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de Sandra Russo
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![](banners/wikilink2.jpg) La
chica de ruedas
Por Sandra Russo
Podría decirse, después
de estar un par de horas leyendo la historia de vida y las definiciones
de Gabriela Michetti, que cuando Mauricio Macri inventó el PRO, con
sus famosos "equipos técnicos" de trabajo, puso una ficha en el casillero
correcto. Puede haberlo hecho incluso sin conciencia de que esa ficha
iba a empujar otra y ésta a otra, en un movimiento dominó que culminaría
el día en el que una funcionaria técnica de la Cancillería se acercó
a ese partido nuevo, y compró. Michetti, que admite entre risas que
la llaman "la chica de ruedas" y puede dar cátedra acerca de lo que
implica aceptar una realidad adversa y hacer algo nuevo con ella, concentra
en su imagen y en su discurso todo lo que Macri debe haber soñado alguna
vez, incluso sin ser consciente de soñarlo: Michetti es una líder carismática
a quien es inútil y eventualmente injusto disimularle la estatura. Viene
de fábrica con la obsesión de ser la mejor en todo, un accidente terrible
no hizo más que regar aquella obsesión, y ella no perdió un minuto desde
entonces. Michetti no toma aliento: no puede parar de ir por más.
En Laprida, el pueblo donde creció y donde también, años más tarde,
se accidentó, su padre "era el médico más prestigioso". Su madre, "la
esposa del médico, divina, un amor", y ella, la abanderada. Su CV indica
que se recibió de Licenciada en Relaciones Internacionales en la Universidad
del Salvador, y que siempre le sobró paño para manejarse en escenarios
en los que había que tener no sólo inteligencia sino también una formación
concreta y sólida. Si de solidez se trata, Michetti es una roca. Y tal
vez ése sea el mayor atractivo de su magnetismo, en estos tiempos en
los que están tan en boga los conceptos de sólido y líquido para discriminar
entre tendencias y fenómenos: Michetti es un cóctel de significados
tan intensos, dueña de una personalidad tan evidentemente sólida, que
encandila a un electorado líquido que si no fuera por ella no tendría
dónde anclar sus expectativas. Es ella, al lado de él, la que tranquiliza
a parte de ese electorado. Es ella, con su prueba superada de la silla
de ruedas, la que habla hasta por los codos y dice lo que los suyos
esperan escuchar, la que construye espacio político. Y la que deja dudas
sobre qué hará con ese espacio, porque habría que ver qué pensaría su
maestro, Carlos Auyero, de tantos dones al servicio de un proyecto liderado
por Macri.
De familia católica y ella misma católica practicante, se entienden
los puntos en común que tiene Michetti con Elisa Carrió: además del
amor a Dios, las une el recelo a los Kirchner. Como Carrió, Michetti
detesta "la agresividad" no sólo de este gobierno, sino de "los políticos
en general". El "no responder a los agravios" de Macri debe haber sido
un consejo de Michetti, quien por otra parte ha reconocido públicamente
que "a Mauricio le cuesta expresarse". Es interesante observar en este
punto a qué le llama Michetti "agresividad", y preguntarse si su ambición
no le ha hecho dejar en suspenso algunos de los postulados de su vieja
militancia democristiana. Por ejemplo, cuando se le pregunta por los
negocios de Franco Macri, y ella contesta: "Lo que tengo es lo que Mauricio
siente por él, evidentemente lo quiere mucho a su padre, y las consideraciones
que él hace respecto de que su padre ha sido un empresario a quien injustamente
no se le han valorado muchísimas cosas buenas, como la generación de
empleo y el tipo de trato de los recursos humanos, cosas que mucha gente
reconoce dentro del ambiente industrial. También esa sensación de una
persona controvertida a partir de las vinculaciones con el Estado, que
no necesariamente tienen que ser malas, porque el Estado necesita hacer
licitaciones y necesita de los empresarios". Bien: en afirmaciones como
ésta, lo sólido se derrite, la ideología aparece, el rigor se ablanda,
la chica de ruedas con currículum de lujo se permite las simplificaciones
más burdas y deja entrever que hay gente que no puede parar de ir por
más, como sea.
No descarta ser candidata a presidenta en el 2011, y tal vez lo sea.
¿Por qué no? Nada queda fuera del alcance de esta mujer a quien cuesta
mucho, demasiado, imaginársela sin respuestas, sin optimismo, sin garra.
Las pezuñas las empezó a exhibir públicamente cuando comandó la maniobra
política para dejar fuera de juego a Aníbal Ibarra, por quien siente
una vieja aversión. Como su amiga Carrió, Michetti también habla de
amor y buena onda pero hay ocasiones en las que pierde los estribos
y le asoma una bilis ácida, una vocación de aplastamiento.
"En verdad, yo no siento que me tenga que definir así por donde en el
imaginario, la centroizquierda es la dueña exclusiva de la sensibilidad,
los derechos humanos y la gente pobre, y la derecha es el orden, la
eficiencia", ha dicho. De hecho, el PRO quiso hacerse "dueño" de la
gente pobre en el lanzamiento de campaña y salió mal. Pero los desalientos
Michetti los combate con fe, y su asesor espiritual es nada menos que
el cardenal Jorge Bergoglio, a quien ve "bastante habitualmente, cuando
necesito conversar con alguien que me imparta sabiduría". Se siente
afortunada, Michetti, de tener el "honor espectacular" de que Bergoglio
le conceda entrevistas cada vez que ella lo necesita. "Me encantaría
verlo más seguido, pero tampoco lo quiero molestar tanto", dice.
Cuando se accidentó, y su papá fue a verla a la clínica donde la habían
llevado, ella cuenta que le dijo: "No te preocupes, voy a ser feliz
igual en silla de ruedas". De hecho, en una de las páginas del sitio
web del PRO hay un artículo titulado: "Me dolió más mi divorcio que
el accidente". Es que Michetti pertenece, a diferencia de Mauricio (¡y
ni hablar de Franco!), a esa clase media católica que se casa para toda
la vida, pase lo que pase, haya o no consenso. Mantener a flote un matrimonio
depende de dos personas, no de una sola. Pero de una sola persona sí
depende revertir una desgracia personal e imprimirle a una silla de
ruedas un lustre supersónico, biónico y pro.
Cuando llegó a la política, Michetti, después de nueve años de rehabilitación,
la abandonó. Eran pocos los progresos y demasiado el esfuerzo, ha explicado.
Y la verdad, Michetti descubrió otra forma de avanzar, para la cual
su silla de ruedas no es un impedimento. Ella tiene su dream team y
es un frente con López Murphy, Carrió y Lavagna. Dice que hoy votaría
por Carrió, claro. Sueña con ser la artífice de ese acercamiento. Políticamente
correcta, dueña de un poder de seducción nuevo a los ojos masivos, Michetti
en las entrevistas y personalmente es esa buena mina de la que todas
nos haríamos amigas. Irradia una fuerza de voluntad de un voltaje increíble,
y podría ser coronada ya mismo Reina de la Antiautocompasión. Pero ideológicamente,
porque mal que les pese a los del PRO todavía somos muchos los que pensamos
el mundo en términos ideológicos, y creemos que las ideologías son las
que desde el principio de la historia han sido la vara que dividió muy
pocos bienes entre muchísimas personas, haciendo de algunas de ellas
seres humanos y de otro montón pura basura, Michetti es líquida. Hace
agua cuando, por ejemplo, dice que "en la Argentina de hoy, para construir
se necesita tener un gobierno para generar gestión concreta". Como si
existiera alguna gestión concreta abstracta, cuyo resultado no sea un
costo o un beneficio. Como si se pudiera estar de los dos lados. Ahí
la sólida Michetti hace glu. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Ojo
con las nuevas palabras
16/06/07
Por Sandra Russo
Mauricio Macri no perdió intención de voto por negarse a debatir. El
clásico debate preelectoral en rigor no suele ser demasiado interesante,
ni la gente se interesa mucho en él. Si no, estarían en su búsqueda
los canales de aire, y no un canal de cable. Por lo demás, los analistas
políticos coinciden en que, si en algo influye un debate, esa influencia
positiva o negativa proviene de los gestos y/o actitudes de los panelistas,
y no de sus contenidos. Importan los gestos, la actitud. Los detalles:
un saco cruzado, un saco abierto, la cantidad de asesores de cada uno,
la opinión de los asesores al final... en fin, un plomazo.
Sin embargo, yo creo que no es porque los debates son poco interesantes
que Macri no perdió intención de voto. Una vez más, el candidato está
a salvo de lo políticamente previsible: su electorado no lee la declinación
como una falta de coraje o de seguridad en sí mismo, sino como un desplante.
Yo creo que todo esto hay que tomarlo con cuidado y con atención: se
está poniendo en juego no solamente un candidato inverosímil de acuerdo
con los parámetros de hace tres años, sino también un sistema completo
de hacer política. Claro que Macri es la nueva política. Vaya si lo
es. No sirve restarle el mérito de haber encontrado las grietas y haberlas
perforado. Que Macri hable con una papa en la boca o que represente
los valores que muchísima gente que vive en esta ciudad creía superados
(la represión como método de disciplinamiento urbano; el nulo interés
en derechos humanos; su aversión a las minorías sexuales; su asociación
a los peores emergentes de los últimos años, como Sobisch y Blumberg),
no significa que este hombre no haya llevado a cabo, ya, un cambio.
En el mundo vacío de contenidos ideológicos en el que proponen vivir
Macri y sus adherentes intelectuales, hay palabras que estaban latiendo
en el aire y que han sido cooptadas, reformuladas y vueltas a lanzar
con una clara carga ideológica de derecha, y no de cualquier derecha:
se parece a esas campañas llenas de globos y porristas de los republicanos,
y renombra esas palabras, operando como un conquistador del lenguaje.
Macri propone cambio y la gente vota cambio. Eso provoca un cambio.
Es un cambio bastante atroz, pero no deja de ser un cambio que una ciudad
que se enorgullecía, hace poco, de que sus pobres no fueran reprimidos,
haya sido penetrada hasta el tuétano por el discurso Hadad. Ese cambio
ya se había producido y Macri lo habilita.
Sobre la nueva política, ¿quién puede discutirlo? Claro que Macri está
haciendo una nueva política. No llegamos a purificar lo suficiente los
canales naturales de las dirigencias, aunque probablemente eso no sea
posible hasta que llegue el momento de que una nueva generación se abra
su espacio. Pero que una política sea nueva también podía implicarnos
esto, un viraje sombrío a la ilusión de la gestión aséptica, como si
lo único que se necesitara fuera la agilización de la burocracia.
¿Y la palabra "agresión"? ¿No merece más lecturas? ¿No es un poco inquietante
que en un país en el que siguen existiendo más de cuatrocientos pibes
apropiados que desconocen su identidad, esa palabra vire? ¿No estaremos
ante una voltereta terrible de la palabra "violencia", para adjudicarla
otra vez, una vez más, únicamente a la presión que llega desde abajo?
Que Macri se niegue a hablar de ideología puede rescatarlo a él, pero
de ninguna manera va a impedir que se discuta ideología en las calles
y en las casas. Es cierto que gran parte del electorado de Macri se
alivia con la suspensión del debate y se alivia con el mutis político
del candidato. Un argentinismo total: esa parte del electorado prefiere
que le mientan. Acaso porque hay tanta gente así en este país es que
tenemos tantos dirigentes que nos mienten. Hay paño.
El PRO no da a conocer sus propuestas en materia de derechos humanos.
Pero ya sabemos que los vendedores ambulantes, las prostitutas, los
cartoneros, los piqueteros, los estudiantes, los sindicatos, en fin,
todos aquellos que quieran reclamar o trabajar en las calles serán sujetos
indeseables que perturbarán el tránsito y que serán reprimidos con tal
de que no haya embotellamientos. De alguna manera, pienso ahora, la
victoria de Macri implicaría el triunfo del automovilista sobre el manifestante.
Releo la oración y creo que puede ser leída por cualquier partidario
de Macri como un slogan de campaña.
A esa campaña la están respaldando algunos intelectuales con reflexiones
más pueriles que las se podrían leer en el Reader’s Digest. Esta semana
me llegó un texto de Alejandro Rozitchner, que él publicó en su blog
y que lleva por título "Diez razones para votar a Macri". Por ejemplo,
dice que "la gestión pública tiene que ser abordada con un criterio
de gestión (la búsqueda efectiva del bienestar y crecimiento) y no con
el de la ideología (la lucha contra los opresores y el rechazo de la
supuesta barbarie capitalista)". Guau: la barbarie capitalista todavía
no está demostrada. El filósofo también escribe que "la ideología es
el refugio de los incapaces (o aun peor, en muchos casos, la coartada
de los corruptos)". ¡Guau! ¿Eso sólo era la ideología? Haberlo sabido,
en un país en el que todavía hay 500 pibes cuyos padres fueron asesinados
y que no saben quiénes son. Y sigue: "...la derecha no existe, es un
término con el que la izquierda intenta correr a los que no se suman
a su visión retrasada del mundo". ¡¡Guau!! ¡La derecha no existe! Entonces
Rozitchner tampoco. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Truman
Show
05/06/07
Por Sandra Russo
Macri representa, para sus votantes, la "nueva política", tal como él
se ha encargado de decir una y otra vez.
¿Cómo podría pensarse una "nueva política" que le entrara a la gente
no sólo por la cabeza, sino también por los ojos y sus otros sentidos,
una vez entendidas dos premisas básicas? (Una: después del 2001, cualquier
cosa que pareciera nueva tenía chances; dos: la Capital es gorila.)
Al modo de Truman Show, Macri montó el Universo Pro, y en ese sentido,
empezó a hacer política de una manera nueva. Eso no se lo puede negar
nadie. Y si vamos a desencriptar el fenómeno conviene ir apuntando sus
hallazgos.
Ese invento de una ciudad
PRO tocó el imaginario utópico y casi vulgarmente publicitario de un
mundo en el que la gente se saluda cordialmente, se da las gracias,
los jóvenes se pelean por dejarle el asiento del colectivo a una anciana,
los niños se lavan los dientes solos, los empleados públicos sonríen,
las mucamas uniformadas bailan en las veredas como en una propaganda
de jabón en polvo, los mozos vienen apenas uno se sienta a la mesa,
los patovicas son cariñosos con los pibes y los pedos de los bebés no
tienen olor.
El mundo PRO es un mundo
sin conflictos. Eso es lo que tiene el mundo PRO de Truman Show: en
ambos casos, se trata de películas.
La vida es frustrante para casi todo el mundo, y en general hay que
esforzarse por todo: por el asiento, por el saludo, por el buen trato.
Eso sucede porque, para la mayoría de las personas, ganarse la vida
incluye responsabilidades y vivimos en un país que no nos ofrece descanso,
ni nos saluda cordial, ni nos trata bien. Un país rico con muy pocos
ricos y millones de pobres. Eso es la realidad. Debería importarnos
cómo modificar la realidad para que una ráfaga de horizontalidad nos
toque, y los escenarios cambien, y todo se acomode aunque sea un milímetro
más cerca de lo que creemos justo.
Pero en el universo PRO los conflictos han muerto. No hay rabia, ni
resentimiento, ni mal humor allí. La alegría es PRO. La diversión es
PRO. Ya fue escrito hace muchos años por Roland Barthes: "La derecha
se reserva el derecho al placer, mientras la izquierda se queda con
la queja". Macri ha hecho un increíble uso de ese derecho al placer
en el que se desliza como un surfista: logró que una aplastante mayoría
votara esa opción de "nueva política" plastificada, capitalizó el deseo
legítimo de decenas de miles de personas que quieren vivir mejor.
Desde la tipografía del logo hasta la maravillosa coreografía espontánea
que bailaron Macri y Michetti, él haciendo girar en el escenario la
silla de ruedas de ella, una escena absolutamente PRO. No lo escribo
con cinismo. Algo de esa escena, de alegría que traspasa los límites
personales, empujó la andanada de votos.
Claro que cuando uno madura y ve claramente que un mundo sin conflictos
puede ser deseable, pero que eso es imposible en la realidad, porque
la vida en sociedad es una puja por intereses, y hay que bajarse del
limbo y comprender que la política no está hecha para administrar saludos
sino recursos, ese Truman Show no lo seduce.
La "nueva política" viene con nuevos sapos. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Las
lecturas del ex delfín
04/06/07
Por Sandra Russo
Internándose horas en el pasado de Mauricio Macri que se filtra en la
red, uno advierte que este hombre flaco, sobrio, que modula el castellano
como si fuera un dialecto, juega fuerte. Este hombre que acaba de seducir
a una mayoría porteña juega fuerte pero lleva incorporado un chip de
clase que lo mantiene relajado y lo dispensa de la inteligencia. Macri
pocas veces ha dicho algo inteligente. Lo suyo ha sido operar sobre
la realidad aprovechando cada grieta que le dejaban abierta. Su máxima
hazaña personal probablemente haya sido sacarse de encima el título
de cuasi-nobleza de "delfín de Franco". En eso ha invertido al menos
la mitad de su vida, en romper el viscoso cordón umbilical que une a
los hijos varones con sus padres.
Nació en Tandil, egresó del Cardenal Newman y se recibió de ingeniero
en la UCA. Fue, casi en su primera juventud, un chico rico colocado
por su padre en directorios de empresas gigantescas, casi ininteligibles
para cualquiera que mire de afuera, como el 99,9 por ciento de la gente,
ese mundo opaco de las corporaciones y los holdings. Mientras Mauricio Macri no era noticia al estilo Hola y no aparecía
en notas de sociales porque era un hombre casado y con tres hijos que
dedicaba la mayor parte de su tiempo a las empresas de Socma Americana,
y más tarde a la presidencia de la automotriz Sevel, Franco, el padre,
era el que resistía en su puesto de galán maduro y arrasaba con cuanta
fruta fresca le apareciera a mano en la frutera.
Franco fue un padre que nunca capituló ni entregó el trono. No lo iba
a hacer. El hijo decidió jugar fuerte, pero en otro deporte. Y se lanzó
a la presidencia.
La vida pública argentina tuvo que admitir que el delfín de Franco tenía
otros planes cuando en 1995 tuvo éxito en lo que fue su primera iniciativa
personal, su primera aventura fuera del ghetto de Barrio Parque: la
presidencia de Boca. ¿Qué había pasado por la cabeza de ese heredero
de riqueza acumulada en pocos años y respaldada por las políticas económicas
que instrumentó el golpe de Estado del ’76, al que Franco Macri, como
todo el gran empresariado nacional, apoyó sin restricciones?
La situación límite
El 24 de agosto de 1991, Mauricio Macri fue secuestrado y estuvo quince
días como rehén de "la banda de los comisarios". Nadie mejor que él,
después de esa experiencia a la que no suele apelar, para adherir con
una inevitable cuota de cinismo a los postulados pueriles de Juan Carlos
Blumberg cuando argumenta sobre la inseguridad. A Macri, que ya le expropió
el apellido a su padre y carga sobre sus espaldas con el liderazgo público
del clan, no lo secuestraron lúmpenes marginados, como a Axel Blumberg.
Lo secuestraron policías que le hicieron pagar un peaje de riqueza.
En el universo de Blumberg, los policías deben aplicar mano dura con
los delincuentes. En el universo de Macri ya está claro que los policías
y los delincuentes forman parte de la población sacrificable en la aplicación
de un modelo.
En ese sótano del barrio de Boedo donde padeció la incertidumbre y la
amenaza de los secuestradores, Macri probablemente haya tenido el primer
y estremecedor contacto con gente que no pertenecía al mundo de los
colegios y las universidades privadas, ni a ninguna crema de ninguna
especie. Encadenado a la cama, despersonalizado en el pijama que le
habían puesto en lugar del traje con el que había sido secuestrado,
Macri vivió ese infierno, del que lo liberó su padre pagando más de
setecientos mil dólares. Aun recién salido de la pesadilla, sus declaraciones
del momento incluyeron un latiguillo del Falso Light, que es el estilo
que lo caracteriza. Cuando lo dejaron ir, describió: "Sé que estaba
atrás del autódromo. Vi una luz lejos y empecé a correr sin parar hasta
que llegué ahí, subí a un colectivo, un lugar adonde hubiese gente para
bajar, no quería estar más solo. Realmente, uno queda un poco cucú".
Como lo que no mata fortalece, y ésta debería ser una frase PRO, Macri
elaboró su secuestro como pudo, haciendo terapia, aunque ha confesado
que a lo largo de diez años de análisis habló de muchas cosas pero muy
poco de aquellos 15 días de oscuridad. No debe ser el mismo tipo de
trauma el que ataca a una persona cualquiera ante esa situación. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Inclusión
o expulsión
01/06/07
Por Sandra Russo
Me gustaría retomar, ya sin hablar de ningún candidato, el tema que
abordé en otra contratapa, esta semana. Es extraño, aunque tiene una
explicación sencilla, que el tema del conurbano casi no haya aparecido
como tema de campaña. El conurbano le crea problemas y dilemas a la
ciudad de Buenos Aires. En rigor, algunos de los problemas y algunos
de los dilemas más inquietantes. El desborde de pobres e indigentes
del conurbano irrita a los porteños. Por lo menos, a los que engrosarán
el porcentaje del candidato que según las encuestas será el más votado.
Ese sector está engrosado con los taxistas prototípicos cuyas mentes
formatea Radio 10, y esa clase media baja que desde el principio de
la argentinidad lucha por unir su suerte a la clase alta, en lugar de
advertir que el menemato, mientras ellos se distraían con paraguas rusos
y mermeladas húngaras, unió su destino a los pobres.
Es de antiguo que la clase alta provoca fascinación en amplios sectores
que han sido sucesivamente apaleados. En este país que no tiene nobleza,
lo más parecido a un noble es alguien con más de seis o siete generaciones
argentinas. La gente con la que trabajamos, nuestros amigos, los compañeros
de nuestros hijos, suelen ser argentinos de tercera o cuarta generación.
Vientos de Agua, esa fabulosa miniserie de Juan José Campanella, puso
en acción aquella construcción de una nacionalidad, partiendo de un
punto decisivo y a mi juicio genial: el primer capítulo fue subtitulado,
porque transcurría en una oscura mina de Asturias. Se hablaba un dialecto.
Abrir la dimensión del relato a la época inmediatamente anterior a que
nuestros abuelos se subieran a los barcos permitió incluir un elemento
de juicio central para analizar lo argentino. No sólo venimos de otra
parte: venimos de otra lengua.
Cada cual con su historia, sabrá qué muletillas familiares se salvaron
de la sobreadaptación a la que fueron expuestos esos millones de hombres
y mujeres que escapaban de la guerra y el hambre. Por un lado, ese venir
de otra lengua explica un poco nuestra manía de malentendernos. Nuestra
gestualidad exagerada y nuestra tendencia a ponernos de acuerdo sólo
entre pocos, quizá provenga de una dificultad relacionada con nuestra
primera frustración como argentinos: no había una lengua madre, y lingüísticamente
no somos hermanos.
En filosofía, hay quienes sostienen que la condición humana sólo alcanza
la generosidad o la solidaridad cuando logra sobreponerse, a través
de un esfuerzo intelectual, al impulso de ser hostil al otro. La hostilidad
sería lo que nos viene dado. La hospitalidad es hija de una creencia.
Que todos los hombres, mujeres y niños tengan los mismos y exactos derechos
ante la ley, y las mismas oportunidades de sobrevivir es una creencia
a la que uno puede adherir, o no.
En política, ahora que las categorías de derecha y de izquierda son
simplistas, podría pensarse que un nuevo dique separador de aguas es
la creencia o la no creencia en que todos los hombres, mujeres y niños,
sólo por haber nacido, son portadores del derecho a la dignidad humana.
Después vendrán los matices sobre cómo operar sobre la realidad para
que eso suceda. Trotskistas y peronistas, por ejemplo, pueden compartir
esta creencia, pero se dan de patadas a la hora de elaborar estrategias
para alcanzar un objetivo. No tienen nada que ver, claro que no tienen
nada que ver, pero yo creo, al menos, que una buena persona trotskista
y una buena persona peronista compartirían la idea de que todos, hayamos
nacido en la clase que fuere, tenemos el mismo derecho a una vida respetuosa
y respetable.
Lo que aparece como un dato estremecedor es que vivimos en una ciudad
en la que la mayoría de la gente no comparte esa creencia. No lo dicen
públicamente, y hasta es posible que tampoco lo digan privadamente,
pero no creen que ese cartonero que les hincha las pelotas porque tiene
la parada en el frente de su casa tiene los mismos derechos que sus
propios hijos. No se les ocurre pensar en los hijos de ese cartonero.
No los incomoda el confort de su casa sabiendo que ahí nomás hay gente
que tiene frío y que tiene hambre.
Se piensa más en la suciedad de las veredas de Buenos Aires que en el
motivo real de esa suciedad, esto es: que a pocos kilómetros haya un
ejército de hambrientos que debe revolver sobras cada noche.
En estos tiempos en los que la política carga con la mala prensa que
le han hecho los que cada cual a su turno hacen política para seguir
haciendo dinero, en estos tiempos en los que siguen desfilando por la
pasarela algunos tipos impresentables, en los que todos hemos sido mentalmente
licuados por los ’90, me pregunto, viviendo en Buenos Aires, si quiero
vivir en una ciudad inclusiva o expulsiva con los débiles. Yo creo que
es una pregunta central, éticamente central, y políticamente relevante.
La política es pura escoria si no tiene una zanahoria dorada por delante.
Y si algún anhelo político debería ser compartido para sentir entre
muchos que alguna épica es posible, es la de votar en Buenos Aires pensando
en Buenos Aires pero también en esas miles de personas que nos visitan
a diario. ¿Los incluimos en nuestras preocupaciones? ¿O los expulsamos
y nos deshacemos de nuestra responsabilidad con ellos?
Todo lo interesante termina siendo siempre un tema de conciencia. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Macri
y los franceses
31/05/07
Por Sandra Russo
De golpe me pareció que la Capital es Francia votando a Sarkozy, ese
ex ministro del Interior que ganó las elecciones de un país que pese
a sus buenos modales, su extensa cultura y su refinamiento, o acaso
precisamente por todo eso, porque la cultura a veces es liberadora y
otras veces encarceladora, no quiere negros.
Casi todas las encuestas dan a Macri primero. El devenir de los acontecimientos
y la sedimentación de datos en eso que se llama opinión pública es tan
vertiginoso que no permite la comprensión de algunos fenómenos. O por
lo menos, no permite la mirada límpida sobre esos fenómenos que, como
en este caso, encubren otro tipo de miseria; no la de los miserables
que cargan con sus harapos, sino la de muchísimos Señores López que
llevan vidas centradas en sus expensas, en sus tardes de shopping, en
sus autos nuevos, en sus veredas manchadas de pobres.
¿Macri Mauricio jefe de Gobierno de esta ciudad? Oops, ¿qué está pasando?
¿Ese tipo que no pisa el barro y se sube a un cajón de manzanas será
el elegido por un electorado que quiere una ciudad sin baches? ¿De qué
preocupaciones sociales y éticas se hace cargo un electorado que se
inclina por un hijo de rico que es rico y que a duras penas ha controlado
en los últimos tiempos la verbalización de sus verdaderos pensamientos?
La gente en campaña no dice lo que piensa. Eso lo sabe cualquier mayor
de doce años.
En campaña, el propio Sarkozy moderó su ánimo xenófobo. Francia votó
a ese Sarkozy moderado, pero todo fue una fantochada: Francia no votó
moderación, sino mano dura con los negros. Sarkozy es el mismo Sarkozy
que anhelaba, meses antes, una Francia pura, preparada para repeler
negros extranjeros provenientes de países de mierda. Eso votó Francia.
La moderación de campaña siempre es mentira. La gente vota recordando.
La gente vota un carácter. Los franceses votaron a un tipo que los protegerá,
de la manera que sea necesaria, aun con la fuerza, de la invasión de
negros.
La Capital Federal tiene un diez por ciento de pobres y un dos por ciento
de indigentes. Los negros vienen de otra parte. En lugar de venir de
Pakistán o de Angola vienen de González Catán o La Matanza. Vienen del
conurbano, donde se apiñan, donde se multiplican, donde sobreviven.
Vienen a cartonear o a atenderse en los hospitales públicos. Vienen
a cirujear, a vender porquerías en los semáforos o en el mejor de los
casos a hacer changas irregulares en construcción o servicio doméstico.
¿Cuál es la manera más honesta de pensar la Capital? ¿La Capital para
los porteños o la Capital para los porteños y los desharrapados que
llegan en los trenes todos los días a ver si juntan sus monedas? Incluso
en el lanzamiento de su campaña, bochornosamente planeada entre pobres,
Macri no pudo sortear su propio carácter repelente, y puso en escena
a una niña a la que después, reflexionando, dijo que le hubiese tenido
que decir "retirate".
Humildemente, no creo que se pueda pensar esta Capital sólo para los
porteños. Eso es una ilusión, una mentira y una mezquindad ética. Esta
Capital no les pertenece sólo a los porteños, como Francia no les pertenece
sólo a los franceses. La inercia de esta época hace necesario pensar
los lugares, todos los lugares, como espacios de tránsito a los que
llegan todos, absolutamente todos los que necesitan llegar, si en sus
propios lugares la vida resulta insoportable. La globalización, y la
microglobalización entre la Capital y el conurbano nos obliga, nos guste
o no, a hacernos cargo de nuestras decisiones ciudadanas teniendo en
cuenta que no hay otra alternativa que buscar soluciones que incluyan
ese tránsito.
Macri ha querido, por épocas, reprimir a los piqueteros y detener a
los cartoneros. Esas cosas no se dicen en campaña, pero si el voto popular
lo elige, estará eligiendo esa derecha que no quiere mugre a la vista.
Todo lo demás se desprende de eso: ése es el carácter reaccionario que
seduce a los porteños que van a votarlo. Un carácter sarkoziano que
incluye fantasías de expulsión, deportación, mano dura, reafirmación
de una identidad construida con blazers de alpaca peruana y tapaditos
Marilú. Un carácter Barrio Norte o Palermo Chico o Barrio Parque que
actúe como un filtro para tanta negrada que afea el paisaje. Los slogans
de campaña son galletitas para monos.
La Capital está a punto de dar un examen de ética con el débil. Si las
encuestas no mienten, seremos afrancesados, pero en la forma más vil
del ser francés. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Colapso
19/05/07
Por Sandra Russo
La vida es amable y fácil sólo para los demás. Cuando se trata de uno,
las cosas suelen ser bastante complicadas. Los demás, algunos de los
demás, disfrutan. Uno los ve en la calle, en el barrio o en las revistas.
Disfrutan del auto nuevo si es que se han comprado uno, o de un amor
imprevisto, si es que se han enamorado y son correspondidos, o de una
buena sopa casera charlando con la pareja, mientras los niños alborotan
la casa. Este último ejemplo, este último verbo, mejor dicho, ilustra
perfectamente lo que quiero decir: los niños de algunos de los demás
alborotan la casa, mientras los hijos de uno hinchan las pelotas. Perdón
por el término, pero no es reemplazable.
Así son las cosas cuando todo va sobre rieles. Es un desliz de la propia
cabeza creer que la vida es amable y fácil sólo para los demás. Es que
todos estamos un poco agobiados, ¿no?. Sobrecargados. Con muchos frentes
abiertos a la vez. Los demás, al menos algunos... uno los ve, en su
miopía de cansancio, en tránsito hacia algún estado bienhechor, hacia
algún limbo que los libere por un rato, una noche, de todo lo que hay
que hacer. Quiero decir: aunque uno lidie con sus obstáculos personales,
en épocas normales uno guarda la sospecha de que para algunos las cosas
son más lindas, y también guarda la esperanza de que sean lindas para
uno.
Pero cuando todo colapsa, como parece estar sucediendo en Buenos Aires,
ese marco mental que nos sostiene aun cuando alguien tenga un trabajo
de catorce horas, aun cuando la plata que gana no alcance para apropiarse
de nada exclusivamente placentero, aun cuando un viaje largo e incómodo
de regreso al hogar haga prever un ánimo exasperado que le impida admirar
el último dibujo del hijo menor, esa sospecha del bienestar ajeno y
esa esperanza en el bienestar propio también colapsan.
Cuando los horarios de los trenes de Constitución son suspendidos como
casi siempre y los pasajeros pobres no son tratados como clientes de
líneas aéreas, como señores pasajeros, sino ignorados como ganado de
matadero, no debería suceder nada, porque el maltrato en la línea Roca
es estructural. La concesión incluía el maltrato que el Estado le había
dedicado siempre a la zona sur. Si se buscan ejemplos de cómo están
divididas la ciudad y sus alrededores, los trenes son el ejemplo perfecto.
No debería pasar nada, digo, porque el maltrato es ordinario. Pero en
un determinado momento, imposible de prever pero perfectamente olfateable,
unos y otros se miran en el andén y se dicen las cosas que sienten,
y ahí cae la sospecha del bienestar ajeno y la esperanza en el bienestar
propio. Extraordinariamente, la gente comparte su hartazgo y su rabia.
Y eso provoca fuego.
El viaje en subte en horas pico, por otra parte, que es la mejor de
todas las opciones para atravesar esta ciudad colapsada, es en sí mismo
una pesadilla. Nadie que baje a un subterráneo en hora pico lo hará
sin estar preparándose, al mismo tiempo, para pasar un rato de ahogo,
sofoco, apretujones, mal olor, patadas, pisotones, cabezazos, a los
que puede sumarse un imprevisto corte de luz o desperfecto técnico,
y en eso nadie quiere pensar porque si lo hiciera no podría viajar:
la mayoría de los usuarios del subte hace un ejercicio mental para evitar
pensar lo que es probable que le pase. Pero aun así, no hay nada peor
que el no viaje en subte. No hay nada peor que una redistribución abrupta
y sorpresiva de los pasajeros de subte en colectivos y taxis. Una sensación
de estupor y caos recorre la ciudad. Y eso genera la materia prima de
un desencanto colectivo: allí también está muriendo la sospecha de un
bienestar ajeno y la esperanza en el bienestar propio: el colapso es
primero el colapso de esa sospecha y de esa esperanza.
Buenos Aires es hoy una ciudad llena de trampas y obstáculos que les
hacen la vida imposible a sus habitantes. A la ciudad magnífica que
recorren los turistas y que todos amamos, esa ciudad de marcas de carácter
fuerte, diversa, estilizada, se le superpone otra Buenos Aires, de una
hostilidad creciente, de una agresividad que late en el pulso cotidiano.
¿Por qué no se habla del colapso? En la construcción, en las calles,
en la limpieza, en el transporte público, en el tránsito, en la vivienda.
¿Por qué si estamos por votar un nuevo jefe de Gobierno no se habla
de colapso? ¿Por qué la política no enuncia con la palabra apropiada
la sensación colectiva de estar a un paso de un desborde?
Es tarea de la política devolverle a la gente la sospecha del bienestar
ajeno y la esperanza en el bienestar propio. Son sensaciones ontológicas
que sólo pueden germinar en un marco general con garantías mínimas.
La política, en su forma más amplia, debería ocuparse de apagar ya esas
llamas imaginarias que enciende el desencanto. Todos sabemos que estamos
colapsando. Queremos saber también qué vamos a hacer con esto.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Sandra
Russo presento "Erotika. Crónica de mis viajes por tí"
Variaciones sobre el objeto de deseo
La escritora y periodista de (Página|12) definió como "instantáneas
arrebatadas" los textos breves de su flamante libro.
Por Silvina Friera
"Localidades agotadas." Aunque los organizadores no habían colocado
el cartel –quizá más acorde con el mundo del teatro–, no dejaban ingresar
a nadie. Y hasta se formó una cola en la sala Alfonsina Storni con mujeres
que pedían que al menos abrieran las puertas para escuchar desde la
entrada. Y sus chicas, sus lectoras, lo consiguieron. Sandra Russo presentó
Erótika. Crónica de mis viajes por ti (V&R) –lanzado simultáneamente
en la Argentina, México, Brasil y España– con la editora Lidia María
Riba, los periodistas Jorge Dorio y Ernesto Tenembaum, y el actor Boy
Olmi, compañero de conducción junto a la autora del programa Dejámelo
pensar, que se emite de lunes a viernes a las 16 por Canal 7. El libro,
apelando a una prosa audaz, pone en jaque la cuestión del género. Estos
textos breves, "instantáneas arrebatadas", según Russo, pueden ser leídos
como crónicas, prosas poéticas o microrrelatos eróticos-amorosos. "Quería
explorar un territorio virgen, teniendo conciencia de eso", planteó
la columnista de (Página|12). "Como editora, doy fe de que le salió
y que no es virgen, el territorio", bromeó Riba.
Olmi planteó que el libro de Russo no es sólo erótico por la sensorialidad
que ella despliega en los textos. "Me parece un gran libro de amor",
opinó el actor. "Bienvenidos a nosotros como objetos de deseo, si es
así. Me provocó el deseo de seguir adelante, de ver hasta dónde va a
llegar –comentó Olmi–. Se nota que ha investigado profundamente el cuerpo
de los hombres, pero también sus propias percepciones. Hay un asombro
que está relacionado con lo que los maestros de teatro nos enseñan a
los actores, que se ve también en los niños." Olmi agregó que, como
en la buena literatura, "uno se siente identificado con lo que lee",
y concluyó observando que en la prosa de Russo, "tan erótica, amorosa,
profunda y bella", se integran el yin y el yang.
"Tengo una ventaja con Boy Olmi, y es que no la veo a Sandra todos los
días, pero nos conocemos íntimamente hace mucho y pudimos transformar
un error en una amistad verdadera", confesó Dorio, y los panelistas
y el público festejaron la ironía del periodista. "El libro es fruto
de una mirada personal y está hecho con la generosidad de ser compartido
con otras mujeres y recibido, con recelo, por los hombres. Hay mucha
autobiografía en el libro y puedo dar varios nombres", amenazó Dorio.
"Quiero los nombres", le pidió Tenembaum. Dorio precisó que el núcleo
de Erótika es una frase de amor: "Voy a estar a la altura de tu fragilidad",
del texto Tu espalda. "Cuando leo el libro de Sandra me aparece la imagen
de ese bello libro de Kawataba, La casa de las bellas durmientes", subrayó
el periodista.
"Qué lío hablar de esto. No entiendo un carajo, pero no tuve el coraje
de decirle que no, y estoy acá porque la quiero mucho a Sandra", se
sinceró Tenembaum. "Hay una primera y una segunda Sandra Russo, la de
Arquetipas y la de Erótika, que son complementarias, algo así como la
otra cara de la misma moneda –comparó Tenembaum–. Pero una y otra me
rompen soberanamente las pelotas." El periodista recordó que en Arquetipas
ella se ensaña con todos los novios que ha tenido, los que ha querido
tener y no tuvo, "con una mirada ácida, intolerante, es decir, justa".
Pero para Tenembaum, Erótika es todo lo contrario. "Es más ofensivo
aún, porque si en el primer caso yo puedo decir que no soy ninguno de
esos tipos, en este nunca voy a poder ser esos", bromeó. Para que se
comprendiera su "desánimo", leyó Tus nalgas: "Un hombre semidesnudo,
de espaldas, con una camiseta colorada y el culo al aire, exprimiendo
naranjas en una cocina. Esa es la primera imagen que tuve de tus nalgas,
la primera mañana que me desperté en tu casa. Pasaste la prueba, querido:
sólo algunos pueden salir airosos de una escena como ésa. Yo la recuerdo
irreprochable. Es más: fue entonces cuando advertí las múltiples posibilidades
de tu belleza". Tenembaum añadió: "Si de algo carezco, es de nalgas".
Y para que no quedaran dudas, recordó el final de otro texto: "Tus manos
no solamente me tocan: me dan forma". "La verdad es que uno después
de leer eso se siente un minusválido", admitió el periodista.
Tenembaum señaló que en los textos de Russo se despliega la idea de
que todos somos imperfectos con la ironía de la búsqueda de la perfección.
"Ojalá hubiera más periodistas que escribieran con ese humor; la prosa
de Sandra plantea rupturas y transmite placer", concluyó.
Fuente: (Página|12, 07/05/07)
![](caras/sandra_russo.jpg) Alumnos
09/04/07
En su búsqueda ética y estética, el fotógrafo brasileño Sebastián Salgado
recorrió el mundo, en especial sus arrabales, buscando vestigios del
trabajo humano en vías de extinción. Retrató a mineros, recolectores,
campesinos, buscadores de oro, hombres y mujeres rozando el límite de
la experiencia del trabajo, y retratándolos también hizo un retrato
del mundo en el que vivimos: una esfera recubierta, de un lado, de terminaciones
espejadas y netas, llena de chips y datos que viajan en el espacio,
y herida, del otro lado, profundamente herida, la esfera y sus habitantes,
hombres monos, hombres elefantes, hombres araña, hombres bichos que
buscan su supervivencia metiendo la cabeza en todo tipo de cloacas.
Uno de los últimos ensayos fotográficos de Salgado recoge imágenes de
niños en escuelas. Los niños de la parte enlodada del mundo. El ensayo
apunta a retratar, esta vez, el origen de la inequidad. Pero ahí los
vemos. Niños de la India sentados en sillas rotas y con las manos sucias
sosteniendo un lápiz. Niños de Irak en un aula bombardeada. Niños de
Sudán apoyando en sus piernas largas y desnutridas algún libro fotocopiado.
Niños de países pobres, en fin, sosteniendo de diversas maneras la esperanza
de aprender algo que los rescate de las fauces de la ignorancia y la
pobreza, que son hermanas gemelas, siamesas perversas.
¿Qué es lo que mantiene a la educación como un hito respetado y preservado
aun allí donde han caído otras banderas y otras luchas? ¿Qué saber ancestral
hace que padres y madres que viven vidas miserables desplacen sus reservas
de ilusión hacia sus hijos, y los embarquen en la aventura de la escolaridad?
Hoy los ojos argentinos están fijos en Neuquén. Mataron a un maestro.
Sus colegas, sus compañeros, sus familiares, sus amigos, sus vecinos,
mucha gente protesta en Neuquén. En todo el país se multiplican los
gestos de solidaridad y acompañamiento por el asesinato de Carlos Fuentealba,
cuya vida interrumpida por un cartucho policial no parece distraer al
gobernador Sobisch de su candidatura presidencial, ya que sobre eso
habló en el fin de semana. Minimizó el crimen: había que despejar la
ruta.
Me vino a la cabeza el trabajo de Salgado, y me pregunté por los alumnos
de Carlos Fuentealba. Si yo fuera Salgado, iría a Neuquén y retrataría
a cada uno de esos chicos. Si tuviera el talento de Salgado, lo usaría
para que en esos retratos fuera visible la ausencia del maestro. ¿Qué
sueños acompañaba Fuentealba? ¿Qué lección marcará a fuego esas aulas
en las que los hijos de los pobres intentan todos los días quebrar el
destino que tienen reservado? ¿Qué tipo de extraña melancolía se adhiere
a esos chicos, como a los otros chicos que retrató Salgado? ¿Cómo se
reflejará en sus miradas el asombro infinito por el asesinato del maestro?
El crimen de Fuentealba viene a decir una vez más que la escuela, para
algunos espíritus obstinados, sigue siendo una trinchera de resistencia
contra el peor de los poderes: el que no sólo empobrece, sino que para
empobrecer ennegrece las mentes. Fuentealba, como los buenos maestros,
era un rescatador de mentes. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) No
matarás
07/04/07
El crimen de Carlos Fuentealba no podría haber sido más elocuente: el
balazo en la nuca resume con su estruendo el desprecio por la vida que
sudan las políticas de Estado represivas con las protestas sociales.
Lo de Neuquén fue, antes que nada, un ejemplo de lo que puede suceder
(y no tarda en suceder) cuando un Estado, en este caso provincial, decide
usar las fuerzas policiales para reprimir una demanda social. Después
viene el contexto, la historia del conflicto docente, las internas en
la Ctera, el historial de Sobisch, que se vende en la Capital como promotor
de una derecha eficiente, un adjetivo que se pega al sustantivo casi
por inercia: ¿para qué son eficientes las derechas? ¿Qué tipo de eficiencia
están prometiendo? ¿Cuál es el precio de esa eficiencia? ¿Cuál es el
límite? ¿Al servicio de quiénes se pone la eficiencia? Se contestará:
del orden. Ya sabemos lo sensible que es la gente como Juan Carlos Blumberg
o Mauricio Macri cuando el orden se altera. Es como si se les hubiese
filtrado una piedra en el zapato. El orden alterado los irrita, y es
más, hasta se sienten llamados a "interpretar" a una parte de la sociedad
que "quiere vivir mejor".
"Así no se puede seguir", han dicho todos ellos una y otra vez cuando
el orden estaba interrumpido por alguna cuestión que implicaba los derechos
vulnerados de un sector. Estudiantes, ambientalistas, militantes, piqueteros,
trabajadores, cartoneros, gremios movilizados, todo aquello que el radar
de la derecha sintoniza como "perturbación del orden" parece merecer
"decisión política", "coraje" o "valentía". La valentía o el coraje,
se sabe, de tomar medidas impopulares. A eso debe dirigirse la "decisión
política": a operar en el sentido inverso a lo que la derecha llama
"populismo". Para la derecha, cuyos interlocutores son pocos y poderosos,
pero están amplificados por los discursos que la misma derecha propala
en forma del sentido común del taxista argentino, hay que "atreverse"
a reprimir.
Sobisch se atrevió. Y un maestro fue acribillado de un balazo en la
nuca. Ese maestro que hoy sabemos que se llamaba Carlos Fuentealba hasta
su muerte no era nadie para la derecha. Era un maestro, nadie. Podría
haber sido un estudiante, nadie. O un piquetero, nadie. Los hombres
y las mujeres reales, de carne y hueso, con nombre y apellido, que integran
las protestas sociales para la derecha no son personas cuyas vidas el
Estado debe preservar. En tanto luchadores sociales, actores sociales
ejerciendo su derecho al reclamo, esos miles y miles de argentinos para
la derecha no son nadie: son, en todo caso, parte de la masa crítica
que hay que repeler. Resuena la voz del patrón de estancia: a estos
morochitos va a haber que hacerlos escarmentar. Acá no me vengan con
cortes de ruta ni puentes. Háganlos cagar. Para la derecha, los hombres
y las mujeres en tanto ciudadanos y actuando colectivamente no son exactamente
hombres y mujeres, sino más bien una fuerza que hay que derrotar.
Después ellos hacen marchas pidiendo seguridad, y se declaran a favor
de la vida en varios órdenes confusos: se sabe que el feto en el vientre
de la mujer es sagrado, que está bendecido por el toque mágico de la
vida. Pero la derecha saca la foto de ese feto. Respeta más al feto
que al niño. Abandona al niño ya nacido a su propia y errática suerte,
hambreándolo y robándole la frente alta de sus padres.
Es que la derecha defiende la vida de "los particulares". Como si fuera
una compañía de seguros, defiende la vida y la propiedad privada de
"los particulares". Algo particular en tanto privado. En tanto no público.
Algo particular en tanto racionado como un bien escaso para algunos.
"Los particulares", esos artificios de la burocracia capitalista, son
los verdaderos acreedores del derecho a la vida.
Los otros, los que marchan juntos en la manada, los que obstaculizan
medidas o ajustes, los que piden por su parte no son particulares. Quedan
abolidos de ese rango porque violan la principal premisa del "particular":
accionan políticamente. Para la derecha, la política es un privilegio
de los políticos.
Carlos Fuentealba estaba haciendo política gremial. Era dueño de una
historia personal admirable. Alguien que había cumplido un sueño contra
la adversidad. No era una adversidad personal ni familiar la de Carlos
Fuentealba. Era una adversidad social. La pobreza es una adversidad
social. Trabajar toda una vida como administrativo de la Uocra para
estudiar mientas tanto y recibirse de maestro a los 38 años es un ejemplo
de dignidad ante el que caen las palabras.
Pero hasta que su nuca fue el blanco de un disparo policial, Carlos
Fuentealba no era para el Estado provincial ni un ciudadano ni un maestro
ni un padre, era nadie. Sólo ante la visión de muchos nadies entorpeciendo
el tránsito alguien puede dar la orden de reprimir: las vidas de los
que protestan son vidas sacrificables.
Sería interesante que la derecha dejara de ser intelectualmente tan
pobre, y enunciara claramente su noción del derecho a la vida más allá
del derecho de los "particulares". No es un tema menor. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) La
virtud
17/01/07
El otro día, Roxana Kreimer, filósofa y mi amiga, dijo que una virtud
es un punto medio entre dos defectos. La valentía, dijo, por ejemplo,
es el punto medio entre la cobardía y la temeridad. Nunca lo había pensado
así. Uno digiere la palabra virtud como si ella recubriera un punto
máximo de algo.
Me acordé de mi primer análisis. Fue con un lacaniano maníaco. El tipo
me intimidaba tanto que casi no podía hablarle de mí. Tratándose de
un analista, estaba en problemas. Pero el lacaniano maníaco era talentoso
y me dijo un puñado de cosas que quedaron grabadas en mi memoria hasta
que unos veinte años más tarde las descifré.
"¿Por qué se viste como una militante?", me preguntó en plena dictadura.
Yo no había militado. Y tampoco me había fijado en cómo me vestía. El
se refería a que invariablemente lo visitaba con jeans grandes y pulóveres
largos, con abrigos dos talles pasados del conveniente, sin pintura
en la cara y despeinada. Me pareció una pelotudez.
Otro día se hizo un silencio incómodo. Y yo empecé a hablarle de Jesús.
Así, sin darme cuenta. Le hablaba de la bondad de Jesús, porque a mí
eso me intrigaba. ¿Jesús sabía que era bueno? ¿Cómo se hace para saber
que se es bueno sin ser soberbio? ¿Cómo hace alguien para ser el mejor
sin que esa misma conciencia lo corrompa?
El lacaniano no me contestó nada. La sesión consistió en mis preguntas
y un saludo de despedida más bien seco, que me dio sobreactuadamente
distante.
Una vez, siempre impedida de hablarle de mí porque él me seguía dando
miedo, le hablé del libro que estaba leyendo, Mujeres enamoradas, de
D. H. Lawrence. Le conté una frase que había leído la noche anterior.
Decía que las mujeres somos como los caballos, que tenemos voluntad
doble: la propia y la del amo. Era a raíz de una escena formidable,
cuando el muchacho rico que interpretaba Oliver Reed en la película
de Ken Russell tira de las riendas de su caballo para obligarlo a cruzar
las vías y está por venir un tren. Se veía el debate en el carácter
del caballo. O mejor dicho, su instinto dual. El lacaniano se interesó
y tomó nota de la frase y del libro. Fue la única vez que me fui de
buen humor de ese consultorio.
Bien. Muchos años después descifré que yo me vestía como una militante
y me inquietaba la bondad de Jesús porque estábamos en la época en la
que los que nos permitimos enterarnos de todo lo que pasaba, vivíamos
con náuseas. Yo me preguntaba por esos jóvenes apenas mayores que yo
que no estaban, que habían dejado de ir hacía un año o seis meses a
sus casas. Los que no habían ido más a las clases de la facultad. Y
sentía una reverencia fuerte, indomable. Estaba convencida de que ninguno
de los mejores había quedado. Y al mismo tiempo, me parecía injusto
conmigo. Mi destino personal estaba siendo invadido por un destino colectivo.
Y habíamos sido condenados a la media marcha, al promedio, a la prudencia,
a la tibieza, a un universo poco heroico.
La frase de Lawrence también la descifré, pero me iría por las ramas
sobre las que me tienta treparme. Vuelvo a la frase que me regaló Roxana
Kreimer, y a esa noción de que una virtud exige, vaya, una medida. Es
bueno tenerlo en cuenta ahora que los que murieron tienen entre los
vivos a quienes virtuosamente los han recordado, los han honrado y han
llegado a la justicia. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) El
falo de cristal
23/12/06
Ella es muy joven, bella, ingeniosa. Está por terminar letras, pero
eso no le alcanza: hace cursos de filosofía y en sus ratos libres practica
acrobacia y hace tai chi. Además lee bastante. Puede ponerse a defender,
completamente borracha, la vigencia de Spinoza o de Henry James. Siempre
que la veo está vestida como una muñequita de torta palermitana, como
una falsa ingenua, porque de ingenua, Lila no tiene nada.
Pero con los hombres, Lila disimula. En los últimos tiempos empezó a
disimular cada vez más. El otro día la vi, y estaba contenta porque
por fin está saliendo con alguien. Lo único que venía encontrando eran
los toco y me voy, escenas de fin de fiesta en las que los que quedan
salvan algo del naufragio de la noche, pero a conciencia de que no se
está empezando nada ni se está en la obligación moral, siquiera, de
preparar un desayuno a la mañana. Relaciones sin importancia, repite
Lila, que es lo que se lleva. ¿Por qué los pibes de ahora, a diferencia
de los pibes de siempre, buscan aquello que no tenga importancia, aquello
que les asegure que nada será sometido a movimiento, que nada de sus
vidas abúlicas será alterado? Lila no lo sabe, pero actúa en consecuencia,
y entre amigas lo confiesa abiertamente: "Para gustarle a un tipo, la
mejor de las estrategias es hacerte la boluda, no falla. ¡Adoran a las
boludas!", es una de sus máximas.
Llegó contenta y haciendo ojitos de enamorada. Está saliendo con un
chico con el que hablan y discuten, se hacen compañía y comparten sus
respectivos proyectos de trabajo o de estudio, se llaman cada noche
para saber cómo fue el día del otro. Casi perfecto. Lila casi no lamenta
no tener sexo con él.
No tienen sexo porque, explica ella, "él no se siente preparado". Como
Lila es de las chicas que, a diferencia de sus madres, sostienen que
el tamaño importa y mucho (y no por una cuestión específicamente sexual:
Lila y sus amigas están convencidas de que los tipos que la tienen de
buen tamaño son más seguros y más caballeros), ella se encargó de comprobar
en algún escarceo que el tamaño no es el problema. "Ahí me tranquilicé.
No es el tamaño, es neura solamente", explica. Pero él le dice, después
de un mes de verse muy seguido, que "lo espere".
Esto que relato no es una generalidad sino un caso que transcurre, sin
embargo, en esos pliegues sociales que lentamente van escupiendo a su
alrededor no sólo maneras de vestirse sino maneras de comportarse. Lila
trae noticias de algo que sucede subterráneamente y que en su cama aflora
porque ni él tiene reparos en decirle "esperame" ni ella se sorprende
demasiado al escucharlo.
Antes se le llamaba falo al pene y después se comprendió que la idea
de falo es bastante más amplia. Pero un poco más tarde también hubo
que admitir que en esa idea de falo entran no sólo las erecciones y
las anécdotas poderosas, sino las iniciativas, el poder, la voluntad,
la seguridad, la capacidad de seducción, la manipulación más o menos
consciente del deseo. ¿Quién tiene el falo hoy? ¿Ese chico que decide
esperar a "estar listo" para un coito o esa chica que lo trata a él
como a un príncipe tan parecido a una princesa?
Antes el falo parecía resumir la fuerza masculina, la fuerza física
y mental. Pero ahora el falo es de cristal. Si se cae, se rompe. Lo
tienen ellos o ellas indistintamente. Y en rigor, ni ellos ni ellas
están satisfechos de tenerlo. Ellos y ellas se quieren sacar el falo
de encima. Nadie quiere ser fálico. Lila está en las antípodas de las
mujeres que disfrutan de tener el poder. Desde hace mucho que busca
a un hombre para descansar en él, para... Dios mío... ¡sentirse protegida!
Y dejar el sexo para más adelante le parece un detalle, algo accesorio,
porque lo que le importa es que él la llama todas las noches para ver
cómo fue su día, y Lila, que aunque es muy joven tiene considerable
experiencia, sabe que aquellos que se la llevan a la cama de una, al
día siguiente desaparecen. Esas llamadas humanizantes, esa consideración
caballeresca de este pibe le parece más importante que un revolcón.
Y banca.
La confusión entre los géneros reclama una redefinición del falo, que
incomoda a todos/as. Hombres y mujeres parecen tan agotados y asustados,
que unos y otras prefieren hacer la posta y abandonarse a las iniciativas
ajenas. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) La
llave de López
25/11/06
A lo largo de estos dos meses, desde este mismo espacio, me pregunté
varias veces, y desde diferentes perspectivas, por qué el secuestro
de Jorge Julio López estaba siendo minimizado colectivamente. Hubo semanas
enteras en las que el tema redundó: desapareció. Eso en sí mismo merece
atención.
Veámoslo así: en un determinado país una dictadura militar se impone
con el consenso de una opinión pública formateada por la clase dominante,
el mismo formateo cerebral que luego hará que esa opinión pública acepte
su propia domesticación. Había que implantar un régimen totalitario.
Para ello, fue necesario aniquilar a una generación. Prisioneros sin
juicio ni consecuentes acusaciones precisas fueron exterminados en campos
clandestinos. La opinión pública no acusaba recibo ni de los operativos
nocturnos que había en cada cuadra ni de los hijos de los amigos de
los cuñados de los vecinos, que desaparecían.
Y eso se sabía. Pero se negaba. Es mentira que no se sabía. Cuánto tiempo
más se va a mantener en pie esa falsa disculpa argentina. Era imposible
no saberlo. Se ignoraba la dimensión del genocidio, pero no sus atrocidades.
¿O no es sencillamente atroz que, por caso, desapareciera el hijo del
amigo del cuñado del vecino? ¿Eso no implicaba por sí solo que había
ajusticiamientos? No existe el "yo no sabía". Hay que empezar a admitir
que hubo una Argentina que negó. Y es otra cosa.
Esa misma Argentina me preocupa.
Sigamos: treinta años después (porque fueron necesarios treinta años
para que llegaran muchos juicios, y esto quiere decir que esa sociedad,
ya sin la bota encima de la cabeza, creyó la versión absurda de que
lo que hubo fue una guerra civil. ¿Qué argentino puede creérselo? ¿Cómo
va a haber una guerra civil sin que uno se entere? ¿Cómo se compatibilizan
las creencias complementarias y falaces del "yo no sabía" y "hubo una
guerra civil"?), retomo: treinta años después, es condenado uno de los
peores chacales. Y unos días más tarde, un testigo clave en ése y otros
juicios, desaparece.
Esta desaparición pone en escena el fantasma argentino reciente. Para
todos aquellos cuyas vidas fueron rozadas en mayor o menor grado por
el terrorismo de Estado de los ’70, esta desaparición activa zonas del
cerebro y del alma que estaban ya por fin en algo así como piloto automático.
Somos como un gigantesco cartel de neón, algunas de cuyas luces deben
forzosamente encenderse para que las otras se vayan apagando. Sin esa
alternancia, el cartel no emitiría sus dibujos y sus letras. Como cuerpo
colectivo, somos eso. A treinta años de aquello, miles y miles de personas
sintieron esta desaparición como la reactivación dolorosa e insoportable
de la zona del miedo, el dolor, la amenaza. En estos dos meses hubo
oídos que volvieron a escuchar sirenas a lo lejos. Hubo aniversarios
más crudos, como a la intemperie. Hubo pesadillas. Hubo enfermedades
psicosomáticas. Ya sin el cobijo de la democracia. Esto es lo impensable.
Era Nunca más. Esta desaparición rompió el Nunca más, que era la única
y verdadera promesa que como pueblo parecíamos habernos hecho.
Era previsible otra reacción. En las marchas y del dolor hecho carne
participan aquellos cuyas vidas fueron rozadas por el terrorismo de
Estado. Parecen, y son, marchas de derechos humanos, cuando deberían
ser otra cosa. Deberían ser desbordes de gente en todo el país gritando.
Pero es incluso más fácil desbordar y gritar frente a Fray Bentos, donde
hay una mole que seguirá creciendo, que hacerlo frente a un fantasma.
No milito en ningún partido político, no soy miembro de ningún organismo
de derechos humanos, no perdí familiares en la dictadura, pero eso no
implica que no haya crecido sintiendo que hay banderas que no son ni
siquiera ideológicas: casi diría que, para mí y para muchos otros, son
banderas religiosas, de la única religión que uno proveerse alguna vez,
una que sostiene que el bien está del lado de la decencia. Probablemente
sea un rasgo en común entre los que no creemos en Dios: nos aferramos
a otros ideales.
Tal vez por eso la reacción social general ante la desaparición de Jorge
Julio López sigue pareciéndome extraña, anestesiada, distante, y me
apena enormemente advertir que los medios administran diariamente las
neuronas de millones. Y que millones se dejan administrar los pensamientos
y, lo que es más grave, la moral.
El Caso López no es solamente el que deriva del expediente judicial
que investiga esa desaparición. El Caso López será, dentro de un tiempo,
el recuerdo de la primera desaparición de la democracia, y el ejemplo
de cómo a veces una sociedad vuelve a negar, a no ver, a no saber.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Desaparecido
20/12/06
Hablamos un idioma y nos comunicamos a través de él. A través de un
idioma es que estoy escribiendo e intentando comunicarme. Es decir:
debo confiar en ese idioma y en mi manera de manejarlo, de usarlo al
escribir. No me sirve de nada volcar aquí un par de reflexiones si del
otro lado nadie va a entender, o a sentir, o a pensar. Pero la lengua
tiende sus trampas y muchas de ellas, infinidad de ellas, nos pasan
inadvertidas tanto para los que escribimos como para los que leemos.
San Barthes lo explica muy bien, traducción mediante, incluso, cuando
dice que "la lengua es fascista" y que "se define menos por lo que permite
decir que por lo que obliga a decir".
La lengua nos obliga a decir. Bien. Las palabras no vienen solas, sino
cargadas de guirnaldas, olores, lanzas, truenos, vacíos, despertadores,
somníferos. Es desde esa perspectiva que ha reaparecido entre nosotros
la palabra desaparecido.
Voy a tomarle prestada una idea que Marcelo Figueras escribió en su
blog. Uno de los efectos más visibles y personalmente verificables de
la desaparición de Jorge Julio López es no sólo la reaparición de esa
palabra que llega cargada, ella específicamente, de tormento, escalofríos
y amenazas, sino la reconstrucción de cómo esa palabra se constituye,
la locura y la confusión que implica. Lo que advirtió Figueras es que
este caso, el caso López, recrea la figura de la desaparición en todo
su poder siniestro, y parte de esa recreación-repetición fue la actitud
inicial de su familia, atribuyendo la ausencia de López a un problema
de estrés o vejez.
En esa duda, en esa vacilación primera es que la figura de la desaparición
hace pie para iniciar su recorrido enloquecedor. Como sin pasado, como
sin experiencia, como sin antecedentes, incluso en las circunstancias
ardientes en las que se produjo esa desaparición, la desaparición es
algo tan contra natura, tan demencial, que fue una palabra esquivada,
casi meditada antes de sentirse, sentirnos listos para pronunciarla.
Desde que llegó la democracia, la palabra desaparecido estaba tan cargada
de dictadura que prácticamente se limitó su uso para aludir a las desapariciones
políticas. La gente perdida (los que se fugan, los que se pierden) no
eran desaparecidos: la lengua obligaba a decir, junto con la palabra
desaparecido, desaparecedor.
Fue recién con el lento paso de los años y con el lento avance de la
Justicia que fue posible la recuperación de esa palabra para designar
desapariciones sin desaparecedores. Pero el caso López interrumpe ese
proceso abruptamente. Nos reenvía colectivamente al espanto de saber
que hay todavía personas dispuestas a secuestrar a alguien y borrar
rastros, personas aparentemente mucho mejor entrenadas para esto que
cualquier secuestrador extorsivo, que consiguen tragarse a alguien,
eliminar sus huellas, atormentarlo o asesinarlo de modos tan sanguinarios
y amorales como nunca se le ocurriría a ningún secuestrador extorsivo.
La puesta en escena de esa desaparición (justo antes de la condena a
cadena perpetua a Miguel Angel Etchecolatz) tiene el brillo soez de
las operaciones muy planificadas. Y la palabra desaparecido, que reapareció
junto con la aparición, en ese mismo juicio, de la palabra genocidio,
trepa por nuestros cerebros y baja hasta nuestros estómagos, atravesando
la gruesa capa de defensas que le oponemos.
Nuevamente se produce una operación de sentido en la lengua que compartimos
entre todos. Los perdidos vuelven a ser perdidos.
Desaparecido, está Jorge Julio López.
![](caras/sandra_russo.jpg) Angelito
13/10/06
Yo había sido un ángel tan pero tan gordo, que se cayó de la nube en
la que estaba y fue a dar con sus alas rotas (hubo que podarlas) justo
encima de la cama de mis padres. Esa fue la explicación que durante
mi primera infancia intentó satisfacer mi curiosidad acerca de cómo
venían los niños al mundo. Una pura cuestión de obesidad angelical.
Después siguieron las confusiones. Cuando estaba en tercero o cuarto
grado, Alex, que todavía hoy es mi amigo, me acompañaba todos los días
a mi casa, caminando esas siete cuadras, y un día me dio un beso. Durante
cierto tiempo estuve en vilo, ya que después del beso Alex me confesó
que a raíz de su arrebato yo podía haber quedado embarazada.
Ese incidente fue tremendo, porque yo ya tenía una idea de mí bastante
inquietante. Me tocaba, es más: un día me descubrieron con algo entre
las piernas y no era cualquier cosa (ahora que lo pienso tengo que informárselo
a mi actual analista): era con el Lo sé todo, que tenía un lomo importante.
Me llevaron al médico, porque mis padres consideraron que esa conducta
no era normal y aunque yo no había escuchado jamás hablar de masturbación
y, en consecuencia, no tenía la menor idea de que me masturbaba, el
solo hecho de que me hubieran llevado al médico, igual que cuando tenía
fiebre o dolor de panza, me indicaba que aquellas cosquillas eran igualmente
insanas.
En séptimo grado vinieron las señoritas de Johnson & Johnson a dar la
argentinísima charla de educación sexual, a niñas y niños por separado,
y que consistió en mostrarnos un dibujo de las trompas de Falopio y
en recomendarnos que fuéramos lo más higiénicas posible cuando nos llegara
la menstruación. A mí me había llegado un año y medio antes y, como
nadie me había explicado nada, primero me asusté y después me enchastré,
lloré, me acomplejé, en fin, aprendí que aquello era un secreto que
no podía compartir con nadie.
Hacia el final de la secundaria todavía nadie tenía relaciones sexuales,
sólo explosivas y prolongadas franelas que una no sabía exactamente
cómo frenar. Pero era una, es decir la chica, la que debía ponerles
fin, como si nos gustara menos, como si no lo disfrutáramos, como sacándonos
de encima al chico que pretendía "eso" de nosotras. Era común en mi
grupo que los chicos tuvieran novia y al mismo tiempo relaciones sexuales
con una "puta", que en general no era puta rentada sino chica ligera,
de la que se proveían merodeando otros grupos y a la que descalificaban
inmundamente, a la que despreciaban porque "lo hacía".
Bien: y resulta que después había que ser multiorgásmica y tener punto
G. ¿Cómo? Remontando ese barrilete de plomo que nos habían metido en
la cabeza.
No es que no hayamos recibido educación sexual, qué va. Siempre hubo
educación sexual. La nuestra se basó, naturalmente, en hacernos temerle
al sexo, en inculcarnos la represión como la forma digna de sobrellevar
esos bajos instintos.
Nos educaron para que no gocemos. Fuimos gente joven artificialmente
alterada para vivir su sexualidad inconfortablemente. Hoy tengo una
hija de catorce años, y deseo para ella exactamente todo lo contrario.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) La
palabra genocidio
08/10/06
"La casa está en orden" es una de las frases más detestadas de la democracia.
Sobre esa frase de un Raúl Alfonsín devolviendo a sus hogares y a sus
mundos privados a los miles y miles de ciudadanos que se mantenían movilizados
se estampó un sello y así fue archivada en nuestras memorias: una frase
cobarde. Como todo lo que es sellado y archivado, esa frase se mantuvo
congelada en su carácter de cortamambo de un sector de la población
que se sentía en condiciones físicas e ideológicas de "resistir". Los
últimos acontecimientos recomiendan descongelarla.
A pesar de todas nuestras conocidas taras, los argentinos somos los
únicos que, en la región y en las democracias que sucedieron a las respectivas
dictaduras, hemos llegado a la instancia en la que nos encontramos.
Juicio y castigo. Eso sólo fue posible a través de muchos años, muchas
escaramuzas con forma de puntos finales y obediencias debidas, levantamientos
con finales negociados y, entre otras cosas, genocidas que durante treinta
años no fueron llamados genocidas.
El poder del lenguaje es monstruoso, apabullante. A mi entender, no
es en absoluto casual que la desaparición de Julio López y la simultánea
aparición de panelistas, libros y opinadores defensores del terrorismo
de Estado se produzca justo después de que el lenguaje institucional
y normativo por excelencia, el judicial, se haya pronunciado al respecto
y haya designado a los represores como genocidas. Y haya, en un mismo
y monumental movimiento de sentido, designado lo que pasó en los ’70
como un genocidio.
Esa palabra marca con el fuego de la verdad lo que pasó durante la dictadura,
y emitida desde un fallo judicial la incorpora al acervo del futuro
sentido común de la Argentina. En las escuelas, en las próximas décadas,
todos los niños estudiarán ese genocidio. Y ya basta. No hubo dos demonios,
no hubo guerra civil, no hubo juicios a prisioneros; hubo torturas,
hubo campos clandestinos, hubo apropiación de niños.
Cuando Alfonsín dijo que la casa estaba en orden, la casa era un desmadre.
Y si esa frase quedó congelada en su fase desmovilizadora, es en parte
porque el sector más sensible a este tema siempre sobreestimó sus fuerzas
y leyó voluntariosamente la realidad. La casa era un desmadre y lo siguió
siendo, durante treinta años, y hubo que esperar hasta que muchos de
ellos murieran, igual que muchas madres y abuelas, hubo que esperar
una coyuntura imprevisible, como es ésta, para que de las fauces de
la derecha fascista brotaran gestos desesperados. Hasta ahora habían
negociado, lo hicieron con cada gobierno. Estos exabruptos asqueantes
provienen seguramente de cierta desesperación: es ahora, recién ahora,
cuando están perdiendo. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) ¿Perdón?
01/10/06
El último domingo, en el programa de Luis Majul, se produjo un hecho
ideológicamente bizarro. El caso de Karina Mujica, el joven cuadro de
lo que ahora se ha bautizado "la derecha guaranga" (al menos así se
la llamó en ese programa), cuya doble vida como incipiente dirigente
militarista e incipiente madama marplatense fue lo que disparó un primer
bloque; en él aparecieron personajes que dejaron a la finada Elena Cruz
del tamaño de una simple fan de Videla. Caricaturescos, cínicos, un
hombre mayor de "r" arrastrada (defensor de Etchecolatz) y un joven
dinosaurio defendían acaloradamente el terrorismo de Estado de los ’70
con argumentos fallidos. En la tanda, se veía el institucional de recompensa
para quien tenga datos sobre el testigo Julio López, acusador de Etchecolatz
y actualmente desaparecido. El domingo pasado todavía no habían tenido
lugar las marchas reclamando su aparición, ni la angustia por su suerte
había tomado tanto cuerpo como en estos días. Es que la sola posibilidad
de que haya patrullas perdidas del terrorismo de Estado resulta escabrosa,
aunque no improbable, tan luego en un país en el que los que piden por
más seguridad se dejan custodiar por los policías exonerados de la fuerza
por haber incurrido en diversos delitos. Muchos de ellos, en secuestros
extorsivos. La nueva etapa por la que atraviesan los juicios contra
los represores no es menor ni cosmética. La desaparición de López reactualiza,
sin que nadie lo previera, un dolor colectivo que sin embargo fue sostenido
individualmente por algunas víctimas sobrevivientes: pudimos enterarnos
de que López, que no olvidaba ni quería olvidar, solía ir a su lugar
de detención, ya demolido, recurrentemente, quizá a espantar sus fantasmas
o a afirmar su pacto con los que murieron.
En un segundo bloque estuvo Elisa Carrió. Fue ella, la dirigente "moral"
por excelencia autoproclamada, la que desde hace años se embandera con
la cruz, la que habla de "nuevo contrato" y de "refundación" y "parto
doloroso", la que desvió el programa a un verdadero curso bizarro, por
ahorrarme la palabra siniestro.
Ahora Elisa Carrió habla de perdón. De reconciliación. Así como suena,
así como se lo escucha y se lo lee. Elisa Carrió evalúa, en ese contexto,
con esos energúmenos presentes en el estudio y con Julio López desaparecido,
que en este país es necesario "reconciliarse".
Nunca entendí del todo los procesos mentales de Elisa Carrió. Estuve
a punto de votarla en las últimas elecciones. Era con quien más acordaba
en la visión general del país. Y ahora, después de estos años en los
que obsesivamente se ha negado a una actitud mínimamente conciliadora
con al menos algo de lo que haga este Gobierno, Elisa Carrió parece
haber mutado, haber derivado, haber degenerado en una mujer que es capaz,
después de escuchar frases como que no hubo campos clandestinos, y con
un testigo clave desaparecido, de decir que en este país hay que perdonar
y que hay que reconciliarse.
¿Perdón? Solamente la ceguera más rabiosa puede hacer a alguien equivocar
tanto la circunstancia de sus dichos. Y esa ceguera obliga, a esta espectadora
en este caso, a decir esto, que no es fácil, uno sabe, porque Elisa
Carrió ya creó el casillero "si me critica es porque no me entiende",
cuando no se trata de simples contratistas intelectuales del Gobierno.
Elisa Carrió ha derogado, de facto, la posibilidad de que alguien simpatice
con este Gobierno por razones legítimas y sin más interés que el político.
Eso habla no sólo de una estrategia equivocada para vincularse con los
otros, sino además de una visión estrábica de la realidad.
Pero que ahora Elisa Carrió haya emprendido una nueva etapa corrida
de la baldosa histórica del progresismo argentino, como son los derechos
humanos (su nuevo latiguillo es "hablemos de los derechos humanos de
hoy" y después se pone a hablar del paco), nos indica algo, algo feo,
algo extremadamente desagradable sobre su persona y su pensamiento.
La defensa y el alineamiento de Kirchner con los reclamos de los organismos
de derechos humanos es una de las pocas cosas que nadie puede negar.
Es un hecho, es un dato. Elisa Carrió no puede ni siquiera coincidir
en eso con Kirchner. Pareciera que le es más fácil renunciar a reivindicaciones
que exceden con creces el setentismo y esas pavadas: que los crímenes
se pagan y se castigan es una regla básica de la civilización. Solamente
alguien que ha renunciado a esa causa puede hablar de reconciliación
con quinientos niños todavía desaparecidos, con genocidas que hablan
de guerra civil, con gente que repite que volvería a hacer lo mismo,
con gente en carne viva porque los traumas sociales, y debería saberlo
la creadora de la Fundación Hannah Arendt, se instalan y tardan generaciones
en ser superados.
El nuevo paso que ha dado Elisa Carrió obliga, lamentablemente –porque
pudo haber sido una mujer importante en la política argentina– a separarla
de los dirigentes que nos inspiran respeto. Su desborde ideológico ha
sido demasiado grueso para seguir considerándola parte de los argentinos
cuya opinión nos interesa. Una pena, Elisa Carrió. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Monstruos
21/09/06
Las palabras monstruo y mostrar tienen una raíz común. Hay algo en el
monstruo que exige ser visto, exhibido o imaginado. El monstruo existe
para que los demás sepan que existe. Aunque permanezca oculto, la entidad
del monstruo requiere ser completada por alguien que le tema, por alguien
que huya de él, y que lo constituya. Para eso durante los ’70 hubo hombres
como el ex comisario general Miguel Etchecolatz, cuyo solo nombre, en
la provincia de Buenos Aires, provocaba escalofríos.
La dictadura militar tuvo muchos asesinos, pero sólo algunos verdaderos
monstruos, que fueron fuente de inspiración para los demás. Uno lo da
por hecho, pero cabe la pregunta: ¿habrá sido tan sencillo hacer emerger
de las Fuerzas Armadas de entonces semejante legión de secuestradores,
torturadores y asesinos? Una cosa es haber convencido a todos ellos
de que las organizaciones armadas de la época se habían propuesto "imponer
un régimen totalitario en el país, apoyados por otros estados como el
castrista", tal como afirmó ayer el abogado defensor de Etchecolatz,
Luis Boffi Carri Pérez. Pero otra cosa muy distinta debe haber sido
convencerlos, y con bríos siniestros, de que era necesario meterles
picana a los prisioneros hasta desmayarlos o matarlos, aniquilar familias
enteras, secuestrar y robar niños, protagonizar esa obra maestra del
terror. El régimen necesitó a los monstruos para implantar en las fuerzas
de seguridad un modelo de militar sin escrúpulos ni humanistas ni religiosos,
hombres a los que no les temblaba el pulso para picanear a mujeres embarazadas,
para torturar a la esposa delante del esposo o para fusilar prisioneros
en fugas fraguadas.
Hombres como Miguel Etchecolatz sirvieron para irradiar a su tropa la
luz invertida del mal absoluto. Fueron los líderes falaces de un país
que luchaba contra el incierto enemigo interno con el peor de los terrorismos,
el de Estado. Los monstruos ofrecieron a la dictadura sus almas negras,
en las que ellos y tantos otros fueron capaces de almacenar el dolor
ajeno, y cuanto más dolor, y cuanto más crimen, más épicas parecían
sus leyendas. Etchecolatz sigue sosteniendo que en la Argentina no hubo
campos clandestinos de detenidos-desaparecidos, y que lo que hubo fueron
campos ocultos, "como en toda guerra".
Los monstruos siempre están esperando el momento de demostrar que son
monstruos, porque en el fondo están orgullosos de serlo. Y por eso son
monstruosos.(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg)
Ese
duelo
25/08/06
Dos días después de hacerme un aborto, fui a una reunión social en la
que había una mujer que poco antes había perdido su embarazo de seis
meses. Todos trataban de estar alegres y ocurrentes, pero al mismo tiempo
de medirse, de guardar cierto recato. Y aunque esa mujer era muy fuerte
y conversaba y sonreía, costaba mucho esfuerzo disipar la nube de angustia
y sufrimiento que la envolvía. Me acerqué a ella en un momento, y a
pesar de que no nos conocíamos mucho, me habló de lo que le había pasado.
Me dijo que tenía la sensación de que todo era irreal. Me dijo que su
cuerpo estaba en esa fiesta, pero que su alma estaba en otra parte.
No sé por qué me lo dijo a mí, pero la escuché. Yo del aborto no le
dije nada. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué yo había decidido interrumpir un
embarazo, justo a ella que no lo había decidido y lo había perdido?
Era claro que esa mujer estaba sumergida en un duelo del que le costaría
mucho salir.
Del duelo del aborto, en cambio, no se habla. Como no se habla del aborto,
no se habla del duelo del aborto.
Déjenme decirles a los que creen que de este tema todavía tampoco se
puede hablar, que una mujer, si llega a la instancia del aborto, llega
acorralada y descentrada. Y llega sola. El momento que va desde saber
que se está embarazada al momento en el que una abre las piernas en
un lugar sórdido y rodeada por desconocidos es un trance emocional de
los más duros, difícil de describir, un trance por el que pasan tantas
mujeres y sobre el que sin embargo no hay una sola línea escrita. La
soledad es completa.
En muchos casos, esa mujer viene de librar una batalla interna feroz.
Porque una parte de ella está dispuesta al embarazo. Quizá no a la palabra
embarazo, quizá ni siquiera a la idea, pero en el cuerpo de esa mujer,
entre sus células y las de ese embrión, se está gestando también un
vínculo. Hay tejidos que se comunican, y sangre que se mezcla, y hay
millones de partículas biológicas enamorándose de ese nuevo ser, porque
nuestro cuerpo está preparado para el amor, no para el rechazo.
No es necesario que un grupo de fanáticos nos diga que eso que late
ahí está vivo. Ese es el desgarro, ésa es la pesadilla. Eso es lo que
muchas mujeres que abortan sienten y no pueden hablar con nadie. Eso
que late ahí está vivo y es en potencia lo que cada una de esas mujeres
alucinan en noches de insomnio. No es necesario el recordatorio de los
pro-vida. Vaya nombre. Pro-vida es nuestro cuerpo, que ama más allá
de nosotras.
Y a medida que esa mujer comprende que no puede ser madre, porque psíquicamente
no puede, porque eso pasa, porque así es la cosa, porque nada en ella
logra constituirse en un impulso que la haga vencer adversidades, porque
esa mujer es débil o porque tiene mucho miedo, no es que elija abortar:
comprende que no le queda otro remedio. No hay muchos posibles peores
momentos en la vida de una mujer. Se paga. Por el aborto no sólo se
paga en consultorios clandestinos, también se paga un precio mucho más
alto con el tiempo, gota a gota, en visiones, en inquietudes, en tristeza
sin motivo aparente, en remordimiento.
Ninguna mujer aborta algo que al menos por un instante, en su conciencia,
no haya sido su hijo. Y si se llega a hacerlo, si se llega a tomar esa
decisión tan dura, es porque sencillamente no se puede seguir, no se
tiene resto, no se tiene coraje, no se tiene deseo. Hay momentos en
los que algunas cosas no podemos. Es así, ultramontanos: hay momentos
en los que algunas cosas no podemos. Así nos hace la condición humana.
Hablar del aborto es necesario para poder decir algunas de estas cosas.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Tomar
medidas
12/08/06
La anticoncepción en general es un tema cultural, de educación, de información
y de difusión. La anticoncepción en general es un tema que viene agitando
inexplicablemente, a esta altura del nuevo siglo, a asombrosos defensores
del sexo exclusivamente reproductor. Es increíble que puedan sostener
algo tan delirante como que los hombres y las mujeres deben tener sexo
solamente cuando estén pensando en tener hijos. Está claro que hay hombre
y mujeres que hacen eso, pero a todas luces son una minoría, ya que
ni siquiera quienes adhieren al mismo dogma que estos propaladores ejercitan
su sexualidad de esa manera.
Y si no fuera por la encarnizada batalla que le han presentado desde
hace décadas esos propaladores a la anticoncepción en general, trabando
proyectos, boicoteando campañas, instalando dudas, no cabe ninguna duda
de que la anticoncepción en general gozaría hoy de muchísima más familiaridad
–y viceversa– con la gente, y especialmente con la gente que más la
necesita. Las mujeres, cuyos embarazos no deseados tantas veces terminan
con sus vidas.
La ley de ligaduras es a su vez una manera de dar vuelta la alfombra.
Había mugre y se pateaba la mugre debajo de la alfombra. La Argentina
todavía "no está madura" para tratar el debate sobre la despenalización
del aborto, pero en la Argentina se aborta. Un rasgo duro de la fe es
que boceta la moral ideal, hacia la que deberían inclinarse los creyentes.
Y un rasgo duro de la política es diseñar estrategias de Estado para
paliar los males que surgen de la realidad en la que están inmersos
los ciudadanos.
La ligadura de trompas y la vasectomía hablan en principio de una decisión
que llega después de experimentar algún hartazgo. ¿Cómo la gente va
a hartarse de tener hijos? Sí, claro que se harta. Suena mal pero pasa.
Se harta de no poder darle una vida a dos o tres, y de tener seis o
siete. Si la anticoncepción en general formara parte de nuestra cultura
cotidiana, y si en esta primera persona del plural incluyéramos a los
desarrapados más extremos, un preservativo o un DIU podrían alcanzar.
Pero la carrera del discurso sobre anticoncepción está llena de obstáculos.
Y la gente no sabe, no tiene reflejos, no se cuida, no sabe cuidarse,
no calcula, no puede. Estos métodos más que métodos son medidas que
toma sobre su vida alguna gente, y que tiene todo el derecho de tomar.
Pero que se hagan cargo los propaladores de sueños o disparates de la
parte que les toca. La gente común vive su vida con sus límites y sus
frustraciones y sus descontroles y sus inconciencias y sus malas suertes.
Y con sus placeres y sus deleites y sus opciones.
En el fondo de todo este tema, no me canso de pensarlo, lo que los propaladores
no toleran es el placer. El rictus de la represión no sonríe. Sobre
algo de esto escribió Umberto Eco en El nombre de la rosa. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Esa
noche
09/08/06
Estuve en Cuba varias veces, y si tuviera que elegir un país para vivir,
sería otro. Digo esto para dejar constancia de mi identidad pequeñoburguesa,
y para admitir de entrada que, siendo periodista y dedicándome a la
escritura, no podría, en Cuba, decir todo lo que se me ocurriera, ni
apelar al cinismo que tanto nos reconforta paliativamente a los desencantados,
ni sonar corrosiva. Es decir que lo digo con plena conciencia de que
llevo adherida a la mente la noción de libertad capitalista y que no
tengo pensado renunciar a ella porque sé que no puedo, porque eso, creo,
está más allá de mi voluntad.
Pero me inquieta que la mala salud de Fidel Castro y la delegación del
mando en su hermano Raúl haya estallado como un simple debate entre
qué es democracia y qué no. Como si no hubiera otra vara, otra ventana
para mirar algunos acontecimientos y, sobre todo, algunos procesos históricos.
Como si lleváramos incrustado en el cerebro un democratómetro según
el cual todo aquello que no responde a la fórmula de la democracia representativa
quede automáticamente impugnado. Que la democracia está llena de fallas,
pero es el mejor sistema conocido, lo sé, lo sostengo. Pero eso no equivale
a perder de vista que el pato más feo puede ser un cisne.
La primera vez que fui a la isla lo hice acompañada por un grupo de
periodistas varones y bastante más influyentes que yo, que andaba por
los veintipocos, y recibí alborozada aquella invitación del Instituto
Cubano de Turismo. Fueron dos semanas de convivencia, entre otros, con
tipos entrañables como Ariel Delgado y Enrique Sdrech, recorriendo lugares
que iban mucho más allá de Varadero o los destinos conocidos. En el
grupo había un periodista del diario de Bahía Blanca, La Nueva Provincia,
que, según confesó ya en el avión, iba a constatar que Cuba era una
farsa de equidad y justicia.
Mientras estábamos allí, se celebró el 25º aniversario de la creación
de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), organizados manzana
por manzana en todo el país. Los mismos que están activándose ahora
en ese mismo sentido, después de décadas de funcionar como organizaciones
de base para que cada embarazada llegue a tiempo al hospital o para
que cada niño sea vacunado. A último momento pedimos asistir a uno de
los miles y miles de festejos. Nos fue destinada una manzana en los
suburbios de La Habana. Nos perdimos en el camino. Llegamos más de una
hora tarde. Los vecinos nos estaban esperando. Había carteles que rezaban:
"Bienvenidos hermanos argentinos", y muchísimos regalos para nosotros,
que los niños habían alcanzado a hacer en las pocas horas libres que
tuvieron.
Nos sentamos a una de las mesas en la calle y comenzamos a disfrutar
de las risas de los hombres y mujeres que se nos acercaban y que nos
hablaban de Mirtha Legrand y del Che. Además de los regalos, los niños
habían tenido tiempo de aprenderse de memoria algunas estrofas del Martín
Fierro. Y las recitaban con ese tono que nunca le escuché a ningún niño
argentino. Los argentinos no tenemos training para la mística. Nos dan
pudor algunas emociones. Esos pioneros cascaban sus gargantas con esos
versos y recitaban a voz en cuello las mismas palabras que a nosotros
nos habían fastidiado en el colegio. Esa fue una ráfaga de comprensión
que me asaltó justo en ese momento. Esos niños, que también recitaron
a José Martí, a quien amaban, nos homenajeaban con algo que suponían
que nosotros amábamos. Pero nosotros no amábamos el Martín Fierro. ¿Qué
amábamos nosotros?
No puedo poner esto en palabras con mucha exactitud. Pero esa noche,
en esa tierra sembrada de bombitas de luz de pocos voltios, entre esas
casas pobres de paredes descascaradas y de pintura vieja, entre esa
gente dadivosa que nos tocaba los hombros y nos ofrecía su comida, yo
viví algo que no había vivido antes ni volví a vivir después. Cuba entera
es un país cuya población desconoce situaciones límite que para la mayoría
de nuestras poblaciones son frecuentes. No pueden salir del país, como
la doctora Hilda Molina, pero están liberados del dolor de un hijo que
se muere por falta de comida o de atención médica, del dolor de un desalojo
inminente, del dolor del analfabetismo, del dolor del desempleo. ¿No
son ésas acaso otras formas de la libertad?
Cuando llegó el momento de hablarles, de tomar el micrófono y agradecerles
semejante demostración de cariño hacia un grupo de perfectos desconocidos,
nosotros elegimos al periodista de La Nueva Provincia para que fuera
el vocero del grupo. Estábamos seguros de que esa ráfaga también a él
lo había traspasado. Y el hombre, a paso lento, subió a la tarima, tomó
el micrófono y comenzó a hablar, pero no pudo seguir. Un llanto lento
se le trabó en el cuello, porque la ideología es una cosa, pero otra
cosa es la verdad. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) La
virtud impiadosa
03/08/06
Un ejemplo perfecto de cómo la propia moral es fácilmente levantable
con la grúa del dolor ajeno.
Un ejemplo perfecto de cómo a la discapacidad mental y a la violación
hay que unirles, para que el drama sea irreversible, la pobreza.
Un ejemplo perfecto de cómo por las buenas no se puede ni se debe, en
beneficio propio, en defensa propia: por las malas, con unos cientos
de dólares, esta niña débil mental y violada por un familiar ya estaría
dando vuelta la página de una historia horrible, pero fue por las buenas,
por derecha, como suele decirse. Y por derecha se la comieron cruda,
jueces y médicos, para sobreimprimirle a su cuerpo que gesta el fruto
de la violencia el sello de esa vaga virtud pública que consiste en
alzarse en pos de la vida.
Jueces, médicos, funcionarios: miren a su alrededor. La vida chorrea,
explota, desfallece. ¿Qué hacen ustedes? Hombres y mujeres de bien que
ahora se anotan para adoptar al niño que quieren ver nacer. Hay miles,
decenas de miles de niños ya nacidos que recibirían gustosos alguna
de esas caricias que ustedes desean dar.
Este caso reabrió la cancha para un sentimiento particularmente argentino.
La virtud impiadosa. El amor dadivoso y ancho para lo inasible o lo
embrionario, con y sin metáfora, a cambio de la más completa indiferencia
por lo concreto y lo nacido. En el terreno de la conciencia, que parece
atormentar inexplicablemente a una jueza que habla de las niñas violadas
como si fueran parte de un paisaje que es preferible tapar con una postal
de ensueño, y que también parece atormentar a médicos y funcionarios
que se rigen por semanas que pasaron a cargo de una mala praxis judicial,
se deja afuera la conciencia de esa niña débil mental, a la que todo
un sistema desprotegió, condenó, humilló, mandó a la hoguera.
Da náuseas la virtud impiadosa. Porque es falsa. Porque es un vestido
de ocasión. Porque está hecha de declaraciones que suenan acompasadas
ante el micrófono. Porque miente. Porque daña. Dan náuseas los virtuosos
que son incapaces de sentir piedad por alguien que no está en igualdad
de condiciones y que ofreció su carne para que en ella estampen, todos
estos, sus sellos y sus manos ya lavadas. Da náuseas que una sociedad
escupa tan ostensiblemente a sus hijos más vulnerables, y que la virtud
impiadosa los haga correrse a la derecha del mismísimo Código Penal.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) ¿Conciencia?
26/07/06
Es muy difícil intentar imaginarse cómo funciona una conciencia que
no puede cargar con el peso de una decisión prevista por la ley.
Es más difícil aún imaginarse esa conciencia si se trata de la de una
jueza, de la de alguien que debe ajustarse a derecho. La objeción de
conciencia hasta ahora fue esgrimida por médicos que por convicciones
personales se negaban –se niegan– a prescribir métodos anticonceptivos
a menores de edad. Para el aborto la objeción de conciencia no es necesaria
porque el aborto es ilegal. Salvo en casos extremos, en casos insalvables,
en casos cuya crudeza desborda cualquier prurito moral. En casos tan
desgarradores como éste: el de una incapaz violada. Así lo indica la
ley, con ese lenguaje descarnado y hasta peyorativo, con una coma célebre
que a veces es interpretada como inclusiva de todas las mujeres violadas,
y la mayoría de las otras veces como un límite que circunscribe la admisión
del aborto a una mujer violada e incapaz.
Pero ahora, la insólita e inexplicable objeción de conciencia de una
jueza parece conducir la vida de esa incapaz violada hacia una horrible
maternidad, porque hay que decir esto. Hay que decirlo. Hay maternidades
que son horribles. Que son condenas.
Esa conciencia que se interpone entre el rigor de la ley y el aborto
solicitado para interrumpir el embarazo de esa incapaz violada es una
conciencia que, presuntamente, favorece la vida. Que sacraliza la maternidad
en cualquiera de sus formas. Y hay formas de la maternidad que destilan
padecimiento. Hay formas de venir a este mundo que son inviables. Hay
dilemas mucho más complejos y profundos que el planteo al que esa jueza
parece responder.
La vida no puede convertirse en un salvoconducto moral de almas simplificadoras.
La vida no puede ser una bandera sucia de dolor ajeno, y la conciencia
de nadie puede tranquilizarse porque decida esconderse en un cliché.
Y en definitiva, si alguien es tan católico como para no sentirse apto
en el momento de aplicar la ley, ese alguien no puede ser juez. No puede
la vida ya viviente de nadie estar en manos de un tipo de conciencia
así. No puede el destino de nadie ser decidido por un dogma que es personal,
particular, específico y antojadizo, porque eso y nada más que eso es
el dogma católico, en este caso, para una ciudadana que pide por justicia.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) La
sed inhumana
22/07/06
"¿Qué harías vos si secuestran a tu hijo? ¿Te alcanzaría con matarlos?
No, no te alcanzaría. Querrías ver cómo les arrancan los dientes, uno
por uno. Querrías ver cómo sufren." Darío dijo esto esta semana, hablando
con Radio Mitre, desde Israel. Darío fue miembro del ejército israelí
y ahora defiende sus ideas de esta manera. Su testimonio despertó una
airada respuesta de oyentes que, judíos y no judíos, advirtieron que
un botón de la camisa de Darío estaba abierto, y por él entrevieron
el corazón mismo del odio.
La ONU vuelve a esforzarse en sus gestos de mimo, vuelve a intentar
erigirse como el árbitro que no es, mientras Estados Unidos baja lenta,
cínicamente el pulgar, y considera que aún no es tiempo de detener los
bombardeos en el Líbano. Allí, en Oriente Medio, encuentra hoy el mundo
esa dosis de muerte que parece necesitar como un vampiro, pero ya no
es muerte a secas lo que pide. Si la sed contemporánea se limitara a
la muerte, la tiene servida en millones de casos anónimos y de una injusticia
pavorosa, borroneada por las estadísticas. Lo que aflora en estos días
es, cada vez más precisa, más descarnada, la necesidad de odio. El odio
como combustible de las acciones humanas.
Ya lo decía Darío, hablando en un castellano fluido pero teñido por
vientos extraños, cuando describía con una exactitud inaudita sus sentimientos:
la muerte del enemigo no alcanza, ya no alcanza. Ha sobrevenido la sed
de sufrimiento ajeno, el deseo de aniquilación completa, la fantasía
de eliminar de la faz de la tierra todo vestigio del otro, pero acompañado
por la visión de su padecimiento. Hay que presenciar el sufrimiento,
hay que ser testigo de la propia capacidad de depredación. Como si hubiesen
rociado el mundo desde un helicóptero con una toxina increíble, esa
sed se reproduce más allá de lo que abarcan las secciones de los diarios.
Esa sed se sale de los diarios. Recala en las calles. Anida en los dedos
que, sin temblor, sin piedad, rozan gatillos en la oscuridad. En la
Argentina, mientras emerge una vez más el debate de la inseguridad y
vuelven a chocar las estadísticas con la sensación de indefensión que
siempre y tradicionalmente tira a todo el mundo medio metro para atrás,
lo cierto es que a lo que se le teme ahora es a la crueldad. Y eso es
un borde. Lo estamos pisando.
Quedarse quieto al ser asaltado, ofrendar sin chistar lo requerido,
ejercer el más completo autocontrol, antes garantizaba, al menos, la
vaga certeza de que el asalto era una especie de peaje indeseable que
se pagaba por vivir en una sociedad atrozmente inequitativa. Pero las
cosas han cambiado. El paco o lo que fuere, quizás el hartazgo o la
desazón previa que lleva al paco, han convertido a muchos lúmpenes en
monos con navajas que afilan ante la mirada de sus presas. ¿Quieren
mi dinero, mis ahorros, quieren mis electrodomésticos, mis dólares,
mi tarjeta Banelco, las joyas de mi abuela, quieren que les dé todo
lo que tengo, o no? Y si no es eso lo que quieren, ¿qué es? Ese es el
borde que pisamos: estaremos en otro lugar, en otra dimensión si lo
que quieren no es lo que tengo, sino lo que soy.
Si quieren verme sufrir.
En ese otro lugar hay otra lógica, pariente lejana de la lógica que
verbalizaba Darío desde Israel y que ya se había insinuado en la invasión
a Irak. ¿Qué tiene que ver Irak con Villa Crespo? Quizá nada, por cierto,
quizá nada. Pero quizá... ¿por qué un asalto supone miedo al sadismo?
¿Por qué al temor del arma se le ha sumado, subrepticiamente, el temor
al odio, al deseo de sufrimiento ajeno? ¿Es necesario aclarar que estamos
ante una clase completamente diferente de temor?
Hay momentos históricos –los argentinos los conocemos bien: la dictadura
militar fue un extenso momento de esa clase– en los que por alguna razón
indescifrable brota esa sed. Son momentos en los que hay sadismoexplícito.
En los que se apodera de algunos. De muchos, una tremenda necesidad
de liberar aquello que la salud mental y cualquier grado de civilización
conocido tiene por fundamento reprimir. En esos momentos históricos,
cualquier lógica es desmadrada, incluso la de la guerra. Son momentos
en los que la esencia misma de la condición humana es puesta en duda,
y lo monstruoso sobreviene como una base de arcilla mal cosida.
"Ama a tu prójimo como a ti mismo", recomiendan las religiones. En Amor
líquido, el sociólogo Zygmunt Bauman descompone la frase, ya descompuesta
en las mentes de millones de contemporáneos. Bauman retoma a Freud,
quien se había preguntado: "¿Qué sentido tiene un precepto enunciado
de manera tan solemne si su cumplimiento no puede ser recomendado como
algo razonable?". Y se contestaba: "Es un mandamiento que en realidad
está justificado por el hecho de que no hay nada que contrarreste tan
intensamente la naturaleza humana original".
Bauman agrega: amar al prójimo supone un salto a la fe, a cualquier
fe. Es, en definitiva, el acta de nacimiento de la humanidad. "Y también
representa el aciago paso del instinto de supervivencia hacia la moralidad".
Pero "...como a ti mismo", dice Bauman, es un final de frase que de
ninguna manera puede subestimarse u obviarse, porque es el centro mismo,
el fundamento que hace que ese precepto no sea una estupidez y sí una
cláusula básica del contrato entre el individuo humano y su especie.
El amor a sí mismo es pura supervivencia, y es imprescindible, entonces,
generar las condiciones para que cada uno se ame a sí mismo lo suficiente
como para poder tolerar al otro. Es necesario generar vidas lo suficientemente
humanas como para que la bestia que llevamos en el fondo no ruja ni
muerda.
Acaso la pregunta adecuada, hoy, sería aquella que nos interrogue sobre
las bestias que hemos dejado sueltas, esas que no se aman a sí mismas
y en consecuencia tampoco aman a nadie. (Página|12)
![](graph/falopio.jpg) Basta
28/06/06
¿Por qué la Iglesia Católica está en contra del placer sexual? ¿Por
qué encierra el presunto placer en un cuarto matrimonial en el que esposo
y esposa yacen con la esperanza de procrear? ¿Por qué el sexo es un
medio para gestar un hijo y no un fin en sí mismo? ¿Por qué sobre la
sexualidad humana, desde San Agustín en adelante, se extiende la sombra
cristiana, que adivina pecados inconcebibles en las pulsiones que no
logran ser reprimidas ni sublimadas por un hombre o una mujer?
Dos paradigmas contrapuestos chocan y se sacan chispas en nuestras mentes
contemporáneas, al costo considerable de confusión, culpa y pasaje al
acto sin redes que sostengan a quien decide obedecerse. El paradigma
freudiano vino a decir, en los albores del siglo pasado, que aquello
que finalmente los sujetos logran borrar, suprimir, callar, enquistar,
eliminar de sus conciencias, es precisamente lo que esos sujetos dicen
con síntomas: Freud vino a decir, en pocas palabras, que lo reprimido
enferma.
Pero ni la Iglesia Católica ni el psicoanálisis están demasiado presentes
en las vidas de las mujeres que deciden ligarse las trompas, con o sin
ley que las avale. Si bien la ligadura de trompas es considerada como
un método anticonceptivo más, suele ser, ésta, una decisión que brota
del hartazgo de la maternidad. No es la joven debutante y capaz de elegir
el rumbo de su vida sexual la que decide ligarse las trompas, sino la
madre de cinco, seis o siete hijos cuya vida peligra. Es la mujer sin
riendas sobre su propio sexo, muchas veces violada en la cama conyugal.
La ligadura de trompas supone un conflicto interno que es posible ubicar
en coordenadas sociales en las que los deseos individuales no existen.
No debería preocuparse tanto la Iglesia Católica por la ligadura de
trompas, que aunque deviene en método anticonceptivo abre, por su extremismo
y su carácter invasivo en el cuerpo femenino, una brecha entre el dolor
y el placer difícil de cerrar. Si tomáramos caso por caso de los conocidos,
no encontraríamos mujeres esperando recibir descargas voluminosas de
placer, sino hembras humanas hartas de padecer las consecuencias del
sexo reproductor. Mujeres sin niñeras que cuiden a los niños, mujeres
sin otras mujeres que las ayuden, mujeres sin control sobre sus cuerpos,
sobre su tiempo, sobre su trabajo, sobre sus vidas. El "parirás con
dolor" les copó la carne y ellas están gritando basta. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Periodistas
10/06/06
Hay preguntas que, de tan obvias, desconciertan. Los periodistas tendríamos
que tenerlo presente cuando entrevistamos a alguien. Esta semana fue
el Día del Periodista y nosotros tuvimos que contestar o contestarnos
algunas preguntas relacionadas con este oficio que no termina de convertirse
en profesión. Una brecha se abre hoy en las redacciones, cuando decenas
de pasantes de las universidades, provenientes de la carrera de Comunicación,
conviven con viejos lobos del mar de las noticias, que ya tienen nombre
y trayectoria, pero que empezaron a trabajar en esto por azar, por gusto,
por casualidad, porque era inevitable, pero no porque se habían preparado
para eso. La profesión, que antes era simple oficio, se aprendía como
cualquier otro: de abajo, imitando a un maestro, tomando nota, aceptando
todo lo que a uno le proponían, sumando horas de vuelo periodístico
en horarios extraños, celebrando cada día la suerte de estar ya rodeado
de ese ruido exquisito que eran, hace años, decenas de máquinas de escribir
sonando juntas.
Hay muchas razones para ser periodista y muchas otras para no serlo.
Lo del cuarto poder, que se lo guarden. Los periodistas son una cosa
muy distinta que las empresas periodísticas. Pero entre los motivos
por los que todavía, más de veinticinco años después de haberme empezado
a ganar la vida de este modo, sigo eligiendo este oficio, está sin duda
la posibilidad de haber ingresado a mundos raros, haber sido testigo.
El primer viaje que hice para (Página|12) fue a Chile. Estaba todavía
Pinochet. Supuestamente, iba a una conferencia de prensa clandestina
de la cúpula del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que por
primera vez en ocho años se reuniría en Santiago.
Ellos esperaban a un hombre. Si no, no se explica que las instrucciones
incluyeran que yo me apareciera en un restaurante chino con una revista
El Gráfico abajo del brazo y que tuviera que esperar hasta que alguien
me preguntara "¿Esta es la de esta semana?". Yo debía responderle: "No,
es la de la semana pasada". Era ésa la contraseña que resultó bizarra,
pero hicimos el contacto de ese modo con un hombre joven que me dijo
que se llamaba Andrés y que, antes de despedirnos, me dio más instrucciones:
tenía que volver al hotel en el que me alojaba caminando por calles
de tránsito en sentido inverso, para impedir que un auto me siguiera;
no podía visitar a nadie ni hablar por teléfono con nadie; tenía que
volver a verlo al día siguiente en un bar. Lo vi, pero volvió a mandarme
al hotel porque, dijo, las condiciones no estaban dadas. Yo empezaba
a ponerme nerviosa y a querer volverme a casa. El Chile de Pinochet
era agobiante.
Al tercer día, la cita era en Las Condes, en un restaurante lujoso.
Me dijo que después de comer iríamos a la presunta conferencia, pero
resultó que no era ninguna conferencia: iban a estar ellos cuatro y
yo, nadie más. Y también me dijo que por seguridad iríamos a un lugar
en el que tendría que pasar la noche. Pedimos la cena, pero yo tenía
náuseas.
Pagó, salimos, caminamos una cuadra y nos subimos a una camioneta. Había
más gente, pero no los vi. Andrés me tapó los ojos con la mano y me
empujó delicadamente la cabeza hacia abajo. Escuchaban música. La camioneta
iba bastante rápido. Pero en un momento se detuvo la música y también
la camioneta, y ellos dejaron de hablar. Fueron segundos que duraron
años. Después me contaron que el Frente Patriótico, otra organización
armada, había puesto una bomba en un cuartel de carabineros cerca del
que pasábamos y había un retén imprevisto, y ellos también tuvieron
miedo.
Llegamos a una casa pobre de la que pude ver el piso de tierra de la
entrada, con Andrés todavía tapándome los ojos. Ya en el comedor, Andrés
resultó ser uno de ellos cuatro: los otros tres estaban esperándome
con el fotógrafo del MIR: primero hicieron la foto, la clásica, la del
pasamontañas y los fusiles. Yo quería volverme a casa, desesperadamente
quería volverme a casa. No hice ninguna entrevista: no me salían las
palabras. Les puse el grabador delante y les pedí que dijeran lo que
quisieran. Hubo mucho más cotillón esa noche: me hicieron dormir en
un cuarto separado del de ellos sólo por una cortina de tela. Para ir
al baño pasaban por delante de mi cama. A duras penas pude creer lo
que vi en un momento, ya relajada por el tranquilizante que me había
tomado: uno de los cuatro, con el arma en la mano, en pijama, saludándome
con la mano. Me tapé la cara con la sábana y me pregunté: "¿Qué hago
yo acá?".
A la mañana siguiente me sacaron en la camioneta y me dejaron en una
estación de micros. Andrés no era Andrés: era Patricio. Lo volví a ver
varias veces en Buenos Aires y, un par de años después, cuando fui a
Santiago a cubrir las elecciones porque se iba Pinochet, me lo encontré
en el aeropuerto. Era candidato a diputado.
Esta es una de las historias que con más claridad me quedaron grabadas
en todos estos años de periodismo. Creo que porque fue allí, en esa
casa pobre chilena, totalmente desbordada por los acontecimientos, que
me pregunté por qué estaba allí y me contesté: porque soy periodista.
No fue una gran nota, ni siquiera fue buena. Pero la sobrecarga de adrenalina
fue fuerte y me hizo advertir que podía soportarla. Después, con los
años, fui chequeando: si en la calle hay griterío o se escucha algún
disparo, y todo el mundo sale corriendo menos uno, es periodista. No
se trata del simple gusto por el peligro, es otra cosa. Es una curiosidad
malsana que nos lleva a tratar de ubicarnos en la primera fila para
ver y escuchar mejor cualquier cosa que pase. Para después contarla.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Una
pregunta a Freud
13/05/06
Esta semana, el escritor peruano Mario Vargas Llosa opinó que "no hay
que sobreestimar el indigenismo". Lo dijo mientras el boliviano Evo
Morales no para de sobresaltar incluso a sus vecinos blancos, y mientras
el peruano Ollanta Humala, a pesar de los bordes vidriosos de su figura
pública y los desbordes homofóbicos de sus padres, disputará la presidencia
del Perú en el ballottage del 4 de junio.
Aunque Europa pose sus ojos displicentes en la América latina aindiada
que asoma detrás de esos nombres, esa mirada no logra arrancar de su
cuajo la pregunta que esa misma Europa se hacía hace quinientos años:
¿los indios tienen alma?
La Europa cristiana, conquistadora, evangelizadora, se hacía esa pregunta
mientras destruía civilizaciones enteras cuyo esplendor la dueña de
esa misma mirada era incapaz de percibir. Europa no sabía percibir ni
valorar ni asimilar las diferencias. ¿Los indios tenían alma, además
de oro?, debatían los religiosos y los poderosos.
La pregunta interpelaba por el otro, por ese de piel de color, de costumbres
raras, de lenguaje extraño. Cuando ya habían muerto millones, se concluyó
que los indios eran seres humanos y que en consecuencia tenían alma,
almas irrecuperables como los cuerpos derribados en minas y batallas,
en una de las más extensas orgías de dominación que conoció la humanidad.
Hace una semana se cumplieron 150 años del nacimiento de Sigmund Freud,
que poco tiene que ver con la conquista de América y con las preguntas
que esa conquista instaló en las mentes europeas civilizadas. Sin embargo,
un hilo dorado se extiende, si se lo sigue bien, desde que San Agustín
concibió la conciencia cristiana hasta que el fundador del psicoanálisis
le dio un marco teórico a aquello que yacía invisible atrás o debajo
o arriba o antes o después de la conciencia: el inconsciente.
A los sujetos contemporáneos nos es casi imposible imaginarnos cómo
vivían sus vidas los hombres y las mujeres que nacieron antes de que
San Agustín y San Benito promovieran lo que se conoció como introspección
cristiana. Ya en ese momento, en los albores de la Alta Edad Media,
las personas dejaron de sentirse responsables sólo de lo que hacían:
también eran responsables de lo que deseaban, de lo que sentían o soñaban.
El alma humana ya no era simple: ya existían las buenas o malas intenciones,
y existía un dios al que era imposible ocultarle la verdad.
Hace un siglo y medio, Freud mezcló esa baraja y dio de nuevo. Vino
a decir que hay una verdad que no se puede confesar, porque uno mismo
la ignora. Y vino a decir también que hay palabras que no se pueden
decir, que son impronunciables; que no sólo hay olvido, que hay falsos
recuerdos; que hay aspectos nuestros que son acaso los más fuertes y
potentes, a los que no accedemos más que a través de la pena o el dolor
que reprimirlos nos provoca.
A pesar de que hoy Europa vuelve a posar sus ojos displicentes sobre
países latinoamericanos con población indígena, hoy los debates pasan
por otro lado. En los patios traseros del mundo, y también en los patios
traseros de los países centrales, millones de personas excluidas de
toda estructura social concebible se multiplican y se enferman, pasan
hambre o tienen miedo, ven morir a sus hijos o a sus padres, migran,
escapan, soportan intemperies, tempestades, son agujereadas a balazos
o deshechas por misiles.
En nuestras ciudades, sólo hace falta salir a la calle después de las
nueve de la noche para ver al ejército de desahuciados revolviendo basura.
La mayor parte de las palabras que usamos les son ajenas: viven en nuestro
mismo mundo pero viven en otro, que les demanda poco vocabulario. Chapa,
cartón, birra, paco, faso, loco, moneda, madre. Esa palabra la pronuncian
seguido: cuando se es mujer y se baja el vidrio del auto y se estira
la mano para depositar en la palma de la suya una moneda, ellos dicen
casi siempre:
–Gracias, madre.
¿Qué interpretaría Freud al respecto? ¿Qué voltereta extraña del lenguaje
les hace impregnar esa mínima ayuda, esa mínima molestia de extender
una moneda con un halo maternal? ¿Qué dicen los huérfanos de Estado
cuando dicen "madre" o "padre"? ¿Qué expresan los huérfanos de Estado
cuando piden y reciben ayuda y qué expresan cuando vuelven a ser rechazados,
ellos, que fueron rechazados desde que nacieron?
Pasaron siglos desde que Europa se preguntaba si los indios tenían alma.
Hoy podríamos blanquear una pregunta que no se hace pero que sin embargo
se responde por la negativa en los hechos, cuando la existencia de esos
millones de vidas miserables no sacude ni espanta; la pregunta sería:
¿los pobres tienen inconsciente? ¿Los excluidos tienen inconsciente?
De un lado de la muralla, hemos aprendido, gracias a Freud, lo débiles
y lo fuertes que somos; hemos detectado lo permeables, lo vulnerables
que somos a determinados conflictos. Sabemos qué es un trauma. Sabemos
que hay vidas enteramente desviadas por algo que no se pudo procesar.
Pero mientras de un lado de la muralla nos asistimos y nos cuidamos
para no desbordar, del otro lado del muro, ellos, los huérfanos de Estado,
soportan su miseria con nuestra anuencia, como si hubieran venido al
mundo sin alma, igual que aquellos indios. Y sin conciencia; y hasta
sin inconsciente. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Adolescentes
29/04/06
Quedó como una incógnita qué quiso decir en su momento Carlos Menem
cuando habló de los niños ricos que tienen tristeza. También se ignora
qué consecuencias les acarreó a esos niños la riqueza acumulada durante
la década del ’90, pero de lo que no cabe duda es de que todos los otros
niños, los que están tristes pero no a causa del síndrome del niño que
lo tiene todo sino a causa de exactamente lo contrario, aumentaron estrepitosamente
y mitigan como pueden el paisaje desolado del plato vacío, la cama inexistente,
el techo de chapa, el gesto endurecido del padre o la madre sin trabajo.
Como fuere, en las últimas semanas hubo noticias inquietantes que involucraron
a púberes de esos que usan celular con cámara de fotos y se quejan porque
el que quieren no es ése, que salió al mercado hace seis meses, sino
el que acaban de lanzar el mes pasado. Son los que si no tienen iPod
se sienten como sin cédula de identidad. Los que fueron a un jardín
de infantes en el que les enseñaron a usar teclados de computadora y
que ahora, a los trece, catorce o quince años, hacen el soporte técnico
de sus padres o madres, a quienes ven poco porque trabajan mucho, pero
eso esos chicos lo manejan, porque desde los ocho van al psicólogo a
hablar de sus problemas. Son los que van a colegios exclusivos cuyos
aranceles no bajan de los seiscientos pesos, y en los que desde el primer
grado fueron instados y estimulados para que se expresen, para que den
testimonio, para que hagan valer sus voces y para que también hagan
valer sus derechos.
Hace unas semanas, las dos chicas de dieciséis años que usaron el sexo
para distraer a un compañerito caído del catre (a veces cuando uno está
en una cama haciendo ciertas cosas debería preguntarse si no se está
cayendo del catre) y aprovecharon la ocasión para alzarse con cien mil
dólares provocaron un asombro que no llegó a conmoción porque las historias
sexuales no conmocionan: sacuden e intrigan. Es curioso, pero el ménage
à trois de esos adolescentes de dieciséis años, compañeros de colegio
privado, no suscitó ningún informe especial acerca de las modalidades
de iniciación sexual actuales, ni sobre el rol de mujeres fatales y
cachondas que usaron ambas para robar un dinero que no necesitaban.
En cambio, la muerte de Matías Bragagnolo en el hall de un edificio
de Barrio Parque llevó los focos nuevamente a esos chicos. Llegó hasta
haber quienes volvieron sobre aquella temible pregunta que solía disparar
Neustadt en el viejo y horrible Tiempo Nuevo: "¿Sabe usted qué está
haciendo ahora su hijo?" Esa pregunta de la dictadura instalaba al enemigo
interno en el fuero doméstico. El extraño, el imprevisible, el sospechoso
era no ya el joven en general, sino más específicamente el hijo: bajo
la pantalla de la protección, había que vigilar y castigar, domar y
amaestrar.
Todavía no se sabía por qué y de qué manera había muerto Matías, si
esa muerte había sido natural o un asesinato; y si había sido un asesinato,
tampoco se sabía si los victimarios habían sido esos chicos que se presentaron
a declarar y quedaron y continúan detenidos en institutos de menores
sin que nadie informe a sus abogados ni a sus padres de qué se los acusa
exactamente. No se sabía, pero muy pronto se habló de "patotas de niños
bien" que circulaban por esas zonas paquetas haciendo desmanes y bravuconadas.
El manejo de la información no podía ser más antojadizo. Un adolescente
de dieciséis años había muerto en el hall de un edificio de Barrio Parque
y la noticia rebotaba en forma de mea culpa por cierta permisividad
a la que los medios atribuían esos desvíos. Una vez más, la palabra
menos inocente del mundo, "libertinaje", encontró un nicho de fertilidad.
La palabra "libertinaje" es un modelo perfecto del lenguaje teledirigido
a minar la confianza en la responsabilidad, la educación y el modelo
que les hemos dado a nuestros hijos adolescentes. Porque encarnada en
menores de edad, la libertad se convierte demasiado fácil y peligrosamente
en libertinaje. Y el libertinaje es el hijo bobo de la libertad. Y la
libertad nunca es cómoda, nunca es fácil, nunca es lisa: tiene arrugas
y pliegues de los que a veces salen brujas. Los cazadores de brujas
lo saben.
Más allá de esos casos extremos, más allá de esas noticias lamentables,
lo cierto es que hay muchos púberes de clase media dando vueltas por
la calle de noche y sin saber muy bien qué hacer. Y hay muchos púberes
de clases populares dando vueltas por la calle de noche y sin saber
muy bien qué hacer. Unos se aburren de lo que tienen porque han sido
criados en una sociedad en la que cada día hay algo más para tener.
Otros están hartos de nunca tener nada, y rumian su insatisfacción alcoholizada,
mientras tal vez ya estén acercándose al paco o a alguna otra droga
que no los divertirá ni los hará tomar litros de agua mineral. Sencillamente
y sin ninguna duda, los matará.
Habría que pensar en los adolescentes sin miedo a lo que ellos son,
a lo que ellos expresan de nosotros, sus padres; habría que pensar en
ellos para saber cómo hacerles más fácil el tránsito hacia una juventud
que se avizora complicada, y admitiendo que la vida que llevamos no
es, probablemente, la que ellos necesitan que llevemos. Habría que hablar
en voz alta con ellos acerca de nuestras frustraciones y nuestros límites,
de nuestro cansancio y nuestra falta de ilusiones. Y tal vez reemplazar
esa horrible pregunta, ¿sabe usted qué está haciendo su hijo ahora?,
por otras. Por ejemplo: ¿sabe su hijo con qué sueña usted, qué ilusiones
tiene todavía? ¿Sabe su hijo que usted lo ama? (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Del
palo
25/03/06
Este 24 el terrorismo de Estado cayó aniquilado bajo el fuego helado
del sentido común. Este 24 en las mesas redondas de la televisión a
nadie se le ocurrió invitar a alguien que disintiera con la idea de
que el golpe del ’76 inauguró la época más negra e infame de la historia
argentina del siglo XX. Este 24 todos los canales, todas las radios
y todos los diarios dieron por hecho que en los ’70 no hubo dos demonios,
sino organizaciones armadas para cuyo exterminio se hizo necesario también
el exterminio de miles de sospechosos que no fueron sometidos a juicio
sino secuestrados y asesinados sistemáticamente. Pero no fueron así
nuestros 24 de marzo anteriores. Esta verdad que se apoya en miles de
testimonios y causas penales no fue aceptada por los medios de comunicación
argentinos por la evidencia y el peso de los hechos. Los treinta años
y el contexto político hicieron este año que los medios consensuaran
la versión que, hasta hace apenas unos años, sólo sostenía (Página|12).
Opiné esto en la reunión de edición y se me dijo que "no podemos salir
a decir eso de nosotros mismos. Eso ya se sabe". No estuve de acuerdo.
No sé si se sabe, en todo caso sí creo que los lectores fieles de este
diario sí lo saben, y son lectores que, precisamente, durante los últimos
19 años tuvieron una referencia para medir la realidad en base a un
punto de vista en común, el que une a quienes escriben en (Página|12)
con quienes lo leen.
Desde su nacimiento, en 1987, este diario cedió espacio para que los
familiares de las víctimas del terrorismo de Estado mantuvieran vivo
el recuerdo del horror. Aun en épocas en que (Página|12) parecía aguafiestas,
porque seguía recordándolos a ellos, a los que cayeron, mientras el
país chorreaba la grasa menemista, los derechos humanos fueron prioritarios
y uno de los indudables e inequívocos pilares del hormigón ideológico
de este diario.
Y muchos de nosotros no hubiéramos podido escribir nuestras opiniones
ni dar a conocer nuestras percepciones sin este medio, sin esta herramienta,
sin este lugar en el que las computadoras descansan sobre viejas guías
telefónicas y los baños distan de parecerse a los de un shopping. Hoy
es un 24 diferente, recibido por una sociedad que, más tarde que temprano,
se ha decidido a llamar a las cosas por su nombre. Así fue que las llamó
(Página|12) desde un principio, y es justo y necesario decir que profesionalmente
es un orgullo haber estado y seguir estando aquí. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Ana
María
05/12/05
(APE).- "No tengo leche para darle al bebé, y no puedo darle la teta
porque tengo SIDA".
Entre las comillas de esta frase textual se encierra el drama de Ana
María. Ella y su marido y sus cuatro hijos viven un infierno. Un infierno
más rojo y más cruel que el de la mayoría. No tienen trabajo y la enfermedad
les asegura diariamente que es inútil buscarlo, que es inútil la esperanza
de salir a buscarlo, que no vale la pena intentar buscarlo. Y sus hijos
tienen hambre.
Ana María describe sus madrugadas. Su beba se despierta aullando de
hambre. Ella, medio dormida, se acerca a la cuna y trata de calmarla
con la leche materna. Pero reacciona a tiempo, porque recuerda los consejos
de los médicos del Hospital Regional Ramón Carrillo, que hace unos meses
le dijeron a Ana María y a su esposo, Néstor, que eran portadores del
virus VIH y que debían extremar los cuidados para no contagiar a ninguno
de sus cuatro hijos, y en especial a la bebé de meses.
Ana María y Néstor quedaron liquidados por la noticia, pero faltaban
otras: "Yo trabajaba como cocinero, no sé cómo se enteraron mis patrones,
pero al poco tiempo me dejaron sin trabajo. Ahora estamos por llegar
a un arreglo. Creo que me van a dar un carrito para que venda comida,
pero mientras tanto no tenemos para comer", cuenta Néstor. Faltaban
más: "El problema grave que tenemos ahora es que en el Hospital de Niños
no me dan más la caja de leche en polvo que me sabían entregar. Los
asistentes me dijeron que no entregan la leche porque el Ministerio
de Salud no manda al hospital. El problema es que no puedo darle la
teta porque tengo SIDA", repite Ana María como disculpándose.
El círculo vicioso de la desgracia se traga a los seis miembros de esta
familia pobre, olvidada, castigada con la peste del hambre y la otra
peste que en otros sectores y otras latitudes ya no es tal: el SIDA
se está volviendo una enfermedad crónica y tratable, pero unida a la
pobreza y a los prejuicios, sigue siendo letal. (Fuentes de datos: Diario
El Liberal - Santiago del Estero 29-11-05)
![](caras/sandra_russo.jpg) Emergencia
tucumana
07/12/05
(APE).- En el Hospital del Niño Jesús de San Miguel de Tucumán se detectaron
50 nuevos casos de meningitis durante el último fin de semana. El brote
epidémico de meningitis viral comenzó hace dos meses y muestra un incremento
en el número de contagios que, lejos de desaparecer, amenaza con salirse
de control. Ya suman 350 los casos en total, desde fines de septiembre
hasta ahora.
El subdirector de ese hospital pediátrico, Oscar Hilal, admitió por
otra parte que esos 350 casos corresponden a los niños que presentaban
síntomas muy severos y debieron permanecer internados, pero que los
afectados por el enterovirus "Echo 04" son muchos más. "En la mayoría
de los casos los síntomas son leves y solamente requieren un tratamiento
ambulatorio, por lo que en realidad el número de contagios podría duplicar
tranquilamente esa cifra", dijo Hilal.
La titular del área de Infectología, Evelina Chapman, indicó que hasta
el viernes pasado se habían detectado 425 pacientes entre el sector
público y privado afectados por meningitis viral. La mayor cantidad
de enfermos vive en el área metropolitana de San Miguel de Tucumán,
y el 60% de los afectados son varones. Según la infectóloga, esto se
debe a que el contagio de la enfermedad está vinculado con la higiene,
y las mujeres son más cuidadosas en ese sentido. Pero Chapman fue más
allá y agregó que las patologías infecciosas como la meningitis viral
están estrechamente ligadas a la pobreza. "Hay desigualdad social y
cada vez más gente pobre, sin agua potable ni cloacas, lo que propicia
la aparición de este tipo de brotes", dijo, y apuntó que "se le puede
decir a una mamá que compre lavandina y desinfectantes para el baño,
pero no sabemos si para hacerlo se verá obligada a optar entre eso o
darle de comer un plato de sopa a sus hijos".
¿Y el Estado? ¿Y el ministerio de Salud provincial? ¿Y el ministerio
de Salud nacional? Un brote de meningitis viral, una enfermedad que
cuando afecta a niños con un sistema inmunológico normal suele no dejar
secuelas, es una bomba de estruendo de desgracias entre una población
diezmada y atacada por la mala nutrición y las bajas defensas. El Defensor
del Pueblo de Tucumán, Jorge García Mena, está reclamándole al Poder
Ejecutivo provincial que tome parte activa. ¿No se da cuenta solo el
Poder Ejecutivo provincial que tiene que tomar parte activa ante una
emergencia sanitaria como ésta? No, no se da cuenta. Debe pensar que
pobres siempre hubo, y que los pobres se enferman casi siempre. (Fuente
de datos: Diario El Siglo Web - Tucumán 30-11-05)
![](caras/sandra_russo.jpg) Esa
palabra
26/11/05
El señor divide aguas y no en un paisaje bíblico, sino en la pradera
incierta y sembrada de dudas de la progresía. Gente que opina lo mismo
sobre el neoliberalismo, la globalización o la salud reproductiva, que
lee los mismos libros o el mismo diario, que se viste parecido, que
detesta las mismas cosas y vota por lo general la misma boleta –aunque
a desgano unos o con entusiasmo otros–, lentamente va encontrando en
él un insólito y ácido motivo de discordia. Es que el hombre despierta
entre los habitantes del yogur progre tanto adhesiones enfáticas como
abiertos rechazos. Tanto fervores desatados como revulsión hecha y derecha.
Hugo Chávez se está convirtiendo en el punto álgido de las reuniones
entre amigos, en el tema áspero de las mesas de los bares, en un dique
separador de un ancho río que en realidad nunca fue, ay, más que la
confluencia de unos cuantos arroyos. Chávez puede deslumbrar con su oratoria a muchos, pero no a ese psicoanalista
porteño que tampoco compra el paquete Kirchner en pack familiar. Puede
seducir a muchos miembros de la Corriente Clasista y Combativa o a militantes
de base de barrios periféricos, pero no a esa docente de extracción
marxista que lo mira con el recelo propio de los que, aunque ya no,
alguna vez creyeron a pie juntillas en aquel asunto de la vanguardia
iluminada. –Después de todo es milico –apunta uno que no lo traga. –Perón también fue milico –anota otro que ya se inscribió en el club
de admiradores de la palabra "bolivariano". –Habla demasiado –señala uno que estuvo en la anticumbre y quedó acalambrado. –Fidel también habla como mínimo cuatro horas cada vez que abre la boca
–compara otro que también estuvo en la anticumbre y cedió al encanto
de esa voz de cantante de boleros. –Quiere protagonismo, goza de ser el nuevo archienemigo de Bush –critica
uno que prefiere perfiles discretos y jamás se pondría una guayabera. –¿Y eso qué tiene de malo? ¿O no es necesario el protagonismo cuando
se hace política? –razona otro que estuvo exiliado en México y adora
los picantes. Pero habría que volver al principio de este diálogo imaginario entre
habitantes del yogur progre para intentar captar por dónde pasa la principal
línea divisoria de aguas entre los que compran a Chávez y los que se
detienen en la vidriera, pero siguen de largo. Aunque en rigor, si se
tratara apenas de comprarlo o de observarlo, probárselo y decidir que
no es de nuestro talle, las cosas no irían tomando el rumbo pasional
que toman. Chávez va dejando de ser un excéntrico presidente latinoamericano
pródigo en anécdotas políticas tropicales y gestualidad de realismo
mágico, para ser un referente con el que Kirchner parece simpatizar
más que con Lula o Tabaré. Es decir: Chávez va acercándose. –Después de todo fue un milico. –Perón también fue milico. En esas dos líneas hay escondido un dilema que separó durante décadas
a la clase media argentina, y que se fue extinguiendo a medida que el
radicalismo se fue volviendo un híbrido y que el peronismo se fue convirtiendo
de movimiento en bolsa de gatos. En las épocas en las que los cumpleaños
familiares eran saboteados por el antagonismo entre un primo peronista
y un cuñado gorila, en esas épocas hiperpolitizadas en las que las discusiones
de sobremesa podían alcanzar un tono excesivamente destemplado, emergía
de un lado la resistencia a la "masificación" y la "manipulación", y
del otro, la sintonía con un enamoramiento del que la izquierda propiamente
dicha jamás participó: el incontenible poder de un conjunto basado en
un consenso. El que objeta "después de todo fue un milico" recoge el
guante de los hijos doctores de inmigrantes que, ya ilustrados y en
mocasines, siempre se pusieron pantalla total contra el sol que irradian
multitudes de desarrapados que, aquí o allá, en una época o en otra,
han protagonizado efervescencias acríticas y lealtades incondicionales
a su líder. Por otra parte, quien contraataca con el "Perón también
fue un milico" se enmarca en el contexto de quienes escucharon a Perón
hablándoles al oído, hablándoles casi de amor, y crecieron y maduraron
con la piel sensible al redoble de los bombos y el olor penetrante de
las marchas de los trabajadores. La figura de Chávez, unida a la extracción política del matrimonio Kirchner,
reactualiza, dos generaciones después, aquellos puntos de vista. La
palabra fetiche que usa tanto la derecha como la izquierda para la descalificación
de Chávez es "populismo". Es sabido que el lenguaje ordena el pensamiento,
distribuye las cartas, marca las reglas de un juego que no siempre saben
que juegan los jugadores. La palabra "populismo" está cargada con el
peso específico de un prejuicio político, en el sentido que Hannah Arendt
le da a ese saber no personal sino colectivo, que predispone para bien
o para mal. Un prejuicio político es –según ella, que les confiere tanto
"eficacia como peligrosidad"– un falso juicio que sin embargo "oculta
un pedazo de pasado. Bien mirado, un prejuicio auténtico se reconoce
además en que encierra un juicio que en su día tuvo un fundamento legítimo
en la experiencia". El prejuicio se encarga de arrastrar un juicio a
lo largo del tiempo, de deformarlo y de imponerlo como un sobreentendido.
En este caso, el prejuicio supone que aquello que se llama "populismo"
mantiene entretenidas a las masas, las engolosina con demagogia, pero
no se traduce en cambios reales de poder. Eso deviene del prejuicio
de izquierda, aunque su equivalente de derecha permite inferir que es
precisamente algún movimiento real de poder lo que espanta a las oligarquías
a las que siempre han asqueado los "populismos". Precisamente, por una
cuestión de clase. "La política siempre ha tenido que ver con la aclaración y disipación
de prejuicios", concluye Arendt. Trasladando esa idea a este momento,
el debate colectivo que se hace interesante es efectivamente la revisión
de la palabra "populismo". Habrá que desnudarla, abrirla, diseccionarla,
como a un sapo que alguna vez algunos se tragaron, ¿pero quiénes? ¿Contra
quiénes operó históricamente el "populismo"? ¿Y a quiénes benefició?
No vaya a ser que por no revisar ese sapo nos estemos prestando a tragar
otro. (Página/12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Niñez
en Argentina. A guiso y mate cocido
16/11/05
A tres años del punto más álgido de la crisis
económica y social que vivió la Argentina, guisos, fideos, pan y tortas
fritas, acompañando el mate cocido, siguen siendo ingredientes fundamentales
en la dieta de millones de alumnos. De acuerdo a las respuestas de los
300 docentes que respondieron una encuesta de APAER, el 73% de los chicos
en edad escolar son alimentados por el Estado a base de esa dieta que
derrocha hidratos de carbono y que los priva de las necesarias proteínas.
GUISO
Trescientos maestros de todo el país participaron de una encuesta organizada
por la Asociación de Padrinos de Alumnos y Escuelas Rurales (APAER).
Allí se difundieron datos que obligan a mantener la guardia en alto
cada vez que asoman los balances o paisajes optimistas en relación al
hambre de los chicos argentinos. María Argentina Ovejero, maestra de
la escuela rural N° 20 de Catamarca, dijo que allí se debe alimentar
a los chicos a razón de cincuenta centavos por día y por cápita. Desayuno
y almuerzo. Gabriel Romero, de la escuela N° 760, del Chaco, se las
ve peor: cuenta con treinta centavos para palear el hambre de sus treinta
y ocho alumnos, ya que recibe partidas solamente para treinta. Esos
datos se replican a sí mismos en otras escuelas y en otros puntos del
país. ¿Cómo hacen? El maestro Romero lo explica sencillamente: "No salimos
del guiso".
A tres años del punto más álgido de la crisis económica y social que
vivió la Argentina, guisos, fideos, pan y tortas fritas, acompañando
el mate cocido, siguen siendo ingredientes fundamentales en la dieta
de millones de alumnos. De acuerdo a las respuestas de los docentes
que concurrieron a este encuentro, el 73% de los chicos en edad escolar
son alimentados por el Estado a base de esa dieta que derrocha hidratos
de carbono y que los priva de las necesarias proteínas.
"Menos hambre hay", indica Sergio Britos, del Centro de Estudios sobre
Nutrición Infantil (Cesni), "pero difícilmente estemos mejor que hace
dos o tres años. Los programas alimentarios llenaron los estómagos de
alimentos secos y calóricos, que aportan gran valor energético, pero
que no solucionan la carencia de micronutrientes que presenta el 25%
de los chicos argentinos".
"Nos encontramos ante un alerta rojo nutricional que debe ser tenido
en cuenta porque estamos desarrollando, en estas zonas rurales, una
generación de niños físicamente débiles y con un bajo coeficiente intelectual",
señala el informe de APAER, que adjunta la serie completa de fichas
de las encuestas. De ellas se desprende que sólo el 31,5% de los alumnos
come carne junto con hidratos de carbono. Y sólo el 15,3% de los maestros
que concurrieron al encuentro respondió que en la dieta de sus escuelas
están incluidas las frutas y las verduras. Apenas el 7,2% mencionó alimentos
como huevos o lácteos.
En la nota de La Nación, medio donde fue publicado este informe, se
deja constancia de que se intentó hablar con el ministro de Salud, Ginés
González García, para cotejar estos datos. Pero "nunca fue posible hallarlo",
escribe Evangelina Himitian, que firma la nota. Desde el ministerio,
en el último año, se ha indicado que hubo un descenso en la desnutrición
infantil, y se sabe que la Encuesta Nacional de Desnutrición, que está
increíblemente pendiente, recién comenzó a hacerse hace un año. Por
eso "resulta muy llamativo que el país venga gastando recursos en programas
alimentarios sin tener aún un diagnóstico certero del estado de la desnutrición",
apunta por su lado Pablo Vinocur, coordinador del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo.
Paralelamente, lo que va de suyo: mientras no se allane el tema del
hambre de frente y por los cuernos, es decir, mientras el hambre sea
combatida solamente con entremeses baratos que distraigan pero no igualen
a los hambrientos en sus capacidades y oportunidades, el tema escolar
permanece en un segundo plano, cerrando el círculo altamente vicioso
que hace de los pobres padres de nuevos pobres. (Agencia de Noticias
Pelota de Trapo)
![](caras/sandra_russo.jpg) Una
escena diferente
29/10/05
Después de una semana de profusas interpretaciones sobre los resultados
del domingo pasado, es difícil asomarse al tema con ánimo de agregar
algo. Pero probemos. Probemos con algunos detalles que quedaron colgados
en los márgenes de las elecciones, detalles que inauguraron una escena
nueva en un país que parecía condenado a la repetición de sus taras.
Sólo algunos análisis enchastrados de soberbia pueden leer esos resultados
como prueba de la estupidez, la banalidad o la equivocación popular,
y no porque las muchedumbres nunca se equivoquen, qué va, si ejemplos
sobran, ni porque la palabra mayoritaria, por mayoritaria, sea santa.
Pero la mayoría de la Capital, que eligió a Macri, por ejemplo, está
lejos de ser una mayoría equivocada: es simplemente una mayoría de derecha
que se constituyó en tal sólo porque los dos candidatos progresistas
(con todas las comillas, o si se quiere bastardillas, que se le quieran
agregar al adjetivo) fueron por separado y dejaron abrirse entre ellos
una brecha que no se agotó en matices ni en puntos de vista, sino que
adquirió el carácter de duelo de torpes titanes, que es, por otra parte,
el juego que mejor juegan los progresistas. Al margen de estas consideraciones, que Macri emerja como un referente
hacia adelante puede significar un reagrupamiento aspiracional de la
derecha, por supuesto, pero también puede implicar, ese apellido del
pichón empresario, que el horizonte no exhibe, para los que los saben
hacer, tan buenos negocios como los que permitió el menemato. Puede
implicar, quiero decir, que el capital esté buscando afirmarse políticamente
porque en ese horizonte necesita hacer política con sus propias manos,
mientras hasta ahora sólo hizo política por encargo. Volviendo a los resultados, aunque Elisa Carrió elija explicar su performance
decepcionante echándoles la culpa, otra vez, a los demás, a esta altura
a nadie se le escapa que hay en ella y en sus demonizaciones un desajuste,
una presbicia que le impide leer la realidad empáticamente con sus posibles
votantes. No es miopía sino presbicia, porque los tiene cerca y los
enfoca mal. Y, por otra parte, ciertas dudas fundadas que estaban desparramadas
entre los independientes ("¿Serán Duhalde y Kirchner lo mismo? ¿Son
falsos estos enfrentamientos? ¿Se tratará de una puesta en escena para
que el peronismo sea el dueño de todas las opciones?"), con el correr
de los días y sobre todo con la respuesta popular, quedaron dirimidas
y, epa, que esto es nuevo: autocontestadas. Con el respaldo de su porcentaje,
es decir, con ese movimiento coreográfico de los votos sosteniendo el
liderazgo de Kirchner, esas preguntas se contestan con los duhaldistas
que empiezan a salir de escena. El voto masivo es el que libera a Kirchner
de compromisos con Duhalde. La del domingo pasado fue una de las pruebas
más evidentes de la dialéctica democrática. Kirchner juntó poder, suficiente
poder como para no necesitar a Duhalde. Y si algo es seguro, es que
ese animal político llamado Kirch- ner no negociará con quien estrictamente no necesite hacerlo. Pero las
urnas lo invistieron, en ese mismo movimiento, de un deseo colectivo
y de un mandato: ir por más cambio. Si en los dos años que vienen el
acento no se pone en la redistribución de la riqueza, el próximo cheque
le vendrá rechazado. Su esposa, Cristina Fernández, no dio ninguna entrevista en campaña.
Fue acusada por no rendirse a la inercia de esa puesta en escena televisiva
que son los debates, las entrevistas para "exponer ideas", como tanto
le gusta recalcar a Macri, que sí frecuentó cuanto programa periodístico
o de entretenimiento se prestara a invitarlo. Lo de Cristina fue sin
duda una estrategia perfectamente diseñada, pero en ella late también
un nuevo modo de plantarse políticamente frente a los medios. Tan a
menudo parece que lo mejor que le puede pasar a un candidato es estar
en la televisión o aparecer en entrevistas de tapa de los diarios que
lo de esta mujer fue desconcertante. Desde el punto de vista periodístico,
obviamente, Cristina retaceó la materia prima de la que viven los medios:
gente dispuesta a ser noticia. Pero ella fue, sin embargo, la gran noticia.
Y, en parte, por haberse mostrado única dueña de su imagen y su propia
palabra. No permitió que el sesgo de uno o varios medios le moldearan
el perfil. No hubo intermediarios entre su voz y sus destinatarios,
que la pudieron escuchar solamente en los discursos de campaña. De esa
manera, paradójica y arriesgada, Cristina se convirtió solamente en
una candidata. Por los resultados, se infiere que se convirtió en La
Candidata. Esa estrategia de no mediatizarse, de no salirse del registro de campaña,
tiene por supuesto sus probables grietas, dando por sentado que los
medios de comunicación son una de las patas de la democracia, ese famoso
tábano que aguijonea al caballo. Pero el matrimonio Kirchner es caprichoso
con algunas cuestiones. El salió a conceder y a respaldar a cuanto candidato
le resultara de importancia, mientras ella elegía el perfil bajo cuando
estaba trepando a la escasa lista de los presidenciables. No le da ni
el carácter ni la historia personal para suponer que tuvo miedo de exponerse.
Más bien, parece, esa actitud, un rasgo inaugural y prescindente de
usos y costumbres que, por otra parte, si hay que decirlo todo, acompañaron
siempre, de un modo acomodaticio y muchas veces ruin, los ritos de la
misma política de la que la gente está harta. Este hombre y esta mujer son de algún modo misteriosos. Son porfiados.
Desconfiados. Duros. Todavía, incluso para los que los ven con simpatía,
son bastante indescifrables. Sostienen convicciones muy emparentadas
con las de mucha gente cuyos líderes fueron cayéndose del mapa de la
realidad. Defienden ideas muy cercanas a las de mucha gente cuyos referentes
fueron hundiéndose en el barro de la impotencia. No hace falta recordar
los nombres. Están frescos y todavía provocan malestar. Este hombre
y esta mujer no le tienen miedo al poder: lo desean, lo conocen y saben
sus artimañas. No lo disimulan. Y aunque no suene romántico, es esa
postura fáctica ante el poder lo que puede hacerlos históricamente interesantes.
Si pueden con el poder, claro. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Brasero
(APE).- María Mercedes Ledesma tiene 5 años. La semana pasada dormía,
junto a sus cuatro hermanos, en una casa pobre ubicada en Congreso Prolongación
del barrio Industria, en Santiago del Estero. Nombres ridículos, paradójicos,
patéticos para servir de escenario al drama que ocurrió. Los bomberos
reconstruyeron los hechos. Por la mañana, Verónica Divina Chávez, la
madre, le pidió a Virginia del Valle, una de sus hijas, que encendiera
el brasero. Según la naturalidad con la que consignan ese pedido los
cables de agencia, se trató de un acto rutinario, correspondiente, pertinente
en el contexto de la vida cotidiana de las pobres casillas del barrio
Industria.
La niña encendió el brasero, pero dejó cerca de él un bidón lleno de
cinco litros de aguarrás. Al rato, Rodrigo, uno de los hermanos menores,
se acercó el brasero, esa temible fuente de calor en las barriadas desahuciadas,
y arrojó aguarrás, provocando la tremenda combustión que originó una
explosión. Al acercarse Martín Ledesma, el padre de los chicos, vio
a María Mercedes, de cinco años, envuelta en llamas. Desesperado, tiró
sobre ella un balde de agua, pero el fuego no cedía y la niña seguía
ardiendo. El padre finalmente tomó el cuerpo y lo sumergió en un tacho
con agua de 100 litros. Allí el fuego se aplacó, pero María Mercedes
estaba quemada, tenía heridas en el 85% de su pequeño cuerpo. El padre
trató de que la atendieran en diversos lugares del barrio, incluyendo
la casa de un curandero, pero el estado de la nena era tan grave que
finalmente fue trasladada al Hospital de Niños Eva Perón, de la capital
provincial, donde quedó internada en terapia intensiva.
Jessica Soledad, de nueve años, Rodrigo Maximiliano, de siete, Gabriel
Alejandro, de ocho, sus hermanos, también sufrieron quemaduras en los
brazos y en las piernas. El contexto de esta tragedia no es sorprendente.
Es, como el uso del brasero, el que le corresponde por maldición social:
los padres viven con el Plan Jefes de Hogar, no tienen cobertura médica
y sobreviven con changas esporádicas. María Mercedes se debate entre
la vida y la muerte en una cama de hospital. (Nuevo Diario Web 12 y 13-10-05)
![](vs/esas2.jpg) Ellas
dos
24/10/05
Nadie puede negarles el carnet del club. Quedaron lejos y extemporáneos
los tiempos en que Elisa Carrió, más que lamentarse, se jactaba de jugar
en las ligas mayores y no tener marido. Tanto Cristina Fernández como
Chiche Duhalde juegan en las mismas ligas, tienen marido y nadie podría
negar que las dos son verdaderos cuadros con una impronta propia, aunque
esas huellas personales sean tan distintas como lo son los hombres que
eligieron, la manera en la que hicieron sus campañas, el lenguaje que
usaron, la iconografía que desplegaron, los propósitos políticos que
esgrimieron y hasta la ropa que usaron. Chiche se llama González, pero se deja nombrar orgullosamente Duhalde,
a la usanza de aquellas familias bienvenidas que hacen del apellido
masculino un sino protector, una marca en el orillo de la que nadie
reniega. Eso para no caer en chistes fáciles, es decir, para no asociar
la fidelidad al apellido de las viejas familias de la Italia del Sur,
la tierra de la que salieron los Corleone, a los que Cristina hizo referencia
al principio de la campaña. Ella, por su parte, se llama Fernández y
reclama que le digan así. "Cristina Fernández o simplemente Cristina",
supo decir hace un tiempo, cuando en los primeros actos iban apareciendo
las siete diferencias entre ambas. La verdad, puede que la gente del
común por la que se dejaron besar las llamen Chiche o Cristina, pero
lo cierto es que en sus respectivos entornos las dos tienen un halo
de "Señora" temible, esa Señora que a la que el poder no la perturba
ni la intimida: más bien, la condimenta. Fernández o Cristina quería
la primera ciudadana que la llamaran, aunque la K la circunde y la resignifique,
y sea ella misma uno de los pilares de la era K. Es curioso, pero mientras Chiche se dejaba llamar Duhalde, Duhalde se
quedó en su casa. A Cristina Fernández su marido, en cambio, la secundó
en persona y acto tras acto. Los dos –o los cuatro– habrán hecho cuentas
y habrán pensado en el rédito de quedarse o de ir. Duhalde está acostumbrado
a construir y regentear el poder desde la ausencia, suele declarar cada
tanto que su misión está cumplida y negocia, desde lejos o las sombras,
una sucesión que nunca es tal. Kirchner, por su parte, llegó al gobierno
débil y se fue fortaleciendo en un gesto replicado, aquel gesto inaugural
de salirse del protocolo y exponerse, poner el cuerpo, incluida la frente,
para que un lamparazo terminara en curita. Y así fue la manera en la
que esos dos hombres respaldaron a sus mujeres en esta campaña: uno,
haciendo mutis por el foro. El otro, sentándose en los palcos y dejándose
convertir en "El", ese apelativo con el que Cristina decidió intermediar
el lazo matrimonial. Ese "Usted, Presidente" que le fue dirigido tantas
veces, fue un hallazgo que algunos tildaron de grandilocuente o ficcional,
pero es que no existe la campaña política sin ficción, no existe la
vida real en una temporada en la que los candidatos y las candidatas
están obligados a decir, en mil maneras diferentes, "yo soy mejor".
La iconografía que utilizaron ambas también las diferenció, y cómo.
Chiche fue con su escudo y con su marcha, siendo doble de riesgo: ¿qué
significa en la Argentina de hoy ser el portador del escudo y la marcha?
¿Qué fantasmas se agitan a la hora de ver ese escudo y escuchar ese
sonido? El origen glorioso de todo eso, aquel ’45, quedó sepultado bajo
el polvo tóxico del ’74 y lo que siguió. Sólo el aparato ama al aparato.
Y las riendas que sujetaban a amplios sectores bajo el manto dudoso
del apriete o el clientelismo, se aflojan ante una nueva forma de construcción
de poder, aunque esté en ciernes, aunque sea verdad que lo único que
pasó es que los intendentes del conurbano cambiaron de proveedor, aunque
la intimidad del estado de las cosas en la provincia permanezca como
siempre, nublada y accidentada. Lo cierto es que allá fue Chiche, cuyo
acto de cierre de campaña lo dijo todo: fue en la localidad de Presidente
Perón, en un escenario montado en la calle Eva Perón, con música y cotillón
de gente que bajó de micros que quedaron estacionados en la avenida
Rucci. Todo dicho. Cristina, por su parte, habló en teatros de butacas
cómodas, sin grandes movilizaciones, con escenografía austera y papelitos
que humanizaban los finales. Quirófano peronista, asepsia K. Chiche recurrió al sentido común y a la emoción partidaria. Cristina
saltó a la racionalidad de un proyecto y entronizó a su marido como
el referente capaz de guiar al país en ese trance. Chiche repitió el
vestuario y en entrevistas pudo vérsela varias veces con la misma chaqueta
de colores neutros. Como una señora de clase media que no tiene reparos
en embarrarse los zapatos y que no descuida, a la hora de las preocupaciones,
el precio de la lata de tomates. En el discurso elegido por Cristina
no existen las latas de tomates. Existen, sí, datos de la macroeconomía
que permiten inferir que las cartas está bien echadas y que lo que hace
falta es que alguien las baraje de nuevo y las reparta mejor. El resultado
parece indicar que, con todas las salvedades del caso, Chiche jugó un
juego conocido que no seduce a nuevos jugadores, y Cristina, que no
dio entrevistas ni hizo declaraciones, que se empastó de rimmel y lució
sus extensiones como una imagen rediviva del ideal de belleza madura
no reñida con un mejor promedio, elevó el nivel, se exhibió convencida
de pensar lo que dice y prometió un horizonte al que hoy miran muchos
más. Después de las elecciones, ahora, con el poder embadurnado de la
crema reafirmante de la victoria, es la hora de la responsabilidad con
lo enunciado. (Página|12)
![](vs/p12sr1.jpg) Cuerpos
peronistas
01/10/05
El 10 de diciembre de 1983, en la Plaza de Mayo, era difícil hacerse
un lugar entre la muchedumbre. Había tanta gente que era preciso hacerse
paso rozando, tocando cuerpos. Eran dóciles aquellos cuerpos festivos.
Y el cuerpo de uno mismo también. El cuerpo de uno mismo, siempre arisco
en la forzada proximidad de los ascensores, siempre incómodo en el lento
ritual de las colas bancarias. Los roces ese mediodía no alteraban a
nadie. Una mano en la espalda de alguien, un brazo en la cintura de
alguien para seguir adelante. La devolución de sonrisas amigables, el
espectáculo de los ojos vidriosos y los hijos a caballito. Lo recuerdo
así. La plaza inundada de gente suelta y unida. Como una primera vez
de calmas burbujas personales en suspenso. Antes había conocido marchas
tumultuosas y agitadas por la represión, solamente eso. Como un gran
cuerpo colectivo atravesado por la felicidad, ese día se dejaban atrás
los años de la dictadura. Y eso era político pero íntimo. Y era íntimo
pero era político. Entonces, de pronto, por la esquina del ex Banco Hipotecario, entró
la columna de la JP. Esa gente era distinta. Estaba unida, no estaba
suelta. Los bombos parecían parte de sus cuerpos y de sus voces. Honraban
a sus muertos con cánticos desgarrados. Venían saltando, o caminando,
del brazo, levantando las banderas, venían como un tropel, confundidos
unos con otros, amalgamados en ese engrudo de pertenencia enorgullecida
a pesar de que su candidato había perdido las elecciones, a pesar de
que el cajón que Herminio Iglesias había exhibido en la 9 de Julio,
en el acto de cierre de campaña, formaba parte de su mismo idioma. El
peronismo se me presentaba en aquella época como un lenguaje pródigo
en dialectos. El de Iglesias era uno de esos dialectos. La apabullante
marcha de la columna de la JP expresaba otro. Pero el peronismo, en
todas sus versiones, era finalmente una dimensión no sólo de la política
sino del otro, de las emociones, de los límites, de las clases, de las
ideas. Para los que nunca experimentamos el sentimiento peronista, ese fervor
se nos aparece extraño, acerado. Impenetrable. El peronismo representa
una identidad política pero abarca territorios personales. Y en esos
territorios, el peronismo lo que hace es disolver vallas infranqueables
entre personas, contenerlas en un envase multitudinario y profundamente
sentimental. Claro que no hay nada más revulsivo que mirar un espectáculo
pasional por la ventana, y los no peronistas no hemos hecho mucho más,
incluso desde la lenta extinción de lo que durante décadas se llamó
"gorilaje", que observar una escena patética entre peronistas que se
pelean, se insultan, se acusan, se amenazan. Los peronistas llegaron
a matarse. ¿Cómo se explica? ¿Cómo se explica que llevados a ese borde
en el que tuvieron lugar las peores de las traiciones y los peores crímenes,
algo siga haciéndoles de red, de telaraña que los sostiene? Ejemplos de contradicciones y miserias peronistas hay de sobra. Pero
por eso mismo, quise recuperar en el principio de esta nota y de estos
pensamientos aquella visión de la gloriosa columna de la JP haciendo
su arribo a la Plaza de Mayo ese día en que se retiraba vencida la dictadura
cuyas víctimas, en su mayoría, les pertenecían. Porque para los que
no participamos del sentimiento peronista, acceder por un instante a
la intimidad de ese goce de pertenencia no es sencillo. No es sencillo
ponerse en el lugar de un peronista. Ni pensar con su cabeza. Ni razonar
con sus argumentos. Ni prever la elasticidad y el alcance de sus lealtades.
¿No se obliga el peronismo, en todo caso, a un debate profundo y descarnado
que revise la palabra "lealtad"? ¿Qué significará, nos preguntamos los
no peronistas, la "lealtad" peronista en estos días? ¿A qué horizonte
nos enfrenta? ¿A qué chascos nos invita a prepararnos? ¿Se aplica la
palabra "lealtad" a las ideas –seas éstas cuales fueren– y a quienes
suscriben a ellas, o al "conjunto peronismo", en cuyo caso tendrán razón
quienes sostienen que las peleas entre peronistas siempre son una especie
de ficción? Cuando vi entrar a la Plaza a aquella columna de jóvenes de la JP, accedí
por unos instantes a esa magia que espejaban. Mirándolos desde una ventana
simbólica, pude entender qué los unía, casi qué los emparentaba. Esa
fue la gran obra de Perón. Engrudar a la gente. Hacer del peronismo
el único teatro en el que tantos tienen localidades. Estaba leyendo,
en aquella época, El origen de la tragedia, de Nietzsche. Ese texto
complicado y poético en el que el filósofo describe el surgimiento de
la tragedia griega como una combinación majestuosa entre dos pulsiones
humanas: el impulso de recortarse como individuo y el impulso de confundirse
con los otros. Nietzsche se pregunta por qué, en su esplendor, los griegos
necesitaron inventar un arte en el que expusieron ante sí mismos todo
lo horrible. "¿Hay quizá una neurosis de la salud, de la juventud de
los pueblos, de su adolescencia?", se pregunta. Y me pregunté, mirando a los jóvenes de la JP, si esa amalgama de pertenencia
que los unía no tendría el rastro de la embriaguez dionisíaca, si no
estaba hecha de esa pulsión humana que necesita fundirse en los demás,
rendir culto a lo colectivo, borrar límites personales, ofrecerse en
sacrificio a lo superior, disolverse en un todo que contenga a los individuos.
La tragedia griega estaba hecha de ese impulso, pero combinado con la
pulsión apolínea, la de la moral, la de la templanza, la de la prudencia.
Y, especialmente, con la esencia de Apolo: la medida, la armonía, "todo
en su medida y armoniosamente". Perón sabía. Hoy sigue siendo necesario pensar en el peronismo, dentro y fuera de
él. Desde adentro, con serenidad y prudencia, porque ya sabemos a dónde
conducen los arrebatos peronistas. Y desde afuera, con el respeto que
no siempre le tenemos a esa extraña pasión argentina.
(Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Pasarse
en limpio
25/09/05
La nena ya está grande. Tiene trece, y los temas de conversación son
otros. El otro día vino del colegio y comentó: –Kirchner y Menem son de derecha. A ella no le interesa la política. La aburren los noticieros y tampoco
lee. Como el sentido común indica que no hay que insistirle a un chico
para que haga algo –y no correr el riesgo de que no sólo no lo haga
sino que lo deteste–, cuando andaba por los seis o siete y vi que nunca
pasaba de las dos primeras páginas de los libros que le regalaba, me
mostré indiferente. Con eso debo haber logrado que no deteste los libros,
pero que los lea, no. Chatea todo el tiempo y piensa en ropa. Por eso
me llamó la atención que viniera a avisarme que Kirchner y Menem son
de derecha. –¿Y eso de dónde lo sacaste? –le pregunté. –Me lo dijeron. –¿Quién te lo dijo? –No soy buchona. –¿Qué te dijeron? ¿Que Kirchner y Menem son iguales? –Que los dos son de derecha. –El que te lo dijo debe ser troskista. –¿Qué? –De izquierda –dije, para simplificar. –¿Y vos no sos de izquierda? –contraatacó. Tiene reflejos rápidos. Así empezó una larga conversación con mi hija, plagada de lagunas, contradicciones
y figuras retóricas (de mi parte, claro) y reclamos puntuales de especificaciones
(de su parte) en todo lo relativo a la izquierda y la derecha, el peronismo,
Kirchner-Duhalde-Menem, Revolución Francesa, guerra de Irak, chicos
de la calle, colegios privados, ropa de marca, piqueteros, en fin, no
faltó nadie. Los hijos tienen esas cosas: lo obligan a uno a pasar en
limpio lo que piensa, incluso lo que uno da por hecho. Explicar, por
ejemplo, por qué yo no creo que Menem y Kirchner sean lo mismo y por
qué toda mi vida suscribí a ideas de izquierda pero no a un partido
de izquierda, implicó hablar de los ’90, de las empresas privatizadas,
del consumismo y de la crisis, de derechos humanos, pero especialmente
implicó hablar de desempleo, inequidad y pobreza. Y ahí me vi en un
brete. Esta semana los últimos datos del Indec dieron cuenta de lo que se huele
en el aire: el crecimiento no bajó, pero la pobreza y la indigencia
tampoco. La tendencia de la situación social sigue siendo positiva,
pero la mejoría registrada desde 2002 se desaceleró. Este último semestre
la pobreza disminuyó apenas un 1,7 por ciento, mientras que la indigencia
se redujo en un 1,4 por ciento. Desde la hiperinflación de 1989, a cada
crisis le siguió un período de recuperación, como también la hubo esta
vez, después del estallido del 2001. Pero desde 1989, cada vez, la mejoría
se desaceleró, como ahora. El saldo de cada crisis fue un porcentaje
más abultado de la torta social pintado con el rojo de la pobreza: pobres
estructurales que ya no esperan ni oportunidades ni capacitación ni
que sus hijos tengan chance. Pobres marcados de nacimiento, con una
letra escarlata que los ubica en una categoría infrahumana: sus vidas
se desarrollan en las márgenes de un sistema que gira sobre sí mismo
y cuyos mecanismos funcionan a tracción sangre. En estos términos, y sin adherir ni una pizca a la comparación que alguien
le sopló a mi hija, es precisamente ahora cuando el gobierno de Néstor
Kirchner deberá timonear para un lado o el otro. Si un crecimiento económico
sostenido no logra traducirse en mayor equidad, si los recursos que
genera la economía no rozan a los más indefensos y, todo lo contrario,
siguen yendo a parar a la punta de la pirámide, entonces se deberá concluir
que hay matices inéditos en este gobierno, como la defensa de los derechos
humanos o la limpieza en la Corte Suprema, pero también se deberá tener
presente que, en su origen, las violaciones a los derechos humanos y
las injusticias subsiguientes surgieron contra quienes luchaban a favor
de la equidad. Y es la equidad la llave maestra de cualquier cambio
con pretensiones de histórico. Es la equidad el horizonte de la utopía
democrática. Es la equidad, en definitiva, el revés de la trama capitalista. La semana pasada, en Tucumán, en la escuela a la que va Barbarita, aquella
niña que lloró en televisión cuando le preguntaron qué había cenado
la noche anterior y qué había desayunado esa mañana, los 1500 alumnos
no recibieron ni la copa de leche ni el almuerzo. Problemas burocráticos
impidieron que esos chicos accedieran al alimento que les corresponde
y que implica cuarenta centavos por chico y por día. Los televidentes
argentinos ya naturalizaron la desnutrición. Barbarita los conmovió
cuando esa palabra quedaba incómoda en una boca argentina y en el granero
del mundo. Pero todo se naturaliza, todo se aguanta. Especialmente si
le pasa a otro. Los problemas burocráticos de una escuela del norte
para darles de comer a sus alumnos son en realidad anecdóticos en un
país en el que ya nadie se sorprende de que los chicos vayan a la escuela
a comer. Hay 8.957.000 personas pobres y de ese total, 3.168.000 son
indigentes. Por ahí me quedé anclada en el ’45, en el ’59, o en el ’83,
pero sigo creyendo que ser de izquierda es sentirse responsable por
cada uno de ellos. (Página|12)
![](vs/sr1.jpg) El
yogur
17/09/05
Tuve buena voluntad y no
me quise perder el gran acontecimiento mediático del año. Así que el
lunes pasado vi La Noche del 10. Aguanté el homenaje a los maestros,
la costilla de menos de Thalía, los reportajes bobos y todo eso, pero
la visión de Marcelo Tinelli entrando como un emperador romano me dio
vergüenza ajena y me dormí. En los días que siguieron me puse a hacer
una encuesta entre gente muy cercana, poco cercana y apenas cercana,
y aunque preveía el resultado no dejé de asombrarme: la mayoría no lo
había visto, y los que lo habían visto habían hecho zapping o habían
seguido mirando pero para tener algo que criticar al otro día. Entre
mis muy conocidos, poco conocidos y apenas conocidos no hallé ni una
sola persona que hubiese disfrutado del show. Ese relevamiento me condujo
a una conclusión previsible: vivimos en un yogur. Entero y con fibra,
pero un yogur.
Aunque la suma de yogures ateste la heladera, cada uno de ellos no deja
de ser una casa de juguete, un ecosistema balanceado, un mundito sin
grandes ecos y sin grandes amenazas. Y si aconteciera alguna catástrofe,
la enfrentaríamos con alguno de los diez mandamientos freudianos, esos
que llevamos inscriptos en las células, esos códigos de barras que nos
indican, si un día nos levantamos temprano y nos ponemos muy activos,
"estoy maníaco", o si un día nos quedamos en la cama y hacemos fiaca,
"me estoy melancolizando".
¿Quiénes formamos parte de esta hinchada yogurtera? Vamos, los que nos
quedamos irremediablemente afuera de esos fenómenos que atraviesan índices
como el rating, las multitudes, las pasiones populares, el frenesí dionisíaco
que embriaga a los porcentajes arrasadores y a las mayorías. Muchos
de ellos pueden incluso adorar a Maradona, pero de ahí a comprarle todo
el stock de cotillón hay un trecho. Somos tantos que a veces creemos
que el yogur es grande, pero es chiquito. Hace poco, un columnista de
la sección política comentó que había visto Showmatch. Fue con un afán
casi antropológico, porque "me dije –dijo– no puede ser que no tenga
la menor idea de cómo es el programa que mira más gente. ¡Es insoportable!".
Hay que tener estómago para aguantarse a los chicos haciendo gracias
y para soportar los alaridos de Tinelli y esa máscara sonriente de carnaval
eterno que tiene puesta en la cara, aunque uno lo estudie como a un
talentoso intuitivo que creó su propio poder en los medios a partir
de ideas baratas y ese tono de vestuario masculino. La hinchada yogurtera
puede analizar el fenómeno, cómo no, y debatir en bares de Palermo la
decisión del Grupo Clarín de cambiar de estrategia y canjear la facturación
privilegiada del canal de target ABC 1 por un pulso más popular que
finalmente le permita reinar sobre Telefé. Hasta ahí vamos bien. Pero
sentarnos a ver desfiles de vacas flacas, en esa especie de Feria de
la Rural televisiva con modelos en bolas presentadas a los gritos, hay
un salto que no damos porque no nos da la estética. La ética habría
que ver, pero la estética no.
Lo de Tinelli y Maradona me llevó a pensar en qué otros rubros se delata
quien vive en un yogur. Estamos acostumbrados, por ejemplo, a algunos
sobreentendidos, como si lo que uno da por hecho fuera ley, y es que,
efectivamente, es la ley del yogur. Una amiga mía conoció a un tipo
en el cine. Película ambigua, un buen tanque norteamericano. Si lo hubiese
conocido, por ejemplo, en un video club de cine de autor, las cosas
seguro hubiesen tomado un rumbo diferente. Pero lo conoció a la intemperie,
es decir, afuera del envase de yogur. Se miraron, tomaron un café, se
dieron los teléfonos. El llamó, hubo una cita. Estaban nerviosos, así
que hablaron poco. Hubo atracción y hubo una hora de los bifes que funcionó
bastante bien. Hubo una segunda cita, y él, que era, parece, muy atento,
la quiso sorprender... con un CD de Luciano Pereyra. Ella me llamó inmediatamente
después de pretextar una jaqueca irresistible y de mandarse a mudar
a su casa. Traté de convencerla de que no se puede descartar a un hombre
solamente porque viene con un CD de Luciano Pereyra. Ella contraatacó:
"Sé honesta. ¿Vos qué harías?". Me rendí.
Afuera del yogur hay muchas cosas. Cito algunas: uñas esculpidas, pelucas,
botas texanas, Coelho, Canal 9, anillos de compromiso, Macri-López Murphy,
carteras de Vuitton, Versace, Radio 10, entretejidos, anabólicos, mucamas
con uniforme, Bucay, la revista Gente, el catecismo, gemelos con iniciales,
trajes a medida, autógrafos, llamados a programas de televisión, llamados
en el día del amigo, tarjetas navideñas, pedidos de mano, bailanta,
bótox, viajes en clase ejecutiva, Ricardo Montaner, Jorge Rial, Pancho
Dotto, curanderos, rosarios, remeras con la leyenda Amo Miami, colágeno,
promociones de marcas líderes, estampitas, sky en vacaciones de invierno,
pegamento, militares, tapados de zorro, anillos de brillantes, Menem,
techos de chapa, planes Jefe de Hogar, cuentas en Suiza, la Bristol,
el golf, quiniela, patines para no rayar el piso plastificado, Gerardo
Sofovich... ¿Sigo?
Me costó hacer la lista porque aunque parezca mentira el yogur es pequeño
pero a su vez, como una mamushka, contiene yogures todavía más pequeños.
Hay grupos, subgrupos, subsubgrupos que, hilando fino, pueden tener
códigos tan rígidos que expulsen, por no ser "del palo", a los del yogur
inmediatamente anterior. Y nuestras excentricidades suelen ser tan insólitas,
que hasta es posible volver al principio, y encontrar a alguno que fue
y volvió antes que nosotros y nos sorprenda confesándonos que Chiche
Gelblung es lo más. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Qué
clase
16/01/02
"No sólo me quitaron mi dinero. También me están quitando mi tiempo",
dice, serena, una anciana de pelo platinado mientras cumple su quinta
hora de espera en la cola de un banco. Es la tercera vez que viene,
y será la tercera que se vaya sin cobrar. La crisis puso tanta putrefacción
sobre la mesa, que corremos el riesgo de que este estado de cosas putrefacto
se naturalice, que nos habituemos a ver viejos desmayados, que aprendamos
a saltarles por encima si en el camino nos topamos con uno. Después
de todo, eso y no otra cosa es lo que hemos venido haciendo con otros,
¿o no era como saltarle por encima a un viejo desmayado aquello de mirar
con desdén y hasta con asco, incluso, a los pibes que pasaban el trapo
en los limpiaparabrisas de nuestros autos? ¿O no era como saltarle por
encima a un viejo desmayado aquello de irritarse con los maestros, los
estudiantes o los estatales que cortaban la calle? ¿O no era como saltarle
por encima a un viejo desmayado sentir fastidio porque los piqueteros
nos arruinaban el week-end quemando neumáticos en las rutas? "No sólo me quitaron mi dinero. También me están quitando mi tiempo",
dice, serena, la anciana de pelo platinado. Habla en sentido literal:
es su tercera cola inútil en el banco, y cinco horas más cinco horas
más cinco horas son un día entero de la vida que ella vive despierta,
y con esa lucidez de los viejos ella dice: me están quitando lo que
me quedaba por vivir. Me están quitando lo que yo había planeado para
mi vejez. Me están quitando mi libertad.
Es en este punto donde verdaderamente estalla este modelo, surgido de
quienes en algún momento nos hicieron creer que estaban privilegiando
la libertad por sobre la igualdad. Se sabía -y el que no lo sabía era
porque barría sus propias cenizas abajo de la alfombra- que somos una
sociedad que desde que se sacó de encima a las botas, hemos generado
alternativas políticas que lentamente fueron eliminando hasta de su
discurso la idea de la igualdad: ¿quién se animó a hablar de igualdad
en estos años? Y ¿a quién le hubiese interesado escuchar hablar de igualdad?
Nos embobamos con la idea de la libertad como un valor que nos indujo
a ser libremente descerebrados. Creímos, banalmente, estúpidamente,
que éramos libres porque untábamos nuestras tostadas con mermelada húngara
o porque nuestros hijos nos pedían un viaje a Orlando y eso no sonaba
descabellado. Cómo son los chicos de hoy, pensábamos, piden un viaje
a Orlando como quien pide una pizza. Creímos, aun sin decírselo a nadie,
que éramos libres porque comprábamos microondas en cuotas y porque nos
habíamos mudado a un edificio con gimnasio y solarium.
Y ahora, mientras salimos a la calle con ollas de teflón, mientras el
modelo estalla, todo esto otro nos estalla en la cabeza. Primero vinieron
por los lúmpenes, después vinieron por los desocupados, más tarde vinieron
por los maestros y los estatales y los piqueteros, y ahora vienen por
nosotros. Claro que es tarde.
Una tara genética de la clase media yace en su propio imaginario, que
habría que rastrear en la asombrosa capacidad de negación de esos abuelos
inmigrantes que quemaron las naves. La clase media se ve más bella de
lo que es. Se ve más flaca. Se ve más rubia y más europea de lo que
es. Se ve más educada. En ese imaginario tarado que en mayor o menor
medida todos llevamos incorporado, la clase media siempre ha creído
ver su destino atado al de los de arriba, y siempre ha despreciado a
los de abajo. Que ahora nos estalle la cabeza es bueno. Es doloroso,
pero es bueno. La verdad nos dirá de nosotros mucho más que las sirenas
noeliberales: somos gente pequeña, miembros de una clase insegura, habitantes
de un país inexplicable, gente negadora, pobre gente, cuyos sueños fueron
inabarcables, pero ahora caben en un garbanzo. Y en el mejor de los
casos seremos gente dispuesta a mirarse al espejo y a admitir que no
sólo la clase política argentina se ha comportado de una manera miserable.
(Página/12)
![](caras/sandra_russo.jpg) EE
UU en guerra
03/03
El domingo 23 escuché en el lapso de una hora,
en tres canales distintos y en boca de periodistas que la pronunciaban
en diferentes sentidos, la frase según la cual "la primera víctima de
una guerra es la verdad". No sé a quién pertenece, pero no recuerdo
haberla escuchado con tanta insistencia, tanta fruición, tanto afán
en otras guerras. Y ese mismo día, con la respiración cortada por las
imágenes que Al Yazira puso al aire y que mostraban con más crudeza
que los cuerpos de los estadounidenses muertos el pánico inyectado en
los ojos de los estadounidenses tomados como prisioneros, tuve la rara
certeza de que hay ideas que suben a la superficie de la conciencia
colectiva recién cuando se quiebran, cuando estalla la paradoja que
encubren, cuando se asientan en un debilitamiento de su propio sentido.
Quiero decir: seguramente la primera víctima de toda guerra es la verdad,
pero también, seguramente, el hecho de que en esta guerra esa frase
sea tan frenéticamente revisitada indica que esta vez al menos una forma
de la verdad está pugnando por encontrar, literalmente, su aire. La semana pasada la televisión francesa emitió un documental sobre la
señal Al Yazira, desde su sede en Qatar. Por esos burdos estereotipos
made in Washington que sobrevuelan nuestras mentes, me imaginaba otra
cosa. Esos estereotipos han logrado que asimilemos "lo árabe" con la
metralleta trabada, los hipotéticos laboratorios de los que saldrán
bichos minúsculos a contaminar Occidente, el turbante harapiento flameando
en el desierto, la oración desquiciada con mirada a la Meca, el poderío
nuclear disimulado en búnkers de puertas oxidadas, en fin, el cómic
negro para dar cuenta de miles de Bin Laden diseminados al otro lado
del mundo. La entrada de Al Yazira, con sus letras doradas, su tecnología
impecable, sus periodistas formados en capitales europeas, el tráfico
incesante de información, el tono hiperprofesional de sus presentadores,
la elegancia y la pulcritud de sus instalaciones, las camisas de corte
perfecto de todos sus empleados, todo eso, ubicado en el extremo opuesto
del pasquín mecanografiado o el video movido surgido del voluntarismo
ideológico, me dio una idea más realista de esto que está pasando y
que comenzaría a pasar mucho más crudamente dos días después, con esas
imágenes de los soldados estadounidenses muertos o prisioneros dando
la vuelta al mundo: un contrapoder informativo, sostenido no por los
árabes desharrapados sino por los dueños de la riqueza regional, se
ha convertido ya en un factor desestabilizante de la historia oficial
que hemos consumido a lo largo de los años cada vez que a los marines
del Norte se les ocurría ir a impartir lecciones de civismo a algún
lugar exótico.
Los analistas proestadounidenses no decían que "la primera víctima de
la guerra es la verdad" cuando la verdad era la de la cnn. No se preocupaban
por "la manipulación de la opinión pública" cuando los manipuladores
eran ellos. Ahora se escandalizan. Chillan por lo que la televisión
iraquí muestra y Al Yazira amplifica, porque así como Bush se autonombró
presidente del mundo, ellos se autonombraron editores de lo que la gente
puede o no puede ver. Las imágenes de los civiles muertos y heridos,
así como las de los soldados estadounidenses muertos o prisioneros,
los han sumido en un estupor peligroso. Retroceden para adelante, como
siempre. Ahora bombardean las antenas de televisión iraquíes. Ahí tienen
otra prueba de que lo que Estados Unidos le hace a Irak se lo hace al
mundo: bombardean el derecho a la información mundial.
Fue muy fuerte ver los cuerpos inermes agujereados, desvestidos, ya
ausentes de esa escena que los reenviaba al mundo para mostrar una parte
de la verdad antes escamoteada. Pero fue mucho más fuerte todavía el
casi existencial interrogatorio al que eran sometidos los prisioneros:
"¿Cómo te llamás?, ¿de dónde sos?, ¿y por qué estás aquí en Irak?".
Todos contestaban: cumplo órdenes. Eso era todo, pero alcanzó para que
quienes dieron esas órdenes, Bush, Rumsfeld, Blair, comenzaran a desgranar
la estúpida pantomima argumentativa según la cual pareciera que es ésta
una guerra en la que sólo un bando tiene derecho a guerrear. La apelación
a la Convención de Ginebra sonó obscena en boca de quienes se han burlado
de todos los consensos internacionales. Cierta locura deambula por sus
cerebros. Cierta desmesura delirante. Se han dado máquina entre cuatro
y ahora ahí tienen los muertos, los prisioneros temblorosos que no saben
por qué están ahí en Irak, el contrapoder informativo consolidado y
competitivo de una señal árabe perfectamente entrenada, tanto y tan
bien como la CNN, para mostrar la parte de la verdad que les convenga.
Es cierto que la verdad es un bien escaso en una guerra, pero ahora
que la estamos repitiendo, la frase es menos cierta que cuando Estados
Unidos mató a miles de afganos buscando a un fantasma que nunca encontró,
o cuando inflamó el Golfo Pérsico hace una década. Que sepamos que la
verdad es esquiva en una guerra es un hecho que conspira contra los
intereses de Bush. De algún modo, una rápida y eficaz victoria estadounidense
lo que pondría de manifiesto es la verdadera naturaleza perversa de
esta guerra: si ganan fácilmente, significa que Sadam no tenía necesidad
de ser desarmado. Dios o Alá nos protejan de las decisiones que se tomen
allá arriba (en el Norte, no en el cielo) cuando adviertan que es necesaria
alguna catástrofe para volver a insuflar patriotismo entre los carpinteros
y los plomeros estadounidenses. El filósofo esloveno Slavoj Zizej, que
estudia el cine catástrofe estadounidense no como un producto cultural
sino más bien como un síntoma social, advertía hace unos meses que en
cierto modo las catástrofes funcionan en Estados Unidos como un moco
ideológico: ante ellas los estadounidenses se reenamoran de sí mismos.
Los árabes no han desarrollado aún tanto y tan bien su industria cinematográfica,
pero las catástrofes reales a las que son sometidos desde hace décadas
les han permitido, parece, desarrollar el arma con la que Estados Unidos
no contaba y que puede ser decisiva: la de la información. La primera
víctima de esta guerra ha sido, enhorabuena, la verdad monopólica estadounidense.
(Brecha, Uruguay)
![](caras/sandra_russo.jpg) Nosotros
Fue tan lenta y brutalmente que la
política se alejó de la gente, que el miércoles, cerca de la medianoche,
cuando la imagen de un patético Fernando de la Rúa se esfumó de la pantalla,
cuando instantáneamente el estruendo de las cacerolas empezó a hacer
resonar su eco metálico en decenas de miles de balcones, cuando poco
después todos salieron de sus casas y en cada esquina y en cada avenida
los vecinos empezaron a confluir en la termita indignada que forzó la
renuncia de Cavallo, cada uno sintió que aquello no alcanzaba, que tampoco
alcanzará la renuncia del gabinete ni la de De la Rúa. Cada uno lleva
sobre sus hombros la sensación de que hay que empezar todo de nuevo.
De que hay que refundar. La visión de los saqueos durante todo el día, la amenaza de las tristes
batallas de pobres contra pobres, el caldo de cultivo para que nazcan
serpientes de estos huevos, la certeza de que allá, intramuros, en algunos
despachos, otra vez –¡otra vez!– había quienes intentaban pactar alguna
innoble repartija sobre los cuerpos calientes de los muertos y sobre
los cuerpos todavía más calientes de los vivos, todo eso y mucho más
afloró en la conciencia colectiva. Nos han robado, nos han estafado,
nos han mentido, nos han manoseado, pero anoche pareció que así y todo
no nos han destruido. ¿Será ahora? ¿Será ahora que podamos barajar y dar de nuevo? En la madrugada
del jueves, las multitudes, repartidas en manzanas, en barrios, en esquinas,
estaban sorprendidas de sí mismas. Una fuerza superior y más potente
que cada quien estaba operando ese hecho histórico. No hubo consignas
más allá de aquellas que mandaron al carajo a estos tipos. No hubo otras
banderas más que la azul y blanca. No hubo atropellos ni desquicio,
salvo contados incidentes seguramente atribuibles o bien a gente arrancada
o bien a gente al servicio de la confusión. Los ciudadanos se reconocían
entre sí. Azorados de sí mismos, de ser tantos, de estar tan bien sincronizados
con el arma inocua pero atronadora de sus tenedores y sus tapas de olla,
de pertenecer, ahora sí, por fin, nada más y nada menos que a un pueblo
que ha dicho basta, a un pueblo que aspira a la revolución que significa
sacarse de encima a los ladrones, a los charlatanes, a los miserables.
Un pueblo que está agotado de los males menores. Es con ese cuento que
hace años que nos vienen violando. Esas multitudes espontáneas desparramadas por todo el país siguen sorprendidas
de su propia magia: sin consignas ni banderas ni líderes ni nada más
que esta atronadora presencia en la calle, empezó a tomar forma la palabra
nosotros. Si nos salvamos, será pronunciándola. (Página/12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Vidas
de papel
31/01/05
Detrás del club Santa Catalina,
en Luis Guillón, partido de Esteban Echeverría, hay un manojo de casas
de papel. O cartón o chapa, o madera o junco, o cualquier cosa: esas
casas se han ido construyendo con las sobras de otros. Ahí, a la vera
del club Santa Catalina, gente con nombre y apellido como Marcelo Sánchez
o Javier Quintana o Juan Ferreira venían pidiendo a la municipalidad
que les sacara literalmente de encima unos eucaliptos centenarios que
amagaban con venirse abajo, poniendo en peligro a sus familias. El municipio
no contestaba, y no es difícil deducir por qué: a los árboles centenarios
hay que cuidarlos, hay consenso generalizado, a esta altura, sobre el
valor ecológico de un árbol centenario. Un árbol que tarda tanto en
crecer, un árbol testigo de un siglo. A los niños se les enseña en las
escuelas el valor de los árboles, sobre todo de los árboles centenarios.
Hay que respetar a la naturaleza. Amarla como a una diosa madre tantas
veces vulnerada. Pero esos eucaliptos que se agitaban amenazantes con
los vientos no dejaban dormir tranquilos a los jefes de esas familias,
que vivían en casas precarias pero no eran familias precarias. ¿Cuántas
veces se confunden una cosa y la otra? ¿Cuántas veces todos creemos
que en casas sólidas viven familias sólidas y en casas prefabricadas
familias prefabricadas? Un día Juan Ferreira se hartó de temerles a
los árboles, y a machetazos se deshizo de uno. El municipio lo multó.
Esa gente. Cuenta la leyenda que cuando les dieron parquet lo levantaron
para hacerse un asado. Ahora talan los árboles centenarios. No entienden,
no entienden.
No se sabe de qué trabaja Marcelo Sánchez, otro de los vecinos, pero
salió a medianoche para el trabajo y regresó a su casa nueve horas después.
Fue la larga noche del temporal. De lejos vio a los bomberos y a la
ambulancia. Era cierto. ¿Era cierto? ¿Podía ser cierto? ¿Podía pasarle
eso a alguien? Sí, podía. En el reino de las casas de papel los árboles
centenarios pueden caer sobre ellas y aplastarlas. Lo dice la leyenda
de los pobres: a ellos puede pasarle cualquier cosa. El árbol había
caído en plena madrugada, y había matado a su mujer y a dos de sus hijos,
dos bebés, que dormían abrazados. Se salvó solamente la mayor, Micaela,
de 4 años, que fue encontrada por un vecino entre el tronco del árbol
derrumbado y una pared.
Está bien que a los niños en las escuelas les hablen del valor de los
árboles centenarios y del respeto a la naturaleza. Y está bien que no
haya árboles pobres y árboles ricos. La naturaleza establece su democracia.
Un árbol es un árbol. ¿Y un hombre? ¿Y una mujer? ¿Y un niño? ¿Valen
todos lo mismo, están hechos todos ellos de la misma fibra y los mismos
humores, o hay algunos de carne, hueso y dignidad, y otros de papel,
como sus casas? (APE - Clarín)
![](caras/sandra_russo.jpg) Intimidad
Uno de los ensayos que el novelista norteamericano Johnatan Franzen
compiló en su libro Cómo estar solo trata sobre la intimidad. Termina,
ese texto, con Franzen mirando por la ventana de su departamento: ve
que en el edificio de enfrente, una pareja se prepara para salir. El
hombre se pone su camisa blanca y mira televisión mientras su mujer
se pasea por el living con una toalla en la cabeza y una bata blanca.
Mantienen entre ellos diálogos cortos, probablemente informativos: puede
ser que el hombre le esté preguntando a ella cuánto tiempo tardará en
estar lista o que ella le esté preguntando a él quiénes irán a la fiesta.
El hombre no termina de vestirse: algo en la televisión le ha interesado.
La mujer sale del living y al instante vuelve a entrar, todavía con
el turbante de toalla en la cabeza. Se repasa las uñas con un esmalte
cuyo color Franzen no logra distinguir, pero que seguramente es rojo.
El matrimonio no se mira. El le responde lo que ella le pregunta sin
despegar los ojos de la pantalla y ella lo escucha sin dejar de mirarse
las uñas. Franzen está ante una escena de la más completa intimidad.
Después de un rato, que el hombre ha aprovechado para terminar de ponerse
su traje, irrumpe la mujer y es casi otra: se ha peinado y lleva puesto
un vestido sin breteles amarillo que le realza los hombros. Piensa,
Franzen, mirando esa ventana cualquiera de Nueva York, mientras el hombre
y la mujer apagan las luces del departamento antes de salir: ahí van,
hacia lo público. El ensayo de Franzen sobre la intimidad contiene varias líneas de pensamiento
interesantes. Una de ellas es que el frenesí con el que la sociedad
norteamericana defiende el derecho a la intimidad no sólo señala y enfoca
uno de los grandes desvíos de la época (el que reúne, en un solo movimiento,
la idea de intimidad con la idea de libertad, cuando la idea de libertad
es muchísimo más amplia), sino que además encubre esa quisquillosidad
con la que sin embargo se soportan cada día nuevas y más sofisticadas
tecnologías que irrupción en la intimidad, una carencia aplastante y
de la cual pocos se quejan: la minusvalía de la esfera pública. Franzen
redactó ese ensayo cuando el informe sobre el escándalo Clinton-Lewinsky
atraía la atención de la opinión pública. Y, como ciudadano, se declaraba
"invadido" por información privada (sexo oral, vestidos manchados de
semen, infidelidades, etc.) que no estaba interesado en saber. Un malestar
impreciso lo recorría: cualquier adulto sabe que el sexo cruza las fronteras
de oficinas y despachos, pero, decía, "como adultos que somos, ¿no podemos
fingir que nadie mira?". Lo que Franzen ensaya es un pedido de esfera
pública respetuosa de las convenciones con las que una sociedad la inviste.
Pero el problema con la sociedad norteamericana –inscripta en una tendencia
que ella misma lidera– es que desde hace décadas se viene reformulando
esa convención que define lo público: podría decirse que hoy la convención
incluye sexo. Lo incluye hasta la guerra, de la que los norteamericanos
extrajeron, pese a cualquier previsión, fotos porno. ¿A qué se le llama, en estos días, "intimidad"?, se pregunta el autor.
Y se contesta: "Al derecho a que te dejen en paz". Comparando la vida
cotidiana de cualquier habitante de un pueblo o ciudad pequeña del siglo
XIX con la de alguien cualquiera de una urbe contemporánea, es fácil
advertir que la noción de intimidad ha salido triunfante. Las vidas
antiguas –y las actuales, todavía, en ciertos pueblos– eran estrechamente
monitoreadas sin necesidad de tecnologías. Lo privado no gozaba de ningún
status que supusiera necesidad de "protección". El culto a la intimidad,
no obstante, ese derecho que unánimemente se defiende para hacer con
la vida privada cualquier cosa que no provoque daños a terceros, no
impide que las mismas sociedades contemporáneas que han generado ese
culto generen en paralelo vidas privadas extraordinariamente tediosas
y vacías. Cuando se apaga la luz, para la mayoría de los sujetos contemporáneos
no se enciende nada. La noción de la intimidad es un falso resplandor
sobre conductas rutinarias y mecanizadas, sobre vidas privadas, privadas
también de ese tipo de accidentes (romances, deslices, vértigos, ardores)
que el público consume a granel en programas del rubro y, en Estados
Unidos, en best sellers en los que un ex presidente, por ejemplo, detalla
cómo fue la primera vez que se dejó inflamar por la becaria. El goce
de la intimidad ajena reemplaza el tedio de la propia. Miren el living
de enfrente: verán una escena verdaderamente íntima. El hombre mira
televisión. La mujer lleva los platos a la cocina.
![](vs/losroldan.jpg) Los
Roldán contra la exclusión
Hace poco le escuché decir
a Gerardo Sofovich, refiriéndose a Los Roldán, que "los éxitos no se
critican. Los éxitos se interpretan". Aunque agregó:"yo solamente señalaría
algo que me parece delicado, haría una crítica sobre algo en lo que
no sé si la producción ha reparado: hacen quedar a los ricos como malos
y a los pobres como buenos".
Me llamó la atención, porque los reparos que había escuchado hasta ese
momento acerca de la tira con más éxito este año siempre habían merodeado
la pareja que poco a poco -y sin previsiones demasiado puntuales del
guión- fue convirtiéndose en la de mayor protagonismo: la integrada
por Gabriel Goity -en la ficción, el empresario Emilio Uriarte de la
Casa- y por Florencia de la V -ex Raúl Roldán, actual Laisa Roldán-,
travesti en apuros porque su enamorado tarda demasiado en advertir lo
que para cualquier cristiano es evidente a una cuadra de distancia:
que Laisa es exactamente lo que parece, alguien que una vez se llamó
Raúl.
Esos reparos replicaron las polémicas desatadas en la Capital Federal
hace un par de años, resucitadas recientemente cuando se volvió a discutir
el Código de Convivencia, aunque ha pasado mucha agua bajo el puente
(inversamente proporcional a la mugre que se esconde abajo de la alfombra).
Cuando irrumpieron las travestis en la escena pública, lo hicieron pegadas
a la oferta callejera de sexo, el trabajo al que, según decían ellas
en los programas televisivos a los que eran invitadas (porque lo que
revuelve las tripas en la esquina de la casa, entusiasma y da rating
en la pantalla del living), estaban condenadas: ¿Quién iba a darle trabajo
de otra cosa a una travesti?
Claro que no hay cajeras de supermercado travestis, ni empleadas bancarias
travestis, ni preceptoras de colegio travestis, ni vendedoras de seguro
travestis.
Y eso es algo en lo que, parafraseando a Gerardo Sofovich, acaso la
producción de Los Roldán no haya reparado, y que constituye indudablemente
un mérito de la tira: Laisa Roldán está muy lejos del universo de la
prostitución, y ya lo estaba cuando su familia era pobre y sobrevivían
todos a los tumbos, gracias a un puesto de fruta y verdura en el Mercado
Central. Laisa siempre estuvo muy lejos del universo de la prostitución
porque siempre fue aceptada por su familia, porque los suyos, aun "soportándola",
nunca cuestionaron su identidad sexual. El guión de Los Roldán nunca subrayó este aspecto, simplemente lo mostró.
El guión expone otras "virtudes" de esa familia pobre premiada por un
golpe de suerte: son familieros, buenos amigos, leales, honestos, sinceros,
en fin, encarnan toda esa gama de adjetivos que recorre el abanico de
"los buenos", pero de entrada Laisa fue una más, una tía para sus sobrinos
y sobrinas, una hermana para el hermano que solamente cuando está fuera
de quicio vuelve a llamarla "Raúl". Laisa es una travesti incluida en
su familia, una persona con derechos. Y es en este sentido que el personaje
opera de un modo reivindicatorio, y de la mejor manera: no explicando
las buenas intenciones sino sencillamente poniéndolas en acto.
Hace algunos años las travestis, al menos en la Capital Federal -donde
proliferaron no solo en las zonas rojas sino también en marchas y manifestaciones-
todavía llamaban la atención de los chicos y ponían en apuros a padres
y madres con cierta dificultad para explicar la variopinta gama de posibilidades
de la especie humana. Hoy cualquier chico llama travesti a una travesti,
y ha quedado reservada la toma de posición sobre la identidad sexual
de esta minoría apenas en el artículo, femenino o masculino, que se
le ponga. Quien enfatiza que Florencia de la V es "un" travesti "lo"
mira con malos ojos. Quien le regala el femenino que ella desea para
sí, la acepta.
Más allá de estas consideraciones, Los Roldán es una tira que pasará
al olvido apenas los picos de audiencia comiencen a declinar. El concentrado
de ignorancia y de brutalidad que se reserva la familia Roldán, más
el concentrado de cinismo y malas artes que practican los Uriarte, el
clima chillón permanente y el griterío sin respiro no la hacen soportable
para muchos mayores de quince. Si a eso se agregan las nuevas invasiones
bárbaras, que son las Publicidades No Tradicionales insertadas en el
propio guión y que convierten a los personajes en locutores y a la tira
misma en una tanda publicitaria, somos muchos los que optamos a esa
hora por ver a Pettinato. Pero quizás, como balance, debería dejarse
constancia del mérito de haberle encontrado un lugar digno a un personaje
como Laisa, y lo deseable que sería que esta sociedad les encuentre
lugares así de dignos a todas las Laisas que habiten el suelo argentino.
![](vs/sr2.jpg) Como
el culo
11/01/04
Podría decirse que el culo
nos iguala, por no decir que es democrático, porque no lo es. Lo tienen todos sin distinción de clases sociales, razas, nacionalidad,
género e ideología. Pero no lo tienen todos en las mismas condiciones,
y por eso no es democrático: hay una jerarquización evidente de un tipo
de culo veraniego con características bien marcadas. Redondo, casi irrespetuoso
en esa redondez. Simétrico y relleno, pasmoso y disponible. Es una lástima, porque culo tiene gente de todas las edades, pero no
sirve de nada tener uno si no se corresponde con la idea del Gran Culo
que instalan cada verano las revistas de actualidad y los programas
veraniegos. Ese símbolo cada vez más excluyente de la sexualidad pimpante
debe tener menos de treinta, acaso porque como decía Scott Fitzgerald
–refiriéndose a otra cosa–, "las mujeres terminan a los 23". El verano obedece a leyes intrínsecas y traseras. El otro día por radio,
Ernestina Pais me preguntaba qué es "in" y qué es "out" este verano
K, en el que uno podría presumir que las rubias teteadas vía bisturí
y encajadas de prepo en jeans aleopardados como aquellos que otrora
lucía Liz Fassi Lavalle han pasado de moda política. ¿Qué se lleva si
ya no se lleva el cuatriciclo y el celular colgando del short o la bikini?
¿Qué hay para ver si ya pasó la pizza con champán y el sushi?: culos. Revistas bobas y revistas inteligentes, programas mañaneros, vespertinos
y nocturnos, todo el engranaje de la liviandad que se postula cada enero
y febrero, se rinde y se turba ante el culo de Pampita o el de María
Eugenia Ritó. Es de suponer que los editores y los programadores están
pensando en lo que espera el público de esos medios cuando seleccionan
las notas. Pero es un poco raro que crean que en enero y febrero los
que compran revistas y miran televisión son solamente hombres en búsqueda
de la Erección Permanente. El sociólogo español González Gil, en su
libro Medias miradas, hace un paralelismo entre el consumo social del
cuerpo femenino y el tratamiento de los alimentos descrito por Levi
Strauss en Lo crudo y lo cocido. Afirma, más o menos, que así como la
cocción de los alimentos para algunas civilizaciones tempranas significaba
la obtención de comida más para "ser pensada" que ingerida –es decir:
el alimento cocido aporta "una idea de sí" a quien lo cocina, lo extrae
del lugar del salvaje–, también "la cocina" –la producción– del cuerpo
femenino en los medios está destinada a construir "una mujer para ser
pensada" por el espectador, pero en base a su propia necesidad de ser
constante e infatigablemente estimulado, siempre inducido y alentado
a conseguir esa nueva y esquiva utopía de la Erección Permanente.
Acaso porque por definición se busca lo que no se tiene, o porque en
materia de sexualidad –Foucault dixit– casi nunca lo que abunda es lo
que hay, esta sobreabundancia de culos tal vez nos esté diciendo que
esta nueva utopía de la Erección Permanente de lo que está hablando
es de una mala relación entre los hombres contemporáneos y su intimidad.
Mientras el verano K transcurre como si aquí no hubiese pasado nada,
y la parva de estupideces que prodiga el calor amenaza con taparnos
hasta el cuello con peleas entre vedettes, castings de vedettes, concheros
de vedettes, peleas entre modelos, castings de modelos y culos de modelos,
mientras la estética del porno soft copa el horario de protección al
menor y los mayores necesitarían autoprotegerse de sus propias preferencias,
dos imágenes de mujeres en el extremo opuesto de la fanfarria culona
veraniega surgen contundentes. Sus protagonistas probablemente estén
excedidas de peso, pero las dos tienen un carácter de síntoma que es
saludable leer. La jueza Carmen Argibay consiguió violar la ley no escrita
de los medios según la cual cualquier cosa interesante, en enero y en
febrero, pasa en Punta del Este, Cariló o Pinamar. La postulante a la
Corte Suprema obligó a las redacciones y a los canales a desviar a sus
enviados y a trasladarlos a Miramar. Desde allí, el marco fue coherente
con los postulados de Argibay. Por su parte, al asumir en su cargo en
el PAMI, Graciela Ocaña, cuando le preguntaron si va a renunciar a su
banca, dijo: "Si mi gestión en el PAMI es mala, yo no tengo retorno
a la política". En un país en el que los políticos tuvieron retorno
de todo tipo, sobre todo a la política después de malas gestiones, esa
declaración de Ocaña es un principio.
Aunque el frenesí mediático veraniego se empeñe en seguir domesticando
el cuerpo femenino para hacerlo entrar en los cánones de la utopía de
la Erección Permanente, las mujeres son algo diferente de ese cuerpo
femenino descompuesto en una sola de sus partes. Algo diferente de ese
estímulo agotador que no da respiro y al que le está vedado el paso
del tiempo. Algo diferente y algo más que ese recorte producido y puesto
al alcance de todos para crear la sensación de que "eso" y "solamente
eso" es una mujer. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Qué
querrá decir una trenza en la cabeza de una nena pobre?
Subte D
Subte D, viernes, ocho de
la noche. No mucha gente. Ya pasó la hora pico. Todos los asientos están
ocupados, pero no son tantos los que van parados. Entre ellos hay un
pequeño grupo de turistas norteamericanos muy jóvenes, cuatro o cinco.
Hablan muy fuerte su lenguaje gomoso que parece extraído de HBO. En
la estación Tribunales suben tres nenas pobres y desarregladas, aunque
a ninguna de las tres les faltan sus trenzas. ¿Qué querrá decir una
trenza en la cabeza de una nena pobre? ¿Qué mano y con qué propósito
la habrá hecho? ¿A qué hora? ¿Habrá, esa mano, acariciado esa cabeza
después de terminar de hacer la trenza? Dejan este tipo de dudas estas
nenas. Una de ellas empieza a cantar una canción de Ricky Martin. Canta
muy mal, pero su voz aflautada llena el vagón y, apenas termina, comienza
su recorrido para recolectar monedas. Las otras dos nenas la siguen,
como excéntricos guardaespaldas. La nena estira la mano ante un oficinista
con cara de agotado. El mete la mano en el bolsillo y extiende cincuenta
centavos. La nena agarra la moneda, pero en lugar de embolsarla y seguir
su recorrido, agarra también la mano del oficinista, que se pone ligeramente
en guardia. La nena se estira hacia la mejilla de él. Estampa un beso
ahí. El oficinista sonríe. Dice: "De nada", porque la nena después del
beso le dijo: "Gracias". La nena sigue el recorrido en la misma fila
de asientos. Todos los pasajeros dan monedas y con todos se repite el
rito. Gracias, de nada, beso. "Increíble", dice uno de los norteamericanos. No les resulta increíble
la pobreza, ni la mendicidad infantil, sino el contacto físico al que
ninguno de los pasajeros de ese asiento se ha resistido. Les resulta
increíble que mejillas oficinistas, tribunalicias o universitarias –ya
vamos por la estación Facultad de Medicina– se ofrenden para esa ceremonia
que, a juzgar por las caras de todos, les resulta, se diría, hasta reconfortante.
"¿Acaso soy el guardián de mi hermano?", le dice Caín a Dios. El filósofo
Emmanuel Lévinas, en Filosofía, justicia y amor, analiza esa frase.
"No hemos de interpretar la respuesta de Caín como si él se burlase
de Dios, o como si respondiese como un niño: `No he sido yo, ha sido
otro'. La respuesta de Caín es sincera. En su respuesta falta únicamente
lo ético; sólo hay ontología: yo soy yo y él es él. Somos seres ontológicamante
separados." El sociólogo Zygmunt Bauman, en Ética posmoderna, toma a Lévinas para
explicar cuáles son los supuestos que tras la caída de la modernidad
unen a las personas, y cuáles son los lazos ante los que presuponemos
debe emerger cierto tipo de responsabilidad. La nena es la nena, el
oficinista es el oficinista. Ontología pura. "¿Dónde está tu hermano?",
le preguntó Dios a Caín. "¿Soy acaso el guardián de mi hermano?", es
una respuesta que no da cuenta de ningún lazo, de ningún contrato, de
ninguna responsabilidad. Dice Bauman: "La filosofía es una ética...
la ética es antes que la ontología... la relación moral es antes que
el ser". La ética, en otras palabras, implica "descomponer identidades",
implica que Caín sea menos Caín, no tan Caín. La ética implica superar
el ser hasta llegar a un mejor ser: la ética, en fin, implica sentir
cierta responsabilidad por el prójimo, implica emparentarse incluso
con una nena pobre que canta una canción de Ricky Martin en el subte.
La responsabilidad hacia el otro es, de acuerdo con estos filósofos
de la ética, no el producto de un compromiso ni de una decisión personal
sino más bien una convicción y una disposición al acto que nos viene
de lo más profundo de esa identidad que se descompone. Se descompone
el individuo para dejar aflorar lazos entre individuos. "La responsabilidad
ilimitada en la que me encuentro proviene del otro lado de mi libertad",
dice Lévinas. Los filósofos hablan difícil. Creo entender, esta noche en el subte,
que la mejilla del oficinista puesta en contacto directo con la mejilla
de la nena pobre dice algo sobre la parte blanda de la condición humana.
La piel tempranamente áspera de la cara de la nena ha encontrado en
el roce rápido contra la mejilla del oficinista un eco perdido de una
respuesta que no es la de Caín sino la de alguien que de alguna manera
vaga y misteriosa se siente responsable de su hermano. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) La
trampa
30/04/05
La Iglesia Católica sabe
perfectamente que, en los hechos, sus preceptos en materia de sexualidad
nunca se cumplieron. No los cumplen ni siquiera muchos de sus sacerdotes.
No los cumplen millones de sus fieles. La Iglesia está en contra de
la anticoncepción en cualquiera de sus formas. Si el debate es sobre
salud reproductiva, ataca el DIU por "abortivo", pero se calla ante
otros métodos. Pero cuando se lanza una campaña de salud sexual y el
preservativo es uno de los métodos promovidos, ataca el preservativo
con un argumento aberrante que, si fuera escuchado, provocaría miles
de contagios de enfermedades de transmisión sexual. La Iglesia no dice
que veta el preservativo porque, como institución, está lisa y llanamente
en contra de las relaciones sexuales sin fines reproductores, y una
relación sexual en la que se usa preservativo supone placer pero no
embarazo. Lo que dice es que el preservativo es una herramienta ineficaz
para prevenir contagios, lo cual se escapa del dogma y entra en el peligroso
territorio de la irresponsabilidad social. Imaginarse un virus filtrándose
a través del látex es poco menos que desopilante, si no fuera, más que
risible, patético.
Pero la Iglesia sabe perfectamente que, en los hechos, lo que prescribe
y recomienda en materia de sexualidad no se cumple. Sus esfuerzos milenarios
en vigilar y castigar a través de la culpa los impulsos sexuales humanos
no han logrado suprimir esos impulsos, pero sí trastornar muchas mentes.
La gente no deja de tener relaciones sexuales; los homosexuales no dejan
de existir porque al Vaticano no les caen en gracia; los cónyuges no
son fieles para toda la vida ni permanecen juntos si son infelices;
los embarazos no deseados no llegan a término, pero de los abortos clandestinos
surgen víctimas ya nacidas, las madres, especialmente las pobres, que
no pueden pagarse un servicio decente.
La Iglesia no dirige sus políticas a maniatar los actos humanos, porque
es impotente para eso, sino a estrechar la franja de visibilidad y legitimidad
de esos actos humanos. Los funcionarios eclesiásticos saben que, aunque
ellos emitan comunicados, los jóvenes no dejarán de iniciarse sexualmente
a los quince años, pero también sabe que lo harán en malos términos,
en condiciones sanitarias y psíquicas precarias, sin información, sin
guía, sin permiso social, con culpa, con insatisfacción. Las recomendaciones
de la Iglesia, en este punto, a lo que tienden es a mantener ancha la
franja de sufrimiento por causas sexuales: la gran tarea de la Iglesia
es, en este sentido, que la gente asocie el sexo con sufrimiento. Con
aborto, con VIH, con sífilis en otros tiempos, con clandestinidad, con
trauma, con prostitución, con decadencia. Esa es la trampa que tiende
el discurso oficial de la Iglesia: cuanto más riesgo y penar implique
el sexo más poder tendrá esa palabra que, sobre el hecho consumado de
una desgracia, podrá insinuar, con falsa piedad: yo te lo dije. (Página|12)
![](caras/sandra_russo.jpg) Atrapados
sin salida
05/08/05
(APE).- El presupuesto es
de 700.000 pesos. Está destinado a un nuevo y riguroso cierre perimetral
y a la instalación de torretas de vigilancia en el Centro de Orientación
Socio Educativo (COSE), de Mendoza, que aloja en la actualidad a una
población de entre 170 y 230 menores de edad. Esa población excede la
capacidad real del instituto, que tampoco cuenta con medidas de protección
adecuadas. Pero el presupuesto de 700.000 pesos estará destinado al
cierre perimetral y a las torretas.
Los sobres con antecedentes y ofertas económicas ya fueron abiertos:
se presentaron las empresas Muñoz y Asociados, Wynne Industrial y Cacsa.
La que resulte favorecida deberá abocarse a colocar 600 metros lineales
de alambre tejido de cuatro metros y medio de altura, y un coronamiento
de 50 centímetros de alambre de púas. Sostendrán los alambres con postes estructurales y accesorios galvanizados
que garanticen la fijación, rigidez y preservación del cierre perimetral.
Una vez que esté terminado, el instituto contará con dos anillos de
seguridad y entre ambos, harán sus rondas los agentes penitenciarios.
En cuanto a las torretas, serán tres: en la actualidad no existen, de
modo que el sistema de vigilancia se renovará y aceitará. Para ellas
hay destinados unos 250.000 pesos. Tendrán 30 metros cuadrados cubiertos
y serán construidas con cemento. "Permitirán mayor nivel de visión,
cuando hoy no se tiene", aclaró Carlos Santilli, titular de la Subsecretaría
de Infraestructura provincial.
Como se ve, un despliegue considerable, un esfuerzo presupuestario notable,
una cantidad de precisiones técnicas dirigidas a tranquilizar a la población
de la zona, que según reza la información está cansada de leer en los
diarios que "se fugaron del COSE doce menores de extrema peligrosidad"
o cosas similares. Esa población necesita que la tranquilicen porque
está domesticada por las voces que demonizan a los menores pobres, que
borran sus historias, que toman de ellos sólo lo que les sirve para
construir, con sus caras oscuras y sus malos hábitos, el demonio que
toda sociedad parece pedir, y encuentra.
Para evitar fugas, es que los funcionarios han dispuesto estas medidas
que convertirán al instituto en una ratonera de película, en la que
seguirán internando menores, hacinándolos, condenándolos sin condena,
deshaciéndoles las mentes y los cuerpos. Una cárcel de máxima seguridad
para chicos atrapados sin salida (Agencia de Noticias Pelota de Trapo)
![](caras/sandra_russo.jpg) Esas
fotos
03/05/05
Las comisuras de las bocas
insinúan en esa foto la mueca de la tragedia. Son mínimas curvas inversas
a la sonrisa de la Gioconda. Arcos leves, dados vuelta. Esas dos bocas
están cerradas. Labios finos y pegados el uno con el otro para decir
algo: es el mensaje del silencio. Y las miradas. La de Leónie está fijada
en el vacío, dopada de dolor, sostenida sin embargo por un mentón altivo
que delata una dimensión de dignidad que aquellos que la vieron, en
ese instante que quedó capturado en la fotografía, no deben haber advertido.
Esa dignidad no estaba dirigida a ellos, de todos modos. Ese tipo de
dignidad extrema no está dirigida a nadie. Es un don inevitable y un
precio interior altísimo que no cotiza entre asesinos. La mirada de
Alice, en cambio, elige una ligera inclinación y se instala en el mismo
punto ciego arriba del foco de la cámara. Evidentemente, les han dicho
que hacia allí tenían que mirar. Un ejemplar de La Nación para dejar
constancia de la fecha y atrás la bandera de Montoneros completan la
puesta en escena montada en la ESMA, cuando la nacionalidad francesa
de las monjas ya era un problema inesperado para la Armada y los marinos
quisieron desviar sospechas. Iba a escribir sobre la magnífica frase del antropólogo forense Luis
de Fondebrider, que entrevistado esta semana en este diario por Victoria
Ginzberg dijo: "Darle nombre a un cuerpo es como recuperar su vida".
Pensé en eso porque, cuando leí esa frase, me quedó retumbando en la
cabeza y, a pesar de que Fondebrider se estaba refiriendo específicamente
al trabajo de los antropólogos forenses, que desde 1984 se dedican con
una constancia y pericia notables a desbaratar la trampa de los NN en
la que los militares de la dictadura convirtieron a miles de personas
("Un desaparecido no está, no es, no tiene entidad", dijo Videla), esa
frase me pareció iluminadora. Porque puede aplicarse a cuerpos muertos,
pero también a cuerpos vivos. La lucha por la identidad es, simbólicamente,
la gran lucha argentina. A la pregunta por el "¿Quiénes somos?" general
que arrastramos desde hace dos siglos, les prestaron sus cuerpos los
NN de la dictadura, pero no sólo ellos. Las Abuelas, recuperando identidades
de actuales veinteañeros, también recuperan vidas devolviendo nombres.
Lo primero que hace una pareja cuando desea y logra un embarazo es pensar
en un nombre: nombrando a ese nuevo ser se lo hace persona. Devolverle
su verdadero nombre a alguien es devolverle su verdad. Una identidad
construida sobre la mentira desemboca inevitablemente en un fallido,
y hay vidas que son eso, actos fallidos. Pero a propósito de actos fallidos, me puse a observar la fotografía
que los marinos armaron en la ESMA para correr las sospechas del secuestro
de Leónie Duquet y Alice Domon hacia los Montoneros y, describiéndola,
no podía evitar captar una reminiscencia que no lograba descifrar. Hasta
que me fijé en los ojos de esas mujeres serias, condenadas a posar para
esa foto, a conciencia, seguramente, de que esa pose las alejaría todavía
más de su liberación, que empantanaría sus destinos. Y entonces me di
cuenta de que esas miradas fijas en el vacío me recordaban a las fotos
policiales de los documentos de identidad. Precisamente, de identidad.
Que era lo que esas mujeres estaban reteniendo y lo que les iba a ser
arrebatado por la fuerza. Lo que veintiocho años después los antropólogos
forenses les devolverían. Es tan impresionante y azaroso el recorrido
del cuerpo de Leónie Duquet, es tan increíble ese camino que la llevó
de la ESMA a un avión, del avión al mar, del mar a la playa, de la playa
al cementerio de General Lavalle, del cementerio a la verdad, que semejante
historia no puede procesarse sin escalofríos. Uno se tienta con la palabra
milagro. Esas miradas de documento de identidad indicadas por los secuestradores
que quisieron fraguar una foto insurrecta fueron también un acto fallido.
Recordé las últimas fotografías parecidas a ésa, las de los rehenes
capturados por fuerzas irregulares iraquíes, los periodistas o ciudadanos
de países invasores que, mirando a cámara con sus verdugos atrás, parecen
suplicarle al foco que se deje traspasar y que su desesperación conmueva
a sus gobiernos. De la Argentina, la única fotografía similar que recordaba
haber visto era aquella de Jorge Born, con los retratos de Perón y Evita
como fondo y una bandera de Montoneros atrás. Esa fue seguramente la
foto inspiradora de la de la ESMA. ¿Jorge Born miraba el vacío o miraba
a cámara?, me pregunté. Busqué esa foto y, efectivamente, Born, cansado,
despeinado, ojeroso, miraba a cámara. Las miradas perdidas de Leónie
y de Alice son el indicio del fraude, del simulacro. Con la pose y la
perspectiva que el Estado elige para darles a sus ciudadanos su identidad
–el medio perfil, la mirada corrida hacia el costado–, el Estado terrorista
argentino de los ’70 cometió un lapsus. Leónie Duquet es, de todos modos, no sólo una víctima a la que veintiocho
años después de su asesinato se le devuelve la dignidad de su nombre.
En esa foto que comparte con su compañera Alice Domon, sus bocas cerradas
en la mueca de la tragedia dicen, tal vez, que en una sociedad solamente
se pueden cometer actos tan aberrantes si muchos, si miles, si millones
miran para otro lado. (Página|12)
Las
palabras no sirven, quedan los símbolos
Oj-alá
(Dios quiera)
04/03
El espanto es tan desmesurado
que parece que ya no hubiera nada por decir. Solamente tenemos palabras,
y no alcanzan. Las palabras deberían tener el filo de una navaja o el
poder explosivo de un Tomahawk, pero no lo tienen, no almacenan combustible,
no arden.
No arden como ardió entera la familia de Alí Smain, ese niño iraquí
que según dice el diario perdió en un bombardeo del lunes, en Kindi,
a su madre, su padre, sus hermanos, a sus tíos y a sus primos.
También perdió los brazos y seguramente perderá la vida. Ojalá se convierta
en un símbolo, porque los símbolos, a veces, son más poderosos que los
Tomahawk.
Ojalá el nombre de Alí Smain nos quede caprichosamente en la memoria,
adherido a la memoria, enredado en la memoria, ojalá no nos deje dormir.
Ojalá ese nombre breve y extraño envuelva en sus dos sílabas los de
todos los niños, las mujeres y los hombres que están siendo cada día
interrumpidos en su acto de vivir, ojalá que pronunciando ese nombre
estemos pronunciando todos los nombres que ignoramos, esos nombres difíciles,
engañosamente ajenos.
Ojalá que ese cuerpo pequeño y quemado, desnudo, deshecho, violado ferozmente
por el estruendo de esa madrugada, nos hable. Ojalá que nos arda, que
nos empuje al más allá de la simple mirada fija sobre el televisor.
Ojalá que si Alí Smain muere se convierta en fantasma. Ojalá que su
fantasma aceche en sueños a sus verdugos, que levante en su niebla de
fantasma la tímida bandera de su último recuerdo.
Sea éste el que haya sido, su madre gritando, su padre agonizando, sus
hermanos muriendo antes que él, el estallido de su casa, la voz piadosa
de alguien que le hablaba en inglés, los toscos vendajes que le cubrían
sus quemaduras, el dolor.
Ojalá que ese chico que sea, por la magia de los símbolos (que siempre
significan más de lo que nombran) todos y cada uno de los miles de chicos
asesinados en nombre de la libertad. Porque eso hacen a veces las palabras:
disfrazan y matan.
Ojalá que la intensidad de la desgracia de Alí Smain se transforme en
una dentellada y que de la inmensa, infinita debilidad de un chico de
ocho años ante el aparato bélico más potente del mundo, surja ese símbolo
imprescindible no para detener este desastre, porque eso es imposible,
pero sí para que estos crímenes esperen puntualmente a cada uno de sus
responsables en la antesala del infierno.
Están matando a tantos civiles iraquíes que no se alcanzan a contar.
Ni siquiera hablan de efectos colaterales. No se toman la molestia.
Apuntan selectivamente contra ellos.
Esta es la guerra de lo políticamente incorrecto: están desembozados,
conversos, poseídos, decididos a traspasar cualquier umbral.
No sólo han pasado por alto a las Naciones Unidas: haciéndolo, además,
han roto todos los contratos civilizados, han reinventado las reglas
de juego, han llevado al paroxismo su idea de que la tienen más larga.
Si todavía dicen que esta carnicería se está llevando a cabo en nombre
de la libertad y alguien les cree, como según las encuestas les cree
la mayoría de los norteamericanos, es porque he ahí una nación corroída
por su propia bilis y su propio delirio.
He ahí una nación que expurga, a través de sus raras avis, a través
de sus mejores exponentes, sus profundas contradicciones y sus paradojas
bestiales.
Ojalá que por los ojos semicerrados y agonizantes de Alí Smain en el
hospital de Kindi se nos revele a todos la dimensión del horror.
Ojalá que por un instante todos tengamos sus ojos y a través de esos
ojos de ocho años podamos acceder a la visión de lo más bajo y lo más
ruin de la condición humana.
Ojalá su martirio siga ladrando en el desierto después que cada uno
de los suyos haya sido vencido. (CIMAC | México DF)
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