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¿Marx o TN? Por Alberto Franzoia  |  Stephen Hawking y el debate entre ciencia y religión. Por Daniel Guerra



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EPISTEMOLOGIA

¿Marx o TN? *

Por Alberto J. Franzoia

Breves consideraciones previas

Se ha convertido en un tema recurrente comprobar como periodistas que circulan por los medios (televisión, radio, diarios, Internet), se rasgan las vestiduras para dejar en claro cuál es la vereda en la que se ubican a la hora de manifestarse sobre objetividad y neutralidad. Conceptos que según parece significarían mas o manos lo mismo, ya que casi nadie realiza el menor esfuerzo por establecer las notables diferencias de contenido existentes. Así nos encontramos con dos bandos irreconciliables: por un lado los asépticos que desde su visión positivista (no siempre consciente) se definen como neutrales y objetivos, por el otro los militantes que renuncian explícitamente a la neutralidad y también a la objetividad (¡ay! qué enorme favor le hacen al adversario). La carencia de precisión semántica conduce entonces a una asignación de similitud de contenido entre ambos conceptos, o a una vinculación tan fuerte, que la presencia o ausencia de uno parecería estar garantizando la existencia o inexistencia del otro. Así quien intente ser objetivo necesariamente debería ser neutral, y quien no desee ser neutral debería renunciar a cualquier pretensión de objetividad. Ambos planteos los considero rigurosamente falsos.

En realidad el debate suele revestir en los medios dominantes (muy proclives a presentarse como independientes) un carácter que roza lo grotesco, porque como ocurre en muchas otras cuestiones, temas específicos son abordados por supuestos conocedores de los mismos con una orfandad de argumentos alarmante. Y bueno es advertir que en medios oficiales el desempeño en esta cuestión no suele ser demasiado superior. Lo dicho es así porque quienes disertan sobre los conceptos aludidos con frecuencia son principiantes en la materia, sin embargo han logrado instalarse con “autoridad” en espacios donde se debaten problemas no sólo desconocidas por ellos, sino que muchas veces ni siquiera demuestran el menor interés por incorporar el conocimiento necesario, ya que eso supone estudio, trabajo, por lo tanto: esfuerzo. Así como es habitual que cualquier improvisado acceda a un micrófono para comunicar algo a un receptor multitudinario sin conocer las reglas básicas de la lengua en la que se expresa (basta escuchar relatos de fútbol o a ciertos movileros para comprobarlo), también es muy común escuchar o leer a periodistas que se expresan sobre objetividad y neutralidad sin un conocimiento mínimo de las posturas epistemológicas existentes al respecto, pero eso no los inhibe de dictar cátedra.

Antes el periodista se formaba en la práctica, sin academia previa, y justo es reconocer que de allí salieron algunas figuras extraordinarias; si de fútbol hablamos, Dante Panzeri fue un ejemplo de rigor profesional. Ahora es común transitar por facultades o escuelas de periodismo para acceder al ejercicio de la profesión, y considero correcto que así sea porque los conocimientos necesarios son cada vez mayores y más específicos. Sin embargo, ante la evidencia de los hechos uno se pregunta qué cosa enseñan en dichas casas de estudios; porque si un periodista con academia no maneja el ABC de una teoría acerca de cómo se gesta y qué características tiene el conocimiento, entonces estamos en problemas. Y muchos más grave resulta la cuestión si se pretende luego disertar sobre lo que se ignora. Es cierto que existe una pléyade de profesionales serios que jerarquizan la tarea pero en la cuestión abordada se observan reiteradas falencias. Por lo tanto, abordar con responsabilidad el cómo debe ejercerse el periodismo en los medios (objetividad, neutralidad), supone formarse previamente en el tema. Hay algunos casos alarmantes en los que los largos años de ejercicio profesional colocan a ciertos personajes en el lugar de “intocables” y desde allí bajan línea, como la señora Ruiz Guiñazú, sobre el “deber ser” de la profesión. Sin embargo, cada vez que Magdalena se presenta como independiente o neutral (lo que supuestamente le garantizaría una mayor objetividad en relación a otros periodistas militantes) demuestra: ignorar el tema, o representar una gran farsa amparada en el desconocimiento de sus colegas más jóvenes y la complicidad de los veteranos

Sobre objetividad y neutralidad

Ahora bien, más allá de estas breves consideraciones vayamos a lo esencial del problema abordado: ¿son los conceptos objetividad y neutralidad sinónimo o se implican mutuamente? La respuesta es no. Se pueden debatir posturas distintas sobre ambos conceptos, ya que diversas corrientes abordan la cuestión con perspectivas diferentes, donde lo filosófico juega un papel nada menor; lo que no se puede es asignarles el mismo significado a dichos conceptos o necesarias relaciones de implicancia. Un profesional del periodismo que intente ser objetivo no tiene que pensarse necesariamente neutral como condición esencial para lograrlo. De la misma manera quien se presente como neutral (en caso de que esta opción fuese posible, y yo lo dudo muchísimo) no significa que haya conquistado la objetividad. Bueno es reconocer que el positivismo duro es el paradigma que más ha colaborado para gestar confusión al respecto, al considerar que la neutralidad es un garante de la objetividad, aunque claro está considera muchas otras cuestiones.

Lo primero que deberíamos establecer es que estamos ante un conocimiento que intenta ser superador del sentido común (y se supone que si uno asiste a una academia lo hace para adquirir algo más que ese maravilloso y necesario sentido), para lo cual debe aspirar a importantes grados de objetividad. En su defecto sería preferible debatir en el bar y no invertir tiempo, esfuerzo y dinero en una capacitación específica. Porque en las disciplinas sociales (y allí debería ubicarse actualmente al periodismo y la comunicación social) ahora hay que capacitarse tanto como lo hace un médico o ingeniero. Quien aún no lo haya asumido (y no son pocos) calza un reloj que atrasa varias décadas

Entonces: ¿qué cosa es la objetividad? Adaptando la cuestión al limitado espacio de un artículo de divulgación se puede definir como la teoría que logra captar las características esenciales (nunca todas) del objeto abordado: objeto-objetividad. Dar cuenta de ello supone estar en condiciones de demostrar cada cosa que se ha afirmado sobre el objeto de estudio. Por eso un buen método de investigación supone pasos concretos no solo para construir hipótesis sino, y fundamentalmente, para verificarlas. La verificación supone a su vez técnicas para recolectar datos significativos. Sólo así se llega al conocimiento verdadero.

Tomar como objeto de estudio el peronismo entre los años 1945 y 1955, formulando una hipótesis que incluya su caracterización como movimiento nacional y popular de la Argentina, implica definir con claridad cada uno de los conceptos utilizados en dicha hipótesis y luego presentar una cantidad de datos significativos (surgidos de la aplicación de técnicas o instrumentos de recolección de datos) que acrediten dicha condición. Si llegamos a esa instancia nuestro conocimiento tendrá una objetividad que si bien no es absoluta tampoco resulta comparable a una simple opinión (nuestra subjetividad). Por lo tanto, cada vez que hay aspiración de objetividad, deben prevalecer las demostrables caracterizaciones del objeto estudiado por sobre las consideraciones personales del sujeto que lo aborda. Desde ya la objetividad siempre está condicionada por factores que deben ser explicitados, como ha sostenido con acierto la sociología del conocimiento. Pero, y esto debe quedar muy claro, una objetividad condicionada nunca es igual a un conocimiento esencialmente subjetivo. La frecuente e interesada confusión al respecto suele ser terreno propicio para que se reproduzcan ciertos improvisados que transitan alegremente por los medios.

¿Y la neutralidad? Pues bien, es algo bien distinto. Neutral es quien no toma partido ante realidades que presentan más de una alternativa, y como la realidad es dialéctica (unidad de los opuestos que se influyen y transforman mutuamente) siempre nos alineamos, en forma consciente o inconsciente, con alguno de los polos que integran esa contradicción. Uno debe decidir de qué lado se encolumna. Pero la opción adoptada de ninguna manera supone una renuncia al estudio objetivo del objeto. En el ejemplo dado, vinculado a la caracterización del peronismo entre 1945 y 1955, nada impide que adoptemos una postura favorable o contraria, en tanto esa postura no sea utilizada para anular una caracterización lo más objetiva posible. Se puede ser antiperonista y no por eso negar estudios serios (con datos comprobables) que demuestran el carácter racionalmente popular del peronismo como consecuencia de las medidas concretas que adoptó. De la misma manera se puede ser peronista sin negar las insuficiencias democráticas, sobre todo de cara a la política dirigida hacia las capas medias, de sus dos primeros gobiernos.

La neutralidad en el campo de los estudios sociales no es posible (ni deseable) porque los compromisos explícitos o no de los sujetos son demasiado fuertes, en tanto todo sujeto pertenece a un colectivo social (clases, sectores sociales, partidos, grupos culturales, etc.) con intereses concretos que muchas veces resultan opuestos a los de otros colectivos. Reconocer ese condicionamiento es una condición impostergable para alcanzar mayores grados de objetividad en la construcción del conocimiento. Puedo y debo estudiar las características del objeto recurriendo a un método y técnicas específicas para lograrlo, pero ante dicho objeto adoptaré siempre una postura. Negar nuestra visión o postura no sólo no aporta nada a la objetividad sino que la limita aún más, ya que su consecuencia es presentar como conocimiento comprobable aquello que sólo es parte de nuestra consideración personal (subjetividad). La diferencia entre Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales por caso, no radica en que la primera sea neutral o independiente, sino en que ella no explicita su toma de partido y Víctor Hugo sí lo hace. La mayor o menor objetividad transita por otros carriles.

Por otro lado, si el periodista reconoce ser un periodista militante, bienvenido sea, nos hace un enorme favor. Pero esa condición no lo exime, más bien todo lo contrario, de estudiar con rigor el tema sobre el que va a informar a la población. Si en su defecto se presenta como independiente, empezamos mal, porque oculta una de los factores fundamentales que siempre condicionan la producción de conocimiento: la postura personal del investigador (Felix Schuster: Los límites de la objetividad en Ciencias Sociales). Y si considera que esa declaración de independencia (o neutralidad) le garantiza objetividad, debo decirle que incurre en un error aún mayor. La objetividad nada tiene que ver con no tomar partido sino con la rigurosidad a lo hora de construir el conocimiento. En la dialéctica burguesía-proletariado Marx siempre se definió a favor del proletariado (no fue neutral), y desde ese lugar construyó una de las teorías más rigurosas sobre el capitalismo expresada en “El capital”, motivo por el cual muchos de sus actuales críticos debieron recurrir a él para saber qué cosa está pasando con la economía mundial. Ninguna teoría es motivo de interés y de consulta por parte de otros estudiosos de la realidad, y menos a casi ciento cincuenta años de ser publicado su primer tomo, si sólo fuera una mera especulación subjetiva. Me pregunto si algún investigador serio a la hora de estudiar el período kirchnerista consultará los informes producidos por la división noticias del periodismo más “independiente” (¿objetivo y neutral?) del país, como es el caso de TN, perteneciente al oligopolio Clarín. ¿Podrán este tipo de informes integrar la documentación necesaria de la época?

¿Quién es más objetivo entonces: aquel que construye con rigor (método, técnicas, documentos) un conocimiento explicitando claramente su postura (militante) como lo hizo Marx en el campo de la economía, o quien en otra disciplina de los estudios sociales (como es el caso de la comunicación social), amparándose en una declamada neutralidad, se considera habilitado para construir un relato de los hechos sin ningún tipo de rigor metodológico? ¿Marx o TN? Esa es la cuestión.

La Plata, 25 de octubre de 2011


Filosofía de la ciencia

Stephen Hawking y el debate entre ciencia y religión

Por Daniel Guerra

El Big Bang necesita un nuevo paradigma como antes lo necesitaba el geocentrismo. El empeño en explicar lo inexplicable tiene su paralelismo en otras ciencias como sociología y economía.

«Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar» Isaías 40.22.

En el siglo III a. C., el filósofo griego Apolonio de Perga (262-190 a. C.) intentando explicar el movimiento aparente de los astros alrededor de la Tierra, supuso que los astros debían de moverse en órbitas excéntricas y epicíclicas.
Siglos después, el astrónomo Claudio Ptolomeo (100-170 d. C.) complementó el trabajo de Apolonio y elaboró un sistema cosmológico geocéntrico basado en los epiciclos, unas órbitas cuyo centro se sitúan en un punto determinado de las órbitas deferentes, cuyo centro sería la Tierra. A diferencia de Platón o de Aristóteles, Ptolomeo era un empirista. Su trabajo consistió en estudiar la gran cantidad de datos existentes sobre el movimiento de los planetas con el fin de construir un modelo geométrico que explicase dichas posiciones en el pasado y fuese capaz de predecir sus posiciones futuras. Se llegó a diseñar un complejo entramado de órbitas (epiciclos y deferentes) con movimientos retrógrados y elípticos, pero aún así no se lograba explicar del todo la retrogradación y la variación del tamaño y de la luminosidad de ciertos planetas. Con la mejora de las observaciones, se necesitó añadir más círculos al modelo para adecuarlo, haciéndolo impracticable. Hubo que esperar hasta Copérnico (1473-1543) para encontrar una solución eficaz al problema.
Nicolás Copérnico, lejos de incrementar la complejidad de los epiciclos y los deferentes, simplemente le dio un nuevo enfoque al modelo cosmológico: Planteó que los astros no giran alrededor de la Tierra, sino alrededor del Sol. En su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium simplificó enormemente el modelo cosmológico imperante hasta entonces, aproximándose más a la realidad de las leyes que rigen el movimiento de los astros. No obstante, resultó difícil que los científicos de la época lo aceptaran, su teoría ponía en tela de juicio el hecho de que el hombre está en el centro del Universo para contemplar la majestuosidad de los cielos hechos por Dios.
Sin embargo, no sería correcto atribuir el descubrimiento de Copérnico exclusivamente a los avances en los métodos de observación en la Edad Moderna. En el siglo III a. C., unas décadas antes del nacimiento de Apolonio de Perga y dieciocho siglos antes de que Copérnico rompiera el paradigma geocéntrico, el filósofo griego Aristarco de Samos (310–260 a. C.) realizando unas sencillas mediciones de la distancia entre la Tierra y el Sol, determinó que el tamaño del Sol era mucho mayor que el de la Tierra. Para Aristarco era la demostración de que la Tierra, junto a los demás astros, gira alrededor del Sol y no a la inversa. No fue la razón ni el resultado de las observaciones, sino la filosofía antropocéntrica imperante, lo que evitó que la teoría más lógica, correcta, y por lo tanto la más sencilla triunfara en aquella época, dando paso a un modelo complejo, lleno de dificultades e inconsistencias, que exigía complicadas argucias para explicar el aparente desorden de estos vagabundos del espacio, y además erróneo.
En la actualidad, el pasado 2 de septiembre del 2010, una noticia ha saltado a los medios de comunicación provocando cierto revuelo: Stephen Hawking, la mayor autoridad reconocida en astrofísica de nuestra era, afirma en un avance su nuevo libro aún por publicar The Grand Design que Dios no creó el Universo. Hawking argumenta que el Big Bang, es decir, la gran explosión inicial del universo, fue “una consecuencia inevitable” de las leyes de la física y que el cosmos “se creó de la nada”. La prensa rápidamente ha buscado el sensacionalismo: “Hawking reabre la polémica entre Ciencia y Religión”, rezaba un titular de “El Mundo”:
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/09/02/ciencia/1283441352.html
No obstante, cabría preguntarse por qué a estas alturas del siglo XXI, el científico más influyente de la Teoría de Big Bang se ve obligado a ofrecer explicaciones sobre la inexistencia de Dios en los fenómenos astrofísicos. La respuesta quizás esté en las contradicciones de la propia teoría del Big Bang, a las que el propio Hawking contribuyó en su obra A brief history of time: from the Big Bang to black holes (1988), donde de forma un tanto ambigua, llegó a sugerir que las leyes del universo podían haber sido creadas por un “ente superior”. El principal problema es el de tener que explicar que el universo surgió de la nada.
Actualmente, teorías como las del “diseño inteligente” pretenden demostrar que la evolución de las especies es fruto de la mano de algún ser racional. En ese maraña seudocientífica en la que se intenta conciliar la fe con la ciencia, la teoría del Big Bang, pese a las declaraciones de Hawking, juega un papel destacado al dejar una puerta abierta a todos aquellos que pretendan demostrar la existencia de un ser creador.
Basta observar que la Iglesia Católica Romana ha aceptado la teoría del Big Bang como una descripción válida del origen del Universo, sugiriendo que dicha teoría es compatible con las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios que estableció el filósofo, teólogo, escritor y Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino (1224 - 1274 d. C.), en especial con la primera de ellas sobre el movimiento [1], así como con la quinta vía.[2]
La editorial de la Cope, la cadena episcopal, hace una nueva interpretación: “Stephen Hawking afirma que el universo pudo surgir de la nada, gracias a la existencia previa de una serie de leyes físicas. Pues bien, por lógica ese mismo argumento debería llevar a concluir la existencia de Dios.”
Sin embargo, la teoría del Big Bang, hasta ahora casi indiscutible, es menos consistente e incuestionable de lo que aparenta. Sus márgenes han de ser movidos constantemente tras cada observación para hacerla encajar con los resultados obtenidos, igual que ocurría desde la antigüedad con los estudios de Claudio Ptolomeo y todos los que le sucedieron hasta el siglo XVI.
Constantemente es necesario corregir la fecha de la supuesta Gran Explosión, se buscan explicaciones para extrañas aceleraciones que se manifiestan en la expansión de la materia, se financian investigaciones que tratan de probar la existencia de una gran cantidad de materia (materia oscura) que resulta imprescindible para cuadrar los cálculos, y cuya existencia es tan hipotética como lo fue en su época la de los epiciclos.
Por su puesto que ha de haber una razón que explique la observación de un universo en constante expansión y para la radiación de fondo, pero ¿esa explicación es necesariamente una gran explosión creadora que hiciera aparecer el cosmos de la nada?
Llegados a este punto, es preciso recordar que no todos los científicos defienden la teoría del Big Bang. Entre ellos, es destacable la figura del premio Nobel de física Hannes Alfvén (Norrköping, 1908 – Estocolmo, 1995). Este físico, conocido como el padre de la física del plasma, elaboró un modelo cosmológico de un universo infinito en el tiempo y el espacio, basado en el plasma, donde la materia no se crea de la nada, sino que se transforma. Alfvén consideraba que la aparente expansión del universo que observamosno es más queuna simple fase local de una historia mucho más amplia.
Tal vez, en un futuro, esperemos que no haya de pasar 18 siglos, se vuelva a hablar de Alfvén. Quizás para entonces muchos de sus estudios y conclusiones hayan quedado obsoletos, pero es posible que se haya acercado más a la realidad que los actuales astrofísicos defensores del Big Bang. Así pues, de una vez por todas, se habrá superado el teocentrismo, que no es más que una derivación del antropocentrismo, para dar paso a un nuevo modelo cosmológico mucho más simple que el actual, con un nuevo enfoque que demuestre realmente que el universo no gira alrededor de ningún ente sobrenatural.
De producirse este cambio de paradigma en el mundo de la astrofísica, a parte de los avances que supondría en el conocimiento de las leyes del universo, lo más destacable sería que supondría también una victoria de la razón frente a la filosofía imperante que nos imponen las clases dominantes, tal y como ocurrió en la Edad Moderna; una época en la que florecieron valores como progreso y razón frente al dogmatismo.
Este nuevo enfoque en la cosmología iría acompañado de la ruptura de otros muchos paradigmas en otros campos del conocimiento que a día de hoy pueden parecer incuestionables por la imposición de la ideología de las clases dominantes. El fenómeno de la construcción de epiciclos en la cosmología para explicar lo inexplicable, tiene su paralelismo también en otras ciencias, como la sociología o la economía, donde sesudos expertos teorizan sobre modelos económicos sostenibles basados en el capitalismo y buscan soluciones imposibles a las crisis del sistema, todo con tal de no abandonar la mentalidad impuesta por las clases dominantes. En cambio, si planteamos que la solución está en que el universo no tiene por qué girar entorno a los principios del capitalismo, seguramente simplificaremos lo que hasta hoy a muchos les parece incomprensible.
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[i] Primera vía: El movimiento como actuación del móvil: Es cierto y consta por el sentido que en este mundo algunas cosas son movidas. Pero todo lo que es movido es movido por otro. Por tanto, si lo que mueve es movido a su vez, ha de ser movido por otro, y este por otro. Mas así no se puede proceder hasta el infinito… Luego es necesario llegar a un primer motor que no es movido por nada; y este todos entienden que es Dios. Las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios (Santo Tomás de Aquino)
[ii] Quinta vía: El gobierno de las cosas: Vemos que algunas cosas que carecen de conocimiento, esto es, los cuerpos naturales, obran con intención de fin… Ahora bien, las cosas que no tienen conocimiento no tienden a un fin si no son dirigidas por algún cognoscente e inteligente. Luego existe algún ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a un fin; que es lo que llamamos Dios. Las cinco vías para la demostración de la existencia de Dios (Santo Tomás de Aquino)

Fuente: http://www.gramscimania.info.ve/2010/09/stephen-hawking-y-el-debate-entre.html


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