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Tras los rastros del bandolero social

Por Hugo Chumbita

El historiador inglés Eric J. Hobsbawm, autor de una vasta obra dedicada a explicar la formación del mundo contemporáneo, escribió en 1959 un texto fascinante sobre el bandolero social, ampliado luego en su ensayo Bandits (1969). Fundó así una nueva rama de estudios que desató fuertes controversias. La última edición revisada del libro Bandidos, que ya circula en la traducción española (editorial Crítica), es singularmente interesante porque se hace cargo de varias críticas y actualiza sus ideas, ampliando incluso sus referencias históricas a la Argentina.
El hallazgo precursor de Hobsbawm fue mostrar la universalidad del mito de Robin Hood: el salteador rural empujado fuera de la ley por la injusticia y erigido en héroe de los pobres se reproducía con asombrosa uniformidad en las culturas campesinas de cualquier época y latitud. Partiendo de la saga de los "buenos bandidos" del Mediterráneo, Hobsbawm registra personajes similares en toda Europa, China, Africa y, por supuesto, las dos Américas. Su teoría distingue como subtipo al "vengador", cuyo rasgo más saliente no es tanto ayudar a los campesinos sino golpear a sus opresores, lo cual brinda a los oprimidos una gratificación psicológica; caracteriza bandas de jinetes como los haiduks húngaros, que formaron rudimentarias guerrillas de liberación nacional (un equivalente podrían ser nuestras montoneras); y trata como una derivación el "cuasi-bandidismo" ideologizado de los anarquistas expropiadores.

Para Hobsbawm, tales figuras expresan una forma primitiva o prepolítica de protesta, propia de comunidades agrarias arcaicas, cuyo equilibrio se rompe por la penetración del capitalismo; y los bandoleros estarían condenados a extinguirse en la medida en que se afirma el Estado y surgen los sindicatos y partidos modernos.

Anton Blok, historiador de la mafia siciliana, cuestionando las fuentes en que abrevaba Hobsbawm, enfatizó que algunos bandoleros "heroicos" terminaron actuando al servicio de los poderosos. Aunque Hobsbawm había descripto la complejidad del juego de intereses en que se insertaba el bandido, llevándolo a veces a pactar con los dueños del poder, hoy admite parcialmente la crítica de Blok y reconoce que su trabajo inicial se apoyó en fuentes folkóricas o literarias sin confrontarlas con investigación documental de cada caso. No obstante, gran parte de esa tarea la han cumplido los historiadores que se guiaron por su teoría.

Hobsbawm acepta asimismo las críticas que señalaron que el bandolero social aparece en áreas rurales más modernas, en contextos capitalistas donde no hay un campesinado tradicional (como lo muestran, en la Argentina del siglo XX, las andanzas de Vairoleto o Mate Cosido), si bien ello se da cuando existe una memoria popular de simpatía por los bandidos populares (algo que, en el caso argentino, provendría del pasado gauchesco).

En cuanto a ciertos grupos neo-revolucionarios juveniles de las décadas de 1960 y 70, entre los cuales cita a los Tupamaros uruguayos, Hobsbawm encuentra puntos de contacto con los bandidos legendarios. Recordemos que en 1968, un libro del desaparecido sociólogo argentino Roberto Carri, polemizando a su modo con Hobsbawm, veía en las aventuras del “vengador” Isidro Velázquez en el Chaco una "forma pre-revolucionaria de la violencia". Según el maestro inglés, las acciones armadas de pequeños grupos ilegales contra los "enemigos del pueblo" tienen parentesco con los rebeldes primitivos, no así las organizaciones de guerrilla urbana o rural con una clara ideología y estrategia revolucionarias.

¿Se ha extinguido el bandolerismo social? En varios sentidos, afirma Hobsbawm, aún está vivo. Sobre todo, en el imaginario popular. Pero advierte además que, al inicio del tercer milenio, la desintegración del poder y la administración estatal en algunas zonas del mundo, así como la declinación global de la capacidad de control que desarrollaron los estados en los siglos XIX y XX, parecen recrear las condiciones históricas en que proliferaron estos fenómenos.

Fuente: Clarín, suplemento Zona, 17/02/02

RELACIONADO: Hugo Chumbita: "Vailoreto, vida y leyenda de un bandolero", descargar aquí el capítulo 1 o desde la web del autor


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Juan Bautista Vairoletto (1894-1941)

(El apellido también se escribe con B, pero documentos judiciales de la época dan cuenta de la ve corta. Además, así es como él mismo firmaba)

Juan Bautista Vairoletto forma parte de la historia y mitos populares.

Nacido en Santa Fe, vivió en La Pampa. Se hizo matrero perseguido por la policía. Se estableció en Alvear, Mendoza. Casado con Telma Cevallos tuvo dos hijas.

El 14 de Septiembre de 1941, rodeado por la policía, luego de nutrido tiroteo y antes de entregarse, se quita la vida para no caer preso.

..."Juan se suicidó. No lo mataron, el se suicidó. Yo me levanté de la cama tras de él, protegiendo a las chicas. Veo que se pega el tiro y empieza a caer para atrás, se apoya en la pared y cae al piso. Luego, entró la policía y le tiraron ya muerto en el piso..." (relato de Telma Ceballos).

Forma parte de la mitología de los humildes, que lo consideran "protector".

Biografía breve de Vairoletto

Hijo de una pareja de inmigrantes italianos, Juan Bautista Vairoletto fue el segundo de seis hijos. Nació en Santa Fe el 11 de noviembre de 1894. Su familia se radicó en la provincia de La Pampa, en una zona triguera que abarcaba Castex y Monte Nievas.

Cuando era chico, su familia se radicó en Colonia Castex, un pueblo de La Pampa. Parte de su juventud la pasó en los burdeles, donde conoció a los primeros anarquistas. Allí se enamoró de una mujer, que también era pretendida por un gendarme llamado Elías Farache.

Farache y Vairoletto tuvieron una pelea feroz: Farache terminó con un balazo en el cuello.

Fue acusado de homicidio y encarcelado hasta 1921. Se movía por ambientes peligrosos como casas de juego y prostíbulos. Fue asaltante de caminos, sosteniendo tiroteos con la policía de Castex y otras localidades de La Pampa y provincias vecinas. Era considerado el vengador de los sufrimientos de sus amigos y su figura de justiciero fuera de la ley hace que se vuelva popular, convirtiéndose en un mito.

La gente lo ayudaba a huir, y cuando se refugiaba en un lugar le hacían llegar mensajes para prevenirlo, le proporcionaban alimentos, abrigo y cuidados. Como corresponde a la leyenda robaba a los ricos y ayudaba a los pobres, repartiendo lo obtenido entre sus amigos, protectores y gente necesitada.

En la década de 1930, se lo hacía responsable de cualquier asalto o muerte ocurrida, pero parecía un fantasma que la policía perseguía sin resultados. A principios de los años cuarenta se organiza una per-secución dispuesta a terminar con él. Lo sorprendieron y le dieron muerte en la madrugada del 14 de septiembre de 1941, en General Alvear, Mendoza.

Lo velaron en el Comité Demócrata de dicha localidad. A su funeral asistieron miles de personas llegadas desde La Pampa. Sus restos descansan en el cementerio de la localidad dónde murió, en un pequeño mausoleo levantado con las contribuciones de sus fieles. Concurren hombres y mujeres que ofrendan flores, crucifijos, placas y objetos diversos para pedirle que proteja sus familias, trabajo, salud, amor, etc.

Algunos devotos recorren de rodillas la distancia entre la entrada del cementerio y su tumba. Aún hoy, algunos pampeanos se ufanan de que sus abuelos hubieran "protegido" a Vairoletto y recuerdan anécdotas vinculadas a este gaucho.

Vairoletto fue el último "gaucho alzado" que marca el fin de una época. Muere en los albores de una nueva Argentina con industrias, con sindicatos y vida predominantemente urbana en la que durante largo tiempo no volvió a repetirse el fenómeno.



Bairoletto, la aventura de un rebelde (1985)


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El nieto de Vairoletto, sociólogo

Relevamiento histórico Laura Rodríguez

De las decenas de anécdotas que Fabio Erreguerena conoce sobre Juan Bautista Vairoleto, su abuelo, elige la que relata que el bandolero quería que sus hijas fueran aviadoras "para que conocieran y disfrutaran la libertad de volar".

"Era la época de mujeres pioneras de la aviación, como Carola Lorenzini”, explica Fabio, que tiene 34 años, estudió Sociología y está a cargo de la Secretaría de Bienestar Universitario de la UNCuyo. Su madre, Juana Nilda, es la mayor de las dos hijas que el bandolero tuvo con Telma Ceballos, su viuda.

"Mi abuela siempre cuenta lo fuerte que era en Vairoleto la idea de libertad. Su libertad ridiculizaba a la policía. La última vez que estuvo preso fue en el año 1925 y hasta que se quita la vida, en el '41, nunca más lo pudieron apresar" -cuenta con inocultable orgullo el descendiente de el Pampeano, como lo apodaban sus seguidores.

Desde niño Fabio se sintió atraído por las asombrosas historias que le atribuían a su abuelo. Esa pasión por la vida del bandolero lo llevó a dedicar su tesis de grado, de 250 páginas, al estudio del mito que existe en torno de este bandido social. Trabajo que tiene planeado editar a la brevedad.

"De chico me fascinaban las hazañas que me contaban de él. Pero era más fuerte aquello que la gente me contaba que los propios relatos familiares. Lo que hizo Vairoleto es menos que lo que se dice que hizo. La mitad de las cosas no son reales, pero creo que eso es parte del juego".

- ¿En qué lo influyeron las increíble historias que desde niño escuchó sobre su abuelo?

- En muchos aspectos. Incluso la decisión de ingresar a la carrera de sociología, tuvo que ver con el deseo de estudiar el mito de Vairoleto. Pensé que esa ciencia podía facilitarme las herramientas para hacer una mirada integral del tema. Además tengo una especie de "mandato familiar" que cumplir. Soy el que se encarga del tema; a mi abuela la he entrevistado muchas veces y creo tener todo lo que se ha publicado sobre mi abuelo. A veces se me hace difícil separar el mito de Vairoleto de la persona que fue mi abuelo. Incluso, cuando relato su muerte suele pasarme que parece que estoy contando un cuento. Eso, en cambio, no le sucede a mi mamá, ya que ese hombre al que la policía perseguía y que se suicidó, era su padre. A ella le hubiera gustado más tener un padre que ser la hija de un mito.

Bandidos rurales

A mediados de la segunda mitad del siglo XIX, el código rural de la provincia de Buenos Aires transcribe textualmente disposiciones de sometimiento casi feudales para la población nativa. Se condenaba lo que denominaban "vagancia" y se obligaba a los pobladores sin recursos a solicitar autorización a las autoridades, hasta para transitar por la campaña. Aquel paisano que no portara su "libreta de conchabo" era considerado malentretenido y perseguido tenazmente por la partida. Estas disposiciones ad-quieren mayor y mejor control sobre los "vagos" al intensificarse la producción agropecuaria en las dilatadas llanuras recién conquistadas al indio.

Testimonios de esa época, aluden a la existencia de cientos de gauchos que son desplazados "por el progreso" a sitios marginales. Obviamente, esos sitios se corresponden, en gran medida, a los reciente-mente creados territorios nacionales. Estas "zonas de frontera" por excelencia, a juzgar por las características de su incipiente poblamiento, la carencia casi total de alambrados aún y una tibia presencia policial, unida, a aquella famosa ley de permiso de portación de armas, permitieron, seguramente, la libre expresión del gaucho en su original estado.

El territorio de La Pampa, con semejantes condiciones de libertad, ciertamente ejerció poderosa atrac-ción a todo tipo de aventureros, al bandidaje en general, a personajes de leyenda y tumultuoso pasado de "gaucho malo", como el caso de Vairoletto, entre otros.

- ¿Cómo se construía en los relatos de su madre y de su abuela la figura de Vairoleto?

- El hecho de que hoy para mi familia ser descendientes de Vairoleto no sea motivo de ocultamiento, sino de orgullo, no fue algo fácil. Hoy puedo decir que todos coincidimos en reivindicarlo, pero imagino que en su momento la presión social que sufrió mi abuela debe haber sido grande. Ella viene de una familia muy humilde, era empleada en una fábrica que envasaba tomates; su vida fue muy dura crió a sus hijas sola, en el campo. Mi mamá, por ejemplo me cuenta que de niña a veces sentía celos de que Vairoleto "fuera de todos", porque pensaba: “si es de todos no es mío”.

- Cómo sociólogo ¿de dónde piensa que proviene este gran interés que se ha desatado sobre Vairoleto?

- Eric Hobsbawm, el historiador británico, dice que no hay nada más interesante para la historia que las vidas de bandoleros. Estos relatos nos remontan a valores que ya no están vigentes y que implican nociones de libertad y de compromiso. Son personajes muy queridos por la gente. Suelo encontrarme con gente que asegura haberlo conocido, haberle brindado ayuda u hospedaje. El historiador Hugo Chumbita y León Gieco -con su disco Bandidos Rurales- también han contribuido a este renacer del mito.

- ¿Cuál es la perspectiva desde la cuál aborda el tema de los bandidos sociales en su tesis?

- No trabajé tanto el aspecto histórico, porque Chumbita ya lo había hecho muy bien y porque no tengo la paciencia y el oficio del investigador histórico. Mi mirada es desde la sociología. Me interesaba investigar el mito, lo que la gente hizo con él más que lo que él hizo. La construcción del mito de bandidos sociales, son prácticas contestatarias, de resistencia a la opresión. Así, como las clases dominantes se encargan de difundir los relatos que aseguren sus condiciones de dominación; las clases populares también lo hacen. No hay que perder de vista que la gente está admirando y protegiendo a alguien que está fuera de la ley, que robó o mató. Vairoleto vivía fuera de la ley y no hay que negarlo porque sería erróneo e injusto para con él.

- ¿Cómo caracterizaría a los bandidos sociales?

- La relación que se establece entre el bandido y la gente es lo que diferencia a un bandido social de un delincuente común. Las prácticas de los bandidos no tienen una intención revolucionaria de cambio, el objetivo es atenuar esas condiciones de dominación. Otra cosa curiosa es que la gente los consideraba gauchos, cuando en realidad éstos habían desaparecido a finales del siglo XIX. Además, en el caso de Vairoleto, era hijo de inmigrantes; rubio, de ojos claros y en lugar del facón usaban el Winchester.

A partir de mi tesis estudié la tradición libertaria argentina y advertí que al establecerse la propiedad privada y desaparecer el gaucho, los bandoleros sociales se encargaron de recoger los valores que encarnaba el gaucho. Es decir, libertad, bravura, insolencia, destreza ecuestre.

- ¿Cree que en el presente existe alguna figura que continúe con está tradición del gaucho y el bandido social?

- Pienso, al igual que Eric Hobsbawm, que los bandoleros se dan en una estructura feudal-campesina, en tránsito hacia el capitalismo. De hecho el bandolerismo transparenta la inequidad social. Estamos hablando de un contexto como el de la Argentina en la década del ‘30, en el cual existían grandes abusos y tanto los sindicatos como los partidos socialistas y anarquistas, eran ferozmente reprimidos.

Ahora, respondiendo la pregunta, en este momento no veo que haya continuidad de esta tradición. Puede que algo similar pase en este momento con algunos líderes de villas, que han sido muertos en enfrentamientos policiales y que registran una fuerte admiración por parte de la gente y a partir de los cuales comience a construirse un mito.

Fuente www.losandes.com.ar


Isidro Velázquez. Los ecos del sapucay

Por Juan Godoy

Si optáramos por descartar el mito como
figura disonante del conocer, que le pone a la práctica
humana los inadecuados añadidos de la mixtificación
y la quimera, no podríamos alcanzar el verdadero
corazón de las luchas sociales de esta época y acaso
de las que vengan. Porque las luchas son para definir
el sentido constructivo de emancipación del mito”

(González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y Política en la Cultura Argentina del Siglo
XX. Buenos Aires: Colihue, página 425)

“El tema de Isidro vos podes pensar
que pasó, pero no…. El tema de
Isidro está, está todo el tiempo acá”.

(Testimonio de poblador de Machagai).

Isidro Velázquez vive,
donde descansan los sueños,
donde se pisa la tierra,
de aquellos montes chaqueños.

(Chamamé en homenaje a Isidro Velázquez, sin datos)


Los Ecos del Sapucay. Consideraciones en torno a la devoción popular por Isidro Velázquez.

Por Juan Esteban Godoy *

1. Un poco de historia

Para comenzar realizaremos unas breves consideraciones acerca de algunos temas que son ineludible al tratar el tema de Isidro Velázquez. Éstos son, a saber: primero, la cuestión de los pueblos originarios, profundamente ligada a la denominada masacre de Napalpí, recordemos que Isidro Velázquez uno de los lugares geográficos y de las comunidades que lo ayudan en su escondite es colonia aborigen, donde habitan (aún hoy) las comunidades Qom (tobas) y Moqoit (mocovíes), y que el 9 de julio de 1924 aconteció la brutal masacrei. En segundo lugar tenemos al desplazamiento de las poblaciones rurales por parte de los grandes terratenientes y últimamente de los pooles sojeros, que sumado al cierre del ferrocarril incrementan las migraciones del campo a la ciudad, se pueden observar “pueblos fantasma”, totalmente abandonados, lo que genera un fuerte desarraigo a las personas, y deja al pueblo con rupturas particulares, lo cual hace más difícil la construcción de una identidad colectiva. Por último, tenemos al peronismo (tema en el que habría que ahondar mucho más) pues uno nota que al hablar del tema de Isidro Velázquez y de otros temas hay una referencia constante al fenómeno del peronismo, podemos resaltar que la Provincia de Chaco entre los años ´51 y ´55 se llamó Presidente Perónii.

Isidro Velázquez fue nacido en Mburucuyá, Corrientes, pero su actividad se desarrolló en el Chaco (Colonia Elisa, Laguna Limpia, Laguna Blanca, La Verde, etc.), según testimonios de la época, y recogidos también por nosotros, para sus devotos era buen pagador de sus deudas, trabajador cumplidor, hasta que tuvo un entredicho con un policía de su pueblo y comenzaron a padecerle sin que halla cometido delito alguno.

Así pasa a la clandestinidad (queda “fuera de la ley”) y comienza a “delinquir”, roba bancos, comercios, secuestra a estancieros adinerados, mata solamente en pelea (solo para poder huir), el monte es el lugar mítico en el cual se escondeiii. Su fama traspasaba las fronteras provinciales, su historia se comentaba en todo el norte chaqueño hasta Paraguay, Formosa y Corrientes. Con el dinero, objetos, etc. que él conseguía fruto de su actividad los repartía entre los campesinos, colonos, y demás sectores desposeídos. Éstos le daban a Isidro Velázquez protección, por ejemplo no lo delataban (aunque a veces eran torturados por las “fuerzas del orden”).

Así aproximadamente entre 1961-1967 Isidro Velázquez tuvo a maltraer a la policía del Chaco, con un intervalo entre mayo de 1963 luego de que matan a su hermano Claudio y el año 1964 (se cree que pudo estar un tiempo en Formosa o en Paraguay). Inclusive pudo sortear un gran operativo en que más de 800 policías salieron en su búsqueda, dándole nombre propio a éste, a saber, “Fracaso”.

Finalmente lo matan exactamente el primero de diciembre en un gran operativo, el “Operativo Silencio” ¡que nombre! Nos preguntamos ¿qué querrían silenciar?, seguramente a las masas oprimidas que primeramente se vieron identificadas con el accionar de Isidro Velázquez y luego lo convertirán en santo. Las autoridades hicieron talar y quemar el árbol que servía de señal, también pusieron vigilancia en el cementerio de Machagai para impedir que comience una devoción por éste, durante la dictadura de Onganía se prohíbe el chamamé de Oscar Valles “El Último Sapucay” que versa sobre la historia de Velázquez; sin embargo, no pudieron frenar el suceso, el pueblo ya había decidido. Al día siguiente el diario porteño La Razón titula en primera plana: “LA MUERTE DE VELÁZQUEZ PROVOCÓ EN EL CHACO UN FORMIDABLE IMPACTO EMOCIONAL”iv.

El asesinato a manos de la policía dará lugar a un doble proceso: primero la instauración del día de la policía en chaco; y, en segundo lugar, un proceso de santificación popular. En este último nos detendremos.

Consideramos que el tema de Isidro Velázquez nos interpela de una forma particular, forma un laberinto en el cual se entrecruzan diferentes caminos, o si se quiere “historias mínimas” que se contornean en una historia más amplia, se cruzan y entrecruzan diferentes aspectos que parecieran muy divergentes pero que culminan en ser parte de la misma historia… la larga y dolorosa lucha por la conformación de la identidad como pueblo. Se nos presenta como un instante efímero, como un proyectil, pero avizoramos que tiene ramificaciones diversas que se pueden trazar tanto en lo anterior como en lo posterior, aparecen momentos de revelaciones inesperadas. Es una historia, que como parte de la historia Argentina, Latinoamericana (y de los pueblos oprimidos) está profundamente cargada de tragedia, tensión, lucha, nombres, de nacimiento y re-nacimiento. Por enumerar unos acontecimientos: el hermano de Velázquez muere, es asesinado como también lo será Isidro Velázquez y su lugarteniente Gauna, desaparecerán al joven sociólogo Roberto Carri (con su mujer, Ana María Caruso) quien había escrito sobre Isidro, posteriormente su hija Albertina Carri dirigirá “Los Rubios” que trata sobre la vida y desaparición de sus padres, asimismo algunas versiones señalan que Velázquez y Gauna había entablado relación con las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), Pablo Szir quien dirigiera una película en los 70?s desaparecerá y no quedarán rastros de su película (otra copia es rota por el editor, por miedo, y algunas versiones señalan que podría haber una copia en Cuba), en la actualidad otro director está filmando una nueva película, diferentes cantantes relatarán su historia, Isidro Velázquez será santificado y todos los primero de Diciembre los devotos se acercarán al santuario, que al mismo tiempo es el día de la policía del Chaco.

Así observamos una historia (quizás como muchas más) que se dibuja y desdibuja una y otra vez, se dirige al pasado, al presente, al futuro. Irrumpe el “sentimiento de que estamos en un “presente del pasado” (en que) todo se transforma en una aparición súbita”v. Es un instante, un punto remoto en el mapa pero que se proyecta mucho más allá de ello y nos atraviesa como argentinos, latinoamericanos comprometidos con la realidad nacional y continental (de los pueblos de Abya Yala).

2. La identidad colectiva en los devotos. La muerte invertida en vida

La pregunta por el pasado, por la historia, surge en tiempo presente indaga el pasado, se dirige al futuro como un horizonte utópico y se plasma en un proyecto. Así sostenemos que no hay proyecto orientado a una utopía como horizonte utópico de realización posible sin memoria histórica. Aquí aparecen los mitos dadores de sentido y sin la memoria no hay identidad posible. El mantenerla es una lucha contra la desintegraciónvi.

Aquí aparece uno de los motivos por los cuales es importante, y es más, se hace necesario el indagar en nuestro pasado, pero no como si este fuera un “resto fósil” sino indagando en aquellas corrientes profundas de nuestro pueblo, en sus vivencias, anhelos, miedos, ilusiones, sueños, etc. Así “La memoria, tal como es vivida por el pueblo, posibilita la re-construcción del tejido social, su historia, la posibilidad de construir muchos códigos que unifiquen una comunidad y que resignifiquen el pasado y el futuro”vii, la reconstrucción de ese lazo social que en la sociedad neoliberal se halla sumamente debilitado, en la que lo colectivo se diluye en lo individual.

Aquí el sujeto es considerado como un ser esencialmente simbólico. El sujeto se proyecta en símbolos, sin hacerlo no puede ser. El sujeto se desdobla en el símbolo, se ve a él en éste, así el símbolo halla una tendencia a independizarse del sujeto y dominarlo. De esta forma el símbolo se transforma en fetiche, siempre existe el riesgo de que eso sucedaviii.


Ermita en conmemoración de Isidro Velázquez en Pampa Bandera


Interior de la ermita


Agradecimientos


Reunión anual el 1º de diciembre en Pampa Bandera

Sostenemos aquí la idea de que no solo es posible pensar dentro del mito, sino que no hay posibilidad del desarrollo de un pensamiento crítico si éste es dejado a un lado, “es que no es posible pensar sin el mito (o sin los mitos). Es decir, un momento de recalque, de fijeza (…)”.ixAdemás es lo que nos moviliza, lo científico por lo científico mismo no moviliza al hombre, éste se mueve en la historia, halla la posibilidad de transformar su realidad y la de los demás a través o a partir de su relación con el mitox.

En el “caso” Isidro Velázquez podemos ver cómo en el momento de su muerte comienzan a hacerle al “proto-santo” (¿o santo?) pedidos, por enfermedad, amores, ofrendas, etc. Es una forma en la cual “el ritual invierte el significado oficia de la muerte, resignifica esa muerte como vida”.xi

Tenemos una santificación popular espontánea, en relación al no análisis de la conveniencia de si tal personaje nos conviene porque de hecho no hay un colectivo hasta que se santifica y se reconocen a sí mismos y a los otros como devotos. Sostenemos que esta santificación viene a legitimar la lucha, la rebelión de los sectores dominados.

En un comienzo el santuario de Isidro en Pampa Bandera, como ya sabemos, era tan solo una cruz. Luego se convirtió en una ermita con una tacuara con banderas rojas. En la actualidad ya se ha levantado una construcción de mampostería, revoques con una imagen de la virgen de Itatí dentro. A un costado tenemos una “casita” pequeña de colores verde y rojo, donde se prenden las velas al santo, siempre hay muchas velas derretidas y algunas encendidas (la “casita” al costado de la ermita fue construida para que se prendan las velas allí y no directamente en la ermita pues una vez se pendió “todo fuego”). Sobre la ermita pueden observarse banderas rojas colocadas en tacuaras, flores rojas. En el interior del santuario tenemos muchas banderas rojas (casi en su totalidad) con agradecimientos, otras con la fecha de nacimiento y la muerte, flores naturales y artificiales, placas de metal con agradecimientos por favores concedidos., fotos de Isidro Velázquez, de Claudio Velázquez, y de Vicente Gauna, por todos lados estampillas, almanaques del “gauchito gil”, cartas, billetes de lotería, botellas de vino, alcohol, paquetes de cigarrillos (algunos cigarrillos son encendidos para que se consuman o para que se los fume el alma del difunto). En Pampa Bandera claramente predomina el color rojo.
3. El símbolo Isidro Velázquez como problema, el opio y la alienación como obstáculo

Pero se nos podría preguntar: ¿por qué hoy; ya entrado el siglo XXI, en pleno proceso globalizador, neoliberal; llamar a escena a un fenómeno que pareciera tan lejano, arcaico? Y además indagar en la devoción; concebida a partir del desarrollo de la ilustración, de la racionalidad instrumental como irracional, oscurantista, opio e ¡incluso alienante!; por un símbolo religioso, más específicamente un “Jinete Rebelde” Isidro Velázquez.

La respuesta a este interrogante, sin intentar agotarlas, sostenemos que la encontramos: en primer lugar, paradójicamente en la pregunta misma, dado que es en este contexto, en el cual la identidad se halla debilitada, el sujeto se halla perdido, ha perdido el centro, ya no encuentra sentido a su vida, en resumen un contexto en el cual “la desestructuración social (…) ha devenido en pérdida de identidad”xii, consideramos que resulta relevante indagar acerca de un fenómeno que genera identidad tanto individual como colectiva. En segundo lugar, la respuesta la hallamos en que concebimos, basándonos en algunas consideraciones de Horacio González, que en la obra de Marx si bien en algunos escritos se encuentra la idea de que la nación aparece como la “vencedora” de las formas culturales arcaicas (éstas aparecen como la caricatura, lo malo); en otros se considera a lo arcaico, tradicional como lo que se resiste a disolverse en el ritmo de la modernidad y nos da una “oportunidad de pensar otro punto de partida para el “rumor de cencerro” de la revolución”.xiii

4. Apuntes finales

Damos cuenta de un crecimiento del fenómeno a partir del primero de diciembre de 1967, a pesar de la sistemática preocupación de las autoridades, de los sectores dominantes para borrar las huellas de Isidro Velázquez. Además los identificados con el símbolo religioso son sobre todo los sectores golpeados de la sociedad por el voraz neoliberalismo implantado en el país que no solo apunta a una destrucción económica y política sino también social, cultural y específicamente apunta a quebrar las identidades colectivas a partir de las cuales se pueden construir proyectos conjuntos. De esta forma fenómenos como Isidro Velázquez se revelan constructores de la identidad colectiva de los sectores pobres, marginados, oprimido.

Esa devoción que comenzó inmediatamente luego del asesinato de Isidro Velázquez ha sido objeto de una gran opresión, hostigamiento por los sectores dominantes que han querido por diferentes métodos (en general sin escatimar en violencia) acallar las voces de esos otros que han sido silenciados muchas veces, esos rostros que han querido ser ocultados. Los sectores dominantes conscientes que quebrando la identidad tanto individual como colectiva no hay posibilidad del desarrollo de un proyecto. Esos sectores desarrollan otro conocimiento disonante del dominante, otra historia (en contraposición a la “oficial” que los niega) que atraviesa los cuerpos, que es emocional, que no posee grandes medios de difusión pero es parte de un “subsuelo” que quiere rebelarse una y otra vez ante la opresión. Hay una idea de que ellos deben “cuidar”, “proteger”, “custodiar” la historia.

Tomamos a Isidro Velázquez pero no como “caso” en sí mismo, sino inserto en las muchas luchas por la conformación de un colectivo pueblo que pueda desenvolver-se en un proyecto común. Adquiere relevancia con respecto a esto mismo el tomar justamente un símbolo religioso pues lo religioso, el mito, la utopía ha sido vilipendiada no solo por los sectores dominantes que han querido acallar cualquier tipo de manifestación popular, sino también por sectores que podríamos considerar inmersos en un proyecto de liberación.

Hemos visto, escuchado numerosos pensamientos que pretenden construir pensamiento crítico exorcizando al mito, a lo religioso, aquí sostenemos la imposibilidad de encarar un proyecto de liberación para los pueblos marginando estos elementos.

Se nos podría decir que tal vez no sean hoy bandoleros solitarios los que luchan contra la opresión pero si organizaciones sociales; de todas formas si resulta relevante indagar en la devoción por estos de parte de los sectores populares, dado que ésta es una práctica vital que realizan éstos y si no se indaga acerca de su significado estaríamos dejando de lado un aspecto importante de la vida social, de las vivencias y creencias de los sectores populares.

Algunas cuestiones que dan cuenta de esto último que sostenemos son que los sectores populares se hallan íntimamente ligados a estas prácticas, y si pretendemos construir conjuntamente con ellos no podemos hacer a un lado estas cuestiones, y ¡menos considerarlos alienados, atrasados! Otra es que el ser humano como ser social es simbólico, se proyecta en estos. Aquí entramos en el riesgo de la tendencia a la independencia del símbolo y de la inversión de la relación entre éste y el ser humano, transformándose en fetiche que lo pasa a dominar, aparecería así el creador como el creado y viceversa, es decir el sujeto se transforma en objeto y el objeto que lo pasa a dominar en sujeto.

Es Isidro hoy que resuena en esas voces que le van a pedir ya sea por salud, por trabajo, etc. son los movimientos sociales mismos que resuenan no solo en Argentina, sino también en Latinoamérica, son los Ecos del Sapucay como grito de guerra, alegría, muerte, tristeza, desesperación, dramatismo, tragedia, liberación, etc. que ya se han lanzado al aire y no habrá que ni quien los pueda detener.


i Información recolectada de http://www.elortiba.org/napalpi.html en donde hay varios artículos muy buenos sobre el tema. También se puede consultar el reciente libro del periodista y escritor chaqueño Pedro Solans “Crímenes de Sangre” de la editorial Librería de la Paz, y el libro de Mercedes Silva “Memorias de Chaco”
ii Galasso, Norberto (2006). Perón: formación, ascenso y caída (1983-1955) – Tomo 1, Buenos Aires: Colihue.
iii Gómez Lestáni, Eduardo. (2005). Isidro Velázquez. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 53-57), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen.
iv Citado en Devicenzi, Jorge. Isidro y Claudio Velázquez – Los Vengadores. En www.lagazeta.com.ar
v González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue, página 156.
vi Dri, Rubén, “Identidad, Memoria y Utopía. Estado, Legitimación y Sentido”, publicado por la Secretaría Académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, sin mención de año.
vii Bergallo, Graciela Elizabeth (2005). Legalidades, Sacralidades y Significados de la Muerte. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 11-19), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen.
viii Dri, Rubén. (2005). Símbolos de identificación popular. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 31-45), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen.
ix González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue, página 156.
x Mariátegui, José Carlos. El Hombre y el Mito. En
http://mareasdesdemasalla.blogspot.com/2006/12/podra-repetir-la-ltima-parte-hoy.html
xi Bergallo, Graciela Elizabeth. (2005). Legalidades, Sacralidades y Significados de la Muerte. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 11-19), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen.
xii Dri, Rubén (coordinador) (2003). Símbolos y Fetiches Religiosos en la construcción de la identidad popular. Tomo 1. Buenos Aires: Biblos, página 9.
xiii González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue, página 262.


Bibiografía

* Bergallo, Graciela Elizabeth (2005). Legalidades, Sacralidades y Significados de la Muerte. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 11-19), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen.
* Devicenzi, Jorge. Isidro y Claudio Velázquez – Los Vengadores. En www.lagazeta.com.ar
* Dri, Rubén, “Identidad, Memoria y Utopía. Estado, Legitimación y Sentido”, publicado por la Secretaría Académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, sin mención de año.
* Dri, Rubén. (2005). Símbolos de identificación popular. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 31-45), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen.
* Dri, Rubén (coordinador) (2003). Símbolos y Fetiches Religiosos en la construcción de la identidad popular. Tomo 1. Buenos Aires: Biblos
* Galasso, Norberto (2006). Perón: formación, ascenso y caída (1983-1955) – Tomo 1, Buenos Aires: Colihue.
* Gómez Lestáni, Eduardo. (2005). Isidro Velázquez. En Amarilla Roxana (Compiladora), Bandoleros Rurales Correntinos (pp. 53-57), La Plata-Buenos Aires: Ediciones Al Margen.
* González, Horacio. (1999). Restos Pampeanos. Ciencia, Ensayo y Política en la Cultura Argentina del Siglo XX. Buenos Aires: Colihue
* Mariátegui, José Carlos. El Hombre y el Mito. En
http://mareasdesdemasalla.blogspot.com/2006/12/podra-repetir-la-ltima-parte-hoy.html

* El presente trabajo es un extracto de “Los Ecos del Sapucay. La Construcción de Identidad Popular en torno a Isidro Velázquez”, que puede descargarse completo en pdf. El autor, Juan Esteban Godoy, es Licenciado en Sociología (UBA). Publicado originalmente en Revista Movimiento, libertad de ideas. Octubre de 2009, Nº 5, Bogotá, Colombia.
Mail: Juanestebangodoy@hotmail.com


Isidro Velázquez

[Revista Crisis, noviembre 1987]

En el invierno de 1977 un ciego cantaba en el refugio de la estación Ramos Mejía: "camino de Pampa Bandera, lo esperan en una emboscada y en una descarga certera ruge en la noche la metrallada". La letra repiqueteada del chámame convocaba a los trabajadores que se refugiaban del primer frío matinal, algunos con el diario bajo el brazo, atraídos por el lazo sutil que hermanaba las noticias con el canto del ciego: "la pólvora entre los huesos se hizo ceniza en los pechos bravos. Isidro Velázquez ha muerto, enancado en un sapucay, pidiéndole rescate al viento que lo vino a delatar".

Era el año de las emboscadas de la guerra sucia, pero el chámame de Oscar Valles, El último sapucay, hablaba de otra emboscada, diez años atrás, cuando el primero de diciembre de 1967, Velázquez moría alcanzado por las balas policiales en el monte chaqueño y se abrían aún más las puertas de su leyenda.

"Desde hace un año comencé a preocuparme seriamente por el 'caso de Isidro Velázquez' -escribía en 1968 el sociólogo Roberto Carri-. Velázquez y Gauna (se refiere Carri a su lugarteniente) eran más populares que nadie en la provincia del Chaco, su fama traspasaba las fronteras provinciales y se hablaba de ellos en todo el monte chaqueño, hasta el Paraguay. Las razones de la supervivencia estaban -ya en ese momento no tenía ninguna duda- en el apoyo general de las masas rurales".
Isidro Velázquez nació el 15 de mayo de 1928 en Mburucuyá, Corrientes, hijo de Feliciano y Tomasa Ortiz. El año 1961 lo encuentra con su mujer y sus cuatro hijos en Colonia Elisa, Chaco, donde trabajaba como peón rural. Tanto allí como en La Verde, Selvas del Río de Oro, Laguna Blanca y Laguna Limpia, Zapallar, La Escondida, Lapachito y otros parajes del norte se lo tenía como el mejor baqueano, rastreador y cazador de los esteros y los montes.

Ese hombre alto, delgado, de rostro enjuto y mirada penetrante que era aceptado como buen vecino, asistía a las reuniones periódicas de la Cooperadora Escolar de Colonia Elisa hasta que, por alguna razón no muy clara, comenzó a ser hostigado por la policía. En su prontuario figuran tres causas abiertas en 1961 por robos y hurtos, y una cuarta por evasión. El jefe de sus cazadores en persona, capitán Aurelio Acuña, no ocultaría su sorpresa tiempo después, por la forma en que un hombre que durante más de treinta años había sido "humilde pero honrado", se había convertido en un "peligroso delincuente".

En el Chaco, las opiniones están furiosamente divididas. Las autoridades aseguran que esos primeros delitos fueron reales, pero la gente dice que no, que Velázquez sufrió un hostigamiento injustificado de la policía que culminó con el encarcelamiento, su fuga y el comienzo de la historia de 'El Vengador'. Se dice que la persecución se originó en un problema familiar, porque, a contramano de su forma de ser, nunca más tomó contacto con su mujer y sus hijos, ni les hizo llegar ayuda económica.

Fuera de la ley

Más allá de cualquier razón, queda claro que cuando Velázquez escapó de la cárcel de Colonia Elisa ya había tomado la decisión que lo empujó hacia el monte, tras las sendas que veinte años antes habían transitado Zamacola, Bairoleto y el famoso Mate Cosido.

Pero no solamente lo protegieron la vegetación y la geografía indómita del Chaco. Miles de peones golondrinas habían emparentado su impotencia con la rebeldía de "El Vengador". Muchos provenían, como él, de Corrientes, otros de Santiago del Estero y Paraguay y, arrojados a su suerte, ni podían regresar a sus hogares ni encontraban trabajo debido a las secuelas de la crisis del tanino y al comienzo de la crisis algodonera que los condenaba a deambular por la provincia sufriendo las miserias de la desocupación.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el descubrimiento del extracto de mimosa en África Oriental, como sustituto del tanino, coincidió con el progresivo agotamiento de los quebrachales del sur chaqueño. Los obrajes, que trabajaban para la misma compañía inglesa que había descubierto la mimosa africana, comenzaron a cerrar. En 1960 quedaban sólo unos pocos en el norte.

La población, que había aumentado vertiginosamente entre 1920 y 1947, de 46 mil habitantes a 431 mil, se estabilizó llegando a 530 mil en 1960. Grandes contingentes de paisanos emigraron en ese período hacia las villas miserias de las capitales y otros fueron reabsorbidos por el desarrollo de cultivos industriales como el del algodón. Pero así como el hachero es esclavizado en los obrajes, en los algodonales el trabajo es temporario, con un régimen agotador y en condiciones de vida miserables. La situación empeoró aún más cuando en 1964 la crisis del algodón se descargó sobre el Chaco y de las 400 mil hectáreas sembradas ese año, sólo llegaron a 278 mil en 1967.

Palabras para Roberto Carri (1)

El asunto es saber convertir los fracasos en victorias.
Francisco Urondo

¿Es preciso recordarlo? Roberto Carri es un cuerpo ausentado, no ausente. Entendemos que resulta prioritario recomponer ese cuerpo singular sobre el que se ejerció la desaparición como tecnología de poder. Situarnos en el conjunto de representaciones que convoca el hecho mismo de nombrarlo.
Desde las primeras páginas de Isidro Velásquez. Formas prerrevolucionarias de la violencia, Roberto Carri nos dice: “El formalismo positivista se basa en los hechos; la resistencia popular, en todas sus etapas desde la más incipiente, los niega. Al resistir la opresión niega los hechos que la producen. Con esto, (…) quiero decir que la certeza es adecuación a los hechos, pero la verdad para el pueblo es aquello que perjudica al enemigo”. Inmediatamente la lectura de estas palabras evocan una sentencia de Michel Foucault que extraigo de La arqueología del saber: “(…) un enunciado es siempre un acontecimiento que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por completo (…) es único como todo acontecimiento, pero se ofrece a la repetición, a la transformación, a la reactivación”. Ensayamos entonces no un retorno sobre lo dicho, instalándonos en el orden del enunciado sino sobre el decir, a partir de la posición de enunciación que inaugura y sostiene Roberto Carri.
¿Qué verdad es aquella que Carri invoca y, haciéndola suya, daña al enemigo? Me atrevo a decir que ésta, es una verdad espesa, sudorosa, henchida de sangre y de barro, que no puede encontrar cobijo alguno en la universalidad de un todo indiferenciado, en el que se reúnen por igual al opresor y al oprimido, a la víctima y al victimario. Nos encontramos ante una verdad beligerante, de combate, que sólo se sostiene por la declaración de existencia que supone su misma afirmación, cobrando inteligibilidad por el sesgo de una relación antagonista y que instituye una cesura, un corte abrupto dirigido a reestablecer las coordenadas mismas que hacen posible un decir.
Estamos ante una verdad desafiante, que cobra densidad histórica bajo el sujeto que su misma emergencia induce: el militante del universalismo, que depone las diferencias no en nombre de lo común como propiedad de todos, sino en el franqueamiento de las identidades político sociales pretendidamente saturadas y compartimentadas. Sujeto que no reclama los fueros de la universalidad filosófica.
Esa figura subjetiva, la del militante, se nutre, impaciente, en el fermento del colectivo, convocado al ensayo general, llamado a su hora no en un futuro siempre pospuesto, sino en el aquí y ahora, en la urgencia de la acción. El elogio de la acción está presente en Carri, pero no bajo la forma del gesto residual, de una rebeldía que descansa bajo el acomodaticio rótulo de parte, sino para asaltar los cielos. Una secreta certeza la alimenta: la de la aceleración de los tiempos, el saberse sumergido en un movimiento de orden mayor bajo la imagen de una eterna movilización.
Pero la emergencia misma del pueblo como actor histórico-político y su accionar disruptivo no son para Carri objeto de la contemplación y celebración, propias del izquierdismo especulativo, no se detiene en exaltar la ocurrencia misma de la irrupción plebeya, sino que se compromete en el ejercicio efectivo de sus consecuencias. Ejercicio que involucra una dimensión de acto y, a la vez, una dimensión de pensamiento. Constatamos, entonces, que hay en la obra de Carri pensamiento, es decir, aquello que se impone a quienes no lo pensamos.
Se hace necesario convocar a un retorno sobre Carri, no como ejercicio de rememoración melancólica, sino a partir del campo de posibilidades que su pensamiento inaugura., tal como relampaguea en un instante de peligro, parafraseando a Walter Benjamin
Siete años después de la primera edición de Las Venas Abiertas de América Latina, Eduardo Galeano, desde su exilio en Barcelona, redacta un epílogo en el que establece una suerte de balance de las luchas populares en América Latina acaecidas desde principios de los años ’60 y mediados de los ‘70, del mismo extraigo su párrafo final, que se presenta como una denuncia activa de lo ausente por venir:
“Toda memoria es subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto de futuro. Se obliga al zombi a comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo. El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”
En ese acto de creación, junto a Roberto y nuestros 30.000 compañeros detenidos-desaparecidos, estamos hoy comprometidos.

Gonzalo Barciela. Buenos Aires, 22 de marzo de 2007.

(1) A Roberto Carri detenido-desaparecido el 24/2/07 junto a su compañera Ana María Carri. Para los que no están y por los que vendrán…

ISEPCI Instituto social, económica y política ciudadana
 

Roberto y Ana María tenían 25 años. Estaban casados y tenían tres hijas: Andrea, Paula y Albertina.
Roberto era un eminente sociólogo, ensayista social, profesor y periodista. Entre sus obras se encuentra Isidro Velázquez, "Sindicatos y poder en la Argentina", "Argentina: Estado y liberación nacional" y "Las luchas del peronismo contra la dependencia".
Ana María había egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Era profesora de letras y latín.
Ana María y Roberto se conocieron en 1961, compartían ideales políticos, ambos eran peronistas. En los '70 se unieron a la organización Montoneros. Roberto era responsable de la Columna Sur de Montoneros.
La pareja fue secuestrada de su domicilio en Hurlingham. Sus tres hijas fueron retiradas por familiares de la Comisaría de Villa Tesei. Ana María y Roberto fueron llevados al C.C.D. Sheraton o Embudo que funcionó en la Comisaría de Villa Insuperable, ubicada en la esquina de las calles Tapalqué y Quintana, partido de La Matanza .
A los diez días del secuestro, Ana María llamó por primera vez a casa de sus padres. Hubo otras llamadas y, en una ocasión los dos pudieron entrevistarse con sus hijas en la plaza de San Justo. A partir del mes de julio del mismo año se estableció un intercambio de correspondencia entre los secuestrados y la familia. Tanto en ocasión de la entrevista como para el acercamiento de las cartas, quien actuó como intermediario fue un hombre que era llamado «Negro» o «Raúl». Todo el contacto terminó en diciembre de 1977.
Su hija Albertina, que tenía 4 años cuando sus padres fueron secuestrados, se convirtió en directora de cine y dirigió la película Los Rubios, sobre sus padres (así los llamaban los vecinos).

Es entre los hacheros desocupados, los golondrinas y los indígenas, donde Isidro Velázquez encontró refugio cuando se alzó contra la ley junto con Claudio, su hermano menor.

La revista Así fabulaba por esa época: "Famosos por su puntería, los dos hermanos usaban para hacer fuego indistintamente ambas manos. Sus revólveres, calibre 38 largo, que llevaban bajos, al estilo de los pistoleros del cine americano, disparaban plomos certeros. En su prontuario iban anotándose nuevos pedidos de captura por robos, homicidios y atentados a la autoridad", y agregaba: "Ambos se desplazaban cómodamente por todo el territorio chaqueño, protegidos por el monte, amparados en los rancheríos humildes donde entregaban a los necesitados parte de lo que obtenían en sus atracos espectaculares".

El 25 de junio de 1962, los hermanos fueron sorprendidos en una picada en las afueras de Colonia Elisa por una patrulla policial armada con carabinas, metralletas y pistolas. Los Velázquez respondieron el fuego con un winchester y revólveres, eludiendo el cerco a pesar de la superioridad numérica de sus perseguidores.
Tres días después aparecieron en Colonia Popular y protagonizaron un tiroteo a caballo frente al destacamento policial. Un mes más tarde, el 23 de julio, irrumpieron en el bar del chino Chou-Pin, de Colonia Elisa, y se llevaron ocho mil pesos, "una radio a transistores, linternas, bebidas, alimentos envasados y también fiambres".
El 25 de ese mes atracaron al estanciero José Vicente Barrios y el 12 de agosto irrumpieron en el almacén de ramos generales que regenteaba Antonio Marcelino Camps en Lapachito, a dos cuadras de la comisaría. Desmontaron frente al almacén y se dirigieron a paso seguro hasta la caja que atendía Teresa Octaviana, la hija del dueño.

"¿Vos Isidro? -dijo la muchacha- no es posible que nos hagas esto". Mientras hablaba intentó sacar un revólver pero Claudio la derribó de un culatazo. Se produjo luego un tiroteo donde murió un vecino y. cuando ya se retiraban, desde la trastienda salió Jorge Anastasio Camps, el otro hijo del dueño, disparando su pistola. Isidro no quiso usar su arma. Habían sido compañeros de la escuela primaria y juntos habían salido a cazar mas de una vez. Pero Claudio respondió el fuego y el hombre se desplomó con un balazo en la cabeza.

La infatigable persecución de la policía ya estaba en marcha pero los hermanos no se escondían, "visitaban los boliches, a sus amigos y se exhibían por las calles de Colonia Elisa, La Verde, Zapallar, Colonias Unidas, Lapachito, Plaza y La Escondida sin que nadie se atreviera a denunciarles", aseguraba la revista Así.
El sociólogo Roberto Carri, en su libro Isidro Velázquez, formas prerrevolucionarias de la violencia, publicado en 1968, decía que "la comunidad rural indígena y criolla se expresa colectivamente en la identificación con Velázquez. Debido a su situación de despojo y su 'retraso' cultural. . .se identifica con el hombre que expresa un poder antagónico al régimen". Pero más adelante advierte que "hay que distinguir entre el papel que juega realmente el rebelde para el pueblo que lo protege... y su anecdotario particular (el de Velázquez) que puede o no coincidir con la imagen que de él se tiene y que provoca la identificación con el proscripto". Carri reniega de la "sociología desarrollista" y de los "marxistas Victorianos" que califican las acciones de los hermanos como propias de bandoleros. Define a Velázquez como "rebelde" y a esos sociólogos como "bandoleros sociológicos".

El poncho rojo

Dos semanas después del asalto al almacén de Camps, los Velázquez atravesaron un tronco sobre la ruta 16 que une Resistencia con Sáenz Pena y asaltaron a un distribuidor de cigarrillos y a un viajante de comercio.

Claudio Velázquez tenía un año menos que Isidro, usaba sombrero paisano con ala ancha y ladeado sobre la derecha; solía entrar a los pueblos con su inseparable poncho colorado. "Me da suerte, si lo pierdo seguro que me atravesarán de un balazo" bromeaba con sus amigos.
Entre marzo y abril asaltaron a un acoplador de granos y a un agricultor. Una comisión policial encontró sus huellas cerca de Colonia Elisa y salió tras ellos, los Velázquez los aguardaron en Legua 54. Los policías Juan Cerlinguer y Salvador Cabrera resultaron heridos. Al abandonar el lugar a caballo, Claudio perdió su poncho e Isidro se llevó un balazo en la pierna.

Desde la capital chaqueña y localidades cercanas llegaron policías de refuerzo, pero las patrullas se empantanaron en los grandes esteros de la zona. El 22 de abril de 1963, La Razón titulaba: "Están cercados en un islote del Chaco dos hermanos bandoleros". Isidro y Claudio huían en un solo caballo entre pantanos y pajonales y en un sendero del monte se cruzaron con un anciano y su nieto. Isidro les dio diez mil pesos por el caballo y el anciano les indicó dónde estaban apostadas las patrullas. Así pudieron burlar a sus perseguidores.

El 21 de mayo Claudio decidió festejar el cumpleaños de Isidro y tomó por asalto el paraje de Costa Guaycurú. Ocupó la carnicería y el almacén y convocó a los vecinos: "Tomen lo que quieran -les dijo- los hermanos Velázquez invitan y pagan. Quiero saber si la policía se anima a venir a buscarme". La bravata saldría cara: Wenceslao Ceniquel, comisario, de Zapallar, reunió a sus hombres y marchó a Costa Guaycurú. Dos policías fueron heridos en el tiroteo pero allí murió Claudio atravesado de un balazo. Hubo otra víctima que en un primer momento se identificó con Isidro, aunque dos días después las autoridades debieron informar: "El Vengador" se había escapado otra vez, el otro caído se llamaba José Tolentino Vega.

Durante un año Isidro permanecería inactivo. Por razones opuestas, la policía y los paisanos esperaban su reaparición. Aunque algunos comentarios lo ubicaban en Formosa su paradero fue una incógnita.

La vuelta de Isidro

Lo que nadie esperaba era que Isidro Velázquez apareciera justo allí, donde habían matado a su hermano. En 1964 se asomó en Zapallar, más descarnado, dispuesto a todo y con la compañía de Vicente Gauna. Dio un golpe certero y ambicioso y se ganó el mote de "El Vengador": secuestró a los hacendados Carlos y Gabino Zimmerman, cobró un jugoso rescate y regresó a la espesura.

Los paisanos y los indígenas preferían separar la imagen de Isidro de los hechos de violencia más brutales y gratuitos. La leyenda discrimina rigurosamente la actitud de Isidro cuando asaltó el almacén de Camps y prefirió arriesgar la vida antes de responder el ataque del que fuera su amigo. Existía un punto en el que la violencia perdía legitimidad ante los ojos del pueblo, algo que quizá no pudieron discernir con claridad quienes más tarde reconstruyeron esa historia. Los que sí cargaban las tintas eran sus perseguidores que le achacaban la mayoría de los crímenes y violaciones que se cometieron en la zona durante esa época.
La diferenciación entre Isidro y sus lugartenientes es más marcada desde que aparece Vicente Gauna. Isidro había sido un hombre honesto hasta después de los treinta años y fue empujado por la injusticia fuera de la ley. Gauna cargaba con una carrera delictiva iniciada en la adolescencia y poseía un carácter violento e irracional.

El último sapukay

La muerte apagó la risa
del sol que duerme ardiendo en el Chaco,
porque Machagai se ha vuelto
un llanto triste de sangre y barro.
Ya no está Isidro Velázquez,
la brigada lo ha alcanzado,
y junto a Vicente Gauna,
hay dos sueños sepultados.
Camino de Pampa Bandera,
lo esperan en una emboscada,
y en una descarga certera,
ruge en la noche la metrallada.
Isidro Velázquez ha muerto,
enancao a un sapucay,
pidiéndole rescate al viento,
que lo vino a delatar,
pidiéndole rescate al viento,
que lo vino a delatar.
La muerte apagó la risa,
de los machetes en los quebrachos,
la pólvora entre los huesos,
se hizo ceniza en dos pechos bravos.
Sin una vela encendida,
sin una flor a su lado,
sin una cruz en la tierra,
hay dos sueños sepultados.
Camino de Pampa Bandera,
lo esperan en una emboscada,
y en una descarga certera,
ruge en la noche la metrallada.
Isidro Velázquez ha muerto,
enancao a un sapucay,
pidiéndole rescate al viento,
que lo vino a delatar.
Pidiéndole rescate al viento,
que lo vino a delatar.

En sus relatos los pobladores ponían especial énfasis en destacar que la intervención de Isidro ante su hermano Claudio o ante Vicente Gauna había evitado violencias innecesarias y salvado vidas.

La presencia de bandidos alzados contra la ley, como Zamacola, Bairoleto y Mate Cosido fue común y popular en los '30 y '40 en el Chaco. Velázquez le daba continuidad a estas figuras míticas en un país distinto que creía imaginar haber encontrado el regazo protector de la tecnología y el modernismo. Sus aventuras, contadas en Buenos Aires por La Razón, Crónica, Así o Gente, colisionaban con una sociedad que se deslumbraba con los happenings del Instituto Di Tella. Dos países paralelos en vísperas del golpe de Estado de Juan Carlos Onganía y el Cordobazo.

El payé de los esteros

En 1965, la fama de Velázquez y Gauna se extendía por todo el Litoral. El "payé", la magia de los dioses ancestrales de la selva y los esteros, protegía, a Isidro y las puntas de su pañuelo lo orientaban entre los montes y los pantanos y señalaban el lugar donde se ocultaban sus enemigos.


La increíble historia de Isidro Velázquez en un libro de investigación del periodista y escritor Pedro Solans.

Por entonces la población los cree invencibles; el sapucay de Isidro Velázquez detiene a quien lo enfrenta, su mirada paraliza. Cierta vez Isidro venía huyendo por el monte y sus perseguidores, guiados por un baqueano conocedor, organizaron la emboscada donde suponían que abandonaría la espesura. El destino quiso que el proscripto se encontrara frente a frente con el baqueano a quien se le trabó el arma o no atinó a disparar. Recriminado por sus superiores, el hombre balbuceó atragantado que Isidro le había hecho mal de ojo y que se había quedado duro como una estaca.

El 7 de setiembre de 1967, la revista Gente entrevistaba a uno de los policías que se aprestaba a salir tras Velázquez.

"¿Ustedes creen que lo van a apresar?" pregunta el periodista.
"No, es imposible -contesta el agente-. Estoy seguro de que por más que le tiremos, las balas no van a entrar. Ustedes saben que el agente Mieres vació su pistola y no hubo caso. Después, Velázquez, con un solo tiro, le atravesó el corazón".
"Entonces ¿está convencido que si se topa con ellos, usted es hombre muerto?".
"No sé si me va a liquidar. El le saca dinero a los ricos para repartirlo con un pobre. Y yo gano catorce mil pesos por mes... Si llego a toparme con ellos en el monte, creo que les diría que maten a un hacendado, no a mí, justamente."

La "operación fracaso"

A mediados de 1966 los fugitivos merodeaban en la zona de Selvas del Río de Oro. Asaltaron el pueblo de Laguna Limpia y Gauna mató al alcalde Antonio Ponzardi después de robarle. A principios de 1967. secuestraron a los estancieros Agustín Guissano primero y a Antonio Persoglia después. Cobraron tres millones de pesos por el rescate de cada uno.

Persoglia, de ochenta años, permaneció un día y medio en poder de los proscriptos. Una vez libre declaró que había hablado largamente con Isidro Velázquez y que tenía de él "muy buena impresión". El anciano preguntó a su secuestrador por qué no abandonaba esa "azarosa vida", Velázquez respondió que "no le gustaba matar" pero que "ya era tarde", estaba "jugado" y contaba con "el poderoso aliado de los montes para sobrevivir".

Los miembros de la Sociedad Rural chaqueña se impacientaban; las andanzas de Velázquez y Gauna y la popularidad que tenían entre los paisanos ponían en peligro sus vidas y la paz social. Los estancieros ofrecieron entonces una recompensa de dos millones de pesos "a toda persona que entregue a estos delincuentes de cualquier forma o suministre información concreta que permita su detención". Pegaron carteles con esa leyenda y con sus fotos que aparecían en las paredes de los poblados, en los troncos de los árboles, en pulperías, almacenes y prostíbulos. Para ser más convincentes se pregonaba que Velázquez y Gauna habían violado "a las hijas menores de Villordo de Tacuruzal; Genes en Selvas del Río de Oro; Maciel en Laguna Blanca; Aguirre en Laguna Limpia". Aunque en el prontuario policial no figuraba ninguna de las acusaciones que denunciaba el cartel.

A 40 años del último sapucay

Mil velas y cruces se encendieron durante la florida tarde del domingo en Pampa Bandera, paraje a escasos kilómetros de la ciudad de Machagai en el interior de Chaco, cuando cientos venidos de parajes lindantes y de otros lados recordaron a Isidro Velázquez, popular bandido rural abatido por la policía federal el primero de diciembre de 1967.

“La muerte apagó la risa del sol que duerme ardiendo en el Chaco…
ya no está Isidro Velázquez, la brigada lo ha alcanzado,
y junto a Vicente Gauna hay dos sueños sepultados…
Sin una vela encendida, sin una flor a su lado,
sin una cruz en la tierra hay dos sueños sepultados…”


Aquellos versos que alguna vez dedicara Oscar “Cacho” Valles a Isidro Velázquez tras su caída en Pampa Bandera volvieron a cobrar vigencia la tarde de ayer, la del primero de diciembre. Se cumplían 40 años de aquella jornada del año 1967 donde una partida policial tendió una redada al hombre que habían intentado atrapar sin éxito por más de 7 años.

Como en los versos de Valles, ayer el Chaco y su sol volvieron a arder. La tierra parecía rajarse y además era cierto, Isidro Velázquez y su ladero Vicente Gaúna ya no estaban… Pero, a diferencia de lo que pasara hace 40 años, en plena dictadura militar de Onganía, esta vez, se encendieron mil velas, se acercaron muchas flores y las cruces se multiplicaron para recordar la memoria del los ya míticos personajes.

Centenares de personas, en cansados caballos, destartalados colectivos y alguna vieja chata llegaron hasta el paraje de Pampa Bandera (a unos kilómetros de Machagai, Chaco) para recordar a Velázquez justamente debajo del quebracho donde cayera acribillado por una partida policial de cincuenta hombres. Junto al árbol le rezaban en una pequeña piecita donde dejaban sus ofrendas.

El paisanaje se guarecía bajo raquíticos espinillos que nada podían contra el inclemente sol, bailaban chamamés, recitaban poemas a Isidro, apuraban el asado y el chamamé no dejaba de oírse acompañado por gritos de sapucay que ese día cobraban aun mas significado. Es que en aquella emboscada de hace 40 años, Isidro Velázquez, rodeado, cayó gritando un sapucay que había aprendido en sus años de niñez correntina. Había sido un rebelde, realizado atracos de película, secuestrado a los hacendados mas adinerados y repartido buena parte de sus réditos entre las gentes de a pié y los aborígenes tobas que le brindaban su apoyo. Se había burlado de una emboscada tendida por la policía en la zona de La Verde, donde eludió a mas de mil oficiales…

Hasta que finalmente un primero de diciembre de 1967, justo hace cuarenta años, este heredero del linaje de Mate Cocido, cayó en Pampa Bandera. Iba en camino a Machagai a robar el banco de esa localidad. La muerte lo estaba esperando. Él y su inseparable ladero Vicente Gaúna, como dice la letra de Valles, ya no están… ¿Ya no están?.

www.momarandu.com

El flamante jefe de la policía provincial, capitán (RE) Aurelio Acuña, se puso a la cabeza de una movilización sin antecedentes: ochocientos policías bien armados y con perros salieron en persecución de los fugitivos; cortaron caminos, tomaron poblados, rastrillaron picadas y pajonales. Luego de cobrar el rescate de Persoglia, fueron localizados en General Obligado. El pequeño ejército se dirigió prontamente hacia ese lugar. Velázquez y Gauna emboscaron a una de las patrullas y dieron muerte al agente Juan Ramón Mieres, pero quedaron rodeados durante quince días por el cerco policial. Sin embargo, el terreno cubierto era demasiado amplio y desconocido para las patrullas; otra vez el "payé" de los esteros metió la cola y Velázquez y Gauna consiguieron infiltrarse entre las líneas de sus perseguidores, dirigiéndose hacia el norte, el terreno que mejor conocían, hacia Makallé, La Verde, La Escondida y Lapachito donde sostuvieron un nuevo tiroteo.
El 8 de julio el Poder Ejecutivo destinó 99 millones de pesos a la provincia para equipar a la policía. Era tarde: Velázquez y Gauna habían ganado el monte y se movían entre los suyos. El 16 de julio. La Razón titulaba: "Mediante ayuda, los delincuentes Velázquez y Gauna habrían eludido el cerco policial". La operación mas grande de la policía del Chaco había fracasado y se disolvió vergonzosamente en la espesura de los esteros. Pero la historia de los fugitivos se aproximaba a su fin.

El puente de la traición

Tras la "Operación Fracaso", como la bautizaron los paisanos, Velázquez y Gauna se instalaron en Quitilipi, cerca de una reserva toba cuya población los alimentaba y protegía. Desde allí comenzaron a preparar el asalto a la sucursal del Banco de la Nación en la localidad, de Machagai. Esta vez la policía se les adelantó; detectaron posibles contactos y convencieron a dos de ellos, una maestra y el cartero, para que entregasen a los fugitivos. Como explicaría pomposamente el capitán Acuña "el procedimiento final con los resultados ya conocidos no fue, en absoluto, producto de improvisaciones o de la casualidad, sino la consecuencia lógica de un plan elaborado con inteligencia".

La maestra, Leonor Marinovich de Cejas, de 40 años, dijo que había decidido capturar a Velázquez para cobrar la recompensa junto con el cartero Ruperto Aguilar. Los pobladores de Machagai aseguraban que no había sido así, que la maestra era amiga de Velázquez desde mucho tiempo atrás y había colaborado con él en otras ocasiones. "Isidro nunca hubiera confiado en una desconocida" decían y aseguraban que su traición obedeció a la presión policial.
Al anochecer del primero de diciembre de 1967, la señora de Cejas y Ruperto Aguilar debían trasladar en el Fiat 1500 de la maestra a Velázquez y Gauna desde Quitilipi hasta Machagai. Velázquez se ató un pañuelo a cuadros en el cuello, se calzó un cinturón con balas y salió en paz con su winchester y una 38. Al llegar al puente de Pampa Bandera la maestra simuló un desperfecto y detuvo el auto. Así lo había convenido con la policía. Treinta hombres, entre los que también había civiles armados hasta los dientes, aguardaban emboscados junto al camino.

El cartero y la maestra bajaron del auto y se desató un tiroteo infernal, más de quinientos balazos cruzaron el aire en pocos minutos.Gauna alcanzó a herir a Aguilar en una pierna y cayó fulminado. Pero Isidro ofreció resistencia con su winchester. Hirió al cabo Santos Medina, se tiró del auto y se abrió camino a tiros casi trescientos metros en dirección al monte. La oscuridad cubrió al fugitivo, sus cazadores, desesperados, iluminaron el lugar con los faros de sus autos y vieron a Isidro empuñando su carabina, herido en una pierna y en un hombro y a punto de alcanzar la arboleda. Isidro dio vuelta la cara, deslumbrado, y cayó atravesado por la descarga cerrada de sus perseguidores.

El capitán Acuña proclamó su victoria; el primero de diciembre fue declarado día de la policía del Chaco y el automóvil fue acondicionado como monumento provincial. Pero la población humilde lloró la muerte de Velázquez. Hombres y mujeres peregrinaron hasta el árbol junto al cual había caído y también marcharon hasta su tumba en Machagai donde depositaron ofrendas.

Las autoridades decidieron entonces quemar el árbol y borrar las señas de la tumba. El chámame lo registra: "sin una vela encendida, sin una flor a su lado, sin una cruz en la tierra, hay dos sueños sepultados"; aún así son muchos los paisanos que todavía hoy conservan como reliquias astillas del árbol de Pampa Bandera y las tumbas NN de Machagai son hasta hoy objeto del culto popular. El chámame de Oscar Valles recorrió todo el país: "La muerte apagó la risa del sol que ardiente duerme en el Chaco, porque Machagai se ha vuelto un llanto triste de sangre y barro".

El gobierno de Onganía prohibió el chamamé. En ese momento el sociólogo Roberto Carri se sentaba a escribir su libro, sin pensar que diez años más tarde, en 1977, mientras un ciego volvía a cantar "El último sapucay", sería secuestrado convirtiéndose en un desaparecido más de la dictadura.
Otros diez años después, en 1987, el ciego sigue cantando en Ramos Mejía mientras Los Ivoty, el conjunto chamamecero más popular, difunde otra canción dedicada a Isidro Velázquez, "El puente de la traición". La maestra perdió su automóvil y jamás pudo cobrar la recompensa, el cartero fue detenido en 1982 por comandar una banda que robaba ruedas de auxilio a los camioneros. Hoy, en las bailantas del Litoral y de Buenos Aires, cuando se canta "Vibra la selva chaqueña bajo el clamor de un valiente, que va cayendo doliente gritando su rebelión" brota el sapucay de los bailarines.. Un grito que puede ser de guerra, de vida o muerte, de tristeza o alegría, o de todo eso al mismo tiempo.



Isidro Velázquez, película completa


Los vengadores

Por Jorge L. Devincenzi

El 1° de diciembre de 1967 fueron abatidos en un amplio operativo desplegado por la Policía Federal, dos peligrosos delincuentes: Isidro Velázquez y Vicente Gauna. Sucedió en Machagai, Chaco, en el nordeste argentino, a la vera de la ruta 16, en una zona de obrajes madereros y algodonales, junto al Impenetrable. Pudo haber sido otro compás de la eterna contradanza de policías y ladrones, pero algo lo diferenciaba: a Velázquez se le atribuían cualidades sobrehumanas que infinidad de testigos jurarían haber constatado. En sus correrías solía tener el apoyo de la población más humilde, y sus víctimas eran personajes odiados por su condición social y económica.

Velázquez recompensaba monetariamente esa solidaridad, y eso fue interpretado por algunos como una suerte de redistribución violenta de la riqueza, la de un Robin Hood del siglo XX.

Su captura se había convertido en una obsesión para Guillermo Borda, entonces ministro de Interior, y para la Sociedad Rural del Chaco, que puso precio a su cabeza: dos millones de pesos para acabar con los secuestros de ganaderos y consignatarios, los robos a mano armada y los asaltos a bancos y acopiadores de cereales. Sin embargo, no se sabe de que haya existido alguna delación, o dato confidencial, tendientes a cobrar la recompensa.

Velázquez parecía conocer todos los secretos, aparecía tan sorpresivamente como se esfumaba y había adquirido cierto dominio sobre las mentes de los milicos de la policía provincial.

El objetivo del gobierno es político: terminar con el apoyo y la protección que recibía de la gente del lugar, cuando la doctrina de la seguridad nacional señalaba el peligro de que hubiera grupos armados disimulados entre la población.

Comenta el diario La Razón del 3 de diciembre de 1967: "el halo de leyenda que rodeaba a estos salteadores de la selva, como a los bandoleros de todos los países y de todas las épocas, los hacía acreedores del afecto y la simpatía de las poblaciones campesinas, que en no pocas oportunidades recibieron los beneficios de sus manos, sobre todo entre la gente más pobre. La gente de campo los ampara en su vida errante, de eternos prófugos de la justicia, los ayuda en la procura de abastecimientos y en oportunida-des los oculta o les facilita los medios para ocultarse".

Ángel Persoglia, uno de los productores rurales raptado a principios de ese año, declaró que le había sorprendido "la corrección del bandolero", agregando: "se despidió de mí diciendo que ya era tarde para cambiar de vida".

"Vivo o Muerto", señalaban los carteles pegados en todo el territorio chaqueño por el gobierno, y que solían amanecer arrancados o enchastrados con leyendas tales como: "Isidro Velázquez no se entrega-rá".

Quién fue


Isidro Velázquez


Claudio Velázquez

Las primeras noticias sobre Velázquez son de enero de 1952, por el hurto de unas rejas de arado. Los hermanos Isidro y Claudio Velázquez se defendieron argumentando que el dueño, un tal Cuéllar, les debía dinero y ellos habían pretendido cobrarse de esa manera. Fue inútil: se los detuvo y envió a Resis-tencia.

En mayo, Isidro quedó en libertad pero a Claudio le comprobaron otras raterías y lo condenaron a cuatro años de reclusión.

Luego Isidro se radicó en Colonia Elisa, donde obtuvo un lote de terreno para cultivar algodón y, casoriado, tuvo cuatro hijas. Con ellas, y miembro de la cooperadora escolar del único establecimiento primario del pueblo, no parecía candidato a un destino relevante.

Un año mayor que Claudio, los hermanos eran dos paisanos delgados, de estatura mediana, nacidos en Corrientes del matrimonio de Feliciano Velázquez y Tomasa Ortiz, que habían emigrado al Chaco en busca de trabajo. Radicados en La Verde, se dedicaron a changuear en obrajes y algodonales. Los chicos se hicieron baqueanos del monte donde solían marisquear, esto es, vivir de la caza de animales silvestres: corzuelas, liebres, gallinetas, nutrias, carpinchos, etc., costumbre ancestral de la zona que aún se conserva.

Cuando volvió Claudio después de purgar la condena, los vecinos recuerdan que la policía comenzó a acosarlos, acusándolos de todos los delitos que se cometían en la zona.

A Claudio le gustaba el juego y, no obstante tener mujer e hijos, su presencia era habitual de las bailantas y prostíbulos de la zona, donde se lucía compadreando con un poncho colorado.

En 1958, Isidro fue procesado por marisquear en el campo de un vecino. Al ser detenido la policía maltrata a su madre.

Es acusado de un hurto menor en el 61, y en el interrogatorio en la comisaría de Colonia Elisa sufre una violenta paliza. En un descuido, logra fugarse, y junto a su hermano, se interna en el monte.

Los testigos de la huída sostienen que Isidro repite que está decidido a no dejarse prender nuevamente.

En 1962 se los identificó robando un almacén en Lapachito: el propietario se resistió y mataron al hijo del dueño y a un vecino.

Cometieron otras fechorías por la zona y aunque se enfrentaron a tiros con la policía, no pudieron ser detenidos.

Claudio era desafiante

En mayo de 1963 llega a un almacén en Costa Gaycurú acompañado por un muchacho. Después de asaltar al dueño del boliche, ambos se quedan a beber, y ya picados por la ginebra, dan gritos desafiando a la policía. Dos agentes logran sorprenderlo -Claudio estaba escuchando radio en el local, completamente borracho- y los bajan a tiros.

Al principio se creyó que los muertos eran los dos Velázquez, una noticia impactante para los vecinos, pero luego la investigación policial constató que el acompañante de Claudio era un tal Vega, otro proscrito de Colonia Elisa.

Isidro se esfumó después de la caída de Claudio, y algunos sostienen que está escondido en Formosa. Reaparecería luego en la banda del Chiflón Gauna. No se sabe que tras huir al monte se haya preocupado por el bienestar de su familia.


Leonor Marianovich de Cejas: El silencio tuvo voz

A 40 años de la emboscada a Isidro Velázquez y Vicente Gauna

Por Pedro Jorge Solans
Foto: Santiago Solans

Ya no es la rubia atractiva que bajaba del Fiat 1500, color magenta, agujereado como un colador, aquella noche cálida del viernes 1º de diciembre de 1967.
Los cadáveres de Isidro Velázquez y Vicente Gaúna eran manguereados en el patio de la comisaría de Quitilipi y los vecinos que se habían reunido en torno a un asado social en las ruinas del club Caupolicán, a metros de la plaza San Martín, salían despavoridos hacia la comisaría. Estaban los que iban llorándolo por dentro y los que iban a ver si era cierto la muerte de «los enemigos del sistema». Habían caído.
La rubia llegaba del cruce a Pampa Bandera al mando del Fiat remolcado por un móvil policial. De jeans, con pañuelo en la cabeza y la sensación de efímera heroina triste. Rodeada de policías, en aquel momento era la pieza clave, aunque ya intuía femeninamente las consecuencias de la traición forzada. Esa traición que se vislumbraba en la mirada del represor Wenceslao Ceniquel.
Ya no es la rubia que esperaba ansiosa la recompensa de 2.000.000 de pesos y un automóvil nuevo, cero kilómetro, que ofreció la policía y las fuerzas vivas chaqueñas atemorizadas, jaqueadas, por los rebeldes primitivos o bandidos rurales.
La rubia los había conocido a través de su marido, -el empleado de Correo-, Alberto Cejas, y éste los conoció por medio de su compañero de trabajo, Ruperto Aguilar.
La propuesta de seguir con Velázquez y Gaúna fue motivo de largas charlas internas del matrimonio y también con Aguilar. Los Cejas se jugaban la vida con tal de salir del estancamiento económico que le ofertaba un Chaco sufrido, y la asfixia en cuotas que vivía la sociedad empujó a ser parte de la rebeldía de hombres atorados por la autoridad pública que le habían marcado las cartas del mazo al destino.
De ese destino que también desarraigaría a los Cejas cambiándole la vida con un destierro involuntario.
Isidro Velázquez pagaba a sus colaboradores por los servicios prestados.
Tras los secuestros de los estancieros, Giussano y Angel Persoglia, tanto el matromonio Cejas como Aguilar cobraron jugosos rescates.
Precisamente, Persoglia de 80 años dio la primera pista para acorralar a los colaboradores de Machagai. La policía logró marcar los billetes de varios comerciantes de la zona, entre ellos, al viajante quitilipense, Francisco Macías, que sin saber compartió un asado con ellos en Pampa del Indio. Eran comerciantes que podían ser víctimas de los próximos asaltos durante aquellos meses, todos sospechaban que estaban cerca.
Efectivamente, estaban en Quitilipi y solían cenar en la fonda de Ferrer sobre calle Mendoza frente a la comisaría.
Para pagar los servicios de los Cejas y Aguilar, Isidro Velázquez y Vicente Gauna asaltaron a uno de esos comerciantes que tenían billetes marcados y, luego, lo descubrieron en poder de Aguilar. Con esa información la policía obligó a éste a colaborar y a posteriori cayó el matrimonio Cejas en manos de la policía.
Todos fueron llevados a Resistencia y torturados por jefes policiales como los comisarios Ceniquel y Pujol, y el jefe de la policía, capitán, (RE), Aurelio Acuña, quien atormentó a los Cejas clavándoles las manos con una lena o pincha-papel.
Luego de los tormentos, le prometieron sus respectivas libertades, un automóvil cero kilómetro, la recompensa y el traslado a ambos a cualquier lugar del país manteniendo sus respectivos trabajos en el Correo y en la docencia.

Leonor, la pieza clave

 
León Gieco - Bandidos rurales

La policía ya había fracasado en un operativo que movilizó a 800 efectivos para cazarlos. No querían volver a quedar mal ante la oligarquía chaqueña.
No tenían cómo justificar otro fracaso.
Proyectaron el operativo silencio y en ausencia de Cejas, utilizaron a Leonor.
Ya no es aquella rubia colaboradora de la policía que cenaba en la vereda de la fonda de Ferrer en Quilitipi, que se reía cuando entraban los efectivos policiales a buscar comida y recibía el correcto -tengan buen provecho.
-Gracias; respondía ella. Velázquez inclinaba apenas su cabeza y Gaúna seguía inmutable. Se ocultaban en el monte, por Quitilipi, cerca de la Colonia de Aborígenes, donde recibían ayuda.
Tras varias reuniones con los Cejas, el operativo Silencio fue preparado para el viernes 1 de Diciembre de 1967.
Al caer la noche, decenas de policías se instalaron debajo de un puente en la ruta provincial 9 esperando el paso del vehículo conducido por la esposa de Cejas, acompañada de Aguilar, que llevaba cómodamente en el asiento trasero a Velázquez y a su compañero Gauna.
Leonor mediante un dispositivo colocado en el vehículo, cortó la corriente del mismo, simulando un desperfecto mecánico.
Velázquez bajó con ella y le puso el revólver en la sien y como si intuyera algo le dijo; Si me traicionás, te mato.
Leonor simuló sentirse ofendida, y le respondió; ¿Cómo creés eso?.
Arregló nerviosa el desperfecto, se subieron al fiat 1500 y siguieron camino.
Al llegar al puente del cruce rumbo a Pampa Bandera, la mujer volvió a bajar. Pero esta vez bajó corriendo del vehículo, a los tropiezos, con
Aguilar siguiéndole desbocado las pisadas.
Isidro Velázquez se dio cuenta y gritó:
-¡Caimos!
Gauna es acribillado en el asiento trasero. No le dieron tiempo a moverse.
Velázquez alcanzó a abrir la puerta y herido, sangrando, corrió en zig zag, y a los tumbos llegó hasta una arboleda donde pretendió esconderse.
Creyendo estar a salvo lanzó un heroico e interminable sapucay justo debajo de un árbol donde estaba apostado un policía. La balacera no tardó en llegar. Fue su muerte.
La vigilancia sobre los colaboradores siguió y se mezcló confusamente con las manifestaciones de ira de quienes cubrían a Velázquez y Gauna.
Los policías estaban orgullosos, se creían cazadores de pumas o algún otro animal salvaje, y se les inflaba el pecho al mostrar las fotografías junto a los cadáveres. Estaban seguros de que habían hecho una buena cacería.
«Isidro tenía la inteligencia de un zorro y la rapidez de un guazuncho (ciervo) -comentó el comisario Pujol, pero su limitado horizonte, lo indujo a menospreciar a sus perseguidores».

Ya no es aquella rubia...

Ya no es la rubia atractiva que bajaba del Fiat 1500, color magenta, agujereado como un colador, aquella noche cálida del viernes 1º de diciembre de 1967.
Con sus largos setenta años no quiere ni escuchar el tema. «Es parte de mi pasado que lo borré de cuajo», señala a sus allegados, cuando hacen gestiones para que aborde el tema.
Llegó a las sierras de Córdoba en los primeros años de 1968 con su Fiat 1500 reparado. Se afincó con su marido e hijos en Villa Carlos Paz, pero una turbulencia de amenazas que venían del Chaco, sin origen preciso, provocó que los Cejas se trasladaran a Cosquín.
Allí, entre festivales y con el correr del río, recostada sobre el barrio Remembranza, aquella rubia, hoy, es una docente jubilada con grietas maquilladas de olvido, de miedo, de negación.
A veces la luna coscoína alumbra su sonrisa frente a un óleo de su hija, pero enseguida, la mansedumbre del Valle de Punilla, va por ella, la cubre, la ayuda; aunque sea, para que la mochila de su destino no le pese tanto.

Fuente: www.eldiariodecarlospaz.com (2007)


Vicente Gauna

La ruta 16 es una recta paralela a las vías del hoy abandonado F.C. Belgrano, el de trocha angosta, que atraviesa en dirección sudeste-nordeste el Chaco desde Resistencia hasta las zonas boscosas de Salta y el río Juramento, rasando el extremo norte de Santiago del Estero.

El camino fue abierto por las avanzadas militares dirigidas por el subcomandante Fontana, que a principios del siglo XX pacificaron a los pueblos indígenas, estableciendo allí la frontera agropecuaria. Detrás de Fontana llegó el sistema de producción capitalista: obrajes madereros, caña de azúcar y refinerías, algodonales. En 1964 se producen a lo largo de la ruta varios hechos delictivos caracterizados por una violencia excesiva.

Bandidos rurales

León Gieco

Bandidos rurales dificil de atraparles,
jinetes rebeldes por vientos salvajes...
igual que alambrar estrellas en tierra de nadie


Nacido en Santa Fe en 1894,
cerca de Cañada, de inmigrantes italianos
Juan Bautista lo llamaron, de apellido Vairoletto
Bailarín sagaz, desafiante y mujeriego
Winchester en el recado, dos armas cortas también,
un cuchillo atrás y un caballo alazán
Raya al medio con pañuelo, tatuaje en la piel,
quedó fuera de la ley, quedó fuera de la ley

Se enamoró de una mujer que pretendía un policía
lo golpeó, lo puso preso un tal Farach Elías
Andate de Castex le dijo, aquí tenemos leyes
Corría el año 1919
Antes de irse, fue al boliche a verlo al fulano
Con un 450 belga, revólver en mano
Le agujereó el cuello y lo dejo tirado ahí
Ahora sí fuera de la ley, ahora sí fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

Por el mismo tiempo hubo otro bandolero
Por hurtos y vagancia, 19 veces preso
Al penal de Resistencia lo extradita el Paraguay
Allí conoce a Zamacola y Rossi por el 26
1897 en Monteros, Tucumán,
el día 3 de marzo lo dan por bien nacido
Segundo David Peralta, alias Mate Cosido,
también fuera de la ley, también fuera de la ley

Entre Campo Largo y Pampa del Infierno
el pagador de Bunge y Born le da 6000 por no ser muerto
Gran asalto al tren del Chaco, monte de Saenz Peña,
Anderson y Clayton firma algodonera
45.000 a Dreyfus le sacaron sin violencia
El gerente Ward de Quebrachales 13.000 le entrega
Secuestro a Negroni, Garbarini y Berzon
Resistió fuera de la ley, resistió fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

Vairoletto cae en Colonia San Pedro de Atuel,
el ultimo balazo se lo pega él
El Ñato Vicente Gascón, gallego de 62,
con su vida en Pico pagó aquella traición
Sol, arena y soledad, cementerio de Alvear,
en su tumba hay flores, velas y placas de metal
El ultimo romántico lo llora Telma, su mujer,
muere fuera de la ley, muere fuera de la ley

No sabrán de mí, no entregaré mi cuerpo herido,
Quitilipi, Machagay, ¿donde está Mate Cosido?
Corría el 36 y lo quieren vivo o muerto
2.000 de recompensa, se callan los hacheros
Logró romper el cerco de un tal Cáceres torturador
de Gendarmería que tenía información
Herminia y Ramona dudan que lo hayan matado
a éste fuera de la ley, a éste fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

En un lugar neutral, creo que por Buenos Aires,
se conocen dos hermanos de este barro, de esta sangre,
y dejan un pedazo del pasado aquí sellado
y deciden golpear al que se roba el quebrachal
Por eso las dos bandas cerquita de Cote Lai
mataron a un tal Mieres, mayordomo de La Forestal
Se rompió el silencio en balas, robo que no pudo ser
Dos fuera de la ley, dos fuera de la ley

Martina Chapanai, bandolera de San Juan,
Juan Cuello, Juan Moreira, Gato Moro y Brunel,
El Tigre de Quequén, Guayama el Manco Frías,
Barrientos y Velázquez, Cardoso y Cubillas,
Gaucho Gil, José Dolores, Gaucho Lega y Alarcón,
bandidos populares de leyenda y corazón
Queridos por anarcos, pobres y pupilas de burdel
Todos fuera de la ley, todos fuera de la ley

Bandidos rurales, difícil de atraparles
Jinetes rebeldes por vientos salvajes
Bandidos populares, difícil de atraparles
Igual que alambrar estrellas en tierra de nadie

Según la investigación de la policía provincial, sus protagonistas son cuatro o cinco sujetos dirigidos por Juan Vicente Gauna, alias "Chiflón", un correntino nacido en Empedrado en enero del 42. Es notable la ferocidad con que actúan, rematando a balazos a sus víctimas aun después de haber obtenido el botín que pretendían.

Un viajante de comercio que hace el circuito Resistencia - Charata recibe dos balazos en la cabeza a cambio de unos pesos.

Años más tarde, cuando los hechos se suelden y confundan con la leyenda, se intentará oponer a ambos protagonistas: Gauna es cruel e inflexible, y no elige sus víctimas, que pueden ser tanto pobres hacheros como hacendados.

Velázquez, en cambio, es un hombre común arrastrado fuera de la ley por alguna injusticia pasada, y lucha en desventaja contra su destino. Al contrario de Gauna, sólo roba a gente adinerada y paga generosamente el poder moverse con libertad entre el pobrerío.

Algunos han exagerado esta cualidad de robar a los ricos para repartir entre los pobres.

Lo cierto es que Isidro no realizaba ningún proselitismo o reivindicación: sólo pagaba protección, y lo hacía con generosidad.

Gauna y Velázquez

Viejos militantes de la Resistencia Peronista relatan que Gauna tuvo tratos con Carlos Caride, un miembro de la FAP y luego de Montoneros, que caería en un enfrentamiento armado durante la década del 70.

Protagonista de hechos resonantes que le conferían, a los ojos de la juventud de entonces, un perfil de héroe, Caride era conocido por ser un partidario de la lucha armada, un "fierrero" que se entrevistó con Gauna por algún contrabando de armas desde el Paraguay, para planificar en conjunto algún secuestro resonante, o lo que es menos probable, intentado comprometerlo en la fantasía de abrir un foco guerrillero en el Chaco.

A fines de 1964, son secuestrados en Zapallar Carlos y Gabino Zimermann, productores forestales de General San Martín.

Ya para entonces, Isidro era conocido como "El Vengador" por los vecinos, quienes celebraron su vuelta: la carta donde se exige rescate por los Zimermann lleva su firma, Isidro Velázquez.

En la fantasía popular, algunos dicen que no es Isidro sino Claudio, o su alma en pena; otros, que está vengando al pueblo por sus desventuras.

Con el secuestro de los Zimermann se inicia el accionar conjunto de Gauna y Velázquez. Pero hay dos cambios: el primero se convierte en líder del grupo, y ya no se ataca a los pobres.

Otros hechos que se les atribuyen: en 1966, asalto en La Verde. Asalto en Laguna Blanca, donde muere el dueño del comercio mayorista, un tal Panzardi.

Un comisario provincial comentará años después: "Velázquez, con segundo grado aprobado, tenía la rapidez de un guazuncho y la inteligencia de un zorro".

Gobierna el Chaco en ese entonces el escribano Deolindo Felipe Bitel, y al país el médico Arturo Illia, cordobés nacido en Pergamino, que había llegado a la Casa Rosada con el 25% de los votos y la proscripción del peronismo.

Mas tarde senador y candidato a vicepresidente, Bitel pertenecía a esa corriente conservadora, muy arraigada en las provincias argentinas de economía agraria, denominada "neoperonismo", y que combina patrones de estancia, dueños de vidas y hacienda y folklore justicialista.

El Chaco es una provincia extremadamente pobre, cuya producción se limita hoy -y en ese entonces- casi exclusivamente al cultivo del algodón, soja, y la explotación forestal, esta última en franca retirada. Según cifras oficiales del Indec, el 51,7% de la población del nordeste argentino (2 millones de personas) vive actualmente con menos de 120 pesos mensuales. Para la CTA, la pobreza es mayor.

Velázquez menospreciaba a sus perseguidores

Solía enviar mensajes humorísticos a la policía y en unos cuadernos les hacía dibujos, como los de las historietas. En uno de ellos se burlaba del jefe policial que pedía refuerzos a un teniente coronel para prenderlos; y en otro escribía con una trabajosa letra de imprenta acerca del ofrecimiento de ayuda de algunos policías de Corrientes: "Acéptenles, para que engorden los mosquitos chaqueños. Nosotros no peligramos ni aunque se vengan todos los correntinos".

Llevaba encima varios de esos cuadernos ilustrados cuando la policía lo abatió, años después.

También asaltan la casa del intendente de Laguna Limpia y luego de robarle, lo matan.

Una patrulla de la policía provincial -que ya tiene 800 efectivos afectados a la búsqueda- sale a perseguirlos por el monte. Los rodean en la zona de General Obligado, cerca de Cote Lai. El agente Juan Ra-món Mierez le apunta a Isidro con su arma pero antes que pueda gatillar, recibe un tiro en el pecho y cae muerto.

Ahora firman sus pedidos de rescate como "Velázquez y Gauna, los vengadores". Revista Gente n° 111, del 7 de septiembre de 1967, entrevista a un policía provincial:

- ¿Cree que lo van a apresar a Velázquez?

- No. Es imposible. Él tiene el payé, y estoy seguro que por más que le tiremos, las balas no le van a entrar. Ustedes saben que el agente Mierez vació su pistola y no hubo caso. Después Velázquez, con un solo disparo, le atravesó el corazón.

- ¿Si se encuentra frente a frente con los bandoleros, que hace?

- Por más que quisiera hacer algo, no podría, pues él nos paraliza con sólo mirarnos.

Por la coincidencia de que también se llamara Mierez un capataz de La Forestal que abatieron las bandas de Mate Cosido y Juan Vairoletto en la década del 30, crece una corriente de simpatía religiosa entre el pueblo, el payé, la protección divina, y los uniformados provinciales no escapan a esa influencia. Un anciano de Resistencia lo explicó así: "ese Gauna es el mismo que las tropas nacionales degollaron en 1906".

Cacería

En quechua, Chaco significa "tierra de cacería", y así se la denominaba en la época del dominio incaico. Según cuenta Gracilaso de la Vega, el Inca dirigía personalmente una gran batida anual con miles de soldados y cazadores a través de una zona fitogeográfica de más de 675.000 km² que abarca las actuales provincias argentinas de Santa Fe, Salta, Formosa, Chaco y Santiago del Estero, sur de la república del Paraguay y este de Bolivia.

El Imperio se abastecía de pieles, lanas y carnes y reafirmaba cada año su dominio sobre los pueblos seminómadas de la región: abipones, mocovíes, chulupíes, guaycurús, chorotes, tobas, pilagá, vilelas y matacos. No siempre alcanzaría esa meta, como lo comprobarán los mismos españoles más tarde: Juan de Ayolas murió a manos de una partida belicosa del pueblo carcará.

En la rigurosa estratificación social incaica, la lana de llama se distribuía entre el pueblo; las de alpaca y vicuña, más suaves, se reservaban para la familia real. De aquel gran bosque sólo quedan hoy algunos retazos cuadriculados por algodonales, establecimientos madereros, desiertos y vinales.

La mayor parte de la selva fue comida por la explotación irracional de la madera: para el carbón que alimentaba los ferrocarriles ingleses y el tanino con el que se curtían los cueros argentinos.

El principal enemigo del poblador chaqueño es el vinal, el impenetrable, el avance irresistible de la selva. El gobierno argentino continuó la tradición de la cacería: primero contra los pueblos aborígenes, a quie-nes diezmó por exterminio y enfermedad. Después fue la súper explotación de los obrajes.

Ahora persiguen a Isidro Velázquez.

Diario La Nación del 4 de setiembre de 1968:

"En inspecciones efectuadas por funcionarios del gobierno a centros de trabajo instalados en la región del Chaco santiagueño, especialmente en establecimientos dedicados a la explotación de productos forestales, se han comprobado, según la información oficial suministrada al respecto, graves transgre-siones a normas legales que amparan la actividad del trabajador rural, particularmente en los tradiciona-les negocios surgidos durante el otrora auge de la industria taninera, vulgarmente conocidos con el nombre de proveedurías... Pese a la evolución alcanzada en este aspecto se advierten aún prácticas que se creían desterradas para siempre, que lesionan el patrimonio moral, espiritual y material del ser humano, puesto que algunas firmas siguen burlando impunemente disposiciones de la ley, pagando con vales el trabajo de sus obreros. Estos documentos que se entregan como pago al hachero, sólo pueden ser negociados en la misma firma que los emite, lo que significa que por las manos del trabajador jamás pasa dinero en efectivo alguno".

El Vengador

Gobierna el país un general llamado Juan Carlos Onganía, que acabó con la democracia proscriptiva en junio de 1966 e impuso algo peor. Los políticos, incluyendo el neoperonista Bitel, se han ido a su casa o colaboran con la administración militar que promete quedarse cien años.

Onganía llega disfrazado de dictador bananero sobre una carroza descubierta, arrastrada por cuatro caballos negros, a la inauguración de la exposición rural de 1966: se cree un ser providencial, especie que la historia argentina criará y reproducirá.

Muy lejos de Buenos Aires, un personaje hosco, arma en mano, ordena al borde de la ruta:

- ¡Vos quedate allí y avisá si viene algún camión!

El paisano obedece, lleno de miedo. Su servicio será generosamente pagado.

En una escena similar, el mismo personaje irrumpe de noche en un rancho.

- ¡Sírvanme comida -ordena- y prepárenme un lugar para dormir!

El puestero obedece. A la mañana siguiente, el desconocido se ha retirado sin saludar ni agradecer, dejando sobre la mesa un fajo de billetes, muchos más de los que el paisano haya imaginado nunca.

Ciertas o no, las anécdotas se repiten, multiplican y adornan con nuevos detalles.

Lo que conocieron a Isidro aseguran que llevaba siempre un pañuelo anudado en los cuatro vértices, y que el rectángulo de tela le señalaba con exactitud cuál era el rumbo de donde venía la partida policial.

Afirman también que, a punto de ser apresado, podía desaparecer o se convertía en animal.

Un agente de la policía provincial mencionó que estando a pocos metros de Velázquez, éste se desvaneció tras un matorral. Al transponerlo, el policía se encuentra con una vaca que, vuelta, lo miraba fijmente.

La policía rodea el lugar donde será entregado el bolso que contiene el rescate de los hacendados Giussano, pero al acercarse el bolso se ha esfumado.

Cuando se producen simultáneamente distintos asaltos a mano armada en localidades alejadas entre sí, todos les son atribuidos a la banda.

Dicen que lo paralizó al agente Ángel Pelozo, de la comisaría de La Verde, en el paraje Rancho Juana, cercano al pueblo de La Eduvigis. Fue poco después de las 10 de la mañana, en octubre de 1966: Pelozo había sido uno de sus más firmes perseguidores, y pagó con su vida.

En marzo de 1967 la mala suerte de la policía provincial se confirmó una vez más: el cabo Pedro Vence, de Quitilipi, volvía hacia Presidencia de la Plaza, luego de participar en un patrullaje en búsqueda de la banda.

Vence viajaba de favor en un camión que chocó violentamente contra otro vehículo detenido en la ruta, sin luces. El suboficial murió instantáneamente y el pueblo señaló en silencio: "Ha sido El Vengador".

Con la policía provincial paralizada, en el ministerio del Interior con sede en Buenos Aires se consideró que había llegado el momento de intervenir.

Se ordena al capitán Aurelio Acuña, del ejército, que viaje a Resistencia al frente de medio centenar de federales. Al llegar, Acuña pone en marcha el Operativo "Silencio", rebautizado por el pueblo chaqueño como operativo "Fracaso".

Dijo un camionero que alguna vez lo llevó por algunos kilómetros: "Velázquez era bueno y se confió, no debió confiar en gente de la ciudad".

La ametrallada

Según relata Hugo Chumbita, "Isidro se había relacionado con un cartero de Machagai, Ruperto Aguilar, y a través de él con otro empleado de correo, Alberto Cejas. Éste y su esposa Laura Marianovich, preceptora del colegio secundario, lo llevaron en su automóvil Fiat 1500 algunas veces y él les pagaba por sus servicios.

La policía había marcado la numeración del dinero del rescate de los últimos secuestros, lo cual permitió descubrir a Aguilar y obligarlo a colaborar. En ausencia de Cejas, indujeron también a su esposa a tender una trampa a los bandidos. Estos se escondían en el campo, por Quitilipi, cerca de una reserva toba de la que recibían ayuda. Todo se preparó para el 1 de diciembre de 1967. Al caer la noche, decenas de hombres armados esperaban bajo un pequeño puente de la ruta provincial 9 el paso del automóvil".

Algunos sostienen que la Marianovich tuvo con Isidro una relación sentimental. Ella lo negará siempre: explica que le tiene compasión, que lo entiende y que a veces lo ha refugiado.

La banda, entretanto, está planeando el golpe maestro: asaltar la sucursal del Banco Nación en Resistencia.

Con la complicidad de los medios de comunicación, el equipo policial que ha llegado de Buenos Aires informa sobre distintos atracos simultáneos en distintos pueblos, atribuidos todos a la banda de Velázquez y Gauna, buscando que el perseguido baje la guardia, que lo pierda su omnipotencia, de modo de usar la mitología popular en su contra.

Detenida por la Policía Federal, la maestra se resiste a hablar. Se le promete no ser juzgada como cómplice y sobre todo, le aseguran que se brindará al bandolero un juicio justo.

Pasan minutos, horas.

Ella termina cediendo (al fin y al cabo le han prometido que la vida de Velázquez será respetada), y confiesa qué camino tomarán desde la población toba hacia Resistencia, rumbo al edificio del Banco de la Nación Argentina.

Se puede conjeturar que, al escuchar los falsos informes trasmitidos por radio, Velázquez y Gauna deben haber creído que tenían allanada su ruta hacia el objetivo.

Se arma la emboscada "en el paraje Pampa Bandera, distrito Machagai...", como será escrito en el informe policial.

Cuatro de las cinco personas que viajan en el auto, incluyendo el propio Gauna, caen acribillados casi de inmediato.

Ambos bandos utilizan armas largas. Una treintena de policías gatillaron más de quinientas veces sus revólveres, fusiles y metralletas.

A pesar de todo, Velázquez logra abrir una de las puertas del vehículo y se interna unos metros en la picada del monte.

Quizás es presa de su propio mito: al volverse para gritar su sapukay, el grito de guerra de los guaraníes, una bala se le incrusta en la cabeza luego de cargarse al agente Medina.

Algunos sostienen que en su huída se ha topado con otro agente que, presa de miedo, se había bajado los pantalones para evacuar, y que Isidro literalmente choca con él.

¿A usted le parece, que un valiente caiga a manos de un cagón?- sostuvo un vecino.

Según cuenta Chumbita, "Aguilar conducía y detuvo el motor mediante un dispositivo instalado al efecto en el vehículo para cortar la electricidad, simulando un percance. La mujer bajó a ponerse a salvo, e Isidro se dio cuenta.

- ¡Caímos!- habría dicho.

Gauna fue acribillado en el asiento trasero.

Diario La Razón del 3 de diciembre de 1967:

"...Los efectivos policiales prepararon desde hace tiempo las diversas tramperas entre los sectores más populares de la población, precisamente donde los bandoleros gozaban de más simpatía y presti-gio".Revista Así, edición del 14 de diciembre de 1967: "Desde la época de Mate Cosido no se registraba un hecho policial de tanta repercusión popular en el Chaco. Por eso se explica que millares de personas desfilaran en Machagai, donde permanecieron ante los restos de ambos delincuentes, que terminaron siendo sepultados. Velázquez y Gauna cayeron en su ley, pero jugándose con arrojo cuando ya habían comprendido que el final estaba cercano". "La gente es ingrata, insidiosa y difícil de entender. Ahora que cazamos a Velázquez están en contra de la policía". (Declaraciones a la Revista Así, enero 1968, del comisario Pujol, jefe del operativo, en enero de 1968).

El diario porteño La Razón titula en primera plana el día siguiente del suceso: "LA MUERTE DE VELÁZQUEZ PROVOCÓ EN EL CHACO UN FORMIDABLE IMPACTO EMOCIONAL".

El árbol a cuyo pie cayó Isidro Velázquez se convirtió en centro de peregrinación de la gente humilde. El gobernador militar ordenó talarlo, reducirlo a astillas y quemar los restos.

A pesar de ello, el pueblo humilde no dejó de concurrir, llevando como amuleto un poco de ceniza. Ese polvillo negro se guarda con fervor religioso: alguna vez fue el árbol bajo cuya copa murió el héroe.

A pesar de la vigilancia en el lugar, aparecen flores y otros tributos en un pequeño nicho cercano al lugar donde corrió la sangre de los bandoleros.

También depositaban flores naturales o de plástico, y todo tipo de ofrendas sobre la tumba en el ce-menterio de Machagai.

El gobierno militar decidió sepultar el cuerpo en otro cementerio, quizás fuera de la provincia. Nunca se supo dónde.

Isidro Velázquez es un desaparecido

"Ya no está Isidro Velázquez / la brigada lo ha alcanzado / y junto a Vicente Gauna / hay dos sueños sepultados" ("El último sapukay", de Oscar Valles, chamamé cuya difusión fue prohibida durante la dictadura argentina de 1966-1973).

Ese mismo año se instituyó el 1° de diciembre como "Día de la policía provincial". Todavía se celebra.

Post scriptum

Las andanzas de Isidro Velázquez fueron cantadas en "El último sapukai", de Oscar Valles; "El puente de la traición", de Cardozo y Domínguez Agüero, "La ratonera", de Raúl Barboza; y "Bandidos rurales", de Gieco y Chumbita.

Los hechos fueron relatados por Roberto Carri en "Isidro Velázquez - Formas prerrevolucionarias de la violencia", Buenos Aires, Sudestada, 1968, con una segunda edición publicada recientemente por Colihue; y en Luis Bruschtein, "El fugitivo de Pampa Bandera. Historia de Isidro Velázquez" en Crisis n° 62, Buenos Aires, julio de 1988.

El bandolerismo social fue encarado por la literatura argentina en el tradicional Martín Fierro, y por Eduardo Gutiérrez en las biografías noveladas de Juan Moreira y Hormiga Negra.

También se atribuyen poderes sobrenaturales, curaciones y apariciones mágicas a otros delincuentes y perseguidos: los mendocinos Juan Francisco Cubillos y Juan Bautista Vairoletto; el sanjuanino José Dolo-res Córdoba: el tucumano Manco Bazán Frías; el correntino Francisco López; el catamarqueño Julián Baquisay; Antonio Mamerto Gil Núñez, el gauchito Gil; Aparicio Altamirano, Olegario Álvarez, "el gaucho Lega"; la sanjuanina Martina Chapanai; Juan Cuello; el Gato Moro; Brunel, el Tigre de Quequén; Santos Guayama; el tucumano Segundo David Peralta, alias Mate Cosido; el paraguayo Pelayo Alarcón, que actuó en Salta.

Leguizamón y Castilla le pusieron letra y música a una de esas vidas:

La noche que ande Argamonte / tiene que ser noche negra / por si lo vienen siguiendo / y le brillan las espuelas. / Argamonte por el monte / pasa despacio a caballo / los lazos de su memoria / al aire van cuatreriando. / El gaucho se anda escapando / no desensille / no vaya que andando el vino / me lo acuchillen.


Mate Cosido (Segundo David Peralta)

Ver también el folleto popular: Mate Cosido, por Pedro Pago (David Viñas)

[El apodo refiere a los puntos de sutura que debieron aplicarle a una herida en el cuero cabelludo, de allí lo de "Mate" -cabeza- "Cosido"]

Segundo David Peralta tenía una pequeña cicatriz en la cabeza que le dio su alias. Había nacido en Tucumán pero la parte más intensa de su vida ocurrió en el Chaco.

Trabajó en una imprenta, era culto y planificaba sus golpes al detalle. Se dedicó a robar a firmas como Bunge & Born, Dreyfus y La Forestal, empresas que aportaban grandes sumas de dinero a la Gendarmería para dar fin a sus correrías.

Mate Cosido, el bandido de los pobres, escribió algunas notas en la revista Ahora en las cuales justifica-ba sus robos, explicando que los verdaderos ladrones eran los que explotaban al trabajador y al suelo argentino. Su fama de ladrón con conciencia iba creciendo en Buenos Aires.

Igual que Vairoletto, sus problemas con la policía se acentuaron por culpa de una mujer: Mate Cosido tuvo una novia que también coquetaba con un agente y eso profundizó la inquina policial. Igual que a Vairoletto, un compinche lo vendió. Fue cuando ocurrió el famoso episodio de la estación Berthet, en 1939. Era el fin de su carrera: salió muy herido de la emboscada, pero logró escapar y se dejó envolver por el misterio. Su cadáver nunca apareció.

Según el historiador Hugo Chumbita, Vairoletto y Mate Cosido se conocieron en la Capital: fue en un prostíbulo de Barracas o en un templo masónico de San Telmo. Dos escenarios apropiados para el marco de una época que, no casualmente, tuvo en Arlt a uno de sus más agudos cronistas.


Mate Cosido, el bandido de los pobres

Por Ana Leguísamo Rameau

No piense que me estoy confundiendo. Cuando hablamos de mate cocido solemos referirnos a nuestra bebida típica de infusión pero el verbo “coser” nos advierte sobre otros detalles que se adaptan a las costuras. ¿Qué tienen que ver las costuras con respecto a nuestra sección biográfica? Tan simplemente explicarnos el origen del seudónimo que dio nombre al hombre que hoy nos referiremos.

David Segundo Peralta, alias Mate Cosido, nació en Tucumán, precisamente en la ciudad de Monteros pero transcurrió la mayor parte de su vida en el Chaco. Su profesión eran los robos, aunque no fue un tradicional ladrón de esos que acostumbramos a conocer pues era una especie de Robin Hood de su época.

Mate Cosido solía robar a los más poderosos para repartir sus ganancias a los más pobres. De allí que se ganara la simpatía de muchos ciudadanos, inclusive artistas que basaron sus obras en tales hechos del osado bandido de los pobres. León Gieco también lo reconoce en sus canciones y lo destaca como ejemplo de los más necesitados. Vale estacar que este “particular héroe” se auto bautizó con diferentes apodos para burlar las autoridades de la época. Se llamó Julio del Prado, Manuel Bertolatti, José Amaya y Julio Blanco Peralta, pero este hombre de tantos nombres, nunca utilizó la agresión para lograr sus objetivos de robo. Podríamos decir que fue un ladrón pacifico y bondadoso. ¿Bondadoso? Sí, Mate Cosido era un hombre muy querido por el pueblo. Inclusive se fundan historias donde se lo ve evitando enfrentamientos violentos, inclusive, para no dañar a la misma policía, sus viejos enemigos del ruedo.

Del Prado, Bertolatti, Amaya, Peralta o Mate Cosido era un caso especial en las páginas de la historia argentina del momento. Poseía humildad y educación, aquella misma que era mirada con respeto por todos los que lo seguían y lo observaban con admiración. Su generosidad no olvidaba a aquellos que lo ayudaban ya que, si en pleno robo, alguien le ofrecía su techo para el resguardo, éste lo pagaba muy bien con dinero. Era agradecido y tan querido que muchos lo invitaban a sus propias casas para charlar y rememorar andanzas de saqueos.


Mate Cosido

Nos importa ahora el porqué de su sobrenombre. Existen dos versiones. Primero se alude a una cicatriz que llevaba en su cabeza. La forma de dicha costura, según dicen, era una escara cosida muy desprolijamente sobre el cuero cabelludo. Se tejieron diferentes versiones. Algunas aludieron: “Tiene el mate cosido”. Otros argumentaron que la mamá de David Segundo llamaba a él y sus hermanos anunciando que la infusión estaba lista para tomar la merienda, entonces gritaba: “¡mate cosido... mate cosido... !”

El bandido de los pobres, escribió algunas notas en la revista Ahora en las cuales justificaba sus robos, explicando que los verdaderos ladrones eran los que explotaban al trabajador y al suelo argentino. Se camuflaba mil veces para despistar la autoridad policíaca. Se vestía de peón, de comerciante, de empleado común, o se ponía en la piel de cualquier obrero para llevar adelante su ardid. Era prolijo en sus asuntos y hasta llegó a robar Multinacionales que le reportaron importantes sumas de dinero. En su trabajo de ladrón, también transitó sendas con Juan Bautista Vairoletto a quien conoció en la Capital Federal en un prostíbulo de Barracas y con quien asaltó una fábrica importante de tanino. Según cuenta la historia, Vairoletto utilizó un método salvaje de asalto, que Mate Cosido no compartió y del cual resultó un hombre muerto. Debido a este proceder, el bandido de los pobres se perdió y jamás se supo más de él.

Mate Cosido se ocultó, precisamente a mediados de 1939, en la historia de la neblina. Se escabulló en los mitos y leyendas que nadie supo aclarar. La realidad se lo tragó pero su nombre, transformado en seudónimo, quedó aferrado a la memoria de los buenos que los recuerdan. Nadie justifica un robo pues robar es delito pero en la vida de Mate Cosido el verbo robar era sinónimo de ayuda. Robar para ayudar a los pobres que tanto lo respetaron o para justificar que el robo también se hace carne a través de aquellos poderosos que explotan a los más desposeídos.

* Juan Bautista Vairoletto. Este apellido se escribe también Bairoletto (“b”, be larga) pero documentos judiciales de la época dan cuenta de la “v” (ve corta) como expresión de su nombre.

Fuente: www.periodicodomine.com.ar


¿Con "s" o con "c"?

Epistolario I

Otro paréntesis ("no se sabe a ciencia cierta por qué le pusieron ese apodo..."), abrió una polémica en la sección "Cartas al Director" del diario de los Mitre que vale la pena transcribir. La primera carta, fechada el 17/11/02, dice: «Me he enterado por LA NACIÓN que se está filmando en Resistencia una película sobre el bandolero tucumano Segundo David Peralta, famoso por las historias que él y sus bandas protagonizaron en el entonces Territorio Nacional del Chaco en los años 30. Lo que me preocupa es que, según la crónica, dudan entre llamarlo "Mate Cocido" o "Mate Cosido". «Tengo ante mi vista los recortes de una serie de notas sobre aquel encuadernador devenido en bandido, publicadas por el desaparecido matutino El Sol, a partir del 12 de febrero de 1940, debidas al notable periodista Roberto Caminos y enviadas desde los mismos escenarios en los que transcurrieron las aventuras del bandolero, que no arrojan duda alguna de que a Peralta se lo llamaba "Mate Cocido", con "c" (y no con "s", por una presunta herida en su cabeza). Es más, las razones por las que así se lo conoció fueron éstas (y cito textualmente a Caminos): "Tiene su origen en la infusión que durante los años de cárcel ha saboreado como desayuno y merienda, y por la cual el ex encuadernador tiene una extraordinaria predilección". "Peralta -dice uno de sus compañeros de aquella época- podía quedarse sin comer, pero se enfermaba si le faltaba el mate cocido". «Daniel Della Costa «elreodelacortada@hotmail.com»

Epistolario II

Para usar una frase cara al lenguaje de los medios, la respuesta no se hizo esperar. Llegó el 21/11/02 y nada menos que desde los ámbitos académicos. Reza: "El tema planteado por el lector Daniel Della Costa (LA NACIÓN, 17-11), sobre el apodo del bandolero Peralta, tiene otro fundamento. "Amaro Villanueva, en su clásico libro El mate. El arte de cebar y su lenguaje (edición y prólogo de Félix Coluccio para Ediciones Nuevo Siglo, Buenos Aires, 1995), refiere los recursos artesanales de nuestros ingeniosos paisanos: «para salvar y mantener un mate curado, roto por accidente, fuese golpe o caída; se procede a la costura de la calabaza». Describe la operación de lo que se llamaba «mate cosido», y luego comenta: «De este singular tipo de mate derivó el apodo de Segundo David Peralta, aquel tucumano bandido que tanto dio que hacer a la gendarmería nacional en el Chaco. La crónica policial registró sus andanzas durante algún tiempo, llamándolo erróneamente 'Mate Cocido', y agrega que en enero de 1940 escribió un artículo en la revista Columna, dirigida por César Tiempo, en el que recordaba que en el prontuario de Peralta figura, entre sus señas particulares visibles: «cicatriz cortante oblicua interna, un centímetro, región frontal, lado derecho». "Poco después, Villanueva pudo leer en una crónica policial (LA NACIÓN, 11-4-1940), la siguiente rectificación del apodo: «La Gendarmería nacional destacada en el Chaco ha conseguido apresar a una de las bandas de delincuentes que, como la del conocido bandolero 'Mate Cosido' -el prontuario lo denominaba hasta ahora 'Mate Cocido'-, ha perpetrado numerosos salteamientos». "Jorge Enrique Martí "Asesor ad honorem del Rectorado de la Universidad Nacional de Entre Ríos "Eva Perón 24 "Concepción del Uruguay (ER)"

Epistolario III

Pero lo que ninguno de nosotros esperaba era el tenor de la tercera carta, del 26/11/02, donde la historia se hace carne (en todo sentido): «Dos cartas recientes, de los lectores Daniel Dalla [sic] Costa (17/11) y José Enrique Martí (21/11), se refieren al origen del apodo de Segundo David Peralta, alias Mate Cosido. «A quien le interese el tema, encontrará aquí la punta del ovillo. «Mi padre, Venancio B. Hadis, se graduó de médico en la UBA en diciembre de 1930, y entre 1931 y 1933 vivió en Villa Berthet, Territorio Nacional del Chaco, sus primeras experiencias profesionales. «Cierta madrugada de entonces, varios hombres golpearon con insistencia la puerta de la casa de mi padre. «Uno de ellos tenía un corte en la cabeza. "¡Rápido, doctor, que se desangra!" Los hizo pasar a su consultorio, limpió y cosió la herida, un largo tajo desde la frente hasta casi el occipital. «Por los rostros de sus visitantes, imaginó sus quehaceres, por lo que prefirió ignorar nombres y circunstancias. «A la mañana siguiente, el jefe de policía de Villa Ángela le informó a mi padre que en el bar cercano habían peleado "de a cuchillo, por unos naipes", y que el herido en el cuero cabelludo no era otro que "el bandolero Peralta". «Ing. Ricardo Hadis»

Hasta aquí, la realidad real. Que cada lector o lectora saque sus conclusiones.

En Revista de Divulgación - Grupo HISTORIA Y FICCIÓN - Facultad de Humanidades - Universidad Nacional de Mar del Plata - Argentina

http://www.bdp.org.ar/facultad/catedras/comsoc/redaccion1/unidades/2008/07/mate_cosido.php



El gauchito Gil. La sangre inocente (2006), una película de Tomás Larrinaga & Ricardo Becher (película completa)
 

El gauchito Antonio "Curuzú" Gil

Nos cuenta Félix Coluccio que el gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez, o Antonio Gil, o Curuzú Gil (Cruz en guaraní) tenía a mediados del siglo XIX, una banda que "despojaba de dinero a los ricos para dárselo a los pobres". La denominación "curuzú" significa cruz.

Se cree que nació en el departamento correntino de Mercedes (antes denominado Pay Ubre), en cuyo cementerio se encuentra su cuerpo; murió un 8 de enero de 1878.

Su mayor trascendencia transcurrió entre 1840 y 1860, época de caudillos y montoneras. Su vida está envuelta en mil enredos, se dice que fue peón explotado que se volvió matrero, también que actuó en la Guerra del Paraguay bajo las órdenes del General Madariaga, y que fue ejecutado por desertor.

Según contaba doña Anabel Miraflores, su madre Estrella Díaz de Miraflores, una rica estanciera, tuvo amoríos con Gil, y a la vez era pretendida por el comisario del pago. Esta situación, más el odio que le tenían los hermanos de la estanciera, hizo que el Curuzú huyera de Pay Ubre y se fuera a alistarse en la Guerra del Paraguay.

Los federales litoraleños, después de la caída de Rosas, se dividieron en Rojos (tradicionales de la divisa punzó o autonomistas) y Celestes (liberales), según cuentan las historias, Gil fue reclutado por los celestes del coronel Juan de la Cruz Salazar, y como el gauchito era netamente colorado, aprovechó un descuido y se dio a la fuga con el mestizo Ramiro Pardo y el criollo Francisco Gonçalvez; compañeros a los que el derrotero convirtió en cuatreros famosos. Sus compinches fueron muertos a tiros de trabuco y el gaucho fue detenido y llevado a Goya. A pesar de la intercesión del Coronel Velázquez, en el camino, fue colgado cabeza abajo desde un algarrobo (en camino a Goya, a unos 8 kilómetros de Mercedes) y degollado.

Aparentemente fue colgado de esa forma para evitar los supuestos poderes hipnóticos que tenía y para que no influyera el payé de San la Muerte que tenía colgado al cuello.

Su primer acto milagroso sucedió momentos antes de su muerte. El dijo a su futuro verdugo que una vez que le diera muerte, iba a ir a su casa y encontraría a su hijo muy enfermo, pero que si lo invocaba, sanaría. Una vez decapitado, el comandante llevó la cabeza en sus alforjas a Goya, y el verdugo no dejó el cuerpo a las alimañas, dándole sepultura. Este mismo sargento-verdugo al llegar a su casa vió que sucedía lo que dijo el gauchito, entonces, volvió al lugar de la ejecución y puso una cruz de espinillo (algunos dicen que de ñandubay); al poco tiempo la gente comenzó a visitar el algarrobo y la tumba, dejando exvotos y velas encendidas.

Los dueños del campo, de apellido Speroni, al ver el peligro que significaban las velas encendidas en el campo, hicieron trasladar la tumba al cementerio de Mercedes... pero al poco tiempo cayó gravemente enfermo con un mal que degeneró en locura, los médicos lo desahuciaron y él, en un momento de lucidez, prometió que si el gauchito lo sacaba de la cruel y desconocida enfermedad, le haría un monumento fúnebre... al momento curó y edificó un pequeño santuario de piedra que aún hoy se puede observar... de allí en más fueron varios lo milagros del gaucho y su culto se expandió por gran parte del terri-torio argentino. Actualmente compite cabeza a cabeza con otra creencia popular de magnitud: la Difunta Correa.


El Tigre de Quequén (Felipe Pascual Pacheco)

Realidad y fantasía se confunden en la vida del personaje de Gutiérrez. Hubo quien creyó que fue tan sólo una invención del folletinero porteño, luego plasmada -y popularizada- en un libro cuya portada muestra el grabado de un gaucho huyendo de la partida.

Pero lo cierto es que existió. Así lo demuestran los expendientes judiciales consultados de diversos par-tidos bonaerenses y, últimamente, en el archivo histórico de la ciudad de La Plata. Aunque, tal vez, una gran parte de su leyenda corresponda exclusivamente a la frondosa imaginación de Gutiérrez.

El comienzo de la vida errante y desordenada de Felipe Pacheco tiene características en común a la de tantos gauchos de la época: un pleito lo llevó a defender su hombría a punta de facón. Este fue el detonante de una serie de desencuentros con la justicia, donde, obviamente, la brutalidad de las autoridades cumplieron importante rol.

En el año 1866 se le inicia a Pacheco una causa criminal por una muerte hecha en el partido de la Lobería. Dice el escrito "que el criminal ha desaparecido y abandonado sus bienes y familia" (tenía 6 hijos). Fue detenido tiempo más tarde en Tres Arroyos y llevando a la cárcel de Dolores donde es condenado a 10 años de prisión. Al ser conducido a Buenos Aires, logra escapar del piquete que lo conducía.

Pacheco se reúne nuevamente con su familia y se establece en la estancia de un fuerte hacendado, A. Zubiarre (cerca de la actual ciudad de Necochea). Allí cuida su rodeo y algunas tropillas de su propiedad. Es conchabado como resero y recorre con este oficio varios partidos del centro sur de la provincia de Buenos Aires. A menudo; en pulperías o campamentos de troperos, debe responder-a rebencazos, como era de rigor- a las bravuconadas de paisanos provocadores o de simples pleiteros en busca de gloria. Cada "hazaña' de Pacheco -verificada o no- ;acrecentaba su fama de matrero. Fue tildado de ladino, pendenciero y malentretenido. Perseguido durante años y por el odio que le inspiraron los hombres, estableció su real en una cueva de las barrancas del río Quequén. Por su fiereza y habilidad, para salir airoso de cuanta celada le era preparada, fue apodado "el Tigre del Quequén". En diciembre de 1875, el comisario Luis Aldaz, rudo personaje de la campaña, en un descuido del "Tigre", consigue atraparlo en su propia guarida. Así terminaba su carrera de gaucho alzado.

Fue acusado, en la oportunidad, por el propio Aldaz, como "uno de esos criminales que solamente con su presencia aterroriza... autor de 14 asesinatos alevosos y de tener familia con sus propias hijas".

En realidad, sólo se le pudo imputar un asesinato y una fuga. Al mayúsculo cargo de incesto, el juez lo desechó de plano. También expresaba el Dr. Aguirre, que "de los demás crímenes atribuidos a Pacheco, no había ningún elemento para imputárselos". Sobreseía a éste y que "debía cumplir la sentencia en la Penitenciaría de Buenos Aires por el hecho de 1866". Lugar donde ingresó Felipe Pacheco en diciembre de 1876.


El Gaucho Lega (Olegario Alvarez)

El gaucho olegario alvarez, conocido como "Gaucho Lega", nació en Saladas en 1871. Preso y condenado por asesinato, logra evadirse de la Penitenciaria de la capital correntina en 1904. A partir de allí, integró una gavilla de matreros famosos en la región , junto al mentado Aparico Altamirano (otro "santo").

Convertido en gaucho matrero desde su temprana juventud, Olegario álvarez cosechó amores y odios.

La escritora Silvia Miguens narra la vida de este hombre que transitó un camino de rebeldía, signado por la violencia, y se hizo leyenda al amparo de la mitología correntina.

Cuando Nicolás Toledo y Paulina Álvarez engendraron a su hijo, el aire andaba enrarecido por el polvo que alzaban las tropas de Argentina, de Brasil y de Uruguay, que cabalgaban por los alrededores de Saladas, a 100 kilómetros de Mburucuyá, para embestir a las de Paraguay, durante la Guerra de la Triple Alianza. Nueve meses más tarde, corriendo ya el año 1871, el primer encantamiento de Olegario fueron los ojos de su madre. Tal vez por aquella primaria visión del mundo siempre se dio a conocer con el apellido materno, o puede que Nicolás Toledo no fuera más que uno de esos hombres de a caballo que van de paso. Para cuando Olegario nació, el aire no estaba enrarecido por las tropelías de las milicias. Inspiró profundo una oleada de heroísmo de esa tierra de héroes, y no sólo de los héroes que deambu-laban por la zona, pues también en Saladas había nacido el sargento Cabral, que en el combate de San Lorenzo salvó de la muerte al general San Martín, otro correntino de ley.

Muchos niños, igual que Olegario, fueron forjados por las narraciones de sus mayores, susurradas en torno al fogón de las mateadas nocturnas. Acunado por mitos y leyendas, a la vera de los espíritus errantes y de los entreveros con las tropas de Rosas, nació y creció Olegario Álvarez, quien muy pronto, en su juventud, se convirtió en el Gaucho Lega, o Leguita. Imposible permanecer ajeno a ese caudillismo que convertía al entorno en un corral de riñas. Inquinas y resquemores eran parte del paisaje. La trai-ción, la crueldad, los muertos devenidos en semidioses, mártires o delincuentes, según la corriente o la necesidad política. Muy de cerca le tocó ver un alzamiento en que la represión y el castigo fueron utili-zados como escarmiento, la Matanza de Saladas, en octubre de 1891, que culminó poco después cuan-do, con el fin de conciliar la paz, se decretó una amnistía. Por esos días Lega tenía 18 años, y supo de inmediato de qué manera el grupo político vencido pasaba de la amnistía al degüello. Y del degüello al mito. Al año de la matanza era sargento de policía, y pertenecía al Partido Colorado.

Olegario fue parte de esa clase social marginada y pueblerina, de activos militantes políticos que se ganaban continuas persecuciones que terminaban llevándolos al pillaje, para sobrevivir. Tal vez porque se rebeló contra el vasallaje de los señores feudales de la zona, esa actitud desafiante y libertaria hizo que fuera considerado de un valor sin límite. Y, como sucedió con el Gauchito Gil y con Altamirano, todos piragües, es decir colorados, los estandartes, claveles, cintas y elementos de culto con que le rin-den homenaje y se adornan los santuarios, son rojos. Por su filiación autonomista. Claro que también existen "santos celestes", del Partido Liberal, como Francisco José López en la zona de Esquina. Pero en el caso de Lega, era colorado y fue en uno de esos confusos episodios de comité cuando mató a un hombre. Poco después, en un duelo criollo, dio muerte a otro gaucho, a quien llamaban Poncho Café.

Fue apresado en Curuzú Laurel, entre San Miguel y Loreto, enviado a los Tribunales de Corrientes y sen-tenciado a cadena perpetua. En la cárcel se relacionó con Aparicio Altamirano y con Adolfo Silva. Los tres se volvieron inseparables hasta que, un martes de carnaval de 1904, huyeron aprovechando una fuga masiva de presos. Al poco tiempo se les atribuía, entre otros delitos, el de asaltar una estancia, asesinar al propietario, su esposa e hijos, y colgar sus cabezas del alambrado. Y así continuaron sus días, en estado de rebeldía. Fueron épocas de corridas y dicen que de transmutaciones, a la sombra y al repa-ro de los quebrachales y de los pastos que bordean los esteros. Muy de a poco sus andanzas se volvie-ron parte de la mitología guaraní. Puede que no hayan sido pocas las veces en que se lo vio, convertido en un yaguareté que va olisqueando los alrededores en busca de la presa y con sed de venganza, mien-tras atraviesa el bosque húmedo y las palmeras de Yatay, en las cercanías de Saladas, Concepción, San Roque y Mburucyá, propiciando igual que siempre lo que está a su alcance para ayudar a la gente.

En cuanto al amor, Lega tampoco se quedó corto con la leyenda y el romanticismo. Un atardecer, ampa-rado por las sombras y el canto de los primeros pájaros nocturnos, dejó su caballo detrás de la casa de un tal Lafuente, oficial primero de policía, y como un yaguareté que ha tomado las mañas de su perseguidor, un cazador de aguada, esperó que el oficial vaciara la botella de ginebra y, sólo cuando notó que la autoridad se había dormido, Olegario sigilosamente fue al rescate de su novia, Ángela Alegre. La muchacha permanecía recluida desde que Lega escapó de la cárcel. La sola sonrisa y el beso de Ángela justificaron la imprudencia de acercarse de nuevo a Saladas, donde era buscado y fácilmente reconoci-ble. Dicen que Ángela se quedó junto a él hasta el mismito momento, el 2 mayo de 1906, en que una partida policial terminó con la vida de Olegario Álvarez, y también con la de Adolfo Silva, en el paraje denominado Juru'i, en Rincón de Luna. Aparicio Altamirano pudo escapar y fue muerto en 1932.

Muy de a poco sus andanzas se volvieron parte de la mitología guaraní.

Leguita, con apenas 35 años fue acribillado a balazos por la Policía, que dio cuenta de su muerte con gran alarde. Como contrapartida, de inmediato Lega renació como mártir legendario y gaucho milagro-so. La imaginación pueblerina fue dando fe de sus milagros. Los motivos para su devoción empiezan justamente ese día, porque cuando la Policía bajó el cadáver, atado al caballo, el cuerpo emitió unos quejidos, tal vez por el aire aún en los pulmones y expulsado, o tal vez porque así estaba escrito. Se dijo que aún estaba vivo. En el patio de la comisaría, sólo después del largo traslado de su cuerpo a lomo de caballo, le quitaron el Kurundu, un amuleto con forma de campana confeccionado por el abá payé (hechicero). Según cuenta la leyenda guaraní, gracias al payé y pese a haber sufrido heridas de gravedad en muchas ocasiones, Lega no moriría hasta que se lo quitaran. Él mismo, dicen, pidió a sus captores que se lo sacaran para poder morir en paz. Lo que no les dijo era en qué momento lanzaría su último aliento.


La tradición del bandido

Por Eric Hobsbawm*

Todos los aficionados al cine y todos los telespectadores saben que los bandidos, sea cual sea su naturaleza, tienden a existir rodeados de nubes de mito y ficción. ¿Cómo podemos descubrir la verdad y los mitos sobre ellos?

La mayoría de los bandidos que dieron pábulo a tales mitos murió hace mucho tiempo: Robín de los bosques (suponiendo que existiera) vivió en el siglo XIII, aunque en Europa los héroes basados en figuras de los siglos XVI-XVIII son los más comunes, probablemente porque la invención de la imprenta hizo posible el medio principal para que perdurasen los recuerdos de los bandidos antiguos: la hoja suelta popular y barata o el libro de coplas. Este modo de transmisión, que pasaba de un grupo de narradores a otros, de un lugar y un público a otros, a lo largo de las generaciones, puede decirnos muy poco que tenga valor documental sobre los propios bandidos, excepto que, por el motivo que fuese, se recuerdan sus temas. A menos que dejaran rastros en los registros de la ley y las autoridades que los persiguieron, apenas tenemos datos directos y contemporáneos sobre ellos. Viajeros extranjeros apresados por los bandidos, especialmente en el sureste de Europa, dejaron informes de este tipo a partir de mediados del siglo XIII, y los periodistas, que ansiaban entrevistar a jóvenes que lucían cartucheras y estaban más que dispuestos a responder, no nos han dejado nada antes del XX. Ni siquiera es siempre posible fiarse de lo que escribieron, aunque sólo sea porque los testigos forasteros raramente sabían mucho sobre la situación local, aunque entendieran, y no digamos hablaran, el dialecto local, que a veces era impenetrable, y se resistían a las exigencias de los redactores hambrientos de noticias sensacionalistas. En el momento de escribir esto, el secuestro de extranjeros -para pedir un rescate o con el fin de negociar concesiones del gobierno- se ha puesto de moda en la república árabe de Yemen. Que yo sepa, los prisioneros liberados han proporcionado poca información valiosa.

La tradición, por supuesto, determina lo que sabemos incluso de los bandidos sociales del siglo XX -y hay varios- de los cuales tenemos conocimiento de primera mano y digno de confianza. Tanto ellos como los que informaron de sus aventuras están familiarizados desde la infancia con el papel del "bandido bueno" en el drama de las vidas de los campesinos pobres y lo interpretaban o se lo asignaban a él. Las Memorias de Pancho Villa de M. L. Guzmán no sólo se basan en parte en las palabras del propio Villa, sino que son obra de un hombre que fue a la vez una gran figura de la literatura mexicana y (a juicio del biógrafo de Villa) "un estudioso de lo más serio también".1 Sin embargo, en las páginas de Guzmán los comienzos de la carrera de Villa se ajustan al estereotipo de Robín de los bosques mucho más de lo que, al parecer, sucedía en la vida real. Esto es todavía más cierto en el caso del bandido siciliano Giuliano, que vivió y murió en el apogeo de los fotógrafos de prensa y las entrevistas en lugares exóticos. Pero sabía lo que se esperaba de él ("¿Cómo podía un Giuliano, que amaba a los pobres y odiaba a los ricos, volverse alguna vez contra las masas de obreros?, preguntó, después de haber dado muerte a varios de ellos"), y también lo sabían los periodistas y los novelistas. Hasta sus enemigos, los comunistas, que acertaron al predecir su fin, lamentaron que fuera "indigno de un auténtico hijo del pueblo trabajador de Sicilia", "amado por el pueblo y rodeado de simpatía, admiración, respeto y temor".2 Su reputación contemporánea era tal que, como me dijo un viejo militante de la región, después de la matanza de 1947 en Portella della Ginestra nadie sugirió que pudiera haber sido obra de Giuliano.

También existen mitos oportunos y arraigados sobre bandidos tales como los vengadores y los haiduks cuya fama no puede hacer hincapié en la redistribución social y la simpatía por los pobres, al menos mientras no sea un simple agente de la ley oficial o del gobierno (muchos matones rurales por lo demás odiosos han adquirido aureola de santo por el simple hecho de ser enemigos del ejército o la policía.)

Es el estereotipo del honor del guerrero, o, en términos de Hollywood, el héroe cowboy. (Dado que, como hemos visto, tantos bandidos procedían de comunidades marciales especializadas, formadas por de salteadores rurales cuya capacidad militar fue reconocida por los gobernantes, nada resultaba más conocido para sus jóvenes.) El honor y la vergüenza, como nos dicen los antropólogos, dominaban el sistema de valores en el Mediterráneo, la región clásica del mito del bandido. Los valores feudales, donde existían, actuaban de refuerzo. Los ladrones heroicos eran considerados o se consideraban a sí mismos como "nobles", condición que -al menos en teoría- también implicaba unos principios morales dignos de respeto y admiración.

La asociación ha llegado hasta nuestras nada aristocráticas sociedades (como en las expresiones "conducta de caballero", "noble gesto" o "nobleza obliga"). La palabra "nobleza" en este sentido vincula a los pistoleros más brutales con el más idealizado de los Robín de los bosques, a los que, de hecho, por esta razón se clasifica como "ladrones nobles" (Edel Rauber) en varios países. La circunstancia de que posiblemente varios caudillos de bandidos mitificados procedían realmente de familias armígeras (aunque la palabra Raubritter -barón ladrón- no aparezca en la literatura con anterioridad a los historiadores liberales del siglo XIX) reforzó esta vinculación.

Así, la primera entrada importante del bandido noble en la alta cultura (es decir, en la literatura del Siglo de Oro en España) recalca su supuesta condición social como caballero, es decir, su "honor", así como su generosidad, por no hablar (como en Antonio Roca de Lope de Vega, basado en un bandido catalán del decenio de 1540) del buen sentido de moderación en la violencia y el propósito de no provocar la enemistad del campesinado. El memorialista francés Brantóme (1540-1614) se hace eco de por lo menos un juicio contemporáneo cuando en su obra Vie des dames galantes dice que es "uno de los bandidos más bravos, más valientes, astutos, cautelosos, capaces y corteses nunca vistos en España".

En el Don Quijote de Cervantes incluso se presenta al bandido Rocaguinarda (que actuó a principios del siglo XVI) como específicamente al lado de los débiles y los pobres.3 (Ambos eran en realidad de origen campesino.) La historia real de los llamados "bandidos barrocos catalanes" está muy lejos de ser la de una serie de Robín de los bosques. Cabe preguntarse si la capacidad de los grandes escritores españoles para producir una versión mitológica del bandolerismo noble en el momento culminante de la epidemia de bandolerismo real de los siglos XVI y XVII prueba su alejamiento de la realidad o sencillamente el enorme potencial social y psicológico de la existencia del bandido como tipo ideal. La respuesta debe dejarse en suspenso. En todo caso, la sugerencia de que Cervantes, Lope, Tirso de Molina y las demás glorias de la alta cultura castellana son responsables de la posterior imagen positiva del bandolerismo en la tradición popular es inaceptable. La literatura no tenía ninguna necesidad de dar a los ladrones una dimensión social en potencia.

La historia más perceptiva de la tradición del Robín de los bosques original ha reconocido esto incluso entre los ladrones que no tenían semejante pretensión.4 Pone de relieve "la dificultad de definir la criminalidad, especialmente a causa de la vaguedad de la frontera entre la criminalidad y la política, y a causa de la violencia de la vida política de la Inglaterra de los siglos XIV y XV. "La criminalidad, las rivalidades locales, el control del gobierno municipal, el ejercicio de la autoridad de la corona, todo ello se entremezclaba. Esto hacía que resultara más fácil imaginar que el criminal tenía un poco de razón.

Obtenía aprobación social." Al igual que en el sistema de valores de los westerns de Hollywood, la justicia improvisada, el recurso a la violencia para terminar con los abusos (la denominada "Ley de Folville " en honor de una familia de caballeros que era famosa por corregir así las injusticias), era una cosa buena. El poeta William Langland (cuya obra Piers Plowman -c. 1377- contiene, dicho sea de paso, la primera referencia a las baladas de Robín de los bosques) opinaba que la Gracia dotaba a los hombres de las cualidades necesarias para luchar contra el anticristo, incluidas algunas para cabalgar y recuperar lo que injustamente fue tomado, les mostró cómo recobrarlo por medio de la fuerza de sus manos y arrebatárselo a los hombres falsos mediante las leyes de Folville.

La opinión pública contemporánea, incluso fuera de la comunidad de los propios proscritos, estaba, pues, dispuesta a concentrarse en aspectos socialmente encomiables de las actividades de un célebre bandido, a menos, por supuesto, que su reputación de criminal antisocial fuera tan horrible que le convirtiese en enemigo de todas las personas honradas. (En ese caso la tradición proporcionaba una alternativa que, no obstante, satisfacía el apetito público de dramatismo sensacionalista bajo la forma de libros de coplas que contenían las confesiones, sin ningún tipo de restricciones, de notorios malhechores que contaban detalladamente su ascensión desde una primera transgresión de los Diez Mandamientos hasta una súplica de perdón divino y humano, a los pies del patíbulo, pasando por una horripilante trayectoria criminal.)

Naturalmente, cuanto más alejado de un bandido célebre estaba el público -en el tiempo y el espacio-, más fácil era concentrarse en sus aspectos positivos y pasar por alto los negativos. No obstante, el proceso de idealización selectiva se remonta a la primera generación.
En las sociedades donde existe una tradición del bandido, si, entre otros objetivos, un bandido atacaba a alguien a quien la opinión pública veía con malos ojos, adquiría inmediatamente toda la leyenda de Robín de los bosques, incluidos los disfraces impenetrables, la invulnerabilidad, la captura por medio de la traición y todo lo demás (véase el capítulo 4). Así, el sargento José Ávalos, que se retiró de la gendarmería para dedicarse a la agricultura en el Chaco argentino, donde en el decenio de 1930 había perseguido personalmente al célebre bandido Mate Cosido (Segundo David Peralta, 1897-?), no albergaba la menor duda de que había sido un "bandido del pueblo".

Nunca había robado a buenos argentinos, sino sólo a agentes de las grandes compañías internacionales de productos agrícolas, "los cobradores de la Bunge y de la Clayton".5 ("Por supuesto -como me dijo cuando entrevisté al viejo hombre de la frontera en su granja a finales del decenio de 1960-, mi oficio era echarle el guante, del mismo modo que su oficio era ser bandido".) Pude, por tanto, predecir con acierto lo que afirmaría que recordaba de él.6 Es en verdad cierto que el famoso bandido había atracado el coche de un representante de Bunge & Born, al que había despojado de 6.000 pesos en 1935, había asaltado un tren en el que iba, entre otras víctimas, es de suponer que "buenos argentinos", un hombre de Anderson, Clayton & Co. (12.000 pesos) y se había embolsado hasta 45.000 en un atraco a una oficina local de Dreyfus -todavía, con Bunge, uno de los nombres más importantes del comercio mundial de productos agrícolas-, ambas cosas en 1936. Sin embargo, los anales indican que las especialidades de la banda -el asalto a trenes y los secuestros para obtener rescates- no mostraban ninguna discriminación patriótica.7 Era el público quien recordaba a los explotadores extranjeros y se olvidaba del resto.

La situación era todavía más clara en las sociedades en lucha, donde un homicidio "legítimo" era criminalizado por el estado, especialmente porque apenas nadie creía en la imparcialidad de la justicia estatal. Giuseppe Musolino, forajido solitario, desde el principio hasta el fin se negó rotundamente a aceptar que fuese un criminal en algún sentido, y, de hecho, ya en la cárcel, se negó a llevar el uniforme de recluso. Él no era ni bandido ni bandolero, no había atracado ni robado, sino que sólo había matado a espías, soplones e infami. De ahí nacía por lo menos parte de la extraordinaria simpatía, casi veneración, y de la protección de que gozaba en el campo de su región, Calabria. Creía en las antiguas costumbres contra las nuevas y malas costumbres. Era igual que el pueblo: vivía en malos tiempos, era tratado injustamente, débil, victimado. La única diferencia consistía en que él se enfrentaba al sistema. ¿A quién le importaban los detalles de los conflictos políticos locales que habían conducido al primer homicidio?

8 En una situación políticamente polarizada, esta selección era aún más fácil. Así, en las montañas de Beskid, en Polonia, se ha formado una clásica leyenda sobre los bandidos de los Cárpatos. Habla de un tal Jan Salapatek ("el Águila"), 1923-1955, que durante la guerra combatió en las filas del Ejército del Interior polaco, luchó como miembro de la resistencia anticomunista y, al parecer, siguió estando fuera de la ley en los inaccesibles bosques de las tierras altas hasta que lo mataron los agentes del servicio de seguridad de Cracovia.9 Sea cual sea la realidad de su carrera, dada la desconfianza que los nuevos regímenes despiertan en los campesinos, su mito no puede distinguirse de la leyenda tradicional del bandido bueno: "hay sólo algunos cambios superficiales en ella: un arma de fuego automática sustituye al hacha, el almacén de una cooperativa comunista ocupa el lugar del palacio del terrateniente y el servicio de seguridad estalinista desempeña el papel que antes correspondía a la "starosta". El bandido bueno no hacía daño a nadie. Robaba a las cooperativas, pero nunca al pueblo. El bandido bueno existe siempre en contraposición al ladrón malo. Así que, a diferencia de algunos, incluso de algunos partisanos anticomunistas, Salapatek no hacía daño a nadie.

("Recuerdo que había un partisano del mismo poblado: era un hijo de perra"). Era el hombre que ayudaba a los pobres. Repartía dulces en el patio de la escuela, iba al banco, traía dinero, "lo arrojaba en la plaza y decía "cogedlo, que es vuestro dinero y no pertenece al estado". Seguía la apropiada costumbre legendaria, aunque era extraño en un guerrillero que luchaba contra el régimen, y recurría a la violencia sólo en defensa propia y nunca era el primero en disparar. En resumen, "era realmente justo y sabio, luchaba sinceramente por Polonia ". Que naciera en el mismo poblado que el Papa Juan Pablo II puede ser significativo o puede no serlo.

En efecto, dado que en los países que poseían una arraigada tradición de bandolerismo todo el mundo, incluso los policías, los jueces y los propios bandoleros, esperaba ver a alguien en el papel de bandido noble, un hombre podía convertirse en un Robín de los bosques en vida si satisfacía los requisitos mínimos para ello. Es claro que así ocurrió en el caso de Jaime Alfonso "el Barbudo" (1783-1824) según atestiguan los informes de El Correo Murciano en 1821 y 1822 y lord Carnarvon en Voyage through the Iberian Península10 (1822). Obviamente, también era el caso de Mamed Casanova, que actuó en Galicia en los primeros años del decenio de 1900. Una revista de Madrid lo calificó (además de fotografiarle) de "el Musolino gallego" (para Musolino véanse las pp. 60 y 69), el Diario de Pontevedra lo llamó "bandido y mártir" y lo defendió un abogado que más adelante sería presidente de la Real Academia Gallega. En 1902 recordó al tribunal que las baladas de los poetas populares y los romances que se vendían en las calles de las ciudades atestiguaban la popularidad de su célebre cliente11. Algunos bandoleros, por tanto, pueden dar origen a la leyenda del bandido bueno mientras viven o, sin duda alguna, en vida de sus contemporáneos.

Asimismo, en contra de lo que piensan algunos escépticos, es posible que incluso bandidos famosos cuya reputación original no es política no tarden en adquirir el útil atributo de estar al lado de los pobres. Robín de los bosques, cuyo radicalismo social y político no aparece del todo hasta la recopilación del jacobino Joseph Ritson en 1795,12 tiene objetivos sociales incluso en la primera versión de su historia, que data del siglo XV: "Porque era un buen proscrito, y hacía mucho bien a los pobres". No obstante, al menos en su forma escrita, en Europa el mito plenamente desarrollado del bandido social no aparece hasta el siglo xix, cuando era habitual que la gente idealizara hasta a los hombres menos apropiados y los convirtiera en paladines de la lucha nacional o social, o -por inspiración del romanticismo- en hombres libres de las limitaciones de la respetabilidad de clase media. Un género que tuvo muchísimo éxito, las novelas alemanas de bandidos de comienzos del siglo xix, se ha resumido con estas palabras: "argumentos llenos de acción ... ofrecen al lector de clase media descripciones de violencia y libertad sexual ... Mientras que, según el estereotipo, las raíces de la criminalidad están en los padres que desatienden a sus hijos, la educación deficiente y la seducción por parte de mujeres de vida fácil, se presenta a la familia de clase media ideal, pulcra, ordenada, patriarcal y reductiva de la pasión como el ideal y el fundamento de una sociedad ordenada ".13 En China, por supuesto, el mito es antiquísimo: los primeros bandidos legendarios datan del período de los "estados en lucha", 481-221 a. C, y el gran clásico del bandolerismo, Shui Hu Chan, que data del siglo xvi y se basa en una banda que existió realmente en el siglo XII, lo conocían tanto los aldeanos analfabetos, gracias a los narradores y a las compañías teatrales ambulantes, como todos los jóvenes chinos educados, y Mao no era una excepción.14 Ciertamente, el romanticismo del siglo xix influyó en la posterior inclinación a ver al bandido como imagen de liberación nacional, social o incluso personal. No puedo negar que en algunos sentidos influyó en mi visión de los haiduks como "una fuerza permanente y consciente de insurrección campesina" (véase arriba p. 91.

No obstante, el conjunto de creencias sobre el bandolerismo social es sencillamente demasiado fuerte y uniforme para reducirlo a una innovación del siglo XIX o incluso a un fruto de la creación literaria. Donde tenía la posibilidad de elegir, el público popular rural e incluso urbano seleccionaba los aspectos de la literatura sobre los bandidos o de la reputación de éstos que encajaban en la imagen social. El análisis que hizo Chartier de la literatura sobre el bandido Guilleri (que actuó en Poitou en 1602-1608) demuestra que, puestos a escoger entre un gángster esencialmente cruel sin más rasgo positivo que su valentía y su arrepentimiento final, y un hombre de buenas cualidades que, aunque bandido, era mucho menos cruel y brutal que los soldados y los príncipes, los lectores preferían al segundo. Ésta fue la base de lo que, a partir de 1632, pasó a ser el primer retrato literario en francés del clásico y mítico estereotipo del "bandido bueno" ("le brigand au grand coeur"), limitado sólo por el requisito del estado y la iglesia de no permitir que los criminales y los pecadores se libren del castigo.15 El proceso de selección es aún más claro en el caso de un bandido que no tiene ningún monumento literario significativo y cuya trayectoria se investigó tanto en los archivos como por medio de entrevistas con 135 personas de edad en 1978-1979.16 La memoria popular que se conserva de Nazzareno Guglielmi, "Cinicchio", 1830?, en la región de Umbría alrededor de su Asís natal, es el clásico mito del "ladrón noble". Aunque "la figura de Cinicchio que surge de la investigación en los archivos no se contradice fundamentalmente con la tradición oral", es claro que en la vida real no era un Robín de los bosques ideal-típico. Con todo, si bien forjó alianzas políticas y se adelantó a los métodos mafiosos ofreciéndose a proteger a los terratenientes de otros bandidos (y no digamos ya de él mismo) a cambio de dinero, la tradición oral insiste en su negativa a hacer tratos con los ricos y especialmente en sus campañas de odio y -de forma significativa- venganza contra el conde Cesare Fiumi, que, segín afirma dicha tradición, le había acusado injustamente. Sin embargo, en este caso el mito también contiene un elemento más moderno.

Se supone que el bandido, que desaparece en el decenio de 1860 después de organizar una fuga a América, prosperó mucho en el nuevo mundo y, según dicen, por lo menos uno de sus hijos llegó a triunfar como ingeniero. En la Italia rural de finales del siglo XX la movilidad social es también la recompensa que recibe el ladrón noble...

¿A qué bandidos se recuerda? El número de los que superaron el paso de los siglos en las canciones y los relatos populares es en realidad muy modesto. En el siglo XIX los coleccionistas de material folclórico encontraron sólo unas treinta canciones sobre el bandolerismo en la Cataluña de los siglos XVI y XVII y sólo unas seis de ellas se refieren exclusivamente a determinados bandidos. (Una tercera parte del total consiste en canciones sobre las Uniones contra los ataques de los bandidos a comienzos del siglo XVII.) Los bandidos andaluces que llegaron a ser verdaderamente famosos no pasan de la media docena. Sólo dos caudillos de cangaqeiros brasileños -Antonio Silvino y Lampiáo- han logrado realmente entrar en la memoria nacional. De los bandidos valencianos y murcianos del siglo XIX sólo uno fue mitificado.17 Por supuesto es posible que se haya perdido mucho a causa del carácter efímero de los libros de coplas y las baladas impresas en hojas sueltas y también a causa de la hostilidad de las autoridades, que a veces penalizaban este tipo de material.

Puede que fuesen aún más las cosas que no llegaron a imprimirse o que se escaparon de la atención de los primeros folcloristas. Una obra publicada en 1947 menciona dos ejemplos de los cultos religiosos que surgieron en torno a las sepulturas de algunos bandidos muertos en Argentina; más adelante se descubrieron como mínimo ocho. Exceptuando una sola, no habían llamado la atención del público culto.18 No obstante, es evidente que existe algún proceso que selecciona a algunas bandas y a sus líderes y hace que adquieran fama a escala nacional, o incluso internacional, mientras que deja a otras para los anticuarios locales o la oscuridad. Prescindiendo de cuál fuera el rasgo que las separó de las demás, hasta el siglo XX el medio por el cual alcanzaban la fama fue la imprenta. Dado que todas las películas sobre bandidos célebres que conozco se basan en figuras que primero se hicieron famosas por medio de baladas, libros de coplas y artículos de prensa, incluso puede argüirse que esto sigue sucediendo hoy, a pesar de la retirada de la palabra impresa (fuera de la pantalla del ordenador) ante el avance de la imagen móvil encarnada por el cine, la televisión y los vídeos. Sin embargo, el recuerdo de los bandidos también se ha conservado por medio de su asociación con determinados lugares, tales como el bosque de Sherwood y Nottingham en el caso de Robin de los bosques (lugares que la investigación histórica descartó), el monte Liang de la epopeya de bandidos china (en la provincia de Shantung) y varias "cuevas de ladrones" anónimas en las montañas de Gales y, sin duda, de otras partes. Ya hemos hablado del caso especial de los santuarios dedicados al culto de bandidos muertos.

Con todo, determinar las tradiciones que hicieron que ciertos bandidos fueran elegidos para la fama y perdurasen es menos interesante que determinar los cambios habidos en la tradición colectiva del bandolerismo. Hay aquí una diferencia considerable entre los lugares donde el bandolerismo, si alguna vez existió en escala significativa, está más allá de la memoria viva y los lugares donde no es así. Esto es lo que distingue a Gran Bretaña, o los tres últimos siglos en el Midi de Francia ("donde no tenemos constancia de bandas numerosas"),19 de países como Chechenia, donde sigue muy vivo hoy, y los de América Latina, donde lo recuerdan hombres y mujeres que todavía viven.

Entre estos dos extremos están los países donde el recuerdo del bandolerismo del siglo XIX o su equivalente se mantiene vivo, en parte por obra de la tradición nacional pero, sobre todo, debido a los modernos medios de difusión, de tal modo que aún puede ser un modelo del estilo personal, como el Oeste salvaje en Estados Unidos, o incluso de la acción política, como en el caso de los guerrilleros argentinos del decenio de 1970, que se consideraban los sucesores de los montoneros, cuyo nombre adoptaron, lo cual, según opina su historiador, aumentó enormemente su atractivo ante los ojos de los reclutas en potencia y el público.20 En los países del primer tipo, el recuerdo de bandidos reales ha muerto, o lo han cubierto otros modelos de protesta social. Lo que se conserva se asimila al mito clásico del bandolerismo. De esto ya hemos hablado extensamente.

Los más interesantes, con mucho, son los países del segundo tipo.

Tal vez sea útil, en vista de ello, concluir el presente capítulo con algunas reflexiones sobre tres de dichos países, que ofrecen la posibilidad de comparar el itinerario de la tradición nacional del bandolerismo, que fue muy diferente en cada uno de ellos: México, Brasil y Colombia.21 Los tres sin excepción son países que se familiarizaron con el bandolerismo en gran escala en el transcurso de su historia.

Todos los que viajaron por sus carreteras coincidieron en afirmar que si algún estado latinoamericano fue la quintaesencia del territorio de los bandidos, ese estado fue México en el siglo XIX. Además, en los primeros sesenta años de independencia el fracaso del gobierno y de la economía, la guerra en el exterior y la guerra civil dieron a cualquier grupo de hombres que viviera de las armas mucha influencia, o al menos la posibilidad de elegir entre ingresar en el ejército o la policía y cobrar del gobierno (lo cual en aquel tiempo, al igual que más adelante, no excluía la extorsión) o persistir en el simple bandolerismo.

Buen ejemplo de ello son los liberales de Benito Juárez, que en sus guerras civiles carecían de patronazgo más tradicional. Sin embargo, los bandidos que dieron origen a mitos populares fueron los que actuaron durante la dictadura de Porfirio Díaz (1884-1911), época de estabilidad que precedió a la revolución mexicana. Era posible ver a estos bandidos, ya entonces, como hombres que desafiaban a la autoridad y al orden establecido. Más adelante, al examinarlos con ojos favorables, podrían parecer los precursores de la revolución.22 Gracias principalmente a Pancho Villa, el más eminente de todos los bandidos convertidos en revolucionarios, esto ha dado al bandolerismo un grado singular de legitimidad nacional en México, aunque no en Estados Unidos, donde en aquel tiempo los bandidos mexicanos violentos, crueles y codiciosos se convirtieron en los clásicos malos de las películas de Hollywood, al menos hasta 1922, año en que el gobierno mexicano amenazó con prohibir que tales películas se exhibieran en el país.23 Entre los otros bandidos que adquirieron fama nacional en vida -Jesús Arriaga (Chucho "el Roto") en el centro de México, Heraclio Bernal en Sinaloa, y Santana Rodríguez Palafox (Santanón) en Veracruz- por lo menos los dos primeros aún gozan de popularidad. Bernal, muerto en 1889, entró y dejó la política varias veces y es probablemente el más famoso en la época de los medios de difusión, ensalzado en trece canciones, cuatro poemas y otras tantas películas, algunas adaptadas para la televisión, pero sospecho que el embaucador Chucho (fallecido en 1885), católico insolente pero anticlerical, que también salió en las pantallas de la televisión, sigue estando más cerca del corazón del pueblo.

A diferencia de México, Brasil pasó sin interrupción de colonia a imperio independiente. Fue la Primera República (1889-1893) la que produjo, al menos en los horribles hinterlands del noreste, las condiciones sociales y políticas propicias al bandolerismo epidémico: es decir, transformó los grupos de servidores armados que estaban vinculados a determinados territorios y familias de la élite en tipos independientes que vagaban por la región de unos cien mil kilómetros cuadrados que abarca cuatro o cinco estados. Los grandes catigageiros del período 1890-1940 pronto adquirieron fama regional y su reputación se propagó por vía oral y por medio de libros de coplas, que en Brasil no aparecen antes de 1900,24 poetas y cantores locales.

Más adelante, la migración en masa a las ciudades del sur y la creciente alfabetización llevarían esta literatura a las tiendas y los puestos de venta de los mercados de las grandes ciudades como Sao Paulo. Los modernos medios de difusión llevaron a los cangaqeiros, obvio equivalente brasileño del oeste norteamericano, a las pantallas del cine y de la televisión, y cabe señalar que el más famoso de ellos, Lampiáo, fue, de hecho, el primer gran bandido al que filmaron vivo en el campo.25 De los dos bandidos más célebres, Silvino adquirió fama de "ladrón noble" en vida, y los periodistas y otros reforzaron este mito para contrastarlo con la reputación, grande pero no benévola, de Lampiáo, su sucesor como "rey de las tierras del interior".

Con todo, lo interesante es la inclusión política e intelectual de los cangaqeiros en la tradición nacional brasileña. Los escritores del noreste tardaron muy poco en romantizarlos y, en todo caso, resultaba fácil utilizarlos como prueba de la corrupción y la injusticia de la autoridad política. Por ser Lampiáo un factor potencial en la política nacional, llamaron más la atención. La Internacional Comunista incluso pensó en él como posible líder de guerrilleros revolucionarios, quizá porque se lo sugeriría el dirigente del partido comunista brasileño, Luis Carlos Prestes, que antes, como líder de la "larga marcha" de rebeldes militares, había tenido trato con él (véanse las pp. 113114). Sin embargo, no parece que los bandidos interpretasen un gran papel cuando, en el decenio de 1930, los intelectuales brasileños hicieron un importante intento de crear un concepto de Brasil empleando elementos populares y sociales en lugar de elitistas y políticos.

Fue en los decenios de 1960 y 1970 cuando una nueva generación de intelectuales transformó al cangageiro en un símbolo de la condición de brasileño, de la lucha por la libertad y el poder de los oprimidos; en resumen, como "símbolo nacional de resistencia e incluso revolución.
26 Esto, a su vez, afecta a la manera de presentarlo en los medios de difusión, aunque la tradición popular oral y de los libros de coplas todavía estaba viva entre las gentes del noreste, al menos en el decenio de 1970.

La tradición colombiana ha seguido una trayectoria muy diferente.

Por razones obvias, la eclipsa totalmente la sangrienta experiencia de la era posterior a 1948 (o, como prefieren algunos historiadores, 1946) conocida por el nombre de la Violencia y sus secuelas. Fue en esencia un conflicto en el que se mezclaron la lucha de clases, el regionalismo y el partidismo político de habitantes de las regiones rurales que se identificaban, como en las repúblicas del Río de la Plata, con alguno de los partidos tradicionales del país, en este caso el liberal y el conservador. El conflicto dio paso a una guerra de guerrillas en varias regiones después de 1948 y finalmente (aparte de allí donde el ahora poderoso movimiento guerrillero comunista apareció en el decenio de 1960) a congeries de bandas armadas derrotadas que antes eran políticas y dependían de las alianzas locales con hombres poderosos y de la simpatía de los campesinos, aunque acabarían perdiendo ambas cosas. Fueron aniquiladas en el decenio de 1960. El recuerdo que dejaron lo han descrito bien los mejores expertos en la materia: Tal vez, exceptuando el recuerdo idealizado que todavía albergan los campesinos en sus antiguas zonas de apoyo, el "bandido social" también ha sido derrotado como personaje mítico ... Lo que tuvo lugar en Colombia fue el proceso contrario del correspondiente al cangago brasileño. Con el tiempo el cangago perdió gran parte de su ambigüedad característica y se acercó a la imagen ideal del bandido social. El cangageiro acabó siendo un símbolo nacional de virtudes nativas y la encarnación de la independencia nacional ... En Colombia, por el contrario, el bandido personifica un monstruo cruel e inhumano o, en el mejor de los casos, el "hijo de la Violencia", frustrado, desorientado y manipulado por líderes locales. Ésta es la imagen que ha aceptado la opinión pública.27 Sea cual sea la imagen que perdura en el siglo XXI de los guerrilleros de las FARC, los paramilitares y los pistoleros del cártel de la droga, ya no tendrán nada en común con el antiguo mito del bandido.

Para finalizar, ¿qué puede decirse de la más antigua y más permanente tradición de bandolerismo social, la de China? Era igualitaria o al menos estaba en desacuerdo con el ideal estrictamente jerárquico de Confucio, representaba cierto ideal moral ("cumplir el designio del Cielo") y duró dos milenios. ¿Qué puede decirse de los bandidos-rebeldes como Bai Lang (1873-1915), sobre el cual cantaban:

Bai Lang, Bai Lang: Roba a los ricos para ayudar a los pobres, Y cumple el designio del Cielo.
Todo el mundo piensa que Bai Lang es excelente: En dos años ricos y pobres estarán igualados.28

Cuesta imaginar que los decenios de la pandemia de caudillos y bandidos que siguieron al fin del imperio chino en 1911 serán recordados con mucho afecto por quienes los experimentaron. No obstante, aunque las posibilidades para el bandolerismo dis ni muyeron de manera espectacular después de 1949, cabría sospechar que la tradición del bandido perduró en las tradicionales "regiones de bandidos " de China, que siguió siendo esencialmente rural en los primeros decenios de comunismo, a pesar de la hostilidad del partido.

Podemos suponer que migrará a las nuevas ciudades gigantescas que atraen a millones de pobres del campo, en China como en Unisil. Asimismo, los grandes monumentos literarios dedicados a la vida del bandido, como Shui Hu Chan, ciertamente continuarán *trinando parte de la cultura de los chinos educados. Tal vez encontrarán un futuro, tanto popular como intelectual, en las pantallas chinas del siglo XXI, como el que se descubrió para los samurais errantes y los caballeros andantes, que no son del todo distintos, en las japonesas del siglo XX. Sospecho que su potencial como mitos románticos dista mucho de haberse agotado.
 
NOTAS
1. Friedrich Katz, The Life and Times of Pancho Villa, Stanford, 1999, p. 830.
2. "The Bandit Giuliano", en Eric Hobsbawm, Uncommon People: Resistance, Rebellion and Jazz, Londres, 1998, pp. 191-199.
3. Véase Xavier Torres i Sans, Els bandolers (s. XVI-XVII), Vic, 1991, cap. V.
4. J. C. Holt, Robin Hood, Londres, 1982, esp. pp. 154-155.
5 En castellano en el original. (N. del T.) 6. Me recordó esta predicción en 1998 el profesor José Nun de Buenos Aires, con el que había emprendido un viaje al Chaco.
7. Hugo Chumbita, "Alias Maté Cosido", Todo Es Historia, n° 293 (noviembre de 1991), Buenos Aires, pp. 82-95.
8. Gaetano Cingari, Brigantaggio, proprietarí e contadini nel sud (1799-1900), Reggio Calabria, 1976, pp. 205-266.
9. El doctor Andrzej Emeryk Mankowski ha tenido la amabilidad de facilitarme una versión inglesa de su fascinante "Legenda Salapatka - "Orla"", basada en la labor de campo efectuada por el Departamento de Etnología y Antropología Cultural de la Universidad de Varsovia en 1988-1990.
10. Antonio Escudero Gutiérrez, "Jaime "el Barbudo": un ejemplo de bandolerismo social", Estudis d'históría contemporánia del País Valencia, n° 3 (1982), Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, pp. 57-88.
11. Xavier Costa Clavell, Bandolerismo, romerías y jergas gallegas, La Coruña, 1980, pp. 75-90.
12. Joseph Ritson, Robín Hood.A Collection ofAU íhe Ancient Poems, Songs and Ballads now Extant, Londres, 1795,1832,1887.
13. Uwe Danker, Rauberbanden im Alten Reich um 1700: Ein Beitrag zur Geschichte von Herrschaft und Kriminalitat in der Frühen Neuzeit, Francfort, 1988, vol. 1, p. 474.
14. Phil Billingsley, Randits in Republican China, pp. 2,4, 51.
15. Figures de la gueuserie. Textes presentes par Roger Chartier, París, 1982, pp.
83-96.
16. Maria Luciana Buseghin y Walter Corelli, "Ipotesi per l'interpretazione del banditismo in Umbría nel primo decenio dell'Unitá", Istituto "Alcide Cervi" Annali, 2/1980, pp. 265-280.
17. Torres i Sans, op. cit., pp. 206, 216; C. Bernaldo de Quirós, Luis Ardila, El Bandolerismo Andaluz, Madrid, 1978, edición original 1933,passim; A. Escudero Gutiérrez, op. cit., p. 73.
18. Félix Molina Téllez, El mito, la leyenda y el hombre. Usos y costumbres del folklore, Buenos Aires, 1947, citado en Hugo Nario, Mesías y bandoleros pámpanos, Buenos Aires, 1993, pp. 125-126; Hugo Chumbita, "Bandoleros santificados", Todo Es Historia, n° 340 (noviembre de 1995), pp. 78-90.
19. Yves Castan, "L'image du brigand au xvme siécle dans le Midi de la Frailee ", en G. Orgalli, ed., Bande Ármate, Banditi, Banditismo e repressione di giustizia negli stati europei di antico regime, Roma, 1986, p. 346.
20. Richard Gillespie, Soldiers of Perón: The Montoneros, Nueva York, 1982, cap. 2.
21. Sigo las ideas de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, insinuadas por primera vez en su Bandoleros, gamonales y campesinos: el caso de la Violencia en Colombia, Bogotá, 1983, p. 239. En inglés en "Political banditry and the Colombian Violencia ", en Richard W. Slatta, ed., Bandidos: The varieties of Latín American banditry, Wcstport, CT., 1987, p. 168.
22. Nicolé Girón, Heraclio Bernal: ¿Bandolero, cacique o precursor de la revolución?, INAH, México D. E, 1976.
23. Alien L. Woll, "Hollywood Bandits 1910-1981", en Richard Slatta, ed., Bandidos: The varieties of Latin American banditry, Westport, CT., 1987, pp. 171-180.
24. Linda Lewin, "Oral Tradition and Élite Myth: The Legend of Antonio Silvino in Brazilian Popular Culture", Journal of Latín American Lore, 5:2 (1979), pp. 57204.
25. Pancho Villa era general revolucionario cuando fue filmado por la Mutual Film Corporation en 1914.
26. Gonzalo Sánchez, prólogo en Maria Isaura Pereira de Queiroz, Os Cangaceiros: La epopeya bandolera del Nordeste de Brasil, Bogotá, 1992, pp. 15-16; véase también Lewin, loe. cit., 202.
27. Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, "Political Banditry and the Colombian Violencia", en Richard W. Slatta, Bandidos: The varieties of Latín American banditry, Westport, CT., 1987, p. 168.

Ed. Crítica, Barcelona.


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