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La
memoria de los patriotas del 9 de junio, 53 años después
Por Eduardo Anguita
En medio de los ruidos de artificio de la campaña electoral, cuando algunos
empresarios poderosos tratan de mezclar "la nueva política" con el
peronismo, conviene hacer memoria de algunas etapas clave de la historia.
Hace 53 años, el general Juan José Valle encabezó una
insurrección fallida que costó una treintena de muertes. No fue un acto
desesperado, aunque tenía escasas posibilidades de éxito, habida cuenta la
crueldad del régimen instaurado por una alianza entre los sectores
retrógrados del Ejército y la Armada, a tono con los reclamos de la Sociedad
Rural, los exportadores y el FMI.
El sentimiento de revancha de Pedro Aramburu e Isaac Rojas –presidente y
vice de esa dictadura– fue tal que, en marzo de 1956, promulgaron un
decreto, el 4161, que decía textualmente: "En su existencia política, el
Partido Peronista ofende el sentimiento democrático del pueblo argentino".
Los dictadores no reparaban en que más del 50 por ciento del pueblo había
votado a Perón. Rojas y Aramburu prohibieron las "fotografías, retratos o
esculturas de los funcionarios peronistas o de sus parientes". Ningún
ciudadano podía pronunciar o escribir "el nombre propio del presidente
depuesto". El decreto establecía que no podían cantarse las marchas Los
Muchachos Peronistas y Evita Capitana. Junto con el decreto 4161, los
dictadores decidieron secuestrar y esconder el cadáver de Eva Perón. "Si sus
restos desaparecen –pensarían los dictadores– su recuerdo y su ejemplo
también desaparecerán de la memoria del pueblo."
Valle y su débil estado mayor sabían que el plan de operaciones era
precario. Sobre todo porque tenían evidencias de la infiltración hecha por
el gobierno. En dos oportunidades habían postergado las acciones ante la
evidencia de que Aramburu y Rojas contaban con datos precisos. Pese a lo
incierto del resultado, decidieron no echarse atrás. Creyeron que era más
importante dar un ejemplo de valentía que postergar las acciones por tercera
vez. Los atropellos de la dictadura cerraban los caminos de la protesta
pacífica. La CGT había sido intervenida; los sindicatos, asaltados; cien mil
dirigentes obreros, desde simples delegados hasta secretarios generales,
habían cesado sus mandatos por decreto. Nunca hubo tantos presos políticos
en la Argentina. Hacia fines de 1955, había miles de peronistas
encarcelados.
Aunque los diarios que apoyaban el régimen trataban de mostrar a los
políticos que los sostenían –un amplio arco de radicales, conservadores,
socialistas y demócrata-cristianos–, la resistencia se manifestaba tanto en
la calle como en la defensa de las ideas nacionales y populares. El
dirigente textil Andrés Framini se había puesto al frente de la masiva
huelga de noviembre de 1955 en defensa de la CGT. El sacerdote Hernán
Benítez, quien fuera el confesor de Eva Perón, defendía a los huelguistas y
visitaba las cárceles. Alejandro Olmos publicaba los primeros números de
Palabra Argentina. Raúl Scalabrini Ortiz lo hacía en el periódico El líder,
que sobrevivió apenas 45 días al golpe de Lonardi. Cuando fue clausurado,
escribió en las páginas de Qué y De frente. Arturo Jauretche, mientras pudo,
publicó su semanario El 45 y escribió su libro Retorno al coloniaje. Varios
hombres y mujeres del pensamiento nacional contribuyeron con el texto de la
proclama del 9 de junio. Uno de ellos fue el reconocido escritor José María
Castiñeira de Dios.
CUESTIÓN DE INTERESES. Aramburu y Rojas habían colocado a los directivos de
la Sociedad Rural en puestos clave del gabinete. Raúl Prebisch fue el autor
del plan económico. Según su diagnóstico, en la década peronista los
asalariados habían aumentado sus ingresos en un 37 por ciento a expensas de
los productores agropecuarios y las clases medias urbanas. El instrumento
clave para modificar la distribución de ingresos fue la devaluación del
peso. Con eso, los exportadores de carnes agrandarían sus ganancias y el
mercado se llenaría de productos importados. Los perdedores del plan debían
ser los trabajadores y la industria nacional. Aunque el país tenía reservas,
se pactó un plan de ajuste con el FMI. Ese rumbo precisaba barrer con
cualquier protesta social y castigos ejemplares para los patriotas que se
rebelaran.
Los espías de la SIDE, bajo las órdenes del general Juan Carlos Quaranta,
sabían con precisión la fecha, los horarios y los escenarios principales del
levantamiento. El día anterior, el dictador Aramburu viajó a Rosario. Antes
de partir, dejó firmado el decreto que pondría en vigencia la ley marcial en
todo el país. El texto es revelador: "Considerando que la situación
provocada por elementos perturbadores del orden público obliga al gobierno a
asegurar la tranquilidad pública, el presidente provisional en ejercicio del
Poder Legislativo decreta la ley marcial en todo el territorio nacional".
Aunque el artículo 18 de la Constitución había derogado la pena de muerte,
el Código de Justicia Militar la incorporó tras el levantamiento militar de
1951 para derrocar a Perón. Sin embargo, nunca fue aplicada, ni siquiera
contra quienes bombardearon la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 y
mataron a más de 350 personas, la mayoría de ellos civiles que transitaban
por el centro porteño.
En la tarde del 9 de junio, fuerzas militares y policiales empezaron a
detener a algunos de rebeldes. Valle recibía las evidencias de que estaban
cercados. Sin embargo no pospusieron los planes. Confiaban no sólo en su
propio espíritu de lucha sino en el impacto que causaría la proclama
difundida por diversas radios en todo el país. Lo que siguió, como tantas
veces, fue una cacería, seguida por una treintena de infames fusilamientos.
Algunos de los fusilados en los basurales de José León Suárez lograron
escapar y se animaron a contar la verdad.
LOS SOBREVIVIENTES Y LA JUSTICIA. Juan Carlos Livraga, el fusilado que habla
según la expresión de Rodolfo Walsh, se presentó ante la Justicia. Fue en
compañía de Walsh, quien se hizo pasar por su primo. La causa la tramitó el
juez Hueyo en los tribunales de La Plata, quien sostenía que todos los
fusilamientos eran anticonstitucionales y la mayoría de ellos directamente
ilegales porque los fusilados habían sido apresados antes de que la norma
tuviera estado público. De inmediato, la Corte Suprema de Justicia de Buenos
Aires le quitó la causa a Hueyo con el argumento de que no correspondía a su
jurisdicción. Luego, con un dictamen favorable del doctor Alconada Aramburú,
entonces Procurador General de la provincia, la corte provincial decidió que
los fusilamientos no constituían delito alguno. El fusilado que habla apeló
ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Pero tampoco tuvo suerte.
Además de las balas en su cuerpo, ahora recibía el impacto de la impunidad.
El expediente fue enviado a la justicia militar, donde quedó archivado. Los
fusilamientos de junio de 1956 fueron un antecedente de la complicidad de
los jueces durante los años de la dictadura militar que comenzó en 1976.
Lo que sigue es un fragmento de la carta que Valle le dejó escrita a
Aramburu:
"Dentro de pocas horas Usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado.
Debo a mi patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro
que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos son los
únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció
digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó
astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos
esperaran en los cuarteles apuntándonos con las ametralladoras, que
avanzaran los tanques de ustedes en defensa de las guarniciones aun antes de
estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos
oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba,
pero no, han querido ustedes escarmentar al Pueblo, cobrarse la
impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes,
cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en
solicitadas a los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí
esta incontenible y monstruosa ola de asesinatos. Entre mi suerte y la de
ustedes, me quedo con la mía, mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas,
verán en mí un idealista sacrificado por la causa del Pueblo. Las mujeres de
ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos.
Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan.
Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del
mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos
bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni
natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones."
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