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radicales:
(y el pueblo al abismo)
Por Raúl Isman
Primera Parte
“Hace rato la UCR definió ser vocera de las
corporaciones y eso lo reflejaron en cada una de las
votaciones en el Parlamento.
Entonces es coherente que Cobos sea su candidato. “Hay
sectores progresistas en la UCR que por una cuestión de
no irse del partido se quedan a pelear desde adentro.
Siempre fuimos dos sectores. Pero esos sectores no son
los que conducen hoy la UCR. No hay un proyecto propio”.
Diputada Silvia Vazquez. Hablaba de la U.C.R. de hoy.
Parece referirse a la de siempre.
Introducción
Tal vez desde los orígenes de la organización nacional
date esa atávica costumbre de los partidos políticos
argentinos, consistente en negar -desde su propia
práctica- lo que indica el nombre de la fuerza de
marras. Por ejemplo es sabido que en la década de los
‘90 ni el Frente Grande era grande así como tampoco
articulaba espacios realmente frentistas, ni la Unión
Cívica Radical era radical (nunca lo fue); ni el Partido
Justicialista (peronismo) alentaba la justicia y muchos
menos la Unión de Centro Democrático hacia algo para
desmentir que de democrática tenía sólo el nombre. En
rigor era muy de derecha y ni siquiera jamás estuvieron
al menos unidos. La historia argentina es muy explícita
en semejantes desvaríos, por caso un partido muy
conservador se denominaba Demócrata Progresista y
recibieron el nombre de Socialista y Comunista
destacamentos que, en los años 45 y 46, hicieron el
triste rol de apoyatura plebeya e izquierdista de la más
rancia oligarquía antipopular. Como se ve, la grotesca
enfermera troskosaúrica Vilma Ripoll o el estulto
piquetero maoista Juan Carlos Alderete (quienes
delirantemente creían hacer una revolución agraria, al
tiempo que servían como toscos preservativos de la
oligarquía) no inventaron nada en ese deleznable juego
de embellecer desde la izquierda a la peor reacción.
En las siguientes notas -cuyo título equivale al primer
verso de la marcha radical- iremos por un análisis que
pudiere trascender algo más que las coloridas pero
superficiales palabras con las que hemos iniciado el
presente trabajo. Buscaremos a lo largo de la historia,
más que centenaria, con que el radicalismo fatiga el
sistema político nacional la respuesta acerca de si la
U.C.R. guarda coherencia con los enunciados de su
discurso o este es nada más que un taparrabos
justificatorio de una práctica sedicéntemente
antipopular. Recordemos que, desde el punto de vista
etimológico, la voz radical implica una actitud de
infatigable consecuencia (es decir, sin dobleces) en la
búsqueda de objetivos programáticos o valores
sustantivos y trascendentes. Algo que la U.C.R. se
guardó casi siempre de hacer, como veremos. Desde lo
puramente discursivo, inscripto se halla en su matriz
constitutiva el apego a la constitución, a las formas
jurídicas y a la defensa irrestricta de la democracia
entendida ciertamente en su sentido más puramente
procedimental; por lo tanto, vacía de contenido. No
obstante durante el primer mandato de Yrigoyen, diversas
provincias fueron intervenidas por el ejecutivo mediante
el poco constitucional recurso del decreto; cuando la
carta magna ordena taxativamente que el llamado remedio
federal debe ser votado por el parlamento. El doble
discurso es, sin dudas, una constante partidaria. Cierto
es que por aquellos tiempos el Senado era dominado por
la oligarquía conservadora, clase con la cual la U.C.R.
mantuvo más acuerdos que diferencias a lo largo de su
existencia. En consecuencia nuestro análisis verificará
-de modo sintético, por cierto- si la condición de
radical constituye una práctica consecuente en el
derrotero del partido o en su defecto no pasa de ser un
discurso formal que encubre realidades muy diferentes.
La historia maestra de la vida: De los orígenes a los
primeros gobiernos
La frase del escritor romano Cicerón resulta sin dudas
apta para titular y analizar el sintético derrotero
histórico de la fuerza que -ya entrando en la segunda
década del siglo XXI- se siente en condiciones de volver
a paladear las mieles del poder. No hay que olvidar que
las dos últimas ocasiones en que llegó al ejecutivo
nacional (Raúl Alfonsín, 1983-1989 y Fernando De La Rua,
1999-2001) debió abandonar el gobierno en condiciones
ruinosas para el país y su pueblo, lo cual debilitó
ostensiblemente al radicalismo. Por tal motivo es bueno
instalar la polémica acerca de la trayectoria del
partido, debatir sus logros y sus virtudes; pero también
acerca de sus inocultables defectos. Sin dudas se trata
de un balance que todo elector conciente y crítico
deberá realizar de cara a los comicios del 2011, tenida
cuya campaña electoral ya (pre) calienta en las gateras.
La U.C.R nació a comienzos de la década de 1890 -en 1891
para ser exactos- impulsada por destacamentos
desplazados de la elite terrateniente argentina por lo
más excluyente de la oligarquía en alianza con sectores
emergentes de clase media. La razón de ser de la fuerza
era resistir y transformar el modo de gobernar de la
oligarquía terrateniente centrada en el fraude. Y en tal
cometido fue relativamente radical. No obstante, cuando
se funda el partido, sus dos máximos dirigentes eran
Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen; respectivamente tío
y sobrino, que sintetizaban en sus figuras dos
orientaciones muy distintas. Se cuenta que Alem se
sentía orgánicamente ligado al mitrismo; lo cual lo
alejaba de toda perspectiva nacional, por un lado. Y por
el otro, de combatir el fraude de modo consecuente. Es
decir que la traición anidaba en el partido desde sus
orígenes. Seamos claros, el tránsito de la
inconsecuencia hacia la vulgar traición se halla- como
el huevo de la serpiente- inscripto en el código
genético de todo “buen” radical o (dicho de otro modo)
que el bautismo existencial de los políticos
boiniblancos es un hecho de traición. Como se ve, Julio
Cesar Cleto “Isacariote” Cobos el 17 de julio de 2008 no
hizo más que confirmar una vez más tradiciones
ancestrales en la U.C.R.
Por cierto que desde tales lejanos orígenes se destacó
en su composición original una desviación que persiste
hasta nuestros días. Se trata de creer que la solución a
todos los problemas es de índole moral o como mucho,
política. Así, cuando Hipólito Yrigoyen llegó al
gobierno, careció de intensiones o visión para
transformar la condición pastoril y agroexportadora de
la estructura económico-social; ya que bastaba con que
la “causa” pudiera imponerse contra el “régimen falaz y
descreído” para que la Argentina recuperase su rumbo de
“grandeza”. Otro ejemplo fue cuando asumió Raúl
Alfonsín, tiempo en que el remedio de todos los males
consistía en rezar el preámbulo de la constitución
nacional y declamar “con la democracia se come, se cura
y se educa”… para beneplácito del poder económico que
resultaba invisibilizado de semejante modo. En efecto,
los entonces denominados “capitanes de la industria”,
elevaban sus preces con el jurídico salmo, al tiempo que
presionaban al poder político en función de maximizar
sus ganancias. Por otra parte, cuando lo necesitaron se
llevaron puesto al gobierno de Alfonsín. Por no hablar
de cuando Fernando De La Rua pretendía hacer creer a la
sociedad argentina que el problema era la corrupción y
no el modelo neoliberal. Una gestión honesta
solucionaría las carencias populares en tal visión. Por
cierto que la probidad moral es factor ciertamente
necesario, pero no suficiente. También es preciso
impulsar cambios económicos sociales y culturales,
además de los ético-políticos. Por desgracia la
decepción provocada por la U.C.R. a comienzos del siglo
XXI vino acompañada- nadie debería olvidarlo- por
rebajas salariales para estatales, docentes y jubilados;
para lo cual se desencadenó finalmente un baño de sangre
con más de treinta muertes aún impunes; mientras que el
discurso anti-corrupción funcionaba como música de fondo
para que los sectores dominantes realizaran una fuga de
capitales de escasa equivalencia en nuestra historia. En
este punto lo central reside en comprender que el
referido discurso es un recurso al cual echa mano el
poder real para invisibilizar a los verdaderos causantes
de la miseria del pueblo e ilegitimar todo proyecto
alternativo al dominante.
Durante los comienzos partidarios, la fuerza liderada
por Hipólito Yrigoyen supo dar cauce a las ansias de
democratización de lo que se denominaba “pueblo”; es
decir sectores básicamente de las emergentes clases
medias urbanas y clases sociales más pobres ubicadas en
regiones agrarias. Los miembros de la clase incipiente
de obreros industriales- sector formado centralmente por
inmigrantes- de las grandes ciudades (Buenos Aires y
Rosario) no adherían al radicalismo y; en general,
canalizaban hacia el anarquismo y el socialismo su
voluntad de lucha y participación en la nueva sociedad.
La presión radical contra el fraude sistemáticamente
practicado por la elite dio por resultado la sanción de
la Ley Sáenz Peña, que permitió la primera elección de
un presidente sin recurrir a la grotesca tergiversación
en los resultados que era de rigor. Así, en 1916 fue
electo Hipólito Yrigoyen, quién desde la primer
magistratura hizo honor al defecto que mencionáramos más
arriba de la U.C.R. Y a otro más que desarrollaremos a
continuación. Se trata de algo en lo que el radicalismo
ha incurrido hasta el hartazgo, cada vez que ha llegado
al gobierno. Cuando el poder real de la sociedad se pone
en contradicción y tensión con el sistema político,
fatalmente la fuerza boiniblanca se muestra dócil y
sumisa frente a la reacción. E implacable con el pueblo.
Durante los primeros tiempos de la gestión yrigoyenista,
el presidente intentó mediar en los conflictos entre el
movimiento obrero y las patronales. Pero un conjunto
interno y externo de causas provocó el alerta de los
verdaderos dueños del poder. Mencionaremos en breve
síntesis como los conflictos de trabajadores navales y
ferroviarios habían incidido en el suministro de bienes
argentinos hacia Gran Bretaña (alertando y tensionando a
las cámaras empresariales de rigor) y el efecto
(simbólico) de la revolución rusa en las clases
dominantes de todo el mundo. En nuestro país el temor de
los poderosos al “maximalismo” y al bolchevismo se
volvió tan real como desproporcionado en lo referente a
sus alcances reales. En tal contexto hacia enero del año
1919, al desencadenarse la semana trágica el gobierno
desató una represión ilegal contra la clase obrera y los
inmigrantes que sólo pudo ser igualada en términos
masivos por el propio Yrigoyen, cuando impulsó métodos
de guerra civil no menos ilícitos contra los
trabajadores rurales en la provincia patagónica de Santa
Cruz. En la ciudad de Buenos Aires la Policía fue
desbordada por la lucha obrera y el orden social fue
confiado al ejército. La fuerza represiva- comandada por
el general yrigoyenista Luis J. Dellepiane.- fue
implacable con los trabajadores. Pero no atinó a detener
a miembro alguno de las fuerzas de choque civiles
derechistas que realizaron salvajes progroms (prohibidos
por la ley), confundiendo deliberadamente a judíos con
rusos. De allí mediaba sólo un paso para empalar a los
descendientes de Moisés, convertidos en rápida
metamorfosis por la arbitraria brutalidad de las
legiones derechistas en bolcheviques. Ninguno de estos
delitos fue si quiera investigado. Como se ve se trata
de prácticas escasamente republicanas y nada
democráticas, pese a que la U.C.R. recurre a reivindicar
ambas condiciones como constitutivas de su identidad. En
cuanto a alentar la impunidad de los crímenes de la
derecha no podía ser de otra manera; ya que Manuel
Carlés, organizador de una de las citadas organizaciones
reaccionarias (la Liga Patriótica Argentina) pertenecía,
al propio partido del presidente; bien que a otra
fracción que el primer mandatario.
En la provincia de Santa Cruz, la lucha de peones
rurales contra las condiciones de explotación- que no
diferían mucho de la esclavitud infame sobreviviente en
los E.E.U.U. aproximadamente media centuria antes-
provocó una cacería humana desarrollada por el ejército,
en la cual muchos trabajadores fueron asesinados a
sangre fría, cuando ya se habían rendido. Como en el
caso de la semana trágica, el radicalismo operó de
acuerdo con la oligarquía para silenciar la masacre y
propulsar la impunidad. Cualquier lector interesado
puede ampliar las consideraciones que hemos hecho con
los magníficos trabajos de Julio Godio (La semana
trágica) y Osvaldo Bayer (Los Vengadores de la Patagonia
Rebelde), textos que aportan documentación irrefutable y
no dejan lugar a dudas en lo que hace a la
interpretación que hemos seguido. Para ir cerrando el
parágrafo es preciso destacar tres cuestiones aquí.
1) La primera es que las matanzas radicales contra los
trabajadores fueron, desde el punto de vista de la
masividad, peores que las ensayadas por la dictadura
genocida (1976-1983). En efecto, los criminales
procesistas reprimían de modo más selectivo; lo cual no
los hace menos imputables que los represores de 1919 y
1921. De La Rua dejando el poder en un baño de sangre no
hizo más que continuar una tradición ancestralmente
radical.
2) La segunda es que prácticamente el conjunto del
partido se abroqueló para garantizar la impunidad de los
crímenes, bloqueando toda intentona judicial o
parlamentaria de investigación posterior. El respeto a
la legalidad, las instituciones y la propia Constitución
Nacional (recordemos, constitutivo de la identidad
partidaria) se lo metieron donde les cupiere en aras de
la conveniencia política.
3) Tal vez el cerril gorilismo (antiperonismo) de la
U.C.R. se halla originado en que Yrigoyen no supo, no
pudo o no quiso darle a los obreros rurales más que las
balas asesinas del ejercito. Y apenas poco más que dos
décadas después, el entonces coronel Juan Domingo Perón
estatuyó un ordenamiento legal (el célebre estatuto del
Peón) y además puso gran parte de los recursos de su
área para hacerlo cumplir, lo cual obligó a los
terratenientes a respetar condiciones de vida
mínimamente dignas para los trabajadores agrarios. En
tal sentido, el mentado gorilismo no sólo encuentra sus
raíces en la historia. También resulta claramente la
opción discursiva de una fuerza que se pone
resueltamente del lado de los más poderosos de la
sociedad y en la vereda de enfrente del pueblo
trabajador; al cual no tiene otro deseo que defenestrar
ya que para solucionar su problemática debe enfrentar al
poder real. Y tal orientación le es vedada a todo buen
radical.
La fuerza creada por Leandro N Alem atravesó los tres
primeros períodos en el gobierno con una escisión entre
radicales yrigoyenistas y antiyrigoyenistas (más
derechistas). Pero se hace muy difícil visualizar
diferencias sustantivas entre ambas fracciones: más allá
del hecho que los segundos se hallaban mucho más ligados
a fracciones terratenientes y la perspectiva del dos
veces presidente se acercaba a las clases medias. El
“galerita” (oligarca) Marcelo T. de Alvear, presidente
entre 1922 y 1928, fundó la petrolera nacional (Y.P.F) y
durante su mandato se dio un debate acerca del perfil
económico del país. Pero ambos dirigentes tuvieron igual
transigencia con los núcleos duros del poder real; lo
cual le valió a Yrigoyen ser desplazado por un golpe de
estado el 6 de septiembre de 1930. Digamos a modo de
conclusiones del parágrafo que aparecieron durante toda
la etapa (1891-1930) desviaciones decisivas del
radicalismo que fueron una marca constante el la fuerza.
A saber.
a) La traición constituye una marca indeleble de la
identidad partidaria. Desde el pro-mitirsimo de Alem
hasta la felonía de Cobos, pasando por el golpismo de la
U.C.R en el ’55 y las largamente debatidas
inconsecuencias de Frondizi o Alfonsín, la figura de
Judas Isariote debiera estar incorporada al panteón
radical.
b) Uno de los aspectos que los actuales radicales dejan
en las cenagosas aguas del olvido es el uso y abuso por
parte del presidente Yrigoyen del clientelismo político
como modo de construcción. En efecto, se denomina de
este modo al intercambio de favores hacia los ciudadanos
(votantes) a cambio de apoyo político. El historiador
británico David Rock origina en dicha característica el
raquitismo de nuestras clases burguesas; ya que estimula
una mentalidad no competitiva. El radicalismo utilizó el
clientelismo a lo largo de diversas épocas de su
historia; pero resulta demonizado si el que lo gestiona
es un gobierno peronista. Puede verse como el doble
discurso es irrescindible de la condición radical. Las
dos restantes conclusiones ya las hemos mencionado, pero
las reiteramos.
c) En el primer radicalismo prevaleció- y se mantuvo
constante en toda si historia- una mirada puramente
política y ética acerca de los problemas nacionales y
populares. Por el contrario, es preciso aportar una
visión más abarcadora en lo económico, social y cultural
para aportar soluciones en favor de la nación y de su
pueblo.
d) La U.C.R. jugo relativamente autónoma del poder real
de la sociedad- en aquellos tiempos la elite
terrateniente y el capital británico- mientras dichos
núcleos dominantes no se hubieren encrespado. Pero
cuando la derecha dijo basta, el radicalismo
disciplinadamente se alineó con la reacción. Las cuatro
son características consustanciales e inescindibles del
partido.
Entregolpes: de la década infame a la caída del primer
peronismo
El golpe del 6 de septiembre de 1930 significó el cierre
de la “primavera” yrigoyenista y el inicio de una etapa
de autogobierno oligárquico por medio de la imposición
autoritaria (Uriburu) y poco después por fraude
(gobiernos posteriores presididos por Justo, Ortiz y
Castillo). Entre 1930 y 1945 se verificó de modo
coagulado y sintético tanto lo mejor como lo peor de la
U.C.R. Nadie puede negar lo abnegado de la resistencia
radical hacia los atropellos de la elite. Los
levantamientos militares en procura de la refundación
democrática, las denuncias del fraude, la prédica de los
núcleos yrigoyenistas agrupados a posteriori en
F.O.R.J.A. (Fuerza de orientación radical de la Joven
Argentina nacida en 1935) fueron sin dudas lo mejor del
partido. Pero no puede dejar de consignarse que
agruparon a franjas minoritarias del mundo radical,
universo que en sus sectores mayoritarios fue en todo
funcional a la oligarquía. La llamada “Alvearización”
del radicalismo fue el nombre que la historiografía
nacional le dio al proceso por el cual el radicalismo
fue (casi definitivamente) conducido por su ala
derechosa. No sólo levantaron la abstención contra el
fraude; también participaron alegremente de muchos
negociados de los que contribuyeron a que toda la etapa
se denominase “década infame”. Por el contrario y muy
particularmente en F.O.R.J.A. debe destacarse la
voluntad y la vocación por mantener vigente el
pensamiento nacional, Dicha prédica -sintetizada en la
defensa del patrimonio y la identidad nacional en un
marco de estricta defensa de la democracia- engarza
luego con el mejor peronismo. Pero agrupó, como ya se
dijo, a un número muy pequeño de radicales.
Cuando emergió el movimiento peronista se verificó
inmediatamente otra desviación insuperable para la U.C.R..
Se trata del hecho que si la fuerza nacida el 17 de
octubre de 1945 se colocaba por izquierda; el
radicalismo históricamente se desmarca por el célebre
andarivel de Garrincha y el “loco” Corbata. En efecto
desde el gobierno militar nacido en 1943 y mucho más
durante su primer gobierno, Perón impulsó un reformateo
de la economía y la sociedad argentina; que sin dudas,
favoreció de manera indudable a la mayor parte del
pueblo. Una economía industrial centrada en el mercado
interno y un estado con gran capacidad de intervención
en cuestiones productivas y financieras fueron las notas
distintivas del peronismo primigenio, modelo al que la
U.C.R. se opuso de manera tozuda y contra los deseos e
intereses de las franjas mayoritarias del pueblo.
La fuerza nacida en 1891 presto su aparato partidario,
los candidatos y la mayor parte de su militancia a la
Unión Democrática, el conglomerado reaccionario que se
oponía a las medidas impulsadas por Perón desde el
gobierno militar nacido del golpe (anti-fraudulento) de
1943. Llegado el peronismo al poder político, la U.C.R.
se opuso sistemáticamente con todas las fuerzas de las
que fue capaz a las transformaciones que le brindaron al
pueblo argentino un nivel de vida superior- por aquellos
años- al que recibían los trabajadores en las potencias
económicas del mundo capitalista. A modo ilustrativo
invitamos al lector a recorrer el debate parlamentario
acerca de la creación del Instituto Argentino de
Promoción del Intercambio (I.A.P.I.). La similitud con
las posiciones (pro-oligárquicas) típicas de los
radicales durante el debate de la resolución 125 en el
año 2008 es algo más que casualidad permanente. Muestra
el modo de actuar de una fuerza que prácticamente
siempre- en los momentos y en los debates decisivos- se
alineó indubitablemente con el poder real. En los ’40 y
los ’50, el peronismo confrontó contra la oligarquía.
Gano (cuando impuso las transformaciones ya citadas) y
perdió (golpe de 1955). Pero sistemáticamente la U.C.R.
estuvo alineada con la reacción oligárquica y fue su
operador político hacia los sectores no oligárquicos Es
que una de las características más marcadas por su
funcionalidad con la reacción es el sedicente gorilismo
que la U.C.R. contribuye a difundir y perpetuar. Es
sabido que el esqueleto social de un frente de
liberación nacional en nuestra Argentina es la alianza
plebeya entre los trabajadores (centralmente contenidos
en el peronismo) y las clases medias (durante mucho
tiempo representadas por la U.C.R). La constante
defenestración que hacía el partido radical no fue sólo
una cuestión de tratar de lograr la preponderancia en el
“mercado” electoral. También obedeció (y continua
haciendo caso) al mandato de la reacción que domina
cuando las franjas de la pequeña burguesía ven en los
sectores populares al enemigo. Así se invisibiliza y
silencia al verdadero poder: el económico llamado por la
diputada Vazquez las corporaciones, en las declaraciones
utilizadas como epígrafe de este trabajo. Fue necesario
que el peronismo se parase por derecha -en la aciaga
década del ’90- para que los radicales pudiesen
disimular (por poco tiempo) su profunda alienación con
el poder real.
No se trata de negar que en los primeros gobiernos
peronistas hubo posiciones y gestos autoritarios hacia
la oposición política. Pero ello de ningún modo puede
justificar la militancia activa a favor del golpe de
estado, finalmente consumado en 1955. La U.C.R colaboró
activamente con la sedición gorila; cuyos resultados
veremos con cierto detalle en el parágrafo siguiente. De
modo que aquí queda plenamente expuesto el contenido
real de la autoalabanza radical acerca de su carácter
democrático y republicano. Nadie es verdadero merecedor
de las condiciones mencionadas si avala golpes de estado
represivos contra los trabajadores y proscriptivos para
las representaciones políticas y sindicales de nuestro
pueblo. A modo de cierre del parágrafo y de esta primera
parte de nuestro trabajo, extraeremos algunas
conclusiones sin reiterar las correspondientes al primer
segmento.
1) La U.C.R. pudo presentarse como fuerza popular y
alternativa contra el poder económico mientras no
hubiera otra con realizaciones tangibles que pudiere
desmentirla. Una vez que apareció el peronismo quedó
confinada al carácter de fuerza funcional a la peor
reacción.
2) La condición de fuerza democrática y republicana debe
ser conferida a una que lo demuestre de modo práctico.
Por cierto que es impropio llamar así a un partido que
impulsó y apoyó -como lo hizo en otras circunstancias de
nuestra historia- un golpe de estado que ni siquiera
intentaba disimular sus principios, inclinaciones,
objetivos y orientaciones antipopulares. Así como la mal
llamada Revolución Libertadora debiera pasar a la
historia con el mote, más ajustado a la realidad, de
Fusiladora, la condición de democrática de una
organización política puede postularse si resulta
coherente con la historia de la agrupación de marras.
Por cierto que el radicalismo no resiste un archivo ni
el cotejo crítico con su historia.
(Continuará)
[Nota del Cuaderno de la Ciencia
Social]
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