La Argentina de los runas, la patria de
Fortunato Ramos
Por Pedro Patzer
En un tiempo en el que los templos de Buenos Aires son los shoppings, en una
época en la que tristes bares invitan a la “happy hour” y al “after office”
(desahogos para náufragos oficinistas) En días de “bullying”, “whatsApp”, y de
“llamadas perdidas”, persisten artistas que acuden al llamado de la tierra,
artistas que defienden las palabras ancestrales, palabras emancipadoras que
retratan a las secretas patrias de la Argentina, esos pequeños países ,que
conforman este país, y que encienden el lado más indoamericano del ser
argentino: “Patria, es la mama tierra que resuella en el alto, la Pachamama que
masculla tictinchas de Agosto…Patria es el salar de Huaytiquina y la veta mina
El Aguilar;/ Patria es el asno que retoza en los cerros…Patria es el niño, que
camina por la puna…el arrío de llamas, el tropel de guanacos, las vizcachas al
sol…” Fortunato Ramos, docente y artista jujeño, pero sobre todo: hijo de un
arriero, de quien heredó el andar entre las comarcas de los cerros y así a
recuperar en su poesía, el viento aborigen (“El espíritu dolido, se alegra a
veces con el viento, se estremece otras y hasta imprime el miedo en la soledad
de los cerros”) a través de términos como chaguanca (descendiente de los
chaguancos, que habitan el ramal jujeño), acullico (bolo de coca masticada),
cardonero (hombre que hace madera, de la planta de cardón), quencha (brujo),
Tequis (niños pequeños), Tolas (plantas que sirven como combustible) entre
tantas otras palabras de adobe y apacheta que pertenecen al patrimonio
espiritual de los custodios de la Madre de los Cerros: “Los runas cantaron sus
coplas en tono de Pascua y bailaron una corneteada del valle…porque ya comienza
el invierno, no sólo en el clima, sino en el alma del collaje, porque pasó
tentación y el regocijo espiritual, mella el corazón del runa respetuoso de Dios
y de la Pachamama” Sin embargo, la misión cultural de Fortunato Ramos es la de
sumergirnos en la profundidad de la compleja Belleza de la quebrada y la puna,
la de recobrar a los quijotes del cerro; al espíritu cultural de mascar coca; a
Zenón, el runa cardonero; a la Pachita del cerro; al burro “olvidado de Dios,
del hombre lugareño y de la misma naturaleza”; al tren colmado de zafreros rumbo
al cañaveral: “El tren es medio folklórico, con los runas plastaus en el piso,
con un palo con picante de pata u panza, con un jarro floriau llenito de sopa…la
ida a los ingenios, con chalonas, con maíz, papas con ocas; y la guelta con
zapatillas nuevas, con escaleras, mesas, sillas y troncos de cedro, cargao los
vagones hasta los techos…” Es decir, la obra de Fortunato tiene como mandato
traducir cada uno de los mundos del Jujuy profundo, los universos que laten el
corazón colla, y entregarlos como ofrendas culturales: “¡Qué triste!, sería, un
todosantos, sin coca, ni vino, ni chuyas ni alcohol, pero la veneración de
nuestra gente, hace que todo llegue más allá, una pitada de cigarros, un acusi
verdoso y un canto a las ánimas” Fortunato Ramos, como los artistas que acuden
al llamado de la tierra, son parte de su misma obra, él es el amante
experimentando el sirviñacu y el viento que arrea al Coquena y su leyenda; el
niño arriero y el pastor de ovejas. Fortunato y el paisaje de la quebrada se
imitan mutuamente, se corrigen, se superan, mantienen conversaciones de siglos,
diálogos de erque, plegarias andinas, rezos de cerros: “Hasta cuándo señor tata
Dios!, vua sufrer tan mucho de tantos castigos, de tantas penurias…! ¡Por qué
tanta peste pa mis ovejitas, por qué las heladas para mis maizales!...Si soy más
lomudo pa cargar la caña, si soy más forzudo pa agujeriar las minas de plomo y
de zinc” Mientras los diarios nos informan de la caída de la bolsa de la “City
Porteña”, Fortunato Ramos nos instruye sobre la última señalada en un paraje de
la quebrada: “no sé cuántos tendrán la suerte de participar en una señalada de
ovejas y chivatos en las Peñas Blancas de Humahuaca…es una costumbre que se
muere junto a los pocos viejos que moran todavía en lo alto…” Fortunato Ramos
(ramos de universos de los corpachadores) retrata a una Eva colla y abre una
puerta del remoto Edén del puneño, en el corazón del distraído argentino (aquel
que está zonzamente convencido de que venimos de los barcos) por eso escribe
sobre Juana Martínez: “Una agüela de 85 años , una Pachamama, diría yo, porque
parece un terrón, es la tierra misma, a la que se está volviendo la
vieja...ayer, oscuro, oscuro, salió de su casita rumbo al cerro….llevaba,
sahumerios, cigarros y coca...ella, apenas, si tiene para vivir, pero para su
mama tierra, consiguió todo...iba, pensando, tal vez en que este año, sería el
último que daría de comer a su pacha...ya tiene su mojón la Pachamama en el
cerro, donde siempre pastó sus ovejas, y ella, mientras viva, todos los primeros
de agosto, estará aunque sea de rodillas, frente al agujero, donde humea la coa,
zahumándose la mama tierra...volcó la ollita de comida, tictinchas de maiz, de
habas al hoyo, que a uñazos limpió cavó...nombrándo a sus changos que están en
la zafra, recomendando por sus dos burros...rogando por sus tres corderos, rezó
una oración ya casi en desuso: el yo pecador…¡Qué va pecar pobre mama! si vivió
martirios bajo los temporales del alto…¿Pecado, será ser pobre?...” ¿De cuánta
riqueza cultural está hecha la pobreza de esa anciana puneña? ¿Acaso los ricos
de ciudad no están empobrecidos de los tesoros de los pobladores de los caseríos
de los altos? Comprender la acuarela humana que pinta Fortunato es incorporar el
alma de la Argentina de los runas, la pequeña patria de los cerreros: “¡Cuántos
Quijote hay en los cerros! genios perdidos tal vez, quijotes de las letras,
quijotes de las coplas, quijotes de la música, señores, runas, soberbios,
recios, hidalgos en la locura del alto...recuerdo un Quijote de Santa Ana …sin
conocer nada del mecanismo de la aviación quiso construir un avión viendo volar
los caranchos...vino a incentivar su locura...el sobrevuelo de una avioneta del
gobierno de la provincia...produciendo el miedo entre los pastores, mujeres y
hasta los perros...nuestro Quijote llamado Genaro Cruz...describió así la
experiencia: ´El avión tiene la panza blanca numas, igual qui un carancho, la
eli, va dando vueltas para romper el aire; las alas; no muevi, van queto nomas,
vola igual qui los cuervos; hasta y podiu ver la cabeza del hombre manejador´”
Fortunato Ramos nos brinda acceso a la patria de los juguetes del chango del
alto: “Los años caminan y todo es lo mismo, moti, sal con lechi son mis
caramelos, mi juguete un chivo o el perro ovejero, poco tiempo tengo, pero no
soy un niño. Mi avión de juguete es un cuervo viejo, mi camión un burro de
trotar muy lento, mi amigo, es el zorro que roba mis cabras y es todo mi
consuelo de poder ser niño… ¡Y no hay reyes magos, no hay Días del Niño, jamás
tuve suerte de poder ser niño!” ¿Cómo entenderíamos los porteños, los lectores
de crónicas culturales, los conocedores de movimientos artísticos universales,
los admiradores de la arquitectura francesa de la avenida Alvear, los senderos
de ripio para acceder al espíritu de esa patria de las lágrimas de los burritos
de la quebrada, sin la obra de Fortunato Ramos?: “Burro leñero, serio como su
runa…¡jamás ríe!...Pero sí recuerdo, haber visto un burro, con gruesas gotas de
lágrimas en sus grandes, redondos y oscuros ojos, que parecen decir algo;
lágrimas quizá por los fríos del alto…” Fortunato nos revela que hay un sabor
continental de la puna, reservado a los runas: “…Los changos del cerro, comen
desde muy pequeños, el ají y ni siquiera lo sienten, mas si un foráneo, apenas
lo prueba, transpira, se enrojece y hasta salta de desesperación por lo tan
fuerte que es…” ¿Comprenderemos que el apunamiento es parte de la resistencia de
un paisaje cultural, que los ladrones de la historia nunca han podido con esos
arribas, que los falsificadores de mapas y culturas jamás han conseguido hacer
nido allá, en el paisito de lo runas, en la comarca de los herederos de
Viracocha: “La naturaleza es dura con los forasteros, más aún con aquellos que
recelan a la Pachamama…” Tendremos conciencia de la importancia cotidiana de la
coca, del sol interior que significa para un runa: “Déjenme mascar mi coca,
señor comisario;/ yo no soy vicioso, menos pendenciero/ soy un pobre diablo, que
anda por los cerros/ buscansi la vida, allá entre los cuervos/…y tengo el
respeto de limpiar mi boca,/ pa qui no mi veigan qui yo toy coquiando,/ y tengo
el respeto de llevar mi coca, pal tata Coquena, / por abras heladas, donde
usted, no llega, señor comisario…”
Fortunato Ramos no sólo es tierra que anda, como indicaba Atahualpa Yupanqui, es
el cartógrafo del corazón del runa, el que denuncia la deuda interna de nuestra
cultura e historia con los collas, el que nos explica que en aquellos caseríos
del alto, donde no hay luz eléctrica, es el sonido del erque el que ilumina a
los caminantes que van detrás de él, como si ese sonido ancestral fuera el faro
de los cerros, la estrella de la puna que hace titilar la antigua luz de una
raza.
Entre tanto turismo cultural y demasiado pintoresquismo folklórico, Fortunato
Ramos, el “maestro normal nacional” nos da lecciones de la integridad de los
pueblos antiguos:
No te rias de un colla
No te rías de un colla que bajó del cerro,
que dejó sus cabras, sus ovejas tiernas, sus habales yertos;
no te rías de un colla, si lo ves callado,
si lo ves zopenco, si lo ves dormido.
No te rías de un colla, si al cruzar la calle
lo ves correteando igual que una llama, igual que un guanaco,
asustao el runa como asno bien chúcaro,
poncho con sombrero, debajo del brazo.
No sobres al colla, si un día de sol
lo ves abrigado con ropa de lana, transpirando entero;
ten presente, amigo, que él vino del cerro, donde hay mucho frío,
donde el viento helado rajeteó sus manos y partió su callo.
No te rías de un colla, si lo ves comiendo
su mote cocido, su carne de avío,
allá, en una plaza, sobre una vereda, o cerca del río;
menos si lo ves coquiando por su Pachamama.
Él bajó del cerro a vender sus cueros,
a vender su lana, a comprar azúcar, a llevar su harina;
y es tan precavido, que trajo su plata,
y hasta su comida, y no te pide nada.
No te rías de un colla que está en la frontera
pa'l lao de La Quiaca o allá en las alturas del Abra del Zenta;
ten presente, amigo, que él será el primero en parar las patas
cuando alguien se atreva a violar la Patria.
No te burles de un colla, que si vas pa'l cerro,
te abrirá las puertas de su triste casa,
tomarás su chicha, te dará su poncho, y junto a sus guaguas,
comerás un tulpo y a cambio de nada.
No te rías de un colla que busca el silencio,
que en medio de lajas cultiva sus habas
y allá, en las alturas, en donde no hay nada,
¡así sobrevive con su Pachamama!
Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer