El 23 de enero de 1989 militantes
de la agrupación Movimiento Todos por la Patria (MTP), deficientemente
armados y encabezados por el ex guerrillero Enrique Gorriarán
Merlo, ocupan los cuarteles del Regimiento de Infantería
Mecanizada 3 General Belgrano, con el propósito de frustrar
un supuesto golpe militar carapintada en contra del gobierno
del Dr. Raúl Alfonsín, quien había debido enfrentar varias
asonadas militares a lo largo de su gestión. La represión
por parte del ejército fue por demás desmedida y violenta,
y dejó un saldo de 53 heridos y por lo menos 39 personas
muertas, de las cuales nueve eran militares, dos policías
y 28 integrantes del MTP, varios de los cuales habrían sido
ultimados luego de rendirse. La rápida reacción de elementos
de inteligencia, determinados miembros de la policía de
la provincia de Buenos Aires y conspicuos carapintadas que
actuaron en forma individual, hace presumir que los militantes
del MTP pudieron haber sido víctimas de un engaño pergeñado
por organismos de inteligencia opositores al gobierno.
El asalto al cuartel de La Tablada pateó el tablero político pero sus
efectos fueron exactamente los contrarios de los que habían imaginado
los jefes del Movimiento Todos por la Patria (MTP). Las organizaciones
de izquierda salieron a cuestionar el ataque, los abogados de los organismos
de derechos humanos se dieron un fuerte debate interno antes de decidir
si los defenderían y el gobierno de Raúl Alfonsín quedó más apretado
que antes por los militares y los sectores que habían empujado las medidas
económicas más conservadoras.
En las horas que siguieron a la rendición de los asaltantes, que salieron
del cuartel luego de ser torturados, las críticas se multiplicaron.
No sólo el entonces llamado “partido militar” habló de rebrote de actividades
subversivas y ganó poder, también los que hasta ese momento habían sido
amigos martillaron sobre el MTP en disolución: Jorge Lanata, que aún
gastaba el dinero que le había girado Enrique Gorriarán Merlo para Página/12,
los llamó “niños estúpidos e inconscientes” y “asesinos”.
El Movimiento al Socialismo (MAS) se solidarizó con los militares muertos.
Incluso su dirigente Luis Zamora envió una corona al sepelio y algunos
dirigentes llegaron a separar al MTP del amplio arco de la izquierda
argentina. Y desde la UCR y el PJ no ahorraron críticas, denuncias ni
condenas. Nadie había tomado conciencia aún de que dentro del cuartel
se habían reproducido los crímenes de la última dictadura: hubo torturas,
al menos tres fusilamientos sumarios y cuatro militantes desaparecidos
(Iván Ruiz, José Díaz, Francisco Provenzano y Carlos Samojedny).
El 25 de enero, cuando no habían pasado ni veinticuatro horas de la
rendición, Alfonsín anunció la creación de un Consejo de Seguridad Nacional
(COSENA), que se integraría con el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
Además, promulgó el decreto 327/89 que permitía la intervención de la
inteligencia militar en los asuntos internos y envió al Congreso nacional
un proyecto de ley sobre terrorismo.
La Tablada,
25 años después
Tal fue el zarandeo del
tablero político que generó la acción del MTP para intentar encender
la llama de la insurrección, que los abogados de los organismos de derechos
humanos evaluaron si los defendían o no. El Movimiento Ecuménico por
los Derechos Humanos (MEDH) decidió no representar a los detenidos del
MTP. Sus tres abogados plantearon que no representarían a los que tomaron
las armas en democracia. En cambio, el Centro de Estudios Legales y
Sociales (CELS) definió que sí participaría pero representando a los
jóvenes y a los de bajos recursos, y no a los dirigentes.
Finalmente, se conformó un equipo de abogados que asistió a los trece
detenidos dentro del cuartel y a los seis integrantes del grupo de agitación
más el padre Antonio Puigjané.
En esas primeras jornadas parecía que el único respaldo venía del Uruguay.
“Podrán haberse equivocado en sus previsiones pero no es hora de cobrar
errores sino del abrazo fraterno a los que combatieron con coraje”,
dijo Raúl Sendic, líder del MNL-Tupamaros, durante una discusión en
la conducción de la organización. Los Tupas no sólo refugiaron a muchos
militantes que cruzaron el río, también emitieron un comunicado en el
que señalaron que “los compañeros se equivocaron” y lamentaban esa pérdida
de militantes heroicos y desprendidos. “Pero también hay muchos que
se equivocaron y se equivocan sin poner detrás una gota de sangre propia”,
desafiaron.
En ese contexto, de fuerte derechización de la política, el intento
insurreccional quedó oculto bajo la versión oficial de que intentaron
frenar un golpe de Estado. Esa posibilidad no terminaba de ser creída,
ni siquiera entre los sindicalistas de base con quienes el MTP había
sondeado su análisis en las jornadas previas al asalto. Pero los militantes
sostuvieron esa versión para tener alguna posibilidad de defensa en
un juicio que fue veloz y ejemplificador: sólo se buscó el castigo para
los insurgentes y no se tomaron en cuenta las denuncias por violaciones
a los derechos humanos, que se perpetúan con la desaparición de cuatro
militantes que se rindieron en un cuartel rodeado de militares y policías.
*Pablo Waisberg escribió junto a Felipe Celesia "La Tablada. A vencer
o morir. La última batalla de la guerrilla argentina" (Aguilar).
20-10-2008 / Dos fiscales y un juez federal que 20 años atrás acusaron
e instruyeron, respectivamente, el copamiento del R3 de La Tablada quedarán
al descubierto. Torturas, desapariciones y asesinatos a mansalva en
aquella sangrienta y tórrida jornada del 23 de enero de 1989. Gerardo
Larrambebere, Raúl Plée y Pablo Quiroga en el centro de la escena. Hoy
la Argentina puede separar el injustificable ataque a un cuartel en
plena democracia de los métodos criminales de militares en actividad
y del ocultamiento y complicidad de funcionarios del Poder Judicial
Por Eduardo Anguita | Miradas al Sur
eanguita@miradasalsur.com
La presidenta Cristina Fernández
firmó, días atrás, el decreto 1578 que autoriza al juez federal de Morón
Germán Castelli el ingreso irrestricto a los archivos de inteligencia
del Estado, de la Policía Federal y del Ejército relacionados con la
desaparición de cinco ciudadanos a manos de los militares y policía
que redujeron al grupo que intentó copar el R3 de La Tablada el 23 de
enero de 1989. Esos archivos permitirán conocer también la cantidad
de irregularidades cometidas por los fiscales y el juez que instruyó
la causa. El decreto instruye a los organismos de inteligencia que envíen
de modo inmediato los documentos relacionados con el hecho.
Fue crucial la intervención de la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos con sede en Washington, a la cual apelaron los abogados y familiares
de los desaparecidos para que se haga justicia. La Corte, con las pruebas
aportadas, consideró que hubo innumerables abusos y recomendó al Estado
argentino poner en marcha los mecanismos y garantías para realizar una
investigación independiente, completa e imparcial.
Roberto Felicetti fue uno
de los detenidos tras el cruento intento de copamiento aquel 23 de enero
de 1989. En el momento que se entregó junto a algunos de sus compañeros,
lo desnudaron, lo tiraron al piso y luego lo torturaron de modo salvaje.
Somos Dios, gritaban desaforados algunos de los uniformados que los
custodiaban en el Casino de Suboficiales. Al cabo de unos días le tocó
declarar frente al juez Federal de Morón, Gerardo Larrambebere. "Doctor,
me torturaron salvajemente, vea, tengo los dos brazos fracturados",
le dijo al juez y le pidió, al igual que sus abogados defensores, que
se iniciara una investigación sobre apremios ilegales. Larrambebere
miró a Felicetti con desprecio y no hizo absolutamente nada. Ese juez,
tras una instrucción desastrosa, fue ascendido a juez del Tribunal Oral
en lo Criminal Nº 3. Como tal, y más allá de la consideración del ex
juez Juan José Galeano, actuó como tribunal de alzada en la causa Amia
y cuestionó con fiereza la instrucción por irregularidades que no involucraban
desapariciones, ni asesinatos ni torturas como las sucedidas en la causa
de La Tablada. Porque las torturas a Felicetti no fueron ni por asomo
el motivo principal de las cosas que ocultó el entonces joven juez Larrambebere.
Fiscales en acción. Al momento
de la instrucción, el fiscal Federal de Morón era Santiago Blanco Bermúdez,
pero en esos días estaba de licencia. Llegaron entonces al lugar de
los hechos, en el mismo momento que el cuartel permanecía tomado, el
entonces fiscal de la Cámara Federal de San Martín Raúl Plée y el entonces
defensor oficial del juzgado Federal de San Isidro Pablo Quiroga. Éste
último, producto de la presión de la corporación militar –especialmente
de Inteligencia del Ejército– fue nombrado fiscal subrogante, a partir
de lo cual abandonó la función de defensor oficial. Quiroga y Plée formaron
un equipo que no le daba espacio a Blanco Bermúdez, no sólo porque no
tenían simpatías hacia él, sino porque no querían que se integrara a
las reuniones con los agentes de inteligencia (tanto de la Side como
del Ejército) que inspiraban su accionar.
las primeras páginas
de la causa (escritas cuando todavía se sentía olor a pólvora en el
interior del cuartel y sólo en los periódicos salía que los atacantes
pertenecían al Movimiento Todos por la Patria) surge que los fiscales
Plée y Quiroga pidieron al juez una cantidad de allanamientos en una
serie de domicilios, dando detalles de barrios, calles en distintos
puntos del Gran Buenos Aires. En esos pedidos no aparece el origen de
la información a la que habían accedido los fiscales, ni siquiera cómo
los habían obtenido. La posterior investigación determinó que esos lugares
habían sido utilizados por los atacantes y que en ellos se habrían encontrado
planos y anotaciones relacionados con el ataque.
Esa documentación –de origen
desconocido– fue la base de la acusación contra los 13 miembros del
MTP detenidos que sobrevivieron al combate y a los asesinatos posteriores.
Pero nada decía sobre cómo habían muerto 28 de los atacantes –la mayoría
de ellos con los cuerpos destrozados tal como lo muestran las fotos
de la causa–. Ni qué pasó con algunos de ellos que primero fueron dados
por detenidos, otros como desaparecidos e incluso alguno que fue reconocido
como muerto días después. Tales los casos de Francisco Provenzano, Carlos
Samojedny, Carlos Burgos, Iván Ruiz y José Díaz que estaban entre los
detenidos aquel día en el interior del cuartel.
A Samojedny lo tenían al lado mío –recuerda Felicetti– y uno de los
oficiales le pidió que se identificara y cuando dijo su nombre y apellido,
le dijo: ‘Hijo de puta, a vos te conozco la carrera, te salvaste una
vez. Vas a ver lo que es el infierno’. Samojedny había sido detenido
en 1974 en los montes tucumanos y entre los tormentos de aquella vez
lo paseaban por el aire con los pies atados, cabeza abajo, desde un
helicóptero.
En el caso de Provenzano,
los militares empezaron a golpear brutalmente a todos al grito de ¡¿Quién
es Pancho, carajo!. Era evidente que la inteligencia militar tenía el
dato de que, por detrás de Enrique Gorriarán Merlo, un tal Pancho estaba
entre los responsables de la acción. ¡Yo soy Pancho! gritó Provenzano
para que dejaran de golpear al resto. Lo llevaron aparte. A la familia
le negaron que estuviera detenido. Decidieron buscar entre los restos
humanos para localizar, quizá, algún resto de su cuerpo. La determinación
de su hermano Sergio, médico cirujano, hizo que dieran con una vértebra
que reconoció porque él mismo lo había operado de una hernia lumbar
15 años atrás. El cuerpo de Francisco Provenzano había sido volado con
explosivos no sólo para mostrar que los métodos usados en la dictadura
estaban a la orden del día, sino también para que nadie pudiera reconocerlo.
En el caso de otros detenidos
en el cuartel, como Carlos Burgos, Iván Ruiz y José Díaz, durante años
los antropólogos forenses debieron trabajar sobre restos humanos para
tratar de determinar si están o no desaparecidos como Samojedny. Como
prueba del descuartizamiento de otros detenidos, los antropólogos dieron
con un pedazo de fémur que, casi con seguridad, pertenece a Burgos.
Los fiscales Plée y Quiroga nada hicieron entonces. Su lealtad no era
con la verdad, sino con el grupo de oficiales que usó métodos propios
del Terrorismo de Estado. Sin embargo, casi 20 años después, Plée es
fiscal de la Cámara de Casación Penal y titular de la Unidad Fiscal
para la Investigación de Delitos de Lavado de Dinero y Financiamiento
del Terrorismo. Quiroga es fiscal Federal de la Cámara de Apelaciones
de San Martín. Ambos ascendieron en su carrera judicial.
Cabe preguntarse, estos fiscales, ¿obtuvieron la información por vías
lícitas en aquel verano de 1989? ¿Por qué no consta en las actuaciones
quiénes y de qué manera les dieron datos precisos? ¿Por qué no instruyeron
las denuncias sobre torturas y evadieron la investigación sobre las
personas desaparecidas? ¿Es posible que durante horas y horas se torturara
sin que la fiscalía y el juzgado que instruían las pruebas estuvieran
en el limbo?
Rodolfo Yanzón, abogado defensor de las víctimas de La Tablada mantuvo,
en el año 2000, una conversación reveladora con el entonces procurador
de la Nación Carlos Becerra que tiene a su cargo el Ministerio Público,
o sea los fiscales federales de todo el país. Yanzón le planteó las
irregularidades de la causa y Becerra lo cortó, con toda franqueza:
Mire Yanzón, hay tres fiscales que trabajan directamente para el Ejército,
dos de ellos son Plée y Quiroga.
Fuente: Miradas al Sur, 20/10/08
Cobertura televisada
por Canal 2 de La Plata (actualmente Crónica TV).
El 23 de enero de 1989 un grupo armado dirigido por Gorriarán Merlo,
simuló pertenecer al movimiento golpista carapintada y asaltó el cuartel
de La Tablada. La autora reconstruye y analiza una operación que culminó
con la muerte y la cárcel de la mayoría de sus participantes.
1. Introducción
Desde el momento en que, a media mañana del lunes 23 de enero de 1989,
se comenzó a confirmar la sospecha de que quienes habían irrumpido de
manera violenta en el cuartel de La Tablada no eran militares carapintadas
sino civiles, hombres y mujeres según toda apariencia ligados al Movimiento
Todos por la Patria y en algunos casos antiguos militantes del PRT-ERP,
la perplejidad y la consternación cayeron como un pesado manto sobre
grandes sectores del espectro político y político-intelectual local.
¿Qué explicación –se preguntaban, nos preguntábamos– podía encontrarse
para ese asalto a un cuartel militar en pleno régimen alfonsinista,
por parte de integrantes de una agrupación que sostenía, hasta donde
era públicamente conocido, un discurso político amplio, democrático
y aglutinador de las fuerzas progresistas del país? ¿Qué lógica, qué
confusión o desvarío podían explicar ese hecho, a primera vista inentendible,
que evocaba inmediatamente reminiscencias del accionar guerrillero de
la primera mitad de los 70?
Recuerdo de manera casi física mi propia desolación. Recuerdo también
la intuición implacable, luego confirmada, de que entre los asaltantes
reconocería algunos nombres que reemergerían de aquel pasado setentista.
Presos liberados por la democracia, exiliados retornados al país, integrantes
de mi generación que –por motivos cuyo sentido me propuse entonces intentar
esclarecer algún día– habían hallado la muerte en la brutal represión
que siguió a lo que entonces se me figuraba como la parábola absurda
de vidas aún jóvenes que parecían, en esa inmolación mortífera y suicida,
poner en escena su imposibilidad de regresar a la vida corriente luego
del fracaso del proyecto revolucionario.
En el año 2005, en el marco
de la construcción del Archivo de Historia Oral de la Argentina Contemporánea
coordinado por Marcos Novaro y Vicente Palermo, tuve la oportunidad
de participar de una larga entrevista a Enrique Gorriarán Merlo, antiguo
dirigente del PRT-ERP y figura preeminente del MTP. Esa entrevista fue
–si se me permite la malvenida metáfora militar– el detonador para mi
proyecto siempre diferido de intentar comprender el sentido del ataque
a La Tablada. En ella, Gorriarán se atuvo, en lo esencial, a lo que
más abajo denomino la versión oficial de los hechos; aun así, el diálogo
prolongado permitió que en los pliegues de esa versión oficial se ratificara
una certeza, que a mí me resultaba fuertemente perturbadora de aquella
versión oficial: las fuerzas atacantes habían buscado disimular su carácter
de civiles arrojando volantes de un ficticio agrupamiento denominado
Nuevo Ejército Argentino. Y había sido, en palabras de Gorriarán Merlo,
en el momento en que se empezó a decir que el grupo atacante no era
un grupo carapintada sino un grupo de civiles que la operación naufragó
definitivamente. Asida al hilo conductor de esa certeza perturbadora
reconocida de manera pública por Enrique Gorriarán Merlo, encaré esta
investigación.2
2. La versión oficial
Recordemos muy suscintamente los hechos, intentando mantenerlos lo más
desprovistos de interpretación que podamos. Alrededor de las 6.30 de
la mañana del lunes 23 de enero, un camión de Coca Cola, del que más
tarde se sabría que había sido robado minutos antes en San Justo, derribó
el portón de ingreso al Regimiento III de La Tablada. Detrás del camión
ingresó una fila de seis autos, y de estos vehículos se inició un ataque
armado contra la guardia de prevención del cuartel. Según declaraciones
posteriores del chofer del camión y de otros testigos del hecho, tras
el robo del camión y antes del ingreso al cuartel los atacantes, algunos
de ellos con sus caras pintadas, arrojaron volantes desde uno de los
vehículos, mientras gritaban Viva Rico.
El ataque se extendió al
resto del Regimiento, al sector de Casino de oficiales y de los Galpones
de blindados, donde los atacantes encontraron una importante resistencia.
A partir de media mañana ya nadie bien informado ignoraba que los ingresantes
no eran carapintadas sino civiles; la presencia de mujeres y de hombres
muy jóvenes apoyaba la tesis de una reedición de la guerrilla de cuño
setentista. De allí en más, la intervención del ejército sería cada
vez más violenta y si bien ya nadie creía que el ataque podría resultar
victorioso, el desenlace se estiraría hasta la mañana siguiente.3 El
martes 24 la rendición de los últimos atacantes será seguida, según
la denuncia de los prisioneros y según toda verosimilitud, del fusilamiento
de algunos de los más notorios de ellos. El saldo final del ataque para
las fuerzas, que según ya se había confirmado eran del MTP, es de 29
muertos y 13 prisioneros.4
Como lo señalo en la introducción, la asunción, por parte de Enrique
Gorriarán, de que el ingreso al cuartel había sido acompañado del lanzamiento
de volantes de un ficticio Nuevo Ejército Argentino orientó, desde el
principio, mi necesidad de restituir la lógica, el sentido, de los acontecimientos,
pues se insinuaba como inabsorbible en el relato hegemónico que proveían
los asaltantes de La Tablada, primero en el juicio, y luego también
en sus declaraciones posteriores.5
La versión oficial, que puede fácilmente recomponerse a través de la
contrastación de la escasa bibliografía existente sobre el hecho, en
principal a través de las afirmaciones de Enrique Gorriarán en sus memorias,
de su entrevista para el Archivo de Historia Oral, de los testimonios
de presas de La Tablada en Mujeres Guerrilleras, o a través de las fuentes
provistas por el libro de Juan Salinas y Julio Villalonga Gorriarán,
La Tablada y las guerras de inteligencia en América Latina6, y que me
fue también suministrada en primera instancia por varios de los entrevistados,
se erige fundamentalmente sobre la afirmación de que el ingreso al cuartel
por parte del grupo del MTP tuvo como finalidad detener un nuevo alzamiento
carapintada, que debía producirse el día 23 de enero.7 Ese alzamiento,
se afirma, tenía su base, o una de sus bases fundamentales, de lanzamiento
en dicho cuartel; y sobre todo, se añade, de producirse habría tenido
características particulares que lo harían especialmente peligroso:
el alzamiento en preparación se habría propuesto no limitarse a los
cuarteles sino salir a la calle y producir una suerte de noche de San
Bartolomé –la expresión se repetía de manera sistemática–, orientada
contra dirigentes progresistas.8 A su vez, ese alzamiento por venir
debía ser enmarcado en un complot más vasto, que incluía a Carlos Menem
y a otros dirigentes del peronismo, y que colocaba en el horizonte cercano
la destitución del presidente Raúl Alfonsín y su sustitución por el
vicepresidente Victor Martínez.
En apoyo de esa lectura, los atacantes de La Tablada ofrecían numerosas
pistas: en primer lugar, una interpretación de la sucesión de remezones
que se habían venido produciendo desde Semana Santa y que se sleían
en términos de una escalada, que había llegado hasta la producción de
muertos civiles en el alzamiento de Villa Martelli, y que habría de
continuar ahora bajo la forma de una salida de los cuarteles y la mencionada
noche de San Bartolomé –la columna de opinión Un secreto a voces, del
dirigente del MTP Quito Burgos, publicada en Página 12 del 17/1/89,
describía ya entonces ese posible escenario de manera muy detallada–.
En segundo lugar, la insistencia en un complot menemista-seineldinista,
cuya verosimilitud estaba sostenida sobre una conjunción de fuentes
propias no declaradas, sobre informes de inteligencia provenientes de
Panamá y, de la manera públicamente más proclamada, sobre el testimonio
de personas que, por diversas razones particulares, habían tenido acceso
a información acerca de movimientos carapintadas y contactos entre Seineldín
y Menem. Estos últimos testimonios –de Karin Liatis y Gabriel Botana–
fueron, en los días previos a los hechos de La Tablada, anunciados en
conferencia de prensa por la cúpula del movimiento, presentados ante
la justicia por Jorge Baños, abogado del CELS e integrante de la dirección
del MTP, posteriormente muerto en La Tablada, y propalados con fuerza
a través de los medios, en particular de Página 12.9 Sumados a estos
elementos, el gobierno de Alfonsín, sostiene el relato, se mostraba
confundido, inerme, incapaz de una respuesta ante la creciente amenaza
militar.
En una palabra: el 23 de enero debía producirse un alzamiento carapintada
con epicentro en el cuartel de La Tablada, que tendría por propósito
salir a la calle y, posiblemente, producir una matanza selectiva de
dirigentes progresistas. La acción del MTP era una acción destinada
a abortar el alzamiento antes de que éste se produjera, acción heroica
de hombres y mujeres decididos a actuar frente a la inacción de un gobierno
inerme. Nada había en esa acción, se insistía, que la ligara a los copamientos
de cuarteles por parte de la guerrilla en los años 70: en los textos,
y sobre todo en las entrevistas, resulta notable la afirmación, también
repetida, de que el MTP no se proponía reeditar la táctica de lucha
armada propia de aquellos años previos al golpe de 1976. Testimonio
de la diferencia entre aquellos copamientos y este acontecimiento era
–como también se decía de manera reiterada– que algunos de los atacantes
habían entrado al cuartel con sus propios vehículos y sus documentos
de identidad, y que las armas empleadas no sólo eran pobres para una
intentona de copamiento tradicional, sino que habían sido compradas
en los días previos al hecho en armerías de la ciudad de Buenos Aires.
¿Qué creían los militantes
del MTP que ingresaron a La Tablada que debía resultar de su acción?
¿De qué manera podía su ingreso frenar el alzamiento que decían debía
producirse? ¿Podía un grupo mal armado de cuarenta personas, la mayoría
carente de un entrenamiento militar más o menos serio, frenar un alzamiento
en marcha? En el caso de que hubieran podido ocupar el cuartel, ¿qué
habrían hecho luego?
Es difícil, si no imposible, encontrar una respuesta a estas preguntas
en los textos o testimonios mencionados si nos seguimos orientando por
la lectura más estrecha de la versión oficial según la cual el objetivo
era parar el golpe. ¿Cómo, de qué manera, lograrían frenar el golpe
en marcha? ¿Qué harían los atacantes una vez ocupado el cuartel de La
Tablada y reducidos los supuestos militares alcistas? Para encontrar
algún sentido a la idea expresada de parar el golpe era necesario añadir
a la versión oficial por lo menos la idea algo vaga de cambio de rumbo,
expresada en esos términos por Enrique Gorriarán en sus Memorias: la
idea, explica Gorriarán, era ganar la iniciativa, parar el golpe y exigir
al gobierno firmeza frente a los planteos militares. Pensábamos que
con la gente en la calle y los militares aún no movilizados en conjunto
se dificultaría mucho la represión posterior; claro que no descartábamos
nuevos enfrentamientos pero ya en mejores condiciones. En aquel momento
el poder político estaba cada vez más condicionado, el pueblo se sentía
cada vez más separado de ese poder político, y los golpistas estaban
cada vez más envalentonados. Con La Tablada intentábamos frenar ese
proceso y ayudar a un cambio de rumbo que despejara el camino a la democracia.10
¿De qué manera, repetimos,
imaginaban los atacantes de La Tablada ese cambio de rumbo, y de qué
modo podía su acción contribuir a él? En una primera aproximación, si
nos atuviéramos a la versión oficial de los hechos que provocaron el
ingreso al cuartel y no intentáramos leer entre líneas las afirmaciones
de Gorriarán, podríamos imaginar que ese cambio de rumbo debía consistir
en un fortalecimiento de las fuerzas antigolpistas, envalentonadas por
el efecto suscitado por la acción de un grupo de 40 civiles pobremente
armados, que habrían demostrado poder tomar un cuartel a punto de alzarse
contra la democracia, y probado la posibilidad de impedir la acción
de los sublevados y humillado así a los militares. La salida del grupo
del MTP del cuartel sería acompañada por la movilización de la gente
en la calle que, frente al éxito de la acción de un grupo pequeño y
decidido podría ver entonces que la manera de cambiar la relación de
fuerzas entre militares golpistas y civiles demócratas no era por vía
de las concesiones y el retroceso, sino por la del fortalecimiento de
la movilización, el coraje y el avance; exigiría e impondría al gobierno
mayor firmeza frente a los golpistas.
3. ¿Víctimas de una operación de inteligencia?
Enrique Gorriarán Merlo
Cuando encaré esta investigación
comprendí muy pronto que no sólo para mí el sentido de los hechos de
La Tablada resultaba difícil de asir. En la escasa documentación consagrada
al tema o en las conversaciones con actores políticos ajenos al MTP
o con periodistas que siguieron de cerca los acontecimientos del 23
de enero reaparecía de manera reiterada la hipótesis explicativa de
que el ingreso al cuartel del grupo del MTP podría haber resultado en
una operación de inteligencia exitosa, comprada con cierta ingenuidad
por Gorriarán y los suyos. Los promotores posibles de esa operación
variaban según el interlocutor, pero eran básicamente dos: los militares
(no carapintadas) por un lado, y la Coordinadora de Enrique Nosiglia
por el otro.11 Los militares, parecían sostener unos, habrían alimentado
la versión de una conspiración e instigado la acción preventiva del
MTP, para desarticular en esa jugada exitosa simultánea un grupo ideológico
opositor cuyo crecimiento veían con preocupación, cobrar cuentas pendientes
a antiguos militantes del ERP, reverdeciendo la teoría del carácter
agresor de la guerrilla en la represión de los 70, y enaltecer su propio
papel en el mantenimiento de las instituciones frente al accionar renovado
de la subversión y, eventualmente, de los propios sectores carapintadas.
La Coordinadora de Enrique Coti Nosiglia, imaginaban otros, se habría
servido de los contactos conocidos entre Nosiglia y Provenzano12 para
instilar en el MTP la información de un pacto entre Menem y Seineldín,
con el fin de desprestigiar al líder peronista que se perfilaba ya entonces
como el potencial triunfador en las elecciones de fines de 1989, y habría
contribuido de esa manera a alimentar las peores fantasías del MTP respecto
de un retorno de la influencia militar en los asuntos políticos. Las
denuncias ya mencionadas de Baños, basadas en los testimonios de Liatis
y Botana, en los días previos al 23, serían el resultado de esa operación
urdida desde las oficinas de Nosiglia.
Cabe destacar que estas dos hipótesis disímiles –que ponían ambas el
acento en que el MTP habría podido ser víctima de una operación de inteligencia–
se apoyaban, para ello, en la versión oficial de los hechos. En otras
palabras, no interrogaban la razonabilidad de la finalidad declarada
de la acción de La Tablada –parar el golpe–, que eventualmente calificaban
de delirante, y cuestionaban tan sólo el carácter fidedigno de la información
que habría llevado al grupo liderado desde fuera del cuartel por Gorriarán
a la decisión de ingresar en él para detener un alzamiento, para ambas
hipótesis inexistente.
Informe periodístico
a 20 años
Aun sin adentrarnos todavía
en una relectura de los acontecimientos que desdiga de plano la admisión
lineal de la versión oficial, cosa que haremos en el apartado siguiente,
podemos advertir que la teoría según la cual el MTP habría sido víctima
de una operación de intoxicación presentaba dificultades indisimulables.
Por una parte, si bien la hipótesis era compatible con el carácter creciente
del ambiente conspirativo del MTP, cuyos máximos dirigentes parecían
–según nos señalaron diversos interlocutores– cada vez más fascinados
por las elucubraciones de inteligencia propias y ajenas, debía suponerse
que al mismo tiempo idéntico humor conspirativo habría puesto en alerta
a militantes avezados, como eran muchos de los atacantes de La Tablada,
respecto de las posibilidades de operaciones de inteligencia o de infiltración
de los servicios de inteligencia adversos. En segundo lugar, dicha teoría
tomaba por dinero contante y sonante la versión oficial del ataque brindada
por los protagonistas, y rechazaba la versión de los mismos protagonistas
cuando estos negaban –como lo negara enfáticamente Roberto Felicetti
en una Carta Abierta al periodismo en septiembre de 1989– haber sido
víctimas de una operación de inteligencia ajena.13 Por fin, ya tras
el fracaso de la acción, dicha hipótesis no ofrecía respuesta a la pregunta
que nos hacíamos en el apartado anterior: si la versión oficial del
MTP reflejaba la verdad de la acción del movimiento, ¿qué esperaba el
MTP lograr con el ingreso a La Tablada? Suponiendo que La Tablada hubiera
salido mal porque los militares los estaban esperando, ¿qué hubiera
sido, desde la óptica del MTP, que La Tablada saliera bien? Añadamos,
para concluir este breve apartado, que un análisis muy superficial de
los elementos previos o contemporáneos al ataque hacía poco verosímil
esta hipótesis: los mismos elementos que me perturbaron a mí en el origen
de mi indagación, en particular los falsos volantes del Nuevo Ejército
Argentino, a los que se sumó muy pronto la evidencia de la naturaleza
endeble de las fuentes citadas por el MTP como prueba de sus denuncias
de conspiración militar, debían poner seriamente en duda la idea de
que el MTP hubiera sido víctima de una operación de inteligencia por
parte de un tercero, que lo habría llevado de ese modo a ingresar violentamente
al cuartel de La Tablada aquel 23 de enero de 1989.
4. De La Tablada a La Rosada: el camino más corto de la insurrección
popular
Como señalé varias veces en los párrafos precedentes, el hilo conductor
de mi investigación se desenrolló, desde el primer momento, partiendo
de los volantes falsos arrojados por los activistas del MTP que ingresaron
al cuartel de La Tablada. ¿Era cierto que esos volantes habían sido
sembrados por el MTP? En caso afirmativo, ¿por qué, si efectivamente
había un golpe en marcha en ese cuartel, debían los atacantes proveer
de (falsos) elementos de prueba de ese golpe? Obtuve una respuesta afirmativa
a mi primera pregunta en la entrevista a Enrique Gorriarán: sí, habían
sido ellos quienes habían arrojado esos volantes –era una cuestión de
tácticas militares.14 Algunas entrevistas posteriores a ingresantes
al cuartel corroboraron esta afirmación, como así también las versiones
–ratificadas durante el juicio por el chofer del camión robado– de que
algunos de ellos habían actuado con las caras pintadas y vestidos de
militares; otros entrevistados negaron enfáticamente ambos hechos.15
Quedaba por responder a la segunda pregunta: ¿por qué habían arrojado
los volantes, camuflados de militares carapintadas? La lógica más elemental
indicaba que si los atacantes tomaban a su cargo la representación de
su propio papel y también el de los carapintadas… era porque tal golpe
no existía, y que de lo que se trataba era de poner en escena un golpe
inexistente y su derrota por parte de un grupo de civiles armados. Con
el correr de mi investigación fui confirmando esta hipótesis que aun
negada por Enrique Gorriarán, había ido tomando cuerpo en aquella larga
entrevista. En un intercambio sorprendente, al que ya me referí en la
Introducción de este texto, al mismo tiempo que sostenía que la finalidad
de la acción de La Tablada había sido la de frenar un golpe antes de
que éste saliera de los cuarteles, Gorriarán también afirmaba que dicha
acción había sido exitosa durante un primer momento, en el cual la impresión
general había sido que los ingresantes al cuartel era un grupo de carapintadas
y que se estaba en presencia de un nuevo alzamiento, lapso durante el
cual se habían comenzado a sumar pronunciamientos de diversas organizaciones
sociales y políticas en contra del golpe. Las cosas anduvieron bien,
afirmaba Gorriarán, hasta que surgió que era un ataque guerrillero contra
un cuartel.16
¿Qué esperaban los atacantes
del cuartel de La Tablada del plan consistente en la puesta en escena
de un alzamiento militar en el cual se habían reservado el papel de
vencedores? El plan había fracasado, a ojos vista. Pero ¿qué hubiera
significado su éxito? A medida que en el curso de mi investigación iba
confirmando que, por lo menos para los activistas directamente comprometidos
en el asalto al cuartel, se trataba sin lugar a dudas de la puesta en
escena de un alzamiento y no de la convicción de que ese día, el 23
de enero, se preparaba efectivamente una asonada militar en La Tablada,17
esta pregunta fue tomando un lugar preponderante.
La respuesta que, de manera coincidente, fui obteniendo me provocó una
perplejidad no menor a la que me había provocado el aparente sinsentido
del ataque: la imagen repetida del éxito de la operación La Tablada
era la de los atacantes saliendo del cuartel montados en los tanques,
rumbo a la Plaza de Mayo, civiles valientes que proclamándose victoriosos
en su reacción contra una nueva asonada de los militares alcistas, encabezarían
una insurrección popular que los militantes del MTP tenían por misión
fogonear en coincidencia con la salida del cuartel en los distintos
barrios. El plan habría de incluir, entre otros, la posterior toma de
radios y de edificios públicos, y el llamado a la movilización de la
población a través de una proclama previamente preparada. También la
elección del Regimiento III como centro del operativo adquiría en ese
contexto una nueva significación: La Tablada, se me dio a entender,
era, de todos los cuarteles, el que reunía la doble condición de cercanía
respecto de la Capital y de contar con tanques en su interior. El relato
del éxito esperado del ataque al cuartel otorgaba así un sentido definido
a la afirmación de Gorriarán respecto del cambio en la relación de fuerzas;
ese cambio, lejos de proponerse reforzar al gobierno y a las fuerzas
antigolpistas frente a las presiones golpistas, debía consistir en una
insurrección exitosa, cuyos contornos más detallados no parecían estar
demasiado claros (o por lo menos no parecían estarlo para muchos de
los sobrevivientes), pero que definitivamente debían producir un cambio
de connotaciones mayores en la vida política argentina.18
A la luz de la explicación de La Tablada en estos términos, de una puesta
en escena de una asonada militar derrotada por un grupo de civiles que,
fuertes por su triunfo, encabezarían una insurrección exitosa, el carácter
endeble de las denuncias previas a los acontecimientos del 23 de enero
toma otro cariz: señalábamos antes que las únicas denuncias realizadas
por testigos supuestamente directos de la conspiración carapintada realizada
por Jorge Baños en su presentación judicial fueron las de Karin Liatis
y Gabriel Botana; es preciso señalar que –si bien nada se decía al respecto–
ambos eran militantes del MTP, y, la primera, entonces pareja del propio
Baños.19 Las denuncias, reproducidas sobre todo por Página 12 y más
bien desestimadas en cuanto a su seriedad por el resto de los diarios,20
pueden en ese contexto comprenderse como parte de la preparación del
clima que haría más verosímil el armado de la operación del día 23.
Si tal era entonces el sentido de la operación el ataque a La Tablada,
quedaba para el investigador la tarea de restituir a esta operación
algún tipo de lógica que hiciera que su éxito resultara verosímil para
los militantes que participaron en ella, y también coherente de alguna
manera con la historia de la organización que la llevó a cabo. Y es
preciso decir al respecto que, pese al carácter inverosímil que para
un observador externo pudiera tener esa lógica, pese a la naturaleza
aparentemente delirante de un proyecto que, en una democracia recientemente
recuperada tras años de la más cruel dictadura, aspirara a concitar
el apoyo masivo a una aventura armada, cuando comencé a adentrarme en
la lógica que guió a los atacantes de La Tablada volví a percibir la
virulencia del efecto que sobre sus participantes ejercen los microclimas
conspirativos de las sectas revolucionarias.
5. Un poco de historia
a. La formación del MTP
El Movimiento Todos por la Patria, fundado en Managua en el año 1986,
fue el corolario de la creación de la revista Entre Todos surgida también
en Nicaragua hacia fines de 1983 de la reunión del grupo de antiguos
militantes del PRT-ERP, nucleados alrededor de Gorriarán Merlo, con
individuos o grupos provenientes de otras experiencias de la izquierda
y el peronismo radicalizados de los años 70.21 El grupo del PRT-ERP
reunido en torno de Enrique Gorriarán Merlo, que había participado de
los momentos finales de la Revolución sandinista de julio de 1979, representaba
probablemente entonces la única expresión organizada de lo que había
sido el PRT. Enfrentado a la conducción de Luis Mattini, secretario
general de la organización tras la muerte de casi toda la dirección
en julio de 1976, el grupo de Gorriarán había expresado en la crisis
que se produjo en el PRT en el exilio posturas que, en términos generales,
representaban sobresaltos de fuerte contenido voluntarista y de corte
renacidamente foquistas frente a una posición probablemente más crítica
del accionar pasado, y por ello también menos voluntarista, de la mayoría
del Buró Político liderada por Mattini. Fue uno de esos sobresaltos
que lo llevó al grupo de Gorriarán –ya separado del PRT de Mattini–
a dejar de lado momentáneamente su plan de conformación de una guerrilla
rural en Argentina para unirse a la Revolución nicaragüense poco antes
de la victoria final, y fue posiblemente a su vez la conciencia de la
crisis de las concepciones tradicionales del PRT la que llevaría poco
después a una nueva división y a la disolución final del grupo liderado
por Mattini.22
La
larga agonía de los presos políticos
(2003) Diversos organismos internacionales y el informe 55/97
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos destacan la
violación del derecho a la defensa, el asesinato de 9 personas
después de su rendición y la tortura a que fueron sometidos
los detenidos. En el año 2000 los detenidos iniciaron una huelga
de hambre que duró 46 días. El 3 de agosto depusieron su actitud
ante la promesa de que sus reclamos serían satisfechos. Un mes
después, cuando comprobaron que lo prometido no se cumplía,
reanudaron el ayuno. Más tarde el presidente Fernando de la
Rúa (fines de 2000) anunció el decreto de conmutación de penas,
reduciendo las condenas para los detenidos a excepción de Enrique
Gorriarán Merlo, líder del movimiento, y su compañera Ana María
Sívori, por no estar incluidos en el informe de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos. El sacerdote Fray Antonio
Puigjané, condenado a 20 años de prisión, merced a dicha conmutación
y dada su avanzada edad fue puesto bajo detención domiciliaria.
Finalmente en 2003 el presidente saliente Eduardo Duhalde, a
punto de traspasar el poder a Néstor Kirchner, decretó una amnistía
para los presos de La Tablada y un grupo de carapintadas, presos
desde 1989.
Cuando con el arribo de
la democracia a Argentina en 1983 los presos políticos recuperan la
libertad, un grupo importante de antiguos militantes del PRT-ERP que
había seguido durante su cautiverio ligado de manera lo más orgánica
posible a su organización se plantea la posibilidad de retomar la actividad
política en continuidad con su historia previa. En ese momento, de lo
que había sido el PRT, el grupo de Gorriarán Merlo aparece como la única
opción mínimamente articulada. Si bien para muchos de aquellos militantes
Enrique Gorriarán aparecía como una figura históricamente cuestionada
por representar las posturas más militaristas y menos políticas de la
organización, por ende podían haberse sentido más afines a la tendencia
representada en el momento de la ruptura por Luis Mattini, pero esta
última había dejado de existir en tanto tal. Simultáneamente, la propuesta
pluralista y basista de la revista Entre Todos, primera expresión pública
de lo que luego habría de ser el Movimiento Todos por la Patria, debió
ayudar a superar las prevenciones iniciales respecto de la figura de
Gorriarán y condujo a varios de aquellos ex presos del PRT a sumarse
a la iniciativa. Francisco Provenzano, Roberto Felicetti, Carlos Samojedny,
tres antiguos presos liberados en el 1983-1984 que participarían en
La Tablada, se contaron entre quienes decidieron unirse a esa empresa.23
Si reconstruimos la historia temprana de la revista Entre Todos y de
quienes serían luego notorios militantes del MTP encontramos que varios
de ellos ocupan, entre 1984 y 1985, lugares de relevancia en la estructura
del Partido Intransigente (PI). La experiencia de algunos de ellos los
llevaría muy rápidamente a ocupar posiciones de dirigencia intermedia
y a lograr un reconocimiento considerable entre los jóvenes que por
entonces afluían masivamente a las organizaciones progresistas. Para
estos militantes setentistas ligados desde el inicio al proyecto de
Entre Todos, el paso por el Partido Intransigente pareció volverse muy
pronto (cuando no lo había sido desde el inicio) una opción táctica
que debía, tarde o temprano, dar lugar al pasaje de una parte de la
militancia al nuevo movimiento que en algún momento se conformaría.
Y efectivamente, la posición adquirida en el PI redundaría en que, en
el momento del paso de estos dirigentes al naciente MTP, detrás de ellos
se desplazara un número considerable de militantes.24 Según múltiples
testimonios, en ausencia de otras publicaciones, el trabajo político
en el PI se realizaba por otra parte entonces en gran medida a través
de la revista Entre Todos, llamativa por su carácter plural y antisectario,
en la que coincidían firmas de todo el espectro progresista de la vida
política argentina, desde el peronismo hasta los antiguos militantes
del PRT, pasando por los sectores más progresistas del radicalismo,
del Partido Intransigente o del Partido Comunista, como así también
por las voces progresistas no partidistas de la Iglesia, de los sindicatos
o de otros movimientos sociales.
La revista Entre Todos fue también un importante vehículo de organización
y nucleamiento de numerosos grupos de jóvenes que en los barrios, alrededor
de las parroquias, en los colegios secundarios o en las Universidades
expresaban en su activismo el entusiasmo de aquella primavera de 1984.
Los relatos recabados entre los jóvenes militantes de entonces reproducen
todos, en términos generales, la misma secuencia: grupos autoorganizados
que, al entrar en contacto con la revista encuentran en ella una expresión
más global, generalizadora, para sus preocupaciones, y un discurso que
inscribe sus preocupaciones en un relato que liga su actividad con la
lucha antidictatorial. Estos grupos de jóvenes, en abierta disponibilidad
política, se ven masivamente atraídos por un discurso amplio, reivindicativo
en el ámbito de lo local y que inscribe simultáneamente su actuación
en un proyecto más abarcativo, tanto espacial como temporalmente.
Si recorremos la revista Entre Todos en su primera época, dos asuntos
llaman la atención: el primero, el amplio abanico de las firmas, señalado
precedentemente; el segundo, muy visible, es la presencia permanente
–a razón de uno o dos artículos por número– de la Revolución nicaragüense.
A la vez, a la lectura de esta publicación la evolución del proyecto
MTP se deja observar con claridad: con el correr de los números el tono
democrático, reivindicativo y pluralista va dejando paso progresivamente
a un tono más declaradamente revolucionario. Pero será necesaria una
ruptura interna del MTP para que ese tono revolucionario se afirme definitivamente,
y que Entre Todos deje de ser una publicación concebida como instrumento
del trabajo político con las bases –rol que como señalábamos más arriba
había cumplido con notable éxito– para pasar a ser un órgano de aglutinación
de cuadros con definiciones políticas más marcadas, con una propuesta
de construcción partidaria y de vanguardia, y organizado alrededor de
las firmas de los militantes más notorios del MTP.
Luis Mattini - "La Tablada
repite una concepción del PRT"
Aquella ruptura interna
del MTP se produjo en dos momentos: un primer momento, en diciembre
de 1987, signado por la salida de algunas personalidades notorias de
la dirección del Movimiento, entre ellas sobre todo Rubén Dri y Manuel
Gaggero, quienes habían participado de la fundación del movimiento,
e incluso antes, del proyecto originario de una reorganización pluralista
de las fuerzas progresistas alrededor de la fundación de la revista
Entre Todos. Un segundo momento, de menor impacto público pero de mayor
trascendencia interna, se produjo casi sin solución de continuidad respecto
del primero, signado por la partida de grupos importantes de militantes,
sobre todo en Buenos Aires, Gran Buenos Aires y Córdoba, disconformes
con el rumbo abiertamente vanguardista y el cariz conspirativo que tomaba
el MTP, y con la presencia cada vez más determinante de la figura de
Enrique Gorriarán en su seno.
A la escucha de los testimonios de quienes participaron –quedándose
o yéndose– de aquel proceso de vanguardización del MTP, y a la luz de
la deriva posterior de este movimiento que condujo a La Tablada, es
interesante destacar que la tensión que derivó en ruptura, entre una
postura más basista o movimientista, y más reticente con respecto a
las posibilidades de una aceleración revolucionaria, y las posiciones
más vanguardistas y más optimistas respecto de una tal aceleración,
parecen haber surcado el movimiento desde sus inicios. Probablemente,
unos y otros suscribieran, en aquellos momentos iniciales, a la idea
de una revolución futura; posiblemente, unos y otros pensaran que la
derrota del proyecto setentista no ponía en crisis la idea de Revolución,
pero sí obligaba a reconsiderar los tiempos y los modos en que podría
producirse un cambio revolucionario en Argentina. Pero allí donde disentían,
y donde disentirían cada vez más, era en la comprensión del modo en
el que la actividad política debía contribuir a dicho proceso, si debía
hacerlo a través de un proceso de organización de los sectores populares
que no podía, en las condiciones de entonces, sino ser abarcador, lento
y paulatino, o si estaba en sus manos acelerar los tiempos a través
de una férrea formación política de vanguardia.
b. Una, dos, tres Managuas.
La Tablada en el espejo de la Revolución sandinista El asalto a La Tablada
constituyó, entiendo, la cristalización mortífera de esta última postura
de aceleración de los tiempos, encarnada por el grupo que, nucleado
alrededor de Gorriarán Merlo, había participado de los últimos momentos
del triunfo de la Revolución sandinista. Ajenos en su mayoría a los
avatares de la vida cotidiana en la Argentina durante la dictadura militar,
profesionalizados como militantes revolucionarios desde hacía décadas
o desde su salida más reciente de la cárcel, los integrantes de aquel
núcleo duro del MTP, sumidos en el microclima de la militancia revolucionaria
y del triunfo reciente de la revolución nicaragüense, creyeron posible
leer los acontecimientos de la vida política argentina tras la instalación
de la democracia a la luz de los debates de la vanguardia sandinista
bajo la prolongada dictadura de los Somoza. Así, bajo el influjo de
la victoria de las posturas terceristas de los hermanos Ortega en el
debate interno del sandinismo, abrigaron las esperanzas de una reedición
de la salida insurreccional en Argentina, tras el fracaso setentista
de la teoría de la guerra de guerrillas o de la guerra popular y prolongada.
En efecto, la Revolución nicaragüense y la disputa previa, en el seno
del sandinismo, entre tres tendencias políticas que terminarían de unirse
poco antes del triunfo de 1979 ofrecen una clave de interpretación relevante
para intentar dar cuenta de aquello que imaginaban quienes encabezaron
la aventura de La Tablada. Si comprendemos cómo se impuso, bajo el liderazgo
de Gorriarán, la idea de que la revolución en Argentina, derrotada la
vía de la guerra prolongada a la vietnamita, debía y podía tomar la
forma de la insurrección, se hace posible obtener un prisma de intelección
de aquel acontecimiento.
Entrevista con los autores del libro "La
Tablada"/Felipe Celesia y Pablo Waisberg
Para ello, recordemos muy
brevemente que la dirección sandinista unificada que lideró la victoria
final contra la dictadura somocista había sido el resultado de la reunión
de tres tendencias: la tendencia de la guerra popular y prolongada,
liderada por Henry Ruiz y Tomás Borge, que seguía de manera general
el ejemplo chino o el vietnamita y propugnaba el desarrollo de la acumulación
de fuerzas de un ejército popular de base campesina organizado desde
la montaña; la tendencia proletaria, liderada por Jaime Wheelock, que
sostenía la necesidad de privilegiar el trabajo en las zonas urbanas,
en particular entre los sectores proletarios, y que sin renunciar en
palabras a la lucha armada la había dejado de lado en la práctica, y
la tendencia insurreccional o tercerista, liderada por Daniel y Humberto
Ortega, quienes entendían que si se seguía apostando a estrategias de
largo plazo –fueran éstas la organización del ejército popular en la
montaña o la organización urbana del proletariado– el momento de la
revolución se alejaría irremediablemente. Para los terceristas, las
condiciones objetivas de la Revolución parecían alejarse en la medida
en que crecía el peligro de una cooptación burguesa de las conciencias
de los sectores populares. Pero, al mismo tiempo, entendían que era
posible crear, a través de la acción voluntarista, condiciones subjetivas
que contrarrestaran el peligro creciente de desmovilización revolucionaria
y aceleraran las condiciones de la Revolución.
Más allá del equilibrio de fuerzas en la dirección sandinista unificada,
representada por los líderes de las tres tendencias, resulta claro que
la hegemonía del movimiento nicaragüense quedaría tras la unión de éstas
en manos de la corriente tercerista de Daniel y Humberto Ortega, y esto
de modo más notorio luego de la insurrección victoriosa. Como lo señalaba
Jaime Wheelock, dirigente de la tendencia proletaria, en una entrevista
realizada por Marta Harnecker y que circuló profusamente entre los militantes
del MTP, la política de la tendencia insurreccional o tercerista, que
planteaba al mismo tiempo una base muy amplia de apoyo y una aceleración
de las condiciones insurreccionales a través de la provocación de acciones
espectaculares, se mostró retrospectivamente como exitosa pese a las
críticas de las que era objeto por parte de las otras dos.25 ¨
¿Qué fue lo que, a la luz de los acontecimientos posteriores, podemos
imaginar que habían extraido Gorriarán y su grupo más cercano de su
experiencia en Nicaragua? En primer lugar, la certeza de las posibilidades
del éxito de una Revolución. En segundo lugar, la convicción de que
la forma insurreccional tenía la virtud de provocar hechos que aceleraban
las condiciones de posibilidad de la Revolución en tiempos de reflujo
del entusiasmo revolucionario. Al respecto, no deja de ser llamativo
que, de manera también coincidente, los militantes del MTP pusieran
el acento, en el año que precedió al asalto a La Talada, en la preocupación
que representaba para el MTP la constatación de que el pueblo se mostraba
menos movilizado. Y no menos llamativa es la apreciación común en los
antiguos militantes del MTP, tanto entre quienes rompieron con el movimiento
antes de La Tablada como entre quienes participaron de ese hecho, que
Gorriarán parecía extrañamente apurado, necesitado de acelerar los tiempos.26
En ese apuro, añadimos, la postura tercerista, insurreccional, que se
había revelado exitosa en Nicaragua, le brindaba la apoyatura teórica
que la teoría clásica de la guerra popular y prolongada, enarbolada
por el PRT en su primera época, le negaba.27
Estratagema vulgar o lectura exitosa de una política de alianzas por
parte del FLN –las afirmaciones de Wheelock dejan flotar cierta ambigüedad–28.
Lo cierto es que la combinación de una política de amplias coaliciones
y la simultánea elaboración de una estrategia insurreccional en la Revolución
nicaragüense parece así brindar la matriz que sostiene la esperanza
del grupo proveniente de Managua de repetir esa experiencia en su regreso
a la Argentina. Más allá de lo que se pueda pensar de tal expectativa,
en ese contexto ideológico la aparente contradicción entre una política
de discurso basista y amplio y una simultánea proyección de una estrategia
insurreccional por parte del MTP no aparece como antinómica para sus
militantes.29
¿Estratagema vulgar o evolución de la política de alianzas? A la luz
de su desencadenamiento final, el proyecto original del grupo nucleado
en torno de la figura de Enrique Gorriarán merece ser interrogado en
estas coordenadas. ¿En qué medida contenía ya el proyecto originario
el germen de su desenlace fatal del 23 de enero? Sostuvimos antes que
parece factible considerar que la cooptación para el MTP de sectores
juveniles del Partido Intransigente por parte de algunos militantes
del antiguo PRT podía estar prevista en sus grandes rasgos desde los
inicios del Movimiento; creíamos también constatar que el horizonte
revolucionario era común a todas las expresiones internas del MTP o,
por lo menos, a las de sus dirigentes. Pero afirmábamos también que,
en el horizonte de la idea de Revolución futura, la tensión entre una
expresión más largoplacista, paciente y autocrítica del vanguardismo
setentista (que ponía el acento en la lenta acumulación de fuerzas y
en la unidad de los sectores populares), y una postura más vanguardista
(que parecía considerar la amplia política de alianzas en términos más
instrumentales), atravesó al MTP prácticamente desde sus orígenes, y
terminó de expresarse públicamente en el abandono del movimiento por
una parte considerable de sus integrantes.
Al producirse esta ruptura se reforzó,
entendemos, el carácter instrumental de aquellos elementos que el proyecto
inicial podía tal vez contener como estratagema, pero también como creencia
profunda: si el basismo, la amplitud en la convocatoria y la lenta acumulación
de fuerzas populares, era, para el sector que se retiraba la verdad
de su práctica política, estos elementos adoptaban, para el sector vanguardista,
un carácter mucho más marcadamente instrumental. Y este carácter cada
vez más fuertemente instrumental del discurso basista del MTP alcanzará
con posterioridad a 1987 su punto culminante en el asalto a La Tablada.
6. El giro hacia la manipulación (o las innovaciones de la violencia
ochentista)
En mi indagación acerca del sentido del asalto a La Tablada apareció
un elemento inquietante que no logré despejar en su totalidad: ¿sabían
todos los participantes de la acción –esto es, lo sabían también todos
aquellos que debían realizar tareas de apoyo externo– que se trataba
de una puesta en escena ficticia de un golpe? ¿Eran conscientes todos
ellos que la organización a la que pertenecían estaba desarrollando,
aunque sea incipientemente, una estructura de acción militar y que proponía
el asalto violento al poder bajo un régimen democrático? Si para cualquier
militante de base o simpatizante del PRT o de Montoneros en los años
70 no había ninguna duda de que la organización a la que adherían proclamaba
y ejercía la violencia y contaba con estructuras militares paralelas,
todos los elementos obtenidos parecen corroborar que la cúpula del MTP
preparó a una parte selecta de sus militantes para la acción armada,
que instruyó muy precariamente a otros pocos sobre el filo de la acción
de La Tablada y que ocultó ambos hechos a sus simpatizantes o a sus
militantes más periféricos. Por otra parte, desde entoncescontinuó ocultando
al resto de la sociedad cuál había sido el verdadero objetivo del ataque
al cuartel. De modo tal que no es inverosímil suponer que en el asalto
a La Tablada hubiera, entre quienes se encontraban fuera del cuartel,
algunos militantes que efectivamente creyeran que se entraría al cuartel
con la finalidad de abortar un golpe en ciernes en ese cuartel y en
esa fecha, y que ignoraran la procedencia de los volantes del Nuevo
Ejército Argentino que sus propios compañeros sembraban en su ingreso.
Si esto es así, es posible que para algunos de esos militantes periféricos
la confianza en sus dirigentes y la común adhesión a la idea de que
de esa acción –que habrían estimado preventiva– debía de todos modos
resultar una insurrección con altas probabilidades de éxito, y que terminara
diluyendo más tarde el estupor que en ese momento debió provocarles
la constatación del engaño del que habían sido víctimas.30
Si aun con dudas me inclino a dar crédito a las afirmaciones que otorgan
realidad a la existencia de este engaño de una porción (minoritaria,
eso sí) de los propios participantes del suceso es porque tal engaño
resultaría, en su inspiración conspirativa y manipuladora, consistente
con la puesta en escena del ataque a La Tablada en tanto tal. Como señalábamos
más arriba, resulta a esta altura evidente para el investigador que
el ingreso al cuartel estuvo signado desde su preparación por la intención
de fabricar un escenario ficticio de golpe carapintada, cuyo desenlace
debía tomar ante los ojos de la sociedad el aspecto de la victoria de
un grupo de jóvenes y audaces militantes populares que en su acción
habían logrado lo que no lograba la clase política en el poder: frenar
un alzamiento contra la democracia. Y que, enancados sobre ese éxito,
movilizarían al pueblo hacia la insurrección en pos de un cambio político
de envergadura –en pos de la Revolución–. La replicación del engaño
en la repetición a rajatabla de la versión oficial, aún cuando ya había
cesado el riesgo penal de asumir la historia verdadera, parecería indicar
que así como no existió en el momento de la acción ningún cuestionamiento
ético respecto de la manipulación de la voluntad popular que representaba,
tampoco se produjo posteriormente en el colectivo que pergeñó y sobrevivió
a La Tablada (y más allá de la reflexión individual de algunos de sus
participantes) ninguna posibilidad de elaborar, política o éticamente,
el significado del engaño que habían imaginado.31
Baños,
Provenzano y Puigjané, en una conferencia del MTP
Ignoro si en la historia
de las revoluciones modernas existe algún ejemplo de un intento de manipulación
de este orden por parte de una fuerza insurgente –sí los hay, y volveremos
sobre ello, por parte de regímenes totalitarios o despóticos–. Ignoro
si la tendencia tercerista en Nicaragua consideró, por su parte, que
la manipulación de los hechos –su producción escénica– podía constituir
también un modus operandi legítimo. Sea como fuere, la imagen final
de esta reconstitución nos pone frente a un grupo de –a lo sumo– 80
personas informadas del verdadero sentido y carácter de la operación,
que consistía en montar una escena ficticia que, interpretada de la
manera adecuada, es decir falsa,32 debe desencadenar las pasiones antigolpistas
de la población, que a su vez, debidamente canalizadas, han de llevar
a una insurrección. La manipulación intencional de la verdad fáctica
–unida a un nivel de enajenación respecto de la realidad probablemente
sin precedentes en la tradición de la izquierda setentista, a la que
me referiré rápidamente para concluir este apartado– otorgan su tonalidad
específica a este resurgimiento de la violencia revolucionaria en los
ochenta.
Haciendo entonces abstracción
por un instante de esta exacerbación del vanguardismo revolucionario,
con su correlato de manipulación de las propias bases de apoyo por parte
del grupo conspirativo (volveremos sobre ello, pero podemos aún hablar
de vanguardia, cuando un grupo intenta hacerse seguir a través del engaño?),
queda por preguntarse qué llevó a aquel núcleo duro del MTP a imaginar
que, recién recuperadas las libertades públicas luego de la larga noche
de la dictadura, su plan tuviera alguna posibilidad de éxito. No se
trata de interrogarnos sobre qué autoasignación mesiánica puede llevar
a un grupo reducido de personas a arrogarse con buena conciencia la
atribución de tergiversar los hechos, de manipular la realidad con el
fin de hacer triunfar su comprensión del mundo y del orden deseable
–sobre ello, decía, volveremos en el apartado final de este trabajo–.
Nos preguntamos más banalmente qué les hizo pensar no sólo que, mal
armados y poco preparados militarmente, podrían tomar el cuartel y salir
de él montados sobre los tanques,33 sino también y sobre todo nos preguntamos
qué les hizo pensar que el resultado de esa aventura sería un apoyo
popular masivo y una insurrección popular, y no el repudio altamente
generalizado a la reaparición de la violencia política como forma de
intervenir en la vida en común. Admira la sorpresa de quienes, tras
aquella acción, descubrieron la soledad en que el ataque los sumió.
En sucesivas declaraciones, durante los años que siguieron al asalto
a La Tablada, los atacantes pusieron el aislamiento y la incomprensión
en la que se encontraron a cuenta de la cobardía, la traición o la falta
de compromiso de sus antiguos aliados. Con ello se ponía en evidencia
una vez más su incapacidad por comprender las coordenadas que regían
la sociedad sobre la que habían pretendido operar, su encierro autista
en un microclima revolucionario que nada ni nadie, fuera de ellos, parecía
avalar. Si, en suma, para los asaltantes de La Tablada ese hecho debía
ser un eslabón más –decisivo, por cierto– en una guerra revolucionaria
que, con sus altos y sus bajos, retomaba ahora la iniciativa bajo la
nueva modalidad de la insurrección, para el grueso de la sociedad argentina
el tiempo inaugurado en 1983 había llegado para marcar un corte radical
con un ciclo de violencia política que había alcanzado su paroxismo
con la acción criminal sin precedentes de la dictadura del Proceso.
Y La Tablada, lejos de sonar la diana del inicio de la Revolución se
mostró como el regreso espectral de uno de los actores de aquella violencia
que se había pretendido conjurar.
Liberados de las cárceles, regresados de la revolución nicaragüense
y devenidos todos ellos –o casi todos– militantes profesionales, inmunes
a la percepción del nuevo comienzo que el retorno a la institucionalidad
significaba para tantos, el núcleo duro del MTP reasumió su historia
allí donde la había dejado. Insertando su visión de la política en el
prisma de la Revolución nicaragüense y poniendo en valor su condición
de heredero de la tradición setentista, el grupo íntimo del MTP logró
la adhesión para su empresa de un grupo heterogéneo de jóvenes –estudiantes,
marginales, militantes barriales– que entusiasmados por incorporarse
a una historia cuyos rasgos épicos eran por entonces objeto de una fuerte
iconización en muchos sectores,34 se sumaron a una aventura cuyo sentido
más profundo parecían ignorar, y que en muchos casos les costó –como
les costó también a muchos de sus inspiradores– la vida.
7. Consideraciones finales: sobre la mentira en política
Cuando me propuse investigar el tema del asalto a La Tablada lo hice,
como señalaba al principio, impulsada por la necesidad de comprender
el sentido de esa acción. A medida que fui avanzando en el trabajo fui
descubriendo que mi labor no sería una labor de reflexión teórica sobre
dicho sentido, como lo preveía, sino que se iba convirtiendo inexorablemente
en una tarea de develamiento de la verdad: la empresa de dar sentido
a los hechos del 23 de enero, entendí, no remitía a una interrogación
de orden analítico, sino que residía sencillamente en desentrañar la
mentira organizada que protegía el ocultamiento de su verdadera finalidad
y que dificultaba su intelección.
Dicho descubrimiento estuvo a punto de hacerme abandonar mi propósito:
¿qué podía yo decir de nuevo sobre La Tablada, si aquello que yo podía
sacar a la luz era perfectamente sabido por quienes habían participado
de ese hecho?35 Hubiera alcanzado con que cualquiera de los actores
de aquel suceso rompiera el pacto de silencio para que mi texto no tuviera
ningún sentido. Y mi preocupación, de índole teóricopolítica, por cierto
no había sido nunca detectivesca, mucho menos policial; no me había
propuesto reconstruir hechos y acciones sino sentidos.
Sin embargo, no abandoné mi propósito, y ello por dos motivos. En primer
lugar, y principalmente, porque creí que –tal como lo había sido para
mí– la simple develación de la verdad era, para quienes no la conocían,
una manera de restituir el sentido de aquel acontecimiento. En segundo
lugar, porque intuí que en el núcleo de aquel descubrimiento había algo
que sí, finalmente, debía ser interrogado: se trataba del significado
político de la política de manipulación que constituía, según mi conocimiento,
una novedad en el accionar de la izquierda revolucionaria en Argentina.
Intuía también que si podía esclarecer de alguna manera la significación
de esa innovación me acercaría a la comprensión de por qué, aun 17 años
después de La Tablada, se mantenía vigente el pacto de omertà.
Las
páginas precedentes han procurado cumplir con el primer propósito. Es
tiempo entonces, para concluir, de decir algunas palabras acerca del
segundo. No pretendo en estas breves reflexiones finales dar cuenta
cabal del sentido político del giro hacia la manipulación y la conspiración
por parte del núcleo duro del MTP de Gorriarán, pero espero dejar abiertas
algunas preguntas que puedan eventualmente resultar fecundas no sólo
para la interrogación de este hecho, sino para continuar con una tarea,
que muchos hemos emprendido, de cuestionamiento radical de las derivas
totales del pensamiento revolucionario.
¿Qué significa para la interpretación
del sentido de la práctica política del grupo revolucionario la introducción
del engaño, bajo la forma de una manipulación voluntaria de los hechos
destinada en este caso a suscitar una reacción favorable de los sectores
populares cuya representación invoca y cuyo apoyo procura? ¿Qué nos
dice esa práctica acerca de su comprensión de la política y de los asuntos
humanos?
En la acción de La Tablada nos hemos encontrado con una mentira que
opera en dos registros: un primer registro consiste en la fabricación
de una escena –un falso levantamiento carapintada–, que ha de posibilitar
la construcción de la segunda mentira, que refiere a la intención de
la acción de incursión en el cuartel –parar el alzamiento–. La primera
mentira ha de hacer verosímil la segunda, brindándole el soporte de
realidad fáctica.
Para interrogar el sentido de la acción, es el primer registro –la fabricación
de la mentira– el que debe ser observado en su particularidad. Éste
es –trataremos de mostrar– el que da a esa acción un sentido específico,
inscribiéndola sin ambigüedad en una determinada concepción de la política.
Sin ambigüedad, decimos, porque en su carácter de fabricación consciente
y voluntaria la construcción de esta mentira escapa a los equívocos
que, en la relación entre mentira y política, pueden eventualmente diluir
la diferencia entre mentira y error, o mentira y opinión.36
En unas páginas luminosas
dedicadas a la intrincada relación entre verdad fáctica, verdad filosófica,
mentira y política, Hannah Arendt señalaba que lo opuesto a la verdad
fáctica no es el error sino la mentira deliberada. Y agregaba que uno
de los ardides a disposición de quien miente conscientemente, cuando
no logra imponer la mentira, es disfrazar la mentira de opinión.37 Observábamos
así en nuestra reflexión sobre La Tablada que mientras la fabricación
del falso levantamiento carapintada –primer registro– no fuera constatada
en su carácter ficticio, el ingreso al cuartel –segundo registro– podría
ser discutido en términos de error o de acierto, y su evaluación ser
remitida al terreno de la opinión. Esto es, en efecto, lo que enancado
sobre la versión oficial de los hechos propone Enrique Gorriarán en
sus Memorias, y en la entrevista realizada para el Archivo de Historia
Oral: la acción puede juzgarse desafortunada, es asunto de opinión,
pero su intención era parar el golpe carapintada que debía salir, ese
día y a esa hora, de ese lugar.38
Restituida la verdad fáctica, no parecen caber dudas de que, en el caso
(poco probable) de que la aventura de La Tablada hubiera resultado tal
como la imaginaban sus autores, la mentira inaugural habría permanecido
impenetrable. El nuevo orden que imaginaban se habría fundado sobre
ella. La proclama que llamaría a la adhesión de la población instalaría
la nueva versión oficial, no ya la de la derrota sino la del triunfo
de La Tablada: harto de la prepotencia de los milicos, el pueblo de
los alrededores, liderado por el Frente de Resistencia Popular que se
formó allí mismo, se habría alzado y habría recuperado el cuartel de
La Tablada ante una nueva sublevación carapintada.39 El MTP victorioso
habría así no sólo conquistado por la fuerza el poder político, sino
conquistado también, a través de la fabricación de la realidad, el poder
de dominar a voluntad la interpretación de los hechos.
De haberlo logrado no habría sido el primero. En la historia contemporánea
moderna encontramos, en los experimentos totalitarios del siglo XX,
la realización efectiva de la pretensión de dominación monopólica de
la interpretación de los hechos: en nombre de una Verdad –de la Historia,
de la Naturaleza– encarnada en la Organización, y de la consiguiente
denegación del carácter polémico, controvertido, de las visiones en
disputa sobre la realidad de los hechos, el totalitarismo no sólo monopolizó
la interpretación de la historia pasada, de la realidad presente y del
destino por venir, sino que se arrogó la prerrogativa de modificar los
hechos mismos –de la historia pasada, de la realidad presente– con el
fin de asentar sobre esta refabricación de la realidad fáctica la interpretación
más conveniente a su misión. Así, el Partido Comunista de la URSS eliminó
la presencia de Trotsky de la historia de la Revolución, borró su rostro
de las imágenes y su nombre de los relatos y convirtió a revolucionarios
probados, como Zinoviev y tantos otros, en traidores confesos. Así,
como en espejo, se desvaneció en Cuba la imagen de Carlos Franqui de
la foto tomada el 1 de enero de 1959 que lo mostraba junto a Fidel Castro,
entre su primera publicación en Revolución en 1962 y su reproducción
en Granma en 1973. Así, también, se propalaron con notable éxito los
falsos Protocolos de los Sabios de Sion para apuntalar la solidez de
las tesis antijudías, o se promovió desde las sombras del poder nazi
el incendio del Reichstag para desatar la persecución a los comunistas
y obtener los poderes especiales para Hitler. También bajo el experimento
de rasgos protototalitarios de la dictadura del Proceso podemos hallar
montajes comparables: fusilamientos disfrazados de fugas, rehenes transformados
en muertos en combate, acciones ficticias puestas al servicio de la
demostración de la crueldad subversiva o de su poder de infiltración.40
Sobre los hechos así manipulados, reconstruidos, se asienta la interpretación
deseada: los traidores de hoy lo han sido siempre, nuestros enemigos
son esencialmente malvados por naturaleza, nuestra acción está justificada
por los hechos.
La realidad ficticia se constituye así en sucedáneo de la realidad fáctica,
de aquello que nos es dado, en común, ante nuestros ojos, para nuestro
testimonio y para nuestra interpretación. Pero ante esta afirmación
surge de inmediato la pregunta: ¿no está acaso la política permanentemente
atravesada por la construcción de ficciones, por la posibilidad de la
mentira, del engaño, de la propaganda? ¿No es la mentira coetánea a
la política, y no prerrogativa del pretendiente a la dominación total?
¿No contiene la política moderna, en la propaganda de masas, inevitablemente
un elemento de manipulación? Si, efectivamente, la disimulación de la
verdad bajo diferentes formas –engaño, propaganda, mentira– no puede
ser desligada de la política, si incluso por la misma naturaleza del
lenguaje la pretensión de la transparencia de los hechos a su interpretación
no puede sino ser un sueño, él mismo de proyección totalitaria,41 ¿cuál
sería la particularidad de la mentira fáctica, de la mentira que modifica
la realidad de los hechos?
Respondemos: es precisamente en ese terreno, el de la manipulación de
la realidad fáctica y su sustitución por una realidad ficticia, que
se muestra la figura particular del totalitarismo. Porque ¿cómo imaginar,
en efecto, en una escena plural y pública, que pudiera borrarse de manera
prolongada la existencia de un actor de aquella historia como si nunca
hubiera existido, como pretendió la URSS de Stalin borrar todo rastro
de la presencia de Trotsky en la Revolución? ¿Cómo imaginar que una
organización política o una institución del saber pretendiera borrar
de la galería de próceres a todos los masones, o los judíos, o cualquier
otro grupo político o religioso o social, sin que inmediatamente apareciera
otra para restituir su papel en la historia? En una escena plural y
polémica de voces e interpretaciones, donde nadie puede definitivamente
ejercer el monopolio de las significaciones, la mentira puede volverse
incluso, como lo recuerda Arendt, contra el mentiroso; la capacidad
de fabricar el pasado, como la de inventar el presente de manera incontrovertida
supone la capacidad de monopolizar las interpretaciones, y este monopolio
supone un dominio total del poder.42
Entrevista.
Eduardo Longoni. Fotógrafo de los fusilamientos en La Tablada
Por A. Cleiman
acleiman@miradasalsur.com
“Sólo deseaba que terminara el tiroteo”
El artículo de prensa nos cuenta, nos ayuda a comprender.
La foto te sacude. Si una foto periodística es buena, te
agarra de las solapas, te despierta”, sostiene Eduardo Longoni,
autor de una serie de fotos de la toma armada del cuartel
militar de La Tablada, el 23 de enero de 1989. Ese día,
vio a través del lente a un muchacho arrodillado y con las
manos en la nuca frente a un fusil. La foto –que ilustra
la entrevista– fue la prueba de que algunos guerrilleros
se habían rendido y estaban con vida al momento de ser capturados.
–¿Cómo fue la cobertura del hecho?
–Ese día estaba en La Plata en un taller con verdaderos
monstruos de la fotografía. En ese entonces era común que
los carapintadas se amotinaran para que los liberaran de
los juicios que se habían empezado a extender luego del
juicio a las Juntas Militares de 1985. Yo trabajaba como
free lance para revistas de Brasil, como Veja, y algunas
de Argentina, sobre todo de Editorial Atlántida, Gente y
Somos. Fui lo más rápido que pude en mi destartalado Fiat
1500, y apenas llegué a La Tablada quedé en la calle, guarecido
por el cordón de una vereda, en medio de un tiroteo feroz.
Yo había cubierto todos los levantamientos carapintadas
y sabía que entre los militares no iban a estar disparándose
así, había algo extraño. Lo único que deseaba en aquel momento,
en que las balas me silbaban arriba de mi cabeza, era que
el tiroteo terminara y obtener una posición en altura. Ésa
era mi obsesión: ganar altura para poder fotografiar el
escenario de la batalla.
–¿Recordás el instante en que disparaste la foto?
–Cuando el tiroteo inicial fue apagándose, vi una construcción
muy modesta que tenía una losa a medio terminar sobre la
avenida frente al cuartel. Le pedí, le rogué al dueño que
me dejara entrar, con señas, a los gritos en medio de los
cañonazos. Ya llegaban las tanquetas, que disparaban y hacían
vibrar todo. No sé por qué, pero lo convencí. Subí por una
escalera maltrecha y me encontré con una terraza sin defensas
y encima una más pequeña donde estaba apostado un francotirador
del ejército. Hacía un calor insoportable, pero la única
posición para evitar las balas de FAL que salían de los
edificios que dominaban los que después supimos que eran
guerrilleros del MTP, era estar tirado cuerpo a tierra.
Así estuve desde poco antes del mediodía hasta la noche.
Era una posición incómoda, pero tenía una visión amplia
de lo que pasaba.Tenía dos cámaras cargadas con diapositivas
color. En una tenía un tele corto, y en otra un 300mm con
duplicador, un lente muy largo pero muy poco luminoso. Toda
la tarde estuve esperando el momento en que los dos bandos
en pugna se juntaran delante de mi cámara. Tras un bombardeo
muy intenso, el edificio donde estaban atrincherados los
miembros del MTP se empezó a incendiar, y comenzaron a saltar
por la ventana desesperados muchachos vestidos de civil,
algunos con el torso desnudo. Aparecieron comandos del ejército
que los fueron capturando uno a uno. Se escuchaban gritos,
tiros, pedidos de auxilio. Todo en sordina, mientras el
humo se elevaba y el calor derretía todo. En ese momento
fotografié a ese muchacho guerrillero, arrodillado con las
manos en la nuca, en clara posición de rendición y siendo
apuntado a pocos metros por un oficial del ejército con
un FAL. También en la foto se observa a otro joven tirado
boca abajo. En segundos aparecieron más oficiales y los
llevaron caminando a punta de fusil hacia adentro del cuartel.
Los fotografié hasta que los perdí de vista. Y seguí fotografiando
hasta que entró la noche. Ya no podía hacer fotos y las
balas seguían surcando el aire.
–¿Qué repercusión tuvo?
–Yo no supe qué fotos tenía hasta no verlas publicadas en
las revistas de la semana. Mucho tiempo después se supo
que además de los muertos, había desaparecidos tras los
combates de La Tablada. Me costó tiempo armar el rompecabezas.
La serie de mis fotos fue llevada a la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, como prueba de que algunos guerrilleros
se habían rendido y estaban con vida al momento de ser capturados.
Mucho más tarde supe que el nombre de ese muchacho que se
rinde de rodillas y con las manos en la nuca era José Alejandro
Díaz.
24/06/12 Miradas al Sur
Es entonces, a la luz de
la afirmación de que la política moderna contiene, en la propaganda
de masas, ella misma un componente de engaño ineludible, y no de la
negación de ello, que podemos observar la novedad radical introducida
por la mentira totalitaria. Porque extraida de su contexto totalitario,
la pretensión de monopolización de la interpretación de la realidad
choca irremediablemente contra las pretensiones en competencia en el
ámbito público, allí donde los hechos se nos muestran en común: en este
terreno de disputa dispuesto por la materialidad comúnmente reconocida
de los hechos, entrarán en lucha opiniones, ideales, ideologías políticas.
Es sólo sobre la destrucción de lo público, sobre las ruinas del espacio
común, que una interpretación podrá imponerse de manera total; y sólo
entonces –destruido el ámbito de lo público, allí donde tiene lugar
la controversia– podrá también manipularse arbitrariamente la objetividad
misma de los hechos.43
La organización totalitaria representa, en tanto voluntad del monopolio
del sentido de lo real, la vocación de destrucción del carácter común
de lo público, de la eliminación de su naturaleza contingente y plural,
y la sustitución de esta naturaleza por una realidad pasible de ser
construida a voluntad por quien posee los medios para hacerlo. La vocación
por manipular la realidad fáctica –por inscribir hechos falsos y por
borrar hechos verdaderos en nuestro mundo común– pone en escena la ambición
de erigir un mundo cuyo sentido puede ser manipulado a su antojo por
parte de quienes poseen el control sobre él. Una vez más, Arendt está
allí para recordarnos que sólo en un mundo por completo bajo su control
pueda el dominador totalitario posiblemente hacer realidad todas sus
mentiras y lograr que se cumplan todas sus profecías.44
Es entonces a la luz de las reflexions precedentes que creemos posible
dotar de alguna inteligibilidad el sentido del sueño del grupo que llevó
adelante el asalto a La Tablada. En un remedo de las ambiciones totalitarias
de posesión de la matriz de fabricación de un mundo y de su representación;
aquel reducido grupo de personas urdió la construcción del escenario
ficticio más propicio a sus proyectos, y su posterior interpretación.45
No se trata de borrar el pasado sino de fabricar un presente ficticio:
fabricar en primer lugar la materia a ser interpretada –el ficticio
golpe carapintada– para sobre esa ficción erigir una mentira verosímil
–fuimos a parar el golpe– que, bien instrumentada, deberá poder manipular
ahora los sentimientos antigolpistas del pueblo en favor de la insurrección.
En el montaje del asalto al cuartel de La Tablada se da a ver, de manera
caricaturesca y trágica, el destino totalitario del pensamiento revolucionario
del siglo XX, el devenir de la ilusión de eliminar toda contingencia
de los asuntos humanos y de fabricar una realidad a imagen y semejanza
de una idea.46 Un grupo reducido de personas, convencido de estar en
posesión de la cifra del orden ideal del mundo, no se conforma ya con
alentar la esperanza de que llegará un momento en que, reconocida su
razón, podrá forjar una sociedad a imagen de su idea del bien –una sociedad
en que, devenido poder total, podrá incluso, como lo muestran los ejemplos
anteriores, rehacer el pasado–. Impaciente, buscará a través de la manipulación
de la verdad fáctica provocar una adhesión –instantánea y multitudinaria–
a su aventura, que en esa manipulación se da a ver crudamente como un
proyecto plenamente des-politizado de poder.47 Es, podemos resumir también,
el paso decisivo que franquea la distancia que media entre la pretensión
de vanguardia y la autoafirmación mesiánica de quien pretende encarnar
la verdad de una Revolución definitivamente desprovista de sujeto.48
La aventura de La Tablada llevó a la muerte a gran parte de sus actores,
y a la cárcel a otros muchos. Si a casi veinte años de aquel suceso
la versión oficial de los hechos aún mantiene su poder en el grupo de
sobrevivientes probablemente ello puede deberse a que la mentira sobre
la que se montó dicha operación es vivida por ellos, íntimamente, como
ético-políticamente inaceptable, y que el reconocimiento de ello implicaría
un cuestionamiento moral no sólo de ellos mismos –pero muchos de ellos
eran muy jóvenes- sino sobre todo de quienes los condujeron a aquella
aventura y que, en el recuerdo, siguen ungidos del halo del heroismo
revolucionario.
Mientras la asociación trágica, de destino criminal, que el siglo XX
urdió entre revolución y totalitarismo, entre vanguardismo y fabricación
de la realidad no sea comprendida en su carácter dramáticamente antipolítico,
mientras no sea elucidada la naturaleza del nexo que ligó, una y otra
vez, las ideologías revolucionarias a la práctica de la dominación total,
la verdad de la aventura de La Tablada sólo podrá ser incomprendida
en su sentido, negada ciegamente o condenada moralmente. Concluyo este
texto con la esperanza de que las páginas precedentes hayan podido contribuir
no sólo a una restitución de la historia de ese hecho, sino también,
aunque sea precariamente, a una comprensión –que es también por mi parte
una condena– exclusivamente política del sentido de aquella aventura.
REFERENCIAS
1 Este trabajo contó con la colaboración del Proyecto de Constitución
del Archivo de Historia Oral de la Argentina Contemporánea 1958-2003
(dir. Marcos Novaro) y con la asistencia inteligente, eficaz y bienhumorada
de Valeria Bonafede. Agradezco a Roberto Felicetti, Isabel Fernández,
Gustavo Messutti, Carlos Motto, Fray Antonio Puigjané, como así también
a aquellos ex integrantes del MTP involucrados en los hechos de La Tablada
que prefirieron no ser mencionados, por aceptar conversar largamente
conmigo. Aclaro, por si fuera preciso, que mis conclusiones sólo me
comprometen a mí y no significan el acuerdo de los entrevistados con
mi interpretación de los hechos. Agradezco también a Vera Carnovale,
Fernando Dondero, Darío Gallo, Angélica Marchesini, Lucas Martin, Valeria
Pegoraro, Juan José Salinas y Fabio Zurita por su buena disposición
ante mis requerimientos, y a Emilio de Ipola y a Matías Sirczuk por
sus comentarios sobre versiones previas de este texto.
2 Véase Entrevista a Enrique Gorriarán
Merlo, Archivo de Historia Oral de la Argentina Contemporánea, 15/9/05,
3ª Parte, 2o CD, sobre todo min 9’45 - 11’12. Véase también Gorriarán
Merlo, Erique, Memorias de Enrique Gorriarán Merlo. De los setenta a
La Tablada, Buenos Aires, Planeta, 2003, pp.500 y 504.
3 Respecto de la desproporción de la represión al ataque, circuló profusamente
la versión de que el entonces comisario Pirker, quien moriría poco después
de La Tablada, habría sostenido que para reducir a los atacantes hubiera
alcanzado con utilizar gases lacrimógenos (El comentario es reproducido,
entre otros, en Salinas, Juan y Villalonga, Julio, Gorriarán, La Tablada
y las guerras de inteligencia en América Latina, Buenos Aires, Mangin,
1993, y en Gallo, Darío y Álvarez Guerrero, Gonzalo, El Coti, Buenos
Aires, Sudamericana, 2005, cap. XVI).
4 Veintinueve es la cifra oficial de muertos y desaparecidos del MTP
(En sus Memorias Gorriarán afirma que la cifra real es de 32). Según
denuncias del MTP nueve prisioneros fueron asesinados tras su detención
y tres permanecieron desaparecidos (la CIDH refrendó en su investigación
los nueve asesinatos). A los 13 prisioneros se sumarían siete más, acusados
de participar de los grupos de apoyo fuera del cuartel, y Fray Antonio
Puigjané, miembro de la dirección del MTP, quien se presentó espontáneamente
y fue detenido. Unos años después, el propio Gorriarán y su mujer Ana
María Sívori se añadirían a esta lista. Entre las fuerzas de seguridad
(policía y ejército) hubo 11 muertos y 38 heridos, según las cifras
oficiales. El ataque habría involucrado a más de 80 militantes del MTP,
entre ingresantes y grupos de apoyo; según me han afirmado algunos de
ellos, esa parecía ser prácticamente la totalidad de la militancia realmente
comprometida en la zona de Buenos Aires y Gran Buenos Aires.
5 Que sostuvieran esta versión en el juicio podía explicarse fácilmente
como una estrategia de la defensa. En cambio, que siguieran sosteniéndola
muchos años después –como lo hacía, entre otros, Gorriarán en la entrevista
del 2005– no podía explicarse según esa misma lógica.
6 Gorriarán, Memorias (cit.); Diana, Marta, Mujeres guerrilleras. La
militancia de los setenta en el testimonio de sus protagonistas femeninas,
Buenos Aires, Planeta, 1996; Salinas, Juan y Villalonga, Julio, Gorriarán,
La Tablada y las guerras de inteligencia en América Latina, (cit.).
7 Véase Gorriarán, Memorias... (cit.), pp.499-501, Entrevista Archivo
de Historia Oral, 15/9/05, 3ª parte; Diana, M., Mujeres guerrilleras...,
pp. 219, 223, 229.
8 Como me sucedió también con otras repeticiones textuales, la frecuente
referencia a una noche de San Bartolomé en las entrevistas que realicé
con integrantes del MTP que participaron de los hechos de La Tablada
me provocaba la impresión de estar frente a un relato demasiado homogéneo
y articulado.
9 En conferencia de prensa realizada el 12 de enero, el abogado Jorge
Baños, acompañado de Provenzano, Felicetti y Puigjané, denuncia la existencia
de un complot Menem-Seineldín, que implicaría también al vicepresidente
Victor Martínez y que tendría por finalidad producir un golpe institucional
que depondría al presidente Alfonsín. Afirma tener testigos que prueban
la existencia del complot y declara que harán la presentación ante la
justicia (véase Página 12, 13/1/89). La denuncia es presentada el 16/1/89
ante el juez Irurzún. A partir de ese momento, y aun subrayando la endeblez
de las pruebas en muchos casos, los distintos diarios se hacen eco de
la denuncia, de la existencia de los testigos, Liatis y Botana, y del
desmentido de los implicados, particularmente de Menem y del vicepresidente
Victor Martínez. La columna de Quito Burgos en Página 12, a la que nos
referimos más arriba, apoya también elocuentemente la tesis del complot.
Al mismo tiempo, según destaca Clarín del 19/1/89, la Juventud Radical
en sus declaraciones otorga verosimilitud a la denuncia al calificar
de preocupantes las versiones. Durante toda la semana Página 12 seguirá
el tema con atención, dedicándole un amplio espacio y varias portadas
–la última el domingo 22/1/89.
10 Gorriarán, Memorias…(cit.), p. 501.
11 Darío Gallo y Gonzalo Álvarez Guerrero sugieren esta última hipótesis
en el capítulo XVI de El Coti, dedicado a La Tablada, mientras que,
según señalan Salinas y Villalonga (cit., p. 286, n.1), Manuel Gaggero
sostiene la primera en una nota en la revista Confluencia de abril de
1989 (agregando a EE.UU. en el armado de la conspiración). En conversaciones
con diferentes actores políticos de la época, estas hipótesis resurgieron
de manera reiterada. Salinas y Villalonga parecen también inclinarse
hacia la hipótesis de la compra por parte de Gorriarán de información
falsa provista por las FFAA, funcional a sus tendencias manipuladoras,
conspirativas y personalistas (las necesidades de Gorriarán y Gassino,
sintetizan, se encontraron en un punto y en un lugar: La Tablada, el
23 de enero; cit., p. 439). Pese a la riqueza de la información que
provee, entendemos que la lectura en clave esencialmente conspirativa
propuesta por Salinas y Villalonga obtura la significación política
del giro hacia la conspiración y la manipulación por parte del MTP.
12 Era vox populi que las familias Nosiglia y Provenzano se conocían
de larga data, y que Francisco Provenzano solía visitar con alguna regularidad
las oficinas del Ministerio del Interior, cuyo titular era entonces
precisamente Enrique Nosiglia.
13 En la Carta abierta al periodismo del 29/9/89 publicada en el Diario
Sur, firmada por Roberto Felicetti y todos los procesados por La Tablada,
y dirigida sobre todo contra Horacio Verbitsky, Eduardo Duhalde y Juan
J. Salinas, la tesis de la infiltración o de que habrían sido víctimas
de una operación de carne podrida es rechazada terminantemente. Hasta
donde pudimos ver, sólo el libro de Salinas y Villalonga combina la
hipótesis de una operación de inteligencia con el descreimiento en la
afirmación de que habían ido a parar un golpe.
14 Entrevista a Gorriarán Merlo, Archivo de Historia Oral, 15/9/05,
3ª parte, 2º CD, 11’06).
15 Volveré sobre estas contradicciones más adelante.
16 Entrevista a Gorriarán Merlo, Archivo de Historia Oral, 15/9/05,
3ª parte, 2º CD, 9’50. Ante esa afirmación los entrevistadores le preguntamos
si acaso no era un ataque guerrillero contra un cuartel. Sí, claro que
era respondió Gorriarán pero con ese objetivo que les dije recién.
17 Algunos entrevistados sostuvieron enfáticamente que creían que la
acción del MTP estaba destinada a frenar un golpe que debía tener lugar
ese día y en ese cuartel. Si bien no puedo estar absolutamente segura
de ello, tiendo a creer que efectivamente algunos de quienes participaron
desde fuera del cuartel de la acción de La Tablada podrían haber sido
víctimas del mismo engaño que el que la cúpula de la organización a
la que pertenecían pretendió someter a la opinión pública. Pero aun
engañados respecto de la connotación misma de la acción, esos militantes
participaban de la idea de que el resultado de la detención del golpe
constituiría el movimiento inaugural que habría de culminar en una insurrección
popular. Sí en cambio está claro que los simpatizantes no orgánicos
del MTP, que debían ser movilizados posteriormente, no sabían (ni sabrían
probablemente nunca) la verdad.
18 La imagen transmitida evoca en quien la recibe al 1 de enero de 195
en La Habana, o la victoria de la insurrección sandinista. Tal era el
optimismo insurreccional de los atacantes que según relatan varios de
ellos corría la broma de que el primero que llega al sillón [de Rivadavia]
se sienta. Con los hechos reconstituidos, también las afirmaciones de
Gorriarán en sus Memorias respecto de otros movimientos previstos para
esa misma mañana del 23 toman mayor claridad (véase pp. 500 y 504).
19 Mucho han insistido las voces del MTP en el carácter unánimente aceptado
de que era más que posible que hubiera nuevos alzamientos militares,
luego de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli. Esto está fuera
de discusión, a mi modo de ver. Pero ello no hace más veraz, sino simplemente
más verosímil, el armado de la versión oficial de la operación de La
Tablada.
20 No me interesa indagar aquí en la cuestión de la relación entre Página
12 y el grupo fundador del MTP, a la que alude Enrique Gorriarán en
sus memorias. Alcanza aquí con constatar que por compartir una historia
común y cierta afinidad ideológica con los fines declarados del MTP
no debía sorprender que fuera Página 12 quien más crédito diera a las
denuncias de Baños, Provenzano o Felicetti.
21 Entre los fundadores de Entre Todos se contaban, entre otros, Quito
Burgos (muerto en La Tablada) y Marta Fernández, ambos ex militantes
de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y exiliados en Cuba (su hijo
Juan Manuel Burgos iría preso tras La Tablada por participar de un grupo
de apoyo), Pablo Ramos, diputado de la Juventud Peronista en 1973 y
militante de Montoneros (sus hijos Pablo y Joaquín participarían del
asalto al cuartel; Pablo murió –todas las evidencias indican que fue
apresado vivo y fusilado– y Joaquín fue apresado y juzgado), Fray Antonio
Puigjané (no participó del ataque, pero fue condenado por complicidad),
Rubén Dri (se separó del MTP en diciembre de 1987).
22 Véase Mattini, Luis, Hombres y mujeres del PRT-ERP, Editorial de
la Compana, Buenos Aires, 1996, pp.488-495; Gorriarán Merlo, Enrique,
Memorias…, en particular pp. 350-351.
23 Otros presos provenientes del PRT se sumarán al proyecto de Entre
Todos, pero varios de ellos lo abandonarán cuando el MTP afirme su giro
vanguardista. Cf. infra. Añadamos que la mujer de Francisco Provenzano,
Claudia Lareu, muerta también en La Tablada, formó parte del núcleo
más íntimo del grupo de Gorriarán y participó del asesinato de Somoza
en Asunción. Roberto Felicetti había militado en Mar del Plata bajo
la dirección de Roberto Sánchez, responsable del Frente militar de aquella
ciudad, quien fue también integrante de ese núcleo íntimo y quien también
murió en La Tablada. Carlos Samojedny había sido apresado en 1974, tras
el frustrado asalto a la Base Aerotransportada de Catamarca comandado
por Hugo Irurzún (Irurzun, o Santiago, era un integrante del núcleo
íntimo de Gorriarán de fuerte prestigio militar en el PRT; fue él quien
mató a Somoza, muriendo a su vez tras esa acción organizada por el grupo
de Gorriarán Merlo en Paraguay en 1980).
24 A modo de ejemplo, señalemos que Roberto Felicetti, integrante del
proyecto Entre Todos desde el primer momento, fue dirigente de la juventud
del Partido Intransigente de Mar del Plata y lideró el paso de un sector
de esa juventud al MTP, y que un fenómeno similar de traspaso tras la
figura de algunos dirigentes se produjo también en el PI de la Capital
Federal.
25 Jaime Wheelock Roman (entrevista por Marta Harnecker), Nicaragua:
el papel de la vanguardia, Editorial Contrapunto, Buenos Aires, 1987,
pp.100-101.
26 Muchos testimonios insisten en este apuro y se interrogan por sus
motivos, tendiendo a atribuirlo a motivos o características personales
de Gorriarán. Es interesante señalar que en sus Memorias, refiriéndose
a las diferencias con el sector del PRT liderado por Luis Mattini, Gorriarán
afirma que a nosotros nos preocupaba mucho lo que estaba sucediendo
en la Argentina (…). Y estábamos ansiosos, sentíamos como urgencia por
apresurar los tiempos (…) y volver a la lucha tomando todos los recaudos
necesarios (p.351). De hecho, esa urgencia no llevará al grupo de Gorriarán
de regreso a la Argentina… sino a Nicaragua. 27 Tal como lo señalara
un antiguo militante del PRT y del MTP, la revolución nicaragüense parece
haber jugado en la breve historia del MTP un rol similar al que la Revolución
vietnamita jugó en la historia del PRT. A través de una y otra se sostenía
la convicción militante en el éxito de la Revolución y se señalaba el
rumbo que debía seguirse para arribar a ese éxito. 28 Refiriéndose a
esa política de alianzas Wheelock añade en efecto, de manera algo sorprendente,
que no se puede decir que (…) fuera una estratagema vulgar del FSLN
(p. 100-101). 29 Al respecto, señalemos que el discurso basista del
MTP es uno de los elementos que, en la versión oficial, es esgrimido
de manera repetida como argumento que demostraría que el asalto a La
Tablada no podía ser interpretado en términos de una lógica guerrillera
o de asalto al poder equiparable a la que inspirara a la izquierda armada
en los 70. 30 Pese a la presunción contraria de la que partí, entiendo
hoy que quienes ingresaron al cuartel, como así también la mayoría de
quienes participaron de los grupos de apoyo, conocían claramente cual
era el sentido de la acción. Mi duda concierne exclusivamente a algunos
militantes periféricos que participaron en esos grupos de apoyo. Entiendo,
por otra parte, que los simpatizantes no involucrados (integrantes de
agrupaciones coordinadas por militantes del MTP) ignoraban todo acerca
de ese hecho, y de la posibilidad de un hecho tal. Según testimonios
recogidos, luego del desastre de La Tablada algunos militantes periféricos
y simpatizantes del MTP –algunos de ellos involucrados en tareas concretas
de apoyo– parecen haber sopesado la posibilidad de que Enrique Gorriarán
hubiera sido un agente de las fuerzas de seguridad (el libro de Salinas
y Villalonga –cit, p. 230– recoge testimonios similares). A medida que
se afirmaba la sospecha de que la acción no había estado destinada a
parar un golpe en marcha, la existencia de una traición al más alto
nivel se les aparecía como el único modo de explicar el hecho del asalto
seguido de la masacre de la casi totalidad de los asaltantes de mayor
prestigio entre la militancia –aproximándose así a las hipótesis antes
mencionadas sobre una posible inducción del asalto por parte de actores
ajenos al MTP–. Tal hipótesis habría sido luego desechada, sobre todo
tras la detención del propio Gorriarán. 31 La dificultad para expresarse
de las voces singulares de los participantes más dispuestos a revelar
públicamente la verdad ocultada en común es digna de ser interpretada.
La dificultad en romper el pacto de silencio que protege a la mentira
parece resultar mucho más costosa que la de expresar una diferencia
política: las diferencias políticas son objeto de discusión, el engaño
como forma de hacer política sólo parece poder ser objeto de condena
moral. Así, el develamiento de la mentira pondría al descubierto no
un error de juicio o de comprensión política, sino el carácter ético
políticamente inaceptable de la política de manipulación y de engaño.
Para poder salir del encierro es necesario, justamente, comprender el
sentido político de la política del engaño. Volveré sobre esto en el
último apartado. 32 Traigo a la memoria la afirmación de Gorriarán reproducida
al final de la introducción, según la cual el problema se produjo cuando
se empezó a decir que se trataba de un ataque guerrillero y no de una
sublevación militar. Es decir, cuando la interpretación de los hechos
se adecuó a la realidad y no a la versión que los atacantes pretendían
hacer creer. 33 Es sabido que la precariedad del armamento, comprado
en armerías en los días previos al ataque, respondió en buena medida
a la pérdida de un cargamento de armas que debía recibir el MTP y que
no recibió. ¿Cómo entender que en esas condiciones el ataque se realizara
igual, con armas vetustas y en manos de combatientes en su enorme mayoría
sin ninguna experiencia? Los relatos de los jóvenes militantes en el
cuartel impresionan en ese sentido: confiaban ciegamente en los grandes,
que afirmaban con tranquilidad que con la sola decisión alcanzaría para
derrotar a los militares. Sólo el clima irreal de un grupo conspirativo
apartado de todo desmentido de la realidad –e impulsado por la urgencia
imaginaria que ya hemos mencionado– puede explicar el optimismo insólito
del grupo más experimentado, como explica también la confianza ininterrogada
de los jóvenes en sus admirados líderes. 34 Llama la atención la imagen
de combatientes contra la dictadura del Proceso que los militantes de
las generaciones jóvenes del MTP transmiten al referirse a Francisco
Provenzano o Carlos Samojedny, que aparecen en las conversaciones investidos
–sobre todo el primero– del recuerdo más entrañable. Como es público,
Provenzano y Samojedny (como Felicetti, Roberto Sánchez y otros) fueron
encarcelados antes de marzo del 76, por participar en tanto militantes
del ERP de acciones militares de diversa envergadura durante los gobiernos
de Juan Perón o Isabel Perón. 35 Como corroboré entonces, todo esto
había sido por otra parte ya cabalmente comprendido por quienes habían
instruido el juicio a los atacantes de La Tablada. 36 Dada la imposibilidad
de determinar la intención de quien miente. Si bien se puede probar
una mentira relativa a hechos, no se puede cabalmente probar una mentira
relativa a intenciones. En lo que sigue nos serviremos de manera libre
de reflexiones de Hannah Arendt y Jacques Derrida, en diversos textos
referidos a la mentira en política, que a su vez refieren de manera
inequívoca al breve texto de Alexander Koyré, Reflexiones sobre la mentira,
Renaissance, Revista de la Escuela Libre de Altos Estudios; Nueva York,
1943. 37 Arendt, Hannah, Truth and politics, en. Between Past and Future,
New Jersey, Penguin, p.249. 38 En chequeos sobre el cuartel que mantuvimos
desde la noche del viernes 20 hasta la misma madrugada del 23 afirma
Gorriarán en sus Memorias habíamos observado intensos movimientos de
ingreso y egreso de vehículos que confirmaban la preparación sediciosa.
A la luz de la restitución de la verdad de los hechos, las afirmaciones
de Gorriarán producen una extraña sensación de cinismo, tanto más cuando,
unas páginas más adelante, leemos su afirmación según la cual quien
repare en las opiniones vertidas por todos los sectores de la sociedad
y publicadas en los periódicos antes del 23 de enero del 89 (…) contará
con elementos para sacar sus conclusiones sobre la coyuntura que se
vivía y la existencia de una asonada militar o no en esa fecha. Memorias…,
pp. 501 y 517. Véase también pp. 514-516 y entrevista Archivo de Historia
Oral, 15/9/05, 3ª Parte, 2º CD, en particular 18’30 – 21’. 39 La proclama
presentada por la acusación como prueba en el juicio contra los atacantes
de La Tablada decía, entre otras cosas: En la medianoche de hoy los
carapintadas se sublevaron en el Regimiento 3 de Infantería de La Tablada.
Allí se preparaban y habían empezado a marchar contra la Casa Rosada
(…). Ya estamos hartos de la prepotencia de los milicos. Hartos de sus
crímenes y de sus robos, que después tenemos que pagar todos. Hartos
de que nos impongan la injusticia social. Hartos de que no nos dejen
vivir en paz. El pueblo se alzó contra ellos. El pueblo de los alrededores
de La Tablada ya ha recuperado el cuartel sublevado. Lo dirige este
Frente de Resistencia Popular que se formó allí mismo. Tomamos las armas
de los milicos y les incendiamos su cuartel. En vista de la restitución
de la realidad de los hechos, y de la confirmación por parte de varios
entrevistados de que efectivamente existía una proclama que debería
propalarse a la salida del cuartel, tiendo a dar credibilidad a ese
texto presentado por la acusación pese a que –como todas las pruebas
materiales- su autenticidad fuera entonces rechazada por la defensa.
40 En la acción de la dictadura militar encontramos algunos ejemplos
de construcción de un escenario ficticio que llaman dramáticamente la
atención por su similitud con el montaje de La Tablada. Según el testimonio
de Graciela Geuna (legajo 764 Conadep, Nunca Más, pp. 377-378), ante
la inminencia de una huelga del sindicato Luz y Fuerza de Córdoba los
militares imprimieron falsos volantes montoneros llamando a la huelga
y los hicieron aparecer en manos de un militante de la JP, Patricio
Calloway, hasta entonces secuestrado en La Perla, a quien asesinaron
frente a EPEC, simulando un tiroteo. Así, se sirvieron de un rehén de
La Perla para montonerizar(sic) el conflicto y dar una justificación
a la represión que siguió. Agradezco a Lucas Martin por haberme recordado
este caso. 41 Véase Derrida, Jacques, Historia de la mentira. Prolegómenos,
Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1997. Véase también del mismo
autor, Sobre la mentira en política. Entrevista a Jacques Derrida de
Antoine Spire en Staccato, programa televisivo de France Culturel, del
7 de enero de 1999, en Derrida, J., ¡Palabra!, Trotta, 2001. 42 Véase
al respecto la lectura de Arendt del develamiento de los Pentagon Papers
referidos a la guerra de Vietnam en La mentira en política, en. Crisis
de la República, Madrid, Taurus, 1973, o también Truth and politics
(cit.), p.238: Los hechos informan a las opiniones, y las opiniones,
inspiradas por diferentes intereses y pasiones, pueden diferir ampliamente
y seguir siendo legítimas en tanto respeten la verdad fáctica. La libertad
de opinión es una farsa si no se garantiza la información acerca de
los hechos y si los hechos mismos no están sustraidos a la disputa.
Contrastada con la manipulación totalitaria, que destruye el ámbito
de lo común, es posible sostener que –en condiciones de democracia–
la manipulación política moderna de la opinión, bajo la forma de propaganda,
preserva el ámbito de lo común, de la visibilidad de los hechos, sustrae
los hechos a la disputa y plantea el desafío en el terreno controvertible
de las interpretaciones de los hechos. 43 En su pretensión de encarnación
de una verdad superior –de la naturaleza, de la historia– el totalitarismo
se inscribe en ruptura radical con el carácter indeterminado de la democracia
moderna que –como lo ha señalado magistralmente Claude Lefort– se instituye
en el horizonte de una pregunta inapropiable respecto de su verdad,
y en la separación de las instancias en que la verdad, el poder y la
ley llevan adelante, cada una en sus esferas de publicidad, la disputa
por hegemonizar la interpretación. Lo público es así, en la modernidad
democrática, el nombre de la esfera común en que se disputa, sin posibilidad
de cristalización más que parcial, la hegemonía de la interpretación.
El totalitarismo se deja leer, sabemos, en el anverso de esta descripción:
la esfera de lo común es apropiada por quien encarna la verdad. Si la
verdad no es indeterminada sino que está determinada en la naturaleza
o en la historia, si hay, por otra parte, quien puede conocerla y encarnarla,
todo aquello que hace obstáculo a esa verdad no puede sino ser despreciado
como un elemento parasitario que atrasa la realización de esa verdad
–todo esto ha sido dicho tantas veces, y sin embargo ¡parece tan necesario
volver a decirlo! 44 Arendt, Hannah, Los orígenes del totalitarismo,
Madrid, Taurus, 1974, p. 435. 45 No creemos ciertamente que esta matriz
totalitaria explique integralmente el hecho de La Tablada, o la creencia
de sus actores en su éxito, pero entendemos que puede contribuir a inscribirlo
en una trama que vuelva inteligible la comprensión de lo político vehiculizada
en el montaje del hecho. Como señalamos en la primera parte, es preciso
inscribir esa acción en las biografías políticas de sus autores principales,
y en su interpretación de la tradición revolucionaria –pero éstas también
se vuelven inteligibles a la luz de esta matriz totalitaria de las ideologías
revolucionarias del siglo XX. 46 He intentado reflexionar sobre este
asunto en la ponencia Moldeando la arcilla humana. Reflexiones sobre
la igualdad y la revolución, publicada online (http://www.nuso.org/upload/opinion/hilb.php)
por la revista Nueva Sociedad. 47 El verdadero objetivo de la propaganda
totalitaria sostiene Arendt, no es la persuasión sino la organización.
Y agrega, citando al teórico nazi Hadamovsky: la ‘acumulación del poder
sin los medios de la violencia’. OT, 447. Al calificar al proyecto del
MTP de despolitizado me refiero precisamente al desinterés del MTP por
persuadir y a su fijación exclusiva en el objetivo de asalto al poder.
48 Si la idea tradicional de vanguardia política era la de avanzada
en la encarnación de los verdaderos intereses del sujeto en cuyo nombre
se actuaba, ¿en nombre de qué sujeto, más que de él mismo o de un sujeto
puramente imaginario, puede actuar un colectivo cuyo sujeto pretendido
es el principal destinatario de la manipulación y el engaño? Aunque
tal vez no por los mismos caminos, coincidiría con la afirmación de
Luis Mattini según la cual La Tablada es a la vez lógica perretiana
y su trágica caricatura. Mattini, Luis,
La Nación, 25 de Enero de 1989: Panorama
desolador después del final
Sólo quedaban cuerpos mutilados, municiones dispersas y edificios destruidos
donde se había desarrollado un cruento combate.
Ya había sido abierto el tránsito a los vehículos particulares por la
avenida Crovara que pasa por delante del Regimiento. Ese detalle y los
innumerables curiosos que se comenzaron a congregar por centenares delante
de las cámaras de televisión y frente al alambrado del cuartel, pese
al agobiante calor, eran los signos de que las dramáticas horas vividas
ya habían quedado atrás.
Distribuidos en varios grupos
y acompañados por el jefe de prensa del Estado Mayor General del Ejército,
coronel Roque Troiano, los periodistas realizaron una luctuosa visita
al lugar, minutos después de que el presidente Alfonsín se retirara
de allí.
Participaron en la invasión
aproximadamente cincuenta delincuentes. Más de veinte fueron abatidos
y hay unos diez detenidos. Desconocemos si algunos lograron escapar.
Entre el armamento encontrado hay granadas de origen soviético.
En el pasillo que forman esas dos construcciones estaban los cuerpos
de tres atacantes abatidos: dos hombres y una mujer.
Los vehículos con que habían ingresado los agresores al cuartel estaban
literalmente aplastados, ya que las tanquetas les habían pasado por
arriba. La mayoría tenían los baúles repletos de panes de trotyl y de
proyectiles antitanques.
Había cinco Renault 12,
una camioneta Ford y un Ford Falcon incendiados. También estaba el camión
de reparto de gaseosas con el frente totalmente destruido y con el que
habían roto el portón de la entrada principal de la unidad militar.
Los edificios de la guardia principal y donde están los calabozos fueron
también escenario de las escenas más violentas. Después de los disparos
de grueso calibre y con las bombas incendiarias, los dos lugares se
incendiaron completamente. Adentro yacían en una habitación los cuerpos
de tres personas calcinadas, ubicados uno al lado del otro.
El coronel Troiano confirmó que el segundo jefe de la unidad, el mayor
Fernández Cutiellos, tuvo una actuación realmente heroica, tal como
se había dicho en la crónica de anteayer. Indicó que repelió la agresión,
pero que después de haber caído herido fue liquidado por los subversivos
con un balazo en la garganta.
El teniente coronel Jorge Echezarreta acompañó a Fernández Cutiellos
en los últimos momentos de su vida. Lo llamé como lo hacía siempre,
por su apodo. Me acerqué y me tomó la mano fuertemente al tiempo que
levantaba el pulgar de la otra mano para darme a entender que todo estaba
bien, dijo el militar con la cara crispada por la emoción.
Tenía burbujas de sangre que le salían por la cara y poco después murió,
dijo Echezarreta.
Clarín, 25 de enero de 1989: El retorno de la subversión
Como una pesadilla recurrente, la subversión volvió a irrumpir el lunes
con estrépito en la escena política argentina.
Los hechos ocurridos en una unidad militar de La Tablada, cuando un
grupo de sediciosos copó a sangre y fuego las instalaciones y las retuvo
con armas sofisticadas contra la policía provincial y efectivos del
Ejército, constituyen un episodio confuso. Pero indudablemente forma
parte de la crónica de la subversión, esa crónica que creíamos cerrada
para siempre en el país. Se trató, además, de un episodio de inusitada
crueldad por los métodos usados en el combate. Y demencial, pues nadie
advierte cuál pudo ser en definitiva su propósito ni su objetivo. Todo
lo cual no impide que pueda ser apreciada claramente su importancia.
Habrá, evidentemente, un antes y un después del 23 de enero.
La guerrilla parecía sepultada tres lustros atrás. ¿Por qué renace?
Esta pregunta y sus posibles respuestas llenarán el análisis político
de las próximas semanas. Entretanto, sorprende que el Gobierno no haya
podido vislumbrar la magnitud del riesgo que se aproximaba y alarma
que los insurrectos hayan podido exhibir una libertad tan amplia para
agruparse, entrenarse, aprovisionarse y atacar.
La realidad ha mostrado que había una guerrilla esperando en las sombras
para operar. Ante ello, será del caso replantearse con todo cuidado
el papel de las Fuerzas Armadas en casos de conmoción interna. Es otro
tema para el debate próximo. Lo que sí está claro es que necesitamos
Fuerzas Armadas integradas a la Nación y conscientes de su dignidad.
Repitámoslo: la Argentina necesita de un gobierno democrático y representativo,
consagrado a los fines nacionales. Necesita Fuerzas Armadas preparadas
para defender la soberanía en forma idónea e integradas al cuerpo de
la Nación.
Declaraciones del vocero presidencial, José Ignacio López, el 24
de enero de 1989
1. Antes de la visita del Dr. Raúl Alfonsín a La Tablada (11:30 hs)
El Frente de la Resistencia Popular sería quien se atribuye esta operación,
fundamentando a través de lo que permito calificar, desde ya, como una
patraña y una novela. Aparentemente, una operación destinada –según
se lo pretende hacer creer– a defender la Constitución por esta vía
inaceptable, como si la Constitución ayer hubiera estado en peligro
por vía de otros elementos a quienes allí se les pretende atribuir la
responsabilidad que no ha existido en ningún momento, al menos, en la
situación de ayer.
Porque allí, como ustedes los habrán visto por alguna comunicación que
ha obtenido ayer alguna agencia de noticias, se pretendía hacer creer
como que se estaba en vísperas de un golpe y que esto se hacía para
salvar a los argentinos de un golpe. Esta es una patraña, una novela.
2. Al regreso de la visita presidencial (17:00 hs)
Periodista: ¿Qué nos puede decir de la visita?
Vocero Presidencial: Éstas son situaciones en las que uno debe confesar
que no tiene palabras; no tengo palabras para expresar lo que acabo
de ver. Es realmente muy difícil tratar de exteriorizar el sentimiento
que a uno le provoca ver la demencia puesta en acción. Ahí vemos lo
que puede la alucinación si es que se puede emplear esta palabra para
calificar de alguna manera este ataque a mansalva, esta entrega de vidas,
esta muerte.
Realmente, los argentinos, creíamos que ya habíamos pagado la cuota
de dolor y sangre que toda la sociedad está pagando para construirse.
Realmente creo que esto nos puede llenar de estupor y también nos debe
estimular el coraje, la decisión, la valentía, la disposición de esos
hombres de las Fuerzas Armadas, del Ejército y de las Fuerzas de Seguridad:
esos hombres, con cara pintada y sin cara pintada, que se dispusieron
a dar la vida para que nosotros podamos seguir viviendo en libertad.
La Nación, 26 de enero de 1989:
El desafío más grave y decisivo
El Presidente de la República doctor Alfonsín expresó en su mensaje
de anteayer que los episodios vividos en La Tablada constituyen el desafío
más grave y decisivo de mi gobierno y que el país se encuentra bajo
la agresión de elementos irregulares de filiación ultraizquierdista,
con lo cual salió del paso de los sectores que, desde dentro del Gobierno
y fuera de él, se empeñaron inicialmente en disimular una filiación
que resultaba innegable desde el primer instante.
Hemos podido repeler este acto subversivo –dijo el Presidente– porque
hubo hombres en disposición y con la decisión de pelear.
Esta expresión podría aplicarse, también, a la lucha que las Fuerzas
Armadas sostuvieron con anterioridad a la restauración del régimen constitucional
y el mismo reconocimiento formulado anteayer por el primer mandatario
lo merecen por aquellos hechos del pasado cercano.
Porque si es verdad que en aquella lucha hubo excesos y que los responsables
debieron ser juzgados y condenados –posición que siempre hemos compartido
desde esta columna editorial– no es menos cierto que esos excesos no
pueden llevar a ignorar ni los méritos de la defensa contra la subversión
ni la existencia de una guerra que no fue declarada ni iniciada por
las Fuerzas Armadas.
Cuando el Presidente dijo con referencia a los sucesos de La Tablada
...hubo argentinos que murieron para que otros argentinos pudiésemos
mantener nuestra libertad, preservar nuestro estilo de vida, nuestra
convivencia... bien puede extenderse ese agradecimiento a los hombres
de las Fuerzas Armadas y de seguridad que en los años anteriores al
10 de diciembre de 1983 murieron, igualmente, detrás del mismo objetivo.
El Presidente se refirió, más adelante, al legítimo orgullo de ver a
los hombres del Ejército que nuevamente han dado prueba fehaciente de
su valentía, de su decisión de defender nuestra independencia y de resguardar,
por consiguiente, la soberanía popular. Hay, asimismo, en este párrafo,
una palabra clave: nuevamente. Quiere decir que se acepta que el lunes
último y anteayer los hombres del Ejército y de las fuerzas de seguridad
hicieron lo que ya tuvieron que hacer años atrás.
El Presidente encarna la soberanía legítima de orden constitucional
y el Ejército es el brazo armado de la República que lo protege. Así
debe ser siempre, y cuando las Fuerzas Armadas y de seguridad entregaban
sus vidas en la guerra cruel desatada por la subversión estaban haciendo
posible esta realidad de hoy.
Revista Gente Nº 1227, 26 de enero de 1989: Reconocimiento
Párrafos del discurso del presidente Raúl Alfonsín, el martes 24 de
enero a las 22,55 hs.
Hoy al mediodía fui a la Tablada. Quienes estuvimos allí, asistimos
a un espectáculo estremecedor. Era una pesadilla. La muerte. Otra vez
la muerte. La brutalidad, la barbarie.
A cada metro encontramos expresiones tangibles de la dimensión de la
agresión que había sufrido no sólo un regimiento, sino el conjunto de
los argentinos. También a cada momento, recogíamos las evidencias del
coraje de quienes hoy merecen el reconocimiento de la Patria. Hemos
podido repeler este acto subversivo porque hubo hombres en disposición
y con la decisión de pelear. Quiero decirles a ellos que ésta también
es mi pelea. Aquí nadie se hará el distraído mientras otros arriesgan
sus vidas. Esta es mi pelea y la conduciré hasta el final…
Todos sentimos un gran dolor y pesar al honrar a quienes dieron sus
vidas por la tranquilidad de todos. Sentimos estupor e indignación frente
a la sanguinaria y cruel acción de esos personeros de la muerte.
Pero al mismo tiempo experimentamos el legítimo orgullo de ver a los
hombres del Ejército que nuevamente han dado prueba fehaciente de su
valentía, de su inquebrantable decisión de defender nuestra independencia
y de resguardar, por consiguiente, la soberanía popular.
Como Presidente de la Nación y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas
felicito a todos los hombres del Ejército que han actuado con decisión
y coraje para contener la acción de los delincuentes.
Mi reconocimiento también a las fuerzas de seguridad, particularmente
a la policía de la provincia de Buenos Aires. Y mi solidaridad, que
es la de todos los argentinos, con las familias de los caídos.
Clarín, 29 de enero de 1989: Ante
otro país
Por Joaquín Morales Solá
La ceguera política de los
insurgentes, las características mismas del episodio, plantean todavía
interrogantes que los investigadores no pueden responder. Pero, entre
todo eso, sobresale la más tenaz y cruel de las preguntas ¿ha sido sólo
un hecho loco y aislado o ha sido, en cambio, el principio de una ola
de violencia cuya dialéctica le dará una dinámica propia a la política?
Con un ejército nuevamente lacerado por muertos y heridos, la administración
y los políticos en general debieron replantear rápidamente su relación
con los militares. Ya no es el pasado lo que signa esa convivencia sino
el duelo del presente y el estado de necesidad del que advierte un futuro
incierto.
Una operación supuestamente rápida y no frontal no necesitaba complicar
a dos jefe del nivel de Gorriarán Merlo y Jorge Baños. Si bien la presencia
de Gorriarán Merlo es confusa aún, el cadáver de Baños con las armas
en las manos elude toda polémica.
Es
un caso sorprendente. Baños había logrado perfilar cierta imagen como
abogado defensor de derechos humanos y se había abierto paso en publicaciones
de centro izquierda o de izquierda como articulista. ¿Por qué mandar
al sacrificio a un hombre de esa importancia?
… Recurren al ejemplo de los montoneros, cuando el propio Firmenich
debió protagonizar el secuestro y el posterior asesinato del ex presidente
Aramburu. Una certeza no es cuestionada por nadie: Gorriarán Merlo fue
jefe supremo de esta irrupción guerrillera con el nombre de guerra de
Richard o Ricardo, seudónimo el primero que aparece a la cabeza del
organigrama de la célula hallado entre las ropas de un sedicioso.
La presencia de Gorriarán Merlo ha desdoblado la investigación. Hombre
de extrema confianza del ministro del Interior de Nicaragua y dirigente
fuerte del régimen sandinista, Tomás Borge, Gorriarán fue entrenador
del sector del ejército nicaragüense que responde directamente a Borge.
Estupor tras estupor
Ese lunes de lágrimas deparó dos sorpresas al presidente Alfonsín. Una
de ellas fue que su gobierno se encontró jaqueado por la subversión
de izquierda; en verdad, la administración demoró muchas horas en convencerse
a sí misma que estaba ante un rebrote del extremismo que asoló la década
pasada.
Para las concepciones políticas del Presidente era imposible que el
terrorismo se solazara con un gobierno de origen democrático. ¿No había
visitado él personalmente a Fidel Castro para reclamarle que frenara
el extremismo chileno porque éste le hacía daño al proceso de democratización
en el país de Pinochet?
..... Sin mirar el detallismo
legal, creó por sí solo el Consejo de Seguridad que, por primera vez
en cinco años, reúne en un ámbito común a dirigentes civiles y a la
cúpula militar.
Ya no había dos Ejércitos como él había dicho apenas días antes. La
reaparición del viejo enemigo abroqueló a los hombres uniformados y
quita todo margen a los arabescos internos de unos y otros. La situación
en el Ejército ha entrado en un statu quo que no puede modificarse hasta
donde llega la mirada.
Expresiones oficiales que trabajaron estos días con jefes uniformados
dicen que han advertido un cambio ostensible en ellos: Han encontrado
una razón de ser, una mística nuevamente, aseguran. Señalan, inclusive,
que hubo oficiales rebeldes que abandonaron su prisión domiciliaria
para combatir en las defensa de La Tablada y luego retornar a la anterior
condición.
La Prensa, 5 de febrero de 1989: Después de la batalla
Por Horacio Mayorga
Domingo de reflexión
El domingo 29 de enero, día que debió ser de luto nacional para todos
los argentinos, según lo pidió el gobierno, fue también una magnífica
oportunidad para reflexionar sobre los hechos que han lastimado al país
más allá de toda ideología.
Fue un horror, pero un horror
del que se había advertido al gobierno que podría ocurrir. La respuesta
fue siempre la misma: la democracia hacía imposible la vuelta de la
guerrilla, estos anuncios eran cosas de militares para influir en la
búsqueda del poder perdido.
Las FF.AA. fueron denostadas, perseguidas, injuriadas durante cinco
años desde el gobierno y desde la mayor parte de los medios de comunicación,
infiltrados por la izquierda.
Los militares y la SIDE
Dentro de esa política un hecho que tuvo fundamental importancia: la
exclusión de casi la totalidad de los militares, retirados o no, que
revistaban con enorme antigüedad y experiencia en la Secretaría de Inteligencia
del Estado (SIDE). Fueron reemplazados por los muchachitos del partido
y de la Coordinadora a quienes se envió por pocos meses al extranjero
para capacitarlos en la tarea. Para extirpar todo lo militar del ambiente
gubernamental se prohibió la participación de los servicios de inteligencia
de las FF.AA. en el estudio de la situación interna del país. Ese aspecto
lo cubriría solamente la SIDE.
¿Cuál fue el resultado? La sorpresa de La Tablada. El horror. La SIDE
no supo nada, no podía haberlo manejado tampoco, pese a que no le faltaron
avisos e indicios de sucesos anormales, operaciones de ensayo, presencia
nueva de guerrilleros viejos… así ocurrió lo que no podía ocurrir. Daba
pena ver a políticos y en especial al vocero presidencial recurrir a
eufemismos y divagaciones tristes para no llamar a los guerrilleros
lo que eran: guerrilleros…
Allí estaba Baños, hasta hace poco perteneciente al CELS (Centro de
Estudios Legales y Sociales), camarada de ruta de Zamora, Mignone, Parrilli,
Meijide y de otros que ayudaron a condenar a las FF.AA. como genocidas,
aliados a las Madres de Plaza de Mayo, cuyos hijos en muchos casos también
sembraron el terror.
Baños y otros como él colaboraron con la CONADEP del preclaro Sabato,
ayudados por el gobierno para lo que fue realmente una caza de brujas
para la familia militar. Lloraban a los desaparecidos que luego aparecieron
cuando el terremoto de México, pero no por Larrabure o Viola o Quijada
o el juez Quiroga o peor aún por los cientos de conscriptos o agentes
de policía muertos.
El Presidente y los carapintadas
Las revistas mostraron fotos impresionantes. En mi reflexión me detuve
en una: la del Presidente rodeado, protegido, amparado por los carapintadas
a quienes hubo que recurrir para tomar el cuartel. ¿ Dónde quedaron
los epítetos contra ellos de pocos días atrás?
Dentro del ambiente político surgió entonces otra verdad a medias: Hoy
se ha reprimido dentro de la ley, mostrando que eso es posible…. Hoy
se pudo hacer porque La Tablada no fue una guerra sino un combate. Hoy
el Dr. Alfonsín está sentado donde está porque hubo muchas Tabladas,
muchos muertos, muchos Fernández Cutiellos y conscriptos y suboficiales
y policías que dieron su vida en pos de la victoria final.
Se asustaron los jueces y el Congreso y la población toda. Sabían lo
que pasaba y cómo pasaba, pero nadie quería otra cosa que la victoria
sobre el terrorismo a todo trance y de cualquier forma. Si vuelve esa
guerra se volverán a asustar y rogarán que aparezcan unos pocos que
arriesguen su vida para que otro Alfonsín pueda iniciar otro gobierno
democrático… pero restablecida la calma la suerte de los militares será
incierta, como lo fue ayer.
Dos posturas del Presidente me mueven a una respetuosa pero vehemente
crítica. La primera, cuando a la vista de los muertos en La Tablada
dijo: No olvidaré jamás lo que vi.
Me alegro que se sienta así hoy, porque parecía que hasta ayer no hubiera
reparado en lo que debe haber experimentado el almirante Lambruschini
al rescatar de entre los escombros los restos deshechos de su hija Paula.
Ella pagó por la democracia, por los Alfonsines, por los Caputos, por
los Manzanos y tantos otros.
Un ataque que sorprendió a toda la dirigencia política
Combate con 39 muertos
Poco antes de las cuatro de la mañana del 23 de enero de 1989, unos
60 militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) atacaron el Regimiento
de Infantería Mecanizada Nº 3 La Tablada, del Ejército. Era el último
año del presidente radical Raúl Alfonsín; Enrique Nosiglia era ministro
del Interior y Horacio Jaunarena, de Defensa. El MTP era una agrupación
que se denominaba independiente, y que denunciaba la cercanía de un
golpe de Estado carapintada. El ataque y la represión posterior dejaron
un saldo de 39 muertos (28 atacantes, 11 militares y policías), 3 desaparecidos
y 60 heridos. Hoy quedan cinco cadáveres sin identificar. El Ejército
y la Policía Bonaerense recuperaron el cuartel tras 30 horas de combate.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA presentó en
1997 un informe: afirmó que hubo torturas y desapariciones en la recuperación
y que los encarcelados fueron torturados. La CIDH pidió la excarcelación
de los presos, pero la Corte Suprema la rechazó por unanimidad en diciembre
pasado. La defensa presentó el miércoles último un recurso de amparo
y una querella por homicidio.
Hace diez años el MTP copó el cuartel de La Tablada. El gobierno radical
y la oposición no lo esperaban
Por Ernesto Seman | Clarin
En su despacho de la Casa Rosada, Raúl Alfonsín había recibido a principios
de 1989 el último informe reservado de la Secretaría de Inteligencia
del Estado (SIDE) sobre la actividad del Movimiento Todos por la Patria.
Para Alfonsín, pendiente por entonces de la supervivencia del plan económico
y las elecciones presidenciales, fue una tranquilidad que el parte de
la SIDE terminara igual que los de todo el año anterior: Sin capacidad
operativa militar. El domingo 22 de enero, el horizonte parecía tan
reposado que Carlos Becerra -secretario general de la Presidencia-,
lo llamó a Alfonsín desde Punta del Este para suspender su encuentro
de esa misma noche. No hay problema, nos vemos mañana, respondió Alfonsín.
Más relajado aún, Enrique Nosiglia -ministro del Interior- declinó la
invitación de Becerra para volver de Punta a las seis y media de la
mañana del lunes en un avión privado. Es muy temprano, dijo. El lunes
23 de enero, cerca de las siete de la mañana, el piloto del pequeño
avión interrumpió el sueño del secretario general de la Presidencia
para avisarle que la Fuerza Aerea no autorizaba el aterrizaje en el
aeropuerto de Don Torcuato, por lo que se dirigían hacia Martín García.
Unos minutos después la secretaria privada de Becerra llamaba al avión.
Ella y el chofer lo esperaban en tierra con un traje y un par de zapatos:
el Presidente lo convocaba con urgencia a la Casa Rosada. Hasta las
nueve de la mañana, el Estado Mayor del Ejército sólo le había informado
a Alfonsín y a los funcionarios convocados en la Casa de Gobierno que
alguien -esa fue la palabra utilizada- había copado el cuartel militar
de La Tablada.-¿Son carapintadas?-, fue lo primero que preguntó el Gobierno,
que apenas 40 días atrás había vivido la sublevación de Mohamed Alí
Seineldín en Villa Martelli. Todavía no sabemos, fue la respuesta. Una
hora después, el Ejército informó que, al entrar, los atacantes habían
matado al guardia de turno lo que indicaba que se trataba de gente dispuesta
a dar batalla. La convicción de que era otra acción carapintada se generalizó
en el Gobierno. Recién a las once, los jefes militares se presentaron
en la Casa Rosada con un nuevo parte. Los mismos grupos de inteligencia
que no habían podido detectar ningún movimiento, ponían ahora su sagacidad
en obtener datos categóricos para determinar la identidad de los atacantes:
Puede que no sean carapintadas... Entre los atacantes vimos a una mujer
-le dijeron a Alfonsín-. Y también detectamos a barbudos y melenudos.
El ingreso al cuartel de La Tablada de unos 60 militantes del MTP parecía
haber sorprendido a todos. Desde diciembre del 88, el MTP sostenía que
los carapintadas preparaban un golpe de Estado con el guiño de gente
del entorno del entonces candidato a Presidente por el PJ, Carlos Menem.
Con la cara pública de Jorge Baños y la jefatura de Enrique Gorriarán
Merlo, llamaban a los partidos a resistir. El MTP tenía una relación
cotidiana con casi todos los partidos políticos. En aquel enero, Nosiglia
y Becerra habían conversado informalmente con Baños y Francisco Provenzano.
En la UCR, algunos miraban con simpatía la estrategia visible del MTP:
suponían que, ciertas o no, las denuncias los menemistas y la idea de
que la democracia estaba en peligro podían tener algún rédito electoral.
Pero Nosiglia y Becerra les dijeron entonces que lo del golpe era una
idea descabellada. El MTP también tanteó a los partidos Intransigente
y Comunista. A fines de diciembre de 1988, Roberto Felicetti, hoy con
perpetua , almorzó en un restaurante de Congreso con algunos altos dirigentes
del PI. Y para la misma fecha, la conducción del PC, encabezada por
Patricio Echegaray, recibió al MTP en una oficina de Corrientes y Callao.
Por entonces, el encargado de las relaciones del PC con las Fuerzas
Armadas era Jorge Pereyra quien, en aquella reunión, desacreditó por
completo la hipótesis del golpe. Ni el Gobierno, ni la UCR, ni el PC
ni el PI intuyeron que el MTP estuviera pensando en una acción militar.
Hoy todavía resulta difícil saber por qué motivo los informes de inteligencia
tampoco previeron el ataque. La ineficiencia, el ocultamiento, el impulso
velado al MTP para tenderle una trampa, la necesidad de sectores militares
de resucitar al terrorismo, o el
simple
hecho de que el ataque no tuvo, en efecto, ninguna preparación militar:
La respuesta, quizás, combine todos estos elementos. En cualquier caso,
la convivencia de un pequeño grupo con cierto entrenamiento militar
encabezado por Gorriarán, junto a otro con más entusiasmo que experiencia
en la materia, constituyó un grupo humano que se creyó en condiciones
de hacer el ataque. Un buen ejemplo de este último grupo es el de Baños,
hasta entonces la cara pública del MTP. El contacto con Nicaragua -alguna
vez exhibido para realzar la supuesta preparación del MTP-, el entrenamiento
militar que no se equiparaba siquiera al del servicio militar, no fue
distinto al que en la década del 80 tuvieron centenares de jóvenes de
todos los partidos, atraídos por una revolución que generaba, a la vez,
nostalgia y novedad. A Alfonsín, la vida se le vino encima desde ese
día. En un intento por retomar el control de la represión que el Ejército
ejercía sobre los atacantes -y sobre la que pesan denuncias de fusilamientos
y desapariciones-, el ex Presidente tuvo que ir en persona al cuartel,
cuando todavía sonaban los tiros. Apenas 14 días después del ataque,
empezaba la devaluación que daría origen a la primer hiperinflación.
Un mes después, naufragaba del todo el Plan Primavera. Para mayo, tras
la derrota del radicalismo frente a Menem, el Estado recaudaba por el
Impuesto al Valor Agregado (IVA), un 6,3 por ciento de lo que había
obtenido en el mismo mes de 1988.En aquel escenario de tierra arrasada
-que el PJ miraba con más entusiasmo que alarma-, Menem asumió por primera
vez la Presidencia de la Nación.
Hablan tres condenados a perpetua
Era el único camino para salvar la democracia
Después de diez años de prisión, siguen pensando que hicieron lo correcto.
El copamiento a La Tablada era el único camino para salvar la democracia,
dijo a Clarín Roberto Felicetti, uno de los nueve presos del Movimiento
Todos por la Patria (MTP) que permanecen recluidos en la cárcel de Caseros.
A pesar de la condena a cadena perpetua, no hay arrepentimiento en sus
palabras. Cuando atacaron el Regimiento, se calcula, eran alrededor
de 60. Treinta horas después, entre el polvo y el calor, salieron con
vida poco menos de 20. Nueve cumplen condena en el pabellón de máxima
seguridad de Caseros, el 18 B, en celdas individuales de un metro por
tres y sin espacio para hacer ejercicios. De afuera sólo ven lo que
les muestra un solo aparato de televisión, que comparten entre 50 presos.
Se turnan para limpiar y preparar la comida que les llevan sus familiares.
Todos han terminado el secundario en este tiempo y estudian Sociología
y Abogacía. Cuatro fueron padres entre rejas. Sólo Felicetti supera
los 40 años, sus rostros pálidos delatan la falta de sol; siempre de
jeans y remera, tienen aspecto cuidado. Unos están más dispuestos a
hablar que otros y, entre cordiales y desconfiados, miran a la mujer
que entra. Invitan mates y no evitan recordar el pasado, aunque dicen
que prefieren imaginar el futuro. Por momentos tienen el énfasis de
militantes. El olor rancio y los chirridos recuerdan todo el tiempo
que es una cárcel. Pasa un gato descolorido, es por las ratas, dicen.
Esta es una síntesis del diálogo con tres de ellos, Miguel Aguirre,
Claudio Rodríguez y Felicetti.-¿Hicieron autocrítica en diez años?-Seguimos
creyendo que hicimos lo correcto. Admitimos que podemos habernos equivocado,
pero había un levantamiento y en ese sentido iba nuestra acción. Siempre
nos preguntan si estamos arrepentidos. No lo estamos.-¿La lucha armada
era la única salida? -Afuera tienen la idea de que nos quedamos en el
pasado, pero somos concientes que las cosas han cambiado. Hoy no tendría
lugar la lucha armada. -Los llamaron extremistas, suicidas, mesiánicos,
guerrilleros, dementes. -Somos militantes políticos. Se dijeron muchas
mentiras de nosotros y no teníamos formas de defendernos. Es mentira
que nos hicieron pisar el palito. Ellos son los que mintieron. -¿Se
sienten traicionados por Gorriarán? -Gorriarán no nos traicionó. En
el copamiento él estuvo donde nosotros necesitábamos que estuviera.
Lo reconocemos como un dirigente importante.-¿Indulto, amnistía o pena
conmutada? -Queremos una decisión política que nos saque de acá. Somos
realistas y concientes de que un indulto para nosotros también va a
serlo para Seineldín. -¿Si salen seguirán en el MTP? -Primero queremos
conseguir trabajo y recuperar el tiempo con nuestras familias. Creemos
que la política es la única salida posible. Pese a todo la cárcel no
nos corrompió. No perdimos los ideales y seguimos creyendo que el cambio
es posible. Por el ataque a La Tablada hay 14 condenados a cadena perpetua:
uno en la cárcel de Devoto (Enrique Gorriarán Merlo); dos en España
(Sebastián Ramos y Luis Ramos); dos en Ezeiza (Isabel Fernández y Claudia
Acosta); y los 9 de Caseros (Sergio Paz, José Moreyra, Carlos Motto,
Claudio Veiga, Juan Díaz, Gustavo Messutti, Felicetti, Aguirre y Rodríguez).
Fray Antonio Puigjané fue condenado a 20 años y cumple arresto en un
convento. Ana María Sívori, a 18 años, y está en Ezeiza. Daniel Gabioud
Almirón, Miguel Faldutti, Juan Burgos, Cintia Castro, Dora Molina están
con libertad condicional.
Fuente: Mariela Arias, Clarin, 23/01/99
[Del libro In Memoriam I, editado por el Círculo
Militar, sexta parte, 1989 y La Tablada] Ataque y copamiento del Regimiento de Infantería
Mecanizado 3 General Belgrano y del Escuadrón de Exploración de Caballería
Blindado1, con asiento en La Tablada el 23 de enero de 1989.
El 23 de enero de 1989, siendo las 06:15 hs. un grupo de aproximadamente
45/50 personas, entre las cuales se incluían varias mujeres, irrumpió
en los cuarteles de la unidad y subunidad señaladas, tras embestir y
derribar el portón de entrada de la guarnición, utilizando un camión
de transporte de gaseosas –que había sido robado minutos antes– y cinco
o seis automóviles. En este momento inicial fue asesinado el soldado
apostado en esa entrada sin que tuviese la oportunidad de hacer uso
de su arma reglamentaria. Acto seguido fue tomado el local de la guardia
de prevención, permaneciendo en él varios subversivos, mientras el resto
ingresaba con los vehículos al interior del cuartel.
En la operación participaron dos grupos debidamente identificados: uno
que ingresó al cuartel en la forma ya indicada y otro, no identificado,
que actuó fuera de las instalaciones militares, en actividades de hostigamiento
(francotiradores), como así también en agitación popular y apoyo sanitario,
llevadas a cabo por personal mimetizado entre la población civil que
rodeaba a los cuarteles.
Las acciones posteriores tuvieron como objetivos prioritarios, además
de la tarea inicial de la guardia de prevención, apoderarse de las instalaciones
de la plana mayor de la unidad de infantería, los casinos (oficiales
y suboficiales) y una o más subunidades, con la finalidad de sustraer
armamento y municiones.
Inicialmente sólo pudieron concretar la toma del edificio de la plana
mayor, donde fue asesinado el 2do. jefe del Regimiento 3, mayor Horacio
Fernández Cutiellos y del casino de suboficiales, en el que mantuvieron
como rehenes un número importante de suboficiales y soldados.
Debido a los escasos efectivos que se encontraban en el cuartel como
consecuencia de la licencia anual y a la hora en que se produjo el ataque,
oportunidad en que el personal aún no había regresado del franco de
fin de semana, el grupo terrorista logró el copamiento de la unidad
militar en un reducido lapso, explotando el factor sorpresa y la capacidad
de fuego con que contaban.
"Ese
día fuimos a La Tablada. Todo era confusión. Nadie sabía
quiénes estaban al frente del copamiento. Tomamos un helicóptero.
En un momento se dijo que nos habían baleado mientras volábamos.
Pero nunca sentimos ningún tiro. Cuando llegamos hicimos
una recorrida. Había un olor a muerto, un olor a carne quemada
increíble. ¡¡¡Yo vi una cabeza!!! Juro que vi una cabeza.
Se me salían los ojos de órbita. Se intentó hacer la visita
de una manera protocolar, pero era imposible. Alfonsín se
fue de ahí con bastante olor a muerto. Después se reunió
con Caridi, que era el comandante en jefe del Ejército,
y con Nosiglia. Creo que todos tardamos días en recuperarnos."
Testimonio de Víctor Bugge, fotógrafo presidencial que
acompañó ese día al presidente Raúl Alfonsín.
El concepto de esa
operación, planeada y comandada desde fuera de las instalaciones militares
por Enrique Gorriarán Merlo, fue claramente determinado por la documentación
secuestrada durante y después de las acciones de recuperación de las
instalaciones militares, entre la cual se encontraba la proclama inicial
que pretendían difundir por emisoras radiales, previo copamiento de
éstas; una segunda proclama en la cual se instrumentaba un plan de emergencia
luego que el gobierno del pueblo accediese al poder.
En dicho plan se incluía la disolución de las FF. AA. y su reemplazo
por las milicias populares; por último, una serie de comunicados en
los cuales se detallaban las organizaciones políticas, gremiales, estudiantiles
y educacionales que se adherían al movimiento insurreccional subversivo
y a la toma del poder nacional.
Consolidada la primera fase de la operación (toma del cuartel) comenzaría
la fase agitación popular con la ayuda de altavoces que poseía el grupo
de apoyo externo, justificando su actitud de que la toma de la unidad
militar era para desalojar a rebeldes adictos al ex teniente coronel
Rico y al coronel Seineldín que tenían el propósito, según el grupo
subversivo del Movimiento Todos por la Patria (MTP), de dar un golpe
de estado. Para ello, los terroristas tenían impreso una gran cantidad
de falsos volantes en los cuales los citados militares llamaban a la
rebelión contra el Gobierno de la Nación. Dichos panfletos también fueron
secuestrados al grupo atacante junto con el resto de la documentación
ya indicada.
A partir de lo planificado y con posterioridad a la toma del cuartel,
la agitación popular que pretendían lograr estaba destinada a convocar
una marcha multitudinaria, desde varios puntos de la Capital Federal,
Gran Buenos Aires y aun del interior del país, para dirigirse a Plaza
de Mayo y ocupar la Casa Rosada. Ésto se haría para evitar el supuesto
golpe de estado de Seineldín y de Rico.
Si esta operación hubiera tenido éxito, igual actitud se habría adoptado
en otras zonas del país, particularmente en Rosario y Córdoba, lugares
donde se comprobó que existían grupos similares al que actuó en La Tablada
el 23 de enero.
La reacción inicial de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que
de inmediato estableció un cerco de las unidades tomadas, y el progresivo
regreso de personal franco destinado a la unidad y subunidad del cuartel
que por la parte posterior accedió al empleo de algunos vehículos blindados
estacionados en las instalaciones correspondientes, impidieron concretar
la parte inicial del plan subversivo previsto que, sintéticamente, consistía
en tomar la unidad, apoderarse de armamento y munición, distribuir los
supuestos panfletos de Seineldín y Rico y posteriormente retirarse del
cuartel para iniciar la segunda fase: agitación popular.
A esta altura de los acontecimientos, encontrándose cercados los elementos
subversivos, el Estado Mayor General del Ejército, con autorización
del Sr. presidente de la Nación, Dr. Raúl Alfonsín, ordenó el traslado
y posterior empleo de efectivos militares y de Gendarmería Nacional
bajo las órdenes de un comando unificado, en la persona del general
de brigada Alfredo Arrillaga, quien se desempañaba como Inspector General
del Ejército.
Las acciones militares se llevaron a cabo durante todo el día 23 y hasta
las 10:30 hs. del día 24 de enero, oportunidad en que, ya abatidos la
mayor parte de los subversivos que siguieron combatiendo hasta la hora
indicada, se materializó la rendición de 14 de ellos, uno de los cuales
(una mujer) falleció a los pocos minutos como consecuencia de las heridas
recibidas. Junto con esta rendición se produjo la liberación de los
rehenes (suboficiales) que mantenían en su poder los integrantes del
MTP que aún permanecían con vida.
Por expresa orden del Presidente de la Nación, el personal detenido
fue puesto a disposición del juez federal correspondiente, Dr. Larrambebere,
quien de inmediato se hizo presente en el lugar de los hechos.
El saldo de muertos de propias tropas fue de nueve integrantes del Ejército
Argentino y dos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. La cantidad
de heridos y mutilados alcanzó a treinta y siete hombres, algunos de
ellos de suma gravedad y otros con lamentables mutilaciones corporales
(pérdida de ambas piernas, pérdida de un ojo, etc.).
La identificación de muertos y detenidos, secuestro de documentación,
armamento y munición utilizada -en su mayoría de origen ruso y chino-
y gran cantidad de bibliografía y material ideológico capturado a los
subversivos, permitieron determinar fehacientemente que el grupo, integrado
en su mayoría por el Movimiento Todos por la Patria (MTP), era un desprendimiento
del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), liderado por Enrique Gorriarán
Merlo y con la participación, en este operativo, de elementos pertenecientes
a las siguientes organizaciones:
• Partido de la Liberación (PL)
• Movimiento de Liberación 29 de Mayo (ML-29)
• Montoneros (Columna Sur-Oeste)
Militares y policias caidos en combate en la defensa y recuperación
de los cuarteles de La Tablada
+ Mayor Horacio Fernández Cutiellos (h); + Teniente Ricardo Alberto
Rolón; + Sargento Ayudante Ricardo Raúl Esquivel; + Sargento Ramón Wladimiro
Orué; + Cabo Primero José Gustavo Albornoz; + Soldado ciudadano conscripto
Héctor Cardozo; + Soldado ciudadano conscripto Martín L. Díaz; + Soldado
ciudadano conscripto Roberto T. Taddía y + Soldado ciudadano conscripto
Julio D. Grillo; + Comisario Inspector (Policía de la Provincia de Buenos
Aires) Emilio García y García; + Sargento José Manuel Soria (Policía
de la Provincia de Buenos Aires).
Documentos capturados
Partes principales de la proclama del MTP, a difundir en el caso que
tuviese éxito la primera fase de la operación y que planeaban dar a
conocer a través de emisoras radiales, planteando el falso pretexto
de la sublevación militar no ocurrida:
El ejército de Seineldín y Rico, se sublevó de nuevo. Quieren dar un
golpe de estado. Quieren asesinar a todos los que no aceptan vivir bajo
las botas. En la medianoche de hoy, los carapintadas se sublevaron en
el Regimiento Tres de Infantería de La Tablada. Allí se preparaban y
habían empezado a marchar contra la Casa Rosada. Iban a asesinar a todos
los que se le opusieran. ....
Ya estamos hartos de la prepotencia de los milicos. Hartos de sus crímenes
y de sus robos, que después tenemos que pagar todos. Hartos que nos
impongan la injusticia social. Hartos de que no nos dejen vivir en paz.
El pueblo se alzó contra ellos. El pueblo de los alrededores de La Tablada
ya ha recuperado el cuartel sublevado. Lo dirige este Frente de la Resistencia
Popular que se formó allí mismo. Tomamos las armas de los amotinados
y les incendiamos su cuartel.
Como siempre en la historia de la Patria, el pueblo hizo verdaderas
proezas. Al saber que los carapintadas lo habían tomado, el pueblo entró
en masa al cuartel. Mujeres, jóvenes, hombres del pueblo atacaron con
revólveres, con escopetas, con piedras y palos. Hicieron trincheras,
tiraron bombas molotov. Frente a tanto heroísmo, algunos de los soldados
y algunos suboficiales dieron vuelta sus armas y junto al pueblo participaron
de la ejecución de los oficiales traidores.
Una columna de carapintadas había salido del cuartel con rumbo a la
Casa de Gobierno. Pero el pueblo armado levantó barricadas y luego la
aniquiló. Ahora es el pueblo el que ha ocupado la casa Rosada.
El pueblo quiere un nuevo sistema de libertad y de justicia social.
Sin milicos asesinos, ni políticos corruptos, ni ladrones de la patria
financiera. Vamos a formar un verdadero gobierno del pueblo.
El gobierno del pueblo declara disuelto el Ejército profesional y traidor.
Ahora lo reemplaza el pueblo en armas. Los soldados y suboficiales únanse
al pueblo; ejecuten a sus oficiales traidores. O váyanse de los cuarteles.
El que se quede en un cuartel está con los verdugos del pueblo.......
Además de esta proclama, que nunca pudo ser difundida, tenían previsto
un comunicado con las adhesiones que irían recibiendo; un plan de emergencia
económica y otros comunicados, entre los cuales figuraba la disolución
del Ejército Argentino, y la creación de las milicias populares del
Frente de Resistencia Popular.
Foto: Fray Antonio Puigjané
marchando junto a las Madres de Plaza de Mayo en los años 80.
Fray Antonio Puigjané, fraile
capuchino, activista de los derechos humanos, defensor de pobres, seguidor
de la no violencia y firme creyente en la Teología de la Liberación,
comenzó a trabajar con los pobres en los años '60, cuando se dio cuenta
de que la Iglesia Católica tenía la responsabilidad de ocuparse de algo
más que de las meras necesidades espirituales de los habitantes de las
villas miserias. Trabajó con los pobres ayudándoles a ayudarse a sí
mismos, organizando cooperativas cerca de la iglesia, que construían
clínicas y ofrecían, entre otras cosas, atención médica a los pobres.
También se opuso a las atrocidades cometidas por el gobierno militar.
Sus actividades llegaron a molestar a las autoridades militares y eclesiásticas
hasta el punto de que, su propio padre biológico, se convirtió en un
desaparecido. Durante los años '70, bajo otro gobierno militar, Fray
Antonio continuó su trabajo en favor de los pobres y comenzó a trabajar
por los desaparecidos. Se convirtió en uno de los pocos sacerdotes que
oficiaban misas por los desaparecidos, y fue el primer varón en marchar
junto a las Madres de la Plaza de Mayo. Ni las amenazas de muerte ni
los atentados contra su vida consiguieron silenciarlo.
Después de la reinstauración de la democracia en Argentina en 1983,
continuó su labor con los más necesitados, tratando de conseguir cambios
sociales a través de medios no-violentos. Ayudó a fundar el Movimiento
Todos por la Patria (MTP), que aspiraba a conseguir cambios sociales
significativos, mientras que pedía justicia para las víctimas del gobierno
militar.
A finales del año 1988, muchos miembros del MTP estaban convencidos
de la inminencia de un nuevo golpe militar en Argentina. Durante el
último año, había habido varias rebeliones militares, y el gobierno
del presidente Alfonsín no parecía capaz de mantenerse en el poder por
mucho más tiempo. Tratando de calmar a los militares, el gobierno de
Alfonsín había propiciado la aprobación de dos leyes que exculpaban
a los militares por los crímenes cometidos durante la guerra sucia.
La fragilidad del gobierno de Alfonsín era obvia para muchos.
Varios miembros del MTP estaban convencidos de que el golpe de estado
estaba siendo planeado en el regimiento de La Tablada. Decidieron que
era su deber evitar que este golpe sucediera, y planearon un ataque
a La Tablada haciéndose pasar por carapintadas (denominación con la
que se conocía a un grupo de militares que se habían rebelado en ocasiones
anteriores), esperando conseguir con ello que el pueblo se levantara
en contra de los militares y en favor del gobierno civil. El 23 de enero
de 1989 alrededor de 40 miembros del MTP ingresaron por la fuerza en
el regimiento de La Tablada. Como consecuencia de su ataque y del posterior
contraataque de las fuerzas de seguridad -con un contingente de más
de 3.000 efectivos y abundante armamento pesado- resultaron muertos
nueve soldados, dos policías y 28 miembros del MTP. Según la Comisión
Inter-Americana de Derechos Humanos, 9 de los miembros del MTP fueron
ejecutados sumariamente después de rendirse o de ser capturados. La
Comisión Interamericana también determinó que los sobrevivientes, mientras
se hallaban bajo custodia militar, fueron torturados.
De acuerdo con el testimonio de los dirigentes del MTP que sobrevivieron,
los participantes en el planeamiento del asalto habían ocultado sus
intenciones al Padre Antonio porque sabían que él se opondría a tales
planes. Fray Antonio tuvo noticias del ataque a través de la radio.
Las monjas que estaban con él cuando se enteró, manifestaron que se
sumió en un estado de shock e incredulidad. Dada su condición de dirigente
del MTP, se presentó voluntariamente a las autoridades policiales. Fue
detenido, interrogado y torturado, como lo comprobó la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos.
Fray Antonio fue juzgado, junto con otros 19 miembros del MTP, por crímenes
en contra de la Ley de Defensa de la Democracia. Solo 13 de los 20 acusados
habían participado directamente en el ataque. El juicio tuvo lugar en
una atmósfera altamente politizada. Las creencias de Fray Antonio en
la teología de la liberación y en la necesidad de cambios sociales fueron
sacadas a la luz durante el juicio para justificar la posición de la
fiscalía de que Fray Antonio debía ser condenado. Durante el juicio
no se presentó ninguna evidencia que mostrase que Fray Antonio tenía
conocimiento del ataque, ni mucho menos de que hubiera participado en
su planeamiento o ejecución. Pero esto no fue tenido en cuenta por los
jueces. El Tribunal que lo juzgó decidió que su mera calidad de dirigente
del MTP, junto a sus creencias religiosas y socio-políticas, eran suficientes
para 'probar' su culpabilidad como coautor de 11 homicidios consumados,
12 homicidios en grado de tentativa y otros cargos. Fue condenado a
20 años de prisión, sin la posibilidad de apelación.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos analizó el caso de Fray
Antonio y de los demás presos de La Tablada. En su informe determinó
que todos los derechos a la justicia y a apelar el fallo a un tribunal
susperior fueron violados para todos los presos. La Comisión determinó
que Argentina debía reparar el daño cometido.
En Junio de 1998, Fray Antonio fue dejado en detención domiciliaria,
en el año 2000, luego de prolongadas huelgas de hambre y merced a una
conmutación de penas decretadas por el presidente Fernando de la Rúa,
muchos presos de La Tablada recuperaron la libertad; Fray Antonio Puigjané
recuperó la total libertad de movimiento. En 2003 el presidente Duhalde
deceretó la aministía de los últimos presos de La Tablada.
Carta de Néstor Daniel Villa, del obispado de Zárate-Campana, a Angel
Horacio Luque, padre de dos jovenes abatidos an La Tablada, quien declarara
a los medios: No quiero flores para mis hijos. Que vayan para los soldados
y policías, ellos se las merecen…
Carta abierta a un padre
que sufre
Muy estimado señor Luque:
He leído y releído sus valientes declaraciones periodísticas acerca
de las actividades de sus hijos abatidos en el copamiento de La Tablada
recientemente. Quiero expresarle mi admiración por su madurez y su coraje,
y por no tenerle miedo a la realidad. Asumir esa dolorosa certidumbre
exige una alta dosis de hombría y Ud. ha demostrado tenerla.
También quiero disculparme ante Ud. y pedirle perdón, porque no siempre
las actividades de un sacerdote están en consonancia con la misión recibida
del Buen Pastor. Ese sacerdote cuya presencia en el movimiento donde
militaban sus hijos le inspiraba confianza y tranquilidad (nota: se
refiere a Fray Antonio), había sido privado de toda licencia sacerdotal
por nuestro obispo en esta diócesis en 1987. Por entonces, con ocasión
de una vista que este señor hiciera a Campana con fines políticos bajo
cobertura de compromiso religioso, quedó manifiesta su ya conocida militancia
y su desprecio por la Iglesia jerárquica. Cuando reapareció en Zárate,
un tiempo después, lo hizo contraviniendo al obispo y a sus propios
superiores religiosos, actitud totalmente esperable. Por todo ello le
reitero mis disculpas.
Y también quiero hacerle saber que comparto su perplejidad y su dolor.
El sacerdote es padre de todos: los tranquilos y los traviesos, los
mansos y los violentos. Y porque Dios es Padre providente y misericordioso,
y no niega su gracia a los que vuelven a Él, no sabemos si en los últimos
instantes sus hijos no hayan podido arrepentirse. Por ello no podemos
dejar de rezar por todos los muertos, inclusive por los terroristas
muertos, no para imitar sus conductas, sino para implorar por su purificación
si murieron arrepentidos. La esperanza de la eterna salvación, la Iglesia
no la niega a nadie, ni a los grandes criminales, ni a los suicidas,
ni al mismo Judas. El último momento es de Dios.
Reciba un fuerte abrazo de este sacerdote, y le prometo a mi regreso
visitarlo y estrecharle la mano. Participe mis respetos a su familia
y no deje de encomendarse y de encomendar a los suyos, los vivos y los
muertos, a la Misericordia Divina.
Los héroes de La Tablada: militares y policías, muertos e inválidos,
heridos y sobrevivientes merecen todo nuestro reconocimiento, pero no
deje de rezar por sus hijos como yo lo hago, y no vacile en llevarles
un día una flor. Que esta cuota de dolor nos haga a todos más humanos
y sinceros, y nos permita sin odios construir una patria donde cada
uno considere a su prójimo con un corazón de hermano.
Lo bendice:
Néstor Daniel Villa, Obispado de Zárate-Campana
Fuente: Revista Gente Nº 1229, 29 de febrero de 1989
Casa de los Pueblos de América, Buenos Aires, 18 de diciembre de 2000
Desde el Hospital Fernández, donde se encuentra internado a raíz de
la huelga de hambre, el ex guerrillero sostuvo que el caso de los presos
de La Tablada marca una continuidad entre dictadura y democracia.
- ¿Conoce algún antecedente de alguien que haya ayunado 100 días?
Sé de dos experiencias –no se si hubo otras- que podrían compararse.
Una es la de un grupo español que ayunó 120 días, resultado de lo cual
varios de ellos quedaron con lesiones físicas de por vida. Y otro, más
conocido y trágico, culminó con la muerte de 10 independentistas irlandeses.
Eran los años brutales de Margaret Thatcher. Entre nosotros hay dos
compañeros que están en el período que los médicos denominan de desnutrición
severa y ello arriesga que se produzca alguna afección irreversible.
El resto, todos –siempre según los médicos del hospital- entraremos
en esa etapa en un plazo no mayor de una semana.
- ¿Qué diría a los ciudadanos que opinan que los atacantes del cuartel
de la Tablada merecen cárcel para siempre?
Algunos son víctimas de la desinformación, otros son revanchistas que
se sienten cómodos paseando por las mismas calles que Astiz o Etchecolatz
o Bussi; por las mismas calles que todos los golpistas, torturadores
y desaparecedores (sic) que, como todo el mundo sabe, en Argentina están
libres. A los primeros les pediría que traten de informarse bien y no
crean cualquier cosa que transmita la televisión u otros medios de comunicación
masiva. Ellos no son imparciales.
¿Qué beneficios esperan obtener de una segunda instancia o revisión
de sus condenas?
Lo que reclama la CIDH es la libertad. La segunda instancia es una de
las formas de lograrla, como podrían ser el indulto, la conmutación
de penas o la amnistía. Si se nos otorga el derecho de apelar, todos
los juzgados en 1989 quedarán libres, ya que pasarán a ser procesados
y deberán ser excarcelados y beneficiados con el 2 por 1, por aplicar
la ley 24.390. Los compañeros llevan 12 años sin condena firme. Quedarían
pendientes los casos de Ana María Sivori (su ex mujer y madre de sus
dos hijas) y el mío hasta que se anule el juicio a que fuimos sometidos.
A nosotros dos no se nos permitió ejercer la defensa porque el tribunal
consideró cosa juzgada en 1989 la acusación que se nos hacía. Pero ahora
se ve que no era cosa juzgada lo del juicio de 1989 ya que los compañeros
no tuvieron derecho de apelación. Además faltaría resolver el problema
de seis compañeros, perseguidos desde hace 12 años (se los considera
prófugos).
Pero como en mi caso, creo, los pasos deberían simplificarse.
-¿Qué faltó investigar de lo ocurrido durante el copamiento?
Todo. Las torturas, los asesinatos de compañeros que habían sido detenidos,
mi secuestro en México realizado por las fuerzas de la SIDE argentina
y la PGR mexicana, la desaparición de tres compañeros, etcétera. No
se investigó absolutamente ninguna de las denuncias que hicimos ni ninguno
de los hechos que surgieron en el juicio a partir de contradicciones
de los militares. Por ejemplo, dos soldados reconocieron ante el tribunal
que sus declaraciones habían sido ensayadas frente a un tribunal falso
montado en el Liceo Militar, del que participó nada menos que uno de
los fiscales, Pablo Quiroga. Pero los jueces continuaron como si nada
hubiesen dicho. Tampoco nadie podrá explicar cómo un genocida, jefe
de un grupo de tareas y responsible de la desaparición de cinco abogados
en tiempos de la dictadura, el general Alfredo Arrillaga, dirigió la
represión a La Tablada en épocas democráticas. Este es un hecho que
marca una continuidad más que una ruptura entre un régimen, la dictadura,
y otro, la democracia.
Ese es quizás uno de los principales problemas con que choca la democracia
argentina. Sin embargo, aunque no con la rapidez deseada, creo que el
autoritarismo va camino a la extinción. Lo que pase con nosotros puede
ser un indicio a favor o en contra de esa afirmación.
- ¿A quiénes responsabilizan por su situación?
A la herencia de la dictadura, que viene presionando al gobierno; y
al gobierno, que es receptivo a esa presión. No obstante, aunque queda
poco tiempo, confiamos en que, finalmente, prime el sentido común y
todo se resuelva de acuerdo con la ley. Si esto último sucede, no sería
sólo un triunfo nuestro y de quienes tan generosamente se solidarizan
acá y en el mundo; sería una victoria más amplia, más abarcadora; sería
una victoria del estado de derecho sobre los resabios del autoritarismo.
- ¿Cuál de los poderes del Estado tiene que darles una solución?
El reclamo de la CIDH es al Estado, osea, a los tres poderes. Pero es
el presidente De la Rúa, como jefe del Estado, quien debe asegurar que
el país cumpla con la Constitución y los pactos internacionales. Es
decir, él será –para bien o para mal- el principal responsable de lo
que ocurra.
- ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar con el ayuno?
Hasta que la democracia se imponga sobre los nostálgicos del despotismo.
Esperamos que ese momento llegue sin que debamos lamentar algo irreparable.
Eso nos causaría un dolor, sin duda, indescriptible, y lesionaría seriamente
a un gobierno que no podría justificar su proceder. Por otra parte,
provocaría una herida incurable a la democracia argentina. Por el bien
de todos pretendemos y deseamos que nada de esto pase.
Un total de 25 personas, militares golpistas y guerrilleros, son los
beneficiarios del indulto que aunque Duhalde ya lo firmó, aún resta
la protocolización y publicación en el Boletín Oficial. La decisión
fue cuestionada por amplios sectores. Alfonsín dijo que los justificaba
emocionalmente, aunque en forma racional tengo que estar en contra.
BUENOS AIRES- Finalmente el presidente Eduardo Duhalde indultó no sólo
al ex jefe guerrillero Enrique Gorriarán Merlo y al ex líder carapintada
Mohamed Alí Seineldín, sino que extendió el perdón a todos los presos
condenados por el ataque al cuartel de La Tablada perpetrado en 1989
y a siete militares que en 1990 participaron de una rebelión contra
el Gobierno de Carlos Menem.
Y, en un brindis de despedida que ofreció a los periodistas acreditados
en la Casa Rosada, Duhalde dijo que le hubiera gustado indultar a todos
los presos políticos de la Argentina.
El jefe de Estado lamentó no haber tenido tiempo para indultar todos
los presos políticos, y opinó que quizá el juicio de la historia diga
que, con su indulgencia, se terminó una etapa muy dramática, muy triste
para la Argentina.
En las últimas horas Duhalde rubricó tres decretos mediante los cuales
dejó sin efecto las condenas que la justicia impuso a Gorriarán y otros
16 militantes del Movimiento Todos por la Patria, y las que fueron dictadas
contra Seineldín y los siete carapintadas que lo secundaron en la rebelión
militar del 3 de diciembre de 1990.
Los decretos, que hasta anoche no habían sido protocolizados, sólo tendrán
vigencia cuando sean publicados en el Boletín Oficial. Posteriormente
la Justicia Federal dispondrá la liberación de Gorriarán, ex líder del
Ejército Revolucionario del Pueblo y del MTP, del ex jefe del MTP Roberto
Felicetti y de la militante Claudia Acosta, ya que los restantes condenados
por el asalto al cuartel recuperaron la libertad en el año 2000 cuando
el entonces presidente, Fernando de la Rúa, les dio una conmutación
de penas.
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, en tanto, deberá dar cumplimiento
a los indultos y abrir las puertas de la prisión a Seineldín (preso
desde hace 12 años y 7 meses) y a los ex carapintadas Luis Baraldini,
Oscar Vega, Pedro Mercado, Rubén Enrique Fernández y Miguel Segovia.
Los ex oficiales Osvaldo Tívere y Hugo Abete, también condenados por
el alzamiento militar del 90 y ahora indultados, ya gozaban de libertad
condicional, dijeron fuentes del Ejército.
Ayer el ex presidente Raúl Alfonsín se reunió con Duhalde y, tras el
encuentro, justificó la decisión del presidente. Racionalmente, es evidente
que tengo que estar en contra pero emocionalmente tengo una sensación
ambigua (porque) se trata de un hombre muy enfermo que hizo un daño
tremendo a mi gobierno sobre todo, dijo Alfonsín al referirse a Gorriarán
Merlo, que comandó el ataque a La Tablada que mantuvo en jaque a la
administración del radical durante los días 23 y 24 de enero del '89.
Sobre Seineldín, Alfonsín remarcó que se trata de un hombre que tiene
suficiente edad para no ser un peligro para la sociedad.
La decisión de Duhalde de suspender las condenas que cumplían Seineldín,
Gorriarán y los seguidores de ambos que participaron de atentados contra
la democracia cosechó críticas desde todos los sectores políticos y
los organismos de derechos humanos.
Duhalde admitió que sus hijos no entienden por qué los indultó, aunque
igual defendió su decisión que la tomó, dijo, por convicción y no por
política.
No la entienden tampoco mis hijos, concedió Duhalde, en declaraciones
al programa A Dos Voces, que se emite por el canal de cable TN, al ser
consultado acerca del motivo por el cual firmó esos indultos que mucha
gente no comprende.
Los beneficiados por la decisión
BUENOS AIRES- El presidente Eduardo Duhalde indultó no sólo al ex jefe
guerrillero Enrique Gorriarán Merlo y al ex líder carapintada Mohamed
Alí Seineldín, sino que también extendió la indulgencia a todos los
condenados por el ataque al cuartel militar de La Tablada que habían
obtenido una conmutación de penas en el gobierno de Fernando de la Rúa.
La nómina completa de beneficiarios de los indultos que otorgó Duhalde
se detalla a continuación:
* Condenados por su responsabilidad en el asalto al cuartel de La Tablada,
en 1989:
- Gorriarán Merlo, Enrique: condenado a la pena máxima por el ataque
al cuartel, por el Movimiento Todos por la Patria.
-Felicetti, Roberto: ex jefe del MTP, cumplía prisión perpetua.
- Acosta, Claudia: Miembro del MTP.
* Condenados por el copamiento, que ya habían recuperado la libertad
por haber obtenido una conmutación de penas:
- Aguirre, Miguel; Díaz, Luis; Fernández, Isabel; Mesutti, Gustavo;
Moreyra, José; Motto, Carlos; Paz, Sergio; Ramos, Luis; Ramos, Sebastián;
Rodríguez, Claudio; Veiga, Claudio; Puigjané, Juan Antonio (religioso);
Sívori, Ana María (ex esposa de Gorriarán); Molina, Dora.
* Condenados por el alzamiento militar del 3 de diciembre de 1990. A
disposición del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas:
- Seineldín, Mohamed Alí; Baraldini, Luis; Vega, Oscar; Mercado, Pedro;
Tívere, Osvaldo; Abete, Hugo; Fernández, Rubén Enrique; Segovia, Miguel.
(DyN)
Viernes 23 de mayo de 2003
El ex jefe guerrillero y
el ex militar carapintada dejaron ayer sus respectivas prisiones. Sólo
tuvo un breve contacto con la prensa el ex líder del Movimiento Todos
por la Patria: El país está pacificado, dijo, visiblemente desmejorado.
Gorriarán Merlo al salir de la cárcel: Estoy de acuerdo con el indulto
a los carapintadas.
El ex jefe guerrillero Enrique Gorriarán Merlo salió ayer en libertad
de la cárcel de Villa Devoto, tras ocho años de cárcel, gracias al indulto
que le concedió el presidente Eduardo Duhalde, y avaló que ese beneficio
también alcance a ex militares carapintadas al considerar que la medida
contribuye un acto de justicia.
Por su parte, Mohamed Alí Seineldín, dejó su prisión de Campo de Mayo
por la mañana, aunque se informó que deberá volver a esa dependencia
hoy para firmar algunos papeles.
Estoy de acuerdo con los indultos también para militares carapintadas,
contestó Gorriarán Merlo, ante una pregunta puntual de los periodistas
a su salida de la Unidad Penal II, porque se trata de remanentes del
pasado y los indultos son un acto de Justicia.
Consultado sobre si contribuirá a pacificar el país renunciando a la
violencia política, Gorriarán respondió que el país ya está pacificado
y anunció que dará una conferencia de prensa, el próximo jueves 29,
en la cual, dijo, vamos a explicar lo que pensamos y lo que vamos a
hacer de aquí en adelante.
Tras pasar ocho años en prisión de su condena a reclusión perpetua por
el ataque armado en 1989 al cuartel de La Tablada, Gorriarán Merlo salió
a las 13 a bordo de un taxi de la cárcel de Villa Devoto, sonriendo
antes los familiares y amigos que le aguardaban en la calle. De allí
todos se trasladaron a un bar, donde compartieron saludos y abrazos,
hasta que Gorriarán Merlo, de 62 años y visiblemente desmejorado por
la huelga de hambre que cumplía desde el pasado lunes 5, se retiró en
otro taxi, no sin antes aclarar que por ahora vivirá en Buenos Aires.
Aunque el martes el presidente Eduardo Duhalde firmó su indulto, la
liberación del ex dirigente del Movimiento Todos por la Patria (MTP)
se retrasó, según los voceros del SPF, porque tenía una causa pendiente
que tramita en el juzgado federal de Juan José Comparato, en la ciudad
de Azul. Pero ayer a la mañana en la dirección judicial del SPF recibieron
del juzgado de Azul la resolución dictando el sobreseimiento definitivo
de Gorriarán Merlo, quien hasta el momento tenía un sobreseimiento parcial
en la causa número 19.208. En ese expediente judicial se investigó el
asalto guerrillero en enero de 1974 por parte del Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP, del cual Gorriarán Merlo formaba parte, a la base militar
que el Ejército tiene en Azul, episodio en el cual murió un coronel
y su mujer. Entre los seguidores que aguardaban a Gorriarán Merlo, estaba
el ex guerrillero Roberto Fellicetti, que cumplió 14 años de condena
por el ataque de La Tablada, fue indultado por Duhalde y antenoche recuperó
la libertad junto a su compañera de militancia Claudia Acosta, que también
estaba condenada y recibió el indulto. Fellicetti, en diálogo con una
radio porteña consideró que Duhalde en esto tuvo una actitud muy valiente
a la hora de firmar el indulto, y consultado sobre qué pensaba tantos
años después del sangriento ataque al cuartel de la Tablada dijo que
preferiría que eso lo hablemos mas adelante.
Los indultos abarcaron además a Seineldín, y siete ex militares por
el levantamiento castrense del 3 de diciembre de 1990, en que hubo 14
civiles y militares muertos. Y a 17 militantes del MTP, la mayoría de
los cuáles habían recibido una conmutación de pena en 2001, por el asalto
del 23 de enero de 1989 al Regimiento de Infantería 3 de La Tablada.
(DyN)
César Arias fue y es uno de los operadores preferidos del ex presidente
Carlos Menem. El ex jefe guerrillero lo había acusado de proponerle
su libertad a cambio de responsabilizar a Raúl Alfonsín por el copamiento
a La Tablada. Al ex presidente radical la versión le suena creíble.
Por Diego Schurman | Página/12
César Arias negó haber ofrecido a Enrique Gorriarán Merlo la libertad
de todos los detenidos por el copamiento de La Tablada a cambio de involucrar
a Raúl Alfonsín en esa operación armada. Es una total patraña, nunca
tocamos ningún tema específico y menos la situación personal de los
presos. Nunca se habló de los incidentes de La Tablada y mucho menos
de Alfonsín, aseguró el diputado y emisario de Carlos Menem, quien sospecha
de una operación de inteligencia. En cambio, para el ex presidente radical
la versión del ex guerrillero suena creíble.
En una entrevista exclusiva con Página/12, Gorriarán Merlo acusó a Arias
de hacerle llegar una curiosa oferta en nombre de Menem. Fue una propuesta
inmoral y miserable, típica de la cueva de Alí Babá, que por supuesto
rechazamos, porque es totalmente falso que el ex presidente nos indujera
a la acción de La Tablada, aseveró el ex líder del Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP).
Arias consideró calumniosas las afirmaciones del ex guerrillero y aseguró
tener un testigo de lo que se conversó ese 22 de agosto de 1998 en la
cárcel de Devoto. La agencia DyN preguntó quién era el tercero en cuestión,
pero el diputado menemista se reservó el dato. Es una persona que me
acompañó, pero prefiero dar el nombre ante la Justicia, previa ratificación
de que está dispuesto a hacerlo, dijo.
En cambio, Gorriarán Merlo había asegurado a este diario que en el momento
de la propuesta, que se habría reiterado el 12 de setiembre de 1998,
se encontraba a solas con Arias. Hizo salir a su secretaria y al otro
visitante que había traído, bajó la voz y me insinuó esa mierda. Me
dijo algo así como 'ayudaría que usted dijera públicamente lo de La
Tablada porque, entre nosotros, ustedes arreglaron con Alfonsín lo de
La Tablada, cierto?', detalló el guerrillero.
El ex líder del Movimiento Todos por la Patria especuló que la oferta
tenía por objetivo perjudicar las chances electorales de la Alianza
y fortalecer las aspiraciones de Menem de conseguir una segunda reelección.
Sin embargo, Arias negó el contenido de la conversación. No llegamos
a tratar ninguna cuestión de carácter político, individual ni partidario,
ni mucho menos hacer referencia a situaciones políticas del momento.
No hubo oportunidad para tener un diálogo de esta naturaleza. Las palabras
'indulto, amnistía, presos de La Tablada' no estuvieron nunca presentes
en nuestros diálogos bastantes dispersos.
Dentro del menemismo más rancio hubo reacciones diversas. Alberto Kohan,
ex secretario general de la Presidencia, fue terminante sobre los dichos
de Gorriarán Merlo. No me interesa responderle a ese señor, dijo a Página/12.
--Pero involucró a Menem en una operación contra Alfonsín y...
--... si la Justicia dispuso que esté en la cárcel está bien donde está
--descalificó el ex funcionario menemista.
El senador Jorge Yoma señaló a este diario que el tema viene siendo
motivo de operaciones y contraoperaciones desde el mismo momento en
que se produjo el copamiento, en enero del '89. Cuando Menem era gobernador
de La Rioja el radicalismo hizo una operación donde se publicaron fotos
de Menem con Jorge Baños, que estaba en la provincia por el asesinato
de Angelleli, dijo. Baños fue uno de los partícipes del copamiento.
En cambio, a otros dirigentes del PJ, que prefirieron mantenerse en
el anonimato, les pareció verosímil la versión de Gorriarán Merlo. Es
del estilo de César, un experto en hacer trabajos sucios. Y como por
entonces muchos se compraban el discurso de la derecha que demonizaba
a la Coordinadora radical, la historia de Alfonsín podía haber cerrado,
dijeron casi en coincidencia con lo que sostienen desde el alfonsinismo.
Siempre decimos la verdad
Marta Fernández, abogada del ex jefe guerrillero Enrique Gorriarán Merlo,
ratificó ayer las declaraciones de su cliente. No me cabe ninguna duda,
conozco paso a paso la manipulación que desde el año '95 hizo el gobierno
de (Carlos) Menem con nosotros, y no sólo como defensora sino como miembro
del MTP, aseguro que nosotros siempre decimos la verdad, nunca mentimos,
respondió Fernández.
Hay que creerle a la gente que dice cosas y arriesga su vida por las
cosas que dice. Creo que César Arias no arriesga su vida para nada,
nosotros tenemos la fuerza que nos da el sacrificio de la propia vida,
agregó.
Para Fernández fue un manejo perverso cuando se habló del indulto o
la amnistía. Y en el caso de Arias es clarísimo, porque le pidió a Gorriarán
que involucrara a Alfonsín (en el copamiento a La Tablada), ya que de
esa manera la credibilidad de Alfonsín se iba al demonio y la Alianza
sufría en las elecciones un golpe.
Para Alfonsín suena creíble
Alfonsín me dijo que la versión de Gorriarán no era para nada descartable
y que le suena creíble, señaló Federico Polak a Página/12 minutos después
de conversar telefónicamente con el ex presidente.
Polak, ex vocero y amigo de Alfonsín, aseguró que no es la primera vez
que Arias pretende vincular al radicalismo con el copamiento, y señaló
que en varias oportunidades se habló de supuestas reuniones entre el
ex ministro del Interior Enrique Coti Nosiglia y miembros del MTP.
De paso, Polak aclaró que a Alfonsín no lo anima ningún espíritu de
venganza, pero que sobre la situación de los detenidos se atendrá a
la resolución que tome el presidente Fernando de la Rúa.
Fue en respuesta a la desmentida de César Arias de su ofrecimiento a
los presos de La Tablada para que involucraran a Alfonsín. Arias habría
ofrecido liberar a los presos si incriminaban a Raúl Alfonsín.
Por Miguel Bonasso | Página/12
(César) Arias ha dicho que me va a iniciar un juicio por calumnias.
Yo lo desafío a que me lo haga, porque el juicio va a demostrar quién
miente y quién dice la verdad, declaró ayer Enrique Gorriarán Merlo
a Página/12, aludiendo a la reacción del operador menemista por la denuncia
del ex guerrillero que publicó este diario el domingo último. Gorriarán
aseguró entonces que Arias le había ofrecido la libertad de los presos
por el ataque al cuartel de La Tablada, a cambio de que involucrara
al ex presidente Raúl Alfonsín en aquella operación. El enviado de Carlos
Menem dijo por su parte que se trataba de una patraña. En un diálogo
telefónico con este cronista, Gorriarán reiteró la denuncia y aportó
nuevos elementos sobre la reacción de Menem con los presos de La Tablada,
que él califica de cruel y perversa.
Estoy esperando que Arias me haga juicio, porque si miento él podría
demostrarlo. Pero usted imaginará que si hacemos una afirmación como
la que yo hice y salió publicada el domingo, es porque tenemos también
cómo probarlo, ¿no? Nosotros tenemos pruebas y en un juicio vamos a
usarlas. Es más, si no nos hace juicio igual vamos a dar a conocer esas
pruebas, porque es muy grave lo que denunciamos.
Gorriarán también reiteró lo que declaró a Página/12 la semana pasada:
No denunciamos la propuesta de Arias en su momento (setiembre de 1998)
hasta agotar las posibilidades de ser liberados o hasta que, como ocurre
ahora, viéramos que esas posibilidades están agotadas. Todos los compañeros
estaban al tanto de esto. El ex jefe del ERP y actual dirigente del
MTP aseguró también que tanto él como los otros presos mantienen su
decisión de ir a una huelga de hambre, hasta las últimas consecuencias.
Entre los que irán a la huelga se encuentra el sacerdote fray Antonio
Puigjané, que tiene más de setenta años. Después de las dos visitas
que hizo a Gorriarán en la cárcel, César Arias siguió enviando mensajes
al preso para mantener la expectativa, aunque el destinatario ya había
entendido el significado profundo de aquellos encuentros: Montar una
operación que complicara la interna de la Alianza y beneficiara el esquema
de re-reelección de Menem.
Cuando el dirigente sandinista Tomás Borge viajó a Buenos Aires a fines
del año pasado para participar en la reunión de la Internacional Socialista,
se encontró con César Arias y otro legislador justicialista, para abogar
por la libertad de los presos de La Tablada, incluyendo a Gorriarán,
que trabajó muchos años a las órdenes de Borge en Nicaragua, cuando
éste era ministro del Interior. El ex guerrillero es recordado con afecto
por los sandinistas por su participación en la revolución, en la que
alcanzó el grado militar de comandante y por haber dirigido el atentado
que costó la vida al ex dictador nicaragüense Anastasio Somoza.
Borge, que tiene un trato cordial con Menem, a quien conoció en las
reuniones de la COPPAL (Comisión de Partidos Políticos de América Latina),
le dijo al operador menemista que el presidente coronaría su exitosa
gestión con el gesto generoso de liberar a los compañeros de La Tablada.
Arias se manifestó totalmente de acuerdo, pero dijo que el presidente
tenía dos obstáculos serios para concretar esa liberación: los radicales
y la multimedios Clarín. A la reunión, que se realizó en el Sindicato
de Músicos asistieron también Dora Molina y Alejandro Parra. Dora Molina
es una de las presas que ya purgó su condena y se encuentra en libertad
condicional; es pareja del Gato Roberto Felicetti, el dirigente del
MTP que estuvo preso once años en Caseros y ahora convive en la misma
celda con Gorriarán. Alejandro Parra, por su parte, es el compañero
de Cecilia Gorriarán, una de las hijas del ex guerrillero.
Tomás Borge también se entrevistó con el entonces titular de la SIDE,
Hugo Anzorreguy, quien le dio grandes esperanzas de que los presos de
La Tablada serían liberados, como gesto pacificador de Menem y en el
marco del Jubileo del año 2000 propiciado por el papa Juan Pablo II.
Pocos días después, el entonces señor Cinco recibió a Alejandro Parra
y a la abogada de Gorriarán, Martha Fernández, de quien fue amigo en
los tiempos del sindicalismo combativo y les aseguró que Menem preparaba
un indulto para los presos de La Tablada y los militares carapintadas.
Algo similar le diría pocos días después el propio Carlos Menem al entonces
presidente de la CIDH, Robert Goldman, preguntándole si este organismo
se oponía a un eventual indulto al coronel Alí Seineldín.
Por esas fechas llegó a Buenos Aires el senador mexicano por el PRD,
Mario Saucedo, quien hizo también gestiones por los presos de La Tablada
en nombre del candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas. En una reunión
en el hotel Bauen, César Arias le dijo a Saucedo que debía concentrar
sus esfuerzos sobre la Alianza y en especial sobre Chacho. En esos días
el actual vicepresidente de la Nación, Carlos Alvarez, había declarado
su oposición a un eventual perdón presidencial.
Hipócrita: El que profesando virtudes que no respeta se asegura la ventaja
de parecer lo que desprecia. Ambrose Bierce
De izquierda a derecha, la oposición en pleno y hasta el oficialista
presidente electo criticaron el indulto a Gorriarán y Seineldin firmado
por Eduardo Duhalde, tal vez una de las últimas y más polémicas decisiones
de su gobierno. Para unos, incluido el presidente electo [Néstor Kirchner],
se trataría de una cuestión de principios: si estuvieron en contra del
indulto a los ex comandantes en jefe y a algunos líderes guerrilleros,
deberían mostrarse igualmente contrarios a éste. Y mientras otros lo
consideran una intromisión del Ejecutivo en los asuntos judiciales,
la izquierda critica la simultaneidad de los indultos porque, al parecer,
se inscribiría así en la teoría de los dos demonios. Por último, no
falta aquél que los diferencie: mientras Gorriarán habría equivocado
la metodología Seineldín merece cumplir su pena por haberse levantado
en armas contra la democracia (lo que viene a ser lo mismo que deplorar
la metodología de un violador que, por timidez, evitó el trámite de
solicitar la aquiescencia de una dama antes de proceder al acto sexual).
Todos ellos, entre quienes abundan los que desmayaron de horror luego
de que un tribunal cubano condenara a muerte a tres secuestradores,
parecen olvidar que tanto la ley de defensa de la democracia como los
procesos seguidos a su amparo, merecieron por parte de los organismos
de la ONU encargados de la defensa de los derechos humanos similar condena
que los procesos cubanos. Y por la misma razón: la ausencia de juicio
de segunda instancia, que deja al acusado inerme, sin posibilidad de
apelar, ante la eventual venalidad, enemistad o error de un tribunal.
Otro tanto ha pasado, dicho sea de paso, con la condena a muerte de
un ciudadano chino afectado por el SARS, reo de haberse negado a guardar
cuarentena, sin que a nadie se le moviera un pelo.
Es curioso observar como muchos de los críticos de estos indultos en
su momento votaron y hasta co-redactaron un mamarracho legal que con
el argumento de defender la democracia violaba uno de los derechos más
esenciales de las personas, como es el de contar con una justa defensa
en juicio. Así lo han hecho notar, en más de una oportunidad, los inspectores
de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Como información tranquilizadora para quienes ven en este indulto presidencial
una recreación de la teoría de los dos demonios, ambos indultados tienen
en común el haber sido juzgados con una misma y absurda ley, y no debe
ser la afinidad ideológica el rasero con que aplicar la ley ni pretender
la justicia.
Las irregularidades de los dos procesos, demostradas en numerosas oportunidades,
son notorias y orillan lo escandaloso. Sino la sociedad, el Estado y
particularmente los legisladores debieron, hace ya muchos años, corregir
el error y exigir un nuevo juicio en el marco de una ley más sensata
y en el que los acusados no estuvieran condenados de antemano. Quienes
durante trece años tuvieron la oportunidad y la dejaron pasar, no deberían
hoy criticar a Eduardo Duhalde por liberar a los dos chivos expiatorios
de la hipocresía argentina.
Hipocresías/2
Juan Salinas (*)
Entre los críticos del indulto dispuesto por el presidente Duhalde descuella
Horacio Verbitsky, quien hasta poco antes del ataque al cuartel de La
Tablada fuera columnista habitual de Entre Todos, el órgano del Movimiento
Todos por la Patria dirigido por Carlos Quito Burgos, quien murió en
aquella acción.
Verbitsky, que era amigo de Burgos y de otros militantes del MTP, le
reprocha a Duhalde su escaso aprecio por la justicia y su incomprensión
acerca de las necesidades del nuevo período institucional y caracteriza
a Enrique Gorriarán Merlo y al coronel Seineldín como líderes de minúsculas
sectas ancladas en el pasado y al margen de la realidad. Cómo seguidamente
acude a las encuestas para recordar que hace cuatro años la mayoría
de la población se oponía a la libertad de ambos, deja tácitamente claro
que otra sería su valoración si los convictos lideraran corrientes sociales
más nutridas y/o gozasen de mayor popularidad (¿Cómo? ¿No concuerda
con aquello de que la ley debe ser ciega?)
Increíblemente, El Perro pretende fundamentar su posición con -entre
otros- el argumento de que el indulto aborta el proceso de su (de Seineldín
y Gorriarán) reinserción social. Cómo si ello le importara un rábano.
No dice un cambio una sola palabra sobre los procesos absolutamente
viciados que los condenaron sin tener derecho a una segunda instancia,
de revisión -tal como ordenan la Constitución, las leyes y el Pacto
de San José de Costa Rica- tal como ha recordado en numerosas oportunidades
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Por lo demás, Seineldín es un hombre de edad avanzada que hace rato
reconoció que la política jamás fue lo suyo y, por cierto, resultó infinitamente
menos criminal de lo que fue el gobierno contra el que se alzó. Gorriarán
sufre una grave enfermedad. La libertad de ambos no representa el menor
peligro para nadie.
Verbitsky bien podía haber permanecido callado. Al haber abierto la
boca y puesto su prosa al servicio del deporte de patear al caído y
la pulsión de congraciarse con el nuevo príncipe; al no haber tenido
siquiera en ese empeño el pudor de limitarse a los argumentos republicanos
(contra de las potestades monárquicas que conserva un sistema fuertemente
presidencialista) tal como hizo Aníbal Ibarra; al utilizar capciosos
razonamientos, tributarios tanto del fariseísmo como del más alambicado
jesuítismo, Verbitsky, un perro cortesano, se ha consagrado como el
Rey de los Tartufos.
Tiene mérito, ya que los hipócritas proliferan al punto de que, si volasen,
nunca veríamos el sol.
(*) Coautor, con Julio Villalonga, de Gorriarán, La Tablada y las guerras
de inteligencia en América Latina (Mangin, 1993). En 1989, al producirse
el ataque al cuartel de La Tablada, era corresponsal del quincenario
montevideano Mate Amargo, órgano del MLN-Tupamaros
Fuente: www.lafogata.org
El
pesebre de la hipocresía
Por Rubén Dri | Página/12
Nuestro Presidente es muy católico como lo fueron todos los presidentes
argentinos y Navidad es la ocasión propicia para manifestar toda su
fe. Nada más adecuado que armar un pesebre en la casa de gobierno, todos
pueden comprobar que nuestro gobierno es cristiano, cristianísimo.
La experiencia religiosa, sin duda la más profunda de las experiencias
humanas, se expresa en símbolos. Estos son polivalentes, es decir, expresan
una multiplicidad de significados, por lo cual pueden ser continuamente
resignificados. Alrededor de ellos se produce continuamente una lucha
hermenéutica, que acompaña a los diversos proyectos humanos, religiosos,
sociales y políticos.
El pesebre es uno de los símbolos fundantes de la experiencia religiosa
cristiana en la medida en que ésta corresponde al mensaje de Jesús de
Nazaret. Es la comunidad de Lucas la creadora de este símbolo, que el
evangelista expresa de la siguiente manera: Cuando estaban María y José
allí, se le cumplieron –a María– los días de dar a luz y dio a luz a
su primogénito. Lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque
no había para ellos lugar en la posada. (Lc 2,7). Pero, además, inmediatamente
se preocupa la narración evangélica de dar la interpretación del símbolo.
Efectivamente, los ángeles se aparecen a los pastores, pobres entre
los pobres, marginados entre los marginados, anunciándoles: Hoy nació
para ustedes, un salvador, que es el Cristo Señor. (Lc 2, 11).
El nacimiento de Jesús en la máxima pobreza, marginado de la sociedad,
es el símbolo del mensaje de liberación y de vida que surge desde abajo,
desde los pobres y marginados. Jesús nace pobre y marginado, no para
legitimar la pobreza y marginación, o sea, la muerte, sino la vida,
expresada en el símbolo del salvador. Este término tiene el sentido
fuerte de la salvación de la pobreza, de la marginalidad, de la desnutrición,
de la opresión.
Cuando se reinstala el símbolo del pesebre, en consecuencia, para legitimar
una práctica de muerte, se está actuando con una insoportable hipocresía.
La acción del Gobierno, fiel continuación de la realizada por el gobierno
anterior, obediente a los dictados de la denominada globalización neoliberal,
constituye la implementación del plan genocida urdido por las grandes
corporaciones transnacionales. Su consecuencia es el desempleo, la marginación,
el deterioro de la educación, en una palabra, la muerte.
Como expresión macabra de esta práctica de muerte, hoy se deja deliberadamente
morir a los presos de La Tablada. Voces nacionales e internacionales
se han elevado, y lo han hecho en todos los tonos, reclamando una justicia
que el Gobierno se obstina en negar. Colocar un pesebre, el máximo símbolo
de vida, de protesta contra todo proyecto de muerte, y al mismo tiempo
dejar morir a quienes reclaman justicia, es una hipocresía imperdonable.
Como cristianos, como creyentes y como simples ciudadanos protestamos
por el escándalo que nos produce contemplar el símbolo de la lucha por
la vida que es el pesebre, expuesto para legitimar una práctica de muerte.
Los presos de La Tablada, tres mujeres y diez hombres, marchan aceleradamente
a la autodestrucción física. El viernes por la tarde los médicos de
las entidades humanitarias alertaron que en las próximas horas los detenidos
de contextura más débil comenzarán a sufrir daños irreversibles. Recordemos
que estos presos estuvieron, primero, 46 días sin ingerir alimentos.
El 3 de agosto depusieron su actitud ante la promesa de que sus reclamos
serían satisfechos. Un mes después, cuando comprobaron que lo prometido
no se cumplía, reanudaron el ayuno. Llevan, ahora, otros 27 días consecutivos
de abstinencia.
De hecho, los presos de La Tablada se han condenado a muerte. Y la sentencia
es cuestión de días. Ha llegado el momento, entonces, de que los hombres
y mujeres de corazón dejemos de hacernos los tontos y nos comprometamos
con este tema.
Debo aclarar que, como la gran mayoría de los argentinos, pienso que
el ataque al cuartel de La Tablada fue una locura. Nunca entenderé el
motivo que impulsó a estas mujeres y a estos hombres a planificar un
acto, no sólo injustificado, sino contrario a los intereses que decían
defender. Porque el ataque al cuartel de La Tablada desacreditó la lucha
de los sectores progresistas, empastó el difícil camino de juntar a
la izquierda con el pueblo y le otorgó a la derecha una excusa inmejorable
para fortalecer el sistema.
Pero los presos de La Tablada no son asesinos. Podrán ser equivocados,
alucinados, utópicos, pero nunca asesinos. No atacaron el cuartel para
robar; no se jugaron la vida para obtener ventajas personales; no los
impulsó un sentimiento de venganza. Creyeron que era una estrategia
válida para fortalecer la democracia frente al avance carapintada. Quizá
resulte inexplicable, pero les otorgo un voto de confianza. ¿Por qué?
Conocí profundamente a Carlos Alberto Quito Burgos, uno de los muertos
en el ataque. En mis tiempos de periodista trabajé junto con él durante
cinco años. Quito era un peronista genético, preso Conintes, perseguido
y exiliado por López Rega, admirador de la Revolución Cubana, líder
gremial y, por sobre todo, un hombre con un profundo amor hacia los
demás. Fue uno de los ideólogos del Movimiento Todos por la Patria.
Quito no era un asesino, como no lo es fray Antonio Puigjané, como no
lo fueron los 39 muertos ni los 21 sobrevivientes.
Los presos de La Tablada, digámoslo de una vez por todas, son presos
políticos. Sólo así se explica que organismos insospechados como la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA exijan
una segunda instancia en el juicio a los presos; o que el gobierno de
España (el de Aznar) reclame el cumplimiento de la exigencia de la CIDH;
o que el gobierno de Italia se expida en el mismo sentido. Los intelectuales
y dirigentes de los derechos humanos de varios países extranjeros, entre
ellos cuatro Premio Nobel, no se habrían movilizado si no se tratara
de presos políticos.
El propio gobierno argentino se debate en medio de incoherencias, avances
y retrocesos, promesas y traiciones. Padece estos trajines porque se
enfrenta con un hecho político. El jueves último la Cancillería, abrumada
por la presión internacional, sacó un comunicado donde dice que espera
con interés que el Congreso nacional pueda aprobar una legislación que
contemple la garantía judicial del derecho al recurso ante un tribunal
superior a las personas juzgadas de acuerdo con la Ley de Defensa de
la Democracia. Este confuso palabrerío apoya, en síntesis, el reclamo
de los presos, es decir la incorporación del derecho a la apelación
en la mencionada ley. La Cancillería, además, les recuerda a los legisladores
que la garantía está prevista no sólo en la Constitución Nacional, sino
también en los tratados internacionales que firmó la Argentina. En síntesis,
una obligación legal que el Congreso debe sancionar, más allá del caso
de La Tablada.
Los sectores reaccionarios sostienen que este nuevo juicio abrirá las
puertas de las cárceles a los presos. Si así fuera, es bueno recordar
que los integrantes del MTP llevan once años encerrados en condiciones
durísimas. Tiempo suficiente en un país que se caracteriza por lo benigno
de las condenas.
Pero la demora del Gobierno y de los legisladores oficialistas, así
como el rechazo de la derecha, ocultan otras intenciones. Un nuevo juicio
destaparía ante la opinión pública detalles de la acción represiva.
Los argentinos menos informados se enterarían de que durante el operativo
de recuperación de La Tablada los militares aplicaron métodos tan brutales
como bajo la dictadura; acciones tan crueles como las ocurridas en la
ESMA o en el garaje Olimpo, los mismos crímenes que nos llenan de horror
y que provocaron el Nunca Más en 1987.
Lo que piden los presos de La Tablada es justo. Y llegó la hora de que
los argentinos habituados a sensibilizarnos con el tema de los derechos
humanos apoyemos sus reclamos. Eso no quiere decir que santifiquemos
el asalto al cuartel.
Pero la historia es así. Nosotros no la escribimos. Se nos viene encima.
En 1989 era entendible el repudio a la acción del MTP. Hoy, once años
después, pedir justicia para los presos ingresa en la lista de los reclamos
por los derechos humanos. Porque el sistema nunca hizo justicia con
los atacantes de La Tablada. Violó los más elementales principios en
el momento de la represión y ahora se niega a sancionar la ley que daría
lugar a un proceso justo.
Mañana o pasado las organizaciones de derechos humanos nos van a convocar
a una movilización para reclamar por los presos políticos de La Tablada.
Los argentinos de buen corazón debemos responder. Es el llamado de trece
seres humanos que se están inmolando. Acudir en su ayuda es una obligación
moral.
No sea cosa que un día de éstos nuestra conciencia cargue con la culpa
de no haber hecho nada por salvar la vida de un ser humano.
Y ustedes saben la capacidad que tiene la parca para simplificar la
culpa. Puede llegar el momento en que, tardíamente, nos demos cuenta
de que ese ser humano muerto era un compañero.
Fue una ejecución sumaria - José Almada es un sargento retirado.
Participó en la recuperación del regimiento de La Tablada. Ayer (18/02/04)
denunció feroces violaciones de derechos humanos en ese operativo. Y
acudió a la Justicia. José Almada junto a Gorriarán Merlo, en el Café
Tortoni. Dieron una conferencia de prensa.
Por Santiago Rodríguez | Página/12
Aquí he capturado dos oponentes, solicito temperamento a seguir. OK,
recibido. ¿Se encuentra en el lugar personal civil o periodista? Negativo.
OK, recibido. Póngalos fuera de combate. El sargento retirado José Almada
afirma que durante la recuperación del regimiento de La Tablada fue
testigo de ese diálogo entre otros dos militares que intervinieron en
aquella operación encabezada por el Ejército y está convencido de que
no deja lugar a dudas: Tuve la seguridad de que se trataba de una ejecución
sumaria, denunció ayer ante la Justicia, donde también aseguró que aquel
23 de enero de 1989 vio con vida a varios integrantes del Movimiento
Todos por la Patria (MTP) que coparon ese cuartel que más tarde aparecieron
muertos.
Almada presentó su denuncia ante el juzgado federal de Morón, donde
se tramitan las diversas causas por las violaciones a los derechos humanos
que los mismos procesados por el copamiento y los familiares de los
muertos afirman que cometieron el Ejército y las fuerzas de seguridad
durante la recuperación del regimiento de La Tablada. Hice la denuncia
porque el dolor no tiene bandos, explicó después el militar retirado
en una conferencia de prensa que ofreció junto con el líder del MTP,
Enrique Gorriarán Merlo. También dijo que tomó la decisión de hacerlo
porque juré lealtad y soy fiel a ese juramento. Con esto he cumplido
con la nobleza que un soldado debe tener.
En su presentación ante la Justicia, Almada recordó que participé activamente
en el combate por la recuperación del regimiento de La Tablada y precisó
que mi puesto de combate fue como operador de comunicaciones del Comando
Táctico de la 10ª Brigada de Infantería Mecanizada. Fue cumpliendo esa
misión y en plena tarea de transmitir las órdenes a la jefatura de comando
táctico que el militar retirado asegura haber escuchado el diálogo en
el que uno de sus camaradas ordenaba a otro poner fuera de combate a
dos miembros del MTP capturados con vida dentro del cuartel.
Ese no fue el único elemento que Almada aportó a la Justicia. El sargento
retirado también afirmó que entre las 10 y las 11 de la mañana de aquel
23 de enero presenció la captura de dos integrantes de esa organización.
Eran dos: uno delgado, más alto, con pantalón y camisa y de tez blanca,
el otro más bajo, con el torso desnudo y con una camisa o camiseta que
cubría su cabeza hasta la frente, de tez morena –relató–. Se los tiró
sobre el pasto, boca arriba, estaban heridos, conscientes, se los interrogaba
sobre sus identidades y sobre la organización atacante y se los golpeaba
en cuerpo y extremidades. Yo estaba allí y vi y escuché cuando los oficiales
de inteligencia los interrogaban y cuando eran golpeados y allí ellos
manifestaron: ‘Me llamo Iván’ y el otro decía: ‘Me llamo José’ y me
acuerdo perfectamente que en ese duro trance en que ellos era atormentados
y flagelados imploraban por sus vidas. Uno de ellos decía: ‘Por favor
señor, regáleme la vida, estoy arrepentido’.
Según la versión de Almada, ambos prisioneros fueron torturados después
en otro lugar del cuartel y más tarde subidos a un Ford Falcon color
blanco conducido por militares de civil en el cual los sacaron del regimiento.
Lo cierto y que me consta es que Iván Ruiz y José Díaz estaban heridos
pero con vida y conscientes, señaló Almada y añadió que la conclusión
es directa: se les aplicó ejecución sumaria. Además, desmintió que Ruiz
y Díaz hayan sido quienes mataron al también sargento Ricardo Esquivel
en un intento por fugarse, como consignó el Ejército.
Gorriarán Merlo –condenado a reclusión perpetua por la toma del cuartel
e indultado después por Eduardo Duhalde– destacó que la declaración
de Almada aporta precisiones sobre las muertes de Ruiz y Díaz y de otros
miembros del MTP.
Almada también sostuvo en su presentación judicial que Berta Calvo,
Francisco Provenzano y Carlos Samojedny fueron detenidos con vida y
consideró llamativo lo que ocurrió con ellos durante la mañana del 24
deenero. Ya al mediodía –explicó– Calvo está muerta. Samojedny y Provenzano
ya no están entre los detenidos sobrevivientes y se ha identificado
sólo el cadáver de Provenzano.
Otro caso denunciado por Almada es el de Claudia Deleis: el militar
recordó que la joven intentó rendirse y a pesar de ello se ordenó fuego
libre y fue acribillada.
Almada contó que en su momento puso en conocimiento de sus superiores
los hechos que denunció ante la Justicia, pero no sólo no tuvo éxito
sino que a partir de entonces comenzó una persecución en su contra que
terminó en su retiro del Ejército.
El retirado sargento cuenta cómo escuchó las órdenes para matar a dos
detenidos, cómo torturaron a otros dos que luego fueron asesinados y
a otra guerrillera. Dijo que denunció el hecho ante sus superiores,
entre otros, Balza y Ricardo Brinzoni.
Por Santiago Rodríguez | Página/12
Casi nadie que lo haya visto ayer sentado a la mesa del bar de Aeroparque,
en el que concedió un reportaje a Página/12, debe haber imaginado que
se trataba de un militar retirado porque tiene más bien el aspecto de
profesor de educación especial que es hoy. Pero antes de adoptar esa
profesión y de empezar a estudiar Ciencias de la Educación, José Almada
era sargento del Ejército y como tal participó en la recuperación del
cuartel de La Tablada. Allí, asegura haber sido testigo de graves violaciones
a los derechos humanos que acaba de denunciar en la Justicia. Almada
explicó que lo hizo ahora, quince años después de la toma del cuartel
por parte de miembros del Movimiento Todos por la Patria, porque en
todo este tiempo planteó el tema a sus superiores y no sólo no obtuvo
respuestas, sino que además sufrió una persecución que incluyó su pase
a retiro. Mi verdad es irrefutable, sostiene, y advierte que la conducción
del Ejército debe admitir lo que ocurrió por el bien de la institución.
–¿Qué fue lo que pasó en La Tablada?
–En primera instancia, denuncié haber observado a dos personas que fueron
rescatadas de la guardia cuando comenzó a incendiarse. Estas personas
fueron entregadas al personal responsable y trasladadas al fondo del
cuartel. Ahí comenzaron a ser interrogadas y a sufrir una sesión de
torturas. Estas personas no representaban una amenaza, ya estaban doblegadas.
–¿Esas personas eran Iván Ruiz y José Díaz?
–Exactamente. Uno de ellos decía soy Iván, y el otro, soy José; eso
lo recuerdo perfectamente.
–¿Quiénes eran los responsables a los que se refiere y qué le respondieron?
–No los conocía porque era personal vestido con ropa de diario y no
eran orgánicos de nuestra brigada, pero eran dos oficiales superiores,
un mayor y un teniente coronel, y presumo que de Inteligencia. No los
reconocí entonces, pero sí a uno de ellos por una presentación que se
hizo en un canal de televisión de que podía ser el jefe de seguridad
del banco HSBC durante los hechos del 20 de diciembre.
–¿Quién, Jorge Varando?
–Sí, ésa era una de las personas que los interrogaba.
–¿Qué otra irregularidad vio durante la recuperación del cuartel?
–Cuando miro el informe de la OEA, encuentro que Varando y el general
Arrillaga, que era la máxima autoridad militar, manifiestan que estas
personas fueron subidas a una ambulancia y que quedaron en custodia
del suboficial Esquivel. El sargento ayudante Esquivel fue a recuperar
a su hermano que estaba prisionero. Esquivel estaba conmigo; en un momento
que ve salir a su hermano, sale corriendo para recuperarlo y recibe
un impacto y se nos muere ahí a nosotros. Es decir, cargan la responsabilidad
sobre estas personas para aliviar lo que ellos hicieron. Es gravísimo
cómo lastiman la honorabilidad de un hombre que murió combatiendo en
defensa de las instituciones. También escuché por radio el diálogo que
denuncié, en el que se ordenó poner fuera de combate a dos personas
que habían sido capturadas. Y vi a una chica, que después me enteré
que se llamaba Claudia Deleis, que levantaba los brazos en una clara
señal de rendición y contra la que abrieron fuego.
–Todo eso ocurrió en 1989. ¿Qué pasó desde entonces?
–La primera vez que di la novedad de todo esto fue el 9 de julio de
1989. Ese día desfilé con el presidente (Carlos) Menem y había organizaciones
de derechos humanos que pedían aparición con vida de estas personas.
Entonces me dirigí a un alto jefe militar que estaba en el lugar.
–¿A quién se lo dijo?
–Al general (Martín) Balza, que era el jefe de tropa ese día. Pero en
la confusión que había ese día, presumo que no se dio cuenta de lo que
le quise decir por la forma en que se ha manejado con respecto al tema
de los crímenes de lesa humanidad. Después le di la novedad al jefe
máximo del Ejército, que era el general Bonifacio Cáceres, y le dije
que tenía miedo de lo que podía ocurrir porque en el lugar en el que
vivía cerca de La Plata me cargaban y me decían ustedes los militares
hicieron desaparecer chicos y yo decía la pucha, en qué estamos. Lo
que me dijo fue que el tema estaba en manos de la Justicia pero que
lo iba a tratar. Eso fue en octubre del ‘89, y cuando se retiró el general
Cáceres me llamó a su carpa el segundo comandante, que era el coronel
Gasquet, y me reprimió violentamente. Me dijo que me iba a poner 45
días de arresto. Esa sanción nunca se me aplicó, pero sí me pusieron
dos días de arresto por tener barba y llamativamente me dieron el pase
a Paraná. Después me fui a Croacia, pero esto siempre me daba vueltas
en la cabeza porque en la televisión española veía imágenes de estas
personas caminando.
–¿Por qué no recurrió entonces a la Justicia?
–Porque usted debe comprender, señor, que no puedo pasar por sobre mis
superiores; el Ejército es una institución jerárquica en la que debo
respetar lo que dicen mis superiores. Mi función es la que dice el artículo
194 del Código de Justicia Militar, que establece que todo personal
militar que conozca de un hecho en el que se viola la ley debe presentarse
a sus superiores; el superior ya sabe lo que debe hacer y entonces no
puedo hacer otra cosa. Al encontrar silencio, esto que parece una complicidad
encubierta, uno también tiene un poco de temor. Ahora ya para el ‘95
recuerdo que hice en el cuartel una manifestación muy fuerte con respecto
a lo que había pasado en Río Tercero y dije que era una cosa armada
que lastimaba las instituciones. Entonces me empezaron a dar conceptos
de que no acompañaba el criterio político de la fuerza. En el ‘97 una
voluntaria me da la novedad de que está embarazada y el jefe de la unidad
la intima y le dice que para poder mantener su puesto de trabajo, usted
ya sabe lo que debe hacer. Esta chica se negó, y la obligó a pedir la
baja. Esta chica fue abandonada por el Ejército y eso lastimó profundamente
su conciencia, teniendo presente que a mí se me viene a la mente el
recuerdo de las chicas que estaban prisioneras en La Tablada.
–¿Volvió a hablar del tema con Balza después de aquel desfile?
–No, tuve la intención de hablar con él y cuando fue a visitar un día
la ciudad de Paraná pedí autorización para hablar con él, pero llamativamente
me pusieron de guardia y no pude.
–En la denuncia que hizo ante la Justicia, usted aseguró haberle informado
del tema al también ex jefe del Ejército Ricardo Brinzoni.
–Sí, envié dos expedientes en los que dejé establecidas cuáles fueron
las violaciones que se cometieron.
–¿Qué le respondieron?
–Que los hechos por mí denunciados no serían materia de investigación.
A esa altura ya me habían creado una falsa acusación, estuve privado
ilegítimamente de mi libertad durante casi 24 horas dentro de un cuartel,
tuve 30 días de arresto, fui confinado a la ciudad de Crespo y finalmente
me pasaron a retiro. Después, estando retirado, recibí varias intimaciones
por desobediencia y hasta el día de hoy sigue la persecución: en este
momento el Ejército tiene un juicio contra mí para desalojarme; no reconocen
que el Estado me llevó a Paraná y que me abandonaron a mí y a mi familia.
Yo estoy aislado con mis hijas porque todo esto me costó la separación
y un montón de cosas.
–¿Por qué ahora se decidió a hacer pública su denuncia?
–No es ahora. Cuando Brinzoni me da su respuesta, me presenté al juez
federal de Paraná Juan Adolfo Godoy y le hice la denuncia, pero no me
llamó. Entonces, lo comenté en la Universidad de Paraná, se hace eco
un periodista y me lleva a un canal de televisión el 10 de julio del
año pasado, pero se produce toda una censura y no se difunde. En ese
momento me enteré de que el Comando de Brigada le ordena al servicio
de Inteligencia la grabación del programa. Nunca jamás imaginé tener
miedo amis superiores por decir una verdad, pero estaba asustado y empecé
a manejarme por Internet y me comuniqué con organizaciones de derechos
humanos y la OEA, y es así que una organización toma contacto conmigo.
–¿Qué organización?
–No sé cómo se llama. A mí me contactó el doctor (Carlos) Orzoacoa.
–¿Cómo llegó a reunirse con Enrique Gorriarán Merlo?
–Ellos me dijeron si accedería a tener un encuentro con él y dije que
sí, porque eran otras épocas. Antes de la conferencia tuve una reunión
con Gorriarán Merlo y le dije que si estaba dispuesto a pelear por un
país plural y democrático, estaba de acuerdo en estar con él. Consideré
que más allá de las diferencias, no tenía por qué tener prejuicios.
–¿Qué espera que ocurra a partir de su denuncia?
–Que la fuerza diga la verdad y que se cierren las cicatrices. Vine
a decirles la verdad a las familias que perdieron sus chicos y que están
desaparecidos para que encuentren una cristiana resignación.
–¿Qué supone que va a hacer el Ejército?
–Tiene la obligación de aplicarme una sanción y la quiero cumplir; me
corresponde como soldado y la voy a afrontar como un hombre de bien.
–Me refería al tema de fondo, a lo que ocurrió en La Tablada.
–Creo que las autoridades van a tener una actitud de honestidad intelectual.
Si yo dije la verdad, deben tener conmigo un gesto de honestidad por
el bien de la institución. Mi verdad es irrefutable.
A veinte años del ataque del MTP al cuartel de La Tablada
Por Alejandro Guerrero
En enero de 1989, el gobierno de Raúl Alfonsín era una sombra patética.
En un verano arrasador, la población malvivía sin agua ni luz porque
la falta de inversiones había devastado los sistemas energéticos y los
cortes de suministro eran continuos. Paralelamente, la hiperinflación
que sobrevendría poco después ya se anunciaba, entre otras cosas, en
una "imparable crisis fiscal" (Prensa Obrera Nº 256, 3/1/89).
El 3 de diciembre de 1988, un nuevo alzamiento carapintada, dirigido
esta vez por Mohamed Seineldín, terminaba de acorralar a un gobierno
que temía mucho más a la movilización popular que a los militares de
la dictadura, quienes, con sus regulares asonadas y sublevaciones, exigían
impunidad.
De ahí que, en principio, pareció prosperar la versión oficial, propagada
ampliamente por la prensa desde la madrugada de aquel 23 de enero de
1989, sobre otro ataque carapintada a una unidad militar, ahora al regimiento
3 de infantería con asiento en La Tablada, partido de La Matanza. Desde
poco después de que comenzara la operación a las 6:15 de la mañana (un
camión de reparto de bebidas gaseosas arremetió contra la guardia) y
hasta pasado el mediodía, fuentes gubernamentales insistían con la supuesta
acción carapintada. El diario oficialista La Razón atribuyó el ataque
a militares rebeldes aún en la portada de su 5ª edición.
Se trataba de una mentira destinada, ex profeso, a ocultar y encubrir
una masacre, un asesinato en masa. Sólo bien entrada la tarde, un portavoz
del gobierno, el diputado César Jaroslavsky, dijo que "podría tratarse"
de militantes de izquierda y no de militares, aunque a esa hora ya todo
el mundo sabía de qué se trataba. Los carapintada, lejos de ser parte
de una sublevación, estaban a cargo de la represión por orden directa
de Alfonsín.
Pero ¿qué había ocurrido? ¿Qué estaba sucediendo?
El Movimiento Todos por la Patria (MTP)
El 12 de enero de aquel año, dos dirigentes del Movimiento Todos por
la Patria (MTP), Jorge Baños y Francisco Provenzano, denunciaron que
un golpe de estado estaba en marcha, ejecutado por Seineldín y pergeñado
desde las sombras por Carlos Menem y otros jefes peronistas.
El MTP había hecho su primera aparición pública en 1984, cuando avaló
la postura del gobierno respecto del plebiscito fraudulento que se convocó
por el conflicto con la dictadura chilena respecto del canal Beagle.
Desde entonces y hasta el final, fue un defensor sin fisuras del régimen
democratizante y mantuvo amplios vínculos con figuras del oficialismo.
Por ejemplo, eran habituales las reuniones de Provenzano -miembro de
una familia de antigua prosapia radical- con Enrique Nosiglia. Con ellos
estaba Enrique Gorriarán Merlo, ex PRT-ERP, quien ya en postrimerías
de la dictadura había dado instrucciones a sus militantes de ingresar
en el Partido Intransigente de Oscar Alende.
Prensa
Partido Obrero
Como tantos otros, el MTP
declaraba caducos a los partidos políticos y se consideraba a sí mismo
una organización suprapartidaria. Su propósito manifiesto era "transformar
al actual sistema en una democracia participativa" (La Razón, 9 y 12/5/86).
Eran tiempos en que estaba muy de moda hablar del "capitalismo salvaje"
y de la necesidad de "humanizarlo". La vía para alcanzar ese objetivo
era la democracia parlamentaria "con justicia social". Esto es: se trataba
de ampliar esa democracia, de extenderla dentro del sistema político
sin quebrarlo, sin necesidad de revolución. Esa idea constituía entonces
un fenómeno internacional.
La contradicción era a ojos vista insalvable. El MTP propugnaba una
"democracia participativa", pero la "participación" está dada por el
grado de integración de los organismos sociales y políticos al Estado
de la burguesía. Dos de los mejores ejemplos de esa "integración" en
América latina los ofrecen el peronismo y el PRI mexicano. Otros son
el fascismo y el nazismo.
En las pascuas de 1985, cuando se levantó Aldo Rico y Alfonsín proclamó
que "la casa está en orden", el MTP firmó un "acta democrática" con
la UCeDe, el Partido Comunista, la Sociedad Rural y la CGT, entre otros.
Esa acta, de la cual derivarían las leyes de obediencia debida y punto
final, decía entre otras cosas:
"Como pocas veces, el pueblo... encontró en el presidente Raúl Alfonsín,
en su gobierno, en la mayoría de los partidos políticos de oposición...
coraje para enfrentar la muerte y generosidad para abrir los canales
de participación".
Poco antes de la catástrofe, el 22 de julio de 1988, en una solicitada
que publicó en la revista El Periodista, otro dirigente del MTP, Roberto
Felicetti, proponía un frente electoral "progresista" cuya base estuviera
constituida por el Partido Intransigente y la democracia cristiana.
Como se ve, "El MTP tomó hasta la última copa de la democracia antes
de partir hacia una acción desesperada para defender esa democracia
de un golpe supuestamente inminente de los beneficiados por el ‘acta
democrática' y por el ‘coraje' de Alfonsín y sus ‘opositores'..." (Prensa
Obrera Nº 257, 9/2/89).
En diciembre de 1989, cuando ocurrió el levantamiento de Seineldín,
Gorriarán Merlo declaró: "Los militares, tanto ‘leales' como ‘rebeldes',
quieren desprestigiar totalmente a la democracia para luego destruirla".
En verdad, no había ninguna posibilidad de que tal cosa sucediera porque
los centros de poder del imperialismo respaldaban al régimen parlamentario.
Ya comprobaría eso el propio Seineldín: los levantamientos de los carapintada
fueron tolerados mientras sirvieron para recomponer a unas fuerzas armadas
en crisis después de la dictadura y la vergüenza de Malvinas, pero en
1990, cuando volvieron a sublevarse, ahora contra las instrucciones
del Banco Mundial para la reestructuración militar en la Argentina y,
por tanto, su movimiento adquiría la dinámica de un golpe de estado
más allá de sus intenciones, fueron aplastados y terminaron todos presos
y condenados.
También Gorriarán haría su comprobación trágica. El MTP señalaba una
contradicción insuperable entre el régimen democratizante y las camarillas
militares, lo cual era falso de toda falsedad. Más tarde, los representantes
políticos de esa "democracia" que él defendía con ahínco avalarían la
masacre cometida por los militares contra los atacantes de La Tablada,
y el Congreso haría una sesión especial de homenaje a los carapintada
que habían reprimido al MTP hasta con bombas de fósforo.
Esto es: los militantes del MTP fueron masacrados por el régimen político
que tanto empeño habían puesto en defender. Comprender esa contradicción
resulta indispensable para entender lo ocurrido hace veinte años en
ese cuartel que ya no existe.
Alfonsín, el alto mando, los carapintada
-¿Qué pasa?
-Son los zurdos (un oficial de policía).
-Entonces les van a tirar en serio (un vecino).
El diálogo, reproducido por Página/12 (24/1/89), indica la diferencia
sustancial en la actitud gubernamental cuando se trataba de militares
que querían "desprestigiar y destruir" a la democracia, y cuando se
trataba en cambio de militantes populares que procuraban defenderla.
La sabiduría popular de ese vecino tenía muy clara esa distinción: "Entonces
les van a tirar en serio". Ya se vería hasta qué punto les tirarían
en serio.
Por supuesto, desde el primer momento supieron de quiénes se trataba.
Jaroslavsky y los demás mentían para encubrir la masacre: "La inteligencia
militar fue contundente al establecer en los primeros minutos de lucha
que los agresores no eran militares" (Río Negro, 24/1/89).
Además, los militares esperaban el ataque. El jefe del Ejército, el
general Francisco Gassino, había ordenado reforzar las guardias en las
principales unidades, y ese 23 de enero "gran cantidad de policías estaban
convocados para reunirse a las 5:30 horas en el destacamento Güemes,
en la intersección de Camino de Cintura y autopista Ricchieri, muy cerca
de La Tablada" (Río Negro, 25/1/89).
Ahora bien: sólo cuando Gassino le confirmó con toda certeza que no
había militares involucrados en el ataque, Alfonsín ordenó reprimir.
Ambos dispusieron, además, que la represión no estuviera a cargo del
comandante de jurisdicción sino del inspector general del Ejército,
general artillero Alfredo Arrillaga, hoy procesado por sus crímenes
durante la dictadura.
Cuando Seineldín tomó el cuartel de Villa Martelli el 3 de diciembre
de 1988, Alfonsín dijo que prefería "45 horas de negociaciones y no
diez minutos de combate". Ese criterio se invertía en el caso de que
los alzados en armas fueran militantes populares. Ahora no había negociación
posible y ordenó una masacre deliberada: por eso mandó a los carapintada,
además.
Los medios de prensa, con informes falsos, contribuían para tratar de
que la población aceptara la carnicería. Hablaban de guerrilleros "sanguinarios
y suicidas", de su "ferocidad" y "desprecio por la vida", y denunciaban
que "mataron colimbas que estaban durmiendo" (Clarín, 24/1/89).
Todo eso se revelaría falso. Sólo semanas más tarde los medios admitirían,
por ejemplo, que un soldado "asesinado" por los militantes se reponía
en su casa de una herida menor en la pierna (Clarín, 17/2/89), o que
otros soldados y un suboficial habían resultado abatidos por fuego propio,
porque Arrillaga bombardeó el cuartel hasta destruirlo aun con soldados
y militares adentro.
"Nos trataron bien: ‘Con ustedes no es la cosa', nos decían", declararon
soldados capturados y liberados por los "sanguinarios" (Clarín, 28/1/89).
También se dijo en un primer momento que los atacantes "utilizaron armamento
sumamente sofisticado: lanzagranadas antitanque RPG-7, misiles antiaéreos
portátiles SAM 7 de fabricación soviética, lanzagranadas de 40 mm y
un fusil FAL de un modelo no utilizado por las FFAA argentinas" (Clarín,
24/1/89). Todo mentira. Después se sabría que esos 50 militantes habían
marchado al cuartel armados con algunos fusiles viejos que el ERP tenía
enterrados en algún sitio desde la dictadura.
Todo eso se dijo para ocultar que tres veces los atacantes quisieron
rendirse y los militares los desoyeron: querían a todos muertos. Contra
toda lógica de un hecho bélico, el MTP no tuvo heridos: sólo muertos.
Un soldado contó: "Logré herir a uno que intentaba huir hacia Crovara.
Después lo remató un sargento" (La Prensa, 25/1/89). He ahí el tradicional
heroísmo de los militares argentinos.
"Se bombardeó desaforadamente con tanques, tanquetas, morteros y cañones
del más grueso calibre para exterminar sin mediaciones. Se destruyó
el cuartel a cañonazos limpios, aun con colimbas adentro" (Prensa Obrera
Nº 257, 9/2/89). También se sabría más tarde que el Ejército empleó
armas prohibidas por las convenciones internacionales sobre la guerra,
como bombas de fósforo.
El entonces jefe de la Policía Federal, comisario Juan Pirker, dijo
mientras miraba por televisión la carnicería que se desarrollaba en
el cuartel: "Yo sacaba de ahí a esos muchachos con una compañía de gases,
sin romper un solo vidrio". Poco después, extrañamente, Pirker apareció
muerto en su despacho, de madrugada, por un supuesto y conveniente "ataque
de asma"
Ellos necesitaban la masacre, el asesinato en masa le servía a Alfonsín,
a su pacto con el alto mando e incluso con los carapintada.
Las voces del pánico
Cuando los militantes del MTP que atacaron el RI3 aún no habían sido
masacrados en su totalidad, los partidos de centro y de izquierda que
hasta la víspera habían sido sus aliados se entregaron a una competencia
tétrica para repudiar no a la masacre y a los masacradores sino a los
masacrados, a quienes dedicaron una ristra repugnante de insultos e
improperios.
Izquierda Unida, por ejemplo, se apuró a condenar "enérgicamente" la
acción del MTP, pero no la de los fascistas, no la masacre, no la liquidación
en masa de esos 50 militantes mal armados y aplastados por 2.000 efectivos
militares con tanques y armas prohibidas por la Convención de Ginebra.
Sin embargo, lo más importante de aquel asunto no era el acto desesperado
del MTP, inevitablemente aislado, ultraminoritario, sin alcances ni
perspectivas, sino "la represión criminal de los carapintada, porque
ella servía a la continuación de la política impulsada por tres levantamientos
derechistas y numerosos atentados y complots, apoyada desde el Estado,
que apunta al reforzamiento sin límites de los aparatos represivos del
Estado burgués" (Prensa Obrera Nº 257, 9/2/89).
Esa izquierda quebró una tradición internacional en materia de derecho
y libertades públicas, una tradición ya no de izquierda sino simplemente
democrática. Aun en los motines carcelarios más sangrientos, izquierdistas
y demócratas siempre se preocuparon por impedir la represión masiva,
por evitar que se cometiera una masacre, porque además del aspecto humanitario
del asunto la carnicería fortalece el aparato de represión que busca
liquidar las libertades.
Luis Zamora y el MAS llegaron al extremo de ponerse a la derecha de
la teoría "de los dos demonios", puesto que enviaron flores a los velatorios
de los militares muertos pero no hicieron lo propio con los militantes
asesinados, de modo que ahora había un demonio solo. Izquierda Unida
se solidarizaba de hecho y de palabra con los autores de la desaparición
de 30 mil argentinos.
Uno de sus argumentos, como de costumbre, era que el ataque del MTP
al RI3 ofrecía "pretextos" a la represión. Una estupidez, porque cuando
la burguesía tiene necesidad de reprimir crea sus pretextos si no los
tiene. Pero esa izquierda hacía suyo el pretexto, lo aceptaba y se identificaba
con él.
Aun visto desde el punto de vista limitadamente democrático burgués,
e incluso si se defendiera al Estado de la burguesía en su forma parlamentaria,
se tendría que ese ataque desesperado de un grupo insignificante a una
unidad militar no podía de manera alguna comprometer la estabilidad
estatal, no obligaba al gobierno a responder con métodos de guerra civil
para defender sus intereses. Se hizo así porque el gobierno, los carapintada
y los mandos militares necesitaban la masacre para, de algún modo, justificar
la masacre del pasado en términos políticos. El avance de más de 2.000
soldados con tanques y artillería contra 50 personas, sin siquiera intimar
rendición, es un asesinato en masa. Pero, para el oficialismo y la oposición,
aun la de "izquierda", ese crimen se produjo "en el marco del Estado
de derecho" porque fue ejecutado por un Estado parlamentario, aunque
se haya hecho con los métodos de las dictaduras y del fascismo.
Un caso especial para el análisis lo ofrece la postura del PC. En una
declaración, ese partido dijo que la violencia sólo se justifica cuando
se dirige contra regímenes "antidemocráticos", como sucedió, por ejemplo,
con el asalto al cuartel Moncada por las fuerzas de Fidel Castro en
1953.
Aun si se deja a un lado que el PC no sólo no ejerció violencia alguna
contra la dictadura videliana sino que la respaldó explícitamente y
hasta muy tarde, se debe subrayar la falsedad del argumento: el mismo
Castro respaldó a la guerrilla colombiana contra el gobierno constitucional
de Rómulo Betancourt, y Lenin se alzó contra el "democrático" Kerensky
para después disolver la Asamblea Constituyente. La consecuencia política,
teórica y práctica, de la postura del PC es la siguiente: la democracia
parlamentaria sería el estadio último de la evolución política de la
humanidad, contra la cual deben desaparecer las acciones y soluciones
de fuerza.
Empero, incluso una defensa sólida del régimen constitucional, del sistema
parlamentario, obligaba a repudiar la masacre y a los masacradores,
no al puñado de militantes que hasta la semana anterior promovían con
el Partido Comunista la candidatura electoral del ex fiscal Ricardo
Molinas. En cambio, el PC se alió con los fascistas, encubiertos por
el sistema, en contra de quienes se rebelaron contra ellos no importa
cómo.
Pero, además, se olvidaba que la consigna histórica de "aparición con
vida" incluía por supuesto a los compañeros foquistas:
"Está claro que para Izquierda Unida esto era la explotación electoral
de un tema hondamente popular y democrático, y para Luis Zamora más
que para nadie. Los (Patricio) Echegaray y compañía se llenaban sus
abultadas papadas con el grito de ‘Evita, Guevara' o ‘Chile, Chile,
arriba los fusiles', sólo para capitular miserablemente ante el primer
cañonazo carapintada" (Prensa Obrera, ídem).
Esos izquierdistas, en marzo de ese año, llegaron al extremo de sabotear
la marcha de las Madres de Plaza de Mayo en el aniversario del golpe,
porque ellas sí habían repudiado a los masacradores y no a los masacrados.
La escalada reaccionaria que siguió no obedeció a los hechos de Tablada.
Al revés: la necesidad burguesa e imperialista de llevar a nuevos extremos
la política de amnistía a los criminales, de militarización del Estado,
de sometimiento al gran capital y de hambreamiento del pueblo fue lo
que empujó al presidente Alfonsín, a Menem, al alto mando y a la Ucede
a elogiar como lo hicieron la masacre de los militantes del MTP que
ocuparon el regimiento de La Tablada.
A 15 AÑOS DEL ATAQUE A LA TABLADA, UN REPORTAJE INÉDITO A FRAY ANTONIO
PUIGJANE (2004)
Desde el convento en Saavedra donde terminó su prisión domiciliaria,
Puigjané habla de la farsa del juicio, del error del ataque al cuartel,
de cómo sus compañeros del MTP no lo entienden y sus sospechas de que
hubo una conspiración para engañarlos. Un documento testimonial jamás
publicado en el país.
Por María Esther Gilio | Página/12
–¿Cómo ve lo resuelto por el ex presidente Fernando de la Rúa?
–El presidente, como también la Suprema Corte, dijeron que el juicio
realizado contra los atacantes de La Tablada fue perfecto. A partir
de allí ¿cómo se puede proceder con justicia?
–¿La Comisión Interamericana de Derechos Humanos no condenó este juicio?
¿Qué dijo concretamente?
–Dijo, aunque con otras palabras, que fue una farsa. Los que lo vivimos
sabemos que fue una farsa. Quienes lo sufrimos sabemos hasta qué grado
lo fue.
–La sala estaba llena de militares que con su sola presencia presionaban
a los jueces.
–Los jueces se reían como monigotes. Pero... usted me está haciendo
hablar más de la cuenta. ¿Sabe que este tema es mejor que yo no lo toque?
–La sala estaba entonces llena de militares y los familiares de los
muchachos.
–Familiares casi ninguno. No había espacio, quedaban afuera.
–¿Y cómo fue que a usted le dieron 20 años?
–Tenían ganas de dármelos y me los dieron. Dijeron, no tenemos ninguna
prueba, pero tenemos la convicción íntima de que fue el ideólogo. (Se
ríe.) ¿En qué se basaría esa convicción íntima?
–¿Usted sabía lo que ocurriría?
–No, no sabía nada porque los muchachos no quisieron mezclarme en un
asunto que yo no apoyaría de ninguna manera.
–¿Cómo describiría al MTP, al que usted pertenecía?
–Como un movimiento político que había descartado la vía violenta, la
lucha armada, pero que pretendía hacer un cambio revolucionario a partir
de la participación de todos. Una de las cosas en que insistíamos era
en ésta: democracia participativa y no representativa. Para eso proponíamos
un trabajo en los barrios, desde las bases. La Tablada fue un hecho
accidental que lamentablemente ha destruido al movimiento.
–¿Qué piensan sobre esto sus compañeros?
–Piensan de otra manera. No se dan cuenta de que fue un golpe de muerte
para el movimiento. No lo ven.
–Debe ser muy duro aceptar que el resultado no sólo fue la cárcel y
muerte sino también un paso totalmente desfavorable.
–Sí, es doloroso. Yo tengo, sin embargo, la esperanza de que todos estos
jóvenes que buscan un cambio se incorporen a alguno de los tantos grupos
pequeños que se han formando y tienen los mismos ideales que el MTP.
–Enrique Gorriarán Merlo fue quien organizó el movimiento.
–Sí, fue el padre del MTP.
–Si él estaba convencido de que ya no había espacio para acciones violentas
y creía que las cosas debían realizarse de otra manera, ¿por qué se
metió en un hecho como el de La Tablada?
–Para evitar una violencia mayor. Ellos tenían la información de que
venía otro golpe militar. En diciembre del ’88, un mes antes de La Tablada,
un militar que pertenecía al movimiento democrático de las Fuerzas Armadas,
el UALA, nos dijo a dos compañeros y a mí que se venía otro golpe muy
violento. Los militares van a salir a matar, nos dijo. Va a correr mucha
sangre.
–¿Era verdad?
–Yo no sé. Lo que sé es que todo lo que llevó a estos muchachos a hacer
lo que hicieron tiene mucha característica de trampa.
–Como si hubiera habido grupos interesados en que el ataque se produjera.
Lo más curioso, es la acusación contra Enrique Nosiglia, que él había
promovido este juego de embarcar al grupo en una acción que sólo beneficiaría
a gente ajena al propio grupo.
–Sé que se dijo eso de Nosiglia, pero yo no lo creo.
–Si esto de Nosiglia fuera verdad, ¿para qué lo habría hecho?
–Se dijeron muchas cosas. Para molestar a Menem, para mostrar a los
militares como salvadores de la democracia, para liquidar a un grupo
que quería un país diferente.
–Esto de los militares no parece tan loco. La relación de los radicales
con los militares fue bastante ambivalente. Y la conducta de los militares
durante el ataque fue de una desproporción llamativa.
–Eso es así. Pirker, jefe de Policía de Buenos Aires en aquel momento,
dijo refiriéndose al hecho: Yo habría resuelto el asunto con unos cuantos
gases lacrimógenos.
–¿En qué se quedó pensando?
–En que yo no tengo la menor capacidad como dirigente político.
–¿Cómo llegó a esa conclusión?
–Me doy cuenta de que se me escapan de las manos miles de detalles.
Hay que tener una gran astucia; yo soy demasiado crédulo, me dicen una
cosa y en general no pienso que me están mintiendo. La creo.
–Esto recién lo está viendo.
–No, no, me fui dando cuenta de a poco. Cuando el grupo se formó y empezó
a actuar, yo lo fui viendo y también planteándolo. Pero los muchachos
me decían que no, que era importante que yo estuviera ahí. Esto llevó
a algunos compañeros de la orden religiosa a decir que me usaban como
una estampita, para atraer gente, lo cual, claro, tampoco me gusta.
–¿Cómo se sentía en este movimiento?
–Yo, el trabajo en el Movimiento lo hacía con mucho gusto. Sentía que
por fin había encontrado un lugar, no un partido porque no llegaba a
ser partido, pero sí en un movimiento que me permitía decir después
de predicado el Evangelio: Bueno, si ustedes quieren vivir esto, la
fraternidad, la justicia, la construcción de la paz verdadera, aquí
en este movimiento tienen un lugar dónde trabajar. La gente que formaba
el movimiento era confiabilísima. Gente que lo ponía todo para lograr
cambios en paz.
–Casi todos jóvenes católicos.
–Sí, jóvenes en su mayoría, pero no necesariamente católicos. Fíjese
que mientras estuvimos presos en Caseros yo dije misa todos los días
y nunca alguno de ellos me pidió para participar.
–¿Dónde decía misa?
–En mi celda. Como copa usaba una tapita de Coca Cola. Cuando los Pallarols,
los mejores orfebres del país, se enteraron me dijeron te vamos a hacer
un cáliz que será una joyita. Y me la hicieron de tres centímetros de
alto en plata y oro. Estoy preocupado, no sea cosa de emular al Vaticano...
Pero, de verdad que esa copita es una joya.
–¿Cuántos años estuvo preso?
–En la cárcel de Caseros estuve 9 años. Cuando cumplí 70 pasé al convento
haciendo uso de las prerrogativas del sistema de prisión domiciliaria.
–Es difícil imaginar un sacerdote en la cárcel. ¿Qué hacía?
–Dios también está en la cárcel. En invierno se me hacía más duro porque
tengo artrosis y el frío era grande. Pero fue interesante cuando llegaron
al piso los hermanos ladrones. Ahí hubo un cambio. Las autoridades no
encontraban motivo para castigarnos. Yo me comportaba como cura y todos
los demás como seminaristas. Si los celadores decían no se puede mirar
por la ventana, nadie miraba. Y bueno un día nos mandaron a los hermanos
ladrones. Así llamaba San Francisco a los ladrones. Nos mandan los ladrones
más bravos del penal. Los que hacían motines y batuqueos. Los que organizaban
revueltas.
–¿Qué pensaban que iba a pasar?
–Creo que los directores del penal, que habían dirigido campos de concentración
como el Olimpo, pensaban que iba a producirse una feroz competencia
por la posesión del piso. Como consecuencia de tales trifulcas imaginaban
heridos y tal vez algún muerto. Todo esto haría posible nuestro traslado
al Sur, a Rawson, que es lo que querían. Pero los ladrones llegaron
y nosotros los recibimos muy bien. Yo fui y visité a uno por uno. A
mí me parecía estar visitando las casas del barrio. Se hicieron tan
amigos que un día, a los tres meses perdieron la esperanza de la trifulca
y decidieron sacarlos. Es difícil de creer, pero lloraban como criaturas.
No querían que los trasladaran.
–¿Cómo recibió usted la noticia del asalto a La Tablada?
–Me impactó tremendamente. Quedé como si me hubieran dado un mazazo
en la cabeza.
–¿Cuáles fueron en el juicio las declaraciones de sus compañeros respecto
a su participación?
–Mis compañeros sin faltar uno dijeron la verdad. Que yo no había participado
y que no tenía conocimiento de nada. Que no me lo habían comunicado
porque sabían que me opondría. Y que además, por mi edad–sesenta años
en ese momento y recién operado de la cadera– mi participación no los
habría beneficiado. Con todo, el Comisario Re dijo en un programa de
televisión que me había visto correr con una ametralladora en la mano.
Claro que esto nadie lo creyó. Sé que un juez le dijo a un sacerdote
amigo mío, que sabía que yo no había participado, pero que yo quería
tanto a los que habían participado... me dieron 20 años.
–¿Y a los jóvenes que participaron en la acción?
–Perpetua. A todos perpetua. El juicio nada tuvo que ver con el derecho.
En el juicio acusan a los que entraron con el camión de Coca Cola de
haber aplastado al soldado Tadía que estaba en la puerta. Al soldado
Tadía no lo mató el camión sino una bala que vino de adentro y de arriba,
que tiró el subjefe del batallón Fernández Gutiérrez, que por supuesto
estaba adentro. La bala le entró al muchacho en un ángulo de 45 grados.
Esto está probado, sin embargo, se siguió diciendo que lo mató el camión.
El juicio fue una vergüenza, nadie puede dudarlo. Uno de los colimbas
declara con total ingenuidad que en tal o cual momento él pasó por el
Colegio Militar para repasar el libreto. ¿Cómo? ¿Qué libreto?, dice
el juez, seguramente aterrado y tratando de que el chico se dé cuenta
y busque una salida al disparate. Pero el chico insiste, Sí, sí, para
repasar qué teníamos que decir. Pinky mostró en televisión El cadáver
del soldado Tadía aplastado por el camión de Coca Cola. ¡No era el soldado
Tadía sino un compañero nuestro Roberto Sánchez, aplastado por un tanque!
En este asunto, a un juicio absolutamente tramposo se sumó la complicidad
de la prensa.
–El capitán Monteli dice en el juicio: Cuando esta chica pasó, le vacié
el cargador en la nuca.
–Iba desarmada, dice también y luego, Ella cruzó y no me vio. ¿Qué era
esto sino un asesinato? La chica era de Quilmes y fue invitada por un
pibe amigo suyo, Ricardo Veiga, a quien fusilaron. El fue uno de los
cuatro que fusilaron.
–¿A ese capitán Monteli, no le pasó nada?
–Al día siguiente los abogados denuncian al capitán por asesinato. El
tribunal como respuesta dice que hay que pasar a cuarto intermedio.
Y cuando vuelven, expresan que esa denuncia ya constaba en el expediente.
La cual era una absoluta mentira. Todo esto que le cuento estaba, además,
permanentemente acompañado de las risas de los jueces. No vi nunca jueces
que rieran tanto. Todo fue una vergüenza. Los allanamientos... a mí
para tratar de complicarme en algo, porque no tenían nada de qué agarrarse,
dijeron que habían descubierto que en mi domicilio guardaba explosivos
y proyectiles. Nosotros tenemos en general dos domicilios, aquel en
donde están nuestras oficinas, en mi caso era Pompeya donde está nuestra
casa central, y otro que podemos considerar como nuestra casa. Ellos
contaron cómo habían realizado la operación que les mostró que en mi
casa había armas. Dicen, primero –dado el peligro– entró el especialista
en explosivos. En realidad fue el que los colocó ahí. Y después, dicen,
entraron los testigos que los vieron. Lo curioso es que la casa a la
que fueron no era la mía sino otra donde vivían varios sacerdotes de
mi misma orden. Muy bien, había explosivos, cuando entró el testigo
allí estaban. Lo que no estaba era mi casa. Mi casa no era ésa, estaba
a 35 cuadras.
Los abogados dejaron pasar a los 7 testigos y luego que éstos dieron
todos los detalles sobre el lugar de los explosivos dijeron: Está bien,
en esa casa puede haber explosivos, pero ésa no es la casa de Fray Antonio
Puigjané. Como dice la Comisión Interamericana de Derechos Humanos,
son gravísimas las irregularidades cometidas.
–¿Cuál es su juicio sobre el hecho, sobre la acción de La Tablada?
–Yo creo en todos los compañeros, creo en su honestidad, en su sinceridad,
en su amor por un mundo mejor. Pero creo que La Tablada fue un error
grande. El rechazo de la gente fue total. Ellos creen que no.
–¿Cómo ve lo decidido por De la Rúa respecto a los condenados en el
juicio?
–Tiene de bueno que haya posibilitado el levantamiento de la huelga
de hambre. Si la huelga no se levantaba, estos chicos –después de 116
días de huelga– iban a empezar a morirse. Y además estaban decididos
a morirse. Todos estaban dispuestos a seguir hasta la muerte. En este
sentido lo dispuesto por el presidente fue positivo.
–Usted participó de la huelga por un tiempo.
–Yo dije que los acompañaría con ayuno y oración. A los 57 días los
compañeros me pidieron que abandonara. Yo tengo 70 largos. Me pareció
bien. Ayuné 17 días más que Jesús que ayunó 40. A veces lo provocaba.
–¿A quién?
–A Jesús. Le decía: Aguanté 17 días más que vos.
–En lo referente al ayuno la decisión de De la Rúa fue positiva, ¿y
respecto al resto?
–En cuanto al resto, después de 12 años previos me parece muy grosera
la idea de que con esta disposición se cumple con lo ordenado por la
OEA. Lo que dice la Comisión es que el juicio está viciado de nulidad.
–Es decir que no hubo juicio.
–No hubo. El informe de la Comisión dice, por otra parte, que las víctimas
deben ser reparadas. ¿Alguien habló de esto? ¿Alguien dijo que los que
están presos, lo están, desde hace 12 años, como resultado de un juicio
viciado de nulidad?
–En definitiva no fue ni indulto ni conmutación, fue una disminución.
–Sí, a los que tenían perpetua les dio 20 años.
–¿Cuál habría sido para usted la solución?
–Que hubieran puesto 17 años en lugar de 20.
–¿En qué principio jurídico se habría basado esto que usted propone?
–La Comisión de la OEA habló de reparar a las víctimas. Reparar a las
víctimas significa ponerlas en la condición que tenían antes del juicio.
Diez y siete años habría permitido acceder a la libertad condicional.
–¿Qué pasó con José Saramago que vino expresamente a la Argentina a
hablar de este caso con De la Rúa?
–De la Rúa no le concedió audiencia. Se lo sacó de arriba haciéndolo
hablar con Storani. Es lo que yo le digo, el fascismo es una enfermedad
que ha entrado al corazón de muchos argentinos. De cualquier manera,
hay que tener esperanzas, creer, no bajar los brazos, seguir luchando.
El sacerdote visitó la celda donde estuvo encerrado durante nueve años,
en el piso 18. El Ejército trabaja en la demolición manual del edificio.
Deben terminar el trabajo en un año.
Por Eduardo Videla | Página/12
Foto: Fray Antonio Puigjané
en un acto en la Federación de Box (Buenos Aires) en homenaje a
Antonio Angelelli.
El cura Antonio Puigjané sube los dieciocho pisos que separan la calle
de la celda donde pasó nueve años de su vida, en la cárcel de Caseros.
Lo hace por las escaleras, porque los ascensores ya no están y el único
montacargas está fuera de servicio. Y pese a sus 78 años, camina con
una velocidad difícil de seguir para quienes lo acompañan. Hasta que
llega a ese cuartito de tres metros por uno y medio y se asoma a la
ventanita, a la que tantas veces se trepó para ver el río y el sol del
amanecer. En esa parte de la ex prisión ya no se está a la sombra, simplemente
porque ya no hay techo. La demolición del edificio avanza, a golpe de
maza y martillo neumático, a manos de soldados del Ejército. Después
de todo fui feliz aquí, con mis hermanos presos, a pesar del sufrimiento,
de la injusticia y de la locura, dice el sacerdote. Saluda a los soldados
agitando la mano y baja las escaleras al mismo ritmo con que subió.
Desde afuera, la mole de cemento que fue cárcel hasta diciembre de 2000
parece igual que siempre, pero si alguien cuenta los pisos se dará cuenta
de que faltan cuatro. Los tres superiores ya habían sido demolidos en
una primera etapa, cuando todavía estaba vigente la idea de derrumbar
el edificio mediante una implosión.
Ahora, tomada la decisión de hacerlo en forma manual, a golpes de maza
y martillo neumático, los soldados-obreros van por el piso 18, que ya
no tiene techo y se ha convertido en una terraza desde donde puede verse
el Río de la Plata y buena parte de la Ciudad.
El cura Puigjané, que cumplió allí nueve años de condena por el ataque
a La Tablada, regresa a la que fue su celda ocho años después. El pretexto
es la grabación de un documental sobre su vida, que se verá el año próximo.
Acompañado por un grupo de periodistas, el sacerdote se para en el tercer
piso debajo del hueco que han tallado los hombres del Ejército para
fracturar la estructura del edificio y facilitar su derrumbe. Segundos
después, cuando el grupo se ha desplazado unos metros, se escucha el
estruendo de los escombros que han caído por ese agujero, en el lugar
donde todos miraban hacia arriba.
En el piso 18 quedan aún algunas celdas, entre ellas la que habitó Puigjané.
El cura se para en el asiento que todavía se conserva y se asoma hacia
la ventana. Desde aquí veía las grúas del puerto, el río, el amanecer.
Y por las noches, buscaba las estrellas con un espejo, recuerda.
Los soldados riegan las paredes para que después los golpes no levanten
tanta polvareda. No hay demasiado equipamiento: además de las mazas,
hay dos pequeños vehículos, mezcla de martillo hidráulico y pala excavadora.
En las paredes aún pueden verse las perforaciones donde iban a ser colocadas
las minicargas de gelamonita, que harían derrumbar la mole de cemento
en apenas 4,7 segundos, como estaba planeado, según explica uno de los
responsables del Batallón de Ingenieros 601.
Ese procedimiento fue frenado por una orden judicial, en 2004. Como
la estructura ya estaba debilitada y el edificio corría riesgos, se
resolvió terminar el trabajo en forma manual. Hace dos semanas, el Ejército
y la Ciudad firmaron un convenio para realizarlo en un año: para cumplirlo,
habrá que demoler 4500 metros cuadrados por mes, algo así como un piso
y medio cada 30 días.
Antes de bajar, Puigjané busca el lugar donde estaba la capilla de la
cárcel, en el piso de arriba, que ya no existe. Nunca fui a esa capilla
–dice–. Mi iglesia era mi celdita y los patios, donde compartí momentos
con mis compañeros y con los hermanos ladrones que conocí acá. Puigjané
no participó del ataque a La Tablada, pero decidió estar junto a sus
compañeros detenidos y terminó condenado a 20 años de cárcel. Hoy vive
en una parroquia del barrio de Coghlan.