ZONA LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“La poesía y la narrativa están presentes la una en la
otra más allá de las formas”
Entrevista a Jorge Brega por Rolando
Revagliatti
Jorge Brega nació el 16 de agosto de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, la Argentina. Es Psicólogo Social, con posgrado en Psicología de las
Organizaciones, egresado de la Primera Escuela Privada de Psicología Social
“Enrique Pichon-Rivière”. Participó en 1977 en la dirección de la revista “Posta
de Arte y Literatura” y entre 1978 y 1985 en la de “Nudos en la Cultura
Argentina” (con breve segunda época —1990-1992—). Desde 1994 forma parte del
equipo de dirección de la revista “La Marea”. Asistió invitado en 2005 al XIII
Festival Internacional de Poesía de Rosario, organizado por la Secretaría de
Cultura de la provincia de Santa Fe, en su país. Fue incluido ese año en las
antologías “El verbo descerrajado” (Chile), “Canto a un prisionero” (Canadá),
“País de vientre abierto” (Argentina). Ha sido el compilador y prologuista de la
antología “Poesía social y revolucionaria del siglo XX” (Editorial Ágora, Buenos
Aires, 2002; re-edición ampliada en 2012). Poemas suyos han sido traducidos al
chino y al inglés. Publicó en su ciudad los poemarios “No ha lugar” (Ediciones
del Hormigón, 1975), “Poemas de ausencia” (Nudos en la Cultura Argentina, 1984;
reeditado en 2006 por Editorial Ágora), “Luz mala” (Ediciones Cinco, 2004),
además del volumen “¿Ha muerto el comunismo? – El maoísmo en Argentina -
Conversaciones con Otto Vargas” (Editorial Ágora, 1990; segunda edición
actualizada, misma editorial, 1997). Integra el colectivo de intelectuales
Plataforma 2012.
1 — Se podría decir que sos oriundo del barrio de Colegiales.
JB — Así es: Maure entre Conde y Martínez, donde mis padres alquilaban parte de
una casa chorizo, típica de esos años, con patio y parra, justo frente a la de
mis abuelos maternos, inmigrantes asturianos. Éramos vecinos de otras familias
de inmigrantes italianos, españoles, yugoslavos…; también de migrantes
provincianos que venían a instalarse precariamente en unos terrenos baldíos que
existían frente a la Algodonera Argentina y se extendían desde la avenida
Álvarez Thomas hasta las vías del ferrocarril Mitre. Allí los pibes jugábamos a
la pelota en lo que llamábamos “el campito”. Mi abuelo paterno, también
inmigrante, era uruguayo, hijo de italianos. En su casa de Zabala y Giribone
vivimos también durante parte de mi infancia y juventud.
Cursé la Primaria en escuelas de la zona y la Secundaria en escuelas técnicas.
Suspendí el ingreso a la carrera de Ingeniería para hacer la colimba y al salir
de baja me dediqué a viajar a dedo por nuestro país, Chile y Perú. El viaje me
abrió los ojos a la realidad de los pueblos oprimidos de América Latina y
despertó mi interés por las culturas originarias, el que continúa hasta hoy.
De regreso (1972), desistí de una carrera universitaria y busqué empleo. Mi
padre era trabajador gráfico, fue maestro de reclusos en los talleres de
impresión de la Penitenciaría Nacional y más tarde trabajó en una imprenta
privada. Gracias a sus amistades, mi primer empleo fue en una empresa editorial,
en la cual adquirí conocimientos periodísticos y de diseño gráfico con los que
seguí desempeñándome en distintos ámbitos laborales.
La lectura me apasionó desde chico y en la adolescencia el “boom”
latinoamericano me introdujo a la mejor literatura y pronto a nuestros grandes
poetas: Vallejo en particular despertó mi pretensión de escribirla. Hacia 1973,
con compañeros que compartíamos inclinaciones culturales y políticas (Walter
Canevaro, Manuel Amigo —artistas plásticos— y Mario Polanuer —poeta) publicamos
carpetas con nuestros poemas y dibujos bajo el sello Ediciones del Hormigón. Dos
años después apareció con ese sello el poemario “No ha lugar”, con dibujos de
Amigo y Canevaro. En ciertos aspectos, seguíamos el estilo de las ediciones que
el poeta Roberto Santoro realizaba con el pintor Pedro Gaeta, a quienes conocí
por amigos comunes. Con Santoro congeniamos enseguida, vivíamos cerca y yo lo
visitaba en su casa de la calle Fraga. Él me invitó a integrar la Agrupación
Gremial de Escritores (AGE), en cuyo plenario constitutivo —reunido en la SADE
Sociedad Argentina de Escritores— elegimos como Secretario a Haroldo Conti
(ambos serían detenidos-desaparecidos después del golpe de Estado). Eran tiempos
de gran turbulencia política. Los miembros de la AGE compartíamos ideas y
militancias de izquierda. Recuerdo que una venta interna de “No ha lugar” formó
parte de una colecta que realizamos en ayuda a los obreros metalúrgicos de Villa
Constitución, que estaban en huelga. Era 1975, y pese a que ya se vislumbraba la
proximidad cierta de un golpe de Estado, en la AGE predominaba aún la actitud de
golpear centralmente al gobierno peronista. Personalmente, adherí a las
posiciones del PCR de no repetir los errores de 1955 y de impulsar en el
movimiento obrero y popular la lucha anti golpista. Esto me fue alejando de la
agrupación.
2 — Por entonces te vinculás con medios gráficos.
JB — Sí, por razones laborales. Paralelamente, por mi actividad literaria tomé
contacto con publicaciones culturales. La primera en la que publiqué poemas, en
1973, se llamaba “SoloSol”. En 1975 comencé a colaborar en la revista “Los
Libros”, dirigida por Carlos Altamirano, Osvaldo Bonano y Beatriz Sarlo. Fue
clausurada por la dictadura militar en 1976. Al año siguiente participé en
“Posta…” y fue en “Nudos…” donde asomaron algunos de los textos que reuní
después en “Poemas de ausencia”, poemario que contó con unas palabras previas de
Madres de Plaza de Mayo. “Nudos” fue una de las expresiones de la resistencia
cultural a la dictadura, que fue muy amplia. En el caso de las revistas, en 1979
llegamos a conformar una Asociación de Revistas Culturales Argentinas (ARCA).
Aunque breve, nos posibilitó establecer vínculos y colaboraciones, restaurar
tramas de solidaridad que la dictadura había dañado e intercambiar pareceres
sobre la situación social que se padecía, qué temas abordar y de qué modo zafar
de la censura imperante, por la cual la crítica explícita era muy riesgosa.
“Nudos” editorializaba por medio del arte de sus tapas, que aludía a la
situación represiva, desapariciones, etc. (el director Manuel Amigo y Eduardo
Iglesias Brickles, dos estupendos artistas plásticos, ya fallecidos, fueron
autores de las mismas).
Más adelante nos sumamos con la revista al Movimiento de Reconstrucción y
Desarrollo de la Cultura Nacional, que reunió a numerosas personalidades del
arte y la cultura opuestas al “Proceso”: Aída Carballo, Leda Valladares, Ana
Pampliega de Quiroga, Suma Paz, Rubén Szuchmacher, Adolfo Pérez Esquivel,
Ricardo Monti, León Gieco, Ernesto Sábato, Adolfo de Ovieta, Diana Dowek, Andrés
Cascioli, Josefina Racedo, Antonio Tarragó Ros, entre tantos otros. El
Movimiento cerró en 1984, ya en democracia, con toda una semana de exposiciones,
recitales y mesas redondas en el Centro Cultural General San Martín, que se
llamó “Semana Cultura de la Resistencia”. Muchos de los que entablamos amistad
en aquél movimiento continuamos compartiendo actividades culturales en los años
siguientes.
3 — Hasta que con Josefina Racedo y Derli Prada fundás “La Marea”, Revista de
Cultura, Artes e Ideas.
JB — Con ellos y con Cristina Mateu, Víctor Delgado, Elena Hanono, Gloria
Rodríguez… Eso fue ya en 1994. Habíamos participado en el Movimiento por la
Verdadera Historia, que en 1992 motorizó los contra festejos del 5° Centenario
de la Conquista de América, y nos juntamos con algunos amigos de esa movida,
entre ellos Adolfo Colombres, quien convocó a colaborar en “La Marea” a Ticio
Escobar, de Paraguay y a Darcy Ribeiro, de Brasil. También sumamos el apoyo
inicial de Alberto Rex González, Luisa Calcumil, Teresa Parodi, Joaquín
Giannuzzi, Libertad Demitrópulos, Néstor Groppa, Ana Quiroga, Jorge Hacker,
Diana Dowek, Alfredo Saavedra, Ricardo Cámara, Osvaldo Tcherkaski…
“La Marea” es un espacio de debate y expresión de una cultura popular, nacional,
científica, democrática, libre de toda dominación extranjera —como dice la
declaración de la independencia cuyo bicentenario estamos próximos a conmemorar.
En tal sentido es que hemos orientado en ella el tratamiento de temas vinculados
a la educación, las letras, las artes visuales, la historia, las ciencias
sociales.
Mencionar a todos los que han colaborado en estas dos décadas sería muy extenso,
algunos fueron: David Viñas, Jorge Lafforgue, Nora Dottori, Jorge Isaías, Teresa
Leonardi, Gabriela Gresores, Luis Felipe Noé, Guillermo Volkind, Jorge Carrizo,
Ana Wortman, Liliana Tamagno, María Teresa Sirvent, Claudio Spiguel, Roberto Di
Giano, Diana Kordon, Beatriz Seibel, Fernando Ainsa, Isabel Requejo, Irma
Antonazzi, Eduardo Azcuy Ameghino, Santiago Sylvester, Alberto Ure…
4 — Mentemos el espacio que “La Marea” dedica a la poesía.
JB — La poesía tiene un espacio permanente. La tapa es encabezada siempre por el
verso de un poema que se reproduce completo en la primera página interior,
acompañado de los datos del autor. Además, en otras páginas habrá alguna nota
sobre un poeta, una entrevista o reseñas de sus libros. El primer número abrió
con “A galopar” de Rafael Alberti. Le siguieron Brecht, Giannuzzi, Groppa,
Isaías, Jorge Teillier, María Teresa Andruetto, Mahmud Darwish, Manuel J.
Castilla, Ferreira Gullar, Drummond de Andrade, Osmar Luis Bondoni, Manuel
Scorza, Margaret Randall, Gonzalo Rojas, Raúl Zurita, Diego Mare, Jorge Rivelli,
Ramón Plaza, Francisco Squeo Acuña, entre muchísimos otros.
5 — Recuerdo que participé, en 2003 o 2004, en la presentación de un número de
“La Marea”. ¿Cada edición en presentada en algún ámbito público? Sé que tiene su
presencia en la Feria del Libro.
JB — Sí, cada número es presentado con mesas redondas, muchas veces acompañadas
de manifestaciones artísticas, tanto en Capital como en aquellas provincias
donde contamos con amigos que difunden la revista. En todos estos años se ha ido
conformando una modesta pero fiel red de apoyo, muy necesaria para una revista
que se auto sostiene. Anualmente, hay dos acontecimientos culturales de gran
convocatoria en los cuales la revista procura estar presente. Uno es el Festival
de Folklore de Cosquín, en torno al cual hemos organizado peñas y participado
del Congreso del Hombre Argentino. El otro es, efectivamente, la Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires. En ésta nos albergó siempre el stand de
la Distribuidora Catari y, en los últimos años, también el stand oficial de
Revistas Culturales. Desde los inicios de la Feria, Catari compartió su stand
con la Librería Raíces y con aquellas editoriales cuyas publicaciones
distribuye, entre ellas “La Marea”. Gracias al apoyo del stand de Catari-Raíces,
conducido por Humberto Cipolletta, pudimos realizar en la Feria numerosas
presentaciones, varias de ellas con gran concurrencia, como la que sirvió de
lanzamiento al Movimiento por la Segunda y Definitiva Independencia (2007) o la
de homenaje a Atahualpa Yupanqui (2008), ambas con intérpretes de música
popular. Este año organizamos un panel sobre “Teatro, Sociedad y Poder” con
Ricardo Bartís, Rubén Szuchmacher y Derli Prada.
6 — Sos también parte de un espacio para mí entrañable, en el que he coordinado
intensos Ciclos de Poesía, además de un Café Literario y algunos eventos
compartiendo responsabilidades con otros escritores: el Centro Cultural
“Raíces”.
JB — Ciertamente “Raíces” es un espacio muy importante para nosotros porque,
como dije antes, es el que permite a “La Marea” estar en la Feria del Libro y
también uno de los lugares para sus actividades públicas. Comenzó como librería
y distribuidora allá por inicios de los años ‘80 en un pequeño local de Congreso
y luego de un par de mudanzas abrió su primer centro cultural en la calle
Paraná, antes de establecerse en la casa actual de Agrelo 3045, barrio de
Balvanera. Allí nuestra revista ha organizado cursos de historia argentina que
luego publicamos en libro. Tu ciclo de poesía fue muy bueno, de una gran
amplitud. También hubo ciclos de cine-debate, muestras plásticas, así como
numerosos espectáculos musicales. El cantautor Rafael Amor, por ejemplo, suele
actuar allí cuando está en Argentina, ya que alterna temporadas con España.
Actualmente hay ciclos de teatro que coordina Derli Prada, además de otras
actividades artísticas.
7 — ¿Quisieras contarnos, Jorge, qué poemas de tu autoría fueron musicalizados y
escenificados, por quiénes, en el marco de qué espectáculos?
JB — Varios de los “Poemas de ausencia” fueron integrados a obras dramáticas en
versiones musicalizadas, aun antes de que el libro se publicara. En 1981 el
grupo Teatro Hoy, que dirigían en Buenos Aires Chuli Rossi y Gabriel Díaz,
incluyó “Ronda” en su obra “Y aunque lágrimas nos cueste”. Al año siguiente, el
Grupo Cultural “Homero Manzi” de Rosario hizo lo propio en su obra “Tiempo del
hombre”, que sumó otros dos poemas: “Foto” y “Ellos”. La puesta de mayor
envergadura fue la del Grupo de Teatro Vocacional Mercantil de Bahía Blanca, que
en 1985 llevó a escena el libro completo con adaptación y dirección de Julio
González Teves, uno de los fundadores del histórico grupo bahiense Teatro
Alianza. En 1986 el músico Ricardo Cantore, que fue director de la Escuela de
Música Popular de Avellaneda, puso música e interpretó “Secuestro” y “El
ausente” en su disco “Por mi canto”. En 2002, Derli Prada integró el poema
“Vuelo” a su unipersonal “Poesía en ropa de trabajo”, un espectáculo que incluyó
además poemas de mi antología “Poesía social y revolucionaria del Siglo XX”.
8 — Me voy a permitir reproducir el texto que consta en la contratapa de ese,
para mí, excepcional poemario que es tu “Luz mala”: “Tanteos de una poesía
objetiva. No metafórica, si tal cosa no fuese imposible. Un tratamiento directo
del objeto en busca de que la emoción surja de la materia de los hechos, no de
la superficie retórica. Afinidad con la fotografía como arte de la
representación. Procura de su mismo silencio, una dimensión donde lo esencial
resida en lo que no está dicho.” Imagino que en esta línea has proseguido tu
“pretensión de escribirla”.
JB — Sí, la pretensión desde luego, aunque lograr lo que uno se propone, como
aquello que en mi caso condensa el texto que citás, es otro cantar. Hay muchas
tendencias y tradiciones poéticas, por supuesto que todas válidas, aunque
tengamos nuestras preferencias. Yo tengo afinidad con aquellas no confesionales,
mayormente enfocadas al mundo objetivo, prescindentes de lenguaje críptico y
atentas a lo social, o a aquello que Giannuzzi llamaba “el drama de la época”.
9 — Más de cien poetas —entre ellos, Domingo Zerpa, Vasilis Vasilikós, Volker
Törne, Kostas Thrakiotis, Carmen Soler, Lasse Söderberg, Pedro Shimose, Manuel
Scorza, Nicolás Vaptzarov, Leonel Rugama, Charles Reznikoff, Margaret Randall,
Joaquín Pasos, Salvador Murillo, Yenny Mastoraki, Menelao Ludemis, Folke
Isaksson, Elvira Hernández, Ho Chi Minh— has incluido en la primera edición de
tu “Poesía social y revolucionaria del siglo XX”. ¿Repercusiones —a favor o en
contra— a partir de ese volumen y del posterior, con otros autores incorporados?
JB — Según la editorial, esa selección tuvo muy buena acogida entre los
lectores, razón por la cual tuvo una segunda edición, que procuré renovar
agregando autores y reemplazando poemas de algunos de los poetas de la primera
edición. Recibí comentarios positivos e incluso una invitación a participar con
la definición de poesía social en el Diccionario del Pensamiento Alternativo (de
Hugo E. Biagini y Arturo A. Roig, Editorial Biblos, 2008). También objeciones en
cuanto a algunos poetas elegidos u otros ausentes. Tales objeciones son
inevitables en una compilación siempre limitada por el presupuesto y sin otro
rigor que ofrecer una muestra lo más amplia posible en cuanto a países
representados, en particular de América Latina, con poetas que han sido poco
difundidos. Recuerdo que al comentarle a Joaquín Giannuzzi que estaba preparando
esa antología me dijo: “Eso es para ganarse enemigos”. Por suerte, creo no haber
llegado a tanto.
10 — Te invito a que compartas con nosotros tu definición de poesía social.
JB — Cito la entrada del Diccionario: “Poesía social. Designación de aquella
poesía que se involucra en temas y conflictos colectivos. Categoría genérica
difundida en la crítica literaria desde las primeras décadas del Siglo XX. La
amplitud de sus alcances ha dado lugar a múltiples debates. El ser humano es
fundamentalmente social. La poesía, como medio de expresión y comunicación
humana, también lo es. Tal carácter es evidente en las propias obras poéticas,
desde Homero en la Antigüedad a la gauchesca en los orígenes del género en el
Río de la Plata. ¿Por qué, entonces, el énfasis del calificativo social aplicado
a la poesía? Se ha dado en llamar “poesía social” a aquella que, a diferencia de
las corrientes estéticas inscriptas en el “arte por el arte” o en la efusión
lírica de un yo ensimismado, busca su objeto poético en la realidad objetiva y
toma partido en las contiendas sociales. Generalmente, los autores de poesía
social pertenecen al espectro de la izquierda política quienes, en particular
los de formación marxista, no se limitan a la descripción naturalista de la
injusticia social, sino que se proponen contribuir con su arte a la
transformación revolucionaria del mundo. De ahí el célebre verso del español
Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Justamente España ha
dado una fructífera poesía de este tipo, en especial en el bando republicano
durante la Guerra Civil, resurgida con especial calidad y fuerza expresiva en
los años 50, aún bajo la dictadura del general Francisco Franco. Es también en
España donde el mayor poeta social argentino, Raúl González Tuñón, escribe una
obra fundacional del género, “La rosa blindada”. Dedicado a la insurrección de
los mineros asturianos de 1934 y publicado en 1936, el libro influyó
decisivamente en la producción de otros grandes poetas de la época, como Miguel
Hernández y Pablo Neruda. Fue este último quien reconoció: “Raúl fue el primero
en blindar la rosa”. El propio título del libro define un programa estético e
impugna los esquematismos conceptuales que ven una oposición excluyente entre
función política y expresión lírica, una contradicción dilemática —no
dialéctica— entre el referente objetivo y la expresión subjetiva. Por encima de
cualquier parcialismo, Tuñón advertirá: “la poesía es una e indivisible”. En la
Argentina de los años 20, los abanderados de la literatura social fueron los
escritores del llamado Grupo de Boedo, entre quienes destaca la labor poética de
Álvaro Yunque, autor, además, de una historia de esa literatura en el país. Raúl
González Tuñón, aunque amigo de los boedistas, integró el Grupo de Florida,
“rival” vanguardista de Boedo. Nicolás Olivari, poeta fundador de Boedo, fue
posteriormente uno de los animadores de Florida. Ambos casos desmienten otro
prejuicio común: el supuesto antagonismo entre compromiso social y vanguardia
estética. Prejuicio que, por otra parte, asocia la noción de vanguardia al
irracionalismo teórico y a la mera experimentación formalista. Superando esa
noción limitada, el poeta mexicano José Emilio Pacheco ha introducido el
concepto de “la otra vanguardia”, en la que incluye a la poesía testimonial y
realista originada en los años 20 en América Latina y expandida en la segunda
mitad del Siglo XX, que practica un tono coloquial e incorpora elementos
extraliterarios, términos del habla común, referencias periodísticas, cifras,
marcas y nombres propios, etc. Una corriente emparentada en sus orígenes con la
poesía objetiva norteamericana y entre cuyas obras fundacionales Pacheco señala
a “El soldado desconocido” (1922), del nicaragüense Salomón de la Selva. En
Nicaragua esta tendencia ha sido fecunda con los poetas del llamado “exteriorismo”,
uno de cuyos exponentes más notorios es Ernesto Cardenal. La poesía social cobra
particular desarrollo alrededor de los años 60 como parte del auge de las luchas
populares y alentada por el triunfo o la consolidación de procesos
revolucionarios en países como Cuba, Vietnam, China, etc. Algunos de los poetas
más influyentes del período son el argentino Juan Gelman, el salvadoreño Roque
Dalton, el brasileño Ferreira Gullar (José Ribamar Ferreira), dentro de una
lista demasiado extensa para ser desplegada aquí. Luego de haber sido interdicta
por las dictaduras militares de los años 70 —que asesinaron a varios de sus
autores— y despreciada por las corrientes poéticas conformistas o “apolíticas”,
que se ufanaban de haberla derrotado en el plano literario cuando sólo se la
había obligado a replegar por la fuerza de las armas, la poesía social está
resurgiendo en Argentina y otros países al calor del nuevo impulso de los
movimientos nacionales, populares y antiimperialistas en América Latina”.
11 — Nunca me animé a preguntártelo cuando nos veíamos en “Raíces”: ¿cómo es ser
—haber sido— el yerno de Joaquín Giannuzzi (1924-2004)?
JB — Fue un privilegio haber compartido años de relación familiar con él y con
su esposa, la novelista Libertad Demitrópulos, dos personas de gran cultura y
conversación apasionante de quienes aprendí mucho. Mantuve con ellos un
entrañable vínculo de cariño mutuo. Joaquín era un hombre afable, abierto a
recibir a los poetas jóvenes, a atender sus inquietudes, afectuoso en su trato y
muy galante con las mujeres. Tenía un humor chispeante y socarrón, que le
permitía presentarse a sí mismo como un “pesimista jovial”, que era una
definición certera. Extraño mucho conversar con él. Recuerdo con especial
añoranza los veranos compartidos en la casa que Libertad había heredado en el
pueblo de Campo Quijano, provincia de Salta. Allí, sentado frente a una ventana,
Joaquín escribía a mano en sus cuadernos escolares esos poemas subyugados por la
opulencia vegetal de “un jardín creciendo fuera de la historia”, un reino por
completo ajeno a tanta insensatez que hallaba en el mundo humano.
12 — ¿Qué tipo de novelas preferís? ¿Cuáles detestás? ¿Cuáles volverías a leer?
¿Cuáles son tus hábitos de lectura?
JB — Leo muchas novelas, desde siempre. Tengo un gusto más bien clásico, de
buenas historias que ahonden en relaciones, conflictos y aspectos humanos de
todo tipo y lugar. No elijo por géneros novelísticos sino por autores o por
temas que me interesen en particular. Más que detestar, ignoro al bestsellerismo.
Volvería a leer —de hecho lo hago— a William Faulkner, José María Arguedas,
Cesare Pavese, Bertolt Brecht, Roberto Arlt, John Berger, entre otros. Mis
hábitos de lectura son bastante eclécticos, además de novelas y poesía leo
historia, textos marxistas, biografías…
13 — Hasta hace algunos años, en la sección “Banda Hispânica” del brasileño
portal “Jornal de Poesia”, los autores, como parte de su presentación, debían
responder (apenas retocaré alguna expresión) el siguiente breve cuestionario (el
cual te extiendo, Jorge):
A: ¿Cuáles son tus afinidades estéticas con otros poetas hispanoamericanos?
JB — Tengo afinidad con Gonzalo Millán (Santiago de Chile, 1947-2006), cuya
poesía admiro. Lo leí por primera vez a mediados de los años ‘80 en un ensayo
del estadounidense Thorpe Running, acerca de la poesía escrita bajo las
dictaduras de Chile y Argentina en el cual nos mencionaba a ambos, entre otros
autores. Gonzalo vivía entonces en Holanda, uno de los países en que pasó su
exilio. Pude contactarme con él y entablamos una amistad epistolar. Aún conservo
un ejemplar de su magnífico “Seudónimos de la muerte”, en una edición artesanal
intervenida plásticamente, realizada por él mismo, que me obsequió por correo.
De ese libro me permito citar el poema “Aparecida”: “Apareció. Había
desaparecido,/ pero apareció. Meses después/ la encontraron en una playa./
Apareció en una playa/ meses después con la columna/ rota y un alambre al
cuello.”
En su país, sintonizo además con la antipoesía de Nicanor Parra y con poetas
como Jorge Teillier, Gonzalo Rojas, Elvira Hernández o Raúl Zurita. Me he
interesado mucho también por el exteriorismo nicaragüense –esa amplia corriente
poética que puede incluir desde Coronel Urtecho y Cardenal hasta Leonel Rugama–,
así como por otros poetas latinoamericanos como Antonio Cisneros, Javier Heraud,
Roque Dalton, Ferreira Gullar o José Emilio Pacheco.
B: ¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen en la poesía que se
hace en la Argentina, que deberían tener repercusión o reconocimiento
internacional?
JB — No se me ocurre una contribución especial destacable por sobre otras. Creo
que existe una diversidad de voces, tanto en cuanto a propuestas estéticas como
a procedencias e idiosincrasias regionales, merecedora de políticas democráticas
de aliento y difusión nacional e internacional.
C: ¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas entre los diversos
países que conforman Hispanoamérica?
JB — Pienso —vinculándolo con lo anterior— que es la falta de políticas y
acuerdos específicos de los gobiernos de los distintos países en favor del
intercambio cultural entre nuestros pueblos.
14 — ¿Tenés un escritor que te haya mostrado que la literatura podía llegar a
ser tantísimas “cosas” más de las que habías leído o imaginado?
JB — Varios. Como ya dije, los primeros fueron —por una cuestión meramente
generacional— los autores del boom. En especial libros como “Rayuela” de
Cortázar y “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa, ambos del mismo año (1963).
Fue el descubrimiento de las potencialidades de la literatura, una “entrada” a
autores que posteriormente me deslumbraron aún más, como Faulkner y otros que
mencioné antes.
15 — Te cito un párrafo redactado por el poeta Jorge Aulicino: “Storni vuelve a
ser influyente, o es por primera vez influyente, más bien por temperamento que
por una concepción particular de la poesía. Tal vez no exista poesía femenina,
pero existe femineidad en la poesía. Y eso se encuentra en cantidad muy
apreciable en Storni, quien fue mucho más que esa Alfonsina que flota entre
sirenitas y caballitos de mar en una especie de santuario popular creado por
Félix Luna. Storni ha sido femeninamente áspera y concreta, a la vez que
ornamentalmente lírica.” ¿Acordás? ¿Qué añadirías?
JB — No puedo sino estar de acuerdo con él. Desde ya que la relevancia de
Alfonsina Storni nada le debe a la canción de Luna, más bien lo contrario. No
sorprende que su poesía —según señala Aulicino— sea hoy influyente, dado el
lugar central que tienen hoy las cuestiones de género y la situación social de
la mujer.
16 — Transcurridos ya más de dos lustros de la aparición de tu último poemario,
cabe preguntarte si prevés publicar uno o más que pudieras tener inéditos. Y
complementariamente, ¿no reunirías en algún volumen una selección de entrevistas
realizadas por vos y artículos de tu autoría que sólo se difundieron en
publicaciones periódicas?
JB — Sí, preveo volver a publicar poesía, aunque luego de “Luz mala” he estado
un largo período sin escribirla, y de lo escrito últimamente debo aún pulir y
darle unidad. En cuanto a mis entrevistas y artículos, pensé reunirlos en libro,
probablemente como parte de una selección de notas literarias de “La Marea” que
incluya más autores, como ya hemos hecho con otros temas, por ejemplo con los
textos dedicados a “Trabajo y globalización”.
17 — ¿Son innecesarias las restricciones formales de los géneros literarios?
¿Deben derribarse los límites entre lo considerado poesía o narrativa, en favor
de una “simbiosis”?
JB — Las diferencias entre géneros son productos históricos. En la antigüedad no
había esa distinción (pienso en Homero). Existen restricciones formales o
técnicas que son inherentes a géneros literarios específicos, como la métrica
estricta de ciertas composiciones poéticas que en el Siglo XX fueron siendo
desplazadas por el verso libre, pero que aún siguen practicándose. Son procesos
históricos siempre cambiantes e inacabados. Lo que es innecesario —y en vano— es
pretender imponer restricciones de cualquier tipo a la creación. La poesía y la
narrativa están presentes la una en la otra más allá de las formas.
18 — ¿De qué lecturas has disfrutado últimamente?
JB — Entre las novelas argentinas de los años recientes me gustaron mucho “La
mujer en cuestión”, de María Teresa Andruetto; “Blanco nocturno”, de Ricardo
Piglia; “Trasfondo”, de Patricia Ratto; “El destino”, de Carlos Pereiro; “El
viento que arrasa”, de Selva Almada; “La vida de los Van Gogh”, de Camilo
Sánchez. Entre las extranjeras “HHhH”, de Laurent Binet y “Zapatos italianos”,
de Henning Mankell. En poesía, algunas obras completas que se han venido
editando, como las de Roberto Santoro, Teresa Leonardi o Diana Bellessi.
Jorge Brega y Leónidas Lamborghini
Jorge Brega selecciona seis poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
De “Poemas de ausencia”:
Visita
(O: Un ausente en busca de otros ausentes)
08:55
Sólo el moscardón cruzando la sala interrumpe el silencio.
El hombre en el centro del cuarto observa sus
propias huellas el polvo flotando en rededor.
Salvo lo que el atropello quebró nada han dejado.
El hombre gira, el polvo incendiado con él, el moscardón
vuelve y sale por el extremo derecho del cuadro.
Las cachiporras las groserías las bestias
bípedas no tienen tarea pendiente aquí,
concluyeron.
El sol intercepta en el pecho
al hombre que conserva un brazo en la sombra.
Las ventanas faltan la puerta quebrada yace.
El hombre mira al aire azul lejos.
09:10
Las voces regresan los niños saltan uno sobre otro.
Ignora dónde los guardan con su madre viva o muerta
el hombre que se lleva una mano a la frente
ora sonriendo ora sollozando según
sople el recuerdo los sonidos crezcan disminuyan
los pasos se acerquen se alejen etcétera.
La luz ingresa a pleno y en ella arde ahora el aleteo loco
del pájaro que aterrado retrocede.
Ante el portarretrato vacío el hombre gesticula, el cuerpo
no le basta, el corazón
finalmente estalla, el dolor
se queda para siempre.
09:30
El hombre o el fantasma del hombre
hace abandono del predio.
*
Regreso
Al fin del alba la casa resplandece.
Vista desde las tunas parece que vibrara
estremecida por la luz.
Antaño entornábamos los párpados
y los contornos se volvían precisos
(era una ilusión).
Pero ya no jugamos
e ignoramos dónde moran nuestros camaradas de entonces.
Los más pesimistas nombran el fondo del lago
en cuyas aguas corríamos regatas
(hop, hop, guiaba
a los remeros el timonel con su megáfono).
Hoy los postigos golpean en la casa vacía
como un mal remedo de la Minerva imprimiendo
participaciones de enlace y proclamas de huelga.
Aunque esto fue más tarde,
cuando alzamos la vista más allá de los cerros
donde habíamos enterrado nuestros tesoros de infancia.
Techos de tejas y muros encalados,
el pueblo permanece siempre bello,
mas en la casa nadie aguarda
para llamarnos descariñados por no haber escrito nunca.
Ahora, desde el sendero vemos el lago,
las tunas,
la casa por última vez.
*
De “Luz mala”:
Estiba
En el vagón
unos hombres se afanan desdibujándose en el polvo.
Un rebozo de arpillera los cubre hasta los hombros.
Apenas si sus ojos logran entreverse.
Sólo las palas con que expulsan la carga
alcanzan nitidez al emerger fugaces a la luz.
Los granos describen una parábola radiante
al caer en la cinta sinfín que los conduce al buque.
Las rápidas figuras palean en la sombra:
la compuerta corrediza ha dejado
una abertura oscura
por la que el trigo abandona el país.
*
Figuras en un paisaje
Una mujer en un bote.
Se aparta del tejado con un toque de remo
contra la franja visible del muro.
No más que esto se distingue.
Salvo la copa del eucalipto
que emerge hacia el oeste de la casa.
El primer mandatario navega en aeroplano.
Pasa por allí en el instante
en que la mujer mueve los labios.
Desde el cielo de Argentina
su figura es despreciable.
Una mínima masa muscular
agitándose en un páramo de agua.
Binoculares mediante
el presidente divisa el movimiento
de otras figuras menores
bajo unas mantas
en el fondo de la embarcación.
Es entonces que dispone
atusarse pensativo el bigote.
Y algo abajo sucede al unísono:
La figura que rema ve flotar
en el cielo
a la máquina resplandeciente.
*
Poética
Como Hopper
escrutar desde la noche un cafetín iluminado.
Un claro lunar desde el monte tupido.
No un destino ajeno
de parroquiano acodado al estaño.
Sino una hondura propia.
Un misterio íntimo que la conciencia ronda.
*
Inédito:
El cañazo de Don Gómez
El sereno convida aguardiente
y no se le puede despreciar.
Hace décadas que es baqueano
de los arqueólogos aquí
en Pachacamac, morada de sus ancestros.
Hemos encendido un fueguito entre los pinos
para que el anciano se tiente a contar.
Donde él indicó —recuerda—
hallaron el sepulcro de una princesa
con su ajuar funerario intacto.
El cañazo pega como patada de mula
y todo gira en torno al fogón: los rostros,
el bosque, las estrellas de la límpida noche.
Al regreso de aquel día soleado
ella lo aguardaba en su mínimo cuarto
con una doliente mirada de reproche.
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Jorge Brega y Rolando Revagliatti, septiembre de 2015.
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http://revagliatti.com.ar/041206.html
http://www.revagliatti.com.ar/030915_super.html
http://www.revagliatti.com.ar/040308p.html
http://www.revagliatti.com.ar/051200_picnic.html
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