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Web de Sandra Russo

La chica de ruedas

Por Sandra Russo

Podría decirse, después de estar un par de horas leyendo la historia de vida y las definiciones de Gabriela Michetti, que cuando Mauricio Macri inventó el PRO, con sus famosos "equipos técnicos" de trabajo, puso una ficha en el casillero correcto. Puede haberlo hecho incluso sin conciencia de que esa ficha iba a empujar otra y ésta a otra, en un movimiento dominó que culminaría el día en el que una funcionaria técnica de la Cancillería se acercó a ese partido nuevo, y compró. Michetti, que admite entre risas que la llaman "la chica de ruedas" y puede dar cátedra acerca de lo que implica aceptar una realidad adversa y hacer algo nuevo con ella, concentra en su imagen y en su discurso todo lo que Macri debe haber soñado alguna vez, incluso sin ser consciente de soñarlo: Michetti es una líder carismática a quien es inútil y eventualmente injusto disimularle la estatura. Viene de fábrica con la obsesión de ser la mejor en todo, un accidente terrible no hizo más que regar aquella obsesión, y ella no perdió un minuto desde entonces. Michetti no toma aliento: no puede parar de ir por más.

En Laprida, el pueblo donde creció y donde también, años más tarde, se accidentó, su padre "era el médico más prestigioso". Su madre, "la esposa del médico, divina, un amor", y ella, la abanderada. Su CV indica que se recibió de Licenciada en Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador, y que siempre le sobró paño para manejarse en escenarios en los que había que tener no sólo inteligencia sino también una formación concreta y sólida. Si de solidez se trata, Michetti es una roca. Y tal vez ése sea el mayor atractivo de su magnetismo, en estos tiempos en los que están tan en boga los conceptos de sólido y líquido para discriminar entre tendencias y fenómenos: Michetti es un cóctel de significados tan intensos, dueña de una personalidad tan evidentemente sólida, que encandila a un electorado líquido que si no fuera por ella no tendría dónde anclar sus expectativas. Es ella, al lado de él, la que tranquiliza a parte de ese electorado. Es ella, con su prueba superada de la silla de ruedas, la que habla hasta por los codos y dice lo que los suyos esperan escuchar, la que construye espacio político. Y la que deja dudas sobre qué hará con ese espacio, porque habría que ver qué pensaría su maestro, Carlos Auyero, de tantos dones al servicio de un proyecto liderado por Macri.

De familia católica y ella misma católica practicante, se entienden los puntos en común que tiene Michetti con Elisa Carrió: además del amor a Dios, las une el recelo a los Kirchner. Como Carrió, Michetti detesta "la agresividad" no sólo de este gobierno, sino de "los políticos en general". El "no responder a los agravios" de Macri debe haber sido un consejo de Michetti, quien por otra parte ha reconocido públicamente que "a Mauricio le cuesta expresarse". Es interesante observar en este punto a qué le llama Michetti "agresividad", y preguntarse si su ambición no le ha hecho dejar en suspenso algunos de los postulados de su vieja militancia democristiana. Por ejemplo, cuando se le pregunta por los negocios de Franco Macri, y ella contesta: "Lo que tengo es lo que Mauricio siente por él, evidentemente lo quiere mucho a su padre, y las consideraciones que él hace respecto de que su padre ha sido un empresario a quien injustamente no se le han valorado muchísimas cosas buenas, como la generación de empleo y el tipo de trato de los recursos humanos, cosas que mucha gente reconoce dentro del ambiente industrial. También esa sensación de una persona controvertida a partir de las vinculaciones con el Estado, que no necesariamente tienen que ser malas, porque el Estado necesita hacer licitaciones y necesita de los empresarios". Bien: en afirmaciones como ésta, lo sólido se derrite, la ideología aparece, el rigor se ablanda, la chica de ruedas con currículum de lujo se permite las simplificaciones más burdas y deja entrever que hay gente que no puede parar de ir por más, como sea.

No descarta ser candidata a presidenta en el 2011, y tal vez lo sea. ¿Por qué no? Nada queda fuera del alcance de esta mujer a quien cuesta mucho, demasiado, imaginársela sin respuestas, sin optimismo, sin garra. Las pezuñas las empezó a exhibir públicamente cuando comandó la maniobra política para dejar fuera de juego a Aníbal Ibarra, por quien siente una vieja aversión. Como su amiga Carrió, Michetti también habla de amor y buena onda pero hay ocasiones en las que pierde los estribos y le asoma una bilis ácida, una vocación de aplastamiento.

"En verdad, yo no siento que me tenga que definir así por donde en el imaginario, la centroizquierda es la dueña exclusiva de la sensibilidad, los derechos humanos y la gente pobre, y la derecha es el orden, la eficiencia", ha dicho. De hecho, el PRO quiso hacerse "dueño" de la gente pobre en el lanzamiento de campaña y salió mal. Pero los desalientos Michetti los combate con fe, y su asesor espiritual es nada menos que el cardenal Jorge Bergoglio, a quien ve "bastante habitualmente, cuando necesito conversar con alguien que me imparta sabiduría". Se siente afortunada, Michetti, de tener el "honor espectacular" de que Bergoglio le conceda entrevistas cada vez que ella lo necesita. "Me encantaría verlo más seguido, pero tampoco lo quiero molestar tanto", dice.

Cuando se accidentó, y su papá fue a verla a la clínica donde la habían llevado, ella cuenta que le dijo: "No te preocupes, voy a ser feliz igual en silla de ruedas". De hecho, en una de las páginas del sitio web del PRO hay un artículo titulado: "Me dolió más mi divorcio que el accidente". Es que Michetti pertenece, a diferencia de Mauricio (¡y ni hablar de Franco!), a esa clase media católica que se casa para toda la vida, pase lo que pase, haya o no consenso. Mantener a flote un matrimonio depende de dos personas, no de una sola. Pero de una sola persona sí depende revertir una desgracia personal e imprimirle a una silla de ruedas un lustre supersónico, biónico y pro.

Cuando llegó a la política, Michetti, después de nueve años de rehabilitación, la abandonó. Eran pocos los progresos y demasiado el esfuerzo, ha explicado. Y la verdad, Michetti descubrió otra forma de avanzar, para la cual su silla de ruedas no es un impedimento. Ella tiene su dream team y es un frente con López Murphy, Carrió y Lavagna. Dice que hoy votaría por Carrió, claro. Sueña con ser la artífice de ese acercamiento. Políticamente correcta, dueña de un poder de seducción nuevo a los ojos masivos, Michetti en las entrevistas y personalmente es esa buena mina de la que todas nos haríamos amigas. Irradia una fuerza de voluntad de un voltaje increíble, y podría ser coronada ya mismo Reina de la Antiautocompasión. Pero ideológicamente, porque mal que les pese a los del PRO todavía somos muchos los que pensamos el mundo en términos ideológicos, y creemos que las ideologías son las que desde el principio de la historia han sido la vara que dividió muy pocos bienes entre muchísimas personas, haciendo de algunas de ellas seres humanos y de otro montón pura basura, Michetti es líquida. Hace agua cuando, por ejemplo, dice que "en la Argentina de hoy, para construir se necesita tener un gobierno para generar gestión concreta". Como si existiera alguna gestión concreta abstracta, cuyo resultado no sea un costo o un beneficio. Como si se pudiera estar de los dos lados. Ahí la sólida Michetti hace glu. (Página|12)


Ojo con las nuevas palabras

16/06/07

Por Sandra Russo

Mauricio Macri no perdió intención de voto por negarse a debatir. El clásico debate preelectoral en rigor no suele ser demasiado interesante, ni la gente se interesa mucho en él. Si no, estarían en su búsqueda los canales de aire, y no un canal de cable. Por lo demás, los analistas políticos coinciden en que, si en algo influye un debate, esa influencia positiva o negativa proviene de los gestos y/o actitudes de los panelistas, y no de sus contenidos. Importan los gestos, la actitud. Los detalles: un saco cruzado, un saco abierto, la cantidad de asesores de cada uno, la opinión de los asesores al final... en fin, un plomazo.

Sin embargo, yo creo que no es porque los debates son poco interesantes que Macri no perdió intención de voto. Una vez más, el candidato está a salvo de lo políticamente previsible: su electorado no lee la declinación como una falta de coraje o de seguridad en sí mismo, sino como un desplante. Yo creo que todo esto hay que tomarlo con cuidado y con atención: se está poniendo en juego no solamente un candidato inverosímil de acuerdo con los parámetros de hace tres años, sino también un sistema completo de hacer política. Claro que Macri es la nueva política. Vaya si lo es. No sirve restarle el mérito de haber encontrado las grietas y haberlas perforado. Que Macri hable con una papa en la boca o que represente los valores que muchísima gente que vive en esta ciudad creía superados (la represión como método de disciplinamiento urbano; el nulo interés en derechos humanos; su aversión a las minorías sexuales; su asociación a los peores emergentes de los últimos años, como Sobisch y Blumberg), no significa que este hombre no haya llevado a cabo, ya, un cambio.

En el mundo vacío de contenidos ideológicos en el que proponen vivir Macri y sus adherentes intelectuales, hay palabras que estaban latiendo en el aire y que han sido cooptadas, reformuladas y vueltas a lanzar con una clara carga ideológica de derecha, y no de cualquier derecha: se parece a esas campañas llenas de globos y porristas de los republicanos, y renombra esas palabras, operando como un conquistador del lenguaje.

Macri propone cambio y la gente vota cambio. Eso provoca un cambio. Es un cambio bastante atroz, pero no deja de ser un cambio que una ciudad que se enorgullecía, hace poco, de que sus pobres no fueran reprimidos, haya sido penetrada hasta el tuétano por el discurso Hadad. Ese cambio ya se había producido y Macri lo habilita.

Sobre la nueva política, ¿quién puede discutirlo? Claro que Macri está haciendo una nueva política. No llegamos a purificar lo suficiente los canales naturales de las dirigencias, aunque probablemente eso no sea posible hasta que llegue el momento de que una nueva generación se abra su espacio. Pero que una política sea nueva también podía implicarnos esto, un viraje sombrío a la ilusión de la gestión aséptica, como si lo único que se necesitara fuera la agilización de la burocracia.

¿Y la palabra "agresión"? ¿No merece más lecturas? ¿No es un poco inquietante que en un país en el que siguen existiendo más de cuatrocientos pibes apropiados que desconocen su identidad, esa palabra vire? ¿No estaremos ante una voltereta terrible de la palabra "violencia", para adjudicarla otra vez, una vez más, únicamente a la presión que llega desde abajo?

Que Macri se niegue a hablar de ideología puede rescatarlo a él, pero de ninguna manera va a impedir que se discuta ideología en las calles y en las casas. Es cierto que gran parte del electorado de Macri se alivia con la suspensión del debate y se alivia con el mutis político del candidato. Un argentinismo total: esa parte del electorado prefiere que le mientan. Acaso porque hay tanta gente así en este país es que tenemos tantos dirigentes que nos mienten. Hay paño.

El PRO no da a conocer sus propuestas en materia de derechos humanos. Pero ya sabemos que los vendedores ambulantes, las prostitutas, los cartoneros, los piqueteros, los estudiantes, los sindicatos, en fin, todos aquellos que quieran reclamar o trabajar en las calles serán sujetos indeseables que perturbarán el tránsito y que serán reprimidos con tal de que no haya embotellamientos. De alguna manera, pienso ahora, la victoria de Macri implicaría el triunfo del automovilista sobre el manifestante. Releo la oración y creo que puede ser leída por cualquier partidario de Macri como un slogan de campaña.

A esa campaña la están respaldando algunos intelectuales con reflexiones más pueriles que las se podrían leer en el Reader’s Digest. Esta semana me llegó un texto de Alejandro Rozitchner, que él publicó en su blog y que lleva por título "Diez razones para votar a Macri". Por ejemplo, dice que "la gestión pública tiene que ser abordada con un criterio de gestión (la búsqueda efectiva del bienestar y crecimiento) y no con el de la ideología (la lucha contra los opresores y el rechazo de la supuesta barbarie capitalista)". Guau: la barbarie capitalista todavía no está demostrada. El filósofo también escribe que "la ideología es el refugio de los incapaces (o aun peor, en muchos casos, la coartada de los corruptos)". ¡Guau! ¿Eso sólo era la ideología? Haberlo sabido, en un país en el que todavía hay 500 pibes cuyos padres fueron asesinados y que no saben quiénes son. Y sigue: "...la derecha no existe, es un término con el que la izquierda intenta correr a los que no se suman a su visión retrasada del mundo". ¡¡Guau!! ¡La derecha no existe! Entonces Rozitchner tampoco. (Página|12)


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Truman Show

05/06/07

Por Sandra Russo

Macri representa, para sus votantes, la "nueva política", tal como él se ha encargado de decir una y otra vez.

¿Cómo podría pensarse una "nueva política" que le entrara a la gente no sólo por la cabeza, sino también por los ojos y sus otros sentidos, una vez entendidas dos premisas básicas? (Una: después del 2001, cualquier cosa que pareciera nueva tenía chances; dos: la Capital es gorila.)

Al modo de Truman Show, Macri montó el Universo Pro, y en ese sentido, empezó a hacer política de una manera nueva. Eso no se lo puede negar nadie. Y si vamos a desencriptar el fenómeno conviene ir apuntando sus hallazgos.

Ese invento de una ciudad PRO tocó el imaginario utópico y casi vulgarmente publicitario de un mundo en el que la gente se saluda cordialmente, se da las gracias, los jóvenes se pelean por dejarle el asiento del colectivo a una anciana, los niños se lavan los dientes solos, los empleados públicos sonríen, las mucamas uniformadas bailan en las veredas como en una propaganda de jabón en polvo, los mozos vienen apenas uno se sienta a la mesa, los patovicas son cariñosos con los pibes y los pedos de los bebés no tienen olor.

El mundo PRO es un mundo sin conflictos. Eso es lo que tiene el mundo PRO de Truman Show: en ambos casos, se trata de películas.

La vida es frustrante para casi todo el mundo, y en general hay que esforzarse por todo: por el asiento, por el saludo, por el buen trato. Eso sucede porque, para la mayoría de las personas, ganarse la vida incluye responsabilidades y vivimos en un país que no nos ofrece descanso, ni nos saluda cordial, ni nos trata bien. Un país rico con muy pocos ricos y millones de pobres. Eso es la realidad. Debería importarnos cómo modificar la realidad para que una ráfaga de horizontalidad nos toque, y los escenarios cambien, y todo se acomode aunque sea un milímetro más cerca de lo que creemos justo.

Pero en el universo PRO los conflictos han muerto. No hay rabia, ni resentimiento, ni mal humor allí. La alegría es PRO. La diversión es PRO. Ya fue escrito hace muchos años por Roland Barthes: "La derecha se reserva el derecho al placer, mientras la izquierda se queda con la queja". Macri ha hecho un increíble uso de ese derecho al placer en el que se desliza como un surfista: logró que una aplastante mayoría votara esa opción de "nueva política" plastificada, capitalizó el deseo legítimo de decenas de miles de personas que quieren vivir mejor.

Desde la tipografía del logo hasta la maravillosa coreografía espontánea que bailaron Macri y Michetti, él haciendo girar en el escenario la silla de ruedas de ella, una escena absolutamente PRO. No lo escribo con cinismo. Algo de esa escena, de alegría que traspasa los límites personales, empujó la andanada de votos.

Claro que cuando uno madura y ve claramente que un mundo sin conflictos puede ser deseable, pero que eso es imposible en la realidad, porque la vida en sociedad es una puja por intereses, y hay que bajarse del limbo y comprender que la política no está hecha para administrar saludos sino recursos, ese Truman Show no lo seduce.

La "nueva política" viene con nuevos sapos. (Página|12)


Las lecturas del ex delfín

04/06/07

Por Sandra Russo

Internándose horas en el pasado de Mauricio Macri que se filtra en la red, uno advierte que este hombre flaco, sobrio, que modula el castellano como si fuera un dialecto, juega fuerte. Este hombre que acaba de seducir a una mayoría porteña juega fuerte pero lleva incorporado un chip de clase que lo mantiene relajado y lo dispensa de la inteligencia. Macri pocas veces ha dicho algo inteligente. Lo suyo ha sido operar sobre la realidad aprovechando cada grieta que le dejaban abierta. Su máxima hazaña personal probablemente haya sido sacarse de encima el título de cuasi-nobleza de "delfín de Franco". En eso ha invertido al menos la mitad de su vida, en romper el viscoso cordón umbilical que une a los hijos varones con sus padres.

Nació en Tandil, egresó del Cardenal Newman y se recibió de ingeniero en la UCA. Fue, casi en su primera juventud, un chico rico colocado por su padre en directorios de empresas gigantescas, casi ininteligibles para cualquiera que mire de afuera, como el 99,9 por ciento de la gente, ese mundo opaco de las corporaciones y los holdings.
Mientras Mauricio Macri no era noticia al estilo Hola y no aparecía en notas de sociales porque era un hombre casado y con tres hijos que dedicaba la mayor parte de su tiempo a las empresas de Socma Americana, y más tarde a la presidencia de la automotriz Sevel, Franco, el padre, era el que resistía en su puesto de galán maduro y arrasaba con cuanta fruta fresca le apareciera a mano en la frutera.

Franco fue un padre que nunca capituló ni entregó el trono. No lo iba a hacer. El hijo decidió jugar fuerte, pero en otro deporte. Y se lanzó a la presidencia.

La vida pública argentina tuvo que admitir que el delfín de Franco tenía otros planes cuando en 1995 tuvo éxito en lo que fue su primera iniciativa personal, su primera aventura fuera del ghetto de Barrio Parque: la presidencia de Boca. ¿Qué había pasado por la cabeza de ese heredero de riqueza acumulada en pocos años y respaldada por las políticas económicas que instrumentó el golpe de Estado del ’76, al que Franco Macri, como todo el gran empresariado nacional, apoyó sin restricciones?

La situación límite

El 24 de agosto de 1991, Mauricio Macri fue secuestrado y estuvo quince días como rehén de "la banda de los comisarios". Nadie mejor que él, después de esa experiencia a la que no suele apelar, para adherir con una inevitable cuota de cinismo a los postulados pueriles de Juan Carlos Blumberg cuando argumenta sobre la inseguridad. A Macri, que ya le expropió el apellido a su padre y carga sobre sus espaldas con el liderazgo público del clan, no lo secuestraron lúmpenes marginados, como a Axel Blumberg. Lo secuestraron policías que le hicieron pagar un peaje de riqueza. En el universo de Blumberg, los policías deben aplicar mano dura con los delincuentes. En el universo de Macri ya está claro que los policías y los delincuentes forman parte de la población sacrificable en la aplicación de un modelo.

En ese sótano del barrio de Boedo donde padeció la incertidumbre y la amenaza de los secuestradores, Macri probablemente haya tenido el primer y estremecedor contacto con gente que no pertenecía al mundo de los colegios y las universidades privadas, ni a ninguna crema de ninguna especie. Encadenado a la cama, despersonalizado en el pijama que le habían puesto en lugar del traje con el que había sido secuestrado, Macri vivió ese infierno, del que lo liberó su padre pagando más de setecientos mil dólares. Aun recién salido de la pesadilla, sus declaraciones del momento incluyeron un latiguillo del Falso Light, que es el estilo que lo caracteriza. Cuando lo dejaron ir, describió: "Sé que estaba atrás del autódromo. Vi una luz lejos y empecé a correr sin parar hasta que llegué ahí, subí a un colectivo, un lugar adonde hubiese gente para bajar, no quería estar más solo. Realmente, uno queda un poco cucú".

Como lo que no mata fortalece, y ésta debería ser una frase PRO, Macri elaboró su secuestro como pudo, haciendo terapia, aunque ha confesado que a lo largo de diez años de análisis habló de muchas cosas pero muy poco de aquellos 15 días de oscuridad. No debe ser el mismo tipo de trauma el que ataca a una persona cualquiera ante esa situación. (Página|12)


Inclusión o expulsión

01/06/07

Por Sandra Russo

Me gustaría retomar, ya sin hablar de ningún candidato, el tema que abordé en otra contratapa, esta semana. Es extraño, aunque tiene una explicación sencilla, que el tema del conurbano casi no haya aparecido como tema de campaña. El conurbano le crea problemas y dilemas a la ciudad de Buenos Aires. En rigor, algunos de los problemas y algunos de los dilemas más inquietantes. El desborde de pobres e indigentes del conurbano irrita a los porteños. Por lo menos, a los que engrosarán el porcentaje del candidato que según las encuestas será el más votado. Ese sector está engrosado con los taxistas prototípicos cuyas mentes formatea Radio 10, y esa clase media baja que desde el principio de la argentinidad lucha por unir su suerte a la clase alta, en lugar de advertir que el menemato, mientras ellos se distraían con paraguas rusos y mermeladas húngaras, unió su destino a los pobres.

Es de antiguo que la clase alta provoca fascinación en amplios sectores que han sido sucesivamente apaleados. En este país que no tiene nobleza, lo más parecido a un noble es alguien con más de seis o siete generaciones argentinas. La gente con la que trabajamos, nuestros amigos, los compañeros de nuestros hijos, suelen ser argentinos de tercera o cuarta generación. Vientos de Agua, esa fabulosa miniserie de Juan José Campanella, puso en acción aquella construcción de una nacionalidad, partiendo de un punto decisivo y a mi juicio genial: el primer capítulo fue subtitulado, porque transcurría en una oscura mina de Asturias. Se hablaba un dialecto. Abrir la dimensión del relato a la época inmediatamente anterior a que nuestros abuelos se subieran a los barcos permitió incluir un elemento de juicio central para analizar lo argentino. No sólo venimos de otra parte: venimos de otra lengua.

Cada cual con su historia, sabrá qué muletillas familiares se salvaron de la sobreadaptación a la que fueron expuestos esos millones de hombres y mujeres que escapaban de la guerra y el hambre. Por un lado, ese venir de otra lengua explica un poco nuestra manía de malentendernos. Nuestra gestualidad exagerada y nuestra tendencia a ponernos de acuerdo sólo entre pocos, quizá provenga de una dificultad relacionada con nuestra primera frustración como argentinos: no había una lengua madre, y lingüísticamente no somos hermanos.

En filosofía, hay quienes sostienen que la condición humana sólo alcanza la generosidad o la solidaridad cuando logra sobreponerse, a través de un esfuerzo intelectual, al impulso de ser hostil al otro. La hostilidad sería lo que nos viene dado. La hospitalidad es hija de una creencia. Que todos los hombres, mujeres y niños tengan los mismos y exactos derechos ante la ley, y las mismas oportunidades de sobrevivir es una creencia a la que uno puede adherir, o no.

En política, ahora que las categorías de derecha y de izquierda son simplistas, podría pensarse que un nuevo dique separador de aguas es la creencia o la no creencia en que todos los hombres, mujeres y niños, sólo por haber nacido, son portadores del derecho a la dignidad humana. Después vendrán los matices sobre cómo operar sobre la realidad para que eso suceda. Trotskistas y peronistas, por ejemplo, pueden compartir esta creencia, pero se dan de patadas a la hora de elaborar estrategias para alcanzar un objetivo. No tienen nada que ver, claro que no tienen nada que ver, pero yo creo, al menos, que una buena persona trotskista y una buena persona peronista compartirían la idea de que todos, hayamos nacido en la clase que fuere, tenemos el mismo derecho a una vida respetuosa y respetable.

Lo que aparece como un dato estremecedor es que vivimos en una ciudad en la que la mayoría de la gente no comparte esa creencia. No lo dicen públicamente, y hasta es posible que tampoco lo digan privadamente, pero no creen que ese cartonero que les hincha las pelotas porque tiene la parada en el frente de su casa tiene los mismos derechos que sus propios hijos. No se les ocurre pensar en los hijos de ese cartonero. No los incomoda el confort de su casa sabiendo que ahí nomás hay gente que tiene frío y que tiene hambre.

Se piensa más en la suciedad de las veredas de Buenos Aires que en el motivo real de esa suciedad, esto es: que a pocos kilómetros haya un ejército de hambrientos que debe revolver sobras cada noche.

En estos tiempos en los que la política carga con la mala prensa que le han hecho los que cada cual a su turno hacen política para seguir haciendo dinero, en estos tiempos en los que siguen desfilando por la pasarela algunos tipos impresentables, en los que todos hemos sido mentalmente licuados por los ’90, me pregunto, viviendo en Buenos Aires, si quiero vivir en una ciudad inclusiva o expulsiva con los débiles. Yo creo que es una pregunta central, éticamente central, y políticamente relevante.

La política es pura escoria si no tiene una zanahoria dorada por delante. Y si algún anhelo político debería ser compartido para sentir entre muchos que alguna épica es posible, es la de votar en Buenos Aires pensando en Buenos Aires pero también en esas miles de personas que nos visitan a diario. ¿Los incluimos en nuestras preocupaciones? ¿O los expulsamos y nos deshacemos de nuestra responsabilidad con ellos?

Todo lo interesante termina siendo siempre un tema de conciencia. (Página|12)


Macri y los franceses

31/05/07

Por Sandra Russo

De golpe me pareció que la Capital es Francia votando a Sarkozy, ese ex ministro del Interior que ganó las elecciones de un país que pese a sus buenos modales, su extensa cultura y su refinamiento, o acaso precisamente por todo eso, porque la cultura a veces es liberadora y otras veces encarceladora, no quiere negros.

Casi todas las encuestas dan a Macri primero. El devenir de los acontecimientos y la sedimentación de datos en eso que se llama opinión pública es tan vertiginoso que no permite la comprensión de algunos fenómenos. O por lo menos, no permite la mirada límpida sobre esos fenómenos que, como en este caso, encubren otro tipo de miseria; no la de los miserables que cargan con sus harapos, sino la de muchísimos Señores López que llevan vidas centradas en sus expensas, en sus tardes de shopping, en sus autos nuevos, en sus veredas manchadas de pobres.

¿Macri Mauricio jefe de Gobierno de esta ciudad? Oops, ¿qué está pasando? ¿Ese tipo que no pisa el barro y se sube a un cajón de manzanas será el elegido por un electorado que quiere una ciudad sin baches? ¿De qué preocupaciones sociales y éticas se hace cargo un electorado que se inclina por un hijo de rico que es rico y que a duras penas ha controlado en los últimos tiempos la verbalización de sus verdaderos pensamientos? La gente en campaña no dice lo que piensa. Eso lo sabe cualquier mayor de doce años.

En campaña, el propio Sarkozy moderó su ánimo xenófobo. Francia votó a ese Sarkozy moderado, pero todo fue una fantochada: Francia no votó moderación, sino mano dura con los negros. Sarkozy es el mismo Sarkozy que anhelaba, meses antes, una Francia pura, preparada para repeler negros extranjeros provenientes de países de mierda. Eso votó Francia. La moderación de campaña siempre es mentira. La gente vota recordando. La gente vota un carácter. Los franceses votaron a un tipo que los protegerá, de la manera que sea necesaria, aun con la fuerza, de la invasión de negros.

La Capital Federal tiene un diez por ciento de pobres y un dos por ciento de indigentes. Los negros vienen de otra parte. En lugar de venir de Pakistán o de Angola vienen de González Catán o La Matanza. Vienen del conurbano, donde se apiñan, donde se multiplican, donde sobreviven. Vienen a cartonear o a atenderse en los hospitales públicos. Vienen a cirujear, a vender porquerías en los semáforos o en el mejor de los casos a hacer changas irregulares en construcción o servicio doméstico.

¿Cuál es la manera más honesta de pensar la Capital? ¿La Capital para los porteños o la Capital para los porteños y los desharrapados que llegan en los trenes todos los días a ver si juntan sus monedas? Incluso en el lanzamiento de su campaña, bochornosamente planeada entre pobres, Macri no pudo sortear su propio carácter repelente, y puso en escena a una niña a la que después, reflexionando, dijo que le hubiese tenido que decir "retirate".

Humildemente, no creo que se pueda pensar esta Capital sólo para los porteños. Eso es una ilusión, una mentira y una mezquindad ética. Esta Capital no les pertenece sólo a los porteños, como Francia no les pertenece sólo a los franceses. La inercia de esta época hace necesario pensar los lugares, todos los lugares, como espacios de tránsito a los que llegan todos, absolutamente todos los que necesitan llegar, si en sus propios lugares la vida resulta insoportable. La globalización, y la microglobalización entre la Capital y el conurbano nos obliga, nos guste o no, a hacernos cargo de nuestras decisiones ciudadanas teniendo en cuenta que no hay otra alternativa que buscar soluciones que incluyan ese tránsito.

Macri ha querido, por épocas, reprimir a los piqueteros y detener a los cartoneros. Esas cosas no se dicen en campaña, pero si el voto popular lo elige, estará eligiendo esa derecha que no quiere mugre a la vista. Todo lo demás se desprende de eso: ése es el carácter reaccionario que seduce a los porteños que van a votarlo. Un carácter sarkoziano que incluye fantasías de expulsión, deportación, mano dura, reafirmación de una identidad construida con blazers de alpaca peruana y tapaditos Marilú. Un carácter Barrio Norte o Palermo Chico o Barrio Parque que actúe como un filtro para tanta negrada que afea el paisaje. Los slogans de campaña son galletitas para monos.

La Capital está a punto de dar un examen de ética con el débil. Si las encuestas no mienten, seremos afrancesados, pero en la forma más vil del ser francés. (Página|12)


Colapso

19/05/07

Por Sandra Russo

La vida es amable y fácil sólo para los demás. Cuando se trata de uno, las cosas suelen ser bastante complicadas. Los demás, algunos de los demás, disfrutan. Uno los ve en la calle, en el barrio o en las revistas. Disfrutan del auto nuevo si es que se han comprado uno, o de un amor imprevisto, si es que se han enamorado y son correspondidos, o de una buena sopa casera charlando con la pareja, mientras los niños alborotan la casa. Este último ejemplo, este último verbo, mejor dicho, ilustra perfectamente lo que quiero decir: los niños de algunos de los demás alborotan la casa, mientras los hijos de uno hinchan las pelotas. Perdón por el término, pero no es reemplazable.

Así son las cosas cuando todo va sobre rieles. Es un desliz de la propia cabeza creer que la vida es amable y fácil sólo para los demás. Es que todos estamos un poco agobiados, ¿no?. Sobrecargados. Con muchos frentes abiertos a la vez. Los demás, al menos algunos... uno los ve, en su miopía de cansancio, en tránsito hacia algún estado bienhechor, hacia algún limbo que los libere por un rato, una noche, de todo lo que hay que hacer. Quiero decir: aunque uno lidie con sus obstáculos personales, en épocas normales uno guarda la sospecha de que para algunos las cosas son más lindas, y también guarda la esperanza de que sean lindas para uno.

Pero cuando todo colapsa, como parece estar sucediendo en Buenos Aires, ese marco mental que nos sostiene aun cuando alguien tenga un trabajo de catorce horas, aun cuando la plata que gana no alcance para apropiarse de nada exclusivamente placentero, aun cuando un viaje largo e incómodo de regreso al hogar haga prever un ánimo exasperado que le impida admirar el último dibujo del hijo menor, esa sospecha del bienestar ajeno y esa esperanza en el bienestar propio también colapsan.

Cuando los horarios de los trenes de Constitución son suspendidos como casi siempre y los pasajeros pobres no son tratados como clientes de líneas aéreas, como señores pasajeros, sino ignorados como ganado de matadero, no debería suceder nada, porque el maltrato en la línea Roca es estructural. La concesión incluía el maltrato que el Estado le había dedicado siempre a la zona sur. Si se buscan ejemplos de cómo están divididas la ciudad y sus alrededores, los trenes son el ejemplo perfecto. No debería pasar nada, digo, porque el maltrato es ordinario. Pero en un determinado momento, imposible de prever pero perfectamente olfateable, unos y otros se miran en el andén y se dicen las cosas que sienten, y ahí cae la sospecha del bienestar ajeno y la esperanza en el bienestar propio. Extraordinariamente, la gente comparte su hartazgo y su rabia. Y eso provoca fuego.

El viaje en subte en horas pico, por otra parte, que es la mejor de todas las opciones para atravesar esta ciudad colapsada, es en sí mismo una pesadilla. Nadie que baje a un subterráneo en hora pico lo hará sin estar preparándose, al mismo tiempo, para pasar un rato de ahogo, sofoco, apretujones, mal olor, patadas, pisotones, cabezazos, a los que puede sumarse un imprevisto corte de luz o desperfecto técnico, y en eso nadie quiere pensar porque si lo hiciera no podría viajar: la mayoría de los usuarios del subte hace un ejercicio mental para evitar pensar lo que es probable que le pase. Pero aun así, no hay nada peor que el no viaje en subte. No hay nada peor que una redistribución abrupta y sorpresiva de los pasajeros de subte en colectivos y taxis. Una sensación de estupor y caos recorre la ciudad. Y eso genera la materia prima de un desencanto colectivo: allí también está muriendo la sospecha de un bienestar ajeno y la esperanza en el bienestar propio: el colapso es primero el colapso de esa sospecha y de esa esperanza.

Buenos Aires es hoy una ciudad llena de trampas y obstáculos que les hacen la vida imposible a sus habitantes. A la ciudad magnífica que recorren los turistas y que todos amamos, esa ciudad de marcas de carácter fuerte, diversa, estilizada, se le superpone otra Buenos Aires, de una hostilidad creciente, de una agresividad que late en el pulso cotidiano.

¿Por qué no se habla del colapso? En la construcción, en las calles, en la limpieza, en el transporte público, en el tránsito, en la vivienda. ¿Por qué si estamos por votar un nuevo jefe de Gobierno no se habla de colapso? ¿Por qué la política no enuncia con la palabra apropiada la sensación colectiva de estar a un paso de un desborde?

Es tarea de la política devolverle a la gente la sospecha del bienestar ajeno y la esperanza en el bienestar propio. Son sensaciones ontológicas que sólo pueden germinar en un marco general con garantías mínimas. La política, en su forma más amplia, debería ocuparse de apagar ya esas llamas imaginarias que enciende el desencanto. Todos sabemos que estamos colapsando. Queremos saber también qué vamos a hacer con esto.
(Página|12)


Sandra Russo presento "Erotika. Crónica de mis viajes por tí"

Variaciones sobre el objeto de deseo

La escritora y periodista de (Página|12) definió como "instantáneas arrebatadas" los textos breves de su flamante libro.

Por Silvina Friera

"Localidades agotadas." Aunque los organizadores no habían colocado el cartel –quizá más acorde con el mundo del teatro–, no dejaban ingresar a nadie. Y hasta se formó una cola en la sala Alfonsina Storni con mujeres que pedían que al menos abrieran las puertas para escuchar desde la entrada. Y sus chicas, sus lectoras, lo consiguieron. Sandra Russo presentó Erótika. Crónica de mis viajes por ti (V&R) –lanzado simultáneamente en la Argentina, México, Brasil y España– con la editora Lidia María Riba, los periodistas Jorge Dorio y Ernesto Tenembaum, y el actor Boy Olmi, compañero de conducción junto a la autora del programa Dejámelo pensar, que se emite de lunes a viernes a las 16 por Canal 7. El libro, apelando a una prosa audaz, pone en jaque la cuestión del género. Estos textos breves, "instantáneas arrebatadas", según Russo, pueden ser leídos como crónicas, prosas poéticas o microrrelatos eróticos-amorosos. "Quería explorar un territorio virgen, teniendo conciencia de eso", planteó la columnista de (Página|12). "Como editora, doy fe de que le salió y que no es virgen, el territorio", bromeó Riba.

Olmi planteó que el libro de Russo no es sólo erótico por la sensorialidad que ella despliega en los textos. "Me parece un gran libro de amor", opinó el actor. "Bienvenidos a nosotros como objetos de deseo, si es así. Me provocó el deseo de seguir adelante, de ver hasta dónde va a llegar –comentó Olmi–. Se nota que ha investigado profundamente el cuerpo de los hombres, pero también sus propias percepciones. Hay un asombro que está relacionado con lo que los maestros de teatro nos enseñan a los actores, que se ve también en los niños." Olmi agregó que, como en la buena literatura, "uno se siente identificado con lo que lee", y concluyó observando que en la prosa de Russo, "tan erótica, amorosa, profunda y bella", se integran el yin y el yang.

"Tengo una ventaja con Boy Olmi, y es que no la veo a Sandra todos los días, pero nos conocemos íntimamente hace mucho y pudimos transformar un error en una amistad verdadera", confesó Dorio, y los panelistas y el público festejaron la ironía del periodista. "El libro es fruto de una mirada personal y está hecho con la generosidad de ser compartido con otras mujeres y recibido, con recelo, por los hombres. Hay mucha autobiografía en el libro y puedo dar varios nombres", amenazó Dorio. "Quiero los nombres", le pidió Tenembaum. Dorio precisó que el núcleo de Erótika es una frase de amor: "Voy a estar a la altura de tu fragilidad", del texto Tu espalda. "Cuando leo el libro de Sandra me aparece la imagen de ese bello libro de Kawataba, La casa de las bellas durmientes", subrayó el periodista.

"Qué lío hablar de esto. No entiendo un carajo, pero no tuve el coraje de decirle que no, y estoy acá porque la quiero mucho a Sandra", se sinceró Tenembaum. "Hay una primera y una segunda Sandra Russo, la de Arquetipas y la de Erótika, que son complementarias, algo así como la otra cara de la misma moneda –comparó Tenembaum–. Pero una y otra me rompen soberanamente las pelotas." El periodista recordó que en Arquetipas ella se ensaña con todos los novios que ha tenido, los que ha querido tener y no tuvo, "con una mirada ácida, intolerante, es decir, justa". Pero para Tenembaum, Erótika es todo lo contrario. "Es más ofensivo aún, porque si en el primer caso yo puedo decir que no soy ninguno de esos tipos, en este nunca voy a poder ser esos", bromeó. Para que se comprendiera su "desánimo", leyó Tus nalgas: "Un hombre semidesnudo, de espaldas, con una camiseta colorada y el culo al aire, exprimiendo naranjas en una cocina. Esa es la primera imagen que tuve de tus nalgas, la primera mañana que me desperté en tu casa. Pasaste la prueba, querido: sólo algunos pueden salir airosos de una escena como ésa. Yo la recuerdo irreprochable. Es más: fue entonces cuando advertí las múltiples posibilidades de tu belleza". Tenembaum añadió: "Si de algo carezco, es de nalgas". Y para que no quedaran dudas, recordó el final de otro texto: "Tus manos no solamente me tocan: me dan forma". "La verdad es que uno después de leer eso se siente un minusválido", admitió el periodista.

Tenembaum señaló que en los textos de Russo se despliega la idea de que todos somos imperfectos con la ironía de la búsqueda de la perfección. "Ojalá hubiera más periodistas que escribieran con ese humor; la prosa de Sandra plantea rupturas y transmite placer", concluyó.
Fuente: (Página|12, 07/05/07)


Alumnos

 09/04/07

En su búsqueda ética y estética, el fotógrafo brasileño Sebastián Salgado recorrió el mundo, en especial sus arrabales, buscando vestigios del trabajo humano en vías de extinción. Retrató a mineros, recolectores, campesinos, buscadores de oro, hombres y mujeres rozando el límite de la experiencia del trabajo, y retratándolos también hizo un retrato del mundo en el que vivimos: una esfera recubierta, de un lado, de terminaciones espejadas y netas, llena de chips y datos que viajan en el espacio, y herida, del otro lado, profundamente herida, la esfera y sus habitantes, hombres monos, hombres elefantes, hombres araña, hombres bichos que buscan su supervivencia metiendo la cabeza en todo tipo de cloacas.

Uno de los últimos ensayos fotográficos de Salgado recoge imágenes de niños en escuelas. Los niños de la parte enlodada del mundo. El ensayo apunta a retratar, esta vez, el origen de la inequidad. Pero ahí los vemos. Niños de la India sentados en sillas rotas y con las manos sucias sosteniendo un lápiz. Niños de Irak en un aula bombardeada. Niños de Sudán apoyando en sus piernas largas y desnutridas algún libro fotocopiado. Niños de países pobres, en fin, sosteniendo de diversas maneras la esperanza de aprender algo que los rescate de las fauces de la ignorancia y la pobreza, que son hermanas gemelas, siamesas perversas.

¿Qué es lo que mantiene a la educación como un hito respetado y preservado aun allí donde han caído otras banderas y otras luchas? ¿Qué saber ancestral hace que padres y madres que viven vidas miserables desplacen sus reservas de ilusión hacia sus hijos, y los embarquen en la aventura de la escolaridad?

Hoy los ojos argentinos están fijos en Neuquén. Mataron a un maestro. Sus colegas, sus compañeros, sus familiares, sus amigos, sus vecinos, mucha gente protesta en Neuquén. En todo el país se multiplican los gestos de solidaridad y acompañamiento por el asesinato de Carlos Fuentealba, cuya vida interrumpida por un cartucho policial no parece distraer al gobernador Sobisch de su candidatura presidencial, ya que sobre eso habló en el fin de semana. Minimizó el crimen: había que despejar la ruta.

Me vino a la cabeza el trabajo de Salgado, y me pregunté por los alumnos de Carlos Fuentealba. Si yo fuera Salgado, iría a Neuquén y retrataría a cada uno de esos chicos. Si tuviera el talento de Salgado, lo usaría para que en esos retratos fuera visible la ausencia del maestro. ¿Qué sueños acompañaba Fuentealba? ¿Qué lección marcará a fuego esas aulas en las que los hijos de los pobres intentan todos los días quebrar el destino que tienen reservado? ¿Qué tipo de extraña melancolía se adhiere a esos chicos, como a los otros chicos que retrató Salgado? ¿Cómo se reflejará en sus miradas el asombro infinito por el asesinato del maestro? El crimen de Fuentealba viene a decir una vez más que la escuela, para algunos espíritus obstinados, sigue siendo una trinchera de resistencia contra el peor de los poderes: el que no sólo empobrece, sino que para empobrecer ennegrece las mentes. Fuentealba, como los buenos maestros, era un rescatador de mentes. (Página|12)


No matarás

07/04/07

El crimen de Carlos Fuentealba no podría haber sido más elocuente: el balazo en la nuca resume con su estruendo el desprecio por la vida que sudan las políticas de Estado represivas con las protestas sociales. Lo de Neuquén fue, antes que nada, un ejemplo de lo que puede suceder (y no tarda en suceder) cuando un Estado, en este caso provincial, decide usar las fuerzas policiales para reprimir una demanda social. Después viene el contexto, la historia del conflicto docente, las internas en la Ctera, el historial de Sobisch, que se vende en la Capital como promotor de una derecha eficiente, un adjetivo que se pega al sustantivo casi por inercia: ¿para qué son eficientes las derechas? ¿Qué tipo de eficiencia están prometiendo? ¿Cuál es el precio de esa eficiencia? ¿Cuál es el límite? ¿Al servicio de quiénes se pone la eficiencia? Se contestará: del orden. Ya sabemos lo sensible que es la gente como Juan Carlos Blumberg o Mauricio Macri cuando el orden se altera. Es como si se les hubiese filtrado una piedra en el zapato. El orden alterado los irrita, y es más, hasta se sienten llamados a "interpretar" a una parte de la sociedad que "quiere vivir mejor".

"Así no se puede seguir", han dicho todos ellos una y otra vez cuando el orden estaba interrumpido por alguna cuestión que implicaba los derechos vulnerados de un sector. Estudiantes, ambientalistas, militantes, piqueteros, trabajadores, cartoneros, gremios movilizados, todo aquello que el radar de la derecha sintoniza como "perturbación del orden" parece merecer "decisión política", "coraje" o "valentía". La valentía o el coraje, se sabe, de tomar medidas impopulares. A eso debe dirigirse la "decisión política": a operar en el sentido inverso a lo que la derecha llama "populismo". Para la derecha, cuyos interlocutores son pocos y poderosos, pero están amplificados por los discursos que la misma derecha propala en forma del sentido común del taxista argentino, hay que "atreverse" a reprimir.

Sobisch se atrevió. Y un maestro fue acribillado de un balazo en la nuca. Ese maestro que hoy sabemos que se llamaba Carlos Fuentealba hasta su muerte no era nadie para la derecha. Era un maestro, nadie. Podría haber sido un estudiante, nadie. O un piquetero, nadie. Los hombres y las mujeres reales, de carne y hueso, con nombre y apellido, que integran las protestas sociales para la derecha no son personas cuyas vidas el Estado debe preservar. En tanto luchadores sociales, actores sociales ejerciendo su derecho al reclamo, esos miles y miles de argentinos para la derecha no son nadie: son, en todo caso, parte de la masa crítica que hay que repeler. Resuena la voz del patrón de estancia: a estos morochitos va a haber que hacerlos escarmentar. Acá no me vengan con cortes de ruta ni puentes. Háganlos cagar. Para la derecha, los hombres y las mujeres en tanto ciudadanos y actuando colectivamente no son exactamente hombres y mujeres, sino más bien una fuerza que hay que derrotar.

Después ellos hacen marchas pidiendo seguridad, y se declaran a favor de la vida en varios órdenes confusos: se sabe que el feto en el vientre de la mujer es sagrado, que está bendecido por el toque mágico de la vida. Pero la derecha saca la foto de ese feto. Respeta más al feto que al niño. Abandona al niño ya nacido a su propia y errática suerte, hambreándolo y robándole la frente alta de sus padres.

Es que la derecha defiende la vida de "los particulares". Como si fuera una compañía de seguros, defiende la vida y la propiedad privada de "los particulares". Algo particular en tanto privado. En tanto no público. Algo particular en tanto racionado como un bien escaso para algunos. "Los particulares", esos artificios de la burocracia capitalista, son los verdaderos acreedores del derecho a la vida.

Los otros, los que marchan juntos en la manada, los que obstaculizan medidas o ajustes, los que piden por su parte no son particulares. Quedan abolidos de ese rango porque violan la principal premisa del "particular": accionan políticamente. Para la derecha, la política es un privilegio de los políticos.

Carlos Fuentealba estaba haciendo política gremial. Era dueño de una historia personal admirable. Alguien que había cumplido un sueño contra la adversidad. No era una adversidad personal ni familiar la de Carlos Fuentealba. Era una adversidad social. La pobreza es una adversidad social. Trabajar toda una vida como administrativo de la Uocra para estudiar mientas tanto y recibirse de maestro a los 38 años es un ejemplo de dignidad ante el que caen las palabras.

Pero hasta que su nuca fue el blanco de un disparo policial, Carlos Fuentealba no era para el Estado provincial ni un ciudadano ni un maestro ni un padre, era nadie. Sólo ante la visión de muchos nadies entorpeciendo el tránsito alguien puede dar la orden de reprimir: las vidas de los que protestan son vidas sacrificables.

Sería interesante que la derecha dejara de ser intelectualmente tan pobre, y enunciara claramente su noción del derecho a la vida más allá del derecho de los "particulares". No es un tema menor. (Página|12)


La virtud

17/01/07

El otro día, Roxana Kreimer, filósofa y mi amiga, dijo que una virtud es un punto medio entre dos defectos. La valentía, dijo, por ejemplo, es el punto medio entre la cobardía y la temeridad. Nunca lo había pensado así. Uno digiere la palabra virtud como si ella recubriera un punto máximo de algo.

Me acordé de mi primer análisis. Fue con un lacaniano maníaco. El tipo me intimidaba tanto que casi no podía hablarle de mí. Tratándose de un analista, estaba en problemas. Pero el lacaniano maníaco era talentoso y me dijo un puñado de cosas que quedaron grabadas en mi memoria hasta que unos veinte años más tarde las descifré.

"¿Por qué se viste como una militante?", me preguntó en plena dictadura. Yo no había militado. Y tampoco me había fijado en cómo me vestía. El se refería a que invariablemente lo visitaba con jeans grandes y pulóveres largos, con abrigos dos talles pasados del conveniente, sin pintura en la cara y despeinada. Me pareció una pelotudez.

Otro día se hizo un silencio incómodo. Y yo empecé a hablarle de Jesús. Así, sin darme cuenta. Le hablaba de la bondad de Jesús, porque a mí eso me intrigaba. ¿Jesús sabía que era bueno? ¿Cómo se hace para saber que se es bueno sin ser soberbio? ¿Cómo hace alguien para ser el mejor sin que esa misma conciencia lo corrompa?

El lacaniano no me contestó nada. La sesión consistió en mis preguntas y un saludo de despedida más bien seco, que me dio sobreactuadamente distante.

Una vez, siempre impedida de hablarle de mí porque él me seguía dando miedo, le hablé del libro que estaba leyendo, Mujeres enamoradas, de D. H. Lawrence. Le conté una frase que había leído la noche anterior. Decía que las mujeres somos como los caballos, que tenemos voluntad doble: la propia y la del amo. Era a raíz de una escena formidable, cuando el muchacho rico que interpretaba Oliver Reed en la película de Ken Russell tira de las riendas de su caballo para obligarlo a cruzar las vías y está por venir un tren. Se veía el debate en el carácter del caballo. O mejor dicho, su instinto dual. El lacaniano se interesó y tomó nota de la frase y del libro. Fue la única vez que me fui de buen humor de ese consultorio.

Bien. Muchos años después descifré que yo me vestía como una militante y me inquietaba la bondad de Jesús porque estábamos en la época en la que los que nos permitimos enterarnos de todo lo que pasaba, vivíamos con náuseas. Yo me preguntaba por esos jóvenes apenas mayores que yo que no estaban, que habían dejado de ir hacía un año o seis meses a sus casas. Los que no habían ido más a las clases de la facultad. Y sentía una reverencia fuerte, indomable. Estaba convencida de que ninguno de los mejores había quedado. Y al mismo tiempo, me parecía injusto conmigo. Mi destino personal estaba siendo invadido por un destino colectivo. Y habíamos sido condenados a la media marcha, al promedio, a la prudencia, a la tibieza, a un universo poco heroico.

La frase de Lawrence también la descifré, pero me iría por las ramas sobre las que me tienta treparme. Vuelvo a la frase que me regaló Roxana Kreimer, y a esa noción de que una virtud exige, vaya, una medida. Es bueno tenerlo en cuenta ahora que los que murieron tienen entre los vivos a quienes virtuosamente los han recordado, los han honrado y han llegado a la justicia.
(Página|12)


El falo de cristal

23/12/06

Ella es muy joven, bella, ingeniosa. Está por terminar letras, pero eso no le alcanza: hace cursos de filosofía y en sus ratos libres practica acrobacia y hace tai chi. Además lee bastante. Puede ponerse a defender, completamente borracha, la vigencia de Spinoza o de Henry James. Siempre que la veo está vestida como una muñequita de torta palermitana, como una falsa ingenua, porque de ingenua, Lila no tiene nada.

Pero con los hombres, Lila disimula. En los últimos tiempos empezó a disimular cada vez más. El otro día la vi, y estaba contenta porque por fin está saliendo con alguien. Lo único que venía encontrando eran los toco y me voy, escenas de fin de fiesta en las que los que quedan salvan algo del naufragio de la noche, pero a conciencia de que no se está empezando nada ni se está en la obligación moral, siquiera, de preparar un desayuno a la mañana. Relaciones sin importancia, repite Lila, que es lo que se lleva. ¿Por qué los pibes de ahora, a diferencia de los pibes de siempre, buscan aquello que no tenga importancia, aquello que les asegure que nada será sometido a movimiento, que nada de sus vidas abúlicas será alterado? Lila no lo sabe, pero actúa en consecuencia, y entre amigas lo confiesa abiertamente: "Para gustarle a un tipo, la mejor de las estrategias es hacerte la boluda, no falla. ¡Adoran a las boludas!", es una de sus máximas.

Llegó contenta y haciendo ojitos de enamorada. Está saliendo con un chico con el que hablan y discuten, se hacen compañía y comparten sus respectivos proyectos de trabajo o de estudio, se llaman cada noche para saber cómo fue el día del otro. Casi perfecto. Lila casi no lamenta no tener sexo con él.

No tienen sexo porque, explica ella, "él no se siente preparado". Como Lila es de las chicas que, a diferencia de sus madres, sostienen que el tamaño importa y mucho (y no por una cuestión específicamente sexual: Lila y sus amigas están convencidas de que los tipos que la tienen de buen tamaño son más seguros y más caballeros), ella se encargó de comprobar en algún escarceo que el tamaño no es el problema. "Ahí me tranquilicé. No es el tamaño, es neura solamente", explica. Pero él le dice, después de un mes de verse muy seguido, que "lo espere".

Esto que relato no es una generalidad sino un caso que transcurre, sin embargo, en esos pliegues sociales que lentamente van escupiendo a su alrededor no sólo maneras de vestirse sino maneras de comportarse. Lila trae noticias de algo que sucede subterráneamente y que en su cama aflora porque ni él tiene reparos en decirle "esperame" ni ella se sorprende demasiado al escucharlo.

Antes se le llamaba falo al pene y después se comprendió que la idea de falo es bastante más amplia. Pero un poco más tarde también hubo que admitir que en esa idea de falo entran no sólo las erecciones y las anécdotas poderosas, sino las iniciativas, el poder, la voluntad, la seguridad, la capacidad de seducción, la manipulación más o menos consciente del deseo. ¿Quién tiene el falo hoy? ¿Ese chico que decide esperar a "estar listo" para un coito o esa chica que lo trata a él como a un príncipe tan parecido a una princesa?

Antes el falo parecía resumir la fuerza masculina, la fuerza física y mental. Pero ahora el falo es de cristal. Si se cae, se rompe. Lo tienen ellos o ellas indistintamente. Y en rigor, ni ellos ni ellas están satisfechos de tenerlo. Ellos y ellas se quieren sacar el falo de encima. Nadie quiere ser fálico. Lila está en las antípodas de las mujeres que disfrutan de tener el poder. Desde hace mucho que busca a un hombre para descansar en él, para... Dios mío... ¡sentirse protegida! Y dejar el sexo para más adelante le parece un detalle, algo accesorio, porque lo que le importa es que él la llama todas las noches para ver cómo fue su día, y Lila, que aunque es muy joven tiene considerable experiencia, sabe que aquellos que se la llevan a la cama de una, al día siguiente desaparecen. Esas llamadas humanizantes, esa consideración caballeresca de este pibe le parece más importante que un revolcón. Y banca.

La confusión entre los géneros reclama una redefinición del falo, que incomoda a todos/as. Hombres y mujeres parecen tan agotados y asustados, que unos y otras prefieren hacer la posta y abandonarse a las iniciativas ajenas. (Página|12)


La llave de López

25/11/06

A lo largo de estos dos meses, desde este mismo espacio, me pregunté varias veces, y desde diferentes perspectivas, por qué el secuestro de Jorge Julio López estaba siendo minimizado colectivamente. Hubo semanas enteras en las que el tema redundó: desapareció. Eso en sí mismo merece atención.

Veámoslo así: en un determinado país una dictadura militar se impone con el consenso de una opinión pública formateada por la clase dominante, el mismo formateo cerebral que luego hará que esa opinión pública acepte su propia domesticación. Había que implantar un régimen totalitario. Para ello, fue necesario aniquilar a una generación. Prisioneros sin juicio ni consecuentes acusaciones precisas fueron exterminados en campos clandestinos. La opinión pública no acusaba recibo ni de los operativos nocturnos que había en cada cuadra ni de los hijos de los amigos de los cuñados de los vecinos, que desaparecían.

Y eso se sabía. Pero se negaba. Es mentira que no se sabía. Cuánto tiempo más se va a mantener en pie esa falsa disculpa argentina. Era imposible no saberlo. Se ignoraba la dimensión del genocidio, pero no sus atrocidades. ¿O no es sencillamente atroz que, por caso, desapareciera el hijo del amigo del cuñado del vecino? ¿Eso no implicaba por sí solo que había ajusticiamientos? No existe el "yo no sabía". Hay que empezar a admitir que hubo una Argentina que negó. Y es otra cosa.

Esa misma Argentina me preocupa.

Sigamos: treinta años después (porque fueron necesarios treinta años para que llegaran muchos juicios, y esto quiere decir que esa sociedad, ya sin la bota encima de la cabeza, creyó la versión absurda de que lo que hubo fue una guerra civil. ¿Qué argentino puede creérselo? ¿Cómo va a haber una guerra civil sin que uno se entere? ¿Cómo se compatibilizan las creencias complementarias y falaces del "yo no sabía" y "hubo una guerra civil"?), retomo: treinta años después, es condenado uno de los peores chacales. Y unos días más tarde, un testigo clave en ése y otros juicios, desaparece.

Esta desaparición pone en escena el fantasma argentino reciente. Para todos aquellos cuyas vidas fueron rozadas en mayor o menor grado por el terrorismo de Estado de los ’70, esta desaparición activa zonas del cerebro y del alma que estaban ya por fin en algo así como piloto automático. Somos como un gigantesco cartel de neón, algunas de cuyas luces deben forzosamente encenderse para que las otras se vayan apagando. Sin esa alternancia, el cartel no emitiría sus dibujos y sus letras. Como cuerpo colectivo, somos eso. A treinta años de aquello, miles y miles de personas sintieron esta desaparición como la reactivación dolorosa e insoportable de la zona del miedo, el dolor, la amenaza. En estos dos meses hubo oídos que volvieron a escuchar sirenas a lo lejos. Hubo aniversarios más crudos, como a la intemperie. Hubo pesadillas. Hubo enfermedades psicosomáticas. Ya sin el cobijo de la democracia. Esto es lo impensable. Era Nunca más. Esta desaparición rompió el Nunca más, que era la única y verdadera promesa que como pueblo parecíamos habernos hecho.

Era previsible otra reacción. En las marchas y del dolor hecho carne participan aquellos cuyas vidas fueron rozadas por el terrorismo de Estado. Parecen, y son, marchas de derechos humanos, cuando deberían ser otra cosa. Deberían ser desbordes de gente en todo el país gritando. Pero es incluso más fácil desbordar y gritar frente a Fray Bentos, donde hay una mole que seguirá creciendo, que hacerlo frente a un fantasma.

No milito en ningún partido político, no soy miembro de ningún organismo de derechos humanos, no perdí familiares en la dictadura, pero eso no implica que no haya crecido sintiendo que hay banderas que no son ni siquiera ideológicas: casi diría que, para mí y para muchos otros, son banderas religiosas, de la única religión que uno proveerse alguna vez, una que sostiene que el bien está del lado de la decencia. Probablemente sea un rasgo en común entre los que no creemos en Dios: nos aferramos a otros ideales.

Tal vez por eso la reacción social general ante la desaparición de Jorge Julio López sigue pareciéndome extraña, anestesiada, distante, y me apena enormemente advertir que los medios administran diariamente las neuronas de millones. Y que millones se dejan administrar los pensamientos y, lo que es más grave, la moral.

El Caso López no es solamente el que deriva del expediente judicial que investiga esa desaparición. El Caso López será, dentro de un tiempo, el recuerdo de la primera desaparición de la democracia, y el ejemplo de cómo a veces una sociedad vuelve a negar, a no ver, a no saber.
(Página|12)


Desaparecido

20/12/06

Hablamos un idioma y nos comunicamos a través de él. A través de un idioma es que estoy escribiendo e intentando comunicarme. Es decir: debo confiar en ese idioma y en mi manera de manejarlo, de usarlo al escribir. No me sirve de nada volcar aquí un par de reflexiones si del otro lado nadie va a entender, o a sentir, o a pensar. Pero la lengua tiende sus trampas y muchas de ellas, infinidad de ellas, nos pasan inadvertidas tanto para los que escribimos como para los que leemos. San Barthes lo explica muy bien, traducción mediante, incluso, cuando dice que "la lengua es fascista" y que "se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga a decir".

La lengua nos obliga a decir. Bien. Las palabras no vienen solas, sino cargadas de guirnaldas, olores, lanzas, truenos, vacíos, despertadores, somníferos. Es desde esa perspectiva que ha reaparecido entre nosotros la palabra desaparecido.

Voy a tomarle prestada una idea que Marcelo Figueras escribió en su blog. Uno de los efectos más visibles y personalmente verificables de la desaparición de Jorge Julio López es no sólo la reaparición de esa palabra que llega cargada, ella específicamente, de tormento, escalofríos y amenazas, sino la reconstrucción de cómo esa palabra se constituye, la locura y la confusión que implica. Lo que advirtió Figueras es que este caso, el caso López, recrea la figura de la desaparición en todo su poder siniestro, y parte de esa recreación-repetición fue la actitud inicial de su familia, atribuyendo la ausencia de López a un problema de estrés o vejez.

En esa duda, en esa vacilación primera es que la figura de la desaparición hace pie para iniciar su recorrido enloquecedor. Como sin pasado, como sin experiencia, como sin antecedentes, incluso en las circunstancias ardientes en las que se produjo esa desaparición, la desaparición es algo tan contra natura, tan demencial, que fue una palabra esquivada, casi meditada antes de sentirse, sentirnos listos para pronunciarla.

Desde que llegó la democracia, la palabra desaparecido estaba tan cargada de dictadura que prácticamente se limitó su uso para aludir a las desapariciones políticas. La gente perdida (los que se fugan, los que se pierden) no eran desaparecidos: la lengua obligaba a decir, junto con la palabra desaparecido, desaparecedor.

Fue recién con el lento paso de los años y con el lento avance de la Justicia que fue posible la recuperación de esa palabra para designar desapariciones sin desaparecedores. Pero el caso López interrumpe ese proceso abruptamente. Nos reenvía colectivamente al espanto de saber que hay todavía personas dispuestas a secuestrar a alguien y borrar rastros, personas aparentemente mucho mejor entrenadas para esto que cualquier secuestrador extorsivo, que consiguen tragarse a alguien, eliminar sus huellas, atormentarlo o asesinarlo de modos tan sanguinarios y amorales como nunca se le ocurriría a ningún secuestrador extorsivo.

La puesta en escena de esa desaparición (justo antes de la condena a cadena perpetua a Miguel Angel Etchecolatz) tiene el brillo soez de las operaciones muy planificadas. Y la palabra desaparecido, que reapareció junto con la aparición, en ese mismo juicio, de la palabra genocidio, trepa por nuestros cerebros y baja hasta nuestros estómagos, atravesando la gruesa capa de defensas que le oponemos.

Nuevamente se produce una operación de sentido en la lengua que compartimos entre todos. Los perdidos vuelven a ser perdidos.

Desaparecido, está Jorge Julio López.


Angelito

13/10/06

Yo había sido un ángel tan pero tan gordo, que se cayó de la nube en la que estaba y fue a dar con sus alas rotas (hubo que podarlas) justo encima de la cama de mis padres. Esa fue la explicación que durante mi primera infancia intentó satisfacer mi curiosidad acerca de cómo venían los niños al mundo. Una pura cuestión de obesidad angelical.

Después siguieron las confusiones. Cuando estaba en tercero o cuarto grado, Alex, que todavía hoy es mi amigo, me acompañaba todos los días a mi casa, caminando esas siete cuadras, y un día me dio un beso. Durante cierto tiempo estuve en vilo, ya que después del beso Alex me confesó que a raíz de su arrebato yo podía haber quedado embarazada.

Ese incidente fue tremendo, porque yo ya tenía una idea de mí bastante inquietante. Me tocaba, es más: un día me descubrieron con algo entre las piernas y no era cualquier cosa (ahora que lo pienso tengo que informárselo a mi actual analista): era con el Lo sé todo, que tenía un lomo importante. Me llevaron al médico, porque mis padres consideraron que esa conducta no era normal y aunque yo no había escuchado jamás hablar de masturbación y, en consecuencia, no tenía la menor idea de que me masturbaba, el solo hecho de que me hubieran llevado al médico, igual que cuando tenía fiebre o dolor de panza, me indicaba que aquellas cosquillas eran igualmente insanas.

En séptimo grado vinieron las señoritas de Johnson & Johnson a dar la argentinísima charla de educación sexual, a niñas y niños por separado, y que consistió en mostrarnos un dibujo de las trompas de Falopio y en recomendarnos que fuéramos lo más higiénicas posible cuando nos llegara la menstruación. A mí me había llegado un año y medio antes y, como nadie me había explicado nada, primero me asusté y después me enchastré, lloré, me acomplejé, en fin, aprendí que aquello era un secreto que no podía compartir con nadie.

Hacia el final de la secundaria todavía nadie tenía relaciones sexuales, sólo explosivas y prolongadas franelas que una no sabía exactamente cómo frenar. Pero era una, es decir la chica, la que debía ponerles fin, como si nos gustara menos, como si no lo disfrutáramos, como sacándonos de encima al chico que pretendía "eso" de nosotras. Era común en mi grupo que los chicos tuvieran novia y al mismo tiempo relaciones sexuales con una "puta", que en general no era puta rentada sino chica ligera, de la que se proveían merodeando otros grupos y a la que descalificaban inmundamente, a la que despreciaban porque "lo hacía".

Bien: y resulta que después había que ser multiorgásmica y tener punto G. ¿Cómo? Remontando ese barrilete de plomo que nos habían metido en la cabeza.

No es que no hayamos recibido educación sexual, qué va. Siempre hubo educación sexual. La nuestra se basó, naturalmente, en hacernos temerle al sexo, en inculcarnos la represión como la forma digna de sobrellevar esos bajos instintos.

Nos educaron para que no gocemos. Fuimos gente joven artificialmente alterada para vivir su sexualidad inconfortablemente. Hoy tengo una hija de catorce años, y deseo para ella exactamente todo lo contrario. (Página|12)


La palabra genocidio

08/10/06

"La casa está en orden" es una de las frases más detestadas de la democracia. Sobre esa frase de un Raúl Alfonsín devolviendo a sus hogares y a sus mundos privados a los miles y miles de ciudadanos que se mantenían movilizados se estampó un sello y así fue archivada en nuestras memorias: una frase cobarde. Como todo lo que es sellado y archivado, esa frase se mantuvo congelada en su carácter de cortamambo de un sector de la población que se sentía en condiciones físicas e ideológicas de "resistir". Los últimos acontecimientos recomiendan descongelarla.

A pesar de todas nuestras conocidas taras, los argentinos somos los únicos que, en la región y en las democracias que sucedieron a las respectivas dictaduras, hemos llegado a la instancia en la que nos encontramos. Juicio y castigo. Eso sólo fue posible a través de muchos años, muchas escaramuzas con forma de puntos finales y obediencias debidas, levantamientos con finales negociados y, entre otras cosas, genocidas que durante treinta años no fueron llamados genocidas.

El poder del lenguaje es monstruoso, apabullante. A mi entender, no es en absoluto casual que la desaparición de Julio López y la simultánea aparición de panelistas, libros y opinadores defensores del terrorismo de Estado se produzca justo después de que el lenguaje institucional y normativo por excelencia, el judicial, se haya pronunciado al respecto y haya designado a los represores como genocidas. Y haya, en un mismo y monumental movimiento de sentido, designado lo que pasó en los ’70 como un genocidio.

Esa palabra marca con el fuego de la verdad lo que pasó durante la dictadura, y emitida desde un fallo judicial la incorpora al acervo del futuro sentido común de la Argentina. En las escuelas, en las próximas décadas, todos los niños estudiarán ese genocidio. Y ya basta. No hubo dos demonios, no hubo guerra civil, no hubo juicios a prisioneros; hubo torturas, hubo campos clandestinos, hubo apropiación de niños.

Cuando Alfonsín dijo que la casa estaba en orden, la casa era un desmadre. Y si esa frase quedó congelada en su fase desmovilizadora, es en parte porque el sector más sensible a este tema siempre sobreestimó sus fuerzas y leyó voluntariosamente la realidad. La casa era un desmadre y lo siguió siendo, durante treinta años, y hubo que esperar hasta que muchos de ellos murieran, igual que muchas madres y abuelas, hubo que esperar una coyuntura imprevisible, como es ésta, para que de las fauces de la derecha fascista brotaran gestos desesperados. Hasta ahora habían negociado, lo hicieron con cada gobierno. Estos exabruptos asqueantes provienen seguramente de cierta desesperación: es ahora, recién ahora, cuando están perdiendo. (Página|12)


¿Perdón?

01/10/06

El último domingo, en el programa de Luis Majul, se produjo un hecho ideológicamente bizarro. El caso de Karina Mujica, el joven cuadro de lo que ahora se ha bautizado "la derecha guaranga" (al menos así se la llamó en ese programa), cuya doble vida como incipiente dirigente militarista e incipiente madama marplatense fue lo que disparó un primer bloque; en él aparecieron personajes que dejaron a la finada Elena Cruz del tamaño de una simple fan de Videla. Caricaturescos, cínicos, un hombre mayor de "r" arrastrada (defensor de Etchecolatz) y un joven dinosaurio defendían acaloradamente el terrorismo de Estado de los ’70 con argumentos fallidos. En la tanda, se veía el institucional de recompensa para quien tenga datos sobre el testigo Julio López, acusador de Etchecolatz y actualmente desaparecido. El domingo pasado todavía no habían tenido lugar las marchas reclamando su aparición, ni la angustia por su suerte había tomado tanto cuerpo como en estos días. Es que la sola posibilidad de que haya patrullas perdidas del terrorismo de Estado resulta escabrosa, aunque no improbable, tan luego en un país en el que los que piden por más seguridad se dejan custodiar por los policías exonerados de la fuerza por haber incurrido en diversos delitos. Muchos de ellos, en secuestros extorsivos. La nueva etapa por la que atraviesan los juicios contra los represores no es menor ni cosmética. La desaparición de López reactualiza, sin que nadie lo previera, un dolor colectivo que sin embargo fue sostenido individualmente por algunas víctimas sobrevivientes: pudimos enterarnos de que López, que no olvidaba ni quería olvidar, solía ir a su lugar de detención, ya demolido, recurrentemente, quizá a espantar sus fantasmas o a afirmar su pacto con los que murieron.

En un segundo bloque estuvo Elisa Carrió. Fue ella, la dirigente "moral" por excelencia autoproclamada, la que desde hace años se embandera con la cruz, la que habla de "nuevo contrato" y de "refundación" y "parto doloroso", la que desvió el programa a un verdadero curso bizarro, por ahorrarme la palabra siniestro.

Ahora Elisa Carrió habla de perdón. De reconciliación. Así como suena, así como se lo escucha y se lo lee. Elisa Carrió evalúa, en ese contexto, con esos energúmenos presentes en el estudio y con Julio López desaparecido, que en este país es necesario "reconciliarse".

Nunca entendí del todo los procesos mentales de Elisa Carrió. Estuve a punto de votarla en las últimas elecciones. Era con quien más acordaba en la visión general del país. Y ahora, después de estos años en los que obsesivamente se ha negado a una actitud mínimamente conciliadora con al menos algo de lo que haga este Gobierno, Elisa Carrió parece haber mutado, haber derivado, haber degenerado en una mujer que es capaz, después de escuchar frases como que no hubo campos clandestinos, y con un testigo clave desaparecido, de decir que en este país hay que perdonar y que hay que reconciliarse.

¿Perdón? Solamente la ceguera más rabiosa puede hacer a alguien equivocar tanto la circunstancia de sus dichos. Y esa ceguera obliga, a esta espectadora en este caso, a decir esto, que no es fácil, uno sabe, porque Elisa Carrió ya creó el casillero "si me critica es porque no me entiende", cuando no se trata de simples contratistas intelectuales del Gobierno. Elisa Carrió ha derogado, de facto, la posibilidad de que alguien simpatice con este Gobierno por razones legítimas y sin más interés que el político. Eso habla no sólo de una estrategia equivocada para vincularse con los otros, sino además de una visión estrábica de la realidad.

Pero que ahora Elisa Carrió haya emprendido una nueva etapa corrida de la baldosa histórica del progresismo argentino, como son los derechos humanos (su nuevo latiguillo es "hablemos de los derechos humanos de hoy" y después se pone a hablar del paco), nos indica algo, algo feo, algo extremadamente desagradable sobre su persona y su pensamiento.

La defensa y el alineamiento de Kirchner con los reclamos de los organismos de derechos humanos es una de las pocas cosas que nadie puede negar. Es un hecho, es un dato. Elisa Carrió no puede ni siquiera coincidir en eso con Kirchner. Pareciera que le es más fácil renunciar a reivindicaciones que exceden con creces el setentismo y esas pavadas: que los crímenes se pagan y se castigan es una regla básica de la civilización. Solamente alguien que ha renunciado a esa causa puede hablar de reconciliación con quinientos niños todavía desaparecidos, con genocidas que hablan de guerra civil, con gente que repite que volvería a hacer lo mismo, con gente en carne viva porque los traumas sociales, y debería saberlo la creadora de la Fundación Hannah Arendt, se instalan y tardan generaciones en ser superados.

El nuevo paso que ha dado Elisa Carrió obliga, lamentablemente –porque pudo haber sido una mujer importante en la política argentina– a separarla de los dirigentes que nos inspiran respeto. Su desborde ideológico ha sido demasiado grueso para seguir considerándola parte de los argentinos cuya opinión nos interesa. Una pena, Elisa Carrió. (Página|12)


Monstruos

21/09/06

Las palabras monstruo y mostrar tienen una raíz común. Hay algo en el monstruo que exige ser visto, exhibido o imaginado. El monstruo existe para que los demás sepan que existe. Aunque permanezca oculto, la entidad del monstruo requiere ser completada por alguien que le tema, por alguien que huya de él, y que lo constituya. Para eso durante los ’70 hubo hombres como el ex comisario general Miguel Etchecolatz, cuyo solo nombre, en la provincia de Buenos Aires, provocaba escalofríos.

La dictadura militar tuvo muchos asesinos, pero sólo algunos verdaderos monstruos, que fueron fuente de inspiración para los demás. Uno lo da por hecho, pero cabe la pregunta: ¿habrá sido tan sencillo hacer emerger de las Fuerzas Armadas de entonces semejante legión de secuestradores, torturadores y asesinos? Una cosa es haber convencido a todos ellos de que las organizaciones armadas de la época se habían propuesto "imponer un régimen totalitario en el país, apoyados por otros estados como el castrista", tal como afirmó ayer el abogado defensor de Etchecolatz, Luis Boffi Carri Pérez. Pero otra cosa muy distinta debe haber sido convencerlos, y con bríos siniestros, de que era necesario meterles picana a los prisioneros hasta desmayarlos o matarlos, aniquilar familias enteras, secuestrar y robar niños, protagonizar esa obra maestra del terror. El régimen necesitó a los monstruos para implantar en las fuerzas de seguridad un modelo de militar sin escrúpulos ni humanistas ni religiosos, hombres a los que no les temblaba el pulso para picanear a mujeres embarazadas, para torturar a la esposa delante del esposo o para fusilar prisioneros en fugas fraguadas.

Hombres como Miguel Etchecolatz sirvieron para irradiar a su tropa la luz invertida del mal absoluto. Fueron los líderes falaces de un país que luchaba contra el incierto enemigo interno con el peor de los terrorismos, el de Estado. Los monstruos ofrecieron a la dictadura sus almas negras, en las que ellos y tantos otros fueron capaces de almacenar el dolor ajeno, y cuanto más dolor, y cuanto más crimen, más épicas parecían sus leyendas. Etchecolatz sigue sosteniendo que en la Argentina no hubo campos clandestinos de detenidos-desaparecidos, y que lo que hubo fueron campos ocultos, "como en toda guerra".

Los monstruos siempre están esperando el momento de demostrar que son monstruos, porque en el fondo están orgullosos de serlo. Y por eso son monstruosos.(Página|12)


Ese duelo

25/08/06

Dos días después de hacerme un aborto, fui a una reunión social en la que había una mujer que poco antes había perdido su embarazo de seis meses. Todos trataban de estar alegres y ocurrentes, pero al mismo tiempo de medirse, de guardar cierto recato. Y aunque esa mujer era muy fuerte y conversaba y sonreía, costaba mucho esfuerzo disipar la nube de angustia y sufrimiento que la envolvía. Me acerqué a ella en un momento, y a pesar de que no nos conocíamos mucho, me habló de lo que le había pasado. Me dijo que tenía la sensación de que todo era irreal. Me dijo que su cuerpo estaba en esa fiesta, pero que su alma estaba en otra parte. No sé por qué me lo dijo a mí, pero la escuché. Yo del aborto no le dije nada. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué yo había decidido interrumpir un embarazo, justo a ella que no lo había decidido y lo había perdido? Era claro que esa mujer estaba sumergida en un duelo del que le costaría mucho salir.

Del duelo del aborto, en cambio, no se habla. Como no se habla del aborto, no se habla del duelo del aborto.

Déjenme decirles a los que creen que de este tema todavía tampoco se puede hablar, que una mujer, si llega a la instancia del aborto, llega acorralada y descentrada. Y llega sola. El momento que va desde saber que se está embarazada al momento en el que una abre las piernas en un lugar sórdido y rodeada por desconocidos es un trance emocional de los más duros, difícil de describir, un trance por el que pasan tantas mujeres y sobre el que sin embargo no hay una sola línea escrita. La soledad es completa.

En muchos casos, esa mujer viene de librar una batalla interna feroz. Porque una parte de ella está dispuesta al embarazo. Quizá no a la palabra embarazo, quizá ni siquiera a la idea, pero en el cuerpo de esa mujer, entre sus células y las de ese embrión, se está gestando también un vínculo. Hay tejidos que se comunican, y sangre que se mezcla, y hay millones de partículas biológicas enamorándose de ese nuevo ser, porque nuestro cuerpo está preparado para el amor, no para el rechazo.

No es necesario que un grupo de fanáticos nos diga que eso que late ahí está vivo. Ese es el desgarro, ésa es la pesadilla. Eso es lo que muchas mujeres que abortan sienten y no pueden hablar con nadie. Eso que late ahí está vivo y es en potencia lo que cada una de esas mujeres alucinan en noches de insomnio. No es necesario el recordatorio de los pro-vida. Vaya nombre. Pro-vida es nuestro cuerpo, que ama más allá de nosotras.

Y a medida que esa mujer comprende que no puede ser madre, porque psíquicamente no puede, porque eso pasa, porque así es la cosa, porque nada en ella logra constituirse en un impulso que la haga vencer adversidades, porque esa mujer es débil o porque tiene mucho miedo, no es que elija abortar: comprende que no le queda otro remedio. No hay muchos posibles peores momentos en la vida de una mujer. Se paga. Por el aborto no sólo se paga en consultorios clandestinos, también se paga un precio mucho más alto con el tiempo, gota a gota, en visiones, en inquietudes, en tristeza sin motivo aparente, en remordimiento.

Ninguna mujer aborta algo que al menos por un instante, en su conciencia, no haya sido su hijo. Y si se llega a hacerlo, si se llega a tomar esa decisión tan dura, es porque sencillamente no se puede seguir, no se tiene resto, no se tiene coraje, no se tiene deseo. Hay momentos en los que algunas cosas no podemos. Es así, ultramontanos: hay momentos en los que algunas cosas no podemos. Así nos hace la condición humana.

Hablar del aborto es necesario para poder decir algunas de estas cosas. (Página|12)


Tomar medidas

12/08/06

La anticoncepción en general es un tema cultural, de educación, de información y de difusión. La anticoncepción en general es un tema que viene agitando inexplicablemente, a esta altura del nuevo siglo, a asombrosos defensores del sexo exclusivamente reproductor. Es increíble que puedan sostener algo tan delirante como que los hombres y las mujeres deben tener sexo solamente cuando estén pensando en tener hijos. Está claro que hay hombre y mujeres que hacen eso, pero a todas luces son una minoría, ya que ni siquiera quienes adhieren al mismo dogma que estos propaladores ejercitan su sexualidad de esa manera.

Y si no fuera por la encarnizada batalla que le han presentado desde hace décadas esos propaladores a la anticoncepción en general, trabando proyectos, boicoteando campañas, instalando dudas, no cabe ninguna duda de que la anticoncepción en general gozaría hoy de muchísima más familiaridad –y viceversa– con la gente, y especialmente con la gente que más la necesita. Las mujeres, cuyos embarazos no deseados tantas veces terminan con sus vidas.

La ley de ligaduras es a su vez una manera de dar vuelta la alfombra. Había mugre y se pateaba la mugre debajo de la alfombra. La Argentina todavía "no está madura" para tratar el debate sobre la despenalización del aborto, pero en la Argentina se aborta. Un rasgo duro de la fe es que boceta la moral ideal, hacia la que deberían inclinarse los creyentes. Y un rasgo duro de la política es diseñar estrategias de Estado para paliar los males que surgen de la realidad en la que están inmersos los ciudadanos.

La ligadura de trompas y la vasectomía hablan en principio de una decisión que llega después de experimentar algún hartazgo. ¿Cómo la gente va a hartarse de tener hijos? Sí, claro que se harta. Suena mal pero pasa. Se harta de no poder darle una vida a dos o tres, y de tener seis o siete. Si la anticoncepción en general formara parte de nuestra cultura cotidiana, y si en esta primera persona del plural incluyéramos a los desarrapados más extremos, un preservativo o un DIU podrían alcanzar. Pero la carrera del discurso sobre anticoncepción está llena de obstáculos. Y la gente no sabe, no tiene reflejos, no se cuida, no sabe cuidarse, no calcula, no puede. Estos métodos más que métodos son medidas que toma sobre su vida alguna gente, y que tiene todo el derecho de tomar.

Pero que se hagan cargo los propaladores de sueños o disparates de la parte que les toca. La gente común vive su vida con sus límites y sus frustraciones y sus descontroles y sus inconciencias y sus malas suertes. Y con sus placeres y sus deleites y sus opciones.

En el fondo de todo este tema, no me canso de pensarlo, lo que los propaladores no toleran es el placer. El rictus de la represión no sonríe. Sobre algo de esto escribió Umberto Eco en El nombre de la rosa. (Página|12)


Esa noche

09/08/06

Estuve en Cuba varias veces, y si tuviera que elegir un país para vivir, sería otro. Digo esto para dejar constancia de mi identidad pequeñoburguesa, y para admitir de entrada que, siendo periodista y dedicándome a la escritura, no podría, en Cuba, decir todo lo que se me ocurriera, ni apelar al cinismo que tanto nos reconforta paliativamente a los desencantados, ni sonar corrosiva. Es decir que lo digo con plena conciencia de que llevo adherida a la mente la noción de libertad capitalista y que no tengo pensado renunciar a ella porque sé que no puedo, porque eso, creo, está más allá de mi voluntad.

Pero me inquieta que la mala salud de Fidel Castro y la delegación del mando en su hermano Raúl haya estallado como un simple debate entre qué es democracia y qué no. Como si no hubiera otra vara, otra ventana para mirar algunos acontecimientos y, sobre todo, algunos procesos históricos. Como si lleváramos incrustado en el cerebro un democratómetro según el cual todo aquello que no responde a la fórmula de la democracia representativa quede automáticamente impugnado. Que la democracia está llena de fallas, pero es el mejor sistema conocido, lo sé, lo sostengo. Pero eso no equivale a perder de vista que el pato más feo puede ser un cisne.

La primera vez que fui a la isla lo hice acompañada por un grupo de periodistas varones y bastante más influyentes que yo, que andaba por los veintipocos, y recibí alborozada aquella invitación del Instituto Cubano de Turismo. Fueron dos semanas de convivencia, entre otros, con tipos entrañables como Ariel Delgado y Enrique Sdrech, recorriendo lugares que iban mucho más allá de Varadero o los destinos conocidos. En el grupo había un periodista del diario de Bahía Blanca, La Nueva Provincia, que, según confesó ya en el avión, iba a constatar que Cuba era una farsa de equidad y justicia.

Mientras estábamos allí, se celebró el 25º aniversario de la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), organizados manzana por manzana en todo el país. Los mismos que están activándose ahora en ese mismo sentido, después de décadas de funcionar como organizaciones de base para que cada embarazada llegue a tiempo al hospital o para que cada niño sea vacunado. A último momento pedimos asistir a uno de los miles y miles de festejos. Nos fue destinada una manzana en los suburbios de La Habana. Nos perdimos en el camino. Llegamos más de una hora tarde. Los vecinos nos estaban esperando. Había carteles que rezaban: "Bienvenidos hermanos argentinos", y muchísimos regalos para nosotros, que los niños habían alcanzado a hacer en las pocas horas libres que tuvieron.

Nos sentamos a una de las mesas en la calle y comenzamos a disfrutar de las risas de los hombres y mujeres que se nos acercaban y que nos hablaban de Mirtha Legrand y del Che. Además de los regalos, los niños habían tenido tiempo de aprenderse de memoria algunas estrofas del Martín Fierro. Y las recitaban con ese tono que nunca le escuché a ningún niño argentino. Los argentinos no tenemos training para la mística. Nos dan pudor algunas emociones. Esos pioneros cascaban sus gargantas con esos versos y recitaban a voz en cuello las mismas palabras que a nosotros nos habían fastidiado en el colegio. Esa fue una ráfaga de comprensión que me asaltó justo en ese momento. Esos niños, que también recitaron a José Martí, a quien amaban, nos homenajeaban con algo que suponían que nosotros amábamos. Pero nosotros no amábamos el Martín Fierro. ¿Qué amábamos nosotros?

No puedo poner esto en palabras con mucha exactitud. Pero esa noche, en esa tierra sembrada de bombitas de luz de pocos voltios, entre esas casas pobres de paredes descascaradas y de pintura vieja, entre esa gente dadivosa que nos tocaba los hombros y nos ofrecía su comida, yo viví algo que no había vivido antes ni volví a vivir después. Cuba entera es un país cuya población desconoce situaciones límite que para la mayoría de nuestras poblaciones son frecuentes. No pueden salir del país, como la doctora Hilda Molina, pero están liberados del dolor de un hijo que se muere por falta de comida o de atención médica, del dolor de un desalojo inminente, del dolor del analfabetismo, del dolor del desempleo. ¿No son ésas acaso otras formas de la libertad?

Cuando llegó el momento de hablarles, de tomar el micrófono y agradecerles semejante demostración de cariño hacia un grupo de perfectos desconocidos, nosotros elegimos al periodista de La Nueva Provincia para que fuera el vocero del grupo. Estábamos seguros de que esa ráfaga también a él lo había traspasado. Y el hombre, a paso lento, subió a la tarima, tomó el micrófono y comenzó a hablar, pero no pudo seguir. Un llanto lento se le trabó en el cuello, porque la ideología es una cosa, pero otra cosa es la verdad. (Página|12)


La virtud impiadosa

03/08/06

Un ejemplo perfecto de cómo la propia moral es fácilmente levantable con la grúa del dolor ajeno.

Un ejemplo perfecto de cómo a la discapacidad mental y a la violación hay que unirles, para que el drama sea irreversible, la pobreza.

Un ejemplo perfecto de cómo por las buenas no se puede ni se debe, en beneficio propio, en defensa propia: por las malas, con unos cientos de dólares, esta niña débil mental y violada por un familiar ya estaría dando vuelta la página de una historia horrible, pero fue por las buenas, por derecha, como suele decirse. Y por derecha se la comieron cruda, jueces y médicos, para sobreimprimirle a su cuerpo que gesta el fruto de la violencia el sello de esa vaga virtud pública que consiste en alzarse en pos de la vida.

Jueces, médicos, funcionarios: miren a su alrededor. La vida chorrea, explota, desfallece. ¿Qué hacen ustedes? Hombres y mujeres de bien que ahora se anotan para adoptar al niño que quieren ver nacer. Hay miles, decenas de miles de niños ya nacidos que recibirían gustosos alguna de esas caricias que ustedes desean dar.

Este caso reabrió la cancha para un sentimiento particularmente argentino. La virtud impiadosa. El amor dadivoso y ancho para lo inasible o lo embrionario, con y sin metáfora, a cambio de la más completa indiferencia por lo concreto y lo nacido. En el terreno de la conciencia, que parece atormentar inexplicablemente a una jueza que habla de las niñas violadas como si fueran parte de un paisaje que es preferible tapar con una postal de ensueño, y que también parece atormentar a médicos y funcionarios que se rigen por semanas que pasaron a cargo de una mala praxis judicial, se deja afuera la conciencia de esa niña débil mental, a la que todo un sistema desprotegió, condenó, humilló, mandó a la hoguera.

Da náuseas la virtud impiadosa. Porque es falsa. Porque es un vestido de ocasión. Porque está hecha de declaraciones que suenan acompasadas ante el micrófono. Porque miente. Porque daña. Dan náuseas los virtuosos que son incapaces de sentir piedad por alguien que no está en igualdad de condiciones y que ofreció su carne para que en ella estampen, todos estos, sus sellos y sus manos ya lavadas. Da náuseas que una sociedad escupa tan ostensiblemente a sus hijos más vulnerables, y que la virtud impiadosa los haga correrse a la derecha del mismísimo Código Penal. 
(Página|12)


¿Conciencia?

26/07/06

Es muy difícil intentar imaginarse cómo funciona una conciencia que no puede cargar con el peso de una decisión prevista por la ley.

Es más difícil aún imaginarse esa conciencia si se trata de la de una jueza, de la de alguien que debe ajustarse a derecho. La objeción de conciencia hasta ahora fue esgrimida por médicos que por convicciones personales se negaban –se niegan– a prescribir métodos anticonceptivos a menores de edad. Para el aborto la objeción de conciencia no es necesaria porque el aborto es ilegal. Salvo en casos extremos, en casos insalvables, en casos cuya crudeza desborda cualquier prurito moral. En casos tan desgarradores como éste: el de una incapaz violada. Así lo indica la ley, con ese lenguaje descarnado y hasta peyorativo, con una coma célebre que a veces es interpretada como inclusiva de todas las mujeres violadas, y la mayoría de las otras veces como un límite que circunscribe la admisión del aborto a una mujer violada e incapaz.

Pero ahora, la insólita e inexplicable objeción de conciencia de una jueza parece conducir la vida de esa incapaz violada hacia una horrible maternidad, porque hay que decir esto. Hay que decirlo. Hay maternidades que son horribles. Que son condenas.

Esa conciencia que se interpone entre el rigor de la ley y el aborto solicitado para interrumpir el embarazo de esa incapaz violada es una conciencia que, presuntamente, favorece la vida. Que sacraliza la maternidad en cualquiera de sus formas. Y hay formas de la maternidad que destilan padecimiento. Hay formas de venir a este mundo que son inviables. Hay dilemas mucho más complejos y profundos que el planteo al que esa jueza parece responder.

La vida no puede convertirse en un salvoconducto moral de almas simplificadoras. La vida no puede ser una bandera sucia de dolor ajeno, y la conciencia de nadie puede tranquilizarse porque decida esconderse en un cliché.

Y en definitiva, si alguien es tan católico como para no sentirse apto en el momento de aplicar la ley, ese alguien no puede ser juez. No puede la vida ya viviente de nadie estar en manos de un tipo de conciencia así. No puede el destino de nadie ser decidido por un dogma que es personal, particular, específico y antojadizo, porque eso y nada más que eso es el dogma católico, en este caso, para una ciudadana que pide por justicia. (Página|12)


La sed inhumana

22/07/06

"¿Qué harías vos si secuestran a tu hijo? ¿Te alcanzaría con matarlos? No, no te alcanzaría. Querrías ver cómo les arrancan los dientes, uno por uno. Querrías ver cómo sufren." Darío dijo esto esta semana, hablando con Radio Mitre, desde Israel. Darío fue miembro del ejército israelí y ahora defiende sus ideas de esta manera. Su testimonio despertó una airada respuesta de oyentes que, judíos y no judíos, advirtieron que un botón de la camisa de Darío estaba abierto, y por él entrevieron el corazón mismo del odio.

La ONU vuelve a esforzarse en sus gestos de mimo, vuelve a intentar erigirse como el árbitro que no es, mientras Estados Unidos baja lenta, cínicamente el pulgar, y considera que aún no es tiempo de detener los bombardeos en el Líbano. Allí, en Oriente Medio, encuentra hoy el mundo esa dosis de muerte que parece necesitar como un vampiro, pero ya no es muerte a secas lo que pide. Si la sed contemporánea se limitara a la muerte, la tiene servida en millones de casos anónimos y de una injusticia pavorosa, borroneada por las estadísticas. Lo que aflora en estos días es, cada vez más precisa, más descarnada, la necesidad de odio. El odio como combustible de las acciones humanas.

Ya lo decía Darío, hablando en un castellano fluido pero teñido por vientos extraños, cuando describía con una exactitud inaudita sus sentimientos: la muerte del enemigo no alcanza, ya no alcanza. Ha sobrevenido la sed de sufrimiento ajeno, el deseo de aniquilación completa, la fantasía de eliminar de la faz de la tierra todo vestigio del otro, pero acompañado por la visión de su padecimiento. Hay que presenciar el sufrimiento, hay que ser testigo de la propia capacidad de depredación. Como si hubiesen rociado el mundo desde un helicóptero con una toxina increíble, esa sed se reproduce más allá de lo que abarcan las secciones de los diarios. Esa sed se sale de los diarios. Recala en las calles. Anida en los dedos que, sin temblor, sin piedad, rozan gatillos en la oscuridad. En la Argentina, mientras emerge una vez más el debate de la inseguridad y vuelven a chocar las estadísticas con la sensación de indefensión que siempre y tradicionalmente tira a todo el mundo medio metro para atrás, lo cierto es que a lo que se le teme ahora es a la crueldad. Y eso es un borde. Lo estamos pisando.

Quedarse quieto al ser asaltado, ofrendar sin chistar lo requerido, ejercer el más completo autocontrol, antes garantizaba, al menos, la vaga certeza de que el asalto era una especie de peaje indeseable que se pagaba por vivir en una sociedad atrozmente inequitativa. Pero las cosas han cambiado. El paco o lo que fuere, quizás el hartazgo o la desazón previa que lleva al paco, han convertido a muchos lúmpenes en monos con navajas que afilan ante la mirada de sus presas. ¿Quieren mi dinero, mis ahorros, quieren mis electrodomésticos, mis dólares, mi tarjeta Banelco, las joyas de mi abuela, quieren que les dé todo lo que tengo, o no? Y si no es eso lo que quieren, ¿qué es? Ese es el borde que pisamos: estaremos en otro lugar, en otra dimensión si lo que quieren no es lo que tengo, sino lo que soy.

Si quieren verme sufrir.

En ese otro lugar hay otra lógica, pariente lejana de la lógica que verbalizaba Darío desde Israel y que ya se había insinuado en la invasión a Irak. ¿Qué tiene que ver Irak con Villa Crespo? Quizá nada, por cierto, quizá nada. Pero quizá... ¿por qué un asalto supone miedo al sadismo? ¿Por qué al temor del arma se le ha sumado, subrepticiamente, el temor al odio, al deseo de sufrimiento ajeno? ¿Es necesario aclarar que estamos ante una clase completamente diferente de temor?

Hay momentos históricos –los argentinos los conocemos bien: la dictadura militar fue un extenso momento de esa clase– en los que por alguna razón indescifrable brota esa sed. Son momentos en los que hay sadismoexplícito. En los que se apodera de algunos. De muchos, una tremenda necesidad de liberar aquello que la salud mental y cualquier grado de civilización conocido tiene por fundamento reprimir. En esos momentos históricos, cualquier lógica es desmadrada, incluso la de la guerra. Son momentos en los que la esencia misma de la condición humana es puesta en duda, y lo monstruoso sobreviene como una base de arcilla mal cosida.

"Ama a tu prójimo como a ti mismo", recomiendan las religiones. En Amor líquido, el sociólogo Zygmunt Bauman descompone la frase, ya descompuesta en las mentes de millones de contemporáneos. Bauman retoma a Freud, quien se había preguntado: "¿Qué sentido tiene un precepto enunciado de manera tan solemne si su cumplimiento no puede ser recomendado como algo razonable?". Y se contestaba: "Es un mandamiento que en realidad está justificado por el hecho de que no hay nada que contrarreste tan intensamente la naturaleza humana original".

Bauman agrega: amar al prójimo supone un salto a la fe, a cualquier fe. Es, en definitiva, el acta de nacimiento de la humanidad. "Y también representa el aciago paso del instinto de supervivencia hacia la moralidad". Pero "...como a ti mismo", dice Bauman, es un final de frase que de ninguna manera puede subestimarse u obviarse, porque es el centro mismo, el fundamento que hace que ese precepto no sea una estupidez y sí una cláusula básica del contrato entre el individuo humano y su especie. El amor a sí mismo es pura supervivencia, y es imprescindible, entonces, generar las condiciones para que cada uno se ame a sí mismo lo suficiente como para poder tolerar al otro. Es necesario generar vidas lo suficientemente humanas como para que la bestia que llevamos en el fondo no ruja ni muerda.

Acaso la pregunta adecuada, hoy, sería aquella que nos interrogue sobre las bestias que hemos dejado sueltas, esas que no se aman a sí mismas y en consecuencia tampoco aman a nadie. (Página|12)


Basta

28/06/06

¿Por qué la Iglesia Católica está en contra del placer sexual? ¿Por qué encierra el presunto placer en un cuarto matrimonial en el que esposo y esposa yacen con la esperanza de procrear? ¿Por qué el sexo es un medio para gestar un hijo y no un fin en sí mismo? ¿Por qué sobre la sexualidad humana, desde San Agustín en adelante, se extiende la sombra cristiana, que adivina pecados inconcebibles en las pulsiones que no logran ser reprimidas ni sublimadas por un hombre o una mujer?

Dos paradigmas contrapuestos chocan y se sacan chispas en nuestras mentes contemporáneas, al costo considerable de confusión, culpa y pasaje al acto sin redes que sostengan a quien decide obedecerse. El paradigma freudiano vino a decir, en los albores del siglo pasado, que aquello que finalmente los sujetos logran borrar, suprimir, callar, enquistar, eliminar de sus conciencias, es precisamente lo que esos sujetos dicen con síntomas: Freud vino a decir, en pocas palabras, que lo reprimido enferma.

Pero ni la Iglesia Católica ni el psicoanálisis están demasiado presentes en las vidas de las mujeres que deciden ligarse las trompas, con o sin ley que las avale. Si bien la ligadura de trompas es considerada como un método anticonceptivo más, suele ser, ésta, una decisión que brota del hartazgo de la maternidad. No es la joven debutante y capaz de elegir el rumbo de su vida sexual la que decide ligarse las trompas, sino la madre de cinco, seis o siete hijos cuya vida peligra. Es la mujer sin riendas sobre su propio sexo, muchas veces violada en la cama conyugal. La ligadura de trompas supone un conflicto interno que es posible ubicar en coordenadas sociales en las que los deseos individuales no existen.

No debería preocuparse tanto la Iglesia Católica por la ligadura de trompas, que aunque deviene en método anticonceptivo abre, por su extremismo y su carácter invasivo en el cuerpo femenino, una brecha entre el dolor y el placer difícil de cerrar. Si tomáramos caso por caso de los conocidos, no encontraríamos mujeres esperando recibir descargas voluminosas de placer, sino hembras humanas hartas de padecer las consecuencias del sexo reproductor. Mujeres sin niñeras que cuiden a los niños, mujeres sin otras mujeres que las ayuden, mujeres sin control sobre sus cuerpos, sobre su tiempo, sobre su trabajo, sobre sus vidas. El "parirás con dolor" les copó la carne y ellas están gritando basta. (Página|12)


Periodistas

10/06/06

Hay preguntas que, de tan obvias, desconciertan. Los periodistas tendríamos que tenerlo presente cuando entrevistamos a alguien. Esta semana fue el Día del Periodista y nosotros tuvimos que contestar o contestarnos algunas preguntas relacionadas con este oficio que no termina de convertirse en profesión. Una brecha se abre hoy en las redacciones, cuando decenas de pasantes de las universidades, provenientes de la carrera de Comunicación, conviven con viejos lobos del mar de las noticias, que ya tienen nombre y trayectoria, pero que empezaron a trabajar en esto por azar, por gusto, por casualidad, porque era inevitable, pero no porque se habían preparado para eso. La profesión, que antes era simple oficio, se aprendía como cualquier otro: de abajo, imitando a un maestro, tomando nota, aceptando todo lo que a uno le proponían, sumando horas de vuelo periodístico en horarios extraños, celebrando cada día la suerte de estar ya rodeado de ese ruido exquisito que eran, hace años, decenas de máquinas de escribir sonando juntas.

Hay muchas razones para ser periodista y muchas otras para no serlo. Lo del cuarto poder, que se lo guarden. Los periodistas son una cosa muy distinta que las empresas periodísticas. Pero entre los motivos por los que todavía, más de veinticinco años después de haberme empezado a ganar la vida de este modo, sigo eligiendo este oficio, está sin duda la posibilidad de haber ingresado a mundos raros, haber sido testigo.

El primer viaje que hice para (Página|12) fue a Chile. Estaba todavía Pinochet. Supuestamente, iba a una conferencia de prensa clandestina de la cúpula del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que por primera vez en ocho años se reuniría en Santiago.

Ellos esperaban a un hombre. Si no, no se explica que las instrucciones incluyeran que yo me apareciera en un restaurante chino con una revista El Gráfico abajo del brazo y que tuviera que esperar hasta que alguien me preguntara "¿Esta es la de esta semana?". Yo debía responderle: "No, es la de la semana pasada". Era ésa la contraseña que resultó bizarra, pero hicimos el contacto de ese modo con un hombre joven que me dijo que se llamaba Andrés y que, antes de despedirnos, me dio más instrucciones: tenía que volver al hotel en el que me alojaba caminando por calles de tránsito en sentido inverso, para impedir que un auto me siguiera; no podía visitar a nadie ni hablar por teléfono con nadie; tenía que volver a verlo al día siguiente en un bar. Lo vi, pero volvió a mandarme al hotel porque, dijo, las condiciones no estaban dadas. Yo empezaba a ponerme nerviosa y a querer volverme a casa. El Chile de Pinochet era agobiante.

Al tercer día, la cita era en Las Condes, en un restaurante lujoso. Me dijo que después de comer iríamos a la presunta conferencia, pero resultó que no era ninguna conferencia: iban a estar ellos cuatro y yo, nadie más. Y también me dijo que por seguridad iríamos a un lugar en el que tendría que pasar la noche. Pedimos la cena, pero yo tenía náuseas.

Pagó, salimos, caminamos una cuadra y nos subimos a una camioneta. Había más gente, pero no los vi. Andrés me tapó los ojos con la mano y me empujó delicadamente la cabeza hacia abajo. Escuchaban música. La camioneta iba bastante rápido. Pero en un momento se detuvo la música y también la camioneta, y ellos dejaron de hablar. Fueron segundos que duraron años. Después me contaron que el Frente Patriótico, otra organización armada, había puesto una bomba en un cuartel de carabineros cerca del que pasábamos y había un retén imprevisto, y ellos también tuvieron miedo.

Llegamos a una casa pobre de la que pude ver el piso de tierra de la entrada, con Andrés todavía tapándome los ojos. Ya en el comedor, Andrés resultó ser uno de ellos cuatro: los otros tres estaban esperándome con el fotógrafo del MIR: primero hicieron la foto, la clásica, la del pasamontañas y los fusiles. Yo quería volverme a casa, desesperadamente quería volverme a casa. No hice ninguna entrevista: no me salían las palabras. Les puse el grabador delante y les pedí que dijeran lo que quisieran. Hubo mucho más cotillón esa noche: me hicieron dormir en un cuarto separado del de ellos sólo por una cortina de tela. Para ir al baño pasaban por delante de mi cama. A duras penas pude creer lo que vi en un momento, ya relajada por el tranquilizante que me había tomado: uno de los cuatro, con el arma en la mano, en pijama, saludándome con la mano. Me tapé la cara con la sábana y me pregunté: "¿Qué hago yo acá?".

A la mañana siguiente me sacaron en la camioneta y me dejaron en una estación de micros. Andrés no era Andrés: era Patricio. Lo volví a ver varias veces en Buenos Aires y, un par de años después, cuando fui a Santiago a cubrir las elecciones porque se iba Pinochet, me lo encontré en el aeropuerto. Era candidato a diputado.

Esta es una de las historias que con más claridad me quedaron grabadas en todos estos años de periodismo. Creo que porque fue allí, en esa casa pobre chilena, totalmente desbordada por los acontecimientos, que me pregunté por qué estaba allí y me contesté: porque soy periodista.

No fue una gran nota, ni siquiera fue buena. Pero la sobrecarga de adrenalina fue fuerte y me hizo advertir que podía soportarla. Después, con los años, fui chequeando: si en la calle hay griterío o se escucha algún disparo, y todo el mundo sale corriendo menos uno, es periodista. No se trata del simple gusto por el peligro, es otra cosa. Es una curiosidad malsana que nos lleva a tratar de ubicarnos en la primera fila para ver y escuchar mejor cualquier cosa que pase. Para después contarla. (Página|12)


Una pregunta a Freud

13/05/06

Esta semana, el escritor peruano Mario Vargas Llosa opinó que "no hay que sobreestimar el indigenismo". Lo dijo mientras el boliviano Evo Morales no para de sobresaltar incluso a sus vecinos blancos, y mientras el peruano Ollanta Humala, a pesar de los bordes vidriosos de su figura pública y los desbordes homofóbicos de sus padres, disputará la presidencia del Perú en el ballottage del 4 de junio.

Aunque Europa pose sus ojos displicentes en la América latina aindiada que asoma detrás de esos nombres, esa mirada no logra arrancar de su cuajo la pregunta que esa misma Europa se hacía hace quinientos años: ¿los indios tienen alma?

La Europa cristiana, conquistadora, evangelizadora, se hacía esa pregunta mientras destruía civilizaciones enteras cuyo esplendor la dueña de esa misma mirada era incapaz de percibir. Europa no sabía percibir ni valorar ni asimilar las diferencias. ¿Los indios tenían alma, además de oro?, debatían los religiosos y los poderosos.

La pregunta interpelaba por el otro, por ese de piel de color, de costumbres raras, de lenguaje extraño. Cuando ya habían muerto millones, se concluyó que los indios eran seres humanos y que en consecuencia tenían alma, almas irrecuperables como los cuerpos derribados en minas y batallas, en una de las más extensas orgías de dominación que conoció la humanidad.

Hace una semana se cumplieron 150 años del nacimiento de Sigmund Freud, que poco tiene que ver con la conquista de América y con las preguntas que esa conquista instaló en las mentes europeas civilizadas. Sin embargo, un hilo dorado se extiende, si se lo sigue bien, desde que San Agustín concibió la conciencia cristiana hasta que el fundador del psicoanálisis le dio un marco teórico a aquello que yacía invisible atrás o debajo o arriba o antes o después de la conciencia: el inconsciente.

A los sujetos contemporáneos nos es casi imposible imaginarnos cómo vivían sus vidas los hombres y las mujeres que nacieron antes de que San Agustín y San Benito promovieran lo que se conoció como introspección cristiana. Ya en ese momento, en los albores de la Alta Edad Media, las personas dejaron de sentirse responsables sólo de lo que hacían: también eran responsables de lo que deseaban, de lo que sentían o soñaban. El alma humana ya no era simple: ya existían las buenas o malas intenciones, y existía un dios al que era imposible ocultarle la verdad.

Hace un siglo y medio, Freud mezcló esa baraja y dio de nuevo. Vino a decir que hay una verdad que no se puede confesar, porque uno mismo la ignora. Y vino a decir también que hay palabras que no se pueden decir, que son impronunciables; que no sólo hay olvido, que hay falsos recuerdos; que hay aspectos nuestros que son acaso los más fuertes y potentes, a los que no accedemos más que a través de la pena o el dolor que reprimirlos nos provoca.

A pesar de que hoy Europa vuelve a posar sus ojos displicentes sobre países latinoamericanos con población indígena, hoy los debates pasan por otro lado. En los patios traseros del mundo, y también en los patios traseros de los países centrales, millones de personas excluidas de toda estructura social concebible se multiplican y se enferman, pasan hambre o tienen miedo, ven morir a sus hijos o a sus padres, migran, escapan, soportan intemperies, tempestades, son agujereadas a balazos o deshechas por misiles.

En nuestras ciudades, sólo hace falta salir a la calle después de las nueve de la noche para ver al ejército de desahuciados revolviendo basura. La mayor parte de las palabras que usamos les son ajenas: viven en nuestro mismo mundo pero viven en otro, que les demanda poco vocabulario. Chapa, cartón, birra, paco, faso, loco, moneda, madre. Esa palabra la pronuncian seguido: cuando se es mujer y se baja el vidrio del auto y se estira la mano para depositar en la palma de la suya una moneda, ellos dicen casi siempre:

–Gracias, madre.

¿Qué interpretaría Freud al respecto? ¿Qué voltereta extraña del lenguaje les hace impregnar esa mínima ayuda, esa mínima molestia de extender una moneda con un halo maternal? ¿Qué dicen los huérfanos de Estado cuando dicen "madre" o "padre"? ¿Qué expresan los huérfanos de Estado cuando piden y reciben ayuda y qué expresan cuando vuelven a ser rechazados, ellos, que fueron rechazados desde que nacieron?

Pasaron siglos desde que Europa se preguntaba si los indios tenían alma. Hoy podríamos blanquear una pregunta que no se hace pero que sin embargo se responde por la negativa en los hechos, cuando la existencia de esos millones de vidas miserables no sacude ni espanta; la pregunta sería: ¿los pobres tienen inconsciente? ¿Los excluidos tienen inconsciente?

De un lado de la muralla, hemos aprendido, gracias a Freud, lo débiles y lo fuertes que somos; hemos detectado lo permeables, lo vulnerables que somos a determinados conflictos. Sabemos qué es un trauma. Sabemos que hay vidas enteramente desviadas por algo que no se pudo procesar.

Pero mientras de un lado de la muralla nos asistimos y nos cuidamos para no desbordar, del otro lado del muro, ellos, los huérfanos de Estado, soportan su miseria con nuestra anuencia, como si hubieran venido al mundo sin alma, igual que aquellos indios. Y sin conciencia; y hasta sin inconsciente. (Página|12)


Adolescentes

29/04/06

Quedó como una incógnita qué quiso decir en su momento Carlos Menem cuando habló de los niños ricos que tienen tristeza. También se ignora qué consecuencias les acarreó a esos niños la riqueza acumulada durante la década del ’90, pero de lo que no cabe duda es de que todos los otros niños, los que están tristes pero no a causa del síndrome del niño que lo tiene todo sino a causa de exactamente lo contrario, aumentaron estrepitosamente y mitigan como pueden el paisaje desolado del plato vacío, la cama inexistente, el techo de chapa, el gesto endurecido del padre o la madre sin trabajo.

Como fuere, en las últimas semanas hubo noticias inquietantes que involucraron a púberes de esos que usan celular con cámara de fotos y se quejan porque el que quieren no es ése, que salió al mercado hace seis meses, sino el que acaban de lanzar el mes pasado. Son los que si no tienen iPod se sienten como sin cédula de identidad. Los que fueron a un jardín de infantes en el que les enseñaron a usar teclados de computadora y que ahora, a los trece, catorce o quince años, hacen el soporte técnico de sus padres o madres, a quienes ven poco porque trabajan mucho, pero eso esos chicos lo manejan, porque desde los ocho van al psicólogo a hablar de sus problemas. Son los que van a colegios exclusivos cuyos aranceles no bajan de los seiscientos pesos, y en los que desde el primer grado fueron instados y estimulados para que se expresen, para que den testimonio, para que hagan valer sus voces y para que también hagan valer sus derechos.

Hace unas semanas, las dos chicas de dieciséis años que usaron el sexo para distraer a un compañerito caído del catre (a veces cuando uno está en una cama haciendo ciertas cosas debería preguntarse si no se está cayendo del catre) y aprovecharon la ocasión para alzarse con cien mil dólares provocaron un asombro que no llegó a conmoción porque las historias sexuales no conmocionan: sacuden e intrigan. Es curioso, pero el ménage à trois de esos adolescentes de dieciséis años, compañeros de colegio privado, no suscitó ningún informe especial acerca de las modalidades de iniciación sexual actuales, ni sobre el rol de mujeres fatales y cachondas que usaron ambas para robar un dinero que no necesitaban.

En cambio, la muerte de Matías Bragagnolo en el hall de un edificio de Barrio Parque llevó los focos nuevamente a esos chicos. Llegó hasta haber quienes volvieron sobre aquella temible pregunta que solía disparar Neustadt en el viejo y horrible Tiempo Nuevo: "¿Sabe usted qué está haciendo ahora su hijo?" Esa pregunta de la dictadura instalaba al enemigo interno en el fuero doméstico. El extraño, el imprevisible, el sospechoso era no ya el joven en general, sino más específicamente el hijo: bajo la pantalla de la protección, había que vigilar y castigar, domar y amaestrar.

Todavía no se sabía por qué y de qué manera había muerto Matías, si esa muerte había sido natural o un asesinato; y si había sido un asesinato, tampoco se sabía si los victimarios habían sido esos chicos que se presentaron a declarar y quedaron y continúan detenidos en institutos de menores sin que nadie informe a sus abogados ni a sus padres de qué se los acusa exactamente. No se sabía, pero muy pronto se habló de "patotas de niños bien" que circulaban por esas zonas paquetas haciendo desmanes y bravuconadas.

El manejo de la información no podía ser más antojadizo. Un adolescente de dieciséis años había muerto en el hall de un edificio de Barrio Parque y la noticia rebotaba en forma de mea culpa por cierta permisividad a la que los medios atribuían esos desvíos. Una vez más, la palabra menos inocente del mundo, "libertinaje", encontró un nicho de fertilidad. La palabra "libertinaje" es un modelo perfecto del lenguaje teledirigido a minar la confianza en la responsabilidad, la educación y el modelo que les hemos dado a nuestros hijos adolescentes. Porque encarnada en menores de edad, la libertad se convierte demasiado fácil y peligrosamente en libertinaje. Y el libertinaje es el hijo bobo de la libertad. Y la libertad nunca es cómoda, nunca es fácil, nunca es lisa: tiene arrugas y pliegues de los que a veces salen brujas. Los cazadores de brujas lo saben.

Más allá de esos casos extremos, más allá de esas noticias lamentables, lo cierto es que hay muchos púberes de clase media dando vueltas por la calle de noche y sin saber muy bien qué hacer. Y hay muchos púberes de clases populares dando vueltas por la calle de noche y sin saber muy bien qué hacer. Unos se aburren de lo que tienen porque han sido criados en una sociedad en la que cada día hay algo más para tener. Otros están hartos de nunca tener nada, y rumian su insatisfacción alcoholizada, mientras tal vez ya estén acercándose al paco o a alguna otra droga que no los divertirá ni los hará tomar litros de agua mineral. Sencillamente y sin ninguna duda, los matará.

Habría que pensar en los adolescentes sin miedo a lo que ellos son, a lo que ellos expresan de nosotros, sus padres; habría que pensar en ellos para saber cómo hacerles más fácil el tránsito hacia una juventud que se avizora complicada, y admitiendo que la vida que llevamos no es, probablemente, la que ellos necesitan que llevemos. Habría que hablar en voz alta con ellos acerca de nuestras frustraciones y nuestros límites, de nuestro cansancio y nuestra falta de ilusiones. Y tal vez reemplazar esa horrible pregunta, ¿sabe usted qué está haciendo su hijo ahora?, por otras. Por ejemplo: ¿sabe su hijo con qué sueña usted, qué ilusiones tiene todavía? ¿Sabe su hijo que usted lo ama? (Página|12)


Del palo

25/03/06

Este 24 el terrorismo de Estado cayó aniquilado bajo el fuego helado del sentido común. Este 24 en las mesas redondas de la televisión a nadie se le ocurrió invitar a alguien que disintiera con la idea de que el golpe del ’76 inauguró la época más negra e infame de la historia argentina del siglo XX. Este 24 todos los canales, todas las radios y todos los diarios dieron por hecho que en los ’70 no hubo dos demonios, sino organizaciones armadas para cuyo exterminio se hizo necesario también el exterminio de miles de sospechosos que no fueron sometidos a juicio sino secuestrados y asesinados sistemáticamente. Pero no fueron así nuestros 24 de marzo anteriores. Esta verdad que se apoya en miles de testimonios y causas penales no fue aceptada por los medios de comunicación argentinos por la evidencia y el peso de los hechos. Los treinta años y el contexto político hicieron este año que los medios consensuaran la versión que, hasta hace apenas unos años, sólo sostenía (Página|12).

Opiné esto en la reunión de edición y se me dijo que "no podemos salir a decir eso de nosotros mismos. Eso ya se sabe". No estuve de acuerdo. No sé si se sabe, en todo caso sí creo que los lectores fieles de este diario sí lo saben, y son lectores que, precisamente, durante los últimos 19 años tuvieron una referencia para medir la realidad en base a un punto de vista en común, el que une a quienes escriben en (Página|12) con quienes lo leen.

Desde su nacimiento, en 1987, este diario cedió espacio para que los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado mantuvieran vivo el recuerdo del horror. Aun en épocas en que (Página|12) parecía aguafiestas, porque seguía recordándolos a ellos, a los que cayeron, mientras el país chorreaba la grasa menemista, los derechos humanos fueron prioritarios y uno de los indudables e inequívocos pilares del hormigón ideológico de este diario.

Y muchos de nosotros no hubiéramos podido escribir nuestras opiniones ni dar a conocer nuestras percepciones sin este medio, sin esta herramienta, sin este lugar en el que las computadoras descansan sobre viejas guías telefónicas y los baños distan de parecerse a los de un shopping. Hoy es un 24 diferente, recibido por una sociedad que, más tarde que temprano, se ha decidido a llamar a las cosas por su nombre. Así fue que las llamó (Página|12) desde un principio, y es justo y necesario decir que profesionalmente es un orgullo haber estado y seguir estando aquí. (Página|12)


Ana María

05/12/05

(APE).- "No tengo leche para darle al bebé, y no puedo darle la teta porque tengo SIDA".

Entre las comillas de esta frase textual se encierra el drama de Ana María. Ella y su marido y sus cuatro hijos viven un infierno. Un infierno más rojo y más cruel que el de la mayoría. No tienen trabajo y la enfermedad les asegura diariamente que es inútil buscarlo, que es inútil la esperanza de salir a buscarlo, que no vale la pena intentar buscarlo. Y sus hijos tienen hambre.

Ana María describe sus madrugadas. Su beba se despierta aullando de hambre. Ella, medio dormida, se acerca a la cuna y trata de calmarla con la leche materna. Pero reacciona a tiempo, porque recuerda los consejos de los médicos del Hospital Regional Ramón Carrillo, que hace unos meses le dijeron a Ana María y a su esposo, Néstor, que eran portadores del virus VIH y que debían extremar los cuidados para no contagiar a ninguno de sus cuatro hijos, y en especial a la bebé de meses.

Ana María y Néstor quedaron liquidados por la noticia, pero faltaban otras: "Yo trabajaba como cocinero, no sé cómo se enteraron mis patrones, pero al poco tiempo me dejaron sin trabajo. Ahora estamos por llegar a un arreglo. Creo que me van a dar un carrito para que venda comida, pero mientras tanto no tenemos para comer", cuenta Néstor. Faltaban más: "El problema grave que tenemos ahora es que en el Hospital de Niños no me dan más la caja de leche en polvo que me sabían entregar. Los asistentes me dijeron que no entregan la leche porque el Ministerio de Salud no manda al hospital. El problema es que no puedo darle la teta porque tengo SIDA", repite Ana María como disculpándose.

El círculo vicioso de la desgracia se traga a los seis miembros de esta familia pobre, olvidada, castigada con la peste del hambre y la otra peste que en otros sectores y otras latitudes ya no es tal: el SIDA se está volviendo una enfermedad crónica y tratable, pero unida a la pobreza y a los prejuicios, sigue siendo letal. (Fuentes de datos: Diario El Liberal - Santiago del Estero 29-11-05)


Emergencia tucumana

07/12/05

(APE).- En el Hospital del Niño Jesús de San Miguel de Tucumán se detectaron 50 nuevos casos de meningitis durante el último fin de semana. El brote epidémico de meningitis viral comenzó hace dos meses y muestra un incremento en el número de contagios que, lejos de desaparecer, amenaza con salirse de control. Ya suman 350 los casos en total, desde fines de septiembre hasta ahora.

El subdirector de ese hospital pediátrico, Oscar Hilal, admitió por otra parte que esos 350 casos corresponden a los niños que presentaban síntomas muy severos y debieron permanecer internados, pero que los afectados por el enterovirus "Echo 04" son muchos más. "En la mayoría de los casos los síntomas son leves y solamente requieren un tratamiento ambulatorio, por lo que en realidad el número de contagios podría duplicar tranquilamente esa cifra", dijo Hilal.

La titular del área de Infectología, Evelina Chapman, indicó que hasta el viernes pasado se habían detectado 425 pacientes entre el sector público y privado afectados por meningitis viral. La mayor cantidad de enfermos vive en el área metropolitana de San Miguel de Tucumán, y el 60% de los afectados son varones. Según la infectóloga, esto se debe a que el contagio de la enfermedad está vinculado con la higiene, y las mujeres son más cuidadosas en ese sentido. Pero Chapman fue más allá y agregó que las patologías infecciosas como la meningitis viral están estrechamente ligadas a la pobreza. "Hay desigualdad social y cada vez más gente pobre, sin agua potable ni cloacas, lo que propicia la aparición de este tipo de brotes", dijo, y apuntó que "se le puede decir a una mamá que compre lavandina y desinfectantes para el baño, pero no sabemos si para hacerlo se verá obligada a optar entre eso o darle de comer un plato de sopa a sus hijos".

¿Y el Estado? ¿Y el ministerio de Salud provincial? ¿Y el ministerio de Salud nacional? Un brote de meningitis viral, una enfermedad que cuando afecta a niños con un sistema inmunológico normal suele no dejar secuelas, es una bomba de estruendo de desgracias entre una población diezmada y atacada por la mala nutrición y las bajas defensas. El Defensor del Pueblo de Tucumán, Jorge García Mena, está reclamándole al Poder Ejecutivo provincial que tome parte activa. ¿No se da cuenta solo el Poder Ejecutivo provincial que tiene que tomar parte activa ante una emergencia sanitaria como ésta? No, no se da cuenta. Debe pensar que pobres siempre hubo, y que los pobres se enferman casi siempre. (Fuente de datos: Diario El Siglo Web - Tucumán 30-11-05)


Esa palabra

26/11/05

El señor divide aguas y no en un paisaje bíblico, sino en la pradera incierta y sembrada de dudas de la progresía. Gente que opina lo mismo sobre el neoliberalismo, la globalización o la salud reproductiva, que lee los mismos libros o el mismo diario, que se viste parecido, que detesta las mismas cosas y vota por lo general la misma boleta –aunque a desgano unos o con entusiasmo otros–, lentamente va encontrando en él un insólito y ácido motivo de discordia. Es que el hombre despierta entre los habitantes del yogur progre tanto adhesiones enfáticas como abiertos rechazos. Tanto fervores desatados como revulsión hecha y derecha. Hugo Chávez se está convirtiendo en el punto álgido de las reuniones entre amigos, en el tema áspero de las mesas de los bares, en un dique separador de un ancho río que en realidad nunca fue, ay, más que la confluencia de unos cuantos arroyos.
Chávez puede deslumbrar con su oratoria a muchos, pero no a ese psicoanalista porteño que tampoco compra el paquete Kirchner en pack familiar. Puede seducir a muchos miembros de la Corriente Clasista y Combativa o a militantes de base de barrios periféricos, pero no a esa docente de extracción marxista que lo mira con el recelo propio de los que, aunque ya no, alguna vez creyeron a pie juntillas en aquel asunto de la vanguardia iluminada.
–Después de todo es milico –apunta uno que no lo traga.
–Perón también fue milico –anota otro que ya se inscribió en el club de admiradores de la palabra "bolivariano".
–Habla demasiado –señala uno que estuvo en la anticumbre y quedó acalambrado.
–Fidel también habla como mínimo cuatro horas cada vez que abre la boca –compara otro que también estuvo en la anticumbre y cedió al encanto de esa voz de cantante de boleros.
–Quiere protagonismo, goza de ser el nuevo archienemigo de Bush –critica uno que prefiere perfiles discretos y jamás se pondría una guayabera.
–¿Y eso qué tiene de malo? ¿O no es necesario el protagonismo cuando se hace política? –razona otro que estuvo exiliado en México y adora los picantes.
Pero habría que volver al principio de este diálogo imaginario entre habitantes del yogur progre para intentar captar por dónde pasa la principal línea divisoria de aguas entre los que compran a Chávez y los que se detienen en la vidriera, pero siguen de largo. Aunque en rigor, si se tratara apenas de comprarlo o de observarlo, probárselo y decidir que no es de nuestro talle, las cosas no irían tomando el rumbo pasional que toman. Chávez va dejando de ser un excéntrico presidente latinoamericano pródigo en anécdotas políticas tropicales y gestualidad de realismo mágico, para ser un referente con el que Kirchner parece simpatizar más que con Lula o Tabaré. Es decir: Chávez va acercándose.
–Después de todo fue un milico.
–Perón también fue milico.
En esas dos líneas hay escondido un dilema que separó durante décadas a la clase media argentina, y que se fue extinguiendo a medida que el radicalismo se fue volviendo un híbrido y que el peronismo se fue convirtiendo de movimiento en bolsa de gatos. En las épocas en las que los cumpleaños familiares eran saboteados por el antagonismo entre un primo peronista y un cuñado gorila, en esas épocas hiperpolitizadas en las que las discusiones de sobremesa podían alcanzar un tono excesivamente destemplado, emergía de un lado la resistencia a la "masificación" y la "manipulación", y del otro, la sintonía con un enamoramiento del que la izquierda propiamente dicha jamás participó: el incontenible poder de un conjunto basado en un consenso. El que objeta "después de todo fue un milico" recoge el guante de los hijos doctores de inmigrantes que, ya ilustrados y en mocasines, siempre se pusieron pantalla total contra el sol que irradian multitudes de desarrapados que, aquí o allá, en una época o en otra, han protagonizado efervescencias acríticas y lealtades incondicionales a su líder. Por otra parte, quien contraataca con el "Perón también fue un milico" se enmarca en el contexto de quienes escucharon a Perón hablándoles al oído, hablándoles casi de amor, y crecieron y maduraron con la piel sensible al redoble de los bombos y el olor penetrante de las marchas de los trabajadores.
La figura de Chávez, unida a la extracción política del matrimonio Kirchner, reactualiza, dos generaciones después, aquellos puntos de vista. La palabra fetiche que usa tanto la derecha como la izquierda para la descalificación de Chávez es "populismo". Es sabido que el lenguaje ordena el pensamiento, distribuye las cartas, marca las reglas de un juego que no siempre saben que juegan los jugadores. La palabra "populismo" está cargada con el peso específico de un prejuicio político, en el sentido que Hannah Arendt le da a ese saber no personal sino colectivo, que predispone para bien o para mal. Un prejuicio político es –según ella, que les confiere tanto "eficacia como peligrosidad"– un falso juicio que sin embargo "oculta un pedazo de pasado. Bien mirado, un prejuicio auténtico se reconoce además en que encierra un juicio que en su día tuvo un fundamento legítimo en la experiencia". El prejuicio se encarga de arrastrar un juicio a lo largo del tiempo, de deformarlo y de imponerlo como un sobreentendido. En este caso, el prejuicio supone que aquello que se llama "populismo" mantiene entretenidas a las masas, las engolosina con demagogia, pero no se traduce en cambios reales de poder. Eso deviene del prejuicio de izquierda, aunque su equivalente de derecha permite inferir que es precisamente algún movimiento real de poder lo que espanta a las oligarquías a las que siempre han asqueado los "populismos". Precisamente, por una cuestión de clase.
"La política siempre ha tenido que ver con la aclaración y disipación de prejuicios", concluye Arendt. Trasladando esa idea a este momento, el debate colectivo que se hace interesante es efectivamente la revisión de la palabra "populismo". Habrá que desnudarla, abrirla, diseccionarla, como a un sapo que alguna vez algunos se tragaron, ¿pero quiénes? ¿Contra quiénes operó históricamente el "populismo"? ¿Y a quiénes benefició? No vaya a ser que por no revisar ese sapo nos estemos prestando a tragar otro. (Página/12)


Niñez en Argentina. A guiso y mate cocido

16/11/05

A tres años del punto más álgido de la crisis económica y social que vivió la Argentina, guisos, fideos, pan y tortas fritas, acompañando el mate cocido, siguen siendo ingredientes fundamentales en la dieta de millones de alumnos. De acuerdo a las respuestas de los 300 docentes que respondieron una encuesta de APAER, el 73% de los chicos en edad escolar son alimentados por el Estado a base de esa dieta que derrocha hidratos de carbono y que los priva de las necesarias proteínas.

GUISO

Trescientos maestros de todo el país participaron de una encuesta organizada por la Asociación de Padrinos de Alumnos y Escuelas Rurales (APAER). Allí se difundieron datos que obligan a mantener la guardia en alto cada vez que asoman los balances o paisajes optimistas en relación al hambre de los chicos argentinos. María Argentina Ovejero, maestra de la escuela rural N° 20 de Catamarca, dijo que allí se debe alimentar a los chicos a razón de cincuenta centavos por día y por cápita. Desayuno y almuerzo. Gabriel Romero, de la escuela N° 760, del Chaco, se las ve peor: cuenta con treinta centavos para palear el hambre de sus treinta y ocho alumnos, ya que recibe partidas solamente para treinta. Esos datos se replican a sí mismos en otras escuelas y en otros puntos del país. ¿Cómo hacen? El maestro Romero lo explica sencillamente: "No salimos del guiso".

A tres años del punto más álgido de la crisis económica y social que vivió la Argentina, guisos, fideos, pan y tortas fritas, acompañando el mate cocido, siguen siendo ingredientes fundamentales en la dieta de millones de alumnos. De acuerdo a las respuestas de los docentes que concurrieron a este encuentro, el 73% de los chicos en edad escolar son alimentados por el Estado a base de esa dieta que derrocha hidratos de carbono y que los priva de las necesarias proteínas.

"Menos hambre hay", indica Sergio Britos, del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni), "pero difícilmente estemos mejor que hace dos o tres años. Los programas alimentarios llenaron los estómagos de alimentos secos y calóricos, que aportan gran valor energético, pero que no solucionan la carencia de micronutrientes que presenta el 25% de los chicos argentinos".

"Nos encontramos ante un alerta rojo nutricional que debe ser tenido en cuenta porque estamos desarrollando, en estas zonas rurales, una generación de niños físicamente débiles y con un bajo coeficiente intelectual", señala el informe de APAER, que adjunta la serie completa de fichas de las encuestas. De ellas se desprende que sólo el 31,5% de los alumnos come carne junto con hidratos de carbono. Y sólo el 15,3% de los maestros que concurrieron al encuentro respondió que en la dieta de sus escuelas están incluidas las frutas y las verduras. Apenas el 7,2% mencionó alimentos como huevos o lácteos.

En la nota de La Nación, medio donde fue publicado este informe, se deja constancia de que se intentó hablar con el ministro de Salud, Ginés González García, para cotejar estos datos. Pero "nunca fue posible hallarlo", escribe Evangelina Himitian, que firma la nota. Desde el ministerio, en el último año, se ha indicado que hubo un descenso en la desnutrición infantil, y se sabe que la Encuesta Nacional de Desnutrición, que está increíblemente pendiente, recién comenzó a hacerse hace un año. Por eso "resulta muy llamativo que el país venga gastando recursos en programas alimentarios sin tener aún un diagnóstico certero del estado de la desnutrición", apunta por su lado Pablo Vinocur, coordinador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Paralelamente, lo que va de suyo: mientras no se allane el tema del hambre de frente y por los cuernos, es decir, mientras el hambre sea combatida solamente con entremeses baratos que distraigan pero no igualen a los hambrientos en sus capacidades y oportunidades, el tema escolar permanece en un segundo plano, cerrando el círculo altamente vicioso que hace de los pobres padres de nuevos pobres. (Agencia de Noticias Pelota de Trapo)


Una escena diferente

29/10/05

Después de una semana de profusas interpretaciones sobre los resultados del domingo pasado, es difícil asomarse al tema con ánimo de agregar algo. Pero probemos. Probemos con algunos detalles que quedaron colgados en los márgenes de las elecciones, detalles que inauguraron una escena nueva en un país que parecía condenado a la repetición de sus taras. Sólo algunos análisis enchastrados de soberbia pueden leer esos resultados como prueba de la estupidez, la banalidad o la equivocación popular, y no porque las muchedumbres nunca se equivoquen, qué va, si ejemplos sobran, ni porque la palabra mayoritaria, por mayoritaria, sea santa. Pero la mayoría de la Capital, que eligió a Macri, por ejemplo, está lejos de ser una mayoría equivocada: es simplemente una mayoría de derecha que se constituyó en tal sólo porque los dos candidatos progresistas (con todas las comillas, o si se quiere bastardillas, que se le quieran agregar al adjetivo) fueron por separado y dejaron abrirse entre ellos una brecha que no se agotó en matices ni en puntos de vista, sino que adquirió el carácter de duelo de torpes titanes, que es, por otra parte, el juego que mejor juegan los progresistas.
Al margen de estas consideraciones, que Macri emerja como un referente hacia adelante puede significar un reagrupamiento aspiracional de la derecha, por supuesto, pero también puede implicar, ese apellido del pichón empresario, que el horizonte no exhibe, para los que los saben hacer, tan buenos negocios como los que permitió el menemato. Puede implicar, quiero decir, que el capital esté buscando afirmarse políticamente porque en ese horizonte necesita hacer política con sus propias manos, mientras hasta ahora sólo hizo política por encargo.
Volviendo a los resultados, aunque Elisa Carrió elija explicar su performance decepcionante echándoles la culpa, otra vez, a los demás, a esta altura a nadie se le escapa que hay en ella y en sus demonizaciones un desajuste, una presbicia que le impide leer la realidad empáticamente con sus posibles votantes. No es miopía sino presbicia, porque los tiene cerca y los enfoca mal. Y, por otra parte, ciertas dudas fundadas que estaban desparramadas entre los independientes ("¿Serán Duhalde y Kirchner lo mismo? ¿Son falsos estos enfrentamientos? ¿Se tratará de una puesta en escena para que el peronismo sea el dueño de todas las opciones?"), con el correr de los días y sobre todo con la respuesta popular, quedaron dirimidas y, epa, que esto es nuevo: autocontestadas. Con el respaldo de su porcentaje, es decir, con ese movimiento coreográfico de los votos sosteniendo el liderazgo de Kirchner, esas preguntas se contestan con los duhaldistas que empiezan a salir de escena. El voto masivo es el que libera a Kirchner de compromisos con Duhalde. La del domingo pasado fue una de las pruebas más evidentes de la dialéctica democrática. Kirchner juntó poder, suficiente poder como para no necesitar a Duhalde. Y si algo es seguro, es que ese animal político llamado Kirch-
ner no negociará con quien estrictamente no necesite hacerlo. Pero las urnas lo invistieron, en ese mismo movimiento, de un deseo colectivo y de un mandato: ir por más cambio. Si en los dos años que vienen el acento no se pone en la redistribución de la riqueza, el próximo cheque le vendrá rechazado.
Su esposa, Cristina Fernández, no dio ninguna entrevista en campaña. Fue acusada por no rendirse a la inercia de esa puesta en escena televisiva que son los debates, las entrevistas para "exponer ideas", como tanto le gusta recalcar a Macri, que sí frecuentó cuanto programa periodístico o de entretenimiento se prestara a invitarlo. Lo de Cristina fue sin duda una estrategia perfectamente diseñada, pero en ella late también un nuevo modo de plantarse políticamente frente a los medios. Tan a menudo parece que lo mejor que le puede pasar a un candidato es estar en la televisión o aparecer en entrevistas de tapa de los diarios que lo de esta mujer fue desconcertante. Desde el punto de vista periodístico, obviamente, Cristina retaceó la materia prima de la que viven los medios: gente dispuesta a ser noticia. Pero ella fue, sin embargo, la gran noticia. Y, en parte, por haberse mostrado única dueña de su imagen y su propia palabra. No permitió que el sesgo de uno o varios medios le moldearan el perfil. No hubo intermediarios entre su voz y sus destinatarios, que la pudieron escuchar solamente en los discursos de campaña. De esa manera, paradójica y arriesgada, Cristina se convirtió solamente en una candidata. Por los resultados, se infiere que se convirtió en La Candidata.
Esa estrategia de no mediatizarse, de no salirse del registro de campaña, tiene por supuesto sus probables grietas, dando por sentado que los medios de comunicación son una de las patas de la democracia, ese famoso tábano que aguijonea al caballo. Pero el matrimonio Kirchner es caprichoso con algunas cuestiones. El salió a conceder y a respaldar a cuanto candidato le resultara de importancia, mientras ella elegía el perfil bajo cuando estaba trepando a la escasa lista de los presidenciables. No le da ni el carácter ni la historia personal para suponer que tuvo miedo de exponerse. Más bien, parece, esa actitud, un rasgo inaugural y prescindente de usos y costumbres que, por otra parte, si hay que decirlo todo, acompañaron siempre, de un modo acomodaticio y muchas veces ruin, los ritos de la misma política de la que la gente está harta.
Este hombre y esta mujer son de algún modo misteriosos. Son porfiados. Desconfiados. Duros. Todavía, incluso para los que los ven con simpatía, son bastante indescifrables. Sostienen convicciones muy emparentadas con las de mucha gente cuyos líderes fueron cayéndose del mapa de la realidad. Defienden ideas muy cercanas a las de mucha gente cuyos referentes fueron hundiéndose en el barro de la impotencia. No hace falta recordar los nombres. Están frescos y todavía provocan malestar. Este hombre y esta mujer no le tienen miedo al poder: lo desean, lo conocen y saben sus artimañas. No lo disimulan. Y aunque no suene romántico, es esa postura fáctica ante el poder lo que puede hacerlos históricamente interesantes. Si pueden con el poder, claro. (Página|12)


Brasero

(APE).- María Mercedes Ledesma tiene 5 años. La semana pasada dormía, junto a sus cuatro hermanos, en una casa pobre ubicada en Congreso Prolongación del barrio Industria, en Santiago del Estero. Nombres ridículos, paradójicos, patéticos para servir de escenario al drama que ocurrió. Los bomberos reconstruyeron los hechos. Por la mañana, Verónica Divina Chávez, la madre, le pidió a Virginia del Valle, una de sus hijas, que encendiera el brasero. Según la naturalidad con la que consignan ese pedido los cables de agencia, se trató de un acto rutinario, correspondiente, pertinente en el contexto de la vida cotidiana de las pobres casillas del barrio Industria.

La niña encendió el brasero, pero dejó cerca de él un bidón lleno de cinco litros de aguarrás. Al rato, Rodrigo, uno de los hermanos menores, se acercó el brasero, esa temible fuente de calor en las barriadas desahuciadas, y arrojó aguarrás, provocando la tremenda combustión que originó una explosión. Al acercarse Martín Ledesma, el padre de los chicos, vio a María Mercedes, de cinco años, envuelta en llamas. Desesperado, tiró sobre ella un balde de agua, pero el fuego no cedía y la niña seguía ardiendo. El padre finalmente tomó el cuerpo y lo sumergió en un tacho con agua de 100 litros. Allí el fuego se aplacó, pero María Mercedes estaba quemada, tenía heridas en el 85% de su pequeño cuerpo. El padre trató de que la atendieran en diversos lugares del barrio, incluyendo la casa de un curandero, pero el estado de la nena era tan grave que finalmente fue trasladada al Hospital de Niños Eva Perón, de la capital provincial, donde quedó internada en terapia intensiva.

Jessica Soledad, de nueve años, Rodrigo Maximiliano, de siete, Gabriel Alejandro, de ocho, sus hermanos, también sufrieron quemaduras en los brazos y en las piernas. El contexto de esta tragedia no es sorprendente. Es, como el uso del brasero, el que le corresponde por maldición social: los padres viven con el Plan Jefes de Hogar, no tienen cobertura médica y sobreviven con changas esporádicas. María Mercedes se debate entre la vida y la muerte en una cama de hospital.
(Nuevo Diario Web 12 y 13-10-05)


Ellas dos

24/10/05

Nadie puede negarles el carnet del club. Quedaron lejos y extemporáneos los tiempos en que Elisa Carrió, más que lamentarse, se jactaba de jugar en las ligas mayores y no tener marido. Tanto Cristina Fernández como Chiche Duhalde juegan en las mismas ligas, tienen marido y nadie podría negar que las dos son verdaderos cuadros con una impronta propia, aunque esas huellas personales sean tan distintas como lo son los hombres que eligieron, la manera en la que hicieron sus campañas, el lenguaje que usaron, la iconografía que desplegaron, los propósitos políticos que esgrimieron y hasta la ropa que usaron.
Chiche se llama González, pero se deja nombrar orgullosamente Duhalde, a la usanza de aquellas familias bienvenidas que hacen del apellido masculino un sino protector, una marca en el orillo de la que nadie reniega. Eso para no caer en chistes fáciles, es decir, para no asociar la fidelidad al apellido de las viejas familias de la Italia del Sur, la tierra de la que salieron los Corleone, a los que Cristina hizo referencia al principio de la campaña. Ella, por su parte, se llama Fernández y reclama que le digan así. "Cristina Fernández o simplemente Cristina", supo decir hace un tiempo, cuando en los primeros actos iban apareciendo las siete diferencias entre ambas. La verdad, puede que la gente del común por la que se dejaron besar las llamen Chiche o Cristina, pero lo cierto es que en sus respectivos entornos las dos tienen un halo de "Señora" temible, esa Señora que a la que el poder no la perturba ni la intimida: más bien, la condimenta. Fernández o Cristina quería la primera ciudadana que la llamaran, aunque la K la circunde y la resignifique, y sea ella misma uno de los pilares de la era K.
Es curioso, pero mientras Chiche se dejaba llamar Duhalde, Duhalde se quedó en su casa. A Cristina Fernández su marido, en cambio, la secundó en persona y acto tras acto. Los dos –o los cuatro– habrán hecho cuentas y habrán pensado en el rédito de quedarse o de ir. Duhalde está acostumbrado a construir y regentear el poder desde la ausencia, suele declarar cada tanto que su misión está cumplida y negocia, desde lejos o las sombras, una sucesión que nunca es tal. Kirchner, por su parte, llegó al gobierno débil y se fue fortaleciendo en un gesto replicado, aquel gesto inaugural de salirse del protocolo y exponerse, poner el cuerpo, incluida la frente, para que un lamparazo terminara en curita. Y así fue la manera en la que esos dos hombres respaldaron a sus mujeres en esta campaña: uno, haciendo mutis por el foro. El otro, sentándose en los palcos y dejándose convertir en "El", ese apelativo con el que Cristina decidió intermediar el lazo matrimonial. Ese "Usted, Presidente" que le fue dirigido tantas veces, fue un hallazgo que algunos tildaron de grandilocuente o ficcional, pero es que no existe la campaña política sin ficción, no existe la vida real en una temporada en la que los candidatos y las candidatas están obligados a decir, en mil maneras diferentes, "yo soy mejor".
La iconografía que utilizaron ambas también las diferenció, y cómo. Chiche fue con su escudo y con su marcha, siendo doble de riesgo: ¿qué significa en la Argentina de hoy ser el portador del escudo y la marcha? ¿Qué fantasmas se agitan a la hora de ver ese escudo y escuchar ese sonido? El origen glorioso de todo eso, aquel ’45, quedó sepultado bajo el polvo tóxico del ’74 y lo que siguió. Sólo el aparato ama al aparato. Y las riendas que sujetaban a amplios sectores bajo el manto dudoso del apriete o el clientelismo, se aflojan ante una nueva forma de construcción de poder, aunque esté en ciernes, aunque sea verdad que lo único que pasó es que los intendentes del conurbano cambiaron de proveedor, aunque la intimidad del estado de las cosas en la provincia permanezca como siempre, nublada y accidentada. Lo cierto es que allá fue Chiche, cuyo acto de cierre de campaña lo dijo todo: fue en la localidad de Presidente Perón, en un escenario montado en la calle Eva Perón, con música y cotillón de gente que bajó de micros que quedaron estacionados en la avenida Rucci. Todo dicho. Cristina, por su parte, habló en teatros de butacas cómodas, sin grandes movilizaciones, con escenografía austera y papelitos que humanizaban los finales. Quirófano peronista, asepsia K.
Chiche recurrió al sentido común y a la emoción partidaria. Cristina saltó a la racionalidad de un proyecto y entronizó a su marido como el referente capaz de guiar al país en ese trance. Chiche repitió el vestuario y en entrevistas pudo vérsela varias veces con la misma chaqueta de colores neutros. Como una señora de clase media que no tiene reparos en embarrarse los zapatos y que no descuida, a la hora de las preocupaciones, el precio de la lata de tomates. En el discurso elegido por Cristina no existen las latas de tomates. Existen, sí, datos de la macroeconomía que permiten inferir que las cartas está bien echadas y que lo que hace falta es que alguien las baraje de nuevo y las reparta mejor. El resultado parece indicar que, con todas las salvedades del caso, Chiche jugó un juego conocido que no seduce a nuevos jugadores, y Cristina, que no dio entrevistas ni hizo declaraciones, que se empastó de rimmel y lució sus extensiones como una imagen rediviva del ideal de belleza madura no reñida con un mejor promedio, elevó el nivel, se exhibió convencida de pensar lo que dice y prometió un horizonte al que hoy miran muchos más. Después de las elecciones, ahora, con el poder embadurnado de la crema reafirmante de la victoria, es la hora de la responsabilidad con lo enunciado.
(Página|12)


Cuerpos peronistas

01/10/05

El 10 de diciembre de 1983, en la Plaza de Mayo, era difícil hacerse un lugar entre la muchedumbre. Había tanta gente que era preciso hacerse paso rozando, tocando cuerpos. Eran dóciles aquellos cuerpos festivos. Y el cuerpo de uno mismo también. El cuerpo de uno mismo, siempre arisco en la forzada proximidad de los ascensores, siempre incómodo en el lento ritual de las colas bancarias. Los roces ese mediodía no alteraban a nadie. Una mano en la espalda de alguien, un brazo en la cintura de alguien para seguir adelante. La devolución de sonrisas amigables, el espectáculo de los ojos vidriosos y los hijos a caballito. Lo recuerdo así. La plaza inundada de gente suelta y unida. Como una primera vez de calmas burbujas personales en suspenso. Antes había conocido marchas tumultuosas y agitadas por la represión, solamente eso. Como un gran cuerpo colectivo atravesado por la felicidad, ese día se dejaban atrás los años de la dictadura. Y eso era político pero íntimo. Y era íntimo pero era político.
Entonces, de pronto, por la esquina del ex Banco Hipotecario, entró la columna de la JP. Esa gente era distinta. Estaba unida, no estaba suelta. Los bombos parecían parte de sus cuerpos y de sus voces. Honraban a sus muertos con cánticos desgarrados. Venían saltando, o caminando, del brazo, levantando las banderas, venían como un tropel, confundidos unos con otros, amalgamados en ese engrudo de pertenencia enorgullecida a pesar de que su candidato había perdido las elecciones, a pesar de que el cajón que Herminio Iglesias había exhibido en la 9 de Julio, en el acto de cierre de campaña, formaba parte de su mismo idioma. El peronismo se me presentaba en aquella época como un lenguaje pródigo en dialectos. El de Iglesias era uno de esos dialectos. La apabullante marcha de la columna de la JP expresaba otro. Pero el peronismo, en todas sus versiones, era finalmente una dimensión no sólo de la política sino del otro, de las emociones, de los límites, de las clases, de las ideas.
Para los que nunca experimentamos el sentimiento peronista, ese fervor se nos aparece extraño, acerado. Impenetrable. El peronismo representa una identidad política pero abarca territorios personales. Y en esos territorios, el peronismo lo que hace es disolver vallas infranqueables entre personas, contenerlas en un envase multitudinario y profundamente sentimental. Claro que no hay nada más revulsivo que mirar un espectáculo pasional por la ventana, y los no peronistas no hemos hecho mucho más, incluso desde la lenta extinción de lo que durante décadas se llamó "gorilaje", que observar una escena patética entre peronistas que se pelean, se insultan, se acusan, se amenazan. Los peronistas llegaron a matarse. ¿Cómo se explica? ¿Cómo se explica que llevados a ese borde en el que tuvieron lugar las peores de las traiciones y los peores crímenes, algo siga haciéndoles de red, de telaraña que los sostiene?
Ejemplos de contradicciones y miserias peronistas hay de sobra. Pero por eso mismo, quise recuperar en el principio de esta nota y de estos pensamientos aquella visión de la gloriosa columna de la JP haciendo su arribo a la Plaza de Mayo ese día en que se retiraba vencida la dictadura cuyas víctimas, en su mayoría, les pertenecían. Porque para los que no participamos del sentimiento peronista, acceder por un instante a la intimidad de ese goce de pertenencia no es sencillo. No es sencillo ponerse en el lugar de un peronista. Ni pensar con su cabeza. Ni razonar con sus argumentos. Ni prever la elasticidad y el alcance de sus lealtades. ¿No se obliga el peronismo, en todo caso, a un debate profundo y descarnado que revise la palabra "lealtad"? ¿Qué significará, nos preguntamos los no peronistas, la "lealtad" peronista en estos días? ¿A qué horizonte nos enfrenta? ¿A qué chascos nos invita a prepararnos? ¿Se aplica la palabra "lealtad" a las ideas –seas éstas cuales fueren– y a quienes suscriben a ellas, o al "conjunto peronismo", en cuyo caso tendrán razón quienes sostienen que las peleas entre peronistas siempre son una especie de ficción?
Cuando vi entrar a la Plaza a aquella columna de jóvenes de la JP, accedí por unos instantes a esa magia que espejaban. Mirándolos desde una ventana simbólica, pude entender qué los unía, casi qué los emparentaba. Esa fue la gran obra de Perón. Engrudar a la gente. Hacer del peronismo el único teatro en el que tantos tienen localidades. Estaba leyendo, en aquella época, El origen de la tragedia, de Nietzsche. Ese texto complicado y poético en el que el filósofo describe el surgimiento de la tragedia griega como una combinación majestuosa entre dos pulsiones humanas: el impulso de recortarse como individuo y el impulso de confundirse con los otros. Nietzsche se pregunta por qué, en su esplendor, los griegos necesitaron inventar un arte en el que expusieron ante sí mismos todo lo horrible. "¿Hay quizá una neurosis de la salud, de la juventud de los pueblos, de su adolescencia?", se pregunta.
Y me pregunté, mirando a los jóvenes de la JP, si esa amalgama de pertenencia que los unía no tendría el rastro de la embriaguez dionisíaca, si no estaba hecha de esa pulsión humana que necesita fundirse en los demás, rendir culto a lo colectivo, borrar límites personales, ofrecerse en sacrificio a lo superior, disolverse en un todo que contenga a los individuos. La tragedia griega estaba hecha de ese impulso, pero combinado con la pulsión apolínea, la de la moral, la de la templanza, la de la prudencia. Y, especialmente, con la esencia de Apolo: la medida, la armonía, "todo en su medida y armoniosamente". Perón sabía.
Hoy sigue siendo necesario pensar en el peronismo, dentro y fuera de él. Desde adentro, con serenidad y prudencia, porque ya sabemos a dónde conducen los arrebatos peronistas. Y desde afuera, con el respeto que no siempre le tenemos a esa extraña pasión argentina. 
(Página|12)


Pasarse en limpio

25/09/05

La nena ya está grande. Tiene trece, y los temas de conversación son otros. El otro día vino del colegio y comentó:
–Kirchner y Menem son de derecha.
A ella no le interesa la política. La aburren los noticieros y tampoco lee. Como el sentido común indica que no hay que insistirle a un chico para que haga algo –y no correr el riesgo de que no sólo no lo haga sino que lo deteste–, cuando andaba por los seis o siete y vi que nunca pasaba de las dos primeras páginas de los libros que le regalaba, me mostré indiferente. Con eso debo haber logrado que no deteste los libros, pero que los lea, no. Chatea todo el tiempo y piensa en ropa. Por eso me llamó la atención que viniera a avisarme que Kirchner y Menem son de derecha.
–¿Y eso de dónde lo sacaste? –le pregunté.
–Me lo dijeron.
–¿Quién te lo dijo?
–No soy buchona.
–¿Qué te dijeron? ¿Que Kirchner y Menem son iguales?
–Que los dos son de derecha.
–El que te lo dijo debe ser troskista.
–¿Qué?
–De izquierda –dije, para simplificar.
–¿Y vos no sos de izquierda? –contraatacó. Tiene reflejos rápidos.
Así empezó una larga conversación con mi hija, plagada de lagunas, contradicciones y figuras retóricas (de mi parte, claro) y reclamos puntuales de especificaciones (de su parte) en todo lo relativo a la izquierda y la derecha, el peronismo, Kirchner-Duhalde-Menem, Revolución Francesa, guerra de Irak, chicos de la calle, colegios privados, ropa de marca, piqueteros, en fin, no faltó nadie. Los hijos tienen esas cosas: lo obligan a uno a pasar en limpio lo que piensa, incluso lo que uno da por hecho. Explicar, por ejemplo, por qué yo no creo que Menem y Kirchner sean lo mismo y por qué toda mi vida suscribí a ideas de izquierda pero no a un partido de izquierda, implicó hablar de los ’90, de las empresas privatizadas, del consumismo y de la crisis, de derechos humanos, pero especialmente implicó hablar de desempleo, inequidad y pobreza. Y ahí me vi en un brete.
Esta semana los últimos datos del Indec dieron cuenta de lo que se huele en el aire: el crecimiento no bajó, pero la pobreza y la indigencia tampoco. La tendencia de la situación social sigue siendo positiva, pero la mejoría registrada desde 2002 se desaceleró. Este último semestre la pobreza disminuyó apenas un 1,7 por ciento, mientras que la indigencia se redujo en un 1,4 por ciento. Desde la hiperinflación de 1989, a cada crisis le siguió un período de recuperación, como también la hubo esta vez, después del estallido del 2001. Pero desde 1989, cada vez, la mejoría se desaceleró, como ahora. El saldo de cada crisis fue un porcentaje más abultado de la torta social pintado con el rojo de la pobreza: pobres estructurales que ya no esperan ni oportunidades ni capacitación ni que sus hijos tengan chance. Pobres marcados de nacimiento, con una letra escarlata que los ubica en una categoría infrahumana: sus vidas se desarrollan en las márgenes de un sistema que gira sobre sí mismo y cuyos mecanismos funcionan a tracción sangre.
En estos términos, y sin adherir ni una pizca a la comparación que alguien le sopló a mi hija, es precisamente ahora cuando el gobierno de Néstor Kirchner deberá timonear para un lado o el otro. Si un crecimiento económico sostenido no logra traducirse en mayor equidad, si los recursos que genera la economía no rozan a los más indefensos y, todo lo contrario, siguen yendo a parar a la punta de la pirámide, entonces se deberá concluir que hay matices inéditos en este gobierno, como la defensa de los derechos humanos o la limpieza en la Corte Suprema, pero también se deberá tener presente que, en su origen, las violaciones a los derechos humanos y las injusticias subsiguientes surgieron contra quienes luchaban a favor de la equidad. Y es la equidad la llave maestra de cualquier cambio con pretensiones de histórico. Es la equidad el horizonte de la utopía democrática. Es la equidad, en definitiva, el revés de la trama capitalista.
La semana pasada, en Tucumán, en la escuela a la que va Barbarita, aquella niña que lloró en televisión cuando le preguntaron qué había cenado la noche anterior y qué había desayunado esa mañana, los 1500 alumnos no recibieron ni la copa de leche ni el almuerzo. Problemas burocráticos impidieron que esos chicos accedieran al alimento que les corresponde y que implica cuarenta centavos por chico y por día. Los televidentes argentinos ya naturalizaron la desnutrición. Barbarita los conmovió cuando esa palabra quedaba incómoda en una boca argentina y en el granero del mundo. Pero todo se naturaliza, todo se aguanta. Especialmente si le pasa a otro. Los problemas burocráticos de una escuela del norte para darles de comer a sus alumnos son en realidad anecdóticos en un país en el que ya nadie se sorprende de que los chicos vayan a la escuela a comer. Hay 8.957.000 personas pobres y de ese total, 3.168.000 son indigentes. Por ahí me quedé anclada en el ’45, en el ’59, o en el ’83, pero sigo creyendo que ser de izquierda es sentirse responsable por cada uno de ellos. (Página|12)


El yogur

17/09/05

Tuve buena voluntad y no me quise perder el gran acontecimiento mediático del año. Así que el lunes pasado vi La Noche del 10. Aguanté el homenaje a los maestros, la costilla de menos de Thalía, los reportajes bobos y todo eso, pero la visión de Marcelo Tinelli entrando como un emperador romano me dio vergüenza ajena y me dormí. En los días que siguieron me puse a hacer una encuesta entre gente muy cercana, poco cercana y apenas cercana, y aunque preveía el resultado no dejé de asombrarme: la mayoría no lo había visto, y los que lo habían visto habían hecho zapping o habían seguido mirando pero para tener algo que criticar al otro día. Entre mis muy conocidos, poco conocidos y apenas conocidos no hallé ni una sola persona que hubiese disfrutado del show. Ese relevamiento me condujo a una conclusión previsible: vivimos en un yogur. Entero y con fibra, pero un yogur.

Aunque la suma de yogures ateste la heladera, cada uno de ellos no deja de ser una casa de juguete, un ecosistema balanceado, un mundito sin grandes ecos y sin grandes amenazas. Y si aconteciera alguna catástrofe, la enfrentaríamos con alguno de los diez mandamientos freudianos, esos que llevamos inscriptos en las células, esos códigos de barras que nos indican, si un día nos levantamos temprano y nos ponemos muy activos, "estoy maníaco", o si un día nos quedamos en la cama y hacemos fiaca, "me estoy melancolizando".

¿Quiénes formamos parte de esta hinchada yogurtera? Vamos, los que nos quedamos irremediablemente afuera de esos fenómenos que atraviesan índices como el rating, las multitudes, las pasiones populares, el frenesí dionisíaco que embriaga a los porcentajes arrasadores y a las mayorías. Muchos de ellos pueden incluso adorar a Maradona, pero de ahí a comprarle todo el stock de cotillón hay un trecho. Somos tantos que a veces creemos que el yogur es grande, pero es chiquito. Hace poco, un columnista de la sección política comentó que había visto Showmatch. Fue con un afán casi antropológico, porque "me dije –dijo– no puede ser que no tenga la menor idea de cómo es el programa que mira más gente. ¡Es insoportable!". Hay que tener estómago para aguantarse a los chicos haciendo gracias y para soportar los alaridos de Tinelli y esa máscara sonriente de carnaval eterno que tiene puesta en la cara, aunque uno lo estudie como a un talentoso intuitivo que creó su propio poder en los medios a partir de ideas baratas y ese tono de vestuario masculino. La hinchada yogurtera puede analizar el fenómeno, cómo no, y debatir en bares de Palermo la decisión del Grupo Clarín de cambiar de estrategia y canjear la facturación privilegiada del canal de target ABC 1 por un pulso más popular que finalmente le permita reinar sobre Telefé. Hasta ahí vamos bien. Pero sentarnos a ver desfiles de vacas flacas, en esa especie de Feria de la Rural televisiva con modelos en bolas presentadas a los gritos, hay un salto que no damos porque no nos da la estética. La ética habría que ver, pero la estética no.

Lo de Tinelli y Maradona me llevó a pensar en qué otros rubros se delata quien vive en un yogur. Estamos acostumbrados, por ejemplo, a algunos sobreentendidos, como si lo que uno da por hecho fuera ley, y es que, efectivamente, es la ley del yogur. Una amiga mía conoció a un tipo en el cine. Película ambigua, un buen tanque norteamericano. Si lo hubiese conocido, por ejemplo, en un video club de cine de autor, las cosas seguro hubiesen tomado un rumbo diferente. Pero lo conoció a la intemperie, es decir, afuera del envase de yogur. Se miraron, tomaron un café, se dieron los teléfonos. El llamó, hubo una cita. Estaban nerviosos, así que hablaron poco. Hubo atracción y hubo una hora de los bifes que funcionó bastante bien. Hubo una segunda cita, y él, que era, parece, muy atento, la quiso sorprender... con un CD de Luciano Pereyra. Ella me llamó inmediatamente después de pretextar una jaqueca irresistible y de mandarse a mudar a su casa. Traté de convencerla de que no se puede descartar a un hombre solamente porque viene con un CD de Luciano Pereyra. Ella contraatacó: "Sé honesta. ¿Vos qué harías?". Me rendí.

Afuera del yogur hay muchas cosas. Cito algunas: uñas esculpidas, pelucas, botas texanas, Coelho, Canal 9, anillos de compromiso, Macri-López Murphy, carteras de Vuitton, Versace, Radio 10, entretejidos, anabólicos, mucamas con uniforme, Bucay, la revista Gente, el catecismo, gemelos con iniciales, trajes a medida, autógrafos, llamados a programas de televisión, llamados en el día del amigo, tarjetas navideñas, pedidos de mano, bailanta, bótox, viajes en clase ejecutiva, Ricardo Montaner, Jorge Rial, Pancho Dotto, curanderos, rosarios, remeras con la leyenda Amo Miami, colágeno, promociones de marcas líderes, estampitas, sky en vacaciones de invierno, pegamento, militares, tapados de zorro, anillos de brillantes, Menem, techos de chapa, planes Jefe de Hogar, cuentas en Suiza, la Bristol, el golf, quiniela, patines para no rayar el piso plastificado, Gerardo Sofovich... ¿Sigo?

Me costó hacer la lista porque aunque parezca mentira el yogur es pequeño pero a su vez, como una mamushka, contiene yogures todavía más pequeños. Hay grupos, subgrupos, subsubgrupos que, hilando fino, pueden tener códigos tan rígidos que expulsen, por no ser "del palo", a los del yogur inmediatamente anterior. Y nuestras excentricidades suelen ser tan insólitas, que hasta es posible volver al principio, y encontrar a alguno que fue y volvió antes que nosotros y nos sorprenda confesándonos que Chiche Gelblung es lo más. (Página|12)


Qué clase

16/01/02

"No sólo me quitaron mi dinero. También me están quitando mi tiempo", dice, serena, una anciana de pelo platinado mientras cumple su quinta hora de espera en la cola de un banco. Es la tercera vez que viene, y será la tercera que se vaya sin cobrar. La crisis puso tanta putrefacción sobre la mesa, que corremos el riesgo de que este estado de cosas putrefacto se naturalice, que nos habituemos a ver viejos desmayados, que aprendamos a saltarles por encima si en el camino nos topamos con uno. Después de todo, eso y no otra cosa es lo que hemos venido haciendo con otros, ¿o no era como saltarle por encima a un viejo desmayado aquello de mirar con desdén y hasta con asco, incluso, a los pibes que pasaban el trapo en los limpiaparabrisas de nuestros autos? ¿O no era como saltarle por encima a un viejo desmayado aquello de irritarse con los maestros, los estudiantes o los estatales que cortaban la calle? ¿O no era como saltarle por encima a un viejo desmayado sentir fastidio porque los piqueteros nos arruinaban el week-end quemando neumáticos en las rutas?
"No sólo me quitaron mi dinero. También me están quitando mi tiempo", dice, serena, la anciana de pelo platinado. Habla en sentido literal: es su tercera cola inútil en el banco, y cinco horas más cinco horas más cinco horas son un día entero de la vida que ella vive despierta, y con esa lucidez de los viejos ella dice: me están quitando lo que me quedaba por vivir. Me están quitando lo que yo había planeado para mi vejez. Me están quitando mi libertad.

Es en este punto donde verdaderamente estalla este modelo, surgido de quienes en algún momento nos hicieron creer que estaban privilegiando la libertad por sobre la igualdad. Se sabía -y el que no lo sabía era porque barría sus propias cenizas abajo de la alfombra- que somos una sociedad que desde que se sacó de encima a las botas, hemos generado alternativas políticas que lentamente fueron eliminando hasta de su discurso la idea de la igualdad: ¿quién se animó a hablar de igualdad en estos años? Y ¿a quién le hubiese interesado escuchar hablar de igualdad?

Nos embobamos con la idea de la libertad como un valor que nos indujo a ser libremente descerebrados. Creímos, banalmente, estúpidamente, que éramos libres porque untábamos nuestras tostadas con mermelada húngara o porque nuestros hijos nos pedían un viaje a Orlando y eso no sonaba descabellado. Cómo son los chicos de hoy, pensábamos, piden un viaje a Orlando como quien pide una pizza. Creímos, aun sin decírselo a nadie, que éramos libres porque comprábamos microondas en cuotas y porque nos habíamos mudado a un edificio con gimnasio y solarium.

Y ahora, mientras salimos a la calle con ollas de teflón, mientras el modelo estalla, todo esto otro nos estalla en la cabeza. Primero vinieron por los lúmpenes, después vinieron por los desocupados, más tarde vinieron por los maestros y los estatales y los piqueteros, y ahora vienen por nosotros. Claro que es tarde.

Una tara genética de la clase media yace en su propio imaginario, que habría que rastrear en la asombrosa capacidad de negación de esos abuelos inmigrantes que quemaron las naves. La clase media se ve más bella de lo que es. Se ve más flaca. Se ve más rubia y más europea de lo que es. Se ve más educada. En ese imaginario tarado que en mayor o menor medida todos llevamos incorporado, la clase media siempre ha creído ver su destino atado al de los de arriba, y siempre ha despreciado a los de abajo. Que ahora nos estalle la cabeza es bueno. Es doloroso, pero es bueno. La verdad nos dirá de nosotros mucho más que las sirenas noeliberales: somos gente pequeña, miembros de una clase insegura, habitantes de un país inexplicable, gente negadora, pobre gente, cuyos sueños fueron inabarcables, pero ahora caben en un garbanzo. Y en el mejor de los casos seremos gente dispuesta a mirarse al espejo y a admitir que no sólo la clase política argentina se ha comportado de una manera miserable. (Página/12)


EE UU en guerra

03/03

El domingo 23 escuché en el lapso de una hora, en tres canales distintos y en boca de periodistas que la pronunciaban en diferentes sentidos, la frase según la cual "la primera víctima de una guerra es la verdad". No sé a quién pertenece, pero no recuerdo haberla escuchado con tanta insistencia, tanta fruición, tanto afán en otras guerras. Y ese mismo día, con la respiración cortada por las imágenes que Al Yazira puso al aire y que mostraban con más crudeza que los cuerpos de los estadounidenses muertos el pánico inyectado en los ojos de los estadounidenses tomados como prisioneros, tuve la rara certeza de que hay ideas que suben a la superficie de la conciencia colectiva recién cuando se quiebran, cuando estalla la paradoja que encubren, cuando se asientan en un debilitamiento de su propio sentido. Quiero decir: seguramente la primera víctima de toda guerra es la verdad, pero también, seguramente, el hecho de que en esta guerra esa frase sea tan frenéticamente revisitada indica que esta vez al menos una forma de la verdad está pugnando por encontrar, literalmente, su aire.
La semana pasada la televisión francesa emitió un documental sobre la señal Al Yazira, desde su sede en Qatar. Por esos burdos estereotipos made in Washington que sobrevuelan nuestras mentes, me imaginaba otra cosa. Esos estereotipos han logrado que asimilemos "lo árabe" con la metralleta trabada, los hipotéticos laboratorios de los que saldrán bichos minúsculos a contaminar Occidente, el turbante harapiento flameando en el desierto, la oración desquiciada con mirada a la Meca, el poderío nuclear disimulado en búnkers de puertas oxidadas, en fin, el cómic negro para dar cuenta de miles de Bin Laden diseminados al otro lado del mundo. La entrada de Al Yazira, con sus letras doradas, su tecnología impecable, sus periodistas formados en capitales europeas, el tráfico incesante de información, el tono hiperprofesional de sus presentadores, la elegancia y la pulcritud de sus instalaciones, las camisas de corte perfecto de todos sus empleados, todo eso, ubicado en el extremo opuesto del pasquín mecanografiado o el video movido surgido del voluntarismo ideológico, me dio una idea más realista de esto que está pasando y que comenzaría a pasar mucho más crudamente dos días después, con esas imágenes de los soldados estadounidenses muertos o prisioneros dando la vuelta al mundo: un contrapoder informativo, sostenido no por los árabes desharrapados sino por los dueños de la riqueza regional, se ha convertido ya en un factor desestabilizante de la historia oficial que hemos consumido a lo largo de los años cada vez que a los marines del Norte se les ocurría ir a impartir lecciones de civismo a algún lugar exótico.

Los analistas proestadounidenses no decían que "la primera víctima de la guerra es la verdad" cuando la verdad era la de la cnn. No se preocupaban por "la manipulación de la opinión pública" cuando los manipuladores eran ellos. Ahora se escandalizan. Chillan por lo que la televisión iraquí muestra y Al Yazira amplifica, porque así como Bush se autonombró presidente del mundo, ellos se autonombraron editores de lo que la gente puede o no puede ver. Las imágenes de los civiles muertos y heridos, así como las de los soldados estadounidenses muertos o prisioneros, los han sumido en un estupor peligroso. Retroceden para adelante, como siempre. Ahora bombardean las antenas de televisión iraquíes. Ahí tienen otra prueba de que lo que Estados Unidos le hace a Irak se lo hace al mundo: bombardean el derecho a la información mundial.

Fue muy fuerte ver los cuerpos inermes agujereados, desvestidos, ya ausentes de esa escena que los reenviaba al mundo para mostrar una parte de la verdad antes escamoteada. Pero fue mucho más fuerte todavía el casi existencial interrogatorio al que eran sometidos los prisioneros: "¿Cómo te llamás?, ¿de dónde sos?, ¿y por qué estás aquí en Irak?". Todos contestaban: cumplo órdenes. Eso era todo, pero alcanzó para que quienes dieron esas órdenes, Bush, Rumsfeld, Blair, comenzaran a desgranar la estúpida pantomima argumentativa según la cual pareciera que es ésta una guerra en la que sólo un bando tiene derecho a guerrear. La apelación a la Convención de Ginebra sonó obscena en boca de quienes se han burlado de todos los consensos internacionales. Cierta locura deambula por sus cerebros. Cierta desmesura delirante. Se han dado máquina entre cuatro y ahora ahí tienen los muertos, los prisioneros temblorosos que no saben por qué están ahí en Irak, el contrapoder informativo consolidado y competitivo de una señal árabe perfectamente entrenada, tanto y tan bien como la CNN, para mostrar la parte de la verdad que les convenga.

Es cierto que la verdad es un bien escaso en una guerra, pero ahora que la estamos repitiendo, la frase es menos cierta que cuando Estados Unidos mató a miles de afganos buscando a un fantasma que nunca encontró, o cuando inflamó el Golfo Pérsico hace una década. Que sepamos que la verdad es esquiva en una guerra es un hecho que conspira contra los intereses de Bush. De algún modo, una rápida y eficaz victoria estadounidense lo que pondría de manifiesto es la verdadera naturaleza perversa de esta guerra: si ganan fácilmente, significa que Sadam no tenía necesidad de ser desarmado. Dios o Alá nos protejan de las decisiones que se tomen allá arriba (en el Norte, no en el cielo) cuando adviertan que es necesaria alguna catástrofe para volver a insuflar patriotismo entre los carpinteros y los plomeros estadounidenses. El filósofo esloveno Slavoj Zizej, que estudia el cine catástrofe estadounidense no como un producto cultural sino más bien como un síntoma social, advertía hace unos meses que en cierto modo las catástrofes funcionan en Estados Unidos como un moco ideológico: ante ellas los estadounidenses se reenamoran de sí mismos. Los árabes no han desarrollado aún tanto y tan bien su industria cinematográfica, pero las catástrofes reales a las que son sometidos desde hace décadas les han permitido, parece, desarrollar el arma con la que Estados Unidos no contaba y que puede ser decisiva: la de la información. La primera víctima de esta guerra ha sido, enhorabuena, la verdad monopólica estadounidense. (Brecha, Uruguay)


Nosotros

Fue tan lenta y brutalmente que la política se alejó de la gente, que el miércoles, cerca de la medianoche, cuando la imagen de un patético Fernando de la Rúa se esfumó de la pantalla, cuando instantáneamente el estruendo de las cacerolas empezó a hacer resonar su eco metálico en decenas de miles de balcones, cuando poco después todos salieron de sus casas y en cada esquina y en cada avenida los vecinos empezaron a confluir en la termita indignada que forzó la renuncia de Cavallo, cada uno sintió que aquello no alcanzaba, que tampoco alcanzará la renuncia del gabinete ni la de De la Rúa. Cada uno lleva sobre sus hombros la sensación de que hay que empezar todo de nuevo. De que hay que refundar.
La visión de los saqueos durante todo el día, la amenaza de las tristes batallas de pobres contra pobres, el caldo de cultivo para que nazcan serpientes de estos huevos, la certeza de que allá, intramuros, en algunos despachos, otra vez –¡otra vez!– había quienes intentaban pactar alguna innoble repartija sobre los cuerpos calientes de los muertos y sobre los cuerpos todavía más calientes de los vivos, todo eso y mucho más afloró en la conciencia colectiva. Nos han robado, nos han estafado, nos han mentido, nos han manoseado, pero anoche pareció que así y todo no nos han destruido.
¿Será ahora? ¿Será ahora que podamos barajar y dar de nuevo? En la madrugada del jueves, las multitudes, repartidas en manzanas, en barrios, en esquinas, estaban sorprendidas de sí mismas. Una fuerza superior y más potente que cada quien estaba operando ese hecho histórico. No hubo consignas más allá de aquellas que mandaron al carajo a estos tipos. No hubo otras banderas más que la azul y blanca. No hubo atropellos ni desquicio, salvo contados incidentes seguramente atribuibles o bien a gente arrancada o bien a gente al servicio de la confusión. Los ciudadanos se reconocían entre sí. Azorados de sí mismos, de ser tantos, de estar tan bien sincronizados con el arma inocua pero atronadora de sus tenedores y sus tapas de olla, de pertenecer, ahora sí, por fin, nada más y nada menos que a un pueblo que ha dicho basta, a un pueblo que aspira a la revolución que significa sacarse de encima a los ladrones, a los charlatanes, a los miserables. Un pueblo que está agotado de los males menores. Es con ese cuento que hace años que nos vienen violando.
Esas multitudes espontáneas desparramadas por todo el país siguen sorprendidas de su propia magia: sin consignas ni banderas ni líderes ni nada más que esta atronadora presencia en la calle, empezó a tomar forma la palabra nosotros. Si nos salvamos, será pronunciándola. (Página/12)


Vidas de papel

31/01/05

Detrás del club Santa Catalina, en Luis Guillón, partido de Esteban Echeverría, hay un manojo de casas de papel. O cartón o chapa, o madera o junco, o cualquier cosa: esas casas se han ido construyendo con las sobras de otros. Ahí, a la vera del club Santa Catalina, gente con nombre y apellido como Marcelo Sánchez o Javier Quintana o Juan Ferreira venían pidiendo a la municipalidad que les sacara literalmente de encima unos eucaliptos centenarios que amagaban con venirse abajo, poniendo en peligro a sus familias. El municipio no contestaba, y no es difícil deducir por qué: a los árboles centenarios hay que cuidarlos, hay consenso generalizado, a esta altura, sobre el valor ecológico de un árbol centenario. Un árbol que tarda tanto en crecer, un árbol testigo de un siglo. A los niños se les enseña en las escuelas el valor de los árboles, sobre todo de los árboles centenarios. Hay que respetar a la naturaleza. Amarla como a una diosa madre tantas veces vulnerada. Pero esos eucaliptos que se agitaban amenazantes con los vientos no dejaban dormir tranquilos a los jefes de esas familias, que vivían en casas precarias pero no eran familias precarias. ¿Cuántas veces se confunden una cosa y la otra? ¿Cuántas veces todos creemos que en casas sólidas viven familias sólidas y en casas prefabricadas familias prefabricadas? Un día Juan Ferreira se hartó de temerles a los árboles, y a machetazos se deshizo de uno. El municipio lo multó. Esa gente. Cuenta la leyenda que cuando les dieron parquet lo levantaron para hacerse un asado. Ahora talan los árboles centenarios. No entienden, no entienden.

No se sabe de qué trabaja Marcelo Sánchez, otro de los vecinos, pero salió a medianoche para el trabajo y regresó a su casa nueve horas después. Fue la larga noche del temporal. De lejos vio a los bomberos y a la ambulancia. Era cierto. ¿Era cierto? ¿Podía ser cierto? ¿Podía pasarle eso a alguien? Sí, podía. En el reino de las casas de papel los árboles centenarios pueden caer sobre ellas y aplastarlas. Lo dice la leyenda de los pobres: a ellos puede pasarle cualquier cosa. El árbol había caído en plena madrugada, y había matado a su mujer y a dos de sus hijos, dos bebés, que dormían abrazados. Se salvó solamente la mayor, Micaela, de 4 años, que fue encontrada por un vecino entre el tronco del árbol derrumbado y una pared.

Está bien que a los niños en las escuelas les hablen del valor de los árboles centenarios y del respeto a la naturaleza. Y está bien que no haya árboles pobres y árboles ricos. La naturaleza establece su democracia. Un árbol es un árbol. ¿Y un hombre? ¿Y una mujer? ¿Y un niño? ¿Valen todos lo mismo, están hechos todos ellos de la misma fibra y los mismos humores, o hay algunos de carne, hueso y dignidad, y otros de papel, como sus casas? (APE - Clarín)


Intimidad

Uno de los ensayos que el novelista norteamericano Johnatan Franzen compiló en su libro Cómo estar solo trata sobre la intimidad. Termina, ese texto, con Franzen mirando por la ventana de su departamento: ve que en el edificio de enfrente, una pareja se prepara para salir. El hombre se pone su camisa blanca y mira televisión mientras su mujer se pasea por el living con una toalla en la cabeza y una bata blanca. Mantienen entre ellos diálogos cortos, probablemente informativos: puede ser que el hombre le esté preguntando a ella cuánto tiempo tardará en estar lista o que ella le esté preguntando a él quiénes irán a la fiesta. El hombre no termina de vestirse: algo en la televisión le ha interesado. La mujer sale del living y al instante vuelve a entrar, todavía con el turbante de toalla en la cabeza. Se repasa las uñas con un esmalte cuyo color Franzen no logra distinguir, pero que seguramente es rojo. El matrimonio no se mira. El le responde lo que ella le pregunta sin despegar los ojos de la pantalla y ella lo escucha sin dejar de mirarse las uñas. Franzen está ante una escena de la más completa intimidad. Después de un rato, que el hombre ha aprovechado para terminar de ponerse su traje, irrumpe la mujer y es casi otra: se ha peinado y lleva puesto un vestido sin breteles amarillo que le realza los hombros. Piensa, Franzen, mirando esa ventana cualquiera de Nueva York, mientras el hombre y la mujer apagan las luces del departamento antes de salir: ahí van, hacia lo público.
El ensayo de Franzen sobre la intimidad contiene varias líneas de pensamiento interesantes. Una de ellas es que el frenesí con el que la sociedad norteamericana defiende el derecho a la intimidad no sólo señala y enfoca uno de los grandes desvíos de la época (el que reúne, en un solo movimiento, la idea de intimidad con la idea de libertad, cuando la idea de libertad es muchísimo más amplia), sino que además encubre esa quisquillosidad con la que sin embargo se soportan cada día nuevas y más sofisticadas tecnologías que irrupción en la intimidad, una carencia aplastante y de la cual pocos se quejan: la minusvalía de la esfera pública. Franzen redactó ese ensayo cuando el informe sobre el escándalo Clinton-Lewinsky atraía la atención de la opinión pública. Y, como ciudadano, se declaraba "invadido" por información privada (sexo oral, vestidos manchados de semen, infidelidades, etc.) que no estaba interesado en saber. Un malestar impreciso lo recorría: cualquier adulto sabe que el sexo cruza las fronteras de oficinas y despachos, pero, decía, "como adultos que somos, ¿no podemos fingir que nadie mira?". Lo que Franzen ensaya es un pedido de esfera pública respetuosa de las convenciones con las que una sociedad la inviste. Pero el problema con la sociedad norteamericana –inscripta en una tendencia que ella misma lidera– es que desde hace décadas se viene reformulando esa convención que define lo público: podría decirse que hoy la convención incluye sexo. Lo incluye hasta la guerra, de la que los norteamericanos extrajeron, pese a cualquier previsión, fotos porno.
¿A qué se le llama, en estos días, "intimidad"?, se pregunta el autor. Y se contesta: "Al derecho a que te dejen en paz". Comparando la vida cotidiana de cualquier habitante de un pueblo o ciudad pequeña del siglo XIX con la de alguien cualquiera de una urbe contemporánea, es fácil advertir que la noción de intimidad ha salido triunfante. Las vidas antiguas –y las actuales, todavía, en ciertos pueblos– eran estrechamente monitoreadas sin necesidad de tecnologías. Lo privado no gozaba de ningún status que supusiera necesidad de "protección". El culto a la intimidad, no obstante, ese derecho que unánimemente se defiende para hacer con la vida privada cualquier cosa que no provoque daños a terceros, no impide que las mismas sociedades contemporáneas que han generado ese culto generen en paralelo vidas privadas extraordinariamente tediosas y vacías. Cuando se apaga la luz, para la mayoría de los sujetos contemporáneos no se enciende nada. La noción de la intimidad es un falso resplandor sobre conductas rutinarias y mecanizadas, sobre vidas privadas, privadas también de ese tipo de accidentes (romances, deslices, vértigos, ardores) que el público consume a granel en programas del rubro y, en Estados Unidos, en best sellers en los que un ex presidente, por ejemplo, detalla cómo fue la primera vez que se dejó inflamar por la becaria. El goce de la intimidad ajena reemplaza el tedio de la propia. Miren el living de enfrente: verán una escena verdaderamente íntima. El hombre mira televisión. La mujer lleva los platos a la cocina.


Los Roldán contra la exclusión

Hace poco le escuché decir a Gerardo Sofovich, refiriéndose a Los Roldán, que "los éxitos no se critican. Los éxitos se interpretan". Aunque agregó:"yo solamente señalaría algo que me parece delicado, haría una crítica sobre algo en lo que no sé si la producción ha reparado: hacen quedar a los ricos como malos y a los pobres como buenos".

Me llamó la atención, porque los reparos que había escuchado hasta ese momento acerca de la tira con más éxito este año siempre habían merodeado la pareja que poco a poco -y sin previsiones demasiado puntuales del guión- fue convirtiéndose en la de mayor protagonismo: la integrada por Gabriel Goity -en la ficción, el empresario Emilio Uriarte de la Casa- y por Florencia de la V -ex Raúl Roldán, actual Laisa Roldán-, travesti en apuros porque su enamorado tarda demasiado en advertir lo que para cualquier cristiano es evidente a una cuadra de distancia: que Laisa es exactamente lo que parece, alguien que una vez se llamó Raúl.

Esos reparos replicaron las polémicas desatadas en la Capital Federal hace un par de años, resucitadas recientemente cuando se volvió a discutir el Código de Convivencia, aunque ha pasado mucha agua bajo el puente (inversamente proporcional a la mugre que se esconde abajo de la alfombra). Cuando irrumpieron las travestis en la escena pública, lo hicieron pegadas a la oferta callejera de sexo, el trabajo al que, según decían ellas en los programas televisivos a los que eran invitadas (porque lo que revuelve las tripas en la esquina de la casa, entusiasma y da rating en la pantalla del living), estaban condenadas: ¿Quién iba a darle trabajo de otra cosa a una travesti?

Claro que no hay cajeras de supermercado travestis, ni empleadas bancarias travestis, ni preceptoras de colegio travestis, ni vendedoras de seguro travestis.

Y eso es algo en lo que, parafraseando a Gerardo Sofovich, acaso la producción de Los Roldán no haya reparado, y que constituye indudablemente un mérito de la tira: Laisa Roldán está muy lejos del universo de la prostitución, y ya lo estaba cuando su familia era pobre y sobrevivían todos a los tumbos, gracias a un puesto de fruta y verdura en el Mercado Central. Laisa siempre estuvo muy lejos del universo de la prostitución porque siempre fue aceptada por su familia, porque los suyos, aun "soportándola", nunca cuestionaron su identidad sexual.
El guión de Los Roldán nunca subrayó este aspecto, simplemente lo mostró. El guión expone otras "virtudes" de esa familia pobre premiada por un golpe de suerte: son familieros, buenos amigos, leales, honestos, sinceros, en fin, encarnan toda esa gama de adjetivos que recorre el abanico de "los buenos", pero de entrada Laisa fue una más, una tía para sus sobrinos y sobrinas, una hermana para el hermano que solamente cuando está fuera de quicio vuelve a llamarla "Raúl". Laisa es una travesti incluida en su familia, una persona con derechos. Y es en este sentido que el personaje opera de un modo reivindicatorio, y de la mejor manera: no explicando las buenas intenciones sino sencillamente poniéndolas en acto.

Hace algunos años las travestis, al menos en la Capital Federal -donde proliferaron no solo en las zonas rojas sino también en marchas y manifestaciones- todavía llamaban la atención de los chicos y ponían en apuros a padres y madres con cierta dificultad para explicar la variopinta gama de posibilidades de la especie humana. Hoy cualquier chico llama travesti a una travesti, y ha quedado reservada la toma de posición sobre la identidad sexual de esta minoría apenas en el artículo, femenino o masculino, que se le ponga. Quien enfatiza que Florencia de la V es "un" travesti "lo" mira con malos ojos. Quien le regala el femenino que ella desea para sí, la acepta.

Más allá de estas consideraciones, Los Roldán es una tira que pasará al olvido apenas los picos de audiencia comiencen a declinar. El concentrado de ignorancia y de brutalidad que se reserva la familia Roldán, más el concentrado de cinismo y malas artes que practican los Uriarte, el clima chillón permanente y el griterío sin respiro no la hacen soportable para muchos mayores de quince. Si a eso se agregan las nuevas invasiones bárbaras, que son las Publicidades No Tradicionales insertadas en el propio guión y que convierten a los personajes en locutores y a la tira misma en una tanda publicitaria, somos muchos los que optamos a esa hora por ver a Pettinato. Pero quizás, como balance, debería dejarse constancia del mérito de haberle encontrado un lugar digno a un personaje como Laisa, y lo deseable que sería que esta sociedad les encuentre lugares así de dignos a todas las Laisas que habiten el suelo argentino.


Como el culo

11/01/04

Podría decirse que el culo nos iguala, por no decir que es democrático, porque no lo es.
Lo tienen todos sin distinción de clases sociales, razas, nacionalidad, género e ideología. Pero no lo tienen todos en las mismas condiciones, y por eso no es democrático: hay una jerarquización evidente de un tipo de culo veraniego con características bien marcadas. Redondo, casi irrespetuoso en esa redondez. Simétrico y relleno, pasmoso y disponible.
Es una lástima, porque culo tiene gente de todas las edades, pero no sirve de nada tener uno si no se corresponde con la idea del Gran Culo que instalan cada verano las revistas de actualidad y los programas veraniegos. Ese símbolo cada vez más excluyente de la sexualidad pimpante debe tener menos de treinta, acaso porque como decía Scott Fitzgerald –refiriéndose a otra cosa–, "las mujeres terminan a los 23".
El verano obedece a leyes intrínsecas y traseras. El otro día por radio, Ernestina Pais me preguntaba qué es "in" y qué es "out" este verano K, en el que uno podría presumir que las rubias teteadas vía bisturí y encajadas de prepo en jeans aleopardados como aquellos que otrora lucía Liz Fassi Lavalle han pasado de moda política. ¿Qué se lleva si ya no se lleva el cuatriciclo y el celular colgando del short o la bikini? ¿Qué hay para ver si ya pasó la pizza con champán y el sushi?: culos.
Revistas bobas y revistas inteligentes, programas mañaneros, vespertinos y nocturnos, todo el engranaje de la liviandad que se postula cada enero y febrero, se rinde y se turba ante el culo de Pampita o el de María Eugenia Ritó. Es de suponer que los editores y los programadores están pensando en lo que espera el público de esos medios cuando seleccionan las notas. Pero es un poco raro que crean que en enero y febrero los que compran revistas y miran televisión son solamente hombres en búsqueda de la Erección Permanente. El sociólogo español González Gil, en su libro Medias miradas, hace un paralelismo entre el consumo social del cuerpo femenino y el tratamiento de los alimentos descrito por Levi Strauss en Lo crudo y lo cocido. Afirma, más o menos, que así como la cocción de los alimentos para algunas civilizaciones tempranas significaba la obtención de comida más para "ser pensada" que ingerida –es decir: el alimento cocido aporta "una idea de sí" a quien lo cocina, lo extrae del lugar del salvaje–, también "la cocina" –la producción– del cuerpo femenino en los medios está destinada a construir "una mujer para ser pensada" por el espectador, pero en base a su propia necesidad de ser constante e infatigablemente estimulado, siempre inducido y alentado a conseguir esa nueva y esquiva utopía de la Erección Permanente.
Acaso porque por definición se busca lo que no se tiene, o porque en materia de sexualidad –Foucault dixit– casi nunca lo que abunda es lo que hay, esta sobreabundancia de culos tal vez nos esté diciendo que esta nueva utopía de la Erección Permanente de lo que está hablando es de una mala relación entre los hombres contemporáneos y su intimidad.
Mientras el verano K transcurre como si aquí no hubiese pasado nada, y la parva de estupideces que prodiga el calor amenaza con taparnos hasta el cuello con peleas entre vedettes, castings de vedettes, concheros de vedettes, peleas entre modelos, castings de modelos y culos de modelos, mientras la estética del porno soft copa el horario de protección al menor y los mayores necesitarían autoprotegerse de sus propias preferencias, dos imágenes de mujeres en el extremo opuesto de la fanfarria culona veraniega surgen contundentes. Sus protagonistas probablemente estén excedidas de peso, pero las dos tienen un carácter de síntoma que es saludable leer. La jueza Carmen Argibay consiguió violar la ley no escrita de los medios según la cual cualquier cosa interesante, en enero y en febrero, pasa en Punta del Este, Cariló o Pinamar. La postulante a la Corte Suprema obligó a las redacciones y a los canales a desviar a sus enviados y a trasladarlos a Miramar. Desde allí, el marco fue coherente con los postulados de Argibay. Por su parte, al asumir en su cargo en el PAMI, Graciela Ocaña, cuando le preguntaron si va a renunciar a su banca, dijo: "Si mi gestión en el PAMI es mala, yo no tengo retorno a la política". En un país en el que los políticos tuvieron retorno de todo tipo, sobre todo a la política después de malas gestiones, esa declaración de Ocaña es un principio.

Aunque el frenesí mediático veraniego se empeñe en seguir domesticando el cuerpo femenino para hacerlo entrar en los cánones de la utopía de la Erección Permanente, las mujeres son algo diferente de ese cuerpo femenino descompuesto en una sola de sus partes. Algo diferente de ese estímulo agotador que no da respiro y al que le está vedado el paso del tiempo. Algo diferente y algo más que ese recorte producido y puesto al alcance de todos para crear la sensación de que "eso" y "solamente eso" es una mujer. (Página|12)


Qué querrá decir una trenza en la cabeza de una nena pobre?

Subte D

Subte D, viernes, ocho de la noche. No mucha gente. Ya pasó la hora pico. Todos los asientos están ocupados, pero no son tantos los que van parados. Entre ellos hay un pequeño grupo de turistas norteamericanos muy jóvenes, cuatro o cinco. Hablan muy fuerte su lenguaje gomoso que parece extraído de HBO. En la estación Tribunales suben tres nenas pobres y desarregladas, aunque a ninguna de las tres les faltan sus trenzas. ¿Qué querrá decir una trenza en la cabeza de una nena pobre? ¿Qué mano y con qué propósito la habrá hecho? ¿A qué hora? ¿Habrá, esa mano, acariciado esa cabeza después de terminar de hacer la trenza? Dejan este tipo de dudas estas nenas. Una de ellas empieza a cantar una canción de Ricky Martin. Canta muy mal, pero su voz aflautada llena el vagón y, apenas termina, comienza su recorrido para recolectar monedas. Las otras dos nenas la siguen, como excéntricos guardaespaldas. La nena estira la mano ante un oficinista con cara de agotado. El mete la mano en el bolsillo y extiende cincuenta centavos. La nena agarra la moneda, pero en lugar de embolsarla y seguir su recorrido, agarra también la mano del oficinista, que se pone ligeramente en guardia. La nena se estira hacia la mejilla de él. Estampa un beso ahí. El oficinista sonríe. Dice: "De nada", porque la nena después del beso le dijo: "Gracias". La nena sigue el recorrido en la misma fila de asientos. Todos los pasajeros dan monedas y con todos se repite el rito. Gracias, de nada, beso.
"Increíble", dice uno de los norteamericanos. No les resulta increíble la pobreza, ni la mendicidad infantil, sino el contacto físico al que ninguno de los pasajeros de ese asiento se ha resistido. Les resulta increíble que mejillas oficinistas, tribunalicias o universitarias –ya vamos por la estación Facultad de Medicina– se ofrenden para esa ceremonia que, a juzgar por las caras de todos, les resulta, se diría, hasta reconfortante.
"¿Acaso soy el guardián de mi hermano?", le dice Caín a Dios. El filósofo Emmanuel Lévinas, en Filosofía, justicia y amor, analiza esa frase. "No hemos de interpretar la respuesta de Caín como si él se burlase de Dios, o como si respondiese como un niño: `No he sido yo, ha sido otro'. La respuesta de Caín es sincera. En su respuesta falta únicamente lo ético; sólo hay ontología: yo soy yo y él es él. Somos seres ontológicamante separados."
El sociólogo Zygmunt Bauman, en Ética posmoderna, toma a Lévinas para explicar cuáles son los supuestos que tras la caída de la modernidad unen a las personas, y cuáles son los lazos ante los que presuponemos debe emerger cierto tipo de responsabilidad. La nena es la nena, el oficinista es el oficinista. Ontología pura. "¿Dónde está tu hermano?", le preguntó Dios a Caín. "¿Soy acaso el guardián de mi hermano?", es una respuesta que no da cuenta de ningún lazo, de ningún contrato, de ninguna responsabilidad. Dice Bauman: "La filosofía es una ética... la ética es antes que la ontología... la relación moral es antes que el ser". La ética, en otras palabras, implica "descomponer identidades", implica que Caín sea menos Caín, no tan Caín. La ética implica superar el ser hasta llegar a un mejor ser: la ética, en fin, implica sentir cierta responsabilidad por el prójimo, implica emparentarse incluso con una nena pobre que canta una canción de Ricky Martin en el subte.
La responsabilidad hacia el otro es, de acuerdo con estos filósofos de la ética, no el producto de un compromiso ni de una decisión personal sino más bien una convicción y una disposición al acto que nos viene de lo más profundo de esa identidad que se descompone. Se descompone el individuo para dejar aflorar lazos entre individuos. "La responsabilidad ilimitada en la que me encuentro proviene del otro lado de mi libertad", dice Lévinas.
Los filósofos hablan difícil. Creo entender, esta noche en el subte, que la mejilla del oficinista puesta en contacto directo con la mejilla de la nena pobre dice algo sobre la parte blanda de la condición humana. La piel tempranamente áspera de la cara de la nena ha encontrado en el roce rápido contra la mejilla del oficinista un eco perdido de una respuesta que no es la de Caín sino la de alguien que de alguna manera vaga y misteriosa se siente responsable de su hermano. (Página|12)


La trampa

30/04/05

La Iglesia Católica sabe perfectamente que, en los hechos, sus preceptos en materia de sexualidad nunca se cumplieron. No los cumplen ni siquiera muchos de sus sacerdotes. No los cumplen millones de sus fieles. La Iglesia está en contra de la anticoncepción en cualquiera de sus formas. Si el debate es sobre salud reproductiva, ataca el DIU por "abortivo", pero se calla ante otros métodos. Pero cuando se lanza una campaña de salud sexual y el preservativo es uno de los métodos promovidos, ataca el preservativo con un argumento aberrante que, si fuera escuchado, provocaría miles de contagios de enfermedades de transmisión sexual. La Iglesia no dice que veta el preservativo porque, como institución, está lisa y llanamente en contra de las relaciones sexuales sin fines reproductores, y una relación sexual en la que se usa preservativo supone placer pero no embarazo. Lo que dice es que el preservativo es una herramienta ineficaz para prevenir contagios, lo cual se escapa del dogma y entra en el peligroso territorio de la irresponsabilidad social. Imaginarse un virus filtrándose a través del látex es poco menos que desopilante, si no fuera, más que risible, patético.

Pero la Iglesia sabe perfectamente que, en los hechos, lo que prescribe y recomienda en materia de sexualidad no se cumple. Sus esfuerzos milenarios en vigilar y castigar a través de la culpa los impulsos sexuales humanos no han logrado suprimir esos impulsos, pero sí trastornar muchas mentes. La gente no deja de tener relaciones sexuales; los homosexuales no dejan de existir porque al Vaticano no les caen en gracia; los cónyuges no son fieles para toda la vida ni permanecen juntos si son infelices; los embarazos no deseados no llegan a término, pero de los abortos clandestinos surgen víctimas ya nacidas, las madres, especialmente las pobres, que no pueden pagarse un servicio decente.

La Iglesia no dirige sus políticas a maniatar los actos humanos, porque es impotente para eso, sino a estrechar la franja de visibilidad y legitimidad de esos actos humanos. Los funcionarios eclesiásticos saben que, aunque ellos emitan comunicados, los jóvenes no dejarán de iniciarse sexualmente a los quince años, pero también sabe que lo harán en malos términos, en condiciones sanitarias y psíquicas precarias, sin información, sin guía, sin permiso social, con culpa, con insatisfacción. Las recomendaciones de la Iglesia, en este punto, a lo que tienden es a mantener ancha la franja de sufrimiento por causas sexuales: la gran tarea de la Iglesia es, en este sentido, que la gente asocie el sexo con sufrimiento. Con aborto, con VIH, con sífilis en otros tiempos, con clandestinidad, con trauma, con prostitución, con decadencia. Esa es la trampa que tiende el discurso oficial de la Iglesia: cuanto más riesgo y penar implique el sexo más poder tendrá esa palabra que, sobre el hecho consumado de una desgracia, podrá insinuar, con falsa piedad: yo te lo dije. (Página|12)


Atrapados sin salida

 05/08/05

(APE).- El presupuesto es de 700.000 pesos. Está destinado a un nuevo y riguroso cierre perimetral y a la instalación de torretas de vigilancia en el Centro de Orientación Socio Educativo (COSE), de Mendoza, que aloja en la actualidad a una población de entre 170 y 230 menores de edad. Esa población excede la capacidad real del instituto, que tampoco cuenta con medidas de protección adecuadas. Pero el presupuesto de 700.000 pesos estará destinado al cierre perimetral y a las torretas.

Los sobres con antecedentes y ofertas económicas ya fueron abiertos: se presentaron las empresas Muñoz y Asociados, Wynne Industrial y Cacsa. La que resulte favorecida deberá abocarse a colocar 600 metros lineales de alambre tejido de cuatro metros y medio de altura, y un coronamiento de 50 centímetros de alambre de púas.
Sostendrán los alambres con postes estructurales y accesorios galvanizados que garanticen la fijación, rigidez y preservación del cierre perimetral. Una vez que esté terminado, el instituto contará con dos anillos de seguridad y entre ambos, harán sus rondas los agentes penitenciarios.

En cuanto a las torretas, serán tres: en la actualidad no existen, de modo que el sistema de vigilancia se renovará y aceitará. Para ellas hay destinados unos 250.000 pesos. Tendrán 30 metros cuadrados cubiertos y serán construidas con cemento. "Permitirán mayor nivel de visión, cuando hoy no se tiene", aclaró Carlos Santilli, titular de la Subsecretaría de Infraestructura provincial.

Como se ve, un despliegue considerable, un esfuerzo presupuestario notable, una cantidad de precisiones técnicas dirigidas a tranquilizar a la población de la zona, que según reza la información está cansada de leer en los diarios que "se fugaron del COSE doce menores de extrema peligrosidad" o cosas similares. Esa población necesita que la tranquilicen porque está domesticada por las voces que demonizan a los menores pobres, que borran sus historias, que toman de ellos sólo lo que les sirve para construir, con sus caras oscuras y sus malos hábitos, el demonio que toda sociedad parece pedir, y encuentra.

Para evitar fugas, es que los funcionarios han dispuesto estas medidas que convertirán al instituto en una ratonera de película, en la que seguirán internando menores, hacinándolos, condenándolos sin condena, deshaciéndoles las mentes y los cuerpos. Una cárcel de máxima seguridad para chicos atrapados sin salida (Agencia de Noticias Pelota de Trapo)


Esas fotos

03/05/05

Las comisuras de las bocas insinúan en esa foto la mueca de la tragedia. Son mínimas curvas inversas a la sonrisa de la Gioconda. Arcos leves, dados vuelta. Esas dos bocas están cerradas. Labios finos y pegados el uno con el otro para decir algo: es el mensaje del silencio. Y las miradas. La de Leónie está fijada en el vacío, dopada de dolor, sostenida sin embargo por un mentón altivo que delata una dimensión de dignidad que aquellos que la vieron, en ese instante que quedó capturado en la fotografía, no deben haber advertido. Esa dignidad no estaba dirigida a ellos, de todos modos. Ese tipo de dignidad extrema no está dirigida a nadie. Es un don inevitable y un precio interior altísimo que no cotiza entre asesinos. La mirada de Alice, en cambio, elige una ligera inclinación y se instala en el mismo punto ciego arriba del foco de la cámara. Evidentemente, les han dicho que hacia allí tenían que mirar. Un ejemplar de La Nación para dejar constancia de la fecha y atrás la bandera de Montoneros completan la puesta en escena montada en la ESMA, cuando la nacionalidad francesa de las monjas ya era un problema inesperado para la Armada y los marinos quisieron desviar sospechas.
Iba a escribir sobre la magnífica frase del antropólogo forense Luis de Fondebrider, que entrevistado esta semana en este diario por Victoria Ginzberg dijo: "Darle nombre a un cuerpo es como recuperar su vida". Pensé en eso porque, cuando leí esa frase, me quedó retumbando en la cabeza y, a pesar de que Fondebrider se estaba refiriendo específicamente al trabajo de los antropólogos forenses, que desde 1984 se dedican con una constancia y pericia notables a desbaratar la trampa de los NN en la que los militares de la dictadura convirtieron a miles de personas ("Un desaparecido no está, no es, no tiene entidad", dijo Videla), esa frase me pareció iluminadora. Porque puede aplicarse a cuerpos muertos, pero también a cuerpos vivos. La lucha por la identidad es, simbólicamente, la gran lucha argentina. A la pregunta por el "¿Quiénes somos?" general que arrastramos desde hace dos siglos, les prestaron sus cuerpos los NN de la dictadura, pero no sólo ellos. Las Abuelas, recuperando identidades de actuales veinteañeros, también recuperan vidas devolviendo nombres. Lo primero que hace una pareja cuando desea y logra un embarazo es pensar en un nombre: nombrando a ese nuevo ser se lo hace persona. Devolverle su verdadero nombre a alguien es devolverle su verdad. Una identidad construida sobre la mentira desemboca inevitablemente en un fallido, y hay vidas que son eso, actos fallidos.
Pero a propósito de actos fallidos, me puse a observar la fotografía que los marinos armaron en la ESMA para correr las sospechas del secuestro de Leónie Duquet y Alice Domon hacia los Montoneros y, describiéndola, no podía evitar captar una reminiscencia que no lograba descifrar. Hasta que me fijé en los ojos de esas mujeres serias, condenadas a posar para esa foto, a conciencia, seguramente, de que esa pose las alejaría todavía más de su liberación, que empantanaría sus destinos. Y entonces me di cuenta de que esas miradas fijas en el vacío me recordaban a las fotos policiales de los documentos de identidad. Precisamente, de identidad. Que era lo que esas mujeres estaban reteniendo y lo que les iba a ser arrebatado por la fuerza. Lo que veintiocho años después los antropólogos forenses les devolverían. Es tan impresionante y azaroso el recorrido del cuerpo de Leónie Duquet, es tan increíble ese camino que la llevó de la ESMA a un avión, del avión al mar, del mar a la playa, de la playa al cementerio de General Lavalle, del cementerio a la verdad, que semejante historia no puede procesarse sin escalofríos. Uno se tienta con la palabra milagro.
Esas miradas de documento de identidad indicadas por los secuestradores que quisieron fraguar una foto insurrecta fueron también un acto fallido. Recordé las últimas fotografías parecidas a ésa, las de los rehenes capturados por fuerzas irregulares iraquíes, los periodistas o ciudadanos de países invasores que, mirando a cámara con sus verdugos atrás, parecen suplicarle al foco que se deje traspasar y que su desesperación conmueva a sus gobiernos. De la Argentina, la única fotografía similar que recordaba haber visto era aquella de Jorge Born, con los retratos de Perón y Evita como fondo y una bandera de Montoneros atrás. Esa fue seguramente la foto inspiradora de la de la ESMA. ¿Jorge Born miraba el vacío o miraba a cámara?, me pregunté. Busqué esa foto y, efectivamente, Born, cansado, despeinado, ojeroso, miraba a cámara. Las miradas perdidas de Leónie y de Alice son el indicio del fraude, del simulacro. Con la pose y la perspectiva que el Estado elige para darles a sus ciudadanos su identidad –el medio perfil, la mirada corrida hacia el costado–, el Estado terrorista argentino de los ’70 cometió un lapsus.
Leónie Duquet es, de todos modos, no sólo una víctima a la que veintiocho años después de su asesinato se le devuelve la dignidad de su nombre. En esa foto que comparte con su compañera Alice Domon, sus bocas cerradas en la mueca de la tragedia dicen, tal vez, que en una sociedad solamente se pueden cometer actos tan aberrantes si muchos, si miles, si millones miran para otro lado. (Página|12)


Las palabras no sirven, quedan los símbolos

Oj-alá (Dios quiera)

04/03

El espanto es tan desmesurado que parece que ya no hubiera nada por decir. Solamente tenemos palabras, y no alcanzan. Las palabras deberían tener el filo de una navaja o el poder explosivo de un Tomahawk, pero no lo tienen, no almacenan combustible, no arden.

No arden como ardió entera la familia de Alí Smain, ese niño iraquí que según dice el diario perdió en un bombardeo del lunes, en Kindi, a su madre, su padre, sus hermanos, a sus tíos y a sus primos.

También perdió los brazos y seguramente perderá la vida. Ojalá se convierta en un símbolo, porque los símbolos, a veces, son más poderosos que los Tomahawk.

Ojalá el nombre de Alí Smain nos quede caprichosamente en la memoria, adherido a la memoria, enredado en la memoria, ojalá no nos deje dormir.

Ojalá ese nombre breve y extraño envuelva en sus dos sílabas los de todos los niños, las mujeres y los hombres que están siendo cada día interrumpidos en su acto de vivir, ojalá que pronunciando ese nombre estemos pronunciando todos los nombres que ignoramos, esos nombres difíciles, engañosamente ajenos.

Ojalá que ese cuerpo pequeño y quemado, desnudo, deshecho, violado ferozmente por el estruendo de esa madrugada, nos hable. Ojalá que nos arda, que nos empuje al más allá de la simple mirada fija sobre el televisor.

Ojalá que si Alí Smain muere se convierta en fantasma. Ojalá que su fantasma aceche en sueños a sus verdugos, que levante en su niebla de fantasma la tímida bandera de su último recuerdo.

Sea éste el que haya sido, su madre gritando, su padre agonizando, sus hermanos muriendo antes que él, el estallido de su casa, la voz piadosa de alguien que le hablaba en inglés, los toscos vendajes que le cubrían sus quemaduras, el dolor.

Ojalá que ese chico que sea, por la magia de los símbolos (que siempre significan más de lo que nombran) todos y cada uno de los miles de chicos asesinados en nombre de la libertad. Porque eso hacen a veces las palabras: disfrazan y matan.

Ojalá que la intensidad de la desgracia de Alí Smain se transforme en una dentellada y que de la inmensa, infinita debilidad de un chico de ocho años ante el aparato bélico más potente del mundo, surja ese símbolo imprescindible no para detener este desastre, porque eso es imposible, pero sí para que estos crímenes esperen puntualmente a cada uno de sus responsables en la antesala del infierno.

Están matando a tantos civiles iraquíes que no se alcanzan a contar. Ni siquiera hablan de efectos colaterales. No se toman la molestia. Apuntan selectivamente contra ellos.

Esta es la guerra de lo políticamente incorrecto: están desembozados, conversos, poseídos, decididos a traspasar cualquier umbral.

No sólo han pasado por alto a las Naciones Unidas: haciéndolo, además, han roto todos los contratos civilizados, han reinventado las reglas de juego, han llevado al paroxismo su idea de que la tienen más larga.

Si todavía dicen que esta carnicería se está llevando a cabo en nombre de la libertad y alguien les cree, como según las encuestas les cree la mayoría de los norteamericanos, es porque he ahí una nación corroída por su propia bilis y su propio delirio.

He ahí una nación que expurga, a través de sus raras avis, a través de sus mejores exponentes, sus profundas contradicciones y sus paradojas bestiales.

Ojalá que por los ojos semicerrados y agonizantes de Alí Smain en el hospital de Kindi se nos revele a todos la dimensión del horror.

Ojalá que por un instante todos tengamos sus ojos y a través de esos ojos de ocho años podamos acceder a la visión de lo más bajo y lo más ruin de la condición humana.

Ojalá su martirio siga ladrando en el desierto después que cada uno de los suyos haya sido vencido. (CIMAC | México DF)




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