Freddy Quezada

(Reproducción con autorización del autor)

Una mapa de ruta para entender el pensamiento contemporáneo, desde el post estructuralismo francés de Sasurre, Lévi Strauss, Barthes, Foucault, Deleuze y Baudrillart, entre otros, hasta la derecha neoliberal de Fukuyama, Toffler, Huntington y Negroponte, sin olvidar otras corrientes como los libertarios Rawls, Macintyre y Etzioni y otros.

NOTAS EN ESTA SECCION
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NOTA RELACIONADA
Freddy Quezada y Aurora Suárez - Introducción al debate contemporáneo


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EL PENSAMIENTO CONTEMPORANEO

EL PENSAMIENTO CONTEMPORANEO

Prólogo por Alejandro Serrano Caldera

El libro de Freddy Quezada, El Pensamiento Contemporáneo, es un singular esfuerzo de presentación, y yo diría de ordenamiento, aunque esto pueda parecer contradictorio con las teorías del caos, de las principales ideas que surgen frente al imperio y autoridad de la razón moderna.

Desde los inicios del pensamiento contemporáneo inaugurados de alguna forma con la Condición Post Moderna de Jean Francois Lyotard, hasta las más recientes expresiones del pensamiento que le suceden, se encuentran tratados con la sencillez y claridad que la naturaleza de los temas permite.

La condición post moderna de la que nos habla Lyotard, es la incredulidad respecto de los relatos y meta relatos, la deslegitimación del discurso especulativo y emancipatorio, y, como consecuencia, la crisis de la metafísica.

La hipótesis de Lyotard es la siguiente: “el saber cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la edad llamada post moderna. Este paso ha comenzado cuando menos desde fines de los años 50, que para Europa señala el fin de su reconstrucción... El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya asignado: relato especulativo, relato de emancipación”.

Jacques Derrida, en sus reflexiones sobre Heidegger contenidas en su obra Del Espíritu: Heidegger y la Pregunta, desmonta desde una cierta visión heideggeriana la arquitectura conceptual y metafísica del espíritu y a partir de ahí, considero, se inaugura un proceso de deconstrucción progresiva que desintegra los grandes sujetos del pensar y del actuar de la metafísica y de la historia.

No obstante, Derrida toma distancia del sentido que le confiere Martín Heidegger, para quien “deconstrucción” equivale a “destrucción” y del que le atribuye Sigmund Freud que la equipara a “disociación”.

Tanto la “destrucción” de Heidegger, como la “disociación” de Freud, terminan en la disolución del concepto o de la forma que se deconstruye. En cambio para Derrida el sentido de descomponer el todo en sus partes, abre múltiples caminos para “analizar las estructuras sedimentadas que forman el elemento discursivo”.

Gianni Váttimo en su obra Más Allá del Sujeto: Nietzsche, Heidegger y la Hermenéutica, nos habla de la “ontología del declinar” y nos pregunta si esta renuncia a la historia no es más que un anclaje en el pasado y un rito inconsciente y nostálgico.

“Aquí, dice, el problema que se abre y que estos trabajos dejan abiertos es: ¿ontología del declinar, hermenéutica o, como también pienso que se debe francamente decir, nihilismo, no comparten una renuncia a la proyectualidad histórica en nombre de un puro y simple culto de la memoria, de la huella de lo vivido?.

La influencia de estos tres filósofos europeos ha sido determinante para la formulación de eso que se ha dado en llamar filosofía post moderna y que yo preferiría denominar trans moderna.

No obstante este, es solo el inicio, o al menos una manifestación de un complejo proceso si es que queremos superar la idea lineal de su desarrollo, en el que destacan múltiples corrientes que Freddy Quezada estudia en su trabajo.

Entre ellas, el post estructuralismo francés, el nihilismo clásico alemán y el vanguardismo estético europeo. Pero también, el post colonialismo, las teorías dinámicas no lineales, las teorías holísticas, el pensamiento del cartógrafo, el pensamiento contemporáneo de Nicaragua y, finalmente, un modo de aplicación del pensamiento contemporáneo, a través de lo que el llama Diez Tesis “poderiales” sobre América Latina.

Sin duda de utilidad es la presentación de tesis y autores lo que permite formarse una idea panorámica del desarrollo del pensamiento contemporáneo a partir del post estructuralismo francés, F. Sasurre, C. Lévi Strauss, R. Barthes, M. Foucault, G. Deleuze, Baudrillart, entre otros, y del movimiento llamado “deconstruccionesta”, con Derrida a la cabeza, pasando luego por la derecha neoliberal de Fukuyama, Alvin Toffler, Samuel Huntington y John Negroponte, para nombrar a los autores que el menciona, siguiendo con los denominados libertarios con John Rawls, Alasdair Macintyre y Amitai Etzioni y muchos otros más postcoloniales, holísticos, etc.

En cuanto al pensamiento contemporáneo en Nicaragua, Quezada, desde su propia perspectiva, hace su particular interpretación de autores y pensamientos, lo que le lleva también a una singular clasificación, como lo son todas las clasificaciones, de marxistas, blandos, drásticamente cambiados, neoliberales y post modernos, en un esfuerzo nada deconstruccionista ni post moderno, sino más bien sistematizador y metódico, dentro de lo que en su perspectiva representa el orden y el método.

Finalmente se refiere a lo que él llama Diez Tesis “Poderiales” sobre América Latina, sin duda originales pues su primera tesis enuncia, precisamente, que América Latina no existe, pero a pesar de ello sobreviven las restantes nueve tesis que podrían suponerse anuladas por la primera.

Sin duda el libro de Freddy Quezada es un libro interesante y útil, escrito con el estilo particular del autor que discurre entre el sociólogo investigador y l´énfant terrible de no buscada factura Baudeleriana. Saludamos con mucho aprecio el esfuerzo de Freddy y esperamos, que, como sin duda su autor desea, abra un interesante debate entre los intelectuales nicaragüenses.

Alejandro Serrano Caldera


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La otra igualdad

Por Freddy Quezada

Me parece que fue Neil Armstrong, pero no el trompetista, como solía confundirlos mi padre, aunque pensándolo bien, debió ser Louis el que pisara por primera vez la luna. Un negro tocando con su trompeta melancólica (de preferencia la Chica de Ipanema) teniendo de fondo la Tierra, sería más digno de recordarse hoy, que tres blanquitos brincando como canguros, buscando en qué maduro dejarse caer, en todos los televisores blanco y negros de aquel planeta peludo, marihuanero y revolucionario de 1969.

Fue Armstrong, decía, quien se impresionó (según sus biógrafos este astronauta le impresionaba hasta la sopa de frijoles) más de lo debido con la Tierra y en un arranque entre místico y nihilista, se puso a pensar desde el satélite sobre la vanidad de los poderosos, las desigualdades y las diferencias sin sentido entre los seres humanos. Claro, cuando uno convierte su objeto de reflexión en una esfera azulada, pequeña y homogénea, tiene por fuerza que pasar a un nivel donde las diferencias no importan. El fenómeno me recordó un poco la ya remanida teoría del caos (¡cielos, así que ya envejeció!) donde un punto, visto de cerca es un ovillo con un conjunto de hebras que, a su vez, observadas más profundamente, son hilos con puntos de nuevo, y así sucesivamente. Toda la lógica del universo es como un juego de muñecas rusas, unas dentro de otras y al final de la más pequeña, como en las cebollas, no se encuentra nada. Sólo entonces uno cae en la cuenta que lo importante son las articulaciones entre las personas y de ellas, sus relaciones de poder a través de los que nos imaginamos de nosotros mismos y de los demás. De aquí que, haya que ver detenidamente las estrategias de un narrador (es) y la perspectiva desde dónde dice qué cosa y a quiénes quiere hacerles creer que lo que piensan es lo más propio de lo que pueden enorgullecerse, hasta el grado de sacrificar la vida propia y las ajenas si alguien piensa privárselo.

La igualdad moderna es un invento francés. Probablemente el rubro que más han sabido exportar los europeos a sus colonias y después al mundo entero, cuando ya no lo podían dominar enteramente. En tres siglos, del XVIII al XX, la igualdad se convirtió en un artículo de fe y una cosa tan sagrada como el propio Dios. Marx, ese furúnculo en los esfínteres de la burguesía, como él quiso ser recordado por ella, desenmascaró a la igualdad como una hipocresía del sistema capitalista, pero no la denunció para revelar su carencia de contenido, sino para recuperarla en un sistema superior de producción como el socialismo, fortaleciendo aún más la ilusión de que la igualdad de verdad existiría algún día, en virtud de un destino o una naturaleza que nos es inherente y a la cual desde dentro (porque todos nacemos iguales) y hacia fuera (por que también vamos hacia ella corrigiendo así los defectos del nacimiento) estamos inexorablemente consagrados a perseguirla.
La diferencia entre cosas diferentes es la igualdad, pero una tal que no se busque a sí misma, como la relación entre diferencias que es, sino que se detenga para disolverse. El feminismo en todas sus variedades, pero también los estudios de la cultura, la antropología postmoderna, los estudios subalternos y hasta los postcoloniales, desgarraron varias capas de la cebolla, bastando, con todo, detenerse a observar bien sólo una de ellas y, sin embargo, los necios y necias, siguen despojando capas tras capas buscando lo que vienen de destruir: la igualdad.

La igualdad es la gran ilusión de la modernidad que fue pasando del S. XVIII al XX, debilitándose cada vez más por dos razones: por la diferencia que, subalternizada a ella como obstáculo y defecto (desde las mujeres hasta las colonias, pasando por los campesinos y las etnias), empezó a liberarse en nombre de lo que la propia igualdad le había enseñado y, por el otro lado, el quebrantamiento de las propias promesas de la igualdad.

Después llegaría la diferencia en los hombros del postmodernismo europeo y norteamericano que dominaría las mentes y los grupos con los problemas de identidad y poder en una orgía de separaciones infinitas hasta hacer estallar el mundo y reducirlo a un campamento de astillas. Algunos hijos de casa en el seno de los imperios, estudiantes brillantes de las ex – colonias, tomarían las diferencias cargadas de virtud por sus anfitriones y le aplicarían sus propias enseñanzas, encontrándose con otro jueguito más de los intelectuales occidentales, desgarrándose entre reconocer el callejón sin salida por la vía de renunciar al sentido o regresar de nuevo al camino trillado de la vieja igualdad heredada por los imperios a los emancipadores de sus colonias de origen. Los inmigrantes ilustrados son ahora los ciudadanos del mundo que soñó Tom Payne, pero terminaron siendo tristes, incómodos y sospechando de todo. Curioso camino de vuelta de estos intelectuales que dieron cabida en sus imaginarios a la diferencia como categoría de poder (no ontológica), pero que jamás se desprendieron de esa promesa por ver a sus países con niveles socioeconómicos dignos y al menos parecidos al de los países metropolitanos donde sufren por no ser completamente ni de aquí ni de allá en un exilio de todos los lados, sin sacar las lecciones sencillas de este destierro por partida doble: que no hay diferencias pero tampoco igualdad.

Entonces, ¿cuál es esa otra igualdad de la que se viene hablando? Si de verdad hubiese llegado Louis Amstrong a la luna, como se lo merecía y como él nos hacía visitarla con sus notas, levantaría hoy la cabeza para verla, como recuerdo que hacía mi padre al salir algunas noches después de pisar con fuerza su cigarillo, y escuchar ese jazz imaginario que hubiese ejecutado para reconocer, mientras camino bajo su luz, que la otra igualdad, sin ilusiones ni promesas, es la diferencia, pero una tal que no se persiga a sí misma para no tropezarse y caer.


El infierno de los excluídos

Por Freddy Quezada

Releyendo a Fernando Mires (Discurso de la miseria), del que he tomado algunas de las ideas abajo detalladas, he pensado cuánto de audaces tenían los pensadores entre la caída del Muro de Berlín y la de las Torres Gemelas. Se puso en duda todo. Incluso lo más intocable en nuestra cultura: la ciencia. Por algún lado a esto le llamé interregno postimperialista. Verdaderamente atrevidos, visto desde hoy donde hay más reposo, más calma, más ilusión de firmeza y en que vuelven a cobrar, otra vez como manía de la memoria, las costumbres o el vicio, los mismos despotismos y autoritarismo de siempre.

Mi buen amigo Mires, critica y desconstruye toda las miserias de nuestra sociología del desarrollo. Dice algo que es muy cierto: las propuestas, elecciones y construcciones de los actores sociales como eje de una esquema responde, más que a racionalidades científicas, a factores de poder, cultura e imposiciones por la vía seductora y demostrativa de las ciencias. Algo parecido digo en mi obra El Pensamiento contemporáneo cuando pongo en duda que América Latina exista y que los “pobres” sean un concepto útil.

Así, la economía de cierto modo es la que origina al resto de las ciencias sociales que empieza a dominar el horizonte cuando se nos impone, y la hacemos nuestra, la modernización, el progreso, el desarrollo, la industrialización y ahora el desarrollo sostenible.

A un esquema especifico responde la colocación de los distintos actores que van desde la integración cultural en los recién nacidos estados latinoamericanos (donde lo fundamental es “civilizar” a los bárbaros que son los indígenas y otros sectores diferentes) hasta los modelos en que el Estado nación es el eje, incorporando a la masas campesinas (con el modelo hacia afuera) y después a los sectores urbanos por medio de lo esquemas de la industrialización sustitutiva (obreros y pobres urbanos).

Después del derrumbe del socialismo y la crisis del Estado, vendrían los "otros", los diferentes, incluyendo a los sectores por donde comenzó todo: las etnias. El círculo se cierra.

Cada esquema produjo por medio de intelectuales, universidades, iglesias, institutos de investigación, partidos, Estado, ONG`s y medios de comunicación, sus propios excluidos, marginados, informalizados, desintegrados y diferenciados. Es clave identificar la centralidad del esquema defendido o censurado para ver el lugar que ocupan los marginados de turno.

Por ejemplo, los grupos autóctonos fueron eliminados primero, mestizados luego o “integrados” después, presentando un discurso civilizador francófilo o anglófilo deseable, soportado por una oligarquía criolla desde un Estado patrimonialista, vertical y excluyente.

A continuación, los modelos desarrollistas crearán como entorpecedores de la modernización, siempre con la colaboración de poderes y saberes ilustrados, al campesinado (en el tiempo) y a los pobres urbanos (en el espacio) como los marginados típicos que, otros esquemas, sin perjuicio de compartir con ellos los mismos valores desarrollistas, les atribuirían características prometeicas y redentoras.

Luego, con el derrumbe del socialismo, la marginalización se trasladará, producto de los esquema neoliberales, “dentro” del sistema, hasta determinar al sector informal que, de nuevo, otras corrientes le encontrarían virtudes empresariales y mesiánicas, como fruto de la desintegración de un Estado populista, el arrojo de miles al desempleo (estos serán los nuevos “pobres”) y la búsqueda de estrategias de sobre vivencia.
Simultáneamente, dos corrientes opuestas rivalizarán al determinar, la escéptica, que dominan el escenario una desintegración de todos los sectores sociales, en una especie de ley de la selva, buscando de nuevo en el Estado a un salvador y, otra, la optimista, que buscará las luces de nuevos movimientos sociales que la mantendrán esperanzada en una lógica de cambios. Ambas, a pesar de su oposición, coincidirán en la autonomía de los actores sociales.

Por último, una corriente que acepta un orden globalizante y neoliberal, pero que lo desafía desde actores “diferentes” (explotados, invisibilizados, oprimidos, excluidos, marginados e informalizados) que reclamarán derechos dentro de lógicas de consensos y diálogos articuladores de diferencias.

Todos estos paradigmas están fuertemente condicionados por modelos económicos (la tradición la inicia la
CEPAL), de aquí que los economistas se conviertan en los directores de las políticas públicas que las demás ciencias sociales y jurídicas (antropología, sociología, política, historia, psicología social, derecho, ciencias de la comunicación, etc.) se limitarán a auxiliar y en muchos casos a construir, con el permiso o no de ellos, a los personajes centrales y marginales de los esquemas.

Los cuatro modelos

A excepción del último, de los abajo detallados, debilitado porque lleva un apellido que se cree correctivo, todos están profundamente condicionados por un sentido último, evolucionista y ascendente de desarrollo. Hay una línea que se abre con los “indígenas y pobres” y se cierra con ellos, pasando por los campesinos, obreros, pobres urbanos, las mujeres y, hasta donde vamos, la ecología, la niñez, el trabajador informal y, otra vez, los grupos étnicos y los “pobres”.

Prácticamente el viaje de los “marginados” (esas construcciones redentoras y salvíficas de los ilustrados) va de una cultura integradora y homogenizante (desde un Estado centralista y autoritario) a una cultura diferenciadora y negociadora (desde una sociedad civil y un mercado fuertes).

Antes, en el siglo XIX, era el “deber” de “indígenas y pobres” ser modernos y ciudadanos; ahora el de los mismo actores (“étnicos y pobres”) es el de exigir, en virtud de sus derechos, ser ciudadanos plenos y respetados en su diferencia e identidad asumidas.

Los “pobres”, ese viejo concepto premoderno, que han puesto a circular de nuevo los grandes centros de investigaciones mundiales y regionales, por no contradecir a las IFIS que los financian, vuelven a tener peso y efecto de verdad. Más todavía, colaboran para aplicar y evaluar sus estrategias, con siglas (ERPP) que les deben recordar las siglas de las viejas organizaciones guerrilleras de donde proceden algunos o con las que simpatizaron antes.

a) la cultural con la integración de los “indios”. Va desde la independencia de nuestros países hasta mediados del siglo XIX. Centralidad: “civilización” oligarca-moderna. México es el modelo. Estado vs. Comunidades indígenas. Marginado clave: las “comunidades originarias”.

b) la desarrollista hacia fuera. Va desde inicios del siglo XX hasta después de la Primera Guerra Mundial. Centralidad: la integración de los campesinos. Los países grandes de Sudamérica son los ejemplos de relieve. Estado vs. Campo. Marginado Clave: sectores agrarios bajos.

c) la desarrollista hacia adentro. Va desde la década los 30 hasta los setenta. Centralidad: industrialización, asimilando a obreros y pobres urbanos. Estado vs. Ciudad. Marginado clave: los trabajadores y pobres urbanos.
d) la desarrollista sostenible. Después de la década perdida, época del cobro de la factura de los Estados desarrollistas. Centralidad: Leyes del mercado y respeto a las diferencias. Estado vs. Sociedad civil vs. Mercado. Marginados claves: los/as “otros/as” diferentes.

Todos los modelos han pendulado entre una rivalidad y una complementariedad que es la que ocasiona sus propios excluidos y marginados.

Cuando nació el Estado moderno lo que hubo fue una rivalidad inter-oligárquica que expulsó o instrumentalizó a comunidades originarias, campesinos, afroamericanos y mestizos. Le siguió un Estado sustitutivo de importaciones pretendido por una burguesía nacional débil, una clase media pequeña o unos militares reformistas o no, generando fuera del esquema, a campesinos, trabajadores y pobres urbanos que a veces los desafiaban.

Por último, el actual Estado, pequeño y débil, busca un desarrollo sostenible, y se apoya en un empresariado competitivo sin grandes rivales. El pleno empleo, columna lumbar de una sociedad ideal con una mayoría trabajadora formal percibiendo ingresos periódicos y regulares, protegida por una legislación laboral justa en ciudades más o menos planificadas, se admitió, con la flexiblización del trabajo, como imposible. Las exclusiones llegan desde una economía neoliberal que expulsa a grandes sectores sin ingresos, presionando por servicios básicos (agua, luz y viviendas en ciudades caóticas) y públicos (salud y educación privatizadas), pero que los mantiene como ejército de reserva de consumo a través de la televisión y la publicidad y muchos de estos mantienen la acción en movimientos sociales y exigencia de derechos como actores múltiples. Así, pues, entre la economía, el derecho y la publicidad, se tejen las estrategias de poder y sobrevivencia de todos los sectores sociales (donde los marginados al menos pueden decir que tienen derechos) y está claro también que los poderes llegan de afuera (IFIS) y de arriba (Estado)

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