ZONA LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“Me volví taciturno y me acostumbré al bajo perfil”
Entrevista a Ricardo Rubio por Rolando
Revagliatti
Ricardo Rubio nació el 11 de mayo de 1951 en el barrio de Mataderos, ciudad de
Buenos Aires, la Argentina, y tiene su estudio a pocas cuadras de dicha ciudad,
en Lomas del Mirador, provincia de Buenos Aires. Adoptó la nacionalidad
española. Concluyó en 1967 el profesorado de idioma inglés, así como en 1972 sus
estudios en filosofía oriental, en 1973 los de analista programador, en 1974 los
de sofrología y parapsicología. Realizó cursos de idioma italiano, tecnicatura
en electrónica, narrativa fílmica, dirección teatral, etc. En innumerables
medios gráficos nacionales y del exterior se han publicado textos de su autoría,
algunos en italiano, alemán, francés, catalán, gallego, inglés y ruso. De sus
poemarios, mencionamos “Clave de mí” (1980), “Pueblos repentinos” (1986),
“Historias de la flor” (1988), “Árbol con pájaros” (1996), “Simulación de la
rosa” (1998), “El color con que atardece” (2002), “Entre líneas de agua” (2007),
“Tercinas” (2011). En narrativa se editaron los volúmenes “Calumex”, novela,
1984, “Crónicas de un legado hermético”, novela, 2011, “Minicuentos grises”
(2009), entre otros. En ensayo elegimos citar “Elvio Romero, la fuerza de la
realidad” (Ediciones Servilibro, Asunción, Paraguay, 2003) y “Elvio Romero – De
la tierra intensa” (2007). Y en dramaturgia “Los remolinos” (1997), “La trama
del silencio” (1998), “El escriba nocturno” (2002). Integró, por ejemplo, las
siguientes antologías: “17 Poetas entre la utopía y el compromiso”
(compiladores: Antonio Aliberti y Amadeo Gravino, 1997), “Esquina sin ochava”
(compilador: Omar Cao, 2000), “El verbo de los tiempos” (antología de poesía
universal, en ruso; compilador: Andrei Rodossky, Universidad de San Petersburgo,
Rusia, 2004), “Dársena sur” (Asunción, Paraguay, 2004), “MeloPoeFant
Internacional” (bilingüe: castellano-alemán; compilador: José Pablo Quevedo;
edición conjunta de sellos de Berlín, Alemania y Lima, Perú), “Breve polifonía
hispanoamericana” (compilador: Alfonso Larrahona Kasten, México, 2005),
“Eufonía” (2009). En carácter de antologador tuvo a su cargo los tomos I, II y
IV de “Poesía para el nuevo milenio” (1999, 2000, 2001), “Emilse Anzoátegui,
Antología poética (1956-1999)” y otros volúmenes de poesía argentina
contemporánea. A través de Editorial Sagital se publicó en 2004: “La palabra
revelatoria: el recorrido poético de Ricardo Rubio” por Graciela Maturo. Once
piezas teatrales suyas fueron estrenadas, una de ellas en Madrid, España, con la
dirección de Juan Ruiz de Torres. Desde 1980 dirige el Grupo Literario “La Luna
Que”, que integraba desde 1978, y también la editorial del mismo nombre. Entre
otros cargos, ha sido secretario general de la Asociación Americana de Poesía,
miembro del comité de organización de la Fundación Argentina para la Poesía,
secretario de cultura primero, y luego presidente de la Sociedad Argentina de
Escritores (Oeste Bonaerense), co-director, con Carlos Kuraiem, de la “Muestra
Itinerante de Revistas Culturales y Literarias”. Además de coordinar talleres de
escritura desde 1980, es el responsable de, por ejemplo, http://minicuentos.blogia.com
y http://lalunaque.wordpress.com. Entre 1980 y 2005 dirigió la revista literaria
“La Luna Que” (33 números) y entre 1997 a 2000 el boletín de literatura
contemporánea “Tuxmil” (21 números). Con Antonio Aliberti fundó “Universo Sur”,
revista bilingüe (castellano-italiano) que difundió a poetas argentinos en
Italia (4 números). Ha sido integrante de jurados en más de veinte certámenes.
Desde 1986 ha obtenido diversos premios y reconocimientos por su quehacer.
Innumerables son también sus participaciones públicas en presentaciones de
libros, festivales de poesía, mesas de lectura, eventos culturales.
1 - “Adoptó la nacionalidad española.” Y tu apellido “viene de España”.
¿Abuelos, padres...? Sé que conociste España hace pocos años. Y que tu hija
reside allí.
RR - Soy hijo de campesinos gallegos, lucenses (provincia de Lugo, a terra dos
nabos). Mi madre es de Alence, una aldea de nueve casas (“Casa de Rubio”), y mi
padre, de Forcas, de once casas (“Casa de Valdolago”). Soy nieto, bisnieto y
tataranieto de gallegos, y no sé más allá, pero nací en Buenos Aires, dos años
después de que mis padres llegaran de España y se casaran aquí.
Hasta cuarto grado mi pronunciación fue española: el cantito, la “c” sin sesear,
la sibilancia de la “s” y las tablas de multiplicar cantadas, por lo cual
recibía correcciones de los maestros y mofes de mis compañeros.
Al tiempo de estas palabras, mi madre tiene 92 años, toda su rama ha sido
longeva. Casi toda mi familia gallega —lo que queda de ella— reside en España
(Lugo, Madrid, Barcelona, Málaga) y dos primas hermanas que están en La Habana,
Cuba —donde nacieron—; ellas tienen una numerosa descendencia, a diferencia de
los que quedaron en Galicia. Sé que uno de mis primos fue escritor, casi con el
mismo “éxito” que yo, y otro, cura.
Detento el apellido Rubio por parte de padre y madre —nacidos de familias
diferentes—, razón por la que mi nombre español es Ricardo Alfonso Rubio Rubio.
Este apellido proviene del apelativo “rubeo”, que era la menta que los romanos
hacían de los pobladores cercanos a Finisterre, dados su color de piel y de
cabellos. La significación de “rubeo” es “rojo”, y, por ende, el apellido que
más atañe a Galicia. Mi madre, hasta encanecer, fue “roja”. Valga aclarar que
hay un distingo entre rojos y pelirrojos, que también los hay, o los había; el
“rubeo” se dio por el color rubio tostado y no precisamente por el pelirrojo.
Me casé en 1984 con Graciela Ferrer, abogada y Licenciada en Historia, quien es
una eterna estudiante de las ciencias sociales. Tenemos dos hijos, Lucas y
Laura. Lucas es Técnico Vial pero trabaja conmigo como imprentero (estudia la
carrera de Edición en la UBA) y empezó a escribir creativamente desde muy chico,
pero lo hace por épocas. Mi hija reside en Madrid desde hace siete años, hacia
donde partió por primera vez a los diecinueve. Es Bachiller Pedagógico y estudia
Ciencias Políticas en la UNEAD de Madrid. Debo agradecer los progresos
técnico-cibernéticos que permiten, a mí y a mi esposa, hablar casi todos los
días con ella. Viene de visita dos veces por año; y sí, en una oportunidad he
sido yo quien fue a visitarla. Tiene hoy veintisiete. No le gusta escribir
creativamente, pero es una buena lectora.
2 - Trasladémonos, Ricardo, a tus sensaciones tras cada texto tuyo difundido en
medios gráficos bien al principio de que comenzara a sucederte; y a qué te
pasaba antes, durante y después de tus primeras lecturas públicas; y cómo fue
cuando accediste al objeto constituido por tu primera obra autónoma. Y si querés
ligar mi inquietud a otras primeras apariciones tuyas en el ámbito literario o
teatral —tu primera pieza estrenada, tu primer reconocimiento, tu primera
inclusión en algo que te haya dado en el centro de tu deseo—, dale, danos a
conocer cómo creés que te impregnaron, qué promovieron, qué deslizaron, qué
descubrieron.
RR - Por problemas, no sé si políticos o de aberraciones castrenses, me volví
taciturno y me acostumbré al bajo perfil; publiqué un poco tarde, porque hacía
más de una década que había escrito los libros que vieron la luz en 1979 y en la
década del ochenta.
En 1978 aparece, de la mano de Omar Cao, un díptico con trece poemas de
trinchera, y en 1979 el primer libro de poemas que recogía textos no
comprometidos, escritos entre 1969 y 1978, que eran los únicos que tenía fuera
del tema social. No fue emocionante, quizás porque soy de emociones moderadas o
tal vez porque el proceso militar había mellado mi alegría.
El golpe de estado de 1976 me declaró prescindible por el famoso inciso 11 (Ley
21274) y me envió a la penumbra de los escondrijos y a los trabajos eventuales,
en los cuales no se requería ni mi nombre ni mi documento. Me vi obligado a no
volver a la universidad (cursaba la carrera de Antropología) ni a frecuentar los
ambientes céntricos. Mi vida cambió por completo y mi poesía empezó a escurrirse
por los terrenos antropológicos y metafísicos, previa quema de libros y papeles
supuestamente comprometedores.
Durante el proceso militar elaboré los poemarios “Pueblos repentinos” e
“Historias de la flor”, que publiqué en 1986 y 1988, posteriores a la novela “Calumex”,
en 1984. “Pueblos repentinos” refleja mi anterior forma de encarar el canto,
tiene aún vestigios sociales, por entonces creía que estaban bien disimulados.
“Historias de la flor” es mi primer trabajo metafísico en poesía, pese a que
“Clave de mí” (1980) lo anunciaba.
Durante la mala época es cuando me acerco a los ambientes vernáculos. Mis
sensaciones estaban trastocadas y me incomodaba la presencia de personas
desconocidas, me resultaban sospechosas de ocultar uniformes, de modo que no
tenía más que la permanente atención por ver las probables salidas de escape.
Siempre me acompañaba la misma pregunta: “¿Qué hago acá?”
A redimirme, llega el grupo La Luna Que Se Cortó Con La Botella, dirigida por
Omar Cao y Hugo Enrique Salerno, dos años después del golpe de estado. Hacían
recitales y me compelían a editar, a dar conferencias (el lema de mis
conferencias era “Magia Negra y Magia Blanca”, un pastiche acerca de las
prácticas de sectas y religiones; también pude participar con mis libretos en
las obras que dirigía José Luis Lamela, y mi primera emoción fuerte se dio
precisamente con la obra para niños “La reina dorada”, que escribí en verso
formal, y que fue representada en teatro de títeres de la Biblioteca Popular
José Enrique Rodó, un año antes de que el “ejército argentino” —así se
presentaron— la quemara.
Pocas veces la poesía me dio satisfacciones en vivo. Lo críptico que me
caracteriza y que ocupa gran parte de lo que he escrito, no es apto para una
fugaz oralidad; pero sí me la dio el teatro. Venía yo de escribir y dirigir
cortometrajes en S8 y el paso al escenario me pareció natural. Mi mayor
satisfacción eran los ensayos, los pequeños logros que creía ver en los actores,
la formación de una obra, los retoques de texto, los gestos, las locuras
escenográficas... Solían decirme que tenía una estética cinematográfica, cómo no
tenerla si de allí había partido; pese a la solapada crítica que encierra la
frase “estética cinematográfica” referida al teatro, agradecía que dijeran que
tenía una. Fueron veinte años de maravilla.
La única presentación de libro propio que me conmovió profundamente fue la del
poemario “Simulación de la rosa” (1998), en la Librería Hernández, a la que
concurrieron resonantes nombres de las letras, la sala se desbordó largamente y
vendí una cincuentena de libros. Ese día creo que sentí que estaba logrando
alguna cosa, que nunca sabré qué es.
El intercambio de cartas tuvo sus alegrías. Por entonces me emocionaba recibir
cartas de quienes consideraba (y considero en muchos casos) maestros: Ponzo,
Ulises Petit de Murat, Raúl Gustavo Aguirre, Marco Denevi, Juan-Jacobo Bajarlía,
Jaramillo Ángel, Rodolfo Alonso, Peltzer, Ester de Izaguirre, Larrahona Kasten,
Susana Sumer (esposa de Romilio Ribero), Ana Emilia Lahitte y muchos otros; y
también me emocionaba recibir revistas de todas partes, me publicasen o no, y
que ocasionalmente lo hacían. Nadie como vos, Rolando, conoce tanto estas
circunstancias.
Te cuento una anécdota: en un número de la revista “Repertorio Americano”, una
de sus notas aludía al poeta sueco Harry Martinson; como era un bardo de mi
interés, la leí con cierta fruición, pero al llegar a la última línea vi que
estaba firmada con mi nombre. Sorpresa, era una apostilla que había escrito y
publicado en la revista “La Luna Que” algunos años antes. El caso es que pude
leerme desde “otro”, advirtiendo tono, vocabulario, estructura, opinión, sin que
pesasen lo subjetivo y el prejuicio de la autocorrección. Como pensaba, y
pienso, que soy mejor lector que escritor, desde ese momento comencé a tener un
poco de fe en lo que hago y a largarme con el ensayo.
Los premios y reconocimientos, que no son muchos, no mellaron mi carácter,
apenas lo acariciaron. “El color con que atardece”, que considero largamente mi
mejor poemario, fue reconocido en más de una oportunidad, por lo que infiero que
el camino previo mereció la pena; pero en la vorágine no he tenido tiempo de
sentarme a ser feliz.
3 - Tantos libros y revistas y boletines y plaquetas —miles y miles los cientos
de cada edición— han pasado por tus manos —y hasta podría aseverar que
literalmente ha pasado por tus manos cada ejemplar, ¿no?— en tu condición de
diseñador, impresor, editor. Tantas cartulinas habrás sugerido para las tapas,
tanto habrás aconsejado a autores que publicaban libro propio por primera vez.
¿Nos trasladarías algunas anécdotas, algún cruce inefable, sorprendente,
inopinado?
RR - Infinitas anécdotas, Rolando, como la de un libro que tuvo un título y un
nombre de autor en la portada y otros muy distintos en el lomo; o el interior de
un libro con la tapa de otro; o tapas a la mitad del tamaño del interior; que
cuando la imprenta con la que trabajaba suspendió las impresiones de un día para
otro porque no daban abasto con sus propios trabajos, debí recurrir a impresoras
de chorro de tinta que fulminaba cada semana, a mi pequeño taller vinieron a
morir treinta y dos impresoras de escritorio, hasta que pude acceder a una
máquina de imprenta propia.
El tenor de las anécdotas no pasa de las dramáticas, ya que lo editorial es en
mi caso un trabajo solitario que no da para el humor. Lo único gracioso es que
soy Profesor de Inglés y Analista Programador, materias que dicté como docente
por largos períodos, pero hoy uso la PC sólo para diseño y edición de libros.
Y sí, es cierto, cada página de 476 títulos pasó por mis manos o por las manos
de mis compañeros de grupo, mis hijos o mi esposa, sin contar miles de
plaquetas, salvo aquellas que hiciera el Gobierno de la Ciudad en los 90’.
4 - Has prologado y redactado comentarios críticos a modo de epílogos a más de
setenta volúmenes: ¿Tendrás, probablemente, más de un modo de involucrarte en
estas tareas? ¿A qué prologuistas admirás (además de Borges, me imagino)? ¿Recordás
prólogos o epílogos que te hayan impactado (acaso hasta de esos en los que podés
llegar a estimar que son superiores al corpus del libro)? ¿Lo considerás un
género, un sub-género, un ensayo o estudio de la obra (interrogo olvidándome de
los meros textos laudatorios, machacones, remanidos, “cariñosos” con la persona
del autor, o de los que, en ediciones colectivas, elogian la promisoria juventud
o lo que sea que los reúna a los autores)?
RR - Prologar, comentar, hacer la crítica de una obra de amigos o de un poeta o
narrador lejano en tiempo y espacio no me resulta sencillo hasta encontrar las
primeras palabras que sean fieles a lo que siento frente a los textos. De
cualquiera de ellos, me interesan, por sobre todo, el concepto y el hilo
emocional que lo provoca y justifica, luego me tomo la atribución de creer en lo
que percibo y paso al intento de objetividad. Una vez dado ese paso, unas
primeras palabras, y de atisbar la intención creativa de la obra, el trámite se
facilita. Es entonces cuando rebusco entre las estéticas, estilos, concordancias
—me gusta nombrarlas—, sea por forma o semántica. Y siempre las hay.
Creo que no tengo modos —al menos conscientemente— de encarar un comentario,
pero debo reconocer que no me provoca lo mismo analizar textos de Reinaldo
Arenas o Romilio Ribero que la obra de un amigo, para la cual, infiero, tengo
una “colocación” distinta por cercanía o amistad y por ende un discurso
diferente, que creo más cálido y menos preceptivo.
Me agradan mucho los prólogos, pero mucho más los análisis preliminares; extraño
aquellas ediciones económicas de Kapelusz. Me divierten los esfuerzos que se
hacen para ensalzar la obra que procede o precede al comentario y que muchas
veces, como mentás, son superiores a la obra en sí; también me divierten las
observaciones equívocas de algún prologuista o analista. Para el caso cito el
extenso análisis que hizo Rama Prasad del texto anónimo “Zivagama” (“Las fuerzas
sutiles de la naturaleza”), en donde se desatina en un vano esfuerzo por
traducir una idea oriental milenaria al mundo occidental actual.
No considero los prólogos como subgénero, me parecen simples alusiones sobre la
verdadera obra artística, creo que un prólogo es a un libro como un sombrero a
la cabeza, cuando es de noche y no llueve (dejo abierta la posibilidad al frío).
Claro que a todos nos gusta elegir un nombre que nos haga quedar bien, que nos
ayude a ser mejor “mirados” a la hora de ser leídos. Yo he recurrido a ese
embeleco varias veces y no lo menosprecio. Desde hace unos años, hago mis
propios preliminares.
Son muchos los prólogos que me han impactado y enseñado, pero los de Borges, sin
duda, resultan insuperables por síntesis y profundidad, y siento la rara
felicidad de su relectura, sus torsiones sintácticas, con muy pocas y precisas
palabras, lo dicen todo de un modo inesperado, tal como lo hizo en sus
conferencias de Siete noches, que son prólogos para libros que no existen.
Quizás en el caso de Borges pueda hablarse de subgénero literario, acaso del
mismo orden que los ensayos de Maeterlinck.
Un prólogo que me impactó particularmente fue el del libro “Antes que
anochezca”, de Reinaldo Arenas, escrito por Mario Vargas Llosa —escritor con el
que nada comparto—. No puedo negar que la presentación es de excelencia, aun
considerando que esta obra de Arenas fue tomada, en ese caso, como baluarte
anticastrista.
Entre los nuestros, y desde el punto de vista analítico de fondo y forma, no
puedo soslayar a Anderson Imbert ni a Manuel Gálvez, tampoco a Graciela Maturo,
que “ve” las obras filosóficamente, ni a Antonio Aliberti, que hizo tantos, y
“veía” las entrelíneas como si estuvieran escritas.
No me gustan los prologuistas que simplemente tienen facilidad de palabra (más
vanidad que carne, y son muchos nombres resonantes que no citaré aquí), que
suben las ramas de un árbol ilusorio; quienes, subliminalmente, nos dicen “miren
lo que soy capaz de pensar y decir”; tampoco me agradan los academicistas que
dividen palabras (de-canta, re-clama, re-viste, etcétera) y establecen
paralelismos incomprensibles con asuntos de la mítica profunda o que encuentran
torres de cristal donde sólo hay un amor frustrado (siempre hay un amor
frustrado, y mencionar en algunos casos una torre de cristal es como decir que
es mejor pasarla bien que pasarla mal). Creo que cuando aparece una verdadera
cosmogonía, recién entonces se puede hablar de una torre de cristal.
5 - Es de lo más probable que te hayas referido aquí o allá, muchas veces, al
grupo literario “La Luna Que”. Te propongo que a nuestros lectores en la Red —a
los más alejados de nosotros, a los cercanos pero que no lo conocen, a los que
lo conocen hasta por ahí nomás— les trasmitas qué ha sido el grupo en su
instancia fundacional, cómo se ha ido transformando, cómo subsiste? Y, claro,
¿qué cosas te han ido sucediendo a lo largo de esos lustros de pertenencia? Y
más allá de la “importancia” de uno o más actos literarios del Grupo, ¿cuál ha
sido el que te produjo mayor emoción?...
RR - El Grupo Literario La Luna Que Se Cortó Con La Botella (LLQSCCLB) fue
creado por los poetas Omar Cao y Hugo Enrique Salerno a la salida de la
presentación del poemario “Uno de dos”, que era de ambos, en febrero de 1975. Al
poco tiempo se le unió la que era por entonces esposa de Salerno, Isabel Corina
Ortiz. En 1976 editan el primer número de LLQSCCLB, una revista-libro de 72
páginas. Llegué al grupo en 1978, cuando se ideaban unos dípticos de gran tamaño
que podían contener varios poemas. El número uno fue de Isabel Corina Ortiz y el
segundo, el mío.
El revés que sufrió el grupo, por entonces numeroso, al ser incendiada la
Biblioteca Popular José Enrique Rodó, nos dispersó a todos: tiempo de miedo, de
preguntas sin respuestas, de pequeñas reuniones celebradas aquí o allá y sin
periodicidad. En 1980, Cao me dijo que dejaba el grupo, Salerno ya no nos
frecuentaba. Decidí seguir con aquellos compinches que quedaban y, poco a poco,
se fueron sumando otros. En esa década (80’) hicimos varias presentaciones de
libros y recitales en el CCGSM, en Oliverio Mate Bar, en La bodega del Café
Tortoni, en Bibliotecas Populares, etcétera.
El grupo siguió creciendo y ampliándose más y más. Pero es a mediados de los
noventas cuando cobra el mayor espectro, la continuidad se nos hizo costumbre:
recitales, encuentros, cenas literarias, el café literario “Tinta Buenos Aires”,
presentaciones y numerosas ediciones de libros, en las que participaste. Según
creo, el único libro de tu autoría que presentaste alguna vez, tuvo lugar en una
cena literaria del grupo. En 1996 se redujo LLQSCCLB a La Luna Que.
Salimos a la caza de otros horizontes por distintos barrios de la ciudad y de
las provincias; centros culturales, clubes, salones para leer, exponer y
difundir nuestras obras, acompañados por libros, revistas y plaquetas hechas con
nuestras manos en ediciones económicas, que luego extendimos a Paraguay y a
Uruguay; logramos presencia de integrantes en congresos internacionales,
exposiciones de poesía ilustrada y revistas literarias (la exposición itinerante
de revistas que dirigí luego con Carlos Kuraiem); apariciones de nuevas revistas
que se sumaban a la ya existente “La Luna Que”: “Universo Sur”, bilingüe
italiano-castellano, codirigida por Antonio Aliberti; el cuaderno “Tuxmil”, el
boletín informativo; “Pormenores”; los cuadernos de poesía “Squeo - Sacronte
cisandino”. La revista “La Luna Que”, luego de sus 33 números, reapareció en
tabloide como suplemento del diario “Ego” en solo dos números. Pasaron otros
intentos de continuidad: “Crisol”, “Considerando en frío”, de críticas; “Tinta
Buenos Aires”; participaciones en “Emergiendo”, “Cultura con todos” y “El
mirador de la cultura”.
Hubo, sí, en los actos del grupo, momentos de emotividad y felicidad. En primer
lugar, la concurrencia, que contó varias veces con autores que no era común
encontrar en otros actos, tales como Nira Etchenique, Juan-Jacobo Bajarlía,
Rodolfo Modern, que apenas circulaban por los ambientes vernáculos; en segundo
lugar, las frases: un diálogo con Antonio Aliberti, en una reunión en la que no
podría estar presente por otra cita a la que se debía y luego desestimó, dijo:
“Siempre voy a estar donde esté La Luna”; y tercero, las palabras de Elvio
Romero, cuando expresó desde el micrófono: “La Luna Que es lo mejor que me ha
pasado en los últimos años”.
De la camada que nos precedía, creo que son muy pocos los que no han estado
alguna vez entre nosotros. En cierta oportunidad, pedí disculpas a Atilio Jorge
Castelpoggi porque, mientras él leía, desde el fondo se escuchaban los susurros
de quienes nunca faltan, y el poeta me dijo: “No les des bola, son parte de la
fiesta”. También poetas de generaciones más nuevas han concurrido, leído y
presentado libros. Hasta 2012 nos reunimos con cierta regularidad. Ya no
organizamos ni encuentros ni lecturas, salvo las presentaciones de libros, en
las que cada uno se ocupa del propio y los demás invitan, concurren y acaso
intervienen en la mesa de lectura.
Actualmente participo en un nuevo grupo, “Arte con todos”. Trabajamos sobre todo
en escuelas secundarias con charlas y presentaciones de orden literario y de
artes visuales.
6 - ¿Me equivoco o habrá sido hacia el 2005 que te “aventuraste” hacia ese campo
que delata, en 2007, la socialización de tu “Aliteraciones, Sonsonetes y otros
juegos”? Sea en 2005 o antes o después: ¿Cómo percibiste que necesitabas
probarte en esos formatos, en los minicuentos? ¿Súbita fascinación ante la obra
de uno o más expertos en esas búsquedas? ¿Una transición o reacomodamiento de tu
ser íntimo?
RR - Los minicuentos llegaron para darme solaz en una etapa en que la novela que
estaba escribiendo empezó a darme dudas. Escribir novela produce un agotamiento
que no conozco en los otros géneros, más aún cuando no es lineal y su estructura
se escalona en varios estadios temporales. Los minicuentos, en cambio, son
rápidos, y en ellos no hay que cuidarse de caer en invasiones poéticas; por lo
general es de una sola dirección y permite llegar a fin de un plumazo; se
corrige un poco y ya. El primero de los nuevos surgió de las nefastas noticias
judeo-palestinas, y traspuse el problema a dos tribus vecinas que jugaban con
misiles. Como la idea escritural se basó en el absurdo, comencé a jugar también
con aliteraciones, antítesis, paradojas, sinestesias, etcétera. Me gustó mucho
cómo había quedado y decidí escribir algunos más. Sucedió que, en poco tiempo,
había logrado un buen número de relatos que me agradaba leer a ocasionales
escuchas. Si bien algunos decían que se trataba de una “literatura menor”, no
era para mí nada desdeñable, ya que les cobré enorme afecto, habida cuenta de
que, además, mi gusto por construirlos me había devuelto algunas sensaciones
antiguas de la escritura, es decir, volví a los primeros sentimientos de placer
al escribir; de pronto, empezaba de nuevo. Tu pregunta lleva mi respuesta.
Mis primeros escritos no fueron de poesía sino de cuentos. Nunca he dejado la
narrativa a pesar de tantos poemarios editados. “Minicuentos grises” recoge uno
solo de los viejos trabajos de microficción que escribí (“La fiera y el cazador
inexperto”), publicado en la revista La Luna Que en los ochentas, los demás son
todos de 2004/2005.
Si bien el formato ya me había impresionado en “Los relámpagos lentos” y
“Chinchina busca el tiempo”, de Manuel del Cabral; “Falsificaciones”, de Marco
Denevi; en “La letra e”, de Augusto Monterroso; y en sueltos de otros muchos
autores, ignoro cómo, repentinamente, escribí un seguidilla, fascinado por el
juego que me permitía decir cuanta cosa oscura sucede en las personas, apuntando
a lo individual, cuando en los otros géneros mis objetivos siempre buscan el
panorama antropológico, salvo pocas excepciones, donde prima el intimismo. No
sentí estar probándome, sentí que jugaba con las palabras y los sucesos del
periódico, la síntesis y las figuras del lenguaje, cada nueva línea me da
satisfacción y me provoca la sonrisa. Pese a los temas, claro.
El libro y el blog que lo repite me brindaron muchas sonrisas y aprobaciones. Un
grupo de México se impresionó con ellos y un especialista guatemalteco me invitó
a una antología que ignoro si se editó alguna vez, además de una buena cantidad
de sitios de Internet que me pidieron participar.
El libro que publiqué en 2009 se iba a llamar “Minicuentos grises –
Aliteraciones, sonsonetes y otros juegos con la lengua”, pero me pareció
demasiado. Estoy preparando el que por ahora se llama “Minicuentos cromáticos”,
aunque la esdrújula no me agrada demasiado.
7 - Se me hace que no abundan los testimonios de escritores que hayan tenido la
responsabilidad de ser jurados en certámenes literarios. Y acaso no te hayas
referido públicamente a esas experiencias. Dejo picando la pelota…
RR - Ser jurado no es agradable, salvo el aparente crédito implícito en la
solicitud y el eventual subsidio. Conozco muchos entuertos, prebendas,
“devoluciones”; inclusive los dictaminados antes de que el jurado se reúna.
Tenemos numerosos casos non sanctos en nuestra historia reciente. Razón por la
que soy poco afecto a los concursos. Envío mis libros editados al premio de la
ciudad por si se equivocan, como solía decir Antonio Aliberti.
Como miembro de jurados he pasado algunas penurias. Creo que para ser un buen
juez no hace falta ser un buen escritor sino un buen lector, aunque muy avisado
de estéticas. Creo que un miembro de selección no debe dejarse llevar por la
comunión particular con un estilo, porque desechará todo lo que no camine por
allí; debe tener un copioso bagaje de lectura, que no se acote a una sola forma
ni a un solo tema; un buen conocimiento del idioma en tanto ortografía y
sintaxis (suelo apartar trabajos mal escritos ya que es imperdonable que se
ignoren las herramientas de un oficio, nadie iría a quitarse el apéndice con un
jardinero); estar al tanto de las distintas corrientes poéticas o narrativas y
abierto a novedades; y, lo más difícil, debe sustraerse de los afectos. Para mi
fortuna, pocas veces he tenido que reñir con ese punto. En cierto concurso
reconocí un cuento de Daniel Battilana —era con seudónimo—, bien sabemos cómo
escribe y la novedad de su formato, y en mi nómina lo ubiqué segundo o tercero o
cuarto, no recuerdo, dado que el primero estaba muy por encima del resto en
todos los órdenes; mis dos compañeros de mesa, que eran un matrimonio de
docentes, ni tomaron al primero ni a Battilana, sino un texto que tenía errores
sintácticos, de tema adocenado y remate impreciso; ninguno de los que propuse
figuró dentro de los seis primeros puestos. No pude defender mi postura ante
ellos porque había dejado la resolución por escrito (debí viajar a la ciudad de
Azul), nunca los vi, e hicieron lo que quisieron. He lamentado los odiosos
desniveles de miembros en varias oportunidades; se supone que deben tener
experiencia literaria de todo orden y advertir que no basta con ser profesores
de lengua devenidos a incipientes escritores o poetas.
La pelota está picando y sé muy bien que lo que estoy diciendo pica de otra
manera. Habrás notado, Rolando, que ningún jurado habla de su mesa o, si lo
hace, dice en voz baja: “No es así... Se lo merecía.” Jamás dirá “se lo dimos a
él, o ella, porque le tocaba”, o “necesita la plata porque tiene que operarse”,
y aun: “y bueno, pero me voy al hotel con ella”, “a ésta/éste no se lo vamos a
dar porque es peronista/comunista/radical...”; o: “repartió muchos subsidios, se
lo merece”. Después nos preguntamos porqué los niños pierden la inocencia.
La pelota duerme en el punto del penal: están los concursos comerciales que
obtienen un rédito en metálico, los concursos editoriales usados para la
publicidad de un libro ya designado a primer premio, los certámenes mediocres
que ignoran por completo la calidad de un texto, y los inocentes: uno que otro
que reparten, equivocadamente o no, un poco de justicia. En su mayoría, fuera
del país.
8 - Además de ser, entre 2004 y 2007, en la zona Oeste Bonaerense, Secretario de
Cultura de la S. A. D. E. (Sociedad Argentina de Escritores), fuiste el
Presidente en el lapso 2007-2010. ¿Te sentís conforme con tu actuación, lograste
consumar o impulsar iniciativas, prevaleció la decepción a la hora de sopesar?
¿Qué S. A. D. E. es posible, esperable?
RR - Creo que hice lo que pude hacer. La cuota era muy baja para grandes
emprendimientos (la aumenté de 3 a 5 pesos) y es una entidad a la que no se
acercan los jóvenes; pese a ello, tuvimos un alza de inscriptos, llegamos a los
cien. Implementé una revista, “Laberintos”, una colección de plaquetas, una
serie de actos con presencias de autores experimentados, dos antologías de
miembros, “Oeste” (como Secretario de Cultura) y “Eufonía” (como Presidente) que
incluye a quienes nos visitaron como disertantes, una exposición de revistas,
una obra de teatro en “La panadería” y lecturas varias. También planificamos
pasar la sede desde “El Club de la Raza” a las instalaciones de la “Universidad
de Morón”, pero nos agobiaron los trámites burocráticos durante un año y medio.
Se cumplió mi mandato y el trámite no estaba terminado. No tuve voluntad para
seguir en el cargo por otro período; además el estatuto social indica que no se
pueden sobrepasar dos períodos correlativos como miembro de la comisión.
De la experiencia, recogí una gran cantidad de amigos, el exiguo conocimiento
acerca del manejo de una entidad como tal, sus obligaciones y derechos, las
normas estatutarias y todas aquellas cosas que como simple afiliado ignoraba. Al
cese de mis funciones, como todo presidente de SADE OB, fui nombrado Socio
Honorario.
Dos veces fui candidato al cargo de secretario de SADE central. Fue en la peor
de las épocas de la entidad: desapariciones de cuadros, de libros, de picaportes
de bronce; reuniones de fiestas particulares; estafas editoriales, solicitud de
préstamos a Argentores que no se devolvían y cuyo destino era incierto; el
teléfono había sido cortado y muchos empleados de la casa fueron despedidos
después de añares. Ni siquiera Víctor Redondo pudo con ellos; se fue de SADE y
fundó la SEA. Las elecciones que celebraron provocarían la envidia de los
caudillos de antaño, el propio Guzmán (no recuerdo el nombre de pila, por
entonces presidente de la entidad) se hizo acompañar por un grupo de matones
cuando la Junta Electoral —presidida por un actor (¿?) al que le habían
prometido junto a su esposa un puesto de no sé qué— lo declaró triunfante en los
comicios, cuando en realidad ocupaba un cómodo y último tercer puesto. La
Inspección de Justicia... bien, gracias.
Por todas estas cosas, precedidas por Carlos Paz —no el escritor, sino el
político ya fallecido—, la entidad tocó fondo con una deuda que hizo peligrar
las propiedades de la calle Uruguay y la de calle México. No sé de qué modo se
resolvió, ni si se ha resuelto aún. Qué se puede esperar entonces de SADE es un
misterio; mientras no lleguen autoridades honorables, fuertes, limpias,
vocacionales, que no jueguen al señor presidente o al señor secretario, o al
“¿me nombran en la Comisión a la Feria del Libro?”, creo que poco.
9 - No sé si he visto a Elvio Romero, ese insoslayable poeta paraguayo, más de
una vez. Fue en un evento organizado por La Luna Que. Nos atrajo a mi esposa y a
mí el modo de recitar. Y nos presentamos, lo saludamos, nos quedamos con él
comentando. Y pocos años después lo llamé por teléfono, invitándolo a participar
en uno de los Ciclos de Poesía que he coordinado. No se consumó mi cometido
porque no andaba bien de salud. Si a mí, con mínimo contacto con Romero, me
reconforta recordarlo, nada me cuesta inferir que a vos, que lo has tratado, y
que te has ocupado a fondo de su obra, te habrá dejado una huella significativa.
Me agradaría que nos trasmitas cómo era, qué trasuntaba y si sabés que haya
dejado obra aún inédita.
RR - Ha dejado, seguramente, muchos comentarios sobre obras de poetas españoles
que lo conmovían, Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca,
Rafael Alberti y León Felipe. De sus poemas, el libro inédito que me había dado
a leer, “Cantar de caminante”, fue editado en 2007 póstumamente. No le conocí
otros trabajos.
Era un hombre de buen humor, cabal, honorable, respetuoso de todas las ideas,
comportamientos y tendencias de los demás, pero estaba muy seguro de sus
preferencias. También su esposa, Élida Vallejo, irradia bonhomía y generosidad,
proyectadas en sus hijos Ariel y Zulma en gran espectro. La palabra de Elvio
siempre era de aliento e intentaba encontrar explicaciones para justificar las
cosas que no resultaban como era esperado. No era vehemente ni con sus ideas
políticas ni con la literatura, aunque las tenía fuertemente arraigadas. Todo en
él era moderado, comprensivo pero firme. Era un hombre de temperamento seguro,
afable, y solo se me ocurren ponderaciones ya que, en los casi diez años en que
fuimos amigos, nunca fue necesaria una porfía. Que yo me manejase con tacto ante
una figura de las letras como él resulta casi lógico, pero que él respondiera
del mismo modo, no hace más que hablar bien de su conducta. Lo preocupaba la
situación del mundo y de él tomé la frase “la dispersión de la coherencia” que
mencionó alguna vez para calificar estos tiempos.
En 2000 empezó con las mayores molestias físicas y debía salir a caminar por las
inmediaciones de Once, donde vivía y aún vive su familia; lo acompañé en varias
de esas caminatas que recalaban en uno de los bares de Yrigoyen y Urquiza, en la
esquina de su casa. En esas travesías conocí más profundamente a Elvio Romero,
al hombre cotidiano, no ya si este o aquel autor sino sus pensamientos de vida,
y me siento orgulloso de que compartiera conmigo sus confidencias.
10 - He advertido en tu casa, en todo ese primer piso de tu casa, donde hay
metros y metros de estanterías con miles de libros y revistas y varias
computadoras y máquinas de impresión y un televisor, también cientos de videos
(en otra época), y ahora, devedés. Sos un cinéfilo que inclusive mientras
realiza determinadas tareas de su quehacer remunerado, ve, oye largometrajes.
¿Quisieras referirte a esto?, ¿dirigirías alguna película?
RR - Supongo que la pregunta alude a qué películas me agradaron y agradan. Las
películas que no me gustan es porque no me atrae nada de ellas y las que me
gustan derivan por todas las líneas, a casi todas les encuentro algo ponderable.
Como en cualquier orden de la vida, el gusto es muy subjetivo, depende de
intereses particulares. Creo que sé reconocer una buena película aunque no vaya
conmigo, y también lo contrario. Los ingredientes del cocido son muchos: libro,
dirección, fotografía, narrativa fílmica, elenco, actuación, producción,
utilería y toda la larga lista técnica que aparece en los créditos, pero como
suma de arte vario, hay productos realmente buenos. Me interesa la ciencia
ficción, la fantasía, el policial negro, las que llamo obras de teatro filmadas
—sobre todo las que suelen hacer los ingleses—, las de historia y mitos
clásicos; el realismo español, el neorrealismo social italiano. No me gustan las
películas psicológicas de los franceses, ni las violentas por la violencia
misma, ni el terror, ni las comedias norteamericanas —salvo muy pocas
excepciones—; tampoco me agradan la inocencia hindú ni las imitaciones de
Hollywood que suelen hacerse en Japón, ni las románticas de cualquier parte del
mundo, ni las de estudiantes, ni las musicales, ni las deportivas, ni las
absurdas, ni el poco cuidado que tiene gran parte del cine argentino en la
conformación de elencos y en el descuidado tratamiento de los diálogos, donde
omite lo que debe decir y dice lo que no debe. El elenco puede depender de las
capacidades de producción, pero el descuido del libro es imperdonable. Hoy, creo
que tenemos buenos directores jóvenes que cuidan un poco más la palabra y
manejan bien los tiempos; un par de décadas atrás se arruinaron historias que
hubieran sido buenas películas por el fluir discontinuo de la narrativa; pese a
ello obtuvimos algunos premios, cosa que nunca entendí. Leonardo Favio también
sufría de este síntoma. “El secreto de tus ojos” me gustó sobremanera, pero por
fondo y por las amplias alternativas de la historia hubiera dado para una
superproducción. ¿Cómo hacerlo en Argentina?
Soy simple público de cine y me apoyo mucho en los actores: Ugo Tognazzi,
Marcello Mastroianni, Giancarlo Giannini, Marlon Brando, Natalie Portman, Dustin
Hoffman, Al Pacino, Johnny Depp, Collin Farrell, Peter O’Toole, Ray Winstone,
Ralph Fiennes, Michel Serrault, Lambert Wilson, Jean Reno, Ben Kingsley,
Madeleine Stowe, Robin Williams, Uma Thurman, Christina Ricci, Dakota Fanning,
José Sacristán, y muchos etcéteras. De los nuestros, destaco a Julio Chávez,
Germán Palacios, Arturo Bonín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, por no ir
más atrás. También busco a ciertos directores, por citar a algunos: Tim Burton,
Ridley Scott, Sam Peckinpah, Peter Jackson, Martín Scorsese, los hermanos Cohen,
Luis Buñuel, Zack Snyder, Alex de la Iglesia, los hermanos Bertolucci, Federico
Fellini, Francis Ford Coppola, Luchino Visconti, Jean-Pierre Melville, Costa
Gavras, Win Wenders... La lista, me doy cuenta ahora, sería enorme.
Sí me gustaría dirigir una película de mi última novela, “Crónicas de un legado
hermético”, donde Collin Farrell fuera el protagonista, acompañado por Ray
Winstone, Michael Nyqvist, Brendan Gleeson, Stellan Skarsgard, Max von Sydow,
John Turturro, Paul Bettany, Jean Reno, Peter Stormare y los argentinos Ricardo
Darín y Héctor Alterio, este último para el papel de Yabo Numac. Es un chiste,
claro, pero si Mercedes Sosa viviera, haría el papel de Carmen Tulián.
***
Ricardo Rubio selecciona, para acompañar esta entrevista, seis textos de sus
libros publicados:
Poesía:
LA RUECA
Hay un reclamo de lógica perdida en la espalda del viento.
Un reclamo de espacios y de ciencias
en la infinita sabiduría de las rocas.
Como nave cristalina
el tiempo reviste la desnudez de la tierra
y los profanos hijos del ancestro se pintan de colores
y se visten de espejos nunca vistos.
Y hay otras tantas formas de huir
Hay un llanto esmeralda
acariciando la mansedad de la montaña
donde yace el mineral con su verdad dormida.
Alguien descompuso esas semillas
y creyéndose sabio les dio una cifra,
y cifra y letra formaron extraños parásitos de papel
que no sacian nuestra honda sed de invitados sin regalo.
La claridad brota de viejas filosofías no escritas aún,
los astros nada saben de palomas ni de credos,
pero el suelo ha dado flores e insectos
y sin contarnos nos envuelve en silencio y a él volvemos.
Hay otras tantas formas de huir.
Objeto de insignes pensadores
con grandes cerebros y fortunas
y profetas, magos, monjes e ingenieros;
objeto de inútiles pisadas, de invasiones, de colonización
de intrépidos periplos alrededor de qué o de quién,
de formas y dibujos, de forzados cambios
y de lluvias atómicas que nada saben de núcleo ni de átomo.
Por eso el suelo aguantando no es sed y es amparo,
sin embargo el gemido asoma en el desierto
y el grito en el volcán.
¿Quién me dará una almeja y un balde de arena?
¿Quién me enseñará a no saber nada?
Y otras tantas formas de huir.
de “Pueblos repentinos” (1986)
**
El color con que atardece
(frag.)
—Sobra tiempo para dejar de rechinar,
para olvidar los temores, para dejarse vivir.
—A pesar de las arenas que caen de las manos,
no hay entre los dedos más que fantasmas.
Si late el corazón
los días que restan se ahogan de alegría.
—Ignorar el proyecto
es formar parte del espanto,
es deseo de ausencia, rechazo de ya.
...
Cuando los bosques en tierras aún indecibles
no imaginaban su follaje,
cuando el sol era un punto
con todos los puntos encendidos,
cuando los astros eran fragmentos
de un único astro incomprensible y loco,
y la molécula vibraba en la insistencia,
el escriba ya era parte de un recuerdo
en la materia,
y aunque sus ojos no atinaban ni el espíritu
ni el hueso, ni el calor, ni la intemperie,
en su inercia la vida planeaba la risa de la pasión
y el cuarto oscuro de la ciencia.
Luego un hombre entrevió el roce, la fisura,
el músculo partido
por la simple disolución de la franqueza.
Y gimió.
de “El color con que atardece” (2002)
**
LA LLEGADA
Del mes de mayo, del ámbar,
bajo la sombra de avellanos ungidos al amanecer,
a once pasos del pasmo que la noche extiende detrás
de gravísimas voces en pregunta,
urdido entre sueños por la fiera del instinto
cuando rebate páginas en la fronda de sal,
nací al sol de una diosa blanca
y de tres mujeres de mi estirpe
coronadas por los signos,
donde tres veces tres es el pan de la armonía.
Dejé en el umbral los collares húmedos,
la costumbre del silencio y mi condición de pez.
Eduqué la mirada en los ojos de mi madre
y crecí con las friegas del roble entre los vivos.
Repetí los versos que agitan el fuego
y bebí la miel de las bellotas con jarabe de muérdago
entre paños blancos.
La Dama Encantada disipó la bruma
y entre aromas de moras silvestres,
palán palán y azafranes intensos,
las olas de purificación ordenaron las esferas.
No fui un ángel entonces sino un simio desnudo
a orillas del mar.
de “Entre líneas de agua” (2007)
**
Minicuentos (de “Minicuentos Grises”, 2009):
LA OTRA TIERRA
Sentía rechazo por las ideas de los adultos de las que no quería saber nada. Sus
diecisiete lo vestían de huesos largos, buena nariz y barba rala. Pensaba o
creía que pensaba en la estafa de sus mayores y en la de los mayores de sus
mayores, y esa mañana decidió cambiar para seguir siendo el mismo.
Dejó una carta a su madre, con la que intentó superar el miedo a necesitarla;
pensó que a su padre no le importarían dos manos menos, después de todo, también
se llevaría la boca. Para sus hermanos, no tuvo ni el destello del desgano.
Partió hacia las aventuras del ruido y la melancolía; durmió en lechos de
silencio y extrañó las tibias manos con tisana y las madrugadas con labios y
sonrisas. Supo entonces que sólo el acto destina, pero ya tenía treinta y no
sabía aún si las voces de los hombres concordaban con sus manos.
Capituló la dicha, capituló la pena; y la pena y la dicha se fueron con él,
tiempo después, cuando lo crucificaron.
**
LA VISITA
En 2050 entré a la casa y la presencia de las moscas no podía más que predecir
una desgracia. La puerta estaba abierta, pero el residuo de antiguas alegrías se
había diluido como el sopor de la sopa lejana que era ahora el recuerdo de un
vaho húmedo y musgoso. Sólo había cáscaras olvidadas por la Parca, que siempre
recuerda.
La que fuera una mano yacía despojada de sus nervios, de sus poros, de sus
líneas premonitorias que acaso presagiaran mi presencia, la extinción del viejo
y las moscas que sobrevolaban los huesos, tal vez hasta el anillo que jugaba en
la falange, oscurecido a pura sombra. Las cerdas grises, largas y ralas, vueltas
sobre sí, se escurrían sobre las baldosas también grises. Un libro de Anohuil
hundía las costillas; recuerdo ese libro que aún no leí. Las moscas no tenían un
pretexto salvo el cuchicheo, ningún propósito más que la curiosidad múltiple de
sus múltiples ojos.
La podredumbre había terminado años atrás, cuando la soledad del anciano empezó
a disimularse en una masa quieta, primero esponjosa, brillante después y
finalmente cenicienta y seca.
Ni rastros de los sueños de aquel hombre ni trazas de sus trazos ni visos de sus
vicios; ninguna pista de la dicha de los posteriores gusanos, sólo la presunción
de algunas bacterias inertes entre olores muertos.
Y las moscas siguieron riendo mientras me iba, ignorando la futilidad del
futuro, diluido, sí, pero tejiéndose sin fin.
Salí de mi casa y volví a 2010.
**
BIENES GANANCIALES
El fotógrafo congeló los ángulos de la escena; la casera gorda gimoteaba ya
cansada de gritar. Mi superior era un cretino que repetía las palabras de un
folleto, como creyéndolo. Me miró, yo miré a los agentes, y estos a la gente
amontonada del otro lado del cordón.
El muerto interrumpía el paso por la vereda y lo que fuera su vida se secaba
lentamente sobre las baldosas amarillas. El forense se calzó los guantes, alzó
los anteojos y revisó el cadáver mientras sorbía un resto de café. En el tajo
del extinto se leía cierto rigor, una hendidura tranquila, una profundidad
económica y precisa. Pusieron una cinta alrededor del tugurio, una línea en
torno al cuerpo y un título al expediente.
El finado tenía tres garitos en Belgrano, un sauna en Flores y una venta de
fatay en La Salada; todos sabíamos que dejaba sin trabajo a una docena de
matones y un lugar vacío en la cama de una rubia de edad imprecisa que años
atrás expusiera sus cuartos en publicaciones baratas.
El esbirro principal del fiambre, su espalda, su “sí señor” y su probable
asesino, estaba entre los curiosos. Era un punto conocido que me debía una; lo
miré a los ojos y me devolvió el gesto con el vago vacío de los gatos
tranquilos. Supe inmediatamente que él supo lo que había hecho. Giró sobre sí y
a paso apacible se alejó por la avenida girando en la bocacalle.
Salí sobre su espalda ignorando los gritos del oficial. Al llegar al cruce, ya
no estaba, o quizá sólo dije que no estaba. Si encontraran el potrero y lo
desenterrasen, verían que su garganta tiene un tajo en el que se lee cierto
rigor, una hendidura tranquila, una profundidad económica y precisa. Yo, en
cambio, ahora tengo tres garitos, un sauna, una rubia sin prejuicios y una venta
de fatay. Ah, y conservo un rango al que se le hace la venia.
***
Entrevista realizada a través del correo electrónico: Ciudades de Lomas del
Mirador y Buenos Aires, Ricardo Rubio y Rolando Revagliatti.
*
www.about.me/rrevagliatti
http://www.revagliatti.com.ar/031020b.html
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