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Enrique Gil Ibaarra |
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Schoklender no es Madre
Por Enrique Gil Ibarra
Las Madres nunca tuvieron que ver con plata, sino con Plazas. Schoklender es
otra cosa. Podrán decirme que fue un error de Hebe. Lo acepto. Hasta puedo afirmar
que es un Gran Error de Hebe, así, con mayúsculas.
Porque Hebe ha cometido errores en estos años ¿quién podría negarlo?
Pero hay que separar los tantos.
No puedo ni quiero caer en este juego perverso de muchos medios que han hecho
gala y pendón de “derechohumanismo” en estos años y ahora aprovechan la leña
del árbol Schoklender para prender el fueguito debajo de las Madres de Plaza
de Mayo, poniendo subrepticiamente en duda todos los años de lucha.
De lucha honesta, decente, insospechable, ejemplar. Avergonzante para todos
aquellos que jamás pusieron la cara ni los huevos y ahora aprovechan para tomar
revancha de su propia (y oculta) humillación.
Da espanto ver que gran parte de nuestra hipócrita y jodida sociedad comenta
“el escándalo Schoklender” y lo pronuncia con una media sonrisita aputasada
y trucha: “¿viste el escándalo de las Madres?”, gozando, disfrutando esta lapidación
pública, pensando, supongo, en lo íntimo de su espíritu basura “no eran tan
honestas, no eran tan valientes, no eran tan puras, no soy tan mierda”.
Pero sí son mierda.
Porque Schoklender no es Hebe (aunque seguiré diciendo a quien quiera escucharlo
que no coincido con Hebe en cientos de cosas), y yo elijo seguir pensando que
Hebe es una honesta Madre que a veces mete la pata, como todas las otras madres
y abuelas que durante décadas le mostraron el camino de la verdad y la justicia
a esta sociedad pusilánime y acomodaticia.
Elijo creer en Hebe como ella eligió creer en nosotros hace tantos años. Cuando
tantos cagones y rastreros murmuraban “algo habrán hecho”. Cuando ellos ponían
en sus autos los cartelitos de “derechos y humanos” mientras nos torturaban
y mataban, Hebe, Azucena, Esther y todas las Madres estaban en la Plaza, gritando
por nosotros.
No sé si Schoklender es “traidor”. En todo caso me preguntaría “¿traidor a qué?”
porque jamás le conocí militancia. Para mí, no pasa de un empleado jerárquico
de una fundación que aparentemente desfalcó buena parte de la plata que tenía
a su cuidado. Si lo hizo, debe ir preso. Y punto.
¿Qué tiene eso que ver con las Madres?
¿Qué relación guarda con la lucha de años por el castigo a los culpables de
torturas y violaciones?
¿Qué tiene en común una estafa monetaria con los derechos humanos?
Pues nada. Y los que pretenden mezclar las cosas son, simplemente, tan miserables,
deshonestos, cobardes y despreciables como aparentemente lo es Schoklender.
Aunque no lo sepan.
Enrique Gil Ibarra
10 de junio del 2011
http://elhendrix.blogspot.com | http://elhendrix.com.ar
A Alejandro Rozitchner la palabra pueblo le da un asquito
Por Enrique Gil Ibarra
En una notuela en la que pretende filosofar “Sobre la idea de pueblo”, Rozitchner
(autodefinido como “Ideólogo libre de ideologías”) afirma que el vocablo “tiene
un sentido fascista” y traduce “fascista” como “excesivamente autoritario”,
una burda simplificación – para un filósofo que realmente lo sea- del significado
real de “fascismo”. Pero no importa. Lo importante es que para Alejandro Rozitchner
el pueblo es “una masa manipulable. Para construir esa masa cada individuo debe
despersonalizarse, dejar de lado sus diferencias, su realidad, y pasar a simular
ser una cabecita más en la muchedumbre que viva al líder popular. La masa, el
pueblo, no valora la individualidad: ni las emociones, ni los deseos, ni las
diferencias, ni todo lo que constituye la riqueza de la personalidad, la verdad
de las vidas concretas”.
Es evidente que el muchacho Rozitchner no tiene la más puta idea de lo que es
el pueblo. No es extraño, no debe haber estado jamás en un barrio pobre, en
una villa, y menos cerca de algún obrero. De lo contrario, no podría escribir
tan suelto de cuerpo que los trabajadores que constituyen el pueblo argentino
son un “imaginario hombre popular, un ser imposible y carente de todo atributo”.
Inmediatamente, suma a esta des-caracterización lo que denomina “los populares”
que, supongo, son (somos) aquellos que pensamos que el pueblo existe. Y sin
decir “agua va” procede a tildarnos de malignos sacerdotes y sacerdotisas de
una nueva teosofía ya que “pueden hacer todo tipo de maldades, tienen la justificación
en esa instancia suprema, religión moderna, el pueblo”.
Claro que en verdad es Rozitchner el moderno y no nosotros. Porque, en todo
caso, el pueblo existió siempre y de moderno no tiene nada. Por el contrario,
son estos filósofos del fin de las ideologías los que desparraman modernidad
imbécil a los cuatro vientos, se quejan del “autoritarismo populista” y pretenden
reemplazarlo con el “autoritarismo republicano”. Protestan contra los “autoritarios
que descalifican y ofenden”, pero son capaces de escribir sin sonrojarse “Hoy
día sólo hay pueblo cuando se contrata a actores para que lo finjan”; “Hoy en
día el pueblo es un recurso retórico, una palabra que se usa para darle valor
a la pobreza”.
El señor asesor de Macri ni siquiera es conciente de que su discurso es una
pobre copia de los más retrógrados planteos económicos neoliberales: “Los populares
dan subsidios, para mantener a todos como sus hijitos pobres. Una política para
el desarrollo generaría trabajo, abriría mercados, uniría recursos, sería capaz
de proyectos sociales serios, de ver las verdades de la vida comunitaria. Los
populares mienten las cifras, para que su lucha parezca buena, cuando no lo
es. Los populares arman peleas, para convencer a los pobres de que están amenazados
por los ricos, para que no se logre un acuerdo...”
No logra Rozitchner comprender que las únicas verdades que la “vida comunitaria”
que propugna ha demostrado son el crecimiento la pobreza, la falta de salud
y de educación que han imperado en la década en que su jefe Macri comulgaba
con las políticas de Domingo Cavallo y Carlos Menem.
Tan infantil es el planteo, que sugiere que nosotros, tan malitos “armamos peleas”
para “convencer a los pobres de que están amenazados por los ricos”. En realidad,
y meditándolo, parece excesivo cargar las tintas sobre un individuo tan limitado.
Quizás habría que juzgar al incapaz de la facultad que le otorgó el título de
“filósofo”.
Y plantear la idea de personas como si fuera algo “mejor” que pueblo es desopilante
(para un filósofo). Un “filósofo”, aunque no comparta el criterio, debería saber
que ambos términos no son equivalentes. Es como comparar al zorro con las gallinas.
“Personas” es un vocablo que remite a género humano, en tanto que “pueblo” remite
claramente a sector, a lucha de clases, a mayoría silenciada, a derechos violados
sistemáticamente por todas esas “personas”, la “gente como uno”, los “pobres
ricos buenos” que (según Rozitchner) no amenazan a los “pobres pobres” malos
o tontitos.
En fin, que para este señor hiperdemocrático “La palabra pueblo suena a fascismo,
a gran monumento musoliniano, a pretensión nazi de una lucha final y santa.
Detrás de la idea de pueblo hay siempre un intento de autoritarismo, una cierta
falta de inteligencia...” y lo malo no es que se permita pensarlo, porque a
semejantes estupideces tenemos derecho hasta los más tarados, sino que lo escribe
y hasta lo firma. País generoso éste, en el que el pueblo permite que habiten
semejantes trogloditas peludos.
Aquí el link al brulote de Rozitchner
http://100volando.blogspot.com/2010/08/sobre-la-idea-de-pueblo-mi-articulo-de.html
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Cerebros en crisis
Por Enrique Gil Ibarra
La crisis no sólo afecta el bolsillo. También obnubila el cerebro.
El otro día, conversando con un conocido que tiene una empresa pequeña, de unos
30 empleados, hablábamos del tema universal en estos días: la crisis y cómo
nos afectará a los argentinos.
Yo le comentaba que en Trelew -la ciudad donde ambos vivimos- no me parecía
que la tal crisis hubiera perturbado demasiado, al menos todavía. Mi “sensación”,
palabra que ha sido tan abusada que está a punto de convertirse en sinónimo
de eufemismo, es –le decía- que lo que existe aquí es una especie de “psicosis
de la crisis”, que si bien asusta y mucho a los empresarios, no tiene su reflejo
en una realidad concreta que sea demasiado distinta de otras épocas en las que
hubo que apretarse un poco el cinturón.
Vamos, que no es que haya desaparecido el dinero, sino que se encuentra bien
guardado en múltiples bolsillos, cajas de seguridad y/o de zapatos, de los que
él posee varios pares. Y que hasta ahora los que más se quejan lo hacen de llenos
y en todo caso porque han postergado la compra del 0 Km., porque los que no
están (y nunca estuvieron) llenos no se quejan sino que siguen –como siempre-
buscándose la diaria como mejor pueden y a la crisis no le dan ni pelota, tal
vez por falta de tiempo.
No diría que estuvo de acuerdo, pero tuvo la gentileza de reconocerme que hasta
cierto punto eso era bastante cierto, pero que él creía que existía la posibilidad
de que se pusiera peor.
Y agregó: “De todas formas, siempre los perjudicados vamos a ser los empresarios
chicos, así que yo ya tengo pensado que si bajan las ganancias por debajo de
un cierto límite, tengo que despedir alguna gente. Y si no, cierro y listo”.
“¡A la mierda! -le contesté- ¿No la vas a pelear? ¿Vas a rajar a tu gente así
nomás? Algunos eran empleados de tu viejo”.
“Si, bueno –me dijo- no te creas que no me importa, pero yo no voy a perder
guita. Yo esta crisis no la causé, y no voy a quedar en la lona si la empresa
empieza a andar mal”.
Tengamos en claro que este pequeño empresario viene de seis años florecientes,
durante los que logró forrarse concienzudamente*.
Por supuesto, se lo dije. Pero no pareció entrar en su pensamiento. Asombrado,
me respondió: “¿Y eso qué tiene que ver? Esa plata es mía, no la voy a poner
en la empresa para perderla”.
Y aquí viene el asunto central, porque descubrí que uno –cualquier “uno”- puede
ser un brillante empresario, pero eso no implica que pueda razonar coherentemente.
Le expliqué que las recesiones se superan con consumo. Que pensara que, si él
razonaba así y despedía personal, posiblemente colaboraría en convertir su preocupación
en una “profecía autocumplida”, ya que el mercado en este desangelado mundo
capitalista es una cadena de venta y compra interligada que, si se rompe, también
explota.
No me entendió, así que la hice más simple: “Mirá, vos despedís a 10, eso no
parece mucho y tus ventas no bajan. Pero después una empresa de 2.000 despide
a 500, y tus ventas (Trelew tiene 100.000 habitantes) empiezan a bajar. Entonces
vos despedís otros 10, y otra compañía raja a 300, y otra a 200 y vos terminás
cerrando tu boliche. ¿Entendés?”
Por supuesto, ahí si comprendió rápidamente. Satisfecho, supuse que había contribuido
a preservar la fuente de laburo de 30 tipos, y que además –mucho más importante-
había aportado mi gotita de agua en la copa semi vacía de la resistencia contra
la depresión económica.
Cuando nos despedimos, le pregunté finalmente qué planeaba para sostener su
pujante empresita.
“Ya te dije –me contestó- si la cosa se pone jodida, primero rajo a algunos
-pagándoles todo, eso si-, y si se pone peor, cierro. No voy a arriesgar mi
propia guita. Que esto lo arregle otro, no es mi culpa”.
Margaritas a los chanchos.
Usted me dirá: “¡Qué tipo hijo de puta!”. Y sin embargo, es un chabón muy querido
en la ciudad, porque siempre se comportó como “buena gente”.
La crisis no es solamente económica. Los cerebros también se arrugan como pasas
por falta de irrigación.
¿Sabe lo que más me molesta? Que posiblemente en unos meses, cuando nos veamos
de nuevo, el tipo me diga: “Cerré la empresa justo antes de perder plata.
¿Viste que yo tenía razón?”
*Cualquier similitud con nuestros compatriotas “del campo” es pura coincidencia, lo juro.
Enrique Gil Ibarra
http://elhendrix.blogspot.com
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Negacionismo
y dictadura
Por Enrique Gil Ibarra
El conflicto en Gaza y la posición del Estado de Israel con su respuesta
“desproporcionada y feroz” –según declaraciones oficiales israelíes- a los
misiles palestinos, han logrado que en los últimos meses resurgiera en algunos
acotados ámbitos un elemental antisemitismo inconsciente que tiene a identificar
negativamente “Gobierno israelí” con “raza judía”. Teniendo claro que esta
clasificación es básicamente incorrecta, no es el objetivo de este escrito
pontificar sobre la diferencia –obvia- entre “raza” y “religión”, ni cómo
ese antisemitismo en ocasiones se disfraza de “antisionismo”, actitud esta
última que definitivamente comparto, a diferencia de la primera.
Sin embargo, es interesante observar como este aparente “antisionismo” redivivo
ha posibilitado el rebrote del discurso “negacionista” del holocausto judío.
Personas racionales, inteligentes, que algunos meses atrás ni siquiera se
hubieran planteado el debate porque aceptaban como verdad histórica el genocidio
nazi, han variado su pensamiento no por razones explícitas y lógicas sino
–es mi impresión- por un oscuro sentimiento de revancha: “si hacen esto
ahora, quizás se merecían lo que les pasó”; o bien por imprecisiones estadísticas:
“parece que no fueron seis millones los asesinados”; o consideraciones técnicas:
“lo de las cámaras de gas es falso”; o suposiciones conspirativas: “es una
mentira cuyo objetivo es encubrir el dominio del mundo”.
Todos estos argumentos, recubiertos de una muy respetable pátina de “investigaciones
históricas” y apellidos de científicos supuestamente serios, han recobrado
una validez inusual y, paradojalmente, irracional y absurda.
Rebatirlos es simple y redundante:
• Nadie “merece” nada retroactivamente ya que, por mal que se porte “hoy”,
no podría haber sido castigado “ayer”, a no ser que se argumente una presciente
punición divina.
• Si fueron seis millones o cuatro, el concepto de genocidio no varía un
ápice.
• Si fueron asesinados en cámaras de gas, por hambre, por frío, fusilados
o ahorcados, da exactamente lo mismo y el hecho moral es idéntico.
• Por último, en el tipo de mundo en que vivimos, todo país o pueblo sueña
con su preponderancia a nivel mundial, y de hecho un país la ejerce desde
hace décadas con mano de hierro. Las teorías conspirativas tienden a considerar
lo que es obvio en un mundo desquiciado como un plan maquiavélico y secreto,
condición que posibilita la “revelación” consecuente.
Pero otra coincidencia es la que –en Argentina- me llama la atención.
Muchos de los más ansiosos negacionistas argentinos son también aquellos
que, de un modo u otro, tienden a justificar los crímenes de la dictadura
de 1976. Por supuesto, no se animan –excepto algunos locos- a alabar a Videla,
pero si a proponer “revisar lo actuado dentro de un contexto histórico”.
Esto no es malo, si no fuera porque parten de la posición de descreer de
una supuesta “mentira marxista y subversiva”.
Casualmente, surgen similares argumentos: “la guerrilla empezó con la violencia,
se lo buscaron”; “no fueron 30.000 los desaparecidos sino muchos menos”;
“no hubo torturas como las que se cuentan y además los subversivos también
torturaban”; “es una falacia del marxismo internacional que intenta la destrucción
de la Iglesia y la civilización”.
Como vemos, si la casualidad es mucha, imaginar una causalidad tal vez no
sea un disparate.
Quizás podrían analizarse las motivaciones o ideario que unos, negacionistas
del holocausto que descreen de los crímenes del nazismo, comparten con los
otros, negacionistas del terrorismo de Estado argentino que “comprenden”
la reacción de las FFAA argentinas ante la agresión “terrorista”.
Un análisis superficial nos ofrece el primer paralelismo. En ambos casos,
la civilización occidental y cristiana se vio “amenazada”: Hace 70 años,
por la “ambición de los judíos” y el “avance del judeo marxismo que intentaba
adueñarse del planeta”. Hace 30, en Argentina, esa misma civilización debió
defenderse contra el “marxismo apátrida y ateo” que subvertía nuestros valores.
La reacción de los “agredidos” fue sin duda “desproporcionada y feroz”.
¿Habrá sido –será- la misma guerra, que continúa a través de los años y
las fronteras? Posiblemente. Si este periodista adhiriera a las teorías
conspirativas, se animaría a sugerir que el intento de conspiración histórica
pasa por el arco de los “negacionistas” en ambos casos.
Después de todo, y ante la realidad del mundo en el que vivimos, no puede
afirmarse que por el momento el “marxismo apátrida” haya avanzado mucho.
Tal como lo manifestaba Paul Ricoeur, “la memoria es un trabajo”. El revisionismo
histórico no es otra cosa que reanalizar y reubicar en un contexto veraz
la memoria colectiva. Esa tarea sólo puede ser respetable y respetada si
es encarada con honestidad y una inflexibilidad ética a toda prueba.
La responsabilidad de revisar el pasado incluye aceptar la posibilidad de
que la nueva visión resultante no nos agrade nada. La verdad debe primar
sobre el dolor del autoconocimiento y el presupuesto del prejuicio.
hendrix
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