Mi último encuentro político con Enrique Haroldo Gorriarán había sido en un café
de París, si no me equivoco a principios de 1979, en una escena digna del cine
argentino de los cuarenta. Solo faltó que nevara en la ciudad luz para completar
un tango.
Ahora, ante su imprevista muerte, quisiera dejar mis impresiones sobre un hombre
que, para bien y para mal, no pasó en vano por la vida y que fue parte
insoslayable en la historia del PRT-ERP y de mi historia militante. Un primer
equívoco a saldar es la idea que el Pelado y yo habríamos sido algo así como el
agua y el aceite en las internas del PRT. Cierto es que tuvimos un fuerte
enfrentamiento en Europa, cuando nosotros lo acusamos de actividad fraccional
durante el período de intento de reconstrucción en el exterior, pero es menester
ubicar las cosas en su contexto. En esos momentos de acorralamiento y de
impotencia para revertir la situación, la mayoría de las organizaciones se
vuelven hacia adentro, encontrando enemigos internos como vías explicativas. Y
nosotros, ni mi grupo ni el del Pelado, fuimos excepción y, por supuesto, ni
todos lo "malos" estaban de aquel lado ni todos los "buenos" de este, ni éramos
todos totalmente "buenos o malos". Parte del equívoco es también considerar que
el Pelado era el "militarista" y yo el "político". Como he analizado en varias
oportunidades, todos teníamos algo de militaristas aunque no todos hayan tenido
la misma intensidad de contacto con las armas. Incluso algunos que por las
circunstancias nunca participaron en una operación armada podían ser más
militaristas que los combatientes experimentados.
Mis diferencias con el Pelado no pasaban por militarismo o no militarismo sino
por la concepción de construcción política y de la vida misma. La ruptura de
1978 reflejó eso claramente. Mientras él acudía a los cuadros probados y
experimentados yo llamaba a un congreso abierto. En realidad ninguno de los dos
tenía razón y a los hechos me remito, no logramos el objetivo propuesto, pero
ello no quita que la conducta política posterior de los últimos veinte y pico de
años de ambos revela que esa diferencia era real.
El otro equívoco fue la cuestión con
respecto al censurable asalto a la base militar de La Tablada que él dirigiera
con tan poco acierto en pleno gobierno alfonsinista. Yo fui de los pocos que no
condenaron al Pelado como "demente", "mesiánico" , "irracional", "agente de los
servicios" , epítetos que le endilgaron hasta muchos de sus seguidores y sobre
todo admiradores desilusionados. Y no me uní al coro de filisteos, entre otras
cosas porque, para mi entender, la paternidad de La Tablada está compartida con
padres inconfesos que en aquel momento se relacionaban con las llamadas
juventudes políticas, quienes de una manera u otra lo alentaron. La frágil
memoria de este país olvidó rápidamente los discursos incendiarios de los
dirigentes de esas agrupaciones, acusando a Alfonsín de pusilánime, mientras
ofrecían no se sabe qué ridículas brigadas cafeteras para enfrentar los
alzamientos carapintadas. Por eso es que la sociedad argentina no tiene
autoridad moral para juzgar a los protagonistas del asalto al cuartel. Y es
menester aclarar que si remplazo la categoría "pueblo" por "sociedad" es porque
considero que no hay pueblo cuando no hay sujeto. Pero ese es otro tema. Mi
desacuerdo fundamental con la acción de La Tablada excede los fundamentos
tácticos, de oportunidad o de legitimidad, de uso o no uso de la violencia.
Estoy convencido que el Pelado lo hizo creyendo salvar la democracia y yo estuve
y estoy en desacuerdo en arriesgar una sola vida por esta democracia. Esta
democracia no vale un gramo de sangre joven porque ya se las cobra por sí misma
a toneladas. Para decirlo utilizando categorías de la época, hoy perimidas, en
esa acción se expresó el "reformismo armado". En cambio fui muy crítico con él
cuando se presentó como protagonista en un incalificable video relatando en
detalles impropios de un jefe guerrillero la ejecución de Somoza. Califiqué esa
presentación televisiva, como una "Tablada mediática".
En todo caso lo notable del Pelado, como de muchos jóvenes de los setenta, es
que dejó sus supuestas juergas en el Club Social de San Nicolás (noticia esta de
la que no me hago cargo, solo repito el testimonio de sus coterráneos) para
dedicarse a la revolución. Y hay que reconocer que puso el cuerpo y todas sus
energías en eso a punto tal de llegar a parecerse peligrosamente a algo así como
un revolucionario profesional que, por suerte, no llegó a alcanzar la categoría
de amo liberador.
Enrique Gorriarán: "El decoro es
mas fuerte que el dolor". Gorriarán hace un repaso de su vida y de sus años de
lucha.
Cuando se realizó el V congreso del
PRT el Pelado era ya un "pesado" con prestigio bien ganado. Había participado en
el Rosariazo y con su incorporación al PRT efectuado un golpe comando
espectacular de recuperación de dinero con el que se estaba financiando el
propio Congreso. Fue elegido vicepresidente y con tal mala suerte que a la vez
le tocó para la defensa una escopeta recortada. Digo "mala suerte" pues en su
carácter de vicetitular del evento, debió turnarse con el presidente, Luis
Pujals, para dirigir las deliberaciones y, como es natural, no podía dejar el
arma en un rincón o calzarla en la cintura como los que teníamos solo una
pistola. Me es imborrable su figura parada en el centro de la sesión sosteniendo
la incómoda escopeta mientras señalaba con el dedo a quien le tocaba hablar. No
pretendo hacer freudianismo de entrecasa sino grabar una de las tantas escenas
jocosas de aquel encuentro.
En el congreso se destacó por su
silencio. Solo usó de la palabra practicamente para ordenar el debate y su única
propuesta fue la de una sigla diferente para la fuerza militar, elección en la
que salió favorecida la moción de Arancibia con las siglas ERP. Hay que recordar
que después de la llamada "revolución ideológica", previa al este congreso, en
el PRT se consideraba al silencio como una de las virtudes máximas, una supuesta
expresión de la "modestia proletaria" frente al "charlatanerismo pequeño
burgués". Los obreros cordobeses se encargarían de demostrar que, o bien este
criterio era un burdo prejuicio, o bien ellos eran unos pequeño burgueses.
No lo volví a ver hasta fines de
1972 en la primera reunión del Comité Central de inmediato al regreso de
Santucho después de los dolorosos acontecimientos de Trelew. Fué una reunión
durísima en donde el prestigio y la energía de Santucho se impusieron. El Pelado
casi no abrió la boca en todo el desarrollo. Sentado en el suelo, como muchos
otros, casi en un rincón, pasaba desapercibido a pesar de ser el máximo jefe del
estado mayor del ERP y seguir teniendo enorme prestigio interno aumentado por su
papel importante en la fuga del penal de Rawson. Hay que decir también que
Gorriaran tenía modales de caballero, era un tipo buen mozo, correcto y amable
aunque a veces no le salía bien el gesto. En ese tiempo, para mucha gente el
Pelado sería el reemplazante natural de Santucho. Sin embargo Roby, ya había
decidido por Benito Urteaga, también oriundo de San Nicolás, como su hombre de
mayor confianza. Desde luego que esto se manifestaba de hecho, no de derecho,
puesto que formalmente, en los organismos colegiados solo había un secretario
general y los demás éramos pares. Hay que señalar, no obstante, que en ese
momento Roby hacia descansar todo el peso de la reconstrucción de la fuerza
militar en la jefatura de Gorriarán. De todos modos el Pelado tenia también
importantes responsabilidades políticas además de su participación en el Buró
Político. Tuvo,por ejemplo, la no fácil tarea de reconstruir la regional Buenos
Aires que había quedado desbaratada durante la "desviación militarista" entre
1972 y 1973. Militó un largo tiempo en los frentes fabriles de Córdoba, más
adelante realizó trabajos entre los campesinos tucumanos como apoyo a la
guerrilla. Con esto quiero señalar que no era un simple "fierrero" como se lo
pinta, ni el menos experimentado de los demás compañeros del Comité Central.
Porque así como el Pelado era el mito del "fierrero" estaban los mitos "de
masas" supuestos cuadros históricos cuyo contacto con el proletariado y el
campesinado –incluso alardeando de conocer dos o tres frases en quichua– les
otorgaba palabra inapelable. Parecía como si en el noroeste argentino no
existiera la burguesía ni la pequeña burguesía.
También
se ha chicaneado injustamente con la supuesta falta de "cultura" de Gorriarán,
lo cual, dicho sea de paso, para la escatología perretiana era más un mérito que
una falencia. El Pelado había sido estudiante de economía y en ese tema dominaba
más que en otros, pero no sólo porque hubo cursado por lo menos parte la
carrera, sino porque su mentalidad cartesiana se ajustaba a esa disciplina. Por
eso cuando Maria Seoane –no por casualidad también ex estudiante de economía– en
"Todo o Nada" ironiza haciéndose eco de un testigo que cuenta que supuestamente
el Pelado no podía pasar la primera página de la Fenomenología del Espíritu de
Hegel, no hace más que demostrar su propia estrechez intelectual. Estoy seguro
que, de no haberse dedicado a la revolución, Gorriarán hubiese sido uno más de
las decenas de economistas, (liberales o marxistas) verdaderos "fierreros"
mentales aunque sean pacifistas, con sus dificultades para entender la
dialéctica, menos aún la política.
Militamos más de un año en el Buró Político con una relación de cotidianidad,
primero con sede en la ciudad de Córdoba, luego nos trasladamos a Buenos Aires.
El Pelado continuaba con su estilo parco. Solía lanzar alguna frase lapidaria
tras algún informe de problemas internos: "Cada vez quiero más a Stalin". Cuando
hablaba se dirigía a los demás mirando de frente con su ojos azules penetrantes,
con un deje de ironía en la expresión. Podía tener algunas salidas ocurrentes,
algo ácidas, pero siempre más menos juiciosas.
Dificilmente manifestaba alguna duda y menos aún contradecía ni a Santucho ni a
los cuadros "consagrados", sea porque el Roby demostrara especial confianza o
por ser "proletarios" o simplemente "probados". Siempre percibí en él una
actitud de autoconstrucción, una represión de sus íntimos sentimientos que
producía cierto chisporroteo con personalidades tan espontáneas como las de
Domingo Mena o Rogelio Galeano. Es verdad que esa era una pauta de la época y
particularmente del PRT, mayor aún en sus estructuras dirigentes. Pero en
Gorriarán al igual que en el negrito Fernández era especialmente marcado.
Precísamente por esa característica nunca tuvimos entre él y yo un
enfrentamiento político. Siempre mantuvimos una relación de cordialidad o quizás
sea mejor decir fría cortesía. Sin embargo yo tenía la sensación que el Pelado
no las iba conmigo y más bien se reservaba opinión, por así decirlo. A mi vez me
chocaba su mecanismo lógico-análitico que le impedía "volar" la imaginación.
Cuando Santucho presentó el plan de ataque a la base de Azul en el corazón de la
provincia de Buenos Aires, en 1974, Gorriarán, quien sería el jefe del mismo, no
hizo observaciones de importancia. Años después me confiaría que él fue al
frente sin estar convencido por no oponerse a la autoridad de Santucho. Esto
debía de ser verdad y explica los errores de conducción durante la operación que
le costaron el relevamiento de la responsabilidad de jefe del ERP. Porque a
corto tiempo de lanzadas las unidades de ataque, Gorriarán perdió el control
sobre la operación y ordenó la retirada, al parecer prematuramente, con el
agravante que no verificó fehaciéntemente que los distintos grupos de ataque
hubieran recibido y cumplido la orden. Santucho había insistido en dirigir él
personalmente la operación pero no lo dejamos amparados en la resolución del
Comité Central que le impedía participar directamente en acciones militares en
las ciudades. Pero como era muy tozudo le concedimos una aproximación al teatro
de la acción para recibir el regreso del jefe supuestamente después de la
retirada victoriosa. Precisamente yo le llevé con mi coche esa noche y nos
estacionamos en un cruce de carreteras, del que no recuerdo el nombre, a medio
camino entre Buenos Aires y Azul. El Pelado debía pasar por ahí y detenerse para
contactarnos. Lo cierto es que estuvimos con el Roby hasta la madrugada
esperando y no lo vimos pasar. Regresamos y al otro día nos reunimos en Buró
Político con el Pelado. Santucho estaba muy enojado y por lo menos una hora la
pasamos dilucidando las causas por las cuales no nos habíamos encontrado en el
cruce de caminos. Mientras tanto llegaban los informes: el grupo de Molina, que
tenía cierta autonomía por el tipo de misión, había tomado prisionero al jefe de
la base y se retiró en orden. El grupo de Santiago había penetrado en
profundidad en el cuartel y combatido durante horas sin recibir orden de
retirada. Puede decirse que cuando se cansaron de tirotearse se marcharon
también en orden. El problema se había dado en el grupo principal de choque a
cuyo frente iba Gorriarán al encontrar una inesperada y fuerte resistencia. En
todo caso puede decirse que el problema fue que el Pelado, no supo reaccionar
frente a lo inesperado y perdió el control de la operación dando por derrota lo
que podía haber sido posibilidad de victoria.
La reunión fue muy tensa, Roby era demoledor en las recriminaciones y el Pelado
recibía los golpes estoicamente. Reconocía que se habían cometido errores y
asumió toda la responsabilidad, como me diría después, más por hábito partidario
que por convicción. Domingo Mena era el más duro y consideraba que correspondía
el relevamiento y sanciones. Benito Urteaga miraba fijamente atuzándose el
bigotillo. Yo dije, con intencionada ironía, debo confesarlo, que por mucho
menos que eso Stalin mandaba a los generales a Siberia. Santucho, después de su
implacable critica, relativizó las cosas asumiendo parte de la responsabilidad
colectiva puesto que de un modo u otro estábamos aprendiendo y se limitó a
proponer el relevamiento del jefe sin más sanciones que destinarlo a tareas
políticas para que el contacto con las masas "contrarrestara las tendencias
subjetivas". Formalmente no fue una sanción sino un simple cambio de jefatura.
A partir de ahí lo veía menos seguido aunque como miembro del Buró Político
seguía su trayectoria por los informes y las decisiones que se tomaban al
respecto. Una acción notable dirigida por él fue el rescate de un grupo de
compañeras, entre ellas la suya, prisioneras en la cárcel del Buen Pastor de
Córdoba. Según cuentan se llevó a cabo impecablemente y con una escena del cine
romántico, cuando El Pelado arrancó la verja que estaba a cierta altura con un
camión. Su compañera se paró al borde y gritó ¿Qué hago, me tiro? ¡Tirate!
respondió el Pelado y la recibía en los brazos.
A los pocos meses, militando en
Córdoba el Pelado tomó un decisión arbitraria sin respetar los órganos
partidarios y entonces sí fue sancionado con publicación en el boletín interno.
El aceptó la sanción e incluso publicó una carta en el B.I. de disciplinamiento.
Bien es cierto que siempre quedó la duda sobre la sinceridad de esa declaración.
Junto a Hugo Irurzun, "Capitán Santiago", y otros
combatientes del ERP se sumó al Ejército Sandinista.
El tiempo pasó y Gorriarán cumplió
distintas tareas en diversos puntos del país hasta que finalmente –después de la
derrota de Monte Chingolo en donde él no participó– a propuesta de Santucho fue
incorporado al estado mayor del flamante batallón de Buenos Aires. El 18 de
julio de 1976, la víspera de su muerte, Santucho, entre otras recomendaciones,
nos decía que había que tener en cuenta al Pelado pues venía mejorando mucho y
que podía reforzar los órganos dirigentes, sobre todo en esos momentos de
creciente debilidad por la represión. Más influido por este juicio de Santucho
que por mis propios conocimientos y atenazado por la necesidad de cuadros, es
que al asumir la dirección máxima del PRT-ERP en reemplazo de Roby, propuse
incorporar a Gorriarán al nuevo Buró Político y así se inició una etapa de dos
años de trabajo juntos, la mayor parte del mismo fuera del país. Aquí es donde
empecé a conocerlo más a fondo.
El Buró Político decidió que viajáramos a Cuba para lograr preparación para el
próximo auge de masas que esperábamos para fines de la década del setenta. Lo
hicimos vía Italia, país en la que ya teníamos una pequeña infraestructura.
Naturalmente viajamos separados y yo le dí una cita para nuestro encuentro en
Roma: "te espero al pie de ese arco del triunfo que está a lado del Coliseo", El
pelado llegó a Roma y después me contó que al buscar el arco pensó: "Este Luis
está en pedo: ¿Qué arco del triunfo puede haber aquí si los tanos nunca ganaron
una guerra?" Desde luego yo sabía que el famoso "Arc du Tryunph" estaba en
París, pero había llamado "arco del triunfo" al Arco de Constantino que conocía
sólo por fotos porque, como es sabido, todos los emperadores romanos hacían
construir un arco al regreso de sus guerras triunfales. El chiste no tiene mucha
gracia si uno no advierte que el Pelado, cuestionando con ese ácido humor la
historia bélica de los italianos, no podía quejarse que lo llamaran militarista.
El asunto es que en esos días compartíamos vivienda y vivencias y, desde luego,
la oportunidad de hablar en forma más suelta de los problemas del Partido.
Viajamos a Praga en donde tuvimos diez días y una larga entrevista con un
miembro de la dirección del Partido Comunista Cubano que nos llamó la atención
sobre nuestra tendencia a no detenernos a mirar que estaba pasando. Parecía como
si cada día tuviéramos más acuerdos sobre la situación y lo que había que hacer.
El Pelado no demostraba competencia alguna por la función que yo sustentaba como
continuidad orgánica de la dirección creada por Santucho. Nos abrimos a nuestros
íntimos pensamientos y allí me confió sus dudas, cosa que actuó muy
favorablemente en mi consideración hacia él. Al fin de cuentas era humano y no
esa imagen de bronce que se había construido o que le habían armado alrededor
suyo.
Se realizó la reunión del Comité Ejecutivo de Abril en Roma, en la vía
Crescencio. Desde la ventana de la casa en que sesionábamos podía verse la
cúpula de la Catedral de San Pedro en el Vaticano, todo un símbolo. En ese
evento el Pelado participó como nunca lo había hecho y se unía al entusiasmo
colectivo que restablecía ese optimismo que caracterizó toda la trayectoria del
PRT-ERP, aún en las peores circunstancias. "Persistir y vencer" había sido la
vital consigna que dejaba la herencia de Santucho sin que nadie se percatara que
suplantaba la muy latinoamericana "Patria o muerte" , "Victoria o muerte" o "A
vencer o morir".
Mientras realizaba una huelga de hambre estando preso
Después el Buró Político se instaló
en Madrid en un plan de reconstrucción que duraría de cuatro a seis meses, según
lo planeado. Un trio dirigente regreso a Buenos Aires con las resoluciones del
Comité Ejecutivo y la misión de replegar aún más las fuerzas hacia el movimiento
social dosificando la acciones militares guerrilleras. Yo viajé a Cuba para
completar la misión que había originado la salida del país y en ese lapso se
dieron los golpes represivos en Argentina que destruyeron los restos organizados
del PRT-ERP. El Buró Político estaba dividido en dos y dos por la forma que se
enfrentó la ola represiva anunciando la ruptura.
A esta altura de estos recuerdos sería ocioso relatar los hechos que llevaron a
la ruptura. Había una causa de fondo que no se hacía conciencia en ninguno de
nosotros, causa de causas, por jugar con las palabras y que engendró un
microclima magistralmente expresado por Rolo Diez en su novela "Los Compañeros"
y que reproduzco a continuación:
"De a poco se ha ido dando cuenta de que han caído en una trampa. El
diversionismo ideológico se servirá en el desayuno, tenderá sus dulces
emboscadas, ofertará sus halagos en la feria. Las diferencias comenzarán a
llamarse actividades contra la dirección, el paso siguiente consistirá en
llamarlas actividades contra el partido. La desesperación cerrará su círculo:
Hija de la impotencia engendrará la intolerancia, la persecución. Caminarán su
calle sin salida, repetirán sus mismos pasos, las palabras heladas, las
sentencias. Encontrarán el enemigo en el espejo. Quemarán su bruja a medianoche
y no podrán dormir." .
Y
en efecto, la ruptura, producida en el fondo por la impotencia de no hallar el
camino de retorno simbólico y concreto a la lucha en el país, se produjo a fines
de 1978. Mi último encuentro con el pelado fue, como dije al empezar, en Paris.
La zarzuela se había convertido en sainete.
Yo y la mayoría del Buró Político funcionábamos en Madrid y habíamos llamado al
VI Congreso del PRT. Gorriarán con la mayoría del CC se había atrincherado en
Paris y en principio impugnaban dicho llamado pero a fin de cuentas se avinieron
a participar del mismo siempre que se convinieran las reglas. Al mismo tiempo
ambas facciones recorríamos los grupos partidarios haciendo proselitismo interno
y por supuesto, acusando a la otra parte de las peores herejías en el sistema de
creencias del PRT. La principal, claro está, el abandono de la lucha armada como
forma principal de lucha, manifestación inequívoca del "reformismo".
Naturalmente, más allá de las mejores intenciones de todo el mundo, más allá del
alto grado de alienación del conjunto, había algún que otro piantado. Y con el
grupo de Gorriarán había uno particularmente singular: Jorge Masetti quien
disfrutaba de un apellido histórico y que en un momento propuso a su grupo matar
a Luis Mattini para acabar con su influencia reformista.
Como de este lado tampoco faltaba algún chiflado medio se lo tomó en serio y se
dio la paradoja de custodiar al secretario general más por temor a una agresión
interna que por miedo a los servicios de seguridad de la dictadura que actuaban
en el extranjero.
Por eso es que la reunión con el pelado en Paris fue mucho más cómico que
lamentable. No recuerdo bien como se eligió el Café del encuentro, pero
seguramente que mi equipo verificó el lugar. Lo cierto es que yo ingresé
acompañado de Julio Santucho y ya mi "custodia" había tomado posiciones.
Recorrimos el Café con la mirada y no vimos la supuesta custodia del Pelado. Al
rato llegó acompañado por el Cuervo, compañero que se había iniciado en la lucha
armada en Rosario junto con él, gran organizador de eventos. Se sentaron frente
a nosotros y comenzamos a tratar el asunto. Parecía una mesa de juego. El
problema es que yo no sé jugar al pocker y el Pelado demostró ser experto. Sin
embargo, ahora a la distancia, puede verse que esa reunión puso en evidencia que
el PRT - ERP ya estaba muerto, sólo firmábamos el certificado de defunción.
Ahora, ante su partida definitiva, pienso –como Miguel Benasayag– que yo no sé
si el Pelado quería y luchaba por la misma sociedad que quiero y lucho yo, pero
sí es seguro que siempre peleó contra la misma sociedad que yo peleo, y puedo
decirle con el corazón y sin rencores: Hasta la victoria siempre.
Por Miguel Russo, periodista
mrusso@miradasalsur.com
Impresiones de una entrevista donde Gorriarán Merlo, apenas recuperada su
libertad, dijo hablar de todo.
El 9 de junio de 2003, Enrique Gorriarán Merlo se sentó y dijo tranquilo,
“hablemos de todo”. Tenía 61 años y el 22 de mayo, 18 días atrás, había
recuperado la libertad luego de siete años de prisión, incluida una huelga de
hambre de 162 días. “Hablemos de todo”, dijo. Y se le dibujó en la cara la misma
sonrisa que debió haber tenido allá en San Nicolás por 1944, cuando con tres
años, y apodado Gungo (la primera palabra que dijo), corría por la calle Mitre
detrás de Mary, de seis y medio, la misma que tiempo después sería la jueza
María Romilda Servini de Cubría. La misma sonrisa que la del pibe de ocho, que
jugaba con los hermanitos de a la vuelta, de la calle Nación, Roberto y Carlos
Quieto. La misma que debe haber tenido a los 57, cuando a fines de 1998 el actor
y director Daniel Rito le representó el unipersonal Santucho en su celda de
Villa Devoto.
Cebó mate, Gorriarán, el Pelado, y no esperó preguntas.
Contó las irregularidades de su detención en México a manos de agentes de la
SIDE argentina el 28 de octubre de 1995. Dijo “25 años de clandestinidad”, y no
sonrió. Contó, como le había contado a Ricardo Ragendorfer en un tremendo enero
de 1999 (aquella vez adentro, esta vez afuera, aunque las rejas parecían seguir
estando ahí), que César Arias, el operador de Carlos Menem, lo había tentado con
recuperar la libertad a cambio de inculpar a Alfonsín en el copamiento de La
Tablada. “No acepté, claro”, dijo. Y la frase sonó con la misma desfachatez con
la que le había preguntado a Roby Santucho, el mediodía del 15 de agosto de
1972, en el que preparaban la fuga del penal de Rawson, “¿justo cordero nos
tenían que dar hoy que tenemos que estar ligeros para correr?”.
Habló, Gorriarán, el Pelado, del contexto político-social de aquel 1989. Habló
de los primeros años del regreso a la democracia y de la retirada de los
militares del poder. Habló de las protestas y de los taconeos furiosos en los
cuarteles y en los pasillos del Congreso. Habló de los levantamientos
carapintadas que mostraban hasta qué punto los militares seguían siendo fuertes
en las decisiones políticas del país. Habló de la oposición al gobierno de
Alfonsín y de los acuerdos de determinados sectores para que, con el pretexto de
paliar la crisis militar, planteaban un golpe para que asumiera el vice Víctor
Martínez y se hiciera a un lado la figura del presidente radical tan irritable
para los militares luego del juicio a las juntas.
“Carne podrida”, escuchó Gorriarán. Cebó y dijo, la vista fija en el mate, “nos
enteramos de las reuniones del menemismo con el coronel Seineldín por un informe
de un agente de la Guardia Nacional de Panamá que conocía de Nicaragua, cuando
estuvimos en la guerra con Somoza”. Habló de varias fuentes que corroboraban ese
informe. Y se calló.
Recordó, quizás, lo que había contado de la ejecución del dictador Anastasio
Somoza en 1980: “No fue una venganza. Somoza era el jefe de la contrarrevolución
en Nicaragua. Con el apoyo del general Alfredo Stroessner se había hecho fuerte
en Paraguay. Sabíamos que vivía en Asunción. Y llegamos allí unos 40 días antes
de la operación. Éramos tres, Hugo Irurzún, otro compañero y yo”. Pero se calló.
Sus ojos volvieron por un momento a mirar lo que miraba el capitán del ERP y el
guerrillero en Nicaragua y el integrante del trío en Asunción. Cebó otro mate y
recordó la entrevista que se había publicado en revista Veintitrés, realizada en
la cárcel de Devoto, ya terminada la huelga de hambre, para un documento
especial sobre un aniversario de la masacre de Trelew. Recordó que, en ese
momento, había prometido la primera entrevista en libertad. Y aquí estaba, dijo,
para hablar de todo. “Hombre de palabra”, dijo, y volvió a sonreír como cuando
dijo –en aquella misma nota a Ragendorfer del verano del 99– que, mientras era
uno de los hombres más buscados por los militares, se ponía un bigote grotesco y
conveniente para ir a ver a River. Sonrió aún cuando sabía que ya no se trataba
de Trelew. Y que La Tablada seguía siendo un interrogante.
Escuchó la posibilidad cierta de que
la entrevista no se publicara. Sabía que el director de la revista quería que el
reportaje saliera siempre y cuando hubiera, como contrapartida y en el mismo
número, una entrevista con Seineldín, el otro liberado por el indulto de
Duhalde. Era cierto que Gorriarán había estado dispuesto a reunirse con
Seineldín, “a debatir sobre los hechos de La Tablada”. Era cierto que Seineldín
se había negado sin brindar ningún tipo de precisiones sobre esa negativa. Pero
al escuchar la casi certeza de que la entrevista no saliera, dijo “no importa,
hablemos igual”.
Gorriarán Merlo, en libertad, dijo que era un hombre sin rencores. Y escuchó
“pero con grandes secretos que no está dispuesto a revelar frente a un
grabador”. ¿Pactos?, preguntó, serio. Y, casi de inmediato, se rió y volvió a
cebar.
Había algo raro en las palabras y en los silencios. Gorriarán, el Pelado, había
estado preso, había recurrido a la huelga de hambre y había sido comparado con
responsables de crímenes de lesa humanidad. ¿Qué podían darle a cambio de un
silencio? Miraba, Gorriarán, como demostrando que había pasado mucho tiempo
desde los hechos de La Tablada como para sacar a relucir de dónde habían
provenido los datos que confirmaban (desde la clase política, la clase militar y
la clase periodística) estar ante la inminencia de un golpe de Estado.
La tarde del 9 de junio de 2003, Gorriarán Merlo habló con silencios y calló con
todas las palabras posibles puestas en sus ojos. En esos ojos que corrieron por
las calles de San Nicolás, que se abrieron asombrados ante una gambeta en la
cancha de River, que miraron por la ventanilla del avión que lo alejaba de la
pista de Trelew, que enfocaron a Somoza en los días de Asunción, que vieron la
pinza de la SIDE en México. En esos ojos que se cerraban para afirmar la certeza
de un golpe de Estado abortado por el copamiento del cuartel de La Tablada.
Esos ojos que ya no eran los de un tipo que sabe que es buscado y que busca,
como los vio Eduardo Anguita unos años más tarde de aquella tarde, en la III
Cumbre de los Pueblos de América realizada en noviembre de 2005 en Mar del
Plata. Esa tarde de junio de 2003, Gorriarán Merlo, el Pelado, dijo algo desde
la puerta de calle, antes de cerrar, los ojos aún brillantes, como cuando le
decían Gungo: “Recién vamos a blanquear este punto cuando todos nosotros estemos
en libertad”.
Su significado de la palabra “libertad” se apagó el 23 de septiembre de 2006
cuando murió de un paro cardíaco en el Hospital Argerich de Buenos Aires. Tenía
65 años, Gorriarán, el Pelado, Gungo. Y se llevó los silencios.
El parte oficial consignó que la muerte de Enrique Haroldo Gorriarán Merlo se
produjo hacia las 16.30 [del 22/09/06] a causa de la rotura de un aneurisma en
la aorta abdominal. Ingresó a la guardia del hospital Argerich en parada
cardiorrespiratoria. La noche anterior había estado con antiguos compañeros en
una reunión política. Gorriarán era considerado por la opinión pública un hombre
polémico. No se le perdonó el desastre de fuego y sangre desatado en el
copamiento del regimiento de La Tablada, el 23 de enero de 1989. Sin embargo,
luego de largos años de cárcel y de una durísima huelga de hambre, obtuvo la
libertad en mayo de 2003, por un indulto. Desde ese momento se preparó para
regresar. Estaba tratando de concretarlo a través del Partido del Trabajo y el
Desarrollo, un grupo de objetivos moderados y proyectos electorales asentado en
Santa Fe. Es probable que su muerte despierte sentimientos encontrados. Eso sí,
nadie podrá decir que no ha sido prematura: tenía 64 años y era uno de los
últimos mohicanos de la dirección del PRT-ERP, la guerrilla marxista más
importante de los años ’70.
Revista Punto Final Nº 165, Chile,
20 de agosto de 1972. Se transcribe una entrevista a Santucho y Gorriarán Merlo
en Tucumán, la fuga de Trelew, el arribo a Chile y el status legal del grupo de
fugados en Chile. Descargar facsímil pdf, 13,3 Mb
La Tablada lo expulsó de la vida
legal y de la lucha democrática en la que, a diferencia de otros de sus
camaradas, pretendió incursionar. A mediados de los ’80 había realizado una
autocrítica devastadora, marcando como un error las acciones armadas llevadas a
cabo bajo el gobierno de Isabel Perón. Antes de La Tablada había cometido otro
error: describir, sin una pizca de pasión, los instantes finales de Anastasio
Somoza, un personaje siniestro y despreciable cuya muerte en atentado llevó la
firma de un sector del PRT-ERP que él lideraba. Ocurrió en Asunción del
Paraguay, donde Somoza estaba exiliado, el 17 de septiembre de 1980.
Es curioso, la vida fue construyéndole una imagen brutal que, quienes lo
rodeaban, niegan de plano. "Tenía un enorme sentido de la amistad –sostiene su
amigo y conmilitón, el médico Roberto "el Turco" Habichayn– y para mí lo fue. Un
gran amigo, familiero, sin dobleces. Se emocionaba con mi hijo, que tenía la
edad de sus mellizas y estaban lejos. Sentía una especial debilidad por su
madre. Ella murió estando preso y no le permitieron verla".
Daniel De Santis, ex miembro del Comité Central del PRT e integrante de la
corriente que siguió a Gorriarán al producirse en los ‘80 la última y definitiva
división de la organización, coincide con esa impresión. "Mi relación con él era
bastante buena. Lo que tenía para criticarle no me lo callaba. El se revolvía en
la silla, pero se lo aguantaba. Era un tipo que se emocionaba con facilidad. Se
le humedecían los ojos en cuanto hablaba de algo que lo conmovía. Fue muy
solidario conmigo."
Gorriarán había ingresado a mediados de los ’60 a Palabra Obrera, la corriente
trotskista que, fusionada con el Frente Revolucionario Indoamericano Popular
(FRIP, un movimiento indigenista impulsado por Mario Roberto Santucho) dio
origen al PRT. Había nacido en San Nicolás, de una familia radical, pero Rosario
y la universidad eran el polo de atracción para los jóvenes de la ribera del
Paraná. Con Luis Pujals, Emilia Susana Gaggero y Benito Urteaga formaron parte
de la "regional Rosario", de enorme gravitación en el desarrollo del PRT. En
1970 fue elegido delegado al Congreso que decidió la fundación de un brazo
militar: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Ese mismo congreso designó
Secretario General a Santucho y a Gorriarán uno de sus jefes militares. Santucho
ya era "Carlos" y Gorriarán, "Ricardo".
Las rupturas posteriores dejaron heridas y según pertenezcan a uno u otro bando,
las opiniones respecto de la capacidad política y militar de Gorriarán,
difieren: para De Santis, uno de sus antiguos hombres, no es cierto que, tal
como piensan muchos, "Ricardo" careciera de conocimientos teóricos: "Al volver
de Cuba, después de la fuga de Rawson, ocupó con Santucho una casita en Gonnet.
La había alquilado un pariente mío, que también militaba en el partido. Cuando
abrí la puerta me encontré con un pelado que estaba leyendo El Capital. No era
un hombre sin formación o que no hubiera estudiado el marxismo. Ahora tenía
tendencias socialdemócratas, eso es verdad, pero creo que se trataba de una
cuestión táctica. Estaba totalmente identificado con la Revolución Cubana y la
Revolución Bolivariana. En lo militar, tuvo que ver con la construcción del ERP,
estaba en el comando que dirigió la fuga de Rawson, fue jefe del comando que
ejecutó a Somoza y, más importante que eso, como estaba en la inteligencia
nicaragüense participó del ajusticiamiento del comandante Bravo, en Honduras.
Bravo era el jefe de las tropas especiales del somocismo que, apoyado por la
CIA, se había reorganizado alrededor de él"
Luis Mattini, nombrado secretario general del PRT tras la muerte de Santucho, y
adversario ideológico de Gorriarán, tiene una visión más crítica: "Lo conocí en
el 70, en el V Congreso. Y tenía prestigio en el aspecto militar. Estuvo al
frente del asalto a un tren pagador, en Rosario, y con ese dinero se financió el
congreso. Su primera acción militar importante había sido, precisamente, durante
"el rosariazo". Ese congreso lo convirtió en miembro del Comité Central y
miembro del Estado Mayor del ERP. Santucho, era el comandante en Jefe. En 1972
pasa a revistar en el Buró Político. Urteaga ("Mariano" era su nombre de guerra)
y Santucho tenían mucha afinidad y yo me entendía bien con Domingo "el gringo"
Mena y con Eduardo Merbilháa ("Alberto"). El Pelado era el Pelado. No tenía un
par en el Buró. Era muy solitario. Muy reservado".
Mattini
señala que la toma del cuartel de Azul marcó un punto de inflexión en el
prestigio militar de Gorriarán dentro de la organización: "lo despromovieron del
Estado Mayor y quedó en su reemplazo Juan Ledesma, el "comandante Pedro".
Gorriarán nunca alcanzó el grado de "comandante". Era "capitán"." A
regañadientes, Mattini acepta explicar que la despromoción se debió a "errores
de mando": en buen romance, una orden de retirada prematura y sin asegurar que
todas sus fuerzas estuvieran en condiciones de abandonar el lugar. "Por eso lo
enviaron a Córdoba, a realizar trabajo en el frente de masas. Allí, una decisión
suya, altamente arbitraria, desencadenó su exclusión del Buró Político. Sin
embargo, siempre permaneció como integrante del Comité Central". Mattini tiene
ideas claras respecto de su viejo compañero: "no es ni un héroe ni un demonio.
Es como lo que produjo latinoamérica, gente que dio mucho y erró mucho. Si se
quiere tenía, en lo operativo, un estilo desprolijo que le era muy
característico, claro que en medio de una desprolijidad general. Tenía la lógica
del sentido común ¿Qué entiendo por eso? El pensar linealmente que si algo se
planifica bien, tiene que salir bien. Su gran acción, la más meritoria, es la
ejecución de Somoza. Lo que hizo en Nicaragua no fue poca cosa, no"
Algo muy parecido es lo que sostiene Humberto Pedregosa, "Gerardo", un ex
importante cuadro militar del ERP. "El Pelado fue fundamental en los inicios de
la acción armada, en las primeras etapas de la organización militar. Después, el
surgimiento de nuevos cuadros militares y el salto cualitativo del PRT-ERP lo
relegaron a un segundo plano, su papel se diluía. Pero lo que merece destacarse
es que fue un hombre que nació en cuna de oro, pertenecía a las clases medias
altas y renunció a todos los privilegios para abrazar una causa que implicaba
muchos sacrificios. No era de los que estaban obligados a luchar porque no les
quedaba otra salida. Y desde el punto de vista de su lealtad, era
irreprochable". Mattini no cree que la muerte de "Ricardo" marque el fin de una
época. "El fin de una época morirá cuando desaparezcamos todos. Somos los
últimos guevaristas. La revolución sigue, pero por otras vías. Gorriarán fue
reflejo de una época, con lo bueno y lo malo. Para evaluar una época hay que
agarrar las bolsas llenas y las vacías" .
El 22 de agosto de 1972 la Marina asesinó en Trelew a dieciséis militantes de
organizaciones revolucionarias que habían intentado fugarse del Penal de Rawson
siete días antes. Enrique Gorriarán Merlo, uno de los seis que lograron
escaparse, recuerda como fueron aquellos hechos. Cómo se planeó el escape, el
diálogo con Agustín Tosco, la llegada a Chile donde se enteraron de la masacre y
el posterior viaje a Cuba son algunos de los temas que se charlaron en esta
entrevista.
Por Esteban Tedesco
Rawson,
15 de agosto de 1972, hora 18, Penal de máxima seguridad. Un grupo de 116
militantes de las principales organizaciones de la izquierda revolucionaria
argentina, presos por razones políticas, planea fugarse del lugar. La apuesta,
se sabe, es ambiciosa. Un error podría ser fatal. La idea es controlar el Penal
desde adentro y luego escapar en camiones hasta el aeropuerto de Trelew,
distante a 20 kilómetros, para ocupar allí dos aviones que los lleven hasta
Chile -donde gobierna el socialista Salvador Allende- y más tarde seguir viaje
rumbo a la Cuba de Fidel. La fuga se complica y sólo logran su cometido los seis
principales líderes políticos de cada organización: Mario Roberto Santucho,
Domingo Menna y Enrique Haroldo Gorriarán Merlo (Partido Revolucionario de los
Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo); Fernando Vaca Narvaja
(Montoneros) y Roberto Quieto y Marcos Osatinsky (Fuerzas Armadas
Revolucionarias). Un grupo de diecinueve militantes llegará tarde al aeropuerto,
cuando el avión ya había despegado. Son rodeados y luego de una ardua
negociación se rinden con la promesa hecha por el Capitán de Corbeta Luis Emilio
Sosa de que no se tomarían represalias en su contra. De allí son trasladados a
la Base Aeronaval Almirante Zar, bajo control de la Marina, donde Sosa y su
segundo el Teniente de Fragata Roberto Guillermo Bravo harán todo lo contrario a
lo pactado en el aeropuerto. En la madrugada del 22 de agosto de 1972, luego de
torturarlos durante varios días, Sosa, Bravo y sus secuaces irrumpen a los tiros
en las celdas donde se encontraban los detenidos. Dieciséis de ellos mueren en
el acto. Pero tres sobreviven. La Marina intenta explicar lo inexplicable. En
palabras de Sosa: “el guerrillero Mariano Pujadas, con un golpe de karate,
intentó desarmarme. Allí se produjo el enfrentamiento”. Curiosamente, ningún
hombre de la Marina resultó herido, ni siquiera un rasguño. Los sobrevivientes
Maria Berger, Ricardo Haidar y Alberto Camps, le contarán tiempo más tarde a
Paco Urondo la verdadera historia de esta masacre que sentó un precedente en el
terrorismo de Estado como práctica sistemática en la Argentina de los años
setenta. Por cierto, Sosa y Bravo, responsables directos de estos asesinatos,
fueron premiados por el gobierno de Alejandro Agustín Lanusse con una
Agregaduría Naval en Washington, como para que nadie los molestara aquí en la
Argentina y pudieran seguir recibiendo instrucción antisubversiva. Es decir,
aprendiendo a matar cobardemente a personas indefensas. Enrique Haroldo
Gorriarán Merlo, uno de los seis que lograron fugarse del Penal de Rawson
recuerda que hacia el año 1972 “todo el movimiento de resistencia a la
dictadura, no sólo el PRT – ERP, sino también por ejemplo la resistencia en el
terreno sindical que encabezaba Agustín Tosco, en fin todos esos sectores tenían
un gran consenso en la población y habían logrado una aprobación muy importante,
que se vio reflejada en el repudio que ocurrió inmediatamente a los sucesos del
22 de agosto de 1972 en Trelew. En el caso mío, de Roby Santucho, de Alejandro
Ulla y Humberto Toschi, habíamos sido detenidos el 30 de agosto del año ´71.
Primero estuvimos en la cárcel de Córdoba, después en Villa Devoto y desde abril
del año 1972 nos habían trasladado al penal de Rawson, que era una cárcel de
máxima seguridad, a donde llevaban a quienes ellos -por el gobierno del general
Lanusse- consideraban más peligrosos, ya que se trataba de una cárcel edificada
en una zona desértica”.
¿Cómo eran caracterizados el gobierno del General Lanusse y la coyuntura
política que vivía el país por entonces?
Enrique
Gorriarán Merlo por Julio Santucho*
Lo conocí en 1969 cuando volví al país para incorporarme al PRT.
Eran los momentos fundacionales de la lucha armada. Y, en ese momento, la
Regional Rosario sobresalía. Uno de los hombres más firmes y decididos era el
Pelado Gorriarán. Aunque a él no le gustaba mucho reconocerlo, era un cabal
representante de una de las almas del PRT: la decisión, el culto por la acción,
la persistencia en el camino trazado.
Creo que el período más brillante de su militancia fue precisamente aquél en que
la lucha armada ocupó un lugar preponderante en la política del partido:
1969-1973. Pasado ese período, el Pelado empezó a tener altibajos, fue
sancionado, salió de la dirección.
Después de la muerte de Robi, volvió a dar todo de sí. Se puso al frente de los
restos del partido, trabajó para preservarlo y reorganizarlo; a pesar de ello,
no logró evitar la ruptura ni encontrar instancias de superación. En Europa
compartimos numerosas situaciones y se creó entre nosotros un fuerte lazo de
afecto. En ese momento se creó una división entre los que intentábamos
reformular el accionar político en consonancia con las características de la
Argentina postdictadura y los que seguían creyendo en la vieja estrategia de los
años '60 y '70. Siguió adelante por su camino con un gran número de compañeros
que reconocieron en él esas virtudes que hicieron grande al PRT. Estuvo en
Nicaragua y en el atentado a Somoza que fue el último capítulo de la guerra
revolucionaria a la que el Pelado había entregado todo.
Después vino La Tablada, un episodio que causó desconcierto y dejó muchas dudas.
Yo creo que el Pelado no había entendido en qué medida la situación había
cambiado. Después del proceso y los años de cárcel que sobrellevó dignamente, su
pensamiento político se hizo más maduro. Pero es indudable que fue siempre un
hombre coherente con sus principios, íntegro, abnegado, un gran luchador. Se nos
fue el último del puñado de cuadros que en 1970 constituyó el núcleo fundador
del ERP, un gesto de audacia que conmovió a la Argentina de entonces y que ha
dejado una marca indeleble en la historia de nuestro pueblo.
*Militante del PRT-ERP. Hermano del líder revolucionario Roberto Santucho,
asesinado en 1976 por la dictadura militar.
El gobierno de Lanusse era parte de
la política de aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional, impulsada desde
los Estados Unidos para América Latina, que consistía en promover dictaduras
militares con el objetivo -según los Estados Unidos- de impedir el advenimiento
del comunismo en el continente y en esa coyuntura, debido al acoso que había por
parte de la resistencia popular, ellos habían planteado el G.A.N -Gran Acuerdo
Nacional-, que consistía en un retorno a la democratización del país.
¿Cuál era la principal diferencia que tenía el PRT – ERP con la organización
Montoneros?
Teníamos diferencias en un sentido y no en otro. Después la diferencia se
profundizó. En ese momento, tal como lo reflejan las declaraciones de Mariano
Pujadas –militante montonero, asesinado el 22 de agosto de 1972- en el
aeropuerto de Trelew previo el traslado a la Base Almirante Zar, todos
coincidíamos en la unidad de las organizaciones revolucionarias y en seguir
enfrentando al régimen sobre el cual se desconfiaba de que realmente quisiera
una verdadera democratización. La gran diferencia que teníamos con Montoneros
era otra y se expresó más abiertamente después de 1973. Los Montoneros y el
sector más numeroso del peronismo revolucionario, adscribía a la teoría de John
William Cooke. Esta consistía en que cualquier transformación revolucionaria en
la Argentina, tenía que pasar por la transformación previa del Movimiento
Peronista en un Movimiento Revolucionario. Nosotros contrariamente a eso
creíamos que cualquier construcción revolucionaria debía estar hecha por fuera
de las estructuras tradicionales, ya que estas iban a ser controladas siempre
por los politiqueros de turno. Esa fue una diferencia que tuvo graves
consecuencias, porque cualquier triunfo revolucionario requiere de la unidad de
las fuerzas que proponen el cambio -tanto organizaciones armadas como políticas
y sindicales- y de la división de las élites dominantes. Eso ocurrió en la
Argentina hasta 1973 y por eso cayó la dictadura, como producto de esa
resistencia. Desde 1973 en adelante se produjo la situación inversa, se
dividieron las fuerzas revolucionarias y se unieron las élites dominantes. Esa
fue la principal limitación, creo yo, de la resistencia argentina, que no logró
resolver el problema de la unidad a pesar de tener coincidencias en los
objetivos finales.
¿Cómo surge la idea de planear la fuga del Penal de Rawson?
Por el momento que se vivía –muy distinto a otros- no había ninguna alternativa
en materia jurídica. Apenas uno caía preso, la principal tarea que asumía era
ver como se fugaba. Nosotros ya habíamos tenido planes de fuga en Devoto, en La
Plata, donde estuve una semana, pero me trasladaron antes de que se produjera y
después apenas llegamos a Rawson. No había otra alternativa de volver a retomar
la lucha en la calle que no fuera fugándose. Cuando nosotros llegamos en abril a
Rawson, ya había un plan de fuga elaborado por los compañeros que estaban en el
Penal, a partir de una idea que había tenido el “gringo” Domingo Menna,
dirigente del PRT-ERP. Este plan contemplaba la fuga de seis compañeros,
precisamente por la ubicación que tenía la cárcel. La fuga consistía en hacer un
túnel hasta pasar el paredón de la cárcel, y de ahí en auto fugar hasta Bahía
Blanca, que queda a una distancia de 700 kilómetros. Para eso había que
aprovechar un lapso de tiempo que iba desde el último recuento de la noche hasta
el primero de la mañana, que nos daba unas diez horas de plazo. Si los guardia
cárceles percibían que había habido una fuga a las dos o tres horas de ocurrida,
era muy fácil detectar a los fugitivos por las características del terreno. Esa
fuga se había planeado a partir de un vínculo que había hecho el “gringo” Menna
con un guardia cárcel de apellido Fazio. Cuando nosotros llegamos, vimos que con
la colaboración de esa persona podíamos hacer algo mayor, que era ocupar el
penal a partir de que él nos entrara armas y un uniforme. Esto se dio así porque
habíamos detectado que las Fuerzas Armadas tenían montado un operativo de
seguridad para que no fugáramos del Penal, a partir de la hipótesis de que iba a
ser un ataque de afuera hacia adentro del Penal. Entonces nosotros copamos el
Penal desde adentro, lo cual exigía una colaboración mínima de no más de diez
compañeros afuera, cuyos movimientos eran imperceptibles. Eso fue lo que se hizo
y Fazio entró armas y un uniforme que fue con el cual ocupamos el Penal y
pudimos armar toda la estratagema que nos dimos para salir de ahí.
En ese momento estaba también detenido en el Penal de Rawson el dirigente
sindical Agustín Tosco. Por allí se comentaba que Tosco había pronunciado la
frase de que él no se fugaba porque “lo iban a liberar las masas”. ¿Era Tosco
capaz de pronunciar semejante frase?
Eso es una gran mentira. Tosco era incapaz de decir algo así. Era una persona
seria y humilde y lo suficientemente respetuosa como para ser tan despectivo con
respecto a los otros, como para menospreciar a los demás. Él fue a la única
persona de los que no se fugaban a la cual nosotros le avisamos que nos íbamos a
fugar. Eso fue en un recreo de las cuatro de la tarde del mismo día quince de
agosto –día de la fuga-, dos horas antes de que nos fugáramos. Fuimos a verlo
Marcos Osatinsky, Roby Santucho y yo. Roby le dijo que nos íbamos a fugar y él
lógicamente se sorprendió. También le dijo que si quería venir, por supuesto que
podía hacerlo, pero que sabíamos que nos iba a decir que no porque eso no
convenía, puesto que fugarse lo haría pasar inmediatamente a la clandestinidad y
tenía que dejar de cumplir el rol que él cumplía como parte de la resistencia.
Agustín Tosco, hasta el día que falleció lamentablemente, siempre coordinó todas
las actividades políticas con nosotros y es falso eso que también se dice por
ahí, de que uno estaba con la lucha armada y otro con la lucha pacífica.
Estábamos de acuerdo con la resistencia y todos sabíamos que era una combinación
de las formas que había para enfrentar a la dictadura. Entonces, el Roby le dijo
eso, el se puso unos instantes en cuclillas mirando el suelo, luego levantó la
vista y sus únicas palabras fueron: “¿y yo que tengo que hacer?”.
¿Y
ustedes que le dijeron?
Le dijimos que por favor controlara a los presos comunes que estaban en el
Pabellón enfrente al suyo y a la gente de su propio Pabellón, porque ellos al
ver que el Penal estaba ocupado por nosotros a lo mejor intentaban fugar. Y el
problema no era tanto que intentaran fugar, sino que los iban a masacrar porque
ahí no había a donde irse. Entonces Tosco dijo que iba a hacer eso y eso, en
definitiva, fue lo que hizo.
¿De qué manera tomaron conocimiento de que la operación se había complicado?
En el último paso para ocupar el Penal se produjo un enfrentamiento armado de
unos seis o siete disparos nomás, donde lamentablemente muere un guardia cárcel
de apellido Valenzuela. Nosotros pensamos que él se dio cuenta de que los que
venían, a pesar de llevar uniforme, eran compañeros nuestros; resistió y se
produjo este enfrentamiento. Al escuchar los disparos, Carlos Goldemberg, que
era un compañero de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) que manejaba el
auto en el que estaba previsto que nos fuéramos los seis que salimos, ingresa al
Penal para ver en que podía ayudar sin esperar la orden de un responsable, ni
nada. Entonces pasaban los minutos y los dos camiones que tenían que entrar para
recoger al resto de los compañeros, éramos 116 en total, no entraban. Ahí los
compañeros nos empezaron a insistir a nosotros para que nos fuéramos. Previo a
eso empezamos a hablar por teléfono a compañías de taxi de Rawson para que por
favor vinieran con el argumento de que tenían que pasar a recoger a visitantes
de la cárcel. En esos taxis llegaron luego los diecinueve compañeros al
aeropuerto de Trelew. Nosotros jamás pensamos que había pasado lo que pasó.
Pensábamos que se habían perdido en el pueblo a pesar de ser muy chico. Por eso
lo recorrimos en auto para ver si los encontrábamos. Vimos que nos estaban y nos
fuimos al aeropuerto de Trelew que estaba a 20 kilómetros, donde estaba Jorge
Luis Marcos, que era miembro del PRT-ERP y responsable de todo el grupo de
afuera. Llegamos al aeropuerto y no había ninguno de los compañeros que estaban
en el Penal y el avión que teníamos pensado ocupar ya estaba carreteando, listo
para salir. Entonces subimos a la Torre de Control Fernando Vaca Narvaja (que
tenía puesto el uniforme) y yo. Le dijimos al controlador del aeropuerto que
éramos del Ejército y que había una denuncia de atentado contra el avión para
que lo detuviera porque lo teníamos que revisar. Y eso fue lo que efectivamente
sucedió. Luego ocupamos el avión y nos fuimos a la cabecera de la pista, a
esperar, tal como habíamos quedado con los compañeros. Es importante decir que
todas las posibilidades de éxito y de distintos grados de fracaso de la acción
las habíamos evaluado. Fuimos a la cabecera de la pista a esperar y cuando vimos
que la acción estaba en conocimiento de las fuerzas represivas y comenzaban a
rodear los distintos lugares, de lo cual nos íbamos enterando por la radio del
propio avión, ahí, tal como habíamos acordado con los compañeros, partimos.
Mantuvimos una comunicación del avión al aeropuerto mientras pudimos y nos
enteramos recién en Chile de la llegada de los compañeros al aeropuerto. Lo que
hicieron los compañeros ahí fue todo lo que estaba previsto. Es decir, llamar a
los abogados, llamar a los jueces, no con el objetivo de evitar una masacre
puesto que eso no lo pensábamos de ninguna manera, porque eso después se
convirtió en el primer antecedente en ese sentido de esa época, sino con el
objetivo de evitar torturas brutales o algún crimen individual. Pero nunca
pensamos que ocurriría lo que ocurrió.
¿Qué tenían pensado hacer al llegar a Chile?
La idea era abastecernos de nafta y seguir rumbo a Cuba. Pero ahí nos esperaba
Arsenio Pupán, que era el Jefe de Investigaciones y miembro del Partido
Socialista de Chile, que nos dijo en nombre del presidente Salvador Allende, que
él nos pedía que nos quedáramos en Chile, porque si seguíamos teníamos que
reabastecer de nafta el avión en Manaos -al norte de Brasil- o en Caracas,
lugares en donde no había garantías de que no nos devolvieran. Nos dijo que
ellos iban a buscar la forma política de evitar una ruptura mayor con la
Argentina pero que en ningún caso íbamos a ser devueltos al país. Aceptamos esta
propuesta y por eso nos quedamos en Chile. El presidente Allende cumplió
estrictamente con lo dicho, sin ponerlo en duda en ningún momento. Sin embargo,
nosotros nunca lo vimos a Allende. Vimos a todos los miembros de la Unidad
Popular, menos al Presidente Allende. También es mentira eso de que le regaló
una pistola a Roby. Allende era un pacifista, podía hacer cualquier regalo menos
una pistola. Nosotros teníamos comunicación con Allende a través del Secretario
General del Partido Socialista de la zona centro de Chile, Juan Bustos, que
actualmente es diputado por el Partido Socialista. Él era el que transmitía lo
que nosotros queríamos decirle a Allende y lo que el Presidente quería decirnos
a nosotros. Lo veíamos hasta dos o tres veces por día por las idas y venidas de
los mensajes. Siempre en muy buen tono y muy solidario.
A Enrique Gorriarán. Video homenaje
a Enrique Gorriaran. Con escrito de Carlos Imaz en la voz de Luis Cabrera,
palabras de Osvaldo Bayer de diciembre de 2002, la musica de Mercedes Sosa
interpretando "Corazon Libre" y fotos con familiares, amigos y compañeros.
¿Ustedes nunca pensaron que el
gobierno de Lanusse podía tomar una represalia de este tipo? Es decir mandar a
fusilar a diecinueve personas...
No, para nada. Estábamos evaluando con Juan Bustos y los dirigentes de la Unidad
Popular cual era la mejor salida de Chile para nosotros, de manera de seguir
viaje a Cuba, cuando se produce la masacre. Eso fue por la mañana, a nosotros
nos resultó raro no tener una radio que teníamos habitualmente. Estábamos ahí en
calidad de retenidos y en realidad más que custodiados estábamos compartiendo el
espacio con guardias de Investigaciones de Chile que eran todos del Partido
Socialista, con lo cual para nosotros eran como compañeros, nada más que había
que guardar la formalidad de que aparentemente estábamos custodiados. Entonces
esa mañana nos encontramos con que no teníamos la radio; nos dijeron que se
había descompuesto pero que ya la iban a traer. A media mañana, yo voy a buscar
un café y uno de los compañeros de Investigaciones me dice que habían matado a
unos compañeros en el sur argentino. Yo inicialmente no reacciono. Habrán pasado
quince segundos hasta que vuelvo y encuentro a Roby (Santucho) y a Marcos
(Osatinsky), que me dicen: “andá a preguntarle”. Vuelvo y este hombre ya no
estaba. Los otros me dicen “no, fue un comentario, debe haber sido una acción de
la guerrilla”, como si hubiera sido otra cosa. Pero ya nos había quedado la
preocupación. Entonces empezamos a exigir con más vehemencia que nos devolvieran
la radio, hasta que en un momento ejercimos una presión fuerte y le dijimos que
si no nos devolvían la radio nos íbamos. Y como ellos no podían ni querían
reprimirnos era una situación difícil que nosotros saliéramos por la puerta
caminando. Para esto había manifestaciones del Partido Socialista y del MIR
(Movimiento de Izquierda Revolucionaria) en la puerta del Cuartel de
Investigaciones que era donde estábamos, en el centro de Santiago. Entonces ahí
nos piden por favor que nos quedemos que ya iba a venir Arsenio Pupán.
Efectivamente a la tardecita llegó él. Se sentó en una mesa grande, en la
cabecera. Primero nos pidió disculpas por la incertidumbre y la demora que se
había producido, diciendo que no quería darnos la información de un suceso tan
grave como el que nos iba a anunciar sin que antes no estuviera perfectamente
confirmado. Fue ahí cuando nos empezó a dar la lista de los dieciséis compañeros
asesinados, entre los cuales estaba la compañera de Vaca Narvaja, Susana Lesgart
y Ana María Villarreal de Santucho, compañera de Roby y los compañeros de todos
nosotros. Después de eso, estábamos absolutamente impactados y consternados, se
produjo un silencio. Yo insulté, algún otro también habrá insultado, pero fueron
palabras aisladas, nos quedamos en silencio durante un tiempo. Ahí mismo,
Arsenio Pupán nos informó que el Presidente Allende había decidido que nos
fuéramos inmediatamente a Cuba y que solo íbamos a esperar lo que demorara
solucionar los problemas técnicos. Dos días después salimos rumbo a Cuba,
totalmente impactados por el crimen que se había cometido, que terminó
transformándose en el primer antecedente de asesinato de prisioneros como
política sistemática del Estado. Antes habían existido los fusilamientos de José
León Suárez en el año 1956, igualmente condenable, igualmente brutal e
igualmente deleznable. Pero fue un hecho puntual y no tuvo una continuidad como
política sistemática.
Imagino que después de este hecho las ganas de volver al país eran mucho
mayores...
Apenas llegamos a Cuba, con la anuencia por supuesto del gobierno cubano,
planteamos que queríamos volver lo más pronto posible a la Argentina e
inmediatamente nos abocamos a preparar las condiciones para el regreso. Llegamos
a la Isla el 25 de agosto, en noviembre ya estábamos de vuelta en Santiago de
Chile y antes de fin de año habíamos retornado al país. En nuestro caso, de los
tres que éramos del PRT-ERP, había que sumar a Víctor Fernández Palmeiro y
Alejandro Ferreira, que venían en el avión como grupo de apoyo externo de la
fuga, de modo que éramos cinco en total. Primero entraron ellos por separado, el
“gringo” Menna después y finalmente Roby (Santucho) y yo en una avioneta en la
que cruzamos la cordillera, a partir de la colaboración de un compañero aviador
ligado al MIR de Chile que nos dejó en un aeropuerto de Neuquen y de ahí
volvimos a Buenos Aires. Eso fue a mediados de diciembre de 1972.
Enrique Haroldo Gorriarán Merlo es
uno de los más célebres revolucionarios latinoamericanos. Fue militante y
dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores y del Ejército
Revolucionario del Pueblo [PRT-ERP], organización guevarista argentina dirigida
por
Mario Roberto Santucho [1936-1976]. Gorriarán combatió en
Argentina, en Nicaragua y en otros países latinoamericanos. Entre muchas otras
acciones, en 1979 participó del ajusticiamiento del sanguinario dictador
nicaragüense Anastasio Somoza, por entonces exiliado en Asunción, Paraguay. Más
tarde —ya disuelto el PRT-ERP y como dirigente del Movimiento Todos por la
Patria [MTP]—, Gorriarán Merlo integró y dirigió el grupo que en 1989 asalta el
cuartel militar de La Tablada
[Argentina]. Por esta acción pasó varios años en prisión. Gorriarán Merlo
constituye un testigo privilegiado de toda una época y un protagonista directo
de varios hechos fundamentales de nuestra historia política. Con sus aciertos y
con sus errores, este militante argentino, como muchos de sus compañeros y
compañeras, le dedicó toda su vida a la revolución latinoamericana. Falleció de
un paro cardiorrespiratorio en Buenos Aires, el 22 de septiembre de 2006, a los
64 años.
Por Néstor Kohan, 2006
Néstor Kohan: En los relatos oficiales de la historia argentina se ha intentado
deslegitimar la lucha revolucionaria de nuestro pueblo por diversas vías. La más
famosa ha sido la teoría de los "dos demonios" (en la cual son homologados los
militares asesinos y los revolucionarios). Otra forma más sutil ha consistido en
atribuir a los revolucionarios una visión puramente "foquista" donde la batalla
hegemónica y cultural y la lucha de ideas no habrían jugado ningún papel. ¿Cómo
fue la integración de la lucha cultural e intelectual dentro de la vida política
de la organización a la que vos perteneciste, el PRT-ERP?
Gorriarán Merlo: Al contrario de ese relato oficial, el PRT-ERP siempre le dio
importancia a la faz popular y a la dimensión cultural de la lucha. Te doy un
ejemplo. En 1973, cuando se dieron mayores condiciones de posibilidad, el
partido [PRT] impulsó la publicación de un diario masivo. Se llamaba El Mundo y
editaba los días domingos 100.000 ejemplares...
N.K.: ¿Durante cuánto tiempo existió esa publicación masiva?
G.M.: Bueno, hasta que lo
cerraron... hasta que lo prohibieron en 1974. Además, clandestinamente, se
editaban las revistas Estrella Roja y
El Combatiente. La primera era el medio de
comunicación del ERP, mientras que la segunda del PRT. Estrella Roja llegó a
editar 30.000 ejemplares y
El Combatiente alcanzó la cifra de 20.000. En 1973,
durante los cortos meses del gobierno de Héctor J.Cámpora, se editaron
legalmente. Luego, continuaron editándose clandestinamente. Lo que quiero decir
es que entre ambas publicaciones se editaron 50.000 ejemplares cada 15 días. Si
vos no tenés a quien llegar con estos periódicos, con estos medios de
comunicación, si no tenés un público, si no hubiese habido una batalla cultural
y de ideas apuntando a las masas, no hubiese tenido sentido publicarlos.
N.K.: ¿Existió algún trabajo o área específica para la batalla cultural dentro
del PRT?
G.M.: Sí, por supuesto. Existió el Frente de Trabajadores de la Cultura (FTC),
que aglutinaba a los trabajadores de la cultura, a los artistas y a los
intelectuales. El FTC se creó y funcionó desde el comienzo. El ERP se fundó en
junio de 1970 y ya desde ese momento comenzó a funcionar el Frente de
Trabajadores de la Cultura. Varios de estos compañeros, que formaban parte del
FTC, integrarán después el Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS) que,
mostrando una gran capacidad de movilización, realizó varios congresos masivos,
cinco en total. Por ejemplo, en el año 1974, en pleno auge de la Alianza
Anticomunista Argentina (AAA [grupo paramilitar y parapolicial de la extrema
derecha argentina dedicado a asesinar dirigentes y militantes de izquierda]), el
FAS logró reunir a 30.000 personas en un acto en la ciudad de Rosario. No era
fácil reunir tantas personas en un marco político determinado por la derecha más
represiva, por la extrema derecha del peronismo.
N.K.: ¿Haroldo Conti era integrante del Frente de
Trabajadores de la Cultura y del Frente Antiimperialista por el Socialismo
(FAS)?
G.M.: Efectivamente. Haroldo era uno de sus integrantes. El 5 de mayo se cumple
un nuevo aniversario de su desaparición. Haroldo, reconocido escritor de
ficción, trabajaba la faz cultural. Eso no lo hacía a pesar de su militancia
sino por su misma militancia. La militancia no iba en contra de su actividad
cultural sino a favor de ella. No había otra posibilidad. Lo menos conocido de
su personalidad, lo que ha permanecido más oculto, es que también era un
militante pleno de la causa revolucionaria, integrante del PRT.
N.K.: ¿Vos lo conociste personalmente a Haroldo?
G.M.:
No lo conocí personalmente. Sí lo conocí a través del los informes diarios. Yo
estaba en ese entonces en Córdoba y en Tucumán [dos provincias argentinas] y
Haroldo estaba en Buenos Aires [capital de Argentina]. Lo he visto en un acto
del FAS, pero no tuvimos actividad conjunta. Haroldo Conti trabajaba en el área
cultural y también en la esfera de informaciones del PRT y el ERP. Él tenía
muchas relaciones y mucha información. Por ejemplo, cuando Haroldo desaparece él
estaba encabezando un proyecto que consistía en la salida pública de una radio
clandestina que iba a interferir la frecuencia de onda de Radio Colonia [popular
radio de Uruguay que se escucha habitualmente desde Buenos Aires] con el
objetivo de difundir nuestro pensamiento en forma masiva. Posteriormente, se
intentó ocultar su militancia revolucionaria. Se lo caracterizó única y
exclusivamente como escritor. Pero Haroldo fue secuestrado y desapareció porque
era un revolucionario.
N.K.: ¿Cómo se expresaba ese pensamiento en su obra?
G.M.: Bueno, si vos leés su obra literaria, encontrás que todos sus cuentos, o
la mayoría, son sobre la vida cotidiana. Además de que son bellos, expresan la
vida de los verdaderos hacedores de la sociedad: las personas comunes. En su
obra la gente común está mucho más presente que los "grandes personajes". Por
ejemplo Haroldo Conti escribe muchos relatos sobre la vida en Chacabuco [un
pueblo de la provincia de Buenos Aires]: "La balada del álamo Carolina"; "Los
novios", etc. Una de las principales obras de carácter más político es Mascaró,
el cazador americano, novela que escribe luego de ser jurado del premio cubano
Casa de las Américas. Haroldo Conti, entonces, además de ser un escritor
reconocido desaparece por esa militancia. Él tenía una vida pública muy
prestigiosa. A mí me sorprendió, por ejemplo, que una vez el escritor José
Saramago declarara en una entrevista que él tenía una profunda admiración por la
obra de Haroldo Conti. A raíz de esas declaraciones nos comunicamos con
Saramago. Le agradecimos lo que dijo y además le explicamos que Haroldo Conti
también era compañero nuestro y militante del PRT. Incluso Saramago se
solidarizó con nosotros [Gorriarán se refiere aquí a los presos políticos de La
Tablada. N.K.] cuando estábamos prisioneros haciendo una huelga de hambre. Lo
conocimos a Saramago por Haroldo, quien hacía más de veinte años que estaba
desaparecido.
N.K.: Otro de los compañeros que formaron parte de ese espacio cultural fue el
cineasta Raymundo Gleyzer...
En Chile en agosto de 1972, luego de la fuga del penal de
Trelew
(segundo desde la derecha, el primero a la izquierda es Santucho)
G.M.: Sí, por supuesto. También
ahora —el 27 de mayo— se cumple otro aniversario de la desaparición de Raymundo.
N.K.: ¿Raymundo también participó del Frente de Trabajadores de la Cultura?
G.M.: Sí, allí militaba. Pero además Raymundo había creado una corriente de cine
que se llamaba Cine de la base. Él la dirigía. Gleyzer, por ejemplo, había
dirigido el film México: la revolución congelada. Es de 1970, si no recuerdo
mal. Allí hace toda una crítica a la política mexicana del oficialista Partido
Revolucionario Institucional (PRI). El contenido de esa crítica de Gleyzer al
PRI, donde le critica toda la burocratización de la revolución de Villa y
Zapata, hoy es reconocida mundialmente. A mí me parece que Raymundo hubiera sido
uno de los principales y más importantes cineastas de la Argentina si no hubiera
desaparecido. Él era muy joven. Tenía menos de cuarenta años.
N.K.: ¿En la película dirigida por Raymundo Los traidores intervino el PRT?
G.M.: ¡Esa es una gran película! Los traidores expresa, como yo no vi nunca en
ningún otro film, lo que es y lo que significa la burocracia sindical. Allí él
retrata la complicidad de la burocracia sindical con los gobiernos dictatoriales
y con todas las patronales, especialmente con las peores patronales. Cuando
Raymundo nos pasa la película Los traidores tuve la oportunidad de conocerlo
personalmente. Luego de verla fuimos a preguntarle si acaso se podía modificar
el final. No cambiar nada del contenido de la película, pero sí el final.
N.K.: ¿Por qué justo el final? ¿Por qué allí lo matan al burócrata?
G.M.: Exactamente. En el final de Los traidores un comando mata al personaje del
burócrata sindical. Este personaje era una especie de ficción pero tenía fuertes
connotaciones que lo asimilaban al burócrata sindical peronista Augusto Timoteo
Vandor de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM). Pero cuando le pedimos que
modificara ese final ya era tarde, no había nada que hacer, pues la el film
estaba en edición. Tanto Raymundo Gleyzer como sus compañeros de Cine de la base
—Nerio Barbieri, Jorge Denti, etc.— eran militantes del partido [PRT]. Por eso
nos mostraron la película.
N.K.:
¿Conversaste con él sobre ese final?
G.M.: Sí, nos encontramos en un departamento de la avenida Rivadavia, no
recuerdo bien, pero creo que era en el barrio de Flores [barrio de capital
federal de Argentina]. Lo fuimos a ver donde él vivía. Yo lo conocí en realidad
casi "de casualidad", porque no era mi tarea específica.
N.K.: ¿Cómo era Raymundo en términos personales?
G.M.: Era una persona totalmente sencilla y humilde. Sin ningún tipo de
ostentación en lo personal. Su compañera, Juanita Sapire, y su hijo, viven ahora
en Estados Unidos. Cuando Juanita vino a la Argentina nos fue a visitar a la
cárcel [Gorriarán se refiere aquí a la década del ’90, luego del ataque al
cuartel militar de la Tablada. N.K.]. En esa visita a la cárcel me regaló copias
de todas las películas de Raymundo Gleyzer. Hay además una biografía de dos
cineastas argentinos que es muy buena, refleja muy bien cómo era Raymundo.
N.K.: ¿Te referís a la película Raymundo de Ernesto Ardito y Virna Molina?
G.M.: Sí, es una excelente película construida en base a testimonios y relatos,
personales y políticos de Raymundo Gleyzer. Raymundo también filmó una película
sobre el asalto al Banco de Desarrollo que realizó el ERP y otra sobre el
secuestro de Stanley Manwering Farrer Silverster, que era gerente de la empresa
Swift —un frigorífico— en la ciudad de Rosario [Argentina]. Raymundo filmó en el
film Los comunicados toda la distribución de alimentos que esa empresa realizó
en la población a raíz del reclamo. Lo mismo puede decirse de esa película sobre
la explotación cuyo título es Me matan si no trabajo y si trabajo me matan. Es
una denuncia de la enfermedad laboral llamada saturnismo —plomo en la sangre de
los trabajadores— en la fábrica de la provincia de Buenos Aires Insud.
N.K.: ¿Raymundo Gleyzer también trabajó en canal 13?
G.M.: Sí, ya en esa época existía canal 13. Él trabajó allí. Pero lo importante
que habría que destacar es que Raymundo decidió volcar su vida a la denuncia de
toda la injusticia de la sociedad capitalista argentina y no sólo de la
Argentina.
N.K.: Además filmó en las islas Malvinas...
G.M.: Sí, ¡también en Malvinas!. Raymundo fue realmente una gran personalidad.
N.K.: ¿El PRT financiaba las películas que realizaba el Cine de la Base?
G.M.: Bueno, había parte de financiación que se lograba a través de la misma
producción de ellos o de los trabajos paralelos que ellos realizaban y también
con aportes.
N.K.: ¿Qué otros compañeros del campo de la cultura estaban vinculados al PRT?
G.M.: Existía otro compañero, Luis Cerruti Costa. Mirá qué curioso. Cerruti
Costa había sido ministro de trabajo de la dictadura de Lonardi [Gorriarán se
refiere aquí a la dictadura militar de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón.
N.K.]. En aquella época, como otra gente antiperonista, este hombre creía que el
golpe de 1955 había sido realmente una "revolución libertadora" [nombre con el
que se autobautizaron los golpistas de 1955. N.K.]. Renunció y todavía sin
conocernos a nosotros [el PRT nace diez años después, en 1965. N.K.] fue
adquiriendo posiciones más progresistas, cada vez más radicalizadas. Muchos años
más tarde, en los ’70, nos conoció a nosotros y terminó siendo director del
diario El Mundo. Como director de El Mundo realizó una gira internacional. Entre
otros lugares estuvo en Vietnam, en plena guerra con Estados Unidos. Desde allá,
desde Vietnam, enviaba diariamente sus testimonios para El Mundo. Luis Cerruti
Costa fue también un gran compañero. "Don Luis", le decíamos nosotros, porque él
era más grande, más viejo, que todos nosotros.
En Nicaragua
N.K.: ¿A Silvio Frondizi lo
conociste?
G.M.: A Silvio no lo conocí personalmente. Como yo estaba en la dirección de
nuestra organización conocía a todos por los informes, pero no lo conocía
personalmente. Cada uno tenía sus responsabilidades específicas. Cuando conocía
a algunos compañeros era quizás porque los conocía de antes. A Silvio lo vi una
vez en un acto del Frente Antiimperialista por el Socialismo. Silvio Frondizi
trabajaba y hacía todo con el PRT pero en carácter de independiente. Tenía un
grado de afinidad y coincidencias muy cercano.
N.K.: ¿Ustedes reeditaron su libro La realidad argentina?
G.M.: Sí, editamos esos textos. Silvio era una gran personalidad. Como todos
sabemos, era hermano del ex presidente Arturo Frondizi y del filósofo Risieri
Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Silvio tenía una
personalidad política fuerte y era muy consecuente. No tenía buena relación con
su hermano ex presidente que en otros tiempos había aparecido como
"progresista", sobre todo por su libro famoso Petróleo y política. Silvio se fue
distanciando de él cada vez más. Y terminó su vida como en nuestro país
terminaron muchas veces su vida las personas honestas y luchadoras. Un día
llegaron los de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) a su casa, lo sacaron
de allí y lo asesinaron brutalmente.
N.K.: Cuando sus asesinos de la Triple A sacan un comunicado, luego de matarlo,
lo acusan a Silvio de ser "comunista y bolchevique, fundador del ERP e
infiltrador de ideas comunistas en nuestra juventud"...
G.M.: Sí, exactamente, así dijeron, pero Silvio no fue fundador del ERP. Sí fue
muy cercano a nosotros y trabajaba junto a nosotros con una cercanía creciente,
pero no fundó el ERP. Silvio no era militante del ERP, era un militante muy pero
muy activo del FAS, el Frente Antiimperialista por el Socialismo. Ahí estábamos
juntos.
N.K.: ¿Silvio Frondizi era abogado de presos políticos?
G.M.: Sí, fue un gran abogado de presos políticos. Él fue uno de los abogados
que logró detectar y descubrir, a través de testimonios, la desaparición de dos
compañeros que habían asaltado el cuartel militar de Azul en 1974. Silvio
formaba parte de un grupo de siete abogados. Los mataron o desaparecieron a
todos. Eso marca una característica de esa época en Argentina. ¡Todos los
abogados que intervinieron en esa causa terminaron asesinados o desaparecidos!
Otro de los abogados era Manuela Santucho, hermana de Robi [Robi era el
sobrenombre de Mario Roberto Santucho. N.K.]. Cuando lo secuestran y asesinan a
Silvio Frondizi también lo matan al esposo de su hija, una persona muy buena y
con una buena relación familiar pero que no tenía relación en la política.
N.K.: Silvio fue uno de loa directores de la revista Nuevo Hombre. ¿Cómo fue que
se decidió publicar esa revista?
G.M.: Nuevo Hombre expresaba una postura frentista vinculada al FAS. Silvio
llegó a dirigirlo. Luego estuvieron como directores Rodolfo Mattarolo y Enrique
Raab. Éste último también está desaparecido. En esa política frentista, junto al
PRT participaba también un sector del peronismo revolucionario.
N.K.: Esa parte de la historia no es tan conocida. Habitualmente, en los relatos
de nuestra época, sólo se menciona a Montoneros como parte de ese espacio
político...
G.M.: Lo que sucede es que la historia se ha contado de manera muy parcializada.
Los motivos son diversos. No vamos a discutirlos en esta entrevista, habría que
hacerlo en otra ocasión, pero la historia real de la Argentina es distinta.
Había otros sectores del peronismo revolucionario que trabajaban junto a la
izquierda marxista, junto al PRT-ERP. Aunque quizás hoy se los olvide
intencionadamente o se los desconozca, en la historia real existieron. Muchas
veces en Nuevo Hombre se expresaban esas posiciones de unidad con la izquierda
marxista.
N.K.: ¿Cuáles eran los referentes más importantes de ese otro sector que no
tenía problemas en trabajar junto a la izquierda marxista?
G.M.:
Mirá, por ejemplo, entre muchos otros, uno de los más importantes fue Rodolfo
Ortega Peña. No sólo él. También estaba Alicia Eguren, quien además había sido
compañera de John William Cooke. Las organizaciones armadas peronistas basaban
su estrategia en aquella teoría de Cooke de que la única forma de lograr una
transformación revolucionaria en Argentina pasaba por la transformación del
peronismo en un movimiento revolucionario. Pero en los años ’70, ya fallecido
Cooke, Alicia Eguren había llegado a la conclusión de que el peronismo iba a
terminar siendo manejado por los sectores tradicionales del aparato partidario.
La historia demostró que efectivamente eso ocurrió.
N.K.: ¿A Ortega Peña y a Alicia Eguren los conociste personalmente?
G.M.: Sí, a los dos. Rodolfo fue abogado mío a inicios de los años ’70, más
precisamente en 1972, cuando hicimos la fuga de Trelew [Gorriarán hace aquí
referencia a una célebre fuga del penal de Rawson —provincia de Chubut—, donde
la máxima dirección de la insurgencia argentina logra escaparse hacia el Chile
de Salvador Allende y de allí a Cuba. A aquellos combatientes presos —hombres y
mujeres— que no alcanzaron a escapar la dictadura militar los fusiló a sangre
fría en un hecho que se conoce popularmente como "la masacre de Trelew". N.K.].
Rodolfo fue asesinado en 1974, siendo abogado. El mismo día que fue asesinado,
Rodolfo Ortega Peña había presentado su solicitud de ingreso al PRT. Él había
asumido en 1973 como diputado del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI).
Luego, viendo que no podía actuar dentro de ese espacio político, Rodolfo había
formado en la cámara de diputados un bloque unipersonal. Yo creo que Rodolfo,
como diputado, es uno de los mejores ejemplos, al menos de la segunda mitad del
siglo XX, ya que utilizaba su banca de diputado para apoyar los conflictos
sociales y defender a la gente que estaba más desprotegida frente al
avasallamiento del estado y las patronales. Eso le costó que lo asesinaran en
pleno centro de la capital federal, en las calles Arenales y 9 de julio. Lo
asesinan de noche; el encuentro con nosotros, con el PRT, había sido a la tarde.
Después, en 1976, despareció Alicia Eguren. Esta relación del PRT con ese
espacio expresa claramente que teníamos como política prioritaria una posición
de masas y la conciencia de que era imposible avanzar en la dirección de un
proceso revolucionario si ese proyecto no estaba avalado por millones de
personas. Además, teníamos la conciencia de que ese proyecto revolucionario no
era viable si no se contaba con el ámbito de la cultura y con la
intelectualidad. Los ejemplos concretos que te estoy mencionando muestran que sí
teníamos una posición política en ese sentido.
N.K.: Pero en los relatos posteriores, incluso en los que supuestamente
defienden las causas populares, se parcializa la historia para deslegitimar las
luchas revolucionarias...
G.M.: Se parcializa la historia y se la presenta de manera deformada o
unilateral. Por ejemplo, con la acusación de "foquismo" que se le atribuye al
PRT. Nosotros éramos críticos del foquismo. Estábamos tan compenetrados de
anti-foquismo que, incluso, a veces cometimos errores inversos. Para no caer en
el foquismo aplicábamos tácticas que eran incorrectas.
N.K.: ¿De dónde proviene el foquismo?
G.M.: El foquismo proviene de una teoría de Regis Debray, intelectual francés a
quien conocí bastante.
N.K.: ¿Lo conociste en La Habana?
G.M.: No, lo conocí en Chile. Cuando a Debray lo liberan en Bolivia de la cárcel
de Camiri va a parar a Chile. Yo voy a Chile luego de la asunción de Salvador
Allende y allí tenemos con él una reunión de todo un día. Más tarde, lo volví a
ver en Nicaragua en 1979... en fin. Lo que quería decir es que Debray es quien
elaboró la teoría del foquismo. ¡La teoría del foquismo no es del Che Guevara!
La teoría del foquismo de Debray constituye una simplificación de la teoría del
Che Guevara. Precisamente la revolución cubana triunfa, no por un supuesto
foquismo sino por el gran aval de masas que tiene. En Cuba el denominado foco
guerrillero era una táctica militar dentro de un contexto mucho más abarcativo.
N.K.: ¿Vos pudiste hablar con Debray sobre este tema?
G.M.:
Sí, por supuesto. Pero cuando nosotros hablamos con él, Debray ya estaba crítico
de su propia teoría foquista. Por entonces él estaba escribiendo el libro
Crítica de las armas. Estuvimos todo el día, de la mañana a la noche,
discutiendo esto en la casa donde él paraba en Chile; una casa prestada por el
gobierno de Allende. Luego lo vi en Nicaragua, pocos días después del triunfo
sandinista de 1979. Ya por aquel tiempo Debray tenía un cargo con Mitterand
referido a las relaciones de Francia con América latina. Nunca hubo una posición
favorable del PRT al foquismo. Primero fue una preocupación y luego una posición
definida. Hay que ubicarse en la época, bajo la vigencia de la doctrina de
seguridad nacional, las dictaduras militares, el imperio del terrorismo de
estado, la intervención brutal del imperialismo. Entonces lo que se discutía en
aquella época no era si había que hacer la lucha armada o no, sino cómo había
que hacerla. Los foquistas creían que sólo había que estar en el monte. Los
otros sostenían que en Argentina no había que estar en el monte sino en las
grandes ciudades. Y nosotros, que pensábamos que había que utilizar los dos
frentes de lucha, pero con un desarrollo fundamental en los sectores fabriles e
industriales. Por ejemplo, toda la supervivencia de nuestra columna guerrillera
en la provincia de Tucumán estaba basada en un trabajo político previo en el
sindicato azucarero, donde teníamos una presencia muy importante entre los
trabajadores. No era algo "caído del cielo".
N.K.: ¿Cómo difundía el PRT sus materiales para encarar esas discusiones
políticas?
G.M.: A través de las revistas y de libros.
N.K.: ¿Ustedes publicaban a través de la editorial La Rosa Blindada?
G.M.: Sí, La Rosa Blindada jugó un gran papel. El otro día, hace poco tiempo, me
encontré con su antiguo director José Luis Mangieri, cuando presentaban una
película sobre el poeta Raúl González Tuñón. Mangieri era el director y habíamos
hecho un acuerdo. Por ejemplo, todos los libros que analizaban la experiencia de
Vietnam los publicábamos por La Rosa Blindada. Fue la primera vez que su publicó
en Argentina sobre la guerra de Vietnam. También teníamos imprentas. Y además de
las revistas que te mencioné también teníamos revistas regionales. Por ejemplo,
la revista Posición, que publicábamos en la provincia de Córdoba. Ninguna de
estas revistas aparecía como perteneciente al PRT, sino con un carácter más
amplio, frentista.
N.K.: A través de esa política frentista se vincularon con "el gringo" Agustín
Tosco?
G.M.: El gringo abrió todos los actos del FAS y todos los actos del Movimiento
Sindical de Base, que era el movimiento sindical impulsado por nuestra
corriente.
N.K.: ¿Vos lo pudiste conocer a Agustín Tosco?
G.M.:
Sí, al gringo lo conocí y bien. Estuve con él en la cárcel de Rawson el día de
la fuga. Tosco fue el único detenido que no participó de la fuga a quien le
avisamos, antes de fugarnos, que nos íbamos a escapar. Cuando le avisamos,
fuimos Robi Santucho [máximo dirigente del PRT-ERP], Marcos Osatinsky [uno de
los máximos dirigentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias-FAR] y yo. Y
entonces hablamos con el gringo. Allí, nuevamente, nos encontramos con esas
historias tergiversadas que se tejen a posteriori. Algunos dicen por allí que
Tosco nos respondió: "No, yo no me fugo porque a mí me van a sacar de la cárcel
las masas". Tosco no dijo nada de eso. Yo estuve allí y hablé con él. Nosotros
fuimos a hablar con él sabiendo de antemano que él no se iba a fugar. Porque
fugarse hubiera implicado que pasaba a la clandestinidad y dejaba de cumplir el
rol que él cumplía en la resistencia. Ya para esa época Agustín Tosco se había
transformado en una personalidad importante del sindicalismo y terminó siendo el
sindicalista más importante de la república argentina. Nosotros le informamos
antes de la fuga por el respeto que le teníamos y por la relación que teníamos
con él. Con Tosco, hasta el último día, hasta el momento en que murió,
coordinamos todo y hablamos todo con él. Desde lo político y lo sindical hasta
lo militar.
N.K.: ¿Cómo fue ese diálogo antes de la fuga del penal?
G.M.: Bueno, en el recreo de las cuatro de la tarde —nosotros nos fugábamos a
las seis, dos horas después— Robi Santucho le dice: "Mirá gringo, nos vamos a
fugar. Lógicamente, si vos querés venir, no hay duda alguna, pero sabemos que no
vas a venir".
N.K.: ¿Qué le respondió Tosco?
G.M.: En un primer momento no dijo nada. Lo que hizo fue ponerse en cuchillas,
flexionó las piernas, bajó la cabeza unos cinco o diez segundos, se levantó y lo
único que dijo fue: "¿Y yo qué tengo que hacer?". Esa es la verdad histórica.
Eso fue lo que allí realmente sucedió. Entonces yo le dije que habíamos pensado
que controlara a los presos que estaban en su pabellón, que eran sindicalistas,
etc., y a los de enfrente de su pabellón, que eran presos comunes, pero que a él
le tenían un gran respeto. Eso fue lo que hizo.
N.K.: ¿Se despidieron antes de la fuga?
G.M.: Sí, nos despedimos. Cuando nos íbamos, Roberto Quieto [otro alto dirigente
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias-FAR] y yo, que formábamos uno de los
grupos que íbamos tomando pabellón por pabellón, nos tocó copar el pabellón
donde estaba Tosco. Pasamos frente a su reja, él se acercó, nos dimos la mano y
nos fuimos rápido. Luego vino la masacre de Trelew, el fusilamiento de nuestros
compañeros desarmados. Tosco fue el gran denunciante de la masacre, el principal
y quien les dio ánimo a todos en la cárcel luego de los asesinatos. El gringo
pronunció un discurso desde la ventana de su celda para el resto de los presos
reivindicando a los compañeros asesinados y denunciando el crimen de los
militares. No era cualquier momento, ya que en ese instante el ejército
argentino estaba con una ferocidad tremenda en relación a los presos como
venganza por nuestra fuga.
N.K.: ¿Lo volviste a ver después de Trelew?
G.M.:
Sí, lo volví a ver durante todo el año 1975, que fue el año en que yo estuve en
Córdoba. Nos veíamos semanalmente. Lo vi por última vez el día que estábamos en
una reunión, era viernes; se estaba programando un paro activo para el martes
siguiente. Yo no tenía que ir ahí, pero fui con los compañeros nuestros que eran
dirigentes sindicales de las distintas fábricas. Entonces, después de la
reunión, nos quedábamos ahí, comíamos un asado y charlábamos de política en
general. A esa reunión yo fui por eso, no por los sindicatos. Yo tenía otra
tarea, era responsable del PRT en Córdoba. Cuando estábamos conversando Tosco se
desvaneció un poquito, unos segundos, le dieron una aspirina y reaccionó bien.
Seguimos hablando. Por entonces, durante todo ese año, el gringo Tosco estaba en
la clandestinidad. Quien lo ayudó fue un compañero nuestro que está vivo y se
llama Roberto Adichaín. Roberto era médico, miembro del ERP y médico del
sindicato Luz y Fuerza de Córdoba. Le decíamos "el turco". Cuando yo veía a
Tosco lo veía junto con este compañero, que lo cuidaba, le alquilaba las casas
clandestinas, lo llevaba en auto (tenía un Ford Falcon), etc. Esa vez también
vino una compañera monja, que era amiga de Tosco. Entonces cuando termina la
reunión, luego que se desvanece, se van y ya en el auto el turco me dice "Estoy
muy preocupado porque es la tercera vez en una semana que le pasa esto del
desvanecimiento y no sabemos qué es". Habíamos quedado en vernos el lunes, para
preparar los detalles de la huelga del martes. Nunca nos vimos porque el sábado
se descompuso, de ahí lo llevaron a internar, después fue operado en una
clínica, tuvo una pequeña recuperación de unos días, volvió a descomponerse y
murió. Al final nos habíamos hecho amigos, bien amigos. Contrariamente a lo que
se dice, a las historias posteriores que se tejen para deslegitimar la lucha, el
gringo Tosco era partidario de la lucha revolucionaria en Argentina. Y pensaba
que así como algunos de nosotros estábamos en la guerrilla, él cumplía ese otro
rol, pero perfectamente consciente y coordinado con nosotros. El gringo
consideraba que ambas tareas no eran de ningún modo incompatibles. Para
corroborarlo basta leer objetivamente los discursos de Tosco en el Frente
Antiimperialista por el Socialismo (FAS) y todas sus declaraciones. El gringo
era una persona extremadamente importante para el proceso argentino porque tenía
una gran capacidad de unir a los revolucionarios. Por ejemplo, en Córdoba, se
había logrado una gran unidad entre las fuerzas progresistas, fundamentalmente a
partir de la lucidez y la claridad de Tosco.
N.K.: Luego de la muerte de Tosco en 1975, viene la dictadura militar (1976), el
genocidio de nuestro pueblo, el exilio, tu participación en la revolución en
Nicaragua (1979) y el ajusticiamiento de Anastasio Somoza. A partir de allí lo
conociste a Julio Cortázar. ¿Cómo se produjo ese encuentro con Cortázar?
G.M.: Julio estaba muy impactado por la revolución en Nicaragua, entonces
comenzó a viajar, a visitar aquel país, frecuentemente. Entonces un día lo
conocí en Nicaragua en la casa de Tomás Borge [dirigente del Frente Sandinista
de Liberación Nacional-FSLN. N.K.]. Allí conversamos con él. Si no sabías quien
era o nunca habías visto una fotografía de Julio Cortázar podías estar
conversando con él cinco horas y no te dabas cuenta. En ningún momento hacía
ostentación. Si estuviera en este lugar, estaría aquí sentado conversando como
lo estamos haciendo nosotros sin ningún tipo de ademán, ostentación o pose. Yo
esperaba encontrarme con una persona que haría gala de su importancia y de su
fama, pero me encontré con un hombre sumamente sencillo. Me llamó poderosamente
la atención esa sencillez. También su inteligencia, pero eso yo lo descartaba,
porque sabía que él era muy inteligente. Sí me sorprendió su sencillez. Julio
estaba impactado por lo de Somoza.
N.K.: ¿Por el ajusticiamiento?
G.M.: Sí. Entonces él nos manifestó que le hubiera gustado escribir un libro
sobre ese hecho. Nosotros le contamos cómo había sido. Cortázar sabía lo que
había significado Somoza para Nicaragua. Nosotros le agregamos un elemento que
quizás no era muy conocido. Somoza no fue ajusticiado por las cosas terribles
que había hecho en el pasado dictatorial. No fue un hecho de venganza. Fue el
ajusticiamiento del jefe de la contrarrevolución que ya estaba actuando contra
Nicaragua y contra la nueva revolución que había triunfado en julio de 1979. Ya
para esa altura había instructores en represión que la dictadura militar
argentina había enviado a Honduras para reprimir internamente y organizar la
contrarrevolución contra la revolución sandinista, de la mano de la CIA. Eso era
lo que Somoza había acordado con la dictadura argentina desde Paraguay.
N.K.:
Incluso esos militares argentinos participaron activamente en la tortura en
Honduras...
G.M.: Sí, el jefe de ellos e instructor de los contras nicaragüenses, el coronel
José Osvaldo Barreiro, apodado "Balita", está acusado de 174 desapariciones en
Honduras. El gobierno de Honduras lo pide a la Argentina, no lo extraditan
aunque se sabe que durante los años ’90 este torturador estaba trabajando de
asesor del ministro de defensa argentino Domínguez, ministro de Carlos Saúl
Menem. Este torturador y todos sus asesores estaban operando en Honduras contra
Nicaragua [véase Clarín: "La exportación del terror", suplemento especial del
24/3/2006. N.K.] cuando se produce el ajusticiamiento de Somoza en Paraguay.
Entonces nosotros siempre decimos que lo que hicimos no fue una venganza por lo
que había hecho en el pasado sino una emboscada contra el jefe operante de la
contrarrevolución. Lo hicimos en Paraguay porque él estaba en Paraguay, si
hubiera estado en Nicaragua, lo hubiéramos hecho en Nicaragua.
N.K.: ¿Cómo sabían que Somoza estaba en Paraguay?
G.M.: Que estaba en Paraguay era público, lo que no sabíamos era donde estaba.
Estuvimos seis meses hasta que lo detectamos. Entonces todo eso se lo comentamos
a Cortázar. Él nos dijo que le gustaría hacer un libro al respecto, pero que no
podía y entonces propuso que fuera otro escritor argentino, Osvaldo Soriano. Nos
dijo que él iba a hablar con Soriano en Francia. Pero Soriano tampoco pudo.
Finalmente el libro lo hicieron la escritora salvadoreña Claribel Alegría y su
esposo Bob Fakol. Hicieron una trama novelada pero completamente ajustada a lo
que sucedió en la acción. Lo que nos sorprendió de Bob, el marido de esta
escritora salvadoreña, es algo que nos cuenta mientras estamos preparando las
conversaciones sobre el libro. Nunca supe porqué nos cuenta eso. Quizás supuso
que nosotros tendríamos información al respecto, pero nosotros no sabíamos nada.
Nos contó que veinte años atrás, durante el gobierno del presidente Arturo
Frondizi [1958-1962] él había trabajado de joven como agente de la CIA en la
embajada norteamericana en Argentina. Obviamente él había abandonado más tarde
todo eso, decepcionado y espantado. Nos contó cómo se abrió. La conoció después
a Claribel, se casaron, vivieron muchísimos años juntos. Era una excelente
persona. Pero ¿sabés qué misión había tenido como agente de la CIA?
N.K.: No. ¿Cuál era su tarea?
G.M.: Estaba encargado de pasar datos sobre todo el sector cultural argentino:
escritores, periodistas e intelectuales. Tenía que seguir qué posiciones tenían
los intelectuales en relación a Estados Unidos. Entonces lo conversamos mucho
con él. Estábamos en 1980 y 1981, ya habían sucedido la mayor parte de las
desapariciones de personas en Argentina y en toda América latina, entre las
cuales estaban muchos intelectuales de izquierda, marxistas o progresistas.
Entonces lo conversamos y él me hizo notar cómo Estados Unidos venía
planificando desde bastante tiempo antes y seleccionando entre los intelectuales
antiimperialistas las futuras víctimas.
Para Gorriarán Merlo, en la década del setenta, el imaginario de la lucha
revolucionaria formaba parte de todo el territorio latinoamericano. Después de
que Roberto Santucho fuera muerto por el Ejército en 1976, y el ERP fuera
aniquilado pocos meses más tarde, Gorriarán Merlo, como muchos líderes
guerrilleros, formó parte de la revolución sandinista. No sólo en la toma del
palacio presidencial en julio de 1979, sino también para eliminar cualquier foco
de conspiración que atentara contra el gobierno revolucionario.
Por Marcelo Larraquy, periodista e historiador. Autor de Fuimos Soldados.
Historia secreta de la contraofensiva montonera
Pocas horas antes de la toma de Managua y después de un breve paso por Estados
Unidos, Somoza se asiló en Paraguay, con la protección del general Stroessner.
Un grupo de guerrilleros argentinos, liderado por Gorriarán Merlo, se ofreció
para eliminarlo.
Simulando diferentes nacionalidades e identidades supuestas, el grupo fue
llegando a Asunción a partir de febrero de 1980. Una de las primeras tareas fue
conocer su domicilio. Habían obtenido uno, pero estaba desactualizado. A esas
alturas, la búsqueda ya llevaba varios meses. Harta de merodear sin resultados
positivos, una mujer, miembro del grupo, decidió ir a una comisaría y preguntó:
"¿dónde queda la peluquería, que está a una cuadra de la casa de Somoza?". La
peluquería existía, y estaba a tres cuadras de la casa de Somoza, sobre avenida
España.
El grupo empezó a realizar un plan de observación en distintos turnos; algunos
caminando, otros en un auto alquilado. Intentaban cruzarse con Somoza. Pero no
lo veían. A cinco meses de haber llegado a Paraguay, todavía no lo habían visto
nunca. En julio, un miembro del grupo lo encontró, de casualidad, en el centro
de Asunción. Detectó su auto: un Mercedes Benz, y también otro auto más, que
integraba la custodia cedida por Stroessner.
El grupo intentó establecer la rutina de movimientos de Somoza, pero para un
hombre ya retirado del poder, sus salidas eran imprevisibles. Entonces
decidieron observarlo desde un punto fijo. Un miembro del grupo se ofreció como
socio en un kiosco, que estaba a menos de dos cuadras de la casa de Somoza. Le
ofreció al dueño poner un puesto de ventas de revistas en la vereda. Esto le
permitió observar los movimientos de la casa, y no sólo eso: también empezó a
venderles revistas para adultos a los custodios de Somoza, que jugaban al
bowling en el local de al lado.
Para completar la logística de la operación, en agosto de 1980, una pareja
alquiló una casa sobre avenida España. Argumentaron ser los representantes
artísticos argentinos de Julio Iglesias, quien tenía pasión por Paraguay, e iba
a pasar una temporada; ellos se ocuparían de refaccionarla para dejársela a
gusto. Este argumento les permitió justificar las entradas y salidas del grupo
dentro de la casa. La comunicación comenzó a desarrollarse entre el kiosco y la
casa alquilada, a través de un walkie takie, que informaba cada vez que veía
pasar el Mercedes Benz de Somoza.
El grupo liderado por Gorriarán comenzó a comprar armamento: pistolas, fusiles
m16 y cohetes RPG2. Pero una vez que la logística ya estaba armada, Somoza
desapareció. Fue casi un mes de incertidumbre en el que pensaron desactivar la
operación, e incluso llegaron a irse de la casa alquilada. Hasta que el supuesto
vendedor de revistas, volvió a ver el Mercedes. Entonces decidieron realizar el
atentado apenas lo vieran. Una mañana que el Mercedes de Somoza pasó frente al
kiosco, el walkie takie dio la señal de ataque. Del garage de la casa alquilada
salió una camioneta que, detuvo el paso del Mercedes, y le lanzaron un cohete
RPG2. Pero el cohete falló, y mientras fueron a buscar otro adentro de la casa,
se generó un combate con la custodia, pero el nuevo RPG2, el último que les
quedaba, una vez lanzado, destruyó el auto de Somoza y terminó por definir la
operación. Somoza fue herido de muerte. La salida del grupo fue muy dificultosa
por el cierre de fronteras, y "Santiago",
Hugo Alfredo Irurzun, fue ultimado en una casa en la retirada. Gorriarán
Merlo demoró casi dos semanas en salir. Simuló ser un ciudadano venezolano.
Enrique Gorriarán Merlo (1941-2006)
fue uno de los líderes del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los
Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo) durante el proceso de lucha que
vivió la Argentina en los años '70. Ante la muerte en combate del conductor y
fundador histórico del PRT-ERP, Mario Roberto Santucho, y el profundo
debilitamiento de la organización, tuvo que exiliarse en Nicaragua a fines de
los años setenta. Allí luchó junto al Ejército Sandinista por la liberación de
Nicaragua y participó en los '80 en el ajusticiamiento del sangriento ex
dictador nicaragüense Anastasio Somoza. En 1989 participó en el asalto al
cuartel militar de La Tablada como líder del MTP (Movimiento Todos por la
Patria) para fustrar un golpe de Estado que, según las apreciaciones del MTP, un
sector del ejército estaba gestando. Logró fugar, pero posteriormente fue
detenido en México por los servicios secretos argentinos y condenado a cadena
perpetua por los hechos de La Tablada. Fue indultado por el presidente Eduardo
Duhalde junto a al grupo del MTP que aún continuaban presos y a otros militares
golpistas (carapintadas, recobrando su libertad el 25 de mayo de 2003.
Enrique Gorriarán Merlo, quien falleció en Buenos Aires el 22 de septiembre de
2006, es quizás el más nítido representante de la llamada "política de los
fierros" de los años '70, para gran parte de la sociedad argentina.
El atentado
Los días del dictador estaban contados desde
mayo de 1980 cuando el comando guerrillero lo ubicó en Asunción. Cuando Somoza
fue localizado, los guerrilleros alquilaron una casa en Avenida España a nombre
del cantante español Julio Iglesias. Los guerrilleros supuestamente compraron
armamento en el mercado negro del Paraguay y lo embuzonaron cerca de la frontera
del lado argentino. Entre las armas se encontraban una bazuka, un M-16 y un
Ingram.
La conspiración contra el dictador Anastasio Somoza Debayle surgió de una
conversación entre amigos que disfrutaban de cervezas y asados en el restaurante
capitalino Los Gauchos, donde Ramón, Santiago y Armando solían reunirse una vez
a la semana a recordar la época guerrillera.
ERAN
ULTIMOS DIAS DEL '79
Según el testimonio que los guerrilleros argentinos brindaron a Claribel Alegría
y D.J. Flakoll, la posibilidad de que el dictador muriera de viejo en un exilio
dorado les provocaba asco.
"Da rabia pensar que ese criminal está gozando de sus millones en Paraguay"-
decía Armando-.
— "¡Ah no!, -añadió-, sería una vergüenza histórica permitir que ese asesino se
muera tranquilamente en su cama de tanto beber guaro".
"Ramón", "Armando", "Francisco y "Santiago", habían combatido con la guerrilla
sandinista en el Frente Sur "Benjamín Zeledón", como integrantes de una columna
guerrillera de internacionalistas que se enfrentó a la Guardia Nacional en la
zona de Rivas y San Carlos, Río San Juan, durante la ofensiva militar contra el
régimen somocista.
Al ser derrocado Somoza, los guerrilleros argentinos se reencontraron en la
recién bautizada "Plaza de la Revolución" el 19 de julio, en medio del júbilo
del pueblo nicaragüense que celebraba el derrocamiento de la dictadura de los
Somoza. Las guerrilleras argentinas, Julia, Ana y Susana, llegaron en avión
horas después, reuniéndose con sus compañeros por pura casualidad en las
cercanías del Hospital Militar de Managua.
Cuando se decidieron a acabar con Somoza Debayle, durante una conversación en
Los Gauchos, los guerrilleros argentinos se dedicaron a prepararse militarmente
y obtener información de inteligencia sobre los pasos del dictador.
Tras huir de Nicaragua el 17 de julio de 1979, Somoza Debayle –quien se jactaba
de comunicarse mejor en inglés que en español–, apenas tuvo tiempo para
permanecer en Miami varias horas antes que el ex Presidente Jimmy Carter le
hiciera saber que era non grato en ese país. Inició así un peregrinaje que lo
llevó a Panamá y finalmente a Paraguay, donde el dictador Alfredo Stroessner le
ofreció asilo político.
SOMOZA CAMBIO DE DOMICILIO
Según el relato que los guerrilleros hicieron a Flakoll y Alegría, el "Capitán
Santiago" estableció las máximas de la operación: "entrar sin levantar
sospechas", "hacer el trabajo sin que te agarren" y "salir sin dejar huella".
Las dos últimas no le fue posible cumplirlas.
"Ramón", seudónimo de Enrique Gorriarán Merlo, decidió que los integrantes del
comando serían además de él: Julia, Santiago, Susana, Armando y Ana. Julia
estaba embarazada de Ramón y así formó parte de la operación. Osvaldo era el
séptimo miembro del grupo.
Se dedicaron a obtener documentación falsa que les permitiera entrar a Paraguay
sin levantar sospechas, introducir las armas necesarias para la operación y a
especializarse en técnicas conspirativas. (Aprender a arreglar encuentros
clandestinos, pasar información y órdenes bajo secreto, detectar la vigilancia y
escaparse de ella sin levantar la más mínima sospecha, entre otras técnicas).
Establecieron Colombia como centro de entrenamiento, preparándose cada uno de
ellos en el uso de la bazuka. De inmediato, procedieron a localizar a Somoza en
el Paraguay.
Averiguaron en recortes periodísticos de la época que "Somoza vivía en la
Avenida Marisca López en Asunción y que cada vez que aparecía en la ciudad en un
limosina con chofer, lo acompañaba invariablemente un Ford Falcon rojo con
cuatro guardaespaldas adentro".
Sin embargo, después confirmaron que Somoza había cambiado de domicilio.
Decidieron llamar "Eduardo" a Somoza, después que Susana y Francisco dieran
–tras seis días de exploración–, con la casa del dictador en Asunción, capital
del Paraguay.
Después que reubicaron la residencia de Somoza en la Avenida España, para los
primeros días de julio de 1980, habían logrado establecer un sistema de
vigilancia de la residencia, anotar los datos de las matrículas de los vehículos
que usaba Somoza y establecer el principal problema de la operación: Somoza
tenía una rutina completamente irregular.
COMPRAN KIOSKO DE REVISTAS PARA CHEQUEO
Somoza, quien vivía entonces con su amante Dinorah Sampson, tenía a su
disposición dos limosinas Mercedes Benz (una blanca y otra azul), un Falcon rojo
(para sus guardaespaldas) y un Cherokee Chief, de uso general.
Ramón narró a Alegría y Flakoll que la avenida donde vivía Somoza era muy
transitada, no había puestos naturales de observación, por lo que los chequeos
tuvieron que efectuarse desde un supermercado, dos estaciones de servicio y un
recorrido a pie de diez cuadras y de 45 minutos de duración.
Mientras los guerrilleros dirigidos por Ramón establecían el cerco de vigilancia
alrededor de Somoza, otro grupo integrado por los guerrilleros Pedro, Francisco
y Osvaldo, se encargaban de trasladar el buzón de armas desde la frontera
argentina, el cual después fue embuzonado en casas de seguridad utilizadas por
los guerrilleros.
Revista Estrella Roja Nº 29, órgano de prensa del
PRT-ERP, 28 de enero de 1974. Contiene suplemento sobre "el combate de Azul".
Clic para descargar.
El armamento para la operación
incluía una bazuka, un M-16, un Ingram, entre otros, que supuestamente habían
sido comprados por los guerrilleros en el mercado negro de armas del Paraguay y
embuzonado cerca de la frontera del lado argentino.
Después de cuarenta días de intentar ver a Somoza, Armando logra avistarlo
casualmente el 22 de julio de 1980. Como se tenía problemas con el "chequeo del
objetivo" Osvaldo ideó comprar un kiosco de venta de revistas a 250 metros de la
casa de Somoza, desde donde se mejoró la observación. Allí, Osvaldo vendía
revistas pornográficas a los policías con quienes hizo amistad sin que
sospecharan de él en lo absoluto.
Antes de que Armando viera a Somoza el 22 de julio, habían visto el Mercedes
blanco de Somoza y el Falcon rojo de sus guardaespaldas en varios restaurantes
de lujo en Asunción, por lo que estudiaron la posibilidad de efectuar el
atentado en dichos lugares. También pensaron alquilar un camión para vender
verduras sobre la Avenida España y esconder en el mismo las armas hasta que
apareciera el dictador.
Sin embargo, posteriormente descubrieron una entrada trasera a la casa de Somoza
por donde también salía su caravana. Pero el 21 de agosto de 1980, Osvaldo no
volvió a ver salir a Somoza de su casa desde su puesto de observación en el
kiosco de revistas.
EN LAS NARICES DEL EJERCITO PARAGUAYO
Cuando el grupo de guerrilleros se dio cuenta que los movimientos de Somoza eran
caprichosos por completo, descubrieron que uno de los pocos movimientos
previsibles era que "siempre salía de su casa en el Mercedes Benz, continuaba
recto por la Avenida España, en vez de doblar a un lado o al otro, en la
intersección donde estaban los semáforos", narraron los guerrilleros a Alegría y
Flakoll.
Luego averiguaron que dos de las casas ubicadas sobre la Avenida estaban en
alquiler y rentaron una de ellas con la estratagema de que era para Julio
Iglesias, quien en su último disco había dedicado tres canciones al Paraguay. De
ese modo habían logrado establecer una base operativa sobre la ruta del
dictador, rentada por tres meses a $4,500 dólares.
Pero la Avenida España era un nido de víboras, según explicó Ramón a Claribel
Alegría y Bud Flakoll: "A 400 metros estaba el Estado Mayor del Ejército, a 300
metros la Embajada Norteamericana. Enfrente de la casa de Stroessner había una
custodia de seguridad permanente. Tuvimos que cuidar mucho de cada uno de
nuestros movimientos para no despertar la más mínima sospecha".
SOMOZA
REAPARECE EN ASUNCION
Después de 21 días de ausencia, Somoza reapareció en su Mercedes Benz azul,
escoltado una vez más por el Falcon rojo. Era el 10 de septiembre de 1980.
Los guerrilleros entonces decidieron los últimos detalles: compraron una
camioneta Chevrolet para la retirada –la cual no encendía bien cuando estaba
fría–, que permitía tener un amplio campo de fuego para quien iría en la tina.
Y para la mañana del 15 de septiembre, cada uno de los guerrilleros estaba listo
con sus respectivas armas: Armando con un Fal; Ramón con un rifle M-16 y 30
balas en el cargador, más una pistola Browning 9 milímetros. El arma del Capitán
Santiago era un RPG-2, la bazuka.
Según relataron los guerrilleros al matrimonio Flakoll y Alegría, la señal de
Osvaldo al ver la caravana de Somoza sería decir el color del auto en que
vendría el dictador, vía walkie-talkie. Luego, cada uno de los guerrilleros
tendrían que salir de la "Casa de Julio Iglesias" y apostarse en sus respectivos
lugares en un lapso de veinte segundos.
LLEGO LA "HORA CERO"
El miércoles 17 de septiembre de 1980, después de arreglar el problema de
comunicación de los walkie-talkie, ensayar la emboscada a Somoza y acordar
encender la camioneta cada hora para que funcionara al momento del escape, los
guerrilleros estaban en disposición de avanzar a sus posiciones en un lapso de
trece segundos, desde el interior de la "casa de Julio Iglesias".
La "Hora Cero" llegó a las 10:35 de la mañana del 17 de septiembre de 1980,
cuando Osvaldo divisó su caravana desde el kiosco de revistas y transmitió la
señal convenida a los guerrilleros a través de los radio-comunicadores.
— "¡Blanco! ¡Blanco!", dijo.
"Julio César Gallardo, antiguo chofer y guardaespaldas de Somoza, manejaba el
Mercedes. Atrás, junto al ex dictador iba Joseph Bainitin, su asesor económico
de nacionalidad norteamericana", narran Alegría y Flakoll.
De acuerdo al plan convenido, Ramón se apostó con su M-16 en el jardín de la
"casa de Julio Iglesias", mientras Armando salió con la camioneta Cherokee al
borde de la acera para estar listo a interceptar la caravana de Somoza. El
Mercedes Benz de Somoza estaba a unos cien metros detenido por el semáforo en
rojo, detrás de unos seis vehículos.
Cuando el semáforo dio luz verde, Armando calculó el tiempo para dejar pasar
unos tres vehículos e interceptar el Mercedes, mientras Ramón esperaba para dar
la señal de salir a Santiago con la bazuka.
En ese momento, ya no había marcha atrás.
Ejecución de Somoza en Paraguay
FALLÓ EL PRIMER BAZUKAZO
Armando irrumpió en la calle con la Cherokee haciendo frenar una Volkswagen
Combi. "El Mercedes de Somoza frenó. Ramón escuchó un ruido detrás suyo, se
volvió y vio a Santiago luchando con la bazuka. Pensó que se había deslizado,
que se había caído; giró sobre sus talones, levantó el M-16 a la altura del
hombro y empezó a disparar", narran Alegría y Flakoll.
El plan inicial señalaba que Santiago dispararía la bazuka primero por si el
Mercedes era blindado, pero se le atoró el proyectil y Ramón tuvo que abrir
fuego.
Al fallar el primer tiro de la bazuka, Santiago se arrodilló, sacó el proyectil
defectuoso y la volvió a cargar, se puso de pie, tomó puntería de nuevo, pero no
disparó.
Según el relato de Claribel Alegría
y Bud Flakoll, después de la primer ráfaga de M-16, "la limosina de Somoza con
el chofer ya muerto, se había ido a la deriva hacia la casa operativa,
deteniéndose junto a la cuneta, frente a Ramón, quien metódicamente seguía
disparándole al asiento trasero. La limosina no era blindada y cada uno de los
tiros entró a través de los cristales rotos de la ventanilla de atrás. Ramón
estaba tan cerca del Mercedes que un proyectil de bazuka en ese momento lo
hubiera matado".
Según Ramón, en los siguientes instantes, la custodia de Somoza comenzó a
disparar, hasta que le dio la señal a Santiago para que disparara la bazuka.
"La explosión fue impresionante. (El techo y una puerta delantera del Mercedes
volaron en pedazos) Pudimos ver el auto totalmente destrozado y la custodia
escondida detrás de un murito de la casa de al lado. Ya no tiraban más", recordó
Ramón.
Un testigo, el doctor Julio César Troche dijo minutos después al diario
paraguayo ABC, que "escuchamos una fortísima explosión que hizo temblar toda
nuestra casa y nosotros aún no queríamos mirar por el riesgo de ser alcanzados
por una de las ráfagas que el sujeto enmascarado de la Chevrolet azul, a quien a
cada momento se la caía la capucha, repartía a diestra y siniestra. Tras la
explosión siguió nuevamente el tiroteo. Después vino el silencio".
El Mercedes Benz quedó destrozado, los trozos del cadáver del chofer de Somoza
quedaron en el pavimento a treinta metros, mientras Somoza y Bainitin quedaron
muertos en el asiento de atrás.
Armando, Ramón, Osvaldo y Santiago, huyeron en la camioneta Chevrolet azul, pero
a pocas cuadras tuvieron que abandonarla, pues no caminó más. Interceptaron un
Mitsubishi-Lancer placas 61915 sobre la calle América, según relató su dueño
Julio Eduardo Carbone, al ABC.
La radio comenzó a dar la noticia: "Le dispararon una bomba a un Mercedes
Blanco". Quince minutos después estaba identificada la víctima: Anastasio Somoza
Debayle.
Mientras, los guerrilleros huían por rutas alternas. Todos, menos el
Capitán Santiago.
El 12 de julio lo esperaba su
familia aquí. Enrique Gorriarán Merlo, el jefe del comando que ajustició a
Anastasio Somoza Debayle, abrazaría a su hija Cecilia y conocería al último de
sus nietos. Pero no. La decisión del ministro de Gobernación, que impide su
ingreso a Nicaragua, le parece una "venganza, una defensa de la memoria de
Somoza", muerto el 17 de septiembre de 1980.
Gorriarán concedió una entrevista a EL NUEVO DIARIO en días difíciles para él en
Argentina y Nicaragua. Encuentros con amigos, entrevistas en medios de
comunicación argentinos. Agitación. Y ahora surge, después de las declaraciones
del ministro Urcuyo, abandonar la idea de venir a este país.
"Está como reverdeciendo los hechos del pasado que nadie quiere repetir y toda
la cuestión de Somoza que se me adjudica, que fue una acción contra el jefe de
la contrarrevolución. No fue una acción por venganza, ni por delitos que habían
cometido antes. Esos conflictos tanto en Nicaragua como en otras partes del
mundo han sido superados. (La del ministro) es una actitud de venganza".
Tampoco acepta el adjetivo de terrorista. La Dirección de Migración y
Extranjería envió a las aerolíneas comerciales que operan acá la advertencia de
que no lo dejaran subirse a ninguno de sus aviones. Las razones que adujeron fue
de seguridad, pero Gorriarán Merlo dice que no es para nada terrorista, sino que
parte de la resistencia que se opuso a las dictaduras en América Latina, entre
ellas la dinastía de Somoza en Nicaragua.
La última vez que vio a su hija Cecilia, que vive aquí, fue hace año y medio.
Ella lo encontró en la cárcel con una barba de profeta. Estaba en un pabellón,
al que fue confinado y al que le llamaban de aislamiento. Soledad. Tormento.
Esos adjetivos los conocía mejor que cualquier otro.
END.- ¿Qué planes tenía usted a su llegada a Nicaragua?
"Mi plan era concurrir al acto del 19 de julio, porque hay relaciones históricas
entre Nicaragua y Argentina. Rubén Darío estuvo aquí en el siglo XIX e hizo
amistad con Lugones y hombres progresistas de la época. Hay solidaridad con
Sandino cuando la invasión norteamericana. Tenemos una vinculación histórica,
aparte del hecho de haber participado en la lucha de liberación de Nicaragua. El
motivo mío era concurrir al acto, porque yo me siento sandinista".
"Allá está mi hija, Cecilia, tengo tres nietos de los cuales al más pequeño no
lo conozco. Lo intentaba conocer ahora.
END.- Y ahora que el Gobierno ha decidido impedirle su entrada, ¿qué pasa por su
mente?
"Me duele. Hace ocho años estaba preso. Hace año y medio que no veo a mi hija
Cecilia, a mis nietos y no conozco al tercer nieto. Para mí es motivo de dolor.
END.- ¿Qué recuerda del último encuentro con su hija?
"Esa fue la última vez que me vino a visitar, estaba solo, en un pabellón de
aislamiento. El último día que vi a Cecilia vino con Camilo y Santiago, quienes
son mis otros dos nietos.
"Tenía la barba grande. Fue muy emotivo el encuentro, porque los dos sabíamos
que íbamos a estar un tiempo impredecible sin vernos. Los dos teníamos la
expectativa en el marco de la lucha contra la libertad que algún día se
produjera, y habíamos tenido varias frustraciones y pensábamos que se podía
prolongar más de lo que se prolongó.
"Espero que la decisión del ministro se revierta. No sé si se puede hacer algo.
Yo leí lo del señor Ministro y también lo del Embajador argentino".
END.- Entonces leyó que no le dejan entrar por "terrorista"...
"Yo soy como miles de latinoamericanos que se vieron agredidos en los tiempos de
la doctrina de seguridad nacional con Somoza. Soy parte de la resistencia al
autoritarismo de esa época. Todos confiamos que no va a retornar. Precisamente
todos los que estuvimos involucrados en aquellos episodios, por propia voluntad-
cierto-, seríamos quienes estaríamos más en desacuerdo con que vuelvan a haber
dictaduras. Ha sido una vida tan traumática.
"Si uno justifica el término de terrorista por haber usado la violencia en
determinado momento, serían terroristas los partisanos italianos o Sandino
cuando resistió a la intervención norteamericana.
"Nosotros actuamos desde la defensa de nuestros derechos. Un revolucionario no
sólo lucha por el hecho de llegar al poder. Fundamentalmente lucha por mantener
la dignidad y no dejarse llevar. Yo lo he tratado de hacer toda mi vida. A
Nicaragua yo la siento como mi país. Cada vez que llegaba, era como que llegaba
a mi país".
LA TABLADA
END.- Cuéntenos qué pasó en La Tablada...
"Había una conspiración militar que partía de un acuerdo entre el ex presidente
Menem y un ex coronel, cuyo proyecto era desplazar al presidente Alfonsín en
cualquier momento, reemplazarlo por el vicepresidente y en el marco de un
proyecto, el coronel iba a quedar como jefe del Ejército.
"Nosotros considerábamos que si bien no era un golpe tradicional, porque
pensaban llamar a elecciones, seguro Menem las ganaba por el desprestigio del
Gobierno saliente. No era un golpe al estilo tradicional, pero debilitaba las
instituciones.
"Nosotros optamos por actuar frente a la complicidad de algunos, la
incompetencia del gobierno por resistir el golpe y por abotarlo en su
nacimiento. En el año 83 cuando se recuperó la democracia, no pensábamos que se
fuera a dar un golpe. Por un lado por el efecto sicológico que había tenido la
guerra de Las Malvinas en los militares y porque la gente no quería dictaduras.
END.-Pero entonces ¿qué pasó?
"Sin embargo en 1987 empezaron las sublevaciones. La cuarta fue la tablada. Era
un contexto acá que desde el seis de septiembre de 1930 hasta el tres de
diciembre de 1990, fueron 60 años y dos meses donde hubo un intento de golpe de
Estado, triunfante o no, cada dos años, y cuatro meses. Había una situación
política convulsionada.
END.-¿Cómo fue que lo capturaron en México durante octubre de 1995?
"Yo estaba en México, pensaba ir a Nicaragua. La idea era tener solidaridad con
los compañeros presos en ese momento, y que le hicieran tomar al gobierno una
medida. Estaba a la espera de una reunión con dos diputados, noté seguimientos
de policías mexicanos, pero confiado en la tradición de protección y no
persecución de los mexicanos no le di importancia.
"Me habían detectado y pensé que estaban controlando alguna actividad
clandestina. Cuando me di cuenta que había argentinos siguiéndome, ya no tuve
tiempo. Eso fue un acuerdo, me secuestraron el 28 de octubre al mediodía y me
trasladaron el domingo 29 a un cuartel de Buenos Aires.
"La acusación por la que me expulsaron de México era por portación de documentos
falsos, la misma que tiene un argentino que han trasladado a España, Cavallo, al
cual tuvieron dos años juzgándolo. Quiero decir que no hubo juicio de
extradición, era una acción ilegal que solo se puede hacer en el marco de un
acuerdo de dos presidentes Menem y Zedillo".
END.- ¿Qué fue lo más duro de sus años de cárcel?
"El aislamiento. No podía ver a los presos. Podía ver sólo a quienes me
visitaban. El trato de ellos fue correcto, aunque hubo dos intentos de
asesinato. El último, dicen, que estaba desequilibrado y no me terminó de matar
porque se asustó.
"Ahorita tengo una vida agitada, entre ver familiares, amigos, ingenieros,
reestructurarnos para actuar políticamente. Anoche estuve hasta las 1 de la
mañana en televisión de Canal Siete de Argentina.
LO HAN TRATADO BIEN EN LA CALLE
END.- ¿Cómo lo ha recibido la gente al salir? "Me tengo que cuidar, aunque la
respuesta en la calle es mucho mejor, porque con tanta campaña de prensa al
estilo del ministro nicaragüense, yo me imaginaba que tendría un problema. Fui
al partido de River y Boca, donde debe haber habido 60 mil personas. Todos los
que estaban alrededor mío me reconocieron. Hubo dos mujeres que me insultaron.
Debían ser familiares de militares, pero los militares y policías me tratan
respetuosamente.
"Siempre puede haber alguien que puede intentar hacer una locura. Yo ando con
cuidado, voy al teatro, al cine. Lógicamente ando acompañado con algunos
compañeros".
END.- ¿Por qué aún después de la prohibición del ministro quiere venir a
Nicaragua?
"La última vez que estuve fue en 1990. Me fui de Nicaragua el día que asumía
Violeta Chamorro (25 de febrero de 1990). Volví, pero era cortito. Estaba
cambiado lo que conocía. Ahora son más profundos los cambios. Lo sé porque han
venido compañeros como Edwin Castro, Nelson Artola, Daniel (Ortega). Siempre he
tenido una relación con Nicaragua.
END.- ¿Le han contado de Arnoldo Alemán, entonces?
"Sí no sólo me han contado, él estuvo acá con su amigo Menem. A ver cuál de los
dos era más ladrón. No sé. Sería disputa pareja. ¡ja, ja, ja!
COMO FUE EL AJUSTICIAMIENTO DE SOMOZA
1980.
El taxista no la conocía, menos ella que era extranjera. Lo único que tenían en
común ambos en Paraguay era la carrera. La joven buscaba una peluquería que
estaba a media cuadra de donde vivía un tal Anastasio Somoza Debayle. La
información serviría para algo más que para un corte de cabello...Paró en la
delegación de la Policía.
- ¿Alguien sabe dónde vive ese señor?, preguntó el taxista. Allí le dieron el
punto exacto. Vivía en una urbanización donde cada residencia se alquilaba en
más de 1 mil 500 dólares mensuales. "Vaya señor", le dijeron, "es zona
exclusiva. Allí viven los más ricos".
Es Asunción, Paraguay, la ciudad del relato. Con lo dicho por el oficial inició
sin que lo supiera el ajusticiamiento de Somoza Debayle, quien moriría el 17 de
septiembre, por una acción armada que dirigía Enrique Gorriarán Merlo. Es él
quien cuenta esta historia, ahora que está libre tras ocho años de encierro en
Argentina. Lo indultó el Presidente saliente, Eduardo Duhalde, el 25 de mayo.
Hace dos semanas publicó sus memorias, unas 600 páginas de recuerdos, que lanzó
al mundo la editorial Planeta.
Somoza Debayle escapó hacia Miami, Florida, dos días antes de su caída del poder
en Nicaragua el 19 de julio de 1979. En ese 19, que cumplirá 24 años en estos
días, finalizó la dictadura que forjó el papá de Somoza Debayle, Anastasio
Somoza García desde 1936.
En Paraguay, adonde se estableció después de Miami, Somoza Debayle estaba bien
custodiado. Era muy amigo del dictador Alfredo Stroesner. "La planificación fue
minuciosa", dice Gorriarán vía telefónica. Seis meses en Paraguay haciendo
contactos, viendo cómo llegar a la hora de la hora.
Enrique Gorriarán estuvo cuatro meses y medio antes de septiembre de 1980, pero
Hugo Irurzún (El Capitán Santiago), una de las siete personas que participaron
en el ajusticiamiento, llegó seis meses antes. Fue uno de los primeros. Lo
difícil, después de localizar la casa, fue alquilar un sitio que permitiera
vigilarlo 24 horas. La casa estaba a unas cuatro cuadras.
Cuatro varones y tres mujeres, entre ellas la del corte de pelo, trabajaban a la
par de las manecillas del reloj. Hasta parecían que entraban en competencia.
Gorriarán dice que fueron 10 "compañeros" los participantes en total y que se
recuerde, entre ellos, estaba Roberto Sánchez, hermano de Aurora Sánchez "La
Cachorra", Hugo Irurzún (El Capitán Santiago), y Claudia Lareu.
El comando reclutó al dueño de un kiosco de venta de periódicos, dos cuadras
antes de donde vivía Somoza Debayle. Fue desde la venta que avisaron el 17 de
septiembre que venía. Venía en el vehículo de siempre, pero el chofer no era el
mismo. "Teníamos que cuidarnos de la custodia que traía Somoza, cambiar el
objetivo, y atacar el vehículo con un chofer que después supimos era de apellido
Gallardo. Era la primera vez que mirábamos a ese chofer, porque el de siempre en
esos días era un general suyo de apellido Genie (Samuel), que había sido jefe de
la Seguridad de Somoza en Nicaragua".
Los minutos se hicieron horas, dilatados como sólo ellos suelen serlo en
momentos de tensión. El primer cohete de Iruzún, "capitán Santiago", estaba
malo. Hubo que cambiarlo. Se hizo. El disparo de la bazuca fue certero. Ahí
murió Somoza, mientras en Nicaragua se celebraba en las calles con el ánimo
intacto de aquel 19 de julio, cuando el triunfo de la Revolución en la plaza que
le pusieron ese nombre.
Otros lloraron a Somoza. Los ánimos estaban al tenor del conflicto, pero fue la
alegría de la gente la que dio ánimo a Gorriarán y sus compañeros cuando
Paraguay cerró las fronteras, cuando empezaron a aparecer las fotos y retratos
hablados de los implicados. Ni uno solo de los retratos era de ellos.
"Era la época en que funcionaba el Plan Cóndor. Había mucha relación entre las
dictaduras de Chile, Brasil, Paraguay y Argentina. Tenían un rápido intercambio
de información, pero en este caso sacaron a alguien parecido a una compañera.
Luego vivimos toda la tensión. Después cruzamos Argentina, otro Brasil. Yo fui a
Costa Rica y después a Nicaragua. Nos dividimos y luego nos encontramos. No
recuerdo cuánto gastamos en esa ocasión".
Sí, fue como las películas de espías. Ofrecieron 50 mil dólares por ellos sin
conocerlos. Sólo uno de ellos murió: Iruzún, quien como Gorriarán había
colaborado en Nicaragua con el fin de la dictadura. Los lazos, ahora recuerda el
segundo, eran fuertes. Históricos como le gusta decir.
LA CONSPIRACION DE SOMOZA
Pero el riesgo había sido tomado por una razón estratégica. No fue venganza.
Somoza Debayle era el jefe de la contrarrevolución que amenazaba a los
triunfantes sandinistas. Había más que odio en el dictador defenestrado.
"Teníamos informaciones concretas. Somoza tenía arreglado con el jefe de la
Policía de Honduras, un coronel Alvarez (Gustavo Alvarez Martínez), afín al
somocismo, y con los militares argentinos, con los cuales, cuando se produce el
ajusticiamiento, ya había un grupo de asesores argentinos en Honduras a través
de un acuerdo entre los militares argentinos y él".
Eran tiempos aquellos de dictadura en Argentina. Tiempos de Videla, de 30 mil
desaparecidos y 500 niños robados, pero también era época en que los militares
argentinos y Somoza creían que Estados Unidos había abandonado la lucha contra
el comunismo. Ellos se planteaban, según Gorriarán, cómo reemplazarían la
carencia.
Pero nada de lo contado por Gorriarán hubiera sido un hecho, si Somoza no
persistiera en su empeño por volver al poder. "Te juro que no fue venganza. Si
Somoza, por ejemplo, no hubiese querido retomar el poder y hubiese, no sé,
decidido irse a vivir a España. No hubiéramos hecho está acción. Por eso,
insisto que fue en el contexto de la contrarrevolución. No es un atentado
individual".
Fuente: El Latinoamericano
[Imágen derecha: Santucho, Urteaga, Gorriarán
Merlo y Molina, dirigentes del PRT-ERP, 1973]
En la cárcel de Devoto, donde está detenido desde hace seis años, el fundador
del ERP y del Movimiento Todos por la Patria revisa su pasado. Por primera vez
admite su responsabilidad por las víctimas que produjo el asalto al cuartel de
La Tablada. Dice que hoy no tomaría las armas y critica al gobierno de Duhalde.
Defiende las asambleas barriales aunque ironiza sobre las reuniones dominicales
de Parque Centenario. Propone, a la vez, un compromiso democrático que incluya a
civiles y militares.
Calvo, de canosa barba rala en forma de candado. Con ojos azules, cansados y
penetrantes. Con arrugas y grietas en el rostro, con los brazos caídos al
costado del cuerpo como vencido. Ésa es la primera imagen de este hombre que
luego intentará mostrarse sereno y locuaz. Al llegar extiende su mano con
excesiva timidez y baja apenas la mirada como apartando fantasmas. Sus manos
parecen las de un viejo pianista que alguna vez supo interpretar la sinfonía del
fuego y de la muerte. Enrique Gorriarán Merlo pertenece, con 60 años, a esa
generación de señores de la guerra que hoy parecen llamados a reposo. "Militante
revolucionario" para unos, "extremista asesino" para otros, el ex líder del
Ejército Revolucionario del Pueblo y del Movimiento Todos por la Patria es un
total desconocido para la mayoría de los argentinos. Hoy, desde la cárcel de
Villa Devoto, donde está alojado desde hace seis años por el copamiento del
cuartel de La Tablada donde murieron al menos 40 personas, rompe el silencio. Y,
en momentos en que se habla de un posible indulto para él y para Mohamed Alí
Seineldín, hace un "llamado a la paz a todos los sectores que participaron de
los desencuentros argentinos para salvar a la democracia".
"De ánimo estoy bien", aclara por si acaso y dice que vive en una celda de cinco
metros por cuatro. Cuenta que está aislado pero que recibe visitas a diario.
"Leo mucho -desliza-; ahora estoy con La guerra del siglo XXI. Pero lo mejor que
leí fue El fin del trabajo, de Jeremy Rifkin, y Hacia un mundo sin pobreza de
Mohamad Yunnus." Herencia de su vieja militancia responde casi siempre en plural
como si hablara en nombre de una comunidad.
¿Cómo está su salud? Se ha dicho que tiene una enfermedad grave.
Yo me siento muy bien. Fui al hospital pero no me pudieron hacer la resonancia
magnética. Los diarios hablan de leucemia o de un tumor. Pero leucemia no puede
ser porque si no estaría blanco. Lo que tenía era una inflamación en la glándula
suprarrenal izquierda. Pero después se aplacó.
¿Cree que le van a dar el indulto?
No creemos en las versiones públicas porque ya escuchamos eso muchas veces. Me
lo prometieron antes de detenerme en México; en el 97 cuando César Arias me lo
ofreció a cambio de que yo mintiera diciendo que Raúl Alfonsín era un cómplice
nuestro en el ataque a La Tablada. Después hicimos la huelga de hambre en el
2000. También lo prometió Rodríguez Saá. Y ahora, la última, hace un par de
semanas. Lo tomamos con muy poca ansiedad.
El MTP atacó La Tablada creyendo que así frustraría un supuesto levantamiento de
Seineldín. Hoy los dos están presos y se habla de un indulto para ambos. Parece
una ironía del destino, ¿no?
Ésa es una decisión del gobierno. Puede ser una forma de mostrar que terminó una
etapa. No creo que por parte del grupo de Seineldín hoy haya un intento de
quebrar la democracia, sí desde otros sectores. Por eso queremos hacer un
llamado a la paz. Vemos un rompimiento de la relación entre las instituciones
del Estado, los partidos políticos y la población; un gran avance de la
marginación social, y sufrimos amenazas constantes de posibilidades de golpes de
Estado o procesos autoritarios. Los problemas argentinos se deben resolver con
más democracia contemplando los intereses de las mayorías. Hacerlo desde el
autoritarismo sería favorecer los intereses de una pequeña elite. Por primera
vez planteo públicamente la necesidad de que todas las fuerzas políticas que han
estado involucradas con los desencuentros argentinos firmen un compromiso de
vigencia democrática, de dirimir cualquier diferencia por esa vía.
¿De qué sectores está hablando?
De todos. Incluidos el radicalismo y el justicialismo. No olvidemos que durante
la dictadura el 90 por ciento de las intendencias estuvieron ocupadas por
civiles.
¿También con los militares?
Por supuesto, con Seineldín, con todos los que han estado involucrados en el
pasado, como Brinzoni, el actual jefe del Ejército. Porque acá se habla de un
enfrentamiento entre guerrilleros y militares como si todos hubieran estado
mirando. Y no fue así. Nadie ignoraba lo que pasaba. Lo de ahora no tiene nada
que ver con los setenta sino que es una violencia anárquica; en los setenta
había dos o más proyectos políticos enfrentados y no supimos dirimirlos en forma
democrática. Y por eso utilizamos la violencia. La que vemos ahora es producto
de la marginación y es contra todos.
Esto significa una revisión de la historia. ¿Hizo una autocrítica?
No se trata de una revisión. Los militares dicen que se vieron obligados a
actuar por la presencia de la guerrilla. Pero no es así, porque los golpes de
Estado fueron anteriores a la guerrilla. Los métodos tampoco fueron los mismos:
las desapariciones, los fusilamientos de prisioneros, la tortura en todas sus
variantes y el robo de niños es algo que ni Hitler se animó a hacer. La
guerrilla nunca cometió esos actos.
Pero el ERP continuó la violencia durante el gobierno democrático entre el 73 y
el 76...
Fue un error continuar con la lucha armada, sobre todo durante el gobierno de
Cámpora. Pero tampoco se puede llamar democrático a un gobierno que en dos años
y nueve meses provoca 900 desaparecidos y 1.500 crímenes. Había sido elegido
pero tenía un carácter contrainsurgente que guardaba la forma más gruesa de la
democracia pero actuaba como dictadura. Cuando Cámpora ofrece una tregua el ERP
larga una carta donde decimos que aceptamos no atacar al gobierno y al
Ministerio del Interior pero íbamos a continuar contra las FF.AA. Nosotros
evaluamos al Devotazo como un gesto de Cámpora y le correspondimos con la
liberación de un comandante de Gendarmería y un almirante que teníamos
secuestrados. Y comenzamos a discutir en el buró político la posibilidad de
cambiar nuestra postura y aceptar la tregua. Íbamos a definirla el 30 de junio y
en el medio se produce Ezeiza. A los Montoneros, que eran peronistas, les
tiraban con todo; si nosotros nos asomábamos desaparecíamos. No obstante
teníamos la suficiente fuerza para mantener una semiclandestinidad y aguantar al
menos hasta la muerte de Perón. Y eso hubiera evidenciado con más claridad que
los ataques de la Triple A no eran en respuesta a la guerrilla sino un proyecto
de poder propio. Eso hubiera sido muy bueno políticamente para nosotros.
AYER Y MAÑANA
Iniciada el 18 de octubre de 1941, en San Nicolás, la vida de Gorriarán Merlo
estuvo siempre signada por la militancia y por la violencia. En 1970 fundó el
ERP junto a Roberto Santucho. Después vendrían su detención y posterior fuga del
penal de Rawson, el ataque al cuartel de Azul en 1974 y los combates en la selva
tucumana. Con la dictadura llegó el exilio y el enrolamiento en el ejército
sandinista con el que llegó al poder y trabajó en inteligencia bajo las órdenes
de dos "duros" de la revolución: Lenín de la Cerna y el ministro del Interior
Tomás Borge. Un año después del triunfo de la revolución, en 1980, participó del
grupo que dio muerte a Somoza en Asunción del Paraguay. Oscilando entre la
Buenos Aires de la primavera democrática y la húmeda y tortuosa Managua,
Gorriarán fundó el MTP en 1985. Cuatro años después dirigió el ataque al cuartel
de La Tablada. Finalmente, en 1995, cayó detenido en México. Desde ese momento
está preso en Devoto. De él dicen sus ex compañeros del ERP que "era más
operativo que político". Arnol Kremer, quien supo llamarse Luis Mattini en
tiempos de guerra, le recomendó alguna vez el "suicidio por el desastre de La
Tabalda". Y el hermano de Santucho dijo: "Roberto era un ideólogo, un patriota
que recurrió a las armas por las circunstancias. No era un hombre violento; en
cambio Gorriarán, sí". El aludido cierra los ojos y entrecruza las manos como si
rezara. "Ahora quiero pensar en el futuro", dice.
¿Hay futuro?
No
vislumbro ningún proyecto que nos permita tener esperanzas. Para que eso suceda
debería formarse otro movimiento político adaptado a la época.
¿En qué cambia su planteo respecto del que hacía en los setenta?
En aquel tiempo se trataba de suplantar al capitalismo por el socialismo. Eso
estaba enmarcado dentro de la Guerra Fría entre dos sistemas. En cambio hoy...
No me diga que se hizo capitalista.
No, pero las condiciones son diferentes. En aquella época había sistemas para
optar. Si la Ford se quería ir del país uno traía una fábrica de Checoslovaquia
y solucionaba el problema. Hoy la amenaza de la Ford implica aumentar la
desocupación porque no existe una alternativa tecnológica. Antes había una
dictadura militar, uno la derrocaba con las armas y decía "desde hoy este país
es socialista". Hoy hay que luchar por la igualdad social, pero exprimiendo al
máximo las posibilidades.
¿Dentro del capitalismo?
Hasta ahora no hay otro sistema. El reemplazo de un modelo por otro se da cuando
el reemplazante es superior. Como en Rusia en 1917, que pasó de ser un país
atrasado a convertirse en la segunda potencia mundial. Ahora, con el desarrollo
de la tecnología, para que haya socialismo debería nacer en un país
desarrollado. Pero eso no quita que se puede luchar por la justicia social.
¿Se sigue reivindicando marxista, entonces?
Soy un admirador de Marx, pero decir que soy marxista es demasiado
grandilocuente. No creo que los marxistas sean los únicos que pueden llevar
adelante los cambios; pienso en la izquierda en relación con sus orígenes. Soy
partidario de una izquierda estratégica y no dogmática.
¿Si sale en libertad participaría en las asambleas populares?
Las asambleas patentizan un rechazo a los políticos que aún no estaba dicho.
Tienen un contenido que no es de cambio sino de restitución. La sociedad quiere
que le devuelvan algo de lo que perdió. Tienen un contenido justo pero no
revolucionario. No quieren cambiar el sistema sino volver al que estaba. Creo
que la consigna "que se vayan todos" sin opciones no tiene sentido. Los
programas tampoco. Se ve que hay agrupaciones de izquierda que le hacen votar
cosas a la gente. El otro día vi un programa de la asamblea de Parque Centenario
que era más radical que el que nosotros teníamos en los setenta con los
Montoneros y los diez mil hombres armados que teníamos. Viendo esas proclamas
hasta Fidel Castro renunciaría asustado. No se puede convertir a la población en
una Cámara de Diputados permanente; hay que institucionalizar la participación a
través de una reforma constitucional. Si un partido promete una cosa y no la
cumple se lo debe poder echar de inmediato. Es necesario un cambio que reemplace
la democracia representativa por la participativa. La representación mostró sus
defectos recién ahora; nunca tuvimos 20 años seguidos para comprobar que los
políticos prometen una cosa y hacen otra y que no tenemos cómo contrarrestarlo.
No se trata de cambiarlos por hombres dece ntes sino de modificar un sistema que
está hecho para robar por uno que impida hacerlo.
¿Qué opina del gobierno de Duhalde?
Veo que carece de un plan social y de una política económica. Se palpa en la
negociación con el FMI. Está a la expectativa de lo que supuestamente va a dar
el Fondo. Pero creo que no van a conseguir nada. No hay un plan estratégico de
industrialización.
DIOS Y LA MUERTE
Gorriarán ¿cómo es matar?
(Responde rápido, casi por reflejo y encogiendo los hombros) No tengo la menor
idea; yo participé en combates y solo estuve directamente en lo de Somoza.
Estaba en el grupo pero el que culminó la acción fue Santiago que tenía una
bazooka. Pero lo de Somoza no es una acción de venganza, como siempre se dijo,
sino una emboscada al jefe de la contrarrevolución en el marco de una guerra. Si
Somoza se hubiera quedado en una playa de Miami hoy estaría vivo.
Muchos dicen que usted era un fierrero más que un cuadro político. ¿Admite esa
visión?
No soy un fierrero como dicen muchos, no creo en los grados militares, creo en
la consecuencia de una persona. Ni siquiera un revolucionario, para no poner
algo inalcanzable, sino una persona honesta que tiene que fijar sus valores
todos los días, todas las semanas, todos los años. Conocí a grandes
revolucionarios como Santucho, Sendic y Carlos Fonseca, pero también al
salvadoreño Carpio y a Edén Pastora, que se dieron vuelta. Para mí el valor
fundamental es la persistencia. A mí me ponen como paradigma del guerrillero
armado, pero en el ERP estuve hasta el 74 en el sector operativo y en Tucumán,
por ejemplo, fui enlace entre la guerrilla y las organizaciones de masas. Ésa es
una imagen que no es objetiva. Participé en la guerra de Nicaragua, pero no es
lo principal.
La cárcel suele volver místicos a los condenados, no se habrá hecho creyente,
¿no?
(Se ríe, con vergüenza y dice entrecortado) Místico no... pero con respecto a
eso... siempre pienso... es una cosa íntima. (Se repone) Si digo que creo en
Dios me van a tratar de oportunista porque me hago católico ahora y si digo que
no creo, van a decir "mirá este ateo". He leído la Biblia, pero mejor me callo.
"La
responsabilidad por La Tablada es mía"
En el único momento de la entrevista en que Enrique Gorriarán Merlo pareció
quebrarse o ensombrecerse fue cuando se habló de La Tablada.
¿Reconoce que el ataque fue un error?
No puedo responder a eso en dos minutos; además, el balance lo tendríamos que
hacer juntos todos los que participamos. La decisión que tomamos fue producto de
que a partir de Semana Santa del 87 el gobierno cede a las presiones de los
carapintadas creyendo que de esa forma evita el golpe de Estado. Al mismo tiempo
Menem se alía directamente con el sector golpista. Creímos ver el peligro de una
reiteración de la dictadura. No queríamos reimplantar la guerrilla sino parar un
golpe de Estado. Y no pensábamos que íbamos a tener un saldo de víctimas tan
doloroso.
¿Fue una trampa del gobierno de Alfonsín?
De ninguna manera. Tampoco estábamos infiltrados. Las causas de las bajas y de
que no pudiéramos tomar el cuartel fueron dos: primero, que un grupo de
compañeros que debía tomar el depósito donde estaban los tanques que usaron los
militares se demoró en un enfrentamiento previo en la Compañía B del Batallón de
blindados; y cuando los pibes llegaron al lugar los militares ya estaban
acantonados. Y la segunda causa fue por indisciplina, pero como fue heroica es
irreprochable. Un grupo, al enterarse que otros compañeros estaban en la
Compañía B del Regimiento de Infantería rodeados de militares, eligió, en vez de
irse, tratar de rescatarlos y también quedaron encerrados. Y lo mismo ocurrió
con los compañeros de la Guardia de prevención que, en vez de retirarse se
quedaron hasta la una de la tarde, cuando recién los militares rodearon con
3.600 hombres el lugar y la salida se hizo imposible. En Monte Chingolo, por
ejemplo, donde sí estábamos infiltrados por un hombre del Ejército de apellido
Ranier, en diez minutos llegaron los tanques. En cambio en La Tablada tardaron
seis horas y no llegaron antes porque estaban convencidos de que era un golpe
carapintada; por eso demoraban el arribo.
¿No cree que el ataque perjudicó las posibilidades de la izquierda en los años
noventa?
Eso es apenas una excusa. No fue un beneficio, está claro; pero si uno ve las
estadísticas, la elección en la que más votos sacó la izquierda fue tres meses
después del asalto a La Tablada, en los comicios de mayo del 89.
¿Se siente responsable por las víctimas?
Claro que sí y siento un gran dolor por los familiares. La responsabilidad
principal la tengo yo porque era el líder del grupo. Pero yo no los llevé
engañados; decir eso sería una falta de respeto a la inteligencia de los
compañeros. Cuando decidimos llevar a cabo la acción se explicó todo. Pero
también hay que tener en cuenta que allí se utilizaron todas las técnicas del
terrorismo de Estado por parte del Ejército. Tuvimos 11 compañeros asesinados
después de ser detenidos, 3 desaparecidos y 5 cadáveres sin identificar por el
destrozo de los cuerpos. El teniente coronel Jorge Barando, por ejemplo, es el
responsable de la desaparición y asesinato de Iván Ruiz y de José Díaz. Hay una
secuencia de fotos donde se los ve caminando y después caen. No obstante en el
juicio dijo que se los entregó a un tal Esquivel, quien aparece muerto, y dice:
"Seguramente estos dos chicos lo mataron y se escaparon". Luego pudimos
identificar el cuerpo de Iván Ruiz. O sea que Barando mintió. Y es más, siguió
haciendo de las suyas ya que es el jefe de custodios del Banco HSBC y uno de los
que aparecen en el video tirando a los manifestantes. Está sospechado de haber
matado a uno de los muchachos el 20 de diciembre pasado. Tiene una línea
consecuente el hombre.
Adiós a las armas
¿Cómo era tener 30 años en los setenta?
Era una época distinta. Cuando yo tenía 13 años bombardearon la Plaza de Mayo; a
los 15 se produjeron los fusilamientos de José León Suárez, a los 20 lo
voltearon a Frondizi, a los 24 a Illia. Yo voté una sola vez en mi vida y fue en
las elecciones del 63. Fui clandestino durante treinta años, desde marzo del 70
hasta hoy. Viví entre la clandestinidad y la cárcel. Es algo diferente. En el
caso de ustedes es mucho mejor.
¿Cómo lo marcó la clandestinidad?
Todavía no lo sé; si salgo se lo cuento. Estoy habituado a esa forma de vida
como si fuera normal, siempre tomando recaudos. Siempre trabajé de prófugo;
tenía que levantarme todas las mañanas y pensar a qué café iba, qué camino
tomaba; todo eso se transforma en un hábito. A los policías de México , por
ejemplo, los detecto porque estaba preparado para eso. Yo voy dos veces a un
lugar y sin fijarme me doy cuenta si hay algún cambio. Por eso me gustaría poder
volver a la legalidad, para ver cómo es.
¿Volvería a tomar las armas?
No, hoy no lo haría. Creo que después de la experiencia que se dio en América
Latina, deberíamos dedicar nuestras vidas para evitar que se repita otro
enfrentamiento de tipo guerra civil como el que se produjo. Las circunstancias
han cambiado. La violencia armada surge por los golpes militares que se suceden
cada dos años y cuatro meses, y por la Doctrina de la Seguridad Nacional que les
dio sustento teórico a las dictaduras. La lucha armada es una reacción. Por eso
hacemos este planteo de llamado a la democracia. Porque todavía estamos a tiempo
de frenarlo. Cuando se produjo La Tablada ya se habían registrado los
levantamientos de Semana Santa y Villa Martelli. Hoy todavía no sucedió nada.
Los militares tienen la misma experiencia que nosotros y no creo que quieran
repetir la historia.
El ex guerrillero se reunió en Rosario con familiares del fallecido cónsul
inglés. Stanley Sylvester había sido secuestrado en mayo de
1971. La Capital fue testigo de un diálogo sin odios
Daniel Leñini / La Capital, noviembre de 2003
El portón de hierro es el mismo y la vereda donde quedó el Peugeot 404 en marcha
también. La numeración ha cambiado pero el pilar aún conserva los apliques del
8555 que regía entonces, año 1971. Mayo, para más datos.
Hoy es el 8455 de bulevar Argentino, en el corazón de un Fisherton más coqueto y
tal vez más custodiado. Juan Sylvester, aquel que encontró el Peugeot en marcha
y de inmediato sintió el presagio de lo ocurrido, abre el portón del chalé e
invita al patio. Saluda y habla unos minutos, antes de sentarse con su
visitante: Enrique Gorriarán Merlo, cabecilla del Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP) que aquel ya lejano mes de mayo del 71 secuestró a su padre,
Stanley Sylvester, apenas detuvo el automóvil y caminaba para cerrar el portón.
Stanley falleció hace 20 días, a los 91 años. Cuando lo secuestraron, con 59 y a
un año de jubilarse, era gerente general del frigorífico Swift -al que había
ingresado tres décadas antes como mensajero de oficina- y a la vez cónsul de
Inglaterra en Rosario. Fue el primer secuestrado por el ERP (que comandaba a
nivel nacional el temible y recordado Mario Roberto Santucho), que lo mantuvo en
cautiverio siete días en el sótano de una vivienda del barrio Acíndar, al sur de
la ciudad, y lo liberó una vez que el Swift accedió a "repartir víveres y útiles
escolares en los barrios y a cambiar las condiciones de trabajo para los
operarios de la planta", según recuerda Juan, su hijo.
El nieto del secuestrado, Donald, completa la postal. Fue quien cuidó a su
abuelo hasta sus últimos días y el primero que supo de la voluntad de Gorriarán
Merlo, hace unos meses tras salir de la cárcel, de saludar a quien había sido su
víctima. El encuentro no se hizo pues la salud de Stanley no se lo permitía.
Gorriarán Merlo, detenido desde 1995 hasta mayo pasado por el sangriento ataque
a La Tablada y finalmente indultado por el ex presidente Eduardo Duhalde,
recuerda que "cuando estaba en la cárcel pensaba en ver a Stanley por dos
razones: por haber actuado con dignidad en el cautiverio y aclarado luego,
siempre, que se lo trató bien. Al venir a presentar hace unos meses el libro (se
refiere a sus "Memorias") le hice llegar la invitación y le mandé un ejemplar
con una dedicatoria. Finalmente me encontré con sus descendientes, quienes me
dijeron que estaba muy delicado. Ahí empezamos a hablar. Yo estaba muy tenso y
quise expresarles que utilizamos el método de los secuestros, que sabíamos
desagradable, para financiarnos o para lograr reivindicaciones. pero también que
éramos conscientes de la incertidumbre que significaba para el detenido y sus
familiares".
"Siempre sentí ganas de hablar con Stanley para pedirle perdón, disculparme, por
la situación que le hicimos vivir. Es la primera vez que puedo encontrarme con
los familiares de un secuestrado. Salí hace cinco meses", admite Gorriarán.
Juan Sylvester interviene y dice: "Si fuera un hijo del general (Pedro Eugenio)
Aramburu probablemente no hablaría. Pero este caso es distinto. Prácticamente no
hubo secuelas y no lo calificaría como un secuestro extorsivo por dinero sino
propagandístico; el ERP quería propaganda. No puedo decir que tenga rencor o
bronca. No conozco a otros integrantes del ERP más que a Enrique, y si bien no
comparto la ideología debo pensar que lo hicieron por una causa. Por eso puedo
charlar con él. Esto pasó en el 71 y en el 2003 es historia. En el 71 no hubiese
dialogado, ahora sí".
Un domingo fácil
Luego de haber logrado romper el hielo, las anécdotas se fueron desgranando.
Gorriarán reveló que los dos militantes del ERP que secuestraron a Sylvester,
Osvaldo De Benedetti y Jorge Molina ("encarcelados y asesinados por el Ejército
tiempo después"), en realidad no tenían orden de realizar el rapto, sólo debían
"observar", pero que decidieron hacerlo porque ese domingo se les presentó
fácil.
"Yo era el que decidía cuando se hacía el secuestro, pero resulta que me enteré
por los diarios", sorprende Gorriarán.
Luego revela otro hecho asombroso, sobre todo por la militarización que en aquel
momento vivía Rosario. Contó que una vecina de la casa en cuyo sótano permanecía
retenido Stanley, mientras colgaba la ropa, "le gritó a De Benedetti, que andaba
por ahí: "Che, suelten a Sylvester"", y que éste, muy sorprendido, sólo atinó a
retrucarle: "No lo vamos a liberar jamás".
"Después nos tuvimos que poner a debatir qué era lo que podía saber esta mujer",
se ríe hoy Gorriarán.
Cuando pregunta si alguien vio la casa, la escueta respuesta de Juan Sylvester
interrumpió por un momento el clima de diálogo: "Yo sí, me llevó Feced". A la
mención del jefe de policía que comandó la represión ilegal y ordenaba las
torturas en Rosario le siguió un incómodo silencio.
En tren de hacer historia, sus interlocutores le señalan luego a Gorriarán que
posteriores secuestros del ERP no terminaron bien, o mucho peor, como el de
Oberdan Salustro, presidente de la Fiat; o el del coronel Argentino Larrabure,
en Villa María, ya que ambos fueron muertos.
"En el caso de Salustro hubo un problema grave cuando los custodios sufrieron un
enfrentamiento con la policía, y él murió por una bala del tiroteo", explica el
ex guerrillero. "En el caso de Larrabure -continúa-, el oficial arrastraba una
condición física preocupante y se suicidó. Con eso no quiero justificar la
acción, aclaro. Pero en un operativo que me tocó actuar directamente, el de
Alfred Laun (diplomático cultural de los Estados Unidos, secuestrado en abril de
1974), como resultó herido, lo liberamos enseguida".
Luego de afirmar que en aquellos años "las organizaciones" reclutaban miles de
jóvenes, y que en Rosario había un gran despliegue, Gorriarán recuerda sus días
de rosarino: "Viví un tiempo en Italia y Catamarca, hasta que pasé a la
clandestinidad en el 70. Trabajé dos años en el Swift, en la sección Picada de
Novillo, donde ya se aplicaba lo que es hoy la generalizada flexibilización
laboral. Es decir, me hacían un contrato por tres meses y cuando faltaba un día,
me despedían, y al otro día me hacían otro contrato. El Swift, con 8.000
obreros, y el puerto eran los únicos lugares donde se hacía esto, hoy es
general. Deberíamos recuperar las condiciones del 70. Medio en broma y medio en
serio", chicanea.
La charla se termina y Gorriarán y su mujer parten del chalé de Fisherton. La
figura del fallecido Stanley motivan las últimas palabras. Gorriarán, 62 años, y
Juan Sylvester, 60, recuerdan que el día en que el gerente del Swift fue
liberado la policía intentó tomar un pulóver que tenía por ahí. "No, que este me
lo regalaron los muchachos (por sus secuestradores)", dicen que les advirtió a
los oficiales.
Uno de los pocos pasatiempos de Stanley era jugar ajedrez con sus captores. "Nos
ganaba todos los partidos; era muy bueno", reconoce Gorriarán. "Pero el sótano
era muy chico, no medía más que uno por dos", lo reprende Juan. "Sí, pero lo
manteníamos siempre abierto -concede luego-. Salvo un día que Feced largó un
rastrillo (allanamiento), y los policías revisaron las casas de enfrente".
El ex líder guerrillero y el hijo y el nieto de una de las víctimas de los
violentos 70 vuelven a saludarse. Al salir se advierte que un cartel,
semiescondido entre los arbustos: informa que la casona está en venta. Stanley
Sylvester murió hace 20 días, el 20 de octubre. Su hijo dice que ahora carece de
sentido mantener el caserón.
"El déficit de la resistencia argentina fue la incapacidad para unirse"
En diálogo con El Eslabón, el ex líder guerrillero Enrique Gorriarán Merlo
desentramó segmentos del horizonte político nacional. Desde el ERP hasta la
actual gestión kirchnerista, el ex preso político no dejó tema sin analizar en
esta extensa entrevista.
Por Guillermo Griecco
Se lo nota autocrítico, reflexivo. Habla con la mirada firme y justiciera de un
revolucionario. Su relato por el pasado más reciente está cargado de datos
significativos. El ex líder guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo,
Enrique Gorriarán Merlo, es capaz de repasar los acontecimientos de un tramo
efervescente de la historia argentina –del que fue reconocido y activo
protagonista– con la misma urgencia con que se sucedieron.
Sus sueños en la década del 70, su política, su lucha, las armas, sus errores y
aciertos, el indulto que le permitió salir de la cárcel después de haber sido
condenado a reclusión perpetua, el gobierno de Kirchner y sus propios proyectos
políticos en la actualidad: de todo esto habla Gorriarán Merlo después de
finalizar una de las tantas reuniones que mantiene con amigos y compañeros en su
recorrida por distintos puntos del país, esta vez de paso por Rosario.
- ¿Cómo fue transitar ese camino que llevó a un sector de la población a
decidirse por la lucha armada como opción de resistencia?
- En el caso del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) fuimos
adoptando los métodos de lucha que creíamos convenientes según cada momento. El
primer acto político que realizó el PRT fue ir a elecciones legislativas en
Tucumán en marzo de 1965. No sólo que fuimos a elecciones, sino que se ganó con
el treinta y dos por ciento de los votos. Sacamos dos diputados nacionales:
Benito Romano del peronismo revolucionario pero que trabajaba en alianza con
nosotros y Simón Campos que era secretario general del Ingenio San Ramón en la
localidad de Villa Quinteros y dirigente del PRT. Un senador provincial, Leandro
Fote, que era secretario general del Ingenio San José y de la dirección del PRT.
Nosotros luchábamos por la justicia social a través de las elecciones que era el
método adoptado en la época. Después vino el golpe de Estado del año 66 y se
terminaron las elecciones. A diputados y senadores los sacaron del Congreso, se
prohibieron los partidos políticos, se intervinieron los sindicatos, las
universidades. Poco después sucedió lo de "la noche de los bastones largos" lo
que implicó el exilio de científicos y profesores que hasta el día de hoy se
siente esa ausencia. El método de lucha que utilizamos fue promover la
movilización popular a los efectos de recuperar las libertades perdidas. Pero a
esas movilizaciones la dictadura respondía con la prisión, con la tortura y con
el asesinato. Al mes de implantada la dictadura fue asesinado Santiago Pampillón
en Córdoba. En enero del 67 en una movilización contra los cierres de Ingenios
que había implementado la dictadura matan a Hilda Guerrero de Molina. A mediados
del 69, cuando matan al estudiante Cabral en Corrientes, yo estaba en Rosario,
donde se organizó una marcha en repudio al asesinato de Cabral y la respuesta
fue el asesinato del estudiante Andrés Bello. Dos días después, organizamos una
marcha de silencio para repudiar el asesinato de Bello y asesinan a Luis Blanco
que tenía quince años. Una semana después viene el Cordobazo y en septiembre de
ese año también se da el Rosariazo. Después, en marzo del 70, desaparece la
primera persona que encabeza la lista de treinta mil desaparecidos en la
Argentina, que es Alejandro Valdú.
En julio del 70 formamos el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y decidimos
resistir con la lucha armada pensando que no había otra opción.
-¿Cómo era la relación con la población en ese momento? ¿Cómo se vivían los años
previos a la llegada formal de la dictadura del 76?
Siempre buscamos y en gran medida logramos la alianza con la población. Si no la
guerrilla no hubiese podido resistir después de una lucha armada.
Con respecto a la dictadura, hay un concepto que es fundamental, que está oculto
intencionalmente: acá no hubo una dictadura, una democracia y otra dictadura.
Acá hubo 18 años seguidos de terrorismo de Estado con distintas fachadas
políticas. En el gobierno del 73 al 76 hubo sólo en Córdoba más desaparecidos
que la dictadura anterior: 60 fueron los desaparecidos contra cincuenta y pico
de la dictadura de Onganía. Y en total hubo 904 desaparecidos. El asesinato de
prisioneros renació después de la masacre de Trelew con el gobierno de Lastiri
en julio del 73 después de la caída de Cámpora. Hubo 2.500 asesinatos, siempre
en ascenso, incluyendo el gobierno de Perón. Por ejemplo, antes de Perón habían
asesinado a cinco dirigentes sindicales y durante su gobierno de ocho meses
asesinaron a diecisiete, todos combativos, del ERP o de la Juventud Peronista
(JP). La triple A (Alianza Anticomunista Argentina, liderada por López Rega) ya
había actuado en Ezeiza. El de Perón fue un gobierno que subió por un método
democrático como eran las elecciones, pero gobernó con un método
contrainsurgente que es el terrorismo de Estado. Es más, uno de los cuatro
íconos del terrorismo de Estado que es el robo de chicos no empezó ni con la
primera ni con la segunda dictadura, sino en octubre del 74. La primera
desaparecida embarazada la secuestraron en Córdoba en marzo del 75.
-¿Cuándo se enteran que el golpe militar es inminente y qué deciden hacer para
contrarrestarlo? Y por otra parte ¿dónde estuvieron marcados los principales
errores de estrategia política en lo que hace a la resistencia?
Habíamos hecho varias propuestas de tregua en el 75. Estuvimos reunidos con
Alfonsín, con Balbín, con varios diputados, con representantes de todos los
partidos políticos. Nosotros ofrecimos una tregua, dejar la lucha armada a
cambio de la formación de un frente contra el fascismo y contra cualquier
intento de golpe de Estado, pero la propuesta no tuvo eco. No sólo eso, ya que a
los tres días de la reunión con Balbín donde nos dijo que no aceptaba nuestra
propuesta, largó la teoría de la guerrilla industrial que servía de
justificativo para matar activistas sindicales. Todo ese proceso de terrorismo
de Estado del 73 al 76 no fue sólo de un sector del peronismo. Por ejemplo,
Kirchner no apoyaba el terrorismo de Estado pero sí hoy convive con las mismas
personas del mismo partido que sí lo hacían. Por eso se discute recién ahora
después de treinta años, porque hay una complicidad en ese sentido.
Uno cuando analiza el golpe del 76 se encuentra con que el segundo de la
Secretaría de Prensa de Videla era Ricardo Yofre, secretario y amigo personal de
Balbín. El 52 por ciento de las intendencias durante la dictadura estaban
manejadas por miembros de partidos políticos, en primer lugar del radicalismo y
en segundo del peronismo. Quiero decir que ninguna dictadura puede ejercerse si
no hay una complicidad civil, además del apoyo industrial. En la segunda
dictadura se produce un punto de inflexión en el sentido social. Es decir, con
el programa económico que anuncia Martínez de Hoz (ministro de Economía en la
dictadura) el 2 de abril del 76 es donde comienza todo este proceso que culmina
ahora con esta marginación social que conocemos, llevada al extremo durante el
gobierno de Menem.
Los gobiernos militares, no sólo en Argentina sino en toda América latina,
respondían a la Doctrina de Seguridad Nacional que era una política impulsada
por Estados Unidos que promovía las dictaduras militares en todo el continente
con el supuesto objetivo, digamos, para que el continente no se hiciera
comunista. A eso respondían las dictaduras militares, a políticas prefijadas y
no a errores de nadie. No obstante eso, cometimos errores en la estrategia. En
cuanto al PRT, los dos errores más importantes fueron: no haber aceptado la
tregua de Cámpora. Nosotros cuando Cámpora nos ofrece la tregua largamos una
carta pública, conocida como "Carta Cámpora", donde decíamos que aceptábamos por
respeto al voto popular no atacar a la policía y a lo que dependiera del
Ministerio de Gobierno, pero que sí íbamos a seguir atacando a las Fuerzas
Armadas y a las empresas multinacionales que estaban agazapadas a la espera de
una oportunidad para volver a golpear. Cuando Cámpora libera los presos
políticos, el 25 de mayo, se hizo la movilización del devotazo que impulsamos
nosotros y hubo participación masiva porque mucha gente de la plaza, del
peronismo, fue a la movilización ya que había un gran sentimiento a favor de la
libertad de los presos. Nosotros conversamos en la dirección del PRT responder
al gesto de Cámpora con otro gesto que era aceptar la tregua. Cuando estábamos
en esa discusión ocurrió la masacre de Ezeiza el 20 de junio. Nosotros íbamos a
discutir el tema el 30 de junio en una reunión nacional y desistimos con un
razonamiento que en aquella época se sintetizaba así: si a ellos que son
peronistas les pasa eso, que pasará si nosotros salimos a la luz. Habíamos
tomado previamente dos medidas indicativas: liberamos a un almirante y a un
comandante de Gendarmería después que Cámpora liberó los presos. Estábamos en
esa tesitura cuando pasó lo de Ezeiza y desistimos de continuar. Visto desde
hoy, lo veo como un error. Primero que teníamos el suficiente aval de la
población como para mantenernos en una situación de semiclandestinidad sin
aparecer con mucha evidencia. Eso hubiese sido un gran acierto político porque
hubiera permitido que la población identificara a la triple A como lo que era:
una estrategia del poder del fascismo y no una organización de derecha que
surgía para contrarrestar la guerrilla de izquierda. No obstante eso, fue la
época que más crecimos: pasamos a tener de 400 militantes a más de cinco mil,
del 73 al 75. Eso era porque había una efervescencia popular y también una
voluntad en un amplio sector de la población de cambios políticos profundos. De
la otra manera hubiésemos crecido mucho más quedando colocados políticamente en
una situación más clara y mejor. La población cansada de la situación y
confundida termina apoyando a la dictadura. Nosotros ahí cometemos una segunda
equivocación de apreciación política. Con la llegada del golpe, evaluamos que
eso iba a provocar una generalización de la resistencia contra la dictadura y no
un repliegue de la población como ocurrió, entre otras cosas, debido a la
confusión que había por el apoyo de sectores políticos a la dictadura. Ese fue
un error doloroso para nosotros porque nos dejó en una lucha de aparato a
aparato, es decir, sin el respaldo tan grande que habíamos tenido de la
población. Y en una lucha de aparato a aparato teníamos todas las de sufrir
bajas que fue finalmente lo que ocurrió.
-¿Cómo era la relación con las demás resistencias armadas?
Desde el principio hubo una voluntad común de todas las organizaciones de tratar
de caminar hacia la unidad y eso tuvo expresiones importantes, por ejemplo, en
la fuga de Trelew. Y digo hechos armados porque eran característicos de la
época. La emboscada al general Sánchez quien era jefe del Segundo Cuerpo de
Ejército, fue hecha por el ERP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que
después se unen a Montoneros. Hubo una serie de coordinaciones políticas comunes
hasta el año 73. En ese año nos distanciamos de Montoneros, que junto al ERP
eran las organizaciones armadas más numerosas. Esa relación se retomó a fines
del 74 después de la muerte de Perón, en una reunión de la que participó Perdía
por Montoneros y yo por el ERP. A partir de ahí se intentó la fusión a través de
una organización llamada Organización para la Liberación Argentina (OLA) hasta
que llegaron los grandes hechos represivos como la muerte de Roby (Mario Roberto
Santucho, militante del ERP), el exilio de muchos Montoneros y la organización
no se pudo concretar. Es más, creo que el déficit fundamental que tuvo la
resistencia argentina fue la incapacidad para unirse. Cualquier proceso
revolucionario de cambio requiere dos condiciones: una es la unidad de las
fuerzas revolucionarias y la otra, la división de las élites dominantes. Esa
situación sucedió en el país hasta el año 73 por eso cayó la primera dictadura.
Después del 73 pasó lo inverso, nos dividimos nosotros y se unieron ellos.
Montoneros apoyaba al gobierno y nosotros estábamos en contra.
-Una vez instalada la dictadura militar, ¿qué decisión tomaron?
Cuando nos damos cuenta de lo que pasaba, de las equivocaciones que habíamos
cometido, se decide descentralizar la organización pero era demasiado tarde, ya
habíamos recibido muchos golpes. Habíamos perdido el control de la seguridad y
decidimos salir al exterior con el objetivo de organizar el retorno. Algunos de
nosotros estuvimos en la revolución de Nicaragua y después volvimos.
-¿En qué año retorna a la Argentina?
Salí del país en el 76 y me fui a una reunión con unos compañeros cubanos en
Checoslovaquia. Volví en enero del 77 y organizamos la salida de otros
compañeros que estaban peligrando por su seguridad. Después volví en el 81,
donde comenzamos a organizar una guerrilla con reconocimiento de terreno en el
monte de Jujuy, con el objetivo de instalar un foco de resistencia a la
dictadura. En el 82 cuando se da la derrota de Malvinas, desistimos de ese plan
porque veíamos que se retornaba a la democracia. Ahí nos organizamos en un papel
más político con el Movimiento Todos por la Patria (MTP) hasta que sucedió lo de
La Tablada.
- ¿Cómo los encuentra el retorno a la democracia en el 83?
Nosotros no sólo hacíamos la guerrilla sino que también hacíamos actividad
legal. Habíamos desarrollado, en Córdoba, en el 74, el movimiento sindical de
base que juntó a 4.500 dirigentes y activistas. En Rosario, en el 74, pleno auge
de las tres A, organizamos un congreso que reunió a treinta mil personas.
Habíamos sacado el diario El Mundo que llegó a vender cien mil ejemplares
semanales. Editábamos clandestinamente treinta mil ejemplares por quincena de La
Estrella Roja y El Combatiente. Teníamos revistas
provinciales, boletines fabriles y estudiantiles. En el 83 no pensábamos que la
dictadura podría retornar. Hasta que llegó lo de Semana Santa y eso sí nos
sorprendió, por eso concentramos toda la actividad en la faz política. Formamos
el MTP, fundamos la revista Entre Todos, fuimos parte de la fundación y el
desarrollo de Página/12, salvamos de la crisis a la editorial La Urraca a raíz
de que me vinieron a ver Carlos Gabetta y Rodolfo Mattarolo, y pudimos gestionar
con distintos conocidos que teníamos, que un empresario español invirtiera 500
mil dólares en La Urraca y así salvarla de la quiebra. Esas publicaciones tenían
un papel importante en afirmar la democracia en aquel momento. Llegamos a
participar en elecciones municipales con el MTP en distintos puntos del país.
Nos sorprendió el levantamiento militar de Semana Santa y participamos de la
movilización en Plaza de Mayo. Nos preocupó más cuando Alfonsín al otro día de
terminado el conflicto mandó el proyecto de Ley de Obediencia Debida. A partir
de Semana Santa se fueron desarrollando dos políticas que culminó en una tercera
que aplicamos nosotros. Una fue la de el gobierno de Alfonsín que consistía en
conceder a las presiones militares, no con una actitud pro golpista sino
creyendo que de esa manera iba a evitar el golpe. Nosotros creíamos que eso
alentaría nuevas sublevaciones para lograr más reivindicaciones. Estábamos en
contra de la política de Alfonsín y nos preocupaba, pero creíamos que se podía
contrarrestar con la movilización popular con el transcurrir del tiempo y llegar
al juzgamiento de los delitos de lesa humanidad. Lo que verdaderamente nos
preocupó fue la actitud de Menem por su alianza con Seineldín. Yo me entero de
esto en un viaje a Cuba y Nicaragua de paso por Panamá, donde un grupo de
oficiales de la guardia nacional de ese país, a quienes yo conocía de la
revolución en Nicaragua, me cuentan con preocupación de las reuniones que
Seineldín estaba manteniendo con dirigentes del menemismo donde estaban
proyectando un golpe contra Alfonsín, el plan de reemplazarlo por el
vicepresidente Víctor Martínez, el llamado a elecciones que ganaría Menem por
desprestigio del gobierno y Seineldín quedaría en un alto cargo del ejército y
así el ejército volvería a jugar un papel preponderante como uno de los factores
de poder en la Argentina. Cuando vuelvo, solicitamos reuniones con el gobierno,
nos reunimos en el local central de la Unión Cívica Radical con Nosiglia que era
ministro del Interior y con Gil Lavedra que era viceministro. Le informamos todo
eso y notamos impotencia por parte del gobierno. Si bien estaban convencidos de
que podría suceder algo, no sabían qué hacer, pero sí estaban preocupados por la
relación Menem-Seineldín. Cuando vimos que esa denuncia no tenía eco,
denunciamos en septiembre del 88 la sublevación que se preparaba en Villa
Martelli. Dos meses después se dio la sublevación y no pasó nada. En enero nos
enteramos de la primera reunión a la que asistieron los dos, Menem y Seineldín,
donde establecen el acuerdo de la destitución de Alfonsín. A su vez, nosotros
teníamos reuniones con el peronismo y habíamos notado que el cafierismo no tenía
una actitud proclive a apoyar el golpe sino más bien todo lo contrario, pero el
menemismo en pleno estaba a favor. La respuesta común que obteníamos era que
entre el ejército nacional y el liberal, ellos preferían el ejército nacional. A
partir de ahí decidimos agrandar las denuncias. Presentamos la denuncia en la
justicia con dos testigos de por qué iba a haber golpe, lógicamente nadie
investigó nada. Entonces hacemos la denuncia pública de la reunión de Menem con
Seineldín y en ese momento los dos la niegan. Para esto teníamos dos compañeros
que participaban como infiltrados de las reuniones de los grupos de Seineldín.
El conocimiento de los planes, teniendo un conocimiento profundo de la
situación, nos decidió ir al cuartel militar de La Tablada. Nos decidió porque
la alianza de Menem con Seineldín reeditaba las alianzas cívico-militares que
habían sido el sustento de todos los golpes de Estado desde 1930 en adelante.
Algunos de nosotros teníamos familiares desaparecidos, todos teníamos compañeros
desaparecidos, todos habíamos sido alguna vez perseguidos, torturados y habíamos
sufrido la presión, y no queríamos de ninguna manera retornar a eso por más que
el golpe iba a ser un golpe institucional con Martínez como figura decorativa,
similar a lo que fue Guido con respecto a Frondizi en el 62. Creíamos que iba a
ser un gran retroceso para el proceso democrático porque volvería a colocar a
los militares como un factor de poder después del rol que habían jugado en los
últimos años.
- ¿Dónde está hoy marcada la continuidad del golpe militar del 76 y cómo ve la
política del actual gobierno?
Principalmente en la economía. Es ese plan que Martínez de Hoz anunció en el año
76 que se profundizó con el advenimiento del neoliberalismo brutalmente aplicado
en la época de Menem. Por ejemplo, si uno compara el número de establecimientos
fabriles: en el 74, antes de la dictadura, eran 126 mil en el país y en el 94, a
cuatro años de la llegada de Menem, eran 90 mil. El número de obreros ligados a
esos centros industriales eran 1.500.000 en el 74 y un millón en el 94. A esto
hay que sumarle que la población en esos veinte años pasó de 20 a 34 millones.
Una catástrofe laboral y eso implica a su vez una catástrofe educacional, de
seguridad, de dignidad. En cierta medida, hasta el día de hoy esto sigue
vigente, independientemente de un gobierno que tiene un discurso confrontativo.
El presupuesto de este año mantiene todos los planes sociales tal como estaban,
no hay ninguna intención de una reactivación industrial que reemplace los planes
por empleo. El presupuesto para la educación, para la ancianidad y para otros
sectores sociales, aumentó un nueve por ciento con una inflación que se
considera que va a llegar al diez por ciento, digamos, que es índice cero. En la
negociación con el Fondo Monetario el año que viene el país tiene que pagar ocho
mil millones de dólares y el tres por ciento del superávit primario
presupuestado que llega a cuatro mil millones de dólares, es decir que el país
se va a endeudar en cuatro mil millones, más la deuda vieja que hay que
reestructurar. Para tener un panorama más definido de la dirección que va a
tomar las faz económica habrá que esperar las negociaciones con el Fondo
Monetario de este año, que son las cruciales a partir de junio y el proyecto de
presupuesto para el 2005 para ver si se da algún cambio. Yo no quiero desalentar
a nadie porque hay muchas expectativas, pero realmente creo que es difícil que
haya un cambio en este sentido. En la faz política hay hechos positivos: la
política de derechos humanos, tomar en serio la corrupción del menemismo, se
respira un aire de mayor libertad política. Lo que pasa es que lo que define en
última instancia siempre es lo económico, porque, es duro decirlo, pero de
medidas políticas positivas la gente no come ni trabaja.
- ¿Qué proyectos políticos tiene en la actualidad?
Desde que salí de la cárcel en mayo del año pasado estoy hablando con la mayor
cantidad de gente que puedo, recorro la mayor cantidad de poblaciones que puedo.
No tuve reuniones con dirigentes políticos, salvo las necesarias por la cuestión
del indulto. En mis recorridas me dediqué más a escuchar que a opinar. Como
hecho preocupante, veo que la gente cree que es muy difícil cambiar esta
situación. Es preocupante porque si uno cree que no lo puede cambiar es seguro
que no lo cambia, sin embargo, si se busca la forma de cambiarlo, siempre hay un
margen de posibilidad de lograrlo. Esta situación es producto del desbarajuste
social implementado por la derecha más retrógrada, pero creo que no ha tenido el
éxito que ellos pretendían.
- ¿Cómo recibió el indulto que promovió el ex presidente Duhalde en el 2003?
Puede ser que le haya sacado un peso de encima a Kirchner, de todas maneras son
políticas de Estado. Creo que el indulto fue la reparación de una injusticia que
se venía prolongando durante varios años. Los que deberían estar presos son los
que cometieron delitos de lesa humanidad. Nosotros no torturamos sino que
combatimos contra la tortura, no desaparecimos gente sino que combatimos contra
los que desaparecían gente, no robamos niños sino que combatimos contra los que
robaban niños cuyos padres eran nuestros compañeros. Incluso en esta
circunstancia creo que el indulto a Seineldín está bien. Este Seineldín, si bien
en el punto ideológico está en las antípodas mías, capaz que hablando está más
distante él que estos violadores de lesa humanidad, sin embargo, Seineldín no
está acusado de torturar gente ni nada de eso. Entonces, cuando una nación pasa
a una situación de confrontación armada, como ocurrió acá y en otros lugares del
mundo, después de eso tiene que recomponer la convivencia democrática y esa
convivencia tiene que incluir a todos, también a los que se enfrentaron con las
armas, excepto los que cometieron delitos de lesa humanidad, que son las
personas que hay que aislar. Son delitos que no tienen nada que ver con la
confrontación armada. Una guerra no se gana robando niños, ni desapareciendo
gente, ni torturando a todo el mundo.
El ex guerrillero dijo que una revocación de los indultos no lo perjudicará y
que no volverá al camino de la lucha armada
Carlos Vallejos / La Capital
Enrique Gorriarán Merlo, quien en los 70 fuera jefe del Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP) y en los 80 líder del Movimiento Todos por la Patria (MTP),
presentó ayer en Rosario su nueva organización política: el Partido del Trabajo
y el Desarrollo (PTD), una de cuyas premisas es "cerrar la zanja que separa al
pueblo de la política y a los ricos de los pobres".
El acto de lanzamiento se realizó en el centro cultural La Toma (Tucumán 1349),
al que asistieron unas 150 personas y donde se leyeron adhesiones de
organizaciones de casi todos los países de Latinoamérica (entre ellas la del ex
presidente de Nicaragua Daniel Ortega y del ahora oficialista Frente Amplio del
Uruguay).
Gorriarán señaló que el PTD estará listo para participar en las elecciones del
2007 "en alianza o con candidatos propios", y que está "dispuesto a la unidad
con todo aquel que se oponga al neoliberalismo y que tenga una óptica de
integración latinoamericana".
Tras destacar como positivas las políticas de derechos humanos y exterior del
presidente Néstor Kirchner, afirmó que el gobierno "tiene limitaciones en lo
económico y social" porque se encuentra "trabado por influencia de las
corporaciones política y económica".
El responsable, el 1989, del sangriento copamiento al cuartel de la Tablada -por
el que fue condenado y luego, en el 2003, indultado- afirmó que hoy "no volvería
a la lucha armada" pues no existen las condiciones que la posibilitaron.
"Precisamente el triunfo de los mártires de la lucha por la libertad fue que los
partidarios del autoritarismo se han ganado el oprobio general del pueblo y es
imposible que vuelvan a intentar esos métodos de dominación", sentenció.
Gorriarán justificó históricamente tanto la guerrilla de los 70 como el ataque a
la Tablada: "Soy parte de una generación que se enfrentó con las armas a los
golpistas, a los que cometieron terrorismo de Estado. No hubiera habido
guerrilla si no hubiese habido dictadura militar".
Sobre el indulto con el que lo benefició el 2003 el presidente Eduardo Duhalde,
el titular del PTD negó que le "deba" algo al justicialismo. "Había una
resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en la Corte de San
José (de Costa Rica) favorable a nosotros", respondió cuando se lo consultó en
ese sentido.
Cuando fue interrogado sobre si temía perder la libertad en caso de que el
Congreso finalmente revoca esos indultos, dijo que "no, por dos razones: primero
porque no estoy acusado ni puedo estarlo porque no cometí delitos de lesa
humanidad, y segundo, porque fui indultado después de haber sido condenado,
requisito fundamental para ser indultado".
Con su flamante partido, Gorriarán Merlo dijo que aspira a encabezar una
"reforma política profunda" mediante "la lucha contra la corrupción" y "una
reforma económica profunda, a partir del trabajo". Sin esos cambios -añadió- "no
se puede hablar de un país donde prime la solidaridad".
En un intento por despegarse del calificativo de "nostálgico de la violencia de
los 70", Gorriarán recordó que "el primer acto político del que participé fue en
el 65 en Tucumán, con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en
alianza con sectores disidentes del PJ. No sólo participamos de las elecciones,
también las ganamos. Colocamos dos diputados nacionales y un senador provincial,
que después fueron sacados del Congreso por el golpe de Onganía".
"Ahí vino el proceso del terrorismo de Estado durante 18 años consecutivos, y mi
caso es que pasé mucho tiempo en la clandestinidad, fui indultado y hoy me
reincorporo a la vida política", sintetizó Gorriarán Merlo.
Indice
DEL 28 DE JUNIO DE 1966 AL 25 DE MAYO DE 1973
DEL 25 DE MAYO DE 1973 AL 24 DE MARZO DE 1976
DESDE EL 24 DE MARZO 1976 AL 10 DE DICIEMBRE DE 1983
DEL 28 DE JUNIO DE 1966 AL 25 DE MAYO DE 1973
Cuando aún gobernaba el presidente Illia, Onganía ya resaltaba la teoría de las
"fronteras ideológicas", que consideraba al enemigo interno como eje de la
hipótesis de conflicto de las FF.AA.. Enemigo interno era, para Onganía, todo
aquel que se propusiera impulsar cambios, al que sindicaba como "comunista".
Apenas concretado el golpe contra Illia y la democracia, aquella concepción
expresada por Onganía y que no era otra que la "Doctrina de Seguridad Nacional"
que asoló a América Latina toda, comenzó a aplicarse. La prohibición de los
partidos políticos y las intervenciones a sindicatos y universidades fueron su
acto primero. En seguida la represión a las universidades, en lo que es conocido
como la noche de "los bastones largos", y que consistió en apalear profesores y
alumnos que planteaban la autonomía. Por esa reivindicación la dictadura los
acusaba de querer crear "soviets" y, al igual que los señores fiscales en su
acusación a la que me estoy refiriendo, de ser "subversivos". Esta acción de los
golpistas, dio inicio a un proceso ininterrumpido hasta 1983, y aún hoy
irresuelto: el éxodo de catedráticos y científicos. Y el hecho es de vital
significación histórica,ya que su perduración en el tiempo se convirtió en la
causa principal del progresivo retroceso de Argentina en cuanto a desarrollo
cultural, científico y técnico. En el mismo año de su instalación la dictadura
cobró su primer víctima mortal. Santiago Pampillón fue asesinado a balazos
mientras participaba de una marcha pacífica de protesta estudiantil en Córdoba.
Le siguió Hilda Guerrero de Molina que reclamaba, también pacíficamente y entre
miles de personas, contra la desocupación que generaba el cierre de ingenios en
Tucumán. Entre otros, los estudiantes Juan José Cabral en Corrientes, Adolfo
Bello en Rosario y el metalúrgico Norberto Blanco también en Rosario, fueron
engrosando la lista de asesinados. El gobierno militar avanzaba en su proyecto
de entrega económica firmando convenios como el que obligaba, por ejemplo, a
YPF, todavía en nuestras manos, a pagar compensaciones a empresas extranjeras
por los contratos que había anulado Illia; con el argumento del déficit se
planteó el achicamiento del Estado dejando en la calle a miles de empleados
públicos; reformó la "ley de inversiones extranjeras" en favor de las
multinacionales; y bajo la dirección de Krieger Vassena, ex funcionario de
Aramburu y hombre de confianza del FMI, buscaba, con su apoyo, dar pasos en pro
de una mayor concentración de la riqueza. Para ello utilizaba la única
alternativa viable: reprimía con palos y muerte cualquier expresión opositora;
que al ser mayoritaria no hubiese permitido democráticamente la consumación de
esos objetivos económicos. Esa era la realidad cuando, desde el lado popular,
comenzaron a surgir las primeras instancias de organización para resistir. En
medio de huelgas gremiales y ante la traición de los sectores pro militares de
la dirigencia sindical -llamados colaboracionistas en aquellos años- se conformó
la CGT de los Argentinos. A ésta la impulsaron verdaderos representantes de los
trabajadores como Raimundo Ongaro o Agustín Tosco, o el desaparecido dirigente
de Farmacia Jorge Di Pasquale. Y ella se transformó en el punto de referencia y
reunión de estudiantes, profesionales, artistas y todo opositor con disposición
a luchar contra las autoridades de uniforme. Su periódico, dirigido por el
revolucionario desaparecido Rodolfo Walsh, pasó a ser el vocero público y el
articulador unitario de los planteos antidictatoriales. Nuestro compañero, hoy
desaparecido, Quito Burgos escribía en esa publicación. El Cordobazo, el 29 de
mayo de 1969, se incorporó a la historia de este pueblo para siempre. Durante
una marcha que era parte del paro activo convocado para aquel día por la CGT
local, el trabajador del Sindicato de Mecánicos Máximo Mena es asesinado; y eso
enciende la ira popular. En el relato de Agustín Tosco, el máximo líder de
aquella gesta, las cosas ocurrieron así: "La situación era que la policía venía
matando gente y no había defensa para ello. Entonces se decidió enfrentar a la
policía, de manera que no pudiera seguir matando gente impunemente"... "los
compañeros mecánicos tenían gomeras con tuercas, otros tenían bombas de
estruendo y alguno, alguna que otra arma". Superada la policía, reprimió
directamente el ejército; y aunque nunca se supo con certeza, oficialmente se
dijo que hubo 14 muertos, 200 heridos y 2000 presos. Al día siguiente, mientras
los dirigentes de Luz y Fuerza estaban en una reunión, la Gendarmería Nacional
entró al sindicato a los tiros y los detuvo. Permanecieron varios meses en
prisión; pero la resistencia a la dictadura había tomado otra dimensión y
similares movilizaciones se expandieron por todo el país en los meses y años
siguientes. Para esa época la tortura era inevitable para cualquier detenido; y
el crimen contra opositores continuaba siendo una de las prácticas comunes
implementada por los personeros del régimen. En marzo de 1970, cuatro meses
antes de la fundación del ERP, al que yo pertenecía, la represión produjo el
primer acto de lo que sería la forma represiva más espantosa del genocidio.
Alejandro Baldú, detenido por la Policía Federal, pasó a ser desaparecido para
siempre. Todavía gobernaba Onganía; y la decisión sobre al aplicación de la
nefasta metodología había sido tomada por los altos mandos de las FF.AA.. A él,
a Baldú, lo antecedió, en 1962, Felipe Vallese, aunque a diferencia de esta vez,
el crimen de Felipe había sido igual por lo repugnante, pero excepcional. A
finales del '70, en diciembre, desaparecieron el abogado de presos políticos
Néstor Martins y su cliente Nildo Centeno. Desde principios del '71 les
siguieron el matrimonio Verd y Juan Pablo Maestre y Mirta Misetich. A Juan Pablo
lo abandonaron muerto en una calle; lo habían baleado y falleció cuando lo
trasladaban. Mirta no volvió a aparecer. En setiembre desapareció el primer
miembro del PRT-ERP, Luis Pujals; a finales del '71 los desaparecidos eran 17.
El 22 de agosto de 1972, 11 militantes del PRT-ERP, 3 de las FAR y dos de
Montoneros, fueron fusilados en la base naval Almirante Zar de Trelew, mientras
se encontraban detenidos; se les aplicó la "Ley de Fuga" que, para quien no la
conozca, consiste en asesinar prisioneros con la falsa excusa de que
pretendieron escapar. La verdad completa sobre la forma en que se ejecutó aquel
crimen, se pudo recomponer gracias a que tres de las víctimas, Alberto Camps,
Ricardo Haidar y María Antonia Berger, sobrevivieron y relataron los pormenores
de lo ocurrido aquella madrugada. Los tres sobrevivientes fueron más adelante,
ya durante la dictadura última también ultimados. La masacre de Trelew se
convirtió en el segundo acto de "Terrorismo de Estado" en la modalidad del
asesinato de prisioneros, contando desde el golpe que en 1955 había derrocado a
Perón; el primero, ordenado por el General Aramburu, ocurrió el 9 de junio de
1956 en los basurales de José León Suárez. La diferencia entre uno y otro es que
mientras lo de José León Suárez fue una acción aislada, Trelew dio inicio a una
práctica constante que, producto de una decisión política, no se detendría, como
en el caso de las desapariciones, durante los 11 años subsiguientes.
DEL 25 DE MAYO DE 1973 AL 24 DE MARZO DE 1976
El primer día de gobierno del presidente Cámpora, una gran movilización sobre la
cárcel de Villa Devoto arrancó a los presos políticos. Pero en ella las balas
policiales terminaron con la vida de dos manifestantes: Oscar Lisak de 16 años y
Carlos Sfeir de 17. El 20 de junio, 25 días después, ante el retorno de Perón al
país, en Ezeiza las AAA tirotearon y mataron a un número indeterminado de
personas que marchaban encolumnadas tras las banderas de la resistencia. El 13
de julio renuncia el presidente Cámpora, quien es sustituido por Raúl Lastiri,
yerno de López Rega; fundador junto al coronel Osinde y el Comisario Villar de
las AAA. A cincuenta días de iniciado, había terminado el único período en que
se puede decir que existió un verdadero intento democrático entre 1966 y 1983.
Los grupos parapoliciales actuaron, desde entonces, avalados desde el poder más
encumbrado. El 15 de julio fue asesinado en Córdoba, después de su detención,
Eduardo Jiménez (militante del PRT-ERP). Y al mismo tiempo que se sucedían las
ocupaciones de fábricas y edificios públicos por parte de trabajadores que,
esperanzados, reclamaban reivindicaciones negadas durante la dictadura,
aumentaba la frecuencia de los atentados contra activistas políticos o
sectoriales identificados con el peronismo combativo o la izquierda. Los
crímenes de las Tres A -asesinatos, secuestros, atentados-, que durante agosto y
setiembre del '73 habían sido unos diez, fueron en aumento desde la asunción de
Perón en octubre del mismo año; para alcanzar un promedio superior a los 30
mensuales, cuando falleció en julio del '74. Entre éstos, fueron asesinados 17
activistas sindicales. Del '46 al '55 el gobierno de Perón había contribuido al
mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo y a la organización del
movimiento obrero. Después mantuvo una postura que atacaba la proscripción y el
autoritarismo; e incluso había apoyado, o al menos se había negado a condenar,
la resistencia armada que se desarrolló contra la dictadura. Pero su postura
cambió desde su regreso aquel 20 de junio de 1973. Luego de aprobar la matanza
de ese día, continuó aferrándose a las posturas y acciones de la derecha. El
Comisario Villar, uno de los creadores de las AAA, fue nombrado jefe de la
Policía Federal durante su mandato. Por otro lado, avaló los golpes de estado
provinciales que destituyeron a gobernadores democráticos o progresistas en
Buenos Aires, Córdoba, Salta, Santa Cruz y Formosa. Restituyó la legislación
represiva que había sido derogada por Cámpora meses antes; y obligó a la
renuncia de 8 diputados de la J.P. que se oponían a ello. Cuando, desde el
periódico "La Calle", le pidieron que investigara el accionar de las Tres A,
acusó a la publicación de "apología de la violencia" y terminó clausurándola. En
mayo del '74, con Isabel en la presidencia, las AAA firmaron por primera vez un
atentado: el que costó la vida al padre Carlos Mujica. Le siguieron Silvio
Frondizi y su yerno; el diputado Rodolfo Ortega Peña, que el día anterior había
pedido un informe sobre la matanza de seis prisioneros y que acababa de
integrarse al PRT-ERP; Alfredo Curuchet defensor de presos políticos y abogado
de sindicatos; Tito Pierini, dirigente del SUPE; Atilio López, ex vicegobernador
de Córdoba derrocado por un golpe de derecha. Las mismas AAA volaron la casa del
entonces rector de la Facultad de Bioquímica y Farmacia Raúl Laguzzi, dando
muerte a su hijo de 5 meses de edad. Por el sólo hecho de ser parientes de
revolucionarios, asesinaron en Tucumán al padre de Clarisa Lea Place y en
Córdoba a la familia de Mariano Pujadas. Clarisa y Mariano habían sido dos de
los masacrados en Trelew en 1972. En 1975, entre muchos, desaparecieron para
siempre a Graciela del Valle Maorenzic, esposa de Antonio del Carmen Fernández,
asesinado en 1974 después de detenido; y María de las Mercedes Gómez, embarazada
de 7 meses, y esposa de uno de mis hoy abogados defensores, Carlos Orzoacoa. El
entonces capitán Seineldín era quien oficiaba de coordinador entre el ejército y
las huestes no militares de las AAA. Y el Teniente 1ª Héctor Vergés, el mismo
que hoy vemos profusamente en los medios de comunicación masivos en el insólito
papel de analista, comandó, en Córdoba, junto al ex jefe de investigaciones
Telledín uno de los primeros comandos comunes. Este grupo fue el que en 1975
asesinó a Marcos Osatinsky durante un "traslado" ordenado por el entonces juez
Zamboni Ledesma, quien autorizó alrededor de 20 operaciones del mismo tipo y que
culminaron con idénticas consecuencias. Zamboni Ledesma hacía, hasta su
fallecimiento, las veces de legalizador jurídico de los crímenes realizados por
las AAA y planificados en el campo de exterminio de La Perla a instancias del
"tercer cuerpo de ejército", comandado por el genocida General Benjamín
Menéndez, quien, como todo asesino de uniforme, hoy goza de los beneficios de la
libertad. El mismo "grupo de tareas" policial-militar es el que masacró a la
familia Pujadas en la misma provincia. En octubre de 1974, las AAA, encabezadas
por el célebre criminal García Rey, entonces jefe de policía de Córdoba,
entraron a balazos a la sede sindical de Luz y Fuerza de esa ciudad, obligando a
la clandestinidad de Agustín Tosco, quien murió en noviembre de 1975 producto de
una enfermedad que, de haber estado en condiciones normales y haberse atendido a
tiempo, quizás hubiese superado. Los sindicatos opositores eran asaltados e
intervenidos; y sus dirigentes asesinados o desaparecidos como René Salamanca,
Secretario General de SMATA Córdoba. La represión, desde el inicio, estaba
dirigida tanto contra peronistas revolucionarios, como contra PRT-ERP u otras
fuerzas de izquierda. Es decir contra todo aquel que proyectara un cambio, por
la vía que fuera y desde la óptica política que sea. En el caso del PRT-ERP, no
obstante la clandestinidad, de ninguna manera dejamos de lado el trabajo
político y reivindicativo. Le dimos suma atención y en aquel tiempo fue cuando
mayor desarrollo alcanzamos. Y esto se revela en el FAS (Frente Antiimperialista
por el Socialismo) que en aquellas condiciones llegó a nuclear alrededor de 25
mil dirigentes y activistas sectoriales (obreros, estudiantes, profesionales,
indígenas, etc.) de todo el país en su encuentro realizado en Rosario en 1974; o
en los eventos organizados por el MSB (Movimiento Sindical de Bases) donde, por
ejemplo, en Córdoba en abril del '74, se reunieron 4500 delegados dirigentes de
sindicatos, de comisiones internas o agrupaciones, y activistas de fábricas y
otros centros de trabajo. Además, sacamos el diario "El Mundo", que llegó a
distribuir 100 mil ejemplares; y quincenalmente, desde imprentas clandestinas y
enterradas, publicábamos 20 mil periódicos "El
Combatiente" del PRT y 30 mil "Estrella Roja" del ERP. Es de suponer que no
podríamos haber hecho todo eso desde un aparato artificial. En aquellos años
mucha gente buscaba cambiar el sistema por uno más equitativo y veía en nosotros
una opción consecuente en esa dirección. Por otra parte, en 1975, para facilitar
la unidad contra el golpe militar que ya se avizoraba, propusimos a los partidos
políticos dejar de lado la lucha armada, pero salvo excepciones, la mayoría ya
comprometidos con los militares no aceptaron dicha unidad. Entre 1973 y 1976 no
se vivía una primavera democrática rota por el accionar guerrillero. Desde el 25
de mayo y sobre todo desde la matanza de Ezeiza - salvando la responsabilidad
del gobierno de Cámpora- los sectores populares debieron enfrentarse a una
derecha cívico-policial-militar cuyas actividades criminales nunca se detuvieron
y siempre fueron en aumento. Las llamadas AAA, por vía de 2500 crímenes de todo
tipo, se encargaron de proseguir la política "Terrorista de Estado" que había
comenzado con Onganía y que mostró su expresión más desarrollada durante los
siete años de la dictadura instaurada a partir del golpe encabezado por Videla.
DESDE EL 24 DE MARZO DE 1976 AL 10 DE DICIEMBRE DE 1983
Desde el 24 de marzo de 1976 se profundizó la entrega económica y la deuda
externa creció de 7 mil a 44 mil millones de dólares hasta 1983. El aumento del
endeudamiento externo no se tradujo en obras productivas o públicas, sino que
benefició a las grandes empresas y a los propios jefes militares; quienes a
través de una reforma a la "ley de inversiones extranjeras" podían retirar
utilidades o directamente engrosar sus cuentas en bancos suizos o de otros
países sin limitación alguna. Al mismo tiempo se tomaron medidas como la
eliminación de la ley de contrato de trabajo o el aumento de los servicios
públicos, agudizando los padecimientos de la gente. En un año el salario real
disminuyó en el 40%, la participación de los trabajadores cayó a menos de un
tercio del ingreso nacional y la desocupación trepó al 9%, lo que en la época
constituyó un récord histórico. Los sueldos militares aumentaron al doble. Para
poder implementar una política de esa naturaleza se ejecutó una política
contrainsurgente destinada a neutralizar la reacción popular, generalizando a
escalas increíbles cada una de las modalidades del "Terrorismo de Estado"; y,
como dije al principio, concretando el más brutal de los genocidios que hayamos
sufrido los argentinos en toda la historia. A fin de financiar las tareas de
inteligencia, los gastos emergentes de los operativos para las detenciones de
opositores; y de garantizar la infraestructura necesaria para ejecutar en
secreto a gente encadenada, las FF.AA. aumentaron su presupuesto a 1800 millones
de dólares, que era el equivalente a la mitad del total de las exportaciones del
país. La complicidad de buena parte de políticos se expresa en que en 1978,
cuando los desaparecidos llegaban a 20 mil, más de 300 radicales, alrededor de
200 justicialistas y varios de otros partidos sumaban unos 750 intendentes que
acompañaban a las FF.AA. en su cruzada de corrupción, entrega y muerte. Los
señores fiscales sacando las cosas de ese contexto histórico, han marcado como
uno de mis antecedentes negativos el haber participado de la lucha guerrillera
en los años '70; y han expresado con idéntico criterio el que yo haya
reivindicado en una entrevista a los militantes del PRT-ERP Mario Roberto
Santucho y Hugo Alfredo Irurzún; y a Carlos Fonseca y el Che. Las dos cosas son
ciertas. Participé en la lucha guerrillera en los años '70; y reivindico a Mario
Roberto Santucho, a Hugo Alfredo Irurzún, a Carlos Fonseca y al Che. Mi dolor
por la muerte de Robi, estoy seguro, fue incomparablemente mayor al entusiasmo
que su caída provocó a sus asesinos. Santiago fue un internacionalista de
cualidades humanas excepcionales. Y el desprecio que muestran los señores
fiscales por su figura se ve compensado con creces por el registro imborrable en
la mejor de las memorias, una memoria que no podrá poseer jamás la mejor de las
computadoras: la memoria del pueblo de Nicaragua. Esta se encuentra patentizada
en que una calle en Managua y un centro de producción agropecuario llevan su
nombre en aquel país latinoamericano. Admiro y reivindico, por supuesto, también
al Che y Carlos Fonseca. Al Che, lamentablemente, no lo conocí personalmente.
Pero sí conozco la obra que contribuyó a construir: Cuba revolucionaria. Y en
Cuba aprendí algo que no me pudo enseñar este país: aprendí cómo en un país
pobre con un gobierno decente puede comer todo un pueblo, puede contar con
hospitales todo un pueblo, pueden ir a las escuelas todos los niños de un
pueblo, pueden vivir dignamente todos los habitantes de un pueblo. A Carlos lo
conocí en 1972 en momentos muy difíciles para él. Eran apenas 7 y no 10, como
dijo el fiscal, y además estaban asilados en Cuba. Entre ellos estaba Daniel
Ortega después presidente de Nicaragua. Me llamó la atención, además de su
humildad y su amplio dominio sobre la historia y la idiosincrasia de los pueblos
de Nicaragua y Centroamérica, el optimismo que reflejaban sus palabras respecto
a un triunfo futuro, que él descontaba. Me llamó la atención y, en verdad, creí
que su optimismo era, dada la situación del momento, demasiado. Para peor, y
para nuestro dolor, Somoza logró asesinarlo a fines del '76. Recién empecé a
comprenderlo cabalmente en los días de la guerra contra el último de los
dinástas; y terminé de convencerme de su predicción cuando el 19 de julio de
1976 entramos victoriosos a Managua. Debo aclarar, para que los señores del
tribunal conozcan mejor a este acusado, que de la misma manera reivindico a
todos los que enfrentaron, con armas o sin ellas, en Argentina y en América
Latina, a los personeros de la nefasta "Doctrina de Seguridad Nacional". A todos
ellos les ofrezco lo único que tengo: mi amor eterno; y mi compromiso de
defenderlos hasta la muerte, sean cuales sean las circunstancias en que me
encuentre. Señores: cuál fue el saldo de este proceso en nuestro país? Aquí hubo
30 mil desaparecidos. Los 30 mil eran mis compañeros y quienes los
desaparecieron fueron las FF.AA. Aquí hubo al menos 500 niños nacidos en
cautiverios clandestinos. Los niños fueron robados por militares o miembros de
las fuerzas de seguridad; y sus madres asesinadas por los mismos ladrones,
después de parirlos. Los niños son los hijos de mis compañeros. Las madres
asesinadas eran mis compañeras. Aquí hubo gente viva arrojada al mar o al río
desde aviones militares. Los arrojados al mar o al río eran mis compañeros. Los
que los tiraron eran miembros de las FF.AA. Aquí hubo familias enteras
asesinadas por ser parientes de militantes revolucionarios. Las familias eran
las familias de mis compañeros. Sus asesinos eran los miembros de las FF.AA. y
de seguridad. Aquí hubo prisioneros asesinados en "traslados", ordenados por
jueces, desde las cárceles donde se encontraban legalmente detenidos. Los
prisioneros asesinados eran mis compañeros. Los asesinos eran las FF.AA. y de
seguridad; y los jueces que ordenaron sus traslados eran sus cómplices. Aquí
hubo hombres y mujeres detenidos y después asesinados en combates fraguados. Los
asesinados eran mis compañeros. Los asesinos eran miembros de las FF.AA. y de
seguridad. Aquí hubo entierros clandestinos de hombres, mujeres y hasta niños.
Los sepultados eran mis compañeros y sus hijos; y los enterradores integrantes
de las FF.AA. y de seguridad. Aquí se volaron cuerpos de militantes asesinados.
Los cadáveres destruidos eran de mis compañeros; y los explosivistas eran
militares y policías. Aquí hubo centros clandestinos para detención y tortura.
Los detenidos torturados eran mis compañeros; los torturadores los miembros de
las FF.AA. y de seguridad. Señores del Tribunal: como consecuencia de los hechos
que acabo de sintetizar nuestro país, Argentina, es el único del mundo en el que
han debido organizarse tres generaciones directamente afectadas por la
bestialidad militar: los hijos de desaparecidos por razones políticas, las
madres de desaparecidos por razones políticas y las abuelas de los niños robados
por razones... incalificables. Es una hipocresía ilimitada equiparar, como hacen
algunos, las acciones de la resistencia con las aberraciones militares. Y es una
complicidad descarada con los asesinos, la reducción de la historia a la
mentirosa versión de que acá existió una guerrilla porque sí, como hacen los
fiscales. Dos demonios?: son iguales Rodolfo Walsh y Massera?, son iguales
Haroldo Conti y Videla?, son iguales Cacho Perrota y Astiz?. No. Frente a la
vida y la justicia hubo dos actitudes: la de los justos y la de las bestias. De
Rodolfo es conocida su militancia en Montoneros; aclaro que Haroldo Conti y
Cacho Perrota eran militantes del PRT-ERP. Pero en todas las organizaciones de
la resistencia encontraremos idénticos ejemplos. Sobre esta etapa, a partir de
que acá hubo un enfrentamiento armado o guerra o cómo gusten llamar, existen dos
temas en discusión: el primero es de quién es la responsabilidad de lo sucedido;
el segundo es quién utilizó métodos aberrantes. En el primer aspecto no lo he
demostrado yo, sino la realidad histórica, que recién después del golpe de
Onganía surgieron las organizaciones armadas populares que actuaron en los '60 y
'70; en cuanto al segundo aspecto los resultados con contundentes: ¿por qué las
FF.AA. insisten en no hablar de hechos concretos? ¿por qué cuando alguien lo
hace, como Scilingo, lo meten preso por una acusación tan falsa como ridícula
como es un cheque sin fondos y no por sus crímenes? ¿por qué ningún juez local,
se dedicó a investigar denuncias por flagrantes violaciones a los Derechos
Humanos y tienen que hacerlo las justicias de España, Francia, Suecia o Italia?
Sucedió en el 2001, durante el
gobierno nacional de la Alianza.
"Bueno, vamos para adelante, pasame la lista, pero no esperes que salgan todos",
concedió con reservas el ministro del Interior, Federico Storani, a los
familiares y abogados de los presos de La Tablada (los guerrilleros habían sido
juzgados y condenados a duras penas). Llevaban una extensa huelga de hambre, que
sería la última: habían decidido salir vivos o muertos. El gobierno de la
Alianza nunca tuvo la voluntad manifiesta de liberarlos, pero tampoco quería, ni
le convenía, dejarlos morir.
"Finalmente, en los primeros días de enero del 2001 el Poder Ejecutivo decretó
la conmutación de penas para Roberto Felicetti, Claudia Acosta, Miguel Ángel
Aguirre, Luis Alberto Díaz, Isabel Fernández, Gustavo Mesutti, José Alejandro
Moreyra, Carlos Motto, Sergio Manuel Paz, Claudio Rodríguez y Claudio Omar Vega
(D. de R.: tiempos antes habían sido liberados dos jóvenes, los que menos pena
había recibido. Uno de ellos era el hijo de "Quito" Burgos, uno de los
fundadores del MTP, muerto en La Tablada). La decisión significó la libertad
inmediata para todos. A partir de entonces sólo quedaron dos detenidos
vinculados con el asalto: Enrique Gorriarán Merlo (máximo jefe del MTP) y Ana
Sívori, exesposa de éste.
"La negociación para la liberación de ambos la llevaron adelante Liliana
Scheine, quien había conocido al jefe del MTP –terminó siendo su pareja– cuando
visitó a los presos como asesora del senador Adolfo Rodríguez Saá, y Adriana
Gorriarán Merlo, una de las dos hijas del "Pelado" y Sívori. Adriana hablaba
directamente con el secretario general de la Presidencia en los días de Duhalde:
Aníbal Fernández.
"En un momento, cuando los plazos se alargaban, Aníbal Fernández le dijo a
Adriana que si el presidente brasileño Luiz Inácio "Lula" da Silva le expresaba
a Duhalde su conformidad, el camino a la libertad se allanaría. Con ese
objetivo, Scheine y Fernando Sokolowicz (fundador de "Página 12", medio que
había tenido fuerte relación con el MPT) viajaron a Brasil para reunirse con el
asesor de Relaciones Exteriores de la Presidencia, Marco Aurelio García, y
transmitirle el pedido.
"La reunión la había gestionado el secretario de Derechos Humanos de Lula,
Nilmario Miranda, y la participación de Sokolowicz fue para mostrar el apoyo
empresario. A los pocos días, Lula se lo planteó a Duhalde", detalla una de las
personas que conocen el curso de esa negociación.
"Finalmente y como muestra de que el sistema compensa o equilibra, Gorriarán
Merlo y Sívori recuperaron la libertad por un indulto presidencial junto con el
carapintada Mohamed Alí Seineldín y siete de sus acólitos. La medida fue tomada
por el presidente Eduardo Duhalde, por las gestiones de Aníbal Fernández y a
sólo tres días de que asumiera el presidente electo Néstor Kirchner.
"Una vez en la calle, con cerca de un cuarto de siglo viviendo en la
clandestinidad, alentando y participando de revoluciones en todo el continente,
Gorriarán Merlo intentó volver a la política pero, como todos los exjefes
guerrilleros argentinos, no tuvo ningún espacio de inserción. Murió de un paro
cardíaco el 22 de septiembre del 2006, cuando se entusiasmaba con conseguir una
banca en el Concejo Deliberante de su San Nicolás".
("La Tablada. A vencer o morir. La última batalla de la guerrilla argentina",
págs. 297 – 298)