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Padre
Carlos Mugica
PRESENTE
Por Ramiro Ross
En el mes de agosto de 1999, la hermana del Padre
Carlos, como le gustaba que lo llamaran, me llamó angustiada para
avisarme que se vencía el permiso de la sepultura donde estaba Carlos en
el cementerio, nos pusimos en movimiento para “salvar” los restos tan
queridos de Carlos y nos pareció que el único lugar donde merecían
guardarlos era la Villa 31, sin mas, hablamos con los Villeros, que
aceptaron inmediatamente. Luego de infinidad de gestiones, logramos el
permiso para retirarlo y la siguiente es la crónica de su traslado.
Cuando el sábado está soleado, en el bar “La Biela” de la Recoleta, lo
‘mejor’ de nuestra sociedad se da cita para mirar y ser mirado, y este 9
de Octubre de 1999 pasaba sin sobresaltos (como a ellos les gusta), pero
algo les vino a alterar la tarde. A las 14,30 hs., sus costosas bebidas
casi se le caen de las manos, desde el fondo del exclusivo cementerio,
avanza hacia ellos una columna de gente de piel oscura y mirada grave,
son mujeres morenas con sus hijos en brazos, son hombres curtidos por
injusticias de larga data que llevan sobre sus hombros un féretro, y
como si eso fuera poco, al ganar la calle, un grupo de bombos, tambores
y redoblantes y hasta un acordeón de dos hileras acompañan con su ritmo
las guarañas y chamamés que esa gente entona.
Ya no hay dudas, este sábado es inédito para el barrio.
Son las 16 , y hace mas de 1 hora que otros centenares de obreros,
desempleados, mujeres y chicos esperan en la entrada de la Villa 31.
Todos miran ansiosos para “afuera”, hacia la Estación Terminal de
Omnibus. Al rato alguien cree escuchar algo y hace un además, todos
callan, y si …, a lo lejos se escuchan tambores y luego de unos minutos
se ve el cartel que encabeza la marcha “BIENVENIDO A CASA PADRE CARLOS”
, atrás, sudorosos, luego de 40 cuadras, avanza la columna que acompaña
a los 6 hombres que traen sobre sus hombros el cajón que guarda los
restos tan queridos.
Han pasado 25 años, mucho tiempo, desde aquél fatídico 11 de Mayo,
cuando desde una oficina siniestra se dio la orden “…Terminen con el
cura Mugica…”. A los Asesinos Asalariados Argentinos no les cuesta
ningún trabajo hallarlo, lo encuentran dando misa en una villa del Bajo
Flores, cuando sale, la metralla asesina termina con su vida.
Una vez mas, el asesinato fue inútil, los años no pudieron lograr que la
gente sencilla lo olvide, como no pudieron lograr los López Rega de
turno que se apague el fuego. Esa gente sufrida supo guardar bajo la
escarcha de la dictadura la brasita encendida con su recuerdo.
Son las 16,30, la imagen de la virgen de Itatí se suma a la marcha, otra
imagen, la de Caacupé también acompaña. Son cargadas en carros que esa
misma noche servirán para “cartonear” la Capital, pero que, en ese
momento son casi altares. Un grupo de niños forma la Guardia de Honor,
con los ojos asombrados se saben protagonistas de un hecho histórico en
el barrio. Ellos no lo conocieron personalmente, pero sus padres les han
hablado de su obra y su pensamiento y con eso les basta para
considerarlo uno de ellos, que para el Padre Carlos –sabemos quienes lo
conocimos- es el mejor homenaje.
Dentro de la Villa, agrupaciones políticas y religiosas quieren que la
comuna entre a sus locales, pero la columna no se detiene, sigue su
marcha hacia su destino final, la Capilla del Cristo Obrero, la misma
que el padre Mugica levantó con sus propias manos, allí, donde intentaba
(y a veces lograba), multiplicar los panes y los peces, donde les
hablaba de dignidad, de no bajar los brazos y de luchar por sus
derechos.
Al llegar a la Capilla, las largas columnas provenientes de otras
villas, desfilan ante los restos dándole la bienvenida y el último adiós
que se debían, antes de depositarlo en la puerta de la Capilla, sobre
ellos flamea definitivamente la oración laica de su pueblo “BIENVENIDO A
CASA …”.
Son casi las 18 hs., estoy volviendo a mi casa, y en mi memoria se
agolpan los recuerdos, durante la ceremonia y los discursos en la Villa,
alguien llamó a Carlos el “Cura disidente” y eso me lleva a plantearme
esa idea. Sé que presentar a Carlos Mugica como un sacerdote
‘tradicional’ no sería justo, lo que no significa que haya faltado con
el mandato que dejó aquel nazareno antes de su ejecución en un madero.
Su actitud de disidente con el Vaticano, como lo apostrofó alguien, no
fue buscada por él, su convicción de que su actividad era coherente con
su fe, hacía que lo tuviera sin cuidado en efecto que producían sus
palabras entre algunos de sus pares o superiores.
A veces, pensando en él, me pregunto si era el único en llevar de esa
manera su sacerdocio. Recuerdo que cuando alguien le pedía confesión,
luego de escucharlo con los atributos y ritos que exige la Iglesia, le
daba de penitencia limpiar el comedor comunitario que funcionaba en la
parroquia durante una semana, o ayudar en la cocina en lo que hiciera
falta para preparar el almuerzo o merienda a los 70 pibes que atendía a
diario, ante la mirada azorada de algunos de los confesados que
esperaban alguna cantidad de ave-marías o padrenuestros como penitencia.
Sé que puede sentirse ofendido algún creyente por lo que digo, pero no
es esa mi intención, solo trato de ser honesto ante el recuerdo de quien
me inspiró un profundo respeto a pesar de no compartir su fe ni sus
creencias religiosas. Recuerdo cuando alguna vez, luego de caminar por
la Villa 31, volvíamos a tomar mate a su parroquia Cristo Obrero, al ver
a alguna persona arrodillada rezando, le decía que no hiciera macanas,
recuerdo algunas explicaciones que le daba a la gente “…cuando el Señor
te ve de rodillas, viene en tu ayuda, pero cuando se dispone a
escucharte para que le cuentes tus problemas, solo escucha “…santificado
sea tu nombre, venga a nos…” y entonces el Señor se va a escuchar a otro
hermano sin saber que te pasa…”, les explicaba que repetir sin solución
de continuidad frases no era la forma de llegar al Señor, que le hablara
como le hablaría a un hermano o a un padre, explicándole cual era su
problema y solicitando su ayuda. Otra vez, ante un pedido de un grupo de
mujeres de que les organice una ‘novena’ o una cadena de oración, les
contestaba que si querían ser buenas cristianas, organizaran rondas de
costura, zurciendo la ropa que llegaba a la parroquia para luego
entregar a los pibes o rondas de tejido haciendo bufandas o ropas para
los mas chicos.
He oído también que, cuando se quedaba sin hostias, consagraba pedacitos
de chipá y hasta tortas fritas para repartir la comunión, y no me
sorprendería que fuese cierto, aunque yo nunca lo ví, ya que cuando daba
misa, al no ser creyente, prefería quedarme afuera y no participar. Hay
cien anécdotas sobre Carlos, muchas de ellas ciertas y otras fruto de la
imaginación popular, y estoy seguro que con la dirección que tiene hoy
el credo que él profesaba, lo llamarían “El Cura Traidor”, pero
deberíamos preguntarnos ¿traidor a quién?, y sabríamos que nunca
traicionó su fe ni su pueblo.
Ramiro Ross
ramiroross07@hotmail.com
Especial para El Ortiba
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