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EPISTEMOLOGIA
¿Marx o TN? *
Por Alberto J. Franzoia
Breves consideraciones previas
Se ha convertido en un tema recurrente comprobar como periodistas que circulan
por los medios (televisión, radio, diarios, Internet), se rasgan las vestiduras
para dejar en claro cuál es la vereda en la que se ubican a la hora de manifestarse
sobre objetividad y neutralidad. Conceptos que según parece significarían
mas o manos lo mismo, ya que casi nadie realiza el menor esfuerzo por establecer
las notables diferencias de contenido existentes. Así nos encontramos con
dos bandos irreconciliables: por un lado los asépticos que desde su visión
positivista (no siempre consciente) se definen como neutrales y objetivos,
por el otro los militantes que renuncian explícitamente a la neutralidad
y también a la objetividad (¡ay! qué enorme favor le hacen al adversario).
La carencia de precisión semántica conduce entonces a una asignación de
similitud de contenido entre ambos conceptos, o a una vinculación tan fuerte,
que la presencia o ausencia de uno parecería estar garantizando la existencia
o inexistencia del otro. Así quien intente ser objetivo necesariamente debería
ser neutral, y quien no desee ser neutral debería renunciar a cualquier
pretensión de objetividad. Ambos planteos los considero rigurosamente falsos.
En realidad el debate suele revestir en los medios dominantes (muy proclives
a presentarse como independientes) un carácter que roza lo grotesco, porque
como ocurre en muchas otras cuestiones, temas específicos son abordados
por supuestos conocedores de los mismos con una orfandad de argumentos alarmante.
Y bueno es advertir que en medios oficiales el desempeño en esta cuestión
no suele ser demasiado superior. Lo dicho es así porque quienes disertan
sobre los conceptos aludidos con frecuencia son principiantes en la materia,
sin embargo han logrado instalarse con “autoridad” en espacios donde se
debaten problemas no sólo desconocidas por ellos, sino que muchas veces
ni siquiera demuestran el menor interés por incorporar el conocimiento necesario,
ya que eso supone estudio, trabajo, por lo tanto: esfuerzo. Así como es
habitual que cualquier improvisado acceda a un micrófono para comunicar
algo a un receptor multitudinario sin conocer las reglas básicas de la lengua
en la que se expresa (basta escuchar relatos de fútbol o a ciertos movileros
para comprobarlo), también es muy común escuchar o leer a periodistas que
se expresan sobre objetividad y neutralidad sin un conocimiento mínimo de
las posturas epistemológicas existentes al respecto, pero eso no los inhibe
de dictar cátedra.
Antes el periodista se formaba en la práctica, sin academia previa, y justo
es reconocer que de allí salieron algunas figuras extraordinarias; si de
fútbol hablamos, Dante Panzeri fue un ejemplo de rigor profesional. Ahora
es común transitar por facultades o escuelas de periodismo para acceder
al ejercicio de la profesión, y considero correcto que así sea porque los
conocimientos necesarios son cada vez mayores y más específicos. Sin embargo,
ante la evidencia de los hechos uno se pregunta qué cosa enseñan en dichas
casas de estudios; porque si un periodista con academia no maneja el ABC
de una teoría acerca de cómo se gesta y qué características tiene el conocimiento,
entonces estamos en problemas. Y muchos más grave resulta la cuestión si
se pretende luego disertar sobre lo que se ignora. Es cierto que existe
una pléyade de profesionales serios que jerarquizan la tarea pero en la
cuestión abordada se observan reiteradas falencias. Por lo tanto, abordar
con responsabilidad el cómo debe ejercerse el periodismo en los medios (objetividad,
neutralidad), supone formarse previamente en el tema. Hay algunos casos
alarmantes en los que los largos años de ejercicio profesional colocan a
ciertos personajes en el lugar de “intocables” y desde allí bajan línea,
como la señora Ruiz Guiñazú, sobre el “deber ser” de la profesión. Sin embargo,
cada vez que Magdalena se presenta como independiente o neutral (lo que
supuestamente le garantizaría una mayor objetividad en relación a otros
periodistas militantes) demuestra: ignorar el tema, o representar una gran
farsa amparada en el desconocimiento de sus colegas más jóvenes y la complicidad
de los veteranos
Sobre objetividad y neutralidad
Ahora bien, más allá de estas breves consideraciones vayamos a lo esencial
del problema abordado: ¿son los conceptos objetividad y neutralidad sinónimo
o se implican mutuamente? La respuesta es no. Se pueden debatir posturas
distintas sobre ambos conceptos, ya que diversas corrientes abordan la cuestión
con perspectivas diferentes, donde lo filosófico juega un papel nada menor;
lo que no se puede es asignarles el mismo significado a dichos conceptos
o necesarias relaciones de implicancia. Un profesional del periodismo que
intente ser objetivo no tiene que pensarse necesariamente neutral como condición
esencial para lograrlo. De la misma manera quien se presente como neutral
(en caso de que esta opción fuese posible, y yo lo dudo muchísimo) no significa
que haya conquistado la objetividad. Bueno es reconocer que el positivismo
duro es el paradigma que más ha colaborado para gestar confusión al respecto,
al considerar que la neutralidad es un garante de la objetividad, aunque
claro está considera muchas otras cuestiones.
Lo primero que deberíamos establecer es que estamos ante un conocimiento
que intenta ser superador del sentido común (y se supone que si uno asiste
a una academia lo hace para adquirir algo más que ese maravilloso y necesario
sentido), para lo cual debe aspirar a importantes grados de objetividad.
En su defecto sería preferible debatir en el bar y no invertir tiempo, esfuerzo
y dinero en una capacitación específica. Porque en las disciplinas sociales
(y allí debería ubicarse actualmente al periodismo y la comunicación social)
ahora hay que capacitarse tanto como lo hace un médico o ingeniero. Quien
aún no lo haya asumido (y no son pocos) calza un reloj que atrasa varias
décadas
Entonces: ¿qué cosa es la objetividad? Adaptando la cuestión al limitado
espacio de un artículo de divulgación se puede definir como la teoría que
logra captar las características esenciales (nunca todas) del objeto abordado:
objeto-objetividad. Dar cuenta de ello supone estar en condiciones de demostrar
cada cosa que se ha afirmado sobre el objeto de estudio. Por eso un buen
método de investigación supone pasos concretos no solo para construir hipótesis
sino, y fundamentalmente, para verificarlas. La verificación supone a su
vez técnicas para recolectar datos significativos. Sólo así se llega al
conocimiento verdadero.
Tomar como objeto de estudio el peronismo entre los años 1945 y 1955, formulando
una hipótesis que incluya su caracterización como movimiento nacional y
popular de la Argentina, implica definir con claridad cada uno de los conceptos
utilizados en dicha hipótesis y luego presentar una cantidad de datos significativos
(surgidos de la aplicación de técnicas o instrumentos de recolección de
datos) que acrediten dicha condición. Si llegamos a esa instancia nuestro
conocimiento tendrá una objetividad que si bien no es absoluta tampoco resulta
comparable a una simple opinión (nuestra subjetividad). Por lo tanto, cada
vez que hay aspiración de objetividad, deben prevalecer las demostrables
caracterizaciones del objeto estudiado por sobre las consideraciones personales
del sujeto que lo aborda. Desde ya la objetividad siempre está condicionada
por factores que deben ser explicitados, como ha sostenido con acierto la
sociología del conocimiento. Pero, y esto debe quedar muy claro, una objetividad
condicionada nunca es igual a un conocimiento esencialmente subjetivo. La
frecuente e interesada confusión al respecto suele ser terreno propicio
para que se reproduzcan ciertos improvisados que transitan alegremente por
los medios.
¿Y la neutralidad? Pues bien, es algo bien distinto. Neutral es quien no
toma partido ante realidades que presentan más de una alternativa, y como
la realidad es dialéctica (unidad de los opuestos que se influyen y transforman
mutuamente) siempre nos alineamos, en forma consciente o inconsciente, con
alguno de los polos que integran esa contradicción. Uno debe decidir de
qué lado se encolumna. Pero la opción adoptada de ninguna manera supone
una renuncia al estudio objetivo del objeto. En el ejemplo dado, vinculado
a la caracterización del peronismo entre 1945 y 1955, nada impide que adoptemos
una postura favorable o contraria, en tanto esa postura no sea utilizada
para anular una caracterización lo más objetiva posible. Se puede ser antiperonista
y no por eso negar estudios serios (con datos comprobables) que demuestran
el carácter racionalmente popular del peronismo como consecuencia de las
medidas concretas que adoptó. De la misma manera se puede ser peronista
sin negar las insuficiencias democráticas, sobre todo de cara a la política
dirigida hacia las capas medias, de sus dos primeros gobiernos.
La neutralidad en el campo de los estudios sociales no es posible (ni deseable)
porque los compromisos explícitos o no de los sujetos son demasiado fuertes,
en tanto todo sujeto pertenece a un colectivo social (clases, sectores sociales,
partidos, grupos culturales, etc.) con intereses concretos que muchas veces
resultan opuestos a los de otros colectivos. Reconocer ese condicionamiento
es una condición impostergable para alcanzar mayores grados de objetividad
en la construcción del conocimiento. Puedo y debo estudiar las características
del objeto recurriendo a un método y técnicas específicas para lograrlo,
pero ante dicho objeto adoptaré siempre una postura. Negar nuestra visión
o postura no sólo no aporta nada a la objetividad sino que la limita aún
más, ya que su consecuencia es presentar como conocimiento comprobable aquello
que sólo es parte de nuestra consideración personal (subjetividad). La diferencia
entre Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales por caso, no radica en
que la primera sea neutral o independiente, sino en que ella no explicita
su toma de partido y Víctor Hugo sí lo hace. La mayor o menor objetividad
transita por otros carriles.
Por otro lado, si el periodista reconoce ser un periodista militante, bienvenido
sea, nos hace un enorme favor. Pero esa condición no lo exime, más bien
todo lo contrario, de estudiar con rigor el tema sobre el que va a informar
a la población. Si en su defecto se presenta como independiente, empezamos
mal, porque oculta una de los factores fundamentales que siempre condicionan
la producción de conocimiento: la postura personal del investigador (Felix
Schuster: Los límites de la objetividad en Ciencias Sociales). Y si considera
que esa declaración de independencia (o neutralidad) le garantiza objetividad,
debo decirle que incurre en un error aún mayor. La objetividad nada tiene
que ver con no tomar partido sino con la rigurosidad a lo hora de construir
el conocimiento. En la dialéctica burguesía-proletariado Marx siempre se
definió a favor del proletariado (no fue neutral), y desde ese lugar construyó
una de las teorías más rigurosas sobre el capitalismo expresada en “El capital”,
motivo por el cual muchos de sus actuales críticos debieron recurrir a él
para saber qué cosa está pasando con la economía mundial. Ninguna teoría
es motivo de interés y de consulta por parte de otros estudiosos de la realidad,
y menos a casi ciento cincuenta años de ser publicado su primer tomo, si
sólo fuera una mera especulación subjetiva. Me pregunto si algún investigador
serio a la hora de estudiar el período kirchnerista consultará los informes
producidos por la división noticias del periodismo más “independiente” (¿objetivo
y neutral?) del país, como es el caso de TN, perteneciente al oligopolio
Clarín. ¿Podrán este tipo de informes integrar la documentación necesaria
de la época?
¿Quién es más objetivo entonces: aquel que construye con rigor (método,
técnicas, documentos) un conocimiento explicitando claramente su postura
(militante) como lo hizo Marx en el campo de la economía, o quien en otra
disciplina de los estudios sociales (como es el caso de la comunicación
social), amparándose en una declamada neutralidad, se considera habilitado
para construir un relato de los hechos sin ningún tipo de rigor metodológico?
¿Marx o TN? Esa es la cuestión.
La Plata, 25 de octubre de 2011
Filosofía
de la ciencia
Stephen Hawking
y el debate entre ciencia y religión
Por Daniel Guerra
El Big Bang necesita un nuevo paradigma como antes lo necesitaba el geocentrismo.
El empeño en explicar lo inexplicable tiene su paralelismo en otras ciencias
como sociología y economía.
«Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como
langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una
tienda para morar» Isaías 40.22.
En el siglo III a. C., el filósofo griego Apolonio de Perga (262-190 a.
C.) intentando explicar el movimiento aparente de los astros alrededor de
la Tierra, supuso que los astros debían de moverse en órbitas excéntricas
y epicíclicas.
Siglos después, el astrónomo Claudio Ptolomeo (100-170 d. C.) complementó
el trabajo de Apolonio y elaboró un sistema cosmológico geocéntrico basado
en los epiciclos, unas órbitas cuyo centro se sitúan en un punto determinado
de las órbitas deferentes, cuyo centro sería la Tierra. A diferencia de
Platón o de Aristóteles, Ptolomeo era un empirista. Su trabajo consistió
en estudiar la gran cantidad de datos existentes sobre el movimiento de
los planetas con el fin de construir un modelo geométrico que explicase
dichas posiciones en el pasado y fuese capaz de predecir sus posiciones
futuras. Se llegó a diseñar un complejo entramado de órbitas (epiciclos
y deferentes) con movimientos retrógrados y elípticos, pero aún así no se
lograba explicar del todo la retrogradación y la variación del tamaño y
de la luminosidad de ciertos planetas. Con la mejora de las observaciones,
se necesitó añadir más círculos al modelo para adecuarlo, haciéndolo impracticable.
Hubo que esperar hasta Copérnico (1473-1543) para encontrar una solución
eficaz al problema.
Nicolás Copérnico, lejos de incrementar la complejidad de los epiciclos
y los deferentes, simplemente le dio un nuevo enfoque al modelo cosmológico:
Planteó que los astros no giran alrededor de la Tierra, sino alrededor del
Sol. En su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium simplificó enormemente
el modelo cosmológico imperante hasta entonces, aproximándose más a la realidad
de las leyes que rigen el movimiento de los astros. No obstante, resultó
difícil que los científicos de la época lo aceptaran, su teoría ponía en
tela de juicio el hecho de que el hombre está en el centro del Universo
para contemplar la majestuosidad de los cielos hechos por Dios.
Sin embargo, no sería correcto atribuir el descubrimiento de Copérnico exclusivamente
a los avances en los métodos de observación en la Edad Moderna. En el siglo
III a. C., unas décadas antes del nacimiento de Apolonio de Perga y dieciocho
siglos antes de que Copérnico rompiera el paradigma geocéntrico, el filósofo
griego Aristarco de Samos (310–260 a. C.) realizando unas sencillas mediciones
de la distancia entre la Tierra y el Sol, determinó que el tamaño del Sol
era mucho mayor que el de la Tierra. Para Aristarco era la demostración
de que la Tierra, junto a los demás astros, gira alrededor del Sol y no
a la inversa. No fue la razón ni el resultado de las observaciones, sino
la filosofía antropocéntrica imperante, lo que evitó que la teoría más lógica,
correcta, y por lo tanto la más sencilla triunfara en aquella época, dando
paso a un modelo complejo, lleno de dificultades e inconsistencias, que
exigía complicadas argucias para explicar el aparente desorden de estos
vagabundos del espacio, y además erróneo.
En la actualidad, el pasado 2 de septiembre del 2010, una noticia ha saltado
a los medios de comunicación provocando cierto revuelo: Stephen Hawking,
la mayor autoridad reconocida en astrofísica de nuestra era, afirma en un
avance su nuevo libro aún por publicar The Grand Design que Dios no creó
el Universo. Hawking argumenta que el Big Bang, es decir, la gran explosión
inicial del universo, fue “una consecuencia inevitable” de las leyes de
la física y que el cosmos “se creó de la nada”. La prensa rápidamente ha
buscado el sensacionalismo: “Hawking reabre la polémica entre Ciencia y
Religión”, rezaba un titular de “El Mundo”:
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/09/02/ciencia/1283441352.html
No obstante, cabría preguntarse por qué a estas alturas del siglo XXI, el
científico más influyente de la Teoría de Big Bang se ve obligado a ofrecer
explicaciones sobre la inexistencia de Dios en los fenómenos astrofísicos.
La respuesta quizás esté en las contradicciones de la propia teoría del
Big Bang, a las que el propio Hawking contribuyó en su obra A brief history
of time: from the Big Bang to black holes (1988), donde de forma un tanto
ambigua, llegó a sugerir que las leyes del universo podían haber sido creadas
por un “ente superior”. El principal problema es el de tener que explicar
que el universo surgió de la nada.
Actualmente, teorías como las del “diseño inteligente” pretenden demostrar
que la evolución de las especies es fruto de la mano de algún ser racional.
En ese maraña seudocientífica en la que se intenta conciliar la fe con la
ciencia, la teoría del Big Bang, pese a las declaraciones de Hawking, juega
un papel destacado al dejar una puerta abierta a todos aquellos que pretendan
demostrar la existencia de un ser creador.
Basta observar que la Iglesia Católica Romana ha aceptado la teoría del
Big Bang como una descripción válida del origen del Universo, sugiriendo
que dicha teoría es compatible con las cinco vías para la demostración de
la existencia de Dios que estableció el filósofo, teólogo, escritor y Doctor
de la Iglesia Santo Tomás de Aquino (1224 - 1274 d. C.), en especial con
la primera de ellas sobre el movimiento [1], así como con la quinta vía.[2]
La editorial de la Cope, la cadena episcopal, hace una nueva interpretación:
“Stephen Hawking afirma que el universo pudo surgir de la nada, gracias
a la existencia previa de una serie de leyes físicas. Pues bien, por lógica
ese mismo argumento debería llevar a concluir la existencia de Dios.”
Sin embargo, la teoría del Big Bang, hasta ahora casi indiscutible, es menos
consistente e incuestionable de lo que aparenta. Sus márgenes han de ser
movidos constantemente tras cada observación para hacerla encajar con los
resultados obtenidos, igual que ocurría desde la antigüedad con los estudios
de Claudio Ptolomeo y todos los que le sucedieron hasta el siglo XVI.
Constantemente es necesario corregir la fecha de la supuesta Gran Explosión,
se buscan explicaciones para extrañas aceleraciones que se manifiestan en
la expansión de la materia, se financian investigaciones que tratan de probar
la existencia de una gran cantidad de materia (materia oscura) que resulta
imprescindible para cuadrar los cálculos, y cuya existencia es tan hipotética
como lo fue en su época la de los epiciclos.
Por su puesto que ha de haber una razón que explique la observación de un
universo en constante expansión y para la radiación de fondo, pero ¿esa
explicación es necesariamente una gran explosión creadora que hiciera aparecer
el cosmos de la nada?
Llegados a este punto, es preciso recordar que no todos los científicos
defienden la teoría del Big Bang. Entre ellos, es destacable la figura del
premio Nobel de física Hannes Alfvén (Norrköping, 1908 – Estocolmo, 1995).
Este físico, conocido como el padre de la física del plasma, elaboró un
modelo cosmológico de un universo infinito en el tiempo y el espacio, basado
en el plasma, donde la materia no se crea de la nada, sino que se transforma.
Alfvén consideraba que la aparente expansión del universo que observamosno
es más queuna simple fase local de una historia mucho más amplia.
Tal vez, en un futuro, esperemos que no haya de pasar 18 siglos, se vuelva
a hablar de Alfvén. Quizás para entonces muchos de sus estudios y conclusiones
hayan quedado obsoletos, pero es posible que se haya acercado más a la realidad
que los actuales astrofísicos defensores del Big Bang. Así pues, de una
vez por todas, se habrá superado el teocentrismo, que no es más que una
derivación del antropocentrismo, para dar paso a un nuevo modelo cosmológico
mucho más simple que el actual, con un nuevo enfoque que demuestre realmente
que el universo no gira alrededor de ningún ente sobrenatural.
De producirse este cambio de paradigma en el mundo de la astrofísica, a
parte de los avances que supondría en el conocimiento de las leyes del universo,
lo más destacable sería que supondría también una victoria de la razón frente
a la filosofía imperante que nos imponen las clases dominantes, tal y como
ocurrió en la Edad Moderna; una época en la que florecieron valores como
progreso y razón frente al dogmatismo.
Este nuevo enfoque en la cosmología iría acompañado de la ruptura de otros
muchos paradigmas en otros campos del conocimiento que a día de hoy pueden
parecer incuestionables por la imposición de la ideología de las clases
dominantes. El fenómeno de la construcción de epiciclos en la cosmología
para explicar lo inexplicable, tiene su paralelismo también en otras ciencias,
como la sociología o la economía, donde sesudos expertos teorizan sobre
modelos económicos sostenibles basados en el capitalismo y buscan soluciones
imposibles a las crisis del sistema, todo con tal de no abandonar la mentalidad
impuesta por las clases dominantes. En cambio, si planteamos que la solución
está en que el universo no tiene por qué girar entorno a los principios
del capitalismo, seguramente simplificaremos lo que hasta hoy a muchos les
parece incomprensible.
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[i] Primera vía: El movimiento como actuación del móvil: Es cierto y consta
por el sentido que en este mundo algunas cosas son movidas. Pero todo lo
que es movido es movido por otro. Por tanto, si lo que mueve es movido a
su vez, ha de ser movido por otro, y este por otro. Mas así no se puede
proceder hasta el infinito… Luego es necesario llegar a un primer motor
que no es movido por nada; y este todos entienden que es Dios. Las cinco
vías para la demostración de la existencia de Dios (Santo Tomás de Aquino)
[ii] Quinta vía: El gobierno de las cosas: Vemos que algunas cosas que carecen
de conocimiento, esto es, los cuerpos naturales, obran con intención de
fin… Ahora bien, las cosas que no tienen conocimiento no tienden a un fin
si no son dirigidas por algún cognoscente e inteligente. Luego existe algún
ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a un fin; que es lo
que llamamos Dios. Las cinco vías para la demostración de la existencia
de Dios (Santo Tomás de Aquino)
Fuente: http://www.gramscimania.info.ve/2010/09/stephen-hawking-y-el-debate-entre.html
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