Manuel Dorrego nació el 11 de junio de 1787, fue
fusilado el 13 de diciembre de 1828.
Faltaban 11 días para Navidad. A la orden de
"¡fuego!", un pelotón de fusilamiento unitario acribilló de ocho tiros en el
pecho al coronel federal Manuel Dorrego, ex gobernador de Buenos Aires. Había
sido estudiante de leyes, militar indisciplinado en los cuarteles pero valiente
en el campo de batalla, apasionado político y patriota hasta los huesos. Fue una
víctima más del crónico desencuentro entre argentinos.
Dorrego nació el 11 de junio de 1787 en Buenos Aires. Fue el menor de cinco
hermanos, hijos del rico comerciante portugués José Antonio de Dorrego y la
argentina María de la Ascensión Salas. En 1803, a los 15 años, ingresó en el
Real Colegio de San Carlos y a inicios de 1810 comenzó a estudiar Derecho en la
Universidad de San Felipe, en Santiago de Chile. Pronto abandonó las aulas y se
unió al movimiento independentista chileno. Exaltado, cambió el traje civil y
los libros por el uniforme y las armas. En la milicia del país andino ganó las
tres estrellas de capitán al sofocar un movimiento contrarrevolucionario. Tenía
23 años.
Antes de concluir 1810, Dorrego regresa a Buenos Aires y con el grado de mayor
se une a las fuerzas armadas encabezadas por Cornelio Saavedra rumbo al norte.
En el combate de Cochabamba sufre dos heridas y gana el ascenso a teniente
coronel. Más tarde, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, lucha en Tucumán (24 de
septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero de 1813). El ejército de Belgrano
marcha hacia Potosí sin Dorrego: se queda en la retaguardia, arrestado por
indisciplina. Eso le evita las derrotas de Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y
Ayohuma (14 de noviembre de 1813), y quizá la muerte en servicio.
El payador uruguayo José Curbelo lo recuerda así:
Argentino, Americano
En la idea y en los hechos
Impulsivo y corajudo
En los embates guerreros
Recibió sendas heridas
En Sansana y Nazareno
Y le pidió a sus soldados
Para seguir combatiendo
Lo alzaran sobre el caballo
Así fue Manuel Dorrego
Breve
semblanza
Manuel Críspulo Bernabé
Dorrego Salas nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787. Hijo de José Antonio
do Rego, próspero comerciante portugués y de María Ascensión Salas. Manuel fue
el menor de cinco hermanos, en 1803 ingresó en el Real Colegio de San Carlos
destacándose por su viva inteligencia y su facilidad de palabra. Comenzó sus
estudios de leyes en Chile, a principios de 1810. Había participado antes en una
azarosa aventura ayudando a fugar a la Banda Oriental a un pariente comprometido
en el fracasado golpe del 19 de enero de 1809 contra Liniers.
En la Universidad de San Felipe se unió a los que trabajaban por la
independencia chilena, se convirtió en uno de los cabecillas de la incipiente
rebelión y, al frente de los grupos estudiantiles patriotas, fue el primero en
lanzar el grito de “Junta queremos”, cuando los sucesos de Mayo en Buenos Aires
animaron a reclamar la renuncia del gobernador español.
Triunfante, tras varias alternativas, el movimiento emancipador en Chile,
Dorrego abandonó los estudios, ingresó al ejército y ganó el ascenso a capitán
en la represión de un motín antirrevolucionario. De regreso en Buenos Aires se
unió a las tropas que marcharon al norte con Saavedra después del desastre de
Huaqui. Producida la revolución de Septiembre de 1811, quedó a las órdenes de
Juan Martín de Pueyrredón, integrando las avanzadas que, al mando de Diez Vélez,
iban en ayuda de los sublevados de Cochabamba.
Herido dos veces en combate, alcanzó el grado de teniente coronel, quedando con
la cabeza inclinada hacia un hombro por el resto de sus días a causa de esas
heridas. A las órdenes de Belgrano, Dorrego se batió heroicamente en las
batallas de Salta y Tucumán. Confinado por actos de indisciplina, estuvo ausente
de Vilcapugio y Ayohuma, pero en 1813, ya coronel, tomó el mando de la
vanguardia patriota, interviniendo en la formación de las milicias gauchas.
Confinado por San Martín por nuevos actos de indisciplina, en mayo de 1814 se
ordenó su traslado a Buenos Aires. Al mando de Alvear, luchó contra Artigas y,
vencedor de Otorgués en Marmarajá, fue vencido por Rivera en Guayabos.
Lanzado a la lucha política, se pronunció por el gobierno federativo y auspició
la autonomía de Buenos Aires. Junto con Manuel Moreno, Domingo French, Agrelo,
Pagola y otros, fue decidido opositor del Director Pueyrredón. Intervenía en la
Invasión de Santa Fe ordenada por el Director Supremo cuando, molesto por la
guerra civil, pidió pasar con su regimiento al ejército que San Martín preparaba
en Mendoza. Conocida su oposición a los planes monárquicos, Pueyrredón lo
deportó el 15 de Noviembre de 1816. Sólo al tercer día de viaje supo cuál era su
destino.
Después de una accidentada travesía llegó a Baltimore, enfermo y sin recursos,
reuniéndose al año siguiente con otros opositores de Pueyrredón, también
desterrados. Se ignoran las circunstancias de su vida en Baltimore, pero la
observación de la vida norteamericana reafirmó sus convicciones federalistas.
Volvió a Buenos Aires en 1820, después de la caída del Directorio.
Rehabilitado en su grado de coronel, tuvo el mando militar de la ciudad después
de los sucesos del 20 de junio y fue gobernador interino. Trató de negociar la
paz con Estanislao López, pero, enfrentado finalmente con éste, fue vencido en
Gamonal. Dorrego, entonces, presentó su candidatura a gobernador en la provincia
de Buenos Aires. Vencido en las elecciones por Martín Rodríguez, lo hizo
reconocer por sus tropas. Siempre en la oposición, fue desterrado a Mendoza,
huyó a Montevideo y regresó al amparo de la Ley del Olvido.
En 1823, electo representante entre la Junta, proyectó la supresión de las levas
y desde su periódico El Argentino defendió las tesis federalistas en contra del
gobierno de Martín Rodríguez y de Rivadavia. En 1825, Interesado en negocios de
minas, viajó al norte, visitando a los gobernadores federales Bustos, Ibarra y
Quiroga. Vio luego a Bolívar, que lo impresionó profundamente y a quien
consideró el único capaz de contener al emperador del Brasil, entonces en
actitud amenazante contra las Provincias Unidas.
Electo representante por Santiago del Estero en el Congreso Nacional, al
discutirse la Constitución de 1826 sé destacó en los debates sobre la forma de
gobierno y el derecho al sufragio. Desde El Tribuno atacó las medidas
centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se
lo consideraba uno de los dirigentes más caracterizados del federalismo en
Buenos Aires. Influyó con su prédica en la crisis que culminó con la renuncia de
Rivadavia a la presidencia de la Nación.
En agosto de 1827 fue electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. En esa
función lo sorprendió la sublevación unitaria del 1º de Diciembre de 1828 que lo
derrocó y lo condenó a muerte por fusilamiento.
A pesar de todo, ese mismo agitado
año, Dorrego asciende a coronel y encabeza la creación de milicias gauchas.
Apenas ha cumplido 26 años. Los momentos de inacción, sin embargo, lo
descontrolan. El inflexible general José de San Martín ordena su confinamiento
por nuevas actitudes de indisciplina y en mayo de 1814 es trasladado a Buenos
Aires. Allí se pone a las órdenes del general Carlos María de Alvear.
Temperamental en todo
Bromista en los campamentos
Pudo hasta indisciplinarse
Pero puesto en el gobierno
Supo muy bien dónde iba
En defensa de su pueblo
Ni emperador del Brasil
Ni centralismo porteño
Entreveraron las huellas
Que marcó Manuel Dorrego
Alvear le propone al caudillo oriental, José Gervasio Artigas (1764-1850) la
independencia de la Banda Oriental a cambio de que retire su influencia de las
provincias del litoral. Artigas había dirigido la insurrección de los orientales
contra las autoridades españolas en el llamado Grito de Asencio y fue proclamado
por sus compatriotas como Primer Jefe de los Orientales. El 20 de enero de 1814,
abandonó el sitio de Montevideo -cuyo mando comenzó a monopolizar José Rondeau-
y apoyó los pronunciamientos de los paisanos de Entre Ríos y Corrientes. El
líder rioplatense rechaza el ofrecimiento de Alvear. Dorrego parte a enfrentarse
con el rebelde, con quien -paradójicamente- tiene ideas bastante cercanas. El
militar derrota al artiguista Fernando Otorgués en las cercanías del arroyo
Marmarajá (6 de octubre de 1814), pero es vencido por Fructuoso Rivera en
Guayabos (10 de enero de 1815).
Cada vez que algún retazo
Perteneciente a este suelo
De las Provincias Unidas
Anduvo corriendo un riesgo
Se alzó con su voz valiente
Reclamando ese derecho
Y por la soberanía
Él supo jugarse entero
Así cruzó por la vida
Luchando Manuel Dorrego
Joseph Conrad,
autor de novelas marineras, escribe en el cuento La Laguna (1898): "Un hombre no
debe hablar sino del amor o la guerra. Tú sabes qué es la guerra y en la hora
del peligro me has visto lanzarme en busca de la muerte como tantos otros en
busca de la vida". Amor y guerra, muerte y vida: estas palabras pueden aplicarse
a la trayectoria de Dorrego, quien a su regreso a Buenos Aires, en 1815, se casa
con Angela Baudrix. De la unión nacieron dos hijas: Isabel en 1816 y Angelita en
1821.
El impetuoso Dorrego se lanza a la
lucha política. Se declara partidario de un gobierno federativo y fomenta la
autonomía de Buenos Aires. Con Manuel Moreno y otros patriotas se opone a Juan
Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la
Plata. Finalmente, para no participar en el enfrentamiento civil, solicita que
su regimiento se una al ejército que San Martín prepara en Mendoza para la
Campaña de los Andes. No alcanza a partir: el 15 de noviembre de 1816,
Pueyrredón ordena su destierro. Lo embarcan y recién al tercer día de viaje se
entera que su destino es el puerto de Baltimore, en Estados Unidos.
El 9 de julio de 1819, Pueyrredón
renuncia y es reemplazado por el general José Rondeau. Dorrego regresa a Buenos
Aires al año siguiente. Recupera su grado de coronel, obtiene el mando militar
de Buenos Aires y es designado temporalmente gobernador interino. Presenta su
candidatura a gobernador en la provincia pero es derrotado por Martín Rodríguez.
Con caballerosidad, hace reconocer por sus tropas el triunfo de su adversario.
Pero el hecho de estar en la oposición hace que el gobierno lo destierre en
Mendoza. Una mejor idea hubiera sido darle el mando de un regimiento y ordenarle
combatir. La inactividad o el ostracismo no son buenos para Dorrego: huye a
Montevideo.
[Nota al margen: además de los problemas políticos internos de las Provincias
Unidas, desde septiembre de 1816 existía la amenaza militar externa de los
portugueses en la Banda Oriental. Las autoridades nacionales no procedían con la
energía necesaria para expulsarlos. Artigas, el principal perjudicado, culpaba
con razón a las autoridades de Buenos Aires por la falta de respaldo. Algunos
historiadores sostienen que se debería reconocer que el caudillo oriental
procedió como "un auténtico patriota argentino" hasta su derrota en 1820.]
Por una América Unida
Compartía el alto sueño
Que tuvo Simón Bolívar
Desencontrado en el tiempo
Por intereses extraños
Ajenos al sentimiento
De los hombres que lucharon
Y que hasta su sangre dieron
A veces incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego
Dorrego regresa a Buenos Aires -junto con exiliados como Carlos María de Alvear,
Manuel de Sarratea y Miguel Estanislao Soler- gracias a la Ley del Olvido
(noviembre de 1821). En 1823, fue electo representante ante la Junta de Gobierno
y desde su periódico El Argentino respaldó las ideas federalistas, en oposición
al gobierno de Bernardino Rivadavia, lo cual le hizo ganar prestigio en las
provincias. En 1825, se entrevistó con Simón Bolívar, a quien consideró el único
capaz de contener los planes expansionistas del Imperio de Brasil.
Tapa del diario "El Hijo Negro del Diablo
Rosado", periódico editado por la oposición durante el gobierno de
Manuel Dorrego. Buenos Aires, 24 de julio de 1828 (Archivo General
de la Nación). Clic para agrandar.
El militar convertido en político
resulta elegido representante por Santiago del Estero en el Congreso Nacional.
Cuando se discute la Constitución de 1826 se destaca en los debates sobre la
forma de gobierno y el derecho al sufragio. Desde el periódico El Tribuno
continúa atacando la posición centralista de Rivadavia, lo que aumenta su
prestigio en las provincias.
Al referirse a la constitución
rivadaviana de ese año, Dorrego afirma: "Forja una aristocracia, la más terrible
porque es la aristocracia del dinero. Échese la vista sobre nuestro país pobre,
véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y jornaleros y las demás
clases del Estado (...). Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones,
porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta
porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la
elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con
el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él
tiene relación en todas las provincias".
Allá por el veintiséis
Diputado en el Congreso
Defendía el derecho cívico
De los empleados a sueldo
Excluidos de votar
Con el absurdo pretexto
Que el depender de un patrón
Ataría su pensamiento
En defensa del humilde
Se alzó el verbo de Dorrego
Acosado, Rivadavia renuncia a la
presidencia. Vicente López es designado mandatario provisional. En agosto de
1827, Dorrego es electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero ante el
tratado de paz firmado con Brasil, los unitarios ven la posibilidad de recuperar
el poder aprovechando el descontento de los jefes militares de regreso. Ex
compañeros de exilio, como Soler y Alvear, junto con los generales Martín
Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz comienzan a conspirar para derrocar al
gobierno federal.
El 1° de diciembre de 1828, Lavalle ocupa Buenos Aires con sus tropas. Dorrego
se dirige al sur de la provincia y le pide apoyo a Juan Manuel de Rosas,
entonces comandante de campaña. Rosas le aconseja que vaya a Santa Fe y le
solicite respaldo a Estanislao López, pero Dorrego decide enfrentar a Lavalle.
Las fuerzas de uno y otro se chocan en Navarro. El gobernador cae prisionero y
el vencedor ordena, sin ninguna grandeza, que muera fusilado el 13 de diciembre.
La decisión estremece a la capital y las provincias.
Alberto del Solar - Don Manuel Dorrego. Ensayo
histórico sobre su juventud y especialmente sobre sus hechos en
Chile durante su vida de estudiante. Félix Lajouane, Editor, Buenos
Aires, 1889. Clic para descargar.
Del veintisiete al veintiocho
En su gestión de gobierno
Propulsó el federalismo
Que siempre fuera su credo
Y cayó buscando luz
Entre las sombras envuelto
No pudo montar de vuelta
Como lo hizo en Nazareno
Y en un trece de diciembre
Se apagó Manuel Dorrego
El valiente general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid, un tucumano que peleó
la guerra de independencia y en las luchas que siguieron en Vilcapugio, Ayohuma
y Sipe Sipe, permanece junto a su ex camarada Dorrego hasta el abrazo final. A
él le entrega el condenado cartas para su mujer y las dos hijas. A la esposa le
escribe: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora
debo morir. Ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este
momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis
amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida:
educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en
compañía del desgraciado Manuel Dorrego". Tiene 41 años.
Aráoz de Lamadrid es un oficial curtido que combatió en Tucumán, Córdoba, San
Juan y Mendoza. También conoció el exilio en Bolivia y Chile. Dorrego le pide al
compadre su chaqueta para morir y le solicita que le entregue a su esposa Ángela
la que él lleva puesta. El duro Aráoz se "quiebra" ante la entereza de su
amigo-adversario y llora frente a la tropa como un adolescente.
Allí en la Estancia de Almeida
Se ordenó el fusilamiento
Con un pañuelo amarillo
Sus ojos enceguecieron
Cuando el padre Juan José
Lo acompañaba en silencio
Sonaron ocho disparos
Y quedó escrito en un pliego
Besos para esposa e hija
Que Dios proteja mi suelo
Ahorren sangre de venganza
Firmao' Manuel Dorrego
Ángela Baudrix, la viuda, queda en
la miseria. Sus hijas tienen seis y 12 años de edad. Tiempo después se ven
obligadas a trabajar de costureras en el taller de Simón Pereyra, un proveedor
de uniformes para el ejército y especulador en la compra-venta de tierras. [Nota
al margen: en una de sus extensas propiedades, ubicada en El Palomar, en 1925 se
inició la construcción del Colegio Militar de la Nación, del que egresarían
varios discípulos de Lavalle. Un general Aramburu, por ejemplo, fusilador de un
general Valle.]
Juan Lavalle nació en Buenos Aires el 17 de octubre de 1797. Desde los 14 años
hasta su muerte, a los 44, su vida estuvo consagrada a las armas. Al mando de
Dorrego, luchó contra Artigas y combatió en la batalla de Guayabos. El escritor
Esteban Echeverría (1805-1851), autor de El Matadero y La Cautiva, que también
era unitario, lo describió como "una espada sin cabeza".
En cambio, el periodista e historiador José Manuel de Estrada (1842-1894),
considerado uno de los más lúcidos intelectuales de la segunda mitad del siglo
XIX, escribió un homenaje a Manuel Dorrego que puede considerarse un conmovedor
epitafio:
"Fue un apóstol y no de los que se alzan en medio de la prosperidad y de las
garantías, sino apóstol de las tremendas crisis. Pisó la verde campiña
convertida en cadalso, enseñando a sus conciudadanos la clemencia y la
fraternidad, y dejando a sus sacrificadores el perdón, en un día de verano
ardiente como su alma, y sobre el cual la noche comenzaba a echar su velo de
tinieblas, como iba a arrojar sobre él la muerte su velo de misterio. Se dejó
matar con la dulzura de un niño, él que había tenido dentro del pecho todos los
volcanes de la pasión. Supo vivir como los héroes y morir como los mártires".
Fuente: Rebanadas de Realidad
El fusilamiento de Manuel Dorrego. Producción Agencia Télam 2013.
El primer jefe popular urbano de la historia argentina ponía en riesgo el poder
de la oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era Bernardino Rivadavia. Por
esta razón, su asesinato fue el resultado de una decisión política.
Por Mario "Pacho" O'Donnell*
El fusilamiento del gobernador electo de la provincia de Buenos Aires Manuel
Dorrego no fue consecuencia de un impulso emocional, de un arrebato violento,
sino una decisión fríamente tomada en torno a una mesa. Una decisión política
para eliminar al primer jefe popular urbano de nuestra historia que ponía en
riesgo el poder de la oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era
Bernardino Rivadavia. Fue el sangriento antecedente de tantos atentados contra
los intereses populares y democráticos, tan en superficie en los días que
vivimos.
El golpe en su contra se puso en marcha en el mismo momento en que don
Bernardino debió renunciar a la presidencia, que él mismo se había adjudicado,
por la presión popular. La conspiración era tan evidente que, en 1827, aun antes
de asumir Dorrego, al ofrecerle el presidente provisional López y Planes a
Julián de Agüero un ministerio en su Gabinete lo rechazó rotundamente, diciendo
que la caída del partido unitario era "aparente, nada más que transitoria".
Dorrego debió enfrentar también la enemistad del embajador británico en el Río
de la Plata, Lord Ponsomby, quien en un extenso oficio de abril de 1828 diría al
primer ministro Dudley "que el general Dorrego será destituido de su cargo de
gobernador tan pronto como se logre la paz (con Brasil)".
Los conjurados ultimaron los preparativos del golpe contra el gobernador y la
decisión de su muerte en una reunión mantenida el domingo 30 de noviembre en una
casa de la calle del Parque (hoy Lavalle) entre las de San Martín y Reconquista.
San Martín no tuvo dudas de quiénes fueron los instigadores del golpe: "Los
autores del movimiento del primero (de diciembre) son Rivadavia y sus satélites,
y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a
este país, sino al resto de la América con su infernal conducta" (carta a
O’Higgins de abril de 1829).
Navarro,
diciembre 13 de 1828
Sr. Ministro:
Participo al Gobierno Delegado que el Coronel Manuel Dorrego acaba de ser
fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división.
La historia, señor Ministro, juzgará imparcialmente si el Coronel Dorrego ha
debido o no morir. Si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado
por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público.
Quiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires que la muerte del coronel Dorrego
es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio.
Saludo al señor Ministro con toda atención.
Juan Lavalle
Tampoco el general unitario Iriarte tenía dudas :
"Los principales instigadores fueron el doctor Agüero, in capite, Carril, Cruz y
otros más subalternos. El nuevo Licurgo, don Bernardino Rivadavia, se mantenía
so capa, conservando siempre, aunque en privado, las atribuciones de Patriarca
de la Unidad: gustaba del movimiento, tuvo noticia de él y lo aprobó, porque
creía que era el primer escalón para volver a subir al mando supremo."
La participación de don Bernardino fue encubierta, siendo representado en las
reuniones conspirativas por un ciudadano francés a quien Vicente Fidel López
llamará "monsieur Verennes" pero cuyo verdadero apellido era Filiberto Héctor
Varaigne. Años más tarde Manuel Sarratea escribiría desde París a Felipe Arana,
a la sazón ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación, que monsieur
Varaigne había hecho saber al general San Martín que él se hallaba en el Fuerte
integrando "la Junta nocturna en la que se resolvió la muerte del gobernador
Dorrego".
Washington Mendeville, cónsul francés en el Río de la Plata, en comunicación a
su cancillería eleva el número de participantes en el derrocamiento y posterior
ejecución de Dorrego: "Quince individuos se conocen ahora por haber preparado
este hecho de larga data, o haber participado en su ejecución; pero ellos se nos
presentan en tres diferentes categorías; cinco han estado desde el comienzo en
evidencia, ya sea colocándose a la cabeza del poder o bien por el rol activo que
desempeñaron. Son los generales Lavalle, Brown, Martín Rodríguez, el ministro
Díaz Vélez y el Sr. Larrea. Tres actuaron a cara descubierta pero sin menos
rango: ellos son los señores Varaigne, que se conocía como el representante del
Sr. Rivadavia aunque parecía como actuando por su propia cuenta, Varela y
Gallardo, redactores de dos diarios incendiarios. Y por fin siete que estaban en
todas las reuniones secretas, que participaban en la decisión de todas las
medidas importantes y que a menudo las provocaban, pero que actuaban en la
sombra con el fin de aprovechar las circunstancias si éstas los favorecían y de
mantenerse a un lado si les eran adversas. Estos son los señores Rivadavia,
Agüero, Valentín Gómez, Carril, Ocampo y el general Cruz."
Bando 26 de junio 1820. Clic para ampliar
Es bien sabido que el verdugo fue Juan Lavalle,
quien habría cumplido con la orden de la junta secreta a cambio de ocupar la
gobernación de la provincia. San Martín expresó su opinión a Iriarte: "Sería yo
un loco si me mezclase con esos calaveras: entre ellos hay algunos, y Lavalle es
uno de ellos, a quienes no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes
en Chile y el Perú. Los he conocido de tenientes y subtenientes, son unos
muchachos sin juicio, hombres desalmados."
Vicente Fidel López, contemporáneo de los hechos, descree que Lavalle fuese sólo
el ejecutor: "Al anoticiarse que el comandante Escribano lo conducía (a Dorrego)
a la ciudad, despachó inmediatamente al coronel Rauch con una buena escolta para
que se hiciera cargo del preso y lo condujese al campamento (en Navarro). Esto
prueba hasta la evidencia que estaba en las mismas ideas de los señores Varela y
Carril, y que no fueron esas cartas las que lo indujeron a la espantosa
resolución que tenía ya premeditada. El sólo hecho de haber dado esa comisión al
coronel Rauch ya era una crueldad exquisita de su parte, pues conocía bien a
este oficial, como conocía también la enemistad mortal con que miraba a
Dorrego". Se justifica que entonces Dorrego le dijese a su hermano: "¡Luis,
estoy perdido!"
Es que hubo otros partícipes necesarios en la tragedia de Navarro, aquellos que
instigaron a Lavalle a cumplir con su parte. El cronista Beruti, también
contemporáneo, denunciaría a Martín Rodríguez y a Rauch como quienes más
influyeron en el ánimo del comandante de las fuerzas amotinadas, pues "aunque
Lavalle es un mozo soberbio, orgulloso, cruel y sanguinario, cuando tuvo preso
en su poder al finado Dorrego trepidó mucho para quitarle la vida, pero que lo
ejecutó porque el coronel Rauch lo incitó a ello diciéndole que si no lo
fusilaba, él mismo lo había de degollar; cuyo consejo apuró el brigadier Martín
Rodríguez expresándose de que no trepidase en hacerlo, porque Dorrego era
perjudicial, mozo revoltoso, y de salvarlo, en cualquier parte había de
vengarse, con otras más razones que dio, por lo que Lavalle, alucinado de estos
malvados consejos, lo hizo fusilar."
Las consecuencias del hecho se expandieron más allá de nuestras fronteras. Así
Bolívar, en mayo de 1829, le escribiría al general Pedro Briceño Méndez que "en
Buenos Aires se ha visto la atrocidad más digna de unos bandidos. Dorrego era
jefe de aquel gobierno constitucionalmente y a pesar de esto el coronel Lavalle
se bate contra el presidente, le derrota, le persigue, y al tomarle le hace
fusilar sin más proceso ni leyes que su voluntad; y en consecuencia, se apodera
del mando y sigue mandando literalmente a lo tártaro."
* Pacho O´Donnell es presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico
Manuel Dorrego.
El loco Dorrego. Canal Encuentro
La
causa de su fusilamiento
A 183 años del asesinato de Manuel Dorrego
Por Norberto Galasso. Historiador.
Los unitarios no podían dejar con vida a Dorrego sin correr grave peligro de que
este los pusiera al desnudo ante la opinión pública de la época y ante la
Historia. Necesitaban acallarlo para siempre.
En estos días, se han publicado varios artículos referidos al fusilamiento de
Dorrego. En general, se ofrecen algunas explicaciones, en este momento tan
importante en que estamos revisando nuestra historia: que Lavalle y otros
militares lo consideraban traidor por haber pactado con el Brasil el
reconocimiento de la Banda Oriental como país independiente (no tuvo otra
solución pues el Banco Nacional, con mayoría de accionistas ingleses, cumplió
con el mandato del cónsul inglés, Lord Ponsomby, de negarle fondos para
proseguir la guerra), o que sostenía una concepción latinoamericana y de ahí su
entrevista con Bolívar, o que se apoyaba en el suburbio de Buenos Aires (siendo,
en esto, antecesor de otros caudillos populares como Alsina, Yrigoyen y Perón),
o sus tratativas con Bustos para sancionar una constitución federal con el apoyo
del resto de los caudillos. Hay verdad en estas aseveraciones, pero no en todas,
y creo que se omite la más importante.
Creo que la causa fundamental obedece a otra razón: los unitarios no podían
dejar con vida a Dorrego sin correr grave peligro de que este los pusiera al
desnudo ante la opinión pública de la época y ante la Historia. Aquí reside el
motivo principal de que Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela presionaran
a Lavalle para el asesinato: ellos no podían permitir que Dorrego hablase. No
podían ponerlo preso y hacerle luego un juicio, ni siquiera solamente
desterrarlo como ya lo había hecho Pueyrredón en 1819. Necesitaban acallarlo
para siempre.
Veamos la sucesión de aconteceres.
En diciembre de 1824 se constituye la Minning Association en Londres para
explotar minas en la Argentina, según autorización otorgada por el gobernador
Martín Rodríguez y su ministro Rivadavia. En esa sociedad, su principal
accionista es la banca inglesa Hullet y el presidente del directorio es Don
Bernardino. En 1825, la empresa envía al capitán Head al Río de la Plata con un
equipo de técnicos para iniciar la explotación, pero este se encuentra con que
en las provincias -salvo San Juan- le aducen que la riqueza minera es propiedad
provincial ya que no existe, desde 1820 –al caer el directorio– un gobierno
nacional. La banca Hullet le protesta a Rivadavia y este contesta: “El negocio
que más me ha ocupado, que me ha afectado y sobre el cual la prudencia no ha
permitido llegar a una solución es el de la sociedad de minas. Con respecto a
las de La Rioja (el Famatina), cuya importancia es superior a las de las otras
provincias, en el corto plazo, con el establecimiento de un gobierno nacional,
todo cuanto debe desearse se obtendrá... Me veo obligado a emplear la mayor
circunspección para no comprometer inútilmente mi influencia y no debo decir más
por el momento (enero 1826)”. Curiosamente, un mes después, Rivadavia es elegido
presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El 15 de febrero
sanciona la ley que declara propiedades nacionales a las minas de todas las
provincias. El 14 de marzo, Rivadavia le escribe a Hullet: “Las minas son ya por
ley de propiedad nacional y están exclusivamente bajo la administración del
presidente de la República”. Sin embargo, en La Rioja, Facundo Quiroga se niega
a que la Minning explote el Famatina. La compañía quiebra. Entonces, Head
publica en Londres un folleto donde incorpora las cartas transcriptas, titulado:
“Informe sobre la quiebra de la Río de la Plata Association constituida bajo la
autorización otorgada por su excelencia don Bernardino Rivadavia”. Y aquí entra
a jugar Dorrego. Porque desde su periódico El Tribuno, Dorrego publica ese
informe, con las comprometedoras cartas de Rivadavia a la Banca Hullet y le
agrega estos versos definitorios: “Dicen que el móvil más grande / de establecer
la Unidad/ es que repare su quiebra / de Minas, la Sociedad” (23/6/1827, El
Tribuno). Tres días después, Rivadavia renuncia a su cargo de presidente. Se
quiebra nuevamente la unidad nacional y pocos meses después, asume Dorrego como
gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
El
14 de septiembre de 1827, Dorrego envía a la legislatura la demanda de la
Minning por 52.520 libras por los gastos ocasionados, con este comentario: “El
gobierno se encuentra con un recurso de la expresada compañía (Minning), donde
se reclama a la provincia los gastos de aquella empresa. El engaño de aquellos
extranjeros y la conducta escandalosa de un hombre público del país (Rivadavia)
que prepara la especulación, se enrola en ella y es tildado de dividir su
precio, nos causa un amargo pesar, más pérdidas que reparar nuestro crédito.”
Los unitarios intentan justificar a
don Bernardino sosteniendo que si bien actuaba al mismo tiempo como presidente
de las Provincias Unidas y como presidente del directorio de la Minning
Association que negociaba con ese gobierno, y que aunque figura con un sueldo de
1200 libras como presidente de la empresa inglesa, “nunca tuvo intenciones de
cobrarlo”. Manuel Moreno y Manuel Dorrego contestan con “Impugnación a la
respuesta” donde afirman que no sólo quedan en pie las acusaciones (preparar la
especulación, dividir el precio) sino que nada se contesta acerca de “30 mil
libras, precio de esa especulación”, “por los buenos oficios a favor de la
especulación que según afirmaba el señor Rivadavia en su autorización, estaba
fundada en una concesión especial”.
De aquí resulta que aprovechando el regreso de las tropas de la Banda Oriental,
se produce el golpe del 1ro de diciembre de 1828, por el cual Dorrego es
desplazado del gobierno. El general San Martín lo caracteriza así, en carta a
O’Higgins: “...Los autores del movimiento del día primero son Rivadavia y sus
satélites y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no
sólo a este país, sino al resto de América con su infernal conducta; si mi alma
fuera tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para
vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es
necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado”
(carta del 13/4/1829).
Derrotado y detenido Dorrego, los
unitarios cavilan: ¿qué hacer entonces con ese hombre que ha revelado el
escandaloso negociado? Imposible llevarlo a juicio, pues volverá sobre el tema
manchando la honra de quien luego sería denominado “el más grande hombre civil
de los argentinos.” ¿Dejarlo preso, para que algún día vuelva al escenario
político con esa documentación infamante? ¿Desterrarlo acaso para que tiempo
después regrese a la patria y ponga esos documentos sobre la mesa?
Probablemente, Lavalle no conoce estos entretelones de la negociación pues es
solamente “una espada sin cabeza”, pero los rivadavianos se encargan de
persuadirlo. Dorrego debe ser acallado lo más rápido que se pueda y con su
fusilamiento quedarían silenciadas las denuncias y salvada la honra unitaria.
Y así se hace el 13 de diciembre de 1828.
Años después, el historiador Ricardo Piccirilli, un admirador de Rivadavia pero
honesto investigador, admite que de la testamentaría de don Bernardino surge que
“Rivadavia giró en noviembre de 1825 una letra contra Hullet por 3000 libras
solicitando se imputara a la cuenta de las 1200 libras por gastos de mi singular
comisión... y el remanente lo agregarán ustedes a mi cuenta corriente.”
Resumiendo: para acallar la verdad, en relación a un negociado de un “prócer”
del liberalismo conservador con sus amigos los ingleses, se procede a fusilar a
un caudillo popular y se inicia un período de tremenda violencia en nuestro
país.
La tradición popular recoge ese hecho terrible de este modo: “Cielito y cielo
nublado / por la muerte de Dorrego / Enlútense las provincias / Lloren cantando
este cielo”. En cambio, entre la burguesía comercial del puerto circularán estos
versos: “La gente baja / ya no domina / y a la cocina / se volverá.”
Le decían "el loco", por sus irreverencias militares que enfurecían a San Martín
y Belgrano. Pero desde el gobierno intentó aplicar un muy cuerdo plan de
desarrollo productivo y organización nacional. Tocó intereses que explican el
tamaño y la saña final de sus enemigos.
Por Hernán Brienza
Manuel Dorrego, nacido el 11 de junio de 1787 y fusilado 41 años después por
Juan Galo de Lavalle, fue revolucionario en Santiago de Chile, soldado y eficaz
coronel del Ejército del Norte, exiliado político, periodista –fundador del
diario El Tribuno–, legislador nacional y gobernador de la provincia de Buenos
Aires. Vehemente, díscolo, insubordinado, apasionado, pagó con su muerte los
aciertos de su vida política: haberse mantenido fiel al pensamiento republicano
y democrático y, sobre todo, haber sido el primer líder popular de la Argentina.
Sin embargo, en comparación con su grandeza, es el gran olvidado de la historia
nacional.
"Jacobino y liberalísimo", como lo definió José Ingenieros en su libro La
evolución de las ideas argentinas, es heredero de la línea fundada por Mariano
Moreno y profundizada por Bernardo de Monteagudo tras las jornadas de Mayo de
1810. Es, también, un caso singular: republicano y federal, ilustrado y popular,
porteño y bolivariano, liberal pero nacionalista, Dorrego.
El "loco"
Manuel Críspulo Bernabé –tal era su nombre completo– fue el quinto y ultimo hijo
de una próspera y comercial familia de portugueses, lo que significaba en la
Buenos Aires colonial poco menos que un enemigo de la corona española. Dorrego
estudiaba Derecho en Santiago de C hile cuando lo sorprendió la Revolución de
Mayo, por eso no participó del proceso en su ciudad natal, pero sí tuvo una
destacada participación en el alzamiento trasandino de junio.
Fue el primer patriota que cruzó la Cordillera de los Andes a cargo de un
ejército. Lo hizo en 1811, seis años antes que José de San Martín, sólo que en
sentido inverso, desde Chile a la Argentina, con tres contingentes de 300
hombres por vez.
El
fusilamiento mediático de Dorrego
Por Hernán Brienza
Marcelo Moreno publicó en la edición de ayer [30 de agosto 2009] de Clarín una
nota absolutamente inexacta sobre Manuel Dorrego, con la intención de esquilmar
a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Siempre es necesario, cuando se intenta escribir sobre historia, tratar de que
los nimios debates coyunturales queden de lado, al menos para no elaborar una
interpretación histórica viciada de nulidad por su sesgo documental e
ideológico. Marcelo Moreno publicó en la edición de ayer de Clarín una nota
absolutamente inexacta sobre Manuel Dorrego, con la intención de esquilmar a la
presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Más allá de la comparación, que no me
interesa debatir en esta contratapa, me gustaría acercar un poco de información
sobre quién fue y qué significó Dorrego en la historia argentina. Porque para
analizar a este personaje histórico –víctima del primer golpe de Estado
organizado por el ejército regular argentino– hay que consultar no sólo el
panfleto histórico llamado El destierro de Dorrego, escrito por Bonifacio del
Carril, autor que, además, porta el mismo apellido que uno de los asesinos
confesos de Dorrego, sino también otras fuentes pertinentes para la
reconstrucción histórica.
Dorrego fue el jefe del primer partido popular de la Argentina, ya que los
federales se reconocían a sí mismos en la década del 1820 como los populares.
Respecto de los incidentes del Ejército del Norte –Moreno y Del Carril lo acusan
de insubordinación ante Belgrano y de desavenencias con José de San Martín– es
necesario tener en cuenta que Dorrego era jefe de la tropa de elite y que tanto
la batalla de Tucumán como la de Salta fueron victorias criollas gracias a las
cargas de Dorrego y las derrotas de Vilcapugio y Ayohúma, justamente, por la
ausencia de Dorrego, confinado por insubordinación en Jujuy (Fuente: Cartas de
Belgrano).
La discusión con Juan Martín de Pueyrredón que le vale el exilio se produce
porque Dorrego se entera de que Pueyrredón negocia con el Imperio del Brasil la
entrega de la Banda Oriental para apartar del mapa político a José Gervasio de
Artigas y al mismo tiempo trasladar recursos de la guerra contra las provincias
de la mesopotamia al cruce de los Andes. Dorrego se entera de la maniobra y
prepara, junto a otros populares, la defensa de la Banda Oriental, por eso es
encarcelado y embarcado rumbo a Baltimore. Hay abundante información sobre este
punto que es bueno consultar, más allá, claro, de Del Carril.
Respecto de la confusa acusación de piratería que Moreno hace a Dorrego sobre su
viaje a Jamaica, conviene decir que el barco donde viajaba Dorrego es asaltado
por piratas y él queda prisionero de ellos, por eso se salva en el juicio que se
le sigue en Jamaica (Fuente: Cartas apologéticas de Manuel Dorrego, único
testimonio histórico sobre el hecho, que no permite otras elucubraciones que la
ficción novelesca). Respecto de su participación política, Moreno en su
desordenada caracterización del personaje olvida relatar algunas cosas:
1) Dorrego fue el primer defensor
del voto universal;
2) Su federalismo es doctrinario y no intuitivo (se recomienda leer el más que
interesante discurso en la Legislatura sobre las economías regionales) ;
3) Dorrego viaja a entrevistarse con
Simón Bolívar para pedirle que los ejércitos republicanos del continente se unan
contra los imperiales en Brasil, pero una carta de George Canning le exige a
Bolívar no entrar “en la guerra de partidarios” (¿Cuál es la acusación que hace
Moreno contra Dorrego? ¿Qué éste era bolivariano y creía en una federación
americana como el venezolano?);
4) Los negociadores en la “amputación de Bolivia” son el gobernador Juan
Gregorio de Las Heras, en tanto los enviados oficiales Carlos María de Alvear y
Eustaquio Díaz Vélez, quienes negocian la independencia de Bolivia y no Dorrego,
que ya está de vuelta y realiza un pacto político con el caudillo santiagueño
Juan Felipe Ibarra;
5) Respecto de las generalidades que dice la nota de Moreno sobre la pérdida de
la Banda Oriental es bueno aclarar:
a) El que firma la paz oprobiosa de entrega de la “provincia cisplatina” es
Bernardino Rivadavia;
b) Luego de asumir como gobernador, Dorrego propone una estrategia de tenaza que
consiste en atacar por el norte las misiones occidentales, por el sur con el
ejército argentino y una tropa de mercenarios secuestraría al emperador, última
acción que fracasó por la defección de Guillermo Brown al mando de su escuadra;
c) El banco nacional de intereses británicos ahorcó financieramente al gobierno
sin permitirle obtener fondos para continuar con la guerra;
d) Si se leen las cartas que se intercambian Dorrego y Tomás Guido y Juan Ramón
Balcarce –negociadores argentinos ante la corte en Río de Janeiro– se comprueba
que Guido y Balcarce desobedecieron las órdenes expresas de Dorrego de no firmar
ningún tratado. Ante los hechos consumados, cuando Dorrego estuvo a punto de
rechazar el tratado de paz que sólo difería la elección soberana de Uruguay
durante cinco años, Lord Ponsonby le escribió a Dorrego una carta amenazándolo
con que si no aceptaba la paz “Europa se iba a entrometer en la guerra”.
Pero posiblemente lo que más moleste de Dorrego a sus detractores es su plan de
gobierno: reducción de deuda pública enfrentando al capital financiero inglés,
desmonopolización de los productos de necesidad básica y control de precios de
productos como el pan, extender la frontera para aumentar la producción agrícola
- ganadera, intento de confeccionar una Constitución federal con el apoyo de las
provincias frente al centralismo porteño, defensa de la integridad del
territorio nacional. Al borde del Bicentenario, seguir falseando de esa manera
la historia implica que no bastó sólo con la balacera que le dispararon los
soldados de Juan Galo de Lavalle, sino que todavía es necesario “fusilar
mediáticamente” a Dorrego y a su proyecto político.
Durante los años siguientes, Dorrego fue coronel
del ejército del Alto Perú, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, y con su
valiente accionar al mando de los Cazadores –la tropa de elite– se obtuvieron
las victorias de Tucumán y Salta, definitivas para consolidar el poder de la
Primera Junta. Enseguida, fue sancionado por alentar a que dos soldados se
batieran a duelo. Quedó confinado en Jujuy, mientras ocurrían los desastres de
Vilcapugio y Ayohuma, derrotas que –según Belgrano– no se habrían producido si
Dorrego hubiera estado al mando de los Cazadores. Cuando San Martín se presentó
ante Belgrano para reemplazarlo se produjo uno de los hechos más insólitos de la
historia militar argentina. En una ronda de unificación de voces de mando,
Dorrego se burló de la voz finita de Belgrano y fue separado definitivamente de
ese ejército. Ya se lo conocía entre la tropa como "El loco Dorrego".
Hasta 1816, por recomendación de San Martín que encontraba así un punto de
equilibrio salvaguardando la autoridad de Belgrano sin prescindir de Dorrego en
la lucha por la independencia, participó de las batallas en la Mesopotamia
contra las fuerzas artiguistas. Pero cuando averigua que el director supremo
Juan Martín de Pueyrredón había negociado con el Imperio del Brasil la entrega
de la Banda Oriental para sacarse de encima a Artigas y al mismo tiempo
trasladar recursos de esa guerra al cruce de los Andes, Dorrego prepara la
defensa uruguaya. Pueyrredón ordenó apresarlo y desterrarlo a Baltimore, Estados
Unidos. En pleno viaje, el barco es asaltado por piratas y a punto estuvo de ser
fusilado cuando la nave fue detenida en Jamaica. Pudo explicar a tiempo que era
doble prisionero: del poder de Buenos Aires y de los bucaneros.
En Norteamérica, se enamora de las ideas federales y cuando regresa a Buenos
Aires, en 1820, ya no es un jovencito díscolo: es todo un hombre político.
El cuerdo
En esta segunda etapa de su vida, Dorrego enfrentó desde la prensa y la
Legislatura a los unitarios cuyo hombre fuerte era Bernardino Rivadavia. Desde
su banca abogó por el voto popular, libre y sin coacciones y la extensión del
sufragio a todos los sectores de la sociedad, incluso para los humildes que
tenían vedado el acceso a los derechos políticos, por ejemplo, los jornaleros o
los empleados domésticos.
Quizás el discurso más interesante que dio fue el del 29 de septiembre de 1826.
Ese día delineó su proyecto de un país federal sostenido en economías regionales
viables con mayor racionalidad que el centralismo unitario basado en la
especulación financiera y aduanera. Dorrego buscar germinar la idea de una gran
federación republicana que incluyera no sólo a la Banda Oriental sino también a
los estados del sur de Brasil –los actuales departamentos de Río Grande, San
Pablo y Porto Alegre–, al Paraguay y al territorio de Bolivia, independizado en
1826 gracias a la desidia de los rivadavianos. Y completa el trípode doctrinario
abogando por un republicanismo no elitista, basado en la legitimidad popular:
"No sé que se pueda presentar el ejemplo de un país, que constituido bien bajo
el sistema federal, haya pasado jamás a la arbitrariedad y al despotismo; más
bien me parece que el paso naturalmente inmediato es del sistema de unidades al
absolutismo…".
Caído Rivadavia en 1826, tras la deshonrosa paz firmada con el Brasil, y
disuelto ya el fraudulento proceso de constitucionalización de la República,
Dorrego asumió el gobierno de la provincia de Buenos Aires.
Hay que descifrar las claves de su gestión para entender el tamaño y la saña
final de sus enemigos. Acusó de "aristocracia mercantilista" a las autoridades
del Banco Nacional, que entonces era el centro del poder económico. Los créditos
de esa banca, dominada por intereses británicos, habían engendrado la monstruosa
deuda externa de 13.100.795 pesos, que sólo era de un millón al comienzo del
gobierno de Rivadavia. Muy poca de esa plata podía verse en obras y mucha en
renegociación de deuda y comisiones de intermediarios.
Dorrego apuntó a un empréstito interno, con la plata de los sectores productivos
–no especulativos– y a una tasa reducida que limitara la usura. Envió a la
Legislatura en 1828 –año de su fusilamiento– un proyecto para transformar el
Banco Nacional en Banco de la Provincia de Buenos Aires, con capitales de
comerciantes y hacendados locales, que pusiera esa entidad al servicio de un
proyecto nacional. Sancionó la ley de curso forzoso con inconvertibilidad de la
moneda en metálico para detener la estruendosa fuga de capitales –episodio final
de todas las experiencias de economía liberal en estos 200 años patrios–, en
este caso de plata que se escurría en buques de bandera inglesa.
Pero Dorrego tuvo que gobernar con una bomba de tiempo que le había dejado el
gobierno rivadaviano: una fabulosa inflación ocasionada por la devaluación del
peso respecto de la libra por la sobreemisión de billetes realizadas por el
Banco Nacional que a su vez lo ahogaba restringiéndole créditos.
El representante de la corona británica, Lord Ponsonby, advirtió que las
potencias europeas podían invadir la Provincias Unidas. Tras un año y medio de
gestión, Dorrego también estaba políticamente débil. Traicionado por sus
embajadores, y obligado a firmar la paz con el Brasil, la suerte estaba echada.
Cuando las experimentadas tropas del ejército regular volvieron de la Banda
Oriental, el golpe de Estado se olía en el aire. La noche del 30 de noviembre,
en una tenida masónica, los unitarios decidieron derrocar al gobierno legal y
legítimo y fusilar a Dorrego. El encargado de llevar adelante el plan era
Lavalle. A la mañana siguiente, las tropas realizaban el primer golpe de Estado
de la historia argentina. Dorrego pidió ayuda militar a Juan Manuel de Rosas,
jefe de las fuerzas de la campaña. Y combatió el 9 de diciembre en los campos de
Navarro. Quince minutos le bastaron a los experimentados coraceros de Lavalle
para poner en fuga al improvisado ejército de gauchos e indios que habían podido
reunir los federales. Días después, Dorrego fue apresado y conducido hasta la
estancia de Navarro donde lo esperaba Lavalle. Era el mediodía del 13 de
diciembre de 1828. Lavalle ya había firmado la sentencia de muerte, a instancia
de Salvador María del Carril y los hermanos Varela. Dorrego tenía apenas un par
de horas para despedirse de su mujer, Ángela Baudrix, y sus hijas. Minutos
después de la 14 fue llevado al patíbulo. Una escena conmovedora se produjo en
ese lugar: Gregorio Aráoz de Lamadrid y Dorrego –enemigos políticos pero
compadres– intercambiaron chaquetas militares. Dorrego murió con la casaca
unitaria y Lamadrid cargaba la camisa federal. Su asesinato cambió los códigos
de la política criolla del siglo XIX. Después de esa descarga de fusilería ya
nada volvería a ser igual: comenzaba la larga guerra civil que ensangrentó
durante cuarenta años la historia argentina.
13-12-2008 / Se realizó un acto conmemorando al mentor de la Patria grande
sudamericana a 180 años de su fusilamiento ordenado por Juan Lavalle.
Por Daniel Brion
cultura@miradasalsur.com
Navarro, diciembre 13 de 1828.
Sr. Ministro:
Participo al Gobierno Delegado que el Coronel Manuel Dorrego acaba de ser
fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división.
La historia, Señor Ministro, juzgará imparcialmente si el Coronel Dorrego ha
debido o no morir. Si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado
por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público.
Quiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires que la muerte del coronel Dorrego
es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio.
Saludo al señor Ministro con toda atención.
Juan Lavalle.
San Martín tenía un buen concepto militar sobre Lavalle, de quien dijo
“igualarlo en coraje es muy difícil. Superarlo imposible”. Sin embargo, su
valentía no siempre sería bien utilizada, y embalado e incentivado por los
doctores, lo harían equivocarse en varias oportunidades. Era una valiente
espada, pero sin cabeza.
Esteban Echeverría en su poema
Avellaneda dirá:
“Todo estaba en su mano y lo ha perdido. Lavalle es una espada sin cabeza. Sobre
nosotros entre tanto pesa su prestigio fatal, y obrando inerte. Nos lleva a la
derrota y a la muerte.
Lavalle, el precursor de las derrotas. Oh, Lavalle! Lavalle, muy chico era para
echar sobre sí cosas tan grandes.”
Atrás habían quedado los recuerdos
de Dorrego y una vida dedicada al servicio de la Patria. Largo sería rememorar
toda su actuación, su compromiso y su decisiva intervención en el proceso
revolucionario de América y de nuestro país.
Manuel Críspulo Bernabé Dorrego nació un 11 de junio de 1787, en Buenos Aires,
fue el menor de cinco hermanos, hijos de un comerciante portugués: José Antonio
de Dorrego y de una argentina: María de la Ascensión Salas.
En 1803, a los 15 años, ingresó en el Real Colegio de San Carlos y a inicios de
1810 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de San Felipe, en Santiago de
Chile.
Manuel
Dorrego. El héroe y sus tribulaciones
De Antonio Calabrese
14 de abril 2010. En el marco de un ciclo de conferencias de Universidad de
Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) se realizó la presentación del libro
“Manuel Dorrego, su vida, su obra”, de Antonio Calabrese
Antonio Calabrese es abogado constitucionalista y político. Fue ministro de
Economía, secretario general de la gobernación de Santiago del Estero, fiscal de
Estado adjutor, diputado y candidato a Gobernador, ocupando numerosos cargos
públicos en la Provincia de Santiago del Estero. Además del presente titulo ha
escrito y publicado la obra de ficción Corrupción trágica, y La Protección legal
del Patrimonio cultural argentino, ésta última de carácter jurídico,
especialidad sobre la que ejerce la docencia en cursos de postgrado en la
Secretaría de Cultura de la Nación. Asimismo, publicó innumerables trabajos
académicos sobre economía, política y derecho en revistas jurídica argentina la
Ley, el Boletín Informativo del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento
Latinoamericano, y la Revista del Museo Nacional de Ciencia Naturales Bernardino
Rivadavia, entre otras. Videos
de la presentación
Pronto abandonó las aulas y se unió
al movimiento independentista chileno. Exaltado, cambió el traje civil y los
libros por el uniforme y las armas.
Tenía entonces 23 años y en la milicia del país andino ganó las tres estrellas
de capitán al sofocar un movimiento contrarrevolucionario.
Antes de finalizar el año 1810, regresa a Buenos Aires y con el grado de mayor
se une a las fuerzas armadas encabezadas por Cornelio Saavedra rumbo al norte.
En el combate de Cochabamba sufre dos heridas y gana el ascenso a teniente
coronel.
Más tarde, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, lucha en Tucumán (24 de
septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero de 1813). El ejército de Belgrano
marcha hacia Potosí sin Dorrego que se queda en la retaguardia, eso le evita las
derrotas de Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y Ayohuma (14 de noviembre de
1813), y quizá la muerte en servicio.
Ese año, apenas ha cumplido 26 años
y asciende a coronel encabezando la creación de milicias gauchas.
Los momentos de inacción, sin
embargo, lo descontrolan. El inflexible general José de San Martín ordena su
confinamiento por nuevas actitudes de indisciplina (cuenta Lamadrid que habiendo
San Martín convocado a los oficiales para “uniformar la voz de mando”, en primer
término lo hizo Belgrano. Dorrego, que habló en segundo término, lo hizo
imitando la voz finita de Belgrano, lo que provocó la risa de los demás
oficiales reunidos. San Martín, golpeando fuertemente la mesa, dijo secamente;
“Señor comandante, hemos venido aquí a uniformar las voces de mando, y no a
reír”.
Según el general Paz, “motivó su separación del ejército y la expulsión de la
provincia en el término de dos horas.” En mayo de 1814 es trasladado a Buenos
Aires. Allí se pone a las órdenes del general Carlos María de Alvear.
Alvear le propone al caudillo
oriental José Gervasio Artigas la independencia de la Banda Oriental a cambio de
que retire su influencia de las provincias del litoral. Artigas había dirigido
la insurrección de los orientales contra las autoridades españolas en el llamado
Grito de Asencio y fue proclamado por sus compatriotas como Primer Jefe de los
Orientales. El 20 de enero de 1814, abandonó el sitio de Montevideo –cuyo mando
comenzó a monopolizar José Rondeau– y apoyó los pronunciamientos de los paisanos
de Entre Ríos y Corrientes. El líder rioplatense rechaza el ofrecimiento de
Alvear. Dorrego parte a enfrentarse con el rebelde, con quien –paradójicamente–
tiene ideas bastante cercanas. El militar derrota al artiguista Fernando
Otorgués en las cercanías del arroyo Marmarajá (6 de octubre de 1814), pero es
vencido por Fructuoso Rivera en Guayabos (10 de enero de 1815).
A los 28 años, el impetuoso Dorrego
se lanza a la lucha política declarándose partidario de un gobierno federativo y
fomentando la autonomía de Buenos Aires. Con Manuel Moreno y otros patriotas se
opone a Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del
Río de la Plata. Finalmente, para no participar en el enfrentamiento civil,
solicita que su regimiento se una al ejército que San Martín prepara en Mendoza
para la Campaña de los Andes.
No alcanza a partir: el 15 de noviembre de 1816, Pueyrredón ordena su destierro.
A los 29 años lo embarcan y recién al tercer día de viaje se entera que su
destino es el puerto de Baltimore, en Estados Unidos.
El 9 de julio de 1819, Pueyrredón renuncia y es reemplazado por el general José
Rondeau. Dorrego regresa a Buenos Aires al año siguiente. Recupera su grado de
coronel, obtiene el mando militar de Buenos Aires y es designado temporalmente
gobernador interino. Presenta su candidatura a gobernador en la provincia pero
es derrotado por Martín Rodríguez. Con caballerosidad, hace reconocer por sus
tropas el triunfo de su adversario. Pero el hecho de estar en la oposición hace
que el gobierno lo destierre en Mendoza. Una mejor idea hubiera sido darle el
mando de un regimiento y ordenarle combatir. La inactividad o el ostracismo no
son buenos para Dorrego: huye a Montevideo. Allí, desde septiembre de 1816,
existía la amenaza militar externa de los portugueses en la Banda Oriental y las
autoridades nacionales no procedían con la energía necesaria para expulsarlos.
Artigas, el principal perjudicado, culpaba con razón a las autoridades de Buenos
Aires por la falta de respaldo.
Algunos historiadores –con quienes
humildemente adhiero– sostienen que se debería reconocer que el caudillo
oriental procedió como “un auténtico patriota argentino” hasta su derrota en
1820.
Ya con 36 años, Dorrego regresa a Buenos Aires –junto con exiliados como Carlos
María de Alvear, Manuel de Sarratea y Miguel Estanislao Soler– gracias a la Ley
del Olvido (noviembre de 1821). En 1823, fue electo representante ante la Junta
de Gobierno y desde su periódico El Argentino respaldó las ideas federalistas,
en oposición al gobierno de Bernardino Rivadavia, lo cual le hizo ganar
prestigio en las provincias.
En 1825, se entrevistó con Simón Bolívar, a quien consideró el único capaz de
contener los planes expansionistas del Imperio de Brasil.
El militar convertido en político resulta elegido representante por Santiago del
Estero en el Congreso Nacional. Cuando se discute la Constitución de 1826 se
destaca en los debates sobre la forma de gobierno y el derecho al sufragio.
Desde el periódico El Tribuno continúa atacando la posición centralista de
Rivadavia, lo que aumenta su prestigio en las provincias.
Al
referirse a la Constitución rivadaviana de ese año, Dorrego afirma: “Forja una
aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Échese la
vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos
asalariados y jornaleros y las demás clases del Estado (...). Entonces sí que
sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la
generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese
caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas
hay comerciantes que no tengan giro con el Banco, y entonces sería el Banco el
que ganaría las elecciones, porque él tiene relación en todas las provincias”.
Dorrego, se opuso al proyecto constitucional rivadaviano de 1826, considerándolo
nulo porque se desconocía en él la voluntad general de las provincias. En el
debate sobre el artículo 6º del proyecto constitucional, se negaba el derecho de
voto en las elecciones a los menores de veinte años, a los analfabetos, a los
deudores fallidos, deudores del tesoro público, dementes, notoriamente vagos,
criminales con pena corporal o infamante, pero también los “criados a sueldo,
peones jornaleros y soldadas de línea”. Se presumía que los domésticos y peones
estaban bajo la influencia del patrón.
Acosado, Rivadavia renuncia a la presidencia y Vicente López es designado
mandatario provisional.
A los 40 años, en agosto de 1827, Dorrego es electo gobernador de la provincia
de Buenos Aires.
Ante el tratado de paz firmado con Brasil, los unitarios ven la posibilidad de
recuperar el poder aprovechando el descontento de los jefes militares de
regreso. Ex compañeros de exilio, como Soler y Alvear, junto con los generales
Martín Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz comienzan a conspirar para
derrocar al gobierno federal.
El 1° de diciembre de 1828, Lavalle ocupa Buenos Aires con sus tropas. Dorrego
se dirige al sur de la provincia y le pide apoyo a Juan Manuel de Rosas,
entonces comandante de campaña. Rosas le aconseja que vaya a Santa Fe y le
solicite respaldo a Estanislao López, pero Dorrego decide enfrentar a Lavalle.
Las fuerzas de uno y otro se chocan en Navarro. Más tarde el gobernador cae
prisionero y el vencedor ordena, sin ninguna grandeza, que muera fusilado. La
decisión estremece a la capital y las provincias.
El valiente general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid, un tucumano que peleó
la guerra de independencia y en las luchas que siguieron en Vilcapugio, Ayohuma
y Sipe Sipe, permanece junto a su ex camarada hasta el abrazo final. A él
Dorrego le entrega cartas para su mujer y sus dos hijas.
A la esposa le escribe en un trozo de papel que le alcanzan:
“Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo
morir. Ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este
momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis
amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida:
educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en
compañía del desgraciado Manuel Dorrego”.
A los 41 años cae víctima de las balas asesinas del pelotón de fusilamiento, el
13 de diciembre de 1828.
Aráoz
de Lamadrid es un oficial curtido que combatió en Tucumán, Córdoba, San Juan y
Mendoza. También conoció el exilio en Bolivia y Chile. Dorrego le pide su
chaqueta para morir y le solicita que le entregue a su esposa Ángela la que él
lleva puesta, junto con una carta. El duro Aráoz se “quiebra” ante la entereza
de su amigo-adversario y llora frente a la tropa como un adolescente.
Mientras Lavalle escribía el parte, a 300 metros el cuerpo de Manuel Dorrego
yacía tirado en el campo. Hay indicios ciertos de que luego de la ejecución hubo
ensañamiento con el cadáver. Así lo indica el testimonio de la Comisión Oficial,
que por orden de Rosas, no bien asumió el Gobierno, se trasladó de Buenos Aires
a Navarro con el fin de exhumar los restos de Dorrego, tarea que se llevó a cabo
el 13 de diciembre de 1829, es decir al año justo de su muerte.
El informe firmado por el camarista don Miguel de Villegas dice en parte:
“Que encontraron el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada
del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil al
parecer, en el costado izquierdo del pecho...” Luego del fusilamiento (si así se
lo puede llamar) el acongojado pariente de Manuel Dorrego, el clérigo Juan José
Castañer, se hace cargo del cadáver, ya que ni siquiera se permitió a los más
cercanos parientes llegarse hasta Navarro para ver los restos, no obstante los
ruegos de los familiares que, al efecto, hicieron llegar al Sr. Ministro Díaz
Vélez.
Ángela Baudrix, la viuda, queda en
la miseria. Sus hijas tienen 6 y 12 años de edad.
Tiempo después se ven obligadas a trabajar de costureras en el taller de Simón
Pereyra, un proveedor de uniformes para el ejército y especulador en la
compra-venta de tierras; en una de sus extensas propiedades, ubicada en El
Palomar, en 1925 se inició la construcción del Colegio Militar de la Nación, del
que egresarían varios discípulos de Lavalle, un general Aramburu –por ejemplo–,
fusilador y asesino, en junio de 1956 del general Juan José Valle y 31 patriotas
que con él hicieron frente a la dictadura que encabezaran Aramburu y Rojas luego
de un golpe de Estado contra el presidente constitucional Juan Domingo Perón.
También la hija, la nieta Soledad y los nueve bisnietos del general Valle han
quedado en la miseria bajo la indiferencia de quienes podrían solucionar su
problema.
Jorge Abelardo Ramos
- Revolución y contrarrevolución en Argentina. Las masas y las lanzas 1810-1862.
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Cuánta semejanza en la vida de estos
hombres. Al coronel Dorrego y al general Valle los une la misma muerte:
condenados a morir –por un ilegal revanchismo asesino– fusilados; escriben
cartas casi similares a sus asesinos y a sus mujeres y a sus hijas; sus familias
condenadas a la miseria; y su lucha aún vigente. Tantos años han pasado, tanta
sangre caída por nuestra libertad e independencia, por la justicia social,
tantos compañeros inmolados, perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados,
desaparecidos; y la lucha continúa, pareciera que recién comenzara; se alarga,
se estira, como una lucha sin fin, como de desgaste, como si no le bastase la
sangre derramada, quiere ahora ahogar en la desmemoria, en la falta de
conciencia nacional, en el desgano de actuar en política, en anunciar a gritos
la muerte de las utopías y los ideales, una victoria final que no estamos
dispuestos a darles.
Por eso ni un solo paso atrás, ni para tomar carrera, la sangre de tantos
héroes, de tantos patriotas, de tantos compañeros no nos permite siquiera la
duda en continuar defendiendo el pensamiento nacional, y en seguir luchando por
la patria grande que todos ellos y nosotros soñamos. Para generar una memoria,
pero no una memoria pasiva que sólo recuerde cantidades, sí una memoria
generadora de conciencia, ésa es la memoria que nos lleva de la mano, ésa la
conciencia que nos dice, parafraseando a Milton Sechinca, en su Exhortación de
los Jóvenes (que pretendemos extender también a todos los viejos militantes, y a
quienes un vez tuvieron un sueño):
“Me dijeron que enrollaste la bandera, no como quien la guarda hasta el próximo
acto sino casi como quien está arriando una bandera… Ahora pensá en tu
adolescencia, en lo que caminaste por dentro de ti mismo, en lo que caminó el
país junto contigo. ¡Cuidado! Porque estás en un filo difícil en que la palabra
decepción con sólo cambiarle un sonido se puede convertir en deserción. Que no
te ocurra eso…”
“Cada vez que algún retazo Perteneciente a este suelo. De las Provincias Unidas
Anduvo corriendo un riesgo. Se alzó con su voz valiente. Reclamando ese derecho
Y por la soberanía. Él supo jugarse entero. Así cruzó por la vida Luchando
Manuel Dorrego. Por una América Unida. Compartía el alto sueño. Que tuvo Simón
Bolívar. Desencontrado en el tiempo- Por intereses extraños. Ajenos al
sentimiento. De los hombres que lucharon. Y que hasta su sangre dieron. A veces
incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego. Del veintisiete al veintiocho en su gestión de gobierno
propulsó el federalismo que siempre fuera su credo. Y cayó buscando luz. Entre
las sombras envuelto, no pudo montar de vuelta. Como lo hizo en Nazareno. Y en
un trece de diciembre se apagó Manuel Dorrego. Se ordenó el fusilamiento. Con un
pañuelo amarillo, sus ojos enceguecieron cuando el padre Juan José lo acompañaba
en silencio sonaron ocho disparos. Y quedó escrito en un pliego. Besos para
esposa e hija. Que Dios proteja mi suelo. Ahorren sangre de venganza.
Firmao' Manuel Dorrego”
Estrofas del payador uruguayo José Curbelo recordando a Manuel Dorrego.
Fuente: MIradas al Sur
Nota Lavalle: Diario del Bicentenario
Arquetipo del federalismo argentino, el guerrero de la Independencia, cayó bajo
las balas de la oligarquía porteña. Su ejecutor, el general Juan Lavalle, bien
fue definido por Esteban Echeverría como ‘una espada sin cabeza’.
'El artículo 6 (de la constitución rivadaviana de 1826) forja una aristocracia,
la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Echese la vista sobre
nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y
jornaleros y las demás clases del Estado, y se advertirá al momento que quien va
a tener parte en las elecciones, excluyéndose las clases que se expresan en el
artículo, es una pequeñísima parte del país, tal vez no exceda de una vigésima
parte. He aquí la aristocracia del dinero; y si esto es así, podría ponerse en
giro la suerte del país. Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones,
porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta
porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la
elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con
el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él
tiene relación en todas las provincias'.
Manuel Dorrego (1826)
La oposición al unitarismo de la burguesía comercial porteña hizo federales a
los estancieros bonaerenses. Pero su federalismo -que coincidía tácticamente con
el federalismo del Interior en su lucha contra el centralismo de la burguesía
porteña- difería profundamente, por los intereses que lo movían, del federalismo
provinciano.
Las provincias, enfrentadas a la declinación de su comercio y su industria,
trataban de salvar su mayor grado de autosuficiencia. Trataban así de mantener e
incrementar su participación en el comercio nacional, pero, además, de proteger
sus industrias recurriendo a tarifas especiales, aduanas de tránsito e impuestos
diferenciales. Pronto resultó evidente que una política tan perjudicial para los
intereses comerciales de Buenos Aires no podía solucionarse sino en condiciones
de una amplia autonomía política para cada provincia, es decir, un amplio
federalismo. Los estancieros de Buenos Aires, en cambio querían la
federalización para que Buenos Aires pudiera seguir disfrutando de su aduana sin
tener que rendir cuentas a las provincias, dominándolas, y evitando la
nacionalización de la ciudad, ya decidida por Rivadavia.
De modo que el partido federal era
una especie de frente único en el que coexistían distintos intereses y
tendencias. Para los estancieros bonaerenses la cuestión decisiva era quien
dominaría en el país: Buenos Aires o toda la nación, coincidiendo más con sus
enemigos unitarios que con sus aliados federales del interior.
Sin embargo, el federalismo bonaerense produjo una tendencia 'doctrinaria y
política' de contenido nacional: fue la que encarnó, en un momento decisivo,
Manuel Dorrego. Las ideas del 'mártir de Navarro' en materia económica y
constitucional, poco se han difundido entre nosotros, salvo en algunos libros
especializados. Y por eso merecen una consideración muy especial.
Manuel Dorrego nació en Buenos Aires
el 11 de junio de 1787 y era hijo de un próspero comerciante portugués. Desde
muy joven demostró un significativo talento intelectual, estudiando leyes en la
Universidad de San Felipe, en Chile. En 1810 abandonó sus estudios para
enrolarse en los movimientos conspirativos de los patriotas contra la dominación
española. Así ingresó al ejército y ganó rápidamente el grado de capitán al
reprimir un movimiento contrarrevolucionario. Fue herido dos veces en combate,
batiéndose a las órdenes de San Martín y Belgrano. Díscolo, rebelde, San Martín
lo confinó a raíz de actos de indisciplina, en mayo de 1814, ordenando su
traslado a Buenos Aires.
Lanzado a la lucha política se pronunció por el federalismo y auspició la
autonomía de Buenos Aires. Junto con Manuel Moreno, Domingo French, Agrelo,
Pagola y otros, fue decidido opositor del director Pueyrredón. Firme demócrata,
Dorrego se opuso a los planes monárquicos de Pueyrredón por lo cual fue
deportado el 15 de noviembre de 1816, residiendo en el exilio en Baltimore,
donde conoció las ideas de Hamilton, Madison y Jay, a través de las célebres
páginas de El Federalista.
De vuelta al país -tras distintas alternativas-, en 1823 fue electo
representante ante la Junta, donde proyectó la supresión de las levas y desde
las páginas de El Argentino defendió las tesis federalistas en contra del
gobierno de Martín Rodríguez y de Rivadavia. En 1825, interesado en negocios de
minas, viajó al Norte, visitando a los gobernadores federales Bustos, Quiroga e
Ibarra. Vio luego a Simón Bolívar, quien lo impresionó profundamente y a quien
consideró capaz de contener al emperador de Brasil, entonces en actitud
amenazante contra las Provincias Unidas.
Contra la Constitución del 26
Dorrego, diputado por Santiago del Estero, se opuso a la totalidad del proyecto
constitucional rivadaviano de 1826, considerándolo nulo porque se desconocía en
él la voluntad general de las provincias. A partir de ese momento se convirtió
en cabeza de la oposición federal, incorporando con su actuación elementos
ideológicos en los aspectos políticos, sociales y económicos. Ese federalismo
doctrinario dejaba atrás el federalismo intuitivo y espontáneo.
En el gran debate sobre el artículo 6º del proyecto constitucional, se negaba el
derecho de voto en las elecciones a los menores de veinte años, a los
analfabetos, a los deudores fallidos, deudores del tesoro público, dementes,
notoriamente vagos, criminales con pena corporal o infamante y además, a los
'domésticos a sueldo, jornaleros y soldados'.
Se presumía para ello que los domésticos y peones estaban bajo la influencia del
patrón. Dorrego señaló que estaban en la misma situación de los empleados
públicos y sin embargo se les permitía votar. Señaló que también los
capitalistas no eran independientes, porque dependían de los bancos y que como
estaba redactado el artículo votaría apenas una pequeñísima porción del país.
Los unitarios impusieron su Constitución, pero el interior la rechazó en bloque.
Salvo la provincia Oriental por razones tácticas, y Misiones, que carecía de
autoridades y por ello no se pronunció.
La reconciliación nacional
Dorrego influyó con su prédica en la crisis que culminó con la renuncia de
Rivadavia a la presidencia de la Nación. En agosto de 1827 fue electo gobernador
de la provincia de Buenos Aires, y desde el poder realizó una política tendiente
a lograr la reconciliación nacional. Esto iba a contrastar, tras su
fusilamiento, con el período de terror unitario, a manos de Lavalle, y el
extenso período de persecuciones y asesinatos de la mazorca rosista.
Pero lo más importante en la gestión gubernamental de Dorrego fue su política
económica. Al hacerse cargo del gobierno de la provincia de Buenos Aires,
encontró al estado en una grave crisis financiera; la deuda acumulada llegaba a
los 30.000.000 de pesos. La onza, desde enero de 1826, había subido de 17 a 55
pesos; la circulación de $ 10.250.000 triplicó el dinero en giro existente antes
de la guerra con el Brasil; la Aduana recaudaba cifras insignificantes a causa
del bloqueo, y el mercado enrarecido incrementaba paulatinamente el drenaje de
oro.
En esas circunstancias, Dorrego decidió prohibir la exportación de metálico y
negociar un empréstito interno de 500.000 pesos al interés de seis por ciento.
Para pagar los intereses del empréstito con la Baring, se planea la venta de
tierra pública y se intenta la venta de dos fragatas mandadas a construir a
Inglaterra. Es cuando los ingleses comienzan a reclamar insistentemente el pago
de los intereses, y Lord Dudley insiste en que se haga la paz con el Brasil.
Dorrego, pese a todo, decide 'olvidarse' del empréstito y de hecho suspende el
pago de sus servicios.
En materia de tierras públicas, Dorrego perfecciona la ley de enfiteusis de los
campos pastoriles y pone a los campos agrícolas bajo un sistema similar.
Una
política democrática
En setiembre de 1827 presentó un proyecto a la Legislatura: la gobernación
garantizaría los billetes ya emitidos, pero se opondría a cualquier otro tipo de
emisión. A esos efectos, el gobierno inspeccionaría al Banco, y la deuda con
éste sería reconocida por la provincia a nombre de la Nación.
El diputado Nicolás Anchorena acusaría poco después al Banco por emisiones
clandestinas, y su violenta denuncia contra capitalistas y terratenientes
extranjeros injertará una nota nacionalista en la ideología federal. El 13 de
noviembre, la comisión de la Legislatura propone la caducidad del Banco y la
creación de un Banco provincial. El 16 de enero de 1826 faculta a la Sala de
Representantes a reformar el estatuto del Banco.
Dorrego trataba de afirmar el apoyo inicial de los ganaderos -que son mayoría en
la Legislatura- y decreta la libre exportación de carnes. Con el apoyo de Rosas,
que logra un status de paz con los indios, hace serios esfuerzos por extender la
frontera sur.
A favor de las clases populares, fijó precios máximos sobre el pan y la carne
para bajar la presión del costo de la vida; suspendió el odiado régimen del
reclutamiento forzoso y prohibió el monopolio de los renglones de primera
necesidad.
Su política tuvo éxito, y en febrero y marzo de 1828 -afirma Miron Burgin- 'el
peso recuperó casi todo el terreno que había perdido el año anterior' gracias a
'la cautelosa política de Dorrego'.
A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la
prolongación de la guerra, retiró a Dorrego su apoyo político y económico.
Boicoteando su política integradora y popular, le negó los recursos a través de
la Legislatura, forzándolo a transigir e iniciar conversaciones de paz con el
imperio. Es que los terratenientes y saladeristas bonaerenses, integraban
también la capa de la burguesía mercantil porteña ligada a los intereses
británicos por la importación y la exportación. Por eso dejaron de apoyar al
gobernador y se volvieron 'pacifistas'.
Abandonado por sus aliados circunstanciales, Dorrego se quedó solo frente al
enemigo unitario. El 1º de diciembre fue derrocado por la conspiración que
encabezaba Juan Lavalle, a quien Esteban Echeverría definiría años después, como
'esa espada sin cabeza'. La tragedia se consumaría, el 13 de diciembre, en
Navarro, con el fusilamiento del líder federal.
El pueblo cantó al inolvidable caudillo y pensador federal: 'Cielito y cielo
enlutado/ por la muerte de Dorrego,/ enlútense las provincias,/ lloren cantando
este cielo'.
'Cielo, mi cielo sereno/ nunca más pompa se vio/ que el día en que Buenos Aires/
a Dorrego funeró'.
Con su muerte injusta, se abría en el país un período de guerras civiles que
detendría, por varias décadas, su organización nacional.
Cuando la Patria pasó por sus cerros
y ríos, esas verdes lomas de San Lorenzo también guardan un retazo de la
histórica Guerra de la Independencia
Por Darío Illanes y Luis Borelli
Bien sabemos que el Valle de Lerma fue uno de los más importantes escenarios de
la Guerra de la Independencia, pero pocas noticias cuentan que en entre esas
hermosas lomas de la actual villa veraniega de San Lorenzo, se dio el primer
enfrentamiento armado, cuando se produjo la segunda invasión realista a Salta en
1814.
En ella no combatieron los bravos gauchos de Güemes, pero si los valientes
soldados del Ejército del Alto Perú, que venían en retirada y derrotados desde
los llanos de Ayohuma. Quizá, esa misma noche de la batalla de San Lorenzo,
Güemes era designado en Yatasto por el general San Martín, Jefe de la Línea del
Pasaje. Quizá esa misma noche en aquella histórica posta de Metán, San Martín
lograba la tan ansiada reconciliación entre Belgrano y Güemes.
Antecedentes
Fracasada la segunda campaña libertadora al Alto Perú, luego de las derrotas de
Vilcapujio y Ayohuma, el General Manuel Belgrano emprende la retirada hacia el
sur, a mediados de noviembre de 1813 dirigiéndose primero a Potosí y después a
Tobaco-Ñaco, Lajatambo, Quirve, Humahuaca y Jujuy, a donde llega a fines de
diciembre.
En pos del Ejercito del Norte, venía el realista Pezuela con la intención de
avanzar con sus 4 o 5 mil soldados, primero sobre Jujuy, luego Salta y
finalmente pasar a Tucumán, para ocupar toda la actual frontera norte de
Argentina.
Así es que de nuevo el general Belgrano está en Jujuy, con las pocas fuerzas que
le quedaban, habiendo perdido hombres, artillería, armamento y ... ¡cuanta
sangre!.
Urge pues, la formación de una buena retaguardia que cubra sus espaldas mientras
continúa con su retirada rumbo a Salta y Tucumán, ya que Pezuela no demorará en
hacer sentir su acoso. Y Belgrano recurre a Manuel Dorrego, pues necesita un
jefe con actitudes especiales para maniobrar hábilmente la retirada y retardar
al enemigo entre los cerros de La Caldera.
Con Dorrego como jefe de la retaguardia, Belgrano inicia su marcha de Jujuy a
Salta, el 8 de enero de 1814 por el camino de montaña. Dorrego comenzó con su
trabajo de retrasar al enemigo, al menos hasta que los 1.800 hombres que quedan
del Ejercito del Alto Perú abandonen Salta y se encaminen por el Pasaje a
Tucumán, hasta encontrarse con el Ejército Auxiliar del Perú, que viene al mando
del general José de San Martín.
Manuel Belgrano permaneció en Salta pocos días y continuó lentamente rumbo al
sur, pasando con sus tropas por Cerrillos, La Merced, Sumalao, Río Pasaje hasta
La Junta, a donde llega el 20 de enero, día que se encuentra con San Martín en
Yatasto. A todo esto Dorrego debe moverse al frente de la retaguardia, pues el
frente realista, al mando de Ramírez Orozco avanza hacia Jujuy. En esta ciudad
destaca el 16 de enero, al salteño Saturnino Castro para que se apodere de
Salta, por sus conocimientos del terreno. Dorrego maniobra entre cerros,
quebradas y los crecidos ríos que separan Jujuy de Salta, hostilizando al
enemigo en audaces arremetidas, haciendo retumbar entre las montañas el
estampido de los fusiles.
El jefe patriota hace lo que puede mientras retrocede a Salta, siempre
hostigando, hasta que después de pasar por el pueblito de La Caldera, ya tiene
la ciudad a la vista, al pie de las cumbres aledañas al Campo de Castañares, y
sin dudar, enfila con sus tropas para el poniente, para ocupar las lomas de San
Lorenzo, a la espera de Castro, el que se hace presente el 20 de enero. Son las
3 de la tarde cuando ambas caballerías se avistan. El jefe realista no espera y
se lanza al ataque, seguro de arrollar a Dorrego, pero éste hace un hábil uso
del terreno, y con serenidad y astucia logra sacarle provecho a las lomas de San
Lorenzo, logrando por cuatro horas, no solo resistir el asedio de los españoles,
sino hostigarlos y demorarlos en la zona mas bella del noroeste del Valle de
Lerma.
La noche cae y Castro con su ejército invasor se paraliza, contrariado al verse
defraudado en sus certezas de arrollar fácilmente a los patriotas, los que ya
entre las sombras se escabullen rumbo al Sur, hasta Quinta Grande y Cerrillos.
Así, San Lorenzo inscribió su nombre en una de las páginas más gloriosas de la
Guerra de la Independencia, un 20 de enero de 1814.
Manuel Dorrego, además de un militar de coraje, tenía un espíritu bromista y
rebelde. Se había incorporado al ejercito como oficial "aventurero" (sin paga),
y después de la acción de Suipacha fue ascendido a teniente coronel. Belgrano le
encarga traer desde Buenos Aires un soldado (Francisco Burgos) que le sirviera
de intérprete, el que se encontraba incorporado en el regimiento del coronel
Francisco Ocampo. Como Dorrego retirara al soldado sin los debidos trámites, a
denuncia de Ocampo se le manda un oficio a Dorrego, que se estaba a en viaje,
para que regrese el soldado. Dorrego desconoce el oficio por no ser original:
"Esta es una indecencia, y el que lo manda a usted lo expone a que con mi espada
lo parta. Vaya usted y diga a su coronel que yo no paso por este oficio que es
un borrador" En Córdoba es detenido con fuerte custodia, enviado a Buenos Aires
y acusado de insubordinación.
Dorrego usaba su genio en burlas y bromas con sus subordinados. Participa en un
confuso episodio como "padrino" en un duelo ente dos oficiales que reciben
graves heridas. Dorrego es acusado de incentivar, o al menos no evitar este
lamentable hecho.
En 1814 San Martín reemplaza a Belgrano en el Ejercito del Norte. Tiene idea de
nombrar a Dorrego segundo jefe, de lo que desiste al poco tiempo y lo manda a
esperar en Santiago, dando parte a Posadas que "podía ser útil en cualquier otro
destino". Dorrego dice que no recibió explicación de esta decisión de San
Martín. El general Lamadrid en sus memoria, publicadas en 1855, da cuenta de un
episodio, consecuencia del espíritu bromista de Dorrego. Cuenta Lamadrid que
habiendo San Matín convocado a los oficiales para "uniformar la voz demando", en
primer término lo hizo Belgrano. Dorrego, que habló en segundo término, lo hizo
imitando la voz finita de Belgrano, lo que provocó la risa de los demás
oficiales reunidos. San Martín, golpeando fuertemente la mesa dijo secamente;
"Señor comandante, hemos venido aquí a uniformar las voces de mando, y no a
reír". Según el general Paz, "motivó su separación del ejercito y la expulsión
de la provincia en el término de dos horas."
El destierro
Monumento a Manuel Dorrego en Buenos Aires. Se encuentra en el Centro de la
ciudad, en la esquina de las calles Viamonte y Suipacha. Fue realizado por
Rogelio Yrurtia y se inauguró en 1926. El conjunto está compuesto por un
monumento y monolito y se halla construido en bronce y granito, sobre un
pedestal de líneas armónicas arquitectónicas. A la izquierda de la base emerge
una figura viril, símbolo de La Fatalidad, a la derecha una figura de mujer
personifica La Historia.
Dorrego tuvo continuas deferencias con Gascón, a
quien se resistía a subordinarse. En diversas oportunidades se negó a cumplir la
órdenes de éste, lo que motivo el cruce de hirientes oficios entre ambos e
informes y quejas a Pueyrredón, quejándose de la conducta de Dorrego: "Manuel
Dorrego, tan conocido por su altanería e insubordinación." En una oportunidad,
Gascón le recrimina por nota el negase al pase del cabo Fernández y "le previene
sobre su modo de escribir y la falta de respeto a su representación y persona",
citando los artículos de las ordenanzas, y en segunda oportunidad le reclama
informe sobre el estado de sus tropas, número de desertores, dispersos o
prisioneros, el estado del arma y rendición de cuentas de los fondos recibido.
Dorrego le contesta por oficio que "Cuando la Inspección oficiase al coronel del
N° 8 con el decoro que su clase y servicios le hacen acreedor (pues se halla en
la clase de coronel en premio a sus continuas campañas, no como otros, que han
llegado a la misma sin haber visto al enemigo) entonces será contestado y
cumplido lo que quiso prevenirle en los oficios de fecha siete."
Estos enfrentamientos, entre otros,
terminan en la determinación de Pueyrredón de invitarlo a Dorrego, con quien
mantenía buena relación, a reunirse, lo que hacen en dos oportunidades, y que
derivaría en el destierro de Dorrego. Según Vicente Fidel López, (por
referencias de su padre Vicente López), en la primera reunión Pueyrredón intenta
convencer a Dorrego de su incorporación al ejército de San Martín. Dorrego, que
sospecha una maniobra para alejarlo del escenario, se niega, y ambos se
mantienen en una posición irreductible. El la segunda entrevista Pueyrredón, que
sospechaba de una rebelión por parte de Dorrego, insiste en convencerlo para que
se incorpore al ejército de San Martín, a lo que Dorrego se niega
terminantemente:
- "La alternativa en que estamos es cruel, Yo declaro, señor, que nunca he de
hacer armas contra el gobierno con los soldados que el gobierno ha puesto bajo
mis órdenes. Pero declaro también que si V.E. insiste en que marche hacia
Mendoza, puede nombrar desde luego otro jefe para el batallón N° 8, porque yo no
iré con él."
- "Lo he oído a Ud. Con suma atención, señor coronel, y lamento que un oficial
tan importante esté sujeto a estos delirios. Le he llamado porque el gobierno y
el general deseamos que Ud. coopere."
- ¡Gracias!, ¡gracias! -dijo irónicamente Dorrego- yo no aceptaré, señor, tanto
favor".
- Ud se olvida coronel, de que habla con el Jefe del Estado, y que tiene también
deber de recordar de que habla con un hombre que ha sido su jefe al fente de los
enemigos.
- (Dorrego con cara de asombro) No recuerdo en cual campo de batalla habrá sido
eso, señor director. Mis charreteras no son sino las de un coronel; pero no las
he ganado convoyando cargas, sino grado a grado en acciones de guerra en que no
recuerdo haber tenido jamás el honor de ver a V.E.
Pueyrredón, con una sonrisa de disimulo, terminó la entrevista:
- El coronel Dorrego puede retirarse.
Pueyrredón con la colaboración de dos testigos ocultos, como era su costumbre,
reconstruyen el diálogo que derivaría en el destierro de Dorrego.
Bibliografía: Bonifacio del Carril. "El destierro de Dorrego". "Entrevista del
coronel Dorrego con el director supremo general Pueyrredón. Versión de Vicente
López, ministro de Pueyrredón" . Publicado por Vicente Fidel López. Revista Río
de La Plata N 23. t. VI. Bs. As., 1873.
[Imagen: Monumento Histórico
Nacional que recuerda el fusilamiento del Coronel Don Manuel Dorrego. enclavado
en el Parque que lleva su nombre a pocos kilómetros de la Ciudad de Navarro]
Manuel Críspulo Bernabé Dorrego
(1787-1828) fue electo representante por la provincia de Santiago del Estero en
el Congreso General Constituyente, que sancionó la Constitución unitaria de
1826. Se destacó en los debates sobre la forma de gobierno y el derecho al
sufragio. Desde el periódico El Tribuno atacó las medidas centralizadoras de
Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se lo consideraba uno
de los dirigentes más caracterizados del federalismo en Buenos Aires.
A continuación se transcribe la intervención del coronel don Manuel Dorrego en
la sesión del 29 de setiembre de 1826, extraída de Las Asambleas Constituyentes
Argentinas, según recopilación de Emilio Ravignani, Tomo III, página 812:
"Señor: El asunto es tan abundante en sí que lo único que creo será dificultoso,
es el coordinar las ideas, y aplicarlas al estado en que nuestra provincia se
halla. Yo dejaré al señor Representante, que acaba de hablar, en su molino de
viento y en la comparación que ha hecho con él, y pasaré a contestar a algunas u
otras razones, que ha indicado para querer probar lo complicado del sistema
federal, para fijar después algo más los conceptos que por ahora se le ocurran
al que habla. El sistema "Representativo Republicano bajo la forma federal" es
débil y complicado, porque así lo ha dicho Wáshington. Y ¿cómo éste votó por él,
siendo Presidente de los Estados Unidos?
Esto prueba que él estuvo más bien a los hechos que a lo que se ha indicado. En
cuanto a lo que se ha dicho de la actual república de Colombia, yo creo
efectivamente que su opinión está pronunciada por el sistema de unidad, puesto
que se ha constituido libremente por él a pesar de ciertas vulgaridades que se
han anunciado y de haber división a este respecto, y puedo asegurar que son
falsas. Tan falso es este hecho como lo que se dijo de que 3 mil hombres salían
a Talcahuano; y eran tres mil colombianos, que no siendo necesarios allí, se
retiraban a su patria. Pero se ha dicho por el señor preopinante que las
facciones que forman las provincias formarían una federación de pueblos
dispersos y no más. Primeramente yo creo que es una equivocación notable decir
que bajo el sistema federal, y he aquí todo el error de donde arranca el
dictamen de la comisión a juicio del que habla, y diré que las provincias
quieren de tal modo el sistema federal que lo quieren bajo la misma
clasificación de límites de territorio en que se hallan. Ninguna lo ha dicho más
terminantemente que la que represento; dijo que concurriría al cuerpo nacional
con tal que no se la quiera sujetar a ninguna otra. Y he aquí el cimiento de
arena sobre que la Comisión fija su dictamen, que más bien es una disertación
académica que un verdadero convencimiento. Así, pues, era un error decir que las
provincias pedían de tal modo, la demarcación en que se hallan que de ningún
modo admitirían otro. He dicho, pues, que la provincia que represento, que es la
que cabalmente lo ha dicho el su instrucción, concurriría a la asociación en
término que había de ser bajo la condición –sine qua non– de que no se las
sujetaría a otra; no ha dicho que concurriría de un modo tal que ella no
formaría parte con otra. Esta es la gran equivocación notable. A juicio del que
habla, persuadido con conocimientos prácticos, la nación puede constituirse en
este orden u otro semejante; y hago esta indicación, no porque sea preciso y
necesario que se constituya así, sino como para desvanecer la base en que la
Comisión ha fundado su dictamen. Por ejemplo, la Banda Oriental podría formar un
estado. Entre Ríos, Corrientes y Misiones otro, de lo que ya hay un ejemplo, en
que mandando al coronel Ramírez formaron una provincia; otro la provincia de
Santa Fe con Buenos Aires, bajo tal organización que su capital se fijase en San
Nicolás o en el Rosario o en el punto que se considere más céntrico. La de
Córdoba tiene todas las aptitudes por su riqueza y todo lo necesario para ser
sola; Rioja y Catamarca, otro Estado; la de Santiago del Estero y Tucumán otro;
la de Salta se halla en el mismo caso que Córdoba; la de Cuyo otro; y he aquí
vencidas todas las dificultades. ¿Se tiene una resistencia de las provincias en
este caso? No, señor, porque en este caso ni una tiene dependencia de otra ni se
sujeta a otra, sino que entran en igualdad de derechos a formar un Estado, y
sería consumar en ellas el –ultimátum– lo del capricho y de la tenacidad el
creer que no se sujetasen a tal organización. Dígase ahora si en estas
provincias en este Estado hay población y riqueza, e instrucción cual es
necesario. Yo digo que sí. Se me había olvidado indicar que el Paraguay se halla
en el mismo caso que los de Salta y Córdoba. ¿Cuál es, pues, la gran dificultad?
¿Hay alguna? ¿Han dicho las provincias por medio de sus Representantes, de algún
periódico, o por otro medio, que quieren constituirse del modo que se hallan en
la actualidad formando un Estado? No señor; lo que han dicho es base de un
sistema federal, que sea compatible con su instrucción, población y demás
circunstancias, y esta indicación precisamente lo manifiesta. Cuando se hubiese
satisfecho este reparo y se hubiese demostrado que estas provincias no están por
esta división u otra semejante, entonces se habría demostrado la incapacidad en
que se halla de constituirse bajo la forma federal, y de llevarlo a efecto. Para
cuando se me satisfaga me reservo a hablar, y haré ver que las provincias se
hallan en la aptitud necesaria para organizarse bajo la forma federal. Pasaré
ahora a los tres argumentos que sé hacen de ilustración, población y riqueza. En
cuanto el ramo de ilustración es lo que en mi juicio conforma con la opinión de
la provincia que represento, y es lo que me ha decidido por el sistema federal;
una de las razones que se han indicado de la conveniencia que tenemos en que
Bolivia quedase en el uso de sus derechos es ésta: la ilustración de Bolivia no
es comparable, después de la salida del dominio Español, con estas provincias;
luego formando una masa de ella, tendrían que contramarchar las nuestras en el
sistema de unidad. Mañana se incorporará el Paraguay, y aquí hay una masa
general que tiene que contramarchar o dar un salto imposible al Paraguay.
Aplíquese el mismo caso a Corrientes y a Misiones, porque la ilustración de
Corrientes es mucho mayor que la de Misiones; pero no se podrá decir que es
igual a la de Buenos Aires o Córdoba. ¿Cuál, es pues, el único remedio? El
sistema federal; porque v. gr. Buenos Aires tiene ilustración y una experiencia
práctica con el roce y trato que le proporciona su posición con los extranjeros,
ha adoptado la tolerancia de cultos como cosa ventajosa al país; ¿pero la
admitiría la de Córdoba?; y he aquí cómo en esta provincia el sistema federal
obra según su ilustración, y las ventajas que consiga serán en proporción a su
ilustración, y para que cada provincia conozca las ventajas y se ilustre, es que
se debe dejar que cada una en su órbita se coloque en la situación y capacidad
que tiene, sin que a ninguna se la obligue, oponiéndole las trabas a
contramarchar ni a depender de otra.
Es
preciso observar que cada una debe arreglarse a la capacidad que tenga para
dirigirse. Y yo pregunto: ¿Es tanta la diferencia y multiplicación que hay de
empleados que se necesite de esa ilustración en el grado que se pretende para el
desempeño de los destinos públicos? Yo creo que es muy poca la diferencia que
hay de una a otra provincias. Señor, gastos para estas legislaturas; primero:
las legislaturas, siendo dentro del territorio de las provincias, se hallan en
igual caso que la de Buenos Aires, que los miembros de ellas no tuvieron sueldo
alguno para servir este destino, sino que lo observan por honor, mirando este
cargo como una carga concejil. ¿Cuál es, pues, la multiplicación de gastos? En
cuanto a la capacidad y aptitud de sus habitantes, yo encuentro que en esos
pueblos hay hombres con tanta capacidad y aptitud como los que se pueden
encontrar aquí, y aunque no en tanto número, esto es lo general, porque yo lo he
observado muy de cerca habiendo transitado por ellos; y me he sorprendido al
observar que hay mas ilustración que la que se creía. Además de que para la
organización y arreglo interior de cada provincia lo que se necesita es un
conocimiento práctico y un deseo de mejorar, y éste es más nato, y es más propio
de los vecinos y naturales de aquel lugar, y de aquellos cuya permanencia está
allí arraigada, que de otros que tengan que venir de fuera. ¿Dónde, pues, está
este obstáculo de la falta de ilustración? Yo no sé cómo se pueda demostrar.
Insistiendo más sobre la materia ¿qué es lo que buscamos? Que el país se ilustre
lo más breve posible. ¿Y cuál es el medio más fácil de conseguir esto?; la
ilustración práctica, que se adquiere en el ejercicio de esos empleos públicos,
que son como escala para venir en la misma clase y línea a desempeñar en la
reunión de la federación empleos de igual naturaleza, pero que requieren mayor
contingente de luces y capacidad.
Pasemos a la falta de población. Señor: los cantones suizos yo no sé que
población ni qué ilustración tenían cuando se declararon independientes; estoy
por decir, según lo que he leído, que era menos que la nuestra; primero, porque
en aquella época en que ellos se declararon independientes las luces eran
bastantes escasas; segundo, porque la clase de un pueblo puramente pastor, no le
podía proporcionar sino conocimientos muy escasos. En cuanto a los Estados
Unidos de América, donde hay una extensión inmensa de territorio, que tomaba
desde el Atlántico hasta el Pacífico 800 a 900 leguas, en ese territorio ¿qué
población tenían en aquella época en que se declararon independientes? Menos de
tres millones; ¿y qué población era ésta? Yo creo que la población debe
considerarse respectiva al lugar; ¿qué ha sucedido?; lo que era natural: que
siendo el medio más fácil para aumentar su población una marcha que guarda
consonancia con los principios de sus naturales, hoy asciende su población a
once millones. ¿Qué población tenían las Floridas cuando entraron en poder de
los Estados Unidos por el gobierno español?: una población pequeña como de 15
mil habitantes; ¿Y esta población de qué era compuesta?; por lo general de
algunos españoles pescadores y castas; y esto ha obligado a los Estados Unidos a
hacer que la Indiana y otros territorios, posteriormente compongan estados
independientes unos de otros, pasando actualmente de veinte. ¿Y ha sido óbice el
ser poblaciones pequeñas para que los Estados Unidos hayan hecho esto? No señor;
todo lo contrario; desde el momento que los Estados Unidos han encontrado un
territorio regular capaz de declararlo Estado, ya lo declaró tal. Mas entre
nosotros todo al revés, todo el empeño es coartar que un Estado llegue a
constituirse tal Estado, y hacer que se organice de tal modo que los unos
detengan sus progresos y los otros retrograden. ¿Y qué inconvenientes han
hallado los Estados Unidos en este caso? Ninguno. Lo único que se ha palpado es
la prosperidad y todo género de ventaja, y eso es lo que les ha hecho llegar a
un estado de perfección, según nos lo refiere la historia, a pesar de haber
tenido el intermedio de una guerra. Pero aproximándonos más a la cuestión, se
entra en lo práctico, y éste es tal vez el punto de contacto de donde debe
arrancar la cuestión. ¿Cuál es la forma del gobierno porque la mayoría de la
población de las provincias se ha decidido? Yo prescindí de lo que dijo un señor
diputado, que no le llamé al orden, porque es muy odioso el acto de llamar al
orden al que habla, cuando decía que era un yugo el que sufrían las provincias;
cuando por una cosa menor en que se hablaba de un gobierno pasado, en que había
alguna diferencia, tuvimos recientemente un ejemplo práctico, que yo quisiera
que no hubiera sucedido en la Sala; pero yo deseando que sea la opinión libre,
en el juicio del que habla, ésa es su opinión; y así lo pudo manifestar
igualmente el señor preopinante. ¿Pero podrá negarse lo que un representante de
Corrientes dijo, que antes tomó la palabra, de que la provincia Oriental se ha
decidido por el sistema federal? ¿Y cuál es ese caudillo o ese gobernador
vitalicio que la oprime para que la obligue a dar esta opinión? ¿Podrá negarse
que la provincia de Entre Ríos acaba de manifestar su opinión de un modo el más
propio, consultando a sus departamentos y diciéndoles que manifestasen cuál era
su voluntad, y los cinco contestes han declarado que están por el sistema de
federación? ¿Dónde hay aquí una cosa que prueba que el Gobierno haya impelido a
obrar de este modo y no de otro a estos departamentos? La de Córdoba lo ha hecho
tan fuertemente que el señor diputado ha supuesto ser ella el jefe de la
federación, y que se le debe a Artigas; ¿este mismo acto no lo reprodujo el año
20, y actualmente no lo acaba de manifestar? Señor, si la provincia de Córdoba
estuviera oprimida, como se ha dicho, no hubieran tenido los Representantes de
la Junta de Córdoba la energía de representar a la faz de ese gobernador, al
Congreso, nada de coacción, siendo en contra de los sentimientos de tal jefe.
Pero al contrario, los sentimientos que animan a ese gobernador van en tanta
consonancia con los individuos de la Junta y hasta con los de la provincia toda,
que no hay prueba de que la opinión de ésta sea forzada. Si es la provincia que
represento, tampoco encuentro elementos en qué apoyar esa opresión del jefe que
la gobierna, ni cómo puede sostenerse ese despotismo donde no hay fuerzas ni
medio para ello; ni sé con quién pueda contar para esto, cuando ella sostuvo una
guerra dilatada por no depender de la del Tucumán, como subalterna. Pasemos,
pues, a la provincia de Salta. Dígase lo que se quiera, yo he estado en esta
provincia cuando se consultaba del modo más fuerte y libre, y convocando a que
fuesen a dar sus ideas los ciudadanos que quisiesen ejecutarlo. La provincia
misma de Salta tomó en consideración (y no uso de expresiones que en aquel caso
vertió un representante) los males que habían causado la dislocación de un
verdadero sistema federal; y este es error clásico.
Sr. Castellanos: Me parece que es demasiado avanzar entrar a clasificar la
opinión de la provincia de Salta.
Sr. Dorrego: Pero si yo digo que esto es a mi juicio.
Sr. Castellano: Pues es falso, es errado, porque está considerado por la misma
provincia.
Sr. Dorrego: Si yo voy hablando en mi opinión; lo he dicho así, que es lo que he
observado; como hombre público y privado ¿puede hacérseme cambiar esto?
Contésteme, pero yo puedo expresar mis ideas del modo que quiera. La provincia
de Salta cuando menos, a juicio del que habla, no está pronunciada de un modo
exclusivo y terminante por el sistema de unidad; y la prueba es que creo que en
las instrucciones se ordena que en el caso de que se decida el Congreso por el
sistema federal, no se haga oposición o resistencia, porque tiene deseo de
conformarse con él. Ésta es una prueba clásica; ya no es mi opinión sola, ya son
las instrucciones. De consiguiente, señor, queda demostrado que la opinión
pública por más que se diga y se reclame por actos positivos y terminantes, está
tan decidida por el sistema federal, que aun confundiéndose en alguna parte la
desorganización y los males que ella causa, sin embargo están por el sistema
federal. ¿Qué será cuando se considere que este sistema es una perfección de
organización, es el medio de arribar al camino más breve de adquirir más
ventajas que el de unidad, que nos pone en distancia de ellas? Pero hay más,
hasta el local de la capital se encuentra en este caso; porque en un sistema de
unidad generalmente debería desearse ese impulso que da la proximidad a todos
los puntos de la capital, para que no nos presentásemos en un estado de
debilidad. En la otra forma de gobierno los recursos serían más prontos, porque
es indudable que cada Estado tendría su milicia disciplinada y arreglada de un
modo más exacto, y como en la forma de gobierno que tenemos no solamente las
tropas de línea, sino las masas de cuerpos nacionales han de contribuir a la
defensa del Estado, éstas serían mejor dispuestas y mucho más emuladas para
demostrar tanto valor y energía en la campaña como el que más. Lo real y
positivo es que aquel sistema es mejor donde el absolutismo y la tiranía están
más distantes. Yo creo que no hay quien pueda creer que haya igual distancia y
proporción bajo el sistema federal que bajo el sistema de unidad. Uno solo gira
bajo el sistema de unidad; bajo el nombre de gobierno dispone toda la máquina y
la hace rodar; pero bajo el sistema federal todas las ruedas ruedan a la par de
la rueda grande. No sé que se pueda presentar el ejemplo de un país, que
constituido bien bajo el sistema federal, haya pasado jamás a la arbitrariedad y
al despotismo; más bien me parece que el paso naturalmente inmediato es del
sistema de unidades al absolutismo o sistema monárquico. Pero quiero estrechar
más la cuestión a mi modo de ver. Supongamos que este sistema federal contengan
errores y males que vengan a perjudicarnos pregunto, ¿la masa general decidida
por el sistema federal, no pondría un empeño en que él se ponga en planta, si
probase que los errores que se le atribuyen son falsos?. Así como en la guerra
de la Independencia era el clamoreo del gobierno de España y de toda la Europa
de que no éramos capaces, y que no teníamos recursos para quedar independientes,
y todos nosotros hicimos empeños y esfuerzos para hacerles creer que teníamos
recursos y disposición bastante para hacernos independientes. Esta tendencia o
disposición de la masa general a recibir con gusto el sistema federal ¿no es una
ventaja? ¿Por qué los legisladores han querido hacer creer que la dominación era
una emanación de la divinidad para inspirarles un deseo de respetarla? Pero
pongamos aun la cuestión bajo el punto de vista de que efectivamente ella nos
proporcione ventajas reales y que pueda causar algunos males ¿no podrá ponerse
un artículo en la Constitución, fijando un término o período regular para que
ella sea revisada? Si es posible aún establecer por la misma Constitución unos
censores públicos de ella, que observen las dificultades y defectos que ocurran
para ponerla en planta. Por medio de esto y en vista de los convencimientos
prácticos que hagan presente el Congreso en su reunión a una época dada, sería
imposible que se opusiesen los pueblos, ni es creíble que ellos quisieran
hacerse desgraciados, ni que quieran una Constitución que les proporcione males,
y que los ponga en una disposición más fácil de ser invadidos y confiscados. Por
este medio, pues, que he indicado de un término regular dado para revisarse la
Constitución, queda el Congreso en aptitud de ver si realmente existen estos
males y temores que se han indicado. Pero ya que esto es lo que urge de un modo
fuerte a juicio del que habla, no es un paso natural y sencillo el que se da del
sistema federal al de unidad. Indudablemente a la inversa, señor, es un paso
violento e implicado y que el menos en la misma autoridad encontraría
resistencia el que se diera del sistema de unidad al federal. Así es que he
observado de muchos que, aunque con sana intención, creyeron que el país
necesitaba una autoridad que fuera emanada de las legitimidades para mandarnos,
siendo eternamente los pueblos
inclinados
a ésta, han opinado por esto por el sistema de unidad, por ser lo natural. No se
me reproche la falta de método con que he considerado los argumentos; y así
pasaré ahora a lo que se ha dicho sobre la falta de recursos. Yo pregunto: ¿se
han deslindado hasta ahora, o se han organizado en la mayor parte de las
provincias las rentas que pueden dar? No, señor. Si ellas se deslindasen bajo el
sistema federal, se vería que tenían suficientes recursos; por otra parte ¿la
riqueza y la población no van en aumento? Si hoy se encuentra que hay algún
pequeño déficit, mañana habrá algún sobrante. Nos ha arredrado nuestra
revolución en el caso en que nos hallamos por no estar igualadas las entradas
con las salidas. Pero se ha pasado, a pesar de que no se podía creer, porque se
ha dicho, esto no es común ahora, y metodizándonos debemos esperar en adelante
que haya rentas suficientes para sostener no solamente a los empleados públicos,
sino también para amortizar nuestras deudas y aun para establecer un fondo, que
nos ponga en aptitud de entablar proyectos de lujo que nos proporcione ventajas.
Pero hay más; un jefe bajo el sistema federal demanda tan pocos empleados, que
se observa en los Estados Unidos que el Presidente de la nación no goza más
renta que la de 25 mil pesos y así proporcionalmente en los demás; pero bajo el
sistema de unidad el lujo y el boato y la multiplicación de empleos ha de ser de
una naturaleza diferente. No nos engañemos, y esto ha de ser práctico: bajo el
sistema federal los funcionarios públicos adoptan ese espartanismo que en los
gobiernos nacientes como el nuestro es tan necesario, y que no sólo produce la
economía, sino que conserva el amor a la libertad; porque aunque despreciable
aquel principio que la libertad y la riqueza no se amalgaman; es indudable que
el considerarlo de otro modo, en ese caso es perjudicial.
No sé, pues, si me será fácil hacer un pequeño epílogo para reasumir las razones
que he dado. Tales son que no existen el inconveniente de que las provincias
formarían pueblos dispersos en fracciones muy pequeñas; que la ilustración no
está en contra de esto, sino que al contrario ellas son las que lo exigen: tales
son que no hay falta de rentas y recursos para poderse conservar en el sistema
federal; tales son: que el sistema federal está en consonancia con una mayoría
tal que no sólo se ha pronunciado por él de un modo formal y enérgico, sino que
será dificultoso hacerla contramarchar, para que reciba otra forma de gobierno.
Y aquí se me recuerda lo que dijo un señor diputado que me precedió en la
palabra, que no sé con qué objeto trajo el ejército de la Banda Oriental. En dos
extremos lo indicó. Dijo que ha encontrado trabas, no bajo el sistema federal,
porque éste no existe, sino que las ha encontrado bajo de esa especie de
simulacro, bajo el sistema federal. Al contrario, bajo el sistema de unidad
imperfecto y desorganizado en que nos hallamos, es que se encuentran trabas, mas
cuando estaban en el de federación, aunque imperfecto, ellas concurrieron para
la formación de ese ejército con sus contingentes, y algunas lo dieron aun con
exceso, porque el espíritu de patriotismo y de la independencia está en la
sangre de la masa, y cuando ocurre una guerra los individuos cooperan de todos
modos. Pues qué: ¿se cree que haya un individuo que merezca el nombre de
argentino, que no sea capaz de desear que llevemos al Brasil nuestro sistema? No
señor, eso sería una equivocación y una injuria a los pueblos. De lo expuesto,
pues, parece que los inconvenientes y dificultades que se indicaron cuando se
trató de la forma de gobierno, no son de la naturaleza tal como entonces se
manifestaron; y que el sistema federal es no sólo conforme al voto de la
provincia que represento, sino al voto general de todas ellas; y acabo de
exponer las razones que me condujeron en aquella época a decir que las expuestas
por la Comisión no me habían hecho fuerza".
Fuente: www.urquizadenis.com.ar
[Imagen: Monumento Histórico Nacional que recuerda el fusilamiento del Coronel
Don Manuel Dorrego, enclavado en el Parque que lleva su nombre a pocos
kilómetros de la Ciudad de Navarro]
El trágico fusilamiento de Dorrego por orden de Juan
Lavalle constituye hasta el presente uno de los episodios más inexplicables de
la historia argentina del siglo XIX. Los historiadores han podido reconstruir
hasta al mínimo detalle los acontecimientos que rodearon aquel trágico 13 de
diciembre, gracias a la supervivencia de abundante material documental: las
cartas del propio Dorrego a sus seres queridos, las misivas entre Lavalle y sus
ministros, los pedidos de clemencia de diversas personalidades y las memorias de
testigos presenciales.
Comunicado de Lavalle dando cuenta de la captura de Dorrego, 11-12-1828
Señor ministro.
En este momento he recibido una nota del teniente coronel de húsares don
Bernardino Escribano, dándome parte de haber prendido al coronel Dorrego en las
inmediaciones de Areco, y de conducirlo a este punto...
Saludo al señor ministro, repitiéndole mis asentimientos de aprecio"
Juan Lavalle
Carta del Almirante Brown,
gobernador delegado en Buenos Aires, a Lavalle, aconsejándole que permita a
Dorrego salir del país, 12-12-1828 (a la noche)
El
fusilamiento
El 1 de diciembre de 1828, el primer gobernador de Buenos Aires elegido por el
voto popular es destituido por una revolución nacida en espurios intereses.
El primer Federal que accedía a gobernar Buenos Aires, él, el indómito al que
tanto admiraban los habitantes de las orillas urbanas de Buenos Aires y el
gaucho de la campaña, era derrocado por los representantes de intereses
absolutamente contrapuestos.
Las fuerzas del Gral. Juan Galo Lavalle hacen huir al Gobernador Dorrego, y éste
sale en procura de apoyo para reconquistar el poder perdido. El 9 de diciembre,
ocho días mas tarde del derrocamiento, ambas fuerzas antagónicas se enfrentan en
batalla en los campos de Navarro. Las fuerzas de combate de Dorrego no pueden
con el armamento y el número de sus opositores, y derrotado, vuelve a huir.
Lavalle, al mando de sus hombres, queda acampando a la vera de la laguna, en la
estancia de Juan Almeyra, a la espera de la captura de su derrocado y derrotado.
En su huída, el 10 de diciembre, al atardecer, Dorrego llega a Salto Argentino y
creyéndose a salvo de sus perseguidores se decide a descansar en la estancia de
su hermano Luis, lugar donde también se encuentra acampando el Regimiento N° 5
de Húsares, comandado por el amigo de Dorrego, Coronel Ángel Pacheco, quien está
dispuesto a ayudar al Gobernador destituido, pero su segundo jefe de Regimiento,
el Comandante Bernardino Escribano, obedece la orden de detención de la que se
entera en el momento y sublevando el regimiento acampado a favor de los
revolucionarios comandados por Lavalle, toma prisioneros al Cnel. Manuel
Dorrego, a su hermano Luis y a su jefe directo, el Cnel. Pacheco.
Los
tres detenidos son conducidos a Buenos Aires en un birlocho debidamente
custodiado, pero en las cercanías de la Cañada de Giles, la comitiva es
interceptada por el Coronel Federico Rauch (declarado enemigo del Gobernador)
quien otorga libertad a Luis Dorrego y a Pacheco y los hace seguir viaje a
Buenos Aires, mientras que a Manuel lo conduce detenido hasta Navarro. En la
mañana del 13 de diciembre, -muy temprano- Dorrego es demorado en el pueblito de
Navarro a la espera de las órdenes de Lavalle que estaba instalado en la
estancia El Talar -de Almeyra-.
A las 13,15, el Mayor Juan Elías, responsable de la vigilancia y cuidado del
detenido, es informado por un ayudante de Lavalle que debe transportar a Dorrego
hasta la estancia donde él tiene instalado su campamento.
El Gobernador capturado llega a El Talar alrededor de las 14 horas. La orden fue
terminante por parte de Lavalle: -"...Intímele que en una hora será fusilado"
seguido de: - " ¡No quiero verle ni oírle"
El párroco de Navarro, Juan José Castañer –primo del infortunado condenado- lo
asiste espiritualmente en esos últimos momentos. Dorrego redacta sendas cartas a
su esposa y a sus hijas, redacta instrucciones de orden administrativo y se
despide mediante cartas de sus amigos, a la vez que ruega se renuncie a
cualquier acto de venganza derivado de su muerte. Apoyado en el brazo de su
primo y sacerdote de Navarro, y en el de amigo y camarada Lamadrid marcha hacia
el patíbulo.
Intercambia su chaqueta con el Gral. Lamadrid, entrega los tiradores de seda de
sus pantalones para que le sean alcanzados a su hija, y entrega su vida ante el
pelotón de fusilamiento en una tórrida siesta de diciembre.
El pueblo de Navarro junto al gauchaje de toda la provincia lloraron el injusto
fusilamiento de su Gobernador, anónimamente a modo de póstumo y secreto homenaje
se escribían versos como estos:
"Cielito, cielo que sí cielito, cielo nublado. Murió el coronel del Pueblo. En
los pagos de Navarro..."
Una cruz de ñandubay marcó por muchos años el lugar del fusilamiento y,
ciertamente, otras habrán sucedido a ella en la función señal y memoria; hasta
que en el año 1925, una delegación de niños y docentes de la Escuela N° 17 a
cargo de la maestra Ana Bildostegui y con el niño Poncio Ariet como abanderado,
reemplazó la dañada cruz de madera dura por una nueva de hierro forjado
realizada en la herrería de Aristía Hnos.
El
encargado de la Estancia El Talar de entonces, alambró un pequeño perímetro para
protegerla del daño de vacas y caballos, hasta que en el año 1928 –centenario
del fusilamiento- familiares de Dorrego costean un monolito de ladrillo que
servía de basamento a una cruz de lapacho.
En la misma fecha, 13 de diciembre de 1928, en Navarro se impone el nombre
Dorrego a la actual calle 111 y se inaugura el busto del prócer en la plaza
homónima.
Cuarenta años después, en ese mismo sitio donde se levantaba el monolito y la
cruz, se construye el monumento y templete gestionado por el entonces Intendente
Municipal Don Roberto Romeo, y es inaugurado el 7 de mayo de 1968 con la
presencia del Gobernador de Buenos Aires, Gral. Francisco Imaz.
La carta original de Dorrego que incluyo a usted le informará de sus deseos de
salir a un país extranjero, bajo seguridades: mi opinión a este respecto, como
particular, está de conformidad, pero asegurando su comportamiento de no
mezclarse en los negocios políticos de este país... Esta es mi opinión privada,
mas usted dispondrá lo que considere mejor, para asegurar los grandes intereses
de la provincia; quedando su muy atento amigo y servidor
W. Brown
Carta de Juan Cruz Varela a
Lavalle, sugiriendo veladamente la necesidad de la ejecución de Dorrego,
12-12-1828
Señor don Juan Lavalle
Mi general:
Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha
hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos de usted;
esto será lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias... En
fin, usted piense que 200 o más muertos y 500 heridos deben hacer entender a
usted cuál es su deber...
Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes, se
dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su
atento amigo y servidor
Juan C. Varela
Carta de Salvador María del
Carril a Lavalle, sugiriendo la necesidad de tomar medidas drásticas contra
Dorrego, 12-12-1828
Señor general don Juan Lavalle
Querido general:
(...) Ahora bien, general, prescindamos del corazón en este caso (...)
Así, considere usted la suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18
años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento
(...). En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el que
gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella.
Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión
me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría,
la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo
que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza
a la hidra, y no cortará usted las restantes; ¿ entonces, qué gloria puede
recogerse en este campo desolado por estas fieras ?. Nada queda en la República
para un hombre de corazón".
Salvador María del Carril
Fragmento de las memorias del
general Gregorio Aráoz de Lamadrid, escritas veinte años después de los hechos
de que fuera testigo presencial
"Fui a ver al general Juan Lavalle a solicitar su permiso para hablar con el
señor Dorrego así que llegara. Dicho general (...) me permitió verle así que
llegara y lo hice en efecto, al momento mismo de haber parado el birlocho en
medio del campamento y puéstosele una guardia. Subido yo al birlocho y
habiéndome abrazado, díjome: "¡ Compadre, quiero que usted me sirva de empeño en
esta vez para con el general Lavalle, a fin de que me permita un momento de
entrevista con él!" (...). "Compadre -le dije-, con el mayor gusto voy a servir
a usted en este momento". Corrí a ver al general, hícele presente el empeño
justo de Dorrego...; mas viendo yo que se negó abiertamente a ello, le dije: "¿
qué pierde el señor general con oírle un momento...?". "¡No quiero verle, ni
oírlo un momento¡"...
Salí desagradado, y volví sin demora con esta funesta noticia a mi sobresaltado
compadre.
Al dársela se sobresaltó aún más, pero lleno de entereza mi dijo: "¡Compadre, no
sabe Lavalle a lo que se expone con no oírme! Asegúrele usted que estoy pronto a
salir del país; a escribir a mis amigos de las provincias que no tomen parte
alguna por mi...
Bajéme conmovido y pasé con repugnancia a ver al general. Apenas me vio entrar,
díjome: "Ya se le ha pasado la orden para que se disponga a morir, pues dentro
de dos horas será fusilado; no me venga con muchas peticiones de su parte". ¡Me
quedé frío! "General, le dije, ¿ por qué no le oye un momento, aunque lo fusile
después?". "¡No lo quiero!", díjome, y me salí en extremo desagradado y, sin
ánimo de volver a verme con mi buen compadre...; pero en el momento se me
presenta un soldado a llamarme de parte de Dorrego, pidiéndome que fuera en el
momento.
Al momento de subir al birlocho se paró con entereza y me dijo: "Compadre, se me
acaba de dar la orden de prepararme a morir dentro de dos horas. A un desertor
al frente del enemigo, a un bandido, se le da más termino y no se le condena sin
oírle y sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quien ha dado esta facultad
a un general sublevado? Proporcióneme usted, compadre, papel y tintero, y hágase
de mi lo que se quiera. ¡Pero cuidado con las consecuencias!".
Fragmento de una carta de Juan
Estanislao Elías, edecán de Lavalle en 1828, y encargado de comunicar a Dorrego
su inminente ejecución, quien años después narra a su hermano la reacción
inicial del condenado (12 de junio de 1869)
Señor don Angel Elías
Mi estimado hermano:
(...) Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro frente a la sala que
ocupaba el general Lavalle, y desmontándome del caballo fui a decirle que
acababa de llegar con el coronel Dorrego.
El general se paseaba agitado a grandes pasos y al parecer sumido en una
profunda meditación, y apenas oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo
estas palabras que aún resuenen en mis oídos después de cuarenta años: Vaya
usted e intímele que dentro de una hora será fusilado.
El coronel Dorrego había abierto la puerta del carruaje y me esperaba con
inquietud. Me aproximé a él conmovido y le intimé la orden funesta de que era
portador.
Al oírla, el infeliz se dio un fuerte golpe en la frente, exclamando: ¡Santo
Dios!
Amigo mío, me dijo entonces, proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con
urgencia al clérigo Castañer, mi deudo, al que quiero consultar en mis últimos
momentos (...).
Como la hora funesta se aproximaba, el coronel Dorrego me llamó y me dio las
cartas, una que todo el mundo conoce, para su esposa, y la otra de que yo solo
conozco su contenido, para el gobernador de Santa Fe don Estanislao López.
Ambas cartas se las presenté al general Lavalle, quien sin leerlas me las
devolvió, ordenándome que entregase la dirigida a su señora y que a la otra no
le diera dirección.
Juan Elías
Carta de Manuel Dorrego a su
esposa, 13-12-1828
Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo
morir; ignoro por qué; mas la Providencia Divina, en la cual confío en este
momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis
amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí.
Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no lo has podido ser
en compañía de este desgraciado.
M. Dorrego
Acta
de defunción
Mientras Lavalle escribía el parte al
Almirante Brown, a 300 metros suyos el cuerpo de Manuel Dorrego yacía tirado en
el campo. Hay indicios ciertos que luego de la ejecución, hubo ensañamiento con
el cadáver. Así lo indica el testimonio de la Comisión Oficial, que por orden de
Rosas, ni bien asumió el Gobierno se trasladó de Buenos Aires a Navarro con el
fin de exhumar los restos de Dorrego, tarea que se llevó a cabo el 13 de
diciembre de 1829, es decir al año justo de su muerte.
El informe firmado por el camarista don Miguel de Villegas dice en parte:
"Que encontraron el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada
del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil al
parecer, en el costado izquierdo del pecho..."
Luego del fusilamiento (si así se lo puede llamar) el acongojado pariente de
Manuel Dorrego, el clérigo Juan José Castañer, se hace cargo del cadáver, ya que
ni siquiera se permitió a los más cercanos deudos llegarse hasta Navarro para
ver los restos, no obstante los ruegos de los familiares que hicieron llegar al
Sr. Ministro Díaz Vélez con tal fin. En cambio el recinto sagrado de nuestra
histórica Parroquia, el mismo día 13, abrió de par en par sus puertas para
recibir el cuerpo del infortunado Gobernador de Buenos Aires. Luego que fuera
velado toda la noche, con la presencia escasa de algunos vecinos asombrados, que
esporádicamente se acercaron al féretro.
El día 14, Manuel Dorrego fue enterrado en el Cementerio de Navarro, que
entonces estaba junto a la Iglesia. El lugar de su sepultura dice el mismo parte
de Villegas que estaba:
"a cinco y media varas de su frente y puerta principal, con la diferencia de dos
tercios en que daba hacia su parte lateral izquierda..."
Concluido el sepelio, el párroco de Navarro, de puño y letra, dejó labrada la
siguiente acta de Defunción, que está guardada como reliquia histórica de gran
valor en nuestra iglesia y dice así:
"Manuel Dorrego- En el día 14 de diciembre de 1828, yo, el abajo firmado,
teniente cura de esta Capilla de Navarro, sepulté con oficio y misa de cuerpo
presente, todo cantado de primera clase, el cadáver del coronel don Manuel
Dorrego, natural de Buenos Aires, esposo de doña Angela Baudrix. Recibió los
Sacramentos de que doy fé.
Firmado: Juan José Castañer."
Misivas a sus hijas escritas en
otros trozo de papel, 13-12-1828
Mi querida Angelita [se refiere ahora a una de sus hijas, no a su esposa]: te
acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre.
Mi querida Isabel [otra de sus hijas]: te devuelvo los tiradores que hiciste a
tu infortunado padre.
Sed católicos y virtuosos, que esa religión es la que me consuela en este
momento".
M. Dorrego
Carta de Manuel Dorrego a su
amigo Miguel de Azcuénaga, 13-12-1828
Señor don Miguel S. Azcuénaga:
Mi amigo, y por usted a todos: Dentro de una hora me intiman debo morir, ignoro
por qué; la Providencia así lo ha querido. Adiós, mis buenos amigos, acuérdense
ustedes de su
M. Dorrego
Carta de Manuel Dorrego a su
sobrino, 13-12-1828
Señor don Fortunato Miró:
Mi apreciado sobrino: Te suplico arregles mis cuentas con Angela, por si algo le
toca para vivir a esa desgraciada, recibe el adiós de tu tío
M. Dorrego
Nuevas indicaciones a su esposa
en otro trozo de papel, 13-12-1828
Mi vida: mándame a hacer funerales, y que sean sin fausto. Otra prueba de que
muero en la religión de mis padres,
tu Manuel
[y añade]
"Todos los documentos de minas en compañía de Lecoc están en la cómoda vieja;
que Lecoc sea dueño de todas y dé a mi familia lo que tuviese a bien.
Que Fortunato te entregue lo que a conciencia crea tener mío.
Calculo que Azcuénaga me debe como tres mil pesos.
José María Miró, mil quinientos.
De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás
las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado.
A Manuel, la mujer de Fernández, les darás trescientos pesos.
A mis hermanos, y demás coherederos, debes darles o recabar de ellos como mil
quinientos pesos, que recuerdo tomé de mi padre y no he repartido a ellos".
Carta a Estanislao López,
gobernador de Santa Fe, 13-12-1828
Señor gobernador de Santa Fe don Estanislao López.
Mi apreciable amigo: En este momento me intiman a morir dentro de una hora.
Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores.
Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de
derramamiento de sangre. Soy su afectivo amigo.
Manuel Dorrego
Comunicado de Lavalle dando
cuenta del fusilamiento, 13-12-1828
Señor Ministro:
Participo al gobierno delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser
fusilado por mi orden al frente de los regimientos que componen esta división.
La historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha
debido o no morir; y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado
por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público.
Quisiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires, que la muerte del coronel
Dorrego es el sacrificio mayor que pueda hacer en su obsequio.
Saludo al señor ministro con toda atención
Juan Lavalle
Carta de Díaz Vélez a Lavalle,
quien ignorando que el fusilamiento ya se ha producido, comunica que el
representante del gobierno de EE.UU. estaba dispuesto a facilitar a salida de
Dorrego del país, 13-12-1828
Señor don Juan Lavalle
Mi querido general y amigo de toda mi estimación:
(...) En esta misma posición, es en la que llego como amigo suyo y de Dorrego, a
interponer mi mediación, para que él vaya a Estados Unidos, y explicaré cómo
debe ser en mi opinión... Dorrego debe salir inmediatamente sin toca en el
pueblo, extrañado perpetuamente, dando garantías que podrán prestarlas los
mismos mediadores, y privado también de la ciudadanía, etc. Esto es digno, más
que fusilarlo, aun después de un juicio muy dudoso, si se han de consultar los
ápices de la justicia"
Díaz Vélez
P.D.: en caso que Dorrego vaya a Estados Unidos, Forbes dará buque al instante.
Carta de Del Carril a Lavalle, en
el que le aconseja fraguar un proceso, para salvar las apariencias de la
ejecución sumaria de Dorrego, 15-12-1828
Señor general don Juan Lavalle
Mi querido general:
(...) Me tomo la libertad de prevenirle, que es conveniente recoja usted un acta
del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de
esta clase, redactado con destreza, será un documento histórico muy importante
para su vida póstuma (...). Que lo firmen todos los jefes y que aparezca usted
confirmándolo. Debe fundarse en la rebelión de Dorrego con fuerza armada contra
la autoridad legítima elegida por el pueblo; en el empleo de los salvajes para
ese atentado; en sus depredaciones posteriores...etc.etc.
Salvador María del Carril
Fragmento de las memorias de
Tomás de Iriarte, escritas años después de los acontecimientos de diciembre de
1828
He dicho que desde que supe que Dorrego estaba en poder de Lavalle no dudé un
momento de que éste lo fusilaría, y como prueba de esta convicción, haré mención
de un sueño que tuve en la noche del 13 al 14: bien que no soy hombre que crea
en sueños. Dorrego fue fusilado en la tarde del 13 al frente del ejército en una
estancia inmediata a Navarro; pues bien, yo soñé esto mismo y mi imaginación
ocupada de esta escena mientras estaba despierto, me la representó muy al vivo
mientras dormía, de modo que por la mañana comuniqué el sueño a varios
individuos de mi familia, y varios amigos de confianza. Por la tarde cuando
llegó la noticia del infame asesinato, no me sorprendí lo más mínimo; y al
primero que me la comunicó, le contesté lo que había soñado. La cosa era muy
natural, cuando el ánimo está preocupado y excitado con gran interés en un
objeto, en un desenlace probable de algún suceso, las ideas se repiten durante
el sueño...