Los cambios sociales y culturales en la década del
sesenta y el auge del psicoanálisis en la Argentina [1]

Por Enrique Carpintero [2] y Alejandro Vainer [3]

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LECTURA RECOMENDADA
H. Kesselman - Salud mental y neocolonilismo en la argentina, Envido Nº 5, marzo 1972
Hugo Vezzetti - Salud mental: ideología y poder, revista Los Libros, noviembre 1973


Reunión de psicoanalistas argentinos en Río de Janeiro (1945) Adelante: Señora De Oliveira (Brasil), Alberto Tallaferro, Luisa Alvarez de Toledo. Medio: Enrique Pichon Rivière, Marie Langer, Arnold Rascovsky, Angel Garma, Eduardo Krapf, Celes Cárcamo, Lucio Rascovsky. Atrás: Arminda Aberastury y Matilde Wencelblat.

Parte I

Vamos a describir algunas características del desarrollo del psicoanálisis en la Argentina durante la década del sesenta. Este período se caracterizó por los profundos cambios sociales y culturales y por la permanencia de una crisis en todos los ordenes: político, económico, social y cultural.

De esta manera el conjunto de la sociedad vivió con mayor o menor intensidad situaciones problemáticas y explosivas, ya que tuvieron lugar huelgas, golpes de estado, alzamientos civiles, secuestros, asesinatos políticos, etc. En esos años hubo una sucesión pendular entre regímenes civiles surgidos de elecciones y gobiernos militares de facto en el ejercicio del poder que impusieron la militarización del conjunto de la sociedad. En esta etapa se estableció el denominado “campo de la salud mental”, donde la psiquiatría dejó de ser la profesión exclusiva que curaba las “enfermedades mentales” y debió convivir con otras disciplinas como la psicología, la psicopedagogía, la antropología, la sociología, etc. Entre ellas, el psicoanálisis adquirió un prestigio inusitado que influyó en todas las áreas del saber.

Antes de llegar a esta época debemos entender cuales fueron las particularidades de la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y como esta se inscribió en la historia de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

La APA: Una filial de la internacional psicoanalítica

La historia de la IPA puede dividirse en cuatro períodos: 1°) Desde 1901 hasta 1925 en la que se creó un organismo de coordinación de los diferentes grupos locales. Los cuales tenían una gran autonomía en cuanto a la formación de los psicoanalistas.

2°) Entre 1925 y 1933 donde se establecieron reglas de formación con la obligación del análisis didáctico y de control. Se formó la Comisión Didáctica Internacional que fue presidida por Max Eitingon, quien formalizó métodos que consideraba eficaces y los transformó en reglas que debían ser cumplidas por todos los miembros. Estas fueron aprobadas por el Comité Secreto -el grupo de los anillos[4]-que normalizó los cursos y excluyó a los analistas considerados transgresores, entre ellos se vedó definitivamente a los homosexuales el acceso a la profesión de analista. También se excluyeron a los analistas considerados profanos, en contra de la opinión de Freud, que siempre había considerado que no era necesario ser médico para ejercer la práctica del psicoanálisis.

3°) Durante 1933 hasta 1965 la IPA estuvo dominada por la lengua inglesa. Es que en 1936 la casi totalidad de los psicoanalistas emigraron a Inglaterra y EEUU, debido al auge del nazismo en Europa, adoptando la lengua inglesa y tomando la internacional la denominación definitiva International Psychoanalytical Association (IPA). En el movimiento psicoanalítico aparecieron grandes corrientes como el Annafreudismo, el Kleinismo, la Psicología del Self, etc.; en esta época se fundó la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). 4°) Desde 1965 la IPA comenzó a atravesar diferentes crisis en las que dejó de ser el único poder institucional de formación de psicoanalistas. A partir de la década del cincuenta el desarrollo masivo del psicoanálisis permitió un cuestionamiento a una institución que se había transformado en un aparato burocrático cuyo objetivo era defender los intereses de los didactas que manejaban la institución. Las polémicas pasaban por el análisis didáctico, el control, las jerarquías dentro de la institución y si el análisis debía ser practicado exclusivamente por médicos. También se cuestionaban ciertas reglas técnicas como la duración de las sesiones, la cantidad de sesiones semanales y la dirección de los tratamientos. Estas críticas provinieron de los analistas de la tercera generación, es decir de aquellos que conocieron a Freud solamente por sus textos, como Jacques Lacan, W. R. Bion, Igor Caruso y Donald Winnicott.

En nuestro país estos cuestionamientos se manifestaron en aquellos analistas que en la década de setenta formaron los grupos Plataforma y Documento, los cuales realizaron la primera ruptura en la APA[5]. Para llegar a este momento se dieron importantes debates y polémicas ideológicas, en las que comenzaron a tener importancia los grupos que seguían a Lacan, el cual propugnaba “la vuelta Freud” para enfrentar a las corrientes “kleinianas” y de la “psicología del Yo”.

La APA: una gran familia de psicoanalistas
El 15 de diciembre de 1942 se fundó la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). El acta de fundación llevó la firma de seis miembros: Angel Garma, Celes Cárcamo, Arnaldo Rascovsky, Enrique Pichón Rivière, María Langer y Guillermo Ferrari Hardoy.


Revista Los Libros Nº 25, marzo 1972, número dedicado a psicoanálisis y política en Argentina. Clic para descargar en pdf.


Revista Los Libros Nº 27, julio 1972, polémica psicoanálisis y política en Argentina. Clic para descargar en pdf.

De todos ellos, Celes Cárcamo mantuvo una participación limitada en la APA. Nunca se apartó de la misma pero evitó destacarse en las actividades de la institución. Ferrari Hardoy al poco tiempo se fue a vivir a EEUU. Cuando volvió en la década del sesenta fue ignorado por sus colegas. El resto tuvo una participación activa y destacada en las diferentes vicisitudes que atravesó la institución.

Los primeros analizados dentro de la institución fueron A. Rascovsky y E. Pichón Rivière. El primero trabajaba en el Hospital de Niños de la ciudad de Buenos Aires, realizando tratamientos con hipnosis y dedicándose a problemas de obesidad. Luego de fundar un grupo para estudiar psicoanálisis realizó en 1939 un análisis con A. Garma y supervisaba sus pacientes con C. Cárcamo.

E. Pichón Rivière inició su práctica psiquiátrica en el asilo de Torres en la Provincia de Buenos Aires, donde organizó un equipo de fútbol como tarea de rehabilitación y estudiaba los problemas sexuales de los débiles mentales. Se graduó de médico en 1936 y empezó a trabajar en el Hospicio de la Capital Federal denominado, en esa época, de las Mercedes. En 1938 conoció a A. Rascovsky con quién estableció un intercambio intelectual en cuestiones referidas al psicoanálisis.

A este grupo inicial muy pronto se agregaron Luis Rascovsky, Enrique Racker, Luisa G. de Alvarez de Toledo, Alberto Tallaferro, Arminda Aberastury, E.E. Krapf, Matilde Rascovsky, Teodoro Schlossberg, Flora Scolnic y Simón Wencelblat. Todos ellos pueden considerarse los primeros miembros de la APA. Esta se incorporó a la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) recibiendo muchas cartas de felicitación, entre las que destacamos la de Karl Menninger, presidente de la Asociación Psicoanalítica Norteamericana y Ernst Jones, presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional[6].

Las características de la Asociación como una "gran familia" determinaba las particularidades de un grupo, donde el psicoanálisis no sólo era una teoría científica y el desarrollo de una práctica profesional, sino también una forma de vida, cuyas pautas estaban implícitamente establecidas. Esto llevó a una cohesión donde, a la manera de una iglesia, el psicoanálisis debía ser un proyecto de transformación del individuo y de la sociedad. Es evidente que esta situación fue producto del rechazo y la desvalorización que el psicoanálisis tenía en los ambientes médicos de la época.[7]

Las primeras reuniones se realizaron en la casa de C. Cárcamo, en la calle Perú. Luego en la Sociedad Científica Argentina. Más adelante la APA alquiló su propio local en la calle Juncal 655 1° "B" de la Capital Federal. Allí se realizaban reuniones donde no sólo se desarrollaban actividades profesionales, sino también una vida social activa. El pertenecer la mayoría de sus miembros a la clase media alta les permitió tener paciente de ese mismo sector. Otros que no provenían de ese sector social, por ejemplo E. Pichón Rivière y A. Rascovsky, se habían casado con mujeres de esa clase social. Este nivel económico posibilitó tener sus casas de fin de semana en el Hindú Club, uno de los primeros “countrys clubs” de Buenos Aires, o realizar sus vacaciones en el exclusivo balneario de Punta de Este, de la República Oriental del Uruguay. Pero si bien esto constituía una situación de privilegio, el haber elegido una actividad profesional todavía no reconocida socialmente y desvalorizada desde la medicina, los transformaba en marginados dentro de su propio sector social. Esta situación cambiaría a partir de la década del sesenta, donde el psicoanálisis comenzó a ser una profesión de prestigio.

En esta época la actividad profesional estaba centrada en los consultorios privados -a excepción del trabajo realizado por A. Rascovsky y E. Pichón Rivière- por razones que estaban ligadas a la situación política nacional y las relaciones con los psiquiatras. En 1943 el General Ramírez realizó un golpe de estado en el que empezaron a predominar tendencias nacionalistas que intentaban controlar las instituciones profesionales y educativas. Luego, durante la presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1955), si bien se persiguieron a científicos y profesionales, - en especial del ámbito universitario -, esto no ocurrió con los psicoanalistas. Pero la obligación de tener presencia policial en las reuniones y colocar las fotos de Perón y Evita generaron un clima propicio a ampararse en el propio grupo. Incluso aquellos que habían llegado para refugiarse del fascismo en Europa pensaron seriamente en emigrar a otros países.

Por otro lado la psiquiatría oficial, desde su concepción positivista, entendía que el psicoanálisis era una charlatanería. También los psiquiatras progresistas, que en ese momento estaban ligados al Partido Comunista, criticaban desde la reflexología pavloviana al psicoanálisis tildándolo de idealista, ya que este no cumplía con los preceptos del materialismo histórico, tal como lo entendía el stalinismo predominante en la Unión Soviética. Aunque algunos de ellos habían sido los introductores de Freud en la Argentina, como Jorge Thenon y Gregorio Bermann, comenzaron a criticar el psicoanálisis por presiones del Partido Comunista. Este período inicial fue de lento crecimiento institucional en cuanto a la incorporación de nuevos miembros. Es que a la segregación proveniente del ambiente médico se agregaba el costo de una formación que implicaba realizar cinco sesiones de análisis didáctico, seminarios, cursos, control de pacientes y un año de práctica psiquiátrica. Era evidente que la misma no podía ser accesible para cualquier profesional.[8] En este sentido a partir de 1943 la APA contaba con 11 integrantes hasta llegar en 1954 a 104 profesionales.

La necesidad de difundir el pensamiento psicoanalítico se realizó a través de la revista de la APA, cuyo primer número aparece en julio de 1943. Podemos decir que la política institucional de la APA seguiría por un lado una línea de adecuación a las instituciones médicas, encontrando en la medicina psicosomática y el trabajo multidiscipilinario un punto de encuentro. Por otro lado empezó a incorporarse la teoría "kleiniana" como sinónimo de psicoanálisis, con lo cual se acomodaba a una perspectiva de poder en la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

Pero este proceso de incorporación a la medicina oficial conllevó necesarios acomodamientos de los estatutos de la APA en cuanto a quienes podían ser miembros de la institución. Caso contrario se corría el peligro de que la institución fuera intervenida.

En los comienzos se siguió la perspectiva, inaugurada por Freud, donde no se exigía ser médico para ser miembro. La condición de adherente requería tener un psicoanálisis didáctico terminado, varios tratamientos controlados y presentar una contribución científica psicoanalítica aceptada por la Comisión Directiva. Además se debía concurrir, durante por lo menos un año, a un servicio de psiquiatría y asistir a cursos de psicoanálisis organizados por la Asociación.

En este sentido se admitía que una persona sin título médico pudiera ser miembro de la APA mientras demostrara "espíritu e investigación científica, capacidad e interés para la aplicación del psicoanálisis a la disciplina científica que perteneciera". La candidatura debía ser sometida a consideración de la comisión de Enseñanza y aprobada por esta, rechazando aquellas candidaturas de personas con graves perturbaciones de conducta y carácter, perversos y psicóticos.

En 1952, a partir de la presión de las asociaciones médicas que no podían tolerar que no médicos realizaran tratamientos terapéuticos, la APA modificó sus estatutos, estableciendo que "aunque el psicoanálisis se emplea preferentemente en personas enfermas con fines de obtener su curación, se utiliza a veces también en personas psicosocialmente desadaptadas con fines de asegurar su readaptación. De acuerdo con esto, se admiten aparte de psicoanalistas médicos, también psicoanalistas no médicos...para poder ser psicoanalista no médico (se exige) la terminación de una carrera universitaria relacionada con el estudio del hombre. Los psicoanalistas no médicos tienen la obligación de limitar su actividad a la readaptación de personas psicosocialmente desadaptadas. Se les exige mantenerse en contacto permanente con un psicoanalista médico para aconsejarse con él, siempre y cuando aparezcan en sus psicoanalizados problemas de índole médica"[9].

Las analistas no médicos eran generalmente mujeres casadas con médicos, las cuales se sentían más protegidas al compartir el mismo consultorio. Pero también había hombres de la calidad de Enrique Racker y Willy Baranger a los cuales se les hacía más difícil resolver esta situación, de por sí humillante.

Esta modificación no fue suficiente ni para las asociaciones médicas ni para el Estado. En mayo de 1954 el Ministerio de Salud Pública a través de su ministro Ramón Carrillo (durante la presidencia de Juan domingo Perón), especialista en neurología, dictó la resolución 2282 donde se indicaba que sólo los médicos estaban autorizados a ejercer la psicoterapia y el psicoanálisis. Los asistentes de psiquiatría podían realizar tareas auxiliares, tales como la readaptación y aplicación de pruebas psicológicas bajo la supervisión de profesionales médicos.

En 1956, Arminda Aberastury - directora del Instituto- juntamente con Fidias Cesio y Luis Rascovsky, redactaron las modificaciones al nuevo reglamento, que finalmente fue aprobado en una asamblea. En él se estableció que el candidato debía ser médico con diploma argentino o título equivalente para no egresados en el país.

Esta situación trajo aparejado que muchos analistas extranjeros tuvieran que revalidar su título como por ejemplo, Marie Langer; otros iniciar la carrera de medicina o el curso de auxiliar de psiquiatría. Pero a partir de esa fecha ningún profesional no médico pudo ingresar en la APA.

La resolución 2282 estuvo vigente hasta el año 1967 en que fue reemplazada por una ley que limitaba la actividad de los psicólogos a auxiliares de los médicos. En agosto de 1985 fue derogada la anterior ley por otra que autoriza a los psicólogos a realizar psicoterapia. La APA actualmente tiene los mismos estatutos. Lo paradójico es que durante la mayor parte de su historia se identificó con las teorías de Ms. Melanie Klein que no era médica, ni tenía ningún título universitario.

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[1] El presente texto se basa en una investigación que los autores están realizando, hace más de dos años, sobre la Salud Mental en la Argentina desde 1957 hasta 1982.

[2] Dr. Enrique Carpintero. Psicoanalista. Egresado de la facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Doctor en Psicología de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL). Director de las revistas Topía, publicación de psicoanálisis, sociedad y cultura; y Topía en la clínica dedicada a Nuevos Dispositivos en la Clínica Psicoanalítica. Fundador y director del Servicio de Atención para la Salud (un espacio de atención en situaciones de crisis). Director y autor de la Enciclopedia de la sexualidad infantil Bookman editores, Buenos Aires, 1996, autor de Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, Topía editorial, Buenos Aires, 1999. Autor de más de cien trabajos sobre su especialidad. Dirección: Juan María Gutiérrez 3809 3° “A” (1425) Capital Federal, Argentina. Teléfono 4802-5434, fax 4551-2250, e-mail andresc@einstein.com.ar

[3] Lic. Alejandro Vainer. Psicoanalista. Licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Coordinador General de las revistas Topía, publicación de psicoanálisis, sociedad y cultura; y Topía en la clínica dedicada a Nuevos Dispositivos en la Clínica Psicoanalítica. Ex residente en Psicología Clínica del Hospital Borda. Ex Jefe de Residentes del Hospital Borda. Supervisor de Jefes de Residentes de Salud mental. Miembro del Consejo de Asesores y columnista de Clepios, una revista para residentes de salud mental. Dirección: Suipacha 774 11 “D” (1008) Capital Federal, Argentina. Teléfono: 4326-4611, e-mail topia@ba.net

[4] El Comité Secreto era un grupo de psicoanalistas, fieles a las ideas de Freud, que se oponían a toda “desviación” teórica dentro del movimiento psicoanalítico. Realizó su tarea durante 10 años y subsistió como sociedad secreta hasta 1927, fecha en que se disolvió en la dirección oficial de la IPA. Freud dio a los miembros de la cofradía un anillo de oro que se convirtió en un lazo indestructible entre sus miembros, los cuales pasaron a denominarse “Señores de los anillos”.

[5] De esta manera permitieron una alternativa que, como plantea Fernando Ulloa, “El aspirante a analista hace jugar al máximo la terceridad eficaz, desde lugares donde accede a la teoría y a la práctica, como lugares autónomos escogidos por sí mismo. Lo específico de esta situación es que quién se encuentra en ella, articula virtualmente en su propia experiencia personal de análisis los tres momentos de su habilitación psicoanalítica sin que estos converjan materializando una institución ni administrativa ni geográfica.

Gran número de analistas, en su momento categorizados como silvestres, alcanzaron en nuestros días reconocida idoneidad con este sistema. Es también cierto que muchos permanecen dispersos prontos a la convocatoria en congresos y otros eventos episódicos en tanto suelen integrar reducidas agrupaciones de trabajo y estudio. Pero es un hecho que quienes se han beneficiado con una acertada experiencia personal psicoanalítica, suelen mantener la libertad en cuanto a donde y con quién estudiar y controlar.” Novela clínica psicoanalítica, editorial Paidós, Buenos Aires, 1996.

[6] Este último en su carta plantea a través de qué lengua - aunque parezca obvio, deberíamos decir que opción teórica- debe desarrollarse el trabajo científico: "El conocimiento del alemán, aunque deseable, fue en otra época indispensable para los propósitos de vinculación internacional relacionadas con nuestra labor, pero está cediendo su primer lugar al inglés y es de esperar que la colaboración política creciente entre los países de habla castellana e inglesa se acompañe de una correspondiente colaboración estrecha, en nuestro trabajo científico”. Esta cita fue extraída de Garcia, Germán, L. La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Obstáculos y perspectivas, ediciones Altazor, Buenos Aires, 1978.

[7] Muchos años después, en los politizados años setenta, Marie Langer afirmaba “Eramos un grupo selecto de gente culta e inquieta de la clase media acomodada: fuimos los fundadores. Nos sacrificamos, trabajamos y estudiamos duramente para difundir y enseñar psicoanálisis. Eramos progresistas. Ofrecíamos sabiduría, salud física y mental a Buenos Aires y a las Américas. Entiéndanme bien, hablo con ironía, pero no reniego de esa época....Nosotros nos proponíamos salvar al mundo a través del psicoanálisis. Y no sabíamos, algunos lo ocultaron conscientemente, otros lo tenían reprimido, que como miembros de la clase dominante salvábamos únicamente a nuestros analizandos que pertenecían a la misma clase y participaban como nosotros de la explotación.” Cuestionamos 2, Granica editor, Buenos Aires, 1973.

[8] Este período lo describió Fidias Cesio al escribir que “En los seminarios se estudiaba básicamente la obra de Freud y las exigencias eran rigurosas, obligando a los candidatos a una intensa aplicación. También siguiendo la experiencia de otros institutos, se exigió que cada candidato controlara al menos dos casos con sendos analistas didácticos. Pensemos que, por esos años, los miembros de la APA eran también miembros de la Comisión Directiva, los analistas didácticos, los profesores del Instituto, y que virtualmente fue así durante cerca de diez años, con el solo agregado de Luis Racovsky que, en 1945, pasa a la categoría de didáctico. De esta manera, durante los primeros años, las autoridades que organizaban y administraban la APA y el Instituto, nuestros analistas didácticos, nuestros analistas de control y nuestros profesores fueron Garma, A. Rascovsky, Pichón Rivière, Langer y, a partir de 1945 Luis Rascovsky.” Mom, Jorge; De Foks, Gilda, S. y Suarez, Juan Carlos Asociación Psicoanalítica Argentina 1942-1982, Buenos Aires, APA, 1982.

[9] Idem cita 8


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Parte II

Enrique Pichón Rivière y la Experiencia Rosario

El año 1957 fue importante para la historia de la “Salud mental” en la Argentina por varios hechos que se produjeron: 1°) Se creó el Instituto Nacional de Salud Mental. Este comenzó a regular las actividades de los profesionales promoviendo políticas que iban a permitir que psiquiatras reformistas realizaran algunas modificaciones en la estructuras asistenciales manicomiales.

2°) Mauricio Goldenberg ganó por concurso la jefatura del primer Servicio de Psicopatología en un Hospital General, el Policlínico de Lanús. Este servicio se convirtió en un modelo de atención en Latinoamérica e iba a formar numerosos psicoanalistas por fuera de la APA.

3°) Se creó la carrera de Psicología en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Esta, en la década del sesenta, tuvo una matrícula tan numerosa que la convirtió en una de las carreras más importantes por su población estudiantil. Desde los inicios la formación fue influida por el psicoanálisis siendo uno de los profesores más destacados José Bleger.

En este clima de renovación y enfrentamiento con la psiquiatría manicomial vamos a resaltar la figura de Enrique Pichón Rivière, por las características particulares de su desarrollo profesional que lo ubica en un cruce entre la psiquiatría, el psicoanálisis y el trabajo en grupo.

En 1958 trabajaba con profesionales de diferentes ámbitos y de varios lugares del país, siendo uno de los psicoanalistas y grupalistas más reconocidos del momento. Realizaba diferentes tareas docentes, poniendo a punto lo que posteriormente sería conocido como su propio dispositivo: los Grupos Operativos.

La síntesis y "Acta de fundación" de los Grupos Operativos tuvo lugar ese año con la "Experiencia Rosario" que, posteriormente, fue conceptualizada por sus discípulos.[2]

Los Grupos Operativos, cuyo antecedente era la tarea grupal de Pichón en el Hospicio de las Mercedes, lograron sacar a los grupos y a los psicoanalistas del contexto de la cura para extenderlo a diferentes sectores de la sociedad y la cultura. Estos múltiples objetivos estaban concentrados en una experiencia de aprendizaje grupal: la formación de un Esquema Conceptual Referencial y Operativo común ( el ECRO grupal).

Durante 1958 Pichón Rivière dirigió la llamada "Experiencia Rosario". Esta se realizó a través del Instituto Argentino de Estudios Sociales (IADES) creado por E. Pichón Rivière y Gino Germani con la colaboración de la Facultad de Ciencias Económicas, el Instituto de Estadística de la Facultad de Filosofía y su reciente Departamento de Psicología y la Facultad de Medicina en Rosario. Fue un largo y productivo fin de semana de trabajo.

El objetivo explícito era una experiencia de laboratorio social, de trabajo en comunidad, con el empleo de ciertas técnicas y la aplicación de una didáctica interdisciplinaria en una ciudad del interior del país. Uno de los participantes, el Dr. Fernando Ulloa dijo que "fue la marca más temprana, para mí y para los que ahí estábamos, de las experiencias comunitarias explícitas".

Para realizarla E. Pichón Rivière había preparado previamente el equipo de trabajo mediante técnicas grupales. A la vez, en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe y en otros lugares concurridos por estudiantes se había publicitado la realización de la experiencia mediante afiches.

El viaje a Rosario del equipo de Coordinadores fue en tren. Eran en su mayoría novatos en la tarea a realizar. Casi todos psicoanalistas discípulos de E. Pichón Rivière dentro de la APA: David Liberman, Fernando Ulloa, José Bleger, Edgardo Rolla, entre otros. Tenían todos mucha confianza en E. Pichón Rivière pero, en el tren pedían y pedían más precisiones. Así manifestaban sus temores y dudas, entonces E. Pichón Rivière contestó mordazmente: "Si cuando tomemos el tren de vuelta nos tiran con bosta, quiere decir que cuando un grupo como éste hace en Rosario lo que terminemos haciendo, al irse le tiran con bosta". Parece que, con esa respuesta, tranquilizó al grupo.

Fue el mismo E. Pichón Rivière quién abrió la reunión general en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias Económicas con una disertación sobre el significado de la experiencia hablando, entre otros temas, de la enigmática kakistocracia aludiendo, elípticamente, al posible resultado de la experiencia.

El público era numeroso y, desde su composición, heterogéneo: constaba de casi mil participantes para discutir con las técnicas que iba a utilizar el equipo. Había desde estudiantes y profesores universitarios, hasta boxeadores, pintores, corredores de seguro, obreros del puerto, empleados de comercio, amas de casa, algunas prostitutas, etc.

Luego se agruparon para la primera sesión de grupos heterogéneos, elegidos algunos al azar y otros por orden de llegada, con un coordinador y uno o dos observadores que registraban todo cuanto sucedía. La tarea del coordinador era actuar como orientador, favoreciendo la comunicación intragrupal y tratando de evitar la discusión frontal. La situación trajo ciertas complicaciones por lo novedosa. En este sentido Fernando Ulloa relató: "En uno de mis grupos, una mujer joven bastante alterada psicológicamente, a la par que muy querida por varios amigos que integraban la experiencia, explícitamente para acompañarla, se constituyó en el centro de todo el trabajo. La situación por momentos era difícil, por la firme intención que me animaba de no crear engendros seudo terapéuticos ni eludir la emergencia.

“Para el criterio de esta persona y de sus acompañantes no existían en Rosario psicoterapeutas idóneos para atenderla; por eso sus amigos habían insistido en acompañarla, visualizando el encuentro como una oportunidad terapéutica. Recuerdo haber manejado la situación a partir de una idea que había escuchado formular un tiempo antes a David Liberman, integrante de la Experiencia Rosario. Propuse que un grupo de novatos organizados en un funcionamiento adecuadamente heterogéneo, donde las singularidades personales no se anularan entre sí, podía lograr, pese a su condición novata, la eficacia de un veterano[3]"

Vemos por un lado que tener a un equipo de psicoanalistas suscitaba fantasías terapéuticas notorias como en este caso. Por otro, como planteaba Fernando Ulloa, se concentraba la ideología grupal operativa de Pichón Rivière: frente a una máxima heterogeneidad de los componentes se podía lograr una máxima homogeneidad en la tarea.

Luego el equipo coordinador se reunió con el propósito de revisar la tarea realizada hasta ese momento, a lo que siguió una segunda sesión de los grupos heterogéneos con los mismos participantes, tomando en cuenta lo analizado previamente. A posteriori se realizó una nueva reunión de los coordinadores para controlar el nuevo material. Con estos datos E. Pichón Rivière volvió a exponer ante el público en el Aula Magna. Pero con una diferencia fundamental, el público había crecido en número y, además, comenzó a funcionar como un grupo amplio, a través del trabajo sobre los temas emergentes; para proseguir se formaron grupos homogéneos: medicina psicosomática, psicología, boxeadores, estadística, pintores y corredores de seguros. Tras la realización de esta tarea hubo un nuevo control del equipo de coordinadores con Pichón, quien finalizó con una exposición en la que participaron los miembros de los grupos heterogéneos y homogéneos.

Como saldo concreto de la experiencia quedó en el Instituto de Estadística, una secretaria para contactar a quienes desean informes y en el IADES proyectos para formar grupos de trabajo, los cuales funcionaron cierto tiempo. Pero el saldo más importante de la “Experiencia Rosario” fue la presentación de la metodología de Grupos Operativos de E. Pichón Rivière. La consigna fundamental en éstos era que el grupo pudiera pensar en las dificultades que tenía en la tarea, con el acento puesto en el desarrollo del Esquema Conceptual, Referencial y Operativo (ECRO) pertinente a cada grupo. Por ello los autores del trabajo “oficial” de la experiencia sintetizaron la misma diciendo: "Las finalidades y propósitos de los grupos operativos pueden resumirse diciendo que su actividad está centrada en la movilización de estructuras, estereotipadas a causa del monto de ansiedad que despierta todo cambio (ansiedad depresiva por abandono del vínculo anterior y ansiedad paranoide creada por el vínculo nuevo y la inseguridad consiguiente). En el grupo operativo coinciden el esclarecimiento, la comunicación, el aprendizaje y la resolución de tareas con la curación, creándose así un nuevo esquema referencial"[4].

Los Grupos Operativos se introdujeron rápidamente en la enseñanza en las facultades de Medicina, Psicología y otras carreras. Los docentes, que no recibían entrenamiento en pedagogía, empezaron a realizarla en manejos de grupos: poder pensar sobre las dificultades del grupo en la tarea y, cómo se desarrollaba el ECRO apropiado para cada grupo. Esta terminología, como su técnica, se popularizó durante la década del sesenta.

E. Pichón Rivière fundó un año después la Escuela Privada de Psiquiatría Social que, con el tiempo, se transformó en la Escuela de Psicología Social. La importancia de su práctica y su pensamiento generó discípulos como F. Ulloa, J. Bleger, D. Liberman, E. Rolla y muchos otros de la siguiente generación, entre quienes podemos citar a Armando Bauleo y Hernán Kesselman. Estos, pertenecientes al campo del psicoanálisis, serán los agentes multiplicadores de esta nuevo abordaje grupal que se extendería hasta límites impensables en la década del sesenta.

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[1] El presente texto se basa en una investigación que los autores están realizando, hace más de dos años, sobre la Salud Mental en la Argentina desde 1957 hasta 1982.

[2] Pichón Riviere, Enrique; Bleger, José; Liberman, David y Rolla, Edgardo, “Técnica de grupos operativos”, Acta Neuropsiquiátrica Argentina, vol. VI, N° 1, marzo 1960, Buenos Aires.

[3] Idem cita 5

[4] Idem cita 10. Por otro lado, el Dr. Armando Bauleo recordando este trabajo comentaba su importancia histórica: "No podemos negar que Pichón crea los grupos operativos en el año 1948 pero su gran aplicación y, de lo que siempre habló, fue de la experiencia en Rosario en 1958. Porque aunque los crea en el hospicio, quería ver si los grupos en serio eran operativos, si había transmisión de información. Cuando en la experiencia en Rosario junta esa cantidad de gente puede observar su efectividad. Es que Pichón Rivière era un curioso terrible. Ve como transita la información entre los grupos porque hace grupos alternados: hay gente de lo más diversa, desde profesionales hasta estudiantes y boxeadores. Entonces puede vislumbrar ahí lo que intuía. No sólo la transmisión de información sino también cómo la heterogeneidad en el grupo puede alcanzar una homogeneidad sobre una tarea específica que hacía que éstos tipos que provenían de los más diferentes lugares, bruscamente pudieran encontraron algún código para comunicarse en los grupos operativos”. Entrevista realizada por los autores.


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Parte III

Psicoanálisis en las Américas

La crisis política y social había llevado a la realización de golpes militares que interrumpieron los gobiernos de Arturo Frondizi (1958-1962) y de Arturo Illia (1963-1966), los cuales habían ganado debido a la proscripción del peronismo1 Las huelgas y manifestaciones obreras y estudiantiles fueron una constante en la lucha por reivindicaciones políticas y sociales. En 1966 asumió la presidencia el General Onganía con el objetivo de iniciar un proceso de adecuación de la estructura social y económica de la Argentina a las necesidades del capital financiero internacional y establecer la Doctrina de Seguridad Nacional. Para ello necesitaba imponer una dictadura corporativa con el apoyo de grupos de la derecha católica cuya intención era quedarse durante muchos años. Así anuló las actividades del Congreso, subordinó el poder legislativo al ejecutivo, intervino todas la provincias y prohibió la libertad de expresión. Onganía llevó adelante una política económica que generó más descontento social que fue respondido con una violenta represión en todas la áreas de la sociedad. Se quiso imponer el orden persiguiendo a jóvenes por tener pelo largo, a parejas por besarse en las plazas, quemando libros por subversivos o pornográficos y cerrando publicaciones por caricaturizar al dictador. Una de las primera medidas fue intervenir las Universidades Nacionales. En la Universidad de Buenos Aires esta se llevó a cabo con carros de asalto de la policía que reprimieron por igual a alumnos, profesores e investigadores en lo que se conoce como "La noche de los bastones largos". Esta situación provocó la renuncia masiva de profesores y el desmantelamiento de todos los Centros de Investigación en las universidades.

Es en esta época, y con este clima social y político, que se realizó entre el 31 de julio y el 4 de agosto el Segundo Congreso Panamericano de Psicoanálisis donde intervinieron especialistas de toda América. El presidente de APA era Emilio Rodrigué2. El debate se centró entre los psicoanalistas kleinianos –en especial latinoamericanos, exceptuando los de México- enfrentados con los de la psicología del self -cercanos a Anna Freud- de la escuela norteamericana como Heinz Kohut, Leo Rangell, Elizabeth Zetzel y Phyllis Greenacre. Emilio Rodrigué aclaró en las palabras de apertura que "el problema para el intercambio de ideas en un Congreso es que llegamos a él lógica e ineludiblemente con una posición tomada...el riesgo está en el prejuicio y la falta de información sobre la contraparte ideológica". Los temas tratados fueron "El proceso Analítico" y "Transferencia y Contratransferencia. Aspectos teóricos y clínicos". 3 Ante el golpe de Onganía, el Comité Organizador "resolvió adaptarse a las circunstancias cambiantes que llevaron a la inestabilidad que creó una revolución en el país pocos días antes del Congreso. Esta labilidad favoreció la posibilidad de trocar la sede del congreso y se alcanzó con los minutos contados a la ejecución de la programación escrita definitiva". Quien no estuvo en la presentación fue Mauricio Goldenberg, suponemos que debido a la situación de la UBA ante "La noche de los bastones largos". En el desarrollo del encuentro se pudo dar un intercambio de ideas y perspectivas que permitieron llegar a acuerdos en el trabajo clínico pero no en lo teórico. La comunicación pudo desarrollarse más en los pequeños grupos de discusión que en los grandes paneles.

Previamente, en el mes de junio, se había realizado en la APA el Segundo Congreso interno y Décimo Simposium con la misma temática. Allí se había reafirmado la hegemonía de la perspectiva Kleiniana, la cual estaba representada en la Comisión Directiva por Emilio Rodrigué, Marie Langer y León Grinberg, quienes fueron los compiladores del libro con los trabajos más importantes del Congreso. Este se publicó un año después con el nombre de "Psicoanálisis en las Américas".


Parte IV

El Cordobazo: Los psicoanalistas y la política

Mientras la sociedad empezaba a sentir los efectos de una política económica que disminuía su nivel de vida, la clase media se sentía desalojada de un espacio de ascenso social como era la Universidad. La idea “cientificista” - como se la denominaba en esa época- dejaba paso a un cuestionamiento de las teorías hegemónicas como el funcionalismo sociológico, el conductismo y el psicoanálisis kleiniano. Fue la época en que se organizaron grupos de estudio privados, ante el vaciamiento de la Universidad, que introdujeron los debates que llevaban adelante Althusser, Levy Strauss, Lacan y Foucault en Francia. También se conocieron las experiencias de la antipsiquiatría que realizaban F. Basaglia en Italia y R. Laing y D. Cooper en Inglaterra. Así como, el pensamiento psiquiátrico sobre Comunidades Terapéuticas de Maxwell Jones, E. Goffman en EEUU y F. Fanon en Argelia. El libro “El miedo a la libertad” de E. Fromm fue un Best Sellers de esos años. Los intelectuales se encontraban influidos por la ideas de libertad y justicia social de los primeros años de la Revolución Cubana, las grandes manifestaciones pacifistas en EEUU contra la guerra de Vietnam y el Mayo Francés de 1968.

En el “campo de la Salud Mental” la burocracia sanitarista en el Instituto Nacional de Salud Mental consintió el Plan de Mauricio Goldenberg para la Capital Federal que proponía la formación de servicios de Psicopatología en los hospitales generales y Centros de Salud Mental. Además, no impidió la creación de Comunidades Terapéuticas en los hospitales psiquiátricos. Obviamente, esta política se llevaba a cabo mientras se favorecían a las clínicas privadas y se mantenían los manicomios. Pero esta situación llevó a que se realicen experiencias de Comunidades Terapéuticas y Centros Comunitarios que fueron más allá de lo que la dictadura permitía.

En este clima político se sucedieron permanentes huelgas y manifestaciones en todo el país, que fueron violentamente reprimidas con muertos, heridos y centenares de detenidos. El 29 de mayo de 1969 se realizó un paro activo en la ciudad de Córdoba que tuvo como consecuencia una rebelión de los obreros y estudiantes con el apoyo de los sectores medios. Estos lograron controlar la ciudad hasta el otro día, en que debió intervenir el ejercito[1]. Aunque provocado, el Cordobazo había sorprendido a todo el mundo: nadie lo esperaba. Era el principio del fin de la dictadura de Onganía. Comenzaba un mito. El Mayo del 68 en Francia había tenido su replica en Córdoba. De esta manera se inauguró un nuevo período en la luchas sociales y políticas al crearse las organizaciones de base y clasistas. Las formas en que se metaforiza el Cordobazo dependerán de la interpretación política que se realice. Su importancia se debe a la carga simbólica de un acontecimiento que llevó a crear un imaginario donde era posible la transformación de la sociedad. La idea dominante iba a ser que la política era la fuerza que daba sentido a cualquier práctica.

El Cordobazo marcó un antes y un después en la salud mental. A partir de ese momento se transformaron las luchas ideológicas y teóricas. La política tomó el centro de la escena. Fue el fin de una época y el comienzo de otra.

La implicación de los llamados “Trabajadores de Salud Mental” cambió cualitativamente a partir de ese hecho. Pensamos que esa denominación (TSM), fue uno de los emergentes de los sucesos de mayo del 69. El identificarse como parte de los trabajadores, más que como profesionales de la salud mental. El “ser trabajadores” permitió pensar en que el cambio social y político eran posibles. Y la pregunta de los TSM era ¿se apoyarán los cambios o se irá contra ellos?. De esta manera se acrecentaron las reflexiones sobre la sociedad, la política, violencia, agresión, etc.

Los TSM siguieron con atención y una implicación pública, impensable previamente a los acontecimientos de mayo. Por ejemplo la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) y la Federación Argentina de Psiquiatras (FAP) tomaron medidas activas en relación a los acontecimientos políticos.

En la APA, “El cordobazo” tuvo consecuencias duraderas. Para ese momento –como planteamos anteriormente- la institución atravesaba una crisis de crecimiento por el aumento considerable y constante de sus miembros. Comenzaba el debate acerca de la estructura interna de la Asociación, y sus relaciones con el “afuera” del consultorio. Pero en este momento lo social y lo político tomaron una presencia insospechada en relación a los años anteriores. Se publicó la primera solicitada y, en cierto sentido, algo cambió al decir de una de sus fundadoras, Marie Langer: “En ese entonces el Instituto de Psicoanálisis se adhirió a la huelga general, declarada contra la represión violenta de obreros y estudiantes, y Jorge Mom, como presidente de la Asociación, hizo pública nuestra protesta. Desde entonces un número significativo de analistas aborda el tema social abiertamente y de una nueva manera”.[2]

Ante la creciente represión realizada por la dictadura, en la que mueren varios estudiantes de diferentes lugares del país, la APA realizó su única “huelga” y publicó una declaración de repudio a la represión desatada por la dictadura que aparece en diferentes diarios del país.[3]

Mientras la Confederación General de los Trabajadores (CGT) realizaba una huelga general la APA decretó un día de duelo en la institución por los estudiantes asesinados. Además recomendó que los analistas realizaran un paro en sus propios consultorios. Este consistía en que el terapeuta esperaba a sus pacientes en su consultorio y le explicaba las causas por las que no atendía. Sin embargo no todos realizaron la huelga.[4] Esta inédita medida fue producto de un debate interno en el que un grupo de analistas sostenían la implicación del psicoanálisis en la problemática social y política. Este no era un grupo homogéneo, ya que participan de diferentes pertenencias institucionales, teóricas y políticas.

A fines de julio de ese mismo año se celebró el Congreso Internacional de la IPA en Roma. Los analistas Armando Bauleo y Hernán Kesselman adhirieron, como miembros fundadores, en el grupo Plataforma Internacional, el cual realizó un “Paracongreso” que cuestionaba la política oficial de la IPA no solo en relación a la formación de los analistas, sino también en cuanto a la necesidad de un compromiso con la luchas que se realizaban en diferentes países del mundo. No puede desligarse este hecho del clima comprometido surgido en Europa a partir del Mayo Francés de 1968. Marie Langer diría años después: “El Congreso estaba cargado con todo el clima del 68; para nosotros, los argentinos, no sólo estaba lo que sabíamos del 68 en el mundo: llevábamos con nosotros el cordobazo junto con la perplejidad frente al asesinato de Vandor, líder sindical dispuesto a pactar con los militares, ocurrido apenas un mes antes, en desafío abierto al gobierno militar”[5].

De esta manera a partir de la iniciativa de A. Bauleo y H. Kesselman se formó la filial argentina del Grupo Plataforma con 11 analista de la APA. La situación social y política en el país tenía diferentes perspectivas en el interior de la institución. Por ello se convocó a una Jornada interna que se realizó el sábado 20 de setiembre. Su título: “Violencia y Agresión”. Este era el tema propuesto para el 8° Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis que se iba a realizar a fines de 1970 en Porto Alegre, Brasil.

En el debate apareció una nueva divisoria de aguas entre los miembros de la institución. Para un grupo se trataba de pensar lo social y lo político dentro del psicoanálisis y de la institución psicoanalítica. Para el otro grupo, se imponía considerar la dimensión política y social de los psicoanalistas.

El presidente Jorge Mom abrió la jornada con un discurso de conciliación de ambos grupos. Proponía pensar la violencia y la agresión desde el psicoanálisis, pero a la vez insinuaba una autocrítica de la actitud “neutral” de la APA a lo largo de su historia. Luego se reunieron en pequeños grupos operativos para discutir la temática. Las ideas surgidas en cada Ateneo mostraron la creciente y agresiva discusión entre ambos sectores de la institución. Psicoanalistas pensando desde esquemas psicoanalíticos lo social, enfrentados a quienes comenzaban a incluir lo social y lo político dentro del psicoanálisis. La supuesta neutralidad del analista como “pantalla de la proyecciones” del paciente, y sin compromiso social estaba en jaque. En uno de los grupos se dijo: “¿No ocurrirá que la “desideologización” que se considera paradigma de no-prejuicio del analista es al final de cuentas una ideología al servicio del no-cambio? Se corre el riesgo de extrapolar y pretender que el psicoanálisis explique todos los fenómenos sociales”. El nuevo grupo Plataforma era el que llevaba la voz cantante de la inclusión de lo social dentro del psicoanálisis.

En noviembre de 1969, Gilou García Reinoso presentó en la APA su trabajo: “¿Violencia y Agresión? o bien ¿Violencia y Represión?”, surgido a partir de la candente temática de la violencia y de cómo incluir lo social en el psicoanálisis. El extenso trabajo abordaba la pregunta: “¿De qué manera abordo, incluyo, pienso, conceptualizo, la violencia y la agresión en mis teorías, en mi práctica?”. Revisó las teorías primero, y cerró el trabajo con un material de un grupo terapéutico, en el cual se mostraban las reacciones ante una sesión en un día de huelga posterior a “El Cordobazo”, en la que la analista igualmente atendió.

Se avecinaba el Congreso, y para muchos analistas el tema del Congreso en Brasil, en octubre de 1970, fue decisivo en los hechos que sucederían. Lo que pasó es que para no molestar a la dictadura instalada en Brasil desde 1964, se había cambiado el tema de “Violencia y Agresión” por “Corrientes actuales en el pensamiento psicoanalítico”.

La versión de los hechos que aparece en Cuestionamos 2 dice [6] que la APA se opuso a este cambio de tema, y que concurrió con un relato oficial con el mismo título que el tema del congreso, pero en él sus autores cuestionaban un psicoanálisis “adaptativo” o “asimilado” al sistema social.[7]

En cambio, Gilou García Reinoso recordó que la APA no se opuso al cambio de tema, y sostiene: “Para mí empezó todo en el momento en que había ese Congreso en Brasil. Un congreso cuyo tema original era Violencia y Agresión, que era un tema muy kleiniano. Entonces los brasileños mandaron decir que no había condiciones políticas para tratar ese tema por la dictadura. Empezaron a dividirse las aguas en la APA, porque Diego García Reinoso y Eduardo Pavlovsky, tomaron la voz cantante para decir que si no había condiciones para hacer ese tema en Brasil, había que cambiar de lugar. Y la mayoría dijo que había que cambiar de tema. Y ahí ya fue una cosa muy pesada. .... nos indignó. Teníamos la sensación que la ética se había ido al carajo.”[8]

Más allá de las diferencias en las versiones, la APA siempre había tratado de guardar una aparente neutralidad, no sólo frente a los pacientes, sino en la sociedad. Neutralidad que rozaba la complacencia con el sistema. Esto había sido puesto a prueba con el Cordobazo. La solicitada y la huelga habían ido demasiado lejos para una institución que, durante toda su historia bajo estas categorías analíticas siempre cuidó de sí misma. Pero había algunos analistas que ya no acordaban defender a “la gran familia” por sobre todas las cosas.

Luego de estos y otros hechos los grupos Plataforma y Documento dejarían la APA. Se publicarían los dos tomos de “Cuestionamos”. Las enseñanzas de Lacan se expanderían. La política sería protagonista. Se dividirían diferentes grupos con oposiciones insalvables. La violencia se expandería año a año. La década del 70 estaría con todo su fuego.

Pero esa ya es otra historia...


[1] Uno de los dirigentes sindicales cordobeses más importantes de esa época fue Agustín Tosco. Este relató a los periodistas los hechos que se fueron sucediendo en esa jornada: “El comercio cierra sus puertas y las calles se van llenando de gente. Corre la noticia de la muerte de un compañero, era Máximo Mena del sindicato de Mecánico. Se produce el estallido popular, la rebeldía contra tantas injusticias, contra los asesinatos, contra los atropellos. La policía retrocede. Nadie controla la situación. Es el pueblo. Son las bases sindicales y estudiantiles que luchaban enardecidos. Todos ayudan. El apoyo total de toda la población se da tanto en el centro como en los barrios...El saldo de la batalla de Córdoba –El Cordobazo- es trágico. Decenas de muertos. Cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un pueblo florecen y marcan una página en la historia argentina y latinoamericana que no se borrará jamás.” Tosco. Escritos y discursos, selección de trabajos por Lannot, Jorge, O; Amantea, Adriana y Sguiglia, Eduardo, editorial Contrapunto, Buenos Aires, 1988.

[2] Memoria, historia y dialogo psicoanalítico, Folios editores, Buenos aires, 1984.

[3] “Frente a los hechos que enlutan al país, la Asociación Psicoanalítica Argentina, institución científica cuya tarea fundamental es el esclarecimiento de las motivaciones de la conducta humana, asume la responsabilidad de alertar a los poderes públicos ante el gravísimo peligro que entraña la incomprensión de la situación actual.

Es preciso comprender que los movimientos juveniles siempre expresan necesidades y anhelos que importa atender y respetar.

La juventud que es nuestra prolongación y trascendencia requiere, para su desarrollo individual y colectivo, las condiciones óptimas de libertad y dignidad humana.

La represión violenta e indiscriminada que ya ha costado vidas, tiende a crear condiciones irreversibles de desorganización y caos que pueden servir de pretexto para mayores excesos de poder. En estas condiciones la fuerza anula las potencialidades del país y se torna autodestructiva” 28 de mayo de 1969, Presidente, Dr. Jorge M. Mom.

[3] Memoria, historia y dialogo psicoanalítico, Folios editores, Buenos Aires, 1984.

[4] Algunos analistas que participaron de la misma recuerdan: “Muchos de los que no hicimos la huelga nos apañábamos en no perturbar el encuadre analítico. Pero en realidad creo que era por el temor que teníamos a mostrar una ideología con los pacientes, como si esto pudiera evitarse. En ese momento éramos muy sometidos a nuestros propios analistas didactas. La solicitada fue firmada por la Comisión Directiva. Creo que nuestros analista didácticos nos metieron su propia ideología en esto.” relata Sofía Bekman. Por otro lado Juan Carlos Volnovich nos dice: “Lo de la huelga fue un disparate total: ¡una huelga en el consultorio privado!. Se obedeció de acuerdo al analista didacta de cada uno. Era una medida medio loca pero si tu analista y tu supervisor adherían vos también. Pese a ser una época de mayor implicación de los psicoanalistas, tengo la impresión que todo llegaba muy atenuado a la APA”. Entrevistas realizadas por los autores.

[5] Idem cita 20

[6] “En el terreno de la producción científica nuevos acontecimientos enmarcaban y permitían retomar el proceso desde otro ángulo. En octubre de 1970 había sido convocado en Porto Alegre el 8º Congreso Psicoanalítico Latinoamericano. El tema original ‘Violencia y Agresión’ fue cambiado, por decisión de la mayoría de las Asociaciones concurrentes, por el menos urticante de ‘Corrientes actuales en el pensamiento psicoanalítico, con el voto en contra de la Asociación Psicoanalítica Argentina(subrayado nuestro). Las cúpulas de las asociaciones brasileñas, por cuya iniciativa se había efectuado el cambio de tema, tenían cargos oficiales que perder y su miedo expresaba su grado de compromiso con el régimen de terror policíaco local. La Argentina concurrió con un relato oficial que fundamentaba desde una formulación teórica la direccionalidad de la práctica social del psicoanálisis que realizaba la institución. Pero un grupo de psicoanalistas didácticos hizo pública su decisión de no participar del congreso: ‘Yo pienso que no se puede tergiversar un punto de urgencia en psicoanálisis sin falsear todo el campo. El punto de urgencia surgido en Colombia fue Violencia y Agresión. El cambio significa que el sistema imperante en Brasil impide que se pueda tratar oficialmente en un congreso científico un tema psicoanalítico(...) (Surge un) nuevo punto de urgencia. (...) El tema elegido (cambiado) nos parece entonces como una transacción, como un síntoma’ (Intervención de D. García Reinoso en el debate sobre el relato oficial de la APA a dicho Congreso)”. Braslavsky, Manuel y Bertoldo, Carlos “Apuntes para una historia reciente del movimiento psicoanalítico argentino” en Cuestionamos 2, Editorial Granica, Buenos Aires, Argentina, 1973.

[7] Allí sus autores proponían que “una corriente actual redescubridora debe postular que la crisis del psicoanalista ha de convertirse en un objeto preferencial de investigación psicoanalítica”. Culminaban diciendo: “Los autores del presente trabajo entienden que esta corriente redescubridora (la propuesta por ellos), que incluye cuestionamientos en todos los órdenes del psicoanalista, del psicoanálisis, de su ubicación en la crisis moderna, permite más que las pertenencias a áreas geográficas o a escuelas, enfocar las corrientes profundas del pensamiento psicoanalítico” Baranger, Madeleine; Baranger, Willy; Campo, Alberto y Mom, Jorge, “Corrientes actuales en el pensamiento psicoanalítico”, ficha interna de la APA, 1970.

[8] Entrevista realizada por los autores.

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