ZONA
LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“Antes no sabía nada y ahora sé que nunca lo sabré”
Entrevista a Gerardo Lewin por Rolando Revagliatti
Gerardo Lewin nació el 20 de diciembre de 1955 en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires (donde reside), la Argentina. Recibiendo el título de Actor Nacional
egresó en 1980 de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Establecido en Israel,
cursa en 1984 estudios de Máster en Dirección Teatral en la Universidad de Tel
Aviv. En Buenos Aires, a través de IUNA (Instituto Universitario Nacional del
Arte) obtiene en 2004 su Licenciatura en Actuación. Entre 1977 y 1981 actuó,
entre otros, en los espectáculos “Alicia a través del espejo” de Lewis Carroll,
“La pirámide” de Oscar Feijóo, “El héroe de la Samobroone” de Jacobo Greber, en
la Argentina, y entre 1983 y 1985 en “Víctor, o los niños al poder” de Roger
Vitrac y “Los inmigrantes” de Slavomir Mroczek, en Israel. Incursionó como actor
en televisión, filmes de corto y largometraje y publicidad. Durante 1986 realizó
locución en producciones cinematográficas. Y en los países citados ha ejercido
la docencia teatral en instituciones privadas y públicas. En el género
dramaturgia concibió la farsa policial “Nieblas del Támesis”. Su poemario
publicado es “Amores muertos” (El Jabalí Ediciones, Buenos Aires, 2003).
Inéditos permanecen “Tránsito” y “Nombre impropio”. Poemas suyos fueron
traducidos al portugués por Roxana Lewin. Es el traductor, por ejemplo, del
poemario “Vago” de Tal Nitzan (Ediciones Pen Press, Nueva York, Estados Unidos,
2012), “Una novela vienesa” de David Vogel (Editorial Minúscula, Barcelona,
España, 2013), “Antología de cuentos” (selección del Instituto para la
Traducción de Literatura Hebrea (ITHL): textos de Yossi Birstein, Yitzhak Orpaz,
Etgar Keret, Reuven Miran, Alex Epstein, Dan Tsalka y Amós Oz), además de
traducciones socializadas en revistas y periódicos de México. En 2007 fundó
http://decantasion.blogspot.com.ar: “Un blog de traducciones de poesía hebrea de
acá y allá, de ahora y de otrora”. Entre 2002 y 2007 fue uno de los
coordinadores del ciclo de poesía “El Orate y La Musa”.
1 — ¿Has tenido durante tu formación teatral algún maestro o maestra
“inolvidable”? ¿Qué te resultaba más grato e ingrato en la juventud y cómo es en
la madurez? ¿Volverías a cursar por los andariveles “oficiales” o te inclinarías
por la capacitación por fuera de la que provee el Estado?
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GL — La verdad es que llegué al teatro por casualidad y no por vocación. Lo hice
porque creía que me ayudaría a superar mis problemas de timidez y expresividad.
Para decirlo más claramente, especulé con que estudiar teatro haría de mi un
galán más (o al menos mínimamente) eficiente. Tuve mucha suerte con mis
maestros: tengo un magnífico recuerdo de Víctor Bruno, nuestro profesor de
actuación hasta el segundo año, así como de quien lo sucedió hasta quinto, Nina
Cortese (si a alguien le cabe el adjetivo inolvidable es a ella: no sólo nos
inició en el conocimiento de autores ignorados por nosotros, sino que me
estimuló en la escritura y la frecuentación de la poesía). No puedo dejar de
mencionar a un genio que tuvimos y que pasó desapercibido: Roque de Pedro,
nuestro profesor de música. La experiencia teatral puede ser muy grata o
aterradora, casi como cualquier religión. La ebriedad de adrenalina que
proporciona el escenario, según cómo lo procesa cada quien, puede llevarte a la
cima del arte o destruirte.
Sobre lo que resulta o no agradable en las distintas etapas de la vida, afirmo
que prefiero ser quien soy, a la fecha. Agradezco que —en este universo— el
sentido del tiempo sea único. La diferencia entre mis edades de hombre puede
expresarse en una sola frase de inspiración socrática: antes no sabía nada y
ahora sé que nunca lo sabré. La diferencia es la ansiedad por saber o, si lo
preferís, la angustia por no saber, que es distinta de la curiosidad. Saber,
¿qué? Todo: qué hay después de la muerte, si es posible que exista una sociedad
más justa, cómo lograr el corazón de las mujeres, cómo escribir el mejor poema
del mundo. Hoy sé que esas preguntas no tienen respuesta o tienen infinitas
respuestas, lo mismo da.
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Gerardo Lewin en 2003 con Beby Pereyra Gez,
Carlos Dariel, D. R. Mourelle y José Luis Mangieri - Foto de Daniel Grad
Respecto a la educación o la capacitación, como la llamás..., al contrario de lo
que me inculcaron mis padres, la educación es una posesión volátil. Más en estos
días. Poco de lo que aprendí me sirve para algo. Sé que me capacité para
múltiples tareas, pero a fin de cuentas sólo realizo algunas pocas. La rutina,
la monotonía y el mecanicismo son también maestros: cuando efectuamos un acto y
no sabemos ya cuántas veces lo hicimos anteriormente, es probable que podamos
considerarnos expertos. Aunque sea en el arte de subir las escaleras de la casa
en la oscuridad. No es necesario acudir a ninguna escuela ni suscribirse a algún
taller para lograr eso.
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2 — ¿Cómo eras —nos preguntamos los que te conocimos recién cuando exponías tu
poética en cafés literarios— entre 1977 y 1985, en tu período de actor en los
teatros Payró, del Centro (en Buenos Aires) y en los de la ciudad de Tel Aviv?
¿Cómo eras cuando interviniste en el largometraje “El infierno tan temido” de
Raúl de la Torre, y cuando premiaron tu labor —IX Concurso Internacional de Cine
Amateur de la República Argentina— en el cortometraje “La pared” de Eduardo
Feller? ¿Por qué no persististe en la carrera teatral? ¿No llegaste a dirigir?
GL — Era un pibe muy a la deriva, con muchas ilusiones y un poco de ego. Lo que
rescato de esos años es el aprendizaje del disfrute, en lo que a la poesía se
refiere. El disfrute de lo milagroso, lo maravilloso del arte. Participar en los
reductos que le daban a los poetas la posibilidad de leer era emocionante. Yo
guardo un recuerdo muy agradecido, por ejemplo, a las chicas organizadoras del
Ciclo de Poesía "Zapatos Rojos". Para mí, leer un poema ante un auditorio era
tocar el cielo con las manos. No exagero: para mí fue una revelación.
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Mi labor como actor fue corta y concluyente: soy tímido, cerrado y en el teatro
tiendo a mirar sólo el texto y su calidad literaria. El actor nato pone en juego
su cuerpo, cierto grado de exhibicionismo del que creo carecer o al que supongo
no me atrevo a alcanzar. El premio que mencionás bien pudo haberse declarado
desierto. Sin embargo, cada tanto me echo un poco de sal en la herida y fantaseo
con dirigir teatro. Otro modo de acercarme a lo teatral fue a través de la
traducción: he intentado interesar a directores en montar piezas teatrales de
dramaturgos israelíes. Hasta ahora, no logré convencer a ninguno.
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Gerardo Lewin con Alejandro Méndez Casariego y
José Emilio Tallarico
3 — Has sido docente de teatro durante la década del ‘80 en instituciones,
organizaciones, centros educativos. ¿Te complacía ese rol? En 2007 retornaste a
él cuando estuviste a cargo de un Taller de Declamación destinado a poetas y
actores, auspiciado por el Centro de Estudiantes de la Facultad de Farmacia, de
la Universidad de Buenos Aires. Sé que en el horizonte de la iniciativa cabía
responder este par de inquietudes: “¿Cómo decir un poema? ¿Qué mecanismos se
ponen en juego?”.
GL — La docencia fue algo muy divertido que me permitió subsistir durante
bastante tiempo sin necesidad de trabajar demasiado. No era, sin embargo, un rol
que me complaciera; y decidí abandonarlo. Me faltó paciencia y método para ser
un buen docente. Distinta fue la experiencia del taller de declamación, porque
respondió a una inquietud mía, en un momento en que podía plantearme una
experiencia "docente" sin necesidad económica de por medio. De hecho, lo planteé
como un taller gratuito, porque consideraba que no estaba enseñando, sino
liderando un aprendizaje en el que yo mismo estaba incluido. El taller recorría
aspectos como la dicción, la proyección de la voz, el ritmo, la versificación.
Cómo articular ese andamiaje con la emoción. Estaba planteado desde una óptica
un tanto privilegiada, porque yo había vivido en ambos mundos: el de la poesía y
el del teatro. Por eso el taller se dirigía tanto a actores como a poetas.
Trataba de tomar una doble distancia. Por un lado, de los poetas, ya que muchos
leen horrible —probablemente, algunos, adrede—. Hay quienes suelen establecer
que lo importante son las palabras y que en la lectura debe licuarse toda sombra
de pathos. Por el contrario, para el actor (en especial los actores del método)
lo importante es su expresividad, sus emociones, su voz. Cosa que hace que,
muchas veces, un actor no entienda siquiera de qué trata el poema. Hubo en
nuestro país una tradición de declamadores, actores que tenían una sensibilidad
y una inteligencia especial para encarar un poema como una pequeña escena. Me
remito, claro, a Berta Singerman, pero también a Inda Ledesma, Alfredo Alcón
(quien ofrecía recitales de poesía) y otros menos sospechables de operar en el
rubro declamatorio: Héctor Alterio o Luis Brandoni. Humildemente, el taller se
planteaba retomar ese hilo.
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Gerardo Lewin con Florencia Walfisch y Alberto
Szpunberg
4 — ¿Tu única incursión en la dramaturgia ha sido con la farsa policial “Nieblas
del Támesis”? Supongo que no se ha estrenado y que permanece inédita. ¿Es así?
¿Hay alguna otra pieza por allí, acaso abandonada?
GL — No hay ninguna otra, por ahora. Se me ocurren argumentos de posibles piezas
—de hecho, durante años quise escribir una de ficción fantástica alrededor de la
figura de Leopoldo Lugones—. “Nieblas…” es una obra de juventud que, con la
excusa de la farsa y la parodia a las viejas películas policiales negras, habla
de la historia de la violencia en la Argentina. Es un poco extraña en cuanto a
las escenografías: un bar, un laboratorio decimonónico, un estudio de radio, un
museo, un tren en marcha... Escenarios que apelan a los clichés de las películas
de misterio. Es para un elenco de entre seis y ocho actores: hay un detective
privado, una cantante, un científico loco, un músico jorobado... Se la he
ofrecido a varios directores. Todos la alaban, quiero creer que con sinceridad.
Nadie la monta.
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Gerardo Lewin con Gabriel Kornreich
5 — Ignoro si te propusiste la redacción de alguna novela, pero “me suena” que
sí tenés cuentos o relatos. ¿Cuál es esa producción más secreta? ¿De qué trata?
GL — Sí, tengo cuentos a los que quiero mucho. He estado pergeñando una serie de
crónicas titulada "Atención obsesivos de Caballito y alrededores". Me cuesta,
confieso, salir de la situación poética y pasar a una instancia puramente
narrativa. Escribí cuentos en los que yo mismo era el protagonista: la muerte de
mi padre, encuentros con amigos, un tío esquizofrénico... Mi producción más
secreta son los poemas que vengo escribiendo desde hace años y que olvido. De
pronto abro un cajón, reviso una carpeta y leo: pucha, cómo pude no ver aquí el
poema escondido. Los que creo mejores surgen de ese encuentro con ideas
relegadas, perdidas. Es como si revisitara la obra de algún otro, el regalo
inesperado de un desconocido.
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Gerardo Lewin con Ivana Szac, A. Méndez
Casariego, J. E. Tallarico, R. Revagliatti, Ángel Marcelo, Ángel Raúl Vaona,
Cristina Quinteros y Lili Díaz
6 — Entre otras labores de traducción, una me llama la atención: la que
realizaste para la televisión israelí.
GL — Fue una de esas cosas fortuitas que surgen. Ocurrió que gente de la
colectividad quiso armar aquí una repetidora de programas israelíes. Por una
cadena de amigos me reclutaron como traductor. Como tengo cierta facilidad para
la comedia, me encargaron el subtitulado de un programa de entrevistas de un
cantante, un tal Guidi Gov, personaje muy en el estilo Woody Allen (su esposa,
Anat Gov, dramaturga fallecida a fines de 2012, es la autora de “Oh, Dios mío”,
representada en Buenos Aires). A pesar de lo modesto del puesto, fue para mí una
instancia seminal, porque me obligó a traducir canciones, que en realidad eran
poemas musicalizados. Ése fue el germen de mi blog.
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Gerardo Lewin con José Emilio Tallarico,
Daniel Barroso y Alejandro Méndez Casariego
7 — ¿Por qué permanecen inéditos un par de poemarios? ¿Qué sesgo tiene
“Tránsito” (qué transita)?
GL — El poemario “Tránsito” permanece inédito porque mutó y se mutiló. Ahí anda,
recuperándose. “Tránsito” alude al tránsito de vehículos en una calle porteña y
en simultánea a la idea mística de “tránsito”, en el sentido de pasaje directo
de un plano de existencia a otro, más espiritual. Así, se habla del tránsito de
la Virgen, de Mahoma o del profeta Elías: seres que sin sufrir la muerte física
pasaron al más allá. Permanece inédito porque todo ese material que mencionás,
que se refería a íconos culturales (series televisivas, personajes de
historietas, etc.) cobró volumen y peso específico y emigró al otro libro
inédito: “Nombre impropio”. “Tránsito” queda, entonces, como un poemario íntimo,
mayormente poemas que hablan sobre el amor y otras desdichas. Permanece inédito,
además, porque el poeta Javier Cófreces —el de Ediciones en Danza— tuvo la
inconsulta idea de publicar un poemario con ese mismo título, “Tránsito”. Un
libro muy feliz, por cierto. Consideré que ya era demasiado el exponer al exiguo
público de lectores de poesía a un mismo título en el transcurso de un siglo, lo
cual podía dar lugar a confusiones o malas interpretaciones. No quisiera yo
recibir, sin merecerlo, los halagos por el libro de Cófreces ni menos aun —por
supuesto— que él reciba los denuestos que me sean destinados. Entonces “Nombre
impropio” se quedó con todos esos textos cuyos referentes son personajes de
series, de historietas, de películas... Creo que constituyen, en definitiva, un
rebusque actoral, a la manera de monólogos. La lista fue creciendo: un hombre
lobo, un zombi, Richard Kimble (el fugitivo) y su triángulo enemigo: el hombre
manco y el inspector Gerard. Están la novia de Frankenstein, Isidoro Cañones,
Shemp Howard (el menos transitado de los tres chiflados), Micky Mouse, Los
Invasores, El Túnel del Tiempo... En todos los casos hay un cariño por lo
fantástico, por un mundo imposible en el que quisiera residir, una variante del
tránsito hacia una dimensión, si no desconocida, al menos poco frecuentada.
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Gerardo Lewin con José Emilio Tallarico
8 — Tu “Amores muertos” lleva en su contratapa un impecable texto del poeta
Alejandro Méndez Casariego. Y fue editado bajo el sello que dio nombre a una
revista de poesía: “El Jabalí”. La editorial estaba a cargo de otro poeta:
Daniel Chirom (co-director de la revista), ya fallecido, y como vos, Gerardo,
nacido en Buenos Aires en 1955. Imagino que eran muy amigos y se conocerían
desde jóvenes.
GL — Con respecto al texto de Alejandro, presumo que lo tiñe un sentido de
amistad que valoro, y obnubila su juicio. En cuanto al querido Daniel Chirom, es
cierto que llegamos a ser amigos, aunque no nos conocimos sino después de su
presentación en “El Orate y La Musa”. Hubo una afinidad concerniente a nuestra
cercanía a lo judío. La gente pensaba que éramos hermanos o primos, puesto que
existía entre nosotros parecido físico. Quizá lo fuéramos, como reza cierto
humor paisano: siglos de endogamia no pasan sin dejar huella. Su decisión de
editarme fue producto de su confianza en mí como persona, más que de su
apreciación literaria. Le agradecí y aún le agradezco profundamente ese gesto.
¿Qué más decir? Era un tipo extraordinario, su muerte ensombreció un poco más el
mundo: hasta el final supo reír, apreciar una charla o el cuerpo de una mujer
bonita.
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Gerardo Lewin con los poetas Alejandro Méndez
Casariego y José Emilio Tallarico
9 — ¿A qué traductores al castellano de poesía hebrea tenés como referentes?
¿Qué tipo de dificultades predominan en la traslación del hebreo al castellano?
GL — Los colegas que me enseñaron y me aportaron son nombres desconocidos para
la mayoría de los lectores, pero es una buena ocasión para mencionarlos: Eliezer
Nowodworski, Raquel García Lozano (que ha traducido toda la obra de Jehuda
Amijai al español) y Ana Bejarano, quien me impulsó a seguir adelante en esta
vidriosa profesión. La traducción del hebreo al castellano es casi una ciencia
en sí misma, y a sus abanderados se los denomina hebraístas. Los hay desde la
época del rey Alfonso El Sabio y su Escuela de Traductores de Toledo, que aún
subsiste como un punto de encuentro entre las tres culturas ibéricas: la latina,
la arábiga y la hebrea. Sin ser un experto, creo que el principal problema que
tiene la traducción del hebreo al español es un derivado del principal problema
que tiene el hebreo mismo, y es la confrontación entre un idioma litúrgico y
sacralizado y una lengua de uso cotidiano y práctico. ¿Cómo se pasa de lo
sagrado a lo profano? Es frecuente hallar en escritores hebreos referencias y
citas bíblicas. ¿Cómo traducirlas? ¿Usando Reina Valera o la Biblia de
Jerusalén?
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Gerardo Lewin con Nancy Toselli y Alejandro
Méndez Casariego
10 — ¿Qué motivos te impulsaron a residir en Israel y qué decidió tu retorno?
¿Estuviste en otros países?
GL — Lograr una beca para un máster en dirección teatral en la Universidad de
Tel Aviv. Si bien no obtuve ese título, pude estudiar como alumno supernumerario
en la carrera del Máster. La Universidad genera sus propias puestas, tiene un
elenco de directores residentes y se vive el espíritu candente de la producción
teatral real, no en un laboratorio sobre una torre de marfil. Mi retorno tuvo
que ver con cierto hartazgo del conflicto y de lo bélico. No estuve en otros
países, excepto aquellos que visité con mi imaginación. Que tampoco han sido
muchos.
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Gerardo Lewin con Niels Hav
11 — “El Orate y La Musa” fue una propuesta innovadora. Ciclo en donde
el protagonista era un poeta invitado, se lo entrevistaba largamente y él leía
sus textos. Sigo lamentando que no haya quedado documentada aquella iniciativa.
Participaron Roberto Daniel Malatesta, Irene Gruss, Javier Adúriz, Griselda
García, Luis Raúl Calvo, Leonor Silvestri, Laura Yasan, Jorge Fondebrider,
Paulina Vínderman, Alberto Muñoz, Santiago Sylvester, Susana Szwarc, Fabián
Casas, Inés Manzano, Jorge Santiago Perednik… ¿A quiénes no cité? ¿Quiénes
fundaron el Ciclo y qué otros poetas integraron la nómina de coordinadores en
diferentes etapas? ¿Qué te ha dejado aquel trajín, Gerardo?
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Gerardo Lewin con Osvaldo Asher Ben-Hay
Borochnikoff
GL — Estoy de acuerdo en que fue una propuesta
innovadora, casi a pesar nuestro. La nota la dio el espíritu de aprendizaje:
nuestra intención (la mía, al menos) era aprender, preguntar, conocer.
Abordábamos a los poetas desde la humildad total y el acercamiento era de
respeto, de indagación y, si me apurás un poco, también de homenaje. Lo único
que quedó de esos encuentros fueron las fotos y la amistad. A la lista que
mencionás agrego a Leopoldo (Teuco) Castilla, Graciela Zannini, Amadeo Gravino,
Tamara Kamenszain, Héctor Miguel Ángeli, Alejandrina Devescovi, Rodolfo Edwards,
María Rosa Maldonado, Leonardo Martínez, Daniel R. Mourelle, Claudia Masin,
Héctor Urruspuru (nuestro primer invitado), Esteban Charpentier, Miguel Gaya,
Pedro Mairal, Esteban Moore, Gerardo Gambolini, Silvia Noemí Pastrana, José Luis
Mangieri, Guillermo Saavedra, María del Carmen Colombo, Rodolfo Godino, Flavio
Crescenzi, María Malusardi, Daniel Chirom, Rolando Revagliatti... Seguramente
olvido, también yo, algunos nombres. Los otros dos fundadores del Ciclo, en
2002, fueron Alejandro Méndez Casariego y José Emilio Tallarico. Seguimos hasta
2005. Tuvo una breve resurrección en 2007. Intervinieron en la organización y
coordinación, por lapsos, Myriam Rosenberg, Graciela Tustanosky, Fabián Cerezo,
Rubén Andrés Arribas y Pablo Javier Resa. ¿Qué me ha dejado aquel trajín?:
hermosos recuerdos, grandes poemas, el mejor y el más pleno sentido de la
palabra.
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Gerardo Lewin en 2001 - Foto Daniel Grad
Gerardo Lewin selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Piedad para la planta artificial
Malgasto sentimiento
en algo que vegeta en un rincón.
Naturaleza muerta.
Olvidada bajo polvos.
¿Es este poco más que muerto amor
lo que produje, mi triste floración?
Engañosa. Insensible.
Los adjetivos no la matan,
no la reviven.
Verdor inerte que no perecerá.
(Inédito de “Tránsito”)
*
Patio
El limonero de casa es infeliz.
¿Hay otro modo de decirlo?
Vive, pero no ha dado frutos
y en su tristeza amarillenta
me insinúa: deja ya de regarme...
¡Ah! ¡Si sólo pudiera irme, lejos!
Ahora, en esta fresca noche de primavera vieja,
yo escribo y él deja caer una hoja seca.
(Inédito de “Tránsito”)
*
Fin de semana en Solaris
No habrá más mundos que éste
que para ti convoco;
materia otra que la que aquí conjuro.
Atravieso espejismos,
me hundo en alucinaciones
que con tu rostro se disfrazan.
Incorpóreos engaños que simulan tu aroma.
Y contra mí conspiran odiosas estadísticas,
antagónicas leyes prohíben nuestro encuentro.
¿Cuántas vidas debería vivir
hasta que esta pompa de jabón
asuma nuestras formas?
Nada guardo de ti sino tu ausencia.
(Inédito de “Nombre impropio”)
*
Mickey is back
En el retorno del aprendiz de brujo
suena fantástica la sinfonía
de la indemnización o del poder,
de la palabra ausente en el conjuro.
Nada lo detendrá: la desafiante engañifa reina
y un atareado ejército de escobas
hace agua.
Los viejos magos nos ahogamos
en este mismo río.
La marea se lleva los círculos de tiza
desde los que invocábamos
a los grandes demonios de la tierra y sus amantes,
la danzarina gota que endulzaba las uvas,
la arena seca, el fuego.
Ya nadie espera nada de nosotros,
displicentes abismos nos lavan el color de los ojos
y un burbujeo muerto son todas nuestras frases.
Triste verdín nos corona y corroe.
En la cresta de venideras olas,
en lo alto de su trono usurpado,
él
tararea,
feliz.
(Inédito de “Nombre impropio”)
*
Fin de contrato
Sé que mi vida se repliega ahora
a una trinchera móvil
cavada en húmedas cajas de cartón,
a estallidos súbitos y ansiosos
de cintas de embalar voraces.
Aquí fue donde bailamos
el rockanroll de las patatas fritas.
En esta cama casi muero.
Llorabas desconsolada en esa silla
y yo sólo atinaba
a besarte las manos.
En el final el eco rebotando
de pared a pared
y obstinados imanes
aferrándose a la heladera muerta.
Sumisos, obedientes,
nuestros fantasmas
cancelarán las deudas,
nos buscarán sonriendo en los espejos,
regresarán correspondencia
a desesperanzados remitentes.
El polvo de los años
se asentará cantando
sobre estos pasos últimos,
este murmullo incontinente...
Silencioso llanto de babosas
en el patio:
las despedidas las abruman,
pobres bichos.
(De “Amores muertos”)
*
Código postal
Uno no es un papel,
unas palabras,
cartas.
Uno no es un recuerdo,
tinta celeste,
fechas.
Uno no es un fantasma,
algo que se desliza
bajo puertas.
Que no me envíen a destinos imposibles,
nunca diré “querida amiga”,
“estas rápidas líneas”
o “ha empezado a llover”.
Uno no es un remitente falso,
escritura olvidada,
gotas de perfume.
Carne transfigurada y mártir
de matasellos asesinos,
víctima fácil de un abrecartas violador.
Uno no es algo que deba ser leído,
literatura itinerante,
yendo y viniendo hasta la muerte
entre nuestras mutuas soledades.
(De “Amores muertos”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Gerardo Lewin y Rolando Revagliatti.
*
www.about.me/rrevagliatti
www.revagliatti.com.ar/020703.html
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