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Los pájaros del zurdo

 

Los pájaros del Zurdo

Por Gustavo Piérola

A la hora de siempre, los muchachos del Rowing tenían lista la canoa. La del zurdo se llamaba. A él le gustaba ir a la siesta, decía que se inspiraba más, como los pájaros.

- ¿Vas a componer algo hoy Zurdo? - le preguntó uno de ellos mientras empujaba la canoa.
- Algo va a salir… algo va a salir, todo depende de mis maestros allá en la isla.

Acomodaba su guitarra, el equipo de mate, una bolsa de galletas y otra de naranjas para compartir con sus amigos, se colocaba el sombrero de paja y a remada corta y firme ponía proa al islote.

El Islote Municipal, felizmente declarado Monumento Natural, se formó como se forman las islas del Paraná, acumulando sedimentos, en este caso, allá a mediados del siglo pasado.
Pero la historia de su origen tiene tres versiones: una que dice que luego de una gran bajante, empezó a emerger la vegetación, alisos, sauces, chilcas que traía la correntada.
La otra, cuentos y anécdotas que circulaban entre marineros, embarcados y estibadores del puerto: que allí se varó una chata del Ministerio y la sedimentación la fue cubriendo y dando forma al islote.
Y la tercera, cuenta que un 12 de febrero de 1940 un ceibo se asomó frente al puerto, como diciendo, aquí estoy, coincidiendo con el nacimiento del Zurdo.
Como todas las islas, en las orillas se forma el albardón y en su interior una laguna. Una increíble variedad de árboles, plantas y enredaderas le dan el verde natural e intenso que podemos apreciar desde el puerto y la costanera.
Al ser área protegida la flora se ha desarrollado libremente y han encontrado su hábitat gran cantidad de aves, pájaros, insectos, peces y animales de todo tipo.

Ya llegando a la punta del islote se empezaban a escuchar las remadas del Zurdo. Su silbido tenue acompañaba la música de la correntada acariciando ramas y camalotes. Una tarde una melodía, otra tarde otra, era como un aviso a quienes él llamaba “maestros”, que en realidad eran sus alumnos, los pájaros. Cuando escuchaban su silbido, empezaban a cantar fuerte y a acompañarlo en su melodía. De esa manera se avisaban unos a otros:
- Ahí viene, ahí viene – gritó el chingolo saltando de rama en rama.
- ¿Cuál viene silbando? – preguntó juancho chiviro.
- Una del Mensú – dijo la calandria dudando un poco.
- No seas burra, esa es del Chacho – aclaró muy soberbia la lechuza.
- Es verdad, es verdad – afirmaron a coro una bandada de morajúes.

En la punta del islote, en un sauce viejo, lo esperaban todos sus alumnos. Así era siempre. El viejo árbol sonreía feliz ante tanta vida en su follaje.
A medida que el Zurdo avanzaba, los pájaros volaban acompañándolo de árbol en árbol, del sauce al curupí, del curupí al timbó, del timbó al ceibo.
Y no eran solo del islote: cuando los gaviotines daban aviso que el “maestro” cruzaba el río, no quedaban pájaros en la isla Puente, ni en las costas e islas cercanas, ni en el parque Urquiza. La gente distraída en sus cosas, no lo notaba, pero el cielo se oscurecía por un instante cuando en bandadas cruzaban al islote.

- Y ustedes, ¿qué hacen aquí? - les preguntó el naranjero a las palomas del puerto.
- Déjalas, déjalas, el maestro quiere que estén todas – intervino el benteveo.
- ¿Y los gorriones?
- También.

El Zurdo amarraba su canoa al muellecito, bajaba su guitarra y su equipo de mate. Los pájaros respetaban pacientes su rutina. Tomaba unos mates con don Luis el cuidador del islote; conversaban de una y mil temas pero siempre vinculados a la vida en el lugar.

- ¿Muchos alumnos hoy Zurdo? – preguntó sonriendo don Luis.
- Sí, es que es un día hermoso – contestó el Zurdo mirando satisfecho los árboles.

Arriba todos esperaban cantando. Por supuesto, cantaban a su manera, así que la tarde era un concierto de melodías diferentes. Y cantando aguardaban que el maestro inicie la clase.
El martín pescador y los benteveos dejaban de pescar, las golondrinas paraban sus acrobacias, el halcón y los caranchos abandonaban su diaria cacería. Desde la laguna se acercaban los gallitos, las gallaretas, las garzas, patos, nadie se perdía las enseñanzas del Zurdo. Sobre un raigón los biguás ansiosos abrían sus alas. Las tortugas llegaban tarde pero siempre llegaban, un lobito, la nutria, sapos, lagartijas.
Cuando el Zurdo guardaba el mate, era la señal; todos volaban rápido al curupí a ganar un lugar de privilegio. Las monjitas y las viuditas blancas eran las primeras, pepiteros, cardenillas, espineros, reinamoras, tordos. Ya estaba pactado: los pájaros del islote tenían la mejor ubicación, los de la isla Puente después, los de otras islas y por último los de la ciudad.
El Zurdo se sentaba en un tronco debajo del curupí, desembalaba tranquilo la guitarra, le pasaba una franela y nota tras nota la iba afinando. Sus alumnos en silencio total y a la espera.
Un casero no aguantó la carcajada, fue reprendido por todos y enviado a la copa del curupí, junto a los caranchos, la cigüeña y las garzas. Un par de picaflores no paraban de aletear hasta que también un par de retos los hicieron quedar quietos en una rama.
Cuando estuvo listo, miró para todos lados y como era su costumbre saludó amablemente a su público.

- Hola chicos… - dijo con su voz gruesa, y empezó el concierto.

Durante un par de horas desaparecía el canto de los pájaros, todos escuchaban atentamente. Solo se escuchaba su guitarra y su canto.
El río es una gran caja de resonancia. Los acordes hacían eco en las barrancas y se perdían entre las islas.

- Una de Walter – pidió la calandria.
- Del Chacho, de Ramón, de Aníbal, de Yupanqui, del Moncho, del Negro, del Tata, de Tejada, de Polo… - y así todos pedían y él no dudaba en entregarles su música y la de sus hermanos.
- Bueno, bueno, hay para todos. Eso sí, ahora me acompañan ustedes.

Los más audaces y seguros de su voz se acercaban junto a él, el resto acompañaba. El zorzal, la calandria, el mirlo…
- Yo hago la percusión – dijo el pica palo.
Y el Zurdo reía disfrutando.
Los últimos temas y canciones las hacía acompañado de sus alumnos.

- La última – dijo – es de mi gran amigo y hermano Aníbal Zampallo. Esta dedicada a ustedes pero en el otro gran río entrerriano, vamos juntos:

Río de los pájaros

El Uruguay no es un río,
es un cielo azul que viaja.
pintor de nubes: camino,
con sabor a mieles ruanas.

Los amores de la costa,
son amores sin destino,
camalotes de esperanza
que se va llevando el río.

Chuá, chuá, chuá, ja, ja, ja,
no cantes más, torcacita,
que llora sangre el ceibal.

Morenita lavandera,
biguacita de la costa,
enrollate la pollera,
ponete a lavar la ropa.

Tu madre cocina charque,
tu padre fue río arriba
y vos te quedaste sola
lavando ropa en la orilla.

Canoita pescadora,
aguantame el temporal,
si mis brazos no se cansan
remando te he de sacar.

Gurisito pelo chuzo,
ojitos de yacaré,
barriguita chifladora,
lomito color café.

Llegó el atardecer, el pacaá se encargaba siempre de recordarle al Zurdo que su Marta lo estaba esperando. Volvía el silencio y la despedida de todos los días.

- Hasta mañana chicos.
- Hasta mañana maestro.

El sol caía sobre bajada grande, el Zurdo guardaba su guitarra, su equipo de mate, acomodaba su sombrero y luego de despedirse de don Luis se dejaba llevar en su canoa por la correntada.
Los pájaros lo acompañaban hasta el sauce viejo y despedían al sol y a su maestro.
El 12 de enero del 2011 el Zurdo Martinez dejó de ir al Islote. Ese día y el siguiente no hubo canto ni guitarra, enmudeció el islote, las islas, las costas, las barrancas, el parque.
Nada fue igual, a pesar de ser un hermoso día de sol, los pájaros se quedaron quietos en las ramas del curupí, parecía un día de lluvia, gris y triste. El viejo sauce lloró más que nunca. Los caseros no rieron. Las palomas se quedaron en los techos del puerto. Los gaviotines muy juntos en la boya. El pacaá no despidió el atardecer.
A los pocos días, se reunieron nuevamente los pájaros a la hora de la siesta, decidieron todos, aunque muy tristes, seguir las clases de canto y música.
Ojalá pudiéramos, una tarde cualquiera, quedarnos en la costanera, frente al puerto, en las barrancas; en silencio. Parar el tránsito y mirar hacia el islote. Donde durante mucho tiempo, en ese hermoso lugar, un hombre sabio, un gran hombre, amante del río, de las islas y de su pueblo, le enseñó a cantar a los pájaros.
Ese día, seguramente escucharemos que en el islote, a pesar de su ausencia, sigue habiendo encuentro, sigue el canto, no para la música, hay alegría.
Son los pájaros del Zurdo recordándolo como se merece, cantándole al río y a las islas.

Enero 2012
 

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