Presentación
| Extracción de la
piedra de locura | La
condesa sangrienta
Arbol de Diana
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Alejandra
Pizarnik
Por Rebeca Montañez
[Foto Sara Facio]
Debo reconocer que en el devenir de este trabajo investigativo experimenté
emociones encontradas, profundas. Les invito cordialmente a penetrar en este
espacio de espejos, silencios y melancolía, en la palabra alada pero más que
nada en la exquisita sensibilidad de Alejandra Pizarnik, mujer y poeta.
Un 29 de abril de 1936 nace en Avellaneda, un inquieto suburbio de Buenos Aires
Flora Alejandra Pizarnik Bromiker, Era la segunda hija de un matrimonio ruso de
ascendencia judía dedicados al comercio de joyería. Estos llegaron a la
Argentina tras haber permanecido algún tiempo en París, huyendo de la
persecución desatada en Europa. Elías, su padre, originalmente firmaba su
apellido como Pozharnik, mismo que a su ingreso a América es posiblemente
tergiversado por los funcionarios de inmigración, situación similar acontece con
su esposa Rejzla Bromiker, cuyo nombre pasó a ser Rosa. El destierro, que de
suyo es doloroso para todos, resulta providencial. Se sabe que a excepción de un
hermano de Elías radicado en París, y una hermana de Rosa que habitaba en
Avellaneda, el resto de los familiares pereció en el Holocausto, lo que para la
niña debió de significar un contacto temprano con los efectos de la muerte, que
luego se convertiría en una fijación personal que la acompañaría para siempre
(César Aira, op. cit., p. 10).
La niña de ojos
verdes, de figura frágil manifiesta episodios frecuentes de asma y tartamudez.
En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un período de titubeo
académico. A medio camino entre las aulas de Filosofía de la Universidad de
Buenos Aires y las de la Escuela de Periodismo, la joven procura descubrir una
vocación literaria que le anima a seguir el catedrático de Literatura Moderna,
Juan Jacobo Bajarlía. Entre consumo de anfetaminas, desórdenes de sueño y
visitas al psicoanalista, se dan sus dos primeras publicaciones: La última
inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958). En esa lucha interna elige el
destierro como estrategia. Reside en Paris desde 1960 hasta a 1964. De sus años
bohemios en la Ciudad Luz, trabaja para la revista Cuadernos y algunas
editoriales francesas, publica poemas y críticas en varios diarios, traduce a
Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé, e Yves Bonnefoy, estudia historia
de la religión y literatura francesa en la Sorbona y hace amistades entrañables
con diversos intelectuales, entre las que se cuentan personajes como Julio
Cortázar, que la apodó cariñosamente “mi bichito”, y Octavio Paz, quién prologó
una edición de su Árbol de Diana (1962). Entre 1960 y 1968 escribe episodios
aislados en su diario personal. Cuando el 30 de abril de 1966 retoma alguna
página, expresa: “Lo infantil -escribe- tiende a morir ahora pero no por ello
entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte sin duda. Renunciar
a encontrar una madre. La idea ya no me parece tan imposible. Tampoco renunciar
a ser un ser excepcional (aspiración que me hastía). Pero aceptar ser una mujer
de 30 años... Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me
serían ahorradas si aceptara la verdad” A su retorno a la Argentina continúa
publicando Los trabajos y las noches (1965), Nombres y figuras (1969), La
condesa sangrienta (1971) y El infierno musical (1971).
Frank Graziano en
"Semblanza", una compilación de la obra de Pizarnik, en una introducción previa
de la que es autor, dice que esa poeta "se encuentra entre los escritores que
vivieron, trabajaron y murieron en el nexo creación/autodestrucción, pero en
contraste con muchos de sus compañeros poetas-suicidas, escritores que
permitieron que su afán autodestructivo imbuyera su obra en lugar de absorberla,
Pizarnik dio a la muerte la supremacía desde el principio: su obsesión suicida
sostuvo su visión, dio forma a su arte, definió sus perímetros temáticos"
Otra poeta trágica y suicida, Silvia Plath, escribe: "Es un amor de la muerte
que todo lo envenena" Y la frase parece inspirada en Alejandra que enamorada de
la nocturnidad, lo oscuro y lo silente y la muerte que en ellos se refleja dice:
"La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante".
Alejandra escribió el 5 de julio de 1972 una última carta a su amiga Ivonne
Bordelois:
"Toda yo soy otra..." "Mi Ivoncita, mi cercanita. Por favor no nos pidamos
explicaciones acerca del silencio (¿existe el silencio?) (...) te mandaré mi
nuevo libro El Infierno Musical. Y también, si consigo fuerza, algunos poemas
recientes cuyo emblema es la negación de los rasgos alejandrinos. En ellos, toda
yo soy otra, fuera de ciertos pequeños detalles: el humor, los tormentos, las
pruebas supliciantes...
Ahora sé un poquito más (por eso ya no me siento a la mesa y rumio horas y horas
un adjetivo de algún poema). Sé un poquito más, comprendo algo más; y sí, es tan
terrible y viviente y vibrante esto que alienta en esto que ahora soy. No sé en
qué me he convertido...
Que desmemoria no te guíe".
Ivonne Bordelois nunca le contestó. El caso es que, si bien su sentir se
perpetuará mediante la imprenta, ella misma no desea perpeturase, por eso elige
morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Cincuenta pastillas de
Seconal sódico le interesan como un símbolo de su decisión. Me conmueve la
visión de si misma que externa: "Sé que soy poeta y que haré poemas verdaderos,
importantes, insustituibles; me preparo, me dirijo, me consumo y me destruyo”
Y razón, induscutiblemente la tenía.
Rebeca Montañez Revista cultural Estrellas y latidos, año 1, numero 5, abril
2006 - http://estrellasylatidos.blogspot.com
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Árbol
de Diana (Buenos Aires,
Sur, 1962)
Prologado por
Octavio Paz, esta obra supuso el reconocimiento definitivo de la autora por
parte de la crítica. Los poemas son mayoritariamente cortos, todos en verso
libre, plagados de contradicciones y sugerencias a veces increíbles por su
lucidez. La soledad de la conciencia, del ser humano, se afronta sin
contemplaciones y sin renuncias. La gente habla para no verse, evita
cuestionarse a sí misma para no caer en la desolación. El lenguaje puede ser una
trampa, hay que conocerlo bien para lograr intuir una vía de comunicación entre
nosotros. Y a eso se dedica Alejandra, a desenmascarar las palabras y darles un
sentido verdadero para ella, una traducción exacta de lo que piensa y de lo que
siente. [Blanca Gago, Literaturas.com]
Prólogo de Octavio Paz
Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik. (Quím.): cristalización verbal por
amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad
sometida a las más altas temperaturas. El producto no contiene una sola
partícula de mentira. (Bot.): el árbol de Diana es transparente y no da sombra.
Tiene luz propia, centelleante y breve. Nace en las tierras resecas de América.
La hostilidad del clima, la inclemecia de los discursos y la gritería, la
opacidad general de las especies pensantes, sus vecinas, por un fenómeno de
compensación bien conocido, estimulan las propiedades luminosas de esta planta.
No tiene raíces; el tallo es un cono de luz ligeramente obsesiva; las hojas son
pequeñas, cubiertas por cuatro o cinco líneas de escritura fosforescente,
peciolo elegante y agresivo, márgenes dentadas; las flores son diáfanas,
separadas las femeninas de las masculinas, las primeras axilares, casi
sonámbulas y solitarias, las segundas en espigas, espoletas y, más raras veces,
púas. (Mit. y Etnogr.): los antiguos creían que el arco de la diosa era una rama
desgajada del árbol de Diana. La cicatriz del tronco era considerada como el
sexo (femenino) del cosmos. Quizá se trata de una higuera mítica (la savia de
las ramas tiernas es lechosa, lunar). El mito alude posiblemente a un sacrificio
por desmembración: un adolescente (¿hombre o mujer?) era descuartizado cada luna
nueva, para estimular la reproducción de las imágenes en la boca de la profetisa
(arquetipo de la unión de los mundos inferiores y superiores). El árbol de Diana
es uno de los atributos masculinos de la deidad femenina. Algunos ven en esto
una confirmación suplementaria del origen hermafrodita de la materia gris y,
acaso, de todas las materias; otros deducen que es un caso de expropiación de la
sustancia masculina solar: el rito sería sólo una ceremonia de mutilación mágica
del rayo primordial. En el estado actual de nuestros conocimientos es imposible
decidirse por cualquiera de estas dos hipótesis. Señalemos, sin embargo, que los
participantes comían después carbones incandescentes, costumbre que perdura
hasta nuestros días. (Blas.): escudo de armas parlantes. (Fís.): durante mucho
tiempo se negó la realidad física del árbol de Diana. En efecto, debido a su
extraordinaria transparencia, pocos pueden verlo. Soledad, concentración y un
afinamiento general de la sensibilidad son requisitos indispensables para la
visión. Algunas personas, con reputación de inteligencia, se quejan de que, a
pesar de su preparación, no ven nada. Para disipar su error, basta recordar que
el árbol de Diana no es un cuerpo que se pueda ver: es un objeto (animado) que
nos deja ver más allá, un instrumento natural de visión. Por lo demás, una
pequeña prueba de crítica experimental desvanecerá, efectiva y definitivamente,
los prejuicios de la ilustración contemporánea: colocado frente al sol, el árbol
de Diana refleja sus rayos y los reúne en un foco central llamado poema, que
produce un calor luminoso capaz de quemar, fundir y hasta volatilizar a los
incrédulos. Se recomienda esta prueba a los críticos literarios de nuestra
lengua.
Octavio Paz, París, abril de 1962
[Las imágenes son dibujos de Alejandra Pizarnik]
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ARBOL DE DIANA
1
He dado el salto de mí al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
Y he cantado la tristeza de lo que nace.
2
Éstas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...
3
sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra
4
AHORA BIEN:
Quién dejará de hundir su mano en busca del tributo para la pequeña
olvidada. El frío pagará. Pagará el viento. La lluvia pagará. Pagará el
trueno.
A Aurora y Julio Cortázar
5
por un minuto de vida breve
única de ojos abiertos
por un minuto de ver
en el cerebro flores pequeñas
danzando como palabras en la boca de un mundo
6
ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe
7
Salta
con la camisa en llamas
De estrella a estrella.
De sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
La que ama al viento.
8
Memoria iluminada, galería donde vaga la sombra de lo que espero.
No es verdad que vendrá. No es verdad que no vendrá.
9
Estos huesos brillando en la noche,
estas palabras como piedras preciosas
en la garganta viva de un pájaro petrificado,
este verde muy amado,
esta lila caliente,
este corazón sólo misterioso.
10
un viento débil
lleno de rostros doblados
que recorto en forma de objetos que amar
11
ahora
en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada
12
no más las dulces metamorfosis de una niña de seda
sonámbula en la cornisa de niebla
su despertar de mano respirando
de flor que se abre al viento
13
explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome
14
El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe
15
Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.
Extraño no ejercer más
oficio de recién llegada.
16
has construido tu casa
has emplumado tus pájaros
has golpeado al viento
con tus propios huesos
has terminado sola
lo que nadie comenzó
17
Días
en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días
sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se encanta,
se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y me lloro
en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su espera en
hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de nombres
creciendo solos en la noche pálida.
18
como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme
19
cuando vea los ojos
que tengo en los míos tatuados
20
dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe
A Laure Bataillon
21
he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y allá
22
en la noche
un espejo para la pequeña muerta
un espejo de cenizas
23
una mirada desde la alcantarilla
puede ser la visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos
24
(un dibujo de Wols)
estos
hilos aprisionan a las sombras
y las obligan a rendir cuentas del silencio
estos hilos unen la mirada al sollozo
25
(exposición Goya)
un agujero en la noche
súbitamente invadido por un ángel
26
(un dibujo de Klee)
cuando el palacio de la noche
encienda su hermosura
pulsaremos los espejos
hasta que nuestros rostros canten como ídolos
27
un golpe del alba en las flores
me abandona ebria de nada y de luz lila
ebria de inmovilidad y de certeza
28
te alejas de los nombres
que hilan el silencio de las cosas
29
Aquí vivimos con una mano en la garganta. Que nada es posible ya lo
sabían los que inventaban lluvias y tejían palabras con el tormento de la
ausencia. Por eso en sus plegarias había un sonido de manos enamoradas
de la niebla.
A André Pieyre de Mandiargues
30
en el invierno fabuloso
la endecha de las alas en la lluvia
en la memoria del agua dedos de niebla
31
Es un cerrar de ojos y jurar no abrirlos. En tanto afuera se alimenten de
relojes y de flores nacidas de la astucia. Pero con los ojos cerrados de
un sufrimiento en verdad demasiado grande pulsamos los espejos hasta
que las palabras olvidadas suenan mágicamente.
32
Zona de plagas donde la dormida come
lentamente
su corazón de medianoche.
33
alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va
A Ester Singer
34
la pequeña viajera
moría explicando su muerte
sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente
35
Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de
fuego, de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.
36
en la jaula del tiempo
la dormida mira sus ojos solos
el viento le trae
la tenue respuesta de las hojas
A Alain Glass
37
más allá de cualquier zona prohibida
hay un es pejo para nuestra triste transparencia
38
Este canto arrepentido, vigía detrás de mis poemas:
este canto me desmiente, me amordaza.
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