PARA LEER AL PATO DONALD


"Mientras su cara risueña deambule inocentemente por las calles de nuestro país, mientras Donald sea poder y representación colectiva, el imperialismo y la burguesía podrán dormir tranquilos.”
 
Para leer al Pato Donald (1972) es un libro clave de la literatura política de los años setenta. Es un ensayo —o un «manual de descolonización», tal como lo describen sus autores, los intelectuales chileno Ariel Dorfman  y belga Armand Mattelart— . Es un análisis marxista sobre literatura de masas, concretamente sobre la publicada por Walt Disney para el mercado latinoamericano. Su tesis principal es que las historietas de la factoría Disney no sólo serían un reflejo de la ideología dominante --el de la clase dominante, según los postulados del marxismo--, sino que, además, serían cómplices activos y conscientes de la tarea de mantenimiento y difusión de esa ideología. El libro consta de un prólogo escrito por Héctor Schmucler, e introducción y prólogo de los autores. El análisis de las historietas en sí se desarrolla a lo largo de seis capítulos, a los que siguen un capítulo de conclusiones, y anexo de publicaciones analizadas.

NOTAS EN ESTA SECCION
Un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados  |  Cómo leer al Pato Donald, con Obama y treinta años después
Entrevista a Armand Mattelart  |  El modelo económico norteamericano y las lecciones para el futuro de Argentina

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Ariel Dorfman - El día en que todo cambió  |  El cine como instrumento de colonización cultural: Disney, el western y el musical

LECTURAS RECOMENDADAS
Para seguir leyendo al Pato Donald, Laura A. Dávila García  |  Entrevista a Armand Mattelart, 2005, por Jordi Navas
Armand Mattelart - Los mecanismos de una cultura enlatada, entrevista en La Opinión, 4 de junio de 1972  |  La odisea, Página|12, 14/10/12
Mattelart, A. - La prensa de izquierda y el poder popular, Punto Final,13/04/71
 

Un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados

Para leer al Pato Donald es un libro clave de la literatura política de los '70. Es un ensayo, un análisis marxista sobre literatura de masas, concretamente sobre la publicada por Walt Disney para el mercado latinoamericano cuya tesis principal es que las historietas de la factoría Disney no sólo serían un reflejo de la ideología dominante -el de las clases dominantes, según los postulados del marxismo-, sino que, además, serían cómplices activos y conscientes de la tarea de mantenimiento y difusión de esa ideología. Las historietas de Disney, más que un entretenimiento infantil, son un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados sobre cómo han de ser sus relaciones con los centros del capitalismo internacional. Este libro surge en un contexto histórico particular, con Allende en la presidencia chilena y con repercusiones variadas, como la de los diarios de la derecha que reaccionaron indignados contra este texto.

En este libro hay varios aspectos que sobresalen y muchos otros que van redondeando la idea de cómo Disney quiere moldear la mente de los niños, de cómo quiere esparcir y mantener el capitalismo en el mundo por decirlo de alguna manera. También otros temas pueden destacarse, por ejemplo:

Se presenta una estructura de una civilización capitalista por excelencia, donde toda relación es “mercantil”, y donde las fuerzas de producción quedan eliminadas.

Hay un desabastecimiento de los progenitores, no hay padres o madres, solo tíos, abuelos, primos y toda clase de parientes que son manejados al antojo del escritor.
Esta falta de padres hace que, en el caso de Donald y sus sobrinos, la autoridad ejercida por el tío sea arbitraria surgida de una especie de contrato, y no basada en la sangre. Todo haciendo alusión y si leemos entre líneas a la relación entre Estados Unidos y Latinoamérica. Los cómics son una especie de manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados sobre cómo han de ser sus relaciones con los centros del capitalismo internacional. El tercer mundo aparece como un juguete para los personajes de Disney que aburridos de la rutina emprenden aventuras donde siempre encuentran grandes tesoros sin dueño de que apoderarse, sin que esto constituya robo por supuesto.

Se habla de que los adultos incursan en el mundo de los niños, que se supone puro, para desde allí esparcir las semillas de aquellas ideas que pretenden difundir en las mentes del mañana, que ellos pretenden sean iguales a las de hoy. Se borra la historia de las personas, acontecimientos como nacimiento y muerte y se genera la idea de la inmortalidad.

Nadie ama a nadie, la motivación en ese mundo excluye al amor, solo la riqueza y el bienestar, un alto posicionamiento sobre los demás es motor de las acciones.la relación comercial es moneda corriente y siempre hay un ladrón que quiere apoderarse de lo que no le pertenece. Aquí aparece la forma que toma el proletariado, ya sea en la ciudad como el maleante, o en la periferia como aquel ser inferior que solo posee la fuerza física para poder manejarse en el mundo.
Mientras el sistema sea eficaz no se lo pone en duda, todos aceptan los términos del patrón sin oponer queja, solo cuando la tiranía se hace demasiado evidente los niños toman el control para reponerlo en las manos del rey cuando este haya reivindicado sus actitudes. No importa que haya un rey mientras este ejerza su gobierno disimulando la mano de hierro en un guante de seda. Si no hay una relación de superioridad y existen gente en horizontalidad, sólo queda competir por lograr superar al otro.

La mujer ocupa un rol de humilde servidora subordinada al hombre, y reina de belleza siempre cortejada. El único poder que se le permite es el de la seducción en forma de coquetería, con un papel domestico y pasivo. Puede ser la doncella ama de casa o la bruja o madrastra perversa. Si no es bruja ella ocupa profesiones como azafata, enfermera, modista, etc. pero nunca participara de las aventuras y hazañas. Se dice que Disney es un mundo sexual asexuado.

Los lugares del tercer mundo que visitan los protagonistas están habitados por personajes que se caracterizan por ser especies bárbaras, nunca de raza blanca, sin ciudades o habitando ruinas, gigantescos o pigmeos, solo hay hombres, en cuanto a la moral son como niños, desinteresados y generosos, canta, baila y usa cualquier artefacto de la civilización como juguete. Tienen un apego por la tierra con una economía de subsistencia, hay abundancia, no necesitan producir y viven en una democracia natural.

Finalmente hay una diferenciación entre niños de la metrópolis y los de la zona rural, así los paralelismos entre los inteligentes, pícaros y avaros superiores y los de las zonas periféricas, que no saben ni ven la necesidad de luchar en contra de nadie por lo suyo, siguen incontablemente.

Así es, la próxima vez hay que ver y leer más allá de lo que superficialmente creemos ver y leer.
 


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Cómo leer al Pato Donald, con Obama y treinta años después

Entrevista a Ariel Dorfman (2009)

El autor de un clásico de los años '70 vino al país para presentar su nueva novela en la Feria del Libro.

Por Silvana Boschi

DORFMAN VINO A BUENOS AIRES, SU CIUDAD NATAL, A PRESENTAR "LA MAS AMBICIOSA" DE SUS NOVELAS.

Aunque es un escritor y guionista reconocido en los Estados Unidos y Europa, el nombre de Ariel Dorfman evoca en nuestro país al autor de Para leer al Pato Donald, una suerte de Biblia de los años '70, que con preceptos cercanos al marxismo deconstruía la presencia imperialista en la cultura. El libro que escribió junto a Armand Mattelart se convirtió en un clásico. Pero este hombre que nació aquí y se crió en los Estados Unidos y Chile, lleva escritas cinco novelas, varias obras teatrales, y recibió el premio Laurence Olivier por La Muerte y la doncella, llevada al cine por Roman Polanski.

Dorfman está en Buenos Aires para presentar en la Feria del Libro su nueva novela, Americanos, los pasos de Murieta. Ayer dialogó con Clarín sobre esta obra, que toma la figura legendaria de Joaquín Murieta, un personaje de California durante la Fiebre del Oro, en 1850, para recorrer más de cien años de historia en América del Norte y del Sur, lo que incluye las batallas de la independencia, la pérdida de California y los romances y traiciones de sus protagonistas. "En esta novela hay mucha violencia, mucho sexo, pero también recorre una tradición del juego literario, y eso es muy argentino", asegura.

Cuando este libro fue publicado en Chile, hacía poco más de un año que la Unidad Popular había asumido el gobierno. En ese contexto, vino a perturbar una región hasta ese momento postulada como indiscutible. Los diarios de la derecha chilena lo leyeron inteligentemente: sus comentarios abandonaron las secciones bibliográficas y ocuparon un lugar en las de política; y la Associated Press difundió un alarmado cable entre sus abonados del mundo.
La indignada reacción de la derecha contra este texto tiene un punto de partida: las publicaciones de la línea Disney son universalmente aceptadas como entretenimiento, valor lúdico que corresponde a pautas permanentes de la "naturaleza humana" y que, por lo tanto, está por encima de las contradicciones sociales. Para la burguesía, el Pato Donald es inatacable: lo ha impuesto como modelo de "sano esparcimiento para los niños".
De ahí la trascendencia otorgada a este trabajo, donde lo indiscutible se pone en duda: desde el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, hasta el de mostrar como pensamiento natural la ideología que justifica el mundo creado a su alrededor. Donald es la metáfora del pensamiento burgués; es la manifestación simbólica de una cultura que articula sus significaciones alrededor del oro y que lo vuelve inocente al despegarlo de su función social.

¿Desde que escribió "Para leer al Pato Donald" hasta ahora, cómo cambió su visión de la cultura?

Ese libro fue escrito en un momento de lucha social en Chile y dentro de una revolución que intentó cambiar todo. Se escribió en diez días, en el calor de la lucha por la supervivencia. Y yo diría que si uno mira la obra del Pato Donald, no como problema ideológico sino como forma de escritura, es una apropiación latinoamericana de un mito norteamericano. Y si uno lo piensa, esta novela no es tan diferente: es la apropiación latinoamericana de un mito norteamericano, incluso de un Estado norteamericano entero, California. En un sentido, aquí está el encuentro de América latina con Norteamérica, tratando de ver cuáles son los limites de confrontación pero también de encuentro. En los 70, yo veía a los Estados Unidos como intentando apropiarse de nuestra cultura.

¿Y cómo es su visión ahora?

Ahora es muy distinto. Este es el libro de alguien exiliado, de alguien que intenta renarrar la historia de los Estados Unidos entera, y también narrar de una manera diferente la historia de América latina. No creo que haya muchos libros que narren a California desde la perspectiva latinoamericana. Es la obra más ambiciosa que he intentado. Fue escrita en inglés y luego traducida, pero el inglés en el que escribí la obra ya tenía un fantasma del castellano adentro.

¿Qué pasa con la cultura de Estados Unidos en la era de Obama?

En un sentido, el libro del Pato Donald sigue vigente. La estructura que nosotros vimos en los comics de Disney se ha globalizado. Disney es más global que antes. Pero también se matizan mucho más las cosas, en el sentido que la realidad es mucho más compleja que lo que yo retraté en ese libro. Yo vivo en los Estados Unidos y la visión que tengo de la cultura norteamericana es muy diversa hoy, hay cosas de allí que si las importan acá son más liberadoras. No necesariamente todo lo que viene del norte es negativo, y tampoco las cosas que hacemos acá son todas positivas. Creo que ha habido una evolución.

¿Tiene fe en Obama?

Lo que significa Obama es la posibilidad de un cambio paradigmático en cuanto a lo que se discute. En este momento se está discutiendo en los Estados Unidos qué modelo de sociedad queremos. Antes eso era impensable en los Estados Unidos y el mundo. Se está discutiendo en todas partes, en los medios, en las esquinas, en los bares, en las escuelas. Porque hay una crisis muy grande, y es evidente que esta crisis abre la posibilidad de una discusión a fondo acerca de la justicia social y de un cambio de un modelo económico también. Y creo que eso es muy importante.

Clarín, 05/05/09



Visión 7 Internacional: Los pasos de Ariel Dorfman. Parte 1

 
Visión 7 Internacional: Los pasos de Ariel Dorfman. Parte 2


"No soy un apocalíptico"

Entrevista a Armand Mattelart (2009)

Por Luis Raúl Vázquez Muñoz. Periódico Juventud Rebelde. La Habana, Cuba.

Uno de los teóricos de la comunicación más importantes del mundo sostiene que la Sociedad Global de la Información es un mito.

Ojos azules, delgado, un pelo blanco peinado a destiempo. Esos son los primeros rasgos que saltan en la figura del belga Armand Mattelart. Más bien parece un buen compañero de café y no el hombre que estremece al mundo entero con sus criterios.

Lo hace desde hace tiempo. Comenzó en 1971. Entonces, en Chile, junto con el argentino Ariel Dorfman, publicó Para leer al pato Donald, un estudio en el que demostraban cómo las historietas inocentes podían venir cargadas de toda la malevolencia posible. El resultado no se hizo esperar. Desde Washington llegó un mensaje: prohibida la entrada y circulación del libro en el territorio de la Unión. "Me hicieron un honor muy grande", cuchichea Mattelart.

Desde entonces, viene su inclusión en el bando de los Apocalípticos, denominación creada por el italiano Umberto Eco para nombrar a aquellos intelectuales, que vapulean a diestra y siniestra a los medios de comunicación. Luego vinieron momentos inciertos para Mattelart; sobre todo cuando tuvo que salir de Chile y ninguna universidad deseaba acogerlo, porque el futuro profesor de la Universidad París VIII no quería callarse.

Eran los tiempos del debate, que terminaron con la salida de Estados Unidos y de Inglaterra de la UNESCO y la aprobación del Informe McBride, elaborado por una comisión presidida por el irlandés Sean McBride, y en el que se denunciaban los peligros de la concentración de los medios de comunicación.

Ahora, a la vuelta de sus 70 años, de él dicen que es uno de los gurúes de la información. Pero un gurú que continúa con su mirada crítica y que acerca su ojo hasta los resquicios más minúsculos de la sociedad para ver por dónde se desliza la comunicación y le cambia la vida a los seres humanos. Ahí está su Historia de la Sociedad de la Información y La Comunicación-mundo: historia de las ideas y de las estrategias, un estudio abarcador, en el que examina los intercambios de información, a través de la lógica en que la cultura se relaciona con otras formas de organización social, en el mundo que surgió a partir de la primera crisis del petróleo, en los años 70 del siglo XX. La lista pudiera seguir, y lo único que haría sería confirmar a un gurú inquieto, enjuto, para nada acomodado en su trono de gran señor.

Él se ríe cuando le recuerdan su altura, y lo hace aturdido ante el acoso de los periodistas, que no le han dado descanso desde que desembarcó por el aeropuerto de La Habana, acompañado de su esposa Michelle. Ante el pedido de la entrevista, pide con una amabilidad firme: "Solo 20 minutos, por favor. Es de lo único que dispongo". No queda más remedio que sonreír: "Correcto, profesor, solo 20 minutos".

- Mucho se habla hoy de la Sociedad Global de la Información (SGI). Sin embargo, usted la refuta y dice que hablar de ella es un mito. ¿Por qué?

Ariel Dorfman 2009: “Si no hubiera habido Bush, no habría Obama”

El escritor chileno-argentino-estadounidense Ariel Dorfman se sometió a la entrevista pública que realizó junto al periodista chileno-argentino-estadounidense Andrés Hax. El responsable de muchos de los posts publicados en El diario de la Feria –algunos más que polémicos- definió acertadamente más de una vez los atributos “cabrones” de las preguntas que el autor de Para leer al Pato Donald debía contestar.

El notable Hax comparte más de lo que quisiera con su compatriota de múltiples orígenes. Su relación con el idioma es una de sus afecciones y virtudes en común. Dorfman relató que durante los primeros 35 años de su vida los dos idiomas –el inglés y el castellano- lucharon uno contra otro. “Lo fundamental era que yo me ganara la vida escribiendo en ambos idiomas. Llegó a tanto la locura –en un momento- que no pude escribir durante 9 meses”, explicó el autor que vino a presentar su flamante obra Los bárbaros.

Dorfman, que prepara algunos guiones cinematográficos para Hollywood, se preguntó a sí mismo y sin filtro: “¿Por qué Salman Rushdie puede tomar el inglés de la India y yo no puedo tomarlo de Argentina, Chile o North Carolina?”.

Más tarde, ante la insistencia del periodista de Ñ se definió como “una persona que cruza fronteras”. “Me instalo adonde mejor puedo escribir las novelas. Este libro –Los bárbaros- no podría haberlo escrito en Chile y La muerte de la doncella no podría haber sido escrita en Estados Unidos”, reflexionó.

Más tarde el escritor que debió exiliarse en Estados Unidos después de la caída de Salvador Allende (sus padres habían huido primero a Chile tras la persecución Macarthista) dijo que California es el lugar donde más cómodo se siente.

Hax, a esa altura de la noche literalmente on fire, le preguntó a Dorfman a propósito de las coincidencias trágicas de la historia que hicieron que el 11 de septiembre de 1973 Pinochet derrocara a Allende y que en 2001 dos aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas. “Siempre me llamó la atención el excepcionalismo norteamericano, que se creen únicos. El 11 de septiembre de 2001 fue una oportunidad para que dejaran de verse como una excepción, para que entendieran que la gran mayoría de la humanidad vive día a día otro 11 de septiembre, la vida como precariedad, como cualquier cosa que pueda suceder”, explicó.

Después terminó su alocución más crítico respecto de las enseñanzas que el pueblo estadounidense recogió de semejante tragedia. “Era una enorme posibilidad para la muerte, para el desarrollo para la paz, para la guerra. Pero los norteamericanos no salieron airosos”, recordó.

Sin embargo, dejó una luz de esperanza encendida. “De todos modos, uno nunca sabe cómo va a terminar la historia. Si no hubiera habido Bush no habría Obama. Todos los muertos de la administración Bush posibilitaron que hoy haya un presidente negro, mestizo, africano, indonesio, una cosa bastante única”.

Al final y siguiendo la lógica de la “pregunta cabrona” de Hax, Dorfman explicó por qué él mismo no entra dentro del inmenso universo de cabrones transnacionales. “Si yo no hubiera escrito todo lo que escribí, sería un cabrón. Escribir es un acto de cariño constante y de afecto. Lo peor que hay en el mundo es una vida malgastada”, senteció Dorfman entre los aplausos del público.

Por suerte un tal Borges, malgastó su vida, "cometió el peor de los pecados, no fue feliz", pero dejó una obra por la que bien vale irritar hoy y siempre a Dorfman o cualquiera...

http://blogs.clarin.com/diariodelaferia 10/05/09

- El concepto aparece en 1995 por los días en los que andaba una Cumbre del G-7. Es decir, una reunión de los países más ricos e industrializados del mundo. Ya por ahí, usted puede sacar algunas conclusiones. En el momento en que nace, ya es evidente la fractura o desequilibrio del mundo en materia digital. Entonces, lo que se trataba era de dotarse de un instrumental técnico, con el que se pensaba superar las diferencias de desarrollo. Y por eso es un mito. Porque en el fondo, lo que subyace es una visión tecnocrática.

Muchas voces, a principios de este siglo, han planteado que no se puede hablar de la SGI, sino de Sociedades del Saber, que permiten incorporar los elementos técnicos, desde sus diferencias y sus culturas. A mí me parece que este concepto es el más correcto.

- En varias ocasiones usted ha encendido el bombillo de alarma ante la falta de un debate sobre las problemáticas de los cambios que ha traído la comunicación para las sociedades. ¿Por qué esa falta de discusión para un tema tan vital?

- Porque las agencias de la ONU no lo han puesto sobre la mesa de discusiones y, sobre todo, porque no se menciona, ni se denuncia la concentración financiera que se ha operado en los medios de comunicación y el modo en que eso atenta contra la identidad de los pueblos. Son pocos los que se atreven a hacerlo.

- Entonces, ¿cree usted que en estos momentos hace falta un segundo informe McBride, profesor?

- ¿Por qué no? Al menos, sería bueno retomar las grandes líneas del Informe McBride. Sobre todo uno de sus grandes principios: el de establecer una definición jurídica sobre los Derechos de la Comunicación, lo que para mí es más amplio que el concepto de Libertad de Comunicación. Lo que pasó con el Informe es que después le construyeron una leyenda negra. Y, sin embargo, hoy continúan latente muchos de los problemas que le dieron vida. El de la concentración de los medios es uno.

- ¿E Internet? ¿Acaso Internet no rompe con ese monopolio de la información?

- Internet es un instrumento formidable. Pero vamos a hablar claro. El cambio no se logra con guerrillas informáticas. Al menos, sino se plantea una de las cuestiones de fondo y que es establecer los marcos jurídicos en los que se debe mover la comunicación.

- En su artículo La Hipnosis de una Nueva Economía y el Progreso, usted señala el alejamiento que, históricamente, los intelectuales progresistas han tenido de los problemas de la comunicación. ¿A qué se debe ese distanciamiento, cuando el tema de la información se ha convertido en algo tan decisivo para las sociedades?

- Durante mucho tiempo las izquierdas que nacieron de los movimientos obreros, pensaron a los medios a partir de la noción agitación-propaganda. Para ellos, comunicar era propagandizar y lograr la agitación de las masas. Eso los hizo tener una visión recortada del problema y no se dieron cuenta de que en la comunicación también entran cuestiones tan elementales como el de la cotidianidad de las personas.

Yo tuve la experiencia de Chile durante el gobierno de Allende. Entonces, la televisión transmitía todo tipo de espacios y, entre ellos, la telenovela. Recuerdo a una: Simplemente, María. No había manera de competir con ella. Cuando empezaban a transmitirla, todo se detenía. Las amas de casas, los niños, los mismos obreros paraban todo lo que hacían y se sentaban a verla.

Y aquello nos hacía pensar: ¿cómo era posible que personas empeñadas en construir una sociedad nueva, se interesaran en algo que estaba en contra de los principios que ellos defendían? Esas contradicciones nos hacían plantearnos la interrogante sobre qué es la Comunicación de Masas.

- ¿Considera que la izquierda está hoy en condiciones de sostener un debate sobre los problemas de la comunicación?

- Creo que el debate dentro de ella avanza muy lentamente. En los Foros Sociales Mundiales el tema ha evolucionado, tiene un mayor peso en las últimas ediciones, incluso cuenta con un eje central: La Cultura y la Comunicación.

Sin embargo, cuando se trata de analizar la relación entre poder, cultura y comunicación enseguida aparece un signo de interrogación. En Europa prima un análisis economicista, sin que se den cuenta de que el problema debe abordarse también desde las identidades culturales, que son las que están en peligro.

- ¿Usted ha dicho que lo importante en estos momentos no es analizar los contenidos de las historietas del Pato Donald, sino las transformaciones que se han operado en las sociedades con la internacionalización de las comunicaciones. ¿Qué ha sucedido en el mundo de los medios de comunicación desde ese día de 1971, en el que apareció Para leer al pato Donald, hasta fechas más recientes en las que se publicó su libro Historia de la Sociedad de la Información?

- Ha sucedido una crisis en el modelo de acumulación capitalista. A partir de la década de los años 70 del siglo pasado se retiró la paridad del dólar con el oro, ocurrió la primera crisis petrolera y otros eventos, que obligaron a plantearse un modelo de desarrollo a partir de las Tecnologías de la Comunicación y la Información.

Esa propuesta nace ante la necesidad de lograr un nuevo modo de gobernar. En los años siguientes, los Estados Unidos lo convirtieron en el centro de sus intentos por imponer su hegemonía política y militar. Entonces la comunicación se vuelve un elemento central en medio de esa estructura de poder. Por eso vemos la captación de tantos profesionales para respaldar esa forma de dominación. Ellos son los que producen la información y con ella el conocimiento. ?

- ¿Y qué ha pasado con Armand Mattelart en todos estos años? ¿Qué ha cambiado y qué sigue permanente en él?

- No he perdido mi capacidad de indignarme. Pueden haber cambiado muchas cosas, pero no mi irritación ante los desniveles de equidad y frente a las injusticias. En eso sigo siendo el mismo de siempre.

- Profesor, leemos sus entrevistas y sus ensayos, y una interrogante nos asalta constantemente. ¿En qué medida continúan pesando en usted las experiencias que vivió en el Chile de Salvador Allende?

- Me marcó mucho, sobre todo por lo que me enseñó. Quise mucho ese tiempo y aún lo sigo haciendo.

- ¿Qué le enseñó el Chile de Allende?

- Trataría de resumirlo en lo siguiente: Primero, me mostró la debilidad de la izquierda frente a los problemas de la comunicación, en medio de una campaña de propaganda brutal contra el gobierno de la Unidad Popular. Teníamos necesidad de una teoría para entender los medios y no la teníamos a mano.

Lo otro que me mostró el proceso chileno fue algo que después se llamó el espacio global de la comunicación. Por las características de las fuerzas que integraban a la Unidad Popular, se permitió la entrada a chorros de las informaciones de múltiples agencias de prensa; que en vez de informar, atacaban y manipulaban. Allende fue muy lúcido y denunció el poder de las transnacionales, que era el que operaba detrás de ese poder global de la información.

- ¿Sabe que usted está incluido dentro del bando de los apocalípticos?

- Oh, sí..., me divierto mucho con esas cosas...

- Y cuando proclaman que Armand Mattelart es un apocalíptico, ¿en qué piensa?

- Esa es una caracterización que ha perdido la necesidad de la crítica. Con el concepto de Apocalipsis, se piensa en algo que necesariamente terminará en la fatalidad. Y yo, cuando investigo, lo hago sobre lógicas que existen y, sobre todo, para encontrar alternativas que nos alejen del desastre. Por eso lo digo: nunca seré un apocalíptico. De ningún modo.

www.jrebelde.cu  |  luisraul@enet.cu

Fuente: www.latecla.cu


El modelo económico norteamericano y las lecciones para el futuro de Argentina

Cómo leer al Pato Donald

EE. UU. es un caso típico de crecimiento exitoso basado en el mercado. Menos conocido es el importante desarrollo, que en el último siglo, tuvo el Estado norteamericano. Enseñanzas para Argentina.

Por Gustavo Lopetegui *

Es sabido que dentro de los países desarrollados Estados Unidos se caracteriza por una marcada aversión hacia todo tipo de intervención del Estado. Esta actitud de desconfianza del ciudadano, reflejada ya en el legado institucional de los “padres fundadores”, se puede palpar en permanentes manifestaciones de la sociedad y de sus dirigentes: la defensa de la tenencia particular de armas de guerra (y hasta su apología como forma de vida), para evitar entregarle el monopolio de la fuerza al “hermano mayor”; la baja presencia de empresas estatales a lo largo de su historia (a diferencia de los países europeos o Japón); la ausencia de un documento nacional de identidad (que abriría las puertas a la intromisión estatal en la vida privada); el importante rol que cumple la filantropía privada en funciones que son asumidas por el Estado en el resto de los países desarrollados; y, por supuesto, la continua popularidad de medidas tendientes a reducir los impuestos.

Uno de los principales roles del Estado es ser una herramienta en la construcción de una sociedad más equitativa que la que surgiría del libre juego de las fuerzas del mercado. En este sentido, los EE.UU. son consistentes en su sesgo anti-Estado con sus convicciones que otorgan un gran valor al esfuerzo individual, y por ende, a la creación de riqueza más que a la forma en que ésta quede distribuida. En otras palabras, si el precio a pagar por más competencia y más riqueza es menos Estado y una sociedad más inequitativa, los norteamericanos son coherentes al elegir el modelo de país que desean. Del otro lado del Atlántico, los europeos optan por una fórmula que prefiere mayor equidad y acepta una mayor intervención estatal para lograrla a sabiendas de que esto pueden implicar –in extremis– menos riqueza.

Son éstas algunas de las cuestiones de fondo que están en juego a la hora de pensar un modelo de país, ya sea para presentar el “plan sustentable” al FMI o para debatir internamente qué tipo de sociedad queremos ser. Podríamos afirmar que en EE.UU. encontramos un modelo con el mínimo nivel de Estado posible para una sociedad moderna, reconociendo la gran resistencia de esta nación hacia lo estatal. Vale la pena entonces repasar qué ocurrió al respecto durante el siglo XX en el país del Norte.

Mientras la población creció durante cien años a un ritmo del 1,3 por ciento anual, la economía lo hizo a una tasa del 3,3 por ciento, permitiendo un aumento de la renta per cápita del 2 por ciento anual. Este crecimiento hizo posible que la riqueza disponible para cada ciudadano se duplicase casi tres veces a lo largo del siglo, haciendo a cada persona siete veces más rica.

Fantasías que construyen realidades

“Siempre se lo ha rechazado (a Disney) como propagandista del “american way of life” (…). La amenaza no es por ser portavoz del american way of life, el modo de vida del norteamericano, sino porque representa el american dream of life, el modo en que los EE. UU. se sueña a sí mismo, se redime, el modo en que la metrópoli nos exige que nos representemos nuestra propia realidad, para su propia salvación.”

“Las ideas de Disney resultan así PRODUCCIONES bien materiales de una sociedad que ha alcanzado un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas. Es una superestructura de valores, ideas y juicios. "

“Lo imaginario infantil recubre todo el cosmos-Disney con baños de inocencia, permitiendo por medio de la entretención que se desarrolle la utopía política de una clase. Pero, por otra parte, el rincón donde (…) se identifica la inocencia es aquel sector que corresponde en la vida histórica a los pueblos marginales.”

“Este concepto de entretención, y los contenidos específicos con que se desenvuelven en el mundo de Disney, es el resultado superestructural de las dislocaciones y tensiones de una base histórico post-industrial, que genera automáticamente los mitos funcionales al sistema Es del todo normal para un lector que vive las contradicciones de su siglo desde el ángulo del centro imperialista, que este sistema de Disney traduce su experiencia cotidiana y su proyecto histórico.”

“Disneylandia es el conquistador que se purifica y justifica la reiteración de su conquista pasada y futura”

“Este defasaje, entre la base económico-social en que vive cada individuo y el estado de las representaciones colectivas, es precisamente la que asegura la eficacia de Disney y su poder de penetración en la mentalidad comunitaria, en los países dependientes.”

"Disney expulsa lo productivo y lo histórico de su mundo, tal como el imperialismo ha prohibido lo productivo y lo histórico en el mundo del subdesarrollo. Disney construye su fantasía imitando subconscientemente el modo en que el sistema capitalista mundial construyó la realidad y tal como desea seguir armándola.”

"Disney-Cosmos no es el refugio en la esfera de la entretención ocasional, es nuestra vida cotidiana de la dominación y del sometimiento social. Pero al poner al Pato en el tapete es cuestionar las diversas formas de cultura autoritaria y paternalista que impregnan las relaciones del hombre burgués consigo mismo, con los otros hombres y con la naturaleza. Es una interrogación sobre el papel del individuo y de su clase social en el proceso de desarrollo histórico, sobre el modo de fabricar una cultura de masas a espaldas de las masas”

Dorfman, A. y Mattelart, A., “Para leer al Pato Donald” (comunicación de masa y colonialismo), Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.

Si bien es ampliamente reconocida esta constancia del crecimiento económico norteamericano no lo es tanto la también persistente expansión del gasto público, que pasó de representar 8 por ciento del PBI en 1900 (el Estado “mínimo” o “gendarme”) a ser alrededor del 40 por ciento de su PBI a fines de siglo.
Esta expansión no se limitó a las políticas del New Deal posteriores a la gran depresión de 1930 sino que había estado presente desde inicios del siglo y continuó hasta finales del mismo: en todas las décadas del siglo XX el gasto público estadounidense subió más que el producto bruto, con la única excepción de los años ‘90 cuando ambas magnitudes aumentaron al mismo ritmo.

Los primeros veinte años vieron crecer el gasto público a un ritmo del 6 por ciento anual, mientras la economía lo hacía al 3 por ciento por año. Durante la década de los años ‘20 disminuye la tasa de expansión del Estado a la mitad (3 por ciento), mientras el crecimiento económico apenas baja unas décimas. A partir de la depresión –y por espacio de 40 años– el ámbito del Estado vuelve a crecer ininterrumpidamente a tasas cercanas al 6 por ciento anual mientras la economía también se aceleraba, pero a un ritmo del 4 por ciento por año. A partir de la década del ‘70 se modera el aumento del gasto público que llega a converger en los ‘90 con el crecimiento de la economía en el 3 por ciento anual. Vale la pena hacer notar que el discurso “reaganista” de disminución del Estado de inicios de los ‘80 fue más propaganda que realidad, ya que en la realidad sólo consolidó una tendencia que venía de 15 años atrás. Por otro lado, durante los doce años del gobierno republicano Reagan-Bush el gobierno federal presentó fuertes deficits (4 por ciento en promedio para el período ‘80-’92), reafirmando una tendencia secular: durante 79 de los 100 años del siglo las cuentas del gobierno federal presentaron déficits, tradición a la que también honra ahora Bush hijo.

De esta manera, con un crecimiento del gasto público de 5 por ciento anual durante 100 años, mientras la economía se expandió exitosamente al 3,3 por ciento anual en el mismo período, en el presente el Estado (en los tres niveles de gobierno: federal, estadual y local) administra el 39 por ciento del producto.
En resumen, paralelamente al crecimiento de la economía impulsado por las fuerzas del mercado, se desarrolló un aparato estatal que administra una fracción muy importante de la riqueza generada. Este proceso fue permanente, no comenzó en los ‘30 ni se desmanteló en los ‘90, y tampoco fue muy diferente del que puede observarse en los países europeos. Si realizáramos el mismo análisis para el resto de las democracias modernas, veríamos un comportamiento muy similar, pero con niveles de intervención estatal aún mayores, tanto en el tamaño del gasto (del orden del 50 por ciento del PBI) como en el tipo de actividades que desempeña el Estado y las regulaciones que establece.

El caso argentino

Ahora bien, comparando el desempeño de nuestro país durante el siglo XX podemos verificar que mientras en EE.UU. los ciudadanos han podido disponer de un crecimiento per cápita del 2 por ciento, los argentinos se han tenido que contentar con sólo el 1,2 por ciento anual. De otro modo: a fin de siglo, los argentinos eran unas 3 veces más ricos que a principios de siglo.

Por otro lado, a inicios del siglo Argentina destinaba 12 por ciento de su riqueza a financiar el Estado y, emulando las “reformas estructurales” en boga, el país fue expandiendo su gasto público con el fin de proveer a sus ciudadanos de los bienes públicos modernos, destinando al efecto 18 por ciento de su PIB en 1950 y 32 por ciento en el 2000.

Se puede afirmar que Argentina, para financiar su Estado, ha utilizado una porción de riqueza similar a la que han destinado al efecto los países desarrollados. Ni ha sido exigua ni es exagerada: el 32 por ciento de gasto público en el año 2000 no aparece muy alejado del 30 por ciento de EE.UU. en 1960 y es menor al 37 por ciento de los países europeos en 1970, años en los que se observan niveles equiparables de riqueza.

¿Plan sustentable?

Vemos entonces que la vía hacia el desarrollo ha sido construida sobre dos rieles infaltables en todos los países llamados “exitosos”: la liberación de las fuerzas del mercado como motor para la innovación, la competencia y por ende, la creación de riqueza, complementadas por un Estado cada vez más presente que –entre otras tareas– intenta equilibrar los resultados del mercado en aras de moldear una sociedad más equitativa.

Este segundo riel (el Estado como garante de la igualdad de oportunidades y de mayor equidad) es el que le ha dado la “sustentabilidad” a los planes de los países que hoy ya pueden reconocerse como desarrollados, incluido, como hemos visto, el país que suele tomarse como paradigma del esfuerzo individual y del mercado. Como no podría habersido de otra manera, la sustentabilidad de cualquier plan de desarrollo en una sociedad donde los habitantes gozan de igualdad política no pudo evitar cuidar a los menos favorecidos intentando nivelar al conjunto generación tras generación.

Obviamente que el tamaño del Estado no garantiza por sí mismo la igualdad de oportunidades y la inclusión social. De ahí que una vez definido su ámbito, la principal “reforma estructural” en el primer mundo sea cómo mejorar la efectividad del gasto, es decir cómo lograr que los fondos destinados se utilicen con la suficiente idoneidad y transparencia de manera de conseguir los objetivos prefijados.

Sería saludable que tuviéramos en cuenta estas enseñanzas a la hora de pensar un “plan sustentable” para Argentina.

* Economista.

Página/12, 18/01/04

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