El historiador inglés
Eric J. Hobsbawm, autor de una vasta obra dedicada a explicar la
formación del mundo contemporáneo, escribió en 1959 un texto fascinante
sobre el bandolero social, ampliado luego en su ensayo Bandits (1969).
Fundó así una nueva rama de estudios que desató fuertes controversias.
La última edición revisada del libro Bandidos, que ya circula en
la traducción española (editorial Crítica), es singularmente interesante
porque se hace cargo de varias críticas y actualiza sus ideas, ampliando
incluso sus referencias históricas a la Argentina. El hallazgo precursor de Hobsbawm fue mostrar la universalidad del
mito de Robin Hood: el salteador rural empujado fuera de la ley
por la injusticia y erigido en héroe de los pobres se reproducía
con asombrosa uniformidad en las culturas campesinas de cualquier
época y latitud. Partiendo de la saga de los "buenos bandidos" del
Mediterráneo, Hobsbawm registra personajes similares en toda Europa,
China, Africa y, por supuesto, las dos Américas. Su teoría distingue
como subtipo al "vengador", cuyo rasgo más saliente no es tanto
ayudar a los campesinos sino golpear a sus opresores, lo cual brinda
a los oprimidos una gratificación psicológica; caracteriza bandas
de jinetes como los haiduks húngaros, que formaron rudimentarias
guerrillas de liberación nacional (un equivalente podrían ser nuestras
montoneras); y trata como una derivación el "cuasi-bandidismo" ideologizado
de los anarquistas expropiadores.
Para Hobsbawm, tales figuras expresan una forma primitiva o prepolítica
de protesta, propia de comunidades agrarias arcaicas, cuyo equilibrio
se rompe por la penetración del capitalismo; y los bandoleros estarían
condenados a extinguirse en la medida en que se afirma el Estado
y surgen los sindicatos y partidos modernos.
Anton Blok, historiador
de la mafia siciliana, cuestionando las fuentes en que abrevaba
Hobsbawm, enfatizó que algunos bandoleros "heroicos" terminaron
actuando al servicio de los poderosos. Aunque Hobsbawm había descripto
la complejidad del juego de intereses en que se insertaba el bandido,
llevándolo a veces a pactar con los dueños del poder, hoy admite
parcialmente la crítica de Blok y reconoce que su trabajo inicial
se apoyó en fuentes folkóricas o literarias sin confrontarlas con
investigación documental de cada caso. No obstante, gran parte de
esa tarea la han cumplido los historiadores que se guiaron por su
teoría.
Hobsbawm acepta asimismo
las críticas que señalaron que el bandolero social aparece en áreas
rurales más modernas, en contextos capitalistas donde no hay un
campesinado tradicional (como lo muestran, en la Argentina del siglo
XX, las andanzas de Vairoleto o Mate Cosido), si bien ello se da
cuando existe una memoria popular de simpatía por los bandidos populares
(algo que, en el caso argentino, provendría del pasado gauchesco).
En cuanto a ciertos
grupos neo-revolucionarios juveniles de las décadas de 1960 y 70,
entre los cuales cita a los Tupamaros uruguayos, Hobsbawm encuentra
puntos de contacto con los bandidos legendarios. Recordemos que
en 1968, un libro del desaparecido sociólogo argentino Roberto Carri,
polemizando a su modo con Hobsbawm, veía en las aventuras del “vengador”
Isidro Velázquez en el Chaco una "forma pre-revolucionaria de la
violencia". Según el maestro inglés, las acciones armadas de pequeños
grupos ilegales contra los "enemigos del pueblo" tienen parentesco
con los rebeldes primitivos, no así las organizaciones de guerrilla
urbana o rural con una clara ideología y estrategia revolucionarias.
¿Se ha extinguido el bandolerismo social? En varios sentidos, afirma
Hobsbawm, aún está vivo. Sobre todo, en el imaginario popular. Pero
advierte además que, al inicio del tercer milenio, la desintegración
del poder y la administración estatal en algunas zonas del mundo,
así como la declinación global de la capacidad de control que desarrollaron
los estados en los siglos XIX y XX, parecen recrear las condiciones
históricas en que proliferaron estos fenómenos.
Fuente: Clarín, suplemento Zona, 17/02/02
RELACIONADO: Hugo Chumbita:
"Vailoreto, vida y leyenda de un bandolero", descargar
aquí el capítulo 1 o
desde
la web del autor
(El apellido también se escribe con B, pero documentos judiciales
de la época dan cuenta de la ve corta. Además, así es como él mismo
firmaba)
Juan Bautista Vairoletto forma parte de la historia y mitos populares.
Nacido en Santa Fe, vivió en La Pampa. Se hizo matrero perseguido
por la policía. Se estableció en Alvear, Mendoza. Casado con Telma
Cevallos tuvo dos hijas.
El 14 de Septiembre de 1941, rodeado por la policía, luego de nutrido
tiroteo y antes de entregarse, se quita la vida para no caer preso.
..."Juan se suicidó. No lo mataron, el se suicidó. Yo me levanté
de la cama tras de él, protegiendo a las chicas. Veo que se pega
el tiro y empieza a caer para atrás, se apoya en la pared y cae
al piso. Luego, entró la policía y le tiraron ya muerto en el piso..."
(relato de Telma Ceballos).
Forma parte de la mitología de los humildes, que lo consideran "protector".
Biografía breve de
Vairoletto
Hijo de una pareja de inmigrantes italianos, Juan Bautista Vairoletto
fue el segundo de seis hijos. Nació en Santa Fe el 11 de noviembre
de 1894. Su familia se radicó en la provincia de La Pampa, en una
zona triguera que abarcaba Castex y Monte Nievas.
Cuando era chico, su familia se radicó en Colonia Castex, un pueblo
de La Pampa. Parte de su juventud la pasó en los burdeles, donde
conoció a los primeros anarquistas. Allí se enamoró de una mujer,
que también era pretendida por un gendarme llamado Elías Farache.
Farache y Vairoletto tuvieron una pelea feroz: Farache terminó con
un balazo en el cuello.
Fue
acusado de homicidio y encarcelado hasta 1921. Se movía por ambientes
peligrosos como casas de juego y prostíbulos. Fue asaltante de caminos,
sosteniendo tiroteos con la policía de Castex y otras localidades
de La Pampa y provincias vecinas. Era considerado el vengador de
los sufrimientos de sus amigos y su figura de justiciero fuera de
la ley hace que se vuelva popular, convirtiéndose en un mito.
La gente lo ayudaba a huir, y cuando se refugiaba en un lugar le
hacían llegar mensajes para prevenirlo, le proporcionaban alimentos,
abrigo y cuidados. Como corresponde a la leyenda robaba a los ricos
y ayudaba a los pobres, repartiendo lo obtenido entre sus amigos,
protectores y gente necesitada.
En la década de 1930, se lo hacía responsable de cualquier asalto
o muerte ocurrida, pero parecía un fantasma que la policía perseguía
sin resultados. A principios de los años cuarenta se organiza una
per-secución dispuesta a terminar con él. Lo sorprendieron y le
dieron muerte en la madrugada del 14 de septiembre de 1941, en General
Alvear, Mendoza.
Lo velaron en el Comité Demócrata de dicha localidad. A su funeral
asistieron miles de personas llegadas desde La Pampa. Sus restos
descansan en el cementerio de la localidad dónde murió, en un pequeño
mausoleo levantado con las contribuciones de sus fieles. Concurren
hombres y mujeres que ofrendan flores, crucifijos, placas y objetos
diversos para pedirle que proteja sus familias, trabajo, salud,
amor, etc.
Algunos devotos recorren de rodillas la distancia entre la entrada
del cementerio y su tumba. Aún hoy, algunos pampeanos se ufanan
de que sus abuelos hubieran "protegido" a Vairoletto y recuerdan
anécdotas vinculadas a este gaucho.
Vairoletto fue el último "gaucho alzado" que marca el fin de una
época. Muere en los albores de una nueva Argentina con industrias,
con sindicatos y vida predominantemente urbana en la que durante
largo tiempo no volvió a repetirse el fenómeno.
De las decenas de anécdotas que Fabio Erreguerena conoce sobre Juan
Bautista Vairoleto, su abuelo, elige la que relata que el bandolero
quería que sus hijas fueran aviadoras "para que conocieran y disfrutaran
la libertad de volar".
"Era la época de mujeres pioneras de la aviación, como Carola Lorenzini”,
explica Fabio, que tiene 34 años, estudió Sociología y está a cargo
de la Secretaría de Bienestar Universitario de la UNCuyo. Su madre,
Juana Nilda, es la mayor de las dos hijas que el bandolero tuvo
con Telma Ceballos, su viuda.
"Mi abuela siempre cuenta lo fuerte que era en Vairoleto la idea
de libertad. Su libertad ridiculizaba a la policía. La última vez
que estuvo preso fue en el año 1925 y hasta que se quita la vida,
en el '41, nunca más lo pudieron apresar" -cuenta con inocultable
orgullo el descendiente de el Pampeano, como lo apodaban sus seguidores.
Desde niño Fabio se sintió atraído por las asombrosas historias
que le atribuían a su abuelo. Esa pasión por la vida del bandolero
lo llevó a dedicar su tesis de grado, de 250 páginas, al estudio
del mito que existe en torno de este bandido social. Trabajo que
tiene planeado editar a la brevedad.
"De chico me fascinaban las hazañas que me contaban de él. Pero
era más fuerte aquello que la gente me contaba que los propios relatos
familiares. Lo que hizo Vairoleto es menos que lo que se dice que
hizo. La mitad de las cosas no son reales, pero creo que eso es
parte del juego".
- ¿En qué lo influyeron las increíble historias que desde niño escuchó
sobre su abuelo?
- En muchos aspectos.
Incluso la decisión de ingresar a la carrera de sociología, tuvo
que ver con el deseo de estudiar el mito de Vairoleto. Pensé que
esa ciencia podía facilitarme las herramientas para hacer una mirada
integral del tema. Además tengo una especie de "mandato familiar"
que cumplir. Soy el que se encarga del tema; a mi abuela la he entrevistado
muchas veces y creo tener todo lo que se ha publicado sobre mi abuelo.
A veces se me hace difícil separar el mito de Vairoleto de la persona
que fue mi abuelo. Incluso, cuando relato su muerte suele pasarme
que parece que estoy contando un cuento. Eso, en cambio, no le sucede
a mi mamá, ya que ese hombre al que la policía perseguía y que se
suicidó, era su padre. A ella le hubiera gustado más tener un padre
que ser la hija de un mito.
Bandidos
rurales
A mediados
de la segunda mitad del siglo XIX, el código rural de
la provincia de Buenos Aires transcribe textualmente
disposiciones de sometimiento casi feudales para la
población nativa. Se condenaba lo que denominaban "vagancia"
y se obligaba a los pobladores sin recursos a solicitar
autorización a las autoridades, hasta para transitar
por la campaña. Aquel paisano que no portara su "libreta
de conchabo" era considerado malentretenido y perseguido
tenazmente por la partida. Estas disposiciones ad-quieren
mayor y mejor control sobre los "vagos" al intensificarse
la producción agropecuaria en las dilatadas llanuras
recién conquistadas al indio.
Testimonios de esa época, aluden a la existencia de
cientos de gauchos que son desplazados "por el progreso"
a sitios marginales. Obviamente, esos sitios se corresponden,
en gran medida, a los reciente-mente creados territorios
nacionales. Estas "zonas de frontera" por excelencia,
a juzgar por las características de su incipiente poblamiento,
la carencia casi total de alambrados aún y una tibia
presencia policial, unida, a aquella famosa ley de permiso
de portación de armas, permitieron, seguramente, la
libre expresión del gaucho en su original estado.
El territorio de La Pampa, con semejantes condiciones
de libertad, ciertamente ejerció poderosa atrac-ción
a todo tipo de aventureros, al bandidaje en general,
a personajes de leyenda y tumultuoso pasado de "gaucho
malo", como el caso de Vairoletto, entre otros.
- ¿Cómo se construía
en los relatos de su madre y de su abuela la figura de Vairoleto?
- El hecho de que hoy para mi familia ser descendientes de Vairoleto
no sea motivo de ocultamiento, sino de orgullo, no fue algo fácil.
Hoy puedo decir que todos coincidimos en reivindicarlo, pero imagino
que en su momento la presión social que sufrió mi abuela debe haber
sido grande. Ella viene de una familia muy humilde, era empleada
en una fábrica que envasaba tomates; su vida fue muy dura crió a
sus hijas sola, en el campo. Mi mamá, por ejemplo me cuenta que
de niña a veces sentía celos de que Vairoleto "fuera de todos",
porque pensaba: “si es de todos no es mío”.
- Cómo sociólogo ¿de dónde piensa que proviene este gran interés
que se ha desatado sobre Vairoleto?
- Eric Hobsbawm, el historiador británico, dice que no hay nada
más interesante para la historia que las vidas de bandoleros. Estos
relatos nos remontan a valores que ya no están vigentes y que implican
nociones de libertad y de compromiso. Son personajes muy queridos
por la gente. Suelo encontrarme con gente que asegura haberlo conocido,
haberle brindado ayuda u hospedaje. El historiador Hugo Chumbita
y León Gieco -con su disco Bandidos Rurales- también han contribuido
a este renacer del mito.
- ¿Cuál es la perspectiva desde la cuál aborda el tema de los bandidos
sociales en su tesis?
- No trabajé tanto el aspecto histórico, porque Chumbita ya lo había
hecho muy bien y porque no tengo la paciencia y el oficio del investigador
histórico. Mi mirada es desde la sociología. Me interesaba investigar
el mito, lo que la gente hizo con él más que lo que él hizo. La
construcción del mito de bandidos sociales, son prácticas contestatarias,
de resistencia a la opresión. Así, como las clases dominantes se
encargan de difundir los relatos que aseguren sus condiciones de
dominación; las clases populares también lo hacen. No hay que perder
de vista que la gente está admirando y protegiendo a alguien que
está fuera de la ley, que robó o mató. Vairoleto vivía fuera de
la ley y no hay que negarlo porque sería erróneo e injusto para
con él.
- ¿Cómo caracterizaría a los bandidos sociales?
- La relación que se establece entre el bandido y la gente es lo
que diferencia a un bandido social de un delincuente común. Las
prácticas de los bandidos no tienen una intención revolucionaria
de cambio, el objetivo es atenuar esas condiciones de dominación.
Otra cosa curiosa es que la gente los consideraba gauchos, cuando
en realidad éstos habían desaparecido a finales del siglo XIX. Además,
en el caso de Vairoleto, era hijo de inmigrantes; rubio, de ojos
claros y en lugar del facón usaban el Winchester.
A partir de mi tesis estudié la tradición libertaria argentina y
advertí que al establecerse la propiedad privada y desaparecer el
gaucho, los bandoleros sociales se encargaron de recoger los valores
que encarnaba el gaucho. Es decir, libertad, bravura, insolencia,
destreza ecuestre.
- ¿Cree que en el presente existe alguna figura que continúe con
está tradición del gaucho y el bandido social?
- Pienso, al igual que Eric Hobsbawm, que los bandoleros se dan
en una estructura feudal-campesina, en tránsito hacia el capitalismo.
De hecho el bandolerismo transparenta la inequidad social. Estamos
hablando de un contexto como el de la Argentina en la década del
‘30, en el cual existían grandes abusos y tanto los sindicatos como
los partidos socialistas y anarquistas, eran ferozmente reprimidos.
Ahora, respondiendo la pregunta, en este momento no veo que haya
continuidad de esta tradición. Puede que algo similar pase en este
momento con algunos líderes de villas, que han sido muertos en enfrentamientos
policiales y que registran una fuerte admiración por parte de la
gente y a partir de los cuales comience a construirse un mito.
“Si optáramos por
descartar el mito como figura disonante del conocer, que le pone a la práctica
humana los inadecuados añadidos de la mixtificación y la quimera, no podríamos alcanzar el verdadero
corazón de las luchas sociales de esta época y acaso de las que vengan. Porque las luchas son para definir
el sentido constructivo de emancipación del mito” (González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y
Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue, página 425)
“El tema de Isidro vos podes pensar que pasó, pero no…. El tema de
Isidro está, está todo el tiempo acá”. (Testimonio de poblador de Machagai).
Isidro Velázquez vive, donde descansan los sueños, donde se pisa la tierra,
de aquellos montes chaqueños. (Chamamé en homenaje a Isidro Velázquez, sin datos)
Los Ecos del Sapucay. Consideraciones en torno a la devoción
popular por Isidro Velázquez.
Por Juan Esteban Godoy *
1. Un poco de historia
Para comenzar realizaremos unas breves consideraciones acerca de
algunos temas que son ineludible al tratar el tema de Isidro Velázquez.
Éstos son, a saber: primero, la cuestión de los pueblos originarios,
profundamente ligada a la denominada masacre de Napalpí, recordemos
que Isidro Velázquez uno de los lugares geográficos y de las comunidades
que lo ayudan en su escondite es colonia aborigen, donde habitan
(aún hoy) las comunidades Qom (tobas) y Moqoit (mocovíes), y que
el 9 de julio de 1924 aconteció la brutal masacrei. En segundo lugar
tenemos al desplazamiento de las poblaciones rurales por parte de
los grandes terratenientes y últimamente de los pooles sojeros,
que sumado al cierre del ferrocarril incrementan las migraciones
del campo a la ciudad, se pueden observar “pueblos fantasma”, totalmente
abandonados, lo que genera un fuerte desarraigo a las personas,
y deja al pueblo con rupturas particulares, lo cual hace más difícil
la construcción de una identidad colectiva. Por último, tenemos
al peronismo (tema en el que habría que ahondar mucho más) pues
uno nota que al hablar del tema de Isidro Velázquez y de otros temas
hay una referencia constante al fenómeno del peronismo, podemos
resaltar que la Provincia de Chaco entre los años ´51 y ´55 se llamó
Presidente Perónii.
Isidro Velázquez fue nacido en Mburucuyá, Corrientes, pero su actividad
se desarrolló en el Chaco (Colonia Elisa, Laguna Limpia, Laguna
Blanca, La Verde, etc.), según testimonios de la época, y recogidos
también por nosotros, para sus devotos era buen pagador de sus deudas,
trabajador cumplidor, hasta que tuvo un entredicho con un policía
de su pueblo y comenzaron a padecerle sin que halla cometido delito
alguno.
Así pasa a la clandestinidad (queda “fuera de la ley”) y comienza
a “delinquir”, roba bancos, comercios, secuestra a estancieros adinerados,
mata solamente en pelea (solo para poder huir), el monte es el lugar
mítico en el cual se escondeiii. Su fama traspasaba las fronteras
provinciales, su historia se comentaba en todo el norte chaqueño
hasta Paraguay, Formosa y Corrientes. Con el dinero, objetos, etc.
que él conseguía fruto de su actividad los repartía entre los campesinos,
colonos, y demás sectores desposeídos. Éstos le daban a Isidro Velázquez
protección, por ejemplo no lo delataban (aunque a veces eran torturados
por las “fuerzas del orden”).
Así aproximadamente entre 1961-1967 Isidro Velázquez tuvo a maltraer
a la policía del Chaco, con un intervalo entre mayo de 1963 luego
de que matan a su hermano Claudio y el año 1964 (se cree que pudo
estar un tiempo en Formosa o en Paraguay). Inclusive pudo sortear
un gran operativo en que más de 800 policías salieron en su búsqueda,
dándole nombre propio a éste, a saber, “Fracaso”.
Finalmente lo matan exactamente el primero de diciembre en un gran
operativo, el “Operativo Silencio” ¡que nombre! Nos preguntamos
¿qué querrían silenciar?, seguramente a las masas oprimidas que
primeramente se vieron identificadas con el accionar de Isidro Velázquez
y luego lo convertirán en santo. Las autoridades hicieron talar
y quemar el árbol que servía de señal, también pusieron vigilancia
en el cementerio de Machagai para impedir que comience una devoción
por éste, durante la dictadura de Onganía se prohíbe el chamamé
de Oscar Valles “El Último Sapucay” que versa sobre la historia
de Velázquez; sin embargo, no pudieron frenar el suceso, el pueblo
ya había decidido. Al día siguiente el diario porteño La Razón titula
en primera plana: “LA MUERTE DE VELÁZQUEZ PROVOCÓ EN EL CHACO UN
FORMIDABLE IMPACTO EMOCIONAL”iv.
El asesinato a manos de la policía dará lugar a un doble proceso:
primero la instauración del día de la policía en chaco; y, en segundo
lugar, un proceso de santificación popular. En este último nos detendremos.
Consideramos que el
tema de Isidro Velázquez nos interpela de una forma particular,
forma un laberinto en el cual se entrecruzan diferentes caminos,
o si se quiere “historias mínimas” que se contornean en una historia
más amplia, se cruzan y entrecruzan diferentes aspectos que parecieran
muy divergentes pero que culminan en ser parte de la misma historia…
la larga y dolorosa lucha por la conformación de la identidad como
pueblo. Se nos presenta como un instante efímero, como un proyectil,
pero avizoramos que tiene ramificaciones diversas que se pueden
trazar tanto en lo anterior como en lo posterior, aparecen momentos
de revelaciones inesperadas. Es una historia, que como parte de
la historia Argentina, Latinoamericana (y de los pueblos oprimidos)
está profundamente cargada de tragedia, tensión, lucha, nombres,
de nacimiento y re-nacimiento. Por enumerar unos acontecimientos:
el hermano de Velázquez muere, es asesinado como también lo será
Isidro Velázquez y su lugarteniente Gauna, desaparecerán al joven
sociólogo Roberto Carri (con su mujer, Ana María Caruso) quien había
escrito sobre Isidro, posteriormente su hija Albertina Carri dirigirá
“Los Rubios” que trata sobre la vida y desaparición de sus padres,
asimismo algunas versiones señalan que Velázquez y Gauna había entablado
relación con las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), Pablo Szir quien
dirigiera una película en los 70?s desaparecerá y no quedarán rastros
de su película (otra copia es rota por el editor, por miedo, y algunas
versiones señalan que podría haber una copia en Cuba), en la actualidad
otro director está filmando una nueva película, diferentes cantantes
relatarán su historia, Isidro Velázquez será santificado y todos
los primero de Diciembre los devotos se acercarán al santuario,
que al mismo tiempo es el día de la policía del Chaco.
Así observamos una historia (quizás como muchas más) que se dibuja
y desdibuja una y otra vez, se dirige al pasado, al presente, al
futuro. Irrumpe el “sentimiento de que estamos en un “presente del
pasado” (en que) todo se transforma en una aparición súbita”v. Es
un instante, un punto remoto en el mapa pero que se proyecta mucho
más allá de ello y nos atraviesa como argentinos, latinoamericanos
comprometidos con la realidad nacional y continental (de los pueblos
de Abya Yala).
2. La identidad colectiva en los devotos. La muerte invertida en
vida
La pregunta por el pasado, por la historia, surge en tiempo presente
indaga el pasado, se dirige al futuro como un horizonte utópico
y se plasma en un proyecto. Así sostenemos que no hay proyecto orientado
a una utopía como horizonte utópico de realización posible sin memoria
histórica. Aquí aparecen los mitos dadores de sentido y sin la memoria
no hay identidad posible. El mantenerla es una lucha contra la desintegraciónvi.
Aquí aparece uno de
los motivos por los cuales es importante, y es más, se hace necesario
el indagar en nuestro pasado, pero no como si este fuera un “resto
fósil” sino indagando en aquellas corrientes profundas de nuestro
pueblo, en sus vivencias, anhelos, miedos, ilusiones, sueños, etc.
Así “La memoria, tal como es vivida por el pueblo, posibilita la
re-construcción del tejido social, su historia, la posibilidad de
construir muchos códigos que unifiquen una comunidad y que resignifiquen
el pasado y el futuro”vii, la reconstrucción de ese lazo social
que en la sociedad neoliberal se halla sumamente debilitado, en
la que lo colectivo se diluye en lo individual.
Aquí el sujeto es considerado como un ser esencialmente simbólico.
El sujeto se proyecta en símbolos, sin hacerlo no puede ser. El
sujeto se desdobla en el símbolo, se ve a él en éste, así el símbolo
halla una tendencia a independizarse del sujeto y dominarlo. De
esta forma el símbolo se transforma en fetiche, siempre existe el
riesgo de que eso sucedaviii.
Ermita en conmemoración de Isidro Velázquez en Pampa
Bandera
Interior de la ermita
Agradecimientos
Reunión anual el 1º de diciembre en Pampa Bandera
Sostenemos aquí la idea
de que no solo es posible pensar dentro del mito, sino que no hay
posibilidad del desarrollo de un pensamiento crítico si éste es
dejado a un lado, “es que no es posible pensar sin el mito (o sin
los mitos). Es decir, un momento de recalque, de fijeza (…)”.ixAdemás
es lo que nos moviliza, lo científico por lo científico mismo no
moviliza al hombre, éste se mueve en la historia, halla la posibilidad
de transformar su realidad y la de los demás a través o a partir
de su relación con el mitox.
En el “caso” Isidro Velázquez podemos ver cómo en el momento de
su muerte comienzan a hacerle al “proto-santo” (¿o santo?) pedidos,
por enfermedad, amores, ofrendas, etc. Es una forma en la cual “el
ritual invierte el significado oficia de la muerte, resignifica
esa muerte como vida”.xi
Tenemos una santificación popular espontánea, en relación al no
análisis de la conveniencia de si tal personaje nos conviene porque
de hecho no hay un colectivo hasta que se santifica y se reconocen
a sí mismos y a los otros como devotos. Sostenemos que esta santificación
viene a legitimar la lucha, la rebelión de los sectores dominados.
En un comienzo el santuario de Isidro en Pampa Bandera, como ya
sabemos, era tan solo una cruz. Luego se convirtió en una ermita
con una tacuara con banderas rojas. En la actualidad ya se ha levantado
una construcción de mampostería, revoques con una imagen de la virgen
de Itatí dentro. A un costado tenemos una “casita” pequeña de colores
verde y rojo, donde se prenden las velas al santo, siempre hay muchas
velas derretidas y algunas encendidas (la “casita” al costado de
la ermita fue construida para que se prendan las velas allí y no
directamente en la ermita pues una vez se pendió “todo fuego”).
Sobre la ermita pueden observarse banderas rojas colocadas en tacuaras,
flores rojas. En el interior del santuario tenemos muchas banderas
rojas (casi en su totalidad) con agradecimientos, otras con la fecha
de nacimiento y la muerte, flores naturales y artificiales, placas
de metal con agradecimientos por favores concedidos., fotos de Isidro
Velázquez, de Claudio Velázquez, y de Vicente Gauna, por todos lados
estampillas, almanaques del “gauchito gil”, cartas, billetes de
lotería, botellas de vino, alcohol, paquetes de cigarrillos (algunos
cigarrillos son encendidos para que se consuman o para que se los
fume el alma del difunto). En Pampa Bandera claramente predomina
el color rojo. 3. El símbolo Isidro Velázquez como problema, el opio y la alienación
como obstáculo
Pero se nos podría preguntar: ¿por qué hoy; ya entrado el siglo
XXI, en pleno proceso globalizador, neoliberal; llamar a escena
a un fenómeno que pareciera tan lejano, arcaico? Y además indagar
en la devoción; concebida a partir del desarrollo de la ilustración,
de la racionalidad instrumental como irracional, oscurantista, opio
e ¡incluso alienante!; por un símbolo religioso, más específicamente
un “Jinete Rebelde” Isidro Velázquez.
La respuesta a este interrogante, sin intentar agotarlas, sostenemos
que la encontramos: en primer lugar, paradójicamente en la pregunta
misma, dado que es en este contexto, en el cual la identidad se
halla debilitada, el sujeto se halla perdido, ha perdido el centro,
ya no encuentra sentido a su vida, en resumen un contexto en el
cual “la desestructuración social (…) ha devenido en pérdida de
identidad”xii, consideramos que resulta relevante indagar acerca
de un fenómeno que genera identidad tanto individual como colectiva.
En segundo lugar, la respuesta la hallamos en que concebimos, basándonos
en algunas consideraciones de Horacio González, que en la obra de
Marx si bien en algunos escritos se encuentra la idea de que la
nación aparece como la “vencedora” de las formas culturales arcaicas
(éstas aparecen como la caricatura, lo malo); en otros se considera
a lo arcaico, tradicional como lo que se resiste a disolverse en
el ritmo de la modernidad y nos da una “oportunidad de pensar otro
punto de partida para el “rumor de cencerro” de la revolución”.xiii
4. Apuntes finales
Damos cuenta de un crecimiento del fenómeno a partir del primero
de diciembre de 1967, a pesar de la sistemática preocupación de
las autoridades, de los sectores dominantes para borrar las huellas
de Isidro Velázquez. Además los identificados con el símbolo religioso
son sobre todo los sectores golpeados de la sociedad por el voraz
neoliberalismo implantado en el país que no solo apunta a una destrucción
económica y política sino también social, cultural y específicamente
apunta a quebrar las identidades colectivas a partir de las cuales
se pueden construir proyectos conjuntos. De esta forma fenómenos
como Isidro Velázquez se revelan constructores de la identidad colectiva
de los sectores pobres, marginados, oprimido.
Esa devoción que comenzó inmediatamente luego del asesinato de Isidro
Velázquez ha sido objeto de una gran opresión, hostigamiento por
los sectores dominantes que han querido por diferentes métodos (en
general sin escatimar en violencia) acallar las voces de esos otros
que han sido silenciados muchas veces, esos rostros que han querido
ser ocultados. Los sectores dominantes conscientes que quebrando
la identidad tanto individual como colectiva no hay posibilidad
del desarrollo de un proyecto. Esos sectores desarrollan otro conocimiento
disonante del dominante, otra historia (en contraposición a la “oficial”
que los niega) que atraviesa los cuerpos, que es emocional, que
no posee grandes medios de difusión pero es parte de un “subsuelo”
que quiere rebelarse una y otra vez ante la opresión. Hay una idea
de que ellos deben “cuidar”, “proteger”, “custodiar” la historia.
Tomamos a Isidro Velázquez pero no como “caso” en sí mismo, sino
inserto en las muchas luchas por la conformación de un colectivo
pueblo que pueda desenvolver-se en un proyecto común. Adquiere relevancia
con respecto a esto mismo el tomar justamente un símbolo religioso
pues lo religioso, el mito, la utopía ha sido vilipendiada no solo
por los sectores dominantes que han querido acallar cualquier tipo
de manifestación popular, sino también por sectores que podríamos
considerar inmersos en un proyecto de liberación.
Hemos visto, escuchado numerosos pensamientos que pretenden construir
pensamiento crítico exorcizando al mito, a lo religioso, aquí sostenemos
la imposibilidad de encarar un proyecto de liberación para los pueblos
marginando estos elementos.
Se nos podría decir que tal vez no sean hoy bandoleros solitarios
los que luchan contra la opresión pero si organizaciones sociales;
de todas formas si resulta relevante indagar en la devoción por
estos de parte de los sectores populares, dado que ésta es una práctica
vital que realizan éstos y si no se indaga acerca de su significado
estaríamos dejando de lado un aspecto importante de la vida social,
de las vivencias y creencias de los sectores populares.
Algunas cuestiones que dan cuenta de esto último que sostenemos
son que los sectores populares se hallan íntimamente ligados a estas
prácticas, y si pretendemos construir conjuntamente con ellos no
podemos hacer a un lado estas cuestiones, y ¡menos considerarlos
alienados, atrasados! Otra es que el ser humano como ser social
es simbólico, se proyecta en estos. Aquí entramos en el riesgo de
la tendencia a la independencia del símbolo y de la inversión de
la relación entre éste y el ser humano, transformándose en fetiche
que lo pasa a dominar, aparecería así el creador como el creado
y viceversa, es decir el sujeto se transforma en objeto y el objeto
que lo pasa a dominar en sujeto.
Es Isidro hoy que resuena en esas voces que le van a pedir ya sea
por salud, por trabajo, etc. son los movimientos sociales mismos
que resuenan no solo en Argentina, sino también en Latinoamérica,
son los Ecos del Sapucay como grito de guerra, alegría, muerte,
tristeza, desesperación, dramatismo, tragedia, liberación, etc.
que ya se han lanzado al aire y no habrá que ni quien los pueda
detener.
i Información recolectada de http://www.elortiba.org/napalpi.html
en donde hay varios artículos muy buenos sobre el tema. También
se puede consultar el reciente libro del periodista y escritor chaqueño
Pedro Solans “Crímenes de Sangre” de la editorial Librería de la
Paz, y el libro de Mercedes Silva “Memorias de Chaco” ii Galasso, Norberto (2006). Perón: formación, ascenso y caída (1983-1955)
– Tomo 1, Buenos Aires: Colihue. iii Gómez Lestáni, Eduardo. (2005). Isidro Velázquez. En Amarilla
Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 53-57),
La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen. iv Citado en Devicenzi, Jorge. Isidro y Claudio Velázquez – Los
Vengadores. En www.lagazeta.com.ar v González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y
Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue,
página 156. vi Dri, Rubén, “Identidad, Memoria y Utopía. Estado, Legitimación
y Sentido”, publicado por la Secretaría Académica de la Facultad
de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, sin mención
de año. vii Bergallo, Graciela Elizabeth (2005). Legalidades, Sacralidades
y Significados de la Muerte. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros
Rurales Correntinos (pp. 11-19), La Plata-Buenos Aires: Ediciones
Al Margen. viii Dri, Rubén. (2005). Símbolos de identificación popular. En
Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp.
31-45), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen. ix González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo
y Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue,
página 156. x Mariátegui, José Carlos. El Hombre y el Mito. En http://mareasdesdemasalla.blogspot.com/2006/12/podra-repetir-la-ltima-parte-hoy.html xi Bergallo, Graciela Elizabeth. (2005). Legalidades, Sacralidades
y Significados de la Muerte. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros
Rurales Correntinos (pp. 11-19), La Plata-Buenos Aires: Ediciones
Al Margen. xii Dri, Rubén (coordinador) (2003). Símbolos y Fetiches Religiosos
en la construcción de la identidad popular. Tomo 1. Buenos Aires:
Biblos, página 9. xiii González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo
y Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue,
página 262.
Bibiografía
* Bergallo, Graciela Elizabeth (2005). Legalidades, Sacralidades
y Significados de la Muerte. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros
Rurales Correntinos (pp. 11-19), La Plata-Buenos Aires: Ediciones
Al Margen. * Devicenzi, Jorge. Isidro y Claudio Velázquez – Los Vengadores.
En www.lagazeta.com.ar * Dri, Rubén, “Identidad, Memoria y Utopía. Estado, Legitimación
y Sentido”, publicado por la Secretaría Académica de la Facultad
de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, sin mención
de año. * Dri, Rubén. (2005). Símbolos de identificación popular. En Amarilla
Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 31-45),
La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen. * Dri, Rubén (coordinador) (2003). Símbolos y Fetiches Religiosos
en la construcción de la identidad popular. Tomo 1. Buenos Aires:
Biblos * Galasso, Norberto (2006). Perón: formación, ascenso y caída (1983-1955)
– Tomo 1, Buenos Aires: Colihue. * Gómez Lestáni, Eduardo. (2005). Isidro Velázquez. En Amarilla
Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 53-57),
La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen. * González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y
Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue * Mariátegui, José Carlos. El Hombre y el Mito. En
http://mareasdesdemasalla.blogspot.com/2006/12/podra-repetir-la-ltima-parte-hoy.html
* El presente trabajo
es un extracto de “Los Ecos del Sapucay. La Construcción de Identidad
Popular en torno a Isidro Velázquez”, que puede
descargarse completo en pdf. El autor, Juan Esteban Godoy, es
Licenciado en Sociología (UBA). Publicado originalmente en Revista
Movimiento, libertad de ideas. Octubre de 2009, Nº 5, Bogotá, Colombia.
Mail: Juanestebangodoy@hotmail.com
En el invierno de 1977 un ciego cantaba en el refugio de la estación
Ramos Mejía: "camino de Pampa Bandera, lo esperan en una emboscada
y en una descarga certera ruge en la noche la metrallada". La letra
repiqueteada del chámame convocaba a los trabajadores que se refugiaban
del primer frío matinal, algunos con el diario bajo el brazo, atraídos
por el lazo sutil que hermanaba las noticias con el canto del ciego:
"la pólvora entre los huesos se hizo ceniza en los pechos bravos.
Isidro Velázquez ha muerto, enancado en un sapucay, pidiéndole rescate
al viento que lo vino a delatar".
Era el año de las emboscadas de la guerra sucia, pero el chámame
de Oscar Valles, El último sapucay, hablaba de otra emboscada, diez
años atrás, cuando el primero de diciembre de 1967, Velázquez moría
alcanzado por las balas policiales en el monte chaqueño y se abrían
aún más las puertas de su leyenda.
"Desde hace un año comencé a preocuparme seriamente por el 'caso
de Isidro Velázquez' -escribía en 1968 el sociólogo Roberto Carri-.
Velázquez y Gauna (se refiere Carri a su lugarteniente) eran más
populares que nadie en la provincia del Chaco, su fama traspasaba
las fronteras provinciales y se hablaba de ellos en todo el monte
chaqueño, hasta el Paraguay. Las razones de la supervivencia estaban
-ya en ese momento no tenía ninguna duda- en el apoyo general de
las masas rurales". Isidro Velázquez nació el 15 de mayo de 1928 en Mburucuyá, Corrientes,
hijo de Feliciano y Tomasa Ortiz. El año 1961 lo encuentra con su
mujer y sus cuatro hijos en Colonia Elisa, Chaco, donde trabajaba
como peón rural. Tanto allí como en La Verde, Selvas del Río de
Oro, Laguna Blanca y Laguna Limpia, Zapallar, La Escondida, Lapachito
y otros parajes del norte se lo tenía como el mejor baqueano, rastreador
y cazador de los esteros y los montes.
Ese
hombre alto, delgado, de rostro enjuto y mirada penetrante que era
aceptado como buen vecino, asistía a las reuniones periódicas de
la Cooperadora Escolar de Colonia Elisa hasta que, por alguna razón
no muy clara, comenzó a ser hostigado por la policía. En su prontuario
figuran tres causas abiertas en 1961 por robos y hurtos, y una cuarta
por evasión. El jefe de sus cazadores en persona, capitán Aurelio
Acuña, no ocultaría su sorpresa tiempo después, por la forma en
que un hombre que durante más de treinta años había sido "humilde
pero honrado", se había convertido en un "peligroso delincuente".
En el Chaco, las opiniones están furiosamente divididas. Las autoridades
aseguran que esos primeros delitos fueron reales, pero la gente
dice que no, que Velázquez sufrió un hostigamiento injustificado
de la policía que culminó con el encarcelamiento, su fuga y el comienzo
de la historia de 'El Vengador'. Se dice que la persecución se originó
en un problema familiar, porque, a contramano de su forma de ser,
nunca más tomó contacto con su mujer y sus hijos, ni les hizo llegar
ayuda económica.
Fuera de la ley
Más allá de cualquier razón, queda claro que cuando Velázquez escapó
de la cárcel de Colonia Elisa ya había tomado la decisión que lo
empujó hacia el monte, tras las sendas que veinte años antes habían
transitado Zamacola, Bairoleto y el famoso Mate Cosido.
Pero no solamente lo
protegieron la vegetación y la geografía indómita del Chaco. Miles
de peones golondrinas habían emparentado su impotencia con la rebeldía
de "El Vengador". Muchos provenían, como él, de Corrientes, otros
de Santiago del Estero y Paraguay y, arrojados a su suerte, ni podían
regresar a sus hogares ni encontraban trabajo debido a las secuelas
de la crisis del tanino y al comienzo de la crisis algodonera que
los condenaba a deambular por la provincia sufriendo las miserias
de la desocupación.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el descubrimiento del extracto
de mimosa en África Oriental, como sustituto del tanino, coincidió
con el progresivo agotamiento de los quebrachales del sur chaqueño.
Los obrajes, que trabajaban para la misma compañía inglesa que había
descubierto la mimosa africana, comenzaron a cerrar. En 1960 quedaban
sólo unos pocos en el norte.
La población, que había aumentado vertiginosamente entre 1920 y
1947, de 46 mil habitantes a 431 mil, se estabilizó llegando a 530
mil en 1960. Grandes contingentes de paisanos emigraron en ese período
hacia las villas miserias de las capitales y otros fueron reabsorbidos
por el desarrollo de cultivos industriales como el del algodón.
Pero así como el hachero es esclavizado en los obrajes, en los algodonales
el trabajo es temporario, con un régimen agotador y en condiciones
de vida miserables. La situación empeoró aún más cuando en 1964
la crisis del algodón se descargó sobre el Chaco y de las 400 mil
hectáreas sembradas ese año, sólo llegaron a 278 mil en 1967.
Palabras
para Roberto Carri (1)
El asunto es saber convertir los fracasos en victorias. Francisco Urondo
¿Es preciso recordarlo? Roberto Carri es un cuerpo ausentado,
no ausente. Entendemos que resulta prioritario recomponer
ese cuerpo singular sobre el que se ejerció la desaparición
como tecnología de poder. Situarnos en el conjunto de
representaciones que convoca el hecho mismo de nombrarlo. Desde
las primeras páginas de Isidro Velásquez. Formas prerrevolucionarias
de la violencia, Roberto Carri nos dice: “El formalismo
positivista se basa en los hechos; la resistencia popular,
en todas sus etapas desde la más incipiente, los niega.
Al resistir la opresión niega los hechos que la producen.
Con esto, (…) quiero decir que la certeza es adecuación
a los hechos, pero la verdad para el pueblo es aquello
que perjudica al enemigo”. Inmediatamente la lectura
de estas palabras evocan una sentencia de Michel Foucault
que extraigo de La arqueología del saber: “(…) un enunciado
es siempre un acontecimiento que ni la lengua ni el
sentido pueden agotar por completo (…) es único como
todo acontecimiento, pero se ofrece a la repetición,
a la transformación, a la reactivación”. Ensayamos entonces
no un retorno sobre lo dicho, instalándonos en el orden
del enunciado sino sobre el decir, a partir de la posición
de enunciación que inaugura y sostiene Roberto Carri. ¿Qué verdad es aquella que Carri invoca y, haciéndola
suya, daña al enemigo? Me atrevo a decir que ésta, es
una verdad espesa, sudorosa, henchida de sangre y de
barro, que no puede encontrar cobijo alguno en la universalidad
de un todo indiferenciado, en el que se reúnen por igual
al opresor y al oprimido, a la víctima y al victimario.
Nos encontramos ante una verdad beligerante, de combate,
que sólo se sostiene por la declaración de existencia
que supone su misma afirmación, cobrando inteligibilidad
por el sesgo de una relación antagonista y que instituye
una cesura, un corte abrupto dirigido a reestablecer
las coordenadas mismas que hacen posible un decir.
Estamos ante una verdad desafiante, que cobra densidad
histórica bajo el sujeto que su misma emergencia induce:
el militante del universalismo, que depone las diferencias
no en nombre de lo común como propiedad de todos, sino
en el franqueamiento de las identidades político sociales
pretendidamente saturadas y compartimentadas. Sujeto
que no reclama los fueros de la universalidad filosófica.
Esa figura subjetiva, la del militante, se nutre, impaciente,
en el fermento del colectivo, convocado al ensayo general,
llamado a su hora no en un futuro siempre pospuesto,
sino en el aquí y ahora, en la urgencia de la acción.
El elogio de la acción está presente en Carri, pero
no bajo la forma del gesto residual, de una rebeldía
que descansa bajo el acomodaticio rótulo de parte, sino
para asaltar los cielos. Una secreta certeza la alimenta:
la de la aceleración de los tiempos, el saberse sumergido
en un movimiento de orden mayor bajo la imagen de una
eterna movilización. Pero la emergencia misma del pueblo como actor histórico-político
y su accionar disruptivo no son para Carri objeto de
la contemplación y celebración, propias del izquierdismo
especulativo, no se detiene en exaltar la ocurrencia
misma de la irrupción plebeya, sino que se compromete
en el ejercicio efectivo de sus consecuencias. Ejercicio
que involucra una dimensión de acto y, a la vez, una
dimensión de pensamiento. Constatamos, entonces, que
hay en la obra de Carri pensamiento, es decir, aquello
que se impone a quienes no lo pensamos. Se hace necesario convocar a un retorno sobre Carri,
no como ejercicio de rememoración melancólica, sino
a partir del campo de posibilidades que su pensamiento
inaugura., tal como relampaguea en un instante de peligro,
parafraseando a Walter Benjamin Siete años después de la primera edición de Las Venas
Abiertas de América Latina, Eduardo Galeano, desde su
exilio en Barcelona, redacta un epílogo en el que establece
una suerte de balance de las luchas populares en América
Latina acaecidas desde principios de los años ’60 y
mediados de los ‘70, del mismo extraigo su párrafo final,
que se presenta como una denuncia activa de lo ausente
por venir: “Toda memoria es subversiva, porque es diferente, y
también todo proyecto de futuro. Se obliga al zombi
a comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo.
El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad
de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia
de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en
la historia de los hombres cada acto de destrucción
encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto
de creación” En ese acto de creación, junto a Roberto y nuestros
30.000 compañeros detenidos-desaparecidos, estamos hoy
comprometidos.
Gonzalo Barciela. Buenos Aires, 22 de marzo de 2007.
(1) A Roberto Carri detenido-desaparecido el 24/2/07
junto a su compañera Ana María Carri. Para los que no
están y por los que vendrán…
ISEPCI Instituto social, económica y política ciudadana
Roberto y Ana María tenían
25 años. Estaban casados y tenían tres hijas: Andrea,
Paula y Albertina. Roberto era un eminente sociólogo, ensayista social,
profesor y periodista. Entre sus obras se encuentra
Isidro Velázquez, "Sindicatos y poder en la Argentina",
"Argentina: Estado y liberación nacional" y "Las luchas
del peronismo contra la dependencia". Ana María había egresado de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Era profesora
de letras y latín. Ana María y Roberto se conocieron en 1961, compartían
ideales políticos, ambos eran peronistas. En los '70
se unieron a la organización Montoneros. Roberto era
responsable de la Columna Sur de Montoneros. La pareja fue secuestrada de su domicilio en Hurlingham.
Sus tres hijas fueron retiradas por familiares de la
Comisaría de Villa Tesei. Ana María y Roberto fueron
llevados al C.C.D. Sheraton o Embudo que funcionó en
la Comisaría de Villa Insuperable, ubicada en la esquina
de las calles Tapalqué y Quintana, partido de La Matanza
. A los diez días del secuestro, Ana María llamó por primera
vez a casa de sus padres. Hubo otras llamadas y, en
una ocasión los dos pudieron entrevistarse con sus hijas
en la plaza de San Justo. A partir del mes de julio
del mismo año se estableció un intercambio de correspondencia
entre los secuestrados y la familia. Tanto en ocasión
de la entrevista como para el acercamiento de las cartas,
quien actuó como intermediario fue un hombre que era
llamado «Negro» o «Raúl». Todo el contacto terminó en
diciembre de 1977. Su hija Albertina, que tenía 4 años cuando sus padres
fueron secuestrados, se convirtió en directora de cine
y dirigió la película Los Rubios, sobre sus padres (así
los llamaban los vecinos).
Es entre los hacheros
desocupados, los golondrinas y los indígenas, donde Isidro Velázquez
encontró refugio cuando se alzó contra la ley junto con Claudio,
su hermano menor.
La revista Así fabulaba por esa época: "Famosos por su puntería,
los dos hermanos usaban para hacer fuego indistintamente ambas manos.
Sus revólveres, calibre 38 largo, que llevaban bajos, al estilo
de los pistoleros del cine americano, disparaban plomos certeros.
En su prontuario iban anotándose nuevos pedidos de captura por robos,
homicidios y atentados a la autoridad", y agregaba: "Ambos se desplazaban
cómodamente por todo el territorio chaqueño, protegidos por el monte,
amparados en los rancheríos humildes donde entregaban a los necesitados
parte de lo que obtenían en sus atracos espectaculares".
El 25 de junio de 1962, los hermanos fueron sorprendidos en una
picada en las afueras de Colonia Elisa por una patrulla policial
armada con carabinas, metralletas y pistolas. Los Velázquez respondieron
el fuego con un winchester y revólveres, eludiendo el cerco a pesar
de la superioridad numérica de sus perseguidores. Tres días después aparecieron en Colonia Popular y protagonizaron
un tiroteo a caballo frente al destacamento policial. Un mes más
tarde, el 23 de julio, irrumpieron en el bar del chino Chou-Pin,
de Colonia Elisa, y se llevaron ocho mil pesos, "una radio a transistores,
linternas, bebidas, alimentos envasados y también fiambres". El 25 de ese mes atracaron al estanciero José Vicente Barrios y
el 12 de agosto irrumpieron en el almacén de ramos generales que
regenteaba Antonio Marcelino Camps en Lapachito, a dos cuadras de
la comisaría. Desmontaron frente al almacén y se dirigieron a paso
seguro hasta la caja que atendía Teresa Octaviana, la hija del dueño.
"¿Vos Isidro? -dijo la muchacha- no es posible que nos hagas esto".
Mientras hablaba intentó sacar un revólver pero Claudio la derribó
de un culatazo. Se produjo luego un tiroteo donde murió un vecino
y. cuando ya se retiraban, desde la trastienda salió Jorge Anastasio
Camps, el otro hijo del dueño, disparando su pistola. Isidro no
quiso usar su arma. Habían sido compañeros de la escuela primaria
y juntos habían salido a cazar mas de una vez. Pero Claudio respondió
el fuego y el hombre se desplomó con un balazo en la cabeza.
La infatigable persecución de la policía ya estaba en marcha pero
los hermanos no se escondían, "visitaban los boliches, a sus amigos
y se exhibían por las calles de Colonia Elisa, La Verde, Zapallar,
Colonias Unidas, Lapachito, Plaza y La Escondida sin que nadie se
atreviera a denunciarles", aseguraba la revista Así. El sociólogo Roberto Carri, en su libro Isidro Velázquez, formas
prerrevolucionarias de la violencia, publicado en 1968, decía que
"la comunidad rural indígena y criolla se expresa colectivamente
en la identificación con Velázquez. Debido a su situación de despojo
y su 'retraso' cultural. . .se identifica con el hombre que expresa
un poder antagónico al régimen". Pero más adelante advierte que
"hay que distinguir entre el papel que juega realmente el rebelde
para el pueblo que lo protege... y su anecdotario particular (el
de Velázquez) que puede o no coincidir con la imagen que de él se
tiene y que provoca la identificación con el proscripto". Carri
reniega de la "sociología desarrollista" y de los "marxistas Victorianos"
que califican las acciones de los hermanos como propias de bandoleros.
Define a Velázquez como "rebelde" y a esos sociólogos como "bandoleros
sociológicos".
El poncho rojo
Dos semanas después del asalto al almacén de Camps, los Velázquez
atravesaron un tronco sobre la ruta 16 que une Resistencia con Sáenz
Pena y asaltaron a un distribuidor de cigarrillos y a un viajante
de comercio.
Claudio Velázquez tenía un año menos que Isidro, usaba sombrero
paisano con ala ancha y ladeado sobre la derecha; solía entrar a
los pueblos con su inseparable poncho colorado. "Me da suerte, si
lo pierdo seguro que me atravesarán de un balazo" bromeaba con sus
amigos. Entre marzo y abril asaltaron a un acoplador de granos y a un agricultor.
Una comisión policial encontró sus huellas cerca de Colonia Elisa
y salió tras ellos, los Velázquez los aguardaron en Legua 54. Los
policías Juan Cerlinguer y Salvador Cabrera resultaron heridos.
Al abandonar el lugar a caballo, Claudio perdió su poncho e Isidro
se llevó un balazo en la pierna.
Desde la capital chaqueña y localidades cercanas llegaron policías
de refuerzo, pero las patrullas se empantanaron en los grandes esteros
de la zona. El 22 de abril de 1963, La Razón titulaba: "Están cercados
en un islote del Chaco dos hermanos bandoleros". Isidro y Claudio
huían en un solo caballo entre pantanos y pajonales y en un sendero
del monte se cruzaron con un anciano y su nieto. Isidro les dio
diez mil pesos por el caballo y el anciano les indicó dónde estaban
apostadas las patrullas. Así pudieron burlar a sus perseguidores.
El 21 de mayo Claudio decidió festejar el cumpleaños de Isidro y
tomó por asalto el paraje de Costa Guaycurú. Ocupó la carnicería
y el almacén y convocó a los vecinos: "Tomen lo que quieran -les
dijo- los hermanos Velázquez invitan y pagan. Quiero saber si la
policía se anima a venir a buscarme". La bravata saldría cara: Wenceslao
Ceniquel, comisario, de Zapallar, reunió a sus hombres y marchó
a Costa Guaycurú. Dos policías fueron heridos en el tiroteo pero
allí murió Claudio atravesado de un balazo. Hubo otra víctima que
en un primer momento se identificó con Isidro, aunque dos días después
las autoridades debieron informar: "El Vengador" se había escapado
otra vez, el otro caído se llamaba José Tolentino Vega.
Durante un año Isidro permanecería inactivo. Por razones opuestas,
la policía y los paisanos esperaban su reaparición. Aunque algunos
comentarios lo ubicaban en Formosa su paradero fue una incógnita.
La vuelta de Isidro
Lo que nadie esperaba era que Isidro Velázquez apareciera justo
allí, donde habían matado a su hermano. En 1964 se asomó en Zapallar,
más descarnado, dispuesto a todo y con la compañía de Vicente Gauna.
Dio un golpe certero y ambicioso y se ganó el mote de "El Vengador":
secuestró a los hacendados Carlos y Gabino Zimmerman, cobró un jugoso
rescate y regresó a la espesura.
Los paisanos y los indígenas preferían separar la imagen de Isidro
de los hechos de violencia más brutales y gratuitos. La leyenda
discrimina rigurosamente la actitud de Isidro cuando asaltó el almacén
de Camps y prefirió arriesgar la vida antes de responder el ataque
del que fuera su amigo. Existía un punto en el que la violencia
perdía legitimidad ante los ojos del pueblo, algo que quizá no pudieron
discernir con claridad quienes más tarde reconstruyeron esa historia.
Los que sí cargaban las tintas eran sus perseguidores que le achacaban
la mayoría de los crímenes y violaciones que se cometieron en la
zona durante esa época. La diferenciación entre Isidro y sus lugartenientes es más marcada
desde que aparece Vicente Gauna. Isidro había sido un hombre honesto
hasta después de los treinta años y fue empujado por la injusticia
fuera de la ley. Gauna cargaba con una carrera delictiva iniciada
en la adolescencia y poseía un carácter violento e irracional.
El último sapukay
La muerte apagó la risa del sol que duerme ardiendo en el Chaco,
porque Machagai se ha vuelto un llanto triste de sangre y barro.
Ya no está Isidro Velázquez, la brigada lo ha alcanzado, y junto a Vicente Gauna,
hay dos sueños sepultados. Camino de Pampa Bandera, lo esperan en una emboscada,
y en una descarga certera, ruge en la noche la metrallada. Isidro Velázquez ha muerto,
enancao a un sapucay, pidiéndole rescate al viento, que lo vino a delatar,
pidiéndole rescate al viento, que lo vino a delatar. La muerte apagó la risa, de los machetes en los quebrachos,
la pólvora entre los huesos, se hizo ceniza en dos pechos bravos.
Sin una vela encendida, sin una flor a su lado, sin una cruz en la tierra,
hay dos sueños sepultados. Camino de Pampa Bandera, lo esperan en una emboscada,
y en una descarga certera, ruge en la noche la metrallada. Isidro Velázquez ha muerto,
enancao a un sapucay, pidiéndole rescate al viento, que lo vino a delatar. Pidiéndole rescate al viento,
que lo vino a delatar.
En sus relatos los pobladores ponían especial énfasis en destacar
que la intervención de Isidro ante su hermano Claudio o ante Vicente
Gauna había evitado violencias innecesarias y salvado vidas.
La presencia de bandidos alzados contra la ley, como Zamacola, Bairoleto
y Mate Cosido fue común y popular en los '30 y '40 en el Chaco.
Velázquez le daba continuidad a estas figuras míticas en un país
distinto que creía imaginar haber encontrado el regazo protector
de la tecnología y el modernismo. Sus aventuras, contadas en Buenos
Aires por La Razón, Crónica, Así o Gente, colisionaban con una sociedad
que se deslumbraba con los happenings del Instituto Di Tella. Dos
países paralelos en vísperas del golpe de Estado de Juan Carlos
Onganía y el Cordobazo.
El payé de los esteros
En 1965, la fama de Velázquez y Gauna se extendía por todo el Litoral.
El "payé", la magia de los dioses ancestrales de la selva y los
esteros, protegía, a Isidro y las puntas de su pañuelo lo orientaban
entre los montes y los pantanos y señalaban el lugar donde se ocultaban
sus enemigos.
La increíble
historia de Isidro Velázquez en un libro de investigación
del periodista y escritor Pedro Solans.
Por entonces la población
los cree invencibles; el sapucay de Isidro Velázquez detiene a quien
lo enfrenta, su mirada paraliza. Cierta vez Isidro venía huyendo
por el monte y sus perseguidores, guiados por un baqueano conocedor,
organizaron la emboscada donde suponían que abandonaría la espesura.
El destino quiso que el proscripto se encontrara frente a frente
con el baqueano a quien se le trabó el arma o no atinó a disparar.
Recriminado por sus superiores, el hombre balbuceó atragantado que
Isidro le había hecho mal de ojo y que se había quedado duro como
una estaca.
El 7 de setiembre de
1967, la revista Gente entrevistaba a uno de los policías que se
aprestaba a salir tras Velázquez.
"¿Ustedes creen que lo van a apresar?" pregunta el periodista. "No, es imposible -contesta el agente-. Estoy seguro de que por
más que le tiremos, las balas no van a entrar. Ustedes saben que
el agente Mieres vació su pistola y no hubo caso. Después, Velázquez,
con un solo tiro, le atravesó el corazón". "Entonces ¿está convencido que si se topa con ellos, usted es hombre
muerto?". "No sé si me va a liquidar. El le saca dinero a los ricos para repartirlo
con un pobre. Y yo gano catorce mil pesos por mes... Si llego a
toparme con ellos en el monte, creo que les diría que maten a un
hacendado, no a mí, justamente."
La "operación fracaso"
A mediados de 1966 los
fugitivos merodeaban en la zona de Selvas del Río de Oro. Asaltaron
el pueblo de Laguna Limpia y Gauna mató al alcalde Antonio Ponzardi
después de robarle. A principios de 1967. secuestraron a los estancieros
Agustín Guissano primero y a Antonio Persoglia después. Cobraron
tres millones de pesos por el rescate de cada uno.
Persoglia, de ochenta años, permaneció un día y medio en poder de
los proscriptos. Una vez libre declaró que había hablado largamente
con Isidro Velázquez y que tenía de él "muy buena impresión". El
anciano preguntó a su secuestrador por qué no abandonaba esa "azarosa
vida", Velázquez respondió que "no le gustaba matar" pero que "ya
era tarde", estaba "jugado" y contaba con "el poderoso aliado de
los montes para sobrevivir".
Los miembros de la Sociedad Rural chaqueña se impacientaban; las
andanzas de Velázquez y Gauna y la popularidad que tenían entre
los paisanos ponían en peligro sus vidas y la paz social. Los estancieros
ofrecieron entonces una recompensa de dos millones de pesos "a toda
persona que entregue a estos delincuentes de cualquier forma o suministre
información concreta que permita su detención". Pegaron carteles
con esa leyenda y con sus fotos que aparecían en las paredes de
los poblados, en los troncos de los árboles, en pulperías, almacenes
y prostíbulos. Para ser más convincentes se pregonaba que Velázquez
y Gauna habían violado "a las hijas menores de Villordo de Tacuruzal;
Genes en Selvas del Río de Oro; Maciel en Laguna Blanca; Aguirre
en Laguna Limpia". Aunque en el prontuario policial no figuraba
ninguna de las acusaciones que denunciaba el cartel.
A
40 años del último sapucay
Mil velas y cruces se encendieron durante la florida
tarde del domingo en Pampa Bandera, paraje a escasos
kilómetros de la ciudad de Machagai en el interior de
Chaco, cuando cientos venidos de parajes lindantes y
de otros lados recordaron a Isidro Velázquez, popular
bandido rural abatido por la policía federal el primero
de diciembre de 1967.
“La muerte apagó la risa del sol que duerme ardiendo
en el Chaco… ya no está Isidro Velázquez, la brigada lo ha alcanzado,
y junto a Vicente Gauna hay dos sueños sepultados…
Sin una vela encendida, sin una flor a su lado, sin una cruz en la tierra hay dos sueños sepultados…”
Aquellos versos que alguna vez dedicara Oscar “Cacho”
Valles a Isidro Velázquez tras su caída en Pampa Bandera
volvieron a cobrar vigencia la tarde de ayer, la del
primero de diciembre. Se cumplían 40 años de aquella
jornada del año 1967 donde una partida policial tendió
una redada al hombre que habían intentado atrapar sin
éxito por más de 7 años.
Como en los versos de Valles, ayer el Chaco y su sol
volvieron a arder. La tierra parecía rajarse y además
era cierto, Isidro Velázquez y su ladero Vicente Gaúna
ya no estaban… Pero, a diferencia de lo que pasara hace
40 años, en plena dictadura militar de Onganía, esta
vez, se encendieron mil velas, se acercaron muchas flores
y las cruces se multiplicaron para recordar la memoria
del los ya míticos personajes.
Centenares de personas, en cansados caballos, destartalados
colectivos y alguna vieja chata llegaron hasta el paraje
de Pampa Bandera (a unos kilómetros de Machagai, Chaco)
para recordar a Velázquez justamente debajo del quebracho
donde cayera acribillado por una partida policial de
cincuenta hombres. Junto al árbol le rezaban en una
pequeña piecita donde dejaban sus ofrendas.
El paisanaje se guarecía bajo raquíticos espinillos
que nada podían contra el inclemente sol, bailaban chamamés,
recitaban poemas a Isidro, apuraban el asado y el chamamé
no dejaba de oírse acompañado por gritos de sapucay
que ese día cobraban aun mas significado. Es que en
aquella emboscada de hace 40 años, Isidro Velázquez,
rodeado, cayó gritando un sapucay que había aprendido
en sus años de niñez correntina. Había sido un rebelde,
realizado atracos de película, secuestrado a los hacendados
mas adinerados y repartido buena parte de sus réditos
entre las gentes de a pié y los aborígenes tobas que
le brindaban su apoyo. Se había burlado de una emboscada
tendida por la policía en la zona de La Verde, donde
eludió a mas de mil oficiales…
Hasta que finalmente un primero de diciembre de 1967,
justo hace cuarenta años, este heredero del linaje de
Mate Cocido, cayó en Pampa Bandera. Iba en camino a
Machagai a robar el banco de esa localidad. La muerte
lo estaba esperando. Él y su inseparable ladero Vicente
Gaúna, como dice la letra de Valles, ya no están… ¿Ya
no están?.
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El flamante jefe de
la policía provincial, capitán (RE) Aurelio Acuña, se puso a la
cabeza de una movilización sin antecedentes: ochocientos policías
bien armados y con perros salieron en persecución de los fugitivos;
cortaron caminos, tomaron poblados, rastrillaron picadas y pajonales.
Luego de cobrar el rescate de Persoglia, fueron localizados en General
Obligado. El pequeño ejército se dirigió prontamente hacia ese lugar.
Velázquez y Gauna emboscaron a una de las patrullas y dieron muerte
al agente Juan Ramón Mieres, pero quedaron rodeados durante quince
días por el cerco policial. Sin embargo, el terreno cubierto era
demasiado amplio y desconocido para las patrullas; otra vez el "payé"
de los esteros metió la cola y Velázquez y Gauna consiguieron infiltrarse
entre las líneas de sus perseguidores, dirigiéndose hacia el norte,
el terreno que mejor conocían, hacia Makallé, La Verde, La Escondida
y Lapachito donde sostuvieron un nuevo tiroteo. El 8 de julio el Poder Ejecutivo destinó 99 millones de pesos a
la provincia para equipar a la policía. Era tarde: Velázquez y Gauna
habían ganado el monte y se movían entre los suyos. El 16 de julio.
La Razón titulaba: "Mediante ayuda, los delincuentes Velázquez y
Gauna habrían eludido el cerco policial". La operación mas grande
de la policía del Chaco había fracasado y se disolvió vergonzosamente
en la espesura de los esteros. Pero la historia de los fugitivos
se aproximaba a su fin.
El puente de la traición
Tras la "Operación Fracaso", como la bautizaron los paisanos, Velázquez
y Gauna se instalaron en Quitilipi, cerca de una reserva toba cuya
población los alimentaba y protegía. Desde allí comenzaron a preparar
el asalto a la sucursal del Banco de la Nación en la localidad,
de Machagai. Esta vez la policía se les adelantó; detectaron posibles
contactos y convencieron a dos de ellos, una maestra y el cartero,
para que entregasen a los fugitivos. Como explicaría pomposamente
el capitán Acuña "el procedimiento final con los resultados ya conocidos
no fue, en absoluto, producto de improvisaciones o de la casualidad,
sino la consecuencia lógica de un plan elaborado con inteligencia".
La maestra, Leonor Marinovich
de Cejas, de 40 años, dijo que había decidido capturar a Velázquez
para cobrar la recompensa junto con el cartero Ruperto Aguilar.
Los pobladores de Machagai aseguraban que no había sido así, que
la maestra era amiga de Velázquez desde mucho tiempo atrás y había
colaborado con él en otras ocasiones. "Isidro nunca hubiera confiado
en una desconocida" decían y aseguraban que su traición obedeció
a la presión policial. Al anochecer del primero de diciembre de 1967, la señora de Cejas
y Ruperto Aguilar debían trasladar en el Fiat 1500 de la maestra
a Velázquez y Gauna desde Quitilipi hasta Machagai. Velázquez se
ató un pañuelo a cuadros en el cuello, se calzó un cinturón con
balas y salió en paz con su winchester y una 38. Al llegar al puente
de Pampa Bandera la maestra simuló un desperfecto y detuvo el auto.
Así lo había convenido con la policía. Treinta hombres, entre los
que también había civiles armados hasta los dientes, aguardaban
emboscados junto al camino.
El cartero y la maestra bajaron del auto y se desató un tiroteo
infernal, más de quinientos balazos cruzaron el aire en pocos minutos.Gauna
alcanzó a herir a Aguilar en una pierna y cayó fulminado. Pero Isidro
ofreció resistencia con su winchester. Hirió al cabo Santos Medina,
se tiró del auto y se abrió camino a tiros casi trescientos metros
en dirección al monte. La oscuridad cubrió al fugitivo, sus cazadores,
desesperados, iluminaron el lugar con los faros de sus autos y vieron
a Isidro empuñando su carabina, herido en una pierna y en un hombro
y a punto de alcanzar la arboleda. Isidro dio vuelta la cara, deslumbrado,
y cayó atravesado por la descarga cerrada de sus perseguidores.
El capitán Acuña proclamó su victoria; el primero de diciembre fue
declarado día de la policía del Chaco y el automóvil fue acondicionado
como monumento provincial. Pero la población humilde lloró la muerte
de Velázquez. Hombres y mujeres peregrinaron hasta el árbol junto
al cual había caído y también marcharon hasta su tumba en Machagai
donde depositaron ofrendas.
Las autoridades decidieron entonces quemar el árbol y borrar las
señas de la tumba. El chámame lo registra: "sin una vela encendida,
sin una flor a su lado, sin una cruz en la tierra, hay dos sueños
sepultados"; aún así son muchos los paisanos que todavía hoy conservan
como reliquias astillas del árbol de Pampa Bandera y las tumbas
NN de Machagai son hasta hoy objeto del culto popular. El chámame
de Oscar Valles recorrió todo el país: "La muerte apagó la risa
del sol que ardiente duerme en el Chaco, porque Machagai se ha vuelto
un llanto triste de sangre y barro".
El gobierno de Onganía prohibió el chamamé. En ese momento el sociólogo
Roberto Carri se sentaba a escribir su libro, sin pensar que diez
años más tarde, en 1977, mientras un ciego volvía a cantar "El último
sapucay", sería secuestrado convirtiéndose en un desaparecido más
de la dictadura. Otros diez años después, en 1987, el ciego sigue cantando en Ramos
Mejía mientras Los Ivoty, el conjunto chamamecero más popular, difunde
otra canción dedicada a Isidro Velázquez, "El puente de la traición".
La maestra perdió su automóvil y jamás pudo cobrar la recompensa,
el cartero fue detenido en 1982 por comandar una banda que robaba
ruedas de auxilio a los camioneros. Hoy, en las bailantas del Litoral
y de Buenos Aires, cuando se canta "Vibra la selva chaqueña bajo
el clamor de un valiente, que va cayendo doliente gritando su rebelión"
brota el sapucay de los bailarines.. Un grito que puede ser de guerra,
de vida o muerte, de tristeza o alegría, o de todo eso al mismo
tiempo.
El 1° de diciembre de
1967 fueron abatidos en un amplio operativo desplegado por la Policía
Federal, dos peligrosos delincuentes: Isidro Velázquez y Vicente
Gauna. Sucedió en Machagai, Chaco, en el nordeste argentino, a la
vera de la ruta 16, en una zona de obrajes madereros y algodonales,
junto al Impenetrable. Pudo haber sido otro compás de la eterna
contradanza de policías y ladrones, pero algo lo diferenciaba: a
Velázquez se le atribuían cualidades sobrehumanas que infinidad
de testigos jurarían haber constatado. En sus correrías solía tener
el apoyo de la población más humilde, y sus víctimas eran personajes
odiados por su condición social y económica.
Velázquez recompensaba monetariamente esa solidaridad, y eso fue
interpretado por algunos como una suerte de redistribución violenta
de la riqueza, la de un Robin Hood del siglo XX.
Su captura se había convertido en una obsesión para Guillermo Borda,
entonces ministro de Interior, y para la Sociedad Rural del Chaco,
que puso precio a su cabeza: dos millones de pesos para acabar con
los secuestros de ganaderos y consignatarios, los robos a mano armada
y los asaltos a bancos y acopiadores de cereales. Sin embargo, no
se sabe de que haya existido alguna delación, o dato confidencial,
tendientes a cobrar la recompensa.
Velázquez parecía conocer todos los secretos, aparecía tan sorpresivamente
como se esfumaba y había adquirido cierto dominio sobre las mentes
de los milicos de la policía provincial.
El objetivo del gobierno es político: terminar con el apoyo y la
protección que recibía de la gente del lugar, cuando la doctrina
de la seguridad nacional señalaba el peligro de que hubiera grupos
armados disimulados entre la población.
Comenta el diario La Razón del 3 de diciembre de 1967: "el halo
de leyenda que rodeaba a estos salteadores de la selva, como a los
bandoleros de todos los países y de todas las épocas, los hacía
acreedores del afecto y la simpatía de las poblaciones campesinas,
que en no pocas oportunidades recibieron los beneficios de sus manos,
sobre todo entre la gente más pobre. La gente de campo los ampara
en su vida errante, de eternos prófugos de la justicia, los ayuda
en la procura de abastecimientos y en oportunida-des los oculta
o les facilita los medios para ocultarse".
Ángel Persoglia, uno de los productores rurales raptado a principios
de ese año, declaró que le había sorprendido "la corrección del
bandolero", agregando: "se despidió de mí diciendo que ya era tarde
para cambiar de vida".
"Vivo o Muerto", señalaban los carteles pegados en todo el territorio
chaqueño por el gobierno, y que solían amanecer arrancados o enchastrados
con leyendas tales como: "Isidro Velázquez no se entrega-rá".
Quién fue
Isidro Velázquez
Claudio Velázquez
Las primeras noticias
sobre Velázquez son de enero de 1952, por el hurto de unas rejas
de arado. Los hermanos Isidro y Claudio Velázquez se defendieron
argumentando que el dueño, un tal Cuéllar, les debía dinero y ellos
habían pretendido cobrarse de esa manera. Fue inútil: se los detuvo
y envió a Resis-tencia.
En mayo, Isidro quedó en libertad pero a Claudio le comprobaron
otras raterías y lo condenaron a cuatro años de reclusión.
Luego Isidro se radicó en Colonia Elisa, donde obtuvo un lote de
terreno para cultivar algodón y, casoriado, tuvo cuatro hijas. Con
ellas, y miembro de la cooperadora escolar del único establecimiento
primario del pueblo, no parecía candidato a un destino relevante.
Un año mayor que Claudio, los hermanos eran dos paisanos delgados,
de estatura mediana, nacidos en Corrientes del matrimonio de Feliciano
Velázquez y Tomasa Ortiz, que habían emigrado al Chaco en busca
de trabajo. Radicados en La Verde, se dedicaron a changuear en obrajes
y algodonales. Los chicos se hicieron baqueanos del monte donde
solían marisquear, esto es, vivir de la caza de animales silvestres:
corzuelas, liebres, gallinetas, nutrias, carpinchos, etc., costumbre
ancestral de la zona que aún se conserva.
Cuando volvió Claudio después de purgar la condena, los vecinos
recuerdan que la policía comenzó a acosarlos, acusándolos de todos
los delitos que se cometían en la zona.
A Claudio le gustaba el juego y, no obstante tener mujer e hijos,
su presencia era habitual de las bailantas y prostíbulos de la zona,
donde se lucía compadreando con un poncho colorado.
En 1958, Isidro fue procesado por marisquear en el campo de un vecino.
Al ser detenido la policía maltrata a su madre.
Es acusado de un hurto menor en el 61, y en el interrogatorio en
la comisaría de Colonia Elisa sufre una violenta paliza. En un descuido,
logra fugarse, y junto a su hermano, se interna en el monte.
Los testigos de la huída sostienen que Isidro repite que está decidido
a no dejarse prender nuevamente.
En 1962 se los identificó robando un almacén en Lapachito: el propietario
se resistió y mataron al hijo del dueño y a un vecino.
Cometieron otras fechorías por la zona y aunque se enfrentaron a
tiros con la policía, no pudieron ser detenidos.
Claudio era desafiante
En mayo de 1963 llega a un almacén en Costa Gaycurú acompañado por
un muchacho. Después de asaltar al dueño del boliche, ambos se quedan
a beber, y ya picados por la ginebra, dan gritos desafiando a la
policía. Dos agentes logran sorprenderlo -Claudio estaba escuchando
radio en el local, completamente borracho- y los bajan a tiros.
Al principio se creyó que los muertos eran los dos Velázquez, una
noticia impactante para los vecinos, pero luego la investigación
policial constató que el acompañante de Claudio era un tal Vega,
otro proscrito de Colonia Elisa.
Isidro se esfumó después de la caída de Claudio, y algunos sostienen
que está escondido en Formosa. Reaparecería luego en la banda del
Chiflón Gauna. No se sabe que tras huir al monte se haya preocupado
por el bienestar de su familia.
A 40 años de la emboscada a Isidro Velázquez y Vicente Gauna
Por Pedro Jorge Solans Foto: Santiago Solans
Ya no es la rubia atractiva que bajaba del Fiat 1500, color magenta,
agujereado como un colador, aquella noche cálida del viernes 1º
de diciembre de 1967. Los cadáveres de Isidro Velázquez y Vicente Gaúna eran manguereados
en el patio de la comisaría de Quitilipi y los vecinos que se habían
reunido en torno a un asado social en las ruinas del club Caupolicán,
a metros de la plaza San Martín, salían despavoridos hacia la comisaría.
Estaban los que iban llorándolo por dentro y los que iban a ver
si era cierto la muerte de «los enemigos del sistema». Habían caído. La rubia llegaba del cruce a Pampa Bandera al mando del Fiat remolcado
por un móvil policial. De jeans, con pañuelo en la cabeza y la sensación
de efímera heroina triste. Rodeada de policías, en aquel momento
era la pieza clave, aunque ya intuía femeninamente las consecuencias
de la traición forzada. Esa traición que se vislumbraba en la mirada
del represor Wenceslao Ceniquel. Ya no es la rubia que esperaba ansiosa la recompensa de 2.000.000
de pesos y un automóvil nuevo, cero kilómetro, que ofreció la policía
y las fuerzas vivas chaqueñas atemorizadas, jaqueadas, por los rebeldes
primitivos o bandidos rurales. La rubia los había conocido a través de su marido, -el empleado
de Correo-, Alberto Cejas, y éste los conoció por medio de su compañero
de trabajo, Ruperto Aguilar. La propuesta de seguir con Velázquez y Gaúna fue motivo de largas
charlas internas del matrimonio y también con Aguilar. Los Cejas
se jugaban la vida con tal de salir del estancamiento económico
que le ofertaba un Chaco sufrido, y la asfixia en cuotas que vivía
la sociedad empujó a ser parte de la rebeldía de hombres atorados
por la autoridad pública que le habían marcado las cartas del mazo
al destino. De ese destino que también desarraigaría a los Cejas cambiándole
la vida con un destierro involuntario. Isidro Velázquez pagaba a sus colaboradores por los servicios prestados.
Tras los secuestros de los estancieros, Giussano y Angel Persoglia,
tanto el matromonio Cejas como Aguilar cobraron jugosos rescates. Precisamente, Persoglia de 80 años dio la primera pista para acorralar
a los colaboradores de Machagai. La policía logró marcar los billetes
de varios comerciantes de la zona, entre ellos, al viajante quitilipense,
Francisco Macías, que sin saber compartió un asado con ellos en
Pampa del Indio. Eran comerciantes que podían ser víctimas de los
próximos asaltos durante aquellos meses, todos sospechaban que estaban
cerca. Efectivamente, estaban en Quitilipi y solían cenar en la fonda de
Ferrer sobre calle Mendoza frente a la comisaría. Para pagar los servicios de los Cejas y Aguilar, Isidro Velázquez
y Vicente Gauna asaltaron a uno de esos comerciantes que tenían
billetes marcados y, luego, lo descubrieron en poder de Aguilar.
Con esa información la policía obligó a éste a colaborar y a posteriori
cayó el matrimonio Cejas en manos de la policía. Todos fueron llevados a Resistencia y torturados por jefes policiales
como los comisarios Ceniquel y Pujol, y el jefe de la policía, capitán,
(RE), Aurelio Acuña, quien atormentó a los Cejas clavándoles las
manos con una lena o pincha-papel. Luego de los tormentos, le prometieron sus respectivas libertades,
un automóvil cero kilómetro, la recompensa y el traslado a ambos
a cualquier lugar del país manteniendo sus respectivos trabajos
en el Correo y en la docencia.
Leonor, la pieza clave
León Gieco - Bandidos
rurales
La policía ya había
fracasado en un operativo que movilizó a 800 efectivos para cazarlos.
No querían volver a quedar mal ante la oligarquía chaqueña. No tenían cómo justificar otro fracaso. Proyectaron el operativo silencio y en ausencia de Cejas, utilizaron
a Leonor. Ya no es aquella rubia colaboradora de la policía que cenaba en
la vereda de la fonda de Ferrer en Quilitipi, que se reía cuando
entraban los efectivos policiales a buscar comida y recibía el correcto
-tengan buen provecho. -Gracias; respondía ella. Velázquez inclinaba apenas su cabeza y
Gaúna seguía inmutable. Se ocultaban en el monte, por Quitilipi,
cerca de la Colonia de Aborígenes, donde recibían ayuda. Tras varias reuniones con los Cejas, el operativo Silencio fue preparado
para el viernes 1 de Diciembre de 1967. Al caer la noche, decenas de policías se instalaron debajo de un
puente en la ruta provincial 9 esperando el paso del vehículo conducido
por la esposa de Cejas, acompañada de Aguilar, que llevaba cómodamente
en el asiento trasero a Velázquez y a su compañero Gauna. Leonor mediante un dispositivo colocado en el vehículo, cortó la
corriente del mismo, simulando un desperfecto mecánico. Velázquez bajó con ella y le puso el revólver en la sien y como
si intuyera algo le dijo; Si me traicionás, te mato. Leonor simuló sentirse ofendida, y le respondió; ¿Cómo creés eso?. Arregló nerviosa el desperfecto, se subieron al fiat 1500 y siguieron
camino. Al llegar al puente del cruce rumbo a Pampa Bandera, la mujer volvió
a bajar. Pero esta vez bajó corriendo del vehículo, a los tropiezos,
con Aguilar siguiéndole desbocado las pisadas. Isidro Velázquez se dio cuenta y gritó: -¡Caimos! Gauna es acribillado en el asiento trasero. No le dieron tiempo
a moverse. Velázquez alcanzó a abrir la puerta y herido, sangrando, corrió
en zig zag, y a los tumbos llegó hasta una arboleda donde pretendió
esconderse. Creyendo estar a salvo lanzó un heroico e interminable sapucay justo
debajo de un árbol donde estaba apostado un policía. La balacera
no tardó en llegar. Fue su muerte. La vigilancia sobre los colaboradores siguió y se mezcló confusamente
con las manifestaciones de ira de quienes cubrían a Velázquez y
Gauna. Los policías estaban orgullosos, se creían cazadores de pumas o
algún otro animal salvaje, y se les inflaba el pecho al mostrar
las fotografías junto a los cadáveres. Estaban seguros de que habían
hecho una buena cacería. «Isidro tenía la inteligencia de un zorro y la rapidez de un guazuncho
(ciervo) -comentó el comisario Pujol, pero su limitado horizonte,
lo indujo a menospreciar a sus perseguidores».
Ya no es aquella rubia...
Ya no es la rubia atractiva que bajaba del Fiat 1500, color magenta,
agujereado como un colador, aquella noche cálida del viernes 1º
de diciembre de 1967. Con sus largos setenta años no quiere ni escuchar el tema. «Es parte
de mi pasado que lo borré de cuajo», señala a sus allegados, cuando
hacen gestiones para que aborde el tema. Llegó a las sierras de Córdoba en los primeros años de 1968 con
su Fiat 1500 reparado. Se afincó con su marido e hijos en Villa
Carlos Paz, pero una turbulencia de amenazas que venían del Chaco,
sin origen preciso, provocó que los Cejas se trasladaran a Cosquín. Allí, entre festivales y con el correr del río, recostada sobre
el barrio Remembranza, aquella rubia, hoy, es una docente jubilada
con grietas maquilladas de olvido, de miedo, de negación. A veces la luna coscoína alumbra su sonrisa frente a un óleo de
su hija, pero enseguida, la mansedumbre del Valle de Punilla, va
por ella, la cubre, la ayuda; aunque sea, para que la mochila de
su destino no le pese tanto.
La ruta 16 es una recta paralela a las vías del hoy abandonado F.C.
Belgrano, el de trocha angosta, que atraviesa en dirección sudeste-nordeste
el Chaco desde Resistencia hasta las zonas boscosas de Salta y el
río Juramento, rasando el extremo norte de Santiago del Estero.
El camino fue abierto por las avanzadas militares dirigidas por
el subcomandante Fontana, que a principios del siglo XX pacificaron
a los pueblos indígenas, estableciendo allí la frontera agropecuaria.
Detrás de Fontana llegó el sistema de producción capitalista: obrajes
madereros, caña de azúcar y refinerías, algodonales. En 1964 se
producen a lo largo de la ruta varios hechos delictivos caracterizados
por una violencia excesiva.
Bandidos
rurales
León Gieco
Bandidos rurales dificil de atraparles, jinetes rebeldes por vientos salvajes... igual que alambrar estrellas en tierra de nadie
Nacido en Santa Fe en 1894, cerca de Cañada, de inmigrantes italianos Juan Bautista lo llamaron, de apellido Vairoletto Bailarín sagaz, desafiante y mujeriego Winchester en el recado, dos armas cortas también, un cuchillo atrás y un caballo alazán Raya al medio con pañuelo, tatuaje en la piel,
quedó fuera de la ley, quedó fuera de la ley
Se enamoró de una mujer que pretendía un policía lo golpeó, lo puso preso un tal Farach Elías Andate de Castex le dijo, aquí tenemos leyes Corría el año 1919 Antes de irse, fue al boliche a verlo al fulano Con un 450 belga, revólver en mano Le agujereó el cuello y lo dejo tirado ahí Ahora sí fuera de la ley, ahora sí fuera de la ley
Bandidos rurales, difícil de atraparles Jinetes rebeldes por vientos salvajes Bandidos populares, difícil de atraparles Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie
Por el mismo tiempo hubo otro bandolero Por hurtos y vagancia, 19 veces preso Al penal de Resistencia lo extradita el Paraguay Allí conoce a Zamacola y Rossi por el 26 1897 en Monteros, Tucumán,
el día 3 de marzo lo dan por bien nacido Segundo David Peralta, alias Mate Cosido,
también fuera de la ley, también fuera de la ley
Entre Campo Largo y Pampa del Infierno el pagador de Bunge y Born le da 6000 por no ser muerto Gran asalto al tren del Chaco, monte de Saenz Peña, Anderson y Clayton firma algodonera 45.000 a Dreyfus le sacaron sin violencia El gerente Ward de Quebrachales 13.000 le entrega Secuestro a Negroni, Garbarini y Berzon Resistió fuera de la ley, resistió fuera de la ley
Bandidos rurales, difícil de atraparles Jinetes rebeldes por vientos salvajes Bandidos populares, difícil de atraparles Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie
Vairoletto cae en Colonia San Pedro de Atuel, el ultimo balazo se lo pega él El Ñato Vicente Gascón, gallego de 62,
con su vida en Pico pagó aquella traición Sol, arena y soledad, cementerio de Alvear,
en su tumba hay flores, velas y placas de metal El ultimo romántico lo llora Telma, su mujer,
muere fuera de la ley, muere fuera de la ley
No sabrán de mí, no entregaré mi cuerpo herido, Quitilipi, Machagay, ¿donde está Mate Cosido?
Corría el 36 y lo quieren vivo o muerto 2.000 de recompensa, se callan los hacheros Logró romper el cerco de un tal Cáceres torturador de Gendarmería que tenía información Herminia y Ramona dudan que lo hayan matado a éste fuera de la ley, a éste fuera de la ley
Bandidos rurales, difícil de atraparles Jinetes rebeldes por vientos salvajes Bandidos populares, difícil de atraparles Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie
En un lugar neutral, creo que por Buenos Aires, se conocen dos hermanos de este barro, de esta sangre, y dejan un pedazo del pasado aquí sellado y deciden golpear al que se roba el quebrachal Por eso las dos bandas cerquita de Cote Lai mataron a un tal Mieres, mayordomo de La Forestal Se rompió el silencio en balas, robo que no pudo ser Dos fuera de la ley, dos fuera de la ley
Martina Chapanai, bandolera de San Juan, Juan Cuello, Juan Moreira, Gato Moro y Brunel, El Tigre de Quequén, Guayama el Manco Frías,
Barrientos y Velázquez, Cardoso y Cubillas, Gaucho Gil, José Dolores, Gaucho Lega y Alarcón, bandidos populares de leyenda y corazón Queridos por anarcos, pobres y pupilas de burdel Todos fuera de la ley, todos fuera de la ley
Bandidos rurales, difícil de atraparles Jinetes rebeldes por vientos salvajes Bandidos populares, difícil de atraparles Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie
Según la investigación
de la policía provincial, sus protagonistas son cuatro o cinco sujetos
dirigidos por Juan Vicente Gauna, alias "Chiflón", un correntino
nacido en Empedrado en enero del 42. Es notable la ferocidad con
que actúan, rematando a balazos a sus víctimas aun después de haber
obtenido el botín que pretendían.
Un viajante de comercio que hace el circuito Resistencia - Charata
recibe dos balazos en la cabeza a cambio de unos pesos.
Años más tarde, cuando los hechos se suelden y confundan con la
leyenda, se intentará oponer a ambos protagonistas: Gauna es cruel
e inflexible, y no elige sus víctimas, que pueden ser tanto pobres
hacheros como hacendados.
Velázquez, en cambio, es un hombre común arrastrado fuera de la
ley por alguna injusticia pasada, y lucha en desventaja contra su
destino. Al contrario de Gauna, sólo roba a gente adinerada y paga
generosamente el poder moverse con libertad entre el pobrerío.
Algunos han exagerado esta cualidad de robar a los ricos para repartir
entre los pobres.
Lo cierto es que Isidro no realizaba ningún proselitismo o reivindicación:
sólo pagaba protección, y lo hacía con generosidad.
Gauna y Velázquez
Viejos militantes de la Resistencia Peronista relatan que Gauna
tuvo tratos con Carlos Caride, un miembro de la FAP y luego de Montoneros,
que caería en un enfrentamiento armado durante la década del 70.
Protagonista de hechos resonantes que le conferían, a los ojos de
la juventud de entonces, un perfil de héroe, Caride era conocido
por ser un partidario de la lucha armada, un "fierrero" que se entrevistó
con Gauna por algún contrabando de armas desde el Paraguay, para
planificar en conjunto algún secuestro resonante, o lo que es menos
probable, intentado comprometerlo en la fantasía de abrir un foco
guerrillero en el Chaco.
A fines de 1964, son secuestrados en Zapallar Carlos y Gabino Zimermann,
productores forestales de General San Martín.
Ya para entonces, Isidro era conocido como "El Vengador" por los
vecinos, quienes celebraron su vuelta: la carta donde se exige rescate
por los Zimermann lleva su firma, Isidro Velázquez.
En la fantasía popular, algunos dicen que no es Isidro sino Claudio,
o su alma en pena; otros, que está vengando al pueblo por sus desventuras.
Con el secuestro de los Zimermann se inicia el accionar conjunto
de Gauna y Velázquez. Pero hay dos cambios: el primero se convierte
en líder del grupo, y ya no se ataca a los pobres.
Otros hechos que se les atribuyen: en 1966, asalto en La Verde.
Asalto en Laguna Blanca, donde muere el dueño del comercio mayorista,
un tal Panzardi.
Un comisario provincial comentará años después: "Velázquez, con
segundo grado aprobado, tenía la rapidez de un guazuncho y la inteligencia
de un zorro".
Gobierna el Chaco en ese entonces el escribano Deolindo Felipe Bitel,
y al país el médico Arturo Illia, cordobés nacido en Pergamino,
que había llegado a la Casa Rosada con el 25% de los votos y la
proscripción del peronismo.
Mas tarde senador y candidato a vicepresidente, Bitel pertenecía
a esa corriente conservadora, muy arraigada en las provincias argentinas
de economía agraria, denominada "neoperonismo", y que combina patrones
de estancia, dueños de vidas y hacienda y folklore justicialista.
El Chaco es una provincia extremadamente pobre, cuya producción
se limita hoy -y en ese entonces- casi exclusivamente al cultivo
del algodón, soja, y la explotación forestal, esta última en franca
retirada. Según cifras oficiales del Indec, el 51,7% de la población
del nordeste argentino (2 millones de personas) vive actualmente
con menos de 120 pesos mensuales. Para la CTA, la pobreza es mayor.
Velázquez menospreciaba a sus perseguidores
Solía enviar mensajes humorísticos a la policía y en unos cuadernos
les hacía dibujos, como los de las historietas. En uno de ellos
se burlaba del jefe policial que pedía refuerzos a un teniente coronel
para prenderlos; y en otro escribía con una trabajosa letra de imprenta
acerca del ofrecimiento de ayuda de algunos policías de Corrientes:
"Acéptenles, para que engorden los mosquitos chaqueños. Nosotros
no peligramos ni aunque se vengan todos los correntinos".
Llevaba encima varios de esos cuadernos ilustrados cuando la policía
lo abatió, años después.
También asaltan la casa del intendente de Laguna Limpia y luego
de robarle, lo matan.
Una patrulla de la policía provincial -que ya tiene 800 efectivos
afectados a la búsqueda- sale a perseguirlos por el monte. Los rodean
en la zona de General Obligado, cerca de Cote Lai. El agente Juan
Ra-món Mierez le apunta a Isidro con su arma pero antes que pueda
gatillar, recibe un tiro en el pecho y cae muerto.
Ahora firman sus pedidos de rescate como "Velázquez y Gauna, los
vengadores". Revista Gente n° 111, del 7 de septiembre de 1967,
entrevista a un policía provincial:
- ¿Cree que lo van a apresar a Velázquez?
- No. Es imposible. Él tiene el payé, y estoy seguro que por más
que le tiremos, las balas no le van a entrar. Ustedes saben que
el agente Mierez vació su pistola y no hubo caso. Después Velázquez,
con un solo disparo, le atravesó el corazón.
- ¿Si se encuentra frente a frente con los bandoleros, que hace?
- Por más que quisiera hacer algo, no podría, pues él nos paraliza
con sólo mirarnos.
Por la coincidencia de que también se llamara Mierez un capataz
de La Forestal que abatieron las bandas de Mate Cosido y Juan Vairoletto
en la década del 30, crece una corriente de simpatía religiosa entre
el pueblo, el payé, la protección divina, y los uniformados provinciales
no escapan a esa influencia. Un anciano de Resistencia lo explicó
así: "ese Gauna es el mismo que las tropas nacionales degollaron
en 1906".
Cacería
En quechua, Chaco significa "tierra de cacería", y así se la denominaba
en la época del dominio incaico. Según cuenta Gracilaso de la Vega,
el Inca dirigía personalmente una gran batida anual con miles de
soldados y cazadores a través de una zona fitogeográfica de más
de 675.000 km² que abarca las actuales provincias argentinas de
Santa Fe, Salta, Formosa, Chaco y Santiago del Estero, sur de la
república del Paraguay y este de Bolivia.
El Imperio se abastecía de pieles, lanas y carnes y reafirmaba cada
año su dominio sobre los pueblos seminómadas de la región: abipones,
mocovíes, chulupíes, guaycurús, chorotes, tobas, pilagá, vilelas
y matacos. No siempre alcanzaría esa meta, como lo comprobarán los
mismos españoles más tarde: Juan de Ayolas murió a manos de una
partida belicosa del pueblo carcará.
En la rigurosa estratificación social incaica, la lana de llama
se distribuía entre el pueblo; las de alpaca y vicuña, más suaves,
se reservaban para la familia real. De aquel gran bosque sólo quedan
hoy algunos retazos cuadriculados por algodonales, establecimientos
madereros, desiertos y vinales.
La mayor parte de la selva fue comida por la explotación irracional
de la madera: para el carbón que alimentaba los ferrocarriles ingleses
y el tanino con el que se curtían los cueros argentinos.
El principal enemigo del poblador chaqueño es el vinal, el impenetrable,
el avance irresistible de la selva. El gobierno argentino continuó
la tradición de la cacería: primero contra los pueblos aborígenes,
a quie-nes diezmó por exterminio y enfermedad. Después fue la súper
explotación de los obrajes.
Ahora persiguen a Isidro Velázquez.
Diario La Nación del 4 de setiembre de 1968:
"En inspecciones efectuadas por funcionarios del gobierno a centros
de trabajo instalados en la región del Chaco santiagueño, especialmente
en establecimientos dedicados a la explotación de productos forestales,
se han comprobado, según la información oficial suministrada al
respecto, graves transgre-siones a normas legales que amparan la
actividad del trabajador rural, particularmente en los tradiciona-les
negocios surgidos durante el otrora auge de la industria taninera,
vulgarmente conocidos con el nombre de proveedurías... Pese a la
evolución alcanzada en este aspecto se advierten aún prácticas que
se creían desterradas para siempre, que lesionan el patrimonio moral,
espiritual y material del ser humano, puesto que algunas firmas
siguen burlando impunemente disposiciones de la ley, pagando con
vales el trabajo de sus obreros. Estos documentos que se entregan
como pago al hachero, sólo pueden ser negociados en la misma firma
que los emite, lo que significa que por las manos del trabajador
jamás pasa dinero en efectivo alguno".
El Vengador
Gobierna el país un general llamado Juan Carlos Onganía, que acabó
con la democracia proscriptiva en junio de 1966 e impuso algo peor.
Los políticos, incluyendo el neoperonista Bitel, se han ido a su
casa o colaboran con la administración militar que promete quedarse
cien años.
Onganía llega disfrazado de dictador bananero sobre una carroza
descubierta, arrastrada por cuatro caballos negros, a la inauguración
de la exposición rural de 1966: se cree un ser providencial, especie
que la historia argentina criará y reproducirá.
Muy lejos de Buenos Aires, un personaje hosco, arma en mano, ordena
al borde de la ruta:
- ¡Vos quedate allí y avisá si viene algún camión!
El paisano obedece, lleno de miedo. Su servicio será generosamente
pagado.
En una escena similar, el mismo personaje irrumpe de noche en un
rancho.
- ¡Sírvanme comida -ordena- y prepárenme un lugar para dormir!
El puestero obedece. A la mañana siguiente, el desconocido se ha
retirado sin saludar ni agradecer, dejando sobre la mesa un fajo
de billetes, muchos más de los que el paisano haya imaginado nunca.
Ciertas o no, las anécdotas se repiten, multiplican y adornan con
nuevos detalles.
Lo que conocieron a Isidro aseguran que llevaba siempre un pañuelo
anudado en los cuatro vértices, y que el rectángulo de tela le señalaba
con exactitud cuál era el rumbo de donde venía la partida policial.
Afirman también que, a punto de ser apresado, podía desaparecer
o se convertía en animal.
Un agente de la policía provincial mencionó que estando a pocos
metros de Velázquez, éste se desvaneció tras un matorral. Al transponerlo,
el policía se encuentra con una vaca que, vuelta, lo miraba fijmente.
La policía rodea el lugar donde será entregado el bolso que contiene
el rescate de los hacendados Giussano, pero al acercarse el bolso
se ha esfumado.
Cuando se producen simultáneamente distintos asaltos a mano armada
en localidades alejadas entre sí, todos les son atribuidos a la
banda.
Dicen que lo paralizó al agente Ángel Pelozo, de la comisaría de
La Verde, en el paraje Rancho Juana, cercano al pueblo de La Eduvigis.
Fue poco después de las 10 de la mañana, en octubre de 1966: Pelozo
había sido uno de sus más firmes perseguidores, y pagó con su vida.
En marzo de 1967 la mala suerte de la policía provincial se confirmó
una vez más: el cabo Pedro Vence, de Quitilipi, volvía hacia Presidencia
de la Plaza, luego de participar en un patrullaje en búsqueda de
la banda.
Vence viajaba de favor en un camión que chocó violentamente contra
otro vehículo detenido en la ruta, sin luces. El suboficial murió
instantáneamente y el pueblo señaló en silencio: "Ha sido El Vengador".
Con la policía provincial paralizada, en el ministerio del Interior
con sede en Buenos Aires se consideró que había llegado el momento
de intervenir.
Se ordena al capitán Aurelio Acuña, del ejército, que viaje a Resistencia
al frente de medio centenar de federales. Al llegar, Acuña pone
en marcha el Operativo "Silencio", rebautizado por el pueblo chaqueño
como operativo "Fracaso".
Dijo un camionero que alguna vez lo llevó por algunos kilómetros:
"Velázquez era bueno y se confió, no debió confiar en gente de la
ciudad".
La ametrallada
Según relata Hugo Chumbita, "Isidro se había relacionado con un
cartero de Machagai, Ruperto Aguilar, y a través de él con otro
empleado de correo, Alberto Cejas. Éste y su esposa Laura Marianovich,
preceptora del colegio secundario, lo llevaron en su automóvil Fiat
1500 algunas veces y él les pagaba por sus servicios.
La policía había marcado la numeración del dinero del rescate de
los últimos secuestros, lo cual permitió descubrir a Aguilar y obligarlo
a colaborar. En ausencia de Cejas, indujeron también a su esposa
a tender una trampa a los bandidos. Estos se escondían en el campo,
por Quitilipi, cerca de una reserva toba de la que recibían ayuda.
Todo se preparó para el 1 de diciembre de 1967. Al caer la noche,
decenas de hombres armados esperaban bajo un pequeño puente de la
ruta provincial 9 el paso del automóvil".
Algunos sostienen que la Marianovich tuvo con Isidro una relación
sentimental. Ella lo negará siempre: explica que le tiene compasión,
que lo entiende y que a veces lo ha refugiado.
La banda, entretanto, está planeando el golpe maestro: asaltar la
sucursal del Banco Nación en Resistencia.
Con la complicidad de los medios de comunicación, el equipo policial
que ha llegado de Buenos Aires informa sobre distintos atracos simultáneos
en distintos pueblos, atribuidos todos a la banda de Velázquez y
Gauna, buscando que el perseguido baje la guardia, que lo pierda
su omnipotencia, de modo de usar la mitología popular en su contra.
Detenida por la Policía Federal, la maestra se resiste a hablar.
Se le promete no ser juzgada como cómplice y sobre todo, le aseguran
que se brindará al bandolero un juicio justo.
Pasan minutos, horas.
Ella termina cediendo (al fin y al cabo le han prometido que la
vida de Velázquez será respetada), y confiesa qué camino tomarán
desde la población toba hacia Resistencia, rumbo al edificio del
Banco de la Nación Argentina.
Se puede conjeturar que, al escuchar los falsos informes trasmitidos
por radio, Velázquez y Gauna deben haber creído que tenían allanada
su ruta hacia el objetivo.
Se arma la emboscada "en el paraje Pampa Bandera, distrito Machagai...",
como será escrito en el informe policial.
Cuatro de las cinco personas que viajan en el auto, incluyendo el
propio Gauna, caen acribillados casi de inmediato.
Ambos bandos utilizan armas largas. Una treintena de policías gatillaron
más de quinientas veces sus revólveres, fusiles y metralletas.
A pesar de todo, Velázquez logra abrir una de las puertas del vehículo
y se interna unos metros en la picada del monte.
Quizás es presa de su propio mito: al volverse para gritar su sapukay,
el grito de guerra de los guaraníes, una bala se le incrusta en
la cabeza luego de cargarse al agente Medina.
Algunos sostienen que en su huída se ha topado con otro agente que,
presa de miedo, se había bajado los pantalones para evacuar, y que
Isidro literalmente choca con él.
¿A usted le parece, que un valiente caiga a manos de un cagón?-
sostuvo un vecino.
Según cuenta Chumbita, "Aguilar conducía y detuvo el motor mediante
un dispositivo instalado al efecto en el vehículo para cortar la
electricidad, simulando un percance. La mujer bajó a ponerse a salvo,
e Isidro se dio cuenta.
- ¡Caímos!- habría dicho.
Gauna fue acribillado en el asiento trasero.
Diario La Razón del 3 de diciembre de 1967:
"...Los efectivos policiales prepararon desde hace tiempo las diversas
tramperas entre los sectores más populares de la población, precisamente
donde los bandoleros gozaban de más simpatía y presti-gio".Revista
Así, edición del 14 de diciembre de 1967: "Desde la época de Mate
Cosido no se registraba un hecho policial de tanta repercusión popular
en el Chaco. Por eso se explica que millares de personas desfilaran
en Machagai, donde permanecieron ante los restos de ambos delincuentes,
que terminaron siendo sepultados. Velázquez y Gauna cayeron en su
ley, pero jugándose con arrojo cuando ya habían comprendido que
el final estaba cercano". "La gente es ingrata, insidiosa y difícil
de entender. Ahora que cazamos a Velázquez están en contra de la
policía". (Declaraciones a la Revista Así, enero 1968, del comisario
Pujol, jefe del operativo, en enero de 1968).
El diario porteño La Razón titula en primera plana el día siguiente
del suceso: "LA MUERTE DE VELÁZQUEZ PROVOCÓ EN EL CHACO UN FORMIDABLE
IMPACTO EMOCIONAL".
El árbol a cuyo pie cayó Isidro Velázquez se convirtió en centro
de peregrinación de la gente humilde. El gobernador militar ordenó
talarlo, reducirlo a astillas y quemar los restos.
A pesar de ello, el pueblo humilde no dejó de concurrir, llevando
como amuleto un poco de ceniza. Ese polvillo negro se guarda con
fervor religioso: alguna vez fue el árbol bajo cuya copa murió el
héroe.
A pesar de la vigilancia en el lugar, aparecen flores y otros tributos
en un pequeño nicho cercano al lugar donde corrió la sangre de los
bandoleros.
También depositaban flores naturales o de plástico, y todo tipo
de ofrendas sobre la tumba en el ce-menterio de Machagai.
El gobierno militar decidió sepultar el cuerpo en otro cementerio,
quizás fuera de la provincia. Nunca se supo dónde.
Isidro Velázquez es un desaparecido
"Ya no está Isidro Velázquez / la brigada lo ha alcanzado / y junto
a Vicente Gauna / hay dos sueños sepultados" ("El último sapukay",
de Oscar Valles, chamamé cuya difusión fue prohibida durante la
dictadura argentina de 1966-1973).
Ese mismo año se instituyó el 1° de diciembre como "Día de la policía
provincial". Todavía se celebra.
Post scriptum
Las andanzas de Isidro Velázquez fueron cantadas en "El último sapukai",
de Oscar Valles; "El puente de la traición", de Cardozo y Domínguez
Agüero, "La ratonera", de Raúl Barboza; y "Bandidos rurales", de
Gieco y Chumbita.
Los hechos fueron relatados por Roberto Carri en "Isidro Velázquez
- Formas prerrevolucionarias de la violencia", Buenos Aires, Sudestada,
1968, con una segunda edición publicada recientemente por Colihue;
y en Luis Bruschtein, "El fugitivo de Pampa Bandera. Historia de
Isidro Velázquez" en Crisis n° 62, Buenos Aires, julio de 1988.
El bandolerismo social fue encarado por la literatura argentina
en el tradicional Martín Fierro, y por Eduardo Gutiérrez en las
biografías noveladas de Juan Moreira y Hormiga Negra.
También se atribuyen poderes sobrenaturales, curaciones y apariciones
mágicas a otros delincuentes y perseguidos: los mendocinos Juan
Francisco Cubillos y Juan Bautista Vairoletto; el sanjuanino José
Dolo-res Córdoba: el tucumano Manco Bazán Frías; el correntino Francisco
López; el catamarqueño Julián Baquisay; Antonio Mamerto Gil Núñez,
el gauchito Gil; Aparicio Altamirano, Olegario Álvarez, "el gaucho
Lega"; la sanjuanina Martina Chapanai; Juan Cuello; el Gato Moro;
Brunel, el Tigre de Quequén; Santos Guayama; el tucumano Segundo
David Peralta, alias Mate Cosido; el paraguayo Pelayo Alarcón, que
actuó en Salta.
Leguizamón y Castilla le pusieron letra y música a una de esas vidas:
La noche que ande Argamonte / tiene que ser noche negra / por si
lo vienen siguiendo / y le brillan las espuelas. / Argamonte por
el monte / pasa despacio a caballo / los lazos de su memoria / al
aire van cuatreriando. / El gaucho se anda escapando / no desensille
/ no vaya que andando el vino / me lo acuchillen.
[El apodo refiere a los puntos de sutura
que debieron aplicarle a una herida en el cuero cabelludo, de allí
lo de "Mate" -cabeza- "Cosido"]
Segundo David Peralta
tenía una pequeña cicatriz en la cabeza que le dio su alias. Había
nacido en Tucumán pero la parte más intensa de su vida ocurrió en
el Chaco.
Trabajó en una imprenta, era culto y planificaba sus golpes al detalle.
Se dedicó a robar a firmas como Bunge & Born, Dreyfus y La Forestal,
empresas que aportaban grandes sumas de dinero a la Gendarmería
para dar fin a sus correrías.
Mate Cosido, el bandido de los pobres, escribió algunas notas en
la revista Ahora en las cuales justifica-ba sus robos, explicando
que los verdaderos ladrones eran los que explotaban al trabajador
y al suelo argentino. Su fama de ladrón con conciencia iba creciendo
en Buenos Aires.
Igual que Vairoletto, sus problemas con la policía se acentuaron
por culpa de una mujer: Mate Cosido tuvo una novia que también coquetaba
con un agente y eso profundizó la inquina policial. Igual que a
Vairoletto, un compinche lo vendió. Fue cuando ocurrió el famoso
episodio de la estación Berthet, en 1939. Era el fin de su carrera:
salió muy herido de la emboscada, pero logró escapar y se dejó envolver
por el misterio. Su cadáver nunca apareció.
Según el historiador Hugo Chumbita, Vairoletto y Mate Cosido se
conocieron en la Capital: fue en un prostíbulo de Barracas o en
un templo masónico de San Telmo. Dos escenarios apropiados para
el marco de una época que, no casualmente, tuvo en Arlt a uno de
sus más agudos cronistas.
No piense que me estoy confundiendo. Cuando hablamos de mate cocido
solemos referirnos a nuestra bebida típica de infusión pero el verbo
“coser” nos advierte sobre otros detalles que se adaptan a las costuras.
¿Qué tienen que ver las costuras con respecto a nuestra sección
biográfica? Tan simplemente explicarnos el origen del seudónimo
que dio nombre al hombre que hoy nos referiremos.
David Segundo Peralta,
alias Mate Cosido, nació en Tucumán, precisamente en la ciudad de
Monteros pero transcurrió la mayor parte de su vida en el Chaco.
Su profesión eran los robos, aunque no fue un tradicional ladrón
de esos que acostumbramos a conocer pues era una especie de Robin
Hood de su época.
Mate Cosido solía robar a los más poderosos para repartir sus ganancias
a los más pobres. De allí que se ganara la simpatía de muchos ciudadanos,
inclusive artistas que basaron sus obras en tales hechos del osado
bandido de los pobres. León Gieco también lo reconoce en sus canciones
y lo destaca como ejemplo de los más necesitados. Vale estacar que
este “particular héroe” se auto bautizó con diferentes apodos para
burlar las autoridades de la época. Se llamó Julio del Prado, Manuel
Bertolatti, José Amaya y Julio Blanco Peralta, pero este hombre
de tantos nombres, nunca utilizó la agresión para lograr sus objetivos
de robo. Podríamos decir que fue un ladrón pacifico y bondadoso.
¿Bondadoso? Sí, Mate Cosido era un hombre muy querido por el pueblo.
Inclusive se fundan historias donde se lo ve evitando enfrentamientos
violentos, inclusive, para no dañar a la misma policía, sus viejos
enemigos del ruedo.
Del Prado, Bertolatti,
Amaya, Peralta o Mate Cosido era un caso especial en las páginas
de la historia argentina del momento. Poseía humildad y educación,
aquella misma que era mirada con respeto por todos los que lo seguían
y lo observaban con admiración. Su generosidad no olvidaba a aquellos
que lo ayudaban ya que, si en pleno robo, alguien le ofrecía su
techo para el resguardo, éste lo pagaba muy bien con dinero. Era
agradecido y tan querido que muchos lo invitaban a sus propias casas
para charlar y rememorar andanzas de saqueos.
Mate Cosido
Nos importa ahora el
porqué de su sobrenombre. Existen dos versiones. Primero se alude
a una cicatriz que llevaba en su cabeza. La forma de dicha costura,
según dicen, era una escara cosida muy desprolijamente sobre el
cuero cabelludo. Se tejieron diferentes versiones. Algunas aludieron:
“Tiene el mate cosido”. Otros argumentaron que la mamá de David
Segundo llamaba a él y sus hermanos anunciando que la infusión estaba
lista para tomar la merienda, entonces gritaba: “¡mate cosido...
mate cosido... !”
El bandido de los pobres, escribió algunas notas en la revista Ahora
en las cuales justificaba sus robos, explicando que los verdaderos
ladrones eran los que explotaban al trabajador y al suelo argentino.
Se camuflaba mil veces para despistar la autoridad policíaca. Se
vestía de peón, de comerciante, de empleado común, o se ponía en
la piel de cualquier obrero para llevar adelante su ardid. Era prolijo
en sus asuntos y hasta llegó a robar Multinacionales que le reportaron
importantes sumas de dinero. En su trabajo de ladrón, también transitó
sendas con Juan Bautista Vairoletto a quien conoció en la Capital
Federal en un prostíbulo de Barracas y con quien asaltó una fábrica
importante de tanino. Según cuenta la historia, Vairoletto utilizó
un método salvaje de asalto, que Mate Cosido no compartió y del
cual resultó un hombre muerto. Debido a este proceder, el bandido
de los pobres se perdió y jamás se supo más de él.
Mate Cosido se ocultó, precisamente a mediados de 1939, en la historia
de la neblina. Se escabulló en los mitos y leyendas que nadie supo
aclarar. La realidad se lo tragó pero su nombre, transformado en
seudónimo, quedó aferrado a la memoria de los buenos que los recuerdan.
Nadie justifica un robo pues robar es delito pero en la vida de
Mate Cosido el verbo robar era sinónimo de ayuda. Robar para ayudar
a los pobres que tanto lo respetaron o para justificar que el robo
también se hace carne a través de aquellos poderosos que explotan
a los más desposeídos.
* Juan Bautista Vairoletto. Este apellido se escribe también Bairoletto
(“b”, be larga) pero documentos judiciales de la época dan cuenta
de la “v” (ve corta) como expresión de su nombre.
Otro paréntesis ("no se sabe a ciencia cierta por qué le pusieron
ese apodo..."), abrió una polémica en la sección "Cartas al Director"
del diario de los Mitre que vale la pena transcribir. La primera
carta, fechada el 17/11/02, dice: «Me he enterado por LA NACIÓN
que se está filmando en Resistencia una película sobre el bandolero
tucumano Segundo David Peralta, famoso por las historias que él
y sus bandas protagonizaron en el entonces Territorio Nacional del
Chaco en los años 30. Lo que me preocupa es que, según la crónica,
dudan entre llamarlo "Mate Cocido" o "Mate Cosido". «Tengo ante
mi vista los recortes de una serie de notas sobre aquel encuadernador
devenido en bandido, publicadas por el desaparecido matutino El
Sol, a partir del 12 de febrero de 1940, debidas al notable periodista
Roberto Caminos y enviadas desde los mismos escenarios en los que
transcurrieron las aventuras del bandolero, que no arrojan duda
alguna de que a Peralta se lo llamaba "Mate Cocido", con "c" (y
no con "s", por una presunta herida en su cabeza). Es más, las razones
por las que así se lo conoció fueron éstas (y cito textualmente
a Caminos): "Tiene su origen en la infusión que durante los años
de cárcel ha saboreado como desayuno y merienda, y por la cual el
ex encuadernador tiene una extraordinaria predilección". "Peralta
-dice uno de sus compañeros de aquella época- podía quedarse sin
comer, pero se enfermaba si le faltaba el mate cocido". «Daniel
Della Costa «elreodelacortada@hotmail.com»
Epistolario II
Para usar una frase cara al lenguaje de los medios, la respuesta
no se hizo esperar. Llegó el 21/11/02 y nada menos que desde los
ámbitos académicos. Reza: "El tema planteado por el lector Daniel
Della Costa (LA NACIÓN, 17-11), sobre el apodo del bandolero Peralta,
tiene otro fundamento. "Amaro Villanueva, en su clásico libro El
mate. El arte de cebar y su lenguaje (edición y prólogo de Félix
Coluccio para Ediciones Nuevo Siglo, Buenos Aires, 1995), refiere
los recursos artesanales de nuestros ingeniosos paisanos: «para
salvar y mantener un mate curado, roto por accidente, fuese golpe
o caída; se procede a la costura de la calabaza». Describe la operación
de lo que se llamaba «mate cosido», y luego comenta: «De este singular
tipo de mate derivó el apodo de Segundo David Peralta, aquel tucumano
bandido que tanto dio que hacer a la gendarmería nacional en el
Chaco. La crónica policial registró sus andanzas durante algún tiempo,
llamándolo erróneamente 'Mate Cocido', y agrega que en enero de
1940 escribió un artículo en la revista Columna, dirigida por César
Tiempo, en el que recordaba que en el prontuario de Peralta figura,
entre sus señas particulares visibles: «cicatriz cortante oblicua
interna, un centímetro, región frontal, lado derecho». "Poco después,
Villanueva pudo leer en una crónica policial (LA NACIÓN, 11-4-1940),
la siguiente rectificación del apodo: «La Gendarmería nacional destacada
en el Chaco ha conseguido apresar a una de las bandas de delincuentes
que, como la del conocido bandolero 'Mate Cosido' -el prontuario
lo denominaba hasta ahora 'Mate Cocido'-, ha perpetrado numerosos
salteamientos». "Jorge Enrique Martí "Asesor ad honorem del Rectorado
de la Universidad Nacional de Entre Ríos "Eva Perón 24 "Concepción
del Uruguay (ER)"
Epistolario III
Pero lo que ninguno de nosotros esperaba era el tenor de la tercera
carta, del 26/11/02, donde la historia se hace carne (en todo sentido):
«Dos cartas recientes, de los lectores Daniel Dalla [sic] Costa
(17/11) y José Enrique Martí (21/11), se refieren al origen del
apodo de Segundo David Peralta, alias Mate Cosido. «A quien le interese
el tema, encontrará aquí la punta del ovillo. «Mi padre, Venancio
B. Hadis, se graduó de médico en la UBA en diciembre de 1930, y
entre 1931 y 1933 vivió en Villa Berthet, Territorio Nacional del
Chaco, sus primeras experiencias profesionales. «Cierta madrugada
de entonces, varios hombres golpearon con insistencia la puerta
de la casa de mi padre. «Uno de ellos tenía un corte en la cabeza.
"¡Rápido, doctor, que se desangra!" Los hizo pasar a su consultorio,
limpió y cosió la herida, un largo tajo desde la frente hasta casi
el occipital. «Por los rostros de sus visitantes, imaginó sus quehaceres,
por lo que prefirió ignorar nombres y circunstancias. «A la mañana
siguiente, el jefe de policía de Villa Ángela le informó a mi padre
que en el bar cercano habían peleado "de a cuchillo, por unos naipes",
y que el herido en el cuero cabelludo no era otro que "el bandolero
Peralta". «Ing. Ricardo Hadis»
Hasta aquí, la realidad real. Que cada lector o lectora saque sus
conclusiones.
En Revista de Divulgación - Grupo HISTORIA Y FICCIÓN - Facultad
de Humanidades - Universidad Nacional de Mar del Plata - Argentina
Nos cuenta Félix Coluccio
que el gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez, o Antonio Gil, o Curuzú
Gil (Cruz en guaraní) tenía a mediados del siglo XIX, una banda
que "despojaba de dinero a los ricos para dárselo a los pobres".
La denominación "curuzú" significa cruz.
Se cree que nació en el departamento correntino de Mercedes (antes
denominado Pay Ubre), en cuyo cementerio se encuentra su cuerpo;
murió un 8 de enero de 1878.
Su mayor trascendencia transcurrió entre 1840 y 1860, época de caudillos
y montoneras. Su vida está envuelta en mil enredos, se dice que
fue peón explotado que se volvió matrero, también que actuó en la
Guerra del Paraguay bajo las órdenes del General Madariaga, y que
fue ejecutado por desertor.
Según contaba doña Anabel Miraflores, su madre Estrella Díaz de
Miraflores, una rica estanciera, tuvo amoríos con Gil, y a la vez
era pretendida por el comisario del pago. Esta situación, más el
odio que le tenían los hermanos de la estanciera, hizo que el Curuzú
huyera de Pay Ubre y se fuera a alistarse en la Guerra del Paraguay.
Los federales litoraleños, después de la caída de Rosas, se dividieron
en Rojos (tradicionales de la divisa punzó o autonomistas) y Celestes
(liberales), según cuentan las historias, Gil fue reclutado por
los celestes del coronel Juan de la Cruz Salazar, y como el gauchito
era netamente colorado, aprovechó un descuido y se dio a la fuga
con el mestizo Ramiro Pardo y el criollo Francisco Gonçalvez; compañeros
a los que el derrotero convirtió en cuatreros famosos. Sus compinches
fueron muertos a tiros de trabuco y el gaucho fue detenido y llevado
a Goya. A pesar de la intercesión del Coronel Velázquez, en el camino,
fue colgado cabeza abajo desde un algarrobo (en camino a Goya, a
unos 8 kilómetros de Mercedes) y degollado.
Aparentemente fue colgado de esa forma para evitar los supuestos
poderes hipnóticos que tenía y para que no influyera el payé de
San la Muerte que tenía colgado al cuello.
Su primer acto milagroso sucedió momentos antes de su muerte. El
dijo a su futuro verdugo que una vez que le diera muerte, iba a
ir a su casa y encontraría a su hijo muy enfermo, pero que si lo
invocaba, sanaría. Una vez decapitado, el comandante llevó la cabeza
en sus alforjas a Goya, y el verdugo no dejó el cuerpo a las alimañas,
dándole sepultura. Este mismo sargento-verdugo al llegar a su casa
vió que sucedía lo que dijo el gauchito, entonces, volvió al lugar
de la ejecución y puso una cruz de espinillo (algunos dicen que
de ñandubay); al poco tiempo la gente comenzó a visitar el algarrobo
y la tumba, dejando exvotos y velas encendidas.
Los dueños del campo, de apellido Speroni, al ver el peligro que
significaban las velas encendidas en el campo, hicieron trasladar
la tumba al cementerio de Mercedes... pero al poco tiempo cayó gravemente
enfermo con un mal que degeneró en locura, los médicos lo desahuciaron
y él, en un momento de lucidez, prometió que si el gauchito lo sacaba
de la cruel y desconocida enfermedad, le haría un monumento fúnebre...
al momento curó y edificó un pequeño santuario de piedra que aún
hoy se puede observar... de allí en más fueron varios lo milagros
del gaucho y su culto se expandió por gran parte del terri-torio
argentino. Actualmente compite cabeza a cabeza con otra creencia
popular de magnitud: la Difunta Correa.
Realidad y fantasía se confunden en la vida del personaje de Gutiérrez.
Hubo quien creyó que fue tan sólo una invención del folletinero
porteño, luego plasmada -y popularizada- en un libro cuya portada
muestra el grabado de un gaucho huyendo de la partida.
Pero lo cierto es que existió. Así lo demuestran los expendientes
judiciales consultados de diversos par-tidos bonaerenses y, últimamente,
en el archivo histórico de la ciudad de La Plata. Aunque, tal vez,
una gran parte de su leyenda corresponda exclusivamente a la frondosa
imaginación de Gutiérrez.
El comienzo de la vida errante y desordenada de Felipe Pacheco tiene
características en común a la de tantos gauchos de la época: un
pleito lo llevó a defender su hombría a punta de facón. Este fue
el detonante de una serie de desencuentros con la justicia, donde,
obviamente, la brutalidad de las autoridades cumplieron importante
rol.
En el año 1866 se le inicia a Pacheco una causa criminal por una
muerte hecha en el partido de la Lobería. Dice el escrito "que el
criminal ha desaparecido y abandonado sus bienes y familia" (tenía
6 hijos). Fue detenido tiempo más tarde en Tres Arroyos y llevando
a la cárcel de Dolores donde es condenado a 10 años de prisión.
Al ser conducido a Buenos Aires, logra escapar del piquete que lo
conducía.
Pacheco se reúne nuevamente con su familia y se establece en la
estancia de un fuerte hacendado, A. Zubiarre (cerca de la actual
ciudad de Necochea). Allí cuida su rodeo y algunas tropillas de
su propiedad. Es conchabado como resero y recorre con este oficio
varios partidos del centro sur de la provincia de Buenos Aires.
A menudo; en pulperías o campamentos de troperos, debe responder-a
rebencazos, como era de rigor- a las bravuconadas de paisanos provocadores
o de simples pleiteros en busca de gloria. Cada "hazaña' de Pacheco
-verificada o no- ;acrecentaba su fama de matrero. Fue tildado de
ladino, pendenciero y malentretenido. Perseguido durante años y
por el odio que le inspiraron los hombres, estableció su real en
una cueva de las barrancas del río Quequén. Por su fiereza y habilidad,
para salir airoso de cuanta celada le era preparada, fue apodado
"el Tigre del Quequén". En diciembre de 1875, el comisario Luis
Aldaz, rudo personaje de la campaña, en un descuido del "Tigre",
consigue atraparlo en su propia guarida. Así terminaba su carrera
de gaucho alzado.
Fue acusado, en la oportunidad, por el propio Aldaz, como "uno de
esos criminales que solamente con su presencia aterroriza... autor
de 14 asesinatos alevosos y de tener familia con sus propias hijas".
En realidad, sólo se le pudo imputar un asesinato y una fuga. Al
mayúsculo cargo de incesto, el juez lo desechó de plano. También
expresaba el Dr. Aguirre, que "de los demás crímenes atribuidos
a Pacheco, no había ningún elemento para imputárselos". Sobreseía
a éste y que "debía cumplir la sentencia en la Penitenciaría de
Buenos Aires por el hecho de 1866". Lugar donde ingresó Felipe Pacheco
en diciembre de 1876.
El gaucho olegario alvarez, conocido como "Gaucho Lega", nació en
Saladas en 1871. Preso y condenado por asesinato, logra evadirse
de la Penitenciaria de la capital correntina en 1904. A partir de
allí, integró una gavilla de matreros famosos en la región , junto
al mentado Aparico Altamirano (otro "santo").
Convertido en gaucho matrero desde su temprana juventud, Olegario
álvarez cosechó amores y odios.
La escritora Silvia Miguens narra la vida de este hombre que transitó
un camino de rebeldía, signado por la violencia, y se hizo leyenda
al amparo de la mitología correntina.
Cuando Nicolás Toledo y Paulina Álvarez engendraron a su hijo, el
aire andaba enrarecido por el polvo que alzaban las tropas de Argentina,
de Brasil y de Uruguay, que cabalgaban por los alrededores de Saladas,
a 100 kilómetros de Mburucuyá, para embestir a las de Paraguay,
durante la Guerra de la Triple Alianza. Nueve meses más tarde, corriendo
ya el año 1871, el primer encantamiento de Olegario fueron los ojos
de su madre. Tal vez por aquella primaria visión del mundo siempre
se dio a conocer con el apellido materno, o puede que Nicolás Toledo
no fuera más que uno de esos hombres de a caballo que van de paso.
Para cuando Olegario nació, el aire no estaba enrarecido por las
tropelías de las milicias. Inspiró profundo una oleada de heroísmo
de esa tierra de héroes, y no sólo de los héroes que deambu-laban
por la zona, pues también en Saladas había nacido el sargento Cabral,
que en el combate de San Lorenzo salvó de la muerte al general San
Martín, otro correntino de ley.
Muchos niños, igual que Olegario, fueron forjados por las narraciones
de sus mayores, susurradas en torno al fogón de las mateadas nocturnas.
Acunado por mitos y leyendas, a la vera de los espíritus errantes
y de los entreveros con las tropas de Rosas, nació y creció Olegario
Álvarez, quien muy pronto, en su juventud, se convirtió en el Gaucho
Lega, o Leguita. Imposible permanecer ajeno a ese caudillismo que
convertía al entorno en un corral de riñas. Inquinas y resquemores
eran parte del paisaje. La trai-ción, la crueldad, los muertos devenidos
en semidioses, mártires o delincuentes, según la corriente o la
necesidad política. Muy de cerca le tocó ver un alzamiento en que
la represión y el castigo fueron utili-zados como escarmiento, la
Matanza de Saladas, en octubre de 1891, que culminó poco después
cuan-do, con el fin de conciliar la paz, se decretó una amnistía.
Por esos días Lega tenía 18 años, y supo de inmediato de qué manera
el grupo político vencido pasaba de la amnistía al degüello. Y del
degüello al mito. Al año de la matanza era sargento de policía,
y pertenecía al Partido Colorado.
Olegario fue parte de esa clase social marginada y pueblerina, de
activos militantes políticos que se ganaban continuas persecuciones
que terminaban llevándolos al pillaje, para sobrevivir. Tal vez
porque se rebeló contra el vasallaje de los señores feudales de
la zona, esa actitud desafiante y libertaria hizo que fuera considerado
de un valor sin límite. Y, como sucedió con el Gauchito Gil y con
Altamirano, todos piragües, es decir colorados, los estandartes,
claveles, cintas y elementos de culto con que le rin-den homenaje
y se adornan los santuarios, son rojos. Por su filiación autonomista.
Claro que también existen "santos celestes", del Partido Liberal,
como Francisco José López en la zona de Esquina. Pero en el caso
de Lega, era colorado y fue en uno de esos confusos episodios de
comité cuando mató a un hombre. Poco después, en un duelo criollo,
dio muerte a otro gaucho, a quien llamaban Poncho Café.
Fue apresado en Curuzú Laurel, entre San Miguel y Loreto, enviado
a los Tribunales de Corrientes y sen-tenciado a cadena perpetua.
En la cárcel se relacionó con Aparicio Altamirano y con Adolfo Silva.
Los tres se volvieron inseparables hasta que, un martes de carnaval
de 1904, huyeron aprovechando una fuga masiva de presos. Al poco
tiempo se les atribuía, entre otros delitos, el de asaltar una estancia,
asesinar al propietario, su esposa e hijos, y colgar sus cabezas
del alambrado. Y así continuaron sus días, en estado de rebeldía.
Fueron épocas de corridas y dicen que de transmutaciones, a la sombra
y al repa-ro de los quebrachales y de los pastos que bordean los
esteros. Muy de a poco sus andanzas se volvie-ron parte de la mitología
guaraní. Puede que no hayan sido pocas las veces en que se lo vio,
convertido en un yaguareté que va olisqueando los alrededores en
busca de la presa y con sed de venganza, mien-tras atraviesa el
bosque húmedo y las palmeras de Yatay, en las cercanías de Saladas,
Concepción, San Roque y Mburucyá, propiciando igual que siempre
lo que está a su alcance para ayudar a la gente.
En cuanto al amor, Lega tampoco se quedó corto con la leyenda y
el romanticismo. Un atardecer, ampa-rado por las sombras y el canto
de los primeros pájaros nocturnos, dejó su caballo detrás de la
casa de un tal Lafuente, oficial primero de policía, y como un yaguareté
que ha tomado las mañas de su perseguidor, un cazador de aguada,
esperó que el oficial vaciara la botella de ginebra y, sólo cuando
notó que la autoridad se había dormido, Olegario sigilosamente fue
al rescate de su novia, Ángela Alegre. La muchacha permanecía recluida
desde que Lega escapó de la cárcel. La sola sonrisa y el beso de
Ángela justificaron la imprudencia de acercarse de nuevo a Saladas,
donde era buscado y fácilmente reconoci-ble. Dicen que Ángela se
quedó junto a él hasta el mismito momento, el 2 mayo de 1906, en
que una partida policial terminó con la vida de Olegario Álvarez,
y también con la de Adolfo Silva, en el paraje denominado Juru'i,
en Rincón de Luna. Aparicio Altamirano pudo escapar y fue muerto
en 1932.
Muy de a poco sus andanzas se volvieron parte de la mitología guaraní.
Leguita, con apenas 35 años fue acribillado a balazos por la Policía,
que dio cuenta de su muerte con gran alarde. Como contrapartida,
de inmediato Lega renació como mártir legendario y gaucho milagro-so.
La imaginación pueblerina fue dando fe de sus milagros. Los motivos
para su devoción empiezan justamente ese día, porque cuando la Policía
bajó el cadáver, atado al caballo, el cuerpo emitió unos quejidos,
tal vez por el aire aún en los pulmones y expulsado, o tal vez porque
así estaba escrito. Se dijo que aún estaba vivo. En el patio de
la comisaría, sólo después del largo traslado de su cuerpo a lomo
de caballo, le quitaron el Kurundu, un amuleto con forma de campana
confeccionado por el abá payé (hechicero). Según cuenta la leyenda
guaraní, gracias al payé y pese a haber sufrido heridas de gravedad
en muchas ocasiones, Lega no moriría hasta que se lo quitaran. Él
mismo, dicen, pidió a sus captores que se lo sacaran para poder
morir en paz. Lo que no les dijo era en qué momento lanzaría su
último aliento.
Todos los aficionados
al cine y todos los telespectadores saben que los bandidos, sea
cual sea su naturaleza, tienden a existir rodeados de nubes de mito
y ficción. ¿Cómo podemos descubrir la verdad y los mitos sobre ellos?
La mayoría de los bandidos que dieron pábulo a tales mitos murió
hace mucho tiempo: Robín de los bosques (suponiendo que existiera)
vivió en el siglo XIII, aunque en Europa los héroes basados en figuras
de los siglos XVI-XVIII son los más comunes, probablemente porque
la invención de la imprenta hizo posible el medio principal para
que perdurasen los recuerdos de los bandidos antiguos: la hoja suelta
popular y barata o el libro de coplas. Este modo de transmisión,
que pasaba de un grupo de narradores a otros, de un lugar y un público
a otros, a lo largo de las generaciones, puede decirnos muy poco
que tenga valor documental sobre los propios bandidos, excepto que,
por el motivo que fuese, se recuerdan sus temas. A menos que dejaran
rastros en los registros de la ley y las autoridades que los persiguieron,
apenas tenemos datos directos y contemporáneos sobre ellos. Viajeros
extranjeros apresados por los bandidos, especialmente en el sureste
de Europa, dejaron informes de este tipo a partir de mediados del
siglo XIII, y los periodistas, que ansiaban entrevistar a jóvenes
que lucían cartucheras y estaban más que dispuestos a responder,
no nos han dejado nada antes del XX. Ni siquiera es siempre posible
fiarse de lo que escribieron, aunque sólo sea porque los testigos
forasteros raramente sabían mucho sobre la situación local, aunque
entendieran, y no digamos hablaran, el dialecto local, que a veces
era impenetrable, y se resistían a las exigencias de los redactores
hambrientos de noticias sensacionalistas. En el momento de escribir
esto, el secuestro de extranjeros -para pedir un rescate o con el
fin de negociar concesiones del gobierno- se ha puesto de moda en
la república árabe de Yemen. Que yo sepa, los prisioneros liberados
han proporcionado poca información valiosa.
La tradición, por supuesto, determina lo que sabemos incluso de
los bandidos sociales del siglo XX -y hay varios- de los cuales
tenemos conocimiento de primera mano y digno de confianza. Tanto
ellos como los que informaron de sus aventuras están familiarizados
desde la infancia con el papel del "bandido bueno" en el drama de
las vidas de los campesinos pobres y lo interpretaban o se lo asignaban
a él. Las Memorias de Pancho Villa de M. L. Guzmán no sólo se basan
en parte en las palabras del propio Villa, sino que son obra de
un hombre que fue a la vez una gran figura de la literatura mexicana
y (a juicio del biógrafo de Villa) "un estudioso de lo más serio
también".1 Sin embargo, en las páginas de Guzmán los comienzos de
la carrera de Villa se ajustan al estereotipo de Robín de los bosques
mucho más de lo que, al parecer, sucedía en la vida real. Esto es
todavía más cierto en el caso del bandido siciliano Giuliano, que
vivió y murió en el apogeo de los fotógrafos de prensa y las entrevistas
en lugares exóticos. Pero sabía lo que se esperaba de él ("¿Cómo
podía un Giuliano, que amaba a los pobres y odiaba a los ricos,
volverse alguna vez contra las masas de obreros?, preguntó, después
de haber dado muerte a varios de ellos"), y también lo sabían los
periodistas y los novelistas. Hasta sus enemigos, los comunistas,
que acertaron al predecir su fin, lamentaron que fuera "indigno
de un auténtico hijo del pueblo trabajador de Sicilia", "amado por
el pueblo y rodeado de simpatía, admiración, respeto y temor".2
Su reputación contemporánea era tal que, como me dijo un viejo militante
de la región, después de la matanza de 1947 en Portella della Ginestra
nadie sugirió que pudiera haber sido obra de Giuliano.
También existen mitos oportunos y arraigados sobre bandidos tales
como los vengadores y los haiduks cuya fama no puede hacer hincapié
en la redistribución social y la simpatía por los pobres, al menos
mientras no sea un simple agente de la ley oficial o del gobierno
(muchos matones rurales por lo demás odiosos han adquirido aureola
de santo por el simple hecho de ser enemigos del ejército o la policía.)
Es el estereotipo del
honor del guerrero, o, en términos de Hollywood, el héroe cowboy.
(Dado que, como hemos visto, tantos bandidos procedían de comunidades
marciales especializadas, formadas por de salteadores rurales cuya
capacidad militar fue reconocida por los gobernantes, nada resultaba
más conocido para sus jóvenes.) El honor y la vergüenza, como nos
dicen los antropólogos, dominaban el sistema de valores en el Mediterráneo,
la región clásica del mito del bandido. Los valores feudales, donde
existían, actuaban de refuerzo. Los ladrones heroicos eran considerados
o se consideraban a sí mismos como "nobles", condición que -al menos
en teoría- también implicaba unos principios morales dignos de respeto
y admiración.
La asociación ha llegado hasta nuestras nada aristocráticas sociedades
(como en las expresiones "conducta de caballero", "noble gesto"
o "nobleza obliga"). La palabra "nobleza" en este sentido vincula
a los pistoleros más brutales con el más idealizado de los Robín
de los bosques, a los que, de hecho, por esta razón se clasifica
como "ladrones nobles" (Edel Rauber) en varios países. La circunstancia
de que posiblemente varios caudillos de bandidos mitificados procedían
realmente de familias armígeras (aunque la palabra Raubritter -barón
ladrón- no aparezca en la literatura con anterioridad a los historiadores
liberales del siglo XIX) reforzó esta vinculación.
Así, la primera entrada importante del bandido noble en la alta
cultura (es decir, en la literatura del Siglo de Oro en España)
recalca su supuesta condición social como caballero, es decir, su
"honor", así como su generosidad, por no hablar (como en Antonio
Roca de Lope de Vega, basado en un bandido catalán del decenio de
1540) del buen sentido de moderación en la violencia y el propósito
de no provocar la enemistad del campesinado. El memorialista francés
Brantóme (1540-1614) se hace eco de por lo menos un juicio contemporáneo
cuando en su obra Vie des dames galantes dice que es "uno de los
bandidos más bravos, más valientes, astutos, cautelosos, capaces
y corteses nunca vistos en España".
En el Don Quijote de Cervantes incluso se presenta al bandido Rocaguinarda
(que actuó a principios del siglo XVI) como específicamente al lado
de los débiles y los pobres.3 (Ambos eran en realidad de origen
campesino.) La historia real de los llamados "bandidos barrocos
catalanes" está muy lejos de ser la de una serie de Robín de los
bosques. Cabe preguntarse si la capacidad de los grandes escritores
españoles para producir una versión mitológica del bandolerismo
noble en el momento culminante de la epidemia de bandolerismo real
de los siglos XVI y XVII prueba su alejamiento de la realidad o
sencillamente el enorme potencial social y psicológico de la existencia
del bandido como tipo ideal. La respuesta debe dejarse en suspenso.
En todo caso, la sugerencia de que Cervantes, Lope, Tirso de Molina
y las demás glorias de la alta cultura castellana son responsables
de la posterior imagen positiva del bandolerismo en la tradición
popular es inaceptable. La literatura no tenía ninguna necesidad
de dar a los ladrones una dimensión social en potencia.
La historia más perceptiva de la tradición del Robín de los bosques
original ha reconocido esto incluso entre los ladrones que no tenían
semejante pretensión.4 Pone de relieve "la dificultad de definir
la criminalidad, especialmente a causa de la vaguedad de la frontera
entre la criminalidad y la política, y a causa de la violencia de
la vida política de la Inglaterra de los siglos XIV y XV. "La criminalidad,
las rivalidades locales, el control del gobierno municipal, el ejercicio
de la autoridad de la corona, todo ello se entremezclaba. Esto hacía
que resultara más fácil imaginar que el criminal tenía un poco de
razón.
Obtenía aprobación social." Al igual que en el sistema de valores
de los westerns de Hollywood, la justicia improvisada, el recurso
a la violencia para terminar con los abusos (la denominada "Ley
de Folville " en honor de una familia de caballeros que era famosa
por corregir así las injusticias), era una cosa buena. El poeta
William Langland (cuya obra Piers Plowman -c. 1377- contiene, dicho
sea de paso, la primera referencia a las baladas de Robín de los
bosques) opinaba que la Gracia dotaba a los hombres de las cualidades
necesarias para luchar contra el anticristo, incluidas algunas para
cabalgar y recuperar lo que injustamente fue tomado, les mostró
cómo recobrarlo por medio de la fuerza de sus manos y arrebatárselo
a los hombres falsos mediante las leyes de Folville.
La opinión pública contemporánea, incluso fuera de la comunidad
de los propios proscritos, estaba, pues, dispuesta a concentrarse
en aspectos socialmente encomiables de las actividades de un célebre
bandido, a menos, por supuesto, que su reputación de criminal antisocial
fuera tan horrible que le convirtiese en enemigo de todas las personas
honradas. (En ese caso la tradición proporcionaba una alternativa
que, no obstante, satisfacía el apetito público de dramatismo sensacionalista
bajo la forma de libros de coplas que contenían las confesiones,
sin ningún tipo de restricciones, de notorios malhechores que contaban
detalladamente su ascensión desde una primera transgresión de los
Diez Mandamientos hasta una súplica de perdón divino y humano, a
los pies del patíbulo, pasando por una horripilante trayectoria
criminal.)
Naturalmente, cuanto más alejado de un bandido célebre estaba el
público -en el tiempo y el espacio-, más fácil era concentrarse
en sus aspectos positivos y pasar por alto los negativos. No obstante,
el proceso de idealización selectiva se remonta a la primera generación. En las sociedades donde existe una tradición del bandido, si, entre
otros objetivos, un bandido atacaba a alguien a quien la opinión
pública veía con malos ojos, adquiría inmediatamente toda la leyenda
de Robín de los bosques, incluidos los disfraces impenetrables,
la invulnerabilidad, la captura por medio de la traición y todo
lo demás (véase el capítulo 4). Así, el sargento José Ávalos, que
se retiró de la gendarmería para dedicarse a la agricultura en el
Chaco argentino, donde en el decenio de 1930 había perseguido personalmente
al célebre bandido Mate Cosido (Segundo David Peralta, 1897-?),
no albergaba la menor duda de que había sido un "bandido del pueblo".
Nunca había robado a buenos argentinos, sino sólo a agentes de las
grandes compañías internacionales de productos agrícolas, "los cobradores
de la Bunge y de la Clayton".5 ("Por supuesto -como me dijo cuando
entrevisté al viejo hombre de la frontera en su granja a finales
del decenio de 1960-, mi oficio era echarle el guante, del mismo
modo que su oficio era ser bandido".) Pude, por tanto, predecir
con acierto lo que afirmaría que recordaba de él.6 Es en verdad
cierto que el famoso bandido había atracado el coche de un representante
de Bunge & Born, al que había despojado de 6.000 pesos en 1935,
había asaltado un tren en el que iba, entre otras víctimas, es de
suponer que "buenos argentinos", un hombre de Anderson, Clayton
& Co. (12.000 pesos) y se había embolsado hasta 45.000 en un atraco
a una oficina local de Dreyfus -todavía, con Bunge, uno de los nombres
más importantes del comercio mundial de productos agrícolas-, ambas
cosas en 1936. Sin embargo, los anales indican que las especialidades
de la banda -el asalto a trenes y los secuestros para obtener rescates-
no mostraban ninguna discriminación patriótica.7 Era el público
quien recordaba a los explotadores extranjeros y se olvidaba del
resto.
La situación era todavía más clara en las sociedades en lucha, donde
un homicidio "legítimo" era criminalizado por el estado, especialmente
porque apenas nadie creía en la imparcialidad de la justicia estatal.
Giuseppe Musolino, forajido solitario, desde el principio hasta
el fin se negó rotundamente a aceptar que fuese un criminal en algún
sentido, y, de hecho, ya en la cárcel, se negó a llevar el uniforme
de recluso. Él no era ni bandido ni bandolero, no había atracado
ni robado, sino que sólo había matado a espías, soplones e infami.
De ahí nacía por lo menos parte de la extraordinaria simpatía, casi
veneración, y de la protección de que gozaba en el campo de su región,
Calabria. Creía en las antiguas costumbres contra las nuevas y malas
costumbres. Era igual que el pueblo: vivía en malos tiempos, era
tratado injustamente, débil, victimado. La única diferencia consistía
en que él se enfrentaba al sistema. ¿A quién le importaban los detalles
de los conflictos políticos locales que habían conducido al primer
homicidio?
8 En una situación políticamente polarizada, esta selección era
aún más fácil. Así, en las montañas de Beskid, en Polonia, se ha
formado una clásica leyenda sobre los bandidos de los Cárpatos.
Habla de un tal Jan Salapatek ("el Águila"), 1923-1955, que durante
la guerra combatió en las filas del Ejército del Interior polaco,
luchó como miembro de la resistencia anticomunista y, al parecer,
siguió estando fuera de la ley en los inaccesibles bosques de las
tierras altas hasta que lo mataron los agentes del servicio de seguridad
de Cracovia.9 Sea cual sea la realidad de su carrera, dada la desconfianza
que los nuevos regímenes despiertan en los campesinos, su mito no
puede distinguirse de la leyenda tradicional del bandido bueno:
"hay sólo algunos cambios superficiales en ella: un arma de fuego
automática sustituye al hacha, el almacén de una cooperativa comunista
ocupa el lugar del palacio del terrateniente y el servicio de seguridad
estalinista desempeña el papel que antes correspondía a la "starosta".
El bandido bueno no hacía daño a nadie. Robaba a las cooperativas,
pero nunca al pueblo. El bandido bueno existe siempre en contraposición
al ladrón malo. Así que, a diferencia de algunos, incluso de algunos
partisanos anticomunistas, Salapatek no hacía daño a nadie.
("Recuerdo que había un partisano del mismo poblado: era un hijo
de perra"). Era el hombre que ayudaba a los pobres. Repartía dulces
en el patio de la escuela, iba al banco, traía dinero, "lo arrojaba
en la plaza y decía "cogedlo, que es vuestro dinero y no pertenece
al estado". Seguía la apropiada costumbre legendaria, aunque era
extraño en un guerrillero que luchaba contra el régimen, y recurría
a la violencia sólo en defensa propia y nunca era el primero en
disparar. En resumen, "era realmente justo y sabio, luchaba sinceramente
por Polonia ". Que naciera en el mismo poblado que el Papa Juan
Pablo II puede ser significativo o puede no serlo.
En efecto, dado que en los países que poseían una arraigada tradición
de bandolerismo todo el mundo, incluso los policías, los jueces
y los propios bandoleros, esperaba ver a alguien en el papel de
bandido noble, un hombre podía convertirse en un Robín de los bosques
en vida si satisfacía los requisitos mínimos para ello. Es claro
que así ocurrió en el caso de Jaime Alfonso "el Barbudo" (1783-1824)
según atestiguan los informes de El Correo Murciano en 1821 y 1822
y lord Carnarvon en Voyage through the Iberian Península10 (1822).
Obviamente, también era el caso de Mamed Casanova, que actuó en
Galicia en los primeros años del decenio de 1900. Una revista de
Madrid lo calificó (además de fotografiarle) de "el Musolino gallego"
(para Musolino véanse las pp. 60 y 69), el Diario de Pontevedra
lo llamó "bandido y mártir" y lo defendió un abogado que más adelante
sería presidente de la Real Academia Gallega. En 1902 recordó al
tribunal que las baladas de los poetas populares y los romances
que se vendían en las calles de las ciudades atestiguaban la popularidad
de su célebre cliente11. Algunos bandoleros, por tanto, pueden dar
origen a la leyenda del bandido bueno mientras viven o, sin duda
alguna, en vida de sus contemporáneos.
Asimismo, en contra de lo que piensan algunos escépticos, es posible
que incluso bandidos famosos cuya reputación original no es política
no tarden en adquirir el útil atributo de estar al lado de los pobres.
Robín de los bosques, cuyo radicalismo social y político no aparece
del todo hasta la recopilación del jacobino Joseph Ritson en 1795,12
tiene objetivos sociales incluso en la primera versión de su historia,
que data del siglo XV: "Porque era un buen proscrito, y hacía mucho
bien a los pobres". No obstante, al menos en su forma escrita, en
Europa el mito plenamente desarrollado del bandido social no aparece
hasta el siglo xix, cuando era habitual que la gente idealizara
hasta a los hombres menos apropiados y los convirtiera en paladines
de la lucha nacional o social, o -por inspiración del romanticismo-
en hombres libres de las limitaciones de la respetabilidad de clase
media. Un género que tuvo muchísimo éxito, las novelas alemanas
de bandidos de comienzos del siglo xix, se ha resumido con estas
palabras: "argumentos llenos de acción ... ofrecen al lector de
clase media descripciones de violencia y libertad sexual ... Mientras
que, según el estereotipo, las raíces de la criminalidad están en
los padres que desatienden a sus hijos, la educación deficiente
y la seducción por parte de mujeres de vida fácil, se presenta a
la familia de clase media ideal, pulcra, ordenada, patriarcal y
reductiva de la pasión como el ideal y el fundamento de una sociedad
ordenada ".13 En China, por supuesto, el mito es antiquísimo: los
primeros bandidos legendarios datan del período de los "estados
en lucha", 481-221 a. C, y el gran clásico del bandolerismo, Shui
Hu Chan, que data del siglo xvi y se basa en una banda que existió
realmente en el siglo XII, lo conocían tanto los aldeanos analfabetos,
gracias a los narradores y a las compañías teatrales ambulantes,
como todos los jóvenes chinos educados, y Mao no era una excepción.14
Ciertamente, el romanticismo del siglo xix influyó en la posterior
inclinación a ver al bandido como imagen de liberación nacional,
social o incluso personal. No puedo negar que en algunos sentidos
influyó en mi visión de los haiduks como "una fuerza permanente
y consciente de insurrección campesina" (véase arriba p. 91.
No obstante, el conjunto de creencias sobre el bandolerismo social
es sencillamente demasiado fuerte y uniforme para reducirlo a una
innovación del siglo XIX o incluso a un fruto de la creación literaria.
Donde tenía la posibilidad de elegir, el público popular rural e
incluso urbano seleccionaba los aspectos de la literatura sobre
los bandidos o de la reputación de éstos que encajaban en la imagen
social. El análisis que hizo Chartier de la literatura sobre el
bandido Guilleri (que actuó en Poitou en 1602-1608) demuestra que,
puestos a escoger entre un gángster esencialmente cruel sin más
rasgo positivo que su valentía y su arrepentimiento final, y un
hombre de buenas cualidades que, aunque bandido, era mucho menos
cruel y brutal que los soldados y los príncipes, los lectores preferían
al segundo. Ésta fue la base de lo que, a partir de 1632, pasó a
ser el primer retrato literario en francés del clásico y mítico
estereotipo del "bandido bueno" ("le brigand au grand coeur"), limitado
sólo por el requisito del estado y la iglesia de no permitir que
los criminales y los pecadores se libren del castigo.15 El proceso
de selección es aún más claro en el caso de un bandido que no tiene
ningún monumento literario significativo y cuya trayectoria se investigó
tanto en los archivos como por medio de entrevistas con 135 personas
de edad en 1978-1979.16 La memoria popular que se conserva de Nazzareno
Guglielmi, "Cinicchio", 1830?, en la región de Umbría alrededor
de su Asís natal, es el clásico mito del "ladrón noble". Aunque
"la figura de Cinicchio que surge de la investigación en los archivos
no se contradice fundamentalmente con la tradición oral", es claro
que en la vida real no era un Robín de los bosques ideal-típico.
Con todo, si bien forjó alianzas políticas y se adelantó a los métodos
mafiosos ofreciéndose a proteger a los terratenientes de otros bandidos
(y no digamos ya de él mismo) a cambio de dinero, la tradición oral
insiste en su negativa a hacer tratos con los ricos y especialmente
en sus campañas de odio y -de forma significativa- venganza contra
el conde Cesare Fiumi, que, segín afirma dicha tradición, le había
acusado injustamente. Sin embargo, en este caso el mito también
contiene un elemento más moderno.
Se supone que el bandido, que desaparece en el decenio de 1860 después
de organizar una fuga a América, prosperó mucho en el nuevo mundo
y, según dicen, por lo menos uno de sus hijos llegó a triunfar como
ingeniero. En la Italia rural de finales del siglo XX la movilidad
social es también la recompensa que recibe el ladrón noble...
¿A qué bandidos se recuerda? El número de los que superaron el paso
de los siglos en las canciones y los relatos populares es en realidad
muy modesto. En el siglo XIX los coleccionistas de material folclórico
encontraron sólo unas treinta canciones sobre el bandolerismo en
la Cataluña de los siglos XVI y XVII y sólo unas seis de ellas se
refieren exclusivamente a determinados bandidos. (Una tercera parte
del total consiste en canciones sobre las Uniones contra los ataques
de los bandidos a comienzos del siglo XVII.) Los bandidos andaluces
que llegaron a ser verdaderamente famosos no pasan de la media docena.
Sólo dos caudillos de cangaqeiros brasileños -Antonio Silvino y
Lampiáo- han logrado realmente entrar en la memoria nacional. De
los bandidos valencianos y murcianos del siglo XIX sólo uno fue
mitificado.17 Por supuesto es posible que se haya perdido mucho
a causa del carácter efímero de los libros de coplas y las baladas
impresas en hojas sueltas y también a causa de la hostilidad de
las autoridades, que a veces penalizaban este tipo de material.
Puede que fuesen aún más las cosas que no llegaron a imprimirse
o que se escaparon de la atención de los primeros folcloristas.
Una obra publicada en 1947 menciona dos ejemplos de los cultos religiosos
que surgieron en torno a las sepulturas de algunos bandidos muertos
en Argentina; más adelante se descubrieron como mínimo ocho. Exceptuando
una sola, no habían llamado la atención del público culto.18 No
obstante, es evidente que existe algún proceso que selecciona a
algunas bandas y a sus líderes y hace que adquieran fama a escala
nacional, o incluso internacional, mientras que deja a otras para
los anticuarios locales o la oscuridad. Prescindiendo de cuál fuera
el rasgo que las separó de las demás, hasta el siglo XX el medio
por el cual alcanzaban la fama fue la imprenta. Dado que todas las
películas sobre bandidos célebres que conozco se basan en figuras
que primero se hicieron famosas por medio de baladas, libros de
coplas y artículos de prensa, incluso puede argüirse que esto sigue
sucediendo hoy, a pesar de la retirada de la palabra impresa (fuera
de la pantalla del ordenador) ante el avance de la imagen móvil
encarnada por el cine, la televisión y los vídeos. Sin embargo,
el recuerdo de los bandidos también se ha conservado por medio de
su asociación con determinados lugares, tales como el bosque de
Sherwood y Nottingham en el caso de Robin de los bosques (lugares
que la investigación histórica descartó), el monte Liang de la epopeya
de bandidos china (en la provincia de Shantung) y varias "cuevas
de ladrones" anónimas en las montañas de Gales y, sin duda, de otras
partes. Ya hemos hablado del caso especial de los santuarios dedicados
al culto de bandidos muertos.
Con todo, determinar las tradiciones que hicieron que ciertos bandidos
fueran elegidos para la fama y perdurasen es menos interesante que
determinar los cambios habidos en la tradición colectiva del bandolerismo.
Hay aquí una diferencia considerable entre los lugares donde el
bandolerismo, si alguna vez existió en escala significativa, está
más allá de la memoria viva y los lugares donde no es así. Esto
es lo que distingue a Gran Bretaña, o los tres últimos siglos en
el Midi de Francia ("donde no tenemos constancia de bandas numerosas"),19
de países como Chechenia, donde sigue muy vivo hoy, y los de América
Latina, donde lo recuerdan hombres y mujeres que todavía viven.
Entre estos dos extremos están los países donde el recuerdo del
bandolerismo del siglo XIX o su equivalente se mantiene vivo, en
parte por obra de la tradición nacional pero, sobre todo, debido
a los modernos medios de difusión, de tal modo que aún puede ser
un modelo del estilo personal, como el Oeste salvaje en Estados
Unidos, o incluso de la acción política, como en el caso de los
guerrilleros argentinos del decenio de 1970, que se consideraban
los sucesores de los montoneros, cuyo nombre adoptaron, lo cual,
según opina su historiador, aumentó enormemente su atractivo ante
los ojos de los reclutas en potencia y el público.20 En los países
del primer tipo, el recuerdo de bandidos reales ha muerto, o lo
han cubierto otros modelos de protesta social. Lo que se conserva
se asimila al mito clásico del bandolerismo. De esto ya hemos hablado
extensamente.
Los más interesantes, con mucho, son los países del segundo tipo.
Tal vez sea útil, en vista de ello, concluir el presente capítulo
con algunas reflexiones sobre tres de dichos países, que ofrecen
la posibilidad de comparar el itinerario de la tradición nacional
del bandolerismo, que fue muy diferente en cada uno de ellos: México,
Brasil y Colombia.21 Los tres sin excepción son países que se familiarizaron
con el bandolerismo en gran escala en el transcurso de su historia.
Todos los que viajaron por sus carreteras coincidieron en afirmar
que si algún estado latinoamericano fue la quintaesencia del territorio
de los bandidos, ese estado fue México en el siglo XIX. Además,
en los primeros sesenta años de independencia el fracaso del gobierno
y de la economía, la guerra en el exterior y la guerra civil dieron
a cualquier grupo de hombres que viviera de las armas mucha influencia,
o al menos la posibilidad de elegir entre ingresar en el ejército
o la policía y cobrar del gobierno (lo cual en aquel tiempo, al
igual que más adelante, no excluía la extorsión) o persistir en
el simple bandolerismo.
Buen ejemplo de ello son los liberales de Benito Juárez, que en
sus guerras civiles carecían de patronazgo más tradicional. Sin
embargo, los bandidos que dieron origen a mitos populares fueron
los que actuaron durante la dictadura de Porfirio Díaz (1884-1911),
época de estabilidad que precedió a la revolución mexicana. Era
posible ver a estos bandidos, ya entonces, como hombres que desafiaban
a la autoridad y al orden establecido. Más adelante, al examinarlos
con ojos favorables, podrían parecer los precursores de la revolución.22
Gracias principalmente a Pancho Villa, el más eminente de todos
los bandidos convertidos en revolucionarios, esto ha dado al bandolerismo
un grado singular de legitimidad nacional en México, aunque no en
Estados Unidos, donde en aquel tiempo los bandidos mexicanos violentos,
crueles y codiciosos se convirtieron en los clásicos malos de las
películas de Hollywood, al menos hasta 1922, año en que el gobierno
mexicano amenazó con prohibir que tales películas se exhibieran
en el país.23 Entre los otros bandidos que adquirieron fama nacional
en vida -Jesús Arriaga (Chucho "el Roto") en el centro de México,
Heraclio Bernal en Sinaloa, y Santana Rodríguez Palafox (Santanón)
en Veracruz- por lo menos los dos primeros aún gozan de popularidad.
Bernal, muerto en 1889, entró y dejó la política varias veces y
es probablemente el más famoso en la época de los medios de difusión,
ensalzado en trece canciones, cuatro poemas y otras tantas películas,
algunas adaptadas para la televisión, pero sospecho que el embaucador
Chucho (fallecido en 1885), católico insolente pero anticlerical,
que también salió en las pantallas de la televisión, sigue estando
más cerca del corazón del pueblo.
A diferencia de México, Brasil pasó sin interrupción de colonia
a imperio independiente. Fue la Primera República (1889-1893) la
que produjo, al menos en los horribles hinterlands del noreste,
las condiciones sociales y políticas propicias al bandolerismo epidémico:
es decir, transformó los grupos de servidores armados que estaban
vinculados a determinados territorios y familias de la élite en
tipos independientes que vagaban por la región de unos cien mil
kilómetros cuadrados que abarca cuatro o cinco estados. Los grandes
catigageiros del período 1890-1940 pronto adquirieron fama regional
y su reputación se propagó por vía oral y por medio de libros de
coplas, que en Brasil no aparecen antes de 1900,24 poetas y cantores
locales.
Más adelante, la migración en masa a las ciudades del sur y la creciente
alfabetización llevarían esta literatura a las tiendas y los puestos
de venta de los mercados de las grandes ciudades como Sao Paulo.
Los modernos medios de difusión llevaron a los cangaqeiros, obvio
equivalente brasileño del oeste norteamericano, a las pantallas
del cine y de la televisión, y cabe señalar que el más famoso de
ellos, Lampiáo, fue, de hecho, el primer gran bandido al que filmaron
vivo en el campo.25 De los dos bandidos más célebres, Silvino adquirió
fama de "ladrón noble" en vida, y los periodistas y otros reforzaron
este mito para contrastarlo con la reputación, grande pero no benévola,
de Lampiáo, su sucesor como "rey de las tierras del interior".
Con todo, lo interesante es la inclusión política e intelectual
de los cangaqeiros en la tradición nacional brasileña. Los escritores
del noreste tardaron muy poco en romantizarlos y, en todo caso,
resultaba fácil utilizarlos como prueba de la corrupción y la injusticia
de la autoridad política. Por ser Lampiáo un factor potencial en
la política nacional, llamaron más la atención. La Internacional
Comunista incluso pensó en él como posible líder de guerrilleros
revolucionarios, quizá porque se lo sugeriría el dirigente del partido
comunista brasileño, Luis Carlos Prestes, que antes, como líder
de la "larga marcha" de rebeldes militares, había tenido trato con
él (véanse las pp. 113114). Sin embargo, no parece que los bandidos
interpretasen un gran papel cuando, en el decenio de 1930, los intelectuales
brasileños hicieron un importante intento de crear un concepto de
Brasil empleando elementos populares y sociales en lugar de elitistas
y políticos.
Fue en los decenios de 1960 y 1970 cuando una nueva generación de
intelectuales transformó al cangageiro en un símbolo de la condición
de brasileño, de la lucha por la libertad y el poder de los oprimidos;
en resumen, como "símbolo nacional de resistencia e incluso revolución. 26 Esto, a su vez, afecta a la manera de presentarlo en los medios
de difusión, aunque la tradición popular oral y de los libros de
coplas todavía estaba viva entre las gentes del noreste, al menos
en el decenio de 1970.
La tradición colombiana ha seguido una trayectoria muy diferente.
Por razones obvias, la eclipsa totalmente la sangrienta experiencia
de la era posterior a 1948 (o, como prefieren algunos historiadores,
1946) conocida por el nombre de la Violencia y sus secuelas. Fue
en esencia un conflicto en el que se mezclaron la lucha de clases,
el regionalismo y el partidismo político de habitantes de las regiones
rurales que se identificaban, como en las repúblicas del Río de
la Plata, con alguno de los partidos tradicionales del país, en
este caso el liberal y el conservador. El conflicto dio paso a una
guerra de guerrillas en varias regiones después de 1948 y finalmente
(aparte de allí donde el ahora poderoso movimiento guerrillero comunista
apareció en el decenio de 1960) a congeries de bandas armadas derrotadas
que antes eran políticas y dependían de las alianzas locales con
hombres poderosos y de la simpatía de los campesinos, aunque acabarían
perdiendo ambas cosas. Fueron aniquiladas en el decenio de 1960.
El recuerdo que dejaron lo han descrito bien los mejores expertos
en la materia: Tal vez, exceptuando el recuerdo idealizado que todavía
albergan los campesinos en sus antiguas zonas de apoyo, el "bandido
social" también ha sido derrotado como personaje mítico ... Lo que
tuvo lugar en Colombia fue el proceso contrario del correspondiente
al cangago brasileño. Con el tiempo el cangago perdió gran parte
de su ambigüedad característica y se acercó a la imagen ideal del
bandido social. El cangageiro acabó siendo un símbolo nacional de
virtudes nativas y la encarnación de la independencia nacional ...
En Colombia, por el contrario, el bandido personifica un monstruo
cruel e inhumano o, en el mejor de los casos, el "hijo de la Violencia",
frustrado, desorientado y manipulado por líderes locales. Ésta es
la imagen que ha aceptado la opinión pública.27 Sea cual sea la
imagen que perdura en el siglo XXI de los guerrilleros de las FARC,
los paramilitares y los pistoleros del cártel de la droga, ya no
tendrán nada en común con el antiguo mito del bandido.
Para finalizar, ¿qué puede decirse de la más antigua y más permanente
tradición de bandolerismo social, la de China? Era igualitaria o
al menos estaba en desacuerdo con el ideal estrictamente jerárquico
de Confucio, representaba cierto ideal moral ("cumplir el designio
del Cielo") y duró dos milenios. ¿Qué puede decirse de los bandidos-rebeldes
como Bai Lang (1873-1915), sobre el cual cantaban:
Bai Lang, Bai Lang: Roba a los ricos para ayudar a los pobres, Y
cumple el designio del Cielo. Todo el mundo piensa que Bai Lang es excelente: En dos años ricos
y pobres estarán igualados.28
Cuesta imaginar que los decenios de la pandemia de caudillos y bandidos
que siguieron al fin del imperio chino en 1911 serán recordados
con mucho afecto por quienes los experimentaron. No obstante, aunque
las posibilidades para el bandolerismo dis ni muyeron de manera
espectacular después de 1949, cabría sospechar que la tradición
del bandido perduró en las tradicionales "regiones de bandidos "
de China, que siguió siendo esencialmente rural en los primeros
decenios de comunismo, a pesar de la hostilidad del partido.
Podemos suponer que migrará a las nuevas ciudades gigantescas que
atraen a millones de pobres del campo, en China como en Unisil.
Asimismo, los grandes monumentos literarios dedicados a la vida
del bandido, como Shui Hu Chan, ciertamente continuarán *trinando
parte de la cultura de los chinos educados. Tal vez encontrarán
un futuro, tanto popular como intelectual, en las pantallas chinas
del siglo XXI, como el que se descubrió para los samurais errantes
y los caballeros andantes, que no son del todo distintos, en las
japonesas del siglo XX. Sospecho que su potencial como mitos románticos
dista mucho de haberse agotado.
NOTAS 1. Friedrich Katz, The Life and Times of Pancho Villa, Stanford,
1999, p. 830. 2. "The Bandit Giuliano", en Eric Hobsbawm, Uncommon People: Resistance,
Rebellion and Jazz, Londres, 1998, pp. 191-199. 3. Véase Xavier Torres i Sans, Els bandolers (s. XVI-XVII), Vic,
1991, cap. V. 4. J. C. Holt, Robin Hood, Londres, 1982, esp. pp. 154-155. 5 En castellano en el original. (N. del T.) 6. Me recordó esta predicción
en 1998 el profesor José Nun de Buenos Aires, con el que había emprendido
un viaje al Chaco. 7. Hugo Chumbita, "Alias Maté Cosido", Todo Es Historia, n° 293
(noviembre de 1991), Buenos Aires, pp. 82-95. 8. Gaetano Cingari, Brigantaggio, proprietarí e contadini nel sud
(1799-1900), Reggio Calabria, 1976, pp. 205-266. 9. El doctor Andrzej Emeryk Mankowski ha tenido la amabilidad de
facilitarme una versión inglesa de su fascinante "Legenda Salapatka
- "Orla"", basada en la labor de campo efectuada por el Departamento
de Etnología y Antropología Cultural de la Universidad de Varsovia
en 1988-1990. 10. Antonio Escudero Gutiérrez, "Jaime "el Barbudo": un ejemplo
de bandolerismo social", Estudis d'históría contemporánia del País
Valencia, n° 3 (1982), Departamento de Historia Contemporánea de
la Universidad de Valencia, pp. 57-88. 11. Xavier Costa Clavell, Bandolerismo, romerías y jergas gallegas,
La Coruña, 1980, pp. 75-90. 12. Joseph Ritson, Robín Hood.A Collection ofAU íhe Ancient Poems,
Songs and Ballads now Extant, Londres, 1795,1832,1887. 13. Uwe Danker, Rauberbanden im Alten Reich um 1700: Ein Beitrag
zur Geschichte von Herrschaft und Kriminalitat in der Frühen Neuzeit,
Francfort, 1988, vol. 1, p. 474. 14. Phil Billingsley, Randits in Republican China, pp. 2,4, 51. 15. Figures de la gueuserie. Textes presentes par Roger Chartier,
París, 1982, pp. 83-96. 16. Maria Luciana Buseghin y Walter Corelli, "Ipotesi per l'interpretazione
del banditismo in Umbría nel primo decenio dell'Unitá", Istituto
"Alcide Cervi" Annali, 2/1980, pp. 265-280. 17. Torres i Sans, op. cit., pp. 206, 216; C. Bernaldo de Quirós,
Luis Ardila, El Bandolerismo Andaluz, Madrid, 1978, edición original
1933,passim; A. Escudero Gutiérrez, op. cit., p. 73. 18. Félix Molina Téllez, El mito, la leyenda y el hombre. Usos y
costumbres del folklore, Buenos Aires, 1947, citado en Hugo Nario,
Mesías y bandoleros pámpanos, Buenos Aires, 1993, pp. 125-126; Hugo
Chumbita, "Bandoleros santificados", Todo Es Historia, n° 340 (noviembre
de 1995), pp. 78-90. 19. Yves Castan, "L'image du brigand au xvme siécle dans le Midi
de la Frailee ", en G. Orgalli, ed., Bande Ármate, Banditi, Banditismo
e repressione di giustizia negli stati europei di antico regime,
Roma, 1986, p. 346. 20. Richard Gillespie, Soldiers of Perón: The Montoneros, Nueva
York, 1982, cap. 2. 21. Sigo las ideas de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, insinuadas
por primera vez en su Bandoleros, gamonales y campesinos: el caso
de la Violencia en Colombia, Bogotá, 1983, p. 239. En inglés en
"Political banditry and the Colombian Violencia ", en Richard W.
Slatta, ed., Bandidos: The varieties of Latín American banditry,
Wcstport, CT., 1987, p. 168. 22. Nicolé Girón, Heraclio Bernal: ¿Bandolero, cacique o precursor
de la revolución?, INAH, México D. E, 1976. 23. Alien L. Woll, "Hollywood Bandits 1910-1981", en Richard Slatta,
ed., Bandidos: The varieties of Latin American banditry, Westport,
CT., 1987, pp. 171-180. 24. Linda Lewin, "Oral Tradition and Élite Myth: The Legend of Antonio
Silvino in Brazilian Popular Culture", Journal of Latín American
Lore, 5:2 (1979), pp. 57204. 25. Pancho Villa era general revolucionario cuando fue filmado por
la Mutual Film Corporation en 1914. 26. Gonzalo Sánchez, prólogo en Maria Isaura Pereira de Queiroz,
Os Cangaceiros: La epopeya bandolera del Nordeste de Brasil, Bogotá,
1992, pp. 15-16; véase también Lewin, loe. cit., 202. 27. Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, "Political Banditry and the
Colombian Violencia", en Richard W. Slatta, Bandidos: The varieties
of Latín American banditry, Westport, CT., 1987, p. 168.