furia. Yo tengo puesto
un gorro de explorador, una remera de fútbol y pantalones anchos. Es
ropa fresca y holgada, ideal para sacar fotos con comodidad, pero parece
que no es suficiente contra el calor. Me siento un habitante del Polo
en el Caribe: todo lo que haga mi afiebrado cuerpo puede ser motivo
de risa, y con razón. Por estar más alejado del pueblo, el monte aquí se conserva mejor y
el clima parece un poco más fresco. En la entrada del Kilómetro 14 nos
reciben Julio Quiroga y Norma Navarrete, ambos sobrevivientes de la
masacre. Con nosotros vienen Bartolo Fernández, Juan Luis, Santiago
y Benjamín, los dos que no me convidaron tereré esta mañana. Pronto,
voy a descubrir que ese gesto fue pura timidez. Le explicamos a los ancianos que hacemos en la zona, y enseguida se
arma una ronda a la que se suman otros miembros de la comunidad. Julio
Quiroga avisa que para contarnos todo lo que pasó tendríamos que quedarnos
dos o tres días, pero que va a intentar darnos una idea. Y que nos va
a hablar en su idioma, porque está cansado y el Pilagá es mucho más
fácil. Juan Luis y Santiago me dicen que está todo bien, que entre los
dos pueden traducir. El diálogo que comienza es desordenado. Los ancianos
hablan, se interrumpen y a veces lo siguen haciendo mientras Juan Luis
y Santiago traducen al castellano. En otros tramos, conversamos entre
nosotros y no llegamos a entender las cosas que los ancianos explican.
Lo que sigue, entonces, es un rompecabezas armado con fragmentos de
varias voces mezcladas en una pequeña babel en el monte formoseño.
Masacre de Rincón Bomba. Gendarmes
irán a indagatoria (2012)
La toldería de los Pilagá
crecía al ritmo de los milagros de Luciano, pero las plegarias no alcanzaban
para llenar los estómagos. Lo único que se multiplicaba a orillas del
Madrejón eran bocas que alimentar, y la llegada de los desplazados del
Ingenio San Martín había agudizado el problema. Se pidió ayuda. Primero comida en el pueblo, a veces casa por casa,
y cuando ya no fue suficiente apelaron al gobierno nacional. Desde Buenos
Aires enviaron tres vagones con alimentos, medicina y ropas, pero el
tren quedó varado en la ciudad de Formosa. A Las Lomitas llegó, diez
días después, un solo vagón cargado de harina con gorgojos, grasa derretida
y galletas verdes. La intoxicación fue una peste. Los gendarmes dirán
luego que se trató de una indigestión masiva "por comer demasiado".
Para los Pilagá, fue un intento de envenenarlos: aún hoy, si se les
pregunta, muchos de ellos sostienen que la comida "estaba maldecida
por un cura, para que nos debilitemos".
El temor crecía de uno y otro lado del Madrejón. En el pueblo la gendarmería
emitía bandos y repartía armas entre los civiles. En la toldería de
los Pilagá, los ritos y las canciones se multiplicaban: dios nos protegerá
de todo, decía Luciano, incluso del hambre y las balas. Cuando el Sargento Ayudante Salazar dió su versión de la masacre, escribió
que los Pilagá "dejaban oír sus músicas y tambores, metiendo aun más
miedo con sus rostros pintados en franca actitud agresiva". En la misma
publicación, Salazar dirá que "en realidad, estos indios eran salvajes,
como animales". Su compañero, el suboficial Perloff, sostendrá que "llamaba
la atención la cantidad de indios Pilagá reunidos, procedentes indudablemente
de distintos lugares, pintarrajeados y danzando, como lo hacen según
su estilo, momentos previos a la pelea".
El gobierno nacional volvió a intervenir. Esta vez, pedían que el cacique
Paulino Navarro, conocido como Pablito, viajase a Buenos Aires para
una entrevista con Perón. Pablito era un hombre joven, con un aro en
cada oreja y una cualidad lo distinguía: podía hablar y leer castellano.
"Pero nunca falta un sueño", se queja Bartolo Fernandez. Lo dice con
bronca, con resignación, como para hacerme entender lo que muchos creen:
que fue el sueño de una anciana el que terminó de torcer la historia
en contra de los Pilagá. Se llamaba Aurora, y se lo narró al cacique
Pablito en forma de premonición. "No te vayas Pablito", le advirtió,
"porque mi visión es que cuando ustedes vayan a Buenos Aires, antes
de llegar te van a matar". Pablito no supo cómo reaccionar. Cuando un
comandante de la gendarmería fue a su toldería y le entregó la ropa
para viajar, el cacique se vistió de criollo y pidió que lo dejasen
sólo con Juanita, su mujer, Al rato salió y le dijo al gendarme que
no pensaba ir a ningún lado. El rostro del mensajero se transformó.
Le dijo "vos no te vas, pero sabé bien que les vamos a dar caramelos".
Nadie sabe por qué, pero así llamaban a las balas en la zona.
Julio Quiroga lo supo enseguida. Tenía casi 15 años, y limpiaba la cocina
de la Gendarmería. La mañana de la masacre, llegó al trabajo y se encontró
con un hallazgo: los gendarmes habían confiscado todo lo que los Pilagá
podían usar para defenderse. "Habían escopetas, machetes, hachas y biblias",
recuerda, "tenían tres cajonadas con las cosas que le habían sacado
a la gente". La suerte ya estaba echada. "El patrón dijo que me iba
a preparar un bolso con mercadería para que me fuera. Me dijeron que
a las 6 me tenía que ir, pero cuando llegué cerca del Madrejón ya estaban
los gendarmes cuerpo a tierra".
Cincuenta años después, el suboficial Perloff dará su versión de esos
instantes previos en una revista de la gendarmería. Allí escribirá que
"…el cacique Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo
que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados detrás
de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras
pesadas, apuntando hacia arriba. Entre los aborígenes (más de 1.000)
se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes
portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en
dirección nuestra".
A
las 5 de la tarde, recuerda Julio Quiroga, "empezaron a tirarnos, y
escapamos, uno para cada lado, algunos para Pampa del Indio, otros para
Campo del Cielo". La matanza no terminará en esa tierra regada de cadáveres. Los Pilagá
serán perseguidos durante varias semanas y cientos de kilómetros a la
redonda. El Sargento Salazar, el único gendarme herido durante la masacre,
escribirá años más tarde que, luego del fuego de las ametralladoras,
"el grueso de la unidad, acompañado por algunos civiles, penetró en
el bosque abriéndose en abanico". El objetivo era que no quedasen testigos.
Pero quedaron. El cacique Pablito vagó por el monte junto a cien indígenas
desesperados y se refugió en Paraguay. El dios Luciano, que para salvar
su vida se escondió en un pozo, fue rescatado por sus seguidores y se
instaló en Laguna Pato. Allí continuó con su prédica, pero a los pocos
años murió. Según su hijo, Luciano se enfermó de miedo y tristeza. Gran
parte de los sobrevivientes quedaron marcados. Como explica Bartolo
Fernandez, "muchas personas no querían volver para esta zona, porque
tenían miedo que los vuelvan a matar. Los ancianos a veces dicen dos
palabras, dicen tres palabras largas y lloran. Ya no es como antes".
Los diarios de la época hablaron de "levantamiento indígena". El diario
el Intransigente del 12 de Octubre de 1947, decía que "la sublevación
obedecería a una prédica infiltrada entre los aborígenes haciéndoles
ver las posibilidades de mejoramiento a que tendrían derecho como nativos
y dueños de la tierra que habitan…". Aunque diez días más tarde, en
el mismo diario, tuvieron que reconocer que "no resultan tan ciertas
las versiones que los indios hubiesen asesinado. Se los persiguió y
se los sigue persiguiendo. En cuanto a los muertos, nada se sabe en
forma oficial porque después de la masacre fueron quemados los cadáveres".
La gendarmería, en cambio, publicó un trabajo sobre el tema a principios
de los 90, al que tituló "el último alzamiento indígena".
Hoy el pueblo Pilagá es considerado en extinción: en toda la región
chaqueña no quedan más de 5000 . Lo que parece no haber cambiado es
la adhesión a la figura de Perón. Cada vez que intenté indagar sobre
que responsabilidad tenía el entonces presidente en la masacre, las
respuestas fueron evasivas. Al final, Juan Córdoba me explicó que opinaban
del General. "Creemos", me dijo, "que era un hombre muy honesto, que
ayudaba a los pobres, y que nos enroló y nos dio los documentos".
Norma Navarrete está sentada sobre un pequeño tronco, casi al ras del
suelo. Cuando el relato de los otros ancianos está por terminar, ella
se levanta y mira al centro de la ronda. Yo quiero hablar, dice, y sus
palabras se clavan en la atmósfera caliente del atardecer. Voy a hablar,
repite, pero quiero que me den tiempo para hacerlo, por lo menos dos
o tres días. No hay tiempo, le decimos: yo me voy por la mañana y no
se cuándo podré volver. Entonces hablo ahora, contesta. Santiago, el
del tereré, se ofrece para traducir. Norma habla como si cantara. Es
una mujer sabia en sus tristezas, y nadie se anima a interrumpirla.
"Era de noche y tiraron bengalas para iluminar y saber donde estábamos.
Eso pasó porque buscábamos un dios. Nosotros fuimos a un lugar que se
llama Pampa del Indio. Escapamos ahí. En ese época yo era joven y soltera.
Yo llevaba la mercadería y mi mamá el agua. Veníamos escapando, por
ahí nos escondíamos, corríamos, llorábamos. Nos fuimos a meter en un
estero, durante el día estábamos en una cueva para que no nos vieran
los gendarmes. Primero yo llevaba mercadería y mi madre llevaba agua,
pero después de algunos días se acabó y pasábamos hambre. Mi abuelo
tenía un amuleto de hueso para tener garra, fuerza, para que no te caigas
o te demores. Me metía unos chuzazos con eso, muy fuerte, cosa que el
hueso del animal penetre en la carne, para que no me duerma, y así lograba
escapar día a día, hora a hora. Así llegamos hasta Campo del Cielo.
En ese mismo lugar nos rodearon. Y no sé como no nos mataron. Había
gente que levantaba nervios, que se preguntaba que iba a pasar con ellos.
Nos rodearon los gendarmes y nos tenían apuntados. Decían ‘a estos perros
lo vamos a matar’. Había muchos muertos y no sabíamos qué hacer para
que no vengan los cuervos a comerlos."
La voz de Norma es una montaña al borde del derrumbe. Cuando termina
de hablar, ya es de noche y apenas nos vemos las caras. Santiago, el
del tereré, está conmocionado: apenas puede emitir sonido. Nos quedamos
en silencio, pero no es el silencio incómodo de esta mañana: es uno
suave, lleno de murmullos y roto de a ratos por la voz de los ancianos
que conversan sobre sus recuerdos, como si nosotros ya no estuviésemos
allí.
Citas de Diarios y testimonios recopilados por Pablo Wright: Crónicas
del Dios Luciano: Un Culto Sincrético de los Toba y Pilagá del Chaco
argentino. P. Wright y Patricia Vuoto. Religiones Latinoamericanas 2
Julio 1991- SN 0188-4050
Un juez de Formosa ordenó allanar el escuadrón de Las Lomitas, donde
hace 58 años se produjo la matanza de 500 miembros de la etnia pilagá.
La comunidad pide al Estado una indemnización "Qué tanto se preocupa si al final son indios", contestó el delegado
de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz, al jefe del Escuadrón
cuando éste le pidió explicaciones sobre el mal estado de los alimentos
que habían llegado para ser distribuidos entre gente de la etnia pilagá,
días previos a la masacre poco conocida por la historia nacional denominada
"Matanza de Rincón Bomba". El hecho ocurrió en octubre de 1947 en Formosa
y se cobró alrededor de 600 vidas a manos de la Gendarmería nacional.
El suceso volvió a la luz cuando el juez Bruno Quinteros ordenó el allanamiento
de las instalaciones del Escuadrón de Gendarmería de Las Lomitas de
esa provincia, donde posiblemente se encontrarán fosas comunes con los
restos de los asesinados. Ayer la Justicia comenzó la búsqueda y encontró
restos de un cuerpo que podrían pertenecer a un integrante del pueblo
originario. En junio de este año, la Federación Pilagá interpuso una denuncia contra
el Estado por "crímenes de lesa humanidad". La demanda, presentada ante
el Juzgado Federal Nº 1 de Formosa, es por "daño colectivo", relató
a Página/12 uno de los abogado de esa comunidad, Julio García. En ese
sentido, agregó que "se presentó una medida cautelar por la fuerte presunción
de la existencia de cadáveres. Por eso el juez ordenó el allanamiento
de cuatro lugares. Uno de esos es terreno de Gendarmería en la intersección
de las rutas 81 y 28, frente a Las Lomitas". Los demandantes piden una indemnización por "daños y perjuicios, lucro
cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la verdad histórica".
FORMOSA - COMUNIDADES
TOBAS, WICHIS Y PILAGÁ
La presentación judicial
señala que entre el 10 y el 30 de octubre del año 1947 fueron asesinados
"entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá, aproximadamente, además
de los heridos y más de 200 desaparecidos". Los más de 50 muertos por
intoxicación, hambre y falta de atención médica y la desaparición de
un número indeterminado de niños elevan las bajas a más de 750. Hubo
190 sobrevivientes. En la presentación se relata que meses antes de los crímenes, más de
7 mil hombres, mujeres y niños pilagás, tobas y wichís caminaban desde
Las Lomitas hasta Tartagal, en Salta, tras la promesa de trabajo, pero
fueron echados cuando reclamaron que se les pagara lo prometido. Entonces
emprendieron el regreso a su lugar de origen. Sin posibilidades de trabajo,
mujeres, niños y hombres fueron víctimas del hambre y las enfermedades.
Los pobladores cercanos los ayudaron con alimentos y ropa. Pero al transcurrir
los días dejaron de hacerlo. Ante la gravedad de la situación, las autoridades provinciales se comunicaron
con el presidente Juan Domingo Perón, quien ordenó, como parte de una
ayuda mayor, el envío de tres vagones con alimentos, ropas y medicinas.
La carga llegó a la ciudad de Formosa y permaneció en la estación, a
la intemperie, diez días aproximadamente.
Finalmente, llegó a Las Lomitas un solo vagón lleno, dos semivacíos,
con la mayoría de los alimentos en mal estado por el tiempo transcurrido.
Fueron distribuidos y consumidos rápidamente por miles de indígenas
que a las pocas horas comenzaron a sentir los síntomas de una intoxicación
masiva. Decenas murieron. El jefe del Escuadrón llamó al delegado de
la Dirección Nacional del Aborigen para pedir explicaciones sobre las
faltas en los abastecimientos y el mal estado en que habían llevado.
Al tiempo comenzó a circular el rumor de un ataque indígena. Gendarmería
formó un "cordón de seguridad" alrededor del campamento aborigen. No
se les permitió traspasarlo ni ingresar al pueblo. Hasta que en el atardecer
del 10 de octubre, el cacique pidió hablar con el jefe del escuadrón.
Se concertó una entrevista a campo abierto. En ese momento se escucharon
descargas de disparos. El 2º comandante del escuadrón, sin que nadie
lo supiera, había hecho desplegar varias ametralladoras alrededor del
lugar. Y todo terminó en la masacre. Después comenzó la persecución
de los que pudieron escapar, "para que no quedaran testigos", concluye
la presentación judicial. Ayer, 58 años después, comenzaron las excavaciones "para encontrar fosas
comunes", indicó García. El otro abogado patrocinante, Carlos Alberto
Díaz, resaltó que este "hecho busca la verdad histórica para determinar
las responsabilidades de quienes originaron esta masacre". Además, se
pide una indemnización en nombre de todo el pueblo y otra parte en solidaridad
con las etnias toba y wichí "porque estimamos que es un problema de
todos los pueblos de la provincia y de América latina".
La investigación del episodio comenzó un año antes de la presentación
ante la Justicia. Los letrados encontraron datos de la matanza cuando
trabajaban en el caso de otra masacre indígena sucedida hace más de
80 años en Napalpí. "Investigando hallamos sobrevivientes. Con olvido
y perdón, las heridas no se cierran –estimó Díaz–. Encontramos un temor
reverencial a causa de ese hecho que impactó en generaciones futuras
de pilagás. Fue difícil que nos dieran acceso."
Fuentes cercanas a la investigación comentaron que "la Federación Pilagá
dio el poder para la presentación en Resistencia, Chaco, y no ante un
escribano de Formosa por temor a represalias".
Los otros tres lugares donde se efectuarán los allanamientos serán en
la localidad de El Descanso, a pocos kilómetros de Las Lomitas, cerca
de las vías y en el cementerio de la localidad de Pozo del Tigre "donde
hubo fusilamiento en las noches posteriores", narró García. Por su parte, el juez federal formoseño, Bruno Quinteros, relató a Página/12
que con esta causa "estamos reconstruyendo una parte de nuestra historia.
Tenemos que determinar la verdad histórica. Yo me enteré de este hecho
con la llegada de esta causa", y enfatizó: "Tenemos un compromiso con
la reconstrucción histórica y con los pueblos".
Por Amelia Presman, enviada a Formosa. Momarandu.com entrevistó al cacique
de la etnia pilagá Alberto Navarrete, sobreviviente de la llamada Masacre
de Rincón Bomba, hecho ocurrido en 1947 y que volvió a la consideración
pública luego de que la justicia federal ordenara exhumaciones en cercanías
a Las Lomitas -Formosa-
Según se cree, hay ahora firmes indicios de que en esa jurisdicción
se encontrarían las tumbas comunes de más de 500 mujeres, niños, ancianos
y hombres de la etnia pilagá, masacrados por tropas de la Gendarmería
Nacional entre el 10 y el 30 de octubre de 1947. Además de los muertos
se estima hubieron más de 200 desaparecidos. Ello, sumado a los más
de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de atención médica y
la desaparición de un número indeterminado de niños, elevarían las bajas
a más de 750.
El hecho permaneció oculto, al punto que en la propia ciudad de Las
Lomitas, muchos ciudadanos consultados por Momarandu.com desconocen
el episodio.
"NO ESTABAMOS ARMADOS"
La noche ya cayó sobre el campamento aborigen, cuando Navarrete recibe
a Momarandu.com. El lacerante canto de las ranas reverbera en los algarrobos
y constituye el único sonido que prevalece en el ambiente, cargado de
humedad y de miseria. Diecisiete familias en condiciones precarias viven
en el campamento, bajo la autoridad de este hombre, el más anciano de
la comunidad.
El cacique habita en el kilómetro 14 de la ruta provincial N° 28 de
Formosa, en cercanías a la ciudad de Las Lomitas, que dista a unos 300
kilómetros de la Capital. Tiene 71 años asumidos aunque los integrantes
de esa comunidad saben que su edad ronda los 80, por la edad aproximada
que tenía cuando presenció la matanza.
El hombre habla en un castellano cerrado y al mismo tiempo emplea términos
de su lengua nativa durante el transcurso de la conversación. Sin embargo,
no es difícil comprender el sentido general de sus ideas.
Sin
penachos ni ornamentaciones que lo destaquen por sobre el resto, el
guía de los pilagás accede a sacar una silla de su casita de madera
y abandona el fuego que ilumina tenuemente la habitación. Parece ciego:
de los ojos se le desprende una humedad que a veces parecen lágrimas
y a veces no.
Pero no ha perdido la visión. Cuentan en el poblado que los días de
sol, Navarrete recorre ida y vuelta los 14 kilómetros que separan el
caserío de la ciudad de a pie.
Recuerda que era pequeño cuando ocurrieron los hechos. El era uno más
de los aborígenes cuyas familias regresaban de Salta despedidos del
ingenio San Martín de El Tabacal por haber reclamado que se les abonara
un prometido jornal de 6 pesos en la cosecha de caña de azúcar.
-¿Qué pasó aquel día de la matanza?
-Yo me estoy acordando del '47. Gente amontonada en madrejón. Gendarmería
disparó. Nosotros pudimos correr al monte. Yo visto eso. Yo declaré
eso. Era 6 de la tarde. No teníamos armas nosotros. Correr nomás. Ellos
tenían ametralladoras.
-¿Usted recuerda haber visto a gendarmes dispararles?
-Yo escuché ametralladoras. Al monte nosotros en plena noche. No sabemos
que pasó con todos, con las tolderías...Antes ya habían muerto envenenados.
Yo visto eso. Nos fuimos a Campo del Cielo (un poblado a 35 km de Lomitas).
Muchos visto tirados, no se si los enterraron. Nosotros queremos saber.
-¿Sienten que el Estado Nacional intentó deshacerse de ustedes?
-Nos trataron muy mal. Gendarmería nos corrió de madrugada. (Vale aquí
una aclaración: Navarrete, como muchos de los otros aborígenes, diferencia
la administración de Perón de la fuerza desplegada por Gendarmería para
reprimirlos y salva la figura del ex presidente, asegurando que desde
Nación no hubo orden de disparar). Dormimos en el monte. En Campo del
Cielo Nicolás Curestes nos ayudó. Estaba en defensa de nosotros y nosotros
ponerlo cacique.
En días posteriores, la matanza continuó. Testimonios aseguran que los
disparos volvieron a oírse tanto en Campo del Cielo (a unos 30 km de
Lomitas) como en Pozo del Tigre (distante a unos 35). Unos 200 indios
más murieron en los alrededores. Y una cifra similar se salvó gracias
a Nicolás Curestes, un hombre de la zona que refugió a los aborígenes
y protegió a muchos.
Tal fue el respeto ganado por el criollo, que el hombre fue nombrado
cacique honorario por los integrantes de esa comunidad. Cuentan en Lomitas,
que al fallecer años atrás su cajón fue cargado al cementerio por los
aborígenes mismos.
Robustiano Patrón Costas
Se trata del más conspicuo político de la oligarquía en
la década del 40 del siglo XX. Había nacido en 1875 y el
gobernador de Salta lo nombró Ministro de Economía provincial
en 1908, oportunidad en que con su hermano Juan se apropiaron
de tierras del departamento de Orán que pertenecían a las
comunidades indígenas. Con la llegada del ferrocarril, una
década después, establece asentamientos indígenas para asegurar
mano de obra barata, casi siempre a cambio de vales, y funda
el Ingenio San Martín de El Tabacal a partir de lo cual
amasa una fortuna con la comercialización de azúcar. Se
convierte en el más alto representante político de los terratenientes,
es designado presidente del Partido Demócrata (conservador),
asume como gobernador de Salta, funda la Universidad Católica
de la provincia, luego es elegido senador y jura como presidente
del Senado de la Nación. Acuerdan los conservadores con
el radicalismo antipersonalista la fórmula presidencial
de la denominada "Concordancia". Esa fórmula será Patrón
Costas-Iriondo, pero no llegará el momento de las urnas
porque irrumpe el golpe de Estado de 1943. Don Robustiano
muere en 1965 sin que sobre él cayera condena alguna por
los crímenes de la Masacre de Rincón Bomba.
-¿Porqué los mataron?
-No sabemos.
-¿Porqué ahora deciden investigar, habiendo pasado tanto tiempo?
-Queremos conocer que pasó con ellos. La verdad.
DESPIDOS, HAMBRE Y DISPAROS
Siguiendo las vías del ferrocarril, hambrientos, los pilagás que volvían
de Salta se instalaron en un descampado llamado Rincón Bomba, cercano
a Las Lomitas. En ese entonces, el asentamiento estaba ubicado en la
intersección de la mencionada ruta provincial y la vía nacional 11,
sitio donde se estima estarían enterrados los cuerpos.
Encontraron allí no sólo un madrejón que les proporcionaba agua, un
recurso fundamental teniendo en cuenta el lugar hostil y las elevadas
temperaturas; sino también compañía: ahí estaban asentados grupos aborígenes
de su misma etnia.
Según investigaciones efectuadas por los abogados de la causa (Julio
César García y Carlos Alberto Díaz) los indios pidieron alimentos a
la Comisión de Fomento y también al comandante Emilio Fernández Castellanos,
del escuadrón 18 de Gendarmería, con base en Lomitas. Pero el poblado
sentía temor a una eventual agresión por parte de los aborígenes (aunque
los pilagá no eran una comunidad agresiva e incluso testimonios de la
época dan cuenta de que entre los "blancos" y éstos existían relaciones
de naturaleza comercial).
Los aborígenes pasaron el invierno a la espera de respuestas tanto por
parte de esa fuerza como del Estado Nacional por entonces a cargo de
Juan Domingo Perón. En esos años, Formosa era Territorio de la Nación
(no fue declarada provincia sino hasta 1956) y Las Lomitas, un poblado
de escasas familias asentados cerca del Escuadrón de Gendarmería.
Mediante gestiones del cacique Pablo Navarro y de su líder espiritual
Luciano lograron que se les dieran ropa y comida para que seis de los
aborígenes se trasladaran a Buenos Aires para entrevistarse con Perón.
Dice Luis Zapiola, abogado de Lomitas, en un artículo incluido en un
curso de derecho de los Pueblos Indígenas en la UBA que "es tan cierto
que quisieron ver al Presidente en Buenos Aires, como que después desistieron
proponiendo que el Presidente los visitara a ellos "para que éste viera
cómo vivían".
Finalmente, el Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente,
solicitó al Gobernador Federal el urgente envío de ayuda humanitaria,
éste se comunica con el Ministro del Interior de la Nación y éste a
su vez le hizo saber al presidente Juan Domingo Perón quien ordenó como
parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo tres vagones cargados
de mercadería y ropas.
La ayuda llegó a destino, pero el delegado de la Dirección Nacional
del Aborigen, Miguel Ortiz, demoró el cargamento en una estación. Finalmente
a Lomitas arribaron dos vagones con media carga y la comida no se encontraba
en condiciones de ser consumida. Sin embargo, ello no fue un impedimento
para que los alimentos se repartieran en el campamento indígena. La
hambruna de los pilagás era tal que aún así los consumieron. Más de
un cincuentenar sufrió una intoxicación que les costó sus vidas.
Así estaban las cosas de tensas cuando el cacique Pablito pidió hablar
con el jefe de Gendarmería. Era el 10 de octubre y gendarme y cacique
debían encontrarse a cielo abierto. Pero a éste último lo siguieron
aproximadamente unas mil mujeres que llevaban consigo retratos de Perón
y Evita Duarte y avanzaban hacia los efectivos. Un centenar de gendarmes
abrió el fuego contra el gentío.
En los pocos diarios de
la época que dieron cuenta del hecho, se informaba de una sublevación.
"Extraoficialmente informamos a nuestros lectores que en la zona de
las Lomitas se habría producido un levantamiento de indios. Los indios
revoltosos pertenecen a los llamados pilagás quienes, según las confusas
noticias que tenemos, vienen bien provistos de armas (...) Ya se habrían
producido algunos encuentros, no se sabe si con los pobladores de la
zona o con tropas de la Gendarmería Nacional –Diario Norte, Formosa,
11 de octubre de 1947, página 1, columna 5".
EXCAVACIONES Y SILENCIO
La causa fue presentada en abril del 2005, y en ella el pueblo pilagá
solicita se le pague una indemnización por daños y perjuicios, lucro
cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la verdad histórica
por un valor de 100.000.000 de dólares.
Las excavaciones fueron
autorizadas por el juez federal formoseño Marcos Bruno Quinteros, en
un predio cercano a Las Lomitas que desde 1987 pertenece a Gendarmería,
los últimos días de diciembre. Otro sobreviviente de la masacre, colaboró
con la identificación de la zona, ahora convertida en un bosquecito.
Aunque sólo encontraron hasta el momento huesos humanos que podrían
pertenecer a una mujer pilagá, los abogados y los mismos aborígenes
creen que allí podrían hallar cientos de cuerpos muertos en la masacre
de Rincón Bomba.
Esas exhumaciones debieron suspenderse el 30 de diciembre del 2005 por
el inicio de la feria judicial y los patrocinadores de la causa resolvieron
pedir ayuda económica a Nación porque consideran que están ante una
tarea de investigación que demandará meses de trabajo en el lugar.
El hecho, que fuera difundido en diarios digitales de la región, cadenas
nacionales de televisión y radios internacionales, no pareció conmover
a la comunidad de Las Lomitas, que continuó sin interrumpir sus habituales
actividades y sin inmutarse siguió viendo pasar a los aborígenes por
las calles, vendiendo sus artesanías.
A fuerza de verdad, tampoco la gran mayoría tiene conocimiento de la
masacre. La matanza fue ocultada con celo y pocos documentos hay que
revelen los acontecimientos que allí tuvieron lugar 58 años atrás.
"Las Lomitas nació como un asentamiento cercano al ferrocarril y a Gendarmería.
La mayoría de los que acá viven tienen algún familiar en la fuerza.
Eso explica en parte porque el hecho aún sigue oculto" comentó a Momarandu.com
Juan Carlos Godoy, delegado del Instituto de Cultura Popular que trabaja
con los aborígenes.
OCTUBRE PILAGÁ, relatos sobre
el silencio - Trailer
La gente de Lomitas (ciudad
de unos 15 mil habitantes, de los cuales una altísima cifra depende
de la administración municipal) ha tenido contacto con las comunidades
aborígenes por años, lo cual no necesariamente significa integración.
Los derechos de los aborígenes son permanentemente violados según comentarios
de profesionales y docentes del lugar. Padecen la discriminación de
los "criollos" y el olvido de la clase política que los ha "recompensado"
con la entrega de planes sociales y los utiliza en tiempos electorales
para mantener la ciudad como bastión peronista.
Los aborígenes viven al margen de los blancos, en barrios alejados y
con escuelas propias. Además de los planes Jefes y Jefas de Hogar y
de la comercialización de sus artesanías (carteras, monederos, collares
de semillas, tapices, cerámicas, trabajos en madera y canastos) reciben
la ayuda del Instituto de Cultura Popular (INCUPO) que presta capacitación
en derechos humanos e información.
"Fue una maldición" dice el presidente de la Federación Pilagá
Por Amelia Presman, 10/06/06
Bartolo Fernández es el presidente de la Federación Pilagá de la zona,
una federación que nuclea a unos 5000 aborígenes de esa etnia en toda
Formosa. Vive también en el kilómetro 14 y aunque no presenció la matanza
respalda la causa y constituye una de las voces más mediáticas de la
comunidad.
"Esto es doloroso pero necesitamos verdad histórica" dijo Fernández
a Momarandu.com. Explicó que aunque el suceso no tomó estado público
sino hasta hace muy pocos días, la posibilidad de demandar al Estado
por la matanza de más de medio millar de aborígenes viene siendo discutida
en el seno de su comunidad desde hace mucho tiempo.
"No fueron 500 los que murieron, fueron 1.000. No sabemos cuantos fueron
baleados, pero muchos murieron por comida envenenada y los ancianos
por ancianos, y por estar debilitados después de meses de no tener comida"
expresó.
"Gendarmería vino con morteros, ametralladoras y fusiles. Cuando el
cacique Pablito quiso hablar con ellos no pensaba en matar ni tenía
armas de fuego. Pensaba en los enfermos y quería tierra propia para
pilagás....Quedamos muy pocos después de eso. La masacre fue una maldición"
sostuvo.
En otro orden de cosas, Momarandu.com consultó a Fernández sobre la
discriminación que reciben en la ciudad. Pero para el titular de la
federación "la relación humana con la gente de la zona es buena".
"No nos sentimos discriminados en el trato humano, pero si en lo legal".
-¿Podría explicarlo?
- Nosotros elegimos al cacique. El piensa en nosotros y sabe defender
su pueblo. Pero ahora en este siglo no hay más caciques sino representantes
municipales y provinciales. Eso es legal. Pero ellos no nos representan.
-¿Usted se refiere entre otras cosas a la presión que ejercen desde
el municipio y la provincia en épocas de campaña electoral, para votar
en determinado sentido?.
-Allí si hay conflicto. Nos tratan mal, nos obligan a votar por alguien
que no respeta nuestros derechos. Nos prometen cosas y después se olvidan.
-Ustedes se dan cuenta de eso, ¿no hay forma de modificar las cosas?
-No es fácil. Los políticos no respetan lo que pensamos. Venimos hablando
mucho entre nuestra gente y con las otras federaciones nos juntamos
en marzo.
La
discriminación, uno de los principales problemas del aborigen
Por Amelia Presman, 10/06/06
El transeúnte ocasional de la ciudad puede observarlo a simple vista.
Los pilagás transitan las arenosas calles de Las Lomitas pero no permanecen
en ellas más que para cumplir con algún quehacer puntual: el cobro de
un plan social, la venta de sus productos, una diligencia pendiente.
Viven desde 1985 aproximadamente en unas 3000 hectáreas que el gobierno
provincial les cedió a 14 kilómetros de la ciudad y esa distancia se
vuelve casi inaccesible con las lluvias. El agua convierte la tierra
en fango y hay que tener habilidad y un buen vehículo para poder avanzar.
No hay luz eléctrica en ese tramo, no hay teléfonos ni señal para la
comunicación satelital.
Los pilagás se movilizan de a pie o en bicicletas aunque por lo general,
los días que se pagan los planes sociales (Jefes y Jefas de Hogar y
Plan Familias) suelen trasladarse al Banco en camionetas que por supuesto
cobran el trayecto. Además de los pocos ingresos que para cualquier
hogar –no sólo para el aborigen- significan 150 pesos mensuales, los
nativos se amañan con la venta de sus artesanías.
Las comercializan por poco dinero en locales de la ciudad y hay quienes
se las compran para luego revenderlas en Capital Federal. Collares de
semillas y cuentas, cintos de yica con hebillas de madera, carteras
y monederos, vasijas de barro, animales de palo santo y tapices son
algunas de sus producciones.
En el 14, como todos llaman al poblado de casas dispersas construidas
en madera y barro, la gente se agolpa, curiosa, cuando un extraño ingresa.
Las mujeres no hablan: observan, sonríen si algo es de su agrado. Los
hombres son los que dialogan. Entre ellos utilizan su lengua materna,
el pilagá, y el castellano es usado con los criollos y los blancos.
La energía eléctrica llegó hace escasos siete meses y el agua la obtienen
mediante un molino. En el caserío se destaca un humilde rancho que hace
las veces de templo. Los aborígenes son evangelistas y celebran oficios
religiosos semanales, a los que acuden las diecisiete familias que habitan
el campamento.
La comunidad pilagá considera que las enfermedades no pasan por lo bacterial
o infeccioso sino por los "daños" que unos provocan en otros, aunque
en caso de urgencias o de nacimientos acuden al hospital público de
la ciudad. Allí no hay centros sanitarios.
Los niños aprenden el idioma nativo y la gran mayoría inicia el manejo
del castellano al inicio de la educación formal, a los seis años. A
la escuela primaria del campamento asisten casi todos, no así a la secundaria,
porque deben ir hasta al pueblo. Es un pequeño grupo el que lo hace
e inclusive, un mínimo porcentaje accede a estudios terciarios mediante
la capacitación de de Instituto de Cultura Popular (INCUPO).
Momarandu.com dialogó con Juan Carlos Godoy, uno de los integrantes
de la institución con asiento en Las Lomitas, Formosa, institución que
lleva adelante capacitación de la etnia pilagá. "Realmente son pocos
pero es todo un avance contar con agentes sanitarios en el hospital
de Lomitas. Lo que sucede es que es innegable que el acceso a la educación
se dificulta por la escasez de medios económicos y en el fondo, por
la manera diferente con la que cada comunidad observa el mundo" dice.
Discriminación, abuso sexual para con las mujeres aborígenes, empleos
mal pagos son algunos de los rasgos característicos que continúan caracterizando
-como desde hace muchos años- la relación entre blancos y nativos.
Godoy también se refirió al sistema judicial que rige para los aborígenes.
"Cuando los conflictos son menores, lo resuelven bajo sus reglas y normas,
en el seno de la misma comunidad. Cuando se ven excedidos acuden a la
Justicia "de los blancos".
El Perito Oficial de la causa sobre la Matanza de más de mil indígenas
Pilagás, jurisdicción de Las Lomitas informó al Juez Federal de esa
provincia, Dr. Marcos Bruno Quinteros, del hallazgo de nuevos cadáveres
de las víctimas.
El Perito Oficial de la matanza ocurrida en el entonces Territorio Nacional
de Formosa, en el año 1.947, llevado a cabo por tropas de la Gendarmería
Nacional Argentina, informó al Juez Federal de la Ciudad de Formosa,
Doctor Marcos Bruno Quinteros, del hallazgo de nuevos cadáveres de víctimas
de aquel genocidio.
Los mismos están localizados en tres zonas más, de las dos descubiertas
hasta ahora ( la primera fue en el 28 de diciembre del 2005 en el polígono
de tiro de Gendarmería Nacional Argentina en Rincón Bomba y la segunda
el 19 de marzo del 2006 en el Paraje La Felicidad, jurisdicción de la
localidad de Pozo del Tigre, todos de la Provincia del Formosa). La
tercer zona se encuentra en el kilómetro 30 jurisdicción de la localidad
de Pozo del Tigre, la cuarta en Colonia Muñiz , distante a 7 km al este
de la ciudad de Las Lomitas, próxima a la ruta nacional Nº 81 y la quinta,
nuevamente, en el lugar donde se inició la matanza en Rincón Bomba.
La ubicación de las distintas tumbas confirman el "sendero de la muerte",
que se extendió por más de 40 km, de los que pudieron huir en un primer
momento del ametrallamiento del 10 de octubre de aquel año.
Asimiso, ante la petición fundada, solicitada el 3 de abril del 2.006,
por los Doctores Carlos Alberto Díaz y Julio César García, Abogados
Apoderados de la parte Actora Federación del Pueblo Pilagá, el Comandante
General de la Gendarmería Nacional Argentina Don Héctor Bernabé Schenone,
dispuso, por Resolución Nº 532/06, la apertura de los archivos de esa
Institución, lo que constituye un hito histórico, político y jurídico
en el esclarecimiento de crímenes de lesa humanidad en la República
Argentina.
Los Doctores Carlos Alberto Díaz y Julio César García en el día de hoy
ya han establecido contactos con Oficiales Auditores de la Gendarmería
para comenzar, en los próximos días, con un equipo de documentalistas
y expertos en registros virtuales, los estudios de los archivos que
se encontrarían diseminados entre el Escuadrón de Las Lomitas, la Agrupación
Formosa (capital) y el edificio Centinela en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
Por Eduardo Rodríguez-Baz (PL) / Argenpress, 31/03/06
El reciente hallazgo de unos 27 cadáveres de indígenas pilagá, exterminados
durante una matanza en 1947, desenterró uno de los pasajes más virulentos
de la historia argentina: el genocidio de los pueblos aborígenes.
Los restos de los pilagá, parientes lingüísticos de los tobas y wichis,
fueron encontrados el pasado 17 de marzo en un paraje de la provincia
de Formosa, a más de 1.200 kilómetros de Buenos Aires, por el Equipo
de Investigación de Crimen Forense.
Enrique Prueger, a cargo del grupo de expertos, reveló a la prensa ese
día que algunos de los restos humanos descubiertos hasta el momento
pertenecen a una mujer y otros a un niño.
Según el especialista, no se trata de una fosa, sino que los cadáveres
están diseminados en un descampado ubicado a escasos kilómetros de Pozo
del Tigre, una zona de difícil acceso donde para recorrer 16 kilómetros
se necesita una hora de viaje en camioneta.
Prueger realizó el procedimiento junto a peritos de la policía formoseña,
como parte de una investigación autorizada por el juez federal Marcos
Quinteros y que en diciembre de 2005 permitió comenzar las excavaciones.
El luctuoso hecho, prácticamente desconocido, ocurrió en octubre de
1947 y se inscribió en los anales de la historia argentina como La masacre
de Rincón Bomba, cerca de la ciudad de Las Lomitas.
Debieron pasar casi seis décadas para que este terrible acontecimiento
saliera a la luz.
En abril de 2005, los abogados Carlos Díaz y Julio García presentaron
una denuncia contra el Estado Nacional por haber cometido crímenes horribles
contra el pueblo Pilagá.
Solicitaron ante el Juzgado Federal de Formosa que se le pague una indemnización
'por daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y
determinación de la verdad histórica'.
Gracias a los estudios realizados durante cinco años por ambos magistrados,
quienes representan a la Federación Pilagá, hoy se puede conocer un
poco más de aquel verdadero calvario.
Más de 750 integrantes de esa etnia resultaron entonces asesinados cuando,
tras negarse a trabajar como esclavos en los ingenios azucareros de
la vecina provincia de Salta, fueron echados por los capataces y retornaron
a sus comunidades en Las Lomitas.
De vuelta a Formosa, la muerte los volvió a asechar ante la escasez
de comida.
Luego de reclamar ayuda a las autoridades nacionales, el gobierno del
entonces presidente Juan Domingo Perón envió un tren con ropas, alimentos
y medicinas, pero gran parte del cargamento nunca llegó a sus manos
y la comida la recibieron en mal estado.
Sin embargo, los indígenas fueron víctimas de la desidia de los funcionarios
provinciales, lo cual precipitó una masacre ejecutada por uniformados
de la Gendarmería Nacional que desoyeron órdenes en sentido contrario
de sus superiores.
De acuerdo con Díaz y García, entre 400 y 500 nativos murieron por el
fuego de las ametralladoras, a los que se sumaron numerosos heridos
y más de 200 desaparecidos, entre ellos muchos niños.
Recortes de periódicos de la época, rescatados por los juristas, dieron
cuenta que tres vagones llegaron a Formosa a mediados de septiembre,
pero el delegado de la Dirección Nacional del Aborigen, Miguel Ortiz,
los dejó abandonados en la estación.
A principios de octubre llegaron a Las Lomitas merced a la intervención
del gobernador provincial, quien tras enterarse de su retención dispuso
la salida inmediatamente.
Pero ya era tarde, un solo compartimiento estaba lleno y en los otros
dos apenas quedaba la mitad de la carga, mientras que los alimentos
se habían descompuesto.
Aún así, se repartieron en el campamento y al día siguiente 50 de ellos
murieron por los efectos de la intoxicación.
Pensando que se trataba de una acción premeditada, los autóctonos salieron
varias veces a reclamar de manera pacífica hasta que los gendarmes rodearon
el campamento y dispararon sus fusiles contra los cuerpos inermes de
niños, mujeres y ancianos.
Tras el hallazgo del pasado día 17, Díaz confesó estar consternado:
es la primera vez que encontramos tamaña cantidad de cuerpos, lo que
demuestra el genocidio que hubo en el país, denunció el magistrado.
Por su parte, el cura párroco de Las Lomitas, Francisco Nazar, solicitó
a las entidades de derechos humanos acompañar la causa de los indígenas
para que haya juicio, castigo y reparación histórica por las matanzas
contra los pueblos originarios en Argentina.
'Es una tristeza muy profunda encontrar 27 cuerpos masacrados por el
genocidio. Sale a la luz la historia negada que revela la impunidad
que ha habido con los indígenas', sentenció el también fundador de la
Pastoral Aborigen de la Iglesia Católica.
Nazar se dirigió en particular a las emblemáticas Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo -cuyos hijos y nietos desaparecieron durante la última
dictadura militar-, a quienes pidió involucrarse de manera directa en
el esclarecimiento del atroz suceso.
Su llamamiento tuvo además como destinatario al presidente argentino,
Néstor Kirchner.
Así como bajó el cuadro del ex dictador Jorge Rafael Videla (cabecilla
del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976), que también descuelgue
el de aquellos que masacraron a nuestros hermanos, concluyó el reconocido
religioso.
Los abogados patrocinantes anticiparon que solicitarán a la Justicia
la citación de unos 30 gendarmes que aún están con vida, con el fin
de aportar en una causa de violación a los derechos humanos considerada
imprescriptible.
De acuerdo con recientes censos, la comunidad pilagá está integrada
en la actualidad por unas cinco mil personas, quienes residen en zonas
rurales de las provincias de Formosa y Chaco, en el noreste de la nación
austral.
En un fallo inédito en la Jurisprudencia Argentina y latinoamericana,
el Juez Federal de Primera Instancia de la ciudad de Formosa, capital
de la provincia del mismo nombre, Dr. Bruno Quinteros, ordenó al Estado
Nacional Argentino, que se haga cargo de todos los gastos, erogaciones
de la investigación en la búsqueda de restos y las víctimas y fosas
comunes, originadas en la denominada Matanza de Rincón Bomba. El juicio
que todavía se haya en trámite se encuentra fundado en la imprescriptibilidad
de los crímenes de Lesa Humanidad perpetrados por tropas de la Gendarmería
Nacional Argentina entre el 10 de octubre al 5 de noviembre, aproximadamente,
del año 1947.
En aquella oportunidad, en el paraje cercano a la Localidad de Las Lomitas
fueron ultimados entre 700 y 1500 niños, ancianos, mujeres y hombres,
desarmados e indefensos pertenecientes al pueblo pilaga, hoy en proceso
de extinción.
En la resolución Nro. 151/2006, del 22 de marzo de este año (2006),
el magistrado, en los considerandos, manifestó que " …fundado en el
reciente hallazgo del descubrimiento de la primera fosa común de las
posibles víctimas de la denominada " Matanza de Rincón Bomba"; teniendo
presente que el instituto de "Litis Expensas", previsto por el Código
de Rito, ( Art. 651" ), establece el derecho que tiene un litigante
a recibir del contrario una cantidad de dinero que varía según la condición
económica del solicitante y que constituye un medio tendiente a asegurar
la vigencia efectiva de la garantía constitucional de igualdad ante
la ley, en atención de la parte accionante (Federación de Comunidades
Indígenas de la Etnia Pilaga), al carácter de solvencia acreditado del
demandado (Estado Nacional), y al interés general comprometido en la
causa, ventilada en autos en la cual se pretende el resarcimiento colectivo
como consecuencia de la posible violación de derechos humanos derivados
de crímenes de lesa humanidad razón por la cual se hace necesario ordenar
todas las medidas necesarias como resultado de los allanamientos decretados
oportunamente. Firmado Marcos Bruno Quinteros Juez Federal. Liliana
E. González Costa Secretaria".
Dicha resolución por lo novedosa e inédita pone de relieve dos cuestiones,
una que hace al sujeto legitimado en la presente acción que es una organización
indígena, que reclama el resarcimiento de delitos de lesa humanidad
y por lado lugar amplia el instituto de litis expensa a una causa colectiva
e iguala a las partes en el acceso real y plena al sistema de justicia,
superando la mera abstracción teórica de la igualdad entre las partes.
Muchas veces o en la mayoría de los casos el accionante tiene razón
en sus peticiones pero por carecer de medios económicos, frustra sus
expectativas aún antes del comienzo de la litis.
Los abogados de la Federación Pilaga Dres. Carlos Alberto Díaz y Julio
César Garcia, quienes han iniciado también la causa por la masacre de
Napalpí en 1924 Toba Qom – Mocoví y por el Bombardeo de Plaza de Mayo
del 16 de Junio de 1955, manifestaron la importancia de la resolución
del Magistrado Federal actuante, porque es el primer caso de extensión
del Instituto " de las litis expensas", a la problemática de los derechos
humanos. Ello permitirá como en este caso realizar las investigaciones
por la búsqueda de fosas comunas en un amplio territorio del estado
formoseño, que durará aproximadamente más de seis meses.
Por Carlos Alberto Díaz y Julio César García, 07/03/07 napalpi1924@yahoo.com.ar; julmirs@ciudad.com.ar
El Juez Federal de la Provincia de Formosa, Doctor Marcos Bruno Quinteros,
en un fallo histórico en el País y Latinoamérica, calificado como ejemplar
en medios jurídicos, rechazó "in totum" todas las excepciones interpuestas
por el Estado Nacional en el juicio por la matanza de más de 1.500 niños,
ancianos, mujeres y hombres desarmados de la etnia Pilagá del 10 de
octubre del año 1.947 y meses subsiguientes.
El genocidio fue cometido por fuerzas de la Gendarmería Nacional Argentina
hace más de 57 años, saliendo a la luz por las investigaciones realizadas
por el Abogado chaqueño Carlos Alberto Díaz que en el año 2.005 interpuso
una acción de resarcimiento, en nombre del Pueblo Pilagá, patrocinando
al Doctor Julio César García.
El 28 de diciembre del año 2005, en cercanías de la localidad Formoseña
de Las Lomitas se encontró la primera tumba común de las víctimas, repitiéndose
los hallazgos de tres más en los meses de marzo/abril del año 2.006,
en una zona conocida por Paraje La Felicidad, en cercanías de la localidad
de Pozo del Tigre, en la misma provincia.
Al contestar la demanda el Estado Nacional Argentino a principios del
año 2.006, no negó el hecho, pero sí interpuso tres excepciones procesales:
Prescriptibilidad de los Crímenes de Lesa Humanidad (pese a que la Corte
Suprema de Justicia el 14 de junio del año anterior había declarado
la imprescriptibilidad de los mismos), falta de legitimación activa
del Pueblo Pilagá para estar en juicio e incompetencia del Juez Federal
de Formosa para atender en la causa.
En la Resolución N° 15/2007, del 5 de Febrero de 2007, el Magistrado,
en pormenorizados considerandos dice:"La excepción de falta de legitimación
(por el Estado Nacional Argentino) fue fundada en que no fueron acreditados
derechos sucesorios de las víctimas. Niega que el Pueblo Pilagá pueda
ser considerado como una etnia".
"Como apoyo de la excepción de prescripción postulan que por aplicación
de lo establecido por el Art. 4073 del digesto civil, al haberse iniciado
la presente acción en el año 2005 han pasado más de 57 años del hecho
generador invocado (30/10/1947)".-
Esgrime, la demandada, que la jurisprudencia de la Corte Suprema referida
a la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad no resulta
aplicable al caso de marras, rechazando la existencia de un delito de
ejecución continuada.
En los considerandos de la resolución el Doctor Quinteros afirma, con
fuerte sentido crítico, que la Procuración del Tesoro de la República
Argentina "dogmatiza" al decir que la imprescriptibilidad no significa
inextinguibilidad, habida cuenta que las acciones tildadas de dicha
forma por tratarse de delitos constitutivos de violaciones a los derechos
humanos, lo son exclusivamente en vida del autor o responsable, por
lo cual, de constituirse el tipo penal, podría intentarse la acción
si alguno de sus autores o cómplices vivieran.
A su turno, previo traslado de ley, la Federación del Pueblo Pilagá,
con la firma de los Abogados Carlos Alberto Díaz y Julio César García,
a fs. 140/165 rechazó, punto por punto, todas las excepciones previas
planteadas, expresando textualmente el Juzgado Federal, que los demandantes
puntualizaron lo "…referente a la falta de legitimación de la Federación
Pilagá precisando que la misma posee suficiente legitimación para estar
en juicio fundado en antecedentes constitucionales, en el derecho positivo
argentino, en el derecho internacional consuetudinario y tratados internacionales.
Citaron en abono de su posición el la diferencia del concepto de poblaciones
y pueblos indígenas y su relación para estar en juicio"
Sigue diciendo el Juzgador:"Con copiosa doctrina y jurisprudencia, da
cuenta de los intereses individuales homogéneos del pueblo Pilagá y
alega la inaplicabilidad de los principios de derecho privado en la
tutela colectiva de los derechos individuales y como derivación lógica
de ello, expone, que el concepto de heredero forzoso no se adapta a
los actores de este juicio, toda vez que entiende estar en presencia
de un sujeto colectivo afectado por un hecho estatal dirigido contra
los mismos, que justamente tenía por objeto su exterminio".
Finaliza diciendo que los Actores remarcaron:"En segundo lugar, el mentado
hecho afectó bienes inmanentes como la vida y la identidad de los accionantes,
que impactaron en ese momento y los condiciona en la actualidad para
ser parte activa de la sociedad. Remarca significativamente que el 95%
de los indígenas se encuentran bajo la línea de la pobreza, no existen
prácticamente asalariados, empleados en los servicios públicos, fuerzas
de seguridad o profesionales de cualquier rama del saber humano, circunstancia
que tiene conexión directa con la generación de temor reverencial. Transcriben
doctrina judicial surgida de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Luego de estos considerandos el Juez en su parte pertinente dice: "Abocándome
directamente al tratamiento de la excepción de incompetencia, no resultará
baladí poner de relieve que de una primera lectura de la excepción de
incompetencia ensayada por el Estado Nacional…importa desmerecer toda
argumentación en tal aspecto…".
"Decidido ello, es dable introducirse al análisis de la excepción de
prescripción…" dejando sentado el criterio "…que en las pretensiones
indemnizatorias derivadas de delitos de lesa humanidad, no es aplicable
plazo alguno de prescripción, ya sea si la acción se iniciare a partir
de lo que establece el Art. 29 del Código Penal, o si se intentare en
sede civil, invocando como sustento de lo antedicho, se ha considerado:
"...con respecto a los plazos de prescripción liberatoria que fija el
código civil, es dable destacar que, en modo alguno podrían ser invocados
con sustento, ya que "debe recordarse que la prescripción no puede separarse
de la pretensión jurídicamente demandable" (Fallos 308:1101), y en este
caso, el origen del reclamo reparatorio se basa en el daño ocasionado
por un delito de lesa humanidad, y no en uno derivado de una relación
meramente extracontractual, o de un delito penal que no tiene especial
connotación de su imprescriptibilidad".-
Prosigue
diciendo:"Que aún si se quisiera considerar un plazo de prescripción,
esto no sería factible, ya que el delito de carácter permanente mientras
no se establezca el destino o paradero de la víctima desaparecida ha
quedado establecido por la [Convención] Interamericana sobre Desaparición
Forzada de Personas, aprobada el 9 de junio de 1994 por la Asamblea
General de la Organización de Estados Americanos, cuya ratificación
fue autorizada por el Poder Legislativo Nacional mediante ley 24.556,
y en las condiciones de su vigencia, goza actualmente de jerarquía constitucional
(Ley 24.280) Art. 75 cinc. 22 de la Constitución Nacional...a los fines
de la aplicación de un supuesto plazo de prescripción, toda "ficción
jurídica" deviene inaceptable frente a la realidad palpable de la existencia
de este delito permanente mientras no se establezca el destino o paradero
de la víctima desaparecida, tal como determina taxativamente la Convención
supra citada..."
En relación a la excepción de falta de legitimación activa para estar
en juicio del Pueblo Pilagá expresó: "…toda evaluación de la legitimación
para estar en juicio, no puede perpetrarse desde un plano individual…sino
que debe ser observada desde una óptica colectiva, pues el mismo derecho
positivo reconoce la calidad de comunidad étnica derivada de su propia
estructura social, compuesta por la identidad del pueblo con la combinación
de diversos factores, que implican una abismal diferencia con las figuras
e institutos procesales del derecho común".-
"La necesidad de mayor legitimación frente a los "nuevos derechos";
el individualismo extremo cede paso a la solidaridad como un integrante
natural de la personalidad humana; ergo va de suyo, que para verificar
la legitimación es imprescindible estudiarla en el contexto constitucional,
pues el derecho procesal no puede resolver por sí solo tal cuestionamiento,
dado que ningún derecho puede ser válido si no se conforma al sentimiento
jurídico que prevalece en la comunidad reflejada en la carta magna,
debiendo siempre garantizarse el respeto a la dignidad y derechos del
hombre".
Llama la atención de la insólita posición del Estado Nacional Argentino,
que durante la actual administración realizó un avance significativo
en la reivindicación por la defensa de los Derechos Humanos al decir:
"Paradójicamente el Estado Nacional intenta desmerecer la legitimación
para estar en juicio de la comunidad accionante, sin percatarse que
por la modernización del derecho se ha producido un ensanchamiento de
la base de la legitimación procesal como consecuencia de admitir, ya
no solo la mera demanda individual del portador de un derecho subjetivo,
sino además, la de otras personas menos aforadas, pero que, no obstante,
alcanzan a exhibir un grado de interés suficientemente protegido como
para pasar el umbral de los tribunales".-
Afirma que "…Se trata de lograr que los seres humanos logren mejor desarrollo
individual y la dignidad y libertad acordes con las circunstancias concretas
que les ha tocado vivir en sociedad; de ello se colige que pretender
privar a la "Comunidad Pilagá", de la facultad de acudir a los tribunales
es quitarle el más importante e intenso instrumento de que pueda disponer
ante una hipotética lesión de un derecho constitucional en caso de que
no baste con el descubrimiento de la verdad real y su reprochabilidad…".-
Finalmente, señala:"…no puede pasar inadvertido el argumento relativo
a la acreditación en juicio de los derechos sucesorios que establece
el Art. 1078 del CC, puesto que tal exigencia resulta a todas luces
inadmisible en la causa, habida cuenta que estamos en presencia de una
comunidad de aborígenes reclamante, debiendo remontarnos a la época
de la matanza (década del ´40), tiempo en el cual, el Estado expuso
un notorio desinterés por empadronar e identificar a los pueblos aborígenes,
situación que aún en la actualidad no ha sido totalmente regularizada
(la primera campaña para dar documentos a los indígenas argentinos fue
en el año 1.953). De allí que el sujeto pasivo de esta acción no puede
valerse de su propia inercia y la nula investigación posterior del suceso
que es denunciado como el "genocidio de una etnia". Vale decir, como
podría pretenderse la aplicación de un instituto constituido entre el
causante y su heredero forzoso, si precisamente una de las premisas
básicas de la tarea de recopilar pruebas en esta acusa, se sostiene
en la pretensión de identificar a las víctimas de las que se desconocen,
aun hoy, todo dato personal, razones por las cuales, concluyo dictaminando
la improcedencia de tal pretensión.
Al conocerse la sentencia el Doctor Julio César García manifestó la
trascendencia del mismo y el hecho que de ahora en adelante el juicio
avanza hacia una pronta resolución con la producción de pruebas incontrovertibles
porque ya existe producido un incidente de prueba anticipada que descubrió
tres tumbas comunes con cientos de cadáveres y se espera que haya más.
Por su parte el Doctor Carlos Alberto Díaz, destacó los fundamentos
del Juez Federal Doctor Marcos Bruno Quinteros, realizando una fuerte
crítica a los argumentos defensivos del Ministerio de Justicia y Derechos
Humanos de la Nación. Afirmó que los fundamentos utilizados exceden
los límites de una defensa técnica, porque han denostados gratuitamente
al Pueblo Pilagá y negado lo innegable: la imprescriptibilidad de los
crímenes de lesa humanidad.
Indudablemente, remarcó, pese a los avances en la lucha por las defensas
de los Derechos Humanos de este Gobierno, aún subsisten bolsones dentro
del mismo que obran en sentido inverso.
-Es intolerable desde un punto de vista jurídico, ético y humanístico,
que existan derechos humanos para no indígenas y otros devaluados para
nuestros Pueblos Originarios- terminó diciendo
Como conclusión del trabajo de los peritos que investigaron la 'Matanza
de Rincón Bomba', hecho ocurrido en 1947 con la participación de efectivos
de Gendarmería Nacional contra cientos de aborígenes pilagás, se determinó
que los naturales murieron como consecuencia del disparo con armas de
fuego.
Los abogados que impulsan la investigación están sorprendidos porque
el perito que ellos aportaron pidió junto al perito oficial que se cierre
esta etapa del proceso, a lo que el juez accedió. Ahora habrá una audiencia
entre todas las partes.
El abogado Julio García, representante de la comunidad pilagá víctima
de la "Matanza de Rincón Bomba" recordó que recientemente terminaron
con las excavaciones en la zona de Las Lomitas y Pozo del Tigre para
determinar la magnitud del hecho ocurrido en 1947, fruto de lo cual
se encontraron decenas de cuerpos, que habrían sido asesinados por la
Gendarmería.
"El 4 de julio habrá una audiencia con el perito de la causa, quien
hizo una ardua tarea en el descubrimiento del hecho. Esto obedece a
que se habría presentado un informe donde el perito oficial y nuestro
perito informaron al juzgado que su tarea habría finalizado, no le hemos
dado esas instrucciones a nuestro perito por lo que queremos tener una
audiencia con el juez y el perito oficial" explicó el abogado en RadioUno
Formosa.
Agregó además que "Estamos en fecha para que el estado nacional presente
la contestación de la demanda, paralelamente por la gravedad del hecho
denunciado y el modo en que actúa cuando existen este tipo de delitos,
pedimos que se produzcan pruebas como las excavaciones, para esto interpusimos
una medida cautelar, que fue concedida, en ese sentido estaban habilitados
para trabajar los peritos. De manera sorpresivo se presentó un informe
sobre lo realizado pero de manera apresurada se pidió al juzgado el
cierre de esta prueba, a lo que no estamos de acuerdo. El juez aceptó
cerrar esta etapa de la causa".
Comentó que el informe detalla los trabajos realizados y reconoce que
las investigaciones deben continuar, por lo que no se entiende que como
resultado pidan el cierre del trabajo con el objeto de la regulación
de honorarios.
El informe concluye cómo murieron los aborígenes: "Hay heridos de bala,
fotos de las armas que se utilizaron, una descripción de que los cuerpos
fueron trasladados hasta el lugar".
Historia
La llamada "Matanza de Rincón Bomba", acaecida en las cercanías de la
hoy ciudad de Las Lomitas, ocurrió entre el 10 y el 30 del mes de octubre
del año 1947, hace 58 años, en el entonces Territorio Nacional de Formosa.
El Juzgado Federal de Formosa recibió una denuncia de una supuesta violación
de derechos humanos por crímenes de "lesa humanidad", contra el Estado
nacional por estos echas. Por la misma se solicita la indemnización
de daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación
de la verdad histórica, a favor del pueblo de argentinos de etnia Pilagá.
Dicha demanda fue presentada por el Abogado Julio César García con el
patrocinio del Doctor Carlos Alberto Díaz. A continuación, la presentación
hecha por Díaz y García narrando la forma en que habrían ocurrido los
hechos hace casi 60 años en territorio formoseño. El informe señala
que: En el mes de abril de 1947 miles de braceros Pilagás, Tobas y Wichís
son despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San Martín de El
Tabacal.
En mes antes habían sido traídos, desde el Territorio Nacional de Formosa,
caminando cientos de kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres,
sus mujeres y sus niños con la promesa que se les pagaría $ 6 por día.
Una vez en El Tabacal se les quiso abonar la suma de $ 2,50 por día.
"...Considerándose defraudados recurrieron ante las autoridades respectivas
de El Tabacal y no pudieron obtener justicia, por el contrario, cuando
insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos inhumanamente. El
pueblo condolido les ayudó dentro de sus posibilidades.
Del Tabacal volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios
para hacerlo por ferrocarril...".(Diario "Norte", de Formosa del 13
de mayo de 1.947). Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000 indígenas según
Teófilo Ramón Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1991. Las
primeras víctimas de la hambruna y las enfermedades comenzaron a ser
los niños y los ancianos. Luego los hombres y las mujeres. La situación
expulsa a esta población a salir de su ámbito natural y buscar ayuda
en las poblaciones cercanas, ubicándose en el paraje conocido como "Rincón
Bomba". Una delegación encabezada por el Cacique Nola Lagadick y Luciano
Córdoba piden ayuda a la Comisión de Fomento de Las Lomitas y al Jefe
del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, Comandante Emilio
Fernández Castellanos.
Se trasladan hasta un descampado, ubicado a 500 metros, aproximadamente,
del pueblo "para que se vean nuestras miserias...". Comienzan a mendigar
las madres con sus hijos en brazos, puerta por puerta, pidiendo tan
sólo un poco de pan. Al principio algunos se solidarizan, inclusive
el Jefe del Escuadrón de Gendarmería, como algunos de sus hombres a
su mando, se preocupan por la desesperante situación, les dan yerba,
azúcar y ropas. Pero al transcurrir de los días las puertas ya no se
abren y no se les recibe más en el Escuadrón.
"Mandaron lenguaraces al poblado y lograron se concretara el primero
de sus pedidos, consistente en víveres diversos y ropa para vestir (de
pies a cabeza) a seis indios, con la misión de posibilitarles su traslado
a Buenos Aires para entrevistar a las autoridades y al Presidente Perón.
El jefe de Unidad reunió entonces a comerciantes y ganaderos obteniendo
de su colaboración víveres y ganado en pie que eran distribuidos por
personal del Escuadrón. Así al principio. Pero al poco tiempo, los indios
ya no pedían: exigían. De que primero quisieron ver al Presidente en
Buenos Aires, es cierto, tan cierto, como que después desistieron proponiendo
que el Presidente los visitara a ellos "para que viera cómo vivían"...
hubo muchas indigestiones, y hasta dos muertes, más la madre del propio
Pablito (el cacique). Amanecieron indigestados y debido al fuerte descenso
de la temperatura en horas de la noche, resfriados y engripados, aduciendo
entonces "haber sido envenenados".
El Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, lo impone
de la situación al Gobernador Federal solicitándole el urgente envió
de ayuda humanitaria.
El Gobernador se comunica diligentemente con el Ministro del Interior
de la Nación haciéndole saber la gravedad de la situación y la falta
de recursos en el territorio para afrontarla. Este a su vez le hace
saber al presidente Juan Domingo Perón quien ordena inmediatamente,
como parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo social, el envió
de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con alimentos,
ropas y medicinas. La carga llega a la ciudad de Formosa en la segunda
quincena del mes de septiembre consignada al delegado de la entonces
Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz.
Permanece en la estación, a la intemperie, diez días aproximadamente.
Enterado el gobernador Hertelendy de la injustificada demora y consiente
de la situación de los indígenas, conmina por intermedio y en persona
del Jefe de la Policía Nacional de Territorios, al delegado de la Dirección
Nacional del Aborigen la inmediata partida del cargamento.
A la estación de Las Lomitas, llega un solo vagón lleno, dos semivacíos,
los primeros días de octubre de 1947, sólo con alimentos, la mayoría
en mal estado por el tiempo transcurrido entre el envío y la irresponsable
dilación en su entrega por parte del Delegado de la Dirección Nacional
del Aborigen: harina con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida
por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas. Son distribuidos
y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos,
semidesnudos y debilitados seres humanos.
A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación
masiva. Fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos,
temblores y nuevamente la muerte... primeramente de los que se encontraban
más débiles que llegó a más de cincuenta, mayormente niños y ancianos.
Los gritos y quejidos de dolor en las noches de las madres que aún sostienen
en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en la noche formoseña.
No tenían consuelo. Los primeros son enterrados en el cementerio "cristiano"
de Las Lomitas.
Al ser tantos se les niega que lo sigan haciendo en el mismo, evitando
el acceso de los cadáveres al mismo. No les queda otra posibilidad que
hacerlo en el monte. Las ceremonias mortuorias, con sus danzas rituales
marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios, retumban noche tras
noche.
El jefe del Escuadrón lo llama al Delegado Nacional del Aborigen, increpándolo
y pidiéndole explicaciones sobre las faltas en los abastecimientos y
el mal estado en que habían llevado y se habían distribuidos. Este,
al parecer de carácter muy soberbio, le contesta en forma descomedida
diciéndole que "...que tanto se preocupaba si al final son indios...".
Fernández Castellanos, muy nervioso por la situación que le toca manejar
e indignado, seguramente, por el desprecio hacia los indígenas demostrado
por Ortíz, le pega una cachetada que lo tira de espaldas en la puerta
de su despacho, adelante de algunos de sus subordinados. Ortiz sale
corriendo del Escuadrón y desaparece de Las Lomitas.
Comienza a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién,
que aquellas sombras de seres humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados,
indefensos, sino también enfermos, estarían por atacar a no se sabe
quién.
Comienza a hablarse del "peligro indio". Gendarmería Nacional forma
un "cordón de seguridad" alrededor del campamento aborigen. No se les
permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los Pilagás. Se colocan
ametralladoras en "nidos", en distintos sitios "estratégicos". Ya son
más de 100 los gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles
a repetición que día y noche custodian el "ghetto".
Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10
de octubre "...el cacique Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón),
por lo que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados
detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos
ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más
de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños,
quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados
en dirección nuestra".
En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil
ametralladora, carabinas y pistolas, origen de un intenso tiroteo del
que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego, pensando
procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Alia
Pueyrredón, sin que nadie lo supiera, hizo desplegar varias ametralladoras
en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos 200 metros
de nuestra posición y en medio del monte...".
Se lanzan bengalas para iluminar la dantesca escena y determinar mejor
los blancos a tirar. Cientos de mujeres con sus niños en brazos, ancianos
y hombres comienzan a huir hacia ninguna parte que los lleva fatalmente
a la muerte. Con las primeras luces del alba la imagen es dantesca.
Más de 300 cadáveres yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta
edad, desnudos, caminan o gatean, sucios, entre los cadáveres, envueltos
en llanto.
Luego del ametrallamiento "...pensando que al llegar la noche atacarían
avanzando sobre Las Lomitas, efectuamos tiros al aire desde todos lados
para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en la oscuridad,
debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondiéndose
en el monte, al que obviamente conocían palmo a palmo..." (Comandante
Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).
Pero allí no termina la matanza. Comienza la persecución de los que
pudieron escapar, "para que no queden testigos", contando la Gendarmería
Nacional con la "colaboración" de algunos civiles. Van en dirección
a Pozo del Tigre la mayoría, otros para Campo del Cielo, miles se guarnecen
en la espesura de los pocos montes que quedan. En los días subsiguientes
son rodeados por las partidas. Y allí nuevamente son masacrados en distintos
lugares (Campo del Cielo, Pozo del Tigre, etc.) más de 200 personas.
Entre los represores ninguna víctima. Se hubiera podido seguir la trayectoria
de las tropas por las piras de cadáveres humanos que se quemaban, porque
"no había tiempo para enterrarlos", a medida que avanzaban.
La presentación de los abogados Díaz y García habla de que "en total
son asesinados en la "campaña" entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá,
aproximadamente, además de los heridos y más de 200 "desaparecidos".
Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta
de atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños,
elevan las bajas a más de 750, entre niños, ancianos, mujeres y hombres.
La locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones
caza-bombardeos".