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El
padre Carlos Mugica
Para pensar desde el Trabajo Social
Por Sebastián Giménez*
“Disentía, y se enojaba, con aquellos cristianos que hacen tan espiritual
su relación con Dios que la religión se transforma en opio y se aleja de los
problemas concretos de los hombres. Repetía que si la religión no sirve para
cambiar el mundo no sirve para nada. Su compromiso con sus ideas y su
coherencia de vida lo llevó a la muerte. Puedo afirmar, sin temor a
equivocarme que Mugica dio la vida por su fe y por los pobres y por eso es
un mártir de nuestro tiempo”.
Artículo del Padre Luis Farinello: “Padre Mugica,
un mártir de nuestro tiempo”.
“La figura de Carlos Mugica merece una reivindicación histórica. Pero
además el testimonio de su vida encierra un mensaje de vigencia
increíblemente actual.
Reivindicación histórica porque su vida, al ser de un compromiso
insobornable, incomoda a muchos, por lo que, sin darnos cuenta, hemos
permitido que un manto de silencio cubra su historia. Incomoda a la Iglesia,
por ser un cura que abrazó una causa política, a los peronistas, por su
inquietante vecindad con los montoneros, a los montoneros por su repudio al
enfrentamiento con Perón y a sus métodos violentos, a los acomodados, por su
amor a los pobres y su cuestionador compromiso con ellos”.
José Luis Arana.
Introduccción
La figura del padre Carlos Mugica ha permanecido, igual que la de tantos
luchadores populares, prácticamente ignorada dentro de la facultad de
trabajo social. Esto puede explicarse por la lejanía a veces evidente que
separa a la universidad del pueblo. Cabe recordar lo que Camilo Torres les
decía a los estudiantes “ustedes deben ascender a la clase popular”. Aquí
pretendo rescatar lo realizado por este auténtico cura del pueblo, enmarcado
en una corriente dentro de la Iglesia que se propuso considerar y luchar por
la dignidad de los más pobres.
La intención es que el pensamiento del Padre Carlos Mugica ayude a ver cosas
de sobre nuestra tarea y a repensar críticamente algunos debates estériles
que siguen formando parte de nuestra formación profesional. Mientras tanto,
nos olvidamos de lo más importante, del pueblo “que está solo y espera”,
como diría alguna vez Scalabrini Ortiz. Vamos a ver qué sale.
Los sacerdotes del tercer mundo
El movimiento de sacerdotes para el Tercer Mundo se inicia en 1967, cuando
un grupo de 18 obispos lanzan un mensaje para concretar en sus países el
llamado universal del documento llamado "Populorum Progressio".
A la Populorum Progressio, siguieron los documentos de Medellín y, en
nuestra patria, el documento del episcopado de abril de 1969, que hace la
siguiente reflexión: "Después de un largo proceso histórico que aún hoy
tiene vigencia se ha llegado en nuestro país a una estructuración injusta;
la liberación debe hacerse en todos los terrenos en los cuales hay opresión,
el terreno jurídico, el político, el económico, el social y el cultural".
Los miembros del Movimiento, sacerdotes, ejercen su ministerio pero sin
dudas la nota distintiva es que acompañan a sus hermanos en la situación de
pobreza. Acompañan al pueblo. El fin es evangelizar, llevar a Dios a los
pobres y promover un cambio radical y urgente de las estructuras sociales
injustas. Las denuncias de las injusticias del capitalismo liberal se dan en
la totalidad de los documentos emitidos por la agrupación.
Jorge Huergo resalta el carácter popular de los sacerdotes del tercer mundo:
“... la línea popular tiene más que ver con un descubrimiento del pueblo
peronista, a través -más que de la pastoral de los "curas obreros", copia de
modelos europeos- del trabajo pastoral en las villas miserias y barrios
pobres. Sacerdotes (Pascale, Mayol, Mujica. Ricciardelli, Artiles, Rossi,
Vernazza, etc.) y obispos (Di Stéfano, Cafferatta, Brasca, de Nevares,
Angelelli, Devoto, Zaspe, etc.) comienzan a ver la represión de la
dictadura, la injusticia y la dependencia real. Por eso su pastoral está
unida a la protesta y la denuncia y se la llama profética”.
“...Los miembros de esta línea popular valoran lo religioso y lo político
popular y parten del contacto con los pobres, por eso se refieren a lo
concreto” 1.
El padre Mugica y sus compañeros pertenecientes a la agrupación se
destacaron ayudando al pueblo humilde en villas de emergencia, denunciando
las desigualdades en la sociedad argentina y llamando a un papel activo de
compromiso al cristianismo. El padre Carlos no sólo era revolucionario
hablando sino sobre todo en la práctica. Su acción y compromiso con lo más
humildes le valió la persecución de los sectores retrógrados y antipopulares
y la muerte.
El padre Carlos fue un verdadero servidor del pueblo. En el apartado
siguiente, extraeremos algunas citas suyas sobre algunas consideraciones
acerca del pueblo y la cultura popular, y las obras de acción social de las
que participaba ayudando a los más humildes. Quizás tenga algo que decirnos
aquel hombre que no dejó de ayudar un momento a su querido pueblo, que
cultivó por él una veneración en la villa 31 de Retiro que aún perdura en
nuestros días.
Para pensar desde el Trabajo Social
En su libro, Peronismo y cristianismo, el padre Carlos Mugica vuelca algunos
conceptos que pueden servirnos para reflexionar y, sobre todo, para pensar
“en popular”.
“...algunos van a las villas y piensan “hay que exacerbar el hambre del
pueblo, para que desesperado...” Dicen esto porque nunca pasaron hambre. Es
una forma de despreciar al pueblo” 2.
Esta cita nos pone en la necesidad de revisar la vieja y clásica antinomia
en Trabajo Social entre asistencia y asistencialismo. No podemos dejar de
atender lo urgente argumentando que eso sería perpetuar el sistema y las
estructuras desiguales. El pueblo llega con necesidades urgentes y hay que
tratar por todos los medios de brindar una respuesta. Porque son derechos
sociales que deben efectivizarse.
Es muy común una actitud demasiado crítica de los estudiantes cuando
ingresan a instituciones, considerando sus prácticas como asistencialistas.
Pocas veces nos detenemos a pensar por qué entonces la gente acude a las
instituciones. Porque, aunque sea limitadamente, pueden cubrir algunas de
sus necesidades. Pero lo que no hay que perder de vista es que cambiar las
estructuras es una empresa social compleja que excede a una institución, y
mucho más a un grupo de estudiantes o profesionales de Trabajo Social.
Además, aspirar a un cambio estructural no puede significar desantender las
necesidades concretas y urgentes. Helder Cámara, sacerdote tercermundista
brasileño, explicaba que “antes de hablarle de Dios a la gente, hay que
darle un techo”. Mejor que decir es hacer.
Muchas veces las ideas revolucionarias un tanto trasnochadas nos hacen
perder contacto con el pueblo. Funciona entonces la misma idea del “cambio
estructural” como un verdadero opio que aleja de los problemas concretos. El
padre Carlos fue un ejemplo en atender la urgencia, en reclamar y apoyar
concretamente los pedidos de vivienda (favoreciendo ocupaciones de
departamentos vacíos, por ejemplo) y las necesidades urgentes de su pueblo.
Este “empaparse de pueblo” no significó que no pudiera soñar y actuar
políticamente por un cambio de estructuras. Pero para que las estructuras
cambien, hay que comenzar por querer y ayudar al que está al lado.
Este pensar abstracto y no situado en el pueblo nos hace muchas veces
alejarnos de él. El padre Carlos hablaba de los prejuicios de los
intelectuales y universitarios para con las clases populares:
“Decimos que no tienen consistencia ideológica (hablando de los vecinos
del barrio), porque claro, esa gente habla como el pueblo, no habla como
nosotros, intelectuales que tenemos ideas claras, precisas y a menudo
bastante abstractas”3 .
Aparece muchas veces en la universidad una virtual necesidad académica de
hablar complicado y en abstracto. No puede cuestionarse el saber académico y
metodológico, pero sí el hecho de considerar a la facultad como un monopolio
del saber, marginando el popular, el “saber hacer”, el conocimiento de la
vida. Este tipo de lenguaje académico y exclusivista nos aleja de nuestro
pueblo, y suele poner anteojeras a los estudiantes en cuanto a no advertir
las potencialidades que indudablemente tienen los sectores populares. Muchas
veces nos detenemos a considerar la ignorancia del pueblo, pero los que no
comprendemos somos nosotros. Veamos un ejemplo en esta situación que
describió el padre Carlos Mugica:
“Recuerdo cuando discutí con un coronel sobre el plan de erradicación de
villas, que hoy habría que llamarlo plan de radicación porque después de
cinco años, en la zona de Retiro, que al comienzo tenía 30.000 personas, hoy
hay 50.000. El coronel me decía: ‘A la gente de las villas hay que llevarlas
a una vivienda transitoria porque no están en condiciones de vivir en casas
definitivas’. Y yo le dije que ojalá nunca adquirieran nuestras pautas
culturales, que mantuvieran su cultura original sin contaminarse con la
nuestra 4.
Esta situación que contaba el padre Mugica nos pone en la necesidad de
considerar el papel que puede desempeñar el etnocentrismo (evaluarlo todo
desde nuestra cultura) en nuestra profesión, como imposición al otro de lo
que “debería ser” o “lo que conviene socialmente”, prescindiendo de su
opinión y de su cultura concreta. Hay que remover todos los prejuicios que a
veces se tienen acerca de la cultura popular. Sin este paso, la tan
mencionada participación y protagonismo de los individuos queda desdibujada
hacia prácticas demasiado dirigistas y que imponen ciertos modelos
culturales más cercanos a los europeos que a los de nuestro pueblo.
A lo largo del libro del que se extraen estas citas, el padre Carlos Mugica
habla de la religión comprometida y del rol del sacerdote en la sociedad
convulsionada donde le tocó vivir. Aunque habla del sacerdote, esto no quita
que pueda hacerse extensivo a todas las profesiones, y a la nuestra en
particular:
“Y aquí está definido el rol del sacerdote: ayudar al hombre a ponerse de
pie. No pararlo. Él solo se tiene que poner de pie. Ayudarlo a ayudarse: esa
es la misión del sacerdote”5.
A modo de cierre...
“El estudiante se libera del “fubismo” cuando empieza a sentirse hombre
antes que estudiante, e hijo del país y hermano de sus hermanos antes que
miembro de un sector magistral; cuando el grupo social estudiantil comienza
a disolverse en la multitud y sentirse parte de ella, comprendiendo que sólo
aprende una técnica que lleva a la profesión, como otras técnicas que llevan
al oficio o al negocio, a la empresa o a la chacra. En una palabra, cuando
se demuele su condición de élite... Cuando empieza a pensar como argentino
que es estudiante, y no como estudiante, que es además argentino”6.
Arturo Jauretche
El ejemplo del padre Carlos Mugica es el de una persona que supo entregarse
y dejar todo por su pueblo. Su vida está llena de contenido para nuestra
profesión, contenidos que pueden no tener que ver necesariamente con
aspectos técnicos, pero sí en cuanto a los valores y motivos que movieron su
acción.
Un cura de pueblo. Un hombre que supo ser muchas veces “la voz de los que no
tienen voz”, del olvidado pueblo al que sucesivos gobiernos siguen
intentando sepultar, pero que no se resigna a morir. Y continúa
resistiendo...
Para pensar desde nuestra profesión, el padre Carlos nos deja algunas pistas
para continuar reflexionando. Usted lector podrá sacar también sus propias
conclusiones. Personajes tan grandes no pueden abordarse nunca acabadamente.
Por eso es un error no aprovecharlo para nuestra formación profesional,
siendo una vida tan rica en práctica y en concepciones que puede dar lugar a
discusiones renovadas y al enriquecimiento mutuo. Como aspectos para
considerar, caben destacar los siguientes:
-BAJAR LA OMNIPOTENCIA. El Trabajo Social no puede alejarse de las
necesidades concretas del pueblo. La estructura social no nos puede hacer
olvidar de las personas, de sus necesidades y problemas. Bajar la
omnipotencia puede ayudar a definir mejor los objetivos de nuestra
intervención, de otro modo muy abstractos y a veces imposibles de concretar.
“Quien mucho abarca, poco aprieta”, dice el dicho popular con indudable
sapiencia.
-DEMOLER LA CONDICIÓN DE ÉLITE. Para un trabajador social o el estudiante es
indispensable “empaparse de pueblo”, desde una posición humilde y en actitud
de aprendizaje. Por mucha formación y cultura que tengamos, en ocasiones nos
damos cuenta cómo un humilde hombre, sin haber ido ni al secundario, sabe
mucho más que nosotros. Tiene más conocimiento de la vida. No hay trabajador
social, ni médico, ni maestro que se forme con libros. “En la cancha se ven
los pingos”, dice el sabio dicho popular. Y para el trabajo social no hay
otra cancha que el pueblo.
-SER PARTE DEL PUEBLO. Cuando se demuele la condición de élite, el
Trabajador Social es uno más del pueblo. Uno más que tiene su técnica, su
conocimiento, sus saberes, para aportarlo en función de las necesidades de
la comunidad y de las personas que atiende. Hablamos del Trabajo Social,
pero puede hacerse extensivo a todas las profesiones. Un trabajador social
del pueblo, un psicólogo del pueblo, un maestro, un médico del pueblo. O,
como lo fue el padre Carlos, un cura del pueblo.
“Sólo el pueblo en su múltiple acción organiza su conciencia. El mismo
pueblo engendra sus ciencias, sus artes, sus instituciones y sus dirigentes,
que en humilde sujeción deben servirlo y ayudarlo en un movimiento
dialéctico por el cual toman del pueblo la cultura, los objetivos, las
esperanzas y temores, y los devuelven nuevamente al pueblo para que en su
praxis cotidiana elabore y discierna lo que le fue dado.
El Trabajo Social debe servir, no desde afuera sino desde su mismo seno, al
pueblo que le da vida, lo alimenta y lo sostiene”7.
1 Huergo, Jorge. Posibilidades de las prácticas sociales en la época del
neo-disciplinamiento. Notas para un Anti-collage. Primera parte. Publicado
en revista Margen n° 2. Marzo 1993.
2 Mugica, Carlos. Peronismo y cristianismo. Editorial Merlín, Buenos Aires,
1973.
3 Mugica, Carlos. Ibidem
4 Ibidem.
5 Ibidem
6 Jauretche, Arturo. Los profetas del odio y la yapa. Editorial Corregidor.
Buenos Aires, 2000.
7 Bosch M. L y Coelho S. T.. Para un servicio social servidor del pueblo.
Editora Patria Grande. Buenos Aires, 1976.
*Licenciado en Trabajo Social.
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