El fusilamiento de Dorrego, obra de Rodolfo Campodónico

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Roberto Baschetti - Dorrego, una pasión argentina  |  Manuel Dorrego - Bandos, boletines y proclamas (1820)
Oración fúnebre a Dorrego por Santiago Figueredo, 21 de diciembre de 1829
 

"Fue apóstol, vivió como héroe y murió como mártir"

Por Roberto Bardini

Manuel Dorrego nació el 11 de junio de 1787, fue fusilado el 13 de diciembre de 1828.

Faltaban 11 días para Navidad. A la orden de "¡fuego!", un pelotón de fusilamiento unitario acribilló de ocho tiros en el pecho al coronel federal Manuel Dorrego, ex gobernador de Buenos Aires. Había sido estudiante de leyes, militar indisciplinado en los cuarteles pero valiente en el campo de batalla, apasionado político y patriota hasta los huesos. Fue una víctima más del crónico desencuentro entre argentinos.

Dorrego nació el 11 de junio de 1787 en Buenos Aires. Fue el menor de cinco hermanos, hijos del rico comerciante portugués José Antonio de Dorrego y la argentina María de la Ascensión Salas. En 1803, a los 15 años, ingresó en el Real Colegio de San Carlos y a inicios de 1810 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de San Felipe, en Santiago de Chile. Pronto abandonó las aulas y se unió al movimiento independentista chileno. Exaltado, cambió el traje civil y los libros por el uniforme y las armas. En la milicia del país andino ganó las tres estrellas de capitán al sofocar un movimiento contrarrevolucionario. Tenía 23 años.

Antes de concluir 1810, Dorrego regresa a Buenos Aires y con el grado de mayor se une a las fuerzas armadas encabezadas por Cornelio Saavedra rumbo al norte. En el combate de Cochabamba sufre dos heridas y gana el ascenso a teniente coronel. Más tarde, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, lucha en Tucumán (24 de septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero de 1813). El ejército de Belgrano marcha hacia Potosí sin Dorrego: se queda en la retaguardia, arrestado por indisciplina. Eso le evita las derrotas de Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y Ayohuma (14 de noviembre de 1813), y quizá la muerte en servicio.

El payador uruguayo José Curbelo lo recuerda así:
Argentino, Americano
En la idea y en los hechos
Impulsivo y corajudo
En los embates guerreros
Recibió sendas heridas
En Sansana y Nazareno
Y le pidió a sus soldados
Para seguir combatiendo
Lo alzaran sobre el caballo
Así fue Manuel Dorrego

Breve semblanza

Manuel Críspulo Bernabé Dorrego Salas nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787. Hijo de José Antonio do Rego, próspero comerciante portugués y de María Ascensión Salas. Manuel fue el menor de cinco hermanos, en 1803 ingresó en el Real Colegio de San Carlos destacándose por su viva inteligencia y su facilidad de palabra. Comenzó sus estudios de leyes en Chile, a principios de 1810. Había participado antes en una azarosa aventura ayudando a fugar a la Banda Oriental a un pariente comprometido en el fracasado golpe del 19 de enero de 1809 contra Liniers.

En la Universidad de San Felipe se unió a los que trabajaban por la independencia chilena, se convirtió en uno de los cabecillas de la incipiente rebelión y, al frente de los grupos estudiantiles patriotas, fue el primero en lanzar el grito de “Junta queremos”, cuando los sucesos de Mayo en Buenos Aires animaron a reclamar la renuncia del gobernador español.

Triunfante, tras varias alternativas, el movimiento emancipador en Chile, Dorrego abandonó los estudios, ingresó al ejército y ganó el ascenso a capitán en la represión de un motín antirrevolucionario. De regreso en Buenos Aires se unió a las tropas que marcharon al norte con Saavedra después del desastre de Huaqui. Producida la revolución de Septiembre de 1811, quedó a las órdenes de Juan Martín de Pueyrredón, integrando las avanzadas que, al mando de Diez Vélez, iban en ayuda de los sublevados de Cochabamba.

Herido dos veces en combate, alcanzó el grado de teniente coronel, quedando con la cabeza inclinada hacia un hombro por el resto de sus días a causa de esas heridas. A las órdenes de Belgrano, Dorrego se batió heroicamente en las batallas de Salta y Tucumán. Confinado por actos de indisciplina, estuvo ausente de Vilcapugio y Ayohuma, pero en 1813, ya coronel, tomó el mando de la vanguardia patriota, interviniendo en la formación de las milicias gauchas. Confinado por San Martín por nuevos actos de indisciplina, en mayo de 1814 se ordenó su traslado a Buenos Aires. Al mando de Alvear, luchó contra Artigas y, vencedor de Otorgués en Marmarajá, fue vencido por Rivera en Guayabos.

Lanzado a la lucha política, se pronunció por el gobierno federativo y auspició la autonomía de Buenos Aires. Junto con Manuel Moreno, Domingo French, Agrelo, Pagola y otros, fue decidido opositor del Director Pueyrredón. Intervenía en la Invasión de Santa Fe ordenada por el Director Supremo cuando, molesto por la guerra civil, pidió pasar con su regimiento al ejército que San Martín preparaba en Mendoza. Conocida su oposición a los planes monárquicos, Pueyrredón lo deportó el 15 de Noviembre de 1816. Sólo al tercer día de viaje supo cuál era su destino.

Después de una accidentada travesía llegó a Baltimore, enfermo y sin recursos, reuniéndose al año siguiente con otros opositores de Pueyrredón, también desterrados. Se ignoran las circunstancias de su vida en Baltimore, pero la observación de la vida norteamericana reafirmó sus convicciones federalistas. Volvió a Buenos Aires en 1820, después de la caída del Directorio.

Rehabilitado en su grado de coronel, tuvo el mando militar de la ciudad después de los sucesos del 20 de junio y fue gobernador interino. Trató de negociar la paz con Estanislao López, pero, enfrentado finalmente con éste, fue vencido en Gamonal. Dorrego, entonces, presentó su candidatura a gobernador en la provincia de Buenos Aires. Vencido en las elecciones por Martín Rodríguez, lo hizo reconocer por sus tropas. Siempre en la oposición, fue desterrado a Mendoza, huyó a Montevideo y regresó al amparo de la Ley del Olvido.

En 1823, electo representante entre la Junta, proyectó la supresión de las levas y desde su periódico El Argentino defendió las tesis federalistas en contra del gobierno de Martín Rodríguez y de Rivadavia. En 1825, Interesado en negocios de minas, viajó al norte, visitando a los gobernadores federales Bustos, Ibarra y Quiroga. Vio luego a Bolívar, que lo impresionó profundamente y a quien consideró el único capaz de contener al emperador del Brasil, entonces en actitud amenazante contra las Provincias Unidas.

Electo representante por Santiago del Estero en el Congreso Nacional, al discutirse la Constitución de 1826 sé destacó en los debates sobre la forma de gobierno y el derecho al sufragio. Desde El Tribuno atacó las medidas centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se lo consideraba uno de los dirigentes más caracterizados del federalismo en Buenos Aires. Influyó con su prédica en la crisis que culminó con la renuncia de Rivadavia a la presidencia de la Nación.

En agosto de 1827 fue electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. En esa función lo sorprendió la sublevación unitaria del 1º de Diciembre de 1828 que lo derrocó y lo condenó a muerte por fusilamiento.

A pesar de todo, ese mismo agitado año, Dorrego asciende a coronel y encabeza la creación de milicias gauchas. Apenas ha cumplido 26 años. Los momentos de inacción, sin embargo, lo descontrolan. El inflexible general José de San Martín ordena su confinamiento por nuevas actitudes de indisciplina y en mayo de 1814 es trasladado a Buenos Aires. Allí se pone a las órdenes del general Carlos María de Alvear.

Temperamental en todo
Bromista en los campamentos
Pudo hasta indisciplinarse
Pero puesto en el gobierno
Supo muy bien dónde iba
En defensa de su pueblo
Ni emperador del Brasil
Ni centralismo porteño
Entreveraron las huellas
Que marcó Manuel Dorrego

Alvear le propone al caudillo oriental, José Gervasio Artigas (1764-1850) la independencia de la Banda Oriental a cambio de que retire su influencia de las provincias del litoral. Artigas había dirigido la insurrección de los orientales contra las autoridades españolas en el llamado Grito de Asencio y fue proclamado por sus compatriotas como Primer Jefe de los Orientales. El 20 de enero de 1814, abandonó el sitio de Montevideo -cuyo mando comenzó a monopolizar José Rondeau- y apoyó los pronunciamientos de los paisanos de Entre Ríos y Corrientes. El líder rioplatense rechaza el ofrecimiento de Alvear. Dorrego parte a enfrentarse con el rebelde, con quien -paradójicamente- tiene ideas bastante cercanas. El militar derrota al artiguista Fernando Otorgués en las cercanías del arroyo Marmarajá (6 de octubre de 1814), pero es vencido por Fructuoso Rivera en Guayabos (10 de enero de 1815).

Cada vez que algún retazo
Perteneciente a este suelo
De las Provincias Unidas
Anduvo corriendo un riesgo
Se alzó con su voz valiente
Reclamando ese derecho
Y por la soberanía
Él supo jugarse entero
Así cruzó por la vida
Luchando Manuel Dorrego

Joseph Conrad, autor de novelas marineras, escribe en el cuento La Laguna (1898): "Un hombre no debe hablar sino del amor o la guerra. Tú sabes qué es la guerra y en la hora del peligro me has visto lanzarme en busca de la muerte como tantos otros en busca de la vida". Amor y guerra, muerte y vida: estas palabras pueden aplicarse a la trayectoria de Dorrego, quien a su regreso a Buenos Aires, en 1815, se casa con Angela Baudrix. De la unión nacieron dos hijas: Isabel en 1816 y Angelita en 1821.

El impetuoso Dorrego se lanza a la lucha política. Se declara partidario de un gobierno federativo y fomenta la autonomía de Buenos Aires. Con Manuel Moreno y otros patriotas se opone a Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Finalmente, para no participar en el enfrentamiento civil, solicita que su regimiento se una al ejército que San Martín prepara en Mendoza para la Campaña de los Andes. No alcanza a partir: el 15 de noviembre de 1816, Pueyrredón ordena su destierro. Lo embarcan y recién al tercer día de viaje se entera que su destino es el puerto de Baltimore, en Estados Unidos.

El 9 de julio de 1819, Pueyrredón renuncia y es reemplazado por el general José Rondeau. Dorrego regresa a Buenos Aires al año siguiente. Recupera su grado de coronel, obtiene el mando militar de Buenos Aires y es designado temporalmente gobernador interino. Presenta su candidatura a gobernador en la provincia pero es derrotado por Martín Rodríguez. Con caballerosidad, hace reconocer por sus tropas el triunfo de su adversario. Pero el hecho de estar en la oposición hace que el gobierno lo destierre en Mendoza. Una mejor idea hubiera sido darle el mando de un regimiento y ordenarle combatir. La inactividad o el ostracismo no son buenos para Dorrego: huye a Montevideo.

[Nota al margen: además de los problemas políticos internos de las Provincias Unidas, desde septiembre de 1816 existía la amenaza militar externa de los portugueses en la Banda Oriental. Las autoridades nacionales no procedían con la energía necesaria para expulsarlos. Artigas, el principal perjudicado, culpaba con razón a las autoridades de Buenos Aires por la falta de respaldo. Algunos historiadores sostienen que se debería reconocer que el caudillo oriental procedió como "un auténtico patriota argentino" hasta su derrota en 1820.]

Por una América Unida
Compartía el alto sueño
Que tuvo Simón Bolívar
Desencontrado en el tiempo
Por intereses extraños
Ajenos al sentimiento
De los hombres que lucharon
Y que hasta su sangre dieron
A veces incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego

Dorrego regresa a Buenos Aires -junto con exiliados como Carlos María de Alvear, Manuel de Sarratea y Miguel Estanislao Soler- gracias a la Ley del Olvido (noviembre de 1821). En 1823, fue electo representante ante la Junta de Gobierno y desde su periódico El Argentino respaldó las ideas federalistas, en oposición al gobierno de Bernardino Rivadavia, lo cual le hizo ganar prestigio en las provincias. En 1825, se entrevistó con Simón Bolívar, a quien consideró el único capaz de contener los planes expansionistas del Imperio de Brasil.



Tapa del diario "El Hijo Negro del Diablo Rosado", periódico editado por la oposición durante el gobierno de Manuel Dorrego. Buenos Aires, 24 de julio de 1828 (Archivo General de la Nación). Clic para agrandar.

El militar convertido en político resulta elegido representante por Santiago del Estero en el Congreso Nacional. Cuando se discute la Constitución de 1826 se destaca en los debates sobre la forma de gobierno y el derecho al sufragio. Desde el periódico El Tribuno continúa atacando la posición centralista de Rivadavia, lo que aumenta su prestigio en las provincias.

Al referirse a la constitución rivadaviana de ese año, Dorrego afirma: "Forja una aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Échese la vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y jornaleros y las demás clases del Estado (...). Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación en todas las provincias".

Allá por el veintiséis
Diputado en el Congreso
Defendía el derecho cívico
De los empleados a sueldo
Excluidos de votar
Con el absurdo pretexto
Que el depender de un patrón
Ataría su pensamiento
En defensa del humilde
Se alzó el verbo de Dorrego

Acosado, Rivadavia renuncia a la presidencia. Vicente López es designado mandatario provisional. En agosto de 1827, Dorrego es electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero ante el tratado de paz firmado con Brasil, los unitarios ven la posibilidad de recuperar el poder aprovechando el descontento de los jefes militares de regreso. Ex compañeros de exilio, como Soler y Alvear, junto con los generales Martín Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz comienzan a conspirar para derrocar al gobierno federal.

El 1° de diciembre de 1828, Lavalle ocupa Buenos Aires con sus tropas. Dorrego se dirige al sur de la provincia y le pide apoyo a Juan Manuel de Rosas, entonces comandante de campaña. Rosas le aconseja que vaya a Santa Fe y le solicite respaldo a Estanislao López, pero Dorrego decide enfrentar a Lavalle. Las fuerzas de uno y otro se chocan en Navarro. El gobernador cae prisionero y el vencedor ordena, sin ninguna grandeza, que muera fusilado el 13 de diciembre. La decisión estremece a la capital y las provincias.



Alberto del Solar - Don Manuel Dorrego. Ensayo histórico sobre su juventud y especialmente sobre sus hechos en Chile durante su vida de estudiante. Félix Lajouane, Editor, Buenos Aires, 1889. Clic para descargar.

Del veintisiete al veintiocho
En su gestión de gobierno
Propulsó el federalismo
Que siempre fuera su credo
Y cayó buscando luz
Entre las sombras envuelto
No pudo montar de vuelta
Como lo hizo en Nazareno
Y en un trece de diciembre
Se apagó Manuel Dorrego

El valiente general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid, un tucumano que peleó la guerra de independencia y en las luchas que siguieron en Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe, permanece junto a su ex camarada Dorrego hasta el abrazo final. A él le entrega el condenado cartas para su mujer y las dos hijas. A la esposa le escribe: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Manuel Dorrego". Tiene 41 años.

Aráoz de Lamadrid es un oficial curtido que combatió en Tucumán, Córdoba, San Juan y Mendoza. También conoció el exilio en Bolivia y Chile. Dorrego le pide al compadre su chaqueta para morir y le solicita que le entregue a su esposa Ángela la que él lleva puesta. El duro Aráoz se "quiebra" ante la entereza de su amigo-adversario y llora frente a la tropa como un adolescente.

Allí en la Estancia de Almeida

Se ordenó el fusilamiento
Con un pañuelo amarillo
Sus ojos enceguecieron
Cuando el padre Juan José
Lo acompañaba en silencio
Sonaron ocho disparos
Y quedó escrito en un pliego
Besos para esposa e hija
Que Dios proteja mi suelo
Ahorren sangre de venganza
Firmao' Manuel Dorrego

Ángela Baudrix, la viuda, queda en la miseria. Sus hijas tienen seis y 12 años de edad. Tiempo después se ven obligadas a trabajar de costureras en el taller de Simón Pereyra, un proveedor de uniformes para el ejército y especulador en la compra-venta de tierras. [Nota al margen: en una de sus extensas propiedades, ubicada en El Palomar, en 1925 se inició la construcción del Colegio Militar de la Nación, del que egresarían varios discípulos de Lavalle. Un general Aramburu, por ejemplo, fusilador de un general Valle.]

Juan Lavalle nació en Buenos Aires el 17 de octubre de 1797. Desde los 14 años hasta su muerte, a los 44, su vida estuvo consagrada a las armas. Al mando de Dorrego, luchó contra Artigas y combatió en la batalla de Guayabos. El escritor Esteban Echeverría (1805-1851), autor de El Matadero y La Cautiva, que también era unitario, lo describió como "una espada sin cabeza".

En cambio, el periodista e historiador José Manuel de Estrada (1842-1894), considerado uno de los más lúcidos intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, escribió un homenaje a Manuel Dorrego que puede considerarse un conmovedor epitafio:

"Fue un apóstol y no de los que se alzan en medio de la prosperidad y de las garantías, sino apóstol de las tremendas crisis. Pisó la verde campiña convertida en cadalso, enseñando a sus conciudadanos la clemencia y la fraternidad, y dejando a sus sacrificadores el perdón, en un día de verano ardiente como su alma, y sobre el cual la noche comenzaba a echar su velo de tinieblas, como iba a arrojar sobre él la muerte su velo de misterio. Se dejó matar con la dulzura de un niño, él que había tenido dentro del pecho todos los volcanes de la pasión. Supo vivir como los héroes y morir como los mártires".

Fuente: Rebanadas de Realidad



El fusilamiento de Manuel Dorrego. Producción Agencia Télam 2013.


Juan Lavalle fue el verdugo, pero ¿quién mató a Manuel Dorrego?

El primer jefe popular urbano de la historia argentina ponía en riesgo el poder de la oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era Bernardino Rivadavia. Por esta razón, su asesinato fue el resultado de una decisión política.

Por Mario "Pacho" O'Donnell*

El fusilamiento del gobernador electo de la provincia de Buenos Aires Manuel Dorrego no fue consecuencia de un impulso emocional, de un arrebato violento, sino una decisión fríamente tomada en torno a una mesa. Una decisión política para eliminar al primer jefe popular urbano de nuestra historia que ponía en riesgo el poder de la oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era Bernardino Rivadavia. Fue el sangriento antecedente de tantos atentados contra los intereses populares y democráticos, tan en superficie en los días que vivimos.

El golpe en su contra se puso en marcha en el mismo momento en que don Bernardino debió renunciar a la presidencia, que él mismo se había adjudicado, por la presión popular. La conspiración era tan evidente que, en 1827, aun antes de asumir Dorrego, al ofrecerle el presidente provisional López y Planes a Julián de Agüero un ministerio en su Gabinete lo rechazó rotundamente, diciendo que la caída del partido unitario era "aparente, nada más que transitoria".

Dorrego debió enfrentar también la enemistad del embajador británico en el Río de la Plata, Lord Ponsomby, quien en un extenso oficio de abril de 1828 diría al primer ministro Dudley "que el general Dorrego será destituido de su cargo de gobernador tan pronto como se logre la paz (con Brasil)".

Los conjurados ultimaron los preparativos del golpe contra el gobernador y la decisión de su muerte en una reunión mantenida el domingo 30 de noviembre en una casa de la calle del Parque (hoy Lavalle) entre las de San Martín y Reconquista.

San Martín no tuvo dudas de quiénes fueron los instigadores del golpe: "Los autores del movimiento del primero (de diciembre) son Rivadavia y sus satélites, y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de la América con su infernal conducta" (carta a O’Higgins de abril de 1829).

Navarro, diciembre 13 de 1828

Sr. Ministro:

Participo al Gobierno Delegado que el Coronel Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia, señor Ministro, juzgará imparcialmente si el Coronel Dorrego ha debido o no morir. Si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires que la muerte del coronel Dorrego es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio.

Saludo al señor Ministro con toda atención.

Juan Lavalle

Tampoco el general unitario Iriarte tenía dudas : "Los principales instigadores fueron el doctor Agüero, in capite, Carril, Cruz y otros más subalternos. El nuevo Licurgo, don Bernardino Rivadavia, se mantenía so capa, conservando siempre, aunque en privado, las atribuciones de Patriarca de la Unidad: gustaba del movimiento, tuvo noticia de él y lo aprobó, porque creía que era el primer escalón para volver a subir al mando supremo."

La participación de don Bernardino fue encubierta, siendo representado en las reuniones conspirativas por un ciudadano francés a quien Vicente Fidel López llamará "monsieur Verennes" pero cuyo verdadero apellido era Filiberto Héctor Varaigne. Años más tarde Manuel Sarratea escribiría desde París a Felipe Arana, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación, que monsieur Varaigne había hecho saber al general San Martín que él se hallaba en el Fuerte integrando "la Junta nocturna en la que se resolvió la muerte del gobernador Dorrego".

Washington Mendeville, cónsul francés en el Río de la Plata, en comunicación a su cancillería eleva el número de participantes en el derrocamiento y posterior ejecución de Dorrego: "Quince individuos se conocen ahora por haber preparado este hecho de larga data, o haber participado en su ejecución; pero ellos se nos presentan en tres diferentes categorías; cinco han estado desde el comienzo en evidencia, ya sea colocándose a la cabeza del poder o bien por el rol activo que desempeñaron. Son los generales Lavalle, Brown, Martín Rodríguez, el ministro Díaz Vélez y el Sr. Larrea. Tres actuaron a cara descubierta pero sin menos rango: ellos son los señores Varaigne, que se conocía como el representante del Sr. Rivadavia aunque parecía como actuando por su propia cuenta, Varela y Gallardo, redactores de dos diarios incendiarios. Y por fin siete que estaban en todas las reuniones secretas, que participaban en la decisión de todas las medidas importantes y que a menudo las provocaban, pero que actuaban en la sombra con el fin de aprovechar las circunstancias si éstas los favorecían y de mantenerse a un lado si les eran adversas. Estos son los señores Rivadavia, Agüero, Valentín Gómez, Carril, Ocampo y el general Cruz."


Bando 26 de junio 1820. Clic para ampliar

Es bien sabido que el verdugo fue Juan Lavalle, quien habría cumplido con la orden de la junta secreta a cambio de ocupar la gobernación de la provincia. San Martín expresó su opinión a Iriarte: "Sería yo un loco si me mezclase con esos calaveras: entre ellos hay algunos, y Lavalle es uno de ellos, a quienes no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y el Perú. Los he conocido de tenientes y subtenientes, son unos muchachos sin juicio, hombres desalmados."

Vicente Fidel López, contemporáneo de los hechos, descree que Lavalle fuese sólo el ejecutor: "Al anoticiarse que el comandante Escribano lo conducía (a Dorrego) a la ciudad, despachó inmediatamente al coronel Rauch con una buena escolta para que se hiciera cargo del preso y lo condujese al campamento (en Navarro). Esto prueba hasta la evidencia que estaba en las mismas ideas de los señores Varela y Carril, y que no fueron esas cartas las que lo indujeron a la espantosa resolución que tenía ya premeditada. El sólo hecho de haber dado esa comisión al coronel Rauch ya era una crueldad exquisita de su parte, pues conocía bien a este oficial, como conocía también la enemistad mortal con que miraba a Dorrego". Se justifica que entonces Dorrego le dijese a su hermano: "¡Luis, estoy perdido!"

Es que hubo otros partícipes necesarios en la tragedia de Navarro, aquellos que instigaron a Lavalle a cumplir con su parte. El cronista Beruti, también contemporáneo, denunciaría a Martín Rodríguez y a Rauch como quienes más influyeron en el ánimo del comandante de las fuerzas amotinadas, pues "aunque Lavalle es un mozo soberbio, orgulloso, cruel y sanguinario, cuando tuvo preso en su poder al finado Dorrego trepidó mucho para quitarle la vida, pero que lo ejecutó porque el coronel Rauch lo incitó a ello diciéndole que si no lo fusilaba, él mismo lo había de degollar; cuyo consejo apuró el brigadier Martín Rodríguez expresándose de que no trepidase en hacerlo, porque Dorrego era perjudicial, mozo revoltoso, y de salvarlo, en cualquier parte había de vengarse, con otras más razones que dio, por lo que Lavalle, alucinado de estos malvados consejos, lo hizo fusilar."

Las consecuencias del hecho se expandieron más allá de nuestras fronteras. Así Bolívar, en mayo de 1829, le escribiría al general Pedro Briceño Méndez que "en Buenos Aires se ha visto la atrocidad más digna de unos bandidos. Dorrego era jefe de aquel gobierno constitucionalmente y a pesar de esto el coronel Lavalle se bate contra el presidente, le derrota, le persigue, y al tomarle le hace fusilar sin más proceso ni leyes que su voluntad; y en consecuencia, se apodera del mando y sigue mandando literalmente a lo tártaro."

* Pacho O´Donnell es presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego.



El loco Dorrego. Canal Encuentro


La causa de su fusilamiento

A 183 años del asesinato de Manuel Dorrego

Por Norberto Galasso. Historiador.

Los unitarios no podían dejar con vida a Dorrego sin correr grave peligro de que este los pusiera al desnudo ante la opinión pública de la época y ante la Historia. Necesitaban acallarlo para siempre.

En estos días, se han publicado varios artículos referidos al fusilamiento de Dorrego. En general, se ofrecen algunas explicaciones, en este momento tan importante en que estamos revisando nuestra historia: que Lavalle y otros militares lo consideraban traidor por haber pactado con el Brasil el reconocimiento de la Banda Oriental como país independiente (no tuvo otra solución pues el Banco Nacional, con mayoría de accionistas ingleses, cumplió con el mandato del cónsul inglés, Lord Ponsomby, de negarle fondos para proseguir la guerra), o que sostenía una concepción latinoamericana y de ahí su entrevista con Bolívar, o que se apoyaba en el suburbio de Buenos Aires (siendo, en esto, antecesor de otros caudillos populares como Alsina, Yrigoyen y Perón), o sus tratativas con Bustos para sancionar una constitución federal con el apoyo del resto de los caudillos. Hay verdad en estas aseveraciones, pero no en todas, y creo que se omite la más importante.

Creo que la causa fundamental obedece a otra razón: los unitarios no podían dejar con vida a Dorrego sin correr grave peligro de que este los pusiera al desnudo ante la opinión pública de la época y ante la Historia. Aquí reside el motivo principal de que Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela presionaran a Lavalle para el asesinato: ellos no podían permitir que Dorrego hablase. No podían ponerlo preso y hacerle luego un juicio, ni siquiera solamente desterrarlo como ya lo había hecho Pueyrredón en 1819. Necesitaban acallarlo para siempre.

Veamos la sucesión de aconteceres. En diciembre de 1824 se constituye la Minning Association en Londres para explotar minas en la Argentina, según autorización otorgada por el gobernador Martín Rodríguez y su ministro Rivadavia. En esa sociedad, su principal accionista es la banca inglesa Hullet y el presidente del directorio es Don Bernardino. En 1825, la empresa envía al capitán Head al Río de la Plata con un equipo de técnicos para iniciar la explotación, pero este se encuentra con que en las provincias -salvo San Juan- le aducen que la riqueza minera es propiedad provincial ya que no existe, desde 1820 –al caer el directorio– un gobierno nacional. La banca Hullet le protesta a Rivadavia y este contesta: “El negocio que más me ha ocupado, que me ha afectado y sobre el cual la prudencia no ha permitido llegar a una solución es el de la sociedad de minas. Con respecto a las de La Rioja (el Famatina), cuya importancia es superior a las de las otras provincias, en el corto plazo, con el establecimiento de un gobierno nacional, todo cuanto debe desearse se obtendrá... Me veo obligado a emplear la mayor circunspección para no comprometer inútilmente mi influencia y no debo decir más por el momento (enero 1826)”. Curiosamente, un mes después, Rivadavia es elegido presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El 15 de febrero sanciona la ley que declara propiedades nacionales a las minas de todas las provincias. El 14 de marzo, Rivadavia le escribe a Hullet: “Las minas son ya por ley de propiedad nacional y están exclusivamente bajo la administración del presidente de la República”. Sin embargo, en La Rioja, Facundo Quiroga se niega a que la Minning explote el Famatina. La compañía quiebra. Entonces, Head publica en Londres un folleto donde incorpora las cartas transcriptas, titulado: “Informe sobre la quiebra de la Río de la Plata Association constituida bajo la autorización otorgada por su excelencia don Bernardino Rivadavia”. Y aquí entra a jugar Dorrego. Porque desde su periódico El Tribuno, Dorrego publica ese informe, con las comprometedoras cartas de Rivadavia a la Banca Hullet y le agrega estos versos definitorios: “Dicen que el móvil más grande / de establecer la Unidad/ es que repare su quiebra / de Minas, la Sociedad” (23/6/1827, El Tribuno). Tres días después, Rivadavia renuncia a su cargo de presidente. Se quiebra nuevamente la unidad nacional y pocos meses después, asume Dorrego como gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

El 14 de septiembre de 1827, Dorrego envía a la legislatura la demanda de la Minning por 52.520 libras por los gastos ocasionados, con este comentario: “El gobierno se encuentra con un recurso de la expresada compañía (Minning), donde se reclama a la provincia los gastos de aquella empresa. El engaño de aquellos extranjeros y la conducta escandalosa de un hombre público del país (Rivadavia) que prepara la especulación, se enrola en ella y es tildado de dividir su precio, nos causa un amargo pesar, más pérdidas que reparar nuestro crédito.”

Los unitarios intentan justificar a don Bernardino sosteniendo que si bien actuaba al mismo tiempo como presidente de las Provincias Unidas y como presidente del directorio de la Minning Association que negociaba con ese gobierno, y que aunque figura con un sueldo de 1200 libras como presidente de la empresa inglesa, “nunca tuvo intenciones de cobrarlo”. Manuel Moreno y Manuel Dorrego contestan con “Impugnación a la respuesta” donde afirman que no sólo quedan en pie las acusaciones (preparar la especulación, dividir el precio) sino que nada se contesta acerca de “30 mil libras, precio de esa especulación”, “por los buenos oficios a favor de la especulación que según afirmaba el señor Rivadavia en su autorización, estaba fundada en una concesión especial”.

De aquí resulta que aprovechando el regreso de las tropas de la Banda Oriental, se produce el golpe del 1ro de diciembre de 1828, por el cual Dorrego es desplazado del gobierno. El general San Martín lo caracteriza así, en carta a O’Higgins: “...Los autores del movimiento del día primero son Rivadavia y sus satélites y a usted le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de América con su infernal conducta; si mi alma fuera tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado” (carta del 13/4/1829).

Derrotado y detenido Dorrego, los unitarios cavilan: ¿qué hacer entonces con ese hombre que ha revelado el escandaloso negociado? Imposible llevarlo a juicio, pues volverá sobre el tema manchando la honra de quien luego sería denominado “el más grande hombre civil de los argentinos.” ¿Dejarlo preso, para que algún día vuelva al escenario político con esa documentación infamante? ¿Desterrarlo acaso para que tiempo después regrese a la patria y ponga esos documentos sobre la mesa? Probablemente, Lavalle no conoce estos entretelones de la negociación pues es solamente “una espada sin cabeza”, pero los rivadavianos se encargan de persuadirlo. Dorrego debe ser acallado lo más rápido que se pueda y con su fusilamiento quedarían silenciadas las denuncias y salvada la honra unitaria.

Y así se hace el 13 de diciembre de 1828.

Años después, el historiador Ricardo Piccirilli, un admirador de Rivadavia pero honesto investigador, admite que de la testamentaría de don Bernardino surge que “Rivadavia giró en noviembre de 1825 una letra contra Hullet por 3000 libras solicitando se imputara a la cuenta de las 1200 libras por gastos de mi singular comisión... y el remanente lo agregarán ustedes a mi cuenta corriente.”

Resumiendo: para acallar la verdad, en relación a un negociado de un “prócer” del liberalismo conservador con sus amigos los ingleses, se procede a fusilar a un caudillo popular y se inicia un período de tremenda violencia en nuestro país.

La tradición popular recoge ese hecho terrible de este modo: “Cielito y cielo nublado / por la muerte de Dorrego / Enlútense las provincias / Lloren cantando este cielo”. En cambio, entre la burguesía comercial del puerto circularán estos versos: “La gente baja / ya no domina / y a la cocina / se volverá.”

15/12/11 Tiempo Argentino


Manuel Dorrego

Por Hernán Brienza *

Ilustración: El Tomi.

Le decían "el loco", por sus irreverencias militares que enfurecían a San Martín y Belgrano. Pero desde el gobierno intentó aplicar un muy cuerdo plan de desarrollo productivo y organización nacional. Tocó intereses que explican el tamaño y la saña final de sus enemigos.
Por Hernán Brienza

Manuel Dorrego, nacido el 11 de junio de 1787 y fusilado 41 años después por Juan Galo de Lavalle, fue revolucionario en Santiago de Chile, soldado y eficaz coronel del Ejército del Norte, exiliado político, periodista –fundador del diario El Tribuno–, legislador nacional y gobernador de la provincia de Buenos Aires. Vehemente, díscolo, insubordinado, apasionado, pagó con su muerte los aciertos de su vida política: haberse mantenido fiel al pensamiento republicano y democrático y, sobre todo, haber sido el primer líder popular de la Argentina. Sin embargo, en comparación con su grandeza, es el gran olvidado de la historia nacional.

"Jacobino y liberalísimo", como lo definió José Ingenieros en su libro La evolución de las ideas argentinas, es heredero de la línea fundada por Mariano Moreno y profundizada por Bernardo de Monteagudo tras las jornadas de Mayo de 1810. Es, también, un caso singular: republicano y federal, ilustrado y popular, porteño y bolivariano, liberal pero nacionalista, Dorrego.

El "loco"

Manuel Críspulo Bernabé –tal era su nombre completo– fue el quinto y ultimo hijo de una próspera y comercial familia de portugueses, lo que significaba en la Buenos Aires colonial poco menos que un enemigo de la corona española. Dorrego estudiaba Derecho en Santiago de C hile cuando lo sorprendió la Revolución de Mayo, por eso no participó del proceso en su ciudad natal, pero sí tuvo una destacada participación en el alzamiento trasandino de junio.

Fue el primer patriota que cruzó la Cordillera de los Andes a cargo de un ejército. Lo hizo en 1811, seis años antes que José de San Martín, sólo que en sentido inverso, desde Chile a la Argentina, con tres contingentes de 300 hombres por vez.

El fusilamiento mediático de Dorrego

Por Hernán Brienza

Marcelo Moreno publicó en la edición de ayer [30 de agosto 2009] de Clarín una nota absolutamente inexacta sobre Manuel Dorrego, con la intención de esquilmar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Siempre es necesario, cuando se intenta escribir sobre historia, tratar de que los nimios debates coyunturales queden de lado, al menos para no elaborar una interpretación histórica viciada de nulidad por su sesgo documental e ideológico. Marcelo Moreno publicó en la edición de ayer de Clarín una nota absolutamente inexacta sobre Manuel Dorrego, con la intención de esquilmar a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Más allá de la comparación, que no me interesa debatir en esta contratapa, me gustaría acercar un poco de información sobre quién fue y qué significó Dorrego en la historia argentina. Porque para analizar a este personaje histórico –víctima del primer golpe de Estado organizado por el ejército regular argentino– hay que consultar no sólo el panfleto histórico llamado El destierro de Dorrego, escrito por Bonifacio del Carril, autor que, además, porta el mismo apellido que uno de los asesinos confesos de Dorrego, sino también otras fuentes pertinentes para la reconstrucción histórica.

Dorrego fue el jefe del primer partido popular de la Argentina, ya que los federales se reconocían a sí mismos en la década del 1820 como los populares. Respecto de los incidentes del Ejército del Norte –Moreno y Del Carril lo acusan de insubordinación ante Belgrano y de desavenencias con José de San Martín– es necesario tener en cuenta que Dorrego era jefe de la tropa de elite y que tanto la batalla de Tucumán como la de Salta fueron victorias criollas gracias a las cargas de Dorrego y las derrotas de Vilcapugio y Ayohúma, justamente, por la ausencia de Dorrego, confinado por insubordinación en Jujuy (Fuente: Cartas de Belgrano).

La discusión con Juan Martín de Pueyrredón que le vale el exilio se produce porque Dorrego se entera de que Pueyrredón negocia con el Imperio del Brasil la entrega de la Banda Oriental para apartar del mapa político a José Gervasio de Artigas y al mismo tiempo trasladar recursos de la guerra contra las provincias de la mesopotamia al cruce de los Andes. Dorrego se entera de la maniobra y prepara, junto a otros populares, la defensa de la Banda Oriental, por eso es encarcelado y embarcado rumbo a Baltimore. Hay abundante información sobre este punto que es bueno consultar, más allá, claro, de Del Carril.

Respecto de la confusa acusación de piratería que Moreno hace a Dorrego sobre su viaje a Jamaica, conviene decir que el barco donde viajaba Dorrego es asaltado por piratas y él queda prisionero de ellos, por eso se salva en el juicio que se le sigue en Jamaica (Fuente: Cartas apologéticas de Manuel Dorrego, único testimonio histórico sobre el hecho, que no permite otras elucubraciones que la ficción novelesca). Respecto de su participación política, Moreno en su desordenada caracterización del personaje olvida relatar algunas cosas:

1) Dorrego fue el primer defensor del voto universal;

2) Su federalismo es doctrinario y no intuitivo (se recomienda leer el más que interesante discurso en la Legislatura sobre las economías regionales) ;

3) Dorrego viaja a entrevistarse con Simón Bolívar para pedirle que los ejércitos republicanos del continente se unan contra los imperiales en Brasil, pero una carta de George Canning le exige a Bolívar no entrar “en la guerra de partidarios” (¿Cuál es la acusación que hace Moreno contra Dorrego? ¿Qué éste era bolivariano y creía en una federación americana como el venezolano?);

4) Los negociadores en la “amputación de Bolivia” son el gobernador Juan Gregorio de Las Heras, en tanto los enviados oficiales Carlos María de Alvear y Eustaquio Díaz Vélez, quienes negocian la independencia de Bolivia y no Dorrego, que ya está de vuelta y realiza un pacto político con el caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra;

5) Respecto de las generalidades que dice la nota de Moreno sobre la pérdida de la Banda Oriental es bueno aclarar:

a) El que firma la paz oprobiosa de entrega de la “provincia cisplatina” es Bernardino Rivadavia;

b) Luego de asumir como gobernador, Dorrego propone una estrategia de tenaza que consiste en atacar por el norte las misiones occidentales, por el sur con el ejército argentino y una tropa de mercenarios secuestraría al emperador, última acción que fracasó por la defección de Guillermo Brown al mando de su escuadra;

c) El banco nacional de intereses británicos ahorcó financieramente al gobierno sin permitirle obtener fondos para continuar con la guerra;

d) Si se leen las cartas que se intercambian Dorrego y Tomás Guido y Juan Ramón Balcarce –negociadores argentinos ante la corte en Río de Janeiro– se comprueba que Guido y Balcarce desobedecieron las órdenes expresas de Dorrego de no firmar ningún tratado. Ante los hechos consumados, cuando Dorrego estuvo a punto de rechazar el tratado de paz que sólo difería la elección soberana de Uruguay durante cinco años, Lord Ponsonby le escribió a Dorrego una carta amenazándolo con que si no aceptaba la paz “Europa se iba a entrometer en la guerra”.

Pero posiblemente lo que más moleste de Dorrego a sus detractores es su plan de gobierno: reducción de deuda pública enfrentando al capital financiero inglés, desmonopolización de los productos de necesidad básica y control de precios de productos como el pan, extender la frontera para aumentar la producción agrícola - ganadera, intento de confeccionar una Constitución federal con el apoyo de las provincias frente al centralismo porteño, defensa de la integridad del territorio nacional. Al borde del Bicentenario, seguir falseando de esa manera la historia implica que no bastó sólo con la balacera que le dispararon los soldados de Juan Galo de Lavalle, sino que todavía es necesario “fusilar mediáticamente” a Dorrego y a su proyecto político.

Durante los años siguientes, Dorrego fue coronel del ejército del Alto Perú, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, y con su valiente accionar al mando de los Cazadores –la tropa de elite– se obtuvieron las victorias de Tucumán y Salta, definitivas para consolidar el poder de la Primera Junta. Enseguida, fue sancionado por alentar a que dos soldados se batieran a duelo. Quedó confinado en Jujuy, mientras ocurrían los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, derrotas que –según Belgrano– no se habrían producido si Dorrego hubiera estado al mando de los Cazadores. Cuando San Martín se presentó ante Belgrano para reemplazarlo se produjo uno de los hechos más insólitos de la historia militar argentina. En una ronda de unificación de voces de mando, Dorrego se burló de la voz finita de Belgrano y fue separado definitivamente de ese ejército. Ya se lo conocía entre la tropa como "El loco Dorrego".

Hasta 1816, por recomendación de San Martín que encontraba así un punto de equilibrio salvaguardando la autoridad de Belgrano sin prescindir de Dorrego en la lucha por la independencia, participó de las batallas en la Mesopotamia contra las fuerzas artiguistas. Pero cuando averigua que el director supremo Juan Martín de Pueyrredón había negociado con el Imperio del Brasil la entrega de la Banda Oriental para sacarse de encima a Artigas y al mismo tiempo trasladar recursos de esa guerra al cruce de los Andes, Dorrego prepara la defensa uruguaya. Pueyrredón ordenó apresarlo y desterrarlo a Baltimore, Estados Unidos. En pleno viaje, el barco es asaltado por piratas y a punto estuvo de ser fusilado cuando la nave fue detenida en Jamaica. Pudo explicar a tiempo que era doble prisionero: del poder de Buenos Aires y de los bucaneros.

En Norteamérica, se enamora de las ideas federales y cuando regresa a Buenos Aires, en 1820, ya no es un jovencito díscolo: es todo un hombre político.

El cuerdo

En esta segunda etapa de su vida, Dorrego enfrentó desde la prensa y la Legislatura a los unitarios cuyo hombre fuerte era Bernardino Rivadavia. Desde su banca abogó por el voto popular, libre y sin coacciones y la extensión del sufragio a todos los sectores de la sociedad, incluso para los humildes que tenían vedado el acceso a los derechos políticos, por ejemplo, los jornaleros o los empleados domésticos.

Quizás el discurso más interesante que dio fue el del 29 de septiembre de 1826. Ese día delineó su proyecto de un país federal sostenido en economías regionales viables con mayor racionalidad que el centralismo unitario basado en la especulación financiera y aduanera. Dorrego buscar germinar la idea de una gran federación republicana que incluyera no sólo a la Banda Oriental sino también a los estados del sur de Brasil –los actuales departamentos de Río Grande, San Pablo y Porto Alegre–, al Paraguay y al territorio de Bolivia, independizado en 1826 gracias a la desidia de los rivadavianos. Y completa el trípode doctrinario abogando por un republicanismo no elitista, basado en la legitimidad popular: "No sé que se pueda presentar el ejemplo de un país, que constituido bien bajo el sistema federal, haya pasado jamás a la arbitrariedad y al despotismo; más bien me parece que el paso naturalmente inmediato es del sistema de unidades al absolutismo…".

Caído Rivadavia en 1826, tras la deshonrosa paz firmada con el Brasil, y disuelto ya el fraudulento proceso de constitucionalización de la República, Dorrego asumió el gobierno de la provincia de Buenos Aires.

Hay que descifrar las claves de su gestión para entender el tamaño y la saña final de sus enemigos. Acusó de "aristocracia mercantilista" a las autoridades del Banco Nacional, que entonces era el centro del poder económico. Los créditos de esa banca, dominada por intereses británicos, habían engendrado la monstruosa deuda externa de 13.100.795 pesos, que sólo era de un millón al comienzo del gobierno de Rivadavia. Muy poca de esa plata podía verse en obras y mucha en renegociación de deuda y comisiones de intermediarios.

Dorrego apuntó a un empréstito interno, con la plata de los sectores productivos –no especulativos– y a una tasa reducida que limitara la usura. Envió a la Legislatura en 1828 –año de su fusilamiento– un proyecto para transformar el Banco Nacional en Banco de la Provincia de Buenos Aires, con capitales de comerciantes y hacendados locales, que pusiera esa entidad al servicio de un proyecto nacional. Sancionó la ley de curso forzoso con inconvertibilidad de la moneda en metálico para detener la estruendosa fuga de capitales –episodio final de todas las experiencias de economía liberal en estos 200 años patrios–, en este caso de plata que se escurría en buques de bandera inglesa.

Pero Dorrego tuvo que gobernar con una bomba de tiempo que le había dejado el gobierno rivadaviano: una fabulosa inflación ocasionada por la devaluación del peso respecto de la libra por la sobreemisión de billetes realizadas por el Banco Nacional que a su vez lo ahogaba restringiéndole créditos.

El representante de la corona británica, Lord Ponsonby, advirtió que las potencias europeas podían invadir la Provincias Unidas. Tras un año y medio de gestión, Dorrego también estaba políticamente débil. Traicionado por sus embajadores, y obligado a firmar la paz con el Brasil, la suerte estaba echada. Cuando las experimentadas tropas del ejército regular volvieron de la Banda Oriental, el golpe de Estado se olía en el aire. La noche del 30 de noviembre, en una tenida masónica, los unitarios decidieron derrocar al gobierno legal y legítimo y fusilar a Dorrego. El encargado de llevar adelante el plan era Lavalle. A la mañana siguiente, las tropas realizaban el primer golpe de Estado de la historia argentina. Dorrego pidió ayuda militar a Juan Manuel de Rosas, jefe de las fuerzas de la campaña. Y combatió el 9 de diciembre en los campos de Navarro. Quince minutos le bastaron a los experimentados coraceros de Lavalle para poner en fuga al improvisado ejército de gauchos e indios que habían podido reunir los federales. Días después, Dorrego fue apresado y conducido hasta la estancia de Navarro donde lo esperaba Lavalle. Era el mediodía del 13 de diciembre de 1828. Lavalle ya había firmado la sentencia de muerte, a instancia de Salvador María del Carril y los hermanos Varela. Dorrego tenía apenas un par de horas para despedirse de su mujer, Ángela Baudrix, y sus hijas. Minutos después de la 14 fue llevado al patíbulo. Una escena conmovedora se produjo en ese lugar: Gregorio Aráoz de Lamadrid y Dorrego –enemigos políticos pero compadres– intercambiaron chaquetas militares. Dorrego murió con la casaca unitaria y Lamadrid cargaba la camisa federal. Su asesinato cambió los códigos de la política criolla del siglo XIX. Después de esa descarga de fusilería ya nada volvería a ser igual: comenzaba la larga guerra civil que ensangrentó durante cuarenta años la historia argentina.

El Argentino, 12/07/11

* Autor del libro El Loco Dorrego, el último revolucionario


Homenaje al padre del federalismo

13-12-2008 / Se realizó un acto conmemorando al mentor de la Patria grande sudamericana a 180 años de su fusilamiento ordenado por Juan Lavalle.

Por Daniel Brion
cultura@miradasalsur.com

Navarro, diciembre 13 de 1828.

Sr. Ministro:

Participo al Gobierno Delegado que el Coronel Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia, Señor Ministro, juzgará imparcialmente si el Coronel Dorrego ha debido o no morir. Si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires que la muerte del coronel Dorrego es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio.
Saludo al señor Ministro con toda atención.

Juan Lavalle.

San Martín tenía un buen concepto militar sobre Lavalle, de quien dijo “igualarlo en coraje es muy difícil. Superarlo imposible”. Sin embargo, su valentía no siempre sería bien utilizada, y embalado e incentivado por los doctores, lo harían equivocarse en varias oportunidades. Era una valiente espada, pero sin cabeza.

Esteban Echeverría en su poema Avellaneda dirá:
“Todo estaba en su mano y lo ha perdido. Lavalle es una espada sin cabeza. Sobre nosotros entre tanto pesa su prestigio fatal, y obrando inerte. Nos lleva a la derrota y a la muerte.
Lavalle, el precursor de las derrotas. Oh, Lavalle! Lavalle, muy chico era para echar sobre sí cosas tan grandes.”

Atrás habían quedado los recuerdos de Dorrego y una vida dedicada al servicio de la Patria. Largo sería rememorar toda su actuación, su compromiso y su decisiva intervención en el proceso revolucionario de América y de nuestro país.

Manuel Críspulo Bernabé Dorrego nació un 11 de junio de 1787, en Buenos Aires, fue el menor de cinco hermanos, hijos de un comerciante portugués: José Antonio de Dorrego y de una argentina: María de la Ascensión Salas.

En 1803, a los 15 años, ingresó en el Real Colegio de San Carlos y a inicios de 1810 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de San Felipe, en Santiago de Chile.

Manuel Dorrego. El héroe y sus tribulaciones

De Antonio Calabrese

14 de abril 2010. En el marco de un ciclo de conferencias de Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) se realizó la presentación del libro “Manuel Dorrego, su vida, su obra”, de Antonio Calabrese

Antonio Calabrese es abogado constitucionalista y político. Fue ministro de Economía, secretario general de la gobernación de Santiago del Estero, fiscal de Estado adjutor, diputado y candidato a Gobernador, ocupando numerosos cargos públicos en la Provincia de Santiago del Estero. Además del presente titulo ha escrito y publicado la obra de ficción Corrupción trágica, y La Protección legal del Patrimonio cultural argentino, ésta última de carácter jurídico, especialidad sobre la que ejerce la docencia en cursos de postgrado en la Secretaría de Cultura de la Nación. Asimismo, publicó innumerables trabajos académicos sobre economía, política y derecho en revistas jurídica argentina la Ley, el Boletín Informativo del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, y la Revista del Museo Nacional de Ciencia Naturales Bernardino Rivadavia, entre otras. 
Videos de la presentación

Pronto abandonó las aulas y se unió al movimiento independentista chileno. Exaltado, cambió el traje civil y los libros por el uniforme y las armas.

Tenía entonces 23 años y en la milicia del país andino ganó las tres estrellas de capitán al sofocar un movimiento contrarrevolucionario.

Antes de finalizar el año 1810, regresa a Buenos Aires y con el grado de mayor se une a las fuerzas armadas encabezadas por Cornelio Saavedra rumbo al norte. En el combate de Cochabamba sufre dos heridas y gana el ascenso a teniente coronel.

Más tarde, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, lucha en Tucumán (24 de septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero de 1813). El ejército de Belgrano marcha hacia Potosí sin Dorrego que se queda en la retaguardia, eso le evita las derrotas de Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y Ayohuma (14 de noviembre de 1813), y quizá la muerte en servicio.

Ese año, apenas ha cumplido 26 años y asciende a coronel encabezando la creación de milicias gauchas.

Los momentos de inacción, sin embargo, lo descontrolan. El inflexible general José de San Martín ordena su confinamiento por nuevas actitudes de indisciplina (cuenta Lamadrid que habiendo San Martín convocado a los oficiales para “uniformar la voz de mando”, en primer término lo hizo Belgrano. Dorrego, que habló en segundo término, lo hizo imitando la voz finita de Belgrano, lo que provocó la risa de los demás oficiales reunidos. San Martín, golpeando fuertemente la mesa, dijo secamente; “Señor comandante, hemos venido aquí a uniformar las voces de mando, y no a reír”.

Según el general Paz, “motivó su separación del ejército y la expulsión de la provincia en el término de dos horas.” En mayo de 1814 es trasladado a Buenos Aires. Allí se pone a las órdenes del general Carlos María de Alvear.

Alvear le propone al caudillo oriental José Gervasio Artigas la independencia de la Banda Oriental a cambio de que retire su influencia de las provincias del litoral. Artigas había dirigido la insurrección de los orientales contra las autoridades españolas en el llamado Grito de Asencio y fue proclamado por sus compatriotas como Primer Jefe de los Orientales. El 20 de enero de 1814, abandonó el sitio de Montevideo –cuyo mando comenzó a monopolizar José Rondeau– y apoyó los pronunciamientos de los paisanos de Entre Ríos y Corrientes. El líder rioplatense rechaza el ofrecimiento de Alvear. Dorrego parte a enfrentarse con el rebelde, con quien –paradójicamente– tiene ideas bastante cercanas. El militar derrota al artiguista Fernando Otorgués en las cercanías del arroyo Marmarajá (6 de octubre de 1814), pero es vencido por Fructuoso Rivera en Guayabos (10 de enero de 1815).

A los 28 años, el impetuoso Dorrego se lanza a la lucha política declarándose partidario de un gobierno federativo y fomentando la autonomía de Buenos Aires. Con Manuel Moreno y otros patriotas se opone a Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Finalmente, para no participar en el enfrentamiento civil, solicita que su regimiento se una al ejército que San Martín prepara en Mendoza para la Campaña de los Andes.
No alcanza a partir: el 15 de noviembre de 1816, Pueyrredón ordena su destierro.
A los 29 años lo embarcan y recién al tercer día de viaje se entera que su destino es el puerto de Baltimore, en Estados Unidos.

El 9 de julio de 1819, Pueyrredón renuncia y es reemplazado por el general José Rondeau. Dorrego regresa a Buenos Aires al año siguiente. Recupera su grado de coronel, obtiene el mando militar de Buenos Aires y es designado temporalmente gobernador interino. Presenta su candidatura a gobernador en la provincia pero es derrotado por Martín Rodríguez. Con caballerosidad, hace reconocer por sus tropas el triunfo de su adversario. Pero el hecho de estar en la oposición hace que el gobierno lo destierre en Mendoza. Una mejor idea hubiera sido darle el mando de un regimiento y ordenarle combatir. La inactividad o el ostracismo no son buenos para Dorrego: huye a Montevideo. Allí, desde septiembre de 1816, existía la amenaza militar externa de los portugueses en la Banda Oriental y las autoridades nacionales no procedían con la energía necesaria para expulsarlos. Artigas, el principal perjudicado, culpaba con razón a las autoridades de Buenos Aires por la falta de respaldo.

Algunos historiadores –con quienes humildemente adhiero– sostienen que se debería reconocer que el caudillo oriental procedió como “un auténtico patriota argentino” hasta su derrota en 1820.
Ya con 36 años, Dorrego regresa a Buenos Aires –junto con exiliados como Carlos María de Alvear, Manuel de Sarratea y Miguel Estanislao Soler– gracias a la Ley del Olvido (noviembre de 1821). En 1823, fue electo representante ante la Junta de Gobierno y desde su periódico El Argentino respaldó las ideas federalistas, en oposición al gobierno de Bernardino Rivadavia, lo cual le hizo ganar prestigio en las provincias.

En 1825, se entrevistó con Simón Bolívar, a quien consideró el único capaz de contener los planes expansionistas del Imperio de Brasil.

El militar convertido en político resulta elegido representante por Santiago del Estero en el Congreso Nacional. Cuando se discute la Constitución de 1826 se destaca en los debates sobre la forma de gobierno y el derecho al sufragio. Desde el periódico El Tribuno continúa atacando la posición centralista de Rivadavia, lo que aumenta su prestigio en las provincias.

Al referirse a la Constitución rivadaviana de ese año, Dorrego afirma: “Forja una aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Échese la vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y jornaleros y las demás clases del Estado (...). Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación en todas las provincias”. Dorrego, se opuso al proyecto constitucional rivadaviano de 1826, considerándolo nulo porque se desconocía en él la voluntad general de las provincias. En el debate sobre el artículo 6º del proyecto constitucional, se negaba el derecho de voto en las elecciones a los menores de veinte años, a los analfabetos, a los deudores fallidos, deudores del tesoro público, dementes, notoriamente vagos, criminales con pena corporal o infamante, pero también los “criados a sueldo, peones jornaleros y soldadas de línea”. Se presumía que los domésticos y peones estaban bajo la influencia del patrón.

Acosado, Rivadavia renuncia a la presidencia y Vicente López es designado mandatario provisional.

A los 40 años, en agosto de 1827, Dorrego es electo gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Ante el tratado de paz firmado con Brasil, los unitarios ven la posibilidad de recuperar el poder aprovechando el descontento de los jefes militares de regreso. Ex compañeros de exilio, como Soler y Alvear, junto con los generales Martín Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz comienzan a conspirar para derrocar al gobierno federal.

El 1° de diciembre de 1828, Lavalle ocupa Buenos Aires con sus tropas. Dorrego se dirige al sur de la provincia y le pide apoyo a Juan Manuel de Rosas, entonces comandante de campaña. Rosas le aconseja que vaya a Santa Fe y le solicite respaldo a Estanislao López, pero Dorrego decide enfrentar a Lavalle.

Las fuerzas de uno y otro se chocan en Navarro. Más tarde el gobernador cae prisionero y el vencedor ordena, sin ninguna grandeza, que muera fusilado. La decisión estremece a la capital y las provincias.

El valiente general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid, un tucumano que peleó la guerra de independencia y en las luchas que siguieron en Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe, permanece junto a su ex camarada hasta el abrazo final. A él Dorrego le entrega cartas para su mujer y sus dos hijas.
A la esposa le escribe en un trozo de papel que le alcanzan:

“Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Manuel Dorrego”.

A los 41 años cae víctima de las balas asesinas del pelotón de fusilamiento, el 13 de diciembre de 1828.

Aráoz de Lamadrid es un oficial curtido que combatió en Tucumán, Córdoba, San Juan y Mendoza. También conoció el exilio en Bolivia y Chile. Dorrego le pide su chaqueta para morir y le solicita que le entregue a su esposa Ángela la que él lleva puesta, junto con una carta. El duro Aráoz se “quiebra” ante la entereza de su amigo-adversario y llora frente a la tropa como un adolescente.

Mientras Lavalle escribía el parte, a 300 metros el cuerpo de Manuel Dorrego yacía tirado en el campo. Hay indicios ciertos de que luego de la ejecución hubo ensañamiento con el cadáver. Así lo indica el testimonio de la Comisión Oficial, que por orden de Rosas, no bien asumió el Gobierno, se trasladó de Buenos Aires a Navarro con el fin de exhumar los restos de Dorrego, tarea que se llevó a cabo el 13 de diciembre de 1829, es decir al año justo de su muerte.

El informe firmado por el camarista don Miguel de Villegas dice en parte:
“Que encontraron el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil al parecer, en el costado izquierdo del pecho...” Luego del fusilamiento (si así se lo puede llamar) el acongojado pariente de Manuel Dorrego, el clérigo Juan José Castañer, se hace cargo del cadáver, ya que ni siquiera se permitió a los más cercanos parientes llegarse hasta Navarro para ver los restos, no obstante los ruegos de los familiares que, al efecto, hicieron llegar al Sr. Ministro Díaz Vélez.

Ángela Baudrix, la viuda, queda en la miseria. Sus hijas tienen 6 y 12 años de edad.
Tiempo después se ven obligadas a trabajar de costureras en el taller de Simón Pereyra, un proveedor de uniformes para el ejército y especulador en la compra-venta de tierras; en una de sus extensas propiedades, ubicada en El Palomar, en 1925 se inició la construcción del Colegio Militar de la Nación, del que egresarían varios discípulos de Lavalle, un general Aramburu –por ejemplo–, fusilador y asesino, en junio de 1956 del general Juan José Valle y 31 patriotas que con él hicieron frente a la dictadura que encabezaran Aramburu y Rojas luego de un golpe de Estado contra el presidente constitucional Juan Domingo Perón. También la hija, la nieta Soledad y los nueve bisnietos del general Valle han quedado en la miseria bajo la indiferencia de quienes podrían solucionar su problema.



Jorge Abelardo Ramos - Revolución y contrarrevolución en Argentina. Las masas y las lanzas 1810-1862. Clic para descargar.

Cuánta semejanza en la vida de estos hombres. Al coronel Dorrego y al general Valle los une la misma muerte: condenados a morir –por un ilegal revanchismo asesino– fusilados; escriben cartas casi similares a sus asesinos y a sus mujeres y a sus hijas; sus familias condenadas a la miseria; y su lucha aún vigente. Tantos años han pasado, tanta sangre caída por nuestra libertad e independencia, por la justicia social, tantos compañeros inmolados, perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados, desaparecidos; y la lucha continúa, pareciera que recién comenzara; se alarga, se estira, como una lucha sin fin, como de desgaste, como si no le bastase la sangre derramada, quiere ahora ahogar en la desmemoria, en la falta de conciencia nacional, en el desgano de actuar en política, en anunciar a gritos la muerte de las utopías y los ideales, una victoria final que no estamos dispuestos a darles.

Por eso ni un solo paso atrás, ni para tomar carrera, la sangre de tantos héroes, de tantos patriotas, de tantos compañeros no nos permite siquiera la duda en continuar defendiendo el pensamiento nacional, y en seguir luchando por la patria grande que todos ellos y nosotros soñamos. Para generar una memoria, pero no una memoria pasiva que sólo recuerde cantidades, sí una memoria generadora de conciencia, ésa es la memoria que nos lleva de la mano, ésa la conciencia que nos dice, parafraseando a Milton Sechinca, en su Exhortación de los Jóvenes (que pretendemos extender también a todos los viejos militantes, y a quienes un vez tuvieron un sueño):

“Me dijeron que enrollaste la bandera, no como quien la guarda hasta el próximo acto sino casi como quien está arriando una bandera… Ahora pensá en tu adolescencia, en lo que caminaste por dentro de ti mismo, en lo que caminó el país junto contigo. ¡Cuidado! Porque estás en un filo difícil en que la palabra decepción con sólo cambiarle un sonido se puede convertir en deserción. Que no te ocurra eso…”

“Cada vez que algún retazo Perteneciente a este suelo. De las Provincias Unidas Anduvo corriendo un riesgo. Se alzó con su voz valiente. Reclamando ese derecho Y por la soberanía. Él supo jugarse entero. Así cruzó por la vida Luchando Manuel Dorrego. Por una América Unida. Compartía el alto sueño. Que tuvo Simón Bolívar. Desencontrado en el tiempo- Por intereses extraños. Ajenos al sentimiento. De los hombres que lucharon. Y que hasta su sangre dieron. A veces incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego. Del veintisiete al veintiocho en su gestión de gobierno propulsó el federalismo que siempre fuera su credo. Y cayó buscando luz. Entre las sombras envuelto, no pudo montar de vuelta. Como lo hizo en Nazareno. Y en un trece de diciembre se apagó Manuel Dorrego. Se ordenó el fusilamiento. Con un pañuelo amarillo, sus ojos enceguecieron cuando el padre Juan José lo acompañaba en silencio sonaron ocho disparos. Y quedó escrito en un pliego. Besos para esposa e hija. Que Dios proteja mi suelo. Ahorren sangre de venganza.
Firmao' Manuel Dorrego”

Estrofas del payador uruguayo José Curbelo recordando a Manuel Dorrego.

Fuente: MIradas al Sur
Nota Lavalle: Diario del Bicentenario


Federalismo popular

MANUEL DORREGO (1787-1828)

Arquetipo del federalismo argentino, el guerrero de la Independencia, cayó bajo las balas de la oligarquía porteña. Su ejecutor, el general Juan Lavalle, bien fue definido por Esteban Echeverría como ‘una espada sin cabeza’.

'El artículo 6 (de la constitución rivadaviana de 1826) forja una aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Echese la vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y jornaleros y las demás clases del Estado, y se advertirá al momento que quien va a tener parte en las elecciones, excluyéndose las clases que se expresan en el artículo, es una pequeñísima parte del país, tal vez no exceda de una vigésima parte. He aquí la aristocracia del dinero; y si esto es así, podría ponerse en giro la suerte del país. Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación en todas las provincias'.
Manuel Dorrego (1826)

La oposición al unitarismo de la burguesía comercial porteña hizo federales a los estancieros bonaerenses. Pero su federalismo -que coincidía tácticamente con el federalismo del Interior en su lucha contra el centralismo de la burguesía porteña- difería profundamente, por los intereses que lo movían, del federalismo provinciano.

Las provincias, enfrentadas a la declinación de su comercio y su industria, trataban de salvar su mayor grado de autosuficiencia. Trataban así de mantener e incrementar su participación en el comercio nacional, pero, además, de proteger sus industrias recurriendo a tarifas especiales, aduanas de tránsito e impuestos diferenciales. Pronto resultó evidente que una política tan perjudicial para los intereses comerciales de Buenos Aires no podía solucionarse sino en condiciones de una amplia autonomía política para cada provincia, es decir, un amplio federalismo. Los estancieros de Buenos Aires, en cambio querían la federalización para que Buenos Aires pudiera seguir disfrutando de su aduana sin tener que rendir cuentas a las provincias, dominándolas, y evitando la nacionalización de la ciudad, ya decidida por Rivadavia.

De modo que el partido federal era una especie de frente único en el que coexistían distintos intereses y tendencias. Para los estancieros bonaerenses la cuestión decisiva era quien dominaría en el país: Buenos Aires o toda la nación, coincidiendo más con sus enemigos unitarios que con sus aliados federales del interior.

Sin embargo, el federalismo bonaerense produjo una tendencia 'doctrinaria y política' de contenido nacional: fue la que encarnó, en un momento decisivo, Manuel Dorrego. Las ideas del 'mártir de Navarro' en materia económica y constitucional, poco se han difundido entre nosotros, salvo en algunos libros especializados. Y por eso merecen una consideración muy especial.

El joven díscolo


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Año 1827


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Manuel Dorrego nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787 y era hijo de un próspero comerciante portugués. Desde muy joven demostró un significativo talento intelectual, estudiando leyes en la Universidad de San Felipe, en Chile. En 1810 abandonó sus estudios para enrolarse en los movimientos conspirativos de los patriotas contra la dominación española. Así ingresó al ejército y ganó rápidamente el grado de capitán al reprimir un movimiento contrarrevolucionario. Fue herido dos veces en combate, batiéndose a las órdenes de San Martín y Belgrano. Díscolo, rebelde, San Martín lo confinó a raíz de actos de indisciplina, en mayo de 1814, ordenando su traslado a Buenos Aires.

Lanzado a la lucha política se pronunció por el federalismo y auspició la autonomía de Buenos Aires. Junto con Manuel Moreno, Domingo French, Agrelo, Pagola y otros, fue decidido opositor del director Pueyrredón. Firme demócrata, Dorrego se opuso a los planes monárquicos de Pueyrredón por lo cual fue deportado el 15 de noviembre de 1816, residiendo en el exilio en Baltimore, donde conoció las ideas de Hamilton, Madison y Jay, a través de las célebres páginas de El Federalista.

De vuelta al país -tras distintas alternativas-, en 1823 fue electo representante ante la Junta, donde proyectó la supresión de las levas y desde las páginas de El Argentino defendió las tesis federalistas en contra del gobierno de Martín Rodríguez y de Rivadavia. En 1825, interesado en negocios de minas, viajó al Norte, visitando a los gobernadores federales Bustos, Quiroga e Ibarra. Vio luego a Simón Bolívar, quien lo impresionó profundamente y a quien consideró capaz de contener al emperador de Brasil, entonces en actitud amenazante contra las Provincias Unidas.

Contra la Constitución del 26

Dorrego, diputado por Santiago del Estero, se opuso a la totalidad del proyecto constitucional rivadaviano de 1826, considerándolo nulo porque se desconocía en él la voluntad general de las provincias. A partir de ese momento se convirtió en cabeza de la oposición federal, incorporando con su actuación elementos ideológicos en los aspectos políticos, sociales y económicos. Ese federalismo doctrinario dejaba atrás el federalismo intuitivo y espontáneo.

En el gran debate sobre el artículo 6º del proyecto constitucional, se negaba el derecho de voto en las elecciones a los menores de veinte años, a los analfabetos, a los deudores fallidos, deudores del tesoro público, dementes, notoriamente vagos, criminales con pena corporal o infamante y además, a los 'domésticos a sueldo, jornaleros y soldados'.

Se presumía para ello que los domésticos y peones estaban bajo la influencia del patrón. Dorrego señaló que estaban en la misma situación de los empleados públicos y sin embargo se les permitía votar. Señaló que también los capitalistas no eran independientes, porque dependían de los bancos y que como estaba redactado el artículo votaría apenas una pequeñísima porción del país. Los unitarios impusieron su Constitución, pero el interior la rechazó en bloque. Salvo la provincia Oriental por razones tácticas, y Misiones, que carecía de autoridades y por ello no se pronunció.

La reconciliación nacional

Dorrego influyó con su prédica en la crisis que culminó con la renuncia de Rivadavia a la presidencia de la Nación. En agosto de 1827 fue electo gobernador de la provincia de Buenos Aires, y desde el poder realizó una política tendiente a lograr la reconciliación nacional. Esto iba a contrastar, tras su fusilamiento, con el período de terror unitario, a manos de Lavalle, y el extenso período de persecuciones y asesinatos de la mazorca rosista.

Pero lo más importante en la gestión gubernamental de Dorrego fue su política económica. Al hacerse cargo del gobierno de la provincia de Buenos Aires, encontró al estado en una grave crisis financiera; la deuda acumulada llegaba a los 30.000.000 de pesos. La onza, desde enero de 1826, había subido de 17 a 55 pesos; la circulación de $ 10.250.000 triplicó el dinero en giro existente antes de la guerra con el Brasil; la Aduana recaudaba cifras insignificantes a causa del bloqueo, y el mercado enrarecido incrementaba paulatinamente el drenaje de oro.

En esas circunstancias, Dorrego decidió prohibir la exportación de metálico y negociar un empréstito interno de 500.000 pesos al interés de seis por ciento. Para pagar los intereses del empréstito con la Baring, se planea la venta de tierra pública y se intenta la venta de dos fragatas mandadas a construir a Inglaterra. Es cuando los ingleses comienzan a reclamar insistentemente el pago de los intereses, y Lord Dudley insiste en que se haga la paz con el Brasil. Dorrego, pese a todo, decide 'olvidarse' del empréstito y de hecho suspende el pago de sus servicios.

En materia de tierras públicas, Dorrego perfecciona la ley de enfiteusis de los campos pastoriles y pone a los campos agrícolas bajo un sistema similar.

Una política democrática

En setiembre de 1827 presentó un proyecto a la Legislatura: la gobernación garantizaría los billetes ya emitidos, pero se opondría a cualquier otro tipo de emisión. A esos efectos, el gobierno inspeccionaría al Banco, y la deuda con éste sería reconocida por la provincia a nombre de la Nación.

El diputado Nicolás Anchorena acusaría poco después al Banco por emisiones clandestinas, y su violenta denuncia contra capitalistas y terratenientes extranjeros injertará una nota nacionalista en la ideología federal. El 13 de noviembre, la comisión de la Legislatura propone la caducidad del Banco y la creación de un Banco provincial. El 16 de enero de 1826 faculta a la Sala de Representantes a reformar el estatuto del Banco.

Dorrego trataba de afirmar el apoyo inicial de los ganaderos -que son mayoría en la Legislatura- y decreta la libre exportación de carnes. Con el apoyo de Rosas, que logra un status de paz con los indios, hace serios esfuerzos por extender la frontera sur.

A favor de las clases populares, fijó precios máximos sobre el pan y la carne para bajar la presión del costo de la vida; suspendió el odiado régimen del reclutamiento forzoso y prohibió el monopolio de los renglones de primera necesidad.

Su política tuvo éxito, y en febrero y marzo de 1828 -afirma Miron Burgin- 'el peso recuperó casi todo el terreno que había perdido el año anterior' gracias a 'la cautelosa política de Dorrego'.

A mediados de 1828, la mayor parte de la clase terrateniente, afectada por la prolongación de la guerra, retiró a Dorrego su apoyo político y económico. Boicoteando su política integradora y popular, le negó los recursos a través de la Legislatura, forzándolo a transigir e iniciar conversaciones de paz con el imperio. Es que los terratenientes y saladeristas bonaerenses, integraban también la capa de la burguesía mercantil porteña ligada a los intereses británicos por la importación y la exportación. Por eso dejaron de apoyar al gobernador y se volvieron 'pacifistas'.

Abandonado por sus aliados circunstanciales, Dorrego se quedó solo frente al enemigo unitario. El 1º de diciembre fue derrocado por la conspiración que encabezaba Juan Lavalle, a quien Esteban Echeverría definiría años después, como 'esa espada sin cabeza'. La tragedia se consumaría, el 13 de diciembre, en Navarro, con el fusilamiento del líder federal.

El pueblo cantó al inolvidable caudillo y pensador federal: 'Cielito y cielo enlutado/ por la muerte de Dorrego,/ enlútense las provincias,/ lloren cantando este cielo'.

'Cielo, mi cielo sereno/ nunca más pompa se vio/ que el día en que Buenos Aires/ a Dorrego funeró'.

Con su muerte injusta, se abría en el país un período de guerras civiles que detendría, por varias décadas, su organización nacional.

Fuente: Argenpress.info


"Corajiada"  de Dorrego en Salta

Cuando la Patria pasó por sus cerros y ríos, esas verdes lomas de San Lorenzo también guardan un retazo de la histórica Guerra de la Independencia

Por Darío Illanes y Luis Borelli

Bien sabemos que el Valle de Lerma fue uno de los más importantes escenarios de la Guerra de la Independencia, pero pocas noticias cuentan que en entre esas hermosas lomas de la actual villa veraniega de San Lorenzo, se dio el primer enfrentamiento armado, cuando se produjo la segunda invasión realista a Salta en 1814.

En ella no combatieron los bravos gauchos de Güemes, pero si los valientes soldados del Ejército del Alto Perú, que venían en retirada y derrotados desde los llanos de Ayohuma. Quizá, esa misma noche de la batalla de San Lorenzo, Güemes era designado en Yatasto por el general San Martín, Jefe de la Línea del Pasaje. Quizá esa misma noche en aquella histórica posta de Metán, San Martín lograba la tan ansiada reconciliación entre Belgrano y Güemes.

Antecedentes

Fracasada la segunda campaña libertadora al Alto Perú, luego de las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma, el General Manuel Belgrano emprende la retirada hacia el sur, a mediados de noviembre de 1813 dirigiéndose primero a Potosí y después a Tobaco-Ñaco, Lajatambo, Quirve, Humahuaca y Jujuy, a donde llega a fines de diciembre.

En pos del Ejercito del Norte, venía el realista Pezuela con la intención de avanzar con sus 4 o 5 mil soldados, primero sobre Jujuy, luego Salta y finalmente pasar a Tucumán, para ocupar toda la actual frontera norte de Argentina.

Así es que de nuevo el general Belgrano está en Jujuy, con las pocas fuerzas que le quedaban, habiendo perdido hombres, artillería, armamento y ... ¡cuanta sangre!.

Urge pues, la formación de una buena retaguardia que cubra sus espaldas mientras continúa con su retirada rumbo a Salta y Tucumán, ya que Pezuela no demorará en hacer sentir su acoso. Y Belgrano recurre a Manuel Dorrego, pues necesita un jefe con actitudes especiales para maniobrar hábilmente la retirada y retardar al enemigo entre los cerros de La Caldera.

Con Dorrego como jefe de la retaguardia, Belgrano inicia su marcha de Jujuy a Salta, el 8 de enero de 1814 por el camino de montaña. Dorrego comenzó con su trabajo de retrasar al enemigo, al menos hasta que los 1.800 hombres que quedan del Ejercito del Alto Perú abandonen Salta y se encaminen por el Pasaje a Tucumán, hasta encontrarse con el Ejército Auxiliar del Perú, que viene al mando del general José de San Martín.

Manuel Belgrano permaneció en Salta pocos días y continuó lentamente rumbo al sur, pasando con sus tropas por Cerrillos, La Merced, Sumalao, Río Pasaje hasta La Junta, a donde llega el 20 de enero, día que se encuentra con San Martín en Yatasto. A todo esto Dorrego debe moverse al frente de la retaguardia, pues el frente realista, al mando de Ramírez Orozco avanza hacia Jujuy. En esta ciudad destaca el 16 de enero, al salteño Saturnino Castro para que se apodere de Salta, por sus conocimientos del terreno. Dorrego maniobra entre cerros, quebradas y los crecidos ríos que separan Jujuy de Salta, hostilizando al enemigo en audaces arremetidas, haciendo retumbar entre las montañas el estampido de los fusiles.

El jefe patriota hace lo que puede mientras retrocede a Salta, siempre hostigando, hasta que después de pasar por el pueblito de La Caldera, ya tiene la ciudad a la vista, al pie de las cumbres aledañas al Campo de Castañares, y sin dudar, enfila con sus tropas para el poniente, para ocupar las lomas de San Lorenzo, a la espera de Castro, el que se hace presente el 20 de enero. Son las 3 de la tarde cuando ambas caballerías se avistan. El jefe realista no espera y se lanza al ataque, seguro de arrollar a Dorrego, pero éste hace un hábil uso del terreno, y con serenidad y astucia logra sacarle provecho a las lomas de San Lorenzo, logrando por cuatro horas, no solo resistir el asedio de los españoles, sino hostigarlos y demorarlos en la zona mas bella del noroeste del Valle de Lerma.

La noche cae y Castro con su ejército invasor se paraliza, contrariado al verse defraudado en sus certezas de arrollar fácilmente a los patriotas, los que ya entre las sombras se escabullen rumbo al Sur, hasta Quinta Grande y Cerrillos. Así, San Lorenzo inscribió su nombre en una de las páginas más gloriosas de la Guerra de la Independencia, un 20 de enero de 1814.

[El Tribuno, domingo 21 de octubre de 2001]

Fuente: www.camdipsalta.gov.ar


Manuel Dorrego, rebelde y bromista

Manuel Dorrego, además de un militar de coraje, tenía un espíritu bromista y rebelde. Se había incorporado al ejercito como oficial "aventurero" (sin paga), y después de la acción de Suipacha fue ascendido a teniente coronel. Belgrano le encarga traer desde Buenos Aires un soldado (Francisco Burgos) que le sirviera de intérprete, el que se encontraba incorporado en el regimiento del coronel Francisco Ocampo. Como Dorrego retirara al soldado sin los debidos trámites, a denuncia de Ocampo se le manda un oficio a Dorrego, que se estaba a en viaje, para que regrese el soldado. Dorrego desconoce el oficio por no ser original: "Esta es una indecencia, y el que lo manda a usted lo expone a que con mi espada lo parta. Vaya usted y diga a su coronel que yo no paso por este oficio que es un borrador" En Córdoba es detenido con fuerte custodia, enviado a Buenos Aires y acusado de insubordinación.

Dorrego usaba su genio en burlas y bromas con sus subordinados. Participa en un confuso episodio como "padrino" en un duelo ente dos oficiales que reciben graves heridas. Dorrego es acusado de incentivar, o al menos no evitar este lamentable hecho.

En 1814 San Martín reemplaza a Belgrano en el Ejercito del Norte. Tiene idea de nombrar a Dorrego segundo jefe, de lo que desiste al poco tiempo y lo manda a esperar en Santiago, dando parte a Posadas que "podía ser útil en cualquier otro destino". Dorrego dice que no recibió explicación de esta decisión de San Martín. El general Lamadrid en sus memoria, publicadas en 1855, da cuenta de un episodio, consecuencia del espíritu bromista de Dorrego. Cuenta Lamadrid que habiendo San Matín convocado a los oficiales para "uniformar la voz demando", en primer término lo hizo Belgrano. Dorrego, que habló en segundo término, lo hizo imitando la voz finita de Belgrano, lo que provocó la risa de los demás oficiales reunidos. San Martín, golpeando fuertemente la mesa dijo secamente; "Señor comandante, hemos venido aquí a uniformar las voces de mando, y no a reír". Según el general Paz, "motivó su separación del ejercito y la expulsión de la provincia en el término de dos horas."

El destierro



Monumento a Manuel Dorrego en Buenos Aires. Se encuentra en el Centro de la ciudad, en la esquina de las calles Viamonte y Suipacha. Fue realizado por Rogelio Yrurtia y se inauguró en 1926. El conjunto está compuesto por un monumento y monolito y se halla construido en bronce y granito, sobre un pedestal de líneas armónicas arquitectónicas. A la izquierda de la base emerge una figura viril, símbolo de La Fatalidad, a la derecha una figura de mujer personifica La Historia.

Dorrego tuvo continuas deferencias con Gascón, a quien se resistía a subordinarse. En diversas oportunidades se negó a cumplir la órdenes de éste, lo que motivo el cruce de hirientes oficios entre ambos e informes y quejas a Pueyrredón, quejándose de la conducta de Dorrego: "Manuel Dorrego, tan conocido por su altanería e insubordinación." En una oportunidad, Gascón le recrimina por nota el negase al pase del cabo Fernández y "le previene sobre su modo de escribir y la falta de respeto a su representación y persona", citando los artículos de las ordenanzas, y en segunda oportunidad le reclama informe sobre el estado de sus tropas, número de desertores, dispersos o prisioneros, el estado del arma y rendición de cuentas de los fondos recibido. Dorrego le contesta por oficio que "Cuando la Inspección oficiase al coronel del N° 8 con el decoro que su clase y servicios le hacen acreedor (pues se halla en la clase de coronel en premio a sus continuas campañas, no como otros, que han llegado a la misma sin haber visto al enemigo) entonces será contestado y cumplido lo que quiso prevenirle en los oficios de fecha siete."

Estos enfrentamientos, entre otros, terminan en la determinación de Pueyrredón de invitarlo a Dorrego, con quien mantenía buena relación, a reunirse, lo que hacen en dos oportunidades, y que derivaría en el destierro de Dorrego. Según Vicente Fidel López, (por referencias de su padre Vicente López), en la primera reunión Pueyrredón intenta convencer a Dorrego de su incorporación al ejército de San Martín. Dorrego, que sospecha una maniobra para alejarlo del escenario, se niega, y ambos se mantienen en una posición irreductible. El la segunda entrevista Pueyrredón, que sospechaba de una rebelión por parte de Dorrego, insiste en convencerlo para que se incorpore al ejército de San Martín, a lo que Dorrego se niega terminantemente:

- "La alternativa en que estamos es cruel, Yo declaro, señor, que nunca he de hacer armas contra el gobierno con los soldados que el gobierno ha puesto bajo mis órdenes. Pero declaro también que si V.E. insiste en que marche hacia Mendoza, puede nombrar desde luego otro jefe para el batallón N° 8, porque yo no iré con él."

- "Lo he oído a Ud. Con suma atención, señor coronel, y lamento que un oficial tan importante esté sujeto a estos delirios. Le he llamado porque el gobierno y el general deseamos que Ud. coopere."

- ¡Gracias!, ¡gracias! -dijo irónicamente Dorrego- yo no aceptaré, señor, tanto favor".

- Ud se olvida coronel, de que habla con el Jefe del Estado, y que tiene también deber de recordar de que habla con un hombre que ha sido su jefe al fente de los enemigos.

- (Dorrego con cara de asombro) No recuerdo en cual campo de batalla habrá sido eso, señor director. Mis charreteras no son sino las de un coronel; pero no las he ganado convoyando cargas, sino grado a grado en acciones de guerra en que no recuerdo haber tenido jamás el honor de ver a V.E.

Pueyrredón, con una sonrisa de disimulo, terminó la entrevista:

- El coronel Dorrego puede retirarse.

Pueyrredón con la colaboración de dos testigos ocultos, como era su costumbre, reconstruyen el diálogo que derivaría en el destierro de Dorrego.

Bibliografía: Bonifacio del Carril. "El destierro de Dorrego". "Entrevista del coronel Dorrego con el director supremo general Pueyrredón. Versión de Vicente López, ministro de Pueyrredón" . Publicado por Vicente Fidel López. Revista Río de La Plata N 23. t. VI. Bs. As., 1873.

[Imagen: Monumento Histórico Nacional que recuerda el fusilamiento del Coronel Don Manuel Dorrego. enclavado en el Parque que lleva su nombre a pocos kilómetros de la Ciudad de Navarro]


Las ideas federales de Manuel Dorrego

Manuel Críspulo Bernabé Dorrego (1787-1828) fue electo representante por la provincia de Santiago del Estero en el Congreso General Constituyente, que sancionó la Constitución unitaria de 1826. Se destacó en los debates sobre la forma de gobierno y el derecho al sufragio. Desde el periódico El Tribuno atacó las medidas centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se lo consideraba uno de los dirigentes más caracterizados del federalismo en Buenos Aires.

A continuación se transcribe la intervención del coronel don Manuel Dorrego en la sesión del 29 de setiembre de 1826, extraída de Las Asambleas Constituyentes Argentinas, según recopilación de Emilio Ravignani, Tomo III, página 812:

"Señor: El asunto es tan abundante en sí que lo único que creo será dificultoso, es el coordinar las ideas, y aplicarlas al estado en que nuestra provincia se halla. Yo dejaré al señor Representante, que acaba de hablar, en su molino de viento y en la comparación que ha hecho con él, y pasaré a contestar a algunas u otras razones, que ha indicado para querer probar lo complicado del sistema federal, para fijar después algo más los conceptos que por ahora se le ocurran al que habla. El sistema "Representativo Republicano bajo la forma federal" es débil y complicado, porque así lo ha dicho Wáshington. Y ¿cómo éste votó por él, siendo Presidente de los Estados Unidos?

Esto prueba que él estuvo más bien a los hechos que a lo que se ha indicado. En cuanto a lo que se ha dicho de la actual república de Colombia, yo creo efectivamente que su opinión está pronunciada por el sistema de unidad, puesto que se ha constituido libremente por él a pesar de ciertas vulgaridades que se han anunciado y de haber división a este respecto, y puedo asegurar que son falsas. Tan falso es este hecho como lo que se dijo de que 3 mil hombres salían a Talcahuano; y eran tres mil colombianos, que no siendo necesarios allí, se retiraban a su patria. Pero se ha dicho por el señor preopinante que las facciones que forman las provincias formarían una federación de pueblos dispersos y no más. Primeramente yo creo que es una equivocación notable decir que bajo el sistema federal, y he aquí todo el error de donde arranca el dictamen de la comisión a juicio del que habla, y diré que las provincias quieren de tal modo el sistema federal que lo quieren bajo la misma clasificación de límites de territorio en que se hallan. Ninguna lo ha dicho más terminantemente que la que represento; dijo que concurriría al cuerpo nacional con tal que no se la quiera sujetar a ninguna otra. Y he aquí el cimiento de arena sobre que la Comisión fija su dictamen, que más bien es una disertación académica que un verdadero convencimiento. Así, pues, era un error decir que las provincias pedían de tal modo, la demarcación en que se hallan que de ningún modo admitirían otro. He dicho, pues, que la provincia que represento, que es la que cabalmente lo ha dicho el su instrucción, concurriría a la asociación en término que había de ser bajo la condición –sine qua non– de que no se las sujetaría a otra; no ha dicho que concurriría de un modo tal que ella no formaría parte con otra. Esta es la gran equivocación notable. A juicio del que habla, persuadido con conocimientos prácticos, la nación puede constituirse en este orden u otro semejante; y hago esta indicación, no porque sea preciso y necesario que se constituya así, sino como para desvanecer la base en que la Comisión ha fundado su dictamen. Por ejemplo, la Banda Oriental podría formar un estado. Entre Ríos, Corrientes y Misiones otro, de lo que ya hay un ejemplo, en que mandando al coronel Ramírez formaron una provincia; otro la provincia de Santa Fe con Buenos Aires, bajo tal organización que su capital se fijase en San Nicolás o en el Rosario o en el punto que se considere más céntrico. La de Córdoba tiene todas las aptitudes por su riqueza y todo lo necesario para ser sola; Rioja y Catamarca, otro Estado; la de Santiago del Estero y Tucumán otro; la de Salta se halla en el mismo caso que Córdoba; la de Cuyo otro; y he aquí vencidas todas las dificultades. ¿Se tiene una resistencia de las provincias en este caso? No, señor, porque en este caso ni una tiene dependencia de otra ni se sujeta a otra, sino que entran en igualdad de derechos a formar un Estado, y sería consumar en ellas el –ultimátum– lo del capricho y de la tenacidad el creer que no se sujetasen a tal organización. Dígase ahora si en estas provincias en este Estado hay población y riqueza, e instrucción cual es necesario. Yo digo que sí. Se me había olvidado indicar que el Paraguay se halla en el mismo caso que los de Salta y Córdoba. ¿Cuál es, pues, la gran dificultad? ¿Hay alguna? ¿Han dicho las provincias por medio de sus Representantes, de algún periódico, o por otro medio, que quieren constituirse del modo que se hallan en la actualidad formando un Estado? No señor; lo que han dicho es base de un sistema federal, que sea compatible con su instrucción, población y demás circunstancias, y esta indicación precisamente lo manifiesta. Cuando se hubiese satisfecho este reparo y se hubiese demostrado que estas provincias no están por esta división u otra semejante, entonces se habría demostrado la incapacidad en que se halla de constituirse bajo la forma federal, y de llevarlo a efecto. Para cuando se me satisfaga me reservo a hablar, y haré ver que las provincias se hallan en la aptitud necesaria para organizarse bajo la forma federal. Pasaré ahora a los tres argumentos que sé hacen de ilustración, población y riqueza. En cuanto el ramo de ilustración es lo que en mi juicio conforma con la opinión de la provincia que represento, y es lo que me ha decidido por el sistema federal; una de las razones que se han indicado de la conveniencia que tenemos en que Bolivia quedase en el uso de sus derechos es ésta: la ilustración de Bolivia no es comparable, después de la salida del dominio Español, con estas provincias; luego formando una masa de ella, tendrían que contramarchar las nuestras en el sistema de unidad. Mañana se incorporará el Paraguay, y aquí hay una masa general que tiene que contramarchar o dar un salto imposible al Paraguay. Aplíquese el mismo caso a Corrientes y a Misiones, porque la ilustración de Corrientes es mucho mayor que la de Misiones; pero no se podrá decir que es igual a la de Buenos Aires o Córdoba. ¿Cuál, es pues, el único remedio? El sistema federal; porque v. gr. Buenos Aires tiene ilustración y una experiencia práctica con el roce y trato que le proporciona su posición con los extranjeros, ha adoptado la tolerancia de cultos como cosa ventajosa al país; ¿pero la admitiría la de Córdoba?; y he aquí cómo en esta provincia el sistema federal obra según su ilustración, y las ventajas que consiga serán en proporción a su ilustración, y para que cada provincia conozca las ventajas y se ilustre, es que se debe dejar que cada una en su órbita se coloque en la situación y capacidad que tiene, sin que a ninguna se la obligue, oponiéndole las trabas a contramarchar ni a depender de otra.

Es preciso observar que cada una debe arreglarse a la capacidad que tenga para dirigirse. Y yo pregunto: ¿Es tanta la diferencia y multiplicación que hay de empleados que se necesite de esa ilustración en el grado que se pretende para el desempeño de los destinos públicos? Yo creo que es muy poca la diferencia que hay de una a otra provincias. Señor, gastos para estas legislaturas; primero: las legislaturas, siendo dentro del territorio de las provincias, se hallan en igual caso que la de Buenos Aires, que los miembros de ellas no tuvieron sueldo alguno para servir este destino, sino que lo observan por honor, mirando este cargo como una carga concejil. ¿Cuál es, pues, la multiplicación de gastos? En cuanto a la capacidad y aptitud de sus habitantes, yo encuentro que en esos pueblos hay hombres con tanta capacidad y aptitud como los que se pueden encontrar aquí, y aunque no en tanto número, esto es lo general, porque yo lo he observado muy de cerca habiendo transitado por ellos; y me he sorprendido al observar que hay mas ilustración que la que se creía. Además de que para la organización y arreglo interior de cada provincia lo que se necesita es un conocimiento práctico y un deseo de mejorar, y éste es más nato, y es más propio de los vecinos y naturales de aquel lugar, y de aquellos cuya permanencia está allí arraigada, que de otros que tengan que venir de fuera. ¿Dónde, pues, está este obstáculo de la falta de ilustración? Yo no sé cómo se pueda demostrar. Insistiendo más sobre la materia ¿qué es lo que buscamos? Que el país se ilustre lo más breve posible. ¿Y cuál es el medio más fácil de conseguir esto?; la ilustración práctica, que se adquiere en el ejercicio de esos empleos públicos, que son como escala para venir en la misma clase y línea a desempeñar en la reunión de la federación empleos de igual naturaleza, pero que requieren mayor contingente de luces y capacidad.

Pasemos a la falta de población. Señor: los cantones suizos yo no sé que población ni qué ilustración tenían cuando se declararon independientes; estoy por decir, según lo que he leído, que era menos que la nuestra; primero, porque en aquella época en que ellos se declararon independientes las luces eran bastantes escasas; segundo, porque la clase de un pueblo puramente pastor, no le podía proporcionar sino conocimientos muy escasos. En cuanto a los Estados Unidos de América, donde hay una extensión inmensa de territorio, que tomaba desde el Atlántico hasta el Pacífico 800 a 900 leguas, en ese territorio ¿qué población tenían en aquella época en que se declararon independientes? Menos de tres millones; ¿y qué población era ésta? Yo creo que la población debe considerarse respectiva al lugar; ¿qué ha sucedido?; lo que era natural: que siendo el medio más fácil para aumentar su población una marcha que guarda consonancia con los principios de sus naturales, hoy asciende su población a once millones. ¿Qué población tenían las Floridas cuando entraron en poder de los Estados Unidos por el gobierno español?: una población pequeña como de 15 mil habitantes; ¿Y esta población de qué era compuesta?; por lo general de algunos españoles pescadores y castas; y esto ha obligado a los Estados Unidos a hacer que la Indiana y otros territorios, posteriormente compongan estados independientes unos de otros, pasando actualmente de veinte. ¿Y ha sido óbice el ser poblaciones pequeñas para que los Estados Unidos hayan hecho esto? No señor; todo lo contrario; desde el momento que los Estados Unidos han encontrado un territorio regular capaz de declararlo Estado, ya lo declaró tal. Mas entre nosotros todo al revés, todo el empeño es coartar que un Estado llegue a constituirse tal Estado, y hacer que se organice de tal modo que los unos detengan sus progresos y los otros retrograden. ¿Y qué inconvenientes han hallado los Estados Unidos en este caso? Ninguno. Lo único que se ha palpado es la prosperidad y todo género de ventaja, y eso es lo que les ha hecho llegar a un estado de perfección, según nos lo refiere la historia, a pesar de haber tenido el intermedio de una guerra. Pero aproximándonos más a la cuestión, se entra en lo práctico, y éste es tal vez el punto de contacto de donde debe arrancar la cuestión. ¿Cuál es la forma del gobierno porque la mayoría de la población de las provincias se ha decidido? Yo prescindí de lo que dijo un señor diputado, que no le llamé al orden, porque es muy odioso el acto de llamar al orden al que habla, cuando decía que era un yugo el que sufrían las provincias; cuando por una cosa menor en que se hablaba de un gobierno pasado, en que había alguna diferencia, tuvimos recientemente un ejemplo práctico, que yo quisiera que no hubiera sucedido en la Sala; pero yo deseando que sea la opinión libre, en el juicio del que habla, ésa es su opinión; y así lo pudo manifestar igualmente el señor preopinante. ¿Pero podrá negarse lo que un representante de Corrientes dijo, que antes tomó la palabra, de que la provincia Oriental se ha decidido por el sistema federal? ¿Y cuál es ese caudillo o ese gobernador vitalicio que la oprime para que la obligue a dar esta opinión? ¿Podrá negarse que la provincia de Entre Ríos acaba de manifestar su opinión de un modo el más propio, consultando a sus departamentos y diciéndoles que manifestasen cuál era su voluntad, y los cinco contestes han declarado que están por el sistema de federación? ¿Dónde hay aquí una cosa que prueba que el Gobierno haya impelido a obrar de este modo y no de otro a estos departamentos? La de Córdoba lo ha hecho tan fuertemente que el señor diputado ha supuesto ser ella el jefe de la federación, y que se le debe a Artigas; ¿este mismo acto no lo reprodujo el año 20, y actualmente no lo acaba de manifestar? Señor, si la provincia de Córdoba estuviera oprimida, como se ha dicho, no hubieran tenido los Representantes de la Junta de Córdoba la energía de representar a la faz de ese gobernador, al Congreso, nada de coacción, siendo en contra de los sentimientos de tal jefe. Pero al contrario, los sentimientos que animan a ese gobernador van en tanta consonancia con los individuos de la Junta y hasta con los de la provincia toda, que no hay prueba de que la opinión de ésta sea forzada. Si es la provincia que represento, tampoco encuentro elementos en qué apoyar esa opresión del jefe que la gobierna, ni cómo puede sostenerse ese despotismo donde no hay fuerzas ni medio para ello; ni sé con quién pueda contar para esto, cuando ella sostuvo una guerra dilatada por no depender de la del Tucumán, como subalterna. Pasemos, pues, a la provincia de Salta. Dígase lo que se quiera, yo he estado en esta provincia cuando se consultaba del modo más fuerte y libre, y convocando a que fuesen a dar sus ideas los ciudadanos que quisiesen ejecutarlo. La provincia misma de Salta tomó en consideración (y no uso de expresiones que en aquel caso vertió un representante) los males que habían causado la dislocación de un verdadero sistema federal; y este es error clásico.

Sr. Castellanos: Me parece que es demasiado avanzar entrar a clasificar la opinión de la provincia de Salta.

Sr. Dorrego: Pero si yo digo que esto es a mi juicio.

Sr. Castellano: Pues es falso, es errado, porque está considerado por la misma provincia.

Sr. Dorrego: Si yo voy hablando en mi opinión; lo he dicho así, que es lo que he observado; como hombre público y privado ¿puede hacérseme cambiar esto? Contésteme, pero yo puedo expresar mis ideas del modo que quiera. La provincia de Salta cuando menos, a juicio del que habla, no está pronunciada de un modo exclusivo y terminante por el sistema de unidad; y la prueba es que creo que en las instrucciones se ordena que en el caso de que se decida el Congreso por el sistema federal, no se haga oposición o resistencia, porque tiene deseo de conformarse con él. Ésta es una prueba clásica; ya no es mi opinión sola, ya son las instrucciones. De consiguiente, señor, queda demostrado que la opinión pública por más que se diga y se reclame por actos positivos y terminantes, está tan decidida por el sistema federal, que aun confundiéndose en alguna parte la desorganización y los males que ella causa, sin embargo están por el sistema federal. ¿Qué será cuando se considere que este sistema es una perfección de organización, es el medio de arribar al camino más breve de adquirir más ventajas que el de unidad, que nos pone en distancia de ellas? Pero hay más, hasta el local de la capital se encuentra en este caso; porque en un sistema de unidad generalmente debería desearse ese impulso que da la proximidad a todos los puntos de la capital, para que no nos presentásemos en un estado de debilidad. En la otra forma de gobierno los recursos serían más prontos, porque es indudable que cada Estado tendría su milicia disciplinada y arreglada de un modo más exacto, y como en la forma de gobierno que tenemos no solamente las tropas de línea, sino las masas de cuerpos nacionales han de contribuir a la defensa del Estado, éstas serían mejor dispuestas y mucho más emuladas para demostrar tanto valor y energía en la campaña como el que más. Lo real y positivo es que aquel sistema es mejor donde el absolutismo y la tiranía están más distantes. Yo creo que no hay quien pueda creer que haya igual distancia y proporción bajo el sistema federal que bajo el sistema de unidad. Uno solo gira bajo el sistema de unidad; bajo el nombre de gobierno dispone toda la máquina y la hace rodar; pero bajo el sistema federal todas las ruedas ruedan a la par de la rueda grande. No sé que se pueda presentar el ejemplo de un país, que constituido bien bajo el sistema federal, haya pasado jamás a la arbitrariedad y al despotismo; más bien me parece que el paso naturalmente inmediato es del sistema de unidades al absolutismo o sistema monárquico. Pero quiero estrechar más la cuestión a mi modo de ver. Supongamos que este sistema federal contengan errores y males que vengan a perjudicarnos pregunto, ¿la masa general decidida por el sistema federal, no pondría un empeño en que él se ponga en planta, si probase que los errores que se le atribuyen son falsos?. Así como en la guerra de la Independencia era el clamoreo del gobierno de España y de toda la Europa de que no éramos capaces, y que no teníamos recursos para quedar independientes, y todos nosotros hicimos empeños y esfuerzos para hacerles creer que teníamos recursos y disposición bastante para hacernos independientes. Esta tendencia o disposición de la masa general a recibir con gusto el sistema federal ¿no es una ventaja? ¿Por qué los legisladores han querido hacer creer que la dominación era una emanación de la divinidad para inspirarles un deseo de respetarla? Pero pongamos aun la cuestión bajo el punto de vista de que efectivamente ella nos proporcione ventajas reales y que pueda causar algunos males ¿no podrá ponerse un artículo en la Constitución, fijando un término o período regular para que ella sea revisada? Si es posible aún establecer por la misma Constitución unos censores públicos de ella, que observen las dificultades y defectos que ocurran para ponerla en planta. Por medio de esto y en vista de los convencimientos prácticos que hagan presente el Congreso en su reunión a una época dada, sería imposible que se opusiesen los pueblos, ni es creíble que ellos quisieran hacerse desgraciados, ni que quieran una Constitución que les proporcione males, y que los ponga en una disposición más fácil de ser invadidos y confiscados. Por este medio, pues, que he indicado de un término regular dado para revisarse la Constitución, queda el Congreso en aptitud de ver si realmente existen estos males y temores que se han indicado. Pero ya que esto es lo que urge de un modo fuerte a juicio del que habla, no es un paso natural y sencillo el que se da del sistema federal al de unidad. Indudablemente a la inversa, señor, es un paso violento e implicado y que el menos en la misma autoridad encontraría resistencia el que se diera del sistema de unidad al federal. Así es que he observado de muchos que, aunque con sana intención, creyeron que el país necesitaba una autoridad que fuera emanada de las legitimidades para mandarnos, siendo eternamente los pueblos inclinados a ésta, han opinado por esto por el sistema de unidad, por ser lo natural. No se me reproche la falta de método con que he considerado los argumentos; y así pasaré ahora a lo que se ha dicho sobre la falta de recursos. Yo pregunto: ¿se han deslindado hasta ahora, o se han organizado en la mayor parte de las provincias las rentas que pueden dar? No, señor. Si ellas se deslindasen bajo el sistema federal, se vería que tenían suficientes recursos; por otra parte ¿la riqueza y la población no van en aumento? Si hoy se encuentra que hay algún pequeño déficit, mañana habrá algún sobrante. Nos ha arredrado nuestra revolución en el caso en que nos hallamos por no estar igualadas las entradas con las salidas. Pero se ha pasado, a pesar de que no se podía creer, porque se ha dicho, esto no es común ahora, y metodizándonos debemos esperar en adelante que haya rentas suficientes para sostener no solamente a los empleados públicos, sino también para amortizar nuestras deudas y aun para establecer un fondo, que nos ponga en aptitud de entablar proyectos de lujo que nos proporcione ventajas. Pero hay más; un jefe bajo el sistema federal demanda tan pocos empleados, que se observa en los Estados Unidos que el Presidente de la nación no goza más renta que la de 25 mil pesos y así proporcionalmente en los demás; pero bajo el sistema de unidad el lujo y el boato y la multiplicación de empleos ha de ser de una naturaleza diferente. No nos engañemos, y esto ha de ser práctico: bajo el sistema federal los funcionarios públicos adoptan ese espartanismo que en los gobiernos nacientes como el nuestro es tan necesario, y que no sólo produce la economía, sino que conserva el amor a la libertad; porque aunque despreciable aquel principio que la libertad y la riqueza no se amalgaman; es indudable que el considerarlo de otro modo, en ese caso es perjudicial.

No sé, pues, si me será fácil hacer un pequeño epílogo para reasumir las razones que he dado. Tales son que no existen el inconveniente de que las provincias formarían pueblos dispersos en fracciones muy pequeñas; que la ilustración no está en contra de esto, sino que al contrario ellas son las que lo exigen: tales son que no hay falta de rentas y recursos para poderse conservar en el sistema federal; tales son: que el sistema federal está en consonancia con una mayoría tal que no sólo se ha pronunciado por él de un modo formal y enérgico, sino que será dificultoso hacerla contramarchar, para que reciba otra forma de gobierno. Y aquí se me recuerda lo que dijo un señor diputado que me precedió en la palabra, que no sé con qué objeto trajo el ejército de la Banda Oriental. En dos extremos lo indicó. Dijo que ha encontrado trabas, no bajo el sistema federal, porque éste no existe, sino que las ha encontrado bajo de esa especie de simulacro, bajo el sistema federal. Al contrario, bajo el sistema de unidad imperfecto y desorganizado en que nos hallamos, es que se encuentran trabas, mas cuando estaban en el de federación, aunque imperfecto, ellas concurrieron para la formación de ese ejército con sus contingentes, y algunas lo dieron aun con exceso, porque el espíritu de patriotismo y de la independencia está en la sangre de la masa, y cuando ocurre una guerra los individuos cooperan de todos modos. Pues qué: ¿se cree que haya un individuo que merezca el nombre de argentino, que no sea capaz de desear que llevemos al Brasil nuestro sistema? No señor, eso sería una equivocación y una injuria a los pueblos. De lo expuesto, pues, parece que los inconvenientes y dificultades que se indicaron cuando se trató de la forma de gobierno, no son de la naturaleza tal como entonces se manifestaron; y que el sistema federal es no sólo conforme al voto de la provincia que represento, sino al voto general de todas ellas; y acabo de exponer las razones que me condujeron en aquella época a decir que las expuestas por la Comisión no me habían hecho fuerza".

Fuente: www.urquizadenis.com.ar
[Imagen: Monumento Histórico Nacional que recuerda el fusilamiento del Coronel Don Manuel Dorrego, enclavado en el Parque que lleva su nombre a pocos kilómetros de la Ciudad de Navarro]


Cartas de Dorrego y otros documentos sobre su muerte

El trágico fusilamiento de Dorrego por orden de Juan Lavalle constituye hasta el presente uno de los episodios más inexplicables de la historia argentina del siglo XIX. Los historiadores han podido reconstruir hasta al mínimo detalle los acontecimientos que rodearon aquel trágico 13 de diciembre, gracias a la supervivencia de abundante material documental: las cartas del propio Dorrego a sus seres queridos, las misivas entre Lavalle y sus ministros, los pedidos de clemencia de diversas personalidades y las memorias de testigos presenciales.

Comunicado de Lavalle dando cuenta de la captura de Dorrego, 11-12-1828

Señor ministro.

En este momento he recibido una nota del teniente coronel de húsares don Bernardino Escribano, dándome parte de haber prendido al coronel Dorrego en las inmediaciones de Areco, y de conducirlo a este punto...

Saludo al señor ministro, repitiéndole mis asentimientos de aprecio"

Juan Lavalle


Carta del Almirante Brown, gobernador delegado en Buenos Aires, a Lavalle, aconsejándole que permita a Dorrego salir del país, 12-12-1828 (a la noche)

El fusilamiento

El 1 de diciembre de 1828, el primer gobernador de Buenos Aires elegido por el voto popular es destituido por una revolución nacida en espurios intereses.

El primer Federal que accedía a gobernar Buenos Aires, él, el indómito al que tanto admiraban los habitantes de las orillas urbanas de Buenos Aires y el gaucho de la campaña, era derrocado por los representantes de intereses absolutamente contrapuestos.

Las fuerzas del Gral. Juan Galo Lavalle hacen huir al Gobernador Dorrego, y éste sale en procura de apoyo para reconquistar el poder perdido. El 9 de diciembre, ocho días mas tarde del derrocamiento, ambas fuerzas antagónicas se enfrentan en batalla en los campos de Navarro. Las fuerzas de combate de Dorrego no pueden con el armamento y el número de sus opositores, y derrotado, vuelve a huir. Lavalle, al mando de sus hombres, queda acampando a la vera de la laguna, en la estancia de Juan Almeyra, a la espera de la captura de su derrocado y derrotado.

En su huída, el 10 de diciembre, al atardecer, Dorrego llega a Salto Argentino y creyéndose a salvo de sus perseguidores se decide a descansar en la estancia de su hermano Luis, lugar donde también se encuentra acampando el Regimiento N° 5 de Húsares, comandado por el amigo de Dorrego, Coronel Ángel Pacheco, quien está dispuesto a ayudar al Gobernador destituido, pero su segundo jefe de Regimiento, el Comandante Bernardino Escribano, obedece la orden de detención de la que se entera en el momento y sublevando el regimiento acampado a favor de los revolucionarios comandados por Lavalle, toma prisioneros al Cnel. Manuel Dorrego, a su hermano Luis y a su jefe directo, el Cnel. Pacheco.

Los tres detenidos son conducidos a Buenos Aires en un birlocho debidamente custodiado, pero en las cercanías de la Cañada de Giles, la comitiva es interceptada por el Coronel Federico Rauch (declarado enemigo del Gobernador) quien otorga libertad a Luis Dorrego y a Pacheco y los hace seguir viaje a Buenos Aires, mientras que a Manuel lo conduce detenido hasta Navarro. En la mañana del 13 de diciembre, -muy temprano- Dorrego es demorado en el pueblito de Navarro a la espera de las órdenes de Lavalle que estaba instalado en la estancia El Talar -de Almeyra-.

A las 13,15, el Mayor Juan Elías, responsable de la vigilancia y cuidado del detenido, es informado por un ayudante de Lavalle que debe transportar a Dorrego hasta la estancia donde él tiene instalado su campamento.

El Gobernador capturado llega a El Talar alrededor de las 14 horas. La orden fue terminante por parte de Lavalle: -"...Intímele que en una hora será fusilado" seguido de: - " ¡No quiero verle ni oírle"

El párroco de Navarro, Juan José Castañer –primo del infortunado condenado- lo asiste espiritualmente en esos últimos momentos. Dorrego redacta sendas cartas a su esposa y a sus hijas, redacta instrucciones de orden administrativo y se despide mediante cartas de sus amigos, a la vez que ruega se renuncie a cualquier acto de venganza derivado de su muerte. Apoyado en el brazo de su primo y sacerdote de Navarro, y en el de amigo y camarada Lamadrid marcha hacia el patíbulo.

Intercambia su chaqueta con el Gral. Lamadrid, entrega los tiradores de seda de sus pantalones para que le sean alcanzados a su hija, y entrega su vida ante el pelotón de fusilamiento en una tórrida siesta de diciembre.

El pueblo de Navarro junto al gauchaje de toda la provincia lloraron el injusto fusilamiento de su Gobernador, anónimamente a modo de póstumo y secreto homenaje se escribían versos como estos:

"Cielito, cielo que sí cielito, cielo nublado. Murió el coronel del Pueblo. En los pagos de Navarro..."

Una cruz de ñandubay marcó por muchos años el lugar del fusilamiento y, ciertamente, otras habrán sucedido a ella en la función señal y memoria; hasta que en el año 1925, una delegación de niños y docentes de la Escuela N° 17 a cargo de la maestra Ana Bildostegui y con el niño Poncio Ariet como abanderado, reemplazó la dañada cruz de madera dura por una nueva de hierro forjado realizada en la herrería de Aristía Hnos.

El encargado de la Estancia El Talar de entonces, alambró un pequeño perímetro para protegerla del daño de vacas y caballos, hasta que en el año 1928 –centenario del fusilamiento- familiares de Dorrego costean un monolito de ladrillo que servía de basamento a una cruz de lapacho.

En la misma fecha, 13 de diciembre de 1928, en Navarro se impone el nombre Dorrego a la actual calle 111 y se inaugura el busto del prócer en la plaza homónima.

Cuarenta años después, en ese mismo sitio donde se levantaba el monolito y la cruz, se construye el monumento y templete gestionado por el entonces Intendente Municipal Don Roberto Romeo, y es inaugurado el 7 de mayo de 1968 con la presencia del Gobernador de Buenos Aires, Gral. Francisco Imaz.

Raúl Lambert


Fuente: www.navarropueblo.com.ar

Señor gobernador don Juan Lavalle:

Mi apreciado señor:

La carta original de Dorrego que incluyo a usted le informará de sus deseos de salir a un país extranjero, bajo seguridades: mi opinión a este respecto, como particular, está de conformidad, pero asegurando su comportamiento de no mezclarse en los negocios políticos de este país... Esta es mi opinión privada, mas usted dispondrá lo que considere mejor, para asegurar los grandes intereses de la provincia; quedando su muy atento amigo y servidor

W. Brown


Carta de Juan Cruz Varela a Lavalle, sugiriendo veladamente la necesidad de la ejecución de Dorrego, 12-12-1828

Señor don Juan Lavalle

Mi general:

Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos de usted; esto será lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias... En fin, usted piense que 200 o más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted cuál es su deber...

Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su atento amigo y servidor

Juan C. Varela


Carta de Salvador María del Carril a Lavalle, sugiriendo la necesidad de tomar medidas drásticas contra Dorrego, 12-12-1828

Señor general don Juan Lavalle

Querido general:

(...) Ahora bien, general, prescindamos del corazón en este caso (...)

Así, considere usted la suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento (...). En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el que gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra, y no cortará usted las restantes; ¿ entonces, qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras ?. Nada queda en la República para un hombre de corazón".

Salvador María del Carril


Fragmento de las memorias del general Gregorio Aráoz de Lamadrid, escritas veinte años después de los hechos de que fuera testigo presencial

"Fui a ver al general Juan Lavalle a solicitar su permiso para hablar con el señor Dorrego así que llegara. Dicho general (...) me permitió verle así que llegara y lo hice en efecto, al momento mismo de haber parado el birlocho en medio del campamento y puéstosele una guardia. Subido yo al birlocho y habiéndome abrazado, díjome: "¡ Compadre, quiero que usted me sirva de empeño en esta vez para con el general Lavalle, a fin de que me permita un momento de entrevista con él!" (...). "Compadre -le dije-, con el mayor gusto voy a servir a usted en este momento". Corrí a ver al general, hícele presente el empeño justo de Dorrego...; mas viendo yo que se negó abiertamente a ello, le dije: "¿ qué pierde el señor general con oírle un momento...?". "¡No quiero verle, ni oírlo un momento¡"...

Salí desagradado, y volví sin demora con esta funesta noticia a mi sobresaltado compadre.

Al dársela se sobresaltó aún más, pero lleno de entereza mi dijo: "¡Compadre, no sabe Lavalle a lo que se expone con no oírme! Asegúrele usted que estoy pronto a salir del país; a escribir a mis amigos de las provincias que no tomen parte alguna por mi...

Bajéme conmovido y pasé con repugnancia a ver al general. Apenas me vio entrar, díjome: "Ya se le ha pasado la orden para que se disponga a morir, pues dentro de dos horas será fusilado; no me venga con muchas peticiones de su parte". ¡Me quedé frío! "General, le dije, ¿ por qué no le oye un momento, aunque lo fusile después?". "¡No lo quiero!", díjome, y me salí en extremo desagradado y, sin ánimo de volver a verme con mi buen compadre...; pero en el momento se me presenta un soldado a llamarme de parte de Dorrego, pidiéndome que fuera en el momento.

Al momento de subir al birlocho se paró con entereza y me dijo: "Compadre, se me acaba de dar la orden de prepararme a morir dentro de dos horas. A un desertor al frente del enemigo, a un bandido, se le da más termino y no se le condena sin oírle y sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quien ha dado esta facultad a un general sublevado? Proporcióneme usted, compadre, papel y tintero, y hágase de mi lo que se quiera. ¡Pero cuidado con las consecuencias!".


Fragmento de una carta de Juan Estanislao Elías, edecán de Lavalle en 1828, y encargado de comunicar a Dorrego su inminente ejecución, quien años después narra a su hermano la reacción inicial del condenado (12 de junio de 1869)

Señor don Angel Elías

Mi estimado hermano:

(...) Cerca de las dos de la tarde hice detener el carro frente a la sala que ocupaba el general Lavalle, y desmontándome del caballo fui a decirle que acababa de llegar con el coronel Dorrego.

El general se paseaba agitado a grandes pasos y al parecer sumido en una profunda meditación, y apenas oyó el anuncio de la llegada de Dorrego, me dijo estas palabras que aún resuenen en mis oídos después de cuarenta años: Vaya usted e intímele que dentro de una hora será fusilado.

El coronel Dorrego había abierto la puerta del carruaje y me esperaba con inquietud. Me aproximé a él conmovido y le intimé la orden funesta de que era portador.

Al oírla, el infeliz se dio un fuerte golpe en la frente, exclamando: ¡Santo Dios!

Amigo mío, me dijo entonces, proporcióneme papel y tintero y hágame llamar con urgencia al clérigo Castañer, mi deudo, al que quiero consultar en mis últimos momentos (...).

Como la hora funesta se aproximaba, el coronel Dorrego me llamó y me dio las cartas, una que todo el mundo conoce, para su esposa, y la otra de que yo solo conozco su contenido, para el gobernador de Santa Fe don Estanislao López.

Ambas cartas se las presenté al general Lavalle, quien sin leerlas me las devolvió, ordenándome que entregase la dirigida a su señora y que a la otra no le diera dirección.

Juan Elías


Carta de Manuel Dorrego a su esposa, 13-12-1828

Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí.

Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía de este desgraciado.

M. Dorrego


Acta de defunción

Mientras Lavalle escribía el parte al Almirante Brown, a 300 metros suyos el cuerpo de Manuel Dorrego yacía tirado en el campo. Hay indicios ciertos que luego de la ejecución, hubo ensañamiento con el cadáver. Así lo indica el testimonio de la Comisión Oficial, que por orden de Rosas, ni bien asumió el Gobierno se trasladó de Buenos Aires a Navarro con el fin de exhumar los restos de Dorrego, tarea que se llevó a cabo el 13 de diciembre de 1829, es decir al año justo de su muerte.
El informe firmado por el camarista don Miguel de Villegas dice en parte:
"Que encontraron el cadáver entero, a excepción de la cabeza que estaba separada del cuerpo en parte, y dividida en varios pedazos, con un golpe de fusil al parecer, en el costado izquierdo del pecho..."
Luego del fusilamiento (si así se lo puede llamar) el acongojado pariente de Manuel Dorrego, el clérigo Juan José Castañer, se hace cargo del cadáver, ya que ni siquiera se permitió a los más cercanos deudos llegarse hasta Navarro para ver los restos, no obstante los ruegos de los familiares que hicieron llegar al Sr. Ministro Díaz Vélez con tal fin. En cambio el recinto sagrado de nuestra histórica Parroquia, el mismo día 13, abrió de par en par sus puertas para recibir el cuerpo del infortunado Gobernador de Buenos Aires. Luego que fuera velado toda la noche, con la presencia escasa de algunos vecinos asombrados, que esporádicamente se acercaron al féretro.
El día 14, Manuel Dorrego fue enterrado en el Cementerio de Navarro, que entonces estaba junto a la Iglesia. El lugar de su sepultura dice el mismo parte de Villegas que estaba:
"a cinco y media varas de su frente y puerta principal, con la diferencia de dos tercios en que daba hacia su parte lateral izquierda..."
Concluido el sepelio, el párroco de Navarro, de puño y letra, dejó labrada la siguiente acta de Defunción, que está guardada como reliquia histórica de gran valor en nuestra iglesia y dice así:
"Manuel Dorrego- En el día 14 de diciembre de 1828, yo, el abajo firmado, teniente cura de esta Capilla de Navarro, sepulté con oficio y misa de cuerpo presente, todo cantado de primera clase, el cadáver del coronel don Manuel Dorrego, natural de Buenos Aires, esposo de doña Angela Baudrix. Recibió los Sacramentos de que doy fé.

Firmado: Juan José Castañer."

Misivas a sus hijas escritas en otros trozo de papel, 13-12-1828

Mi querida Angelita [se refiere ahora a una de sus hijas, no a su esposa]: te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre.

Mi querida Isabel [otra de sus hijas]: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre.

Sed católicos y virtuosos, que esa religión es la que me consuela en este momento".

M. Dorrego


Carta de Manuel Dorrego a su amigo Miguel de Azcuénaga, 13-12-1828

Señor don Miguel S. Azcuénaga:

Mi amigo, y por usted a todos: Dentro de una hora me intiman debo morir, ignoro por qué; la Providencia así lo ha querido. Adiós, mis buenos amigos, acuérdense ustedes de su

M. Dorrego


Carta de Manuel Dorrego a su sobrino, 13-12-1828

Señor don Fortunato Miró:

Mi apreciado sobrino: Te suplico arregles mis cuentas con Angela, por si algo le toca para vivir a esa desgraciada, recibe el adiós de tu tío

M. Dorrego


Nuevas indicaciones a su esposa en otro trozo de papel, 13-12-1828

Mi vida: mándame a hacer funerales, y que sean sin fausto. Otra prueba de que muero en la religión de mis padres,

tu Manuel

[y añade]

"Todos los documentos de minas en compañía de Lecoc están en la cómoda vieja; que Lecoc sea dueño de todas y dé a mi familia lo que tuviese a bien.

Que Fortunato te entregue lo que a conciencia crea tener mío.

Calculo que Azcuénaga me debe como tres mil pesos.

José María Miró, mil quinientos.

De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado.

A Manuel, la mujer de Fernández, les darás trescientos pesos.

A mis hermanos, y demás coherederos, debes darles o recabar de ellos como mil quinientos pesos, que recuerdo tomé de mi padre y no he repartido a ellos".


Carta a Estanislao López, gobernador de Santa Fe, 13-12-1828

Señor gobernador de Santa Fe don Estanislao López.

Mi apreciable amigo: En este momento me intiman a morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores.

Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy su afectivo amigo.

Manuel Dorrego


Comunicado de Lavalle dando cuenta del fusilamiento, 13-12-1828

Señor Ministro:

Participo al gobierno delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden al frente de los regimientos que componen esta división.

La historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido o no morir; y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público.

Quisiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires, que la muerte del coronel Dorrego es el sacrificio mayor que pueda hacer en su obsequio.

Saludo al señor ministro con toda atención

Juan Lavalle


Carta de Díaz Vélez a Lavalle, quien ignorando que el fusilamiento ya se ha producido, comunica que el representante del gobierno de EE.UU. estaba dispuesto a facilitar a salida de Dorrego del país, 13-12-1828

Señor don Juan Lavalle

Mi querido general y amigo de toda mi estimación:

(...) En esta misma posición, es en la que llego como amigo suyo y de Dorrego, a interponer mi mediación, para que él vaya a Estados Unidos, y explicaré cómo debe ser en mi opinión... Dorrego debe salir inmediatamente sin toca en el pueblo, extrañado perpetuamente, dando garantías que podrán prestarlas los mismos mediadores, y privado también de la ciudadanía, etc. Esto es digno, más que fusilarlo, aun después de un juicio muy dudoso, si se han de consultar los ápices de la justicia"

Díaz Vélez

P.D.: en caso que Dorrego vaya a Estados Unidos, Forbes dará buque al instante.


Carta de Del Carril a Lavalle, en el que le aconseja fraguar un proceso, para salvar las apariencias de la ejecución sumaria de Dorrego, 15-12-1828

Señor general don Juan Lavalle

Mi querido general:

(...) Me tomo la libertad de prevenirle, que es conveniente recoja usted un acta del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase, redactado con destreza, será un documento histórico muy importante para su vida póstuma (...). Que lo firmen todos los jefes y que aparezca usted confirmándolo. Debe fundarse en la rebelión de Dorrego con fuerza armada contra la autoridad legítima elegida por el pueblo; en el empleo de los salvajes para ese atentado; en sus depredaciones posteriores...etc.etc.

Salvador María del Carril


Fragmento de las memorias de Tomás de Iriarte, escritas años después de los acontecimientos de diciembre de 1828

He dicho que desde que supe que Dorrego estaba en poder de Lavalle no dudé un momento de que éste lo fusilaría, y como prueba de esta convicción, haré mención de un sueño que tuve en la noche del 13 al 14: bien que no soy hombre que crea en sueños. Dorrego fue fusilado en la tarde del 13 al frente del ejército en una estancia inmediata a Navarro; pues bien, yo soñé esto mismo y mi imaginación ocupada de esta escena mientras estaba despierto, me la representó muy al vivo mientras dormía, de modo que por la mañana comuniqué el sueño a varios individuos de mi familia, y varios amigos de confianza. Por la tarde cuando llegó la noticia del infame asesinato, no me sorprendí lo más mínimo; y al primero que me la comunicó, le contesté lo que había soñado. La cosa era muy natural, cuando el ánimo está preocupado y excitado con gran interés en un objeto, en un desenlace probable de algún suceso, las ideas se repiten durante el sueño...


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