NOTAS EN ESTA SECCION
Un caudillo, por Eduardo Gutiérrez  |  Civilización o barbarie, José Pablo Feinmann  |  Angel Vicente "Chacho" Peñaloza, Osvaldo Cutolo
La muerte del Chacho, José Hernández  |  José Hernández y el asesinato de Peñaloza  |  Vida y  muerte de un caudillo, León Benarós

Domingo Faustino Sarmiento: El Chacho [fragmento]


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Un caudillo

[Imagen: El Chacho, por Octavio Calvo]

Eduardo Gutierrez [Fragmento de "El Chacho"]

El Chacho ha sido el único caudillo verdaderamente prestigioso que haya tenido la República Argentina.
Aquel prodigio asombroso que lo hacía reunir diez mil hombres que lo rodeaban sin preguntarle jamás dónde los llevaba ni contra quién, había hecho del Chacho una personalidad temible, que mantenía en pie a todo el poder de la nación, por años enteros, sin que lograra quebrar su influencia ni acobardar al valiente caudillo.
A su llamado, las provincias del interior se ponían de pie como un solo hombre, y sin moverse de su puesto, tenía a los seis u ocho días 2, 4 ó 6 mil hombres de pelea, dispuestos a obedecer su voluntad fuera cual fuese.
Los paisanos de La Rioja, de Catamarca, de Santiago y de Mendoza mismo lo rodeaban con verdadera adoración, y los mismos hombres de cierta importancia e inteligencia lo acompañaban ayudándolo en todas sus empresas difíciles y escabrosas.
El Chacho no tenía elementos de dinero ni para mantener en pie de guerra una compañía.
Y sin embargo él levantaba ejércitos poderosos, mal armados y peor comidos, que sólo se preocupaban de contentar a aquel hombre extraordinario.
El Chacho no tenía artillería, pero sus soldados la fabricaban con cañones de cuero y madera, que se servían con piedra en vez de metralla, pero piedra que hacía estragos bárbaros entre las tropas que lo perseguían.
No tenía lanzas, pero aunque fuera con clavos atados en el extremo de un palo, sus soldados las improvisaban y se creían invencibles. El que no tenía sable lo suplía con un tronco de algarrobo convertido en sus manos en terrible mazo de armas, y si faltaba el alimento comían algarrobo y era lo mismo.
De esta manera el Chacho tenía en pie un ejército con el que hacía la guerra al Gobierno Nacional, sin que hubiera ejemplo de que se le desertase un solo soldado, porque todos sus soldados eran voluntarios y partidarios de Peñaloza hasta el fanatismo.
El Chacho era valiente sobre toda exageración. Era un Juan Moreira, en otro campo de acción, con otros medios y otras inclinaciones. Generoso y bueno, no quería nada para sí: todo era para su tropa y para los amigos que lo acompañaban.
Para éstos no tenía nada reservado, ni su puñal de engastadura de oro, única prenda que llevaba consigo y que, en mejores tiempos, le regalara su amigo el general Urquiza.


La muerte del Chacho, relato de Jorge Cafrune

Este puñal tenía una inscripción en su puño que le había hecho grabar el mismo Chacho, y que decía así:
"El que desgraciado nace
Entre los remedios muere."
Rara inscripción que se presta a tantas interpretaciones y que prueba el horror que tenía Peñaloza a la ciencia médica.
Este solo bien de fortuna que poseía el Chacho, era la especie de varita de virtud que lo sacaba de apuros, en sus trances más amargos.
Cuando algún amigo, que para él lo eran todos sus oficiales y soldados, acudía al Chacho en demanda de dinero para salvar un compromiso, éste en el momento sacaba su puñal y lo entregaba para remediar el mal.
-Si la necesidad es grande -decía con su acento bondadoso-, vaya, empeñe esa prenda por cincuenta o cien pesos, que ya habrá tiempo para sacarla.
El feliz poseedor de la prenda acudía con ella a la casa de negocio más fuerte y solicitaba los cincuenta o cien pesos que necesitaba sobre el puñal del Chacho, que todos conocían.
¿Quién iba a negar el dinero, cuando era Peñaloza quien lo pedía sobre su puñal?
El comerciante entregaba su dinero y la alhaja, que volvía a poder de su dueño.

Su corazón, rico de sentimientos generosos, no conocía el rencor ni la pasión cobarde de la venganza. Era tan grande y magnánimo con su peor enemigo, como con sus más leales amigos. Así el oficial o el soldado que cayó prisionero entre las fuerzas del Chacho, fue obsequiado como el mejor de sus partidarios.
En todo el largo tiempo que hizo la guerra al gobierno Nacional, ni uno solo de los prisioneros tomados por el Chacho pudo quejarse del menor mal trato ni de la más leve crueldad.
Herido o enfermo, era asistido por sus partidarios, y una vez restablecido, entregado a las fuerzas nacionales sin que le faltara un solo botón de la ropa.
En el campamento era el mejor compañero de sus tropas, al extremo de jugar con todos ellos y conversar larguísimas horas alrededor del fogón.
Si llegaba un día en que los soldados no habían comido, pudiendo él hacerlo, porque no faltaba quien le regalara un pedazo de charque o de patay, no probaba bocado, porque no era justo, decía, que el jefe se hartara mientras los soldados morían de hambre.
Unico juez entre los suyos, él se daba maña para arreglar todas las cuestiones, de manera que las partes quedaran igualmente contentas y sin resentimientos de ninguna especie.


Puñal del Chacho

Cuando el Chacho tenía, todos tenían, pues su lujo era partir entre todos cuanto tenía a la mano.
El Chacho era un hombre de una salud de bronce y de una naturaleza especial para resistir la fatiga inmensa de aquellas marchas prodigiosas, que dejaban asombrados y a treinta leguas de distancia a sus más tenaces perseguidores.
La esposa del Chacho venía con frecuencia al campamento y al combate, a partir con su marido y sus tropas los peligros y las vicisitudes.
Entonces el entusiasmo de aquella buena gente llegaba a su último límite y sólo pensaban en protestar a la Chacha, como la llamaban, su lealtad hasta la muerte.
Cuando llegaba la hora de pelear, el Chacho era el primero que entraba al combate y el último que se retiraba, si eran derrotados.
Antes de entrar en batalla, el Chacho daba siempre a sus tropas un punto de reunión, para el caso en que tuviera que dispersarlas. Y así se veía que el Chacho, derrotado hoy con 2.000 hombres, reaparecía tres o cuatro días después con un ejército de 3.000.
El Chacho no tuvo jamás una palabra dura para sus subordinados, y cuando alguno cometía alguna falta grave se contentaba con expulsarlo de su lado, prohibiendo terminantemente que formara parte de su ejército.
Manso y complaciente, accedía con la mayor facilidad a cualquier insinuación que se le hacía y que él creía sana.
Cuando él la creía mala o veía que lo que se le pedía podría perjudicar a su causa, la rechazaba redondamente, y una vez que el Chacho decía no era inútil insistir.
El Chacho combatía por el pueblo, por sus libertades y por los derechos que creía conculcados.
Para sí no quería nada ni pidió nada jamás, en tiempo en que, por hacer con él la paz, el Gobierno le hubiera dado cuanto hubiera pedido.
De aquí dimanaba principalmente el gran prestigio de que gozaba el Chacho y la cantidad de hombres que lo rodeaban.
Porque él había encarnado en él mismo la causa del pueblo, y cada hombre de los suyos sabía que peleaba por su propia felicidad y en su propio provecho.

El Chacho era un hombre alto y musculoso, de una fuerza de Hércules y de una contextura de acero.
Su mirada suavísima y bondadosa solía irradiar a veces destellos de cólera que hacían temblar a los que estaban a su lado.
Esto era cuando llegaba a sus oídos la noticia de alguna cobardía o uno de los tantos fusilamientos que de chachistas hacían las fuerzas nacionales.
Peñaloza se mostraba entonces en todo el esplendor de su nobleza, y como una venganza terrible, mandaba redoblar sus atenciones para con los prisioneros.
Las injusticias del Gobierno lo habían irritado, porque ningún gobierno debía ser cruel e injusto; luego las iniquidades cometidas con los paisanos por la autoridad de los pueblos habían conmovido su corazón hidalgo y había derrocado al gobierno que creía malo.
Pero el Chacho tenía la debilidad de escuchar las opiniones de los amigos que creía ilustrados, y prestar su apoyo, para suceder a un gobierno derrocado, muchas veces a un hombre más indigno que el que derrocó.
Así los aspirantes a gobernador y los negociantes de la política mantenían relación íntima con el Chacho para servirse de él, llegado el caso, sorprendiendo su buena fe y engañándolo en cuanto les era posible.
Sumamente astuto, aunque inocente en los enredos políticos, se dejaba engañar hasta cierto punto, haciendo a un lado al pretendiente una vez que lo había calado.
Triunfando el Chacho, triunfaba la buena causa, la causa del pueblo, y entonces el Chacho pedía una contribución en dinero para repartirlo entre sus soldados, que andaban siempre careciendo de aquello más necesario.
En el ejército del Chacho no había más ordenanzas militares que la palabra de éste, ni más ley obligatoria que el empeño que cada cual tenía en servirlo y morir por él si era necesario.


Aníbal Fernández (senador nacional) se refiere al general Angel Vicente Peñaloza, a 150 años de su asesinato. (Octubre 2013)

El Chacho detestaba el sacrificio estéril de sus tropas, no aceptando un combate sino cuando creía estar seguro del éxito, ni se empeñaba mucho en la batalla de éxito dudoso, para conservar enteros sus elementos.
Con una seguridad asombrosa y una rapidez notable, el Chacho calculaba cuál debía ser el fin del combate que sostenía, y si lo creía nulo, desbandaba su ejército en todas direcciones para evitar la persecución.
Por eso es que el Chacho antes de entrar en pelea daba a sus tropas el punto de reunión para un día fijo, encontrándolos reunidos cuando llegaba al punto indicado, y aumentando, con los amigos que se plegaban, a los derrotados.
Y ésta era la causa de que, derrotado el Chacho, se le viera en seguida con mayor número de gauchos y mayores elementos.
Conocedor del terreno en que operaba, como cualquiera puede conocer su aposento, el Chacho hacía marchas tan asombrosas y rápidas que muchas veces el ejército que creía irlo persiguiendo lo sentía a su espalda picándole la retaguardia y tomándole todos los rezagados que iba dejando en la marcha.
Es que, mientras el Chacho disponía de los mejores rastreadores y de toda la gente de algún valor en los ejércitos, el jefe que lo perseguía marchaba a ciegas la mayor parte del tiempo sin encontrar quien quisiera darle el menor informe, aun bajo la mayor amenaza.
Un dato perjudicial al Chacho, un informe que pudiera ocasionar una sorpresa era un crimen que no había paisano capaz de cometer ni por todo el oro del mundo ni por todas las torturas conocidas.
Esto había causado más de una vez el fusilamiento de algún paisano que se había resistido a dar los informes pedidos, o el martirio de algún prisionero por la misma causa.
Pero esto producía un efecto contrario al que se buscaba, pues con este proceder los paisanos huían del ejército regular como de la calamidad más espantosa.
Cada vez que el Chacho tenía conocimiento de algún hecho de éstos, su indignación no conocía límites.
-¡Y ése es el ejército civilizado que nos persigue como a horda de salvajes! -exclamaba conmovido-, ¡y degüella nuestros leales y azota nuestras mujeres! ¡Y ésos son los valientes que vienen a enseñarnos el goce de la ley bajo las banderas del gobierno!



Rebelión en los llanos. Vida, resistencia y muerte del Chacho Peñaloza. Capítulo 1, El héroe de Guaja. La TV Pública presentó a partir de abril de 2013 "Rebelión en los llanos. Vida, resistencia y muerte del Chacho Peñaloza", una serie documental de cuatro capítulos, coproducida por Canal Encuentro y Canal 7, con el apoyo de la Secretaría de Cultura de La Rioja, que relata la vida de Ángel Vicente Peñaloza. El resto de los capítulos puede verse en esta en lista de reproducción en Youtube.


Civilización y barbarie

[Imagen: El Chacho, por Octavio Calvo]

Por José Pablo Feinmann

Corre el año 1935. En la Universidad de Friburgo, en Alemania, en una Alemania ya absolutamente sometida al poder de Hitler y el nacionalsocialismo, el filósofo Martin Heidegger dicta, en verano, un curso de Introducción a la metafísica. En uno de sus más notables pasajes –sus pasajes notables son muchos, ya que se trata de un texto fundamental– se consagra a describir la situación presente de Europa. Europa, dice, se encuentra en "atroz ceguera", se encuentra "a punto de apuñalarse a sí misma". La descripción que hace Heidegger de esa Europa de mediados de la década del treinta se aplica en gran medida a lo que se entiende hoy por posmodernidad histórica. Me permitiré citar un texto excepcional. Es el que sigue: "Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan 'experimentar', simultáneamente, el atentado a un rey en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en asambleas populares, entonces, justamente, entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué? - ¿hacia dónde? - ¿y después qué? (Introducción a la Metafísica, Cap. I). Así, Heidegger, en 1935, vaticina la recorrida de un nuevo fantasma por Europa: el fantasma de las preguntas fundamentales. Es notable su descripción –siempre cara a los alemanes– de esta decadencia de Occidente.

Su idea acerca del tiempo transformado en rapidez es una de las más perfectas conceptualizaciones de nuestro presente histórico. Es cierto que nada tiene que ver con nuestra actualidad esa visión de "las masas reunidas en asambleas populares". Asoma, aquí, el anticomunismo de Heidegger, su desdén por la masa. Pero hay otras cosas que asoman en el texto. Preguntemos: ¿qué papel tiene Alemania en ese mundo entregado a la "decadencia espiritual"? Dice Heidegger: "Todo esto trae aparejado el hecho de que esta nación, en tanto histórica, se ponga a sí misma, y, al mismo tiempo, ubique al acontecer histórico de Occidente a partir del centro de su acontecer futuro, es decir, en el dominio originario de las potencias del ser". Sí, el lenguaje es abstruso, desmesurado. Pero Heidegger sabe exactamente qué está diciendo: dice que Alemania debe ubicarse en el centro, y a partir de ahí desarrollar lo que más adelante denomina misión histórica. Lo escribe así: "La misión histórica de nuestro pueblo, que se halla en el centro de Occidente". Detrás de estas líneas late el genocidio. Cuando un pueblo se adjudica una misión histórica, cuando esa misión consiste en rescatar a los otros pueblos de su decadencia espiritual y remitirlos a un centro originario y puro que él, ese pueblo, representa, aquí, exactamente aquí, se abre el horizonte conceptual del genocidio.


Jorge Abelardo Ramos - Revolución y contrarrevolución en Argentina. Las masas y las lanzas 1810-1862. Clic para descargar.

Civilización y barbarie no fueron conceptos que Heidegger utilizara. Sin embargo, es transparente que en su filosofar Alemania representa la potencia espiritual (que es, siempre, la civilización) y los restantes pueblos la decadencia espiritual, es decir, la barbarie. Lo que me importa, sustancialmente, destacar es lo que sigue: una filosofía se transforma en ideología cuando niega toda posibilidad de verdad en el diferente. Los nazis creían encarnar las hondas potencias espirituales de Occidente y creían luchar contra la masificación soviética y contra el uso mercantilista de la técnica encarnado por el capitalismo judío. Eran el centro, eran la posibilidad de la redención. De este modo, tenían derecho a todo. Y muy especialmente: a disponer de las vidas de los otros.

En toda violencia late el esquema civilización-barbarie. A veces se mata en nombre de la barbarie. Se mata lo establecido, lo racional, lo instaurado. La civilización entendida como sacralización del Poder. Aquí, la barbarie se asume como lo distinto, lo nuevo, lo –por usar una palabra que hoy se usa– transgresor. Lo que transgrede el orden monolítico del ser. Lo que es –se dice– siempre es reaccionario, precisamente porque es, porque está consolidado, porque ha devenido una cosa y ha perdido su vigor, su insolencia histórica. Toda cosificación es reaccionaria, y la civilización es eso: es la cosificación de un Poder constituido al que hay que destruir. Esto permite entender el nihilismo de ciertas violencias y –sobre todo– permitiría comprender (y ya llegaremos a este tema) el terrorismo de fin de milenio: cuando ya no se puede transformar el mundo lo único que resta es destruirlo. Así, el nihilismo de fin de milenio (la explosión en la AMIA, la bomba en el avión de la TWA) expresa una violencia que se asume desde la barbarie: la civilización –dice– es una cosificación intransformable; la civilización es este mundo del capitalismo mediático que no ofrece intersticios; que no ofrece penetrabilidad alguna para su transformación desde adentro. Sólo resta, entonces, en nombre de valores absolutamente opuestos que jamás este sistema podría incorporar, destruirlo desde afuera. Se destruye lo que es en nombre de lo que no es; de lo que, incluso, no sabe qué es salvo que es la destrucción, la negación absoluta. La barbarie.

La civilización ejerce la violencia en nombre de valores que se proponen como constructivos. La violencia de la civilización no se piensa a sí misma como nihilista. Siempre está por construir un mundo. Y la construcción de ese mundo implica el aniquilamiento de los diferentes.

Nadie utilizó la violencia civilizadora con más pasión y lucidez que Sarmiento. Porque Sarmiento no sólo hizo matar a Angel Vicente Peñaloza, el Chacho, sino que, asimismo, ofreció la más compleja, prolija y, por decirlo así, obstinada defensa de ese asesinato. Lo hizo en un libro que llamó El Chacho y que, en uno de sus pasajes, dice: "Las 'guerrillas' desde que obran fuera de la protección de gobiernos y ejércitos están fuera de la ley y pueden ser ejecutadas por los jefes en campaña. Los salteadores notorios están fuera de la ley de las naciones y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus fechorías". No hay que dudarlo: si uno quiere saber cómo y por qué se mata en nombre de la civilización... hay que leerlo a Sarmiento. Esa tarea nos espera.

Fuente: Página|12


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Qué pasa, qué pasa, qué pasa general Urquiza

[Imagen: El Chacho en la pica, por Carlos Terribili]

Por José Pablo Feinmann

El día es uno de esta semana. El del asesinato. Para peor, llueve. Porque la lluvia no lava la sangre, la expande, la lleva de un lado a otro, la mezcla con el barro. El mayor Irrazábal llega al galope a la casa del caudillo. Agarra una lanza y lo atraviesa. Dicen que preguntó dónde está ese bandido. Dicen que el legendario viejo respondió Peñaloza no es bandido. Inútil. Aunque sin llegar a los extremos de Sandes, Irrazábal era un asesino paranoico, útil para librar al elemento bárbaro de la República después del triunfo de Pavón. El colonialismo de Buenos Aires tenía que hacer esta tarea como los ingleses la hicieron en la India. Utilizó sus mismos valores: la civilización, el progreso, la cultura. Lástima que no quedó algo del espíritu del federalismo. Le habría dado un sentido lateral al sentido racionalista, europeísta de Buenos Aires. Pero a la elite de Buenos Aires poco le importaba el sentido lateral que la barbarie pudiera aportar. Era imposible que imaginara que esa idea estaría más cercana a Heidegger que a Smith, que a Marx. No habría que perdonar la crueldad con que la tarea se hizo. Pero el progreso tiene sus precios.

Tanto Sarmiento como José Hernández escribieron sobre la muerte de Peñaloza. Y muchos más. Sólo hay algo que quisiéramos notar. Sarmiento escribe: “El idioma español ha dado a los otros la palabra ‘guerrilla’, aplicada al partidario que hace la guerra civil fuera de las formas, con paisanos y no con soldados, tomando a veces en sus depredaciones las apariencias y la realidad también de la banda de salteadores. La palabra argentina ‘montonera’ corresponde perfectamente a la peninsular ‘guerrilla’ (...) Las ‘guerrillas’ no están todavía en las guerras civiles bajo el palio del derecho de gentes (...) Chacho, como jefe notorio de bandas de salteadores, y como ‘guerrilla’, haciendo la guerra por su propia cuenta murió en guerra de policía en donde fue aprehendido y su cabeza puesta en un poste en el teatro de sus fechorías. Esta es la ley y la forma tradicional de la ejecución del salteador (...) Los salteadores notorios están fuera de la ley de las naciones y de la ley municipal y sus cabezas deben ser expuestas en los lugares de sus fechorías”.

En 1863, un joven periodista de Paraná, que nueve años más tarde escribirá la primera parte de su poema inmortal, publica una airada defensa de Chacho y un ataque al partido unitario. Interesa ver cómo en Argentina, al partido de la “barbarie”, le sobraban buenas plumas. El sentido lateral, el integracionismo, la búsqueda de un país más amplio, la construcción, no de una ciudad, sino de una nación habría sido tal vez posible. Escribe Hernández: “Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina. El partido federal tiene un nuevo mártir (...) El general Peñaloza ha sido degollado (...) en su propio lecho y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen desempeño al bárbaro Sarmiento. El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas”. Esta era la parte “pesada” de la “carga del hombre blanco” que Kipling mencionaba. O lo que el mariscal Bugeaud, más íntimamente, sugería: a la barbarie hay que lucharle con la barbarie. La carga es “pesada” porque no sólo incluye la educación de los bárbaros, llevarles las luces y el progreso. También matarlos siempre que haga falta. Y suele hacer falta muy a menudo. Hernández asume la figura del poeta de la maldición: “¡Maldito sea! ¡Maldito, mil veces maldito, sea el partido envenenado con sus crímenes, que hace de la República Argentina el teatro de sus sangrientos horrores (...) Detener el brazo de los pueblos que ha de levantarse airado mañana para castigar a los degolladores de Peñaloza, no es la misión de ninguno que sienta correr en sus venas sangre de argentinos. No lo hará el general Urquiza. Puede esquivar si quiere a la lucha su responsabilidad personal, entregándose como inofensivo cordero al puñal de los asesinos que espían el momento de darle el golpe de muerte; pero no puede impedir que la venganza se cumpla, pero no puede continuar por más tiempo conteniendo el torrente de indignación que se escapa del corazón de los pueblos (...) el general Urquiza vive aún, y el general Urquiza tiene aún que pagar su tributo de sangre a la ferocidad unitaria, tiene que caer bajo el puñal de los asesinos unitarios (...) en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido unitario”.


Emisión del programa radial
Atrapados en libertad por AM 530, La Voz de las Madres

Urquiza aprovecha la jugada de Pavón. Se retira de la política y se dedica a los negocios. Pero los federales siguen pidiendo su apoyo. Lo exige Felipe Varela en Manifiesto a los Pueblos Americanos. Urquiza parece no escuchar nada. Apoya a Mitre en la guerra contra el Paraguay, ese genocidio americano, tan secreto, tan oculto como el armenio. Y lo peor: luego de su frustrada competencia con Sarmiento por la Presidencia de la República acepta que éste lo visite en Paraná. Sarmiento llega en un vapor que lleva por nombre Pavón. Imposible una injuria mayor. El líder de los federales se abraza con el asesino de Peñaloza. No hay más que decir.

En abril de 1870 se escucha el bochinche de una caballada embravecida en el Palacio de San José. Son los federales de López Jordán. Urquiza sale armado. Le disparan y después le hunden los puñales de la venganza. “Ricardito, ¿por qué?” “Por traidor y por hijo de puta, general. Traidor al federalismo argentino. Hijo de puta... por usted mismo nomás.” “No era posible derrocar a Mitre. Los ingleses estaban con él.” “Podríamos haber tenido un país mejor. No sé el resto de América. Pero el nuestro pudo haber sido mejor porque tenía a los federales y éramos muchos.” “Pero eran bárbaros, brutos.” “Teníamos los mejores intelectuales. Lo teníamos a usted, el vencedor de Rosas. Otro puerto, Rosario. Un interior mediterráneo que pudo desarrollarse si lo protegíamos. Teníamos a los hermanos del Paraguay. Usted y Mitre les mataron seiscientos mil hombres. Hubieran sido nuestros. Ahora, gracias a todas sus traiciones, vamos a tener un país de porteños. Una gran ciudad y el resto un páramo derrotado.” Urquiza, algo curioso aún, pregunta:

–Cuando venían para el San José les escuché gritar: “Qué pasa/ qué pasa, general/ está lleno de gorilas/ el gobierno federal”.

López Jordán sonríe y se le achican los ojos.

–Es un anacronismo.

–¿Y eso qué es?

–Se va a morir antes de poder entenderlo. Pero cuidado: nosotros somos el pueblo pobre en armas. No somos vanguardia de nada. A no confundirnos. Y ahora, si me permite...

–Qué.

–La puñalada del final.

Y le enterró el puñal con tantas ganas que ya nada podía importarle de lo sucedido ni de lo que pudiera sucederle. Si hay un acto que justifica nuestra vida por completo él acababa de cometer el suyo. El federalismo moría. Pero su asesino también. O, mejor aún, ya estaba muerto.


20/11/11 Página|12


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Angel Vicente "Chacho" Peñaloza (1798-1863)

[Imagen: El Chacho, por Carlos Terribili]

Vicente Osvaldo Cutolo

[De Nuevo Diccionario Biográfico Argentino 1750-1930]

En 1821, Ángel Peñaloza, apodado el Chacho, trabó amistad con el Comandante Juan Facundo Quiroga y luchó, bajo su mando, contra las fuerzas unitarias al mando de La Madrid y el General José María Paz. Quiroga acuerda con Juan Manuel de Rosas un plan para destruir a las fuerzas unitarias en el interior del país e inicia, junto con Peñaloza, una campaña que culmina con el dominio de Cuyo, La Rioja, San Luis, Mendoza, Catamarca y Tucumán.

Durante el gobierno de Paulino Orihuela, gobernador de La Rioja, el Chacho fue designado comandante militar y su prestigio era tan grande que en 1833 comandó la escolta de Quiroga. Era un típico caudillo de la provincia, un hombre de campo con todas las características que el poema de José Hernández atribuye al gaucho argentino.

Cuando se produjo el asesinato de su jefe y protector en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835, quedó como sucesor indiscutido de su popularidad. En 1840 se pronunció contra Rosas porque creyó que éste había sido uno de los instigadores del asesinato de Quiroga. A las órdenes de Lavalle, el Chacho sublevó los Llanos e inició una guerra de guerrillas contra el fraile Aldao que había ocupado La Rioja. El deseo por tomar su provincia natal para el bando unitario lo llevó a varios enfrentamientos con los diferentes gobernadores de La Rioja. Finalmente fue derrotado por el ejército del gobernador federal de San Juan. Se exilió un año en Chile y en 1844, volvió a San Juan prometiéndole a Benavídez que se sometería al régimen de la Federación. En 1848 y en una situación de pobreza extrema, le permiten volver a La Rioja, su provincia natal. Esta situación molestó a Rosas que le exigió a Benavídez, enviar al Chacho a Buenos Aires, aunque el gobernador eludió la demanda. No obstante estar bajo garantía, participó en el derrocamiento del gobernador riojano, Vicente Mota. A partir de ese momento, la situación del Chacho mejoró pro su prestigio en el sostén del nuevo gobierno de Manuel Bustos. En 1852, con la derrota de Rosas, se afirmó con mayor solidez, intervino en cuestiones de política local y llegó a cartearse con el general Urquiza.

El nuevo gobernador de La Rioja, Solano Gómez, toma una serie de drásticas medidas que provocan que en 1856 Urquiza -en ese momento, presidente de la Confederación-, envíe una comisión que interviene en los asuntos provinciales. Ante el fracaso de los intentos encauzar la política provincial en el marco de la Constitución nacional, estalla una revolución promovida por Bustos y apoyada por Peñaloza que destituye al gobernador. La Legislatura lo reemplaza por Bustos que mantiene buenas relaciones con el Chacho. Sin embargo, la armonía se rompió a causa de los intentos revolucionarios de los hermanos Carlos y Ramón Ángel en 1859 y 1860 para derribar al gobierno. Las sanciones aplicadas a ambos disgustan a Peñaloza que era su protector y pide la renuncia de Bustos. Nuevamente, el gobierno nacional envía diferentes delegados para solucionar el pleito pero estos fracasan. Finalmente, Peñaloza toma el poder provincial y convoca a elecciones, que dan como resultado el nombramiento de Villafañe como nuevo gobernador. Urquiza envía una comisión para aconsejarlo que desarrolle una política acorde a la Constitución nacional.

El triunfo de Mitre en Pavón trajo un período aciago para la provincia. El gobierno central le pide a Peñaloza que oficie de árbitro en el conflicto entre Santiago del Estero y Catamarca. Aprovechando su ausencia el gobernador de Córdoba, Marcos Paz, se apoderó de La Rioja. La región se insurreccionó y decenas de partidas trataron de estorbar y aislar a los nacionales. Para congraciarse con Mitre, Villafañe traiciona a Peñaloza y firma una declaración en la que lo repudia y amenaza con castigos a los que lo apoyasen. El Chacho regresa apresuradamente e ingresa la ciudad con el apoyo popular. Villafañe había huido y el gobernador delegado repara el agravio inferido al Chacho. En ese momento Mitre y Paunero, alarmados por la supervivencia del Chacho, envían una comisión a negociar con él. Los jefes liberales reconocieron la necesidad de incluir al Chacho como una garantía del orden y la tranquilidad en el interior pero luego, lo acusaron de delitos que no había cometido y buscaron por todos los medios posibles, que Mitre le declarara la guerra. Por fin lo consiguieron y se designó a tal efecto, al gobernador de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento, enemigo encarnizado del caudillo riojano. El Chacho enarboló la bandera de la rebelión frente al proyecto liberal y organizó una guerra de montoneras. Intentó atacar San Juan pero fue derrotado por el mayor Irrazábal. Dos días antes de morir, escribió una carta a Urquiza que se considera su 'testamento político'. Allí de pide que se ponga al frente de la lucha contra los herederos de Pavón. El 12 de noviembre de las fuerzas de Irrazábal lo encuentran en su casa y le exigen que se rinda. El Chacho entrega el puñal que le había obsequiado Urquiza en señal de aceptación, pero Irrazábal lo atravesó con una lanza. Su cabeza fue exhibida en la plaza de Olta durante ocho días.

Sarmiento se alegró por su muerte, diciendo que el Chacho era una 'bestia dañina', Mitre la desaprobó por no ajustarse a las disposiciones legales -era un general de la nación y debió juzgárselo en un Consejo de guerra. José Hernández, en cambio, publicó una reivindicación póstuma del caudillo en su diario El Argentino, que apareció como libro al año siguiente. También Gutiérrez y el poeta Olegario Andrade escriben en su favor. El texto de Sarmiento de 1867, en el que defiende el crimen contra Peñaloza desató una feroz polémica con Juan Bautista Alberdi.

Véase:
ANDRADE, OLEGARIO, Oda al general Ángel Vicente Peñaloza
GUTIÉRREZ, EDUARDO, La muerte de un héroe
HERNÁNDEZ, JOSÉ. Rasgos biográficos del general Ángel Vicente Peñaloza
SARMIENTO, DOMINGO F., El Chacho, el último caudillo de la montonera de los Llanos
VIÑAS, DAVID. Rebeliones populares argentinas. De los Montoneros a los anarquistas. Buenos Aires: Carlos Pérez Editor, 1971.



Caudillos: El Chacho. Producción Canal Encuentro


1863 - La muerte del Chacho

[Investigación periodística de José Hernández]

El 12 de noviembre de 1863 el brigadier general Angel Vicente Peñaloza, a sus gallardos 70 años, está refugiado en la casona de su amigo Felipe Oros, en la pequeña población riojana de Olta, con media docena de hombres desarmados, a pocos días de su derrota en Caucete, San Juan, contra las tropas de línea del gobernador de la provincia y director de la guerra designado por el presidente Bartolomé Mitre: Domingo Faustino Sarmiento, que estaba desesperado entonces por saber dónde se escondía su peor enemigo. A principios de mes el capitán Roberto Vera sorprende a un par de docenas de seguidores de Peñaloza. "Acto continuo se les tomó declaración", dice el escueto parte de su superior, el mayor Pablo Irrazábal: seis murieron pero el séptimo habló. El chileno Irrazábal lo manda a Vera con 30 hombres al refugio del caudillo, donde lo encuentra desayunando con su hijo adoptivo y su mujer. El Chacho, el amable gaucho generoso y valiente defensor a ultranza de las libertades de los pueblos, sale a recibirlo con un mate en la mano y, entregando su facón -en cuya hoja rezaba la leyenda "el que desgraciado nace / entre los remedios muere"-, le dice al capitán: "estoy rendido". Vera lo conduce a uno de los cuartos y le pone centinela de vista. Y le comunica el suceso a Irrazábal. El mayor no tarda en aparecer. Entra al cuarto y pregunta de un grito: "¿quién es el bandido del Chacho?". Una voz calma, desbordante de buena fe, le contesta: "yo soy el general Peñaloza, pero no soy un bandido". Inmediatamente, y sin importarle la presencia del hijastro y de doña Victoria Romero de Peñaloza, el mayor Pablo Irrazábal toma una lanza de manos de un soldado y se la clava en el vientre al general. Después lo hizo acribillar a tiros. Y mandó cortarle la cabeza y exhibirla clavada en una pica en la plaza del pueblo de Olta. Sarmiento, que nada deseaba más que esa muerte, le escribe a Mitre el 18 de noviembre: "...he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses".

La guerra "de limpieza social", de exterminio de los criollos, de degüello de los federales, de carnicería feroz, de raptos, robos, saqueos, violaciones, levas de enganchados y cepos "colombianos" a los gauchos, es la consecuencia directa de Pavón, "la derrota que no fue" impuesta por las logias de Buenos Aires. El 17 de septiembre de 1861 se enfrentaron junto al arroyo de Pavón, al sur del la provincia de Santa Fe, el ejército bonaerense liberal de Mitre y el ejército federal de las provincias de Urquiza. Producida la victoria indiscutible de los federales en el campo de batalla, inexplicablemente, Justo José de Urquiza se retira del campo a paso lento, al tranco de su caballo, como para demostrar que es una retirada voluntaria. ¡Y al mismo tiempo ordena también la retirada de los suyos, ganadores del combate! Con la insólita claudicación urquicista, la Confederación se derrumbó y el país quedó en las manos de "la civilización de la levita" de los porteños, una de las páginas más tristes y sangrientas de nuestra historia.


Rancho de la localidad de Olta donde fue capturado y ejecutado el Chacho.

La bandera abandonada por Urquiza será alzada entonces por el Chacho Peñaloza, brigadier general del ejército de la nación y jefe del III Ejército -el "Ejército de Cuyo"-, aunque sin tropas de línea ni armas. De una vieja familia fundadora de La Rioja, de larguísima carrera de luchas en las que había ganado todos sus grados en el campo de batalla, Peñaloza fue teniente coronel de Facundo Quiroga, y lo acompañó en todas sus campañas, sirviendo después de Barranca Yaco a las órdenes del gobernador Brizuela, con quien entró a la coalición del Norte. Este cambio de frente obedeció a la falsa versión unitaria que le achacaba a Rosas la inspiración del asesinato de Facundo.

Pero ya estamos después de Pavón, cuando el Chacho levanta una vez más su enseña, cabalgando sin sombrero, ceñida la melena blanca con una vincha gaucha, y son cientos, y pronto miles los que lo rodean, paisanos con sus caballos de monta y de tiro, y una media tijera de esquilar atada a una caña como lanza. De La Rioja a Catamarca, de Mendoza a San Luis, de Córdoba a San Juan, la montonera crece levantando voluntarios en marcha triunfal. En los Llanos, el caudillo es imbatible. Por eso, el gobierno nacional manda al sacerdote Eusebio Bedoya a ofrecerle la paz. El Chacho acepta complacidísimo y se fija La Banderita para el cambio solemne de las ratificaciones y de los prisioneros de guerra. El acude con sus tenientes y montonera en correcta formación. El ejército de línea, conducido por los jefes mitristas Rivas, Arredondo y Sandes -los dos últimos orientales-, rodean a Bedoya.

José Hernández, el autor del Martín Fierro, narra la entrega de los prisioneros nacionales tomados por el Chacho. "¿Ustedes dirán si los han tratado bien?", pregunta éste. "¡Viva el general Peñaloza!", fue la única y entusiasta respuesta.

Luego el riojano se dirige a los jefes nacionales: "¿Y bien, dónde están los míos?... ¿Por qué no me responden?... ¡Qué! ¿Será cierto lo que se dice? ¿Será verdad que todos han sido fusilados?"... Los jefes militares de Mitre se mantenían en silencio, humillados; los prisioneros habían sido todos degollados sin piedad, como se persigue y se mata a las fieras de los bosques; las mujeres habían sido arrebatadas por los invasores... Al decir del joven periodista Hernández -testigo angustiado de las desdichas nacionales-, Bedoya y los propios jefes militares, conmovidos, sienten asco por haberse mezclado en la negociación. Pronto el Martín Fierro marcará a fuego la iniquidad mitrista:

¡Y después dicen que es malo
el gaucho si los pelea!

Pero hay uno que nada lo conmueve; queda en pie el enemigo más formidable del caudillo de los Llanos: Sarmiento, que además de caracterizarlo de bandido, vándalo y ladrón, lo hostiliza y hace perseguir implacablemente a sus hombres, incorporándolos por la fuerza a los peores destinos militares, después de apoderarse de sus mujeres y propiedades. (Unos meses antes le escribía a Mitre sobre Sandes: "Si mata gente, cállense la boca. Son animales bípedos de tan perversa condición que no sé qué se obtenga con tratarlos mejor"). Hasta que el director de la guerra logra colmar la paciencia del Chacho, que antes del año de La Banderita levanta nuevamente el estandarte de la rebelión, declarando en una carta a Mitre: "Los hombres todos, no teniendo ya más que perder que la existencia, quieren sacrificarla más bien en el campo de batalla defendiendo sus libertades, sus leyes y sus más caros intereses atropellados vilmente". Y toma su lanza temible convocando a los dispersos federales, a los veteranos de Facundo y a los jóvenes casi niños que prefieren morir con la tacuara en la mano a aniquilarse en los cantones fronterizos, diciendo en su proclama, que vuelve a conmocionar los Llanos: "El viejo soldado de la patria os llama en nombre de la ley y de la nación, para combatir y hacer desaparecer los males que aquejan a nuestra tierra".

La tragedia de Olta inició una ola de sangre descontrolada en toda la región. Pero desde entonces una copla popular se empezó a cantar en los Llanos:

Dicen que al Chacho
lo han muerto.
No dudo que así será.
Tengan cuidado magogos,
no vaya a resucitar.


Fuente: www.agendadereflexion.com.ar


San Juan. Batalla de Caucete, un grupo de soldados del Chacho Peñaloza tomados prisioneros por las fuerzas nacionales comandadas por el Mayor Irrazábal, 1863. En el centro un cañoncito artesanal de cuero que disparaba piedras. Los soldados del Chacho están descalzos y visten harapos. A izquierda y derecha se observan soldados nacionales uniformados. Foto: Archivo General de la Nación.


José Hernández y el asesinato de Peñaloza

[Imagen: Arma del Chacho]

Investigación periodística e historia política, por Carlos del Frade.

La investigación periodística revela el funcionamiento de los factores de poder en una sociedad y descubre el por qué existencial de las mayorías populares. La historia del periodismo argentino está plagada de antecedentes del género que tomó auge a fines de los años cincuenta del siglo veinte pero que, en realidad, asumió sus formas desde el diecinueve con políticos y escritores como Belgrano, Fray Mocho y José Hernández. Este último, conocido de manera mayoritaria por "Martín Fierro", fue uno de los pioneros de un periodismo de denuncia precisa que revela el nombre y el apellido de los multiplicadores del dolor del presente que le tocó vivir. La investigación sobre el asesinato del Chacho Peñaloza es una pieza de antología que no solamente es útil para los miles de estudiantes de periodismo, sino también para la historia política de los argentinos. Vayan estas líneas, entonces, como modesto homenaje a dos hombres comprometidos con el sueño inconcluso de los que son más, Hernández y Peñaloza que, en estos días, se recordaron con tibieza por las efemérides de sus nacimiento y muerte, respectivamente.

Del Chacho a los hijos y entenados

José Hernández es el símbolo de un periodismo de denuncia y prólogo del género de la investigación que descubre la trama íntima de la impunidad en torno a un crimen político que conmovió a la sociedad argentina de principios de la década del sesenta del siglo pasado.

El asesinato del Chacho Peñaloza fue presentado por los periódicos de la época, los de Buenos Aires, como el "lógico final de un bandolero".

Sarmiento y Mitre justificarían el método en nombre del progreso.

Frente a esta construcción de sentido del presente, tendiente a conformar una visión que justificaba la eliminación de las resistencias del interior ante el proyecto económico y político de la burguesía porteña en alianza con los ganaderos de la Mesopotamia, el periodista Hernández, militante del proyecto de la Confederación, descubriría otra historia.

Y lo haría a través de una serie de artículos que publicó en el periódico entrerriano "El Argentino", de Paraná.

La primera nota se titulaba "Asesinato atroz" y comenzaba con una cabeza escrita según los conceptos actuales de la estética del periodismo informativo.

"El general de la Nación, Don Angel Vicente Peñaloza ha sido cosido a puñaladas en su lecho, degollado y llevada su cabeza de regalo al asesino de Benavídez, de los Virasoro, Ayes, Rolin, Giménez y demás mártires, en Olta, la noche del 12 del actual", en referencia a noviembre de 1863.

"El general Peñaloza contaba 70 años de edad; encanecido en la carrera militar, jamás tiñó sus manos en sangre y la mitad del partido unitario no tendrá que acusarle un solo acto que venga a empañar el valor de sus hechos, la magnanimidad de sus rasgos, la grandeza de su alma, la genrosidad de sus sentimientos y la abnegación de sus sacrificios".

Hernández describe y utiliza los adjetivos que informan.

El periodista con conciencia política que es Hernández denunciará desde el presente, el proyecto de dominación que enfrenta desde el campo de batalla y desde el escritorio de una redacción.

"El asesinato del general Peñaloza es la obra de los salvajes unitarios; es la prosecución de los crímenes que van señalando sus pasos desde Dorrego hasta hoy".

Luego vendrá un segundo artículo, "La política del puñal" en la que advierte desde la lucidez del analista político: "Tiemble ya el general Urquiza que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello; allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido Unitario".

La tercera nota es la presentación del género de la investigación periodística en la Argentina.

"Peñaloza no ha sido perseguido. Ni hecho prisionero. Ni fusilado. Ni su muerte ha acaecido el 12 de noviembre. Lo vamos a probar evidentemente, y con los documentos de ellos mismos. Todo eso es un tejido de infamias y mentiras, que cae por tierra al más ligerísimo examen de los documentos oficiales que han publicado sus asesinos", aseguró el periodista.

Agregó que "ha sido cosido a puñaladas en su propio lecho, y mientras dormía, por un asesino que se introdujo a su campo en el silencio de la noche; fue enseguida degollado, y el asesino huyó llevándose la cabeza. A la mañana siguiente no había en su lecho ensangrentado sino un cadáver mutilado y cubierto de heridas. Esa es la verdad, pero todo esto ha ocurrido antes del 12 de que hablan las notas oficiales. Los partes y documentos confabulados mucho después del asesinato con el solo objeto de extraviar la opinión del país, incurren en contradicciones estúpidas".

En esas líneas se descubre el sentido y el objetivo de las palabras de Rodolfo Walsh en "Operación Masacre", luego de los fusilamientos de José León Suárez.

"Examinemos ligeramente esos documentos. El primer parte que aparece dando cuenta de la muerte del general Peñaloza, es el siguiente" y transcribe el texto de Pablo Yrrazábal y Ramón Castañeda fechado en Olta, el 12 de noviembre de 1863.

Allí se pone de manifiesto que Yrrazábal sorprendió al "bandido Peñaloza, el cual fue inmediatamente pasado por las armas" y aseguraba que también tenía "prisionera a la mujer y un hijo adoptivo".

Hernández destacó a los lectores el hecho de que el operativo se produjo en la madrugada del 12 y que no había más prisioneros que la familia de Peñaloza.

A continuación, Hernández publicó una carta de Sarmiento, como gobernador de San Juan, al inspector general de Armas de la República, general Wenceslao Paunero.

En ella el sanjuanino le adjudicó la detención del Chacho a Vera y no en la madrugada del 12, si no a las nueve de la mañana.

El tercer documento es la carta que Yrrazábal dirigió al coronel José Arredondo el mítico 12 de noviembre de 1863.

"Pongo en conocimiento de VE el buen éxito de nuestra jornada que ha dado el triunfo sobre el vandalaje", comenzaba el escrito.

Luego mencionó al "valiente comandante Ricardo Vera", la fecha 11 de noviembre, la toma de 18 prisioneros y la partida hacia Olta en la madrugada del 12. Habla de otro grupo de 18 nuevos prisioneros, seis muertos y el secuestro de la mujer del Chacho y un hijo adoptivo.

Entonces Hernández pone en evidencia las contradicciones entre los documentos oficiales.

"O miente uno o miente el otro. La verdad es que mienten los dos", escribe en tono contundente.

Publica una nueva carta, del 13 de noviembre, enviada por Pedro Echegaray al coronel y jefe de las fuerzas movilizadas, coronel Cesáreo Domínguez. Lo hace desde Los Pocitos, provincia de Córdoba. Allí se cuenta que se llegó a La Rioja en la noche del 12 de noviembre y que "muy pronto quedará restablecido el orden porque el primer caudillo, que era Peñaloza, concluyó su carrera en Olta, que fue muerto por una comisión del coronel Arredondo al mando del comandante Ricardo Vera".

De allí que Hernández desmenuce el sentido profundo de los signos que ofrecen las cartas.

"En esta nota, fechada un día después de aquel en que se da como acaecida la muerte de Peñaloza, y a una inmensa distancia del lugar del suceso, Echegaray habla del hecho como de un suceso viejo, habla de los resultados producidos, de la marcha de Puebla, de los avisos mandados por él a las autoridades de San Luis, de la ocupación de La Rioja por Arredondo, de los individuos que se han presentado, y por fin de que se ha retirado de aquella provincia por creer ya innecesaria su presencia allí. No hay magia para hacer tantas cosas en unas cuantas horas, sino la de los salvajes unitarios. Pero Echegaray no mentía, sino que Peñaloza ha sido asesinado mucho antes de lo que dicen esas notas falsificadas", remarcó José Hernández.

Y añadió una última carta de Yrrazábal a Echegaray, desde Ulape, el 8 de noviembre de 1863. "Según noticias, creo que US no está seguro de que Peñaloza fue tomado e inmediatamente pasado por las armas", testimonia el documento.

A partir de esa demostración, Hernández confirmó que "aquí está descubierto el crimen. Esa nota es de fecha 8 de noviembre e Yrrazábal le asegura a Echegaray que Peñaloza había sido muerto" y más adelante enfatizó que "el asesinato que se pretende encubrir está revelado".

Después analiza la construcción de la historia oficial a través del diario "El Imparcial" de Córdoba y "La Nación Argentina", de Mitre.

Terminó escribiendo que "el criminal se agazapa, se esconde, pero siempre deja la cola afuera, que es por donde lo toma la justicia. Los salvajes unitarios han dejado también la cola afuera".

Es una pena que este texto de investigación, análisis, precisión informativa y moderna estética en la redacción, no se estudie en las facultades de comunicación social y en las escuelas de periodismo como antecedente de los escritos de Walsh, Bayer y Verbitsky.

Pero también constituye un flagrante delito de falsificación histórica el tratar de reducir a José Hernández como el autor del "Martín Fierro".

Hernández demuestra, a través de su notable ejercicio de la construcción de las noticias y de su compromiso político que lo llevó hasta los campos de batalla, una voluntad de convertir en masivo lo oculto por los sectores dominantes.

Su trabajo de descubrimiento a favor de las mayorías constituye un valioso aporte para la formación de la conciencia social.

Esa que se nutre del mandato cultural y político que viene desde 1810 de formar una Argentina con igualdad y solidaridad, proyecto histórico que resume la identidad nacional.

Fuente: ARGENPRESS.info, Fecha publicación:14/11/2005


Vida y muerte de un caudillo

Por León Benarós

Ángel Vicente Peñaloza fue caudillo de La Rioja en el siglo XIX, llamado «El Chacho». Chacho es un apodo muy utilizado en Argentina; quizá venga de muchacho. El Chacho fue asesinado por tropas de Buenos Aires el 12 de noviembre de 1863 en Olta, La Rioja.

Canción de cuna del Chacho
Canción


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(Recitado)
Un niño nace en la Rioja,
¿Qué destino ha de tener?
Para defender su provincia,
¡montonero habrá de ser¡

(Cantado)
Niñito de pelo ru[bio],
changuito de ojos celes[tes],
¡sosiégesee ya¡

Mi niñito de los lla[nos],
mi churito ángel Vicente.

Si se dormirá,
debajo del algarrobal.

Duérmase, pues, mi changui[to],
mi clavelito elegi[do],
de Guaja la flor,
para cuando se despier[te],
fíjese que le trai[go],
arrope y mistol,
se duerme la luna y el sol.

Ya viene la montone[ra],
mi niño ya está dormi[do],
¿qué sueño hai´ tener?.

Se vera chul[i] y creci[do],
levantando polvare[da],
saliendo del ce[rro],
tal vez deberá padecer.

Tal vez deberá padecer.
Tal vez deberá padecer.


Montonereando
Adolfo Ábalos-León Benarós
Chacarera

(Recitado)
¡Tanto defender La Rioja!,
¡Tanto luchar y luchar!.
Destino de gente pobre,
¡sufrir y montonerear!.

(Cantado)
Guandacol, Chepaespetui, Malanzán,
tal vez esos lindos pagos,
no los veré más.

¿Dónde está la que un querer me juró?.
Ella me estará esperando,
pero tal vez no.

Chañaral, Churquicardón, Retamal,
soy llanisto, soy del Chacho,
soy de La Rioja.

Pobre soy, soy montonero señor,
libres somos los riojanos,
libre seré yo.

Floro Cruz, Apolinario Mazán,
Pancho Argüello, Cleto Luna,
no los veré más.

Otra vez, pecho el fusil donde esté,
es lo mismo, monte o cerro,
para morir pues.

Ya verán cuando se ofrezca pelear,
si medio la montonera,
se desempeñan.

Pobre soy, soy montonero señor,
libres somos los riojanos,
libre seré yo.

La Victoria Romero
Ramón Navarro - León Benarós
Cueca

(Recitado)
Ya ese Chacho Peñaloza
se viene ganando a mozo,
un amor le está ocupando
su corazón generoso.

(Cantado)
Dic'qu'se Peñaloza
anda noviando.
Dic'qu'se Peñaloza
anda noviando.

Tiempo que no lo han visto montonereando.
¿Quién será que le roba su voluntad?.

Dic'que los ojos negros de alguna moza,
guerra le dan al Chacho, más que otra cosa.

Por esos jarillales ronda el amor.
Riojano amor,
ella es la flor,
de aquellos pagos.

Y el mocetón, con sencillos halagos,
jura su amor sincero,
a la Victoria Romero.

Dic'qu'se Peñaloza, va pretendiendo,
Dic'qu'se Peñaloza, va pretendiendo,
una moza de Tama, lo anda queriendo.

Ella es sencilla y pura, flor de cardo.
¡Linda la novia d'el Chacho,
alta y airosa!.

Moraba en los entreveros, tan valerosa.
Sabe mostrar agallas junto al varón.

Se va, se va, se va, se va.
Cueca riojana.

El Chacho va, con la novia en Anca,
y el juega la vida y fama,
por esa moza de Tama.


Deje, nomás
Adolfo Ábalos - León Benarós
Vidala chayera

 


El Chacho, por Octavio Calvo]

(Recitado)
Noticias de Buenos Aires,
para afligir han venido,
porque han de pelearlo al Chacho,
como si fuera un bandido.

(Cantado)
Dicen que se ha de venir,
deje, nomás,
tropa baquiana de allá,
deje, nomás.

Déle chumbiar y chumbiar,
sable largo, por demás.
Y que nos viene a topar,
el entrevero será ya guaytá.

Dicen que está por llegar,
deje, nomás,
esa tropa nacional,
deje, nomás.

Y que nos viene a mandar,
¡Cuaya a saber si podrá!.
Gente del Chacho hallará,
le dificulto la facilidad.

Dicen que en la Rioja está,
deje, nomás,
esa tropa nacional,
deje, nomás.

Y que nos quiere allanar,
fiero les hemos de entrar.
Ha de quedar el tendal,
la polvareda y el viento, nomás.

Que sí será, si no será,
la polvareda y el viento, nomás,.

la polvareda y el viento, nomás,

la polvareda y el viento, nomás,

(Grito)


Triunfo del Chacho
Eduardo Falú - León Benarós
Triunfo

(Recitado)
¿Qué siente por ese Chacho,
la paisanada devota?.
Lo sigue sin desertarse,
en el triunfo o la derrota.

(Cantado)
Yo no soy de estos pagos,
soy de La Rioja,
soy de La Rioja,
donde no tiene sitio,
la gente floja.

¡Qué digo!. Soy de La Rioja.

Dicen que viene Sandes, (*)
la polvareda,
la polvareda,
queriendo avasallar,
tal vez no pueda.

¡Qué digo!. La polvareda.

¡Amalaya ese Chacho!,
tan combatido,
tan combatido,
ofertando la paz,
sin ser oído.

¡Qué digo!. Tan combatido.

Este es el triunfo, madre,
de los chachistas,
de los chachistas,
con La Rioja en el alma,
la lanza lista.

¡Qué digo!. De los chachistas.

(*) Nota: Sandes, fue el coronel que venció al Chacho en el encuentro de Lomas Blancas (20/05/1863), y de donde el caudillo huyera, para caer definitivamente derrotado en Olta.

La muerte del Chacho
Anónimo - León Benarós
Romance

(Recitado)
Cuente la copla de pueblo: - La muerte de Peñaloza.
Desarmado lo mataron, - así, nomás, es la cosa.

(Romance)

Yo he visto gemir al tigre, - y vi llorar al quebracho,
han de dejar que les cuente - cómo mataron al Chacho.
Como varón se sostuvo - de la cabeza a los pies,
finó el doce de noviembre - del año sesenta y tres.
Con entereza total, - se allanó a perder la vida.
¡Digan si se vio en La Rioja - una estampa parecida¡.
Sesenta y cinco veranos - ya cuenta ese Peñaloza.
Ver su provincia invadida, - el corazón le destroza.
Ya de la riojana sangre, - el suelo nativo entintan.
Las hartas canas al Chacho - en las sienes se le pintan.
Cuando en San Juan, la Victoria - le mezquinó sus halagos,
se sintió ese general - tironeado por sus pagos.
En llegando a Loma Blanca, - como quién va para Olta,
en el rancho de un tal Oros, - va a alojarse con su escolta.
El Mayor Pablo Irrazabal - los desbarata en Caucete,
va con orden de apretarlos, - pa' ver si los somete.
Y respirando rencor, - con una saña de fiera,
para perseguir al Chacho, - destaca a Ricardo Vera.
¿Con qué ánimo ha de ver éste, - comisión que se le cuadre,
si el general Peñalosa - era su amigo y compadre?.
Más bien iba, por si acaso, - a pactar la rendición,
por si ese Chacho, - acatara la fuerza de la nación.
Bajo una lluvia finita - con su gente, llega Vera,
desmonta y en un abrazo - con el Chacho se entrevera.
y allí le dice "Compadre, - su causa, es causa perdida.
Si usted se rinde al gobierno, - yo le aseguro la vida.
Ponga fin a sus trabajos - entre gente montonera.
Entréguese a la nación, - no es una fuerza extranjera".
Como mirando a lo lejos - queda el Chacho fijamente
en su catre de algarrobo, - mateaba tranquilamente.
Por fin, por segura prenda - de aquel pacto tan sencillo,
en señal de acatamiento, - ha entregado su cuchillo.
Ya la mucha edad al Chacho, - su brío porfiado vence.
Ya con aquellas razones, - su compadre lo convence.
Un tal Regalado Campos, - chasca en esa situación,
va a dar a aquel Irrazabal - parte de la rendición.
Más llega el dicho Irrazabal, - con toda la rabia junta
y sin desmontar, a Vera, - "¿Cuál es el Chacho?", pregunta,
Y al saberlo, allí, nomás, - ciego de fiera venganza,
se le viene a Peñaloza, - y de un lanzazo lo avanza.
Rendido de buena fe, - pues hasta entregó el cuchillo,
en semejante ocasión, - ¿qué iba a hacer ese caudillo?
En mentira y felonía - todo se le trueca -pienso-
por darle seguridad, - lo lancean indefenso.
Mudos quedan de sorpresa, - quienes lo están contemplando,
se le hundió hasta la moharra, - y el asta quedó temblando.
Todavía moribundo, - pudo, firme, ser oído:
"¡Cobarde!", murmura el Chacho. - "¡Matar a un hombre rendido¡".
Allí lo dejan, después - de semejante atropello.
Tiene la boca entreabierta, - tiene un rosario en el cuello.
Como una tigra, llorando - de pena que la acongoja,
ciega de dolor, la Vito - con furia se les arroja.
Alguno, más comedido, - de un talerazo la acuesta,
cuando ese Pablo Irrazabal - suelta su rabia funesta,
y señalándolo al Chacho, - doblado en sus estertores,
grita, ese mayor sin hiel: - "¡A ver¡ ¡Cuatro tiradores¡".
En un orcón de algarrobo, - el Chacho queda sujeto.
¡Ya le pegan cuatro tiros¡ - ¡Ya el crimen está completo¡.
Y para que haya, señores, - de todo, como en botica,
a la cabeza del Chacho, - la exponen en una pica.
¡Lindo es salirle a la muerte - en cualesquier entrevero¡.
¡Pero otra cosa, es que a un hombre, - lo maten como cordero.
¡Ya se acabó Peñaloza¡. - ¡Ya lo pudieron matar¡.
Tengan cuidado, señores, - ¡no vaya a resucitar¡.

La pura verdad
Adolfo Ábalos - León Benarós
Baguala

Una baguala que expresa con profundidad el anuncio del trágico destino del caudillo.

(Recitado)
La vida y muerte del Chacho,
ya nomás estoy cantando.
El cayó por su provincia,
nosotros, vamos andando.

(Cantado)
Mi general Peñaloza,
la pura verdad.
Mi general Peñaloza,
la pura verdad.
Padrecito de los pobres,
Padrecito de los pobres,
no quiera la suerte, nos llegue a faltar.

Se lleva atrás de su poncho,
la pura verdad.
Se lleva atrás de su poncho,
la pura verdad.
Los riojanos corazones,
Los riojanos corazones,
no quiera la suerte, nos llegue a faltar.

(Recitado)
Con nadita se ha quedado,
lanza y poncho solamente,
porque todo lo que tiene,
lo reparte con su gente.

Mi general Peñaloza,
por su vida, ¡cuidesé¡,
los humildes de La Rioja,
lo precisamos a usted.

(Cantado)
Los humildes de La Rioja,
la pura verdad.
Los humildes de La Rioja,
la pura verdad.
Lo precisamos a usted,
Lo precisamos a usted.

No quiera la suerte, nos llegue a faltar.
No quiera la suerte, nos llegue a faltar.

(Grito)

Llanto por el Chacho
Eduardo Falú - León Benarós
Chaya

(Introducción)
Allá va, sombra del Chacho,
tal vez queriendo volver,
durando en los corazones,
sabiendo permanecer.

...................................

El general Peñaloza, solo y perdido, me dicen que va.
El general Peñaloza, solo y perdido, me dicen que va.
Lloran las piedras también tristes de verlo pasar;
le tiende sus ramas el algarrobal.
El general Peñaloza, solo y perdido, me dicen que va.

Desde su tierra natal, como un jirón del ayer,
levantando lanzas siguen los riojanos,
la sombra del Chacho, que quiere volver.
Pregunta el quimil; responde el tunal:
la lanza del Chacho, tal vez volverá.

El general Peñaloza deja su sangre por el arenal.
El general Peñaloza deja su sangre por el arenal.
Sombra se quiere volver, rumbo de la soledad:
en Olta la muerte lo viene a buscar.
El general Peñaloza deja su sangre por el arenal.

El general Peñaloza ya se levanta de su soledad.
El general Peñaloza ya se levanta de su soledad.
Lanza que pide volver; árbol que quiere brotar.
La voz de los llanos lo vuelve a nombrar.
El general Peñaloza ya se levanta de su soledad.

Desde su tierra natal, como un jirón del ayer,
levantando lanzas siguen los riojanos,
la sombra del Chacho, que quiere volver.
Pregunta el quimil; responde el tunal:
la lanza del Chacho, tal vez volverá.

Tal vez volverá..., tal vez volverá...

Visión del Chacho
Carlos Di Fulvio - León Benarós
Zamba

(Recitado)
Por aquí ha pasado el Chacho,
con sus montoneros de Aliva.
Crece una sombra de lanzas,
por aquellos peñales.

(Cantado)
La Rioja no te olvida,
un clamor por esos llanos va.
Y hay un reverberar
en la riojana soledad,
que alza tu visión, sombra fantasmal.
Y cuando la alta noche, crece sobre el jarillal,
gritos de un ayer se suelen escuchar.

Atiles, Tama, Olta,
Loma Blanca, Guaja y Malanzán,
mi tierra de algarrobos, Sañogasta y Achunvil,
viejo Guandacol, Solca y Chumical,
en sombras emponchadas, ya la luna ve crecer,
alzando de lo obscuro, todo un tacuaral.

Bravos riojanos, llanistos montoneros,
saquen las lanzas, prepárense a pelear,
la provincia fiel al Chacho,
no han de avasallar, no han de avasallar.
Sepan que cada pecho una muralla habrá de ser,
firmes hasta morir por nuestra libertad.

El Chacho, sombra ardiente,
otra vez nos quiere convocar.
Y viene de un recuerdo de tragedia y de dolor,
roto el corazón, desangrado ya,
pero desde la sombra nos empuja a resistir,
para defender la criolla dignidad.

Visión cabal del Chacho,
por añares largos vagará.
Los campos de La Rioja donde supo combatir,
no lo olvidarán, no lo olvidarán.
Las sombras de la noche su figura ven crecer,
inmensa como un alma noble y tutelar.

Bravos riojanos, llanistos montoneros,
saquen las lanzas, prepárense a pelear,
la provincia fiel al Chacho,
no han de avasallar, no han de avasallar.
Sepan que cada pecho una muralla habrá de ser,
firmes hasta morir por nuestra libertad.

Zamba para el Chacho
Ramón Navarro - León Benarós
Zamba

(Recitado)
En el corazón del pueblo,
Peñaloza quedará,
porque defendió su tierra,
porque era todo bondad.

(Cantado)
Ninguno se crea eterno,
todo es llegar y partir.
Miren ese Peñaloza,
y cómo vino a morir.

Miren ese Peñaloza,
y cómo vino a morir.

Así mataron al Chacho,
así fue su dura suerte.
Si le quitaron la vida,
no le acallaron la muerte.

Si le quitaron la vida,
no le acallaron la muerte.

Como que era zarco el hombre,
y libre entre sus hermanos.
Se le pintaba en los ojos,
todo el cielo de los llanos.

Se le pintaba en los ojos,
todo el cielo de los llanos.

La cabeza del caudillo,
queda en la plaza de Olta.
La soledad lo acompaña,
las estrellas son su escolta.

La soledad lo acompaña,
las estrellas son su escolta.

Ya Peñaloza no es nada,
ya la tierra lo recibe.
Y en el corazón del pueblo,
ya su memoria se escribe.

Y en el corazón del pueblo,
ya su memoria se escribe.

Como que era zarco el hombre,
y libre entre sus hermanos.
Se le pintaba en los ojos,
todo el cielo de los llanos.

Se le pintaba en los ojos,
todo el cielo de los llanos.


La Rioja. Casa donde nació Angel Vicente Chacho Peñaloza en la localidad de Guaja, en el año 1798.


El Chacho

Por Domingo Faustino Sarmiento

[Fragmento]

El Chacho, último caudillo de la montonera de los Llanos

¡En Chile y a pie!

En septiembre de 1842, cuando todavía no dan paso las nieves que se acumulan durante el invierno sobre la areta central de los Andes, un grupo de viajeros pretendía desde Chile atravesar aquellas blancas soledades, en que valles de nieve conducen a crestas colosales de granito que es preciso escalar a pie, apoyándose en un báculo, evitando hundirse en abismos que cavan ríos corriendo a muchas varas debajo; y con los pies forrados en pieles, a fin de preservarse del contacto de la nieve que, deteniendo la sangre, mata localmente los músculos haciendo fatales quemaduras.

Los Penitentes ; columnas y agujas de nieve que forma el desigual deshielo, según que el aire o el sol hieren con más intensidad, decoran la escena, y embarazan el paso cual escombros y trozos de columnas de ruinas de gigantescos palacios de mármol. Los declives que el débil calor del sol no ataca, ofrecen planos más o menos inclinados, según la montaña que cubren, y descenso cómodo y lleno de novedad al viajero, que sentado se deja llevar por la gravitación, recorriendo a veces en segundos distancias de miles de varas. Este es quizá el único placer que permite aquella escena, en que lo blanco del paisaje sólo es accidentado por algunos negros picos demasiado perpendiculares para que la nieve se sostenga en sus flancos, formando contraste con el cielo azul-oscuro de las grandes alturas.

Los temporales son frecuentes en aquella estación, y aunque hay de distancia en distancia casuchas para guarecerse, si no se ha tenido la precaución de examinar el aspecto del campanario, que es el más elevado pico vecino, y asegurarse de que ninguna nubecilla corona sus agujas, o vapores cual lana desflecada empiezan a condensarse a sus flancos, grave riesgo se corre de perecer, perdido el rumbo entre casucha y casucha, casi cegadas por la caída de copos de nieve tan densa que no permite verse las manos.

Aquella vez no eran los viandantes ni el correísta que lleva la valija a espaldas de un mozo de cordillera, ni transeúntes, de ordinario extranjeros que buscan este arriesgado paso del Atlántico al Pacífico. Eran emigrados políticos que, a esa costa, regresaban a su patria contando con incorporarse al ejército del general La Madrid, antes que se diese la batalla que venía a librarle el general Oribe a marchas forzadas desde Córdoba.

Al asomar las cabezas sobre la cuesta de Las Cuevas, desde donde se divisa la estrecha quebrada hasta la Punta de las Vacas, tres bultos negros como negativos de fotografía fue lo primero que vieron destacarse sobre el fondo blanco del paisaje. Los viajeros se miraron entre sí y se comprendieron. ¡Nada bueno auguraban aquellas figuras! Mirando con más ahínco hacia adelante, creyeron descubrir otros puntos negros más lejos, y allá en lontananza otro al parecer más largo, porque largas sin ancho son las líneas que describen los viandantes por las nieves, poniendo el pie los que vienen en pos sobre la impresión que deja el que les precede. ¡Derrotados!, exclamó uno meneando con desencanto profundo la cabeza; y precipitándose por el declive, descendieron hasta la casucha que está al pie, del lado argentino de la cordillera, donde a poco se acercaron los que de Mendoza venían. ¿Derrotados?, preguntáronles aquéllos a éstos desde lejos, poniéndose las manos en la boca para hacer llegar la voz; ¡derrotados!, repitieron los ecos de las montañas y las cavernas vecinas. Todo estaba dicho.

Luego se supieron los detalles de la batalla de la Ciénaga del Medio; luego llegaron otros y otros grupos, y siguieron llegando todo el día, y agrupándose en aquel punto inhospitalario, sin leña, sin más abrigo que lo encapillado, sin más víveres que los que cada uno podría traer consigo. Al caer de la tarde, llegaron noticias de la retaguardia, donde venían La Madrid, Alvarez y los demás jefes, de haber sido degollados los rezagados en Uspallata, entre ellos el comandante Lagraña y seis jefes más.

Sólo los familiarizados con la cordillera podían medir el peligro que corrían aquellos centenares de hombres, entre los que se contaban por cientos, jóvenes de las primeras familias de Buenos Aires y las provincias del norte, restos del Escuadrón Mayo formado de entusiastas, que a tales y a mayores riesgos se exponían luchando contra el tirano Rosas. No había que perder un minuto, y los mismos viajeros en hora menguada para ellos, pero providencial para los otros, volvieron a desandar el penoso camino, sin darse descanso hasta llegar al valle de Aconcagua, del otro lado de Los Andes.

Fue en el acto dada la alarma, montada una oficina de auxilio, y merced a sus antiguas relaciones, y de algún dinero de que podían disponer, horas después partían para la cordillera baqueanos cargados de carbón, cueros de carneros, charqui, cuerdas, ají, y demás objetos indispensables en aquellos parajes, a fin de acudir a lo más urgente; mientras que la pluma corría con rapidez febril, invocando el patriotismo de los argentinos, la filantropía de los chilenos, la munificencia del gobierno a que podían apelar seguros de que las simpatías personales harían grato el desempeño de un deber de humanidad; y así puestas en acción la opinión por la prensa, la caridad por asociaciones, y la administración, en tres días empezaron a llegar médicos, medicinas, dinero, ropas, abrigo y comodidades para mil hombres que decían ser los desgraciados.

¡Harta necesidad habría de médicos! El temido temporal se había declarado, y era preciso ser vecino de Los Andes, donde la cordillera es un libro que hasta los niños saben leer, para imaginarse la angustia general de los que con pavor vieron sustituirse pardas nubes a los nevados picos de Los Andes centrales que se cubrieron, dejando al sol en el valle iluminar la escena sólo para que los extraños pudiesen contemplarla de lejos sin poder prestar auxilio a las víctimas. Mídese la fuerza del temporal por la intensidad de las nubes y su color sombrío, y cada hora, transcurrido el primer día, como cuando se oye de lejos el fuego de la batalla, calculábase el número de helados entre mil. Espectáculo sublime y aterrador, tranquilo en sus efectos, afligente hasta desgarrar el corazón del que lo contempla, como se ve venir la nave a estrellarse fatalmente en las rocas; o cundir el incendio sin la última esperanza de ver echarse por las ventanas, o poner escaleras para los que rodean las llamas.

El cielo se apiadó al fin, y un día después de tres de angustia, se supo que sólo habían perecido siete, y sido necesario amputar otros tantos, pues que los médicos estaban ya al pie de la cordillera. Un cuadro del pintor sanjuanino Rawson ha idealizado la escena del arribo de los primeros chilenos que rompieron la nieve, y se abrieron paso hasta el teatro de la catástrofe. El calor o el techo de la casucha habían salvado dentro y fuera a trescientos, una roca inclinada abrigado a ciento, los ponchos al resto conservando el calor apiñ ados estrechamente. Salvada la vida, el hombre tenía a mano con qué saciarse.

Entre aquellos prófugos se encontraba el Chacho, jefe desde entonces de los montoneros que antes había acaudillado Quiroga; y ahora, seducido su jefe por el heroísmo desgraciado del general Lavalle, habíase replegado a las fuerzas de La Madrid, y contribuido no poco, con su falta de disciplina y ardimiento, a perder la batalla. Llamaba la atención de todos en Chile la importancia que sus compañeros generalmente cultos daban a este paisano semibárbaro, con su acento riojano tan golpeado, con su chiripá y atavíos de gaucho. Recibió como los demás la generosa hospitalidad que les esperaba, y entonces fue cuando, preguntado cómo le iba, por alguien que lo saludaba, contestó aquella frase que tanto decía sin que parezca decir nada: ¡Cómo me a dir, amigo! ¡En Chile y a pie!

Este era el Chacho en 1842, y ése era el Chacho en 1863 en que terminó su vida. Ni aun por simple curiosidad merece que hablemos de su origen. Dícese que era fámulo de un padre, quien al llamarlo, para acentuar el grito, suprimía la primera sílaba de muchacho , y así se le quedó por apodo Chacho; y aunque no sabía leer, como era de esperarse de un familiar de convento, acaso el haberlo sido le hiciese valer entre hombres más rudos que él. Firmaba sin embargo con una rúbrica los papeles que le escribía un amanuense o tinterillo cualquiera, que le inspiraba el contenido también; porque de esos rudos caudillos que tanta sangre han derramado, salvo los instintos que les son propios, lo demás es obra de los pilluelos oscuros que logran hacerse favoritos. Era blanco, de ojos azules y pelo rubio cuando joven, apacible de fisonomía cuanto era moroso de carácter. A pocos ha hecho morir por orden o venganza suya, aunque millares hayan perecido en los desórdenes que fomentó. No era codicioso, y su mujer mostraba más inteligencia y carácter que él. Conservóse bárbaro toda su vida, sin que el roce de la vida pública hiciese mella en aquella naturaleza cerril y en aquella alma obtusa.

Su lenguaje era rudo más de lo que se ha alterado el idioma entre aquellos campesinos con dos siglos de ignorancia, diseminados en los llanos donde él vivía; pero en esa rudeza ponía exageración y estudio, aspirando a dar a sus frases, a fuerza de grotescas, la fama ridícula a que las hacía recordar, mostrándose así cándido y el igual del último de sus muchachos . Habitó siempre una ranchería en Guaja, aunque en los últimos años construyó una pieza de material, para alojar a los decentes , según la denominación que él daba a las personas de ciertas apariencias que lo buscaban. Hacía lo mismo con sus modales y vestidos: sentado en posturas, que el gaucho afecta, con el pie de una pierna puesto sobre el muslo de la otra, vestido de chiripá y poncho, de ordinario en mangas de camisa, y un pañuelo amarrado a la cabeza. En San Juan se presentaba en las carreras, después de alguna incursión feliz, si con pantalones colorados y galón de oro, arremangados para dejar ver calcetas caídas que de limpias no pesaban, con zapatillas a veces de color. Todos estos eran medios de burlarse taimadamente de las formas de los pueblos civilizados. Aun en Chile, en la casa que lo hospedaba, fue al fin preciso doblarle las servilletas a fin de salvar el mantel que chorreaba al llevar la cuchara a la boca. En los últimos años de su vida consumía grandes cantidades de aguardiente, y cuando no hacía correrías, pasaba la vida indolente del llanista, sentado en un banco, fumando, tomando mate, o bebiendo. Las carreras son, como se sabe, una de las ocupaciones de la vida de estos hombres, y en los Llanos ocasión de reunirse varios días seguidos gentes de puntos distantes. Las nociones de lo tuyo y lo mío no son siempre claras en campañas donde el dios Término no tiene adoradores, y menos debían estarlo en quien vivía de los rescates, auxilios, y obsequios que recibía en las ciudades que visitaba con sus hordas disciplinadas. Entregadas éstas en San Juan al saqueo e incendio de las propiedades, en presencia de Derqui, que así preparó su candidatura a la presidencia, queriendo poner coto a desórdenes que amenazaban arrasar con todo, dióse una orden de pena de la vida a quienes fuesen sorprendidos saqueando. Tomados cinco, el Chacho solicitó, en nombre de sus servicios, y obtuvo el perdón de todos, no obstante que el Comisionado nacional contaba con un regimiento de línea mandado por el general Pedernera, que fue vicepresidente; y todos los degüellos, salteos y asesinatos, que tuvieron lugar después, sin que pueda culpársele de ordenarlos, obtuvieron siempre la bondadosa y obtemperante indulgencia del Chacho.

Su papel, su modo de ganar la vida, digámoslo así, era intervenir en las cuestiones y conflictos de los partidos, cualesquiera que fuesen, en las ciudades vecinas. Apenas ocurría un desorden el Chacho acudía, dándose por interesado de alguna manera. Así había servido a Quiroga, Lavalle, la Madrid, Benavides, Rosas, Urquiza y Mitre. A favor o en contra de alguien había invadido cuatro veces a San Juan, tres a Tucumán, a San Luis y Córdoba una. Su situación en la República Argentina, con su carácter y medios de acción, era la de los cadíes de las tribus árabes de Argel, recibiendo de cada nuevo gobierno la investidura, y cerrando el último los ojos a las razzias que tenía hechas para robar sus ganados a las otras tribus.

Y sin embargo, este jefe de bandas que subsiste treinta años no obstante los cambios que el país experimenta, y mientras los gobiernos que lo emplean o toleran sucumben, fue derrotado siempre que alguien lo combatió, sin que se sepa en qué encuentro fue feliz, pues de encuentros no pasaron nunca sus batallas, sin que esta mala estrella disminuyese su prestigio con los que lo seguían, ni su importancia para los gobiernos que lo toleraban.

Conocido este singular antecedente, la mente se abisma buscando la atracción que ejercía sobre sus secuaces, sometiéndose por seguirlo a privaciones espantosas, al atravesar desiertos sin agua, experimentando derrotas en que perecen siempre los que por mal montados no pueden escapar a la persecución de sus contrarios. Tiene en los Llanos la misma explicación que en los países árabes la vida del desierto, pues aquella parte de La Rioja lo es, aunque tiene pastos; es de privaciones, pobreza y monotonía. Las excursiones hacen sentir la vida, despiertan esperanzas, llenan la imaginación de ilusiones. Irán a las ciudades, donde hay goces, alimentos variados, vino, caballos excelentes, vestido; y estos estímulos bastan para hacerles afrontar peligros posibles, privaciones, que al fin de cuenta, son las mismas a que están habituados diariamente.

El bárbaro es insensible de cuerpo, como es poco impresionable por la reflexión, que es la facultad que predomina en el hombre culto; es por tanto poco susceptible de escarmiento. Repetirá cien veces el mismo hecho si no ha recibido el castigo en la primera. El bárbaro huye pronto del combate; y seguro de su caballo, la persecución que no lo alcanza, no ejerce sobre su ánimo duraderos terrores. Volverá a reunirse lejos del peligro, sin echar muchas cuentas sobre los que más tarde pudieran sobrevenirle. ¿Concíbese de otro modo cómo Peñalosa emprende una guerra, cuando, sometida toda la República en 1862, había cuerpos de ejército victoriosos en Catamarca al norte, en Córdoba al Este, en San Juan al sur? Y sin embargo, esto lo repite cada uno de esos campesinos a su turno. Oyendo Elisondo el tiroteo de Las Lomas Blancas, interceptando el parte del combate que da por aniquilado al Chacho, él, que había permanecido tranquilo hasta entonces, levanta una montonera que nunca contó cien hombres, y molesta y fatiga largo tiempo a los ejércitos regulares. Cuando el coronel Arredondo seguía la pista al Chacho supo, decía, por los licenciados que alcanzaba, que se dirigía a San Juan. Los licenciados eran los que por favor, ocupaciones o enfermedad no lo habían seguido antes; pero al saberse que iba a San Juan, es decir, a Orán o Bujía, de quinientos hombres que llevaba, su número ascendió a más de mil, con los que no estaban para eso ni enfermos ni ocupados.

De los prisioneros tomados, sólo quince en más de ciento, no tuvieron quien solicitase su libertad, y los acreditase de honrados, lo que probaba que eran todos gente conocida y con familia. El robo, que era esta vez el estímulo, era sólo reputado un botín legítimamente adquirido. La tradición es, por otra parte, el arma colectiva de estas estólidas muchedumbres embrutecidas por el aislamiento y la ignorancia. Facundo Quiroga había creado desde 1825 el espíritu gregario; al llamado suyo, reaparecía el levantamiento en masa de los varones a la simple orden del comandante o jefe: la primitiva organización humana de la tribu nómade, en país que había vuelto a la condición primitiva del Asia pastora. El sentimiento de la obediencia se trasmite de padres a hijos, y al fin se convierte en segunda naturaleza. El Chacho no usó de la coerción, que casi siempre los gobiernos cultos necesitan para llamar los varones a la guerra. Pocos son los intereses que los retendrían en sus casas miserables; la familia vive de un puñado de maíz o de la carne de una cabra, y la guerra es la vida, las emociones, las esperanzas; y el caballo, el ferrocarril que suprime las distancias y convierte en realidad el sueño dorado, hacer algo, sentirse hombres, vivir en fin. Esta organización se ha visto reaparecer y perfeccionarse en los pueblos formados por la raza guaraní, en Entre Ríos, Corrientes y Paraguay; y puesto a dos dedos de su pérdida en varias ocasiones a los de descendencia más puramente española que habitan la provincia de Buenos Aires, en la embocadura del Plata, y la provincia agrícola de Cuyo, poblada por españoles venidos de Chile y que extinguieron o absorbieron a los Huarpes, antiguos habitantes del suelo. Los quichuas, que pueblan la provincia de Santiago, se conservan casi desde los primeros años de la independencia bajo esta disciplina primitiva e indígena, y sólo gracias a la buena intención de sus jefes, es más bien que un peligro, un elemento de orden. De estos resabios salió la montonera , pronunciándose, al expirar en el movimiento final del Chacho, bajo las formas de un alzamiento de campañas, que bien examinado en sus localidades y propósitos, era casi indígena, como se verá por los hechos que vamos a referir. Por eso siempre que usemos la palabra caudillo para designar un jefe militar o gobernante civil, ha de entenderse uno de esos patriarcales y permanentes jefes que los jinetes de las campañas se dan, obedeciendo a sus tradiciones indígenas, e impusieron a las ciudades, embarazando hasta 1862 la reconstrucción de la República Argentina bajo las formas de los gobiernos regulares que conoce el mundo civilizado, cualquiera que sea la forma de gobierno, con legislaturas, ejecutivo responsable y amovible, y tribunales que administren justicia conforme a las leyes escritas, que la montonera había abolido en todas las provincias argentinas durante treinta años en que, como aquellos hicsos del Egipto, logró enseñorearse de las ciudades.

Las travesías

Las faldas orientales de la cordillera de Los Andes, desde Mendoza hasta la cuesta de Paclin que divide a Catamarca de Tucumán, pocas corrientes de agua dejan escapar para humedecer la llanura que se extiende hasta las sierras de Córdoba y San Luis, al Este, que limitan este valle superior. La pampa propiamente dicha, principia desde las faldas orientales de estas últimas montañ as. Desierto es el espacio que cubren los llanos de La Rioja, las Lagunas de Huanacache, hasta las faldas occidentales de las dichas sierras. E1 Bermejo, de San Juan, que rueda greda diluida en agua y se extingue en el Zanjón; los ríos de San Juan y Mendoza, y el Tunuyán, que forman los lagunatos de Huanacache e intentan abrirse paso por el Desaguadero, y se dispersan y evaporan en el Bebedero, he aquí los principales cursos de agua que humedecen aquel desolado valle, sin salida al océano por falta de declive del terreno. Veinte mil leguas cuadradas que forman las Travesías , están más o menos pobladas según que el agua de pozos, de baldes, o aljibes, ofrece medios de apacentar ganados. A la falda de Los Andes están dos ciudades, San Juan y Mendoza, que no modifican con su lujosa agricultura, sino pocas leguas alrededor, el desolado aspecto del país llano, ocupado en parte por médanos, en parte por lagunas, y al norte cubierto de bosque espinoso, garabato y uña de león , que desgarran vestidos o carne, si llegan a ponerse en contacto. Estas espinas corvas o encontradas como el dardo, dejarían al paso como a Absalón, colgado a un hombre si la rama no cediese a su peso. Los campesinos habitantes de estos llanos llevan a caballo un parapeto de cuero para ambos lados, que cubre las piernas y sube alto lo bastante para tenderse y cubrirse cuerpo y rostro tras de sus alas. Por escasez de agua, ni villa alcanza a ser la ciudad de La Rioja, que está colocada a la parte alta de los Llanos; igual inconveniente al que retarda el crecimiento de San Luis, no obstante que ambas cuentan tres siglos de fundadas.

A estas facciones principales de la fisonomía del teatro del último levantamiento del Chacho, agréganse otras que por imperceptibles al ojo, pasarían sin ser notadas.

[Continúa]

Fuente: Segunda edición, Buenos Aires, "La Cultura Argentina", 1925.

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