"No soy enfermo. Me han recluido. Me consideran un incapaz. Quiénes son mis jueces…
Quiénes responderán por mí.
Hice conducta de poesía. Pagué por todo.
Sentí de pronto que tenía que cambiar de vida. Alejarme del mundo. Y me aislé. Me fui de todos, aun de mí…
Hoy es la demencia un estado natural.
Todas las palabras son esenciales. Lo difícil es dar con ellas.
El delirio son instantes. Puede durar toda la vida.
Mi poesía es toda medida.
El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad."

(Jacobo Fijman, "Todo lo que uno recibe es pasión")

NOTAS EN ESTA SECCION
El profeta, por Aldo Pellegrini   |   Informe de la internación   |   Vida y obra de Jacobo Fijman, por Leonardo Iglesias
Reportaje a Jocobo Fijman, por Vicente Zito Lema   |   Locos sí, pero entre comillas, por Daniel Freidemberg   |   Dos días, por Jacobo Fijman
Ciudades, más ciudades   |   Selección poética


LECTURA RECOMENDADA
Jacobo Fijman - Obra poética y relatos  |  Jacobo Fijman - San Julián El Pobre (relatos)
Jacobo Fijman - Molino Rojo y Hecho de estampas  |  Jacobo Fijman - Estrella de la mañana


El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad

EL PROFETA

Por Aldo Pellegrini

Las vivencias de la reclusión, los fantasmas de la locura, las angustias del apartamento constituyen los temas del primer libro de Jacobo Fijman (Molino Rojo), con una intensidad pocas veces alcanzada por la palabra.

Los poemas de "Hecho de Estampa" están iluminados por una luz esencial, única, insustancial y eterna. La Luz que descarna y penetra, que vuelve invisible lo falso, que hace transparentes las apariencias.

"Estrella de la mañana", a su vez, visitado por la obsesión de la muerte, por las búsquedas de su misterioso sentido. Es una suma de todos los significados, de toda la dimensión que adquieren las cosas y el hombre frente a la muerte. Todo está referido a ella y ella está presente en nosotros.

Y sus últimos poemas, los de la internación definitiva, alcanzan una calidad aún más compleja; son a la vez claros y herméticos, sobrios y densos, con una musicalidad plagada de extraños silencios. En ellos se encuentra la materia de todas las cosas, y de pronto adquieren un carácter profético que aparece siempre inevitablemente unido a toda verdadera poesía. Están como situados fuera de todo tiempo, y brota de ellos un soplo arcaico que parece destinado a remover esa permanente actualidad de lo eterno que yace sepulta en el interior de todo hombre. Aldo Pellegrini.

LA MUERTE DE UN POETA

En el mes de diciembre de 1970, un enfermero del hospital Borda, anuda en el dedo de un pie el rutinario epitafio de la muerte en el hospicio. Todo cabe en un cartel pequeño: "Jacobo Fijman, 72 años, muerto de edema pulmonar agudo". Así se daba de baja 28 años de internación de uno de los poetas más dignos de la literatura argentina. Tocaba el violín, instrumento que le ayudó a subsistir en los años anteriores a su internación definitiva, 1942, cuando fue preso de un triple destino de exclusión: pobreza, reclusión y olvido. "Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío", escribió en su primer libro "Molino Rojo" (1926), cuando todavía compartía la amistad con los integrantes del grupo Martín Fierro y viajaba a Europa con Oliverio Girondo. Su consecuencia con la palabra poética fue inalterable; no dejó de escribir aún en las condiciones menos favorables. La incorporación de otro lenguaje desarrollado en su obra plástica fue encarado con el mismo impulso. Pasión a dos vías: la palabra poética, en busca del conocimiento, modificando el mundo del sentido; el dibujo y la pintura, surgiendo en la tarea de desprendimiento y re-construcción de la primigenia de los sentidos. (Daniel Calmels, en El Cristo Rojo)


Vida y obra de Jacobo Fijman

Por Leonardo Iglesias

"Recuerdo que desde niño me llamaban 'el poeta'. Mi cuerpo, muy temprano se acostumbró a alimentarse del dolor". El 25 de enero de 1898, bajo los soles fríos de Besarabia (hoy Rumania) nacía Jacobo Fijman. El Imperio Ruso dura para él casi un lustro. En 1902 sus padres deciden emigrar a la Argentina. En un principio la familia trajina por el sur argentino. Más tarde se establecen en Lobos, provincia de Buenos Aires. En 1917 concluye sus estudios secundarios y se radica en Capital Federal. Ingresa en el Profesorado de Lenguas Vivas y comienza una profunda formación cultural. Se especializa en filosofía antigua, griego y latín. Además adquiere conocimientos en leyes y matemáticas. Su pasión por el violín y la música clásica lo acerca, en un primer momento, al compositor y violinista italiano Arcangelo Corelli, y luego, a la espiritualidad de los cantos gregorianos. La vida de Fijman fluctúa, pero los diversos nervios convergen en un solo músculo: su compromiso con la palabra.

El final de la década no es del todo próspera. Trabaja escasos meses como profesor de francés en el Liceo de Señoritas de Belgrano y hundido en un oscura crisis emprende un viaje por todo el país, donde se gana la vida como músico ambulante. Decide irse a donde lo lleve el hambre. Tiene 21 años. Sus primeros poemas ya tienen forma y estilo. El próximo paraje es el Chaco Paraguayo: allí se emplea como peón en un aserradero. A su retorno en 1920, Buenos Aires le tiende un solapado guiño, es ferozmente golpeado tras un confuso episodio en la puerta de la comisaría 4ta. Fijman suplica desde el suelo diciendo: ¡Soy el Cristo Rojo... no me peguen, no me peguen!, pero es detenido y llevado a la cárcel de Villa Devoto. Luego de una serie de improperios y de averiguaciones acerca de su vida privada es inmediatamente trasladado al Hospicio de las Mercedes. Ingresa el 17 de enero de 1921 y permanece hasta el 26 de julio del mismo año. Dentro del hospicio es sometido a castigos corporales y descargas de electroshock.

A su salida del hospicio Fijman enfrenta una cruda realidad. Sin embargo su fuerza poética puede con el desánimo y logra publicar una serie de notas en el semanario Mundo Argentino y en la revista israelita, Vida Nuestra.

En 1923 un grupo de escritores jóvenes encabezado por Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal, promueven la revista Martín Fierro, de arte y crítica libre. Tres años más tarde, Fijman es invitado por Marechal a unirse a los martinfierristas. El 1 de septiembre de 1926, publica Molino Rojo. Su primer libro de poemas, aparece en un momento de gran inestabilidad social y política. El título es inmediatamente asociado a los movimientos anarquistas y socialistas. Por el contrario, Fijman buscaba dos palabras que unidas representaran "esos estados del alma" - como le gustaba decir -, donde habitaban los fantasmas, el espanto de su internación dentro del hospicio y la abominable postración de un hombre que hallaba en la demencia un instancia poética muy superior a la de cualquier mortal

Camina. Cada tanto lo detienen las verdades. Impresionado por los maestros clásicos de la pintura religiosa y por la vuelta a la filosofía escolástica (Aristóteles), agudiza su crisis con el mundo real. Es entonces cuando Natalio Botana, director del diario Crítica, convoca a los mayores exponentes del grupo Martín Fierro y junto a Enrique Pichón Riviere, dan forma a las columnas de arte y cultura.

Surrealismo

Del otro lado del Atlántico, el surrealismo, surgido en 1924, está en su apogeo. París es el parnaso de la cultura. Poco antes de su viaje a Francia, Fijman relata: "Un presagio me inquieta: si el barco naufragara en el camino a Europa sufriría dos tragedias: el cambiarme las medias y lavarme la ropa". Desembarca en París junto a su amigo Antonio Vallejo y una noche conoce a varios de los precursores del nuevo movimiento. "Nos citamos para leer poemas, estaban Breton, Desnos, Eluard...". Pero su incipiente delirio místico lo distancia de los franceses. "Con Artaud nos conocimos en un café, en la Coupole. Estuvimos a punto de pelearnos. Yo me identificaba con Dios y Artaud con el diablo. Y el Conde de Lautréamont era un loco perverso. Se había entregado a los vicios y hacía con ellos poesía".

Secretos de la poesía

Los actores Martín Ortiz y Alan Robinson, y la directora Marcela Fraiman.

Teatro: "Yo soy Fijman", por el Grupo Crisol Teatro

Marcela Fraiman, Martín Ortiz y Alan Robinson montaron una obra que rescata la vida y la obra de Jacobo Fijman, el poeta que murió en 1970 tras casi 30 años de internación psiquiátrica.

Por Cecilia Hopkins

Escrita entre los actores Martín Ortiz y Alan Robinson, Yo soy Fijman es el séptimo espectáculo del grupo Crisol Teatro, fundado en 2002 por Marcela Fraiman y Carolina Resnisky. La idea de realizar un montaje que resumiera la vida y la obra poética de Jacobo Fijman (ver recuadro) surgió en una velada de poesía organizada en la sala que el grupo tiene en Arismendi al 2600, donde hoy se vuelve a ofrecer este espectáculo estrenado el año pasado. En aquella oportunidad, el mismo Robinson recitó un texto de Fijman, que funcionó como detonante para los integrantes del grupo, quienes sintieron la necesidad de conocer su obra, rescatarla del olvido y ofrecerla a un público teatral. Sentados en mesas y muy próximos a los intérpretes, “los espectadores y los actores están incluidos en una ceremonia que juega con los límites de las convenciones teatrales”, según apunta Fraiman, la directora del espectáculo resultante, en una entrevista con Página/12, junto a los autores de la dramaturgia. Completan el elenco Carina Resnisky, Federico Mercado y el escritor Vicente Zito Lema quien, por haber conocido muy de cerca al poeta, tiene a su cargo cinco intervenciones en las que cuenta anécdotas y recita textos.

Definida como “un cruce entre la poesía, la entrevista y el relato”, la obra sintetiza el pensamiento de Fijman: “entiendo la poesía como un estado de ánimo antes de la reflexión”, se escucha decir a uno de los actores, citando al poeta, “y en la reflexión mi alma crece, se hace ligera: en estos tiempos de crueldad en que vivimos, que anuncian tiempos de mayor desgracia humana, deberíamos resguardar todo lo referente a la poesía como un gran secreto... hay que prepararse para salvar a la poesía de sus enemigos”, resume. El espectáculo también alude a las sucesivas crisis emocionales que vivió Fijman, que fueron la causa de su desaparición en vida. Porque años después de formar parte del grupo Martín Fierro, de desempeñarse como periodista en diversos medios, tras una internación psiquiátrica, el poeta quedó recluido en el Borda durante casi 30 años, sin figurar en sus registros. Fue precisamente Zito Lema quien tuvo a su cargo la búsqueda de Fijman por diversas instituciones psiquiátricas con el objeto de rescatarlo de su encierro. Lamentablemente, tal como se cuenta en el espectáculo, su libertad fue efímera, ya que murió en 1970, un año después de restablecer el contacto con el mundo exterior.
–¿La internación de Fijman estuvo muy ligada a su escritura?

Martín Ortiz: –Fijman siguió escribiendo poesía a lo largo de casi 30 años de internación en el Borda. Este hecho hizo que fuera quedando al margen de todo. Su entorno intelectual y artístico lo olvidó, de modo que decidió aislarse y seguir produciendo reflexiones sobre la Biblia y escribiendo su poesía mística, cargada de potentes imágenes. Dedicarse plenamente a su oficio le significó asumir riesgos y un costo muy alto.

Alan Robinson: –La locura puede suceder de repente, por múltiples causas. Y deja una marca para siempre. Fijman decidió quedarse recluido, conectado con el misterio que implica unir unas palabras con otras.
–¿Por qué creen que prefirió aislarse?

Marcela Fraiman: –Tal vez hoy no estaría internado alguien como él. Fue un adelantado a su época: era un judío convertido al cristianismo en los años ’30 y, a la vez, un vanguardista anárquico con una obra muy ligada a lo instintivo.
–¿Cómo está tratado el tema de la demencia en la obra?

A. R.: –No queríamos presentar a la demencia desde un costado romántico, como si fuera un estado necesario para la creación. Pero tampoco queríamos demonizar la locura.

M. O.: –Zito Lema encuentra a Fijman preguntándoles a los mismos internos. Fueron ellos quienes lo guiaron hacia la biblioteca, donde sabían que él estaba. Que no haya estado siquiera registrado en el Borda habla de Fijman como de un desterrado. Y esto nos da una idea de lo que la locura significa para la sociedad.
–El tópico de la poesía atraviesa la obra. ¿En qué aspecto se identifican como grupo?

M. F.: –Si no hay carga poética, si no hay metáfora, encontramos al arte muy digerido. Nos interesa ofrecer una mirada crítica, ir al encuentro del espectador a través de una ceremonia que lo incluya.

* Yo soy Fijman, sábados, 21 hs. En Teatro El Crisol, Arismendi 2658.

31/05/11 Página|12

El largo viaje parece concluir y envuelto en una gran confusión teológica cruza nuevamente el océano. Vive en la indigencia. "Sus bolsillos abultados, llevaban un rosario, un catálogo que reproducía las vírgenes del Louvre, y algunas estampas de santos"- narra el escritor Juan Jacobo Bajarlía. En 1929, es bautizado y convertido al catolicismo. Ese mismo año publica su segundo libro Hecho de estampas, que es bien recibido. En la revista católica Criterio, Tomás de Lara destaca su figura y obra poética: "Hablamos de poetas, como el autor de este libro, que en una atención tensísima se revela eso, un poeta; pero su poesía no se percibe a la luz del sol, fuerte y femenina a la vez, como debe ser; sino escondida en un salón, agobiada de joyas, de metáforas, de conceptos, casi ocultada".

Al comienzo del '30, realiza un nuevo viaje a Europa, en un frustrado intento para ordenarse como sacerdote y hacer una completa vida penitencial. A su regreso escribe diversas notas en la revista católica Número, en la que se destaca Ciudades más ciudades, relato en el que expresa su encantamiento por una sobrina de Oliverio Girondo: "Mañana iré a Bruselas con González Cháves. Ciudades más ciudades y ciudades muertas sobre la imagen de las personas dinámicas. Pero de cualquier manera tengo que huir, huir de Teresa, de mi amor por Teresa".

En el transcurso de 1931, edita su tercer y definitivo libro, Estrella de la mañana (et dabo illi stellam matutinam). La Argentina es gobernada por la dictadura de José Felix Uriburu y la presencia militar en las calles es una constante. "El libro, corresponde a la época más oscura que he conocido en este país. La gente era perseguida de la manera prevista por el Apocalipsis".

Luego del cierre de Número, su situación económica se agrava. Vive en conventillos y por las noches toca el violín en tugurios para poder subsistir. Nadie sabe de él. "Cada vez que preguntaba por mi tío la respuesta que me daban era siempre la misma: `no sé'. Un día apareció fugazmente en el velatorio de su madre, creo que fue en el `33 o `34, no sé bien, y después nadie más supo de él" - recuerda hoy Natalia Fijman una de sus sobrinas, mientras sus ojos atraviesan los vidrios de un bar cualquiera de Buenos Aires.

El poeta se mueve sin saber muy bien a dónde va ni por qué. Sólo atesora entre sus manos, lo más importante que mantiene en pie su vida: los poemas y los dibujos que ha bosquejado en el camino.

El hospicio

En la primavera de 1942, la Policía Federal allana el altillo en el que solía pasar sus días. El Acta policial sentencia: "afectado de alienación mental". De allí lo conducen a Villa Devoto y luego al Instituto Neuropsiquiátrico José T. Borda (Buenos Aires), donde permanecerá hasta el día de su muerte. Según los médicos padece de una "psicosis distímica". Vive en la más absoluta miseria y la mayoría de los amigos de su generación lo han abandonado. Dentro del hospicio es ultrajado. Al respecto, Fijman ironiza: "Me aplicaron electroshock. Se ve que querían sacarme la enfermedad del cuerpo".

A pesar del estado de quietud mental al que lo someten, el poeta despliega toda su fastuosa inventiva en poemas sacros y dibujos en pastel. Va y viene. Se sienta. Dedica la mayor parte del día al estudio de los teólogos antiguos y a la lectura de otras disciplinas. "Yo he investigado el alma, también la psiquiatría. Y sé que los ciegos y los sordomudos son dementes. Que los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas y demoníacos de todos". Escribe y pinta, para echar a patadas a todos esos animales que ríen en su cabeza y no lo dejan dormir. Se para. Recorre los pasillos una vez más, sin saber muy bien en qué lugar dejó el barco lleno de piratas y dioses.

En el año 1948, Leopoldo Marechal lo incluye junto al pintor Xul Solar y al escritor Macedonio Fernández en su mítico libro, Adán Buenosayres. Aquel extraño habitante de la noche parisina, que volvía de sus largas caminatas con una crónica inusual sobre algún aspecto de la ciudad, era ahora Samuel Tesler, un personaje crecido en la fealdad y la sabiduría.

La segunda mitad del siglo viene arropado en penas. Por las mañanas concurre a la Biblioteca Nacional, en donde pasa horas meditando y leyendo poesía antigua. No tiene amigos, ni refugios. Todos los que lo han olvidado saben perfectamente que está loco. Que vive apasionadamente su amor por la Virgen María y que por las noches conversa con ángeles y demonios.

En el año 1958 asiste a la Sociedad Argentina de Escritores, donde aparentemente cobra una pensión tramitada en la entidad. Sus días se parecen a todos los días. Sale del pabellón. Baja hasta el salón principal. Se sienta frente a unas largas mesas y comienza a escribir o a pintar durante horas. Aunque es incluido en las Enciclopedias y colecciones de literatura Argentina, es cruelmente ignorado, y ningún escritor de su generación sabe a ciencia cierta dónde está.

Pecado original

A partir de 1968, la vida del viejo poeta, quedará marcada por la presencia del escritor y abogado Vicente Zito Lema, a quien Fijman concederá los más lúcidos conceptos sobre el arte y la locura y en quien depositará uno de sus máximos temores. "Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte porque ya estoy muerto en Cristo sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos. ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre! Mi vida ha sido el estudio, la poesía, quiero estar hermoso digno. Además va a estar ella, la Virgen, la única que no se burló de mi amor, ni me rechazó".

Luego de una extensa lucha, Zito Lema es nombrado curador de Fijman, cargo que le permite llevarlo a vivir los fines de semana a su propia casa. En 1969, un grupo de personas, encabezadas por el joven tutor del poeta, edita el primer número de la revista Talismán (íntegramente dedicada a Fijman) y a mediados de año aparecen en la revista Extra, propiedad del periodista Bernardo Neustadt, una serie de notas firmadas por el propio Fijman.

La dictadura de Onganía agoniza, la idea de una Argentina más próspera es sólo una ilusión y la violencia recrudece. Al año siguiente, Fijman es invitado al programa de televisión "La Ciudad Creadora", emitido por Canal 7. Lo acompaña, entre otros el actor Federico Luppi. En un momento dado sucede algo impensado. Fijman alza la vista, acaso como si hubiera visto la luna que tanto amaba, y dice: "Tengo que contar un secreto que llevo toda la vida conmigo". Las cámaras lo buscan, quieren el mejor plano. Hay expectativa, y como un golpe en pleno rostro, afirma: "todos los domingos, en misa, los sacerdotes comen mierda". El silencio recorre el estudio y la tensión se hace insoportable. El poeta acaba de propiciar la más fulminante declaración escuchada, por aquellos años, en un medio del Estado. Y lo sabe. Como también es consciente de que la muerte está a pasos de hacerle la última zancadilla "¿Se ocupará de mi cuando muera? Sáqueme a toda prisa de la morgue. No dejen que me destrocen. ¿Me lo promete?"- le suplica a su amigo Vicente Zito Lema.

"Poeta", Jacobo Fijman: así lo registran las necrológicas de los diarios de diciembre de 1970. No dicen nada acerca de su vida dentro del hospicio. De sus huesos comidos por un montón de soledades. Que escribió y pintó infinidades de papeles y sueños. Que amó profundamente a la Virgen María. Y que un día decidió reencontrarse con los ángeles y los pájaros, con los que tanto había hablado. Tenía 72 años, tres libros publicados, un cuaderno con dibujos y lo puesto. Nada más.

critica.cl  |  Imagen: Jacobo Fijman en el Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda, en sus últimos años

 


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Reportaje a Jacobo Fijman

Por Vicente Zito Lema

[Reportaje en el Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda en noviembre de 1968, publicado en la revista Talismán, dirigida por Zito Lema, en mayo de 1969, un año antes de la muerte del poeta.]

Luego de más de un año de entrevistas, lo que más nos ha impresionado de Jacobo Fijman fue su humor; corrosivo. En el estricto sentido de humor surrelista. Su autencidad de poeta: que trasciende hasta en sus menores gestos. Que le ha determinado estas formas de vida. Estos castigos sobre su persona. Más allá de los que supieron de su situación y nada hicieron, la enorme bondad de Jacobo Fijman, equilibrando tantas de nuestras maldades, perdonándonos.

¿Cuáles son sus relaciones con los colores; y en especial con el blanco, el rojo y el negro?
Los colores centrales son el violeta y el verde. Y los periféricos son el rojo, el amarillo, el anaranjado y el azul. Yo siento preferencia por el blanco y negro. Me gustaría ir vestido todo de negro con guantes blancos. Estos son los dos primeros colores nombrados en el Génesis. Separó Dios la luz de las tinieblas... Amo el blanco, el negro es melancolía. En cuanto al rojo. ¡Ah! El accidente del aire fácilmente conjuga con el fuego. Pero el secreto es saber cuál es el accidente.

¿Cómo siente la poesía?
Es un estado de ánimo, antes de la reflexión. Yo he tenido una infancia poética. Desde niño me llamaban el poeta.

¿Qué autores han tenido mayor incidencia en su formación literaria?
En mi infancia toda la obra de Sherlock Holmes; que me sirvió después para hacerle una crítica a Dostoiesky, quien alardeaba de sus novelas psicológicas. También Pushkin, un negro comprado por un embajador de Pedro El Grande y Víctor Hugo. Ya de grande, ningún escritor ha tenido en mí una influencia decisiva. Aunque he leído muchísimo; especialmente a Santo Tomás de Aquino, a todos los maestros de la patrística latina y griega.

¿Cuál es su símbolo?
La palabra; que es símbolo. Y cruz, el símbolo de San Atanasio.

¿Hay equilibrio entre su poesía y al que le cortan la lengua por no mentir?
Sí. En primer lugar, por aquello "de que al principio fue el verbo". Y quise dar con ello.

¿Qué valor le asiste a un asesinato?
Los asesinatos tienen el valor de que el asesino va al infierno. Es pecado de segundo modo. Primer modo es pensarlo. En general, la decapitación es el más fácil de los métodos de matar. Y el más espantoso es el estrangulamiento. Pero yo deploro los asesinatos.

¿Qué significan los títulos de cada uno de sus libros?
Molino Rojo recuerda la demencia, el vértigo. Yo buscaba un título para esa obra que significara mis estados y reparé en un molinito viejo que tenía en la cocina. De color rojo. Para moler pimienta. Y ví en ese objeto todo lo que mi poesía quería expresar. Estrella de la Mañana, en cambio, se refiere a los estados místicos que yo había adquirido en esos años. Ya había sido bautizado, convirtiéndome a la religión católica, y quise expresar con ese título la encarnación de la verdad. En cuanto a Hecho de Estampas, yo trataba de volver a la filosofía escolástica. Y volver fundamentalmente a Aristóteles. Y en una visita al museo del Louvre quedé impresionado por los maestros clásicos, por su pintura religiosa. Cuando luego ví unas estampas de esos cuadros religiosos, las asocié a mis poemas. De ahí Hecho de Estampas.

¿En qué medida la enfermedad mental puede influir en una obra artística?
Corelli, el músico, escribió una sonata, "La Locura", después de estudiar esas enfermedades. Después de tocar la sonata, él salía a la calle a conocer gente. Y veía que todos estaban locos. Yo he estudiado psiquiatría. Y sé que los ciegos y sordomudos son dementes. En cuanto a mi obra, los médicos dicen que no hay en ella signos de enfermedad. Y yo lo creo; ya que no hay en mi poesía nada en contra de la gramática. Hay que estudiar.

Sujeto Jacobo Fijman

Informe médico al juzgado de instrucción sobre los motivos de la internación psiquiátrica: HOSPICIO DE LAS MERCEDES, 30 DE NOVIEMBRE DE 1942 [Actual Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda] "Tengo el agrado de dirigirme a V.S. para manifestarle que el sujeto JACOBO FIJMAN ha sido remitido por la Policía de la Capital Federal a este Hospicio, el día 2 de noviembre, por hallarse afectado de alineación mental, la que fue diagnosticada de psicosis distímica-síndrome confusional."

Jacobo Fijman murió en el Hospital Borda víctima de un edema pulmonar. Pocos amigos acompañaron su velatorio en la sede de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

¿Cómo se relaciona el hecho de ser usted violinista con su poesía?
En la medida. Mi poesía es toda medida. De una manera que la acerca a lo musical.

¿Cuál es su visión de la realidad?
La realidad es el ente. Y el ideal de realidad Dios. Ente increado. No hay nada más real y más evidente que Dios.

¿Cuáles son las cosas a las que tiene mayor afecto?
No es muy fuerte mi afecto con los objetos. Además, prácticamente no tengo nada. Alguna ropa, unos libros, una pipa...n Pero hay casa hasta donde un cuadro de Modigliani está fuera de lugar. Y amo entonces la mesa y el mantel.

¿Piensa que su obra se identifica con alguna corriente poética?
No. Está fuera de cualquier escuela literaria. Nunca seguí a nadie. Aunque espontáneamente me considero un surrealista. Los surrealistas son auténticos poetas; pero blasfeman y son satánicos. Un poeta tiene que estar al servicio de Dios. Y sino es que está al servicio del demonio.

¿Por qué dejó de publicar su poesía?
En primer lugar porque la publicación de mis libros me la tenía que pagar yo. Y apenas tenía para comer... Pero fundamentalmente, por miedo a perderme en la literatura y alejarme de Dios.

¿Se considera un santo?
No sólo me considero, lo soy. Pero mejor no decirlo porque no lo entenderían. Para los médicos eso es enfermedad. Y ellos no saben lo que es un santo. Solo tratan a los demás como enfermos. Se guían por los síntomas. Y otras obligaciones no tienen. En esta sociedad está prohibido ser santo. Aún por la Iglesia.

¿Tiene miedo de la muerte?
Ningún miedo. El que hace la vía ya no tiene miedo. Además ya lo he dicho; me considero un muerto. Un muerto en vida. Vivo en Cristo. Todas las enfermedades ya están en potencia. Simplemente se hacen visibles en el momento de morir.

¿La Biblia es un texto poético?
La Biblia es un libro de Dios. Y no tiene fondo. Aunque realmente el Apocalipsis es un poema terrible.

¿Para qué escribe?
Lo hago para que mis actos se ordenen a Dios. Buscando la verdad y no la oscuridad. Escribo para Dios y para mi perfección. Y dios sencillamente lo aprueba. Y esto dicho en lengua baja. Para que todos me entiendan.

¿Para qué pinta?
Entre mi pintura y mi poesía hay una misma mano. Las mismas concepciones. De niño me dijeron que sería un gran pintor. Y entonces quemé todo. Ahora lo hago para perfeccionar mis sentidos, externos e interiores. Sólo de esa forma es válido pintar y escribir. Y hasta que los pintores y escritores no lo entiendan, deberían dejar esas cosas. Porque están mintiendo. El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad.

¿Cómo ve esta ciudad?
Es una ciudad que no es buena. Es realmente mala. Corrupta. Llena de gente depravada. Hay una falta absoluta de moralidad. Es una ciudad hipócrita. Hasta parece que fuera la hipocresía su estado natural.

¿Qué motivó su conversión de judío a católico?
No es conversión de judío a católico. Es simplemente la aceptación de la religión católica, apostólica y romana. Porque lo de judío no se pierde. Esta conversión es una concepción de la gracia. Porque Dios seguramente ha encontrado méritos para convertirme. Para concederme ese conocimiento y esa fe.

¿Ha sufrido castigos?
Sí. Pero no me quejo. ¿Quien se podría quejar luego de la pasión de Cristo? Hace ya de esto muchos años. Yo era joven (...) "yo soy el Cristo Rojo" fue mi única respuesta a los golpes y me quedé quieto contra la pared...

¿Por qué está internado en este sitio?
Según los médicos debido a que estoy enfermo. Trastornos mentales. Yo creo sin embargo que la mayoría de la gente padece de trastornos mentales, incluso los propios médicos. El que más o el que menos padece de psicosis.

¿Y es que alguien sabe lo que es el alma, lo que es el intelecto?
En el año 1942 me aplicaron electroshock. Se ve que querían sacarme la enfermedad del cuerpo. Pero yo no me quejo. Los médicos son buenos, hacen lo que pueden. Recetan, dan consejos... Y además si me fuera de acá ¿adonde iría?. No tengo nada, no tengo a nadie.

¿Cuál es esa demencia que se invoca en su poesía?
Es la demencia en sentido total. Hay formas que obedecen a los nervios centrales y otras a los periféricos. Y puede ser también un castigo. El que va a nacer elige ser bueno o malo. Eso también pasa hasta con las vacas. Ahora bien, la mayoría de los dementes tiene la médula desviada. Cualquier enfermedad, aún el cáncer, es estado de locura. Y hay incluso gente que se alegra de estar loca. La demencia debe ser vista desde un punto de referencia moral. Y a esa pobre gente que está en este hospicio, habría que darle buena comida; la comida es mala. Enseñarles a sentarse en la mesa, a no robar, a no blasfemar. Y cambiar fundamentalmente la higiene. En mi poesía invocaba la locura. Aquí se conoce la locura. Ya estaban anunciados mis sufrimientos. Yo soy el Jacobo Fijman que aparece en los textos de Notredamus. Y ese día vi como un puñal. Y me dije:"Quien sabe lo que van a creer de mí, quien sabe lo que van a hacer de mí". Pero yo nunca he querido ser dictador. Ni matar a nadie. Soy un santo.

¿Se siente un enfermo mental?
No. Rotundamente. No. En primer lugar porque tengo intelecto, agente y paciente. Y mis obras prueban que no sólo soy hombre de razón, sino de razón de gracia. Los médicos no entienden esas cosas. Se portan fácilmente bien. Pero no pueden ser lo que no son. Simplemente toman la temperatura de la piel. Dan pastillas, inyecciones, como si se tratara de un almacén. Y olvidan que en el fondo es una cuestión moral. Y es que no conozco a nadie que pueda entender la mente. Sin embargo no los odio. Hacen lo que pueden. Lo terrible es que nos traen para que uno no se muera por la calle. Y luego todos nos morimos aquí.

Enlaces: Vicente Zito Lema en Wikipedia  |  Página de Vicente Zito Lema  |  Revista Crisis



 

Poeta en el hospicio

Entrevista por Vicente Zito Lema

[Publicado en la mítica revista Crisis de los años 70 y reproducido en Crisis Nº 49, segunda época, en diciembre de 1986. A partir de entonces ha sido reproducido en distintos medios y formatos en papel y electrónicos. El siguiente texto fue tomado de Crisis Nº 49, año 1986.]


Pocos artistas han tenido en nuestro país un destino mas aciago que Jacobo Fijman. A la reclusión en un hospicio por casi treinta años. Al olvido y falta de solidaridad de quienes habían sido sus amigos y compañeros en el periodismo y la literatura, se une el silencio pertinaz que rodea su obra y que apenas en los últimos años comienza a ser quebrado. Continuando en la tarea que iniciáramos hace muchos años, y sumando esfuerzos al de otros, publicamos este reportaje muy importante para acceder al mejor conocimiento y valoración del autor de “Molino Rojo”.

Jacobo Fijman. El ángel enjaulado.

-Abordemos la poesía, ese "fenómeno del estupor frente a la vida". ¿Cuál sería el elemento que la identifica? ¿Cómo se genera una vivencia poética?

-Todo se acentúa en el alma. Todo se encuentra en el alma.
Entonces el poeta a partir de la materia sensible, concretará el poema, que puede ser o no una total realización. Lo fundamental aquí es relativo y tengo miedo de profundizar en estos conceptos por las locuras que despierta.
Las mayores dificultades que nos presenta la materia poética derivan de la falta del hábito de la interpretación. Es entonces que la búsqueda del rostro de la poesía y de las vivencias en que descansa ese rostro se enmascaran en un misterio que algunas veces es beneficioso, pero que siempre daña.

-Si admitimos que la poesía lleva al conocimiento, a la par de la razón, ¿podemos reconocerle atributos de la ciencia sin que por ello pierda la naturaleza sensible que la distingue?

-La poesía es ciencia. Algunos intelectuales la consideran corrió una categoría del pensamiento inferior. Sin embargo, la fundamenta todas las ciencias. La química sin poesía se convierte en una burda y peligrosa nada, y el ejemplo se extiende a cualquier disciplina. La ciencia es de Dios, y se la cuenta como uno de los dones del Espíritu Santo: pero el Padre, el Hijo y el mismo Espíritu Santo son poetas.

-Persiste en nuestras sociedades una grave e interesada confusión sobre la necesidad de la poesía y la función social del poeta. Este, día a día, ve cuestionada la dignidad que otras culturas se le reconocía como expresión de la eterna lucha de la vida contra lo inerte. Pese a ello, los poetas siguen creando y algunos, los más decididos en asumir la conciencia de la dignidad humana, enfrentan graves riesgos. ¿Qué debe entenderse hoy por ser poeta? ¿Acaso aceptarla marginación, desafiar la muerte?

-Conforme la etimología de la palabra poeta: hacer o el que hace, el poeta es un hacedor de la más del cada materia. Debe ser entonces integrado en la categoría de lo Divino: el poeta es un Dios
Pero no confundamos a los poetas con los que escriben libros por vanidad o se doctoran en la carrera literaria: esos mismos que se prostituyen detrás de los premios o de las famas de cenáculos: esos pobres tontos que pretenden encerrar la poesía en un cofre, como si las palabras fueran simples joyas y no lo que son: la carnadura del alma.
Esa gente no puede ser considerada realizadores de obras, creadores como lo entendían los antiguos gramáticos por ejemplo Donatus. Se olvida muchas veces que el poema para concretarse necesita de la intuición poética y ella presupone un estado despojado y muy humano del espíritu. ¿Y dónde veremos lo humano más que en el dolor ajeno?
De todas formas ya no quiero hacer más cargos a esta sociedad. El Evangelio dice: "No juzgar". Además, ¿quién conoce a nuestra sociedad?, ¿o quién puede conocer otras manifestaciones que no sean las de su demencia y su congénita maldad?
Buscar la verdad siempre es doloroso y el que no se anime jamás será poeta. Lo he escrito estamos en el mundo, pero con los ojos en la noche.

-La verdadera poesía nos lleva como a niños de la mano hasta la reflexión; la intuición nos convoca al misterio ya partir de la emoción se amplía nuestra conciencia. Así como usted lo anunció hace años, será posible sentir "la luz entera de la mañana". ¿Sigue percibiendo la poesía de igual manera? ¿Hasta qué punto es superable la incidencia de la reclusión en el espíritu de un artista?

-Persisto en entender la poesía como un estado de ánimo antes de la reflexión. . . y en la reflexión mi alma crece, se hace ligera. . . En cuanto a lo demás, me remito a la obra poética de Aristóteles; allí continúa estando la clave. En estos momentos de crueldad en que vivimos, y que anuncian tiempos de mayor desgracia humana, deberíamos resguardar todo lo referente a la poesía como un gran secreto, un secreto de Estado. Hay que prepararse para salvar la poesía de sus enemigos. Yo he tenido una infancia poética. Recuerdo que desde niño me llamaban "el poeta". Mi cuerpo, muy temprano, se acostumbró a alimentarse del dolor. Por eso, vivir en el hospicio no puede cambiar ni limitar mis sentimientos sobre la poesía ni dañar mi espíritu más de lo que por destino le fue reservado. Pequeño sería el artista que se dejara ganar por el sufrimiento. Por el contrario, a partir de allí comienza el trabajo.

La revista "Crisis", editada desde 1973 a 1976 publicó 40 números de 80 páginas. Hubo un regreso, segunda época, en el año 1984. Era mensual y su tiraje llegó a 50.000 ejemplares. También publicó una serie de Cuadernos –llegó a editar veintinueve– y encaró un proyecto editorial: las Ediciones Crisis, que abarcaba distintas colecciones. Ideada por el empresario y coleccionista de arte Federico Vogelius, el director editorial fue Eduardo Galeano. Julia Constenla fue la secretaria de redacción. Allí escribían Aníbal Ford, Vicente Zito Lema, Roger Plá, Jorge Romero Brest, Ernesto Epstein, Víctor Massuh, Ricardo Molinari, Juan Gelman, Rogelio García Lupo, Jorge Rivera, Eduardo Romano, Jorge Lafforgue, Sábat y Haroldo Conti, entre otros.

-Hablemos de sus libros, escritos hace casi cuarenta años y que con dificultad hemos podido rastrear en algunas bibliotecas. Usted publicó Molino rojo, Estrella de la mañana y Hecho de estampas. ¿Qué le recuerdan cada uno de esos títulos?

Molino rojo me recuerda la demencia, el vértigo. Yo buscaba, precisamente, un título que significara esos estados de mi alma. y reparé de pronto en un molinito viejo que tenía en la cocina. Era de color rojo para moler pimienta, y ví en ese objeto todo lo que mi poesía quería expresar.
Estrella de la mañana, en cambio, se refiere a mis estados místicos. Había sido recientemente bautizado convirtiéndome a la religión católica, y quise expresar con ese título la encarnación del Verbo.
En cuanto a Hecho de estampas, yo trataba de volver a la filosofía escolástica y, fundamentalmente, a Aristóteles. Fue en esos días cuando hice una visita al Museo de Louvre y quedé muy impresionado por los maestros clásicos, especialmente por su pintura religiosa. Más tarde, cuando contemplé en Buenos Aires unas estampas muy finas de esos cuadros religiosos, los asocié a mis poemas había una misma intención final.

-¿Cómo ubica su obra en relación al momento social en que fue escrita?

-Molino rojo aparece en tiempos en que se estaba preparando la revolución para tumbar al presidente Yrigoyen. Culturalmente, no existía nada, sólo el movimiento Martín Fierro. Era una época de pobreza atroz. Yo vivía simplemente por casualidad, Recuerdo que mi casa estaba cerca cae la del cantor Carlos Gardel, quien me quiso sobornar para que hablara bien de él, sabiendo que trabajaba en un diario, pero no lo hice porque era un gran pecador.
Una vez me balearon desde la Escuela Militar. Pienso si mi internación en el hospicio no habrá sido una medida divina para que no me mataran. . . Yo por entonces amaba el ruido de las balas más que la Novena Sinfonía. Molino rojo tenía un título que atrapaba a los socialistas y anarquistas, ellos reaccionan instintivamente ante el color rojo.
Se notaba en la ciudad un estado de demencia genera, y en Molino rojo hay una intención que empieza por la demencia. Uno de los poemas dice: "Demencia, el camino más alto y más desierto. . . "
Cuando escribí Hecho de estampas estaba en París. Allí había estallado la guerra entre los monárquicos y los demás partidos. En el fondo, todos eran unos vagos y creo que por entonces en esa ciudad estaba prácticamente prohibido ser católico.
Estrella de la mañana corresponde a la época más oscura que he conocido en este país. La gente era perseguida de la manera prevista en el Apocalipsis.

-Usted integró el movimiento martinfierrista que recogió en su seno distintas concepciones del vanguardismo de la época. ¿Identifica su obra con alguna corriente poética?

-No. lo mío está afuera de cualquier escuela literaria. Nunca seguí a nadie, aunque espontáneamente me considero un surrealista. Eso sí, distinto. . . Los surrealistas son auténticos poetas. pero blasfeman y tienen una raíz satánica. Hablo de los franceses, claro, porque aquí los que se llaman surrealistas, salvo unos pocos, parecen nacidos para coronarse detrás de algún escritorio oficial o esconderse debajo de la mesa. Después quieren disimularlo haciendo jueguitos de palabras. . . Recuerdo que en París conocí a varios de los fundadores del movimiento, aunque ya sus caras se me han borrado. Una noche nos citamos para leer poemas, estaban Breton. Desnos, Éluard... venían a ofrecerme una recepción, pero alguien o algo hizo que se apagara la luz y no pudimos darnos ni las manos.
Con Artaud también nos conocimos en un café, en la Coupole. Estuvimos a punto de pelearnos. Yo me identificaba con Dios y Artaud, con el Diablo. Sin embargo, le tengo aprecio. Un poeta tiene que estar al servicio de Dios y si no es preferible que sirva al Demonio. Lo más denigrante es tener un patrón humano.

-Siento al conversar con usted la presencia simultánea de la oscuridad y la luz. Lo mismo me pasa con sus poemas. De niño, ese par de opuestos que siguen fascinándome los encontraba en la Biblia, aunque tomando aquí las apariencias del bien y del mal, surgiendo con imágenes bellas, pero también aterradoras. ¿Puede leerse la Biblia como un texto poético?

-La Biblia es un libro de Dios y no tiene fondo. Aunque tampoco podrá negarse que el Apocalipsis es realmente un poema terrible.
Roguemos que Dios no permita que cegados por la poesía transformemos nuestras palabras en blasfemias.

-Usted no sólo escribe, también pinta. ¿Qué busca? ¿ Cuál es el fin de su arte?

-Escribo para que mis actos se ordenen con Dios. Buscando la verdad y no la oscuridad. Es decir, escribo para Dios y mi perfección.
Dios, sencillamente lo aprueba. Y esto dicho en lengua baja, para que todos me entiendan.

-¿Y en cuanto a su pintura?

Entre mi pintura y mi poesía hay una sola mano. Por ello, las mismas concepciones.
De niño me dijeron que sería un gran pintor, entonces quemé toda mi obra. Ahora, en el hospicio pinto para purificar mis sentidos, externos e interiores, únicamente así es válido pintar o escribir. Y hasta que aquellos que se dicen artistas no lo entiendan deberían dejar estas actividades, porque están mintiendo.
El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad.
En sus pinturas y dibujos, cualquiera fuera el tema y como moviéndose tras una gasa, me parece descubrir siempre su rostro. Es como si no hiciera más que obstinados autorretratos. También me provocan un desconcierto ante el tiempo, como si las obras trajeran una antigüedad que nos pertenece. Estas son algunas de mis sensaciones. Me gustaría que usted hablara de las suyas y de las asociaciones que les provocan los colores, en especial el blanco, y el rojo, los que más abundan en sus trabajos.
Sabemos que los colores centrales son el violeta y el verde, y que los periféricos son el rojo, amarillo, el anaranjado y el azul. Así se sitúan ante mis ojos.
Yo siento preferencia por el blanco y el negro. Me gustaba de joven ir vestido todo de negro y con guantes blancos. Son los dos primeros colores nombrados en el Génesis: "Separó Dios la luz de las tinieblas. . ”. Amo el blanco. En el palacio del castigo los reos iban vestidos de blanco. . . El negro es melancolía. Lo opuesto del blanco y de la dicha. Yo vestía de negro porque no tenía por quién enlutarme. En cuanto al rojo. ¡Ah! el accidente del aire fácilmente conjuga con el fuego. El secreto es saber cuál es el elemento.

-¿Veremos siempre en el negro un símbolo de la muerte y lo maldito? ¿ No dejaremos de asociarlo con nuestra melancolía y la pena?

-Dice San Agustín en la distinción que practica sobre el Génesis: “Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo...”
Interpretaba así a los ángeles malditos, pero no siempre el negro será el rostro de la muerte y lo negado. podrá verse simplemente como color. La prueba está en las mismas Escrituras. Allí se lee: "negra soy pero hermosa". Los teólogos lo aplicaron a la Santísima Virgen, que también fue negra ¡y tan hermosa!
Además, aquel que pregunta ya sabe. ¿Para qué difundir lo que los dos conocemos?

-Hace un instante, mientras citaba a San Agustín, tuve presente una imagen que se reitera con frecuencia en su poesía: "La noche de los corderos". ¿Cuál es su significado?

-Hay tres noches. La primera corresponde a los sentidos externos; la segunda, a los sentidos internos, y la tercera noche es la del intelecto. Hay algo esencial para quien se presenta ante estas noches: la sinceridad. El pecador nunca dejará de serlo.
Yo soy un muerto, pero vivo en Cristo.
Los corderos significan la unidad divina. Cuando eran sacrificados en el Templo judío, debían tener siempre un año, para representar la unidad.
¿Quién te enseñó la física? Los egipcios. ¿Quién te enseñó la magia? Los caldeos. ¿Pero quién te enseñó el misterio de la unidad divina? El pueblo de Israel.

-Mientras hablaba de su libro Estrella de la mañana usted citó su bautismo. ¿Qué motivo la conversión de judío a católico? ¿Hay en este hecho, sin duda trascendente, una pista para mejor entender el desarrollo de sus mecanismos creativos y el giro que da en su poesía?

-¿Conocer la obra sin descender a lo más profundo del alma? Pero no se trata de una conversión de judío a católico. Es, simplemente, la aceptación de la religión católica, apostólica y romana. Porque lo de judío no se pierde.
Esta particular conversión es una concesión de gracia. Dios, estoy seguro, ha encontrado méritos para concederme ese conocimiento y esa fe.

-Recuerdo que me contó que había sido violinista. ¿Cómo relaciona la música con su poesía ?

-Especialmente en la medida. Mi poesía está totalmente medida y de una manera que la acerca a lo musical.
En Molino rojo hay gran influencia de la sonata de Corelli La locura. Esta sonata tiene dos formas de ejecución El loco y La loca, según sea hombre o mujer el ejecutante.
En Hecho de estampas hay influencia de los cantos gregorianos. Estrella de la mañana, a su vez, sigue la medición del latín clásico, que es toda música.

-Hay en su obra, especialmente en sus primeros poemas publicados, una constante referencia a la locura. Incluso la invoca como si fuera el camino para cumplir su destino, "el camino más alto y más desierto ". ¿Porqué esa invocación? ¿De qué demencia se trata?

-Me refiero a la demencia en el sentido más total, absoluto. Hay formas de la demencia que obedecen a los nervios centrales y otras a los nervios periféricos. Pero también puede ser un castigo. El que va a nacer elige ser bueno o malo. Eso se da hasta con las vacas.
También es cierto que la mayoría de los demonios tienen la médula desviada. Cualquier enfermedad, aun el cáncer, es estado de locura. Los médicos tendrían que seguir a fondo las enseñanzas de Hipócrates, que curaba hasta con el fuego. ¡Y pensar que incluso hay gente que se alegra de estar loca!
La demencia debe ser vista desde un punto de referencia moral. A esa pobre gente que está en el hospicio habiendo pasado por lo más horrible habría que darle buena comida (aquí la comida es pésima), y enseñarles a sentarse en la mesa, a no robar, a no blasfemar. . . Hay que cambiar, fundamentalmente, la higiene. Es que el hambre, el abandono, la suciedad, las humillaciones, contribuyen al deterioro sin tregua de la criatura humana, de su cuerpo y de su alma.
Es cierto, en mi poesía invocaba la locura. Aquí se conoce la locura.

-La relación entre el arte y las crisis espirituales más profundas, esos estados que suelen calificarse de locura o demencia, continúa siendo un misterio de difícil revelación. En su criterio, ¿en qué medida la enfermedad mental puede influir en una obra artística?

-Corelli escribió su sonata La locura después de estudiar durante años esas enfermedades. Y cuando terminaba de tocar la sonata en su casa salía a la calle a conocer a la gente, viendo con tristeza que la mayoría estaban locos.
Yo he investigado el alma, también la psiquiatría. Y sé que los ciegos y sordomudos son dementes. Que los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas y demoníacos de todos.
En cuanto a mi obra, los médicos dicen que no hay en ella signos de enfermedad. Y aunque no es gente de gran entendimiento, en esto no se equivocan, ya que no hay en mi poesía nada en contra de la gramática. Pero a la vez presiento que en la poesía y en la locura hay un mismo soplo. . .



Crítica de Raúl Osorio ante la aparición de Hecho de Estampas, en la revista Caras y Caretas del 15 de marzo de 1930. Dice un viejo refrán chino: "Cuando el sabio señala la luna el imbécil mira el dedo."

-...¿El soplo de la inocencia ?

-¡Y del espanto!

-¿Qué piensa de la obra de Artaud, de Lautréamont, de Nerval?

-En Artaud la enfermedad influyó en contra de su obra. Pero él no podía alejarse de la locura, era la locura de Satán.
Si Artaud hubiera estado sano habría estudiado la escolástica, ¡hay que estudiar!
El Conde de Lautréamont era un loco perverso. Yo leí su obra y supe de su vida viviendo en el Uruguay. ¡Que hombre pésimo! Se habla entregado a los vicios y hacía con ellos poesía. Era un monstruo. Sólo en él había locura, la del lobo que roe la frente.
Nerval en cambio era bueno. Pero se ahorcó de un farol. Le gustaban las manzanas.
Lautréamont y Artaud me angustian. Su psicología es la de los vagos Yo estaba atraído a ser como ellos, pero me salvé con la misa y los libros santos.
Lautréamont y Artaud también sufrieron. Pareciera que en sus vidas no hubo mucho más que dolor. Y ese dolor lo convirtieron con extraña belleza, quemándose en su propia conciencia, en poesía.
No debemos confundirnos. El sufrimiento de los viciosos no es noble, está muy alejado del de los mártires de Dios.

-Me cuesta diferenciar en el sufrimiento y distinguir quienes son los verdaderos mártires, los de Dios o los de los hombres. Pero además, ¿no cree que esa exaltación angustiosa de lo siniestro que encontramos en Artaud y más marcadamente en Lautréamont, adquiere finalmente un sentimiento místico, si aún se quiere culturalmente religioso?

-Lautréamont no tenía nada de religioso. Era un muerto, como diría un teólogo moralista.
Es cierto que no supo más que de penas, pero no pudo dar con la contrición, ese dolor perfecto ni con la contrición, ese dolor imperfecto al que se entregan los pecadores arrepentidos para que se les restituya a la primera gracia y continuar una vida penitencial, hasta arraigarse en un estado de paz y esperar la buena muerte.
Pero él no da señales de haber tenido ninguna instrucción religiosa: aunque nombre mucho a Dios, que lo pudiera llevar a la salud espiritual.

-¿Usted no quema sus años en este hospicio por buscar su verdad absoluta, ese Dios que lo convierta en el mismo Dios?

-Pienso que Lautréamont no hizo en su corta vida con su obra otra cosa que mostrar su desesperada necesidad de amar. Injuriaba a Dios porque lo llamaba en el amor. Exaltaba el mal porque no soportaba la hipocresía del bien.

-Tiene pasión por Lautréamont, ¿no es así?

-Los Cantos de Maldoror marcaron desde muy temprano mi espíritu. Diría más: mi creencia de que la poesía es la posibilidad del hombre para vencer el miedo a la locura y a la muerte surgieron tras la lectura de ese libro.
Voy a decirle algo que lo hará pensar. Es un secreto que he mantenido hasta hoy. Yo, a pesar de todo, quiero al conde de Lautréamont y lo voy a ayudar. Y él me conoce. Como juez he tenido que verlo. Me pidió que no lo olvidara, que intercediera por él ante Dios, que es mi amigo.
Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo ví estaba como despojándose del sueño, con agua y con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Se mantenía muy quieto, acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: "Lautréamont, Lautréamont -le dije-, soy Fijman".
El se acercó y dijo que me quería, que seriamos muy amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido sobre la tierra. Pero no lloramos, nos abrazamos y permanecimos una eternidad en silencio.

-Recuerda cómo era. Nadie pudo hablar de él con exactitud, y hasta se duda que haya vivido.

-Tenía ojos celestes de gato. Alto, varios metros. La piel azul y las manos huesudas.

-Yo soñé una vez que tenía colmillos y plumas hasta los tobillos.

-Sí. fino elegante, pero con una dentadura tremenda, probablemente un vampiro. Debe estar ahora no en el Infierno sino en el Hades que es el reino de la muerte.

-¿Cuál fue el peor de sus pecados?

-La soberbia. Se negó a ser un niño. Es lo que deduzco de sus escritos. donde se hacen sentir su soledad y su desesperanza.

-Duele estar solo, mientras el corazón se apaga.

-Yo también lo estoy, aunque pienso que he encontrado a usted una buena amistad. Somos amigos -no es así?

-Para mí usted es un maestro al que respeto porque se consume en su propio desierto, ¿me entiende? Y he llegado a quererlo mucho.

-¿Puedo pedirle un favor?

-Sí.

-Sé que dentro de muy poco me voy a morir. Ya soy viejo y he sufrido lo suficiente. Pero tengo miedo de lo que me espera. No de la muerte, porque ya estoy muerto en Cristo, sino de que me abran la cabeza como hacen con todos los internos. . . ¡No quiero presentarme ante Dios cuando resucite con el cerebro dañado y chorreando sangre! Mi vida ha sido el estudio, la poesía; quiero estar hermoso, digno. . . Además va a estar ella, la Virgen, la única que no se burló de mi amor ni me rechazó. . . ¿Se ocupará de mí cuando muera? Sáqueme a toda prisa de la morgue. No deje que me destrocen, ¿me lo promete?

-Se lo prometo... ¿Recuerda que escribió "es muy larga la noche del corazón"?

-Fue hace unos años. . . Nunca imaginé que duraría tanto esa noche: tampoco que serían mis días los de un poeta en el hospicio.

Enlaces: Vicente Zito Lema en Wikipedia  |  Página de Vicente Zito Lema  |  Revista Crisis



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Locos, sí, pero entre comillas

Por Daniel Freidemberg

El poema se titula “V” (cinco, en números romanos), forma parte de Estrella de la mañana, el libro que Jacobo Fijman publicó en 1931, y, en apenas siete líneas, dice: “En la misma belleza saborean las lunas su soledad dichosa./ Caen todas mis muertes en el espanto/ de la nada del mal de la nada irreal de la nada.// En las tinieblas puse mis manos cuajadas de llanto./ Arreó la gracia mis ojos perdonados,/ y hecho he sido en lo interior de todo y nada./ He sido en el que es de todo y nada en bella gracia.”

Hay, como se ve, espanto y tinieblas, y esa insondable “nada del mal de la nada irreal de la nada”. Envuelto todo en una atmósfera a la vez desolada y conmovida, mística a su manera, ¿tiene algo que ver con el hecho de que Fijman pasó casi la mitad de su vida en el Hospital Borda, y que ahí murió en 1970? La pregunta viene al caso porque la relación entre la creatividad artística y la locura es un tema que cada tanto reaparece y volvió a aparecer en abril último, como una suerte de efecto colateral, con la conmoción que produjo la violencia represiva de la Metropolitana contra los trabajadores y los pacientes del Borda, precisamente.

El caso es que un poeta, Miguel Ángel Morelli, consideró que un buen modo de tomar partido ante la irrupción de palazos y balas de goma en el neuropsiquiátrico de Barracas sería subir a Facebook un poema de Fijman, y al día siguiente se encontró con que más de 300 de sus contactos lo habían reproducido. Pero no fue lo único que encontró: “Leyendo algunos de los muchos comentarios que se hicieron al respecto”, apuntó, “noto que no son pocos los que hablaron del desdichado Fijman como del ‘poeta de la locura’. Me gustaría hacer una aclaración: Fijman, lo mismo que Artaud, Van Gogh y tantos otros, no fue ‘un artista de’, sino más bien ‘a pesar de’. Es decir, fue un creador devorado por la locura (si es que se puede decir así) y de ninguna manera un enfermo mental que se volvió artista. Eso jamás sucede.”

A ese respecto, Morelli recordó las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo: “sus días en Arlés no fueron más que un vertiginoso intento por huir de la enfermedad a través, precisamente, del arte. Del arte liberador. Del arte que, si no cura, al menos consuela... Nuestra idea romántica del loco que escribe genialidades se da de bruces con la realidad: invariablemente, se trata de genios que escriben o pintan hasta que llega la fiebre y los atenaza.” No sé si Morelli leyó la compilación de diálogos que Vicente Zito Lema mantuvo con, entre otros, Enrique Pichon Rivière, Fernando Ulloa y el propio Fijman, pero precisamente ahí, en el encuentro con Pichon Rivière, el psicoanalista y fundador de la poesía social le dice a Zito Lema que el arte “es una de las formas de preservación que tiene la raza humana. Y, más específicamente, para curarse de la locura. Aunque no sólo para curarse, también para evitarla, para prevenir ese terror a lo desconocido que, en forma de muerte o de locura, acecha permanentemente al hombre."

Desde Rimbaud y Kafka a Charlie Parker, Alejandra Pizarnik y Jim Morrison, quien más quien menos sabe de artistas y escritores a quienes los marcos de lo considerado “normal” les resultaron estrechos, y tanto en el cine como en las novelas y las biografías todos hemos visto personajes que parecen elegir el desquicio como condición para crear, como si fuera la naturaleza misma del arte la que convoca a los demonios. Pichon Rivière, sin embargo, llegó hasta a hablar del “alto valor terapéutico” del arte, y sabía bien por qué. Con una vasta experiencia en establecimientos psiquiátricos, estudioso de los “poetas malditos” franceses y compañero de aventuras de los surrealistas argentinos en la revista Ciclo, Pichon tenía motivos para no confundir: “la locura y la creación serían los dos caminos alternativos frente a una situación límite de crisis, y en uno y otro caso se pueden ver actos de la imaginación, distintos. En uno, el sujeto puede mover su realidad externa e interna. En el otro, como no la puede movilizar, intenta controlarla con los mecanismos de la locura. Por eso, en el arte hay juego y en la locura sólo existe una cruel distorsión de esa realidad. Ocurre que el sujeto, a través de la locura, se libra, relativamente, del sufrimiento. (…) Como no soporta más, se disocia, se va del mundo, se inventa un sistema para tolerar el sufrimiento, logra diluirlo. A su vez, el creador salda el sufrimiento con la obra.”

Tanto dolor hay en la locura, agregaba Pichon, que “quien lo padece se estereotipa, se torna rígido; y ello se percibirá después en su obra. El artista normal tendrá, en cambio, la posibilidad de jugar con el objeto; no tiene obstáculos para acercarse a él, para transformarlo, para rearmarlo”, y fueron precisamente esos momentos que Van Gogh o Fijman encontraron para escribir o pintar las ocasiones en que lograron zafar de la locura. A propósito, alguien retrucó, en los comentarios al post de Morelli, que no hay creatividad artística que no implique algún tipo de exceso o desborde, un plus de energía que a veces incluso se despliega de maneras demasiado extrañas para la mayor parte de sus contemporáneos, como implantando una suerte de desobediencia ante la sociedad. Y el comentarista se preguntaba entonces si no corresponde llamar a eso “locura”.

Claro que ahí a la palabra “locura” la escribió así, entre comillas. Y no es poca cosa la diferencia entre la locura y la "locura", si por esto último se entiende todo lo que ante los ojos de la costumbre o el utilitarismo luce desatinado o imprevisible, pero que, lejos de responder a una sinrazón, incluye la propuesta de un orden: de su propio orden muchas veces, un orden inusitado que la propia obra funda. Lo que, de paso, permite también diferenciar esa práctica de la de los impostores que la juegan de loquitos para sustituir la creatividad que les falta o a la que no se animan. “Basta con recordar los gestos de Van Gogh o el propio Fijman, esos ojos terribles”, señaló al respecto Morelli. “Los impostores, en cambio, gozan con su supuesta locura, están felices con ella. En vez de esconderla, la exhiben.” Es que en el mundo de la oferta y la demanda, al fin y al cabo, las excentricidades tienen también su mercado.

El problema es que, cuando ese tipo de consumo se vuelca a poetas como Jacobo Fijman, la que pierde es su poesía. “Está llena de revelaciones de sentidos superpuestos que nos conducen a lo oculto”, escribió Aldo Pellegrini sobre la poesía de Fijman, en la que “la multiplicidad de formas que cambian, se interpenetran, pierden una individualidad para recuperar otra más firme, no hace más que ponernos frente a la extraña sensación de la inestabilidad que crea lo efímero cuando actúa como manifestación de lo eterno”. No es ese un desafío que le interese encarar al consumidor de extravagancias. Más que una escritura que le demanda poner en juego sus mejores capacidades, Fijman es para él una imagen: el viejito simpático que musitaba delirios en los pasillos del Borda.

Agencia Télam, Suplemento Literario, Año 2 Número 78, 30 de mayo 2013.


 

Dos dias

Por Jacobo Fijman

En estos momentos la desmanicomialización es un tema de discusión en el campo de la Salud Mental. Muchas veces se habla de ella sin tener en cuenta los aportes de la historia. Sin reflexionar sobre lo que se hizo y lo que se escribió quedamos huérfanos de modelos y de herencias de las cuales poder apropiarnos.

Es por eso que decidimos publicar un texto poco conocido de Jacobo Fijman, uno de los poetas latinoamericanos más importantes del siglo pasado. Fijman nació en 1898. Participó durante la primeras décadas del siglo pasado en el grupo literario “Martín Fierro”, donde conoció a Girondo, Borges, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal y otros escritores. Colaboró con periódicos y revistas. En un viaje a Europa conoció a André Breton y otros poetas surrealistas. Tuvo varias internaciones psiquiátricas hasta quedar definitivamente internado durante los últimos 30 años de su vida en el Hospital Borda donde murió en 1970. Los tres libros de poesías publicados son Molino Rojo; Hecho de Estampas y Estrella de la mañana.

El texto que incluimos nos brinda la visión de su propia crisis y la internación en el manicomio. Fue publicado por primera vez en el diario Crítica, suplemento Magazine, Buenos Aires, lunes 3 de enero de 1927. Muchos años después, en una entrevista con Vicente Zito Lema comentaba: “En un cuento, que se llama ‘Dos días’, hablaba del Cristo Rojo. El mismo San Pablo enseña ‘ser como otro Cristo’; es decir, Cristo está en uno. La total identificación. Aun la pérdida de la persona. Yo lo sentía como una cosa cierta, no literaria. Y la intención del rojo, era para identificarme con la revolución, que había estallado en todo el mundo. Cuando los policías me golpeaban les grité: Soy el Cristo rojo. Siguieron con sus golpes. Cada vez más frenéticos, enfurecidos. Antes que me desmayara, me pegué a la pared y dije: Yo soy el anunciado. El cuento lo escribí después. Y lo publiqué en un diario”. La presente versión fue extraída de la excelente edición de cuentos de Jacobo Fijman San Julian el pobre (relatos), recopilación, notas, apéndice y edición de Alberto Arias, editorial Araucaria/Signos del Topo, Buenos Aires, 1998.
 

DOS DIAS

Hospicio de las Mercedes. Dicen que me han traído aquí porque estoy loco. Esto es imposible. Pensar que yo he perdido la razón siendo una cosa de orden metafísico, trascendental. No puede ser. Además, he padecido hambre, sed, dormía mal, estudiaba mucho, quería mejorara a los hombres, tenía sentido del sacrificio, me redimía, amaba.

No se porqué, en una comisaría de la ciudad, me apalearon.

En uno de sus calabozos se me encontró hablando de tonalidades, del origen de la especie, del super-hombre y cantando La Marsellesa. Me había desnudado; quería ser como los hijos del sol, resplandecer de sencillez, de inocencia, de santidad.

De mañana, vino mi padre; vino hasta el calabozo, acompañado de un policía. Mi padre ha envejecido. Está mas canoso. Tiembla. Tiene los ojos azules, mas azules y tristes.

-¡Como, hijo! ¿ayer te emborrachaste? Pobrecito, no es nada. ¿Para que te desnudaste? Me pregunta con mucha ternura, con mucho miedo.

Yo no le digo nada. Entonces mi padre se echa a llorar.

El policía mira; tiene un aire seguro, tranquilo.

-Hijo, en la sala de espera está tu madre.

Yo no le digo nada. Interiormente sonrío y reflexiono: ¡Cómo! ¿no sabrá éste que soy un super-hombre? ¿No sabrá lo que todo el mundo: que tengo el cerebro de oro?

Por eso me pegaron en la cabeza. No me la pudieron romper. ¡Y cómo! ¿No sabe que soy el Mesías? ¿No recuerda la sesión teosófica que le di anoche? ¿No le habló Kliguer, que es poeta y teósofo, de mi lenguaje de los dioses! ¡Como! ¿y se olvidó de las tres piezas que toqué en el violín para recordarle “quien era” ? ¿No recuerda de mi “Kol Nidre”, de mi “Air” de Bach y de las “Marcha Fúnebre” de Chopin? ¡Y, cómo! ¿no sabe que mi violín es una antigua sinagoga de Jerusalén? ¿no sabe que soy el Anunciado? ¿No sabe que he escrito mi Tabla de valores?

-Vamos, hijo, vamos.

Fuimos a la sala, donde mi madre nos esperaba. El escribiente que toma nota de mi nombre, domicilio y profesión, lleva lentes. A su alrededor aparecen más policías, con su misma cara rosada, mofletuda; con sus mismos lentes, con su mismo libro, donde anotan los datos, con la misma lapicera.

Ahora todos me miran, me observan, sin duda para no olvidarme.

De pronto, el escribiente interroga:

-Profesor de violín, ¿no?
 

Ahora interrogan todos: “Profesor de violín, ¿no?” , y anotan lo mismo. Yo pienso: Je. ¡Profesor de violín! Gente estúpida, todavía cree en la división del trabajo.

Al rato, salimos. Es un día de sol, caluroso, 23 de enero.

La ciudad está silenciosa: sin duda la gente ya sabe que no me gusta el ruido.

-Vamos a tomar un auto, hijo. – dice mi madre.

-No, yo no voy, no, no- contesto.

Y aprieto a los dos contra mi de un modo que los hace estremecer. No quiero ir en automóvil después que he escrito mi Tabla de valores. El auto es un elemento de civilización. Yo no quiero debilitar mis pies, yo no quiero el progreso. Yo quiero la caverna del hombre primitivo; quiero a Eva, quiero la llanura, quiero el sol.

Después, les digo:

-Vamos a lo de Alberto, a mi casa de Alberto.

-Nosotros no la conocemos. ¿Adonde nos llevás?

La ciudad está cambiada, pero reconozco el camino. No se cómo, me acuerdo de los pájaros. Los pájaros tienen sentido de orientación,. Aunque la ciudad ha cambiado tanto, me digo: Encontraré la casa de Alberto.

Camino y camino. En efecto, la ciudad ha cambiado. Hay otra luz en la ciudad, velada de un color de fuego transparente, de seda. Estoy, sin duda, en otro plano.

Mi padre, con sus ojos azules, y mi madre, que tiene la cara torcida por una alteración nerviosa, me siguen. Siguen a un fantasma. Se detienen y me aconsejan:

- Volvamos a casa; a nuestra casa; no seas malo.

- No, casa de Alberto-contesto, y los obligo a seguir.

Veo el reloj de la joyería de Alberto. Veo la tabla negra del letrero, que me sugiere la idea de que los de la casa están muertos, que han desencarnado, que se han vestido con el traje de la eternidad. Precisamente, el padre de Alberto estuvo hablándome del “Ayer”.

-Buscas tu Ayer- me dijo.

Como es pelirrojo y sanguíneo, se me ocurrió, se improviso, que tiene el color de los ladrillos que hacían los esclavos faraónicos.

Vi en él algo de Triángulo. Me eché a llorar. Este hombre sabía mi angustia. Sabe que busco un sentido a la muerte. Sabe que soy el Anunciado. Lo sabe todo. Es Salomón. Los dos nos hemos encontrado. Yo soy Moisés: he aquí que mis manos tienen el cayado del profeta. Con él voy a alucinar a los que pegan a mis judíos. Somos dos antiguos que se han encontrado. Ahora, creo que el viejo me cuenta una parábola. Es verdad, al padre de Alberto le gusta hablar de parábolas y contar leyendas de la antigüedad.

Empieza a llover.

-Es fiesta- dice el padre de Alberto con un acento de nostalgia, lánguido, imprevisto.

Llueve ópalo, azul, oro, violeta. ¡Je! Estoy en Jerusalén. Ya estamos en Jerusalén. Salgo corriendo de la casa de Jaime Berg, padre de mi amigo Alberto. Debo anunciar algo: leer mi Tabla de valores. Soy el Anunciado. Voy a darle un abrazo a Kliguer, el poeta teósofo que muchas veces me ha dicho que soy más anciano que él. Tenía razón. Soy el Mesías. Anunciaban que vendría después de la guerra.

He visto a Kliguer en la redacción del “Ydische Zeitung”. Me recibe en su gabinete de corrector de pruebas. Le hago “señas”.

-¿Hablas el lenguaje de los dioses? – me pregunta.

Sigo haciéndole señas.

-¡Qué lastima que no tenga una flor para darte!

Sigo haciéndole señas. – Bueno, ve, anda, si no quieres decir nada.

Entonces le hago un gesto significativo, como diciendo: -Kliguer, te espero mañana en las barricadas- Y golpeando el suelo furiosamente, salgo de la redacción.

Son las cinco de la tarde. La tarde es turbia. Ha refrescado.

Ahora voy a lo de Giacosa con un candado sobre la puerta. Ya debe de estar preso. La policía ya sabe que mañana estalla el caos. Me echo a reir y grito:

-¡Yo soy el anunciador de la tempestad!

En la calle hay poca gente. Se cierran las casas de comercio. Camino por la calle Corrientes, risueño, gozoso.

Veo un judío de barba; usa pastillas de patriarca, anteojos negros; viste de levita negra. Lo reconozco. Es el padre de un muchacho sionista. Se llama Stein.

-¡Ah!, si él supiera que yo soy el Mesías.

Ya lo he perdido de vista. Sigo caminando. En la trastienda de una sastrería hebrea están dos sastres que perecen ser los dueños, y Moicha, un conocido violinista de piezas típicas de casamiento. Los dos sastres son morenos, afeitados, gordos; usan anteojos de carey , son de mediana estatura, algo encorvados; Moicha, el violinista, es rubio, calvo, flaco, rasurado; lleva una vieja levita de un negro desteñido que tira a verde. Ninguno de los tres me conoce, pero yo si los conozco; los he observado muchas veces. Están examinando un violín; me parece que Moisés también se dedica a revender violines. Me detengo y los miro. Después me acerco a ellos. Pido el violín. Me miran curiosos, asombrados. Pruebo el violín cual un consumado luthierista (1) , golpeando en la tapa y aplicando el oído por si se percibe la vibración simultánea de las cuatro cuerdas.

Dicen en yergón:

-Parece que se entiende.

Me hago el ingenuo y les digo:

-Este es un instrumento hebraico.

-Si, si- dice uno.

Y otro, en yergón:

-Sabe, sabe.

-Hoy es día de la raza, ¿no?- les pregunto.

Todos me miran azorados. De pronto pego un formidable puñetazo sobre el mostrador, gritando:

-¡Llegaremos!

Ellos tres gritan horrorizados:

-¡Está loco!

Salgo corriendo, lanzando carcajadas terribles, ásperas, sarcásticas. No saben que soy el Mesías. No me presienten. Todavía tienen miedo. Esperan. Sigo caminando. Y he hecho un trecho enorme. Estoy cerca del barrio de Flores. Ahora me voy a leer mi Tabla de valores a Enriqueta Gómez, una grande alma solitaria.

No se quien la llamó Luisa Michel o la comparó con ella. Me parece que estoy enamorado de Enriqueta. Tengo que leerle mi Tabla. Se alegrará mucho. Hace tiempo que no la veo. Además tengo que decirle que estoy enamorado de Carolina Mendoza. Ella debe de conocerla. Algo tengo que contarle.

Carolina es una muchacha rara; le gusta enamorar a los hombres y después volverles la espalda, como hizo con mi amigo Berman. Posiblemente, si Berman no se hubiera enamorado, ella seguiría siendo su amiga. A mi me tiene miedo. No me tiene odio. No, a mi me ama. Tampoco. Conmigo le gusta hablar sobre pesimismo.

Carolina es escéptica, amarga, pesimista. Carolina sabe más que el padre, un abogado que no ejerce, tolstoyano, que cree en la moral, no cree en Dios, es enemigo del Estado y ha publicado sobre moral veintidós tomos.

La madre de Carolina es una mujer pequeña, flaca, neurótica. Habla de melancolías, de flores, de la provincia natal, y es enemiga del matrimonio. Ahora vive sola con Carolina. Odia al marido. El, a su vez, también la odia. Todos ellos se odian. Me causan risa. Carolina tiene unos hermanos pelirrojos que la detestan. La llaman perversa. Son bolcheviques. Trabajan en una fábrica. Hablan mucho. Dicen cosas disparatadas. Son pelirrojos e impulsivos. Pero yo amo a Carolina. Voy a decírselo a Enriqueta Gómez, que me comprende. Pero también estoy enamorado de Sofía y compadezco a Emma. Amo a Sofía desde que hablé con ella en la Maternidad.

Tiene ojos de ensueño. Me acordé de Schumann. Oí música. Consulté con ella sobre Carolina.

-Yo soy muy franca- me dijo. – Esa muchacha tiene mas inteligencia que sensibilidad.

-Siento que me vienen desmayos. Sofía me mira con sus ojos de ensueño. Estoy enamorado. Me muero. Oigo música de Schumann. Estamos enamorados. Entra Emma con su hermana, que practica en la Maternidad. La hermana nos dice, sorprendida:

-¡Oh! ¿qué les ha pasado?

Sofía y yo estamos en silencio.

Me voy con Emma. Emma está triste; ama y no ama. No quiere casarse con un judío de Entre Ríos porque es ordinario, bruto, feo.

-Me consolaré con ser madre –va diciéndome Emma.

Emma es buena y fea; quiere estudiar medicina.

-La vida para mí no tiene objeto.

-Para mí, sí –le contesto.

-¿Por qué? –me pregunta.

-Porque dos y dos son cuatro.

Pasamos cerca de la Penitenciaría Nacional. Me parece que hago una seña. Con ella quiero decir: “Mañana, a primera hora, larguen los presos. Mañana Beethoven dirigirá en el estadio la Novena a coro”. Emma me habla de Fanny. Fanny me quiere mucho. Es rubia, tiene ojos azules; dice que soy un tipo original. Fanny me ama, me adora, me comprende. Voy a decírselo a Enriqueta Gómez para asombrarla.

Un día me preguntó si alguna vez estuve enamorado. Una noche volví cansado de vagar y soñé que Enriqueta Gómez me daba un abrazo de alma, un abrazo inmanente, un abrazo de alma extraordinaria.

Ya estoy en la casa de Enriqueta Gómez. Sale una señora de luto. Me dice que Enriqueta Gómez no está. Me siento sobre un montón de ladrillos a esperarla. Yo venía a anunciarle que mañana estallaba la revolución; pero ella debe de estar preparándose, si es que no está en la cárcel. Pero necesito leerle mi Tabla de valores para que tenga ánimo en las barricadas.

Ya son las nueve de la noche. El cielo es claro; las estrellas brillan. En todas partes levantan barricadas. Una alegría cósmica inunda. El ambiente está perfumado. De pronto, unos niños se acercan, y me tiran piedras. Me echo a caminar. Sólo encuentro mujeres de ojos negros, ojos tristes de horror. De fijo que es la hora. En este momento anoto no se qué impresión en mi Tabla. Me encuentro con unas mujeres hermosas, divinas.

-¡Oh, un poeta! –exclaman y se acercan para observarme. Miro el cielo. El cielo está cada vez más azul, más alto, más lejano. Camino y camino.

Estoy cerca de Palermo. Es verdad que soy Beethoven y tengo que dirigir la Novena Sinfonía. Ya los músicos están reunidos. Visten de negro. Visten de negro, porque saben que es el color que más me gusta. Hay un gentío enorme. Ruido, mucho ruido. Los fulmino a todos con una mirada amenazadora, lanzando rayos, anatemas. No saben que soy Beethoven. Los músicos están preparados. Empiezo a dirigir a distancia. Ahora todos escuchan en un silencio religioso. Algo trágico, milagroso, presienten. Después de la Novena, pienso, sólo falta consumar la gran obra: la Revolución Social. Yo soy Beethoven; “Ayer” usaba trapo rojo; hoy soy el mismo. Soy el Cristo Rojo. Por fin termina la sinfonía. La multitud estalla en aplausos, delira. Se oye un trueno. La gente escapa. Alguien grita:

-¡Es dinamita!

Hay un desbande. Alguien me ha tirado una flor roja. >Ese alguien me ha reconocido.

-Es la hora –pienso. –Yo soy el Cristo Rojo.

Los rayos se desdoblan en el espacio. Ya no hay estrellas. Ya no hay gente. Llueve.

Me vuelvo a mi casa. El portón negro del palacio en que vivo se abre empujado por una mano misteriosa. Ah, si, ya sé, es Chernichevski, el espíritu del jefe de los nihilistas, que me abre la puerta. Entro a mi casa. Todos duermen. Duermen en el suelo; se explica, hace calor, mucho calor. De pronto, me detengo a contemplar a mi hermanita Fedora. Todo su cuerpo es blanco, de mármol, de diamante. Veo sus envolturas astrales. ¡Dios mío, la inmortalidad del alma es un hecho! Ahora, por fin, siento la alegría de vivir. No se muere nunca. Se “es” eternamente. Bienaventurados todos nosotros. Aleluya. La vida tiene sentido; la muerte tiene sentido; todo tiene sentido. Pienso que todos los cuerpos de mi casa contiejnen espíritus antiguos, superiores. Evohé, toda Grecia está en mi casa.

Tengo sed. Es verdad que hace varios días que he decidido no comer, porque eso de comer es cosa de bestias. No hay que ser bestia. Hay que ser un dios, algo más y siempre más.

La canilla de la pileta resplandece. Me digo: “Es de oro”. Ahora todo es de oro. Se explica; yo, el super-hombre, encontré la piedra filosofal. La piedra filosofal la descubrí en el sonido. Soy el alquimista de los sonidos. Ahora todo es de oro puro. Todo se ha purificado. Todo brilla. Ha llegado la hora del alba eterna, del alba esperada. Homero ha vuelto a reencarnarse para mi fiesta. Pues bien, bebo. Bebo agua. Son las últimas gotas de agua que beberé, nada más que para limpiar mis órganos de oro, los órganos eternos; los órganos que no saben del bien, ni del mal, ni de la virtud, ni del pecado; los órganos del Integral, del Superhombre.

Entro en la cocina. Está clara, limpia. La lamparilla eléctrica es de color rojo y amarillo. Debe de ser una comunicación de Moscú. Recibo noticias secretas que contesto.

La luz recta de un reflector, con un aliento monstruoso, enfoca la ciudad. Mi cuerpo exhala, poro tras poro, aromas distintos y penetrantes. Estoy en la gloria. Desde el fondo de mi ser brotan aleluyas. Mi ánimo se resuelve en misticismo. No me entiendo. Tengo la certeza del otro espacio, del otro. El alma existe. Dios existe. Yo existo. Nada muere.

Un instante después me limpio la boca con una papa. Mis dientes están blancos, blancos muy blancos. ¿Qué más quiero? Sólo habría que comer papas. Mi amigo Berman estuvo un tiempo comiendo papas y dedicándose seriamente a reflexionar.

Soy feliz. La felicidad es mía. Tengo paz, seda, dulzura en mi sangre. Ya no soy pesimista.

En eso entra mi madre.

-¿Qué haces? –interroga.

-Mire, mire: ¡qué limpia tengo la boca!

-Es cierto –Y luego agrega: -¿Dónde has comido?

Yo por respuesta sonrío; sonrío misteriosamente. No, no; desde luego mi madre no sabe quien soy yo. Lo que me asombra en ella es su lenguaje de compasión y dulzura para conmigo:

-Bueno, vete a dormir- me ordena.

-Después.

Ella se va meneando la cabeza, pensativamente. Todo está en silencio. Me deslizo como una sombra y salgo. Tampoco dormiré más. Ni comer, ni dormir, nada de las dos porquerías.

Estoy en la calle. Camino. Recuerdo que debo estar en mi “soviet”. Mi “soviet” está compuesto por Pardo, Berman y Soria. Los tres ilustrados. Los tres son revolucionarios. Los tres son pesimistas. ¿Cuál de los tres es más pesimista? Pardo, porque ama el color gris y tiene ojos tristes; pero cree en el amor. Berman no cree en nada, pero tyi4ene pasiones con alternativas que dan miedo. Soria está casado. El pesimista soy yo. No; el pesimista es Enrique Pitzberg, un muchacho medio feo, con algunos dientes de menos y atacado del mal metafísico. No cree en nada; todo está mal; todo es inútil; los hombres son perversos, las mujeres son idiotas. El universo está mal construído. Tales de Mileto se equivocó en su teorema sobre la construcción del mundo. Todo es imperfecto. La perfección es inútil, porque Kant, porque Fichte; porque Descartes; pero Bacon, pero Sócrates, pero….

No, éste tampoco es pesismista. Y, aunque lo fuera, no lo entiendo. Pesimista es Tartessi. Tartessi es un muchacho que se le ha dado por usar barba. Es un temperamento apasionado, latino; y es neurótico. Lo es su madre, su hermano el violoncelista y sus hermanitas. El está en pleno pesimismo. Lee a Leopardo, el Eclesiastés; pero estudia el yargón, porque se ha enamorado de una violinista judía. Ahora ya no está enamorado. Quiere irse a Norte América, a Italia o al campo.

No, tampoco Tartessi es pesimista. Pesimista es un ex -fraile amigo mío, un tipo erudito, vagabundo. Lee mucho; y come donde puede. ¿Dónde estará? Debe de estar también pero, porque dijo el otro día a voces:

-Moscú es la capital del mundo.

-Montenegro- le dije- cuando llegue la hora, habrá que matar, matar a muchos, sin miedo, sin piedad.

-¿Matar? Yo no sé matar- me contestó.

-El que no mata en la hora de la revolución, la hace fracasar.

-Yo sólo aspiro a ser comisario de instrucción pública.

He notado que casi todos los eruditos aspiran a lo mismo. Se creen que porque saben latín y griego deben regir los destinos de la cultura. ¡Qué bestias! Son los que dicen: “Hemos llegado demasiado tarde”, y quieren volver a la Edad Media o al Renacimiento. Son unas bestias. No tienen sentido histórico. No sirven ni para esta época ni para los tiempos de Maricastaña. Ah; pero Montenegro lee a Stirner y a Nietzsche. Es un tipo disolvente. Ha sido fraile y, desde luego, es un peligro para la revolución. El hábito de la hipocresía, de la simulación, no se saca así nomás; queda, está prendido de cada nervio, de cada arteria, de cada mano. Montenegro s una bestia. ¿Para qué usará esa capa y esa barba que lo hace semejante a Stendhal? Por economía. Por taparse la mugre: la capa; y la barba, efectivamente, por vanidad. Pero Montenegro entiende mucho de pintura. Es uno de esos tipos que hablan que hablan mucho de estética en los cafés y que tan bien han pintado los Goncourt. (Los Goncourt no hablarían mucho, pero escribieron mucho, demasiado.) Ah, pero el pobre Montenegro también busca algo. Es un atormentado. Tengo que iniciarlo en teosofía y estará salvado. ¿Pero dónde está Montenegro? ¿Y Kerchman, el pobre vagabundo judío, sin hogar, sin amigo, sin nada? Dicen que tiene talento. Su cabeza es blanca; sus ojos dulces y la cara rosada. En verdad, es inteligente. Kerchman es un pesimista, un doloroso, un atormentado. El es el único que no cree en la revolución ni en los revolucionarios. Los odia, los desprecia, los compadece. Kerchman se ha ido lejos, muy lejos. Quizás a pie, cantando una lamentación de las que oyó en las estepas.

Ya se inició el nuevo día y estoy en la calle. A eso de las 10 me encuentro con Boris Goldman, un muchacho de cara pequeña y movimientos bruscos. Toca el piano y está componiendo una sinfonía para mil músicos. Es un muchacho que, según el padre de mi amigo Alberto Berg, tiene mucha memoria; entonces es posible que no se olvide de componerla. Me habla y se me ocurre no contestarle. Se va disgustado. Ahora resuelvo, no sólo no comer ni dormir, sino también no hablar más. ¿Y para qué es, pues, mi lenguaje de los dioses? Soy el Super-hombre; el Mesías.

Después he visto a Berman, al padre de Berman, un hombre silencioso y bueno. Me habla y no le contesto. Encuentro a Soria, a Pardo, y a Muñoz, un muchacho anarquista con todos los defectos de tal; y encuentro a Tartessi. Todos me hablan y no les contesto. No debo hablar más el lenguaje vulgar y tonto. Soy, pues, el Super-hombre.

Llega la noche. Recuerdo unos terribles golpes sobre mi cuerpo, una comisaría, gritos, cantos, ¡qué se yo!.... Ah, es verdad, estoy en la casa de mi padre Jaime Berg.

El me había abandonado en Rumania; una de esas cosas que ocurren en el mundo: un devaneo, un amorcillo. Samuel Lejtman no es mi padre; él sólo me ha criado.

Mi madre adoptiva me sacó de la cuna. Con razón la que yo creía mi madre no tuvo hijos durante nueve años. Por eso me adoptaron. Todo termina bien. Estoy en la casa de mi padre Jaime Berg, mi verdadero padre. Pero a las tres de la tarde vamos a lo del psiquiatra José Ingenieros, a discutir posiciones revolucionarias. Veremos cómo se resuelven. Nos acompañan Samuel y Alberto; yo voy con mi padre Berg.

Entramos a lo de Ingenieros. Le hacemos unas señas misteriosas que comprende y contesta. Ya sabe quién soy y quiénes somos. Nos despedimos. Al despedirme pego un golpe con el pie, y grito:

-¡Yo soy el Cristo Rojo!

Ingenieros me golpea el hombro, diciendo:

-Epa, amigo, aquí no se grita.

Está bien, comprendo, es una orden parta las barricadas. Salimos. Toda la ciudad arde. Es el gran día. Pasamos por la escuela Roca. Oigo cantar el himno de los trabajadores. Veo piedras rojas: barricadas. Grito:

-¡Viva la revolución social!

-No grites- me interrumpe papá Berg.

Bueno, la revolución está hecha.

Hemos vuelto a la casa de mi verdadero padre. La casa está en silencio y triste.

-Ahora, a dormir -me dice mi “verdadero padre”, que me lleva al cuartito donde duerme Alberto. Allí me desnuda y me hace acostar en una cama plegadiza. El cuartito es oscuro. Hay muchos baúles. No hay dónde moverse.

-A dormir, a dormir -me dice por última vez y se va, bajando una escalerita de hierro.

Ya no oigo sus pasos. Duermo. A los pocos minutos me despierto, y me siento sobre la cama. Hace un calor insoportable. Tengo toda la sangre en la cabeza.

-¿Dónde estoy? -pregunto.

Nadie me contesta.

-¿Quién me ha traído aquí? -vuelvo a preguntar.

Anoche me pegaron en la comisaría, recuerdo; aquí tengo algo, adentro, en la cabeza. Me pesa y no me pesa. Todo es rojo. Veo mal, distingo mal las cosas. Vuelvo a acostarme, pero no me duermo.

Viene mi verdadero padre y me dice:

-Tienes que tomar esto- y me ofrece un líquido en una cuchara.

-No, no quiero.

-Toma, toma, te lo manda Ingenieros.

Miro el líquido que contiene la cuchara. Es rojo. Ah, si, debe de ser una receta “bolchevike” que me manda Ingenieros. Pruebo; es dulce. ¡Qué porquería! Ingenieros debe de haberme “tomado el pelo”. Ingenieros es una bestia. Debe de ser la cuchara que se les da a sus iniciados de “La Siringa”.

-Bueno, a ver si por fin te duermes- me dice papá Berg.

Duermo un rato. Oigo la voz de mi hermano que está abajo. Mi verdadero padre le pregunta a mi hermano David:

-¿Tenía muchos amigos?

-Yo no sé. Creo que sí. Del que siempre hablaba era de Berman. Berman de aquí Berman de allá. Para él no había mejor amigo que Berman.

Hablan de mí como si hubiera muerto. Vuelvo a dormir unos minutos.

Abajo hablan dos mujeres; la señora de mi verdadero padre y una que, por la voz, se me figura que está vestida de luto.

Dice la señora de luto:

-Y bien, ya que murió, que en paz descanse. ¡Qué lástima! Tan joven…

-Murió anoche. ¡Qué se va a hacer!-añade la señora de mi verdadero padre.

De manera que estoy muerto. He muerto anoche. La paliza que me dieron era para hacerme desencarnar. Ahora lo comprendo todo.

Oigo llorar a mi amigo Alberto. Verdaderamente estoy muerto. Me consuela, no obstante, pensar que estoy vivo, que la inmortalidad del alma es un hecho. Estoy flotando en el cuarto.

A media noche veo que mi hermano David está cerca de mi cama. Me está velando. Me duele el estómago. Bajo las escaleras. Vuelvo a subir.
-¡Jé! Mi hermano no se ha dado cuenta.

Ha estado velando mi cadáver. Ha bajado, y ha vuelto a subir “mi fantasma”.

Duermo. Me despierto preguntando por Rosa, una amiga mía.

-Yo soy David y no Rosa. Duerme –me contesta mi hermano.

¡Qué raro es todo! Este cuarto suspendido en el aire, no sé cómo, se sostiene. Los baúles son sospechosos. Ah, si: uno es para mí; y el otro es parta Alberto. Nos vamos en aeroplano a Moscú, porque el gobierno de aquí nos persigue. No, me iré con mi “padre”. El no se llama Berg; él es Trotski. Va y viene de Moscú cuando le place. Yo soy Lenin. Ahora todo se explica, se aclara.

De mañana viene a verme la señora de mi padre. Me habla con dulzura y me “ceba” mate.

-¿Está bien el agua? –me pregunta.

-¡Más caliente! –le contesto.

-Bueno, voy a calentarla.

Al rato vuelve.

-Y ahora, ¿le gusta?

-¡Más caliente! –le grito.

-¡Pero, si está hervida!

-¡Más caliente, más caliente! –le grito repetidas veces, lanzando terribles carcajadas.

Ella se va, o no se cómo desaparece. Todo pasa como en un sueño. Los dioses están contándome un cuento shakesperiano.

Sobre la mesa de mi cuarto hay una lamparita azul con el tubo roto. Reconozco la lamparita; Samuel Lejtman me la tiró una vez, porque nos enfadamos….
Instantes después viene Samuel. Me limpia la cara con un pañuelo que huele a tabaco, a miseria, a no sé qué.

-¡Fuera, fuera!- le grito.

Él llora, llora como un niño.

Vuelve a acercárseme; le doy un puñetazo. Se va.

Después viene Neje, la que me ha criado, mi madrastra.

-¡Fuera! Tú quieres plata, sólo quieres plata.

Ella llora. Aquí todos lloran. Todo el mundo llora. Se va. Este cuento de los dioses es muy triste. Es como la vida…..

Luego sube Rebeca, que viene con la sirvienta; pero no es la sirvienta, es Luisa, una amiga de mi infancia, que hace diez años que no veo y que ha venido de Norte América a visitarme. No, es Lina, una amiga mía de Mendoza. No, es Octavia. Rebeca me da los buenos días y se va. Se va Luisa o Lina u Octavia. Lina se parece a Cristo. Es rubia; tiene ojos azules. ¡Cómo cambia el tiempo hasta las finosomías!

Ya no están en mi cuarto. Se han ido. Se oye sonar el piano. Mi padre grita. Es la hora de comer. Alberto llora. No comprendo. La voz de Samuel me dice:

-Israel, ¿quieres comer con nosotros?

-No. Yo no bajo. ¡Yo subo! ¡Vivan las alturas!

-Mire, Berg. Nuestros hijos, nuestros, ya no son judíos; no nos sabrán rezar el “Kadisch”-le oigo decir.

-¡Cómo! ¿No dijiste tú que cuando murieras te levantarías de tu sepulcro para rezarte tú mismo el dichoso “Kádisch”? –le digo.

Todos ríen.

Ahora duermo. Duermo profundamente. Estoy en el Egipto. Me han encerrado en la Esfinge. Debo colgarme de los anillos de Saturno para salvarme. Ya estoy colgado. Soy un caldeo que observa las estrellas.

Ya estoy en el espacio. Los anillos de Saturno me han salvado. ¡Qué lejos está la tierra! ¿De qué encarnación me acuerdo? Estoy saturado de una luz azul. Sólo me falta la escala de Jacob. Me he salvado. Mi salvación es eterna. ¡Cómo canta el mar, un mar que debe estar lejos, entre unas nieblas de ensueño!

Ha pasado tiempo, mucho tiempo. ¿De qué? No recuerdo. ¿Para qué ha pasado el tiempo? Ya es tarde para volver, pero volver, ¿a dónde volver? No lo sé.

Deben de ser las dos o tres de la tarde. Me despierto para dirigir las barricadas.

-¡Yo soy el Cristo Rojo! –grito azuzando al pueblo enloquecido.

Desde aquí veo que Enriqueta Gómez lleva la bandera roja. Estamos en la plaza.

Dirijo la batalla. Hay olor a pólvora. Suenan las ametralladoras. Pisoteo y grito como un endemoniado.

Estoy otra vez en cama. Me han herido. Estoy agonizando. Viene a verme un médico. El médico me examina. Según parece, no sabe lo que tengo.

Ahora está a mi lado Alberto, que escucha mis aventuras.

-¿Te acuerdas?, me caí al agua, allí, cerca de la Asunción… Me salvó Tomás Mendoza, un militar, camarada del coronel Jara. Me sacó del agua por los cabellos. Mi canoa chocó contra un vapor. ¿Cuándo trajeron mi cadáver?

Alberto se desternilla de risa. Me habla de no sé qué cosa. Pero ahora descubro que yo estaba equivocado. Alberto Berg soy yo; él es Israel Lejtman. Yo tengo esa enfermedad del corazón; yo uso lentes; yo soy gordo; yo soy hermano de Rebeca. Yo he estado esperando que mi madre volviera de Europa, donde la ha sorprendido la guerra. He llorado mucho, mucho por ella. Me saco los lentes y los limpio. Me los vuelvo a poner. Israel Lejtman se va.

Ya es de noche. Sube mi “padre”.

-Vístete –me dice.

Y él mismo me viste.

-Vienen a buscarte unos amigos en auto.

-Será Pardo –pienso.

Estoy vestido con mi traje negro. Mi “padre” no encuentra mis zapatos.

-Vamos así, no importa. Total vas en auto.

Abajo veo un bombero. Una lamparilla eléctrica brilla en la joyería. El bombero está acompañado de dos amigos que han venido del puerto de Murtinho, del Brasil.

Le grito a uno:

-¡López!

-¡Wilhelm!

Me abrazan y me llevan fuera. Subo a un auto. En el pescante se sienta Israel Lejtman. Mi padre Berg se va. Creo que llora. Se cierra la puerta de la joyería. La ciudad tiene mucha sombra. Todas las sombras de la ciudad se mueven, se contraen. Canto trozos de ópera. Los tranvías se detienen al paso de nuestro auto. Por una larga avenida entra la ciudad de Asunción del Paraguay. De pronto el auto se desvía…

Pienso: “Nos han traicionado. ¿Quién? no lo sé”.

Estamos en el manicomio.

-¡Oh, miren, un loco! –grito señalando a un sujeto. Esta es la casa del loco Cabred. Allí está el árbol de la ciencia del bien y del mal.

El auto se detiene. Me bajan teniéndome de las dos manos.

Dice un policía:

-Aquí traemos a un individuo que dice ser el Cristo Rojo y que padece del mal de la anarquía.

En la puerta hay dos loqueros. Un médico ordena, tranquilamente:

-Pásenlo.

Me desvanezco. Estoy muerto…

Pero a media noche….

Fuente: http://www.topia.com.ar  |  Imagen: Dibujo realizado por Jacobo Fijman


Ciudades, más ciudades

Por Jacobo Fijman

Estaba de nuevo en mi cuarto del albergue de San Julián el Pobre. Las campanas de la Iglesia enlazaron mis pasos mientras subía las escaleras viejas y oscuras del albergue. Ahí las ventanas, ahí el anuario de libros, y me eché en la cama a meditar. La estatua del siglo XIII del San Juan Bautista policromado del Museo Cluny me miraba a los ojos lúcidos. Sonaron de nuevo las campanas. Pensé en el soplo teológico que animaba a la estatua del Bautista. El mismo soplo teológico que animó en su oración al pobre desconocido y a Dante, que paseaba de un lado a otro en la figura, en aquellos días por esta misma calle infectada de hollín, moho, agua, chinos, japoneses, hindúes, ejemplares de todas las razas y todos los pueblos

Entre campanada y campanada también salió el canto de un coro de niños que duró pocos instantes. Pensé en Dios. Causa primera, causa final. La oscuridad entra en mi carne, rodeaba mis huesos. Ah, ah, ah. Mi cuerpo y la tierra; mi cuerpo y la vida y la muerte. Pensé en los niños de la Edad Media. ¿Cómo reían, cómo cantaban? Hace pocos días he visto desfilar por el Boulevard a niños huérfanos de la guerra vestidos con delantales negros. Sus padres murieron por la República, y pensar que los hijos que dejaron no saben hacerse el signo de Dios. Ah, estos niños tan frágiles, que no gritan ni ríen, que impresionan como ángeles verdaderos, y que de pronto uno espera ver grabados en el cielo densamente gris y oírles cantar alabanzas al creador de todos los bienes.

Ciudades, más ciudades. Mañana me iré a Bruselas con González Chaves. Ciudades, más ciudades. Y ciudades muertas según la imagen de las personas. Pero de cualquier manera tengo que huir, huir de Teresa, de mi amor por Teresa.

Ha entrado a mi habitación la alemana Renata Kock:

—Tengo mucha alegría. He encontrado a un norteamericano que me ha dado dinero para curarme y aprender inglés. En cuanto sepa inglés me iré a vivir con él… —dice la alemana.

Siento el mismo asco y malestar que aquella tarde que comí ostras en la casa del arquitecto rabio Benderzky; la misma repugnancia de la pornografía de ese imbécil sentimental.

El arquitecto abrió las ventanas y dijo:

—A eso llaman los franceses arquitectura. Tendríamos que llevarlos a la Avenida de Mayo para que aprendieran lo que es arquitectura.

La alemana continúa narrándome sus aventuras, y luego me pregunta:

—¿Vélez anda ahora con una pintora que se emborracha?

Miro a la calle. Llueve. Pasa una mujer de cabellos rojizos.

El gris oscuro de las piedras, las canciones de los parroquianos del cafetín “El abate de la espada” mueven mi nostalgia y mi muerte.

Mañana iré a Bruselas. Es preciso dormir. La alemana se ha marchado. Antes de acostarme miro la Torre Eiflel dibujada millones y millones de veces por los turistas ingleses.

Es horrible, y aquella mujer de “Los Noctámbulos”, que era estudian­te de latín y vendía su carne, y que me dijo:

—Tienes ojos de soñador.

—Y los tuyos, ¿cómo son? —le pregunté.

—Los míos va conocen todo el bien y todo el mal.

La estudiante podía decir en latín: vendo sexun.

Sobre mi mesa hay un plato de porcelana con dibujos antiguos que tanto divierten al tarado que vive al lado de mi cuarto, y que siempre le pregunta a mi amiga Rambouillet.

—¿Ya se ha divorciado usted?

El amor. Ah, ah, ah. Pero no, no es el amor; pienso en la barba siniestra del pintor uruguayo Planes, los pájaros graciosos del dibujante suizo, las torres, las ventanas, las cúpulas, las calles; todo muere en mi cuerpo y mi alma. La ciudad o lo esencial de la ciudad queda deshabitado.

Me visto el vuelo de los pájaros. Cae la noche, y en la noche el ramo de flores de aquel millonario colombiano ofrecido a la mujer que dibujaba con el lápiz rojo y negro el retrato de sus amantes.

A estas horas es difícil hablarle a Teresa al “Grand Hotel”. Ha salido con su familia o duerme.

—¡Eh, mozo, una botella de vino blanco!

Ciudades y más ciudades. Teresa…

De “Molino rojo”

CANTO DEL CISNE

Demencia:
El camino más alto y más desierto.
Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
Tosen las muecas
Y descargan sus golpes
Afónicas lamentaciones.
Semblantes inflados;
Dilatación vidriosa de los ojos
En el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
A lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quien llamar?
¿ A quien llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero,
Y ahorca mi gañote
Con sus enormes manos sarmentosas;
Y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!


ALDEA

Mi blanca soledad
Aldea abandonada.
Revuelo de perezas
Sobre la torre de un anhelo
Que tañe sus horizontes.
Pintadas negras de la desolación.
Yunques abandonados y puentes solariegos.
Se ha sentado el dolor como un cacique
En el banquillo de mi corazón.
Las lluvias estancadas de mis sueños
Se han cubierto de musgo.
En el horno apagado del silencio
Mis frutos maduraron
Estérilmente.
Perdí mi itinerario en el desierto.
¡Hospedería triste de mi vida
en donde sólo se aposentó el azar!
En una pradería de cansancios
Balan estrellas mis ovejas grises.
Lugarón sin destino;
Las calles andariegas
Beatas de mi ser
Son manos
Contemplativas
Que van perdiendo soles...


CIUDAD SANTA

Tres gritos me clavaron sus puñales.
Paisaje de tres gritos
Largos de asombro.
¡bromearon los sudarios del misterio!
Fuga de embotamientos;
Suspiros
en la niebla inmovilizada.
Cipreses.
Bronce de los terrores
Informes, fragmentados.
Mueren caminos
Y se levantan puentes.
Un árbol se transforma
Cerrando sus pupilas.
Caen medrosamente las palomas
Angélicas del sueño
En las uñas heladas del espanto.
Un infinito horror
Manaba en mis entrañas
En un himno de muerte.


COPULA

¡Nos unió la mañana con sus risas!
En las rondas del sol
canciones de naranjas.
Danzas de nuestros cuerpos
Desnudos- rojo y bronce.
El olor de la luz era sagrado:
Música de horizontes,
Espacio de paisajes-
Rojo y bronce-
Ruido de melodías,
Himno de soles,
Eternidad
Y abismo de la dicha
En la alegría loca de los vientos.
Canciones de naranjos
En la piedad de los caminos.
¡Todas las aguas del silencio
rompimos en la danza!
Dicha de los abrazos y los besos;
Toda la gloria de la vida
En nuestros pechos
Jadeantes y ligeros;
Nuestros cuerpos: auroras y ponientes
En la alegría loca de los vientos.
¡El corazón del mundo en nuestra boca!


MORTAJA

Por dentro;
Atrás el rostro.
¡El pasado aniquila!
¡Es en vano que encuentre una herradura
en el estanque turbio de mi imaginación!
El árbol ha cubierto de palomas
mi soledad; pero es en vano.
Desnudo
Siempre estoy como una llanura.
Para buscar un cerro
Miro las multitudes.
Estoy siempre desnudo y blanco;
Lázaro vestido
de novio;
una mortaja viva
entre el ayer eterno
y el eterno mañana;
una mortaja viva
que llora en mi garganta.


EL "OTRO"

Tarde de invierno.
Se desperezan mis angustias
como los gatos;
se despiertan, se acuestan;
Abren sus ojos turbios
y grises;
abren sus dedos finos
de humedad y silencios detallados.
Bien dormía mi ser como los niños,
y encendieron sus velas los absurdos!
Ahora el otro está despierto;
Se pasea a lo largo de mi gris corredor,
y suspira en mis agujeros,
y toca en mis paredes viejas
un sucio desaliento frío.
¡La esperanza juega a las cartas
con los absurdos!
Terminan la partida
tirándose pantuflas.
Es muy larga la noche del corazón.



VÍSPERAS DE ANGUSTIA

Atmósferas de marasmo despedazan mis ademanes.
Pasos furtivos
en los malditos huecos de mi ser;
desolaciones alteradas.
Azar; ideas fijas.
Revolotear de músicas celestes.
¿vísperas de una nueva angustia?
Sospechas.
Soy de los que no vuelven, hermanos míos.
Atmósferas de marasmo
en torno del más fragante pino.
Amor, alégrame el camino.
¡los fuegos fatuos!
¡Quebrantaré la vida por mi vida
por el imposible contacto de la eternidad!
Pasos furtivos
en el hueco de mi ser;
yo soy el prometido, el anunciado.
Revolotear de músicas celestes.


SUB-DRAMA

Desolaciones.
Altos silencios
Que balancean sus cabezas truncas
esencialmente.
Han caído mis esperanzas
como palomas muertas.
Desbandes.
El canto de mi mismo se alucina.
Cristales rotos.
Murga carnavalesca.
¡las risas rojas!
Cifras desafinadas y arbitrarias;
¡el dolor más eterno!
Me trasvasa el espanto sus caminos.
Pavor de candelabros;
Romance de agonía.
¿Quién soy?
Ha perdido su espacio
completamente el universo.
Se cierran las estrellas en mis ojos.
Nadie y nada.
Terribles apariencias
aplastan el cristal de sus sarcasmos.
Pasa un convoy de brujas caprichosas;
cuelgan mis extensiones deformadas.
Mi corazón es una isla roja
en que destacan sus banderas negras
los días de mi anhelo.
Las miradas ardientes de mis ojos,
¿en qué se apoyarán mañana?
Canciones de mi ser,
hemisferios de dicha,
volúmenes de aromas
¿en qué tambor de soles
se agitarán mañana?
Orientes y occidentes.
Se quebrarán mis ejes.
Lo sé.
¡Llueve sin latitud el dolor más eterno!
Han caído mis esperanzas
como palomas muertas.
Pavor de candelabros; romance de agonía.


GABÁN

Soy una alforja
de lluvias.
Mi corazón regó en las primaveras
sementeras de espacio;
por ello mi cabeza
es una gorra remendada y parda
(genialidad)
o, un gabán roído,
pues he amado.
El pienso de mis días
desparramé en las sendas;
rompí todas las tejas
de los pesebres
humanos.
De mal en peor
tildaron mi locura;
merma mi audacia,
enflaquecen mis manos dadivosas
como las muelas viejas.
¡El gabán de mi ser se va pudriendo!


CENA

Cenas de mi soledad en hosco abatimiento;
eterna como Dios, profunda de universo.
¡He sido el más ausente: el juntador de formas!
Cenas de mi soledad...
El sudario más frío es uno mismo.
¡Buscar y qué buscar!
¿Encrucijadas puras donde zapatean los truenos
en un constante mediodía?
Cenas de mi soledad en hosco abatimiento.
Pan y sal. Lamentos.
Piernas que saltan; salidas de cortejo;
vacilación de luz que viene abajo.
¡Extremaunción de un armonioso herrero!
Ir; pero no ir nunca;
en algodón de olvido sumir todos mis días.
Anuncios que deslizan;
canción de gallos en la mañana azul de mi esperanza
continuación de tiempos fundamentados en dolor.
Fui un desaparecido, el más ausente:
el juntador de formas.
Amanecer desentonado...


De “Hecho de estampas”

POEMA I

Caía mi sueño en la otra soledad de los canales.
Regocígate, niño, la presencia graciosa de la muerte
reparte en sombras alternadas el olor de los ángeles
y levanta tus sordos desamparos.
Niño de paz,
han apagado las islas monótonas de los soles perfectos.
Niño de paz,
imito el mundo en un mi sueño ajeno a la claridad.
Un silencio de música se apacienta en las torres.


POEMA III

Está mi risa de niño
Con la abuelita ciega de la noche obscura.
Resuenan mis botas groseras de campesino
en la ternura de los caballos,
y he ido.
Al son de ríos lúcidos y puros
Tiemblan las curvas de los pozos como dulces
patas de corderos.
Encerrada en mis pasos sigue la noche obscura.


POEMA V

Yo estaba muerto bajo los grandes soles, bajo los grandes
Soles fríos.
A través de mi llanto
Oigo el agrio sudor de la precocidad.
Yo vuelvo sobre un musgo
Y las ciudades crecen a la aventura hasta la noche
Del estupor.
Miseria.
Dios pesa.
Me llaman vientos de mar.
Van y vienen en grandes cambios; se alargan
en saltos irritados
que apagan mi temblor, que exasperan los sueños.
Jamás podré seguir.
Yo me veo colgado como un cristo amarillo sobre
los vidrios pálidos del mundo.


POEMA VI

Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
pequeña líneas, pequeña canción que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades
blancas.Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz fría y sucia como la piel de los muertos.


POEMA XII

Yo quería jugar.
Estaba el signo de mi naturaleza plena de llanto y
protección severa.
Bajo a mi obscuridad, y avanzo entre mis brazos
con una estrella niña.
Soplan olores de banderas frías
y resuenan tambores de infancia
en el mismo silencio, bajo la misma estrella.
Viene mi carne allende las transparencias.
Rodeo la luz fresca.
Ánimos de pavor yacen en mis profundas soledades.
No es el mismo silencio, no es la misma estrella.
Arranco vísperas de muros inclinados,
y más allá de todo se mueve el brillo opaco
de la agonía.


De
Estrella de la mañana

I

Los ojos mueren en la alegría de la visión desnuda
de carne y de palabras,
en la tierra desnuda y en el cielo desnudo,
en el día desnudo y en la noche desnuda bajo los
cielos todo crecidos.
Es demasiado bella la noche de oro de muros y
banderas luminosas.
Corremos en la noche de plata bajo la noche de oro.
Tierra desnuda, tierra perfecta, cielo desnudo,
Cielo perfecto.
Voces desnudas de la voz eterna.
En la noche de oro nos llaman las acampanas,
Y oímos el vuelo de las aplomas desde la noche de
plata bajo la noche de oro.


V

En la misma belleza saborean las lunas su soledad
dichosa.
Caen todas mis muertes en el espanto
de la nada del mal de la nada irreal de la nada.
En las tinieblas puse mis manos cuajadas de llanto.
Arreó la gracia mis ojos perdonados,
y hecho he sido en lo interior de todo y nada.
He sido el que es de todo y nada en bella gracia.


XV

Ama tu alma mi alma, paz de los días, paz de las
noches nacidas en los espantos de muertes,
y en los gozos de muerte y esperanza de muerte.
Amor, Amor; Amor,
tu alma canta dolor de carne, dolor de vida, pavor
de muerte
bajo los cielos llovidos de esperanza.
Amor, Amor; Amor,
viste tu desnudez el agua capaz de las criaturas.


XVIII

Nos levanta la cruz hacia el río de los aromas.
Entre sí suben las criaturas mansas tendidas
en amor a Cristo.
Entre sí las criaturas fuertes sobre asientos
de paz
que cuidan las espadas en amor de Cristo.
Amor abre la luz, y se derraman soles y bailan los
corderos.
Tu alma canta, mi alma reza en los días cerrados,
en las noches cerradas,
en la vida cerrada, en la muerte cerrada bajo los vuelos
abiertos de los cielos.
Entre sí suben las criaturas mansa
en los asientos puros de olorosos maderos.
Amada,
afuera nos besaremos desnudos de tinieblas y pavores,
tendidos en amor de Cristo.


XXIV

Nace en mi llanto de oscuridad de todo
llanto,
oscuridad de soledad de todo llanto.
Vuelven las almas sobre mi alma de alma en alma,
de muerte en muerte.
Lloro con llanto de mi llanto
sobre mi alma de alma en alma, de muerte en muerte.
En soledad de soledad con soledad
en soledad, en todo, en soledad crecida en soledad.
Reposan los huesos en mediodías
en la soledad de mi alma desnuda en soledad.
Criatura de la quietud donde nacen soles.
Debajo del nacimiento
mi garganta solloza almas de alma en alma, de muerte
en muerte.


CANCIÓN DE LA VISIÓN REAL DE LA GRACIA

Niño, tú tienes el oído junto al amanecer
de la tierra y el cielo.
Amén el bosque, Amén el mar y Amén a las estrellas.
El signo de tus manos ata el secreto del mundo.
Amén el bosque, Amén el mar y Amén a las estrellas.
La tierra canta y el cielo, y la vida y la muerte.
Niño, tú tienes en el signo que trazan tus manos
el día y la noche, y la tierra y el cielo, y la vida y la muerte.
Amén, Amén, Amén,
niño de alba de la tierra y el cielo.


Poemas inéditos de sus últimos años

ECLOGA

Tú, la incóndita niña,
De la incóndita flor
Y la incóndita muerte,
Constas de flor y de muerte.
Tú, la incóndita niña,
Demuestra flor y muerte.
Tú, la breve sentencia
De la lúcida muerte,
Que pones con el llanto
La incóndita flor,
Y la incóndita muerte.


RETRATO DE DOCTOR

Este aquí, seráfico leyente,
Trae la flor perfecta
Recibida en ejemplo de ser a ser,
De simples y compuestos,Y día temporal,
Unidos por el uno que nunca fue movido,
Por aquél que depura la imperfección perfecta.
Este aquí seráfico leyente,
Lleva la perfectísima, la perfección perfecta
Del color y la lumbre, del amor y la estrella.

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