El autor avanza hacia una historia de los intentos de articular el psicoanálisis
con el marxismo, deteniéndose en los proyectos de Wilhelm Reich y de Herbert
Marcuse.
Según Wilhelm Reich, la estructura de carácter autoritaria de las masas alemanas
contribuiría a explicar su adhesión al nazismo.
Por Julio Del Cueto *
Entre 1924 y 1933, un grupo de psicoanalistas mantuvo una oposición subterránea
dentro de la Asociación Psicoanalítica Internacional, a través de una serie
de memorandos periódicos donde se discutían, no sólo problemas propios de la
Asociación Psicoanalítica, sino también los problemas sociales que estaba atravesando
Europa, progresivamente tomada por el ascenso del fascismo. Esos autores se
llamaron a sí mismos izquierda freudiana. El más conocido es, sin duda, Wilhelm
Reich, pero también psicoanalistas como Siegfried Bernfeld, Otto Fenichel, Edith
Jacobson o Annie Reich formaron parte de esta izquierda, con mayor o menor compromiso
con respecto al marxismo y a la actividad política.
Otro grupo que se ocupó de la convergencia entre psicoanálisis y marxismo es
el conjunto de filósofos de la llamada Escuela de Frankfurt, compuesta por Theodor
Adorno, Max Horkheimer, Leo Löwenthal, Erich Fromm, Herbert Marcuse y otros.
Me limitaré hoy a Reich y Marcuse. Me interesa resaltar de qué manera se acercaron
a los conceptos del marxismo y para qué. En primer lugar, hay una serie de factores
de tipo social: uno de ellos es la Revolución Rusa de 1917, que tuvo un impacto
enorme. Pero esta revolución planteó al marxismo la cuestión de cómo explicar
que la primera revolución socialista se diera en un país económicamente atrasado,
no suficientemente industrializado, donde las supuestas condiciones objetivas
para la revolución todavía no se habían dado. En segundo lugar, cómo explicar
el fracaso de la revolución en Alemania. Alemania tenía hasta ese momento el
movimiento obrero más grande y más organizado de Europa, pero la revolución
que se intentó después de la Primera Guerra Mundial fracasó. ¿Por qué, en un
país donde las condiciones objetivas, sociales, económicas, estaban dadas, la
revolución fracasó?
Y, finalmente, cómo explicar que las masas obreras, proletarias, que habían
llegado a estar bastante próximas a las ideas del marxismo, comenzaran a abrazar
el nazismo. ¿En qué medida se puede, entonces, seguir planteando que las condiciones
sociales, las condiciones económicas, el lugar que un individuo ocupa en las
relaciones de producción de una sociedad, determinan su ideología y su posición
política? Estas eran cuestiones muy fuertes que planteaban la necesidad de repensar
el marxismo.
Reich tiene un libro maravilloso, Psicología de masas del fascismo, donde intenta
dar una respuesta a la pregunta de por qué, en Alemania, las masas adhirieron
al fascismo y no a la revolución socialista; qué mensaje daba a las masas el
Partido Comunista y qué mensaje dio el nacionalsocialismo; qué condujo a que
las masas se sintieran más identificadas con el nacionalsocialismo que con el
socialismo. En definitiva, por qué las masas van en contra de sus propios intereses.
En ese libro, Reich plantea que, sin desdeñar la importancia de los factores
económicos, el fascismo no puede explicarse sólo por ellos, y, desde ya, no
puede explicarse por el carisma de una persona, en este caso de Hitler. Lo que
permitiría explicar la adhesión de las masas al nazismo es la estructura del
carácter de las masas alemanas, que –sostiene– es una estructura autoritaria.
Reich resalta así la estructura del carácter, que se forma y se asienta a partir
de la represión de la sexualidad: esa energía de la sexualidad reprimida, de
la sexualidad que no tiene salida, conforma, solidifica y da fuerza a la estructura
de carácter autoritaria. Y, a su vez, la estructura de carácter autoritaria
es interiorizada por el individuo en su infancia, en la relación con sus padres.
La familia constituye –dice Reich– la fábrica de toda ideología autoritaria.
Así, para poder pensar un problema
de la sociedad de su tiempo, Reich cree necesario encontrar algo que supone
falta en el marxismo, que es la posibilidad de explicar un factor subjetivo:
el factor subjetivo que lleva a los individuos a elegir algo que va en contra
de sus propios intereses. Y ese factor subjetivo, esa mediación posible entre
la estructura social y la formación de la estructura del carácter individual,
está dada por la familia. La familia, para Reich, es, en las sociedades occidentales,
autoritaria; en consecuencia, para realizar una Revolución Socialista no será
suficiente transformar las relaciones de producción, sino que también es necesario
cambiar la familia, a fin de transformar las estructuras de carácter. No es
posible realizar una revolución socialista con hombres que no han modificado
su estructura de carácter y que, por lo tanto, siguen siendo autoritarios.
Cabe señalar que Reich fue muy desprestigiado a partir de sus últimas teorías
sobre el "orgón", que desarrolló ya en Estados Unidos, cuando, expulsado tanto
por el Partido Comunista como por la Asociación Psicoanalítica, y perseguido
por la Justicia, incluso fue a parar a la cárcel. Sus teorías de esta última
época han sido muy criticadas, pero sus estudios sobre la estructura del carácter
merecen ser examinados.
Ludwig Marcuse, como ya dije, formó parte de la Escuela de Frankfurt, que es
un instituto de investigación social –se llama así, Instituto de Investigación
Social de Frankfur– que está pensado para trabajar sobre una reformulación social
del marxismo.
La mayor parte de los miembros de
esta escuela se vieron obligados a exiliarse, a mediados de los años treinta,
por el ascenso del nazismo. Marcuse, como varios de ellos, fue a Estados Unidos,
y, en parte, sus libros toman la sociedad norteamericana como objeto de análisis
crítico. En 1953 escribió Eros y civilización. Creo que en ningún lugar de ese
libro aparece citado Marx, pero por todo el texto circulan nociones marxistas.
El libro toma conceptos de Freud para pensar la sociedad que llama del capitalismo
avanzado, o la sociedad postindustrial. Marcuse plantea que ponerse a pensar
cuál era la posición política de Freud no conduce a nada. Si bien Freud podía
expresar puntos de vista burgueses o reaccionario en algunas observaciones y
comentarios sobre la sociedad en que vivía, esto no quiere decir que la teoría
que produjo fuera necesariamente reaccionaria y conservadora. Independientemente
de la posición política de Freud, su teoría es –dice Marcuse– profundamente
subversiva.
Marcuse va a tomar dos conceptos fundamentales de Freud e introducirá una lectura
que tiende a historizarlos. Se trata de la represión y del "principio de realidad".
Marcuse no está en contra de la idea, planteada por Freud, de que la represión
es necesaria para la constitución de la civilización. Pero considera que, para
sostener la civilización, sólo hace falta una represión mínima. Por el contrario,
en las sociedades post-industriales asistimos a un plus de represión, una represión
excedente, que está al servicio de la dominación. En cuanto al principio de
realidad, esa limitación del principio de placer, tampoco es discutible, pero
sí lo es la forma que ese principio ha tomado en las sociedades contemporáneas:
la represión excedente y el principio de realidad se han dirigido centralmente
a la represión de las pulsiones parciales con el fin de desexualizar al cuerpo
del individuo y convertirlo en una máquina productiva. Es que el individuo está
obligado a trabajar horas y horas en algo que no le produce placer, con lo que
no puede sentirse identificado ni sentirse bien, porque las sociedades post-industriales
hacen de ese individuo una máquina de trabajo continua.
El camino o salida posible que Marcuse visualiza en ese momento, 1953, para
el capitalismo avanzado, no pasa tanto por una revolución social que transforme
la propiedad de los medios de producción, sino por una revolución que priorice
la resexualización del cuerpo. Lo importante es que el cuerpo deje de ser una
máquina de trabajo y vuelva a ser un elemento para producir placer. Lo que se
impone como desafío es una lucha entre Eros y Tanathos. Eros, dice Marcuse,
sólo puede ganar en la medida en que no le de lugar al crecimiento de Tanathos,
y esto será por el camino de la liberación de la sexualidad. En la medida en
que sigamos reprimiendo la sexualidad y convirtiendo al individuo en una máquina
de trabajo, es Tanathos quien gana. Y, si Tanathos gana, el peligro no es sólo
la dominación, donde la sexualidad es reprimida a favor de la producción, sino
directamente la destrucción de la humanidad. Ubiquémonos: 1953, dos guerras
mundiales, el estallido de dos bombas atómicas, genocidios, campos de concentración
y de exterminio.
Esa idea de una transformación a través de la resexualización del cuerpo va
a cambiar hacia mediados de los años ’60, cuando Marcuse visualiza otras posibilidades
de liberación, que ya –supone– no pueden provenir de las sociedades avanzadas.
El primer mundo no tiene ya salvación desde adentro: la clase obrera, el proletariado,
está absolutamente incorporado al capitalismo, ha perdido su fuerza revolucionaria
y toda liberación posible sólo puede provenir de los márgenes, que, para Marcuse,
son fundamentalmente los países del Tercer Mundo. Valdría la pena pensar, hoy,
en qué lugar ha quedado la posibilidad de pensar de esa manera la liberación.
* Docente a cargo del seminario Psicoanálisis y Marxismo en la Facultad de Psicología
de la UBA. Ponencia presentada en el panel "Psicoanálisis y marxismo. Un diálogo
inconcluso", desarrollado en la Facultad de Psicología de la UBA en junio de
2006. La versión completa se publicó en la revista Cuestionando desde el marxismo
Nº 3.
Fuente: Página/12, 05/04/07
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AGUDO
DIALOGO DEL REVOLUCIONARIO CON ANDRÉ BRETON
León Trotsky, ese freudiano
Por Jacquy Chemouni *
Revista Los Libros Nº 25, marzo 1972,
número dedicado a psicoanálisis y política en Argentina. Clic para
descargar en pdf.
Revista Los Libros Nº
27, julio 1972, polémica psicoanálisis y política en Argentina.
Clic para descargar en pdf.
León Trotsky no se opuso al psicoanálisis
e incluso lo sostuvo directamente, hasta proponer un psicoanálisis matrialista.
Es Trotsky el que, entre los bolcheviques, enunció las propuestas menos restrictivas,
al revés de Lenin, a quien el arte y la literatura interesaban poco, y, evidentemente,
a diferencia de Stalin.
Mucho antes de su encuentro con André Breton, Trotsky reconoce que "en la creación
artística, a los procesos subconscientes –que son más lentos, más perezosos,
más difíciles de controlar y de dirigir, precisamente por el hecho de ser subconscientes–
les corresponde un rol considerable. Los procesos de la actividad creadora de
los artistas se nutren de ellos" (Literatura y revolución, 1924).
Uno de los intercambios más significativos sobre el inconsciente entre Trotsky
y Breton se desarrolló durante una discusión sobre Emile Zola. Ocurrió en su
segundo encuentro, en el cual estaban presentes Natalia, la mujer de Trotsky,
Jacqueline, la compañera de Breton, y Jean van Heijenoort. Este último tomó
apuntes durante la entrevista y relata la discusión en los siguientes términos:
"Trotsky se lanzó, bastante rápida y redondamente, como si estuviera preparado,
a hacer una defensa de Zola. Quería tomar el surrealismo como una reacción al
realismo, en el sentido específico de la concepción que había tenido Zola de
la literatura. Dijo: ‘Cuando leo a Zola, descubro cosas nuevas que no conozco,
penetro en una realidad más amplia. Lo fantástico es lo desconocido’. Breton,
bastante sorprendido, se había puesto tenso. Derecho, apoyado contra el respaldo
de su asiento, replicó: ‘Pero claro, estoy de acuerdo, hay poesía en Zola’.
Trotsky prosiguió: ‘Usted invoca a Freud, ¿pero no es acaso para el propósito
contrario al de Freud? Freud hace surgir el inconsciente en lo consciente: ¿usted
quiere ahogar lo consciente en lo inconsciente?’"
* Fragmento de Trotsky y el psicoanálisis, de próxima aparición (ed. Nueva Visión).
Fuente: Página/12, 05/04/07
UN
DEBATE POLÍTICO QUE EMPEZÓ EN LA DÉCADA DE 1920
Psicoestalinismos en la Argentina
Por Hernan Scholten *
En textos de psiquiatras como Jorge Thénon o Gregorio Bermann es posible encontrar
las primeras referencias al psicoanálisis por parte de figuras de la cultura
de izquierda en la Argentina. Por ejemplo, la tesis de medicina de Jorge Thénon
abordaba el tema de las neurosis obsesivas, tomando como fuente las categorías
freudianas. Ambos autores tuvieron correspondencia con Freud, e incluso Bermann
llegó a tener una entrevista con él, en Viena, en la década de 1920. Este acercamiento
temprano se corta en la década de 1940, en sintonía con la Unión Soviética,
donde el psicoanálisis era condenado por Stalin como una "ciencia burguesa"
y una "doctrina norteamericana". Esta condena repercutió, con retraso, en la
cultura de izquierda local, muy claramente en el caso del Partido Comunista,
donde tomó la forma de un violento rechazo al psicoanálisis. En los casos de
Thénon y Bermann, no sólo abandonaron el psicoanálisis, sino que formularon
duras críticas contra Freud.
Se proyecta un cambio en este panorama con la publicación, en 1958, de Psicoanálisis
y dialéctica materialista, de José Bleger, quien era afiliado al PC, a la vez
que miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Bleger, discípulo de
Enrique Pichon Rivière, buscaba examinar los "esquemas referenciales" de Freud:
las fuentes y los conceptos teóricos que Freud había utilizado para construir
el psicoanálisis. Al buscar los referentes conceptuales, los autores, las ideas
y teorías que influyeron en Freud, Bleger discierne dos referentes principales:
la física mecanicista y el evolucionismo. Pero otra cuestión muy diferente,
advierte Bleger, es la práctica del psicoanálisis: allí es donde puede plantearse
el acercamiento a una dialéctica en términos marxistas. La operación que lleva
a cabo Bleger es, entonces, distinguir entre una teoría psicoanalítica, que
está contaminada de mecanicismo y evolucionismo, que no es dialéctica sino dinámica,
y, por otro lado, los aspectos del psicoanálisis acordes con la dialéctica materialista,
que estarían presentes en la práctica psicoanalítica: lo que denomina la "dramática"
y que ejemplifica principalmente a partir de los casos clínicos freudianos.
Para Bleger, habría que llevar a cabo una "superación del psicoanálisis", resolver
esa contradicción entre dinámica y dramática mediante una operación que tendería
a desechar básicamente la teoría de las pulsiones, la idea de libido –conceptos
idealistas que no serían acordes con el materialismo y la dialéctica de su práctica–,
y desarrollar la dramática, los aspectos más concretos y dialécticos que tiene
el psicoanálisis.
Esas formulaciones de Bleger están inspiradas en la "psicología concreta" propuesta
hacia 1930 por Georges Politzer, figura importante en la historia del diálogo
entre psicoanálisis y marxismo: fue un intelectual franco-húngaro, hoy bastante
olvidado pero que, hasta la década de 1960, fue una figura muy emblemática en
la intelectualidad de izquierda y en el campo del psicoanálisis y la psicología.
Psicoanálisis y dialéctica materialista no tuvo ninguna repercusión en la Asociación
Psicoanalítica Argentina (APA); ni siquiera salió una reseña del libro en la
revista de la entidad, lo cual rompía una tradición de esa institución: cada
vez que uno de sus miembros publicaba un libro, se hacía la correspondiente
reseña en la Revista Argentina de Psicoanálisis. Hubo un total silencio, y la
única reseña del libro realizada por un psicoanalista se publicó en otra revista.
Dentro del Partido Comunista Argentino, se generó una polémica bastante fuerte.
La Comisión de Asuntos Culturales del PC, con fuerte participación de Thénon
y otros psiquiatras comunistas, terminó con el consejo a Bleger de que realizara
una militancia más activa en el partido con el fin de corregir sus "desviaciones
ideológicas". Poco tiempo después, Bleger fue expulsado.
Hacia fines de la década de 1960, la recepción y difusión de las ideas de Louis
Althusser –y, a través de Althusser, también las ideas de Lacan– planteó otra
lectura diferente de la relación o el diálogo entre psicoanálisis y marxismo.
También los efímeros grupos Documento y Plataforma –de psicoanalistas que se
retiraron de la APA– se plantearon explícitamente teorizar alguna forma, por
cierto ecléctica, de marxismo y psicoanálisis, pero tuvieron sus propios problemas
internos que los llevaron a disolverse. Durante algunos años, y particularmente
durante el corto gobierno de Perón en la década de 1970, la polémica sobre marxismo
y el psicoanálisis continuó vigente en Argentina. Ya en 1975, y sin duda en
1976, con la última dictadura militar, el debate entre marxismo y psicoanálisis
fue directamente clausurado.
* Docente a cargo del seminario Psicoanálisis y Marxismo en la Facultad de Psicología
de la UBA. Ponencia en el panel "Psicoanálisis y marxismo. Un diálogo inconcluso";
versión completa en la revista Cuestionando desde el marxismo Nº 3.
"La ética del deseo debe balancearse con la ética del compromiso"
A los 83 años, Fernando Ulloa no es sólo una gloria del psicoanálisis argentino.
Es un psicoanalista en un momento pleno de su práctica y producción teórica:
la salud mental en el espacio público político. Aquí, da cuenta de esa experiencia,
la de examinar a la sociedad e incidir sobre ella.
Por Pedro Lipcovich
En la biblioteca del consultorio de Fernando Ulloa se destacan los libros de
crítica: Harold Bloom, gran parte de la obra de George Steiner. Si Freud distinguió
a los poetas, los escritores, como fuente de sabiduría para el psicoanálisis,
Ulloa vino a hacer algo parecido con los críticos; la generación de un "pensamiento
crítico" es el eje de su trabajo con lo que denomina la "numerosidad social".
–Una institución, supongamos un
hospital o un equipo de salud, me llama porque tiene conflictos serios o no
le salen bien las cosas o enfrenta nuevos desafíos. En esa situación, que llamo
de numerosidad social, se suscita un "acto de habla mirado": el término viene
del derecho romano; eran palabras habladas ante testigos que acreditaban su
valor de compromiso. En esa escena formada por 20, 40, 200 personas, el peso
de las palabras se multiplica, pero también aparecen ocurrencias, inventivas.
Yo fui un chico campesino, nací en Pigüé: en las casas, recuerdo, se contaban
sucedidos; todos escuchaban en ronda pero siempre, en alguna pausa del relato,
otro intervenía: "A propósito de lo que usted está diciendo...". Este es el
que llamo efecto per. Se trata de algo que Freud mencionó como "memoria perlaborativa".
El prefijo remite a aquello que se extiende en el tiempo: perdura, pervive.
Es una memoria que estaba perdida hasta que algo la vuelve a hacer presente,
"a propósito de...". En la numerosidad social, el efecto per estimula a que
lo reprimido, en forma de ocurrencia, surja, y entonces empieza el pensamiento
crítico: empiezan a debatirse esas cosas que todos veían cada día sin advertirlo.
La visión macartista
del psicoanálisis desde la derecha peronista. Artículo de la revista
El Caudillo Nº 2 del 23/11/73. La publicación, financiada por López
Rega, funcionaba como vocero informal de la Triple A. Clic para
descargar la revista completa.
–¿Podríamos ver esto en un ejemplo?
–Uno de mis actuales bancos de prueba, como los llamo, es una residencia interdisciplinaria
de médicos, trabajadores sociales y psicólogos, que trabajan en un barrio muy
carenciado cerca de La Plata. Una chiquita de seis años fue llevada a consulta
con flujo maloliente y escoriaciones en la vulva. Dos médicas la revisaron y
diagnosticaron falta de higiene. Dos o tres meses después, la nena volvió con
el mismo cuadro. Se la envió a un dispensario en La Plata que atiende casos
de abuso sexual, y allí ratificaron: falta de higiene. La nena no volvió a la
consulta. Pasaron tres años hasta que una abuela de la nena se dio cuenta de
lo que pasaba: el segundo marido de la madre abusaba de la nena. El diagnóstico
no podía haberse logrado desde la medicina porque no había lesiones importantes,
sólo manoseos. Pero faltó un buen seguimiento desde los trabajadores sociales.
–Revelado y hecho cesar el abuso,
la nena empezó a ser tratada por una psicóloga de la institución.
–Pero no respondía al tratamiento –cuenta Ulloa–. Hasta que un día le propuse
a la psicóloga que empezara a trabajar con el cuerpo, y todo cambió. Es que
tanto en una niña resignada ante el abuso como en una comunidad resignada ante
la miseria, el cuerpo se desadueña. Yo denomino "síndrome de padecimiento" lo
que sucede cuando un sujeto o una comunidad se resignan frente al sufrimiento.
Lo primero que se pierde es el coraje: la nena no podía decirle a la madre lo
que le estaba haciendo ese hombre. Pierden valentía la comunidad resignada a
la indigencia o el profesional que, en el manicomio, se resigna a la indigencia
intelectual. Y pierden lucidez. Los hechos que padecen se naturalizan: los sujetos
reniegan de las condiciones adversas en que viven, y esto lleva a una amputación
del aparato perceptual: el sujeto ya no sabe a qué atenerse, y se atiene a las
consecuencias. Y el cuerpo se desadueña: ya sólo responde a movimientos reflejos,
defensivos, no elige movimientos nuevos. El cuerpo desadueñado pierde su contentamiento.
Pero de pronto surge algo nuevo, el piquete: esos mismos cuerpos trazan nuevos
movimientos, cortan la ruta. Cuando el cuerpo recupera su contentamiento, se
recupera el coraje.
–Así, a partir del caso de la niña abusada, Ulloa avanza hacia lo que llama
una clínica de la salud mental.
Un
referente indiscutible
Por Pedro Lipcovich
"Yo fui a entrevistar a una gloria del psicoanálisis argentino,
pero me encontré con un hombre en un momento pleno, complejo y polémico
de su práctica y su producción teórica sobre un tema de excepcional
interés: la articulación entre salud mental, psicoanálisis y política."
Con esta frase, enviada por mail a Fernando Ulloa, el periodista
encabezaba la solicitud de la segunda de las entrevistas que fueron
necesarias para completar este reportaje. La gloria de Ulloa es
haber llegado a ocupar, en el psicoanálisis y el ámbito intelectual
de la Argentina, un lugar de referencia indiscutido, desde las más
diversas corrientes, que sólo Enrique Pichon-Rivière mereció en
su momento. Por ejemplo, Pensando Ulloa se llama el libro escrito
hace ya un par de años, en el que un grupo de destacados profesionales
"psi" se reunió para escribir un libro a partir de la enseñanza
del maestro. Por ejemplo, sin ser Ulloa lacaniano, una institución
de esa línea le reconoció el pase, condición reservada a los (muy
pocos) psicoanalistas que han llegado a finalizar realmente su propio
análisis.
Pero este reportaje se centra en algo más importante y actual. La
producción teórica de Fernando Ulloa –quien está finalizando un
libro sobre la salud mental en el espacio público político– y su
práctica clínica con lo que él llama la numerosidad social ofrecen
el desarrollo más lúcido y avanzado de una vocación que recorre
la historia del psicoanálisis argentino: la de examinar la sociedad
e incidir sobre ella. A los 83 años, Ulloa da cuenta de esa experiencia,
no porque la atesore en recuerdos sino porque su práctica actual
la contiene y le da forma.
–Un paradigma del síndrome de padecimiento
es la cultura de mortificación, que abarca a grandes sectores, donde la queja
no se eleva a protesta y las infracciones sustituyen a las transgresiones. La
transgresión, que se juega a cara o cruz, puede fundar una teoría revulsiva
o revolucionaria, o una ruptura epistemológica. Y funda la fiesta. En la cultura
de mortificación, bajo el padecimiento colectivo, no hay más que infracciones.
En estos términos bosquejo una clínica de la salud mental: cómo lograr que alguien
salga de la resignación, que genera padecimiento, para pasar a la pasión de
la lucha. "Pasión" es una palabra de la misma familia pero donde la "c" de "padecer"
cambió por una "s", que es de "sufrimiento" pero también de "sujeto". Bueno,
yo me dedico a la producción de salud mental en equipos de salud.
–En aquella institución, ¿cómo se concretó su trabajo con el equipo, con la
"numerosidad social"?
–El caso de la chiquita fue un "analizador": un punto de discusión suficientemente
abarcativo para concitar el interés de todos y suficientemente acotado para
que el pensamiento crítico no se pierda en generalidades. Cuando el analizador
se va agotando suele aparecer otro, y así se va creando una estructura de pensamiento.
El caso de la chiquita, como analizador, conduce a la cuestión de cómo responder
en términos comunitarios a la frecuencia de abusos sexuales, incrementados por
la miseria, la convivencia promiscua, la sobrevivencia. A menudo los profesionales
se limitan a hacer la denuncia policial y esto no resuelve la cuestión: hay
miles de denuncias cajoneadas. A partir de este caso, fueron las trabajadoras
sociales quienes advirtieron que, en barrios como ése, los abusos no son "delitos
privados": son frecuentes, públicos, y la organización atenta de la comunidad
es lo que puede ponerles límite.
Ante los grupos, Ulloa no se presenta para enseñar, sino para discernir lo que
los sujetos ya saben pero desestiman.
–Mi trabajo con la numerosidad social es producir los que llamo "notables":
gente que tiene algo que decir. Yo los identifico en las primeras reuniones.
No son los que más hablan, tienen una actitud distante. Me escuchan en silencio,
con cierto fastidio, como pensando: "Yo dije mil veces lo que éste que viene
de afuera dice ahora, pero no me escucharon". Y tienen razón. No hablan porque
se han llamado a silencio. Son distintos: notables. Son los que se cansaron
de predicar en el desierto. Siempre existen, siempre los encuentro. En cambio
los portavoces, los que enuncian por qué he sido convocado, no dicen más que
lo ya reconocido, esas quejas. Entonces yo hago intervenir a uno de los notables:
"¿Vos qué pensás de esto que están diciendo?". Y él, con su experiencia allí,
que es mucho mayor que la mía, va a decir algo que romperá la situación.
–¿Esta intervención logra modificar las instituciones? Ulloa tardó años en encontrar
su respuesta.
–Sucedió que, al pasar el tiempo, me encontraba con gente que me decía: "Yo
estuve cuando vos hiciste un trabajo en tal institución...". "Ah, sí, fue un
desastre", contestaba yo. "Pero no: la institución no cambió pero varios de
nosotros nos organizamos, nos capacitamos y logramos cambios en nuestro sector";
o bien: "Vimos que la institución era refractaria a todo cambio y nos fuimos,
fundamos otra institución distinta". El trabajo había tenido efectos, no siempre
en las políticas institucionales pero sí en las subjetividades. La numerosidad
social es, en última instancia, una fábrica de notables.
–Hace unos momentos usted mencionó un posible incremento de abusos sexuales
en relación con la miseria y "la sobrevivencia": esto podría referirse a una
de las formas que usted ha discernido en su estudio de la crueldad, la "crueldad
del sobreviviente".
–Sí, hay una crueldad del sobreviviente de la destrucción social: él va matando,
a la busca de su propia muerte. Personas que habían optado por la delincuencia,
al resultar heridas, llegaban a pedir que no se llamara a la ambulancia: "Quiero
morir en la calle". El sabe que se juega la vida. Claro, mejor no llegar a toparse
con él porque puede ser muy violento: su ética de sobreviviente es la violencia
y él sabe que lo espera la cárcel, el hospicio o, si tiene suerte, el cementerio.
Hay un concepto psicoanalítico que dice que, en el final de nuestras vidas,
nos espera el real de nuestro cadáver: él cotidianamente anuncia cómo su cuerpo
ha de ser cadáver.
–En este marco, Ulloa menciona otro de sus "bancos de prueba".
–Una de mis experiencias actuales es el trabajo con Barriletes en Bandada, que
organizó la psicóloga Marta Basile en Neuquén. En un lugar que le presta un
colegio público, trabaja con unos 60 chicos de seis a once años que todavía
no saben leer; viven en condiciones de gran adversidad social, de altísimo riesgo;
la escuela común no encuentra la forma de ocuparse de ellos. En Barriletes,
además de dárseles el almuerzo, lo cual es esencial, se les propone contar cuentos.
Como no saben escribir, Marta los escribe. Los relatos traducen la violencia,
los abusos. Ella les explica: "No se puede hacer público un cuento así porque
te podría traer problemas con tus padres: entonces, vamos a darle una forma
que se llama literaria, que no oculte los hechos pero no te ponga en riesgo".
Así, para escribir sus pequeños cuentos tristes, los chicos aprenden a leer
y escribir, y muy rápido. Pero no es sólo eso. Esos chicos no tenían noción
de propiedad personalizada. Entonces, les ofrecieron ser dueños, cada uno, de
un objeto cotidiano, por ejemplo un cubierto: "¡El cuchillo!". No, cuchillo
no. Pero sí la cuchara. "¡Mi mamá siempre dice que ella, en la familia, no puede
meter cuchara!", dice una nena.
Fernando
Ulloa
Fernando Ulloa fue
partícipe de la difusión del psicoanálisis en Argentina, nos ha
legado experiencias clínicas e institucionales, escritos y avatares
disímiles que ha transmitido de maneras diversas y por medio del
transcurrir por diferentes ámbitos. Inquieto, comprometido con la
política del psicoanálisis, y con la no-relación entre psicoanálisis
y política. Trabajó junto a Marie Langer, entre otros colegas contemporáneos
–José Bleger, Emilio Rodrigué, Arminda Aberastury-, en los primeros
tiempos de difusión de la obra y de la práctica analítica. Asimismo
intervino en el movimiento psicoanalítico activamente en sus reformas,
y en la creación de nuevos grupos. Había nacido en Pigüé, provincia
de Buenos Aires, el 1º de marzo de 1924: murió en Buenos Aires el
30 de mayo de 2008.
–Quizá la difícil juntura entre
psicoanálisis y salud mental pueda leerse en el apólogo de la nena que, a diferencia
de su madre, podrá meter cuchara, porque alguien se la otorgó.
–A partir de esa propiedad personalizada –continúa Ulloa–, los chicos empiezan
a cuidar la propiedad pública. Por ejemplo, unos chicos de Barrilete ven que,
en el colegio donde se reúnen, un alumno está arruinando algo, un banco con
una navaja: se acercan, le dicen que no, que ese banco es de todos. Y llegan
a romper ese tabú de las mafias y de los chicos, no denunciar: hay una maestra
a quien pueden avisarle para que las autoridades detengan el acto de vandalismo
pero bajo el compromiso de que el alumno infractor no sea sancionado. Así se
van consolidando pautas culturales distintas, mediante formas de trabajo que
excluyen la violencia.
–Tratándose de crueldades, ésa del sobreviviente no es por cierto la peor.
–Hay distintas formas de crueldad. Una es simplemente la del "malo", como lo
designa el habla habitual: malo es el que se apodera de la capacidad de decisión
del otro. Todos podemos llegar a ser malos. Pero existe también lo que llamo
la vera crueldad: la del maligno. Alguna vez me preguntaron por qué no trabajo
con torturadores. Un maligno puede pedir análisis, si perdió su confianza o
autoestima, o la estima de sus cómplices. Pero mal puede permanecer en un análisis
el maligno, que se caga en toda ley, incluso en las normas que presiden un análisis.
–Sin embargo, Frantz Fanon (psiquiatra y militante del FLN en la guerra de liberación
de Argelia), en Los condenados de la tierra, refiere haber tratado a torturadores
e incluye casos clínicos. La hipótesis del torturador como sujeto no tratable,
"maligno", ¿no conlleva el riesgo de dejar en segundo plano la función política
de la tortura?
–No corresponde montar una exculpación del torturador; lo que le corresponde
son los estrados de la Justicia. Yo empecé a trabajar la cuestión de la crueldad
a partir de un peritaje para Abuelas de Plaza de Mayo, en un caso judicial.
La pregunta que se nos formulaba a los peritos era: ¿qué consecuencias sufre
un bebé cuya madre fue torturada con picana eléctrica cuando él estaba en su
vientre, mantenida con vida hasta el parto y luego asesinada? Esa pregunta trazaba
el paradigma de todas las crueldades. En rigor, la vera crueldad, la de estos
personajes malignos, en realidad es una mentira, porque es mentira el saber
cruel: el saber cruel es el que rechaza lo que aparezca como contrario a la
propia ideología o pensamiento sobre cómo debe ser el otro; rechaza lo distinto,
lo odia, lo discrimina o lisa y llanamente lo elimina. Entonces, podría simplemente
decir que tengo demasiado trabajo con las víctimas como para ocuparme del victimario.
Podría aducir, y es verdad, mi repugnancia. Pero además, insisto, mal puede
un torturador aceptar las leyes que muestran cómo fueron los hechos.
–Otra área de su práctica es la atención de pacientes privados, y algunos de
éstos empresarios, incluso importantes, que pertenecen a un sector social al
cual sirvieron aquellos torturadores. En estos tratamientos, ¿se hace presente
lo político? Y si es así, ¿de qué manera?
–Para que haya psicoanálisis, debe haber un deseo de escuchar a alguien y también
es necesario que alguien demande ser escuchado por ese psicoanalista. El psicoanalista
pone en juego la ética del deseo, balanceada por la ética del compromiso: si
sólo pone en juego la ética del deseo, va al muere, termina frito como Edipo;
pero si sólo trabaja por la ética del compromiso, si no hay deseo, se muere
por aburrimiento. Uno de mis pacientes era un empresario bastante exitoso, buena
persona, dedicado a causas gremiales en su área, que era amigo de un sindicalista
en ascenso. El empresario me pagaba un honorario respetable, el más alto que
yo cobraba en ese momento. Yo tengo un honorario que llamo "del Conicet": si
viene un becario del Conicet, paga 60 pesos, aunque yo puedo cobrar cuatro veces
más. Bueno, me vino a ver ese sindicalista. Al terminar la entrevista, le digo:
"Bueno, hablemos de los honorarios...". Y él: "... Pero yo sé cuáles son sus
honorarios: a mí me manda Fulano, yo sé lo que él paga". Ingenuamente exclamé:
"Pero usted es sindicalista". "Me cagó", contestó el tipo. Nos despedimos y
nunca más volvió. Fue como si yo, inesperadamente, hubiera planteado cuál era
su problema: no todo era santo en él.
–Desde principios de los ’60, Ulloa estuvo ligado a la Carrera de Psicología
de la UBA.
–Cuando me propusieron dar un seminario sobre grupos operativos, la carrera
todavía funcionaba en el rectorado de la UBA. Se anotaron 80 personas. Teníamos
reuniones plenarias y yo promovía que, en determinados momentos, nos quedáramos
en silencio, pensando en algo que había sido particularmente interesante. En
una situación así, entra Risieri Frondizi, el rector de la Universidad: nos
ve, todos callados; no había hojas en los pupitres, no estaban dando examen
escrito: "¿Qué está haciendo, profesor?". "Estamos pensando", le contesto. El,
al irse, irónicamente dice: "¿...En la universidad?". Después me ofrecieron
la cátedra de Clínica de Adultos. Renuncié en 1966, después de la Noche de los
Bastones Largos, y volví a principios de los ’70. Advertí que había muchos diversos
pequeños fraudes por parte de los alumnos: gente que se presentaba con el documento
de otro para dar examen, esas cosas. Y decidí hacer asambleas clínicas: no quería
una actitud policial, sino un debate público sobre qué quiere decir, en una
carrera universitaria como Psicología, el fraude. En esas asambleas, además
de enfrentarse la cuestión del fraude, se empezó a poner a punto lo que hoy
llamo la numerosidad social. Eran centenares de alumnos, en el Aula Mayor, desde
las dos de la tarde hasta la noche. Aprendían clínica de adultos porque ellos
mismos eran objeto de la clínica; se observaban como comunidad. Yo les decía:
"Vengo del hospital, para preparar gente que le interese trabajar en instituciones
públicas". De allí salieron muchos que fueron a trabajar a hospitales, venían
familiares, era casi una fiesta.
–Pero si las fiestas se fundan en la transgresión, las de esa época estaban
bajo vigilancia.
–En la asamblea clínica había un tipo, el marido de una alumna, que tenía algo
raro: "¿Dónde trabajás?", le pregunté. "Soy funcionario público." Estábamos
en 1972. Vi que la mujer le hacía un gesto. Al terminar la reunión, él se acercó.
"Soy cana", confesó. Lo mandaban para observar lo que hacíamos. "Pero nunca
dije nada en contra suyo..." Yo le agradecí su franqueza pero le dije que iba
a plantear en la asamblea clínica lo que me había contado. No volvió más. Después
vino la dictadura, yo me exilié en Brasil, volvió la democracia, volví del exilio
y un día, frente a una embajada, escucho: "¡Tordo! ¡Tordo!, ¿se acuerda de mí?".
"¿Qué hacés acá?" "Mi mujer me dejó y yo salí de la cana, ahora trabajo como
custodio." "Estás en la misma..." "Es que me hice alcohólico. Tiene que darme
una mano para salir de esto." "Sí, claro." Después de varias entrevistas lo
encaminé a un grupo de Alcohólicos Anónimos. Superó el alcohol y cambió de trabajo:
se hizo taxista. Cada tanto me ve por la calle y me saluda: "¡Tordo, tordo...!"
"Marx no discriminó quiénes son los ricos y quiénes son los amos. Lacan sí los
diferenció, y la diferencia es muy importante", sostiene el autor de esta nota,
que procura reencauzar la articulación entre psicoanálisis y marxismo a partir
de una pregunta: "¿Cuál es mi valor para el otro?".
Por Sergio Rodríguez *
El capital, de Karl Marx, es el mejor análisis existente de la lógica capitalista.
Lo fundamentó en su teoría del valor. Jacques Lacan, por lo menos a partir del
seminario El revés del psicoanálisis, hizo explícitamente suyas las aseveraciones
de Marx sobre el valor. Creo que también hizo suyos los criterios marxistas
sobre las condiciones objetivas para las crisis sociales: el conflicto entre
el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción.
Y creo que por eso dijo Lacan (en "Radiofonía y televisión"), que Marx fue el
primero que discernió el síntoma. En cambio, Lacan fue irónico sobre la creencia
en la revolución, diciendo que era una vuelta de 360 grados, que volvía al punto
inicial.
Desde muy temprano, Lacan planteó que una pregunta funda al hablante ser en
el lazo social: la pregunta por el reconocimiento del otro. ¿Qué quiere el Otro
de mí? ¿Qué me quiere? ¿Qué soy para el Otro? ¿Qué soy en el Otro? Es una pregunta
clave. Uno se la hace todas las mañanas, todas las noches, todos los días. Es
realmente nodal por una razón muy sencilla: el ser parlante no puede funcionar
de una manera relativamente pasable si no es en vínculos sociales. Por lo tanto,
siempre tiene que estar preguntándose qué quiere el otro de él y qué es él para
el otro. Esas preguntas las reduzco a una: ¿Cuál es mi valor para el otro? E,
invertido el mensaje: ¿Cuál es el valor del otro para mí? Las parejas se sostienen
o se separan en función de esa pregunta. Si el otro vale para mí lo suficiente,
voy a hacer todo lo posible para que no se vaya de mi lado. Si yo valgo para
la otra lo suficiente, ella también tratará de hacer lo posible para que no
me vaya de su lado. En el momento que ese valor cae, se acabó la pareja. Claro
que las cosas no son tan sencillas. Un concepto fundamental de Freud es el de
sobredeterminación. El síntoma tiene múltiples determinaciones, y no somos otra
cosa que productos sintomales. Pero la estructura del lenguaje instala aquella
pregunta como clave para subjetivarse, aunque no llegue a enunciarse en la conciencia.
Esa pregunta por el valor se refiere a los deseos y a los límites de los goces.
De ahí que, también, sea pregunta clave en la economía política. Subtiende el
esfuerzo para que el ser parlante funcione en lazos sociales, en relación con
sus deseos y sus goces. Por eso éste lógicamente es un homo eroticus. Como consecuencia:
mercator, faber, sapiens. En castellano: a partir de su erogeinización y juegos
en la primera infancia, será luego, con mayor o menor grado de sublimación,
mercader o fabricante; lo cual le exigirá buscar saber. Pero con punto de partida
en el deseo de comerciar. No puede vivir por fuera de comerciar lo que producen
otros y él mismo, sea como vendedor o como comprador. Aunque imaginariamente
esto aparezca invertido, no se comercia para vender lo fabricado, sino que se
fabrica a partir de las exigencias de comerciar. Por las faltas, por las carencias,
por los plus. Podemos suponer al homo erectus prehistórico, intercambiando en
los núcleos familiares: desde el amamantamiento y la sonrisa entre madres y
cachorros, hasta utensilios, frutos recolectados, los productos de la pesca
y de la caza. Gozamos canjeándolos, usándolos, haciéndolos.
Entonces, el sector llamado secundario de la economía, comercio y servicios,
es por lo menos tan importante como el primario, la producción. Creo que Marx
subestimó y en cierta manera despreció el comercio, lo cual generó condiciones
para que los socialismos reales se fundamentaran en una organización piramidal
planificada y centralizada del intercambio. Consecuencia: arrasamiento de deseos
y goces de los sujetos. Resultado: se inutilizaron sus economías y volvieron
al capitalismo.
Ricos, amos y parásitos
Goce, en la nomenclatura propuesta por Lacan, no quiere decir placer; tampoco,
sufrir; sino sentir el cuerpo, sea por el placer o por el sufrimiento. Y Marx
decía: "A lo largo del proceso de trabajo, éste se trueca constantemente de
inquietud en ser, de movimiento en materialidad" (El capital, T. 1, cap. V).
Si hay alguien que siente el cuerpo es el trabajador. Como sostenía Marx, los
amos se quedan con una plusvalía que produce el trabajador. Pero a Marx –muy
enlazados aún sus ideales con los de la Revolución Francesa– le quedó afuera
una función. No discriminó amos de ricos. Lacan sí los diferenció, en El revés
del psicoanálisis, y la diferencia es muy importante. No siempre el amo es rico,
no siempre el rico es amo. Se puede ser rico y no ser amo: se puede ser parásito,
vivir de rentas heredadas. El amo, en cambio, arriesga su capital. Hay unos
más aventurados que otros, pero se desloman para que su empresa salga adelante
en el mercado. No idealizo a los amos. Alguien que, como suele decirse, viene
de abajo y que trabaja cerca de la cúspide de una de las corporaciones más importantes
de la Argentina, recordaba cuando, en su infancia, la principal preocupación
en su familia era cómo llegar a fin de mes con dinero para comer. Lo recordaba
después de haber participado en discusiones de la plana mayor de la corporación,
sobre cómo harían ese mes para tener dos puntos más de ganancia que la principal
competidora. El tema no era ni siquiera tener más plata para reinvertir, sino,
ese fin de mes, quién la tendría más larga... quién se llevaría el valor fálico
como trofeo. Pero la mayoría de los trabajadores no se proponen ser amos. Prefieren
vivir tranquilos bajo la protección del patrón. Ilusión poco afortunada, como
lo mostró el 2001 en la Argentina, cuando muchos se encontraron de golpe sin
patrones, sin paraguas...
La renegación de la función del agente en tanto amo lo llevó, como a los anarquistas
y al resto de los socialistas, a suponer que podían funcionar sociedades sin
amos. Apostaron a educar la conciencia de los trabajadores, se ilusionaron con
que los obreros pasarían de ser una clase "en sí" a una clase "para sí". El
descubrimiento, por Freud, de la función del inconsciente, y, por Lacan, del
ser hablante atrapado como objeto, desnuca esa ilusión. Los anarquistas no llegaron
a instituir nunca alguna sociedad trascendente que funcionara con mínimos niveles
de eficacia. A los comunistas los amos les volvieron rápidamente desde lo real
de sus propias burocracias.
El deseo de Marx
Marx planteó en los comienzos de su obra mayor: "La mercancía es, en primer
término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades humanas,
de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que
broten por ejemplo del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo
para estos efectos. Ni interesa tampoco, desde este punto de vista, cómo ese
objeto satisface las necesidades humanas, si directamente, como medio de vida,
es decir como objeto de disfrute, o indirectamente, como medio de producción"
(El capital, T. 1, cap. I). Esta definición coloca a la mercancía en el cruce
entre deseo y goce. El valor de uso de una mercancía depende del servicio que
preste a quienes la adquieran. Servicio no sólo práctico, sino también por el
lugar que ocupe en las fantasías, más allá y más acá de sus necesidades. Probablemente
ésta de Marx fue, antes de Freud, la descripción más aproximada de deseo y goce
y de su soporte en fantasías. Marx llegó a ella definiendo mercancía y valor
de uso.
Actualmente se venden obras de arte por muchos millones de dólares. ¿Por qué
llegan a ese precio? ¿Por el trabajo socialmente acumulado, como diría Marx?
Sí, si incluimos el deseo del Otro. Deseo que se despierta en quien, causado
por él, demanda y, teniendo condiciones de posibilidad, paga por el original.
Entonces, incluyo en la facturación no sólo al agente actual y sus trabajadores,
sino también al deseo, el goce y las condiciones de posibilidad del demandante.
En los ’90, los economistas reconocieron que la demanda podía ser sugerida por
la oferta. Invirtieron la suposición imaginaria habitual de que algo se demanda
porque es necesario. Promovieron ofertas elaboradas a través de estudios cuanticualitativos
de mercado para imponerlas a través de la publicidad. Recordemos cuántos aparatos,
con enorme cantidad de funciones que no usamos nunca, hay en nuestras casas.
Esos señores tuvieron razón. Supieron engendrarnos la demanda, llevándonos a
renegar de la castración a través del goce de poseer algo que no usaremos pero
que nos hace suponer completos.
Q Extractado del trabajo "Herramientas del psicoanálisis, para la cultura y
las políticas", parte de un libro en preparación que su autor dedica a la memoria
de, entre otros, "Adolfo Rotblat, Carlos Mugica, Atilio López, Roberto López,
Lucho Aguirre, Enriquito Grinberg, el Negro Quieto, Marcos Osatinsky, Eduardito
Marino, Sergio Schneider, Huguito Goldman, Marcelo Kurlat, Marina Malamud, el
Gallego Fernández Palmeiro, René Salamanca, Jorge Julio López y tantos otros
miles, asesinados por tratar de lograr una sociedad mejor".
DIFICULTADES DE LAS TRES CONSIGNAS QUE DERRIBARON LA BASTILLA
"Libertad, igualdad, fraternidad"
La política, en una primera aproximación, se ocupa de regular el funcionamiento
entre los hablantes seres (escritura de Lacan que subraya la dependencia del
ser respecto de su habla), decidiendo la reinversión y redistribución del plus
que sus goces producen diariamente. Arbitra modalidades de producción y comercio.
Funciona siempre bajo la tensión de intereses que representan deseos y goces
diferentes y hasta contrapuestos, lo cual exige que se conformen gobiernos con
poder suficiente para decidir el rumbo de dichas regulaciones. Esas decisiones
no pueden no ser sintomáticas. Porque son tomadas en disputas y transacciones,
contingentes (esto es, en la lógica propuesta por Lacan, que cesen de no escribirse)
o bien fracasos.
Durante miles de años las políticas eran impuestas, principalmente con el recurso
de las armas. Las revoluciones norteamericana y francesa proclamaron las consignas
de libertad, igualdad y fraternidad. Las dos primeras son de totalización imposible
–en el sentido que más arriba di a este término–. A ellas, las sociedades pueden
acercarse más, o menos, según cómo logren trabajar la castración que las imposibilita.
O sea: laborando desde las limitaciones impuestas por la estructura que enajena
al sujeto, impidiéndole desprenderse totalmente de su función de objeto en su
relación con el Otro. El Otro: lugar del lenguaje, de la Ley (de prohibición
del incesto), de la castración y, como consecuencia inevitable, de la diferencia,
la desigualdad.
La fraternidad fue inaugurada en la Biblia con Caín asesinando a Abel, y vuelta
a presentar repetidamente en parábolas como las del hijo pródigo. Martín Fierro,
sabiéndolo desde su inconsciente, recomendó: "Los hermanos sean unidos/ porque
ésa es la ley primera,/(...) porque si entre ellos se pelean/ los devoran los
de ajuera": para que la fratria se una, tiene que responder a alguna ley. Su
unión no es natural. Lo "natural humano" es el infierno de las diferencias.
Esa ley obedece a la necesidad (que no cesa de escribirse, según la lógica propuesta
por Lacan) de no ser devorados por otros. La experiencia social lo ratifica,
repitiendo diferencias que no cesan de escribirse, sostenidas por lo real, lo
imposible, que no cesa de no inscribirse. El enfrentamiento entre obreros mineros
bolivianos de Huanuni, en octubre de 2006, o, en la Argentina los conflictos
que se produjeron en algunas "empresas recuperadas", lo ilustran. La inmensa
mayoría de los hermanos sólo funcionan unidos mientras las necesidades se lo
exigen. Cuando se producen valores en plus, comienzan las disensiones. De ahí
la exigencia retroactiva de que haya quien cargue con las funciones del que
se ha denominado "...en nombre del Padre" (Tótem, dioses, Dios, Sabiduría, etcétera).
Pasaron por ese lugar: ¿matriarcas?, padres, tíos maternos, jefes tribales,
estrategas, césares, mandarines, diferentes formas de reyes, señores feudales,
sultanes, líderes revolucionarios, jefes de democracias, tiranos, dictadores.
Para el autor, el psicoanálisis puede iluminar "un punto de detención de la
filosofía de Marx": esto sería posible partiendo de la "psicología de las masas"
freudiana y entendiendo que "hablar de masa implica hablar de segregación".
Por Juan Bautista Ritvo
El 10 de abril, Página/12 publicó una nota firmada por Sergio Rodríguez titulada
"Nueva propuesta de articulación entre psicoanálisis y marxismo", cuyo comienzo
–que anuncia claramente lo que viene– dice así: "El capital, de Karl Marx, es
el mejor análisis existente de la lógica capitalista. Lo fundamentó en su teoría
del valor. Jacques Lacan, por lo menos a partir del seminario El revés del psicoanálisis,
hizo explícitamente suyas las aseveraciones de Marx sobre el valor. Creo que
también hizo suyos los criterios marxistas sobre las condiciones objetivas para
las crisis sociales: el conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas
y las relaciones sociales de producción".
Desde luego, no se corren demasiados riesgos si se elogia la magnitud de El
capital; otra cosa distinta es saber si ante el derrumbe de la Unión Soviética
y el cambio profundo que ha experimentado el capitalismo en las últimas décadas
en todos los niveles, las teorías de Marx deben ser modificadas o dejadas de
lado. De esto nada dice la nota, refugiada en la aseveración de una comunidad
de fundamentos entre Marx y Lacan que me parece insostenible.
Veamos. Las referencias de Lacan a la teoría marxista del valor aparecen en
el entorno de mayo del ’68, cuando derecha e izquierda no cesaban de hablar
de Marx y Althusser comenzaba a ser un autor obligatorio.
Así, en las clases iniciales de su seminario De un otro al Otro, en noviembre
del ’68, Lacan le da vueltas (lo digo así: "da vueltas", porque expone con notoria
imprecisión y distanciamiento) a la plusvalía, que él equipara al "plus de gozar",
función del objeto a.
Habla de la "absolutización del mercado" (es la universalidad del mercado, que
hace del capitalismo el único sistema económico en el cual todas las instancias
de la producción están mediadas por el mercado) como condición para que la plusvalía
aparezca en el discurso; menciona también el valor de uso de la fuerza de trabajo,
el que, se sabe, es para Marx el secreto de la producción capitalista: el valor
de cambio o el valor a secas de la fuerza de trabajo –el tiempo de trabajo socialmente
necesario para reproducir dicha fuerza– es inferior a su valor de uso: esa diferencia
que se genera gracias al mercado pero, por así decirlo, a espaldas de él, es
precisamente el plusvalor, condición esencial de la acumulación capitalista.
Lacan habla, asimismo, de la renuncia al goce como condición de la emergencia
de un plus. Desde el punto de vista del psicoanálisis, la noción es clara: el
plus de goce reelabora por su cuenta la noción freudiana de "ganancia de placer",
ese excedente con respecto al punto de equilibrio del placer, que es puramente
negativo porque consiste en la mera ausencia de dolor, y, por ello, el exceso
es un más allá de vértigo, en la solapada vecindad del júbilo, el extrañamiento
y la muerte.
En Lacan, el menos del goce incestuoso es condición del más que, no obstante
y en un nivel superior, es un más en menos, un excedente que se disipa y que,
como el vaso de vino del obrero del que hablaba Bataille, designa un punto de
afirmación de lo humano más allá de lo utilitario; un gasto, un consumo literalmente
improductivo y que no sirve para nada porque es goce de nada.
Llevadas las cosas a tal lugar, se torna evidente hasta el cansancio que esta
figura no es lo contrario de la plusvalía capitalista –porque afirmarlo implicaría
que se sitúan como extremos opuestos de un mismo eje–, sino algo profundamente
heterogéneo; heterogéneo por sus dimensiones, alcances, valores, campos de aplicación.
Sin duda Lacan, como ha hecho en numerosas ocasiones, jugó retóricamente con
un léxico y una sintaxis que le son extraños. No es éste el sitio ni la oportunidad
para indagar las razones de sus juegos; pero sí para decir que, si los literalizamos
sin interrogar su ámbito de validez, corremos el riesgo del ridículo.
En efecto, ya que me quiero voluntariamente ubicar en el reino de Perogrullo,
podemos preguntarnos: ¿cómo es posible que puedan compararse y hasta homologarse
una plusvalía que, lejos de disiparse, se acumula y configura la riqueza de
la sociedad capitalista, con otra que, salvo en los sueños del avaro y del coleccionista,
jamás podría atesorarse?
¿Qué les pasa a los psicoanalistas que toman la expresión de Lacan "discurso
capitalista" como si fuera un ábrete sésamo de la modernidad, sin reparar no
sólo en la pobreza que tal noción tiene en el propio Lacan –unas cuantas letritas,
unos signos enigmáticos, dos o tres frases lanzadas en Italia, eso es todo–,
sino también y esencialmente en que la experiencia teórica del siglo XX (desde
Max Weber y Norbert Elias hasta Michel Foucault, para nombrar sólo a los más
célebres) y, por supuesto, la experiencia cotidiana de las relaciones de poder,
muestran inequívocamente que no hay una matriz generadora y única de discursos
múltiples, sino que existe una multiplicidad inicial e irreductible de discursos?
Es decir, hablar o escribir acerca de el discurso capitalista es ya una toma
de partido, por lo menos y en el mejor de los casos, estéril.
Como psicoanalista y como lacaniano protesto contra estos abusos analógicos
que medran ocultando, censurando mejor, los verdaderos problemas.
El autor de la nota reduce la comunicación entre el sujeto y el Otro, que vertebra
el psicoanálisis de Lacan, a un esquema propio del psicólogo, del moralista,
del pastor evangélico y no de un psicoanalista, cuando se formula la pregunta
que él juzga esencial: "¿Cuál es mi valor para el otro?" De esta forma deja
de lado que uno de los hallazgos decisivos de Lacan consiste en mostrar que
entre un sujeto y otro sujeto yace el muro del lenguaje, lo cual hace que la
misma noción de intersubjetividad sea puesta en cuestión como nunca hasta el
momento.
Y aquí tocamos uno de los problemas más acuciantes del psicoanálisis actual.
Una obra rica, compleja, heterogénea y por momentos contradictoria, es reducida
a un esquema lineal, repetitivo, de unas pocas nociones que pretenciosamente
acuden a la terminología de la ciencias formalizadas ("álgebra", "combinatoria",
"principios axiomáticos", etcétera) para disimular las inhibiciones de un pensamiento
que no se atreve a abrirse a la dimensión de una enunciación tan declamada como
rechazada.
¡Y no es un problema epistémico! Es que este aparato retorna sobre la clínica
y la ahoga, transformando la transferencia en sugestión.
Así nos comportamos como psiquiatras cuando mencionamos la supuesta locura de
Joyce, en aficionados ingenuos y sentimentales cuando divagamos sobre la sublimación
de los grandes creadores, en sociólogos a la violeta cuando queremos despejar
los atolladeros del mundo contemporáneo hablando de la caída del padre, sin
reparar en que esa caída es justamente el comienzo de la paternidad de que habla
el psicoanálisis.
¿Vamos a completar nuestra pequeña ideología adjuntándole ahora un marxismo
que tampoco interrogamos?
El psicoanálisis como tal carece de un acceso directo a los problemas del marxismo;
pero de manera tan oblicua como efectiva puede llegar al núcleo mismo de lo
que, sin duda, es un punto de detención de la filosofía de Marx. Y puede hacerlo
con la noción freudiana de masa, que Freud elabora en Psicología de las masas,
correlativa de la figura mítica del padre ancestral, perfilada en Tótem y tabú;
profundizadas ambas nociones por Lacan al través de observaciones discontinuas
pero convergentes.
¿Son posibles las relaciones horizontales entre los hombres? Desde que la humanidad
es humanidad, los grupos se cohesionan identificándose en común con emblemas,
objetos, valores, los que se corporizan, como lo ilustra la metáfora medieval
de los dos cuerpos del rey, el caduco y el inmortal, en la figura del líder
dotado de carisma. Allí está, no en germen sino en actualidad plena, esa verticalidad
que ha atravesado todas las formaciones sociales e incluso continúa en vigencia
en tiempos de democracia y de legalidad republicana: piénsese en esa patética
ilustración que aporta un papa senil saludando a la multitud desde los balcones
del Vaticano. ¡En la Unión Soviética se habló del "culto a la personalidad"
como deformación burocrática y lo denunciaban los nuevos amos, instalados en
el abrumador y feroz Kremlin!
Hablar de masa implica hablar de segregación; noción que no se deja absorber
en la marxista lucha de clases –lucha que, huelga decirlo, continúa fracturando
a la sociedad más allá de las indudables debilidades teóricas del marxismo;
más allá asimismo del débil y municipal espíritu de la conciliadora voluntad
socialista–, porque es interior a cada clase. Aunque lo segregado sea puesto
afuera, proviene de adentro: ese objeto odiado, temido, profundamente aborrecido,
que aparece desconocido como otro, encarna lo peor de las entrañas del grupo.
(Una ilustración, un tanto cómica y que alguien puede juzgar frívola, aunque
no lo sea en modo alguno: ¿qué denostaban esas amas de casa de clase media hace
días cuando caceroleaban identificadas con "el campo" y manifestaban su odio
a la "reina Cristina"?)
La sobada frase "la revolución devora a sus propios hijos" es verdadera, más
de lo que suele suponerse, y por eso, Rodríguez, no es irónica la afirmación
de Lacan sobre la revolución, vuelta astronómica al punto de partida en un giro
de 360 grados y no subversión; es literal, absolutamente literal.
Desde luego, se podría objetar que psicologizo a la política e ignoro lo que
es imposible ignorar, el peso determinante de la economía, que nadie puede desconocer.
En lo que respecta a lo primero, diré que la psicología como tal se divide en
individual y social y esa división, de por sí falsa porque no hay psiquismo
individual, oculta el lazo libidinal que otorga consistencia (y por ello mismo
fractura y dispersión) a las relaciones humanas.
Lo segundo es quizá más complejo y sin duda excede al psicoanálisis, aunque
su carácter fundamental –la posibilidad de examinar los discursos allí donde
ellos censuran sus fundamentos, porque él mismo está constituido por esas figuras
rechazadas–, nos prepare para esbozar un comienzo de localización del problema.
No cabe la menor duda: cuando Marx señaló la economía como un factor de valor
único en la vida social, no se equivocaba; sólo que no es determinante en última
instancia sino causa en primera. Todos los movimientos y perturbaciones de la
economía constriñen a darle respuestas de un modo urgente y no postergable.
Pero las respuestas no están determinadas por la economía; son respuestas ideológicas,
políticas, míticas incluso, que poseen estructuras heterogéneas a las de la
economía y que, incluso, vuelven sobre ésta al punto que la misma economía termina
por depender por completo de ellas.
Para dar un simple ejemplo: una súbita caída en el nivel de vida de la clase
trabajadora obtiene respuestas, pero ellas pueden ir desde un aumento de la
combatividad a una súbita ausencia de ella.
La sociedad carece de determinante en última instancia y este pensamiento quizá
inicie un nuevo modo de concebirla, lejos de las totalizaciones del siglo XIX;
algo que se complementa con la caída de los ideales de la clase universal: el
proletariado es una clase más y probablemente la más débil.
La hija de Jacques Lacan habla de las modas y los modos de diagnosticar, de
la tendencia a medicar a los niños y de los límites entre lo público y lo privado.
Y de sus diferencias con Anna Freud.
Por Diego Rojas
¿Quién podría sospechar que la delgada mujer que sostiene un libro entre sus
brazos, y se niega a soltarlo mientras se le toman fotos que ilustran esta entrevista,
es Judith Miller, la hija de Jacques Lacan? La presidenta de la Fundación del
Campo Freudiano se aferra al librito, una compilación de textos lacanianos escritos
en portugués. “Sólo una foto sin él”, ruega el fotógrafo, pero ella se niega.
“Es mi tesoro”, asegura, y toda la sesión transcurre mientras Miller abraza
el dichoso libro. Se sabe, las neurosis no reconocen fronteras, ¿por qué la
hija del hombre que repensó a Freud y la esposa de Jacques Alain Miller, su
discípulo dilecto, sería inmune a ellas? Miller estuvo en Buenos Aires para
participar del XVI Encuentro Internacional del Campo Freudiano y el Encuentro
Americano de Psicoanálisis Aplicado de Orientación Lacaniana. Durante un descanso
compartió la siguiente conversación con Veintitrés.
–Ciertos diagnósticos psicológicos parecen alcanzar la categoría de modas. Los
ataques de pánico, la bipolaridad. Incluso, en la Argentina ciertas revistas
señalaron que la gestión de Cristina Fernández estaba marcada por su supuesta
bipolaridad.
–Hay una diferencia entre “moda” y “modo”. Diagnosticar los actos de gobierno
al diagnosticar a la señora Kirchner como bipolar es una nueva manera de hacerlo.
Es una cierta manera de no tener respeto a su persona. Esa falta de respeto
socava una diferencia que me parece fundamental entre lo privado y lo público.
Está de moda hablar de lo privado como si la intimidad estuviera expuesta ante
los ojos de los demás. Y los responsables de la política y de los gobiernos
suelen ser objetos de estos diagnósticos. Es una devaluación de la singularidad
y la subvaloración de esta persona singular, que lo es aunque sea un jefe de
Estado. La clasificación es una manera de decir que una persona es similar a
muchas otras. El psicoanálisis hace lo contrario a la moda.
–¿Por qué?
–Porque comprende la división de lo privado y lo público: no se podría hacer
asociación libre de manera efectiva sin el resguardo del secreto. Buscar la
singularidad, aquello que hace que cada uno no se parezca a nadie, es el fin
del análisis. Esta singularidad absoluta es accesible. Por eso el psicoanálisis
no acepta ni el “modo” ni la “moda” actuales: son parte de lo que llamamos el
malestar de la cultura. El psicoanálisis rechaza estos planteos y dice por qué
es peligroso mezclar la identidad de cada uno con la identidad de otros. Los
derechos humanos son universales y cada humano tiene los mismos derechos que
los otros, pero eso también se traduce en que cada uno tiene las mismas debilidades
que los otros, y eso no es verdad. Cada uno tiene sus propias debilidades, sus
problemas, sus síntomas. Promover una norma es erróneo, porque sabemos que las
normas son también una forma de la “moda”. No hay normas universales. Lacan
dice que el discurso del psicoanálisis va en sentido opuesto al discurso de
la moda.
–Ir a contracorriente, ¿no tiene consecuencias para el psicoanálisis?
–Este posicionamiento produce que el psicoanálisis, para existir, deba combatir
ataques muy agresivos del tipo político, epistémico y administrativo, por ejemplo,
en Francia. Hemos ganado la primera batalla, pero la lucha continua. El reverso
no el mismo que el anverso de la tela y el psicoanálisis señala esa característica.
El modelo universal responde a las leyes del mercado. Los laboratorios están
produciendo remedios y hay que buscar las enfermedades para vender estos remedios,
se inventan categorías nuevas de clasificación con fines de mercado. Estos manejos
no pueden asegurar la salud mental de la sociedad. De allí la incomodidad del
psicoanálisis.
–En Estados Unidos el 10 por ciento de los niños toma Ritalin.
–Es triste. Los niños son alimentados con Ritalin para que tengan paz escolar
y familiar, para ponerlos enfrente de la pantalla del televisor, bien tirados.
Esto produce efectos que todavía no conocemos bien. Cuando estos niños sean
adultos habrán atravesado una drogadicción. Pero no es tan fácil “normalizar”
a un ser hablante. Freud dijo que cuando se expulsa al síntoma por la puerta,
vuelve por la ventana. Si con Ritalin el niño duerme a las ocho de la noche
en lugar de las dos de la mañana, cuando despierte seguirá teniendo los mismos
problemas.
–Hoy existen niños criados en familias distintas de las que Lacan describió.
Si Lacan le otorga a la figura del padre una importancia vital, ¿en una familia
formada por dos madres, por ejemplo, el desarrollo psíquico sigue siendo el
mismo?
–No es una dificultad para el psicoanálisis porque desde sus primeros escritos
sobre el tema Lacan explicó que cada familia es un hecho de cultura y que no
tiene nada que ver con una naturaleza constituyente de la familia. El nombre
del Padre precisamente no está dado por el padre biológico, sino que es una
figura que funciona en cada caso de manera diferente. El nombre del Padre es
un semblante. Me parece difícil de entender que alguien pueda decir que hay
un lazo natural entre la madre y el niño o entre el padre y el niño. No tiene
sentido.
–Zizek y Laclau reconocen los aportes de Lacan a la hora de repensar el marxismo.
Incluso Badiou dice que Lacan es al marxismo lo que Hegel era a los revolucionarios
de 1850.
–No he leído a Laclau, pero mis colegas me hablaron sobre su obra. Lacan siempre
ofreció aportes al marxismo, desde las intervenciones de Althusser y sus seguidores.
Lacan leyó a Marx y esa lectura le permitió dar cuenta del plus de goce. Siempre
hubo un ida y vuelta entre la teoría marxista y la teoría psicoanalítica. Lacan
tiene referencias tempranas donde el peso de la historia y las organizaciones
sociales son sin duda tomadas en cuenta. El amo antiguo no es el amo moderno
y el amo moderno tiene diversas caras. Esas caras son históricas. Nuestra tarea
hoy, y la de los marxistas también, es dar cuenta de la diferencia entre el
discurso del amo capitalista que desarrolla la producción industrial y el capitalismo
actual, que produce dinero a partir de dinero, un capitalismo financiero. Es
diferente y hay que ver las consecuencias de esas diferencias.
–Zizek conjuga a Lacan con el cambio social cuando señala que el deseo, que
no tiene lugar en la realidad, puede tener una traducción política cuando se
piensa en San Pablo y el fin de la resurrección, que no tiene posibilidad real
empírica, pero que se transforma en un impulso a la acción.
–No sé si el deseo impulsa a nadie a nada. Abrir un seminario de Lacan es como
abrir un libro de Freud y el deseo del lector está implicado en su lectura.
Pienso que un analista lacaniano impulsa a desear. Es verdad que para alcanzar
el deseo también hay que actuar. Pero el psicoanálisis no es una ideología.
La responsabilidad del propio deseo de cada persona es lo que el psicoanálisis
permite, que se sea responsable de los propios sueños.
–Buenos Aires, además de ser una ciudad psicoanalizada, es un centro de producción
lacaniano. En la UBA, la Facultad de Psicología cuenta con una mayoría de programas
que dan cuenta de esta orientación. ¿Cómo se ve desde Francia este fenómeno?
–Los psicoanalistas franceses lacanianos saben que hay una escuela de esa orientación
en la Argentina. Trabajamos con los colegas argentinos. Hay una interlocución
entre los psicoanalistas lacanianos y sus escuelas, entre los psicoanalistas
franceses y los argentinos. Hay un refrán en francés que se refiere a las caricias
que se dan a contrapelo a los gatos. No voy a acariciar a los colegas argentinos
de ese modo (“No va a dorarnos la píldora”, señala una lacaniana argentina presente
en la entrevista). Los amigos argentinos saben que el psicoanálisis en este
país es mucho más accesible que en Francia y que ellos lo desarrollan muy bien.
–Anna Freud se consideraba una continuadora de la obra de su padre. Usted contribuye
al desarrollo del pensamiento de su padre. ¿Pensó alguna vez en este paralelismo?
–Cuando he pensado en este tema, que ha regresado algunas veces en mi vida,
pude llegar a la conclusión de que fueron dos experiencias muy distintas. La
obra de Anna Freud es una de las primeras experiencias de la traición que conocí
en mi vida. Traicionó la obra de su padre. Por eso esa comparación no es tan
deseable.
–Usted es la presidenta del Campo Freudiano. Es la hija de Lacan y la esposa
del discípulo más relevante, Jacques Alain Miller. ¿Cómo conjuga su vida personal
con lo que su padre y esposo y su propia labor significan en el ámbito cultural
e intelectual?
–Comenzamos esta entrevista señalando los límites entre lo público y lo privado
y no creo que sea correcto saltar esas barreras.
Foto: Nacho Sánchez
Revista Veintitrés, diciembre 2009