Entrevista a José Stalin por H. G. Wells [1934]
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Por Juan Sasturain
Primer aniversario. Existe el Día de la Primavera acá pero no el Día del Otoño
allá. Por eso, hace 140 años, el 21 de septiembre de 1866 arrancaba formalmente
en Bromley, condado de Kent, Inglaterra, la estación de la melancolía, atardecía
lluvioso y gris cuando nació el pequeño Herbert George para alegría de los suyos.
En realidad, los padres se gastaron en nombres que devendrían cautas iniciales:
sería H. G. Wells después, para la historia y para la tapa de sus numerosos
libros.
Segundo aniversario: hace ciento diez años también exactamente aparecía en Londres
una novelita escalofriante, The Island of Dr. Moreau, en la que un científico
debidamente aislado y clásicamente fronterizo intentaba acelerar la evolución
a golpes de bisturí mientras las nuevas bestias eran sujetas al recitado salmódico
de una Ley –como todas– infructuosa. El treintañero H. G. Wells, su autor, era
por entonces un inexperto escritor y periodista de veloz formación científica
que se había empeñado desde el año anterior, con la publicación de su primera
novela, The Time Machine, en inventar ficciones desaforadas, inclasificables.
Tanto que requerirían, con el tiempo y la consabida descendencia, la equívoca
ortopedia del rótulo: sin avisarle a nadie, el hombre había fundado la ciencia
ficción.
Como buen fundador, Wells fue prolífico y diverso. El fin de siglo parecía quemarle bajo los pies y escribió a la carrera, entre 1895 y 1902, además de varias docenas de relatos breves, las primeras novelas que Borges leyó de niño apenas una década después y que supuso o deseó que fueran también las últimas: The Time Machine, The Island of Dr. Moreau, The Invisible Man, When the Sleeper Awakes, The War of the Worlds y The First Men in the Moon, seis ficciones en las que contó (inventó) el viaje en el tiempo, la mutación genética, la invisibilidad, la vida futura, la invasión extraterrestre, el viaje espacial. Podríamos suponer que a la séptima, The Food of the Gods, de 1904, descansó. No fue así. Siguió escribiendo, incesante: tenía mucho que decir.
Sin paradojas, y con la perspectiva
de los años treinta, André Maurois escribió: "...desde 1895 a 1902 Wells fue
tan sólo un novelista célebre". Es que Wells se pensaba llamado para otro destino
que el mismo Maurois y otros han descripto con cierto estupor no exento de vergüenza
ajena: la reforma social y política, la predicación de recetas de salvación
colectiva. Borges definió el tránsito casi epigramáticamente: "En las últimas
décadas de su vida pasó de la escritura de sueños a la redacción de laboriosos
grandes libros que pudieran ayudar a los hombres a ser ciudadanos del mundo".
También Conan Doyle en su momento abandonó las luminosas investigaciones del
opiómano de Baker Street por la prédica militante del espiritismo, pasó de Holmes
a Kardec. Incluso nuestro último Oesterheld hizo del perplejo Juan Salvo un
salvador iluminado. Las cruzadas suelen llenar la vida pero ahuecar la literatura.
Hay un tercer aniversario: hace casi exactamente sesenta años también, el 12
de agosto de 1946, se moría Wells en una Inglaterra maltrecha pero erguida que
acababa de sobrevivir a una impiadosa "guerra de los mundos" sin necesidad de
extraterrestres. Tenía ochenta, demasiados años. Los suficientes para corroborar
lo que poco más de una década atrás había dejado escrito en un sincerísimo Ensayo
de Autobiografía que, traducido por León Felipe, se lee con fluidez e inevitable
melancolía: "Escribir gran cantidad de artículos y libros no es prueba de energía
sino de hábitos sedentarios. Los dotados de verdadero exceso de energía y entusiasmo
se llaman Mussolini, Hitler, Stalin, Gladstone, Napoleón... Muchas generaciones
tendrán que corregir lo que ellos hagan. Pero lo que yo deje detrás de mí no
necesitará rectificación alguna".
Claro que no. Aunque es seguro que ha dejado algo diferente de lo que creía
–y quería– legar: hoy Wells es mucho más un inventor de ficciones inolvidables
que el teórico de una comunidad universal, el pensador preocupado por el destino
de la humanidad. Como Swift, como Dante, como Cervantes, Melville o Hernández
mismo, Wells produjo obras que más acá de su manifiesta o encubierta intención
instrumental –demostrar una tesis, proponer un símbolo, provocar una reacción–
seducen por las virtudes fantásticas del relato. Wells, un "comprometido" militante
de las causas mayúsculas, resulta ser un paradójico cultor de la literatura
considerada (y demonizada) de "evasión". Sus maravillosas novelas son clásicamente
ejemplares al respecto.
Cuando se plantea la existencia de cierta literatura cuyo ejercicio o lectura
implica la "evasión de la realidad" se parte de dos falaces a priori: primero,
suponer que la realidad no incluye a la literatura; segundo, definir el gesto
doble que la define (escribir/leer) como una escapatoria. Y se trata –El hombre
invisible, esa metáfora admirable de la soledad mediante– precisamente de lo
contrario: nada nos hace o permite salir de la realidad, ni siquiera la muerte,
que es su confirmación. Y en cuanto a la literatura, asumida como tal desde
los dos lados del texto (autor/lector), es básicamente un acto de irrupción:
la literatura es invasión. Invasión personal –hacia adentro– e invasión del
Otro genérico.
Habitualmente, el manipulado/manipulador que la practica –y no importa si lee
o es leído– se esfuerza o sueña con evadirse de ella, de la literatura, hacia
territorios menos problemáticos como el sexo, el dinero, la política o alguna
otra coartada que justifique el gesto soberbio de escribir/leer. En general,
fracasa o se pierde en el camino.
En el caso de H. G. Wells, su obra narrativa –como sus personajes que saltan
a través del tiempo, el espacio o las dimensiones– sólo puede ser acusada de
intento de evasión de sí misma, en grado saludable de tentativa frustrada.
Página/12, 21/09/06
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Como muy pocos testimonios, de los
que actualmente llamaríamos mediáticos, la entrevista que le realizara el escritor
H. G. Wells a José Stalin en 1934, refleja el océano de distancia entre un pensamiento
"progresista", "comprensivo" y "abierto", pero amortajado por una profunda e
inevitable ideología de clase que lo atraviesa
argumentalmente
de punta a punta, y la visión marxista ortodoxa de la historia, desde un líder, más tarde cuestionado y hasta descalificado por amplios sectores del propio
campo socialista, pero impecablemente lúcido en este punto.
Atravesado por una ideología clasista, diferente a la de Wells, como es obvio, José Stalin no pretende "contemporaneizar", "salvar las diferencias" ni hacer
gala de ninguna "amplitud de criterio", sino poner en negro sobre blanco las
cuestiones más elementales de la visión marxista de la historia y marcar los
puntos sobre la íes sobre el inevitable fracaso del capitalismo.
La entrevista a Stalin
Wells:
Le estoy muy agradecido, Sr. Stalin, por darme la oportunidad de conversar con
Ud. Hace poco estuve en los Estados Unidos. Tuve una larga entrevista con el
presidente Roosevelt, y en ella traté de averiguar, por cuáles ideas se deja
guiar él. Ahora vengo con Ud. para preguntarle, qué hace para cambiar el mundo.
Stalin: No tanto.
Wells: Viajo por el mundo como hombre sencillo, y como hombre sencillo observo
lo que sucede a mi alrededor.
Stalin: Hombres de la vida pública de su importancia, no son "gente sencilla".
Naturalmente, sólo la historia pronuncia el juicio definitivo acerca de la importancia
que tal o cual hombre haya tenido efectivamente; pero en todo caso, Ud. no contempla
el mundo con los ojos del "hombre sencillo".
Wells: No finjo modestia. Lo que quiero decir es, que trato de ver el mundo
con los ojos del hombre sencillo, y no con los de un político de partido o de
un alto funcionario de administración. Mi visita a los Estados Unidos me ha
dado más de un estímulo para nuevas reflexiones. El viejo mundo financiero allí
se está derrumbando; la vida económica del país va siendo reorganizada según
nuevos principios. Lenin dijo: "Debemos aprender a manejar nuestros asuntos,
debemos aprender de los capitalistas". Hoy, los capitalistas deben aprender
de ustedes, y asimilar el espíritu del socialismo. Me parece, que los Estados
Unidos se encuentran en un profundo proceso de reorganización, está naciendo
una economía planificada, una economía socialista. Ud. y Roosevelt parten de
posiciones diferentes. ¿Pero acaso no existen, a pesar de eso, puntos de contacto
entre lo que se piensa en Washington y lo que se piensa en Moscú? ¿No existe
un cierto parentesco entre las respectivas ideas y necesidades? Las mismas cosas
me llamaron la atención en Washington como ahora aquí: se constituyen oficinas,
se crea una serie de nuevos órganos reguladores del Estado, se organiza el servicio
estatal que hace tiempo hacía falta. Lo que se necesita allí como aquí es la
posibilidad de intervenir con medidas directivas.
Stalin: Los Estados Unidos persiguen un fin diferente al nuestro en la URSS.
El fin que persiguen los Estados Unidos se ha dado como resultado de los problemas
económicos, de la crisis económica. Los americanos quieren encontrar una salida
a la crisis, con medidas del capitalismo privado, sin cambiar la base económica.
Intentan limitar a un mínimo el daño, las pérdidas que resultan del sistema
económico actual. Con nosotros, en cambio, la vieja base económica ha sido,
como Ud. sabe, destruida, y en su lugar fue creada una base económica nueva,
completamente diferente. Aunque los americanos, a los que alude, alcanzaran
su meta en parte, es decir, si lograsen limitar las pérdidas a un mínimo, no
eliminarían las raíces de la anarquía inherente al sistema capitalista. Protegen
el sistema económico que origina, forzosa e inevitablemente, anarquía de la
producción. Para ellos no se trata, por lo tanto, de una reorganización de la
sociedad, de abolir el viejo sistema social, del cual nacen la anarquía y las
crisis, sino, a lo sumo, de restringir determinadas desventajas, de restringir
determinados abusos. Subjetivamente, los americanos tal vez tengan la opinión
de estar reorganizando la sociedad; pero objetivamente protegen la base actual
de la sociedad. Por eso, objetivamente no habrá ninguna reorganización de la
sociedad. Y tampoco una economía planificada. ¿Qué es la economía planificada?
¡Veamos algunas de sus cualidades! La economía planificada tiene como meta abolir
la desocupación. Supongamos, que manteniendo el sistema capitalista, fuese posible
limitar la desocupación a un cierto mínimo. Con seguridad, ningún capitalista
aprobaría la eliminación total de la desocupación, la abolición del ejército
de reserva de desocupados que está destinado a ejercer presión sobre el mercado
de trabajo, y constituye una garantía de mano de obra barata. Ahí tiene Ud.
una de las contradicciones de la "economía planificada" de la sociedad burguesa.
¡Sigamos! Economía planificada significa, impulsar la producción en aquellas
ramas industriales, cuyos bienes son de especial importancia para la masa del
pueblo. Pero Ud. sabe que, en el capitalismo, la ampliación de la producción
se lleva a cabo de acuerdo a reglas totalmente diferentes, que el capital afluye
a aquellos sectores económicos, en los que el pago de utilidades sea mayor.
Nunca podrá Ud. inducir a un capitalista a que se inflinja pérdidas a sí mismo,
y a que se contente con un pago de utilidades más bajo, para satisfacer las
necesidades del pueblo. Sin que desaparezcan los capitalistas, sin que sea abolido
el principio de la propiedad privada de los medios de producción, es imposible
edificar una economía planificada.
Wells: Estoy de acuerdo con Ud. en muchos sentidos. Pero quisiera realzar, que,
al decidirse un país entero por el principio de la economía planificada, al
comenzar el gobierno lentamente, paso a paso, a imponer ese principio consecuentemente,
al final habrá desaparecido la oligarquía financiera, y se habrá alcanzado el
socialismo, en el sentido anglosajón de la palabra. El efecto que parte de las
ideas "New-Deal" de Roosevelt es extraordinariamente fuerte para mí, esas ideas
son socialistas. Me parece que en vez de acentuar el contraste entre ambos mundos,
deberíamos aspirar a encontrar un lenguaje común para todas las fuerzas constructivas.
Stalin: Al hablar de la imposibilidad de realizar los principios de la economía
planificada, manteniendo al mismo tiempo la base económica del capitalismo,
no quiero, en lo más mínimo, rebajas las excepcionales facultades personales
de Roosevelt, su iniciativa, su valor y su fuerza de decisión. Indudablemente,
Roosevelt es, entre todos los líderes del mundo capitalista de hoy, uno de los
personajes más vigorosos y sobresalientes. Por eso quisiera volver a acentuar
una vez más, que mi convicción acerca de la imposibilidad de la economía planificada
bajo condiciones capitalistas no significa que ponga en duda las facultades
personales, el talento y el valor del presidente Roosevelt. Pero si las circunstancias
no lo permiten, el líder más dotado de clarividencia no puede alcanzar el objetivo
del cual Ud. habla. En un sentido puramente teórico, por supuesto no queda excluida
la posibilidad de acercarse, bajo las condiciones del capitalismo, paulatina
y gradualmente a la meta que Ud. llama "socialismo en el sentido anglosajón
de la palabra". Pero ¿qué clase de socialismo será ese? A lo sumo refrenaría
a los representantes individuales más desvergonzados del capital y aplicaría
el principio de la intervención en la economía nacional en un campo algo más
amplio. Todo muy bien. Pero tan pronto Roosevelt o cualquier otro líder del
mundo burgués de hoy, quiera is más allá, y quiera seriamente atacar las bases
del capitalismo, irremediablemente sufrirá un fracaso rotundo. Los bancos, la
industria, las grandes empresas, las grandes granjas agrícolas no le pertenecen
a Roosevelt. Sin excepción son propiedad privada. El ferrocarril, la flota mercante,
todo esto está en manos de propietarios privados. Y, finalmente, aún el ejército
de obreros calificados, de ingenieros, de técnicos no está bajo el mando de
Roosevelt, sino bajo el mando de propietarios privados: toda esta gente, sin
excepción, trabaja para propietarios privados. Tampoco nos debemos olvidar de
la función del Estado en el mundo burgués. El Estado es una institución que
organiza la defensa del país y mantiene el "orden"; es una máquina para la recaudación
de impuestos. El Estado capitalista no tiene mucho que ver con la economía en
el sentido propio de la palabra; ésta no se encuentra en manos del Estado. Al
contrario, el Estado está en manos de la economía capitalista. Justamente por
eso, Roosevelt, a pesar de toda su energía, me temo que no logrará el fin señalado
por Ud., siempre suponiendo que esté, efectivamente, persiguiendo tal fin. Tal
vez sea posible, dentro de algunas generaciones, aproximarse un poco más a esa
meta; personalmente, sin embargo, creo que ni siquiera eso es muy probable.
Wells: Quizá esté yo más convencido de una interpretación económica de la política
que Ud. Los inventos y la ciencia moderna han producido poderosas fuerzas que
impulsan hacia una mejor organización, un mejor funcionamiento de la sociedad,
es decir, al socialismo. Organización y regulación de la actividad individual
se han convertido, por encima de toda teoría social, en necesidades mecánicas.
Si empezamos por el control estatal de los bancos, y, en un segundo paso, ampliamos
el control hasta incluir la industria pesada, luego la industria entera, el
comercio, etc., entonces este control, que lo abarca todo, equivaldrá a la propiedad
estatal de todas las ramas de la economía nacional. Este será el proceso de
socialización. Socialismo e individualismo no son contrarios como blanco y negro.
Hay muchas gradaciones. Existe un individualismo que raya en el bandolerismo,
y existen una disciplina y una organización, que son equivalentes al socialismo.
La introducción de la economía planificada depende, en gran parte, de los organizadores
de la economía, de la inteligencia técnica bien formada, que poco a poco puede
ser ganada para los principios de organización socialista. Esto es lo que importa.
Pues organización viene antes que socialismo. Es el factor más importantes.
Sin organización, la idea del socialismo queda siendo una simple idea.
Stalin: Entre el individuo y el colectivo, entre los intereses del individuo
y los de la comunidad, no existen antagonismos incompatibles, o por lo menos
no deberían de existir. No deberían de existir, ya que el colectivismo, el socialismo,
no niega los intereses individuales, sino que, al contrario, los une con los
intereses del colectivo. El socialismo no puede separarse de los intereses individuales.
Sólo la sociedad socialista puede satisfacer al máximo estos intereses personales.
Más aún: Sólo la sociedad socialista puede intervenir con decisión a favor de
los intereses del individuo. En este sentido, no existen antagonismos incompatibles
entre "individualismo" y socialismo. Pero ¿podemos negar los antagonismos entre
las clases, entre la clase poseedora, la clase de los capitalistas; y la clase
trabajadora, el proletariado? De un lado tenemos la clase poseedora, a la cual
le pertenecen los bancos, las fábricas, las minas, los medios de transporte,
las plantaciones en las colonias. Esa gente no ve más que su propio interés:
quiere lucros. No se somete a la voluntad del colectivo; intenta subordinar
todo lo colectivo a su voluntad. Por otro lado, tenemos a la clase de los pobres,
la clase explotada, a la cual no le pertenecen ni fábricas, ni empresas, ni
bancos, que, para poder vivir, está forzada a vender su fuerza de trabajo a
los capitalistas, y que carece de la posibilidad de satisfacer sus necesidades
más elementales. ¿Cómo armonizar intereses y aspiraciones tan contrarios? A
mi parecer Roosevelt no logró encontrar el camino hacia la reconciliación de
estos intereses. Eso es también imposible, como lo demuestra la experiencia.
Por supuesto Ud. conoce la situación en los Estados Unidos mejor que yo, pues
nunca he estado allí y me informo acerca de las condiciones americanas, principalmente
por medio de la literatura. Pero tengo alguna experiencia en la lucha por el
socialismo, y esta experiencia me dice, que Roosevelt, si realmente tratara
de servir a los intereses de la clase obrera a costa de la clase capitalista,
será substituido, de parte de esa clase capitalista, por otro presidente. Los
capitalistas dirán: los presidentes van y vienen, mas nosotros no nos vamos,
si tal o cual presidente no representa nuestros intereses, nos buscaremos otros.
¿Qué puede, a fin de cuentas, oponer el presidente a la voluntad de la clase
capitalista?
Wells: Me opongo a esa simplificada subdivisión de la humanidad en pobres y
ricos. Desde luego que existe una categoría de gente, que sólo persigue afanosamente
el lucro propio. Pero ¿acaso no se le ve a esta gente como a una plaga, en el
oeste tanto como aquí? ¿No existe mucha gente en el oeste, para la cual el beneficio
no es ninguna meta en sí, que dispone de ciertos medios financieros, que quiere
invertir y costear el sustento de estas inversiones, sin que vean en esto su
meta principal? Ven en las inversiones una necesidad desagradable. ¿Acaso no
existen muchos ingenieros capaces, que cumplen con su deber, organizadores de
la economía, que encuentran el acicate para su actividad en otra cosa que no
sea el lucro? A mi parecer existe una clase numéricamente fuerte de gente capacitada,
que admite que el sistema actual es insatisfactorio, y que jugará un papel importante
aún en la sociedad capitalista del futuro. Durante los últimos años he pugnado
mucho, he pensado mucho acerca de la necesidad de hacer propaganda por el socialismo
y el cosmopolitismo en amplios círculos de los ingenieros, los pilotos, los
empleados técnico-militares. Carece de sentido querer acercarse a esos círculos
con una propaganda de una simple lucha de clases. Esa gente comprende, en qué
estado se encuentra el mundo. Comprende que es un maldito caos, pero el simple
antagonismo de la lucha de clases de Ud., lo toma como algo disparatado.
Stalin: Ud. se contrapone a la subdivisión simplificada de la humanidad en pobres
y ricos. Naturalmente, existe una capa media; existe la inteligencia técnica
a la que se refirió, y existen personas muy buenas y muy honestas en ella. También
existen, en ella, personas deshonestas y malas. Generalmente Ud. encuentra aquí
todo tipo de gente. Pero antes que nada la humanidad se divide en pobres y ricos,
en poseedores y explotados, y apartar la vista de esta división fundamental,
significa apartar la vista del hecho fundamental. Yo no niego la existencia
de capas medias, intermedias, que se puedan poner del lado de una, o de otra
de las dos clases combatientes, o que se mantengan en una posición neutral en
esta lucha. Pero repito, apartar la vista de esta división fundamental de la
sociedad, o de la lucha fundamental entre las dos clases principales significa
cerrar los ojos ante los hechos. Esta lucha se está librando y se seguirá librando.
Cómo termine la lucha, depende del proletariado, de la clase obrera.
Wells: Pero ¿no existe mucha gente, que no es pobre, y sin embargo trabaja,
trabaja productivamente?
Stalin: Naturalmente que hay pequeños propietarios de tierra, artesanos, pequeños
comerciantes; pero el destino de un país no depende de esa gente, sino de las
masas trabajadoras que producen todo aquello que la sociedad necesita.
Wells: Pero tendrá que reconocer que existen géneros de capitalistas que difieren
mucho entre sí. Hay capitalistas que sólo piensan en el lucro, sólo piensan
en hacerse ricos; pero también hay quienes están dispuestos a hacer sacrificios.
Tome por ejemplo al viejo Morgan. Sólo pensaba en el lucro; era sencillamente
un parásito de la sociedad; sólo acumulaba posesiones. Pero tome a Rockefeller.
Era un organizador brillante; ha demostrado de manera ejemplar cómo se debe
organizar la explotación del petróleo. O tome a Ford. Desde luego que Ford busca
el beneficio propio. ¿Pero no es también un organizador apasionado de la racionalización
en la producción, del cual Ud. aprende? Quiero señalar que en los últimos tiempos
se ha producido un cambio importante en la actitud de los países de habla inglesa
con respecto a la URSS. La causa de esto hay que buscarla en la posición de
Japón y en los acontecimientos en Alemania. Pero al lado de eso existen otras
razones que no tiene su origen en la política internacional. Existe una causa
más profunda, y está, justamente, en que mucha gente se va dando cuenta de que
el sistema basado en el lucro privado se está derrumbando. Bajo estas circunstancias
me parece que no debemos poner el antagonismo entre ambos mundos en primer plano,
sino que nos deberíamos esforzar por unificar todas las corrientes constructivas,
todas las fuerzas constructivas, en la medida de lo posible, en una línea. Tengo
la impresión, de que mi posición es más izquierdista que la suya, Sr. Stalin,
creo que el viejo sistema está más cercano a su fin de lo que Ud. cree.
Stalin: Al hablar de capitalistas, que sólo buscan el lucro, sólo buscan la
riqueza, no estoy queriendo decir que esa gente no tenga ningún valor y que
no sirva para nada más. Muchos de ellos disponen, sin duda, de grandes capacidades
organizativas, que no pretendería negar ni soñando. No es poco lo que los hombres
de la Unión Soviética aprendemos de los capitalistas. Y Morgan, al cual caracteriza
de modo tan desventajoso, fue indudablemente, un organizador bueno ya capaz.
Pero si habla de gente resuelta a crear un mundo nuevo, por cierto que no la
encontrará en las filas de aquellos que sirven fielmente a la causa del lucro.
Nosotros y ellos estamos en dos polos opuestos. Ud. ha mencionado a Ford. Desde
luego que es un organizador capaz de la producción. ¿Pero no conoce su actitud
para con la clase obrera? ¿No sabe a cuántos obreros lanza a la calle? El capitalista
está encadenado al lucro, y ningún poder del mundo lo puede arrancar de allí.
El capitalismo no es eliminado por los organizadores de la producción, por la
inteligencia técnica, sino por la clase obrera, porque las capas que mencionamos
no tienen un papel autónomo. El ingeniero, el organizador de la producción,
no trabaja como él quiere, sino como debe, trabaja de una manera que sirve a
los intereses de su patrón. Desde luego que hay excepciones; hay hombres en
esa capa que han despertado del delirio capitalista. En determinadas condiciones,
la inteligencia técnica puede lograr milagros y prestar grandes servicios a
la humanidad. Pero también puede causar grandes daños. No es poca la experiencia
que tenemos los hombres de la Unión Soviética con la inteligencia técnica. Después
de la Revolución de Octubre, una determinada parte de la inteligencia técnica
se negó a colaborar en la construcción de la nueva sociedad; se resistía a este
trabajo de construcción y lo saboteaba. Hicimos todo lo que pudimos para integrar
a la intelectualidad técnica a este trabajo constructivo; lo intentamos de una
manera y de otra. Pasó mucho tiempo antes de que nuestros intelectuales preparados
se encontraran dispuestos a apoyar el nuevo sistema activamente. Hoy, lo mejor
de esta intelectualidad técnica está en la línea más avanzada de aquellos que
construyen la sociedad socialista. Partiendo de estas experiencias, estamos
muy lejos de subestimar tanto los buenos como los malos lados de esta intelectualidad;
sabemos que, de un lado, puede causa daño, del otro, puede lograr "milagros".
Naturalmente , las cosas serían diferentes, si fuese posible arrancar a la intelectualidad,
de un solo golpe, del mundo capitalista. Pero eso es utópico. ¿Hay entre la
intelectualidad técnica, muchos que osarían romper con el mundo burgués e intervenir
a favor de la edificación de una nueva sociedad? ¿Cree Ud. que haya mucha gente
de ese tipo, digamos, en Inglaterra o en Francia? No, son sólo pocos, los que
estarían dispuestos a separarse de sus patronos y empezar con la construcción
de un nuevo mundo. Además, ¿podemos ignorar el hecho que, para cambiar el mundo,
se tiene que estar en posesión del poder político? Me parece, Sr. Wells, que
subestima mucho la cuestión del poder político, que esta pregunta, en su concepción,
no está considerada en absoluto. ¿Qué puede hacer esa gente, aún con las mejores
intenciones del mundo, si no está en condiciones de plantearse la pregunta del
poder, y no está, ella misma, en posesión del poder? En el mejor de los casos,
puede apoyar a la clase que tome el poder, pero no puede cambiar el mundo por
su propia fuerza. Eso sólo lo puede hacer una clase mayoritaria, que se pone
en el lugar de la clase capitalista, y se convierte, en vez de ésta, en dirigente.
Esta clase, es la clase obrera. Desde luego que hay que aceptar la ayuda de
la intelectualidad técnica; y, en sentido inverso, hay que ayudarle a ella.
Pero no se debe creer, que la intelectualidad técnica fuese capaz de jugar un
papel histórico autónomo. La transformación del mundo es un proceso grande,
complicado y penoso. Esta gran tarea exige una gran clase. Sólo grandes barcos
emprenden largos viajes.
Wells: Sí, pero para emprender un viaje largo, se necesita un capitán y un timonel.
Stalin: Eso es correcto, pero lo primero que se necesita para un viaje largo,
es un barco grande. ¿Qué es un timonel sin barco? Nada.
Wells: El barco grande es la humanidad, no una clase.
Stalin: Ud., Sr. Wells, por lo visto parte de la suposición, de que todos los
hombres son buenos. Yo, mientras tanto, no olvido que también existen muchos
hombres malos. No creo en la virtud de la burguesía.
Wells: Recuerdo la situación de la intelectualidad hace algunas décadas. En
aquel entonces, la intelectualidad técnica era numéricamente pequeña, pero había
mucho que hacer, y cada ingeniero tenía, técnica e intelectualmente, su oportunidad.
Por eso, la intelectualidad técnica era la clase menos revolucionaria. Hoy,
mientras tanto, hay intelectuales técnicos de sobra, y su mentalidad ha cambiado
muy marcadamente. El hombre con formación profesional, que antes jamás habría
prestado atención a discursos revolucionarios, ahora se interesa mucho por ellos.
Recientemente estuve en una cena de la Royal Society, nuestra gran sociedad
científica inglesa. El discurso del presidente fue una intervención en defensa
de la planificación social y del control científico. Hoy, el hombre que está
al frente de la Royal Society, sostiene ideas revolucionarias e insiste en una
reorganización científica de la sociedad humana. Su propaganda de guerra de
clases no ha podido adaptarse al paso de este desarrollo. El pensar humano cambia.
Stalin: Ya lo sé, sí, y la explicación de esto hay que buscarla en el hecho
de encontrarse la sociedad capitalista en una callejón sin salida. Los capitalistas
buscan un camino que los conduzca fuera de este callejón sin salida, que sea
compatible con el prestigio de esta clase, con los intereses de esta clase,
pero no lo encuentran. Podrán salirse un corto trecho fuera de la crisis, gateando
con pies y manos en el suelo, pero no pueden encontrar un camino que les posibilite
salir con la cabeza erguida, un camino que no atentara fundamentalmente contra
los intereses del capitalismo. Esto se comprende, naturalmente, en amplios círculos
de la intelectualidad técnica. Una gran parte de esos hombres empieza a comprender
la comunidad de intereses con la clase que es capaz de mostrar una escapatoria
al callejón sin salida.
Wells: Si hay alguien que entienda algo de la revolución, del lado práctico
de la revolución, es Ud., Sr. Stalin. ¿Acaso se han sublevado alguna vez las
masas? ¿No es una verdad innegable, que todas las revoluciones son hechas por
una minoría?
Stalin: Para hacer una revolución, es menester una minoría revolucionaria dirigente;
pero la minoría más capacitada, más abnegada, y más enérgica, quedaría desvalida,
si no pudiese basarse en el apoyo, por lo menos pasivo, de millones.
Wells: ¿Por lo menos pasivo? ¿Tal vez subconsciente?
Stalin: En parte también el apoyo semiinstintivo, y semiconsciente, pero sin
el apoyo de millones aún la mejor minoría sería impotente.
Wells: Al observar la propaganda comunista en el oeste, tengo la impresión,
que esa propaganda, en vista de la situación actual, suena muy atrasada, pues
es propaganda para la insurrección. Propaganda a favor del derrocamiento del
sistema social por la violencia, fue buena y justa, cuando iba dirigida contra
una tiranía. Pero en las condiciones actuales, derrumbándose solo el sistema
de todos modos, se debería de atribuir importancia al rendimiento, a la eficacia,
a la productividad, y no a la sublevación. Yo encuentro, que el tono de sublevación
es un tono falso. La propaganda comunista en el oeste es una contrariedad para
los hombres de mentalidad constructiva.
Stalin: Naturalmente, el viejo sistema se derrumba y se pudre. Correcto. Pero
también es correcto, que se están haciendo nuevos esfuerzos, para, con otros
métodos, con todos los medios, proteger este sistema moribundo, y salvarlo.
Ud. saca una conclusión errónea de una premisa correcta. Con razón afirma, que
el viejo mundo se derrumba. Pero se equivoca, si cree, que se derrumba por sí
solo. No, la sustitución de un sistema social por otro es un proceso revolucionario,
largo y penoso. No es un proceso espontáneo simplemente, sino una lucha: es
un proceso que se lleva a cabo en el choque de las clases. El capitalismo se
pudre, pero no se le puede comparar sencillamente con un árbol, que esté tan
corrompido, que tiene que caer a tierra por sí solo. No, la revolución, el relevo
de un sistema por otro, ha sido siempre una lucha, una lucha penosa y cruel,
una lucha de vida o muerte. Y cada vez que los hombres del mundo nuevo llegaron
al poder, tuvieron que defenderse de los intentos del mundo viejo de restaurar
el viejo orden por la violencia; estos hombres del mundo nuevo siempre han tenido
que estar en guardia, siempre dispuestos a rechazar los ataques del mundo viejo
al nuevo sistema. Sí, tiene razón al decir que se derrumba el viejo sistema
social; pero no se derrumba por sí mismo. Tome por ejemplo el fascismo. El fascismo
es una fuerza reaccionaria que, utilizando la violencia, intenta conservar el
viejo mundo. ¿Qué quiere hacer con los fascistas? ¿Discutir con ellos? ¿Tratar
de convencerlos? Pero así, con ellos, no se logra ni lo más mínimo. Los comunistas
no glorifican, de ninguna manera, la aplicación de la violencia. Pero ellos,
los comunistas, no tienen la intención de dejarse sorprender, no se pueden fiar
de que el viejo mundo se saldrá del escenario voluntariamente, ven, que el viejo
sistema se defiende por la violencia y, por eso mismo, los comunistas le dicen
a la clase obrera: ¡Contestad a la violencia con la violencia, haced todo lo
que esté en vuestras fuerzas para impedir que os aplaste el viejo orden moribundo,
no dejéis que os aten las manos, aquellas manos, con las que derribaréis el
viejo sistema! Ud. ve, por lo tanto, que los comunistas no consideran la sustitución
de un sistema social por otro simplemente como un proceso espontáneo y pacífico,
sino como un proceso complicado, largo y violento. Los comunistas no pueden
cerrar los ojos ante los hechos.
Wells: Pero mire lo que está sucediendo en el mundo capitalista. Esto no es,
simplemente, un colapso, es un estallido de violencia reaccionaria, que termina
en el bandolerismo. Y a mi parecer, los socialistas pueden, cuando se da un
conflicto con la violencia reaccionaria e inepta, acudir a la ley, y en vez
de considerar a la policía como su enemigo, deberían apoyarla en su lucha contra
los reaccionarios. Creo que carece de sentido operar con los métodos del viejo
y rígido socialismo de insurrecciones.
Stalin: Los comunistas se basan en ricas experiencias históricas; esas experiencias
enseñan, que una clase agotada no abandona el escenario voluntariamente. Piense
en la historia de Inglaterra en el siglo XVII. ¿No decían en aquel entonces
muchos que el viejo sistema social estaba podrido? Pero, a pesar de ello, ¿no
fue necesario un Cromwell para anonadarlo por la fuerza?
Wells: Cromwell operaba sobre la base de la constitución, y en nombre del orden
constitucional.
Stalin: ¡En nombre de la constitución ejerció violencia, hizo ejecutar al rey,
disolvió y esparció el parlamento, hizo encarcelar o decapitar gente! O tome
un ejemplo de la historia de mi país. ¿No estaba claro hace mucho, que se pudría,
se desplomaba el sistema zarista? Pero ¿cuánta sangre tuvo que ser derramada
aún, para abatirlo? ¿Y la Revolución de Octubre? ¿No hubo muchos que veían con
toda claridad, que solamente nosotros, los bolcheviques, señalábamos una salida?
¿No estaba claro que el capitalismo ruso estaba podrido? Pero Ud. sabe cuán
fuerte fue la resistencia, cuánta sangre tuvo que ser derramada para defender
la Revolución de Octubre contra todos sus enemigos, en el interior y en el extranjero.
O tome a Francia a finales del siglo XVIII. Mucho tiempo antes de 1789 ya estaba
claro, cuán podrido estaba el poder del rey, cuán podrido estaba el sistema
feudal. Sin embargo, aquello no pudo llevarse a cabo sin un levantamiento popular,
un choque de las clases. ¿Por qué? Porque aquellas clases que tienen que abandonar
el escenario de la historia, son las últimas en creer que su juego se ha acabado.
Es imposible convencerlas de ello. Creen, que las grietas en la putrefacta estructura
del viejo orden podrían ser remendadas, que la estructura tambaleante del viejo
orden podría ser arreglada y salvada. Por eso mismo, las clases que están hundiéndose,
acuden a las armas y se valen de cualquier medio, para mantenerse como clase
dominante.
Wells: ¿Pero acaso la Gran Revolución francesa no fue encabezada por algunos
abogados?
Stalin: Estoy lejos de querer menoscabar el papel de la inteligencia en movimientos
revolucionarios: Pero ¿fue la Gran Revolución francesa una revolución de abogados,
o una revolución del pueblo, que logró la victoria movilizando a amplias masas
populares para la lucha contra el feudalismo, y defendiendo los intereses del
Tercer Estado? ¿Y actuaron los abogados entre los dirigentes de la Gran Revolución
francesa de acuerdo a las leyes del viejo orden? ¿No introdujeron un derecho
nuevo, burgués-revolucionario? Ricas experiencias históricas enseñan que hasta
hoy ninguna clase se ha retirado para hacerle lugar a otra voluntariamente.
Esto, en la historia no tiene precedente. Los comunistas han aprendido esta
lección histórica. Los comunistas celebrarían que la burguesía se retirase voluntariamente.
Pero tal giro de las cosas es, como sabemos por experiencia, improbable. Por
eso, los comunistas están prevenidos para lo peor, y se dirigen a la clase obrera
con el llamamiento de estar alerta y preparada para la lucha. ¿De qué vale un
dirigente que adormece la vigilancia de su ejército, un dirigente que no comprende
que el enemigo no va a capitular, que tiene, que tiene que ser destruido? Quien,
como dirigente, actúa de tal manera, engaña, traiciona a la clase obrera. Esta
es la razón por la cual opino, que aquello que a Ud. la parece atrasado, para
la clase obrera es, en realidad, una norma para la actividad revolucionaria.
Wells: No niego que sea necesario hacer uso de la violencia, pero sí es mi opinión,
que las formas de lucha deberían ser concertadas como mejor se pueda, con las
posibilidades que ofrecen las leyes existentes dignas de ser defendidas contra
ataques reaccionarios. No hay ninguna necesidad de desorganizar el sistema viejo,
ya que éste, tal como están las cosas, se va desorganizando por sí solo. Por
eso, la sublevación contra el orden viejo, contra la ley, me parece anticuada
y superada por el desarrollo. Estoy, dicho sea de paso, exagerando conscientemente,
para que la verdad se haga visible de modo más claro. Puedo formular mi punto
de vista de la siguiente manera: primero, estoy a favor del orden; segundo,
ataco al sistema existente en tanto que no puede garantizar el orden; tercero,
temo que la propaganda a favor de la guerra de clases vaya a alejar del socialismo
justamente a aquellas personas cultas, que el socialismo necesita.
Stalin: Si se quiere lograr un gran objetivo, un objetivo social importante,
se precisa una fuerza central, un baluarte, una clase revolucionaria. Como próximo
paso, es necesario organizar el apoyo de esta fuerza central por parte de fuerzas
auxiliares; en este caso, dicha fuerza auxiliar es el Partido, al cual están
afiliadas también las mejores fuerzas de la inteligencia. Ud. acaba de hablar
de "personas cultas". Pero ¿en qué personas cultas pensaba? En Inglaterra durante
el siglo XVII, en Francia a fines del siglo XVIII, y en Rusia durante la época
de la Revolución de Octubre, ¿no estaban muchas personas del lado del viejo
orden? El viejo orden tenía a su servicio a muchas personas sumamente cultas,
que defendían el viejo orden, que combatían el nuevo orden. La cultura es un
arma, cuyo efecto depende de qué mano la haya forjado, qué mano la dirija. Por
supuesto, el proletariado necesita personas sumamente cultas. Ciertamente; los
ingenuos no pueden ser de ninguna ayuda para el proletariado en su lucha por
el socialismo, en la edificación de una nueva sociedad. No subestimo el rol
de la inteligencia; al contrario, lo subrayo. Pero la pregunta es la siguiente:
¿de qué inteligencia estamos hablando? Porque hay diferentes tipos de inteligencia.
Wells: No puede haber revolución sin cambios radicales en la instrucción pública.
Basta citar dos ejemplos: el ejemplo de la República alemana, que no tocó el
viejo sistema educacional, y que por eso nunca se convirtió en República; y
el ejemplo del Labour Party inglés, que no tiene la intención de insistir en
una transformación radical de la instrucción pública.
Stalin: Muy acertado. Permítame ahora responder a sus tres puntos. Primero:
Lo más importante para la revolución es la existencia de un baluarte social.
Tal baluarte social es la clase obrera. Segundo: se precisa de una fuerza auxiliar,
aquello, que los comunistas llaman Partido. Al Partido está afiliada la inteligencia
obrera, y aquellos elementos de la inteligencia técnica que están estrechamente
ligados a la clase obrera. La inteligencia se fuerte solamente, si se une con
la clase obrera. Si se contrapone a la clase obrera, se convierte en una simple
cifra. El nuevo poder político crea las nuevas leyes, el nuevo orden, el cual
es un orden revolucionario. Yo no estoy a favor del orden sin más ni más. Yo
estoy a favor de un orden que corresponda a los intereses de la clase obrera.
Por supuesto, si algunas leyes del viejo orden pueden ser utilizadas en interés
de la lucha por un orden nuevo, esto debería de hacerse. No tengo objeciones
contra su postulación de que el sistema actual debería ser atacado, en tanto
que no puede garantizar el orden necesario para el pueblo. Y, finalmente, está
equivocado si cree que los comunistas están enamorados de la violencia. Con
todo gusto renunciarían a la aplicación de violencia, si la clase dominante
estuviera dispuesta a cederle su lugar a la clase obrera. Pero la experiencia
histórica indica lo contrario de tal suposición.
Wells: Aunque también es cierto, que la historia de Inglaterra conoce un caso,
en que una clase le dejara el poder a otra clase voluntariamente. En el periodo
entre 1830 y 1870, la aristocracia, que en las postrimerías del siglo XVIII
tuvo aún una influencia considerable, voluntariamente, sin lucha seria, le cedió
el poder a la burguesía, lo cual fue una de las causas para el sentimental mantenimiento
de la monarquía. En lo sucesivo, esta transferencia del poder condujo a que
erigiera su dominio la oligarquía financiera.
Stalin: Pero Ud. se ha pasado imperceptiblemente de cuestiones de la revolución
a cuestiones de la reforma. Eso no es lo mismo. ¿No opina que el movimiento
cartista tuvo gran significado para las reformas en la Inglaterra del siglo
XIX?
Wells: Los cartistas poco hicieron, y desaparecieron sin dejar huellas.
Stalin: No comparto su opinión. Los cartistas, y el movimiento huelguístico
organizado por ellos, tuvieron un papel importante; obligaron a las clases dominantes
a una serie de concesiones con respecto al derecho de sufragio, con respecto
a la abolición de los llamados "distritos electorales corrompidos", con respecto
a algunos puntos de la "Carta". El cartismo jugó un rol histórico de no poca
importancia y obligó a una parte de las clases dominantes, a menos que hubiese
querido tolerar continuas conmociones, a hacer ciertas concesiones, ciertas
reformas. En general cabe decir que las clases dominantes de Inglaterra, la
aristocracia tanto como la burguesía, se han mostrado desde el punto de vista
de sus intereses de clase, del punto de vista del afianzamiento de su poder,
ser las más hábiles, las más flexibles en comparación con todas las otras clases
dominantes. Tome, digamos, un ejemplo de la historia de nuestros días -la huelga
general en Inglaterra, en el año 1926. En caso de semejante acontecimiento,
a saber, que el Consejo general de los sindicatos dé la orden de huelga, cualquier
otra burguesía hubiese, en primer lugar, hecho detener a los dirigentes sindicales.
No así la burguesía británica, que con ello actuó de manera absolutamente inteligente,
desde el punto de vista de sus propios intereses. No me imagino que la burguesía
de los Estados Unidos, de Alemania o de Francia hubiese aplicado una estrategia
tan flexible. Para mantener su dominio, las clases dominantes de Gran Bretaña
no han rehusado nunca hacer pequeñas concesiones, o reformas. Pero sería un
error tomar estas reformas por revolucionarias.
Wells: Ud. Tiene una opinión más favorable de las clases dominantes de mi país
que yo. Pero ¿existe gran diferencia entre una pequeña revolución y una gran
reforma? ¿Acaso una reforma no es una pequeña revolución?
Stalin: A consecuencia de la presión desde abajo, de la presión de las masas,
la burguesía puede, manteniendo el sistema socio-económico reinante, ocasionalmente
conceder determinadas reformas parciales. Al actuar así, calcula que esas concesiones
son necesarias para mantener su dominio de clase. Es pues, por este motivo,
imposible caracterizar una reforma como revolución. Por ello, no hemos de esperar
ningún cambio del sistema social que se realice como imperceptible transición
de un sistema a otro, por vía de reformas, a través de concesiones de la clase
dominante.
Wells: Le agradezco mucho por esta conversación, que para mí ha tenido una gran
importancia. Cuando me estuvo explicando diversos puntos, posiblemente haya
recordado el pasado, cuando en los círculos ilegales antes de la revolución,
solía explicar los fundamentos del socialismo. Hay actualmente sólo dos personas
sobre la tierra, cuya opinión, cuya más mínima declaración es escuchada todavía
por millones -de Ud. y Roosevelt. Otros, que prediquen cuanto quieran; lo que
digan no será impreso ni tenido en cuenta. Aún no puedo apreciar, cuánto ha
sido logrado en su país. Pero he visto ya las caras contentar de hombres y mujeres
sanos, y sé, que algo muy significativo se está realizando aquí. La diferencia,
en comparación con 1920, es asombrosa.
Stalin: Mucho más se hubiera podido conseguir, si los bolcheviques hubiésemos
sido más inteligentes.
Wells: No, si los seres humanos fuésemos más inteligentes. Sería una buena cosa
inventar un plan quinquenal para la reconstrucción del cerebro humano, pues
obviamente le faltan muchas cosas imprescindibles para un orden social perfecto.
Stalin: ¿Piensa quedarse aquí para el Congreso de la Unión de Escritores Soviéticos?
Wells: Desafortunadamente tengo varios compromisos, y me puedo quedar sólo por
una semana en la URSS. Vine con el deseo de hablar con Ud. y estoy muy contento
con nuestra charla. Pero, con los escritores, con los que pueda encontrarme,
pienso hablar de la posibilidad de sus afiliación al PEN-Club. Es ésta una organización
internacional de escritores, que fue fundada por Galsworthy; después de morir
él, yo me convertí en su presidente. La organización es aún débil, pero tiene
grupos de afiliados en muchos países, y, lo cual es aún más importante, la prensa
informa muy detalladamente acerca de los discursos de sus miembros. Su principio
es la libre manifestación de opiniones -también de opiniones contrarias. Espero
poder discutir este punto con Gorki. No sé, si aquí ya se está preparado para
tanta libertad...
Stalin: Los bolcheviques llamamos a eso "autocrítica". Se acostumbra en toda
la URSS. Si Ud. deseara alguna cosa, yo le podría ayudar con voluntarios.
Wells: Le estoy muy agradecido.
Stalin: Yo le agradezco por la entrevista.
Publicado en Bolchevik, número 17, 1934, Fuente: Marxists Internet Archive,
año 2002 | www.elortiba.org