Los caudillos federales fueron derrotados en los campos de batalla, a pesar de
su coraje, por el mejor armamento y mayores recursos de sus adversarios;
asimismo fueron vencidos en las páginas de nuestra historia consagrada escrita
por la oligarquía porteña.
Uno de los caudillos más denostados y menos conocidos es Felipe Varela, a quien
la presidenta de la Nación acaba de elevar al generalato post-mortem.
Catamarqueño, es coronel del ejército de la Confederación Provincial de Urquiza.
Luego pelea a las órdenes del Chacho en victorias y derrotas, hasta su asesinato
en Olta.
Exiliado en Chile, Varela contacta con la “Unión Americana” presidida por Rafael
Valdez, y se impregna de una convicción americanista, la Patria Grande
americana. Es testigo del bombardeo de Valparaíso por parte de la flota española
sin que la Argentina, evidenciando su escaso espíritu americanista, se
solidarizara con las agredidas Chile y Perú.
El canciller de Mitre, Rufino de Elizalde, a mediados de 1862, respondió a la
invitación del gobierno del Perú a adherirse a un tratado que establecía el
propósito de la integración continental en defensa de las ambiciones británicas:
“Puede decirse que la República Argentina está identificada con la Europa hasta
lo más que es posible (...). Puede asegurarse que más vínculos, más intereses,
más armonía hay entre las Repúblicas Americanas con algunas naciones europeas
que entre ellas mismas”.
Varela se indignaría también cuando se desató la Guerra de la Triple Alianza:
“Guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a
los santos principios de la Unión Americana cuya base fundamental es la
conservación incólume de la soberanía de cada república”.
Entonces decide invadir la Argentina con cuarenta hombres, algún armamento de
desecho, dos cañoncitos, sus legendarios “bocones”. Y una banda de musicantes
chilenos que crearían la célebre zamba.
A pocos días de llegar, sus fuerzas suman 4000 guerrilleros, a quienes les
leería la Proclama americanista fechada el 10 de diciembre de 1866 que había
ordenado repartir por toda la república: “¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que
radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la
desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas de
Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco,
Tuyutí, Curuzú y Curupayty (...). Nuestro programa es la práctica estricta de la
Constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la Unión con las demás
repúblicas americanas”.
Para el caudillo
catamarqueño, como para la mayoría de los jefes populares de su tiempo, el
problema de su patria es Buenos Aires. “La Nación Argentina goza de una renta de
diez millones de duros que producen las provincias con el sudor de su frente. Y
sin embargo, desde la época en que el gobierno libre se organizó en Buenos
Aires, a título de Capital, es la provincia única que ha gozado del enorme
producto del país entero, mientras que a los demás pueblos, pobres y arruinados,
se hacía imposible el buen quicio de las administraciones provinciales por la
falta de recursos.”
Jorge Abelardo Ramos
- Revolución y contrarrevolución en Argentina. Las masas y las lanzas 1810-1862.
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Taboada, al frente
de fuerzas enviadas por Mitre, quien debió regresar del Paraguay para ponerse al
frente de la represión, dispuso una emboscada en el Pozo de Vargas. Varela
sostuvo el combate en base al coraje que en definitiva no alcanzó para
contrarrestar la enorme diferencia en armamento y en experiencia.
Los vencedores
apresaron y ejecutaron a los musicantes chilenos y cambiaron la letra de la
zamba de Vargas, a pesar de lo cual la original se siguió cantando en los
fogones:
“A la carga a la
carga,
dijo Varela,
salgan los laguneros
rompan trincheras.
Rompan trincheras sí,
carguen los laguneros
de dos en fondo.
De dos en fondo sí,
dijo Guayama,
a la carga, muchachos,
tengamos fama.
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre Varela
¡Qué bien pelean sus tropas
en la humareda!
Otra cosa sería
armas iguales”.
Don Felipe es derrotado finalmente en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869, y
sería Chile otra vez entonces el refugio de ese anciano tuberculoso y de una
veintena de gauchos leales, desharrapados y famélicos. Murió el 4 de junio de
1870 cerca de Copiapó. El embajador argentino en Chile, Félix Frías,
escuetamente y sin pesar, informó a Sarmiento: “Este caudillo, de triste memoria
para la República Argentina, ha muerto en la última miseria, legando sólo sus
fatales antecedentes a su desgraciada familia”.
* Presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.
05/06/12 Página|12
| La pintura pertenece al artista
Octavio Calvo
Varela, como ahora nosotros, se oponía ‘al centralismo porteño’. Bregamos por
‘la unidad latinoamericana’ y nos definimos contra ‘el mitrismo por la guerra
genocida de la Triple Alianza que masacró al pueblo paraguayo’.
El Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela celebra el
reciente homenaje al caudillo latinoamericano Felipe Varela, así como la
oficialización de su ascenso a general y felicita a la presidenta de la Nación,
la doctora Cristina Fernández de Kirchner por tal acto justiciero, precisamente
en momentos en que la Patria Grande redobla esfuerzos para su reunificación.
Avanzamos así en el proyecto de San Martín y Bolívar y en esa lucha que, según
ella misma ha expuesto en su discurso, Varela, como ahora nosotros, se oponía
“al centralismo porteño”. Bregamos por “la unidad latinoamericana”, y nos
definimos contra “el mitrismo por la guerra genocida de la Triple Alianza que
masacró al pueblo paraguayo”.
Sin embargo, como esta reivindicación ha sido acompañada, en el diario
Página/12, del 5 de junio de 2012, por un artículo del presidente del Instituto
Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego, en el cual queda tergiversada
la lucha del ahora general Varela, creemos necesario señalar ese error pues no
se puede combatir las falsedades de la Historia Oficial mitrista y de la
Historia Social ‘halperindonguista’, incurriendo en omisiones que restan valor y
seriedad a la mencionada reivindicación.
En dicho artículo se afirma que el 10 de diciembre de 1866
–pequeño error: fue el día 6– Varela lanzó una proclama a toda la República:
“¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso
desde los Andes hasta Ayacucho y que, en la desgraciada jornada de Pavón, cayó
fatalmente en las manos ineptas y febrinas de Mitre, ha sido cobardemente
arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí, Curuzú y Curupaytí (...).
Nuestro programa es la práctica de la Constitución, la paz y la amistad con el
Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas”. En esta trascripción
se omite –al igual que lo hizo el doctor José María Rosa en La guerra del
Paraguay y las montoneras argentinas– la primera parte de la proclama en la cual
se define claramente el antirrosismo de Felipe Varela, quien al igual que el “El
Chacho” Peñaloza –que se insurreccionó tres veces contra Rosas– consideraba que
Rosas era también expresión del centralismo porteño.
Con el propósito de que las viejas “confusiones” no se remplacen con “nuevas
confusiones”, transcribimos la parte inicial de la proclama, omitida según
señalamos: “¡Argentinos! El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear
y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciendo tremolar con toda
gloria en las tres más grandes epopeyas que nuestra patria atravesó incólume, ha
sido vilmente enlodado por el general Mitre, gobernador de Buenos Aires. La más
bella y perfecta Carta Constitucional democrática, republicana, federal, que los
valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en
Caseros al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha
sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno y hasta hoy, por Mitre y su
círculo de esbirros.” Luego continúa, el texto original (sin repetir la palabra
“argentinos”): “El pabellón de mayo que radiante de gloria flameó victorioso
desde los Andes hasta Ayacucho y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó
fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre –orgullosa
autonomía política del partido rebelde– ha sido cobardemente arrastrado por los
fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupayti.” (Esta última parte es
la que transcribe en dicho artículo, pero se omite la primera donde queda claro
el antirrosismo de Varela. Dado que después del llamamiento a ¡Argentinos!, no
se han puesto puntos suspensivos, el lector queda sin informarse de estas líneas
de definición federal-provinciana o federal-latinoamericana. Puede ser un olvido
–aunque “olvidarse también es tener memoria” como decía José Hernández– pero es
preciso aclararlo porque esta Argentina de hoy, de cabeza enorme –el litoral,
con el puerto como centro– y cuerpo raquítico –todo el interior–, sólo se
entiende por el triunfo del centralismo porteño –Rivadavia, Rosas, Mitre– sobre
los caudillos federales del interior. Y esto es historia pero también es
política, como ocurre siempre.
Por esta razón, juzgamos necesario, ya que se reivindica a Varela, hacerlo tal
cual era, heredero de Facundo, del “Chacho” y abanderado de la Unión Americana
contrario a la política de las burguesías de los puertos que, en connubio con
las fuerzas imperialistas, despedazaron a esa Patria Grande de la Unión
Americana que hoy se encuentra en franco camino de recuperar su libertad y su
unidad.
06/06/12 Tiempo Argentino
CFK. 142º aniversario de la muerte
de Felipe Varela.
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CFK:
“Necesitamos la unidad nacional”
(05/06/12) En un mensaje con varias referencias a la unidad, la Presidenta
oficializó el ascenso a general del caudillo Varela, al cumplirse 142 años de su
fallecimiento. También se refirió a YPF y a la crisis internacional.
“En estos nueve años hemos recuperado cosas que los argentinos creíamos haber
perdido definitivamente”, sostuvo la Presidenta, para luego agregar que
“necesitamos la unidad nacional como presupuesto básico para alcanzar la segunda
y definitiva independencia”, al encabezar ayer en Catamarca el acto con el que
se oficializó el decreto del ascenso post-mortem a general de la Nación del
caudillo catamarqueño Felipe Varela, al cumplirse el 142º aniversario de su
muerte en el exilio. “En la historia oficial se escondieron verdaderos crímenes,
masacrando a los caudillos del interior”, continuó Cristina Kirchner, para
insistir en que “lo mismo intentaron en la dictadura, pero no pudieron lograrlo
porque había mujeres de pañuelo blanco para impedirlo”. “Cuando venimos a
recordar a estos héroes olvidados, no venimos para dividir. Nosotros sabemos más
que nadie que la división nacional sólo ayuda a unos pocos”, concluyó la
Presidenta.
“Hoy quiero hablar de la memoria, la verdad histórica y la memoria de los
pueblos, y por eso quise traerles el decreto que lo ordena general a Felipe
Varela”, dijo la Presidenta ante un colmado polideportivo Fray Mamerto Esquiú de
San Fernando del Valle de Catamarca, en el que se reivindicó al “Quijote de los
Andes”. Cristina Kirchner también sostuvo la importancia de “conocer la
verdadera historia y desenterrar literalmente a quienes fueron sepultados para
mostrar la historia fragmentada”, y de reconocer el valor de “jugarse la vida
por la Patria y los ideales”. CFK repasó la oposición de Varela al centralismo
porteño, su postura a favor de la unidad latinoamericana y su enfrentamiento con
el mitrismo por la “la guerra genocida de la Triple Alianza que masacró al
pueblo paraguayo”.
Desde
allí, la Presidenta también conversó a través de videoconferencias con el obispo
de Catamarca, monseñor Luis Urbanc –quien le agradeció el aporte para restaurar
el seminario diocesano de esa ciudad declarado monumento histórico–, y con el
CEO del Grupo Insud, Hugo Sigman, una firma de capitales nacionales
especializada en la elaboración de anticuerpos monoclonales, que ha comenzado a
producir en la Argentina y que se utilizan en distintos diagnósticos,
tratamientos y enfermedades autoinmunes (ver página 19). Del acto participaron
la gobernadora de Catamarca, Lucía Corpacci, y los mandatarios de las provincias
vecinas, como el riojano Luis Beder Herrera, el salteño Juan Manuel Urtubey y el
santiagueño Gerardo Zamora, así como integrantes del Instituto Nacional de
Revisionismo Histórico Manuel Dorrego creado el año pasado, entre otros
dirigentes.
Cristina Kirchner emparentó la fecha del 4 de junio, el aniversario de la muerte
de Varela, con el día en que el general Juan Perón asumía su segundo mandato
“con el voto de la mujer y Eva al lado”, y la conformación del nuevo directorio
de YPF, “recuperada para todos los argentinos” (ver páginas 4/5). Luego
reivindicó la política de su gobierno al afirmar que “seguimos creciendo a pesar
de la tormenta europea, donde continúan los truenos, rayos, relámpagos y
ventarrones, defendiendo el trabajo de todos los argentinos”. Sostuvo que los
logros de su gobierno y los de Néstor Kirchner “no nos hace únicos, pero creo
que nos hemos ganado un lugar en la historia”.
“No les pido que dejen de ganar plata”, siguió CFK dirigiéndose a los
empresarios, a quienes pidió que “inviertan en el país para generar trabajo para
los argentinos”, y esgrimió un informe de la ONU que señala a la Argentina como
uno de los países con mayor inversión “por la calidad de sus recursos humanos y
por nuestra educación pública y gratuita”. “Mi obsesión –reconoció la
Presidenta– es ver a mi país ahí”, entre los primeros en un siglo XXI, donde los
pilares del crecimiento serán la “producción de energía, alimentos y
conocimientos”.
El gobierno de Catamarca ha dispuesto la repatriación de los restos de Felipe
Varela hasta ahora en el cementerio chileno de Ñantoco, cerca de Copiapó, y hoy
10 de febrero serán llevados con gran ceremonia al túmulo erigido en Catamarca.
Me parece que pocos conocen en Paraguay la historia de Felipe Varela, el Quijote
de los Andes, que luchó en 1867 en el noroeste argentino por la misma causa que
el mariscal Francisco Solano López, y muriera en el exilio, la miseria y la
execración. En homenaje al legendario guerrero de los Andes y su "Guerra de
Unión Americana" escribo estas líneas.
REPERCUSIÓN DE CURUPAYTY EN LA ARGENTINA
La noticia del desastre del 22 de setiembre de 1866 corrió con velocidad por la
Argentina. Pese a la tergiversación del parte oficial y ocultamiento del número
de bajas aliadas, todos leyeron entre líneas la magnitud del desastre.
Pasó entonces algo que puede parecer asombroso a algunos, porque Curupayty fue
una derrota argentina y la sangre derramada era de hermanos y aliados. Sólo La
Nación Argentina (el diario de Mitre) y algún otro de su tendencia, sintieron
Curupayty como una derrota. Casi todos se alegraron de la derrota mitrista, y
algunos aplaudieron francamente el triunfo del Paraguay. A la expresión
traidores que les arrojó el gobierno (clausurando esa prensa y encarcelando a
sus redactores) contestaron que la traición "a América" estaba, ante todo, en
quienes combatían al Paraguay. Navarro Viola edita Atrás el Imperio, Guido y
Spano juzga en El Gobierno y la Alianza que "la alianza es de los gobiernos y no
de los pueblos", Olegario V. Andrade escribe Las dos políticas. Y en un folleto
anónimo (tal vez de Juan José Soto) se ponen los Ministerios de la Alianza al
alcance de los Pueblos. Todo eso pese al estado policial impuesto por el
gobierno: en enero de 1867, el reaparecido Eco de Entre Ríos – periódico de
Paraná – elogia la promoción a general paraguayo del joven santafesino Telmo
López, que desde la invasión de Flores al Uruguay combatía en "las filas
americanistas". Estamos seguros - transcribo el Eco – que Telmo López, ese
hermano en Dios y en la democracia, en el elevado puesto que hoy ocupa sabe
colocarse a la altura de sus antecedentes y corresponder con brillo a la
confianza del pueblo paraguayo y a las legítimas esperanzas que los amigos
tenemos en él. ¡Fe y adelante, joven guerrero!. Que el día del triunfo del
Paraguay no está lejano, y la hora de la redención de nuestra patria argentina
se acerca".
Día del triunfo, hora de la redención, hermano en Dios y en la democracia...
¿Éramos aliados o enemigos del Paraguay?. Rawson, ministro del Interior de
Mitre, ordena nuevamente el cierre del Eco y también de otros cuatro periódicos
por "tomar una dirección incompatible con el orden nacional, y con los deberes
que al gobierno nacional incumben en épocas como la presente".
El 5 de junio de 2012, al
cumplirse 142 años de su muerte, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner
ascendió post mortem al coronel Felipe Varela a general del Ejército Argentino.
Pero la Argentina parece desbordarse. El 9 de noviembre el
contingente ("voluntarios" llevados con maneas al frente de guerra) reclutado
para cubrir las bajas de Curupayty, se subleva en Mendoza con el grito ¡Viva la
patria!, ¡Vivan nuestros hermanos paraguayos!. Los gendarmes que el gobernador
Videla manda a contenerlos se unen a los sublevados, abren las puertas de la
cárcel a algunos periodistas presos por "paraguayistas" y se hacen dueños de la
ciudad. El gobernador escapa con premura. Será la revolución de los colorados,
la primera de una serie que agitará el noroeste. A poco, el sanjuanino Juan de
Dios Videla se lanza sobre su provincia; en enero de 1867 el puntano Juan Sáa
(el valeroso Lanza Seca) levanta San Luis y se impone a la caballería de línea
con la que el general Paunero trata inutilmente de contenerlo. El famoso
guerrillero de Chilecito, Aurelio Salazar escapa de la cárcel de Córdoba y
levanta los gauchos de los llanos (La Rioja), la tierra de Facundo Quiroga y el
chacho Peñaloza, para entrar en triunfo en la capital de su provincia.
La reacción por Curupayty se deja sentir en todas partes en ese
verano de 1867. Alarmado, el vicepresidente Marcos Paz al frente de la
administración por ausencia de Mitre, escribe a este que "el incendio parece
contagiarse a la República integra". Mitre desprende lo mejor de sus tropas.
Pero no bastan, y el 9 de febrero – en parte, justicia es decirlo, incitado por
sus aliados brasileños que desean alejarlo del frente paraguayo – deja el
campamento de Tuyuti y regresa a la Argentina.
EL QUIJOTE DE LOS ANDES
Es ahora que hace su aparición en la historia Argentina el coronel Felipe
Varela. Alto, enjuto, de mirada penetrante y severa prestancia, Varela
conservaba el tipo del antiguo hidalgo castellano, como es común entre los
estancieros del noroeste argentino. Pero este catamarqueño se parecía a Don
Quijote en algo más que la apariencia física. Era capaz de dejar todo: la
estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del cura y razonamientos
cuerdos del barbero, para echarse al campo con el lanzón en la mano y el yelmo
de Mabrino en la cabeza, por una causa que considerase justa. - Aunque fuera una
locura.
Fue lo que hizo en 1866, frisando en los cincuenta años, edad de ensueños y
caballerías. Pero a diferencia de su tatarabuelo manchego, el Quijote de los
Andes no tendría la sola ayuda de su escudero Sancho en la empresa de abatir
endriagos y redimir causas nobles. Todo un pueblo lo seguiría.
Varela era estanciero en Guandacol y coronel de la Nación con despachos firmados
por Urquiza. Por quedarse con el Chacho Peñaloza (también general de la Nación)
se lo había borrado del cuadro de jefes. No se le importó: siguió con la causa
que entendía nacional, aunque los periódicos mitristas lo llamaran "bandolero"
como a Peñaloza.
La muerte del Chacho lo arrojó al exilio, en Chile. Allí asistió dolido a la
iniciación de la guerra de la Triple Alianza y palpó en las cartas recibidas de
su tierra su impopularidad. Le ocurrió algo más: presenció el bombardeo de
Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez. enterándose con indignación
que Mitre se negaba a apoyar a Chile y Perú en el ataque de la escuadra. Si no
le bastara la evidencia de la guerra contra Paraguay, ahí estaba la prueba del
antiamericanismo del gobierno de su país. Cuando llegó a saber en 1866 el texto
del Tratado de Alianza (revelado desde Londres), no lo pensó dos veces. Dio
orden que vendieran su estancia y con el producto compró unos fusiles Enfield y
dos cañoncitos (los bocones los llamará) del deshecho militar chileno. Equipó
con ellos unos cuantos exiliados argentinos, federales como él, esperando el
buen tiempo para atravesar la cordillera. Cuando esta se hizo practicable, al
principio del verano, la noticia de Curupayty sacudía a todo el país. ¡Ah!
Olvidaba: también gastó su dinero en una banda de musicantes para amenizar el
cruce de la cordillera y las cargas futuras de su "ejercito". Esa banda crearía
la zamba, canción de la "Unión Americana" en sus entreveros, y la más popular de
las músicas del Noroeste argentino.
A mediados, de enero está en Jáchal, provincia de San Juan, que será el centro
de sus operaciones. La noticia del arribo del coronel con dos batallones de cien
plazas, sus bocones y su banda de música corrió con el rayo por los
contrafuertes andinos. Cientos y cientos de gauchos de San Juan, La Rioja,
Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba, sacaron de su escondite la lanza de los
tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia ensillaron el mejor caballo y
con otro de la brida fueron hacia Jáchal. A los quince días de llegado, el
"ejército" del Coronel tenía más de 4.000 plazas. Por las tardes, Varela les
leía la Proclama que había ordenado repartir por toda la Republica:
.."¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso
desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó
fatalmente en las manos ineptas y febrinas de Mitre, ha sido cobardemente
arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupayty.
Nuestra Nación, tan grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en
porvenir, tan engalanada en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando
empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre y sus grandes
destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que después de la
derrota de Cepeda, lagrimeando juró respetarla.
¡Basta de victimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin
conciencia!. ¡Cincuenta mil victimas inmoladas sin causa justificada dan
testimonio flagrante de la triste situación que atravesamos!
¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la Patria! ¡Abajo los
mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lagrimas y la
sangre paraguaya, argentina y oriental!.
Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución, la paz y la amistad
con el Paraguay y la Unión con las demás repúblicas americanas.
¡Compatriotas! Al campo de la lid os invita a recoger los
laureles del triunfo o de la muerte, vuestro jefe y amigo.
CORONEL FELIPE VARELA".
Por todos los pueblos del oeste debió correr la cuarteta recogida por Antonio
Carrizo en su Cancionero de La Rioja:
De Chile llegó Varela,
Y vino a su Patria hermosa.
Aquí ha de morir peleando
por el Chacho Peñaloza.
O aquella otra :
Viva el Coronel Varela
por ser un Jefe de honor!
Que vivan sus oficiales!
Viva la Federación!
Y esta:
La República Argentina
siempre ha sido hostilizada,
porque quienes gobernaban
con mala fe caminaban.
Ahora que viene encima
levantada su bandera,
la gloria y la primavera
florecen por sus caminos,
gritemos los argentinos:
¡Viva el Coronel Varela!.
No hay uniformes, ni falta que hacen. La camiseta de friza colorada, el color de
la Federación es distintivo suficiente; un sombrero de panza de burro adornado
con ancha divisa roja : "Federación o Muerte". ¡Viva la Unión Americana! ¡Mueran
los negreros traidores a la patria!" protege del sol de la precordillera. A
veces le divisa se ciñe como una vincha sobre la frente, no dejando que la
tupida melena caiga sobre los ojos.
No habrá armas, ni uniformes, pero no faltan los servicios esenciales. Al rancho
lo preparan mujeres que llegan de todo el Noroeste al llamado del caudillo:
acompañarían al "ejército" en toda la patriada; harán de enfermeras, amantes y
si las cosas aprietan, cargaran las lanzas porque tienen fuertes los brazos y
templado el ánimo.
Y, ¡cosa notable!, hay disciplina. ¡El coronel Varela es inflexible con eso! Un
soldado de la Unión Americana debe ser ejemplo de humanidad, buen comportamiento
y obediencia. Pasada la guerra, los "nacionales" (el ejército mitrista)
buscarían pruebas de atropellos de "esos bandidos". No pudieron encontrarlas, ni
siquiera inventarlas con medianos visos de verosimilitud: el "sumario" por la
toma de Salta el 10 de octubre de 1867, analizado por los historiadores serios,
solo mostró un tejido de fábulas.
FRANCISCO CLAVERO
En Jáchal se adiestra el "ejército" y preparan sus oficiales, cuyos nombres
persisten como leyendas en el Noroeste: Guayama, Elizondo, Chumbita, Videla,
Medina, Angel, Salazar; mineros de las faldas de Famatima o estancieros de Los
Llanos los más de ellos.
Un día llega a los fogones de Jáchal nada menos que Francisco Clavero, a quien
se tenía por muerto desde las guerras del Chacho cuatro años atrás. Antiguo
granadero de San Martín en Chile y el Perú, era sargento al concluir la guerra
de la Independencia.
Integrará bajo Rosas las guarniciones de fronteras donde su
coraje y comportamiento lo hacen Mayor. Don Juan Manuel lo llevará mas tarde al
Regimiento Escolta con el grado de teniente coronel. Asiste a la batalla de
Caseros – del lado argentino – y será con el coronel Chilavert el último en
batirse contra la división brasileña del Marqués de Souza. Urquiza, que prefería
rodearse de federales que de unitarios, no admite su solicitud de baja y en 1853
estará a su lado en el sitio de Buenos Aires. Con las charreteras de coronel,
dadas por Urquiza, combate en el Pocito contra los "salvajes unitarios" y
fusilará al gobernador Aberastain después de la batalla. Cuando llegan las horas
tristes de Pavón debe escapar a Chile perseguido por la ira de Sarmiento, pero
vuelve para ponerse a las órdenes del Chacho. Herido gravemente en Caucete, cae
en poder de los "nacionales" que lo han condenado a muerte y tienen pregonada su
cabeza. Sarmiento, Director de la Guerra, ordena su fusilamiento, que no llega a
cumplirse por uno de esos imponderables que tiene la guerra: un jefe "nacional"
cuyo nombre no se ha conservado, compadecido de Clavero, lo remite con nombre
supuesto, entre los heridos nacionales al Hospital de Hombres de Buenos Aires e
informa al implacable Director de la Guerra que la sentencia "debe haberse
ejecutado" porque el coronel "no se encuentra entre los prisioneros".
Un milagro de su físico y de la incipiente cirugía, le salva la vida en el
hospital. No obstante faltarle un brazo y tener un parche de gutapercha en la
bóveda craneana, abandona el Hospital cuando llegan a Buenos Aires las noticias
del levantamiento del Noroeste. El viejo sargento de San Martín consigue llegar
al campamento de Varela, donde todos lo tenían por muerto; se dice que, sin
darse a conocer de la tropa – donde su nombre tenía repercusión de leyenda – se
acercó a un fogón, tomó una guitarra y punteando con su única mano cantó:
"Dicen que Clavero ha muerto,
Y en San Juan es sepultado.
No lo lloren a Clavero,
Clavero ha resucitado".
El entusiasmo de los montoneros fue estruendoso, tanto que sus ecos retumbaron
en Buenos Aires donde los diarios se preguntaban por qué no se cumplió la
sentencia contra el coronel federal, y quién era responsable por no haberlo
hecho. La noticia de la resurrección de Clavero llegó hasta Inglaterra donde
Rosas, viejo y pobre pero nunca amargado ni ausente de lo que ocurría en su
patria, seguía con atención la "guerra de los salvajes unitarios contra el
Paraguay" y llegó a esperar que a los compases de la zamba de Varela fuera
realidad la unión de los pueblos hispánicos "contra los enemigos de la Causa
Americana". El 7 de marzo de 1867 escribe a su corresponsal y amiga Josefa Gómez
(otra ferviente paraguayista) – y la carta está en el archivo General de la
Nación de Buenos Aires –
"Al coronel Clavero si lo ve V. dígale que no lo he olvidado ni lo olvidaré
jamás. Que Dios ha de premiar la virtud de su fidelidad".
EL SILENCIO DE URQUIZA
Puede conjeturarse el plan de la guerra de montoneras: Varela debe apoderarse de
las provincias del oeste; Sáa y Videla correrse por San Luis y Córdoba hasta el
litoral, López Jordán levantar Entre Ríos y apoyarse en los federales de Santa
Fe y Corrientes, Timoteo Aparicio invadir el Uruguay con los blancos orientales,
Urquiza sería el jefe si aceptaba serlo; de cualquier manera la guerra se haría
con Urquiza, sin Urquiza o contra Urquiza.
Sáa escribe a Urquiza: "... encargado de trasmitir a V.E. la voluntad de las
masas, solo esperamos que V.E. se digne a impartirnos sus órdenes. Pero Urquiza
calla. Sus intereses comerciales se ligan a la continuación de la guerra con
Paraguay de la que saca buen provecho como proveedor del ejército, y a la paz
interna por sus cuantiosos intereses de estanciero y comerciante y su paquete de
acciones en el ferrocarril Central Argentino. Políticamente solo le interesa
controlar Entre Ríos, donde su prestigio ha menguado considerablemente. El
banquero Buschenthal le aconseja: " Espero que S E. no se comprometa con esta
gente ( los montoneros) C'est tres pront..." Otra cosa será cuando consigan
mejor posición.
No se comprometerá pero no los desautorizará tampoco pues le permite su viejo
juego de quedarse observando el fiel de la balanza para cobrar el mejor precio.
Escribe a Sáa - 10 de febrero de 1867 - una carta evasiva que a nadie
compromete. Pero este quiere creer de apoyo.
Para marzo han llegado a Rosario los veteranos del Paraguay con su brillante
oficialidad: los buques ingleses dejan en su puerto cañones Krupp y fusiles
Albion y Brodlin para armar los tres ejércitos nacionales de Paunero, Taboada y
Navarro que operarían contra la Unión Americana. Mitre hubiese querido ponerse a
su frente pero el recuerdo de Sierra Chica. Cepeda y Curupayty prevaleció en el
Estado Mayor, mejor era dejarlo de observador.
SAN IGNACIO ( lº de abril)
Sáa se mueve de San Luis a Córdoba donde hay elementos suficientes para levantar
la provincia. Paunero, desde Río Cuarto destaca a Arrendondo a cerrarle el paso
de San Ignacio (cruce del Río Quinto en la carretera de San Luis a Mercedes). Y
el ministro de guerra, Julián Martínez, se instala en Córdoba donde se sienten
ruidos intranquilizadores.
Sáa ataca a Arredondo al anochecer del 1º de abril; erróneamente creyó que el
jefe nacional tenía pocos hombres, porque de otra manera le hubiera convenido
eludirlo y llegar a Córdoba, donde los federales esperaban. "San Ignacio se ganó
por casualidad" dirá años después el general Garmendia. Nada pudieron las lanzas
montoneras contra los Krupp, ni las cargas de indios ( 500 ranqueles combatían
junto a Lanza Seca) contra los cuadros de infantería de Iwanowsky, Fotherigham,
Luis María Campos y la brava caballería de José Miguel Arredondo. En cargas
nocturnas se estrellaron Juan y Felipe Sáa, Carlos Juan Rodríguez, Juan de Dios
Vídela, Manuel Olascoaga. Sin embargo la victoria estuvo indecisa hasta el
amanecer.
La montonera quedó derrotada. No hubo prisioneros como lo ordenaba la ley de
policía dictada en Buenos Aires. Muy pocos sobrevivientes consiguieron ocultarse
y escapar a Chile por los pasos de la cordillera, que a esa altura del año era
apenas practicable.
EL POZO DE VARGAS (10 de abril).
Varela ha marchado hacia su Catamarca natal, atravesando La Rioja: es un paseo
en triunfo donde los festejos se repiten al entrar el viejo caudillo en cada
poblado. En La Rioja su "ejercito" se amplía porque los riojanos quieren luchar
por la Unión Americana.
A los lánguidos compases de la zamba, la montonera se dirige a Catamarca donde
todos esperan al Caudillo. De allí a Tucumán y Salta donde vendrían sin duda las
órdenes de Urquiza, las órdenes que Varela supone no podrá negarle Urquiza
viendo el juego decidido. En ruta hacia Catamarca le llegan dos malas noticias.
Que Sáa fue aniquilado en San Ignacio, y Taboada al frente del ejercito nacional
del Noroeste ha aprovechado su ausencia para entrar en La Rioja.
Los nacionales vienen
Pozo de Vargas
Tienen cañones y tienen
Las uñas largas.
Dice la letra riojana de la zamba de Vargas (que no es la del ejército de
Taboada, que se apropió de la música, como se apropió de tantas cosas). Varela
vuelve grupas. A los compases de la zamba su ejército regresó a La Rioja a todo
galope. El 9 de abril, ya próximo a la ciudad, Varela invita caballerescamente a
Taboada "a decidir la suerte y el derecho de ambos ejércitos fuera de la
población; "a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores
consiguientes de la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni V.E. podremos
evitar". Taboada fijaría el campo de la liza "por lo menos a tres leguas del
ejido". El jefe nacional no contesta. Ha urdido un plan que debe darle la
victoria. Como los federales marchan a todo galope y sin mayor descanso, supone
que llegarán desfallecidos y sedientos a La Rioja. Por lo tanto ha destruido los
jagüeles del camino, dejando solamente a uno, el Pozo de Vargas a la entrada
misma de la ciudad. Supone que los rnontoneros se arrojarán sobre el agua; y
entonces la artillería y fusilería nacionales, convenientemente atrincheradas
alrededor del pozo los aniquilaría sin remedio.
Ocurrió lo previsto. Varela no encontró agua en los jagüeles de Las Mesillas,
donde esperaba acampar la noche del 9, a la espera de la respuesta - que no
llegaría nunca - de su invitación a Taboada. Debió seguir la fatigosa marcha por
la noche del 9 en busca del pozo de Vargas donde llega al medio día del 10. Era
tal la sed que "tres soldados sofocados por el calor, por el polvo y el
cansancio - dirá Varela - expiraron de sed en el camino.
Los gauchos fueron acribillados por los nacionales desde las trincheras apenas
se acercaron al Pozo. Varela rehizo sus cuadros y aunque la posición de Taboada
dificultaba el movimiento de la montonera, ordenó se tocase la zamba y empezara
la batalla. Los inútiles "bocones" fueron dejados de lado Durante más de siete
horas. – de mediodía al anochecer - se sucedieron las cargas a los compases de
la zamba heroica. (que apropiada por los vencedores y con otra letra, se
llamaría desde entonces Zamba de Vargas).
Tiempo después, y en los altos de la marcha los sobrevivientes cantarían la le
letra auténtica de su zamba, que se ha mantenido como tradición oral en La Rioja
y Catamarca.
Cuando Varela viene - Félix Luna y
Ariel Ramírez
"A la carga a la carga,
dijo Varela,
salgan los laguneros
rompan trincheras.
Rompan trincheras si
carguen los laguneros
de dos en fondo.
De dos en fondo si,
dijo Guayama,
a la carga muchachos,
tengamos fama.
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre Varela
¡Que bien pelean sus tropas
en la humareda.
Otra cosa sería
armas iguales.
En una de las cargas Varela cae con su caballo muerto junto al pozo. Y ocurre
otro episodio de esa guerra romanesca. Una de las montoneras que hacían de
cantineras, enfermeras, amantes, o lo que se presentara, tomó un caballo y se
arrojó en medio de la refriega para salvar al jefe. Se llamaba Dolores Díaz y le
decían La Tigra. En ancas de La Tigra escapó de la muerte el viejo caudillo.
"A las oraciones – dice Varela – mi ejército estaba deshecho, pero tambien el
del enemigo. Si bien no había sufrido una derrota, comprendí que el triunfo por
mi parte en esos momentos era imposible". Siete horas habían durado las cargas;
en torno al pozo de Vargas se riñó la batalla mas disputada de la guerra de la
Unión Americana y se perdió toda esperanza seria de apoyar a Paraguay. Llegaba
la noche, Varela dio la orden de retirarse: "!Otra cosa sería armas iguales!".
Ciento ochenta compañeros le quedaban de su ejército que el día anterior contaba
cerca de cinco mil, los demás han muerto, quedando heridos o escaparon para
juntarse con el caudillo en el lugar que los citase. Pero Taboada también había
pagado su precio. "La posición del ejercito nacional - informa Mitre – es muy
crítica después de haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y
gastado sus municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite como
reponer sus pérdidas". Varela fijó Jáchal como sitio de reunión.
Taboada quedó en La Rioja que saqueó concientemente durante tres días, pues
nadie le facilitaba alimentos voluntariamente "...las uñas largas...".
Sáa, derrotado escapó a Chile; los cordobeses, cuyo caudillo era Simón Luengo,
se habían levantado a la espera de Sáa y del "pronunciamiento" de Urquiza que ha
escrito cartas comprometedoras a Luengo.
Cuando a mediados de abril llegan las noticias de San Ignacio y el Pozo de
Vargas, todo parece perdido, y Urquiza hace manifestaciones de repudio "a esos
bandidos, que usan mi nombre para encubrir sus tropelías".
Creen terminada su misión y los veteranos vuelven a embarcarse para el Paraguay.
Pero todavía está Felipe Varela en ancas de La Tigra y la guerra de la Unión
Americana no ha terminado.
FELIPE VARELA EN JÁCHAL
Después del Pozo de Vargas, Varela ha ordenado reunión en Jáchal a los dispersos
de la batalla. El 21 de abril, entre repiques de campana y compases de su zamba
– aunque los musicantes chilenos han caído en poder de Taboada, que se apropió
la canción – los sobrevivientes del Ejército de la Unión Americana entran en la
capital montonera. Quemada por la metralla aún mantienen erguida su bandera
donde puede leerse:
"Viva la Unión Americana" -
"Abajo los negreros traidores
a la patria!"
"¡Vivan nuestros hermanos paraguayos!".
El Quijote de los andes no se siente vencido. Lejos de ello. A los pocos días
sus fuerzas se aumentan con los dispersos de Vargas que vienen de todos los
puntos cardinales. Pero debe abandonar Jáchal jaqueado por los tres ejércitos
nacionales. (de Paunero, Taboada y Navarro) que por un momento habían creído
concluida la guerra, y se sorprendieron al llegarle noticias de que Varela aún
vivía.
El coronel es baqueano de la cordillera. Deja la villa y por escondidos senderos
se interna en las montañas para caer por sorpresa en los lugares más
inesperados: el 5 de junio sorprende a Paunero en Las Bateas. No es una batalla,
ni siquiera un combate; Varela no tiene tropas para enfrentar al jefe nacional,
solo ha querido sorprenderlo, sembrar el desconcierto en la tropa. Cuando
Paunero reacciona ya es tarde. Varela se ha esfumado llevándose los caballos,
muchas armas y algunos soldados que han preferido jugarse con él. Once días más
tarde - nadie ha sabido por que escondidas sendas hizo la travesía – desbarata
en la quebrada de Miranda el contingente de forzados que lleva el coronel
Linares de refuerzo a los nacionales ... Tampoco fue batalla: apenas cuatro
gritos, y los "voluntarios" dejaron a Linares para irse con Varela.
Es una guerra de recursos, difícil, pero la sola posible cuando no se tienen
armas y se sabe que la inmensa mayoría de la población le apoyará y seguirá.
Como un puma se desliza entre sus perseguidores. No se sabe donde está, si en
Guandacol, en Jáchal, en Chilecito, o ha ganado la puna de Atacama en territorio
entonces boliviano. La verdad es que está en todas partes; no todos lo creen. No
es posible arrearse un contingente para la guerra del Paraguay, porque los jefes
siempre temen que Varela se descuelgue de los cerros y ponga en libertad a los
forzados como hizo el otro Quijote, el de la Mancha con los galeotes. Pero estos
no le pagarán a pedrada limpia, sino se le unen para seguir la lucha imposible
por la alianza con las repúblicas de la misma sangre.
REVOLUCIÓN FEDERAL EN CÓRDOBA ( 16 de agosto)
La noticia que Varela "anda" por la cordillera, aunque pocos lo han visto,
enciende una luz de esperanza en los federales. Tal vez no todo esté perdido. El
ejército del Paraguay ha quedado inmóvil después de Curupayty, y nadie - fuera
de los jefes brasileños y de Mitre - quiere seguir la guerra. El mismo Urquiza,
a pesar de haber felicitado a Mitre por sus triunfos de San Ignacio y Pozo de
Vargas, ha vuelto a sus equilibrios; es que aspira a ser presidente en 1868 y
sabe que todo el país, federales o liberales, fuera del minúsculo grupo que
redacta La Nación Argentina, quiere la paz con Paraguay. Adolfo Alsina que con
los jóvenes liberales acaba de ganar la gobernación de Buenos Aires inaugura las
sesiones de la legislatura porteña con insólitas palabras "La guerra bárbara,
carnicería funesta, la llamo así porque nos encontramos atados a ella por un
tratado también funesto..., sus cláusulas parecen calculadas para que la guerra
pueda prolongarse hasta que la república caiga exánime y desangrada".
Simón Luengo sigue con interés desde Córdoba las andanzas de Varela. Mientras
tremole la bandera de la Unión Americana en los contrafuertes andinos, subsiste
la posibilidad de acabar con el mitrisrno. ...¡Si Urquiza – a quien venera como
un ídolo – se decidiera!. Día que transcurre se ponen las cosas peores para
Mitre. No es solamente la repercusión de Curupayty: Buenos Aires se ha llenado
de carteles reclamando la paz, "Sólo Mitre ha podido hacer perecer a tanto
Argentino..., no se pregunta quién murió en Paraguay, sino quién vive " informa
Martín Piñero – propietario de El Nacional – a Sarmiento, ministro en
norteamérica.
Para peor, se extiende por todo el litoral la epidemia de cólera, iniciada en
los campamentos brasileños en Tuyutí. Miles y miles caen – hombres, mujeres,
niños – más, pero mucho más que los eliminados por las balas. La actitud de
Urquiza, pese a sus felicitaciones a Mitre alienta las esperanzas a Simón
Luengo. Ha dado una espléndida fiesta en su palacio San José: en la sala, bajo
la bandera de Entre Ríos se entrelazan las banderas de América, inclusive la
Paraguaya: falta la brasileña. Su yerno, Victorica, le ha preguntado – según
narra Ignacia Gómez a Albérdi – "¿Es tiempo, Señor?". Y el castellano de San
José señalando las banderas habría respondido: " Lo digo fuerte: me place ese
acomodo".
No espera más Simón Luengo, Tal vez su espíritu sencillo supuso que debía
equilibrar en el ánimo de Urquiza las derrotas de San Ignacio y Vargas. Córdoba
es una provincia federal, gobernada por un federal. Mateo Luque. Su posición es
estratégica. Si la sublevara - lo que sería fácil pues Luengo es inspector de
milicias – los ejércitos nacionales que persiguen a Varela abandonarían su caza.
Y Urquiza "pronunciándose" con sus diez mil aguerridos entrerrianos sería el
dueño de la situación. Ni siquiera los generales mitristas del Paraguay (Emilio
Mitre, Rivas, Gelly y Obes) querían seguir esa guerra y menos a las órdenes de
los brasileños.
El ministro de guerra nacional Julián Martínez está en Córdoba reclutando el
"contingente" para llevarlo al Paraguay. Martínez se alarma porque los
reclutados lanzan gritos desconcertantes: ¡Vivan los generales Sáa y Varela,
¡Mueran los porteños!, ¡Viva el Paraguay!
Luque tratará de explicárselo por el estado anímico de la masa, y le asegura que
cesarán apenas tomen gusto al servicio. El Gobernador trata también de calmar a
Luengo que "se sale de la vaina" diciéndole que nada debe hacerse mientras el
general Urquiza no lo disponga". Y llamado por Mitre, deja la ciudad el 15 de
agosto.
Luengo no espera más. Al día siguiente – 16 – levanta al contingente a los
gritos "Viva Urquiza", apresa al ministro de guerra, y se declara en rebelión
contra Mitre.
Poco dura la revolución de Luengo. Nicasio Oroño, gobernador mitrista de Santa
Fe, avanza contra Córdoba, el general Conesa lo hace desde Villa Nueva, Luque lo
desautoriza, Urquiza calla.
Luengo debe entregarse a Conesa – lo hace el 28 de agosto – sin haber podido
entrar en combate. Está desengañado y receloso. Quedará preso en Córdoba, hasta
que escapa de la prisión. Entonces irá a Entre Ríos donde matará a Urquiza el 11
de abril de 1870.
VARELA EN SALTA (10 de octubre)
Cuerpeando las divisiones nacionales, Varela se desliza por los pasos
misteriosos de la cordillera. Ha tenido correspondencia con Luengo en Córdoba,
con Zalazar en Chileclto y con el caudillo salteño Aniceto Latorre a quién
invita a plegarse; "el poder del enemigo no está fuerte", escribirá a este
último. "Con un pequeño esfuerzo de los hijos de la patria todavía salvaremos a
América".
En octubre, mientras Paunero lo supone en San Juan, y Navarro lo espera en
Catamarca, Varela baja de la cordillera frente a Salta con mil guerrilleros:
esquiva a Navarro que ha corrido a cerrarle el paso, y al galope va a Salta
donde espera proveerse de armas y alimentos.
"Al ir a aquella ciudad (Salta) – dirá – no me llevó el ánimo apoderarme de un
pueblo sin objeto alguno, Yo marchaba en busca de pertrechos bélicos, porque era
todo cuanto necesitaba para triunfar".
Está frente a Salta la mañana del 10 de octubre.
Intima al gobernador Ovejero le entregue las armas que hay en la ciudad,
comprometiéndose a no entrar en ella. Pero Ovejero sabe que Navarro lo persigue
de cerca y supone que el caudillo no se atreverá a atacarle en esas condiciones.
Además, el Ejército de la Unión Americana apenas si tiene fusiles y municiones.
Por eso a la intimación de Varela de "evitar a la población la desastrosa
consecuencia de la guerra" contesta con una descarga.
Ovejero había preparado la resistencia, armando la clase principal con los seis
cañones y 225 fusiles que poseía, " pues el enemigo – explica por qué armó
solamente la clase principal - que halaga a las masas .... encuentra prosélitos
entre quienes no abrigan un corazón honrado". Ha conseguido 300 vecinos honrados
que distribuye en las trincheras zanjadas en la plaza principal, y les encarga
los cañones y los fusiles.
Salta lo espera y tiene un corazón (honrado y abrigado) y un fusil.
Sobraban, a su entender, para rechazar a los bandoleros. O por lo menos
detenerlos hasta que llegase Navarro que no podía tardar.
Ovejero valoro en demasía el poder de los fusiles y despreció demasiado el
coraje de los gauchos. Varela ordenó el ataque, los defensores resistieron
apenas cuarenta minutos. Previsoramente el gobernador consiguió recoger algunos
fusiles llevándolos en "asilo" al templo de San Francisco donde también estará
él con su gente.
Una hora estuvo Salta en poder de las montoneras. El parte del jefe de la plaza
– Leguizamón – habla de tremendos desmanes. Nada respetó el enemigo, templos,
oficinas públicas, casas de comercio y de particulares fueron saqueados y
hollados bárbararnente del modo más espantoso y feroz....
"Una hora escasa han ocupado (los federales) la ciudad – informa Ovejero y los
estragos y saqueos rayan en los límites de lo imposible".
Exageraciones interesadas (porque el gobierno nacional pagaría los perjuicios).
En una hora no pueden cometerse muchos desmanes. En el sumario que se levantará,
los testigos declaran "de oídas", uno solo atestigua el saqueo de su tienda
donde le han llevado " un caballo". Miguel Tedin contando muchos años después
sus recuerdos infantiles, dice que estaba en casa de la señora Güemes de Astrada
el 10 de octubre "cuando se presentó un soldado feroz armado de una carabina.
¡No me mate, soy hija del general Güemes!, dijo la dueña de casa. Este nombre
pareció impresionarle y bajando el arma solicitó un par de botas, lo que realizó
la señora. ¡ Curioso saqueador que se impresiona por un nombre histórico, y solo
pide un par de botas!. Las violaciones de los templos, que dice Leguizamón no
ocurrieron: el Gobernador Ovejero se refugió con su gente y armas en San
Francisco defendido – dice en su informe – por los religiosos de la insaciable
rapacidad de estos bandidos".
¡Notables bandidos, impotentes ante las palabras de unos frailes!.
Varela, que no entró en la ciudad, sabedor que los religiosos se negaban a
entregar las armas "asiladas" en San Francisco hizo llamar al guardián para
explicarle que el asilo eclesiástico no amparaba a los prisioneros de guerra ni
a sus armas. Como el guardián se mantuvo firme, el coronel lo maltrató de
palabra diciéndole muchas barbaridades" (cuenta el religioso en el sumario) pero
no " violó" el convento.
Fuera de los fusiles tomados a los caídos en la plaza, un caballo y un par de
botas no hubo otros "latrocinios". Si ocurrieron, los damnificados olvidaron
hacerlos constar en el sumario. Lo que parece que hubo y en grado mayúsculo, fue
un tremendo miedo.
EL FIN DE LA GUERRA
Haba sido en las barbas de Navarro que Varela se apoderó por una hora de Salta.
De allí siguió a Jujuy, donde no hubo "saqueo" porque los Jujeños aceptaron
darle sus armas. No pudo estar mucho tiempo porque Navarro lo seguía. Por la
quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Melgarejo – en ese momento
simpatizante con Paraguay – le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un
Manifiesto explicando su conducta y prometiendo el regreso.
En octubre de 1860 Mitre termina su presidencia y sube Sarmiento, de quién se
esperó por un momento que terminase la guerra con Paraguay. No hubo tal, eso
decide el regreso de Varela. También que Melgarejo ha cambiado de opinión y
ahora está muy amigo de Brasil.
Varela con sus escasos seguidores y sin armas de fuego, toma el camino de
Antofagasta. Su hueste no alcanza a cien gauchos. La "invasión" amedrenta en
Buenos Aires. Martín de Gainza, ministro de guerra de Sarmiento, manda al
general Rivas, al coronel Julio Roca y a Navarro a acabar definitivamente con el
Ejército de la Unión Americana. Navarro – a quien por su pasado federal algunos
acusan de lenidad con los montoneros – promete "matar ( a Varela) en combate".
No tremolará mucho tiempo el estandarte de la Unión Americana en la puna de
Atacama. Basta un piquete de línea al mando del Teniente Pedro Corvalán, para
abatirlo en Pastos Grandes ( 12 de enero de 1869). Los dispersos intentan volver
a Bolivia, pero Melgarejo lo impide. Toman entonces el camino de Chile. Dada la
fama del caudillo, el gobierno chileno manda un buque de guerra para desarmar al
"ejército". Encuentran un anciano enfermo de tuberculosis avanzada y dos docenas
de gauchos desarrapados y famélicos. Les quitan las mulas y los facones y los
tienen internados un tiempo. Después los sueltan, vista su absoluta falta de
peligro.
Varela se instala en Copiapó. El gobierno de Sarmiento ordena a su ministro en
Chile, Félix Frías, vigile sus movimientos: "Está gravemente enfermo – escribe
Frias el 16 de mayo de 1870 y de él nada hay que temer". Morirá el 4 de junio de
ese año en Ñantoco, cerca de Copiapó. "Muere en la miseria – informa Frías al
gobierno argentino – legando a su familia que vive en Guandacol, La Rioja, solo
sus fatales antecedentes.
Sus restos acaban de ser repatriados por el patriótico gobierno de Catamarca, y
desde sus montañas, espina dorsal de nuestra dividida América, este viejo gaucho
que quiso ver una "Unión Americana", espera el reconocimiento de los "hermanos
paraguayos" que lo movieron a su valerosa y desigual guerra de 1867.
[Imagen: Juan de Dios Videla y Felipe Varela, daguerrotipo
tomado en San Juan en 1867]
“Vengo personalmente a cumplir con el sagrado mandato encomendado por el pueblo
argentino de hacer entrega de las reliquias que, esperamos, sellen para siempre
una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos y nuestros países.” (Perón,
Juan Domingo. Palabras pronunciadas en acto de devolución de los trofeos de la
Guerra del Paraguay, 1954)
¿El padre de la historia o del país semi-colonial?
Brevemente diremos aquí que el fundador del diario La Nación (guardaespaldas
para su posteridad, a decir de Homero Manzi), Bartolomé Mitre, se iba a
instaurar en el poder luego de la defección y el retiro de Justo José de Urquiza
luego de la Batalla de Pavón. Con él, la oligarquía porteña, estancieros de
Buenos Aires y comerciantes del puerto, accedía al poder pleno. Se sientan las
bases del modelo agroexportador, de crecimiento “hacia el exterior”, el trazado
de los ferrocarriles en forma de tela araña metálica hacia el puerto de Buenos
Aires que aprisiona a la mosca de la República (dirá Scalabrini Ortiz), la
exportación de materias primas y la importación de mercancías de la metrópoli,
la instalación de bancos británicos, la instauración de una política
librecambista. Es un proyecto de nación semi-colonial. Jorge Abelardo
Ramos sostiene que “alrededor de la personalidad de Mitre y de su tradición
ideológica se han agrupado todas las tendencias antinacionales del país” (Ramos,
Del patriciado a la oligarquía, página 14). El interior provinciano iba a ser
asfixiado por la política mitrista (1862-1868), así éste se iba a levantar gran
cantidad de veces, eran los caudillos que lideraban la lucha contra la política
de apertura económica que llevaba a las provincias a la ruina, entre los cuales
figuran Vicente “el Chacho” Peñaloza, Juan de Dios Videla, Carlos Juan
Rodríguez, Juan Saa, Felipe Varela (quien nos compete en estas líneas), etc.
Para acallar las voces de éste, iba a aplicar lo que se denominó “política de
pacificación”, que consistía en una feroz represión sobre la montonera, “en esos
seis años del gobierno mitrista (…) se produjo la represión más violenta con
miles y miles de criollos asesinados, solo comparable al proceso de 1976. De la
misma manera, para imponer el proyecto semi-colonial que hundiría a las
provincias del interior, fue preciso, primero, someterlas, imponerles el terror,
aniquilarlas” (Galasso, El mitrismo y las bases de la Argentina agroexportadora,
página 14)
Mitre aparece así en la historia y política nacional como fiel representante de
la burguesía librecambista, portuaria, europeizante, aliada a las potencias
extranjeras, etc. De esta forma, “el gobierno de Mitre constituye una dictadura
sobre los pueblos provincianos, así como su política económica constituye la
base de la Argentina semi-colonia inglesa, “granja de su Majestad británica”
(Galasso, El mitrismo y las bases de la Argentina agroexportadora, página 6)
Un “incómodo” modelo alternativo
Ante este modelo agroexportador se erigía el Paraguay de Francisco Solano López.
Paraguay había heredado la estructura económica desarrollada por los jesuitas, y
por sus particularidades geográficas desde sus comienzos se encontró en una
situación de aislamiento respecto al resto de los dominios españoles. El estado
asumía desde el gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia un rol vital para
la economía del país, para el desarrollo de ésta “Francia (…) estructuró paso a
paso la política económica a seguir y en pos de alcanzar la liberación
económica” (Somosierra, El Dr. Francia y la independencia del Paraguay, página
102). Así la mayor parte de la tierra estaba en manos estatales, se
desarrollaron las “estancias de la patria”, medidas proteccionistas de las
artesanías y la producción local, desde 1828 se dictaba la obligatoriedad de la
enseñanza desde los 14 años, etc. Pero, podemos considerar que dicha política
“aislacionista” impidió la relación con los demás sectores del continente. Ramos
sostendrá que la negativa al acceso a los ríos interiores y a nacionalizar la
aduana de Buenos Aires de Rivadavia y de Rosas, terminó aislándola y
declarándola independiente. Así el Paraguay de López se ve compelido a apoyarse
en fuerzas nacionales, por lo cual es fruto de sesenta años de evolución
autónoma, es decir, de ese aislamiento también pudo sacar ventajas. (Ramos, Del
patriciado a la oligarquía). El modelo paraguayo aparecía como un “modelo
alternativo” al planteado por las oligarquías locales de los demás países, como
la desarrollada por el mitrismo en la Argentina. Así éste era visto como un “mal
ejemplo” para la región. A la vez damos cuenta que los intereses de la economía
paraguaya coincidían con los de nuestras provincias interiores. En el Paraguay
del Mariscal Solano López, el estado tenía el monopolio sobre las maderas de
construcción, la yerba mate, existían los Campos de la patria y Monte, repartos
de tierras a los indios, el desarrollo de una próspera industria metalúrgica, la
primera línea telegráfica, una marina mercante con 11 barcos, industrias de
fundición, el primer ferrocarril de América del Sur, fábricas de armamentos,
hornos de fundición, ausencia de empréstitos extranjeros, etc. En fin el
Paraguay era, en los 1860, sin lugar a dudas “el país más desarrollado de
América del Sur. Era la realización práctica del programa morenista (se refiere
al Plan de Operaciones)” (Galasso, La Guerra de la Triple Infamia, página 5). Es
este desarrollo autónomo el que “hará posible resistir durante cinco años una
tragedia de proporciones descomunales como fue la “Guerra de la Triple Alianza””
(Patiño, La independencia del Paraguay: una grieta en el proceso de emancipación
hispanoamericana, página 275). Resistir el ataque conjunto de tres países:
Argentina, Brasil y Uruguay, con el apoyo de una potencia como Gran Bretaña.
Estalla la guerra y el grito de unidad
Ante esta situación, en los primeros meses del año 1865 se desencadena la guerra
denominada de la Triple Alianza, pero que los acontecimientos nos permiten
denominarla de la Triple infamia. Mitre ya había explicitado las causas que lo
llevaban a tal empresa “hay que derrocar a esa abominable dictadura de López y
abrir al comercio a esa espléndida y rica región” (citado en Galasso, Felipe
Varela y la lucha por la unidad latinoamericana. Originalmente La Nación,
24/3/1865). Al mismo tiempo que estallaba la guerra, el interior provinciano se
iba a levantar apoyando la lucha heroica del pueblo paraguayo.
Alberdi va a caracterizar la política porteña y a la Guerra del Paraguay como
una guerra civil, así sostiene que “si Buenos Aires deseara la unión de los
argentinos, no habría necesitado buscarla por el camino de la guerra con el
Paraguay. Hay un camino más corto, que está siempre en su mano, y sería el de
devolver a la nación lo que es de la nación –su renta, su tesoro. Pero
devolverla de palabra, o en principio, no es devolverla de hecho (…) las guerras
exteriores de ese país (Argentina) no son más que expedientes suscitados a
propósito, ya por la una, ya por la otra de sus dos fracciones, para encontrar
la solución interior que cada una desea. Son guerras civiles en el fondo, bajo
la forma de guerras internacionales, como la presente” (Alberdi, La guerra del
Paraguay, páginas 153-154) La guerra del Paraguay solo se puede entender desde
una mirada latinoamericana, no desde las “patrias chicas”. En la concepción de
Alberdi, lo que aparece como gobierno argentino es una abstracción, pues en
realidad es el gobierno de Buenos Aires, así argumentará que en realidad lo que
aparenta ser una nación son dos “hemos dicho que Buenos Aires y las provincias
argentinas forman como dos países extranjeros uno del otro” (Alberdi, La guerra
del Paraguay, páginas 94).
La derrota aliada de Curupaytí va a ser el desencadenante del levantamiento del
interior. El triunfo paraguayo es recibido con júbilo y festejado en las
provincias del interior argentino. Los federales van a avanzar en varias
provincias, como en Mendoza ocupada por las fuerzas revolucionarias al mando de
Juan de Dios Videla y Carlos Juan Rodríguez, San Luis ocupada por Felipe Saa,
San Juan ocupada también por Juan de Dios Videla, La Rioja por Felipe Varela, en
Córdoba se prepara un complot a cargo de “los Rusos federales”, En Entre Ríos
López Jordán conspira, en Buenos Aires se percibe apoyo de algunos intelectuales
nacionales, también hay contactos en Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay. Una de
las voces que se iba a levantar en contra de la guerra, era la del autor del
Martín Fierro: “en nombre de la democracia habéis atentado contra ella,
pretendiendo imponer a otro pueblo nuestros principios, aunque ellos hablasen en
nombre de los beneficios de una civilización que se anuncia con la muerte y la
destrucción. En nombre de la independencia habéis conspirado contra la
independencia de un pueblo” (citado en Rivera, José Hernández y la guerra del
Paraguay, página 73). Norberto Galasso consigna las alianzas del enfrentamiento:
“por un lado, la oligarquía mitrista, la oligarquía montevideana (con V. Flores
a la cabeza), la clase dominante del Brasil, y el imperio británico. Por otro
lado, el pueblo paraguayo, los blancos orientales, los caudillos federales y los
pueblos del interior argentino con su esperanza puesta en los litorales del
litoral, y la buena voluntad de Chile, Bolivia y Perú”. (Galasso, La Guerra de
la Triple Infamia, página 22). La oligarquía porteña era la que oprimía tanto a
las provincias del interior, como al Paraguay. Pero, la revuelta provinciana no
tiene el sustento económico suficiente para derrotar al mitrismo, quien podría
darlo es Urquiza, que terminará defeccionando. Pocos meses después de Curupaytí,
en diciembre de 1866, Felipe Varela, quien había sido integrante de la Coalición
del Norte junto con el “Chacho” Peñaloza, va a dar su proclama revolucionaria.
“COMPATRIOTAS: ¡A LAS ARMAS!... ¡es el grito que se arranca del corazón de todos
los buenos Argentinos” (La proclama del 6/12/1866 es reproducida en Ortega Peña
y Duhalde, Felipe Varela contra el imperio británico, páginas 343-344). Norberto
Galasso sostiene que Varela “ha presenciado o intervenido en los desbandes del
gauchaje entrerriano, de ese gauchaje que no entiende de ficciones jurídicas y
para quien es más compatriota un paraguayo o un blanco uruguayo que un mitrista
porteño. Ahora va a asistir a las rebeliones que estallan en todas las
provincias confirmándose su presunción de que las masas populares repudiarían
esta política” (Galasso, Felipe Varela y la lucha por la unidad latinoamericana,
página 67).
Recorreremos proclamas y manifiestos brevemente para poder visualizar la
concepción acerca de la guerra del Paraguay y de la Unidad Latinoamericana de
Felipe Varela. Así, en la proclama del 6/12/1866 va a fustigar la política
mitrista en relación al interior provinciano “ COMPATRIOTAS: desde que aquel
usurpó el Gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la
absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los
porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reserva para sus
hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser
mendigo sin patria, sin libertad y sin derechos. Esta es la política del
gobierno de Mitre”. (Proclama del 6/12/1866).
En la misma también identifica a los responsables de la infamia y plantea la
posición a asumir “¡abajo los infractores a la ley! Abajo los traidores a la
patria! Abajo los mercaderes de Cruces de Uruguayana, a precio de oro, de
lágrimas y de sangre Argentina y Oriental. ¡ATRÁS los usurpadores de las rentas
y derechos de las provincias en beneficio de un pueblo vano, déspota e
indolente. SOLDADOS FEDERALES! Nuestro programa es la práctica estricta de la
Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la
unión don las demás Repúblicas Americanas, ¡¡ Ay de aquel que infrinja este
programa!!” (Proclama del 6/12/1866)
En el Manifiesto del 1º de Enero de 1868, Felipe Varela va a desnudar la
política mitrista en la Guerra del Paraguay, a poner de relevancia que la guerra
fue calculada, premeditada por Mitre, va a dar cuenta también de que la Unidad
de los pueblos de Nuestro Continente, tiene ya varios años de desarrollo, así
sostiene que “no era, pues, una idea enteramente nueva en la sociedad
Sudamericana, la de la alianza de sus poderes democráticos (…) los pueblos
generosos de la América, como se ha dicho, acogieron llenos de entusiasmo la
iniciación de esta gran idea, porque ella es el escudo de la garantía de su
orden social, de sus derechos adquiridos con su sangre”. (El Manifiesto de
1/1/1868 es reproducido en Ortega Peña y Duhalde, Felipe Varela contra el
imperio británico, páginas 337-363). Felipe Varela dará cuenta también que las
provincias argentinas no deseaban participar de la guerra, así dice: “las
provincias argentinas, empero, no han participado jamás de estos sentimientos,
por el contrario, esos pueblos han contemplado gimiendo la deserción de su
presidente, impuesto por las bayonetas, sobre la sangre argentina, de los
principios de la unión Americana.” Demuestra asimismo que Buenos Aires se impuso
luego de la Revolución de Mayo sobre las demás provincias: “Buenos Aires es la
metrópoli de la República Argentina, como España lo fue de la América”
(Manifiesto 1/1/1868). En el mismo manifiesto pone en consideración la
concepción de federalismo que lo guía “La palabra Federación, tiene aquí una
significación especial. Es un vocablo que envuelve un significado opuesto al de
Centralismo, que hemos combatido siempre en las provincias, para recuperarnos
las rentas de la Nación confiscadas, centralizadas en Buenos Aires”, a la vez
que gritará allí también la causa por la que lucha “¡Federación o muerte!,
¡¡Viva la Unión Sudamericana!!¡Abajo los negreros traidores a la patria”
(Manifiesto 1/1/1868).
La guerra terminará luego de cinco años de heroica resistencia del pueblo
paraguayo, el Mariscal López morirá combatiendo en Cerro Corá el 1º de marzo de
1870. En la Guerra de la triple infamia, además de las armas, la diplomacia
británica se encargó de hacer partícipe a la Alta Banca, así “al terminar la
guerra, endeudaron al Paraguay en ruinas, con empréstitos usurarios, de los que
jamás se recuperaría, y se apoderaron de sus tierras” (Ortega Peña y Duhalde,
Felipe Varela contra el imperio británico, página 51). El Paraguay quedará en
ruinas, su población era al comenzar la guerra aproximadamente de 1.500.000
personas, al finalizar serán aproximadamente 250.000. (Galeano, Las venas
abiertas de América Latina). De los asesinados la inmensa mayoría era población
masculina de más de 15 años (algunos autores hablan del 99%). Solo una guerra de
exterminio puede producir tal genocidio. Guido Spano dirá en su poema Nenia que
“¡Llora, llora urutaú,/ en las ramas del yatay,/ ya no existe el Paraguay,/donde
nací como tú / ¡llora, llora urutaú!” Así, los fantasmas del pasado habitan en
el presente, en nosotros. Al pueblo paraguayo se le debe un resarcimiento.
Algunos han dado muestran en ese sentido. El Presidente Juan Perón devolverá al
pueblo hermano los trofeos de la guerra en el año 1954. La Presidenta, Cristina
Fernández de Kirchner ha pedido perdón en nombre del pueblo argentino, en 2007
ha dicho que la guerra significó la triple traición a los intereses
latinoamericanos frente a los imperialismos. Este año, le ha puesto el nombre de
Mariscal Francisco Solano López a un Grupo de Artillería argentino. También ha
destacado al Mariscal López, y a su Paraguay como el primer país industrializado
del continente. En todas las ocasiones el guardaespaldas (los editorialistas)
que dejó Mitre al terminar la guerra, salió en defensa de su “protegido”.
Cristina Fernández de Kirchner les ha contestado en una ocasión “algún medio de
comunicación fundado tal vez por uno de los que encabezó aquella "triple
traición", me criticó duramente. No importa, la verdad histórica no puede
taparse con editoriales, está escrita, desgraciadamente a sangre y fuego en el
corazón del pueblo paraguayo”.
Revista Reseñas y Debates, Nº 67, año 7, agosto de 2011
El 10 de abril de 1867, en torno al jagüel de Vargas, en el camino apenas
saliendo de La Rioja a Catamarca, durante siete horas desde el mediodía hasta el
anochecer, se libró la batalla más sangrienta de nuestras guerras civiles.
Los primeros días de abril el ejército "nacional" (mitrista) del Noroeste
–reforzado con los veteranos del Paraguay y su brillante oficialidad y con los
cañones Krupp y fusiles Albion y Brodlin que los buques ingleses habían
descargado poco antes en el puerto de Buenos Aires- al mando del general liberal
Antonio Taboada (del clan familiar unitario de ese apellido que dominó Santiago
del Estero durante casi todo el siglo XIX), entró a la ciudad capital de La
Rioja aprovechando la ausencia de su caudillo y obligó al coronel Felipe Varela
a volver al sur para liberarla. Al frente de los batallones de su montonera iban
los famosos capitanes Santos Guayama, Severo Chumbita, Estanislao Medina y
Sebastián Elizondo. En plena marcha, el día 9 el caudillo invitó
caballerescamente a Taboada "a decidir la suerte y el derecho de ambos
ejércitos" en un combate fuera de la ciudad "a fin de evitar que esa sociedad
infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de
excesos que ni yo ni V.S. podremos evitar". Pero el general no era ningún
caballero y no respondió. Ubicó sus fuerzas en el Pozo de Vargas, una hondonada
de donde se sacaba barro para ladrillos, en el camino por donde venían las
montoneras. El sitio fue elegido con habilidad porque Varela llegaría con sus
gauchos al mediodía del 10, fatigados y sedientos por una marcha extenuante, a
todo galope y sin descanso. Mientras, los "nacionales" habían destruido los
jagüeles del camino, dejando solamente al de Vargas, a la entrada misma de la
ciudad, a un par de kilómetros del centro. Taboada les dejará el pozo de agua
como cebo, disimulando en su torno los cañones y rifles; sus soldados eran menos
que los guerrilleros, pero la superioridad de armamento y posición era enorme.
En efecto, la montonera se arrojó sedienta sobre el pozo ("tres soldados
sofocados por el calor, por el polvo y el cansancio expiraron de sed en el
camino"), y fue recibida por el fuego del ejército de línea. Una tras otra
durante siete horas se sucedieron las cargas de los gauchos a lanza seca contra
la imbatible posición parapetada de los cañones y rifles de Taboada. En una de
esas Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo muerto junto al
pozo. Una de las tantas mujeres que seguían a su ejército –que hacían de
enfermeras, cocineras del rancho y amantes, pero que también empuñaban la lanza
con brazo fuerte y ánimo templado cuando las cosas apretaban- se arrojó con su
caballo en medio de la refriega para salvar a su jefe. Se llamaba Dolores Díaz
pero todos la conocían como "la Tigra". En ancas de la Tigra el caudillo escapó
a la muerte.
Al atardecer de ese trágico día de otoño se dieron las últimas y desesperadas
cargas, y con ellas se terminaron de hundir todas las esperanzas de un
levantamiento federal del interior en favor de la nación paraguaya de Francisco
Solano López y la "guerra de la Unión Americana". Con un puñado de
sobrevivientes apenas, Felipe Varela dio la orden de retirada, diciendo
–despechado- al volver las bridas: "¡Otra cosa sería / armas iguales!". La
retirada se hizo en orden: Taboada no estaba tampoco en condiciones de perseguir
a los vencidos. Pero del aguerrido y heroico ejército de 5.000 gauchos que
llegaron sedientos al Pozo de Vargas al mediodía, apenas quedaban 180 hombres la
noche de ese dramático 10 de abril de 1867. Los demás han muerto, fueron heridos
o escaparon para juntarse con el caudillo en el lugar que los citase, que
resultó ser la villa de Jáchal. Pero Taboada también había pagado su precio: "La
posición del ejército nacional –informa a Mitre- es muy crítica, después de
haber perdido sus caballerías, o la mayor parte de ellas, y gastado sus
municiones, pues en La Rioja no se encontrará quien facilite cómo reponer sus
pérdidas". En efecto, como nadie le facilitaba alimentos ni caballos
voluntariamente, saqueó la ciudad durante tres días.
Alto, enjuto, de mirada penetrante y
severa prestancia, Felipe Varela conservaba el tipo del antiguo hidalgo
castellano, tan común entre los estancieros del noroeste argentino. Pero este
catamarqueño se parecía a Don Quijote en algo más que la apariencia física. Era
capaz de dejar todo: la estancia, el ama, la sobrina, los consejos prudentes del
cura y los razonamientos cuerdos del barbero, para echarse al campo con el
lanzón en la mano y el yelmo de Mabrino en la cabeza, por una causa que
considerase justa. Aunque fuera una locura. Fue lo que hizo en 1866, frisando en
los cincuenta años, edad de ensueños y caballerías. Pero a diferencia de su
tatarabuelo manchego, el Quijote de los Andes no tendría la sola ayuda de su
escudero Sancho en la empresa de resolver entuertos y redimir causas nobles.
Todo un pueblo lo seguiría por los llanos. Varela era estanciero en Guandacol y
coronel de la nación con despachos firmados por Urquiza. Por quedarse con el
Chacho Peñaloza (también general de la nación) se lo había borrado del cuadro de
jefes. No le importó: siguió con la causa que entendía nacional, aunque los
periódicos mitristas lo llamaran "bandolero", igual que a Peñaloza.
La muerte del Chacho lo arrojó al exilio en Chile. Allí leyó dolido sobre la
iniciación de la impopular guerra al Paraguay. Además, presenció el bombardeo de
Valparaíso por el almirante español Méndez Núñez, y se enteró con indignación
que Mitre se negaba a apoyar a Chile y Perú en el ataque de la escuadra. Si no
le bastara la evidencia de la guerra contra Paraguay, ahí estaba la prueba del
antiamericanismo del gobierno de su país. Pero cuando conoció en 1866 el texto
infame del Tratado de la Triple Alianza (revelado desde Londres), no lo pensó
dos veces. Dio orden que vendieran su estancia y con el producto compró unos
fusiles Enfield y dos cañoncitos (los "bocones" los llamará) del deshecho
militar chileno. Equipó con ellos a unos cuantos exiliados argentinos y
esperaron el buen tiempo para atravesar la cordillera. Cuando se hizo
practicable, al principio del verano, retornó a la patria mientras la noticia de
Curupaytí con sus 10.000 bajas sacudía a todo el país. Como la plata no le daba
para contratar artilleros, los bocones apuntarían al tanteo, pero Varela no
reparaba en esas cosas. En lo que sí gastó su dinero fue también en ¡una banda
de músicos!, para amenizar el cruce de la cordillera y alentar las cargas
futuras de su "ejército". Esa banda crearía la zamba, la canción épica de la
"Unión Americana" en sus entreveros, la más popular de las músicas del Noroeste
argentino.
A mediados de enero está en Jáchal, San
Juan, que será el centro de sus operaciones. La noticia del arribo del coronel
con dos batallones de cien plazas, sus dos bocones y su banda de música corrió
como el rayo por los contrafuertes andinos. Cientos, y luego miles de gauchos de
San Juan, La Rioja, Catamarca, Mendoza, San Luis y Córdoba sacaron de su
escondite la lanza de los tiempos del Chacho, custodiada como una reliquia,
ensillaron el mejor caballo y, con otro de la brida, galoparon hacia el
estandarte de enganche. A los quince días el coronel contaba más de 4.000 plazas
con apenas 100 carabinas. No hay uniformes, ni falta que hacen: la camiseta de
frisa colorada es distintivo suficiente; un sombrero de panza de burro adornado
con ancha divisa roja ("¡Viva la Unión Americana! ¡Mueran los negreros traidores
a la patria!") protege del sol de la precordillera. A veces la divisa se ciñe
como una vincha sobre la frente, evitando que la tupida melena caiga sobre los
ojos. Y, ¡cosa notable!, hay una disciplina inflexible: un soldado de la Unión
Americana debe ser ejemplo de humanidad, buen comportamiento y obediencia. Por
las tardes, Varela les leía la Proclama que había ordenado repartir por toda la
República:
"¡Argentinos!
El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes
hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las
manos ineptas y febrinas del caudillo Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por
los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí. Curuzú y Curupaytí. Nuestra nación, tan
grande en poder, tan feliz en antecedentes, tan rica en porvenir, tan engalanada
en gloria, ha sido humillada como una esclava quedando empeñada en más de cien
millones y comprometido su alto nombre y sus grandes destinos por el bárbaro
capricho de aquel mismo porteño que después de la derrota de Cepeda, lagrimeando
juró respetarla.
"Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que
muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los
aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero,
Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre.
"¡Basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón, sin
conciencia! ¡Cincuenta mil víctimas inmoladas sin causa justificada dan
testimonio flagrante de la triste e insoportable situación que atravesamos y es
tiempo de contener!
"¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores de la patria! ¡Abajo los
mercaderes de las cruces de Uruguayana, al precio del oro, las lágrimas y la
sangre paraguaya, argentina y oriental!
"Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución, la paz y la
amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas.
"¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará el enemigo. Allí
os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte vuestro jefe y amigo,
el coronel Felipe Varela".
Un día llega a los fogones de Jáchal donde
se preparaba el ejército nada menos que Francisco Clavero, a quien se tenía por
muerto desde las guerras del Chacho cuatro años atrás. Antiguo granadero de San
Martín en Chile y el Perú, era sargento al concluir la guerra de la
Independencia. Integrará bajo Rosas las guarniciones de fronteras donde su
coraje y comportamiento lo hacen mayor. Don Juan Manuel lo llevará mas tarde al
regimiento escolta con el grado de teniente coronel. Asiste a la batalla de
Caseros –del lado argentino- y será con el coronel Chilavert el último en
batirse contra la división brasileña del marqués de Souza. Urquiza, que prefería
rodearse de federales antes que de unitarios, después de Caseros no admite su
solicitud de baja y en 1853 estará a su lado en el sitio de Buenos Aires. Con
las charreteras de coronel otorgadas por Urquiza combate en el Pocito contra los
"salvajes unitarios" y fusila al gobernador Aberastain después de la batalla.
Cuando llegan las horas tristes de Pavón debe escapar a Chile perseguido por la
ira de Sarmiento, pero vuelve para ponerse a las órdenes del Chacho. Herido
gravemente en Caucete, cae en poder de los "nacionales" que lo han condenado a
muerte y tienen pregonada su cabeza. Sarmiento, director de la guerra, ordena su
fusilamiento, que no llega a cumplirse por uno de esos imponderables del
destino: un jefe "nacional" cuyo nombre no se ha conservado, compadecido del
pobre Clavero, lo remite con nombre supuesto entre los heridos nacionales al
hospital de hombres de Buenos Aires e informa al implacable director de la
guerra que la sentencia "debe haberse ejecutado" porque el coronel "no se
encuentra entre los prisioneros".
Un milagro de su físico y de la incipiente
ciencia quirúrgica le salva la vida en el hospital. No obstante faltarle un
brazo y tener un parche de gutapercha en la bóveda craneana, abandona el
hospital cuando llegan a Buenos Aires las noticias del levantamiento del norte.
El viejo sargento de San Martín consigue llegar al campamento de Varela, donde
todos lo tenían por muerto; se dice que, sin darse a conocer entre la tropa
–donde su nombre tenía repercusión de leyenda- se acercó a un fogón, tomó una
guitarra y punteando con su única mano cantó:
"Dicen que Clavero ha muerto,
y en San Juan es sepultado.
No lo lloren a Clavero,
Clavero ha resucitado"
El entusiasmo de los gauchos fue estruendoso, tanto que sus ecos retumbaron en
Buenos Aires, donde los diarios se preguntaban por qué no se cumplió la
sentencia contra el coronel federal, y quién era responsable por no haberlo
hecho. La noticia de la resurrección de Clavero llegó hasta Inglaterra, donde
Rosas, viejo y pobre pero nunca amargado ni ausente de lo que ocurría en su
patria, seguía con atención la "guerra de los salvajes unitarios contra el
Paraguay" y llegó a esperar que fuera realidad la unión de los pueblos
hispánicos "contra los enemigos de la causa americana". El 7 de marzo de 1867
escribe a su corresponsal y amiga Josefa Gómez (otra ferviente paraguayista), en
una carta que se guarda en el Archivo General de la Nación: "Al coronel Clavero,
si lo ve V., dígale que no lo he olvidado ni lo olvidaré jamás. Que Dios ha de
premiar la virtud de su fidelidad".
Pero volvamos al Quijote de los Andes, que después del desastre de Pozo de
Vargas no se siente vencido. Entra a Jáchal entre el repique de las campanas y
el júbilo del pueblo entero. A los pocos días sus fuerzas aumentan con los
dispersos que llegan de todos los puntos cardinales y se dispone a marchar por
los llanos. En los altos de la marcha, los sobrevivientes cantan la letra
original de la zamba de Vargas.
Los "nacionales" vienen
¡Pozo de Vargas!
tienen cañones y tienen
las uñas largas.
¡A la carga muchachos,
tengamos fama!
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre Varela,
qué bien pelean sus tropas
en la humareda.
¡Otra cosa sería
armas iguales!
Luego el ejército mitrista se apropiaría de esa música (como se apropiaría de
tantas cosas) y le cambiaría la letra a la zamba de Vargas.
El coronel es baqueano de la cordillera. Deja la villa y por escondidos senderos
se interna en las montañas para caer por sorpresa en los lugares más
inesperados. Es una guerra de recursos, difícil, pero la única posible cuando no
se tienen armas y se sabe que la inmensa mayoría de la población le apoyará y
seguirá. Como un puma se desliza entre sus perseguidores. No se sabe donde está.
Diríase que está en todas partes al mismo tiempo. No es posible arrearse maneado
un contingente de "voluntarios" para la guerra del Paraguay, porque los jefes
"nacionales" siempre temen que Varela se descuelgue de los cerros y ponga en
libertad a los forzados como hizo el otro Quijote, el de la Mancha, con los
galeotes. Pero estos no le pagarán a pedrada limpia, sino que se le unen para
seguir la lucha imposible por la alianza con las repúblicas de la misma sangre.
Cuerpeando las divisiones nacionales, Varela se desliza por los pasos
misteriosos de la cordillera. En octubre, mientras se lo supone en San Juan y se
lo espera en Catamarca, Varela baja de la cordillera con mil guerrilleros,
esquiva a los "nacionales" que han corrido a cerrarle el paso, y al galope va a
Salta donde espera proveerse de armas y alimentos. Toma la ciudad por una hora
escasa (aunque los defensores contaban con 225 entre escopetas y rifles contra
40 de las montoneras). De allí siguió a Jujuy y por la quebrada de Humahuaca
llegó a Bolivia, donde Melgarejo –en ese momento simpatizante del Paraguay- le
dio asilo. En Potosí, Varela publicará un manifiesto explicando su conducta y
prometiendo el regreso.
Cuando Mitre terminó su presidencia y lo reemplaza el candidato opositor
Sarmiento (si bien era el máximo culpable de la muerte del Chacho –o tal vez por
eso- con el apoyo electoral de Urquiza), se esperó por un momento que terminase
la guerra con Paraguay. No hubo tal cosa, y eso decide el regreso de Varela.
(También que Melgarejo ha cambiado de opinión y ahora está muy amigo de Brasil).
El coronel, con escasos seguidores y sin armas de fuego, toma el camino de
Antofagasta. Su hueste no alcanza a cien gauchos. La "invasión" amedrenta en
Buenos Aires, que manda al general Rivas, al coronel Julio A. Roca y a Navarro a
acabar definitivamente con el ejército gaucho. No tremolará mucho tiempo el
estandarte de la Unión Americana en la puna de Atacama. Basta un piquete de
línea para abatirlo en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869. Los dispersos
intentan volver a Bolivia, pero Melgarejo lo impide.
Toman entonces el camino de Chile. Dada la fama del caudillo, el gobierno
chileno manda un buque de guerra para desarmar al "ejército". Encuentran un
enfermo de tuberculosis avanzada y dos docenas de gauchos desarrapados y
famélicos. Les quitan las mulas y los facones y los tienen internados un tiempo.
Después los sueltan, vista su absoluta falta de peligro. Varela se instala en
Copiapó, donde morirá el 4 de junio de ese año. "Muere en la miseria –informará
el embajador Félix Frías al gobierno argentino- legando a su familia que vive en
Guandacol, La Rioja, sólo sus fatales antecedentes".
Pero también debemos decir que Felipe Varela nos dejó a los argentinos –además
de su magistral legado de hombría de bien, dignidad y coraje- una creación
esencial de nuestro patrimonio cultural, al traer la zamacueca chilena que
tocaban los músicos para distraer los ocios y entonar el combate de sus
montoneras. Tal vez la tierra argentina y el acento del canto de los gauchos
hizo mucho más lánguidos sus compases. Lo cierto es que en los fogones de Jáchal
y en los llanos riojanos nacerá la zamba, que rápidamente se extenderá por toda
la región.
Ruinas de la casa de Felipe Varela en
Guandacol, La Rioja.
Alto, ascético, con grandes bigotes blancos y mirada profunda, venido por vaya a
saber que oculto camino de la cordillera, Felipe Varela contempla la ciudad de
Salta. Sus perseguidores lo buscan por otros lados: Paunero lo supone en San
Juan y Navarro lo espera en Catamarca.
¿Quién es este quijotesco personaje? ¿Qué lo mueve a llevar su bandera con la
inscripción "UNIÓN AMERICANA"?
Felipe Varela, nacido en Catamarca y estanciero en Guandacol, en los
contrafuertes andinos era coronel de la nación con despachos firmados por
Urquiza. Por unirse a la patriada del Chacho Peñaloza estaba en 1866 exiliado en
Chile. Seguía con atención los sucesos de su patria envuelta en la impopular
guerra de la "Triste Alianza" aliada con Brasil contra Paraguay.
Recibe noticias de las levas forzosas de "voluntarios" que eran conducidos
engrillados al frente y se sabía que los "libertadores" brasileros capturaban
paraguayos para venderlos como esclavos en sus fazendas. Se indigna cuando ve
personalmente el bombardeo de Valparaíso (luego seguido en otros puertos
chilenos y peruanos) por el almirante español Méndez Núñez sin que el gobierno
de Mitre siquiera proteste. Y comprende que la visión de Buenos Aires no era
americanista Y no podría serlo, ya que la escuadra española era abastecida por
sus aliados brasileros. Y para colmar la vergüenza, acababa de conocerse el
pacto secreto entre Mitre y el Brasil repartiéndose los despojos del Paraguay.
Pero Paraguay aún no había muerto y en Curupaytí acababa de darle una formidable
paliza a Mitre, donde su mesianismo dejó 10 mil muertos en los pantanos
guaraníes y la bandera azul y blanca humillada por el heroísmo de ese pequeño
país.
La guerra era terriblemente impopular y los contingentes de voluntarios se
sublevaban y, como en los viejos tiempos, tomaban las lanzas para libertar los
paisanos que capturados como "voluntarios". En Mendoza, los soldados mandados a
recapturar los levantiscos, que al grito de "viva la santa federación" se habían
liberado, se unen a la montonera.
Varela no puede quedar indiferente a esto, y hace vender su estancia para
comprar algunas armas, entre ellas dos cañoncitos a los que llamará "los
bocones" y con cien gauchos y una bandita de música cruza los Andes. En poco
tiempo tiene un ejército de 4 mil, porque paisanos de todos lados se le unen en
su campamento de Jáchal, montados en su mejor caballo y llevando la vieja lanza
con la que siguieron al Chacho y los más viejos a Facundo.
Al campamento de Jáchal una noche llega un viejo de setenta años, con un parche
de gutapercha en la cabeza y al que le falta un brazo. El anciano lleno de
cicatrices toma una guitarra y con su única mano puntea: Dicen que Clavero ha
muerto Y en San Juan fue sepultado No lo lloren a Clavero Clavero ha resucitado
Una ola de emocionado asombro corre por el gaucho campamento. El coronel
Francisco Clavero, granadero de San Marín, era una leyenda. Se lo había dado por
muerto e inclusive su fusilamiento se había publicado. Varela parte de Jáchal y
peleará con más coraje que armas hasta que en Pozo de Vargas encuentra la
derrota y pierde los bocones y la zamba. Desde entonces se convierte en una
sombra que, por misteriosos caminos que solo él conoce, acosa a los coroneles de
Mitre.
Mañana del 10 de octubre... Varela ya casi no tiene ejército, pero aún tiene
vida y fuego en sus ojos. Mucho tiempo tuvo la esperanza que Urquiza, el jefe de
los federales se pronunciara.
Es tal vez el sino de nuestra ingenua forma de pensar. Elegimos jefes que
prefieren los negocios. Salta lo espera y tiene.... Un corazón y un fusil.
No un corazón cualquiera: un corazón honrado y abrigado, pues el gobernador
Ovejero ha dado armas sólo a la clase principal, pues a su juicio únicamente
ellos abrigan un corazón honrado. Los gauchos salteños no. Son capaces de unirse
a la montonera.
Pero un corazón honrado y abrigado no basta. Hace falta pelear y los principales
salteños solo resisten cuarenta minutos. Luego se meten en la iglesia de San
Francisco y exigen que se respete su asilo. Varela sabe que el asilo
eclesiástico no ampara a prisioneros de guerra ni a sus armas, pero respeta a
los aterrorizados refugiados. Se limita a recoger los fusiles y en una hora se
va de Salta. Tenía lo que había venido a buscar. Aún pensaba que "con un pequeño
esfuerzo de los hijos de la patria todavía salvaremos a América" como le
escribiera a Latorre, caudillo federal salteño.
Su lejano espejo, el Quijote de la Mancha razonó de la misma manera frente a los
molinos de viento.
Una hora estuvo la montonera en Salta. Cuando los principales se aseguraron que
no había peligro, salieron de la iglesia y quisieron ver rastros de saqueos y
violaciones. No los vieron pero los proclamaron. Lo cierto es que del sumario
posterior, surge que los montoneros, aparte de las armas se habían llevado "un
caballo" y un par de botas que a su pedido les entregó una vecina. ¡Feroces
bárbaros!
Lo único real es que Salta, la que dice la canción echó a Felipe Varela, ni lo
echó ni le pasó nada. Los principales siempre tuvieron la coquetería de creer
que ellos son "todo el mundo" tout salta. Los gauchos que pelearon con Güemes no
cuentan. Tal vez por no abrigar un corazón honrado.
Pero lo real es que tal fue el susto, que cien años después siguen repitiendo en
una bella pero mentirosa canción las glorias de algo que no sucedió.
Como tampoco es cierto eso de "lo echarán a la frontera, de allá no podrá
volver". Volvió pero ya poco pudo hacer. Habían llegado las décadas de la noche
de la patria.
Ésa fue la última montonera.
"Sí, una sola debe ser la patria de los sudamericanos" - Simón Bolívar al
gobierno secesionista y disgregador de Buenos Aires, 1822
Ni la caída de Rosas ni los combates de Cepeda y Pavón -que enfrentaron a la
Confederación con la provincia de Buenos Aires- terminaron con las guerras
civiles en nuestro país. El último gran enfrentamiento ocurrió en 1867, a pasos
de la capital riojana
Después de los combates de Cepeda y Pavón cambió el mosaico político criollo.
Justo José de Urquiza se retiró a su feudo, el ejército confederado cayó en el
desbande y Bartolomé Mitre se adueñó de la escena nacional.
Ambos líderes, sin embargo, decidieron no profundizar el enfrentamiento entre
ellos, a pesar del disgusto de muchos de sus respectivos seguidores: unos se
sintieron traicionados por el entrerriano y otros creían que el porteño frenaba
el camino de la revancha. (Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo, exigía la
invasión a Entre Ríos y la eliminación de Urquiza. "Southampton o la horca",
reclamaba, en alusión al exilio de Rosas.)
El proyecto político de Mitre aspiraba a reemplazar el enfrentamiento entre
federales y unitarios por un orden liberal. Proponía la vigencia de la
Constitución Federal como garantía de los derechos provinciales y las libertades
política y civil.
Claro que para eso, según su entender, había que terminar con el caudillismo, lo
que sólo se conseguiría removiendo por la fuerza a los gobiernos manejados por
los federales, pues el liberalismo era fuerte en muy pocas provincias, como
Tucumán, Santiago del Estero o Córdoba (a pesar de que ésta había sufrido una
intervención federal). En pocas palabras, se trataba de derribar gobiernos que
gozaban del consenso local en nombre de la libertad de los pueblos.
¿Contradictorio? Si había algún problema de conciencia, éste se dejaba de lado
con el argumento de que el caudillismo impedía que la gente eligiera libremente:
antes había que liberarla y darle cultura política (esto no corría para Santiago
del Estero, donde el clan liberal de los Taboada se manejó durante décadas al
estilo feudal).
Comenzó entonces un movimiento que para algunos significaba una misión
civilizadora, mientras que para otros no era más que otra muestra de la
tradicional prepotencia de Buenos Aires, siempre dispuesta a imponer sus
criterios.
Los alzamientos del Chacho
Aunque no se metió con Urquiza, Mitre comenzó por el Litoral: promovió una
revolución en Corrientes y ocupó la ciudad de Santa Fe. Para el siguiente paso
tuvo la excusa de la revolución liberal que había estallado en Córdoba: la
división de ejército que envió a cargo del general Wenceslao Paunero fue
derribando los gobiernos federales que encontraba en su camino y pronto quedó la
región cuyana en manos liberales.
En la propia Córdoba, Paunero puso como gobernador provisorio a su segundo, el
tucumano Marcos Paz, quien además de hacerse cargo de la provincia demostró un
gran manejo político al pacificar la región del Noroeste mediante un acuerdo
entre los gobiernos de Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero y Salta.
La única piedra en el camino se llamaba Ángel Peñaloza, el Chacho: federal, ya
había luchado contra Rosas y rechazaba la idea de un Buenos Aires hegemónico. Él
y sus montoneras no tuvieron suerte en lo militar, pero el propio Paunero
ofreció una mediación, convencido de la capacidad del Chacho para pacificar La
Rioja.
Peñaloza accedió, pero la tranquilidad no duró demasiado. Más que por oposición
a las ideas liberales, lo exasperaba la falta de auxilio del gobierno nacional
ante la miseria que se abatía sobre las provincias cordilleranas.
Aunque Paunero lo enfrentó militarmente, el manejo político de la situación
estaba a cargo de Sarmiento, cuyo rencor hacia el Chacho (había perdido
familiares a manos de sus huestes) dio piedra libre para su asesinato (el 12 de
noviembre de 1863), que el propio Mitre deploró.
La nueva paz no duró demasiado. El descontento que provocó el comienzo de la
guerra contra el Paraguay (las levas forzadas provocaron motines y deserciones)
fue el fermento que terminó en la llamada "rebelión de los colorados" en 1866,
último intento de los caudillos federales.
Ésta estalló en Mendoza y se extendió rápidamente a varias provincias bajo la
dirección de Juan de Dios Videla en Mendoza, Felipe y Juan Saá en San Luis y
Felipe Varela en Catamarca. Dos triunfos (Luján de Cuyo y Rinconada del Pocito)
pusieron en serios aprietos al gobierno nacional, que se vio obligado a sacar
tres mil quinientos hombres del frente paraguayo. Pero Juan Saá fue derrotado en
San Ignacio por José Miguel Arredondo el 1º de abril de 1867, mientras los
hermanos Manuel y Antonino Taboada se dirigían hacia La Rioja con dos mil
hombres reclutados en Santiago del Estero y Tucumán para salirle al paso a
Varela.
La última batalla
Con Felipe Varela ocurre lo mismo que con casi todos los personajes de nuestra
historia: se lo adjetiva según el cristal con que se lo mire. De origen
unitario, después de la caída de Rosas combatió junto al Chacho. Para unos
encarnaba el ideal bolivariano y sólo quería la paz con el Paraguay; para otros
era una bestia sanguinaria y corrupta. Pero así como la canción dice que "Felipe
Varela matando llega y se va", el propio Sarmiento -tan vehemente a la hora de
denostar a sus enemigos, sobre todo si eran federales- alguna vez dijo de él
que, cuando ocupaba una ciudad, no la saqueaba ni fusilaba a los vencidos, como
solía hacerse.
Lo cierto es que en más de una ocasión tuvo actitudes como la de la víspera del
combate de Pozo de Vargas, cuando le pidió a Manuel Taboada que combatieran en
las afueras de La Rioja "a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de
los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni
Vuestra Señoría podremos evitar". Cabe agregar que tuvo la presencia de ánimo
para mandar ese mensaje, aun sabiendo que su gente estaba exhausta.
Venía del destierro en Copiapó, Chile. Debía levantar todo el Noroeste,
particularmente Catamarca y Salta, para lo que contaba con cuatro mil seguidores
y dos cañoncitos. En eso estaba -había llegado al límite entre Catamarca y La
Rioja- cuando cometió un error fatal: enterado de que los riojanos estaban
desgobernados (y de que los Taboada iban hacia allí), decidió cambiar de rumbo y
forzar la marcha por el desierto para apoderarse de la ciudad.
Cuando llegaron a las afueras de la ciudad, el calor y la sed los habían
diezmado. Para entonces no tenía salida: la tropa no podía recuperarse, pues ya
divisaban las tropas de los Taboada, y retroceder en esas condiciones
significaba mandar al matadero a sus hombres.
Se encontraron, como Varela había indicado, a dos kilómetros del centro de La
Rioja, en una hondonada de donde se había extraído tierra para fabricar
ladrillos. Allí, en el Pozo de Vargas, se habían parapetado los hombres de
Taboada.
El combate comenzó con una carga exitosa de los federales y el desbande de las
fuerzas nacionales. Sin embargo, éstos pudieron rehacer sus filas y dieron
vuelta la tortilla. Cuenta la leyenda que el motivo del cambio fue una
zamacueca, el ritmo antecesor de la zamba: la música infundió tanto vigor en
santiagueños y tucumanos que se pusieron a pelear como fieras.
Mito o verdad, los Taboada se hicieron dueños de la situación, a pesar de que el
segundo de Varela -Estanislao Medina- logró penetrar dos veces en las filas
enemigas y de que un tal Elizondo se apropió de la caballada y el parque de
armas de los nacionales.
Pero cuando Elizondo consiguió el botín, se mandó a mudar: estaba allí como
mercenario y el resto le importaba tres pepinos. Los federales habían sido
derrotados. Paradójicamente, la traición de Elizondo (sumada a una lluvia
milagrosa) salvó a Varela, pues la falta de caballos impidió que lo
persiguieran.
Aunque el caudillo federal sostuvo unas cuantas escaramuzas mientras escapaba
hacia Bolivia, el de Pozo de Vargas fue el último gran combate de las guerras
civiles argentinas. Varela murió de tuberculosis en Chile tres años después, a
los cuarenta y nueve años.
A pesar de su investidura presidencial, Mitre condujo personalmente la guerra
contra Paraguay, respaldado por la capacidad política de Marcos Paz. Sólo cuando
murió el tucumano se vio obligado a volver a la Argentina. Pacificado el país,
se estableció el orden liberal que había soñado y pareció asegurada la hegemonía
porteña... Aunque no tanto: después de él -y durante más de dos décadas- le
sucedieron el sanjuanino Sarmiento, los tucumanos Nicolás Avellaneda y Julio
Argentino Roca y el cordobés Miguel Juárez Celman.
En lugar de promoverlo como "demonio", caso Rosas, frente a las estampitas de
Rivadavia o Mitre, la historia oficial prefirió omitirlo de una.
Introducción del Libro "Felipe Varela y la lucha por la Unión Latinoamericana"
Perseguido y denigrado en vida, silenciado y difamado luego de su muerte.
El l 8 de junio de 1870, en el cementerio de Tierra Amarilla, pequeña aldea
cercana a Copiapó, en el norte chileno, unas pocas personas acompañan los restos
mortales de Felipe Varela a su morada definitiva.
Un día antes, el cónsul argentino en esa ciudad, Belisario López, le comunicaba
al embajador Félix Frías: "Este caudillo de triste memoria para la República
Argentina ha muerto en la última miseria, legando solo sus fatales antecedentes
a su desgraciada familia".
Frías le contestará días después: "Comuniqué inmediatamente a nuestro gobierno
la noticia del fallecimiento de Felipe Varela, a quien Dios haya perdonado todo
el mal que hizo a sus paisa..."."Triste memoria ...", "fatales antecedentes . .
. ", "Todo el mal que hizo . . . "
Solo, en la mas absoluta miseria, envejecido prematuramente, Varela se encuentra
con la muerte mientras siguen lloviendo sobre su nombre los dicterios del
enemigo.
A partir de aquel día, las fuerzas sociales que lo habían combatido organizaron
una minuciosa campaña de silenciamiento alrededor de su figura.
Varela ya no apareció en los textos escolares, ni en las sesudas sesiones
académicas, ni en los suplementos de los grandes diarios, ni en los gruesos
tomos de historia que circulan en las universidades.
En lugar de promoverlo como "demonio" -caso Rosas- frente a las estampas
santificadas de Rivadavia o Mitre, la historia oficial prefirió omitirlo lisa y
llanamente.
Durante décadas, su nombre resultó ignorado especialmente en aquellos lugares
donde la tradición oral fue interrumpida por el predominio de la inmigración.
Así, fue uno mas que ingresó a la lista de los "malditos" registrados en el
índex sancionado por la oligarquía.
Durante mucho tiempo, solo ese hombre anónimo de La Rioja o Catamarca, a quien
la verdad histórica le llegó de labios de su propio abuelo montonero, resguardó
la memoria del caudillo.
Décadas mas tarde, cuando ya fue imposible ignorar al jefe de una vasta
insurrección que puso en pie de guerra a todo el noroeste argentino, la clase
dominante recurrió a la descalificación, apelando al arsenal de invectivas que
Mitre y sus adláteres habían dirigido contra los jefes populares.
De ese modo, Varela salió del silencio para entrar en la historia como un
"infáme bandolero", "azote de los pueblos", "Atíla insaciable", "caudillo
sanguinario", "gaucho malo y corrompido hasta la médula de los huesos".
Para consolidar el vituperio se recurrió al folklore oligárquico en el que
aparece como culpable de "una mañana de sangre", como un bandido que "matando
viene y se va".
El triste destino de Felipe Varela -perseguido y denigrado en vida, silenciado y
difamado luego de su muerte- no mejoró después de 1930 con el auge del
revisionismo rosista.
Su lucha contra "el Restaurador", su exaltación de la batalla de Caseros y de la
Constitución de 1853, su condena a la política porteñista -ya fuesen sus
ejecutores Rivadavia, Mitre o'Rosas- lo convirtieron en figura poco simpática
para los primeros revisionistas.
Solo algunos -los menos ligados a la concepción rosista- prestaron atención al
jefe montonero y tiempo más tarde, otros se atrevieron a condenar al mitrismo y
a la guerra de la Triple Alianza , lo que de por sí llevaba a revalorar a
Varela.
Pero, en general, el rosismo se atragantó con el caudillo catamarqueño, quien
resultó triturado y deformado, así, por dos corrientes historiográficas que, en
última instancia, brotan de la misma clase dominante.
Los historiadores libérales, después de ignorarlo, lo habían condenado
tachándolo de "facineroso" y "sanguinario".
La variante pseudomarxista de la vieja izquierda lo rotuló, asimismo, como
expresión del feudalismo reaccionario opuesto al progreso civilizador del
mitrismo que nos incorporaba a la economía mundial.
A su vez, los historiadores rosistas lo abordaron desde diversos ángulos, a cual
peor. Juan Pablo Oliver, obligado a optar entre Varela y Mitre con motivo de la
guerra de la Triple Alianza , prefirió a don Bartolo que era, "en definitiva, el
Presidente de la República Argentina " y estigmatizó al caudillo como traidor.
Vicente Sierra, por su parte, lo considero desdeñosamente "como caudillo
localista de escasa significación".
Asimismo, hubo quienes le reconocieron méritos pero, enfrentados al antirrosismo
del montonero, optaron por transcribir mutilada -y sin puntos suspensivos que
indicaran la omisión- su proclama de 1866 para ocultar sus elogios a Urquiza,
Caseros y la Constitución del '53.
Finalmente, otros prefirieron transcribir honestamente la documentación íntegra
pero, recurriendo a artilugios hermenéuticos, terminaron argumentando que Varela
quería -aunque el no lo supiese- cumplir el proyecto de Rosas, que el elogio a
la batalla de Caseros era simplemente táctica o error y que solo la ingenuidad
pudo llevarlo a confiar tantos años en Urquiza, siendo este "un simple servidor
de los intereses brasileños".
Felipe Varela ya no era un bandolero, depredador de pueblos, ni tampoco un
traidor a la Patria. Era políticamente algo peor: un zonzo.
Estos distintos enfoques historiográficos se resuelven, en última instancia, en
una coincidencia antivarelista sustentada en la concepción de que las masas no
son las protagonistas de la historia. Para unos, el motor del desarrollo
histórico son las élites "refinadas" estilo Rivadavia o Mitre; para otros, los
grandes estancieros patriarcales, estilo Rosas. Del mismo modo, esta discusión
histórica no hace más que reflejar la polémica política.
El nacionalismo reivindica a Rosas como defensor de la soberanía frente a la
invasión extranjera y condena con justicia a "los civilizados" que apoyaron esa
invasión pero asume posiciones reaccionarias por su carácter bonaerense y
oligárquico, o burgués, en el mejor de los casos.
Por eso, a su vez, combate también -como el liberalismo oligárquico- al
nacionalismo popular y latinoamericano ya sea enjuiciando a sus caudillos o
adulterándolos, como en el caso de Felipe Varela.
Tanto a los historiadores liberales como a los rosistas, les molesta que Varela
haya ingresado a la Argentina con un batallón de chilenos, que haya tenido
vinculaciones con el gobierno boliviano y que no se haya sometido a los dictados
de Buenos Aires, ni de Mitre, ni de Rosas.
Y son precisamente estas actitudes las que agrandan la figura del montonero en
la línea de Bolívar y San Martín y la exaltan hoy justamente cuando los pueblos
de la Patria Grande comprenden que su alternativa es unirse en la liberación o
permanecer desunidos en el coloniaje.
Solo a la luz de un enfoque latinoamericano -por encima de las historias patrias
chicas- es posible captar la verdadera dimensión de la figura de Felipe Varela.
Solo desde una perspectiva nacional, democrática y revolucionaria, es posible
rescatar del silencio a este "maldito" demostrando no solo la justicia de su
lucha pasada, sino la insoslayable vigencia que poseen hoy sus viejas banderas.
Informe de la Agrupación Felipe Varela incorporado a la fundamentación del
Proyecto de Reconocimiento a su figura, presentado en la Cámara de Senadores de
la Provincia de Catamarca.
Manifiesto a los pueblos americanos sobre los
acontecimientos políticos de la República Argentina en los años 1866 y 1867
En efecto, la guerra con el Paraguay era un acontecimiento ya
calculado, premeditado por el General Mitre.
Cuando los ejércitos imperiales atraídos por él, sin causa
alguna justificable, sin pretexto alguno razonable, fueron a dominar la débil
República del Uruguay, aliándose con el poder rebelde de Flores en guerra civil
abierta con el poder de aquella República, comprendió el Gobierno del Paraguay
que la independencia uruguaya peligraba de un modo serio, que el derecho del más
fuerte era la causa de su muerte, y que por consiguiente las garantías de su
propia libertad quedaban a merced del capricho de una potencia más poderosa.
Pesaron estas razones en la conciencia del General Presidente
López de la República Paraguaya, y buscando una garantía sólida a la
conservación de sus propias instituciones, desenvainó su espada para defender al
Uruguay de la dominación brasilera a que Mitre lo había entregado.
Fue entonces que aquel Gobierno se dirigió al argentino
solicitando el paso inocente de sus ejércitos por Misiones, para llevar la
guerra que formalmente había declarado el Brasil.
Este paso del Presidente López, era una gota de rocío derramada
sobre el corazón ambicioso de Mitre, porque le enseñaba en perspectiva el camino
más corto para hallar una máscara de legalidad con qué disfrazarse, y poder
llevar pomposamente una guerra Nacional al Paraguay:
Guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de
dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya base
fundamental es la conservación incólume de la soberanía de cada República.
El General Mitre, invocando los principios de la más estricta
neutralidad, negaba de todo punto al Presidente del Paraguay su solicitud,
mientras con la otra mano firmaba el permiso para que el Brasil hiciera su
cuartel general en la Provincia Argentina de Corrientes, para llevar el ataque
desde allí a las huestes paraguayas.
Esa política injustificable fue conocida ante el parlamento de
Londres, por una correspondencia leída en él del Ministro inglés en Buenos
Aires, a quien Mitre había confiado los secretos, de sus grandes crímenes
políticos.
Textualmente dice el Ministro inglés citado: "Tanto el
Presidente Mitre como el Ministro Elizalde, me han declarado varias veces, que
aunque por ahora no pensaban en anexar el Paraguay a la República Argentina, no
querían contraer sobre esto compromiso alguno con el Brasil, pues cualesquiera
que sean al presente sus vistas, las circunstancias podría cambiarlas en otro
sentido".
He aquí cuatro palabra que envuelven en un todo la verdad
innegable de que la guerra contra el Paraguay jamás ha sido guerra nacional,
desde que, como se ve, no es una mera reparación lo que se busca en ella, sino
que, lejos de eso, los destinos de esa desgraciada República están amenazados de
ser juguete de las cavilosidades de Mitre.
Esta verdad se confirma con estas otras palabras del mismo
Ministro inglés citado: "El Ministro Elizalde me ha dicho que espera vivir lo
bastante para ver a Bolivia, el Paraguay y la República Argentina, unidos
formando una poderosa República en el Continente".(...)
Las provincias argentinas, empero, no han participado jamás de
estos sentimientos, por el contrario, esos pueblos han contemplado gimiendo la
deserción de su Presidente, impuesto por las bayonetas, sobre la sangre
argentina, de los grandes principios de la Unión Americana , en los que han
mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad, arrebatada en
nombre de la justicia y la ley.
En el párrafo sexto (de la proclama) hago presente a los
argentinos, el monopolio y la absorción de las rentas nacionales por Buenos
Aires.
En efecto: la Nación Argentina goza de una renta de diez
millones de duros, que producen las provincias con el sudor de su frente. Y sin
embargo, desde la época en que el gobierno libre se organizó en el país, Buenos
Aires, a título de Capital es la provincia única que ha gozado del enorme
producto del país entero, mientras en los demás pueblos, pobres y arruinados, se
hacía imposible el buen quicio de las administraciones provinciales, por falta
de recursos y por la pequeñez de sus entradas municipales para subvenir los
gastos indispensables de su gobierno local.(...)
De modo que las provincias eran desgraciados países sirvientes,
pueblos tributarios de Buenos Aires, que perdían la nacionalidad de sus
derechos, cuando se trataba del tesoro Nacional.
En esta verdad está el origen de la guerra de cincuenta años en
que las provincias han estado en lucha abierta con Buenos Aires, dando por
resultado esta contienda, la preponderancia despótica del porteño sobre el
provinciano, hasta el punto de tratarlo como a un ser de escala inferior y de
más limitados derechos.
Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina, como
España lo fue de la América. Ser partidario de Buernos Aires, es ser ciudadano
amante a su patria, pero ser amigo de la libertad, de las provincias y de que
entren en el goce de sus derechos ¡oh! ¡eso es ser traidor a la patria, y es por
consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley!
He ahí, pues, los tiempos del coloniaje existente en miniatura,
en la República, y la guerra de 1810 reproducida en 1866 y 67, entre el pueblo
de Buenos Aires (España) y las provincias del Plata (Colonias Americanas).
Sin embargo, esa guerra eterna dio a fines de 1859 por resultado
la victoria de los pueblos argentinos sobre el poder dominante de la Capital.
Sus diez millones de renta estaban, por consiguiente recobrados, pero como no
era posible despojar a Buenos Aires de un solo golpe de tan ingente cantidad,
arreglada a la cual había creado sus necesidades, pues eso hubiera sido
sepultarla en una ruina completa, tuvieron todavía la generosidad los
provincianos, de celebrar un pacto, por el cual concedían a Buenos Aires el goce
por cinco años más de las entradas locales para llenar su pomposo presupuesto.
Fue entonces que los porteños invocaron la hidalguía del que hoy
llaman bárbaro, del presidente actual del Paraguay Mariscal Don Francisco Solano
López, para que con su respetabilidad y talento interviniese en el pacto que
celebraban las provincias argentinas con Buenos Aires vencida.
El Mariscal López accedió generoso, garantiendo el cumplimiento
del tratado por ambas partes con su propio poder.
En noviembre de 1865 debían expirar estos tratados, y entrar las
provincias en el goce de lo que verdaderamente les pertenece, las entradas
nacionales de diez millones que ellas producen.
Cuando el sesenta y cuatro aun no llegaba, cuando Mitre aun no
asaltaba la presidencia de la Nación, por un órgano público de Buenos Aires
decía el futuro caudillo, sobre el pacto con el Paraguay: "Esos tratados serán
despedazados y sus fragmentos arrojados al viento".
Por fin el General Mitre revolucionó a la Provincia de Buenos
Aires contra las demás provincias argentinas, cuyos dos poderes se batieron en
Pavón.
La suerte estuvo del lado de aquel porteño malvado que se sentó
Presidente sobre un trono de sangre, de cadáveres y de lágrimas argentinas.
Entre tanto los tratados garantidos por el Paraguay vivían, y
llegado el término podía esta nación exigir su cumplimiento.
He aquí otra de las causas fundamentales de la guerra llevada
por Mitre a la República del Paraguay, desarmando así a las provincias del poder
aliado que garantía su felicidad, contra la infamia de un usurpador.
Después de este golpe maestro, el general Mitre desfiguró la
carta democrática dada por las provincias vencedoras en Caseros, y la desfiguró
a su antojo, después de haber jurado con lágrimas en los ojos respetarla,
explotando así la generosidad de los pueblos, que entonces pudieron plantar la
bandera de la humillación y del dominio en la misma plaza de Buenos Aires.
Esa reforma dio por fruto el regalo eterno de las rentas
nacionales a la ciudad bonaerense, el despojo para siempre de la propiedad de
los pobres provincianos, y aun algo más, el empeño de las desgraciadas
provincias en más de cien millones, para sostener una guerra contra sus
intereses, contra su aliado, contra el poder combatido por tener el crimen de
haber garantido la paz argentina y la felicidad de todos los pueblos, en
noviembre de 1859.
Es por estas incontestables razones que los argentinos de
corazón, y sobre todo los que no somos hijos de la Capital, hemos estado siempre
del lado del Paraguay en la guerra que, por debilitarnos, por desarmarnos, por
arruinarnos, le ha llevado a Mitre a fuerza de intrigas y de infamias contra la
voluntad de toda la Nación entera, a excepción de la egoista Buenos Aires.
Es por esto mismo que es uno de nuestros propósitos manifestado
en la invitación citada, la paz y la amistad con el Paraguay. (...)
Proclama
¡ARGENTINOS! El hermoso y brillante pabellón que San Martín,
Alvear y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciéndolo tremolar con
toda gloria en las tres mas grandes epopeyas que nuestra patria atravesó
incólume, ha sido vilmente enlodado por el General Mitre gobernador de Buenos
Aires.
La más bella y perfecta Carta Constitucional democrática
republicana federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre
preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso de los espurios hijos de la
culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta
hoy, por Mitre y su círculo de esbirros.
El Pabellón de Mayo que radiante de gloria flameó victorioso
desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó
fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre -orgullosa
autonomía política del partido rebelde- ha sido cobardemente arrastrado por los
fangales de Estero Bellaco, Tuyuti, Curuzú y Curupaití.
Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder,
tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una
esclava, quedando empeñada en mas de cien millones de fuertes, y comprometido su
alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel
mismo porteño, que después de la derrota de Cepeda, lacrimando juró respetarla.
COMPATRIOTAS: desde que Aquél, usurpó el gobierno de la Nación,
el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales
vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a
cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser
ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin
libertad, sin derechos. Esta es la política del Gobierno Mitre.
Tal es el odio que aquellos fratricidas tienen a los
provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y
guillotinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio, Sarmiento,
Sandez, Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios oficiales dignos de Mitre.
Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin
ley, sin corazón y sin conciencia. Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas
sin causa justificable, dan testimonio flagrante de la triste o insoportable
situación que atravezamos, y que es tiempo ya de contener.
¡VALIENTES ENTRERRIANOS! Vuestro hermanos de causa en las demás
provincias, os saludan en marcha al campo de la gloria, donde os esperan.
Vuestro ilustre jefe y compañero de armas el magnánimo Capitán General Urquiza,
os acompañará y bajo sus órdenes venceremos todos una vez más a los enemigos de
la causa nacional.
A EL, y a vosotros obliga concluir la grande obra que
principiasteis en Caceros, de cuya memorable jornada surgió nuestra redención
política, consignada en las páginas de nuestra hermosa Constitución que en aquel
campo de honor escribísteis con vuestra sangre.
¡ARGENTINOS TODOS! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la
Patria! A vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo
ensangrentado el Pabellón de Belgrano, para enarbolarlo gloriosamente sobre las
cabezas de nuestros liberticidas enemigos!
COMPATRIOTAS: ¡A LAS ARMAS!...¡es el grito que se arranca del
corazón de todos los buenos argentinos!
¡ABAJO los infractores de la ley! Abajo los traidores a la
Patria! Abajo los mercaderes de Cruces en la Uruguayana, a precio de oro, de
lágrimas y de sangre Argentina y Oriental!
¡ATRAS los usurpadores de las rentas y derechos de las
provincias en beneficio de un pueblo vano, déspota e indolente!
¡SOLDADOS FEDERALES! nuestro programa es la práctica estricta de
la Constitución jurada, el órden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y
la unión con las demás Repúblicas Americanas. ¡¡Ay de aquél que infrinja este
programa!!
¡COMPATRIOTAS NACIONALISTAS! el campo de la lid nos mostrará al
enemigo; allá os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro
jefe y amigo.
FELIPE VARELA
Campamento en marcha, Diciembre 6 de 1866.
MANIFIESTO DEL GENERAL FELIPE
VARELA A LOS PUEBLOS AMERICANOS (Tipografía del Progreso / Potosí, 1868)