Eduardo Pérsico



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Eduardo Pérsico - El lunfardo de los argentinos


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Lunfardo en el tango y la poética popular - Ensayo y glosario


 

PROYECTO EDITORIAL

Pérsico, Eduardo
Lunfardo en el Tango y la poética popular. Glosario, ensayo de voces y poemas. 1ª.edición. Buenos Aires, Proyecto Editorial 2004
160 p., 22x15 cm.
ISBN 987-1130-33-3
1- jerga-Buenos Aires (prov.) I.Título
CDD417.2
Diseño de Tapa: Roger Lucas
Corrección: Mariana Casajús
Coordinación: Walter Di Bono
© Proyecto Editorial, 2004
Ayacucho 786, Florida. CP.1602 ADD Provincia de Buenos Aires
TE. 47864456
proyectoeditorial@ciudad.com.ar
Hecho el depósito que dispone ley 11.723.
Impreso en Argentina

© Eduardo Pérsico
Derecho de autor N*258435
17 de junio de 2003


CONTRATAPA: El habla cotidiana suele cambiar por el imperio abusivo de alguna moda, aunque la mayoría de las veces son invenciones urdidas ante la necesidad de ampliar la comunicación. Y el lunfardo de los argentinos, que según Eduardo Pérsico es “junto al tango los dos perfiles más relevantes de nuestra identidad, no los únicos pero sí los más visibles”, es un fenómeno jergal irrepetible en otros grupos sociales, en cuanto este duende coloquial y divertido mantenga intacto su carácter de “código entre dos para que no se entere un tercero”.
Esta sucinta definición del lunfardo resume, quizá, polémicas sin resolución sobre qué significa parecernos y ser idénticos los argentinos. Nadie desconocería hoy el sentido de apoliyar, mina o bulín, voces ya recuperadas en el primer diccionario lunfardo, publicado en 1894, y aunque en su origen esa jerga fuera privativa “de la gente de mal vivir”, previamente al glosario de unas mil voces lunfardas Pérsico nos explica como esa calificación apresurada obedeció a que los primeros interesados en la materia eran vinculados al quehacer policial y carcelario. Y también nos ilustra que la difusión y permanencia del lunfardo en el habla de los argentinos es un fenómeno ligado más a la literatura que a la delincuencia. De modo diferente a cuanto aconteció con otras jergas dialectales, las voces de la lunfardía se instalaron en toda la sociedad por persistencia de las letras de los tangos, en su mayoría, y la poesía popular editada durante un siglo, donde hubo autores renombrados y muchos desconocidos; algunos recuperados aquí. Además, el procedimiento para difundir estos recursos de comunicación, el conocimiento de los mismos y el tratamiento ameno que Eduado Pérsico, - narrador y poeta, según Borges “un reo que escribe para intelecutuales”- le otorgó a un tema habitualmente árido, nos asegura un trabajo didáctico y de utilidad nada frecuente. Simplemente, un llibro brillante.

José A. Martínez Suárez.
Cineasta. Ex Presidente de la Academia Porteña del Lunfardo.
 


LUNFARDO EN EL TANGO Y LA POÉTICA POPULAR

OPINIÓN PREVIA

Al comienzo habrán sido dos hombres en una calle del suburbio. O la necesidad de pasar un secreto y guardarlo de modo que el otro no pueda entenderlo. O una frase mal dicha, pero oída y después cambiada. O el deseo de nombrar algo con otro nombre porque la palabra que lo nombraba no servía o no alcanzaba.
Los orígenes y las razones pueden haber sido éstos o muchos otros. Lo más seguro es que hayan sido varios y que después las palabras y las expresiones se confundieran; que después formaran ese lenguaje marginal que no figuraba en los libros pero sí en las palabras de todos los días. Con el paso del tiempo los eruditos las aceptarían y serían moneda corriente en el comercio lingüístico de nuestra tierra. Después de todo, el lenguaje está en la calle y no en las páginas de los diccionarios y las enciclopedias.
Eduardo Pérsico lo define como “una conversación entre dos sin que se entere un tercero”. Esta definición es terrible porque agrega al hecho lingüístico un juego de escondidas y dobles significados, de escabullir y mostrar la cara de otra moneda para que el que la compre se lleve la equivocada.
De esto sabe, y mucho, el autor de este libro ya que su largo ejercicio en el cuento y la novela se basa en esos principios: decir lo que no digo, falsificar, confundir, engañar al lector para llevarlo por otro camino, y al mismo tiempo dejar testimonio de una vida y un tiempo del que no podemos escabullirnos. En última instancia, de ser nosotros mismos, porque más allá de las disenciones y los apremios, el lunfardo es todo eso: pasión por las máscaras, devoción por las palabras heredadas y después modificadas o deformadas; ejercicio de transgresión basada en una profunda exaltación del individuo, su derecho a decir que no y poner mala cara. Si a esto se agrega la frecuentación de los textos de Jorge Luis Borges y de la figura de Borges, a quien Pérsico le dedicó un cuento ambiguo y delicioso, (Laberinto de Gardel y el Inglesito) se explica en parte porqué escribió este diccionario.
Las otra razones tienen que ver con la fascinación por el tango y al final de su prólogo remeda el chanchán de nuestra música ciudadana. La experiencia es muy simple: basta con pedirle a cualquiera que haga la onomatopeya musical del 2 por 4 y repetirá el mismo chanchán. Signo valioso en una época en que al tango lo deforma la gente que viene de otra música, o que quiere modernizar a Mozart o a Bach, “hacerla fácil” como diría un entusiasta del lunfardo, olvidando que entre otras virtudes, ellos tomaron la precaución de que su múscia fuera inmortal. Y cualquiera que se acercó alguna vez al lunfardo sabe muy bien que esa música, el tango, y aquel lenguaje fueron siempre juntos como una pareja que mueve airosamente las tabas del mismo tiempo.
Eduardo Pérsico recuerda una anécdota de Nicolás Olivari, que también se le atribuye a Roberto Arlt: de que crecieron en un suburbio fabril y no tuvieron tiempo de aprender el lunfardo. La respuesta es sutil, ingeniosa y no exenta de justificaciones. El problema consiste en que el lunfardo no es sólo una forma de decir y de nombrar la realidad para que sólo los iniciados la reconozcan, no sólo es un lenguaje marginal, secreto y grosero unido a lugares y conductas de mala fama, sino también una forma de vida. A estas razones se debe su permanencia en el tiempo, su empecinamiento en meterse en la vida de todos los días. En este terreno son, somos, muchos los iniciados. Antes provenían del malevaje, del mundo marginal, la vida rea y prostibularia que se resistía a ser absorbida. Ahora está en todos como la sangre y los huesos, o en esa forma de amar, tener y sentir que poseemos sin saber de donde viene porque se apoderaron de nosotros desde siempre.
La razón puede ser también el absurdo de querer hacer un país y una ciudad que se parezca, y no se parezca, a ese país sobre una pampa sin límites que parece no tener orillas. De este afán de exiliados y nostálgicos de otras tierras que quisieron que ésta fuera la suya. De su esfuerzo por recordar una patria que habían perdido y que con el paso del tiempo ya no era la misma. De la rebeldía para nos ser devorados por los hombres que se dicen mejores y más cultos...
Calle, suburbio, marginalidad son algunos de estos rostros. La tentación de un lenguaje secreto de hacer que el tercero no entienda porque el asunto es entre nosotros dos. El deseo de ser quienes somos en la forma de nombrar las cosas de todos los días. De todo ello está hecho el lenguaje que Eduardo Pérsico recoge en estas páginas. Las palabras de su prólogo minucioso y certero no esconden los aciertos de quien es uno de los hombres del lunfardo, que siente que ese lenguaje nos hizo así y que sería tan imposible como insoportable cambiar. Basta con leer sus Crónicas del Abandonado, El Infierno de Rosell o Nadie muere de amor en Disneylandia para darse cuenta de la autenticidad de estas páginas.

Doctor José Andrés Rivas (UBA)
Académico Correspondiente de la Academia Argentina de Letras.


Cuando rajés los tamangos, buscando ese mango
que te haga morfar... E.S. Discépolo.

Tirar el carro es peor que andar de caño. Eso es
de maricón, de mala gente
. Chorro Viejo.

Y si vieras la catrera como se pone cabrera cuando no nos ve a los dos. Pascual Contursi



Entrevista de Vilma Díaz de Favaloro a Eduardo Pérsico en 1988 (4 videos)

Aproximación al Lunfardo y su Literatura.

LENGUAJE DE PERSONA A PERSONA.

“El lenguaje articulado se fue desarrollando en el hombre según se viera obligado en aproximar ideas con sus semejantes. Eso que comenzara con onomatopeyas imitativas de la naturaleza, constituyeron el sustrato del lenguaje; y mucho más acá en el tiempo, cuando por el años 1492 llegaron los navegantes descubridores de América para la cultura europea, los que habitaban estas playas no difundieron la noticia con movimientos corporales o señales de humo: lo expresaron con sus palabras que consolidadas por la reiteración, transmitían ideas y conceptos. Tal vez primarios, pero de choza a choza y de un margen al otro de los ríos, los naturales de por aquí nombraron la aparición de los navíos extraños usando algún mecanismo de lenguaje apropiado para reducir cualquier pensamiento a su manera más sencilla. Luego, la adopción del castellano por nuestras latitudes pertenece a una constante histórica, en cuanto quien sostiene el poderío técnico y económico siempre asume imponer su propia cultura adonde llega, que paulatinamente irá modificando las particularidades de cada pueblo. Entonces por ahí se nos ocurre que una comarca como la nuestra, que no puede orientar la técnica ni la economía del planeta, quizá logre identificarse practicando alguna gimnasia del ocio y acaso, una buena manera de ejercitar la identidad de los argentinos exista en el lunfardo, un código para comunicarse entre dos sin que se entere un tercero”.

Estos renglones que expuse en la Biblioteca Nacional de Madrid a propósito de un encuentro sobre el idioma castellano, en 1987, bien pudieron sumarse al “pesquisar el ser nacional de los argentinos”, ese territorio donde ambiguamente se entreveran serios estudiosos del habla coloquial con furtivos cazadores que sin compromiso ni rigor, disparan cada tanto algún escopetazo y si aciertan, mejor así. Es bien sabido que en el ámbito de las expresiones populares abundan apresurados en nombrar y calificar todo, temerarios de los que alguna vez se encargara Nicolás Olivari, (La Musa de la Mala Pata) que al ser preguntado si hablaba lunfardo – según escribiera Jorge Calvetti- contestó “vea, yo nací en Villa Luro en el año 1900, cuando aquello era un suburbio. Frecuenté el trato de obreros, ex presidiarios, las prostitutas y atorrantes que eran mis vecinos, y no he tenido tiempo de aprender eso”. Esta misma definición de Olivari también es atribuída a Roberto Arlt, (Los Siete Locos, Los Lanzallamas, El Amor Brujo), y por ser ambos dos escritores fundacionales de la literatura de Buenos Aires, la autoría nos atrae menos que la aguda respuesta.
Es innegable que el lunfardo empezó siendo una lengua "de la gente de mal vivir"; por dar una definición facilonga, y que al ir perdiendo su secreto delictual se convirtió en un guiño de comprensión popular más allá de sus primeros cultores, pero nadie discute que este léxico sintético ha sido, esencialmente, un medio entre pocos para despistar a otros. “El argot constituye un habla rápida, espontánea que brota de una manera natural... en vocablos y expresiones que acuden fácil y prestamente a la lengua”, dice Mario E.Teruggi en Panorama del Lunfardo, Sudamericana, 1979. Y bien vale comentar que durante los años de 1970, cuando recrudeció la irresuelta y feroz interna de los argentinos, en los distintos grupos actuantes se abrían y cerraban efímeras contraseñas ajenas a quien no participara de verdad. Humberto Costantini, el escritor que recreara el lenguaje coloquial de Buenos Aires en su libro En la Noche, escrito durante su exilio en México, supo ver que entre perseguidos y perseguidores existían tantos lenguajes como grupos; y bien vale decir “un código entre dos”. Esto, anecdótico, bien podría extenderse a la variedad de profesiones y actividades con jergalismos propios, aunque respetemos expresamente que el habla de un pueblo es un sistema artificial de signos que se diferencia de otros sistemas de la misma especie, y cada lengua tiene su teoría particular, su gramática y principios que hacen a un idioma. Eso que significa peculiaridad, naturaleza propia, índole característica, donde cada lengua tiene su fisonomía y sus propios giros que no impiden las particularidades dentro de cada una. Hasta aquí todo bien, pero sin caer en purismos, idolatrías ni supersticiones con nuestra “lengua madre”, sabemos que lunfardías aparte, en la Argentina hablamos castellano y según su gramática nos entendemos con el mundo.

CIVILIZACIÓN, CULTURA Y LENGUAJE.

El lenguaje nos permite visualizar la diferencia entre Civilización, - lo instrumental de la realidad, el gran continente de toda manifestación- y la Cultura, que resume la vocación estética del sujeto y acaso, su sensibilidad peculiar y creativa como un ser comunitario. La Civilización, la razón instrumentada, cristaliza y estratifica el lenguaje mientras la Cultura lo desaliena y modifica en expresiones “contraculturales”; una calificación siempre efímera si pensamos en tantas variaciones estéticas generada en la contracultura y luego devenidas en clásicas. Y para apreciar mejor al lunfardo como una sólida arista cultural de los argentinos, vale recuperar un párrafo de Radiografía de la Pampa, 1933, de Ezequiel Martínez Estrada: “psicológicamente puede ocurrir a un idioma algo peor que subdivirse en dialectos y es cristalizarse en sus formas al tiempo que se limita y amputa. En el dialecto vive el alma local, el paisaje vernáculo; en el idioma extenso o superficial la palabra desfallece ...hasta que se reduce el número de términos”. Y prosigue: “la actitud desafiadora del compadre, el insulto, el neologismo de la jerga arrabalera son formas vengativas, afiladas y secretas de herir. Ese oculto rencor contra una lengua de filiación paternal que no nace con uno de la misma madre, puede haber conducido a dos formas de escribir y hablar”. Hablar al revés, al “vesre”, es una forma patológica del odio cuanto no de la incapacidad. No pudiendo hablarse otro idioma, desdeñándoselo cuando se lo habla, para el trato social e íntimo de todo género se invierten las sílabas de las palabras con lo que el idioma, siendo el mismo, resulta ser lo inverso”. Hasta ahí la cita de Martínez Estrada, un precursor de la psicología social en la Argentina, aunque en ese mismo tono conceptual afinó Juan José Hernández Arregui más tarde en ¿Qué es el Ser Nacional?, de 1963, al decir: “la lengua ejerce una acción coercitiva y regularizadora del grupo. La cultura está litografiada en su lengua y las variaciones idiomáticas se ejercen desde el pueblo. Ya Platón lo había comprendido, el pueblo es excelente maestro en materia de idioma, y que la lengua como la cultura, eran un hecho social”.

LOS VALIOSOS INICIADORES

Los primeros interesados en la materia lunfardesca no coincidieron en su calificación inicial. Algunos la estimaron una jerga gremial del delito y otros no aceptaron ese límite al denominar el mismo ejercicio comunicativo con otro nombre. Benigno Baldomero Lugones lo llamó lunfardo; Antonio Dellepiane, criminal; Alvaro Yunque habló de un lenguaje arrabalero y Jorge Luis Borges, en El Idioma de los Argentinos, de 1927, expuso “el lunfardo es un vocabulario gremial como tantos otros, es la tecnología de la furca y de la ganzúa”. Aunque no haya duda que en su génesis este vocabulario fue delictual y del bajo fondo, lo constante en el lunfardo han sido su intención burlona, caricaturesca y su activa movilidad de cambio. Se descuenta que lo dinámico es atributo de toda comunicación humana y particularmente en el lenguaje mejor se aprecia ese perfil; no hay quietud en ninguna expresión creativa pero la movilidad del lenguaje suele ser constante, y pese a las tarea de conservación de algunos fundamentalistas, ningún pueblo del mundo conversa en lengua muerta.
No pocas veces se dieron como vocablos de la lunfardía términos absolutamente transitorios, que aunque sirvieron al rebusque ocasional para decir sin que se entere un tercero, no mantuvieron las forzosas horas de vuelo para perpetuarse en el imaginario popular. Mina, bulín, bacán o mishiadura, por ejemplo, han permanecido en varias etapas del hablar de los argentinos con mínimos cambios en su acepción y aunque la permanencia de uso pareciera una contradicción, podemos decir que las voces lunfardas deben “transitar” para convertirse en “clásicas”, aquello que orienta para dar clase y dicta la arbitrariedad del tiempo. La comunicación se sustenta en la reiteración y sin regularidad de uso el lenguaje pierde significado. Los vocablos merecen su decantación, macerarse, deben transcurrir su espacio de solera para degustarlos al fin como cualquier vino placentero; un ejemplo sería la difusión del término “palo” durante la década de 1990, - equivalente a un millón de pesos, y “palo verde” si se hablaba de dólares- que por brulotes financieros del país empezó a decaer prontamente y a principios del siglo veintiuno ya era una expresión apenas concurrida. Otro caso se advierte entre los adictos más contumaces al consumo de drogas, principalmente adolescentes, que al fin pierden su capacidad pensante: años atrás se les llamó “quebrados” o “reventados”, y a finales del año 2004 en la jerga se los califica de “limados”, “fisurados”, o “quemados”. Si cualquiera de esos vocablos actuales, - como “tuca” al resto del pucho de marihuana, o “tuquera”, al canuto de aspirarlo- perduran durante cierto tiempo, se convertirán en valores en sí mismos. Estos serán avatares del lenguaje o de la economía aunque por el rotundo efecto de la reiteración, para el habitante de Buenos Aires una mina sigue siendo una mina y un bulín es un bulín y nada más.

De la génesis lunfardesca discutieron ya los analizadores de la propia jerga, validando que cualquier lenguaje “codificado para entender limitadamente” debe inferir cierta complicidad igualadora de condición y origen. Y por ser a ráfagas un recurso gremial exclusivo, el lunfardo de los argentinos, irónico, procaz, corrosivo o ambiguo, generó y sigue albergando siempre una humorada compinche; algo esencial del juego denostado en principio por irreverente entre los guardianes del idioma pulcro, que lo irían aceptando al entender mejor cada contexto temático. Calificar al lunfardo como un argot ejercitado sólo por la delincuencia, - que en principio lo curtiera para disimularse- es un error alentado porque sus primeros estudiosos, aparecidos en la Argentina antes del 1900, fueron personalidades del fuero penal que no previeron en esos giros jergales una expresión literaria bien cotizada más tarde. Benigno Baldomero Lugones, con dos artículos publicados en “La Nación” de Buenos Aires por 1879, hizo “la primera descripción seria del mundo criminal” y ameritó estudiar “sobre los lunfardos y los ladrones en sentido amplio”, según los lunfardólogos Francisco Laplaza y Miguel Angel Lafuente. Siendo escribiente policial Lugones había recuperado esta anónima cuarteta: “Estando en el bolín polizando se presentó el mayorengo, a portarlo en cana vengo. Su mina lo ha delatado”; cuya acepción sería “estando en su habitación durmiendo se presentó el comisario: a llevarlo preso vengo, su mujer lo ha delatado”, algo menos divertido y didáctico al párrafo de donde surge que salvo mayorengo, en desuso hace tiempo por “Comisario”, bulín, (bolín); apoliyando, (polizando); cana y mina aún guardan vigencia en los años del dos mil.
Poco más tarde hallamos a don Antonio Dellepiane, abogado penalista y prolífico escritor, que en 1894 recopilara el primer diccionario lunfardo, El Idioma del Delito, y quien como B.B.Lugones se ocupara del tema metódicamente. Acaso ese inicial enfoque de ambos sobre el habla de los marginales, suspendió por algún tiempo la homologación del lunfardo como un recurso más amplio al meramente carcelario, aunque al mismo tiempo esa jerga dialectal se convertía en una expresión literaria parecida a la gauchesca; una forma menos promocionada y también menos descalificada por los inmovilizadores del lenguaje. Tanto que por 1965, José Gobello escribió “el lunfardo literario, que corresponde llamar lenguaje lunfardesco, es patrimonio de escritores que jamás ejercieron la profesión del delito”, y al reeditarse El Idioma del Delito en 1967, Juan Cicco prologó lo siguiente: “El lunfardo, jerga privada de la mala vida porteña cuando Dellepiane se entregó a descifrarlo, se caracterizaba por un tecnicismo profesional que hacía necesario rastrearlo en sus constantes avatares morfológicos y semánticos. Tales dificultades han desaparecido en parte desde que el lunfardo se extendió a casi todas las capas sociales y dio su denominación al habla corriente, cotidiana y familiar”. Dos certezas que implican por una parte la importancia que la jerga tuvo en las casas de inquilinato, o conventillos, abarrotados durante años de inmigrantes de diferentes lenguas y dialectos que descubrían en losnovedosos giros un modode fraternizar- Además, los argentinos sabemos que si de verdad el lunfardo fuera sólo un habla puramente delictual, no debería usarse exclusivamente en los sectores menos pudientes...

Entrevista con Eduardo Pérsico, sencillamente un escritor

Por Fernando Roperto

- Eduardo Pérsico, dicen que usted es un narrador y poeta ‘cultor del barrio, del fútbol y de la identidad de los argentinos’. ¿Qué le parece esa idea?

- Dicho así pareciera acertada, aunque no soy ‘defensor’ de tanto. En principio, toda expresión popular se defiende por sí misma; por mi origen viví vinculado a eso pero no soy un publicista, y menos del fútbol, que tiene miles de propagandistas en su corporación. En nuestro país hay muchos que la juegan de escritores y ocupados tanto del fútbol limitan al mínimo su universo. Yo publiqué algunos cuentos y hasta una novela con perfiles futboleros, “El Olvido está en Libertad”, por ejemplo, pero mi literatura apunta a una mayor amplitud y a otra proyección histórica. Los narradores de mi vertiente en Argentina, complementamos la obra de los sociólogos y los historiadores, y desde mi cuento más breve al libro más denso apunta a esa constante.

- Nos dijeron que usted jugó al fútbol hasta bien grande.

- Sí, en los potreros, y creo que más de la cuenta. Pero me fui despegando tanto que hoy casi repudio ese universo del fútbol plagado de multimillonarios, lavado de guita y delincuentes llamados barras bravas. Esos tipos no sólo asolan cualquier espectáculo, además, con su actitud fascista ocupan un espacio misterioso en el negocio. No hay inocentes, y si el Estado quitara la protección policial a los clubes en poco tiempo se cambiarían todas las reglas del juego. Pero no me interesa opinar sobre un gigantesco negocio, casi siniestro, que involucra a mucha gente.

- Tiene razón, hablemos de usted.

- Si me vinculan siempre con algo popular será porque yo nací en un barrio de corralones y compadres, por Villa Barceló. Mi viejo era taxista y mi vieja enfermera, y en una generación que llegó a sacar anguilas en un canal que luego taparon. Algo de esto hablé en un cuento sobre Borges; de cualquier modo la atmósfera popular siempre es tentadora en una obra literaria, pero si uno es precavido y no quiere caer en el populismo fácil o barato, no debe condicionarse demasiado a esa tentación. Digamos, para contar la historia sangrienta y dolorosa que nuestro país soporta desde su fundación no podemos limitar el enfoque a tanguitos o lunfardías más o menos. Hay también otras miradas; la problemática nuestra siempre es más densa aunque a veces lo disimulemos, somos territorio latinoamericano donde la integración, la cultura y las inmensidades son más vastas y complejas. Así que encerrar el análisis de quienes somos en delinear los perfiles exteriores sería una malversación, y es lo peor que debe hacer un escritor que se respete.

- Esto os remite otra vez a la identidad de los argentinos.

- Puede ser; pero sin duda, los ‘defensores del tango’ o del ‘folklore’ al fin acaban siendo un grupo de pintorescos. La globalización cultural en el siglo veintiuno existe; la computación, los multimedios informativos, internet, - que si la usamos es una herramienta gigantesca a favor- existen y no son joda. Serán instrumentos o invenciones de los ‘enemigos de nuestra costumbres’, puede ser, pero si seguimos lamentando que nadie festeje nuestras glorias pasadas nos perdemos el mejoramiento de la comunidad. Ojo con eso, y digo comunidad por interés común, de comarca y beneficio de muchos.

- En una novela del año ’82, “Gardel supo retirarse a tiempo”, usted hizo bromas a propósito de las letras de tango. Y unos años más adelante, en “De nuevo lejos de Uppsala”, describe a un pianista de tango que en Suecia que se gana la vida con un quinteto de jazz. ¿De dónde sacó todo ese material del que hablamos?.

- Bueno, ese yacimiento de la memoria lo aprovecha cualquier escritor, y es lícito usar aquello que recibió por ósmosis, eso que lo nutrió desde la niñez por la piel. En “Uppsala..” tomé un dato cierto, el del pianista, para encarar la problemática del exilio buscado y el exilio forzado, de la nostalgia de la patria y ese perfil poco apreciado que se da entre los exiliados: el descubrimiento y afición a elementos que tenía tan cerca en su país y que fuera de él, recuperan a veces graciosamente. Una vez un argentino que vivía a cincuenta millas de New York me invitó a comer un asado en su casa, yo estaba en el Village y cuando llegué a su casa, estaba apilado a la parrilla de bombacha, alpargatas y oyendo a Atahualpa Yupanqui, en una actitud que en Buenos Aires, - su familia era de Recoleta- el tipo no hubiera mostrado ni en curda. Ah, el “Gardel..”, ahí ubiqué a los personajes en un boliche donde se discutía no sólo el origen del tango sino también otras constantes en nuestra manera de ser. Y me divertí mucho describiendo al ‘poeta nacional y popular que había inventado la rima de corazón con bandoneón’, ese recurso que ni a Bécquer se le había ocurrido y que ‘salvó al tango para siempre’. Ahí también bromeo con la ‘Galleguita, la divina, la que a la playa argentina llegó una tarde abril’, pero que recaló de alternadora en el Pigall, ‘un cabaret que en las letras de los tangos jamás cerrará sus puertas’. Con ese libro disfruté a pesar de haberlo escrito en 1981 y que encubre renglones muy puntuales de las atrocidades que nos rodeaban por entonces.

- ¿Es ahí donde se ocupó en demitificar el tango “Garufa”?

- Sí, aproveché. Vean como son los misterios de lo popular. En ese tango, - que es una grosería imperdonable de un uruguayo llamado Soliño- se burlan de un laburante y le dicen ‘durante la semana meta laburo y el sábado a la noche sos un doctor. Te enchufás las polainas y el cuello duro y te venís pal’ centro de rompedor’. ¿Y qué te pasa, alcahuete; el tipo que labura toda la semana no tiene derecho a divertirse o te molesta verlo entre ustedes, la gente de la noche que de laburo, nada? Y era tan imbécil y reaccionaria esa letra que hasta se burla de la madre del personaje: ‘tu vieja dice que sos un bandido, porque dice que te vieron la otra noche en el parque Japonés’; que era un parque de diversiones ingenuas. Todavía hoy pocos aprecian que en algo tan popular como el tango se encierran bajadas de línea altamente antipopulares, de los reyes de la noche, sin hablar del machismo desaforado que se curtía como ‘mujer, pa’ ser falluta’ y otras estupideces parecidas. Por supuesto que no hablo de las letras de Homero Expósito, Manzi, Lepera, Cadícamo - algo desparejo- y otra media docena que llegaran desde la poesía para hacer con sus letras un verdadero género literario. Una expresión inigualable entre las canciones populares de cualquier lugar del mundo, porque además los tangos de mejor factura prevalece una temática con argumento que así no se repite en ninguna otra parte. Y al margen, esto de abrevar en la poesía es fundamental. Lo poético conlleva el perfil oculto de la palabra, lo inexplicable a veces, pero no sólo los autores verdaderos de tango vienen de la poesía, sino que es imprescindible para los narradores visitar a menudo ese territorio.

- ¿Y qué nos dice del lunfardo, Pérsico?

- Bueno, hace un año publiqué “Lunfardo en el Tango y la Poética Popular”, un ensayo más un glosario de unas mil y pico de palabras que han persistido ya no en la lunfardia misma, sino en el habla coloquial de los argentinos. Esa idea me persiguió desde 1987, cuando participé de un congreso en España sobre la identidad del idioma y resultó tan eurocentrista y miope la interpretación que la mayoría de los especialistas en Madrid atribuían a las jergas latinoamericanas. Así que de puro caliente me permití advertir que cuando en el 1492 llegaron a estas playas los navegantes descubridores de América para la cultura europea, los que habitábamos estas playas no difundimos la noticia con movimientos corporales ni señales de humo. Entonces busqué explicar en la Biblioteca Nacional de Madrid a gente que aún sueña cierto imperialismo cultural, que nuestros antepasados comunicaron la llegada de los barcos con palabras. Y tal vez por ahí se me ocurrió que una comarca como la nuestra, que no puede orientar la técnica ni la economía del planeta quizá logre identificarse practicando alguna gimnasia del ocio, y que acaso una buena manera de ejercitar esa gimnasia existiera en el lunfardo, ‘un código para comunicarse entre dos sin que se entere un tercero’. El lunfardo es un recurso de la comunicación, y aunque los argentinos hablamos en castellano y según su gramática nos comunicamos con el mundo, el lunfardo y el tango son dos de los perfiles más categóricos de nuestra identidad cultural; no los únicos pero sin duda los más visibles. Así que hoy supongo que este libro sirvió para explicar de algún modo que el lunfardo, ese código dialectal que ya dijimos, permaneció como un verdadero fenómeno literario al ser recuperados sus términos por la letra de los tangos y la poesía popular. Estos son signos que nos vienen de lejos y su primer estudio serio fue “El idioma del Delito”, un estudio de Arturo Dellepiane, de 1894.

- Y en “nadie Muere de Amor en Disneylandia”, la novela que premiara el Fondo Nacional de las Artes y ahora se reedita, cargó algún personaje con ese vocabulario.

- - No mucho, pero está en el espíritu del libro. Después de todo, Blanes, el personaje central es un matador al servicio del Poder, de los que Mandan, - ese Poder supranacional que no deja de jodernos y existe de verdad- y soporta una cualidad en su memoria que la hace atemporal. El tipo es el chofer de un ministro y vive en Buenos Aires, y por mucho que participe en los magnicidios que el Poder hiciera en las últimas décadas, - asesinatos del Jega Gaitán en Bogotá, Salvador Allende en Santiago, el Che Guevara en Vallegrande, Patricio Lumumba donde ocurriera, y otros varios más – el personaje mantiene cierta inflexión que le exige algunos términos de la porteñidad. Me alegra que se reedite esta novela que toma un mecanismo fantástico para contar la historia y volver a lo del principio: los narradores de aquí, sin saberlo, completamos literariamente el trabajo de los sociólogos y los historiadores. Eso es a pesar que entre nosotros, muchas veces los escribas rumbean sus opiniones sin contradecir mucho a los medios de comunicación que les publican una foto.

- ¿Trató mucho a Borges, no?

- No mucho, en verdad como ya dije, conversamos unas cuántas veces pero la mayoría ‘sin testigos ni enfocada luminosa’. Un par de tardes fue por los días antes a dejar la Biblioteca Nacional, en la calle México, por 1982, 1983, y luego recuerdo tres o cuatro veces más. Pero claro, lo traté como a quien yo suponía que era, un porteño sobrador y canchero, y terminamos teniendo buena onda. Borges era un argentino de lujo, sin duda, y si uno no era ningún tilingo él lo atendía bien. Más que nada, Borges respetaba la autenticidad del otro y claro, lo entrevistaban cada ‘pescados’ a preguntarle giladas que el viejo siempre estaba en guardia. Pero de eso, ya se ha dicho demasiado. Chau y no se olviden de “Nadie Muere de Amor en Disneylandia”.

- Para final, ¿qué piensa al escuchar decir “escritor de culto”?

- Que es una calificación estéril. Más bien, una frase algo tonta. Porque si uno es sencillamente un escriba que relata ironizando con la poesía y la buena palabra, aspira a que cada lector lo califique de modo particular. Que es al fin lo más válido de esta vocación.

EXCESOS, IDENTIDADES Y GENERACIONES.

De cualquier modo, por carecer de estructura idiomática, prosodia, sintaxis y otras casquivanas que cautivan a los diccionaristas, el lunfardo no resulta materia hábil para conversar ni ser escrita y serían precipitados algunos “diccionarios etimológicos” que no comprendan la transitoriedad de muchos términos escogidos. Es verdad que no pueden describirse ciertas sutilezas gestuales que conllevan algunas expresiones y en otras jergas cercanas hallamos ejemplos: el término Chabón para los argentinos al igual que Cara entre los brasileños y Huevón a los chilenos, significa casi siempre torpe, desmañado, desconfiable, pero según el contexto o la entonación pueden ir de lo cordial o admirativo a lo insultante y descalificador . “No debemos trasladar ligeramente las afecciones de las ideas a los accidentes de las palabras”, supo decir el venezolano Andres Bello (1781-1865) en su Gramática de la Lengua Castellana; y eso más tarde lo confirmaron quienes al intentar relatar íntegramente en lunfardo sin atender la intención oculta en cada palabra, prodigaron unos trabajosos pastiches sólo comprensibles por el autor y sus amistades. Al usarse de manera arbitraria el lunfardo se desvaloriza y deja de ser un enriquecedor del castellano: las expresiones y pinceladas inoportunas desfiguran el cuadro y no sirven de nada; varios artificiosos letristas tangueros forzaron invenciones de trasnoche queriendo institucionalizar términos propios y al fin confirmaron algo bien de bute y posta, (inmejorable): el lunfardo según es una profunda expresión popular, no obtiene su mejor cuna y albergue en ningún laboratorio. Asímismo, en el inadecuado uso de la jerga también tomaron parte los escribas de turno seducidos por este simpático duende coloquial que por su ductilidad, ofrece astutas metáforas del reísmo popular para sintetizar cualquier relato; y no pocas veces al malversarlo echaron a perder un recurso que sin desactivar el lenguaje principal. – el castellano- nos acerca de modo cómplice con lo más auténtico que guardamos los argentinos de Buenos Aires en nuestra entretela. Que algunos prefieren llamar Imaginario Colectivo...
El lunfardo y el tango son dos de los perfiles más categóricos de nuestra identidad cultural; no los únicos pero sí los más visibles, sin duda; y esta certeza nos propone un rastro a seguir para que por ahí apunten sus armas otros cazadores mejor capacitados, como hiciera Ricardo Rojas en su libro Eurindia: “concibo a la nacionalidad como un fenómeno de síntesis psicológica, un yo metafísico que se hace carne en un pueblo y que halla su lenguaje en los símbolos de la cultura”. Una definición para entender mejor quiénes somos realmente.
Al origen y desarrollo del lunfardo fueron vitales las multitudes llegadas a Buenos Aires desde 1860 a 1920. Por entonces los inmigrados alcanzaron proporciones mayoritarias en nuestra población y alrededor de 1870 vivían en la ciudad 95.000 nativos y 93.000 extranjeros de distinto origen; en 1895 los recién llegados ya superaban a los nativos y alrededor del año 1920 las proporciones se igualaron en un nativo por cada extranjero. Así entonces no podía esperarse que las herencias españolas y gauchescas de los argentinos; ya decadentes por un proyecto agropecuario que excluía a los sectores sin tierra propia; permanecieran estables y rígidas. La Argentina se había convertido en un país inmigratorio y era natural que el grupo étnico de mejor asimilación haya sido el latino, - por otra parte, mayor en número- aunque de varias maneras la sociedad existente se mimetizó para integrar a todos. Pese a su constante contradicción de criticar siempre el efecto sin atender la causa, el Estado como expresión del Poder durante ese período se mostró altamente eficaz en la asimilación de las migraciones, y prodigó al menos, un punto de fusión para semejante avalancha muticultural: a la compulsiva pero sin duda eficiente escuela pública se sumó un discurso oficial a favor de una identidad nacional, quizá difusa, pero que se marcó subyacente o no en la imaginación popular. El Estado obligó a la escuela pública, y acaso como una consecuencia no prevista, brotó una sólida industria cultural motorizada por la creciente clase media que cada día fijaba más intensamente sus pautas de conducta social.
“En general, la participación de los extranjeros fue muy alta en materia económica y aún social, - a través del matrimonio- y resultó baja y casi nula en la participación política”, dice Raúl Puigbó en De la Colonia a la Inmigración, sin desechar que entre esa diversidad de gentío, cada uno pretendía imponer su propia característica con más las diferencias entre viejos y jóvenes de los mismos grupos étnicos, cuyos descendientes agitaron un interés por acriollarse con los hábitos de la nueva tierra y marcar sus improntas de modernidad. Las diferencias entre los llegados de la misma región debe subrayarse en cuánto sin ostentaciones manifiestas, en todas las vertientes inmigratorias brotó una confrontación generacional, a veces silenciada, en tanto el contacto de personas iguales en edad que reconocían distinto origen y hábitos culturales ajenos, produjo novedosas expresiones comunes adecuadas para compartir y compañerear, si esto cabe. Por esos años, los hijos de los inmigrantes afirmaron un modo verbal que les propiciaba el mismo espectro comprensivo y cuya asimilación abarcó, digamos, entre 1900 y 1930; y cuando hijos y nietos de la inmigración se sintieron arquetipos de un estilo transgresor, bien que disfrutaron convertirlo en punto de fusión de las distintas identidades. En un caldero donde juntos hervían latinos y eslavos, con musulmanes, católicos y judíos, era comprensible que el habla fuera la mayor expresión unificadora y superadora de barreras entre civilizaciones distintas. Entonces y sin adentrarnos si el lenguaje es un transformador de la realidad, - otro debate más extenso- sólo diremos que durante la primera mitad del siglo veinte en Buenos Aires el hablar lunfardo resultó un recurso desalienante y aglutinador para el gentío recién venido al hacinamiento de los conventillos, y el gran liberador de los cerrados precintos idiomáticos. Que no sería poca cosa.


CON CIERTA PREEMINENCIA ITALIANA.

En el período de 1900 a 1930, una cuarta parte de la población de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores del conurbano, eran italianos nativos y sus descendientes. Por debajo de ellos en importancia numérica, otro quince por ciento de la totalidad inmigratoria era una suma de andaluces, gallegos, catalanes, vascos y demás venidos de España en la misma época. Allí la colonia italiana se manifestó muy seriamente en los hábitos y las costumbres nativas, y por ahí Francisco A. Sicardi, novelista de principios del siglo, dijo que cada tanto los “inmigrantes italianos daban algunos huéspedes al presidio y vocablos al caló del bajo fondo”. Este perfil no fue exclusivo de los italianos pero concede a quien ande rastreando los orígenes y rumbos de la comarca más arrimada al Río de la Plata, una matriz italiana en la mayor parte de las voces lunfardas. Que existieran muchísimos términos con otra fuente es innegable, pero veamos: al hablar lunfardo se lo suele vincular siempre al origen y desarrollo del tango, dos andariveles concurrentes a una misma identidad, aunque paralelos y separados. El poeta Julio Félix Royano, (Animal de Presa; Mururoa; Lunes de Dios) supo recordar a muchos napolitanos y calabreses de su niñez en Lanús, y que a él, hijo de gallegos, lo divertía que el término “lunfardo”, en su concepción de ladrón y malviviente, nos viniera de “lombardo”. El corte a la última sílaba que los napolitanos daban a la palabra, igual a esos cantores que la sugieren para no desentonar- sonaba “Lum” por “Lom” y el parecido a “F” por “B” es una inflexión a los italianos del sur. Igualmente, y sin ánimo de conformar a todos, anotemos que Domingo Casadevall, en El Tema de la Mala Vida en el Teatro Nacional, (Editorial Kraft, 1957) después de enumerar varios términos portugueses incorporados al habla, dice “el lenguaje orillero y lunfardo propiamente dicho se fue bordando también con las voces populares usadas en la España de los siglos XVI y XVII”, dando como ejemplos términos como “gayola”, “punto” y hasta “pinta”, con los similares sentidos que hoy le atribuímos. Además, sobre la Vida del Buscón, de Quevedo, escribió el filólogo español Américo Castro “sabido es que en el siglo XVI, en el mundo de los pícaros se usaba una lengua especial con el fin de no ser comprendidos; de aquí el habla revesada que consistía en dar la palabra del revés y pronunciar greno por negro”. Y a quienes piensan que todo sigue igual les decimos que los argentinos del dos mil, por negro decimos grone...
Las asimilaciones y sincretismos entre distintas culturas y concepciones del universo decidieron muchos perfiles del nuevo estilo, y aunque haya contradicciones, sugiere lo estéril que implica estratificar y congelar las identidades nacionales en el tiempo. “Nosotros somos así y los demás son los otros” es apenas una apoyatura desechada cada día por la realidad histórica.


RECURSO COTIDIANO Y PERMANENTE

A través de generaciones el lunfardo obtuvo su permanencia y se sumó a casi todas las expresiones culturales contemporáneas. Que no sea de uso exclusivo de los argentinos podría discutirse, pero su vigencia en las etapas sociales de Argentina la tiene por su constante sesgo humorístico y juvenil; histriónico, caricaturesco; y al aporte de expresiones temporales que lo convirtieron en un auténtico fenómeno cultural. Ese ida y vuelta de lo lunfardesco a lo coloquial puede apreciarse en la absorción y repetición de sus voces en el sainete, el género teatral más popular, y las letras de los tangos. Muchos jergales del bajo fondo para gente de mal vivir fueron escritos, cantados y recitados hasta imbricarse y adherirse al hablar cotidiano, y algo destinado a perpetuarse como efímera tradición oral al ser escrito se constituyó en tradición gráfica y en un método de permanencia y divulgación que no aconteció con las jergas de ninguna otra parte. Los mejores recuperadores y recreadores del hablar lunfardesco al pintar con una frase o un término un contexto más amplio y explicativo, - con intertextualidad incluida- a veces acertaron con tanta precisión que se proyectaron más allá de su contemporaneidad. Los mejores y más recordados letristas y poetas populares obtuvieron con decires exactos su trascendencia permanente entre los argentinos, ya que desde “cuando rajés los tamangos buscando ese mango que te haga morfar”, de Discépolo, a otras expresiones ocasionales pero categóricas, los argentinos siempre hallamos un párrafo que nos comprende.

No es ocioso abundar en las lunfardías en las letras del tango pero antes diremos algo del sainete: al frecuentar la temática nacional de la pobreza, la vida en los inquilinatos y las dificultades para la inserción social de inmigrantes y nativos, no existió sainete escrito por ese entonces que no incluyera un personaje parlanchín que pronto se popularizara. Y con ellos se puede apreciar un detalle sugestivo: estos personajes del sainete que solían expresarse en lunfardo, de los compadritos a los cocoliches, nunca fueron malandrines consumados y salvando alguna picardía menor, todos ellos sostenían la defensa familiar, la autoridad paterna y las costumbres instituídas. Esas machietas predominaron en el teatro de los argentinos durante la época de mayor concurrencia masiva al espectáculo, - de mediados del veinte a finales del cuarenta- verdadero auge de una manifiesta tendencia social que a su turno ironizara Jorge Luis Borges, fiel a su modo, al decir que muchos intelectuales se acercaban los fines de semana a los teatros de la calle Corrientes para recibir una dosis de arrabal... Sin ilustrar lo dicho con parlamentos de las obras más representadas, transcribiremos opiniones que alumbrarán mejor los ámbitos y climas donde se movieron esos seres recién llegados al país. Opina Luis Ordaz en Siete Sainetes Porteños, “allí están el drama, la acuarela nostálgica, la gracia que brota de los equívocos por el uso de las distintas lenguas...los trazos claroscuros y violentos. Buenos Aires recibe a granel la materia prima que preanuncia su sainete, compuesta de seres humanos de los lugares más apartados del globo que se radican en nuestros conventillos y pueblan los aledaños de la ciudad”. Ricardo Rojas, quien entendía que el teatro es una manera de arte que no tiene vida completa sin el aliento popular, agregó “una minoría culta puede llegar al goce de un teatro exótico, pero la mayoría sensitiva necesita del goce de un teatro propio que le represente el drama de su propia existencia”. Algo que remata Tulio Carella: “a los nuevos habitantes la tradición le es insuficiente para expresarse y a despecho de ella, introduce cambios y elementos estéticos que alteran su fisonomía”.
El sainete enunció mejor que cualquier expresión los cambios en el estilo argentino de vida, y al europeo recién venido que por laboriosidad, profesión y ambición más desarrollada iría desplazando al criollo. Y en ese entorno no faltarían en segunda escena las multitudes de personas sin oficio, hambrientas, desesperadas y marginales que también acuñaron inflexiones para hacer comprensible la palabra, maneras de trato diferente y a veces, hasta un desplazamiento novedoso en el ritmo del caminar exacerbado por el habitante argentino de la metrópoli. El naciente compadrito que representó la transformación visual de la comarca, debió generar también una ingeniosa y distintiva jerga de comunicación.


GLOSARIO DE VOCES MÁS DIFUNDIDAS.

En el glosario de voces y expresiones que recogimos en letras del tango y la poesía lunfardesca, pretendimos incluír las comúnmente más frecuentadas. Asimismo, no aventuramos calificaciones de indudable certeza sobre cuáles son términos propiamente lunfardos de origen o lunfardescos con sus parientes neolunfardos, o con registro lexicográfico o etimología de rigor científico. Pesquisar toda esa contribución académica no correspondería a renglones que solamente aspiran a un entendible ordenamiento de los vocablos populares más usados en la literatura de los argentinos. Y por no haber sido oficializadas por la escritura alguna vez, sentimos la ausencia de muchas voces del hablar común porque sólo seleccionamos entre las letras tangueras más apreciadas hasta el año 1950, salvo algún material posterior a esa fecha pero imprescindible a nuestro propósito. En tanto que la producción cantable posterior a 1950 adolesce a menudo por extemporánea y artificiosa, cuando la pincelada sustancial del lunfardo sobre letras del tango ya fuera aplicada en la primera mitad del siglo veinte. Sabemos que por cierta persistencia temática y demostraciones seudo plebeyas, en todas las épocas hubo letristas desechables y aunque los letristas incomparables que aportaron al mejor cancionero popular que se difundiera, fueron avanzados para cada época y menos perecederos a la inclemencia del favor popular. En cambio, ese criterio de tomar la producción hasta 1950 no lo utilizamos con la poesía y muy especialmente con el soneto lunfardo, donde sí consultamos material más actual para encontrar una terminología variada y de una calidad sorprendente, aptitud que por darse en la poesía es apenas concurrida por el gran público y menos apreciada. Tal vez aquí vale recordar lo escrito por Jorge Luis Borges por el año 1927: “el pueblo de Buenos Aires, - nada sospechoso como es de remilgos de casticismo- jamás versificó en esa jerga”: sin duda, una percepción borgiana del lunfardo poco propicia si ya se conocía desde 1916 “Versos Rantifusos”, de Felipe Fernández, “Yacaré”; en 1928 se difundió “Semos Hermanos”, de Dante A.Linyera, en el ’28, “La Crencha Engrasada” de Carlos de la Púa y en 1929, “Chapaleando Barro”, de Celedonio Flores. Y como desde ahí a fin del siglo veinte se difundieron decenas de libros de poesía lunfardesca y muchos, de sugestivo nivel literario, acaso aquello de “no versificar en esa jerga” haya sufrido alguna despótica imposición del tiempo, bien podría justificarse el memorable Borges...


CHAN CHAN, CASI FINAL DE TANGO.

Es sabido que el inicial cancionero popular de Buenos Aires tuvo precursores como Angel Villoldo, el vocero de los compadritos, según José Gobello, autor de El Porteñito en 1903 y letrista de La Morocha en 1905, pero “percanta que me amuraste”, la primera frase de Mi Noche Triste que escribiera Pascual Contursi y cantara Carlos Gardel por 1916, prodigó al imaginario de los argentinos un tono lunfardesco y una manera de contarnos que aquel letrista, ni el mismo Gardel, pensarían en su proyección más optimista. De verdad otro hubiera sido el resultado si el protagonista de aquel tango procesara la ausencia de su amor diciendo “mujer que me abandonaste en plena felicidad”, o algo más pulcro y olvidable que aquello escrito por Pascual Contursi para trocar al tango en una íntima confesión del porteño.
Reiteramos: los léxicos coloquiales y gremiales como el slang norteamericano, el cockney londinense y la nutrida giria brasilera, no arraigaron en su propio medio por carecer del soporte armado por las canciones populares, la literatura y el teatro en su versión más difundida, hecho que naturalmente sucedió entre nosotros. En virtud de tanto material; la nutrida poesía lunfarda más lo registrado en letras del cancionero, sainetes y ensayos; toda nuestra cultura ha sido imantada y fertilizada por las apoyaturas lunfardescas, un referente que más allá de ser apenas un código entre dos para que no se entere un tercero, significa ese “algo” que producen los pueblos para ampliar su comunicación. Y eso significa bastante.

E.P., agosto del 2004.

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