FIN DE CITA

[Reproducción autorizada por el autor]

PARTE 1

ENLACE RELACIONADO
Alejandro Margulis: Occisos


 

[NOTA: Se han respetado en lo posible las diferentes fuentes y formato de texto utilizado por el autor. Para una correcta visualización del documento se sugiere bajarlo en formato doc. Todas las ilustraciones pertenecen al autor, quien es escritor y artista plástico, salvo la ilustración de tapa del libro "Papeles de la mudanza", obra de Guillermo Kuitca (1988). La obra se ha desdoblado en dos partes a efectos de la publicación web.]

Alejandro Margulis (1961) nació en Boston, Estados Unidos, pero reside permanentemente en Buenos Aires. Entre 1978 y 1980 dirigió la revista literaria “Ayesha Literatura”. Tras veinte años de escribir en los principales medios periodísticos de la Argentina (Clarín, La Nación, Editorial Perfil, entre otros) se dedica al trabajo free lance como escritor, periodista y agente de prensa y literario. Publicó cinco libros en soporte papel: dos de ficción -el libro de relatos "Papeles de la mudanza" (Catálogos, 1988) y la novela "Quién, que no era yo, te había marcado el cuello de esa forma" (Beatriz Viterbo, 1993)- y tres periodísticos -"Los libros de los argentinos" (El Ateneo 1998), "Junior, Vida y Muerte de Carlos Menem (h.)" (Planeta, 1999) y "Reconstrucciones de desaparecidos" (IMFC, 2002). Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), dicta además talleres de literatura y periodismo en el portal-agencia literaria Ayesha Libros, continuidad y actualización del proyecto literario con que se inició. El 20 de diciembre de 2001 comienza a trabajar como editor mientras continúa produciendo literatura, periodismo y artes plásticas.
Reediciones electrónicas de sus libros (cuentos, novela, periodismo) se encuentran en El Aleph, donde asimismo existe un Foro en el que los lectores pueden tomar contacto con él. Desde el año 2000 cultiva asiduamente el vínculo con las artes plásticas en forma presencial y virtual en Argentina (Las mil y un artes, Biblioteca Café y Galerías) y España: Esmelgar Arte e Comunicación, Rúa Nova 66 baixo (27003), Lugo, 982 240168.
Ayesha Literatura Ediciones ha publicado su último trabajo en 2004: el libro de poemas y dibujos “El mito de Babel”.


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F I N   D E   C I T A

INDICE

Casi prólogo
I. Transcripción literal (corregida) de la ponencia presentada

II. Una o dos horas después, ya sin la experta foránea cerca...

III. Hora más tarde y a golpe (inicial) de un grabador
IV. Al cabo dormimos un poco (solos) y al despertar lloramos


10 SUGERENCIAS PARA LEER “FIN DE CITA”

1. GUARDE el libro en formato .doc.
2. ABRA el documento word.
3. PULSE la opción Edición.
4. SELECCIONE la opción Buscar.
5. PULSE la tecla Reemplazar.
6. COLOQUE el apellido del Autor donde dice Buscar.
7. ESCRIBA el apellido del Lector donde dice Reemplazar con.
8. APRIETE la tecla Reemplazar todos.
9. LEA el “Fin de cita”.
10. DISFRUTE del placer del Ego.


Los nombres y apellidos de los personajes ficticios y los de sus homónimos reales son esenciales para la concreción del proyecto estético de este libro. Lo mismo ocurre con las variaciones en el uso de formatos (fuentes, tipografías, párrafos, etcétera). Constituyen procedimientos tecnológico-literarios que buscan contribuir a la mejor percepción de los distintos niveles semánticos del relato. Salvo a sí mismo, el autor no busca menoscabar a ninguna de las personas mencionadas.
 

PARTE UNO

"Hay dos maneras de no pensar en ella: la nuestra, la de nuestra civilización técnica que rechaza la muerte y la castiga con la prohibición; y la de las civilizaciones tradicionales, que no es rechazo, sino imposibilidad de pensar en ella fuertemente, porque la muerte está muy cerca y forma demasiado parte de la vida cotidiana"

Philippe Ariés


"No dice lo que vio, pero dice que no lo puede decir, de manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir"

Sor Juana Inés de la Cruz


"Feced me expresó que iban a trasladar a mi hija a jefatura y que me la entregarían. Me dijo que me entretuviera mirando las fotos de unos álbumes de gran tamaño. No pude ver más de dos páginas. Eran fotos en colores de cuerpos destrozados de ambos sexos, bañados en sangre. Feced me expresó que lo que estaba viendo era sólo una muestra, que él era el hombre clave que iba a barrer con la subversión"
Testimonio de Teresa Angela Gatti, en autos caratulados "Agustín Feced y otros"

Informe Nunca Más – Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas

FIN DE CITA (1)

a Isidoro Blaisten


Casi prólogo

Fin de cita, novela en muchas partes asimétricas y autoreferenciales, fue escrita por Alejandro Margulis (el nacido el 5 de abril de 1960, no confundir) entre 1993 y 2003 (2) . Salvo por la interesante lectura que, no sin algunas dificultades sintácticas, realizó acerca de su primer libro la escritora y cineasta francesa Dolores Fabry – "(...) Terminé Papeles de la Mudanza [5 de julio de 1988, justo cien años después de lo que ya diremos, pero desaparecido hace ya un montón] de A. Margulis y aún mantengo la crítica que hice sobre el primer cuento más arriba, [pero debo reconocer que] me fue gustando cada vez más la manipulación que logra el autor sobre el lector con sus innumerables interpretaciones del recuerdo y la introducción sutil de lo imaginario dentro de lo real, que al final parece ser tan imaginario como el resto... Me gustó, me gustó mucho y lo terminé de una vez" –, salvo por ella, decíamos, ningún otro artista de su país de residencia (A. Margulis nació como Bruselas, en Cortázar, aunque vivió en el país más austral del mundo desde los dos años de edad) calificó nunca un comentario escrito de su obra.
La estudiosa francesa conoció personalmente a nuestro autor durante el tradicional viaje al sur que suelen realizar los europeos por la Patagonia. Se encontraron en una vernisagge de la artista plástica Marta Minujin, en el hotel internacional Sheraton, y A. Margulis se precipitó podría decirse en el taxi que habían tomado la francesa y una librera argentina, Natu Poblet, después de saborear los canapés coloreados con los que la artista plástica había "dibujado" varias figuras humanas y, difícil recordarlo con exactitud, una suerte de mapa o plano de la República Argentina.
En los pocos minutos que el taxi demoró en llevarlos otra vez hacia el centro de la ciudad, ya que el hotel queda cerca de la estación de tren del o de Retiro, ahí nomás de la categórica y bella Torre de los Ingleses con un reloj ornando su parte superior, A. Margulis y Dolores Fabry trabaron una bonita amistad no exenta de cierta atracción sexual. A. Margulis le obsequió en ese momento un ejemplar de su ópera prima, que por entonces llevaba siempre un ejemplar en el bolsillo, y Dolores Fabry se lo llevó en su valija rumbo al sur, junto a varios libros de Marguerite Duras. El obsequio que ella me hizo de un fragmento clave de su diario de viaje me permitirá reconstruirlo ahora en parte. No pretenderé enmendar las falencias de estilo propias, inevitables, de quien intenta escribir en una lengua ajena.
El micro que llevó a Dolores Fabry en ese viaje iniciático salió de la estación Retiro un 2 de agosto, a las nueve y quince como estaba previsto. Dolores Fabry volvió a admirar, al iniciar su camino, las enormes grúas del puerto de Buenos Aires, y otra vez pensó que esas gigantescas cigüeñas resonaban la verdad que todas las madres del mundo alguna vez cuentan, acerca de que "todos habremos llegado por este lado...".
El micro no estaba lleno y Dolores Fabry pudo acomodarse en los asientos del fondo...
Apenas salieron de Buenos Aires apagaron las luces y prendieron los televisores. Ella se puso el walkman porque no le gustaba ver televisión ni tampoco oírla. Permaneció largo rato escuchando música y sólo mirando por la ventana. Luego leyó algunas páginas del libro de Marguerite Duras que tenía para terminar. Faltaban pocas páginas para llegar al fin pero tuvo que cerrarlo rápidamente porque le dolían los ojos. Volvió a su estado somnoliento y poco a poco estuvo buscando entre los dos asientos qué postura le convendría más para dormir. ¿Sentada? Le dolía el cuello y la cabeza. Igual que llegando en avión (hacía unos años que no hacía viajes largos) se dio cuenta de que no iba a ocurrir lo mismo que antes, cuando viajaba mucho y largo, que apenas se sentaba el sueño la agarraba y podía dormir sin problema. Justo por el techo de mi domicilio actual acaba de pasar otra vez el gato negro.
Poseemos, pues, un calendario completo de las lecturas de Dolores Fabry. Tras varios intentos por acomodarse, logró dormirse de costado. Se despertó pensando en el fusilado Lorca y su espíritu fugó, como si en el walkman hubiera estado escuchando a Bach, hacia un campo que la tenía bastante inquieta en esos últimos tiempos. Pensó en el fusilado Lorca porque seguramente, los primeros poemas que le habían dado para aprender de memoria en el colegio eran los suyos, del Hombre Gitano. Y recordaba que en el manual escolar le habían puesto una ilustración a un poema dedicado a la luna un dibujo de él. Ese dibujo representaba a la luna como una flor redonda que iba derramando pétalos por la tierra. Tanto como los vasos quebrados de la tradición hebraica. ¿Podría estallar para regalarle al mundo millares de pedacitos de amor, que tal vez lo salvarían del caos en el cual se está sumiendo? ¿Tal vez era eso lo que Dolores Fabry iba haciendo en su permanente movimiento de subir y bajar?
Y también pensó en el fusilado Lorca porque se estaba dando cuenta de la libertad de pensamiento y expresión de que disfrutaba ahora, sabiendo muy bien que eso uno tiene que protegerlo y luchar por ello. Además los temores con los cuales había dejado Europa, la desilusión que le provocaba, no se habían desvanecido con la realidad argentina. Va de suyo que no se acordó en ese momento de aquel bello poema de Kavafis, traducido bellamente por José María Álvarez para Mondadori:

LA CIUDAD
Dices "Iré a otro tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada
languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí".
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios
llegará tu vejez ;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
-no la hay-,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

Reflexiona en su castellanizado diario la francesa Dolores Fabry rumbo al sur, sin haber terminado de leer aún los libros que en su mochila lleva, acerca del adormecimiento en que quedó el fascismo con el fin de la segunda guerra mundial en los países europeos. La cito : "Nosotros le dejamos paso al fascismo con el abastecimiento en términos sociales de nuestra inmigración. Nuestra, porque la fuimos buscando treinta años atrás... Las leyes de inmigración que acaban de nacer con el nuevo gobierno parecen inverosímiles por favorecer tanto el racismo... Ya no son charteres los que conducen a los inmigrantes ilegales sino trenes, más veloces, pero me pregunto si todos recuerdan todavía que igualmente fueron trenes los que salían llenos de judíos y de presos políticos hacia la Alemania nazi cincuenta años atrás..." (fin de cita).
Ni en Europa ni en la Argentina a ella la convencía la realidad como para no seguir preocupada con el tema. Justo cuando ella entraba a la Argentina habían comenzado una seguidilla de amenazas a periodistas, hasta pegarle a uno de la Radio, y a un representante de un grupo estudiantil. Y luego el asunto de desalojar a los ocupantes ilegales... Métodos para inquietar a cualquiera... Cada noche, volviendo del centro hacia el lejano San Isidro, donde la alojaban amigos, pasaba delante de la ESMA, y cada noche se estremecía al recordar. Su desesperación venía también de la certidumbre de que aquello podía volver a pasar en ese país que visitaba en cualquier momento, luego en cualquier país del mundo en cualquier momento... La cito otra vez : "el interés internacional anda por otro camino..." (fin de cita).
Quedó pegada a los asientos hasta que se levantó el hombre de al lado. Le propuso traerle un cafecito pero ella lo cambió por un vaso de jugo. Aunque tampoco estaba muy bueno le iba a refrescar la garganta.
Se puso al lado de la ventanilla, encendió un cigarrillo y fue mirando el paisaje iluminado por la luna y totalmente vacío. El tipo de paisaje que no deja dudas sobre si hubo algo diferente antes o si habrá algo diferente después. Inmensidades de estepa, árboles chiquititos que llevan las huellas del viento. Inmensidades de nada que se fueron desvaneciendo ante sus ojos, inmensidades de horizontes... Se dejó balancear por el micro, la tranquilidad del paisaje llenó su mirada hasta no distinguir más si seguía o no despierta. De repente cruzaron un conjunto de pinos, las ramas en desorden como aves desplumadas por el viento. Se rió sola. Eran las cuatro y quince, según el reloj de su vecino. Todavía no tenía ganas de dormir de modo que sacó otro libro de su bolso : Papeles de la Mudanza de Alejandro Margulis, a quien mencionara arriba, hablando de Marguerite Duras.
Para el día siguiente, martes 3 de agosto, había leído ya bastante. Le gustaba. Y si bien no encontraba siempre el mismo, ese impulso irracional del goce de la lectura, trató de comprender cuál fue el ejercicio del autor, la intención rebuscada en el estilo que a veces por ser tan rebuscada se disimulaba dentro del ejercicio de la escritura. No lo hacía solamente porque tuviera la ventaja de conocer al autor sino para ayudarse al no existir esa relación espontánea con el escrito. Sin embargo, debía hacerle un reproche también dirigido al editor : el primer cuento era como para desafiar al lector a que siguiera leyendo. Era el más rebuscado en su forma e intención, resultaba difícil y aburrido. Así que si se le podía permitir un consejo, Dolores Fabry consideraba que si no había encanto con ése, los lectores pasaran directamente a los demás que tal vez por su forma más espontánea (que igual le correspondía al primero no desarrollar mucha espontaneidad) le habían gustado mucho más. Si bien ella había leído varios libros de cuentos de autores latinoamericanos, reconocía también que no era una costumbre muy de ellos (dentro de la literatura europea).
¿Vale la pena interrumpir las digresiones de Dolores Fabry ahora? ¿Vale intercalar la curiosa coincidencia que ella recalca en Trelew, donde le dieron la habitación número 113, siendo que en la página 113 de ese primer libro del Margulis que estaba leyendo, el autor hace el chiste ese referido a que en las Obras Completas del susodicho se dice que (cito) contar la vida de un escritor es mersa (fin de cita)?
Lo que el lector leerá en este libro que el azar o las buenas dotes de los agentes literarios modernos ha puesto en sus manos nada tiene de biográfico. Si un formato posee este ejercicio, esta acaso igualmente rebuscada intención del estilo, es seguir los pasos del gran y lúcido Charles Kinbote, autor en Cedarn, Utana, previa larga estadía en los Estados Unidos de Norteamerica, del nunca pálido ensayo que sobre la obra y más bien vida del poeta John Francis Shade (nacido el 5 de julio de 1898... o de 1888... quizá...) escribió hacia finales de la década del 50, más precisamente el último año, y tres meses de asistir al estúpido asesinato de su ídolo y vecino. Fin de cita comparte en el principio (en rigor, acá) el mismo aliento Kinbotiano de ese, permítasenos, "atleta del retorcimiento verbal" que tanto gustó a los lectores europeos en el exilio, por ejemplo el Nabokov, Vladimir. Pero completemos la descripción formal.
Como explicamos al comienzo, la novela está dividida en varias partes. La primera, corresponde a fines del año 1993. En realidad formaba parte de la única novela publicada hasta ahora por el Margulis, pero el autor la suprimió de la edición final siguiendo el consejo de uno de los lectores del Premio Consuelo Para Sudamericanos Planeta, Claudio N. Berger, quien al leer -y desestimar- el manuscrito original le explicó personalmente al autor que le parecía que constituía una obra en sí misma, o quizás el comienzo de otra historia. Esto desorientó y desalentó al Margulis durante casi diez años y lo mantuvo intentando prolongar ese así definido embrión con múltiples versiones que nunca lo llegaron a conformar. La segunda parte de la novela es a su vez el resultado de ese trabajo a posteriori del rechazo. Sus títulos y temas refieren a lo mismo que se sugería en la primera parte, como una variación diríase melódica, aunque sombría, que además encuentra referencias específicas y concretas a la historia política argentina y a los, como dice el relato, nunca del todo "expurgados sentimientos" que bloqueó la dictadura militar entre 1976 y 1983. La tercer parte y tramo final retoma los temas obsedentes de la primera y la segunda pero retrotrae como en espejo al espíritu inicial de nuestro autor, tan bien leído por la escritora y cineasta francesa antes mencionada. Digamos por último que todo este trabajo apenas si forma parte de una composición mucho mayor, obra en cierto modo interminable (y ojalá no impublicable) que Alejandro Margulis ha venido desarrollando en su linda casa azul de un barrio periférico de las ciudades de Nueva York y Barcelona, vía internet, claro, donde no se lo ha leído demasiado aún, ni con el esmero adecuado..

Prof. Ernesto Mientes
Universidad Castólica Melónica (UCAMELO)
Nolugo, 2005


I
Transcripción literal (corregida) de la ponencia presentada


1. (3) ...o sea que qué corno podía saber (haber sabido) realmente el Horacio lo que podía pasar (estoy por citar) en el supuesto caso de que (cito) un pintor quisiera (hubiera querido) añadir a una cabeza humana un cuello equino (fin de cita) si pintar pintar (lo que se dice pintar) él nunca había pintado (pintaron) en su vida.

2. Visto pinturas sí que había visto, lo mismo que toda clase de animales raros porque si bien (estoy por citar) jamás llegó él a tener una granja tan bien provista como la mía (como la nuestra) y nunca tampoco se animó a introducir (cito) plumas variopintas en miembros reunidos alocadamente de tal modo que termine espantosamente en negro pez lo que en su parte superior era (es) una hermosa mujer (fin de cita) algo más que pija le habían metido (le metieron) ellos (ninguno imaginado por el Horacio) a la chica en la vagina.

3. Le habían metido (le metieron) los que nunca imaginó el Horacio un consolador muy especial (estoy por citar) lleno de cablecitos de cobre con forma de plumerito despeinado y le habían además sacado (le sacaron) fotos. Porque si en algo coincidían (coincidieron) los que no imaginó el Horacio era en que (cito) la imagen de los cuerpos torturados tenía que ser guardada para toda la eternidad (4) (fin de cita).

4. Y no precisamente risa era (fue) lo que nosotros no pudieron (no pudimos) contener, amigos, durante la contemplación de ese espectáculo. Creedme, Mamones, que ese cuadro no tuvo nada de semejante (voy a citar) a (cito) un libro cuyas imágenes se representen (representaron) vanas (fin de cita) porque (voy a citar) los (cito) sueños de enfermo (fin de cita) que entonces vieron (vimos) fueron tan inolvidables que ya no hubo modo de que (cito) pie y cabeza (fin de cita) se correspondieran (cito) con una forma única (fin de cita) : la única forma única que había ahí (hubo) era la forma de la muerte.

5. Todos la vieron (vimos). Muy bien la vimos (vieron).

6. Ahora, lo que es yo, hace ya mucho más de ocho años que vengo arrastrando esta historia en mi cabeza y ya no la puedo (yanono) soportarla más encima. Por eso si me permiten yo, que no soy yo sino nosotros (voy a citar), no pienso ser nunca como aquellos (cito) pintores y poetas (fin de cita) que (cito) siempre tuvieron el justo poder de atreverse a cualquier cosa (fin de cita), cosa que yo también sé (como Horacio) y por tal motivo tampoco (cito) reclamo (fin de cita) ni (cito) concedo alternativamente (fin de cita), no obstante lo cual yo, me temo, sí tendré en cambio que combinar en las páginas que siguen las peores de todas (cito) ferocidades (fin de cita) y (cito) dulzuras (fin de cita), que no en vano serpientes con aves vimos todos cómo se apareaban y también (cito) tigres con corderos (fin de cita).

7. Frecuentemente a mí me pasó (igual que a todos) de decepcionarme (decepcionarnos) cuando los solemnes principios como el que acabamos de escuchar prometieron (cito) grandes cosas (fin de cita) y terminaron siendo esa clase de colchas a las que (cito) se le cosen uno o dos remiendos de púrpura para que reluzcan a lo lejos (fin de cita). No tengo nada en contra de la señorita que dijo lo que acaban de oir (5) , señores, ni tengo porqué dudar de su honestidad, pero no puedo sino decir que volvió a describir (cito) el bosque sagrado y el altar de Diana, el recorrido de presurosa agua por alegres (bueno, no precisamente) campiñas (fin de cita) por no decir que habló (creyó hablar) del Rin o el Río de la Plata o en rigor (cito) del arco iris (fin de cita) pero sin llegar a decir nada. Supo, sí, claro, representar bien su ciprés (y nos conmovió a todos) pero yo ahora me pregunto y en esto la verdad sí me interrogo (con el Horacio) de qué valió (cito) ello (eso) al hombre (y a las mujeres) que pagaron (pagamos) para que se les (nos) pintara nadando hacia su (la) salvación, rota su (nuestra) nave y desesperanzado (fin de cita). Me cago en las ánforas académicas como la de la señorita que habló recién (con todo respeto) porque al correr de su rueda terminó convirtiéndola (cito) en un cántaro (fin de cita) de porquería. Resumiendo, que creo estar ya listo (hoy) para hacer con mi materia lo que ustedes quieran (querrían): intentaré (cito) que al menos sea simple y una (fin de cita).

8. La mayoría (cito) de los poetas, padre y jóvenes dignos de tal padre (fin de cita) son (cito) engañados por la apariencia del bien (fin de cita). No, no del bien. Lo que los engaña es el mal. El bien es siempre cristalino. Estoy por citar : la angustia, la angustia viene (me viene). Se me está haciendo el famoso nudo en el estómago. Tendré que parar (cito) empezar de nuevo (fin de cita).

9. Cito en definitiva:

PIAGET

I

La noche que de verdad empieza la historia, musicalmente hablando, Santamarina fue a trabajar convencido de que Sabrina, seis años más joven que él, iba a morir antes de que se cumplieran veinticuatro horas; la idea del accidente era una obsesión que hubiese querido olvidar, pero reaparecía saludable y fétida, cargosa, como esas malas visiones que perturban -supuestamente- el sueño de los peores asesinos.
No era la primera vez que le venían a la mente cosas así. Su amor estaba hecho de fantasmas y raras certezas: al cruzar en auto sobre un puente cualquiera, algo inmanejable los transportaba fatídicamente al vacío; mientras esperaban juntos la llegada del subterráneo, un sicótico se les venía encima y empujaba el cuerpo de Sabrina bajo las ruedas de acero. Dos veces habían subido a un avión y dos veces había él entrevisto la posibilidad fáctica de caer desde más de diez mil metros sin paracaídas, más bien inmóviles, por no decir domidos o atados, drogados, al río.
A la semana de vivir juntos, Santamarina la vio tan inclinada en el balcón del departamento que temió que se suicidara; las acusadoras fotos flotando en el aire, delante suyo, rumbo a la calle, disolvieron aquella presunción pero instalaron otra casi peor, del orden de sus sentimientos no expurgados: los celos. Así, la tendencia de Santamarina a considerar la desaparición de su compañera como una inminencia del destino se había hecho habitual.
En los accidentes posibles el riesgo solamente rozaba el hilo vital de ella: el ómnibus en que viajaban se salía del camino y caía en cámara lenta a la laguna o el río, según las circunstancias; de a poco el agua llenaba todos los huecos asfixiando a los pasajeros y Sabrina, que no sabía nadar, quedaba a merced del heroísmo de Santamarina. Si habían tenido una buena noche real (o una buena mañana) la fantasía de Santamarina encontraba una barra de acero bajo el asiento y golpeaba las ventanillas hasta hacer astillas alguno de los vidrios; mientras el agua seguía entrando y los pasajeros lloraban y se atropellaban, esclavizados por el pánico, él abría un hueco suficientemente grande para poder pasar su cuerpo, y el de Sabrina, y entonces subían airosos, nadando, hacia la superficie.
Santamarina era conciente de que, a los efectos del rescate virtual, poca importancia tenía que Sabrina no supiese nadar; del oscuro territorio de sus elucubraciones bien podría haberla arrastrado hacia la vida tomándola de la cintura, del cabello o del más frágil de sus dedos; en caso de histeria podía hasta llegar a pegarle un cachetazo. Pero, más que en la vida real, era en esa situación fabulada donde él, que no tenía precisamente un tórax ancho o espalda de nadador (en verdad apenas si sabía flotar), encarnaba un Tarzán de la vida en pareja. Expresiones como "agárrate de mi cuello" o "tranquilízate, yo te voy a salvar" subían a su inseguro hipotálamo desde la boca del estómago [el nido del nudo] con un vago acento portorriqueño que no alcanzaba a desacreditar la potencia de su fantasía.
Si el improbable, luctuoso asunto (la lectura de noticias policiales estaba arruinando su vocabulario) se producía después de una discusión, Santamarina era capaz de perder toda objetividad elucubrando desenlaces desagradables mientras untaba sus tostadas con mermelada de rábanos (sic). El descarrilado vagón de tren, herido de muerte a causa de un cruce de ramales mal sincronizado, volcaba como un animal de muchas patas, y ninguna cámara lenta daba tiempo para buscar una salida. En tanto Santamarina movía su cuerpo como un tramoyista de circo, de modo de quedar en posición vertical, con las ventanillas bajo los pies, Sabrina, asustadísima, no respetaba sus indicaciones y, por supuesto, fenecía en la hecatombe. El aplastamiento de huesos, los llantos y gritos de espanto, la llevaban a expirar. El melodrama hacía carne en ella como en una mala telenovela (fin de cita).

10. ¿Hemos (he) de coincidir entonces con la señorita académica en que el narrador se afana en ser (cito) breve (fin de cita) y (cito) es oscuro (fin de cita)? ¿Hemos de adherir pues con la extranjera en observar que (cito) nervio y aliento le faltan (fin de cita) porque (cito) persigue la ligereza (fin de cita); y luego (cito) buscando lo sublime cae en la ampulosidad (fin de cita)? Acaso con ella (académica usuaria de los beneficios del imperio que ha provocado estos excesos) vemos claro un nuevo ejemplo de uno que (cito) prudente en exceso (fin de cita) y (cito) temeroso en exceso (fin de cita) termina arrastrándose en la tierra de los lugares comunes. Por querer desear trocar el tema sencillo con prodigios efectivamente pintó (cito) un delfín en los bosques, un jabalí en las olas (fin de cita). Por querer evitar el fallo cayó (cito) carente de arte, en un vicio (fin de cita).

11. No vio, es cierto, lo cerca suyo que estaba el auténtico escultor (lo llamará alternativamente Piaget y Paillet, Feced o Memed) del mal: se quedará (cito) en el detalle de esculpir las uñas e imitar la sedosidad de los cabellos en bronce (fin de cita y va de nuevo) estéril artesano (fin de cita ahora sí, pero no del todo) incapaz (cito) de componer un todo (fin de cita). Y sin embargo yo, que no soy ya ése que escribe (ha escrito) ni tampoco el Horacio (ni una académica norteamericana); yo que no querría seguir como él (no sé ustedes) viviendo (cito) con nariz deforme y llamando la atención con mis ojos y mis cabellos negros (fin de cita) ; yo no le puedo reprochar que haya fallado (hayamos).

12. Aclarado el punto veremos a continuación cómo éste no supo emprender un tema (cito) adecuado a sus fuerzas (fin de cita), veremos el poco tiempo que dedicó a reflexionar (cito) acerca de qué rechazan (rechazaban) o qué aceptan (aceptaban) llevar sus hombros (fin de cita) ; veremos cómo por no haber (cito) elegido el tema a la medida de sus fuerzas (fin de cita) lo abandonaron (cito) la facilidad expresiva (fin de cita) y (cito) el orden claro (fin de cita).

13. Cito sin más (ni menos):

Sólo que esta vez, la noche en que de verdad comienza la historia, musicalmente hablando, su involuntario deseo estaba por realizarse. Sabrina había ido a visitar a una tía al campo y como resultaba difícil conseguir pasajes debido a un paro de choferes de media distancia, el transporte que eligió para volver a la ciudad terminó siendo un destartalado ómnibus de línea (fin de cita).

14. Bellamente uno de los pocos párrafos logrados de todo el libro: virtud y gracia de orden conseguidas bellamente. Dice inmediatamente lo que tiene que decir inmediatamente. Innecesariamente no se va, por las ramas; no se regodea en el detalle, innecesariamente. Afortunadamente desecha lo que está de más: de más no da más de lo que ofrece afortunadamente.

15. Cito :

II

Lo último que hubiera querido ver eran esas fotos. De haber sido por él, Santamarina habría rechazado gustosamente la oferta macabra. Con la imagen del micro diagonalmente salido de la banquina, semihundido en medio del gran charco de agua y barro, recostado sobre su ala izquierda, anfibio dudoso, era suficiente.
La primer foto apareció publicada en la primera página del diario donde Santamarina trabajaba, el siete de febrero. "Accidente en la Ruta 2, moderno ómnibus volcado sobre su costado izquierdo y en medio de un gran charco de agua y barro", escribirían al dorso después, antes de guardarla en el archivo.
La foto llegó a su escritorio en un sobre de papel madera con una notita:
"Cosas que pasan".
La firma era un mamarracho indescifrable.
Le pareció discernir una letra P mayúscula, y tal vez una t.
En cualquier caso, la firma de alguien malévolo.

III

La primer foto mostraba un cuerpo tumbado sobre el pasto de la banquina, a metros del ómnibus hundido en el charco. Había sido tomada el mismo día, prácticamente a la misma hora. Tres sombras desparejas, siluetas humanas, acariciaban los bordes del cuerpo semicubierto por una frazada. La sombra mayor (más larga por efecto óptico del sol, sólo por eso) ocupaba el sector izquierdo del encuadre; el triángulo inferior izquierdo de la frazada quedaba inserto en ella. La sombra menor era apenas un desliz visual, vago desprendimiento de una figura que casualmente había estado parada ahí. La impresión más fuerte la producía la sombra grande del medio, la del fotógrafo. La cabeza hendía su presencia en el centro mismo de la frazada que cubría el cuerpo; de ella nacía una gran espalda y el resto deforme, intruso, de alguien muy gordo.
La segunda foto mostraba las manos secas sobresaliendo de abajo de aquella frazada.

IV

Releyó la notita.
Dio vuelta la foto del micro.
Volvió a ponerla hacia arriba.
Quiso leerla de nuevo.
Una raya amarilla horizontal, signo del diagramador.
Santamarina imaginó el curso del lápiz ceroso patinando al borde de una escuadra, la diagonal necesaria para calcular la proporción...
Le vinieron ganas de llorar, que contuvo.
Bajó la vista lentamente, desde atrás.
Y ahí, en los últimos asientos del micro, volvió a colgar su atención; era un alivio abstraer la conmoción que la foto provocaba deslizándose, como el lápiz amarillo, en los detalles secundarios.
Por atrás del micro, casi fuera de foco, vio a dos curiosos parados en la ruta.
Figuras diminutas.
Sweter oscuro la primera, las manos en los bolsillos, el peso del cuerpo acaso recostado en el pie de atrás; cruzada de brazos la segunda...
¿Bermudas o pantalones largos?
La rueda trasera del micro tumbado, que colgaba en el aire por efecto de la inclinación del vehículo, que impedía ver a ese hombre completo.
De pronto, la vista aguzada por la concentración en el detalle, Santamarina hizo un descubrimiento: lo que a primer golpe visual le habían parecido hierros abstractos, que surgían desde el cuerpo del micro hacia la parte superior de la foto (o sea al cielo) no lo eran realmente. O al menos no a lo largo de toda la superficie. Hierros, lo que se diría hierros retorcidos, sólo en la parte trasera. Pero en el medio sencillamente las puntas de los asientos, todavía con sus fundas blancas en el lugar donde los pasajeros habrían recostado sus cabezas, Sabrina entre ellos. El micro había evidentemente dado algún tumbo sobre la ruta, y al rodar, había perdido parte del techo. Así los asientos, milagrosamente enteros, sobresalían de la carcaza estropeada como las muelas de una calavera a la que le hubiesen arrancado los maxilares de un culatazo.
—Pará con eso —dijo Hans—. Tenés que comer también.

V

Ahora, hay quien dice que Santamarina y Piaget se conocieron antes que éste le mandase esas fotos, durante una merienda, el sol de las cinco o seis o siete de la tarde (fuera cual haya sido la hora, estaba muy lejos de la de almuerzo y la cena) molestaba en los ojos. Santamarina, Coca, Nilda y Hans tomaban el té. Hans se había levantado para correr la cortina y Coca entrelazó entonces la conversación, con esa habilidad que sólo ella tenía, de modo tal de lucirse con una frase supuestamente inteligente. Hablaban de blanco y mantelería. O tal vez de ópera. Según Coca, la vida era como la parte de abajo de un mantel hilado a mano: uno podía ver el dibujo más preciso del lado de afuera, pero si se daba vuelta, digamos levantándolo un poquito, se podía descubrir la complejísima trama de hilos que en rigor lo constituían; el arte del buen tejedor, redundó Coca, era el de saber qué punta tomar para conseguir, sin que nadie se diese cuenta, uno y solo un efecto en la superficie a la vista.
Como siempre, Nilda preguntó qué tenía eso que ver con la que venían hablando. Ah, dijo Coca, y explicó:
—La vida aparentemente va por carriles manejables. Vos, yo, Santa, Hans, Margulis incluso, podemos creer que la dominamos. Elegís las personas con las que te gusta estar, te casás o te separás. Pero de pronto un azar, un hilito del mantel, se sale de tu esfera. Y ahí está. Sonaste. Estás frita. Fuiste, como se dice ahora, ¿no?
—¿Fuiste a dónde? —dijo Nilda.
—Uno se cree que es todo cuestión de libre albedrío y no, nena, nada de éso.
—Nos hemos puesto cultos, parece —dijo Hans volviendo a sentarse.
—Coca dice que Dios maneja nuestros hilos como el tipo que hizo este mantel los dibujos de la tela —dijo Santamarina.
—Mirá vos —dijo Hans.
—No era exactamente eso —dijo Coca pero no pudo completar su explicación porque en ese momento un hombre inmenso, con un plato de comida en la mano, pidió permiso para sentarse con ellos.
Era el fotógrafo nuevo.
—Siempre almorzás a esta hora? —preguntó Hans corriendo las tazas de té con leche y el plato de facturas hacia el centro de la mesa.
—Ya almorcé. Esta es la cena. ¿Puedo? —dijo Piaget apropiándose de una medialuna que sobraba.

VI

—El secreto de los buenos asados argentinos —dijo Piaget— no está en la calidad de las vacas sino en sus cortes.
—Lo cual sienta las bases de una necrofilia interesante —dijo Hans y la conversación derivó hacia el fraterno espacio de las historias conocidas: exiliados que llevaban un papel con el dibujo de las partes de la res a las carnicerías extranjeras, dependientes que no entendían que era eso que les pedían: "a la argentina".
—Comer asado, ah. ¡El rito mortuorio por excelencia! —dijo Piaget y dejó chorrear un largo trago de vino tinto en el garguero.
—Qué asqueroso —dijo Nilda Mucci.
—Pero ¿por qué, mi amor? —dijo Hans—. El amigo tiene razón ¿O hay algo más religioso que la repetición de un rito? Como en la misa, en el asado se toma vino y se cultiva la salud.
La conversación se entramó con la paulatina conciencia de los seres humanos que se alimentaban con la muerte, las aves europeas que se comían entre ellas, secretos para extraer el tuétano de los huesos y además, las excelentes albóndigas de persona que debieron haberse preparado aquellos jugadores de rugby que sobrevivieron en los Andes. La proyectada invitación a Piaget para que fotografiase lo que ahí se estaba comiendo -los trozos de tira, el vacío, los chinchulines y las mollejas- terminó de asquear a Santamarina. Sin poder dominarse, empezó a ver muertos donde había alimentos; tanto se le revolvió el estómago que sintió ganas de levantarse de la mesa para ir a vomitar (fin de cita).

16. Nuestra invitada aquí se pregunta cuál es el límite para las innovaciones de estilo. Y se pregunta por otra parte si es tolerable que se pueda saltar del espacio y el tiempo así sin más, sin el aviso mínimo, sin indicio siquiera, de que los mismos personajes fueron sacados de la órbita conocida en la que estaban, su casa digamos, o su lugar de trabajo, y llevados por el arbitrio de la fuerza, imaginación desbocada o perversión, a cientos de kilómetros de ahí. Qué lejos está (estamos) de entender la realidad.

17. En el encadenamiento las palabras, por cierto, no se utilizaron (cito) la delicadeza y la prudencia (fin de cita y voy de nuevo): estilo notable (fin de cita) no se tuvo ni se buscó crear (cito) una alianza adecuada (fin de cita) para convertirla (cito) en palabra nueva (fin de cita). Pero el hecho es que acá no hay palabras nuevas ni búsqueda alguna de innovación estética. Los desvíos perversos no son los del idioma. Y por otra parte, si acaso es necesario aclarar (cito) conceptos o oscuros por medio de signos nuevos (fin de cita) o (cito) diferenciar la persona del autor de sus personajes más villanos (fin de cita), ¿hasta dónde puede hacerlo inocente, afiatadamente quien escribe cuando él fue también parte del tiempo (y el arte) que les permitió vivir (a los villanos)?

18. Alguien me dirá (con el Horacio) que el arte debe cumplir la función de actualizar la vida con modos nuevos y que de hecho (cito) siempre se permitió y se permitirá crear una palabra acuñada con una marca indicadora de su época (fin de cita). Pasemos por alto la analogía de las hojas que caen en cada otoño para volver a renovarse en primavera. Nosotros (cito) y nuestras obras nos debemos a la muerte (fin de cita). En efecto. Pero la idea no puede morir ahí.

19. Mejor árbitro que el uso es el sentido común del tirano. Nuestro escritor, ¿(cito) sigue la tradición o da forma a seres coherentes (fin de cita) dando (cito) por casualidad (fin de cita) una suerte de reposición (cito) en el teatro (fin de cita) del (cito) ilustre Aquiles (fin de cita)? Lo que quiere decir, ¿no es cierto?, es si nuestro escritor sigue al guerrero o a la víctima. Si la víctima es menos víctima por haber guerreado antes de serlo; si el guerrero es o no víctima por haberse rebajado a serlo. Mejores leyes y normas dan quienes saben mandar que quienes se creen (nos creemos) dueños de una libertad que usan (usamos) mal y demasiado. No quiero volver a atacar a la señorita académica que tanto nos conmovió con su exposición pero sólo quienes hemos (han) visto la muerte de cerca entenderán de lo que hablo.

20. Cito.

21. Cito.

22. Osito (perdón, se me escapó).

VIII

Enfermos de calor (pero el aire es fresco, bajo los verdes sauces) [¿¿¿ cómo, no estaban en el comedor del diario???], soportaron el peso de una conversación que se iba volviendo más y más morbosa. Piaget atisbaba el inicio de una larga camaradería, y hasta que la idea no cuajó del todo en su cerebro no logró relajarse. El mismo blando vértigo de siempre lo envolvió (¡sic!) ante la perspectiva de tener que abrirse ante esos desconocidos; la historia ajena le era indiferente y bien querría regresar atrás en el tiempo, volver si fuera posible a la ciudad de donde había huido, estar aunque más no fuera otra vez en el día de mañana, mano a mano y solo con el pequeño difunto y la pesadilla conocida. Lo que lo inquietaba, por sobre todo, era la certeza, repentino alumbramiento, de que los cuatro seres con quienes compartía la mesa iban a estar cerca suyo durante bastante tiempo, y no porque el tiempo le preocupase poco la ansiedad de querer escaparse de ellos disminuyó. Todo lo contrario. La gente es poco maleable cuando respira; la gente viva ni siquiera es dañina y peligrosa: es motivo de fastidio. La amistad, pensó Piaget, poco sabe de la inteligencia. Entonces le vino un cansancio. La cena aún no había sido servida y él ya estaba cansado. Todavía veía sobre las mesas los platos de loza con las facturas del té [¿perdóóóón?]. Piaget calculó el tiempo que restaba por delante antes de tener que bajar de nuevo a la redacción: por lo menos, cuarenta minutos. Y ahí el conflicto que lo tenía mortificado bajó su pegajosa estirpe sobre él. ¿Y si lo sacásemos intempestivamente del halo que cerca la escena? ¿Si le impidiésemos seguir golpeando los cubiertos contra el plato? ¿Si lo levantásemos por el cuello y lo golpeásemos contra los foquitos de las dicroicas como uno más de los insectos que mueren achicharrados creyendo ir en busca de una luz suprema? No podemos. Lo necesitamos. El egoísmo primitivo y obsceno de narrar, como base de las cofradías. Demos vuelta el planteo: ¿para qué requiere el señor fotógrafo Piaget al señor Hans y al joven Santamarina, jefe y subordinado, respectivamente? Para qué
—¿Les gusta Beethoven?—dijo Nilda Mucci.
—¿La Eroica?— preguntó Santamarina.
—Las sonatas.
—Mucho no conozco, yo… —dijo Santamarina.
—Pero andá, farolera, ¿qué vas a saber vos algo de las sonatas de Beethoven? ¿Qué sabés vos, a ver, qué sabés?
—La sonata en do menor opus III. Culminación del arte de la sonata, mi vida.
—Las únicas sonatas en do menor de Bethoven que conozco son la sonata para piano número 5 y la Patética…
—Y también está la 8 para piano, opus 13, mi vida. Pero no. No hablo de esas.
—¿Che, no será la 7? Do menor para piano y violín… —intervino Hans, que había sacado el abono del Colón.
Piaget se puso a tararear un sonido electrizante:
—Bum bum, wum wum, schrum schrum…—dijo y todos se quedaron callados.
Siguió cantando en falsete, sin dejar de masticar.

XIX

Y de pronto la fatalidad pareció extenderse sobre todos como una mancha de sangre en un matadero.
¿Cómo se inicia una amistad?
¿Qué azares confluyen eléctricamente entre un individuo y otro para que en una tarde, impensadamente, lo que alguna vez había sido monólogo se torne diálogo, y luego trío, o cuarteto?
¿Qué incierta tradición potencia a un personaje a sumar otro para recuperar la insatisfecha ironía de su inútil existencia? (6)
Piaget respondió:
—Lástima que Lázaro Costa no use más a Beethoven en sus entierros.
—Si es por mí, que me entierren a capella —dijo Coca.
—No te enojés, gordita —dijo Hans.
—¿Bajamos? —medió Nilda Mucci, un poco culposa por haber abierto un frente nuevo de discusión.
Piaget se golpeó la barriga.
—¡Me muero de hambre!
—¡Otra vez! — dijo Hans.

X

—Oí los trinos, mi viejo —dijo Piaget encendiendo el minicomponentes unas semanas más tarde en la mugrienta casa de Floresta donde vivía—. Los arabescos y las cadencias. Mirá cómo se impone lo convencional. Nada de acabar con la retórica, eh. Simplemente dejarla libre de subjetividad, mi viejo. ¡Basta de apariencias! ¡El arte odia las apariencias del arte! ¡Dim dada! Oí la melodía aplastada por el peso del acorde. Oí. Mirá. Se hace estática, mi viejo. Monótona. Dos veces re, tres veces re. Una detrás de la otra. ¡Ah, los acordes! ¡Los acordes son todo! ¡Dim dada! Oí lo que va a pasar ahora...
Pero en vez de oir, Santamarina había fijado su atención en una reproducción en blanco y negro que, enmarcada en un recuadro plateado del tamaño de una ventana, representaba unas manchas blancuzcas y grises que asomaban de un anaquel.
—No tenés mal ojo, eh —dijo Piaget sin dejar de acompañar la música con sus trinos gangosos.
Le indicó que se sentara en un sillón y mientras subía el volumen le confesó su admiración por sus colegas de los Estados Unidos: seguidores modernos del arte de difuntos, dijo, que habían conseguido encauzar sus instintos macabros en una labor útil para la sociedad. Más que eso: la fotografía para ellos había sido relegada a un plano primitivo, al compás de las video cámaras, dijo Piaget al compás de Beethoven y se lamentó de haber nacido en un país subdesarrollado.
Sus colegas de la otra parte del globo trabajaban para la ley. La justicia contrataba sus servicios como alguna vez el ejército había contratado los suyos. Un día Piaget vio por la televisión cómo esa gente increíble filmaba asesinatos de toda calaña y encima daba clases prácticas a videastas novatos. "Al principio pensé que lo que el jurado quería era ver sangre", decía, en la televisión, un policía. La imagen de la pantalla enseguida mostraba cuerpos ensangrentados por el piso de una típica casa yanqui, y hasta había un curioso recorrido visual que iba a terminar en el refrigerador de la cocina: ahí, doblado sobre sí mismo como un feto gigante, marrón, la videocámara mostraba el cuerpo de un mestizo muerto. ¿En qué año había sido tomada esa imagen? Piaget no lo sabía ni los presentadores abundaban en detalles. Pero era probable -las imágenes provenían de un archivo personal- que esos policías incorruptibles, hermanos de sangre -ja, ja... Le gustó, le gustó la comparación...De sangre, ja, ja... De sangre...- hubieran trabajado aquellos cuerpos en la misma época que él, Piaget, hacía sus planos para el ejército.
—Pero ellos encontraron comprensión —lamentó—. En cambio yo... Yo estaba solo… Vení, sentate, mirá —dijo y apretó el brazo de Santamarina para que se sentase en un sillón con acolchado de anclas y barcos frente al televisor. Sin bajar el volumen de la música Piaget apretó el botón de rebobinado de la videocasetera y Santamarina estuvo obligado a mirar, atónito, las torpes, malogradas escenas con que aquellos principiantes de lo macabro se jactaban de servir a la justicia norteamericana.
Por supuesto los jurados habían quedado muy impresionados por los efectos logrados por las máquinas de mirar por ellos. Y la condena a los asesinos, caída sobre ellos con molicie, había sido empero entusiasta. La pereza no era contradictoria con el entusiasmo, y Piaget lo sabía bien porque sus fotos producían sueño a quien las mirara por mucho tiempo. Sueño después de la impresión primera, claro. Porque la impresión primera de la muerta o el muerto así expuesto era casi siempre repugnancia, él lo sabía bien. Con tal de sacarse de encima la repugnancia la gente operaba en acto; en el caso de los jurados yanquis, castigando, venciendo el dolor interno de ver esas escenas con un golpe ejemplar; en el caso de sus empleadores del ejército...
De pronto, sin que mediara ningún otro indicio de la maldad, Piaget recordó cariñosamente el nombre y el estilo de Feced. ¿Augusto o Aníbal? Feced, a secas. El jefe de gendarmes de Rosario, el responsable de la represión en el sur de la provincia de Santa Fe. Feced. Muerto de cáncer (¿o de un paro respiratorio?) durante la democracia ganada a la guerrilla.
A Santamarina le resultaba extraordinariamente difícil prestar atención a los gritos de Piaget (había ido levantado la voz, los carrillos de la cara rojos e inflados), y al mismo tiempo a la música y las imágenes en el televisor. A diferencia del Capitán, Feced había sido sistemático y correcto con Piaget. Y no solo porque sus apellidos, igual de cortitos, igual de sonoros, como latigazos verbales los dos, casi mellizos en un contexto musical, remitieran a las mismas bajas pulsiones humanas. Feced llevaba registradas todas sus acciones en gruesas carpetas fotográficas que Piaget, virtuoso como era, solía proveer con copias de tamaño interesante. Feced utilizaba esas carpetas como registro de lo actuado (también él confiaba en la posteridad) y de vez en cuando las sacaba a relucir para hacer más breve la angustia de los familiares de los terroristas que iban a consultarlo en busca de hijos, maridos o hermanos. Feced había sido malinterpretado, recordó Piaget, durante la parafernalia aquella de la Conadep: una mujer contó que él le había mostrado unos álbumes con fotos de gente malograda y todos opinaron que la intención del militar había sido cínica, por no decir monstruosa, que muchos lo dijeron. Piaget bien sabía cuánto apreciaba aquel hombre su trabajo. Conocía del orgullo de haber sido un guerrero de la patria. De su pasión por las cosas prolijas. Alguna vez habían conversado sobre el punto: Feced creía, como él, Piaget, que la imagen de los cuerpos torturados tenía que ser guardada para toda la eternidad como escarmiento futuro, probable, que sirviera de parate pedagógico, digamos ejemplar (digamos, como las tomas de esos policías yanquis), para que a nadie se le ocurriese volver a poner en peligro las instituciones de la democracia. La dureza, la falta de sensibilidad que algunos pudieran cuestionarle era parte esencial de toda la figurada representación. Otros llegarían en el futuro, muchos otros (y las imágenes que hoy veía en la televisión se lo corroboraban), que emplearían el recurso de la imagen de difunto para causas públicas. Ya llegaría el momento. Esto era, dijo Piaget, lo que conversaban con Feced, y a veces con el Capitán, y con algunos otros hombres del arma, como Acdel Vilas, en Tucumán, tiempos dichosos en que la sociedad reinvindicaría sus acciones. Pero para que eso ocurriera las fotos tenían que ser muy buenas.
El video terminó de pasar milagrosamente al mismo tiempo que la música. No sin volver a sentir conmiseración por el artista que no había llegado a ser, Piaget guardó un largo silencio, dejó el televisor chirriando con la pantalla lluviosa y le hizo una seña a Santamarina para que lo siguiera. Subieron entonces una empinada escalera metálica que iba hacia la azotea. El cielo estaba claro y la luna, que había estado llena, aún se recortaba nítidamente entre dos edificios.
De todas, esa era la hora del día que más le gustaba.
Había una piecita cerrada con un candado.
Piaget buscó la llave del candado y abrió.
El cuarto era muy angosto, de modo que su corpachón casi no encontraba espacio para girar sobre sí mismo.
Pero así como era de angosto se extendía a lo largo de tres o cuatro metros hacia adentro, y por lo menos otros tres o cuatro hacia arriba.
En ambas paredes, insertas entre los ladrillos aún sin revocar, las arañas habían hecho sus nidos.
Un colchón (en rigor, los restos de un colchón minúsculo) estaba doblado por el medio contra la pared del fondo a la manera de un sillón turco.
Arriba, en desorden, papeles y diarios viejos.
El archivo ocupaba una suerte de entrepiso que a primera vista pasaba inadvertido.
Algún maniático ocupante de esa casa lo había hecho alguna vez como depósito de materiales; Piaget lo encontró ideal como escondrijo.
Un poco cansado, temblando de frío, Santamarina lo vio estirar el brazo hacia arriba para palpar la primera de las cajas.
Las había blancas, de telgopor, y marrones, de cartón.
Más atrás, los cuadernos y carpetas, pero esto ya salía de su campo visual.
Pese a la luz de la luna, ahí arriba todo estaba oscuro.
Húmedo no: por fuera del cuartito, por fuera y por arriba, Piaget se había ocupado personalmente de pasar manos y manos de tapagoteras; era una sustancia gomosa de color rojo, que parecía alquitrán.

XI

Vio primero una mujer rubia, de pelo tirante hacia atrás, que debió haber sido hermosa, aunque narigona, mirando hacia arriba, si acaso sus ojos cerrados pudiesen mirar algo, como un infinito reflejado. Verla sin aros ni maquillaje ni nada ni joyas excepto la palidez fantasmal de todo cadáver hizo que Santamarina, al primer golpe de vista (y sería el primero de una larga serie sin otro ton ni son que el capricho didáctico que Piaget había planeado propinarle) no la reconociera.
Además la imagen tenía una interferencia incómoda, como un vidrio de ascensor hospitalario, entre el objetivo y el foco de la cámara (dedujo) a la manera de esos velos o tules que antes, por respeto, se colocaban cubriendo las caras de los muertos.
—No fue fácil ésta —dijo Piaget a su espalda. Y su presencia sudorosa le resultó incómoda y obscena. —Tuve que coimear a Dios y María Santísima.
La cosa que interfería la visión era efectivamente un vidrio de ascensor. Y es que la foto había sido tomada desde afuera, en algún nosocomio de la ciudad, desde el pasillo, cuando la cuadrada caja colgante se detuvo entre piso y piso para cargar el solemne paquete mortuorio que el General en persona (no ya el Capitán) había mandado a embalsamar.
—¿No la habían velado en un local de la CGT... —dijo Santamarina sin saber por qué utilizaba un eufemismo en vez de referirse lisa y llanamente a los métodos egipcios, acaso orientales, que él conocía muy bien por su nombre de pila, aunque sin entusiasmo de voyer.
—Inventos de los periodistas —dijo Piaget—. O vos te pensás que iban a hacer semejante porquería en cualquier lado.
A Santamarina se le disparó la imaginación: el destino de las vísceras, por ejemplo.
¿Qué había sido de ellas?
Santamarina volvió a mirar la foto.
Repentinamente sereno (la noche sería larga) observó algunos detalles de aquel rostro que había generado polémicas inolvidables. La forma de la oreja, el lunar en el cuello (la toma había registrado su perfil derecho)... ¿era un lunar o una mancha de la copia fotográfica?... la ceja delgada pero oscura, las bolsas bajo los ojos. Los pómulos. ¿Cuál era la verdad de esa imagen?
La crasa muerte.
Pero qué más...
La indecencia de su permisividad.
Eso, pensó Santamarina, la foto es indecente no por lo que muestra sino por estar ahí.
No es Piaget el morboso, es lo que sus fotos representan, se dijo.
Se detuvo.
Su mente había empezado a funcionar como un reloj.
Sintió frío.
Como si una mano violeta hubiera emasculado su conciencia.
Entonces lamentó, eufóricamente lamentó, que Piaget hubiese tenido poco tiempo para hacer más que una, ésa, robada.
Piaget recitó:
—"Con sangre o sin sangre la raza de los oligarcas explotadores del hombre morirá en este siglo".
—Fallido pronóstico —dijo Santamarina.
Se sobresaltó.
Las palabras habían salido de su boca sin previo aviso.
El no tenía nada en contra de aquella desconocida.
—Lo dijo histérica, antes de morirse —dijo Piaget.
Y la réplica de Piaget lo colocaba impensadamente del otro lado de la historia, en una zona equívoca que lo obligaba a tomar partido.
—¿Tenés... más? —se escuchó decir.
—Nos vamos entendiendo —dijo Piaget.
Los pies helados (había pisado un charco de agua) le empezaron a doler.
—Me voy a enfermar... —dijo Santamarina.
Piaget rió sarcásticamente (fin de cita).

23. Y acá volvemos a la cuestión de qué temas elegir, y cómo. Ninguna originalidad, como ven, frente al tema público que así leemos. Un tema público (cito) será de tu privado poder si no te demoras en circunlocuciones de poca calidad y asequibles a todos (fin de cita). Y ahí se mete (cito) en atolladeros de donde el pudor o la ley de la obra (le: cito) impidieron salir (fin de cita).

24. Muchas gracias.

II
Una o dos horas después, ya sin la experta foránea cerca...


26. Diré ahora, cambiando un poco el enfoque, que en esencia todo esto sigue siendo una cuestión de orden. Debo recomenzar por contar, de hecho, cómo un Margulis inédito ha llenado páginas y pantallas elucubrando hipótesis discutibles, empezando por aquellas vinculadas con el significado de su propio apellido (voy a citar) como algo proveniente de los fondos misteriosos del mar (cito): Del hebreo Margalit, Magaliot = perla, perlas (fin de cita). ¿Quién nos asegura que eso es verdad? Porque cuando de orden hablamos estamos hablando de verdad, de La Verdad, lo que en los barrios la gente baja llama (cito) la posta (fin de cita); es decir, la organización intrínsica al discurso.

27. Su sentido primigenio o profundo.

28. Exageraciones, diremos. Hipérboles descentradas. Sin ton ni son. Indicios de la misma locura que lo llevó a ser profuso en comienzos como los de ese (cito) escritor cíclico (fin de cita) que cantó el Horacio. ¿Qué ofrece (cito) ese (fin de cita) Margulis que (cito) así promete, digno de esa boca tan desmesuradamente abierta (fin de cita)? Parir él también (parafraseo) los montes, hacer un ridículo ratón (fin de paráfrasis). Realmente, cuánto mejor nos cae al oído indagar a la Musa el decir acerca del cómo, del cómo narrar la historia del (cito) varón que tras las captura de Troya (Buenos Aires, ¿no es cierto?) vio las costumbres y las ciudades de innúmeros hombres (fin de cita). ¿No alude ello mucho más agradablemente al desarraigo, al exilio, al como en el barrio dice la gente baja (cito) raje (fin de cita)? Pero el Margulis desoye el consejo del Horacio; piensa él orgullosamente (cito) en dar humo del brillo (fin de cita), lo cual también podría considerarse con las palabras de su amigo de la infancia, Don Isidro Balisten, hoy académico de número (cito) (7): enturbiar el agua para que parezca profunda (fin de cita).

29. Indaguemos un poco más en la ignorancia del autor; no sin antes agradecerle a ella haber librado al mundo de tanto escrito prescindible que permaneció inédito hasta ahora. Si hubiera sabido narrar (cito) la muerte de Meleagro para cantar la vuelta de Diomedes (fin de cita) o bien (cito) los huevos gemelos para la guerra de Troya (fin de cita) otro gallo cantaría. Pero no fue el caso. Ni se apresuró (cito) siempre hacia el desenlace (fin de cita), ni arrastró (cito) al auditor al centro de los hechos como si le fueran conocidos (fin de cita). Por el contrario, en vez de ser prudente y dejar para el final lo que desesperadamente no podía (cito) tratar con brillantez (fin de cita), en vez de (cito) mezclar hechos falsos con verdaderos de tal forma que no exista discrepancia del medio con el principio, ni del final con el medio (fin de cita), el Margulis se obsesionó en acopiar cantidad imposible de hechos demasiado verídicos, que no hicieron más que alejarlo del lector común. ¿Por qué privó a las gentes de la aristotélica pulsión a identificarse con los personajes del drama? ¿Por qué ese afán de negarles la ilusión de la fábula?

30. ¿Por qué tanta inquina contra la ficción?

31. Recordemos sus largos años de ejercicio en el periodismo de los diarios oficiales, esa mascarada de la verdad puesta al servicio del poder. En alguna charla el Margulis me confesó su fascinación por haber estado en los despachos presidenciales; su paso más bien confuso por la televisión (cito): es como dijo Warhol, querido Mientes, todo el mundo tiene derecho a sus quince minutos de fama (fin de cita). Ya volveremos sobre el punto más adelante. Por ahora vendrá mejor comenzar a introducir otros parámetros textuales. Dejemos su engendro principal, esa novela con difuntos, para los morbosos yanquis. Suspendamos brevemente los así llamados libros periodísticos. Busquemos la fuente de honestidad primera.

32. Es en sus Diarios (8) donde justamente dice (hago memoria) que odia (cito) la puta catársis (fin de cita). ¿Por qué? ¿Qué necedad es ésta? ¿Qué afán de exhibicionismo extravagante? ¿Qué necesidad?

Cito:

Sin hora ni fecha. "Yo creo que Cortazar hizo lo único que hace un escritor cuando es un escritor de verdad: su búsqueda personal".
Escribo la frase que sale del grabador y mientras la escribo veo, con el rabillo del ojo veo, un movimiento en otro rincón de la redacción. "¿Qué pasa?", pregunto. "No sé, parece que viene de cumpleaños", dice Pechito y yo, por un momento, pienso: "Qué bueno, finalmente se acordaron..."
De pronto todos empiezan a cantar: "Cumple-a-ños-fe-liiiiz; cumple-a-ños-feee-liiiiz". Sigo trabajando sin levantar la vista del teclado preparando la cara para agradecer, incluso una frase de falsa moedista:"Pero, che, no se hubieran molesta...". Pero no es a mí. Es a una correctora. Una rubiona de camisa roja, buena mujer, no diremos que no, ¡la muy guacha! Y yo, oh, qué abatimiento mortal, que poca cosa, que inutilidad esta de querer destacarse y ser querido y ser amado y ser todo lo que otros son, pero sin serlo.
Nunca me festejan los cumpleaños a mí. Debería replantear mi modo de vivir con los demás. Soy extremadamente vanidoso o celoso o tal vez cínico. Es eso. Por no pensarme a mí mismo como un genio, que está visto no lo soy. O en todo caso, apenas un aspirante a genio, pero en el fondo malvado, por no decir un triste huevón.
Pasa un compañero que trabaja cerca de lo de la correctora de camisa roja y me ofrece una masa seca. "¿Una masita?", dice. Y yo, fingiendo placer -en el que realmente el compañero no se fija-, la agarro y sigo haciendo como que trabajo.
-Te diremos que es muy buena, a pesar de todos mis prejuicios, la muestra del gordo sobre tango -dice Alice.
-¿Ah, si? -pregunta Pauline, que sigue trabajando, pero en serio.
¡Nadie me quiere, bujujuuuuuuu!
O tal vez sí. La nidoria me quiere. Mis hijos y mi mujercita me quieren. Ivi me quiere. Mi mamá me quiere, y me mima, a veces. Mi tío me quiere. Mi tía me quiere. Mi hermano me quiere. Mis amigos me quieren.
Soy yo el que no calza en una empresa tan grande como esta. Ya ni sé que hacer. Encima, me han hecho fama de play boy. ¡A mí! ¡El anteojudo más vago!
En fin.


Son las 17 y 22 del día de mi cumpleaños y solamente recibí un llamado: de una mujer con voz finita (que supongo muy gorda) queriendo conversar conmigo acerca de un hombre, profesor creo que dijo, que viene a enseñar, o a promocionar, un sistema de cábalas. "Me interesan las cábalas", le diremos por teléfono. "¿Querés venir ahora?". "Ahora" no puede, así que vendrá mañana, a eso de las 4. Ya tengo un motivo para volver mañana.
¿Y por qué tanto abatimiento?
Porque mi movida por aumento de sueldo, partida rumbo al mundo o vaya a saber qué, aún no cuaja. Lo único que tengo es silencio, y paciencia, que ya no me queda mucha.
¿Lograré torcerles el brazo a mis patrones? Sería un precedente.
¿No se dan cuenta mis compañeros que yo lo hago por ellos, por todos ellos? ¿Que yo soy su Robin Hood? ¿Que cuando pido más plata para mí también la pido para ellos? Ah, ¡qué buen delegado sería yo, anarco autoreferencial!
¿Ir o no ir a preguntarle a mi informante qué chica de la redacción dice de mí: "Cuidado, ahí pasa el play boy"?
Mejor me calmo y describo lo que hay a mi alrededor.
Al menos será una parte del mundo retratado hoy, el día de mi cumpleaños.
Danger, danger, los jefes están cerca. Guardar. Guardar. Guardar.

Para pasar el peligro, guardo velozmente el archivo y empiezo a escribir (en realidad a desarrollar) una idea en lenguaje indudablemente periodístico que cualquiera podría mirar por encima de mi hombro sin sospechar que estoy chiveando.
Ahí va:

NOTA POSIBLE PARA QUE ME ODIEN TODOS LOS COLEGAS:
EXCALIBUR y/o ¿PERIODISTAS O ESPIAS? (LAS CONEXIONES SECRETAS ENTRE LA SIDE Y LOS PERIODISTAS ARGENTINOS)

La caracterización de los periodistas como interesados o protagonistas de la historia conoce un antecedente europeo en el escritor alemán Gunter Waldraf, muy leído por sus émulos latinoamericanos.
Para hacer sus crónicas, Waldarf se ha hecho pasar por toda clase de marginados, desde turcos sin trabajo hasta detenidos en prisiones de alta seguridad; llegó incluso a exponerse a torturas para poder contarlas mejor.
En el otro espectro ideológico de esta tendencia, hay que consignar el uso de cámaras ocultas fuera del ámbito periodístico, como medio de control utilizado por las fuerzas de seguridad.
Según cables de noticias, el porcentaje de delitos se redujo en un 26 por ciento en la ciudad inglesa de Newcastle Upon Tyne, desde que la policía decidió monitorear la vía pública con video cámaras (400.000 dólares de inversión).
Más de 250 ciudades de Inglaterra disponen de visores por el estilo en calles, bancos, tiendas, estacionamientos y estadios; según el mismo cable, 14.000 lentes enfocan a los pasajeros en el subterráneo de Londres.
Demócratas memoriosos recuerdan que durante los últimos años de la dictadura del general Augusto Pinochet, la ciudad de Santiago de Chile fue inundada por cámaras de video.
En la Argentina contemporánea, un método de control llamado Excalibur ha permitido a los jueces y a una buena cantidad de servicios de inteligencia del Estado, escuchar el contenido de conversaciones privadas, tanto de sospechosos como de personas que no saben si realmente son escuchadas o no.
Acá nadie habla mucho ni en voz alta de paranoia, pero cada tanto son muchos los periodistas que se sienten mal por creerse escuchados en sus domicilios particulares.
Para compensar esas intromisiones o tal vez para aceitar sus relaciones con algunos programas de televisión, periódicamente los servicios de inteligencia filtran grabaciones secretas para uso público.
Día D, magazine dominical conducido por el ex creador del progresista diario Página 12 Jorge Lanata, es uno de los programas que más notas de este origen consiguió en los últimos tiempos (OJOJOJO, CHEQUEAR).
En el espectro opuesto se encuentra Mauro Viale, un periodista de los llamados amarillos, que llegó a pasar el diálogo transcripto entre el dueño de un diario y sus torturadores durante la dictadura militar.
Los servicios de inteligencia del Estado (Side) guardan buenas relaciones con gran cantidad de periodistas. ¿Cuántos redactores o redactoras tienen conocidos espías entre sus fuentes habituales de información? El número es difícil de establecer.
Según el sindicato que los agrupa, la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), esto es....... (OJO, consultar).
Hace algunos meses (¿¿¿años???), el ministro del Interior Carlos Corach, tal vez el funcionario con peor imagen de todos los que trabajan en el gobierno de Carlos Menem, fue denunciado por la oposición (OJOJOJO, QUIEN), como el creador de una campaña de control ideológico que incluiría grabaciones clandestinas como las que hoy, legitimado por su resonancia en la recopilación de testimonios incriminatorias en el caso Cabezas (AMPLIAR), realiza Excalibur todos los días.


Un poquito más tranquilo, corro a indagar quién ha dicho de mí que soy un play boy. Y de paso, tal vez, cañazo.

Pero no lo hago. Sería demasiado vulgar de mi parte caer tan bajo, así que vuelvo a ésta y sigo chiveando, esta vez en el libro de los reportajes.

Ahora, lo que es la vida, es una desgracia. Eso o realmente Dios existe, y es judío. O cristiano dispuesto a castigarme a mí, por ser tan malo. Yo había logrado olvidar tranquilamente mi odio por no ser saludado y ahí estaba, casi tranquilo, tranquilamente escribiendo mi reportaje envidioso sobre Julio Cortazar cuando una mujer rubia se acercó casi en puntas de pie a mi escritorio, masticando una masa seca. Tenía un chaleco de lana rojo y una pollera gris. Paré de escribir, la miré por encima de los anteojos; ella se sintió autorizada por mi gesto y, estirando apenas un dedo, dijo: "¿Vos cumplís años hoy?". Me hice el que no la había oído bien. Me saqué las auriculares. "¿Qué ?" . "¿Cuándo cumplís años vos?". "Hoy". "¡Feliz Cumpleaños!", dijo y se inclinó a darme un beso. "Igualmente", runfié, y en voz baja, comiendo las ganas de impedir la sonrisita que ya se estaba haciendo un lugar, y con todo tal vez algo de sincero había en su aparición (la de la sonrisita diremos): "Te vi con tanta gente que no...". "A mí me dijo Pochi, ya sabía yo", dijo ella sin oír mi estúpida excusa, y yo ni siquiera pude mover el culo de la silla para darle el beso de saludo que se merecía, y más de mí, después de haber tenido pensamientos tan horribles contra ella.
Se fue caminando para la parte caliente del diario, y me quedó clarísimo que si iba para allá no era porque tuviera algo que hacer sino porque había estado por acá solamente para saludarme. Puf. Buenas personas. ¿De dónde logran ser tan buenas las buenas personas?

16 y 14 del 23. Tal vez yo debería ser una buena persona como ella. Cuando pasa la delegada repartiendo papeletas para votar el jueves me le acerco y converso. Me hago un poco le bobo, pero muy poco. Apenas como para que ella pregunte lo que quiero oir: si a mí me interesa ser delegado. Diremos: si. Me dice: nunca delegados en redacción. Diremos: yo ya sé. Dice: para nosotros es muy importante. Diremos: no sé cómo será mi situación... Dice: tenés impunidad, no te pueden hacer nada. Así que conversamos un rato más en esos términos. Le diremos que la última vez que he pedido aumento pedí para todos, porque, lo pienso y lo diremos como se lo dije a Luis Saguier, si yo trabajo bien es gracias a que mi equipo, mis compañeros, me permiten trabajar bien. Dice: tenés vocación gremial. Diremos que pedí un 50 por ciento para la redacción de la Revista, y algunas cosas también para el resto de la gente. La delegada queda en averiguar si, faltando dos días para las elecciones se puede retirar alguno de la comisión directiva para que yo entre; además, si no habrá impugnaciones a mi postulación. Quedamos en seguir charlando.
Tal vez así consiga que me canten el feliz cumpleaños.

Lo mejor, pienso unas dos horas después de haber hablado con la sindicalista, es que me olvide por completo de lo que hable con ella. Al cabo de dos semanas y media de espera, es el primer paso en falso que doy, políticamente hablando. Quiero decir, si mi objetivo era conseguir más plata o jerarquías en este puto diario, ahora estoy frito. "Jerarquía no vas a conseguir con esto", me dijo la sindicalista, con una honestidad que no sé si yo hubiera tenido. Yo le dije: "No quiero jerarquía". Me dijo: "Lo que querés es plata". Le dije: "Si. Pero me di cuenta que el único modo de conseguir algo en esta empresa es pidiéndolo en conjunto".
Pero también hubo otra cosa. A la hora de frasear -como diría la Sarlo- mis razones de peso para pasar al congelamiento profesional, dije: "Estoy demasiado bien". ¿Un boicot nomás, como decía Caligaris? No estoy del todo seguro. Tal vez es la sangre rusa de mi abuelo Sioma, que no hizo demasiada bulla en su vida (ya que lo hizo un empresario) y pasó casi enterita hacia mí, por esas cosas o esas burlas del destino. Sé que mis amigos Rivera, Sarlo, Filippelli y algunos más estarían contentos con mi paso en falso. ¿O será que lo mío es puro afán de figuración, al precio cínico que fuese? No lo descarto, en estos tiempos, pero un alguito me hace creer que la misma faz de mi carácter (la incidencia de Marte en tu cielo virginiano después de los 30, diría mi amiga Molina, ahora que se dedica a la astrología) que me impulsó a meterme en la cooperadora de la escuela, está trabajando en mí.
Lo único que se me va aclarando con los días es que quiero, decididamente quiero un cambio. Lo que lamento es estar "demasiado bien". Si fuera como en Clarín, que me ayudaron a mover el culo de un buen patadón... O tal vez eso sea lo que estoy inconscientemente buscando: que me echen a la mierda. Pero bueno, no lo sé. Me temo que se vienen nuevas razones para seguir con insomnio.
Lo cierto es que mis cartas están jugadas. Profesionalmente, he vuelto a salir al mercado para ver cómo me va. No obtuve hasta ahora más que respuestas amables; definiciones, ninguna. ¿Llegaré al 2000 desempleado? Peor es quedarse estático por el miedo. Y además, alguna tendría que salir: o el libro sobre Zulema, o el programa en TN, o el diario nuevo de Jorgito Fontevechia, o mi podredumbre periodística en la nido o el archivo de La Nación. Y así tal vez, encuentre por fin mi nicho para escribir novelas.
-¿Viste lo que publicaron los de Clarín el domingo? -le dice Alice a Pauline dejándole un aviso publicitario de su revista en el escritorio.

HOY COMIENZA
LA TEMPORADA
PRIMAVERA-VERANO.

Y MUCHOS
ANUNCIANTES
PUBLICARON SU AVISO
EN LA REVISTA QUE
NUNCA PASA DE MODA.

Gracias por haber pautado su aviso en el Número Especial de la revista Viva de Clarin de más de 200 páginas, y un listado larguísimo.
Y mientras gasto mi tiempo y la Power PC del diario en copiarlo, y en pensar que si algo definitivamente no quiero es entrar en las peleas de empresas por un sueldo que no es malo pero que no deja de ser bastante mezquino (para lo que ganan acá, diremos), Pauline y Alice y buena parte de la redacción de este sector que se dice Vip, y que cada vez se parece más a una agencia de publicidad y menos a una redacción, se mueve en grupo hacia otra cumpleañera, y le cantan, amorosamente desafinados, su cumpleaños feliz, el cumpleaños feliz que a mí nunca me cantaron, buju, bujú, buuu-ju.
Yo, prefiero hoy seguir chiveando con el reportaje sobre Operación Masacre, editado por primera vez, pese a las presiones, por un auténtico hombre de izquierda, no como estos pusilánimes ganapanes (uy, dió, ya parezco Norberto Firpo usando semejantes palabras de otra época). En fin.
En la computadora de Pauline suena, a buen volumen, un compact de Elton John, "The big picture". Lástima ir a perder tantas comodidades por un brote sindical.
Mejor subo ya mismo a hablar con Luisito Saguier para proponerle mi idea sobre la reedición de la Nido La Nación.
Ninguna defensa tan buena como un buen ataque, diría el finado Manolo, que en su anarquía descanse.
No, no. Lo mejor sería coger.
Calma, ansiedad; calma.

17 y 53 del 25 del 9: Cosa increíble, cuando me estoy yendo del diario, antes de ayer, el único que me desea Feliz Cumpleaños es Luis Saguier. Me emociona, aunque, desconfiado como soy, intuyo en su deseo cálculo y no exclusivamente afecto. ¡Soy un pesado!
Ayer, día libre conversando con Claudia Molina acerca de posibles negocios en caso de irme de La Nación: por ejemplo, dar cursos sobre cómo vincularse con los medios de comunicación para jefes de prensa, empresarios, etcétera. Claudia se cortó el pelo a lo Sennead O´Connor y desde que me ve (ya lo había hecho el otro día por teléfono) hace referencias a un posible conflicto con respecto a su femineidad. "Eso le podría preocupar a otra, no a vos, que sos un bomboncito", le diremos abriéndole la puerta del auto, y se complace con el piropo. Durante el almuerzo me comenta algo del año que vivió en Bolivia. Le diremos que es un buen título para novela: "El año que viví en Bolivia". Ella dice: tendría que escribir más. Hablamos por supuesto de muchas otras cosas, y cuando nos despedimos, para no cambiar una costumbre entre los dos que ya tiene casi veinte años, me le insinúo. Trato de ser sutil, pero que entienda. Entiende. Se enoja. Le diremos que se enoja porque ella y yo somos como hermanos, hasta que yo le recuerdo, de pronto, que no lo somos. Se queda pensándolo pero no dice ni que si ni que no. Aunque está grande y adulta, y sigue saliendo con tipos mayores (en este caso, un actor quince años mayor que ella), no pierde las mañas. Literalmente, pierde el pelo, pero no aquellas.
Después me voy a visitar a mi amiga T. de T., quince años mayor que yo. Está muy linda, aunque triste. Justo es su cumpleaños y a cada uno que la llama le dice lo deprimida que está. "Qué querés, cada uno lo pasa como puede", le dice a alguien que no sé quién es. Hay toqueteos de pajaritos y un poco de porro que le regalo. "Hace treinta años que no fumo uno de estos", dice, pero fuma. En el medio de la charla -encerrados los dos en su despacho lleno de espejos- llega la ilustradora de su libro; trae unos dibujos horribles que yo, sacado como me pongo cuando fumo, critico despiadamente. Por momentos me siento como si fuera Adolfo Bioy Casares conversando con Victoria Ocampo; me tiró para atrás en el sillón y cruzo las piernas: me la creo de que soy un dandy argentino, yo, nieto y bisnieto de judíos. Desde lo de T. de T. llamo por teléfono a Caligaris para ver si tiene alguna novedad acerca de mi destino en La Nación. Con voz lastimera dice que no sabe nada, que si yo sé algo. Yo tampoco. Le ofrezco brindarle ideas, lecturas, posibles notas que yo no escribiría. Me dice que haga lo que quiera. No está en él decidir nada sobre mí o para mí, no vale la pena seguir insistiendo. Cuelgo con él y les dejo sendos mensajes a los hermanos Saguier. Ninguno lo contesta. A la secretaria reemplazante del más joven, que se acordó de mi cumpleaños, le dejo incluso el número de casa. No llamará.
A la noche, reunión de cooperadora. Paso antes por casa y charlo un rato con Manuel acerca del taller de mural que hicimos a la mañana. Entreveo un lindo punto de contacto con él, en esas actividades de los miércoles a la mañana; de hecho él se pone a contarme lo que hicieron a la tarde, que se llenaron la ropa de papel y se inflaron o algo así, cambiando de formas. En cooperadora me pegan una biaba bárbara. Me pasan todas las facturas de mi estallido del sábado (¡siempre el maldito faso haciéndome pelear con los demás!), incluso algunas que no me espero. Suite, para defenderme, dice algo así como que no vale la pena enfrentarse por "una pelotudez". "No sé si darte las gracias por defenderme...", diremos. Cocca resume: "Cuando una va para adelante y todos los demás vienen a contramano, si el 90 por ciento viene en contra... el que va a contramano es uno, ¿no?". "Si", diremos y me voy puntualmente a las 9 y media, no poque no quiera seguir recibiendo sopapos, que parece que ya no me iban a dar más, sino porque previsoramente combiné para que Jose me pase a buscar a esa hora por la escuela.
Vamos a comer con los lunchon tickets de ella (papel moneda de estos tiempos menemistas) y durante la cena no dejo de admirar lo sensata que está. Tal vez es por el lugar que le han dado sus sobrinas, en particular a partir de la visita de Tiziana; tal vez es por lo descentrado que estoy yo, y ella compensa. Como sea, está increíble.
Hoy jueves me paso el día reescribiendo "El fotógrafo de difuntos". Al final creo que tengo un cuento ahí. Lo pienso mandar al concurso Juan Rulfo de Paris. ¿La pegaré? Si por lo menos saliera un buen cuento después de tantos años de rondar las divagaciones de la muerte, bueno, sería algo. A eso de las cuatro, charla con Ricardo Sabanes en Editorial Plantea. Le llevo (se la anticipé por teléfono y fax) la idea de hacer un libro sobre Zulema. Dice que tiene cuatro proyectos dando vueltas; entre ellos, uno de Olga Wonrat, en la veracidad de cuyas fuentes dice que no confía. Parece que le caigo bien. Dice que si nos ponemos de acuerdo en un contrato, la editorial acompañará a los autores de su libro mes a mes, con un editor a cargo, que tal vez será Paula Pérez Alonso. Sería lindo trabajar con ella, pienso. Tengo que hacer un brieff, y es lo primero que le comento a Palo cuando llego al diario. "Tarea ardua", dice él. Pero creo que se interesa. Sabanes me ha dicho que los autores jóvenes siempre escriben sus libros de a dos. Que solos ya lo hacen los Verbitsky y los Morales Solá. No me parece mal, aunque por dentro estoy a punto de estallar de omnipotencia creyendo que puedo hacerlo por mi cuenta. Cuidado con la vanidad, Margu.
Sabanes también dice que en la editorial , para esta clase de libros polémicos, ellos prefieren que los autores pertenzcan a Clarín o La Nación. Es por motivos legales, explica, ya que en caso de algún problema para un juez no es lo mismo que el periodista pertenezca a esos lugares a que sea independendiente. "Quizás esta estos libros empiecen a ser tu ganancia", me dice cuando le comento, honestamente, mi duda acerca de irme o no de La Nación en estos días. O sea, que no debería irme nada. Sigo preso de mi doble apellido.
Entro al diario pensando que tengo que hablar con Abel Gonzalez. El va a tener algo sensato y razonable para decirme.
Cuando empiezo a escribir estas elucubraciones llama Scholnik, el señorito cliente de Marce Setton. Quedamos en que pasa para traerme algo. Marce ya me advirtió: es esa clase de personas que llama, llama y llama hasta que uno le dice que sí. Entonces se calma. Se borra.
Veremos qué trae.
Creo que tengo un ataque de fobia de puta madre, es eso. ¿Con qué se cura? ¿Fobia a qué? A la notoriedad, creo. Porque Sabanes dijo lo que yo esperaba oir: que mi nombre ya suena un poco como marca. Y no lo puedo soportar.
En el bolsillo, treinta centavos. No me alcanza ni para el colectivo, así que vengo en auto; por suerte tengo cospeles.

Otra sensación mezclada, estos días: remordimientos, culpa por darle más bola a Manuel que a Delfina. La sensación es sólo mía, creo, porque Delfi está muy bien, aunque sigue pidiendo que la vaya a buscar a la escuela, cosa bastante difícil, por el horario. En fin.
También, culpa por haberle robado a mi hermano la creatividad vinculada con el arte. ¿Y él que me robó a mí?, pregunta Héctor, agudo. ¿La posibilidad de ganar dinero? Tal vez.
¿Recordaré todos estos conflictos dentro de cinco o diez años? No sé.
¿Seguiré siendo periodista tanto tiempo? No sé.
¿Obtendré algún día reconocimiento como escritor? No sé.
Qué mareo.
Tal vez sea hora de ceder. En el diario, diremos. Pero no sé.
¿Cómo hacen los que me rodean para no tener conflictos profesionales? No sé. O tal vez sí los tienen y guardan recato con madurez.

17 y 58 del 29 del 9: Justo estoy escribiendo esa frase de Gloria Pampillo citando a Rodolfo Walsh por intermedio de Ricardo Piglia -"No es un libro literario. El se lo dice incluso a Ricardo Piglia, en una de las famosas entrevistas que tiene con él: "En un momento dado me dijeron porqué con Operación Masacre no había escrito una novela" -cuando alguien me toca suavemente el hombro. "Costa Picazo", me dice Laura Linares. Yo termino de desgrabar el concepto de Gloria Pampillo -" El dice: ¿Por qué? ¿Se supone que con una novela iba a hacer un producto más alto? " -, y mientras lo hago pienso: es novelístico. Lo que está pasando con esto es novelístico. No más alto, pero sí novelístico.

19 y 33 del 8 del 10: Cambios decepcionantes para la mayoría de la redacción. Roberts y Jacquelin a Secretaría. Franco en lugar de Roberts, como jefe de Enfoques. Pisani en lugar de Jacquelin, ídem (pero ya lo era). Chiaravalli al lugar de Franco, dejando su lugar en el Cultural vacío. ¿Será para mí? No ilusionarse, no ilusionarse. Ya tremendo bajón te has agarrado hasta ahora esperando que te tengan en cuenta, Margulis: y hoy, desde baño de inmersión y siesta fallida hasta una línea de merca para calmarte. No es justo. Y además, te enojaste con el pobre Manu, que no tenía nada que ver con tu ansiedad. De aumento de sueldo general, ni noticias. Se esperan algunas "remezones": nombre con que en esta empresa se conocen a las designaciones que suelen producirse durante la semana siguiente a la primera movida de nombramientos. Pero Sanchez, tampoco te enganches. Se especula acerca de si los nombramientos corresponden a los Saguier o a Escribano, de quien se llegó a desear, una vez más ayer, que renunciara. Ah, los rumores... En cuanto a mí, nada. Saguier no estuvo disponible a las 18, hora en que la Troncoso me citó. Y ya es hora de irme a casa a estar con los míos, que sufrí suficiente por hoy.
Pequeñas conversaciones con un homosexual de 50 años que le hizo juicio al padre por alimentos y lo ganó; será tema de mi próxima nota, veremos cuándo.

18 y 29 del 10 del 10: Hoy veo las cosas menos sombríamente. Ayer la pasé pintando en la terraza, dos cuadros inmensos, saturados de materia. Antes de ayer estuve todo el día deprimido por los nuevos nombramientos, mejor dicho, por no haber estado yo en ninguno de ellos. Hoy hablé con el otro Saguier. Me escuchó seriamente mientras se mordía el labio de abajo, su gesto de preocupación o de defensa. Más de lo mismo: "Lo voy a tener en cuenta, dejame pensarlo, etcétera". Le pedí aumento (un 50 por ciento) y pase de lugar, no tanto por dejar de trabajar en la Revista como para hacer algo distinto. "¿Periodismo de investigación?", preguntó. "Si. Pero también reportajes", contesté y me despaché en un largo autoelogio de mi persona en los términos más marketineros que pude: Yo tengo un don, voy a Perú por una semana y vuelvo con un reportaje al Presidente, pocos debe haber como yo capaces de escribir sobre cualquier cosa, estando en Pinamar cuando fue lo de la Cumbre peronista y las peleas entre Bordón y la Meijide supe qué preguntar exactamente a cada uno y además rápido, yo armé la Ultima páginba, yo escribí las notas de tapa de la Revista cuando la relanzaron y les dio 25.000 ejemplares de venta y cuando se festejó el primero año y otros 25.000, etcétera. Yoyoyoyoyoyoyo . Inaguantable. Y me propuse como líbero, trabajando para ninguna sección en particular. El dijo que a alguna sección tenía que pertenecer, porque no se podía tener redactores autistas dando vueltas. ¡Así que ahora soy un autista! ¡Por Dios! Hago un pedido de cambio y aumento, nadie contesta mi pedido en un mes y el autista soy yo. Este lugar me enferma. Por último le hablo del proyecto de periodismo cívico que le presenté a Luis Saguier. Me dice que se lo acerque, ya que tiene una semana disponible (la que viene) para un curso y que lo va a leer. Lo saco de la computadora y se lo dejo en su escritorio. En el camino, me cruzo con Jaquelin, uno de los nuevos nombrados. Me saluda y eso me hace saludarlo. Lo veo asustado y me lo confiesa. Le diremos que al menos a él la redacción lo respalda. Se va tranquilo. Es lo que necesitaba escuchar. Me cae más simpático ahora que antes, porque dijo que sentía "susto". Es un buen gesto en alguien. No como el otro flamante recién nombrado, Roberts, que el día del nombramiento se pavoneó por toda la redacción sin saludar a nadie. Dos actitudes que pintan a la gente. Ya sé a quién respondo yo. Creo que ellos también lo saben. Lo dicho: este lugar me enferma.
Termino las charlas con Schcolnik. Es una historia conmovedora. Y él, él no es ningún santito. He ahí su interés.
Afuera empieza a llover. La lluvia, que es tormenta, estalla literalmente en truenos antes de que empiece a conversar con Saguier, que se levanta apenas me ha dado lugar para charlar en la mesita redonda de Secretaría donde deciden las tapas, y se pega a la ventana para ver cómo un avión sale a toda velocidad de una nube negrísima, pega una vuelta en el aire y vuelve a acercarse al Aeroparque sin vías ciertas de ir a aterrizar. Cuando volvemos a sentarnos yo hablo y hablo y hablo y lamento no verme, a sus ojos, sereno (no me siento sereno, ni siquiera muy sensato); trato de ser chispeante: "Si esto fuera una película esa tormenta funcionaría como metonimia perfecta del estado de ánimo del protagonista". Fernán Saguier me mira inexpresivamente, con sus ojos celestes y glaucos. "Yo como el protagonista de la película, claro", diremos. Recién después pienso que él no debe saber lo que es una metonimia.

A las 19 y 24 del mismo día: metonimia en realidad es otra cosa, leo en el Diccionario de la Real Academia (tropo que consiste en designar un todo por su parte, o viceversa), así que lo de considerar esa tormenta metonimia de mí mismo no tiene mucho sentido. Aunque tal vez si fuera en cine, y la imagen viniera antes o después de un primer plano de mi carita de preocupado... Por otra parte glauco no es zonzo, ni tonto, ni siquiera azul: es verde, a lo sumo verde mar, a lo sumo molusco de color verde mar. Algo de acertado hay, metonímicamente hablando, en describir a Fernán Saguier sólo por sus ojos glaucos. Ojos de molusco joven. No está mal la idea.

A las 19 y 41: Lo que no anoté es que el primer lugar en el que Fernán pensó durante la charla fue Internacionales. No me disgustó, pero guardé distancia: nunca lo había pensado antes por los viajes, ya que los chicos, y la interna doméstica... Macaneos, pero también abrí una puertita: sería un buen enroque, porque si en alguien de la redacción pienso yo para venir a la Revista en mi reemplazo es en Pedro Rey. Así que tal vez... ¡Viajes, viáticos, oxígeno, contactos con el mundo! ¿Por qué no? En cierto modo es casi mejor que ir al Cultural... Y mejor también que el oficio de periodista cívico... Aunque no sé... no sé... Qué confusión... Odio no poder ser dueño de mi destino periodístico. ¡Y encima sale Martín Caparros en la antología de Periodismo Argentino que edita Martini en Perfil! Pero andá, Caparroñzo. ¿Envidioso yo? Siiiii. Más que Caparrós, que dice envidiar más que nadie en el mundo. Ah, no. Envidioso yo. YO, más que todos. En algo me tengo que destacar. Hora de partir. Va-mos-rum-boa-ca-sa (con el sonido metálico del Capitán Escarlata).
Buen fin de semana para todos.
Pero no, nos despidamos así, que me quedo con contracciones en el estómago por los malos sentimientos. Mañana iremos a patinar sobre hielo con Delfi y los chicos.

Juan Santa Cruz me da, cuando ya estoy cerrando el diario del día, el mejor análisis acerca de los nuevos nombramientos. Escribano y los Saguier negociando puestos de poder: por los Saguier, chupacirios ellos, Roberts, que es hombre del Opus; por Escribano, Jaquelin, que además de mejor persona se crió en Pergamino, como el Hombre. Uno y uno. Si vuelve Jorge Elías de Washington (y en su reemplazo se va Pisani, que lo ansía tanto) la Secretaría se va a poner interesante. Veremos si estoy aquí para verlo.

16 y 33 del 13 del 10: Después de buen fin de semana trabajando para la cooperadora y un poco en el libro (cap. 8, Castillo), el lunes me encuentra más tranqui con mi destino periodístico. Almuerzo con Ricardo Klass, el boga del Presidente. ¿Por qué quiere verme? Aparentemente, para que le de una mano a su hijo, que es caricaturista. Pero para eso no hacía falta invitarme a almorzar. La charla es en Don Luis, el nuevo reducto de los menemistas. Está, caramba, frente al Colón y junto a la Cámara Correccional del Crimen. Mientras comemos (sopa de la casa yo, salmón a la parrilla él) Klass se saluda con un grupete en una mesa vecina: ahí están Octavio Frigerio y sus lugartenientes de la interna porteña por el PJ. Octavio es efectivamente el hijo del viejo Frigerio, el del MID; los otros son más o menos desconocidos. Klass me hace una larga introducción acerca del impacto negativo que tienen la sobreinformación hoy en día; el rodeo es equívoco, porque al final terminará destacando la penetración que algunos artículos (como los de Jorge Urien Berri sobre el caso Carrasco) tienen sobre los funcionarios. Para ejemplificar la distorsión que los medios pueden hacer sobre la realidad trae a colación nada menos que Anillaco. Se despacha comentando que Página 12 es de Clarín, y me hace entrar en una crítica al monopolio informativo de los medios privados, cosa en la que paradójicamente coincidimos. Después larga su teoría: que a Menem (el Presidente, dice él) los sectores de la clase media no lo pueden soportar porque es un provinciano que triunfó, y que no quiere nada más que retirarse a descansar tranquilamente después del 99. No es como uno, sostiene Klass, que se ha criado en una gran ciudad y por ende no tiene grandes ligazones emocionales con su lugar de origen. Lo que a él le preocupa, dirá a mitad del almuerzo, es la perspectiva de que el Presidente vaya preso. No piensa que la oposición esté blefeando con los comentarios del Chacho acerca de que Menem tendrá que buscarse un buen abogado. De hecho, sabe que también dentro del partido hay quienes no lo quieren ver como "factótum" (así lo dice) de la política después del 99. ¿Quiénes dentro del peronismo? ¿La gente de Duhalde? No me da nombres, pero sugiere que son los mismos a los que se refirió Morales Solá en un artículo de hace tres semanas: unos que estarían pensando en convocar una Asamblea Constituyente, junto con referentes de la UCR y la Alianza, para garantizar una nueva reforma de la Constitución que impida a Menem volver a presentarse en el 2003. Eso, que se presente otra vez en ese año, es lo que molesta tanto a los otros, dice Klass con sus palabras. Pero lo que más le preocupa, y vuelve a decirlo con el disfraz de un comentario general, es que este país se vuelva macartista... contra Menem. Que empiecen a investigarlo, que no le den respiro judicial. "Eso volvería las cosas muy difíciles en los próximos dos años", me dice. ¿En cuanto a la gobernabilidad? "En cuanto a la tirantez", me dice. ¿Es una advertencia? ¿Un pedido de solidaridad republicana? ¿Un pacto de no agresión? Y por otra parte, ¿por qué me lo están diciendo él a mí? Debo ser un referente nomás.
Trato de indagar cuáles son las causas concretas que a Menem le preocupan. Pero no se pisa, Klass, sin dejar de mirarme astutamente con sus ojos verdes. Desliza el nombre de Emilio Perina como alguien que también conoce las cosas que a Menem le preocupan. Y el de Monner Sans, alguien que, no sabe Klass cómo, con qué recursos, ha presentado casi 400 causas (!) en contra del Presidente (¿serán tantas?). Es un clima peligroso el que él detecta. El clima de quienes quieren que Menem no se vaya triunfalmente, porque irse triunfalmente, según Klass razona que razonan ellos, es habilitarlo para que siga manejando los hilos de la política después del 99 y, además, insiste, para que vuelva a presentarse en el 2003. Todo esto que él me dice -o casi todo- está en los artículos de Morales Solá que él lee todos los domingos. Después indaga sobre mi futuro en el diario. ¿Es que le ha llegado, vía Zully Pinto tal vez, noticia de mi movida interna? Tal vez. De hecho pregunta si lo que yo pueda llegar a escribir con estas reflexiones que él me da, en off the récord, claro, saldrían en la Revista, en el diario o en otro lado... Yo diremos que sigo trabajando solamente para La Nación. Y eso parece que lo tranquiliza. Durante todo el almuerzo tengo la fea sensación de estar siendo sonsacado. Pero no soy tan importante, así que me relajo y como, y dejo que él pague, y abro el juego de mis deseos de escribir sobre Zulema Yoma.
Lo feo de la sensación es que Klass no es transparente. Así que yo me pongo lo más opaco que puedo, que no es mucho. Al despedirnos, mientras salimos, prendo el grabador adentro del sobretodo. Me interesa grabar los nombres de las personas que están con Octavio Frigerio: son personas del llamado, dice, "sistema político de la Capital". Y nombra a Horacio González (nada que ver con el sociólogo de izquierda) y otros cuyos nombres, dice, se le escapan. "Lo que sí son, te diría, de los que pertenecían (¿o de los que no pertenecían?) al sistema grossista". Y cuando empiezo a despedirme dice: "Yo, ahora, lo que hablamos es una cuestión, yo te diría que de reflexión más que de información. Yo no tengo información. Yo lo que sí creo es que si la situación ésta es de endurecimiento y persiste, lo que se va a acelerar es la tensión". Pero tal vez no es tensión sino otra la palabra que usa. Justo pasa un auto y me impide escucharlo bien. Resumo entonces y agrego que también está "el miedo a esa amenaza a las investigaciones" al que se refirió durante el almuerzo. "Claro. Además nadie puede saber todavía en el país si... Para hacer una investigación con alguien hace falta tener alguna cosa fundada o no. La verdad está ahí. Porque hay muchas cosas que...". ¿Y lo de Anillaco? "Pero lo de Anillaco, te diremos, es tan fuerte como lo de la pista de Chascomús y como cualquier otra pista que se haga por razones de seguridad para un Presidente", dice. ¿Y las conexiones con Yabrán? "Mirá. ¿Sabés lo que pasa? Mi problema es que tengo la deformación profesional de... Hablar de Yabrán, así como se puso a hablar Cavallo... Yo te puedo decir que Cavallo hizo un montón de denuncias de cosas que pasaron cuando él era ministro y que él no denunció en ese momento. Este tipo (¿sabe? ¿Dijo: "sabe"? Pasa otro puto auto)... lo que pasa que en general hay un desdén de los políticos por algunos temas jurídicos. Esto de Yabrán, te diremos... Uno lo mira, y me parece... A mí no me cae bien, pero no sé si es porque se han dicho tantas cosas o que... A mí lo que me parece es que corremos el riesgo de transformanos en un esquema macartista fácilmente, fácilmente. Más porque tenemos pasado para eso. Además, lamentablemente nuestra cultura autoritaria no se va a salir de eso, y esto lo incluye a Menem, a Alfonsin, a Duhalde, a Fernández Meijide... Uno es también regido por su cultura, aunque quiera ser distinto...".
Vamos a estar atentos, ¿no?, le diremos. Y pregunto por Monner Sans. "No, pero, casi te diría que desde hace tres o cuatro años no hay mes que no haga denuncias. Por ejemplo, te diremos, recién ahora se empiezan a saber algunas cosas... Todo el mundo decía ¿de qué vive Beliz? Y ahora parece que tiene que ver con el banco este de los Trusso... A lo mejor no es verdad...".
"A lo mejor no es verdad", diremos. "Alejandro -dice-. Ha sido un gran gusto. Nos hablamos y...". Y entonces le comento la idea de hacer una especie de puesta al día de las preocupaciones presidenciales. "Bueno, no, pero pará, para eso deberías estar más cerca del Presidente que... Te diremos, algunas...". No sé si él, Klass, sería el mejor vocero para hablar de eso, diremos. "De todas formas, en un caso así, tratándose del Presidente, sería interesante abrevar en varias fuentes. Porque además la percepción varía. Cada uno tiene una diferente...", dice. ¿Fontán Balestra, tal vez? ¿No está llevando algún caso? "No, nada. Además Fontán Balestra es un hombre de los medios... Digamos que muy excepcionalmente ha hecho algo. Es del grupo de Canal 11. Es otra cosa...". ¿Dardo Menem? "Pero Dardo Menem habla muy poco. Dardo Menem es interesante para conocerlo, para tratarlo. Tiene profundidad...". ¿Quién le parece a él que puede ser un tipo confiable para hablar del tema? "Un tipo interesante es Emilio Perina. Yo tengo buena relación. Además le gusta hablar. Por ahí habla, toma un café... A Menem lo ve seguido. Tal vez arrancar de lo que te dice él..."
Tal vez lo que él quiere es saber cuánto sé yo, o nosotros, en La Nación, sobre los chanchullos de Menem. Se lo comento a Palo y me dice que no sería raro que Klass esté trabajando en alguna especie de operación para indagar qué sabemos.
Título de nota posible, entonces, para publicar en algún lado de La Nación: "Todas las querellas del Presidente".

Belgrano, 11 y 56 del l6 del 10 de 1997

Querido Andrés:

Tengo unos días de mierda, y ya no sé con quien comentarlo. La preocupación es de orden vocacional, porque hace un mes y medio me planté en el diario y dije que renunciaba. Se lo dije a Escribano, en la charla más cálida que hemos tenido en seis años (tanto que él terminó contándome de su abuelazgo reciente, y yo le dije: "Ah, a usted le va a venir bárbaro ser abuelo...", y él me preguntó si me estaba viendo con alguien, tan sereno me encontraba, y yo le dije: "con los dos mejores especialistas que hay en Buenos Aires, al menos para mí", y él me miró sorprendido y curioso, y yo le dije: "mis hijos, estoy pasando mucho tiempo con mis hijos", y fue como si le hubiera clavado una estocada sentimental porque reaccionó diciendo: "ah, los hijos, qué bueno éso. Yo nunca pasé mucho tiempo con mis hijos, fui lo que se dice un padre abandónico", y después vino lo de que acababa de ser abuelo y mi relfexión acerca de las bondades del tiempo compartido con los niños que llevan nuestra sangre, aunque por supuesto no usé estas palabras sino otras, más alusivas; y estuvimos casi media hora conversando, y no en su oficina del sexto sino abajo, en la mesita que él tiene dentro de la redacción, junto al corral de Secretaría, que es donde ya casi no se lo ve desde que fue ascendido a subdirector; y la charla siguió o se completó, antes -sabrás disculpar que no la cuente respetando el orden en que se produjo- con comentarios sobre el mundo de los libros, ya que le anuncié que pensaba tomarme el tiempo que me dejaría libre no escribir "periodismo dominical" -porque esa fue exactamente la frase con que copetié la charla: "Doctor, renuncio al periodismo dominical"- para terminar un libro de reportajes, y él me preguntó, te diría que con cierta timidez: "¿De notas publi...?", y yo lo cacé al vuelo y le dije que no, que eran todos reportajes exclusivos para el libro, porque no me gustaban los libros hechos con textos ya publicados, y él puso cara de "bueno, a veces son buenos" supongo que pensando en Becaccece o andá a saber en quién, cuyos artículos pasaron a formato libro en algún momento de pase, de una sección a otra, a lo largo de los años en La Nación; y yo le lancé la idea sintéticamente: "Un libro de reportajes a escritores sobre otros escritores; es decir, sobre los libros de otros escritores argentinos, los que para ellos son los fundamentales, ¿no?, por no decir canónicos". Escribano no dijo: "Ah, qué interesante", pero te juro que se interesó. Preguntó, no sé si temiendo que le saliera con una editorialucha o qué, por la casa editora que lo iba a publicar, y ahí le tiré: "El Ateneo". Acusó recibo. "Ah, El Ateneo está muy bien". Y yo: "¿Le parece? No sé si la distribución es muy buena...". Y él: "Va a estar en todo América latina". Y la verdad que yo, que no había pensado en esa perspectiva de difusión hasta el momento, un poco me asusté. Creo que no se notó. Bueno, así conversamos durante esa charla que me daba tanto gusto que lamentaba no haberla mantenido nunca antes (incluso le expliqué las razones que, a mi parecer, había tenido para pelearme con él el año anterior: "Usted sabe, uno va buscando padres con los que medirse; por eso trabajé con fulano, y con mengano, rehaciendo la línea del periodismo argentino que me hizo notar Carlos Ulanovsky al incluirme en su Historia, donde usted también está, ¿no?", todas cosas por el estilo, aunque por supuesto no decía yo que un fulano o un mengano sino que iba poniendo nombres, nombres reales, gente de carne y hueso, que sería muy largo volver a nombrarte a vos ahora, pero que en algún momento de la charla a Escribano le resonaron, o por lo menos uno de ellos, que fue quien me llevó a trabajar al diario ("Tengo que confesarle, algo, doctor; yo no entré a esta casa por los Mitre, ni por el prestigio, ni siquiera por usted... Yo entré para trabajar con Firpo", le dije, y no mentía, creo). Y ahí él dijo: "Ah, yo también trabajé con él. Yo le llevaba colaboraciones a...". No me acuerdo si dijo Primera Plana, Siete Días o Vea y Lea. No importa. Lo cierto es que ese cuento, que era verdadero, ya que no real (¿acaso importa mucho?), me puso de entrada en la misma sintonía que él, pese a la diferencia de edad, y sobre todo, de poder: él, el subdirector del diario más prestigioso del país, y tal vez de toda América latina, además de presidente de la sociedad interamericana de diarios y revistas; yo, un judío nieto de inmigrantes judíos, que lo único que sé hacer más o menos bien es escribir. Bueno, Andrés, no quiero hacerte tan largo el cuento (parece que está saliendo medio cuento la carta, después de todo); el punto es que entre esas frases o tal vez otras, en ese orden que ya no me acuerdo, pero que por primera vez en seis años yo pude administrar, casi como cuando hago reportajes, Escribano se mostró sensible (o por lo menos fingió tan bien que me conmovió). "Y... ¿cuándo nos deja, entonces?", dijo. Ah. Qué momento. Qué placer. No sabía qué resultado iba a tener mi charla de ese día pero yo, Andrés, yo supe en ese momento que por primera vez en seis años le había ganado la pulseada al poderoso Señor Escribano. Porque con mi mejor cara de buen alumno, con mi mayor inocencia, le dije: "Bueno, eso depende de usted...". Y se quedó como callado, con la atención repuesta nuevamente en mí (que ya se le había empezado a ir en cuanto comenzó la pregunta, y que no sé si realmente o me lo invento, además acompañó con un gesto de empezar a darme la mano y a levantarse un poco en la silla, como despidiéndose, quiero decir: como decidiendo él que la charla ya había terminado y que ya iba siendo hora de despedirse, caballerosamente, pero bueno, despedida al fin). "¿Usted lo que está diciéndome es que...?", dijo, y yo: "No me voy del diario. Le dije que abandonaba el periodismo dominical...", y él: "Lo que usted me está pidiendo es...", y yo: "Un pase. Un pase de sección.", y él: "Ah, pero si usted no lo pide nadie se entera...", y yo: "No quería presionar a nadie, yo"; y él, rápido, otra vez en su lugar, en el que yo, yo solito le consentí que se pusiera, o eso creo, preguntándome, ya en pleno terreno práctico, de buen abogado que finalmente es: "Qué le parece Cultura", y yo, temblando (te juro que temblando, porque sospeché que no se refería al Cultural sino a la página de Cultura diaria, donde se pasan todos los chivos del diario y se tratan siempre reaccionariamente los reclamos estudiantiles, y sobre todo donde trabaja -aunque ahora esté de licencia por maternidad- una de las chicas con las que más caliente estuve en el diario, recínica la guacha, pero qué tetas) contesté: "Preferiría seguir haciendo periodismo". Y él, otra vez sorprendido, creo: "¡Pero más periodismo que ahí!"; y yo: "Me gustaría algo menos institucional...". Y ahí creo que entendió, porque por fin preguntó: "¿A dónde le gustaría ir?". "Yo pensé en Parlamentarias (que es de donde usted salió, pero esto entre paréntesis no se lo dije, o al menos no tan directamente como quedó escrito acá); va a estar muy interesante el Congreso después de estas elecciones: van a estar todos ahí: lo mejor y lo peor de las personas se va a ver ahí... Creo que yo, con mi estilo, podría escribir muy bien ese momento...". Pero no sé si hablé de estilo o de, simplemente, la posibilidad que el diario podía tener, designándome en ese lugar, con el aprendizaje que había hecho en la columna de El príncipe (crédito que de paso le recordé era mío, diremos, que yo les había dado ese nombre y ese estilo, pero no hice mucho hincapié en ese detalle, para no predisponérmelo en mi contra, digamos abriendo mi especulativo juego argumental) acerca de lo que se podía y no se podía decir en La Nación... (y apenas dije eso me di cuenta que estaba blanqueando una cosa que no debe decirse nunca en este diario, y es que hay censura, así que corregí sobre la marcha y dije: "Es decir, lo que aprendí sobre cómo y sobre quién se pueden decir cosas en este diario", y de paso le recordé que, cuando yo había entrado dije que "no" a trabajar en política porque "todavía no conocía bien el paño", cosa que no era ninguna mentira pero que en cierto modo, tal vez, retrasó mis posibilidades de hacer mejor carrera que la que hice, que para la mayoría de la gente es Una Gran Carrera, pero que para mí (y la metáfora la he venido trabajando desde hacer por lo menos cuatro años) es la carrera del caballo de carrera de pura raza, pero castrado.
Puf.
Qué verborrágico me he puesto, Andrés. Sabrás disculpar.
Ya son las 12 y 53. Horario de sesión. Punto, punto final debería yo, hacer ahora, si me pusiera lacaniando (o si le escribiera ésta a Luis Gusmán). Pero como es a vos, que sos amigo de esta verborragia, o por lo menos... Ay, ay, ay: acaban de entrar cuatro adolescentes vestidas de uniforme al bar, y ay, ay, ay, la moza tiene un culo tan redondo con esa minifalda Príncipe de Gales y las medias oscuras y la remerita pintada con batik rosa sobresaliento por abajo de la remera con batik verde con el signo de Peace & Love y yo habiendo salido del... y el pelito castaño y lacio apoyándose lascivamente sobre el pecho, que no veo pero entreveo, y ese pezón que debe tener abajo, y el signo de Peace & Love encima colgando del cuello en un adorno... y qué me importa que sea un poco biroja, si total en lo oscuro son todas iguales, eppppa. Calma, misogin... Vos dirás, "éste me mandó un cacho del diario". Yo diré: "Ajá". Vos dirás: "Qué puedo decirle yo a éste". Bueno, ahí va la pregunta concreta, la justificación del estilo (y del envío): ¿Me voy o me quedo en el diario, Andrés? Ando, como diría mi madre, como bola sin manija. Hace un mes y una semana de esta charla con Escribano y nada, nada, ni una respuesta. Yo suponía que iba a pasar esto, y que tendría que terminar volviendo a preguntarle, pero no quiero que me humille de nuevo (no lo diremos por esta última conversación, lo diremos por las anteriores, más o menos una por año, y completamente desgraciadas todas). En el interín, me junté con un proyecto maravilloso para hacer periodismo cívico desde La Nación (un invento de los yanquis que acá se podría aplicar perfectamente, sobre todo si uno cuenta con la banca de un diario como éste, tan preocupado estos tiempos por el marketing y la necesidad de aumentar su circulación); el proyecto me lo pasó un amigo y es impecable, incluso desde un punto de vista político: ayudar a la gente yendo a detectar, con sistema y equipos de estudiantes de periodismo, sus problemas de base; luego, que el diario organice campañas para alcanzar la solución a sus problemas. En fin. Una suerte de militancia periodística, ¿no? Se lo dejé, el proyecto, al más joven de los Saguier, un pibe ambicioso que no sabe nada de periodismo pero quiere, sueña con romperle el culo a Clarín (y yo le caigo simpático); se lo dejé también al Saguier papanata del medio, que está al frente (es un mero decir) de la Redacción; se lo dejé a mi jefe, que desde hace un mes y una semana me mira como una novia abandonada en el altar. Ahora, vos dirás, para qué carajo hago tanto kilombo. Y si no lo dirás vos, lo diré yo: no es que esté loquito (así me dijo el amigo que me pasó el proyecto) es que estoy cansado de escribir bien, y producir gran impacto de lectura, y respaldar grandes movidas de esta empresa (25.000 ejemplares más con el relanzamiento de la Revista, donde yo escribí, junto a una cronista insoportable, la nota de tapa sobre la corrupción menemista; otros 25.000 ejemplares un año después, donde yo escribí, claro que junto a un compañero periodista excelente a la hora de investigar pero no tan buen prosista, ni reporetador, la nota de tapa sobre la falta de justicia que ha provocado el menemismo) sin cobrar un mango extra. Yo no sé si me estoy volviendo muy materialista o qué, pero ganar dos lucas por eso ya no me alcanza. Le dije al joven más joven de los Saguier: "Esto no es una cooperativa", y él me escuchó antentamente, en una de las charlas que venimos manteniendo, y dijo: "Es un planteo adulto" (y por supuesto que esto no fue así de sintético, pero para qué hacer más larga una carta que ya se fue de mambo en extensión). Tampoco me dio respuestas. Yo sé que muy pocos periodistas (y menos que menos escritores) pueden darse el lujo de contar con un espacio semanal como el que dispongo yo, cada domingo. Promedio, si me quedara en el molde, estaría ganando unos 500 dólares por artículo. Eso me dice una amiga con boca de corazón todo el tiempo y yo le diremos que sí, que es cierto, pero igual no me alcanza. Mi jefa (porque tengo dos, Andrés, Caligaris y una mujer, que se llama Arteaga, y que podrás ver en el staff como editora) dice que lo mío no es solamente un reclamo momentario sino una necesidad de cambiar, de no querer aburguesarme; ella dice que alguna vez le pasó, pero que finalmente encontró otras satisfacciones en la empresa. Mi jefe, Caligaris, dice que me apuré, que no entiende cuál es mi estrategia y me mira sin saber qué más decir, ni qué hacer conmigo; es un buen tipo pero no sabe ya qué más ofrecerme (aunque yo lo único que querría es que se juegue por mí, y que me de una mano en mi pedido de aumento de sueldo: una luca más, una luca más es lo que necesito para poder estabilizar las cuentas y las deudas: no se puede creer lo caro que está Buenos Aires, vivimos haciendo malabarismos con cheques, pagos mínimos de la tarjeta de crédito y hasta los pesitos que gano en la Universidad -y en cualquier momento confiscamos la alcancía de Delfi, que ya tiene tres pesos con doscientos treinta centavos en la lata con los Dálmatas).
No es por otra parte poco (y juro que ya voy terminando, porque esto de escribir en un bar me irrita un poco, aunque debo confesar que es más tranquilo que mi casa, y que el diario: no suena el teléfono, no tengo ahí cerca a mi jefe con cara de culo y la incerteza y el reproche velado de mis compañeros, que no entienden la movida, y que mucho menos van a asumir que únicamente una huelga en conjunto les podría hacer ganar unos pesos más) lo que he estado escribiendo estos días de "licencia" autotomada; o si querés, de "paro unipersonal". Terminé por fin el cuento del fotógrafo de difuntos. Ah, sí. No te había dicho. Al final creo que no hay ninguna novela ahí sino un cuento. Siete páginas a un espacio; catorce a doble; una escritura tensa y fría, no como ésta, que remeda el discurso de un perito forense cuando descubre toda la roña de Piaget, o su resaca. Lo mandé a París, al concurso Juan Rulfo. Confío ganar (y cuando no gane me voy a volver a deprimir, en fin). Si querés te lo mando a vuelta de correo (me interesa mucho tu opinión). Empecé uno nuevo, que tal vez de para más: un hombre que se encierra en un baño y decide no volver a salir (¿muy obvio de mi estado interior?). Sigo con el diario (el mío), pero ahora lo escribo en el diario (de los Saguier) tratando de registrar las incertezas y los movimientos políticos internos. Trabajo además como un loco en la Cooperadora de la escuela de mi hija, en Villa General Mitre (el barrio de los anarquistas porteños, maravilla de casualidad); me anoté en la comisión de prensa y soporto, estoico (o eso creo) que los sátrapas de los cooperativistas me censuren lo que escribo como si fueran un buró ruso o los milicos de la dictadura; en fin, cosa de la socialización de las ideas que le dicen. Todos los miércoles a la mañana voy a pintar con Manuel y sus compañeros de jardín en el jardín (es una batalla campal con quince pulgas que se me suben encima, morronguean, lloran -incluso mi pollo- con tal de hacerse escuchar: parecen casi una extensión de mi propia neurosis, pero no, pobrecitos). Sigo dando clases en la UBA; creo que por fin me voy entendiendo con los alumnos. Y en cuanto al libro de reportajes, bueno, me falta desgrabar el de María Seoane sobre el Nunca más (y si yo diremos desgrabar es escribir, porque es increíble lo mal que hablan los escritores cuando no escriben); en ese casette recuerdo que hay un momento de nuestra última conversación en un bar de este mismo barrio, pero del otro lado (yo estoy sobre Cabildo ahora): te lo grabé de afano, pero no voy a publicarlo; nunca sin tu consentimiento, se entiende. Quiero volver a escucharlo estos días, creo que había, que hubo buenos consejos ahí: que no me disperse en libritos menores, esas cosas. Bueno, no sé si podré no hacerlo: entre los múltiples proyectos que pese a todo se me siguen ocurriendo, de a uno por semana, está el de escribir una biografía novelada (o no) de Zulema Yoma para Planeta. Hablé con Sabanes y dijo que podía interesarle, aunque me aclaró que prefiere, para esa clase de libros polémicos, que el autor trabaje en Clarín o en La Nación. No se puede creer, ¿no? Por los juicios, dijo que lo prefiere. Parece que los jueces tienen muy en cuenta ese antecedente laboral mediático en caso de bodrio. ¡Y yo queriendo irme a la mierda!
Bueno, que no sé bien qué hacer.
El lunes le dije a mi jefe (Caligaris) que levantaba "la medida" pero que no "abdicaba de mis reclamos". Me miró como quién mira a un infradotado. O tal vez el que puso cara de infradotado fue él... Pero no... No es para tanto... Me miró como diciendo: y ahora con qué me va salir éste. Le dije que volvía a escribir, y le conté cómo me está yendo con un reportaje medio soez (a un homosexual asumido que acepta contar su historia con foto artísssstica y todo, pese a -o justamente por- ser hijo de un empresario muy poderoso de este paísito pacato); propuse una investigación sobre los juicios que están por lloverle a Menem, en fin. Que a todo me dijo que sí, aunque pidiendo prudencia en la prosa. Y esto es lo más absurdo de todo mi planteo: nunca tuve tanta libertadad periodística como ahora: puedo escribir sobre las listas de la represión, sobre los homosexuales, en contra de Menem, a favor (objetivamente, claro) de la Alianza, en fin, casi, casi todo. Y no me conforma. ¿Será que llegué a esa edad que Hemingway recomienda para que un escritor deje el periodismo? La edad en que finalmente uno aprende a escribir "una mera oración enunciativa"... No sé. Jóse opina que para mí el periodismo es un don que tengo, y que lo detesto porque me opaca como escritor. Ella cree que la disyuntiva es falsa, porque puedo ser escritor y periodista a la vez. Yo creo que no. Pero no estoy seguro. Mi hija me dio un consejo: que viva de contar historias. ¿No es eso lo que hago en La Nación?
¿Vos qué opinás, Andrés?

Ya, ya terminé.
Puf.
Qué escupida.

A la 1 y 36 del mismo día, antes de imprimir esto en un printer y ponértelo en un sobre a Córdoba.

Alejandro

PS. Espero no haber sido muy caótico. Por lo demás -agrego a mano mientras releo el printer en el diario- una casualidad hermosa: justo cuando lo leía apareció Escribano en la redacción de la Revista. Ahora mismo está acá, hablando con Caligaris y con Arteaga. Puedo ver su nuca peinada pulcramente a la gomina, por encima de la Power PC (Power Macintosch 7200/120) de Paula Urien, que no está presente; puedo ver su oreja y los párpados -el párpado- del lado izquierdo; puedo ver buena parte de la nariz y la boca e incluso el mentón, cada tanto, en la medida en que el cuerpo se le balancea hacia la derecha más que a la izquierda (lógico) mientras Caligaris y Arteaga lo escuchan con una atención sumisa y un poco vergonzosa, dado que es obvio que él les está bajando gentilmente línea por haberse pasado un poco en el sentido del humor de la revista especial por el día de la madre, que saldrá este domingo. Pero mejor sigo a máquina, mejor sigo escribiendo mientras él está con ellos; sería como un juego de riesgo, tal vez el último (siempre pienso que lo que estoy haciendo en La Nación será lo último), así.

La suerte no me acompaña tanto porque Escribano se va antes de que yo continúe este documento; pienso en un instante todas las posibilidades, incluída la de encararlo ahora mismo y decirle "mire qué casualidad, justo estaba escribiendo sobre usted", pero no me parece muy serio. Además se daría cuenta de la jodita implícita, o tal vez no, según su grado de vanidad en el día de la fecha. En fin, Andrés. Acá estoy dudando como un bancario si hablar o no con el gerente; por no decir como un rufián melancólico dudando si hacerle o no otra vez frente al cálido capo de la cosa d´ellos. No valía la pena interrumpir esta carta con un encuentro que finalmente podré tener en otro momento (esta debe ser la famosa libertad de prensa, ja); por otra parte, el mensaje visual ya ha llegado hasta mí: el Hombre (así lo llaman todos acá, con mayúsculas; increíble, ¿no?) estará esperando que el Niño (así me sigo viendo yo, con esta cara de pendex que mi madre me dio) se le acerque en algún momento. Bueno, ya lo haré, pero no hoy; aguantemos, aguantemos (si podemos). Puro poder versus poder puro; así son las cosas en esta empresa del demonio.
Por último, una comprobación reconfortante: aunque pasé dos horas seguidas esta mañana escribiendo, no me cansé. Sigo mantiendo la energía y el tono, sobre todo el tono (creo que estoy en muy buen camino para contar historias; ¡ah, si pudiera mantener este ritmo para contar también las inventadas!); y además otra cosa: las correcciones que tuve que hacer fueron mínimas: un par de acentos ausentes, unas terminaciones verbales, algunos queísmos; las psicológicas las dejé: me gustan los neologismos que se han formado (ya los habrás visto, supongo), aportan otro sentido, como un cruce, una salida o un salto. Bien. Si no me puedo ganar la vida como escritor siempre puedo presentarme como secretario ejecutivo o tipiador. ¿Aceptarán hombres en esos puestos claves?
Bueno, otro abrazo... mejor dicho, el primero. Pero con mucho cariño para vos y tu jermu. Y no dejes de contestar por carta, so vago, que para algo te fuiste a vivir a Córdoba.

A.M.

19 y 2 del 20 del 10: A media tarde, después de una entrevista sin cocaína ni sexo, Escribano me encuentra en la Revista; yo estoy sentado junto a uno de los fotógrafos apretando una pelota naranja de goma espuma: he estado comentando la incertidumbre de mi situación y el fotógrafo ha dicho que así son las cosas acá, o algo por el estilo. "No ha tenido ninguna respuesta todavía", me dice Escribano. "No", le diremos. Y me paro. Como lo veo serio entrecruzo los brazos sobre el pecho y escucho lo presumible, al cabo de un mes y diez días: "Sigamos como siempre", dice Escribano. "Hemos estado hablando y la respuesta de la empresa es ésa". Lo dice muy serio y yo, que no lo soy tanto -pero tengo un día bastante tranquilo- le diremos: "Me lo imaginaba". O algo así. Entonces paso al plan B. "Tengo un proyecto periodístico para el diario. Es una mezcla de periodismo y marketing. Se lo pasé a Fernán y a...", diremos. "Sí, ya sé que estuvieron hablando...", dice. "... Y a Luis Saguier". Pero no sé si esto último lo escucha. De cualquier manera, sigo el consejo que me dio esta mañana Abel y se lo ofrezco. "Lo voy a leer con mucho interés", me dice. "¿Si? ¿Lo va a leer?". "Y se lo devuelvo con anotaciones", agrega. Se lo ve íntegro y firme, como en sus mejores momentos. No sé porqué está tan serio, aunque supongo enseguida que es para imponer respeto. Así que cuando se va me quedo un poco amargado pero no mucho, y rápidamente le comunico las noticias a Alicia que, como siempre, pareciera ya haberlo sabido y tal vez finja ignorancia, y a Hugo, que realmente se nota que no sabía nada y se relaja cuando le diremos que Escribano dijo que siguiera en la Revista. Después sacó tres printers del proyecto de Abel: le dejo uno a Alicia, le subo uno a Escribano y le doy uno al jefe de Zonales, un buen tipo, que le interesa el periodismo. El trayecto hacia el sexto piso no deja de ser excitante: subo solo en el ascensor, camino por al alfombra, saludo primero a las tres secretarias del lado de Luis Saguier, y enfilo después hacia Ana María, la secretaria de Escribano, que está hablando por teléfono. La espero y mientras la espero recuerdo la última gran pelea con él (lo que daría pie, si esto fuera una película, y yo el protagonista estelar, para hacer tal vez acá un flashback de los gritos de él y de los míos, en escena cargada de alusiones hacia una relación filial un poco desubicada, etcétera). Pero como no es ninguna película, simplemente ahí estoy yo esperando a que Ana María termine de hablar por teléfono para dejarle el proyecto (carpeta gris, con cinco hojas adentro que abrocho con la abrochadora de Ana María junto con la carpeta), y cuando corta se lo dejo y me voy, saludándola amablemente, tanto como amable es ella conmigo -que siempre lo ha sido-; esto es: sin necesidad de verlo a Escribano en ese momento, y diciéndoselo a la buena de Ana María.
Más tarde me siento a escribir estos apuntes del día y se acerca Pechito a comentar la escena, que vio y escuchó, atento a las internas. Para él, lo de Escribano ha sido todo una gran mentira: no cree que haya hablado con nadie y agrega, confiado, que Luis lo tiene entre ceja y ceja (con otras palabras lo dice, pero bueno); avala mi decisión de entregarle a ese Luis un proyecto alternativo y pronostica, una vez más y van..., el pronto retiro de Escribano dado que, según él, los Saguier ya no soportan sus actitudes autoritarias. Yo no lo creo posible hasta dentro de cinco años y Pechito asegura, una vez más, que tiene los días contados. En fin, ahora veremos quién sigue mi posta. Escribano todavía tiene poder, creo, para bombear cualquier proyecto; Fernán seguirá sin darme respuestas; queda sólo Luis, que por lo menos contesta enseguida mis llamados. Veremos qué pasa. Y buscaremos, en tanto, los datos astrológicos de la Donofrio para influir sobre ella y abrir, tal vez, un nuevo capítulo que la tenga como eje en este diario con aires de novela por entregas.

16 y 13 del 21 del 10: Vengo al diario en zapatillas y remerita, dispuesto a dar imagen de enfant terrible. Me prometo ir nada más que al gimnasio, y a mi jefe, decirle que bueno, sigo trabajando en la Revista, pero que no me puede pedir creatividad. Pero en cuanto me siento en al computadora me engancho con el trabajo. Y tiene su encanto: sé que soy necesario en la Revista. Así pues, a hacer notas de investigación más comprometidas. No irme con chiquitas: seguir adelante con las causas pendientes de Carlos Menem (de hecho, en el contestador automático me encuentro con un mensaje de Ricardo Klass: hace una semana que almorzamos y yo no volví a llamarlo; solamente hablé con Monner Sans, que no tenía nada. ¿Qué tendrá para decirme Klass ahora? Lo llamo y no lo encuentro. Dejo el mensaje grabado. Debería hablar con Zully, a ver si lo sigue viendo...). Por teléfono, le comento a Sabanes, en Planeta, que Klass me invitó a almorzar. El tira una buena síntesis de la cosa: "Eso se llama La Diáspora. Todos empiezan a moverse para ver cómo quedan ubicados ahora". Lindo tema para tapa de la Revista, ¿no? Los que se empiezan a ir... Hugo llama a reunión. ¿Voy? ¿No voy? Y si voy, ¿participo creativamente o no...? Dejémonos ir, a ver qué pasa. Consejo de Jóse: aportar ideas, ser creativo, trabajar. Y yo...
17 y 33 del mismo día: Algo pasa, y en lo que pasa intervienen todos. Entro a disgusto, aunque algo abierto, y salgo con nota otorgada -y asumida- por mí: un "gran" reportaje al hombre común. Esto es -y todos lo discuten un poco, ¿como para incentivar mi espíritu de contradicción?- un verdadero desafío. Un cambio en las reglas del juego del negocio periodístico, que si algo ha tenido por definición es la característica de entrevistar a la gente que hace cosas, o a la que le ha pasado algo, o que es algo porque, se supone, eso es lo que a la gente le interesa leer, y no sobre ellos mismos. Así entonces: un reportaje a gente que nunca saldría en una revista. Gente como Alejandro, el armador que fue futbolista y habla con la sencillez y la puntería de un tipo que la tiene clara. "Con muchos Alejandros más tenemos una gran nota", dice Alicia, que hasta debe soportar, en el movimiento de la reunión, que Hugo diga que una idea que propuso es "una cagada". Pero el clima es distendido. Y yo siento cómo un incierto, leve entusiasmo empieza a hacer carne en mí. ¿Cuánto me va a durar, por Dios? Espero que un año. Pero no sé... En realidad, es el tipo de gente a la que me acostumbré a entrevistar estando en Clarín. El tipo de gente que me dio la satisfacción de ver una nota mía enmarcada y en un bar, sobre Bernardo de Yrigoyen, cerca de Constitución. Periodismo populista o periodismo popular. Periodismo cívico o periodismo de barrio. Volver a las fuentes o algo así. Siempre se está volviendo. No he dejado de volverme sobre ellos, los otros, los protagonistas o lectores o... ¿Debería pedir plata? No hoy, en todo caso; veremos cuándo, y cómo. Tratemos de volver a un poco a la generosidad para con la gente, que finalmente lo es todo. ¿Lo es?
Ah, María Esther, María Esther Gilio, otra vez en tu linda estela... ¡Y editando, sí!, intención que me pesca al vuelo Alicia cuando doy como ejemplo la historia de Néstor, el transportista de Delfina al que le robaron el micro... Editando; o sea, escribiendo. Que para eso me pagan.
-Alejandro, mirá...
Me llama Alicia y me pasa el último número de la revista dominical del New York Times. Ahí la nota son: culturas; o mejor, subculturas.
-No es exactamente lo mismo, es otro enfoque... A Hugo no le gusta pero un enfoque tiene que haber.
-Si. Hay que escribirlo. Si no no hay escritura.
-Claro.
-Lo que pasa es que no tiene que notarse...
-Claaaro.

18 y 43 del 23 del 10: Aparece una carta de lectores en Clarín poniendo en duda la muerte de dos cadetes del Colegio Militar. La escribe la mamá de uno de ellos. Y nombra al otro, Dardo Marcos Niño. Es el hermano de Barbi.
-Hicieron pruebas y todo eso; era el promedio más alto del colegio militar; les hacen ese lavado de cerebro de que su vida no vale nada...
Eso me dice por teléfono, después de que le fotocopio esa carta. Y otras cosas más que no alcanzo a escribir, pero que esencialmente son: que ella está dudando, también, pese a que Dardo mandó cartas a la madre diciendo que la presión era insostenible, que evidentemente él no había podido cumplir con la carrera, y que lo que iba a hacer los iba a hacer sentir a todos muy mal.
Quedo en encontrarme con Barbi para ir juntos en el subte. Pongo un casette en el grabador.

16 y 01 del 24 del 10: Nos desencontramos. A las siete, la veo caminar apurada por Bouchard rumbo al subte. Me cruzo y distraigo un momento, y cuando vuelvo a mirar, ya no está. Tampoco la veo en la boca del subte. Supongo que, shockeada como iba, habrá ido a tomarse un colectivo. Voy a las paradas. Camino junto a los bondis y miro estirando el cuello, pero no la encuentro. Vuelvo a la boca de subte. No está. Busco un teléfono público para llamar al diario, a ver si todavía no salió y yo vi mal. Por supuesto, el teléfono público indica que la tarjeta es inválida. A las siete y media pasadas decido no esperar más y tomo el subte para ir a la Facultad. El papá de Barbi se mató hace algunos años. Suicidio. Hace unos meses el hermano. Pienso en Durheim y en "Los suicidas" de Di Benedetto. Imagino lo peor.
Pero hoy cuando llego veo la puerta del nido abierta y a Barbi en su lugar de siempre. Le devuelvo "Sobre la fotografía", de la Sontag, y le doy un aburrido artículo sobre la depresión que recorté para ella. Ella dice que estuvo esperándome en el subte, pero abajo, hasta las siete y cuarto. Que no habíamos quedado si en el subte arriba o abajo. Le pregunto como está (pero la veo más tranquila). Me dice que mejor, que ayer estaba shockeada; que al final fue a su clase pero que no pudo prestar atención a ninguna de las explicaciones. ¿Qué piensa hacer? Dice que nada. Que pensó lo que yo le dije de tomar la bandera del caso para que se investigue (yo no hablé en ningún momento de "tomar banderas" pero me callo la boca); sin embargo prefiere no hacerlo: prefiere pensar que la historia ya está cerrada. "En una de ésas no estaba", dice ella misma, sin que yo haga ningún comentario. Le recomiendo que mire "Nacido para matar", de Kubrick. "Pero ahora no", dice ella. Le diremos que es una película de guerra muy llevadera, aunque, claro, tiene una escena fuerte que muestra cómo se mata un miliquito. No creo convencerla.
Por otra parte, me dice, tampoco es que ella pueda hacer mucho. Mirar el expediente, sí, pero tampoco es que Dardo haya sido el hermano con que se crió. Barbi no puede, no quiere pasar por encima de la mamá de Dardo tampoco. Le diremos que el tiempo suele arreglar estas cosas.Ella no contesta, y es que en ese momento entra Adelaida, su jefa, y después un chico a devolver unos libros y a pedir una historia de Racing, y casi inmediatamente una de Cuentas Corrientes pidiéndole algo sobre las organizaciones. Le diremos a Barbi que después seguimos hablando. Cuando estoy al salir veo los libros que seleccionó la de Cuentas Corrientes. No están mal, pero le falta uno importante, que le recomiendo. Como no está en el nido voy hasta la Revista y saco un ejemplar mío de una estantería donde guardo mis libros de acá; se lo llevo a la de Cuentas Corrientes encomendándole que lo cuide y, cuando termine de usarlo, me lo deje por Barbi. Dice que sí.
Y ahora vuelvo a mis asuntos cotidianos: cómo hacer para conseguir más plata. Tengo una estrategia pensada: decirles a Hugo y a Alicia que bueno, ya que Escribano decidió que sigamos trabajando juntos, que ellos me consigan más dinero. Si no lo hacen -hay que ver cómo lo planteo, aunque tal vez lo mejor sería ponerme duro- no van a tener de mí creatividad ni calidad. Soy el redactor con más oficio que tienen. Soy un escritor. Puedo hacer lo que ellos quieran (entrevistar a un Presidente o a un croto, y escribir igualmente bien los testimonios de los dos). Eso tiene un precio: mil pesos más por mes. Yo ya moví todas mis piezas (mentira: en realidad todavía me quedan varias jugadas en la manga); ahora les toca a ellos. O sea, que seamos socios. No por amor, por interés. Son las reglas del juego. Y no las puse yo.
16 y 53 del mismo día: El mensaje es claro, me dicen, después de charlar con ellos, Hugo y Alicia : si hablaste con tantas personas y todas te dijeron que no, creo que no hay mucho que puedas hacer. "Lo mejor que podés hacer es buscarte otro trabajo", dice Alicia. Y Hugo, muy serio, cruzado de brazos, incómodo, asiente... En realidad no lo han dicho tan clarito, pero así lo tengo que entender. Me guste o no, mi ciclo en este diario está terminado. ¿Qué me produce esto? Un tremendo estupor. Hugo cree que me he sobrevalorado. ¿Lo hice? Tal vez. No, no lo creo. Yo estoy pidiendo más de lo que ellos están dispuestos a dar. ¿Y Luis Saguier? Tal vez tenga que hablar con él antes de decidirme a partir. Veamos qué me dice.
Lo llamo al interno y no está en su oficina, sino reunido con Redacción: con Escribano y con Fernán, como todos los viernes; sale a los seis y cuarto. Lo mejor que puedo hacer es ir a dar una vuelta y volver después, a ver qué pasa. Esta hora puede ser decisiva para mí. ¿Dónde pasarla? (Pero pará, pará, pará, paráááááá´!!!!! Esto no es ficción, ésta es tu vida. Y, sí. Justamente). Sólo espero no crearme hostilidad con la decisión que tome. Y que, Hugo por fin se ha sincerado, ha tenido más que ver con el "inconsciente colectivo" de esta empresa que con mi desarrollo personal como periodista. ¿Qué es eso del "inconsciente colectivo"? Que el año pasado Escribano le pidió a Hugo que buscara un reemplazante para mí, después que lo seguí por toda la Redacción. Esas cosas no se perdonan, entonces. Entonces me tengo que ir.
Un lugar como éste (y tal vez sean así todos) se sigue manejando con premios y castigos, dados por el modo en que uno se relaciona con los demás antes que por el desempeño periodístico concreto. Lo que me temo es que vayan a bombear el libro de El Ateneo. Así pues, tendré que tratar de meter lo mejor de mí en ese proyecto. ¿Estará lo mejor de mí en ese libro ambicioso y pretencioso? No sé. Es una apuesta. Llamemos por teléfono a Andrés, a ver qué opina.
Lo único que sé es que si logro salir airoso de ésta, le habré torcido una vez más el brazo al poder. Esto es: ¿quiere un cambio verdadero y profundo La Nación? Luis Saguier me dijo ayer, en el ascensor, que me debía un charla. "Si ya charlamos...", dije yo. "Bueno, un café con Comesaña y...". "Ah, cuando quieras...", le diremos. Es mi última carta antes de soltarme del todo. Por primera vez, deseo que Pechito tenga razón. Y que el poder de Escribano se haya visto realmente recortado. Hugo y Alicia han vuelto a responder a sus órdenes otra vez. Mi intuición era cierta. Se ha sabido, me dice Hugo en esta pequeña reunión que acabamos de tener, que además de hablar con la plana mayor (la expresión es mía) conversé con otras personas. ¿Con qué personas? "Con compañeros de otras secciones". Ay, Cali, Cali...
Estaba de buen humor cuando entré a conversar con ellos. No voy a perderlo por un brote fascista ahora. Yo no soy cínico. Muevo mis piezas honestamente. Y les sigo teniendo afecto, pero... Pasado mañana son las legislativas; mi vida estará ligada al cambio político por primera vez en la vida. ¿Será horá de que trabaje como Walsh, por las mías? Bien podría investigar la locura de la muerte de Dardo Niño en el Colegio Militar. ¿Deberé publicar esos datos en hojitas sindicales? Tal vez.
-... es como que no me da para irme veinte horas a Escocia, ¿entendés? Además, el de British es directo: Argentina, Londres, ¿entendés? Es como que se me hace un mundo, ¿entendés? Yo soy de tierra, no de aire. Veinte horas de avión es como que me dá un ataque, ¿entendés? Veinte horas de viaje, mínimo. La verdad que no...
Que no...
-Si... Si...Siii. No hay problema. Si, bárbaro. Está bien, no te preocupes. Bueno, mil gracias por todo. La gestión y la comprensión... Claro... claro... Y además, te diremos la verdad, estoy con tanto, tanto trabajo acá... Yo pensaba irme el seis y no me voy nada el seis... Tenemos que hacer una revista de 300 páginas... Pensaba volverme el seis y voy a tener que estar el cuatro acá... No, bueno, perfecto. Chau.
Pauline’s words.
Opciones si Luis Saguier no dice que me quede (o no me pide para trabajar con él en un área Proyectos Especiales, que dicho sea de paso es incierta, como incierto resultó el mensaje tirado sin botella a Ana Donofrio y, por extensión, a José Claudio: que dicho sea de paso cumplen años con un día de diferencia: ella el 4, él el 3; ¿y mi astróloga de cabecera? ¿qué dirá mi astróloga?):
a) Terminar el libro de los argentinos.
b) Cerrar contrato con Planeta para el libro de Zulema (hoy hablé con Rotundo y pareció interesado en esa "editorial importante" que está interesada en publicar la biografía, "autorizada": le aclaro, y un poco le miento, en aras de conseguir su venia, de la turca Menem),
c) Iniciar la investigación sobre el supuesto suicidio de Dardo Niño (para Página 12 o Tres Puntos o el diarito de Fontevechia).
d) Seguir viviendo.
Hablemos con Barbi. Después, con Rivera, con Abel González, con Jóse, con Dios y María Santísima. Y con mis hijos, claro. Y con el Diablo, pero por fax.

19 y 01 del mismo día: Ansioso, quiero irme a la mierda. Es más, agarro mis cosas y enfilo para los ascensores. He estado hablando con Barbi acerca de hacer una nota con su historia pero no para publicarla en La Nación sino en algún otro medio. La charla queda interrumpida por la aprición de Pandini y una pasante que Pandini desea (le elogia, incluso, el repulgue que su busto ha formado en la camisa); salgo del nido sintiendo que hice mal, que no tenía derecho a tratar a esa chica como objeto de mis investigaciones periodísticas (he llegado incluso a decirle, durante la charla, que si publicara algo no lo haría por ella sino por los chicos del Colegio Militar: los que quedan, para que instituciones tan salvajes como ésas no sigan funcionando).
Después le sigo dando vueltas a mi futuro en el diario. Repaso una y otra vez la charla con Hugo y Alicia. Pienso en Saguier. Hago bromas con Alicia: "Vas a pensar que soy un loquito, pero tengo un dato fantástico que me enteré: José Claudio y Ana D´Onofrio cumplen años el mismo día, el 4 de diciembre". "José Claudio cumple el 3", dice Alicia, de buen humor. Es una mujer que por fin entiendo: se puso firme en su rol de jefa, y de mujer de la empresa: "No vas a pretender cambiar vos esta empresa de 130 años" y "Creo que esperabas una respuesta favorable y no te la dieron, no podés ser tan negado como para no verla". Y lo de Hugo, otra vez: el castigo que me hacen pagar por haberlo enfrentado a Escribano. "Pensá que en un tiempo va a ser un recuerdo nomás", dice Jóse después, cuando le cuento estas alternativas por teléfono. Me dá también, porque se lo pido, el teléfono de Ibarlucía en Tres Puntos (866-1881). "Bueno, a la noche hablamos... No sé que decirte", me dice, amorosa.
No estoy, curiosamente, amargado. Me duele que Hugo se sienta tan molesto conmigo. Es un buen tipo, pero ha quedado resentido. Por lo visto, además, nadie más me quería ya en esta empresa periodística. Y en cierto modo, repito el proceso de Clarín, pero con otra perspectiva. De pronto estoy seguro de que Escribano no va a leer nunca el proyecto de Periodismo Cívico que le pasé. He hecho los mismos movimientos que hice en Clarín, cuando se me venía la noche (como diría el Príncipe Antognoni): entonces le pedí una entrevista a Guareschi para escribir un Manual de Estilo. Nunca me recibió. Ya sé que Escribano no va a recibirme más. Una lástima. Después de todo, había llegado a tener un buen diálogo con él. En fin.
Pero no estoy siendo justo con la realidad. Y no por Escribano ni por Alicia ni por Hugo. Por Barbi. Barbi Niño me llama desde un teléfono público en ese momento en que volví a buscar mis cosas, confiando en que Luis Saguier me devolviera el llamado. Me llama y dice que se quedó mal por lo que le dije. "Sí, soy un animal, soy una bestia, disculpame, no dije nada", etcétera. Pero ella va al grano: no le gustó que, después de todo lo que confió, yo hablara de escribir la historia de su hermano. Ella me lo contó como a un amigo. Ya le fallaron muchas veces, me dice. Me conmueve. "Quedate tranquila. No voy a publicar nada", prometo. ¿Podré cumplirle? "Yo sé que para vos es una gran nota", me dice, pero...
-Pobre Sergio, tiene que ir a dar una clase y se le rompieron todos los videos. Son historias de pacientes. Cámaras gsell, esas cosas. Qué embole. Yo le diremos que se calme, que los pruebe cuando llegue... ¡Qué hermoso ese bebe!
-Mm. Queda una cosa, un chorizo de...
-¿Cabak?
-Si.
-Tenés que poner, en el título de arriba, "Cuestión de estilo", después el neim. ¿Así que vas?
-Si.
Entonces intervengo, tal vez nuestro último diálogo como compañeritos de equipo:
-Yo le diremos que se lleve valium, una petaquita de uiski y listo...
-Yo la super entiendo, porque a mí me pasa igual -dice Alicia-. A la mañana pienso una cosa, a la tarde otra; a mí me pasa todo el tiempo.
Vuelvo a ésta. Barbi. No, no voy a escribir nada sobre el caso Niño. Mi vida profesional podrá existir sin contar esa historia. No soy Rodolfo Walsh. Soy Alejandro Margulis. No es mi historia salvar a los miliquitos que se meten a estudiar en el Colegio Militar. Que se jodan por marmotas.
Entonces, replanteo de proyectos:
1) el libro de los argentinos.
2) nuevo libro de cuentos.
3) novela.
4) pintura para niños en Snoopy o particular.
5) asociación cooperadora de la escuela La Pampa.
6) prensa en Zorva con Pérez Martin (de algo hay que vivir).
7) libro de Zulema Yoma u otro por el estilo (hay que seguir con el periodismo, ¿no?)
8) frilanceo? No sé, no sé... aunque siempre fui un frilans. Un colaborador independiente. Es eso. Nunca dejé de serlo. No un revistero. Un frilans. Un lanssssero de bengala. Un lancero.
9) sexo.
10) drogas.
11) rock & roll (nunca es tarde para empezar).
Y que los eunucos bufen! Grande, Robertito! (fin de cita).

34. Retomemos ahora la cuestión del orden. Es sabido que el orden consiste en unir dos o más elementos dispersos dentro de un espacio o criterio común. La máxima decisión y a la vez, el máximo obstáculo, no es tanto el traslado de estos elementos como su primera selección. No importa cuántos serán los que deban ser trasladados de una parte a otro; toda la lucha por el orden se condensa en el primer pase de manos que produzca el sujeto ordenador.

35. Y es curioso este nombre. ¿Ordena mejor que el azar el ordenador en el que escribo ahora? ¿Ordena mejor el ordenador que la memoria? También los asesinos son ordenados en sus métodos (y supieron trasladar personas de unos lados para otros). Y las personas obsesivas ni qué hablar. Ahora bien, Margulis era un escritor anárquico por naturaleza. A sabiendas de que todo esquema de control con que sometiera a sus criaturas (tal vez sería mejor hablar de formas, a secas) iba destino a la clasificación entomológica o académica (damos fe) se pasó la vida desordenando las pistas que alguien pudiera encontrar interesantes para evitar ser (cito) desollado vivo (fin de cita). No por patética, la imagen con que se refiere a esta incerteza deja de tener cierta validez para el análisis. Margulis sabía, como que toda su familia paterna aún conserva la misma marca en el orillo, que cuanto más dispersa fuera su obra menos velozmente los críticos caerían sobre ella convirtiéndola en (cito) carne de cañón (fin de cita). Así se explica que hubiera visitado tantos géneros antitéticos a lo largo de su vida: no tanto una gran obra como un gran intento de eludir a los buscadores del sentido. De ahí que tantos de sus textos (la mayor parte de ellos, los más buenos) hayan quedado sin publicación.

36. Ya que nadie más tuvo ocasión de hacer este trabajo, a nosotros nos toca el ímprobo trabajo de exhumarlos. Es una pena no tenerlo ya cerca para hacerle una que otra consulta. En su primera aparición pública, por caso (10), ¿tuvo noción el todavía joven Margulis de que así como un periodista elogiaba que su reunión hubiese sido (cito) más coherente y ordenada que algunas de las realizadas hace años por la SADE (fin de cita), del otro lado de la misma página del diario -propiedad dicho sea de paso de una viuda que sería metida presa, unos veintidos años después, bajo sospecha de haber adoptado hijos de desaparecidos- se transcribían en nota sin firma (11) las declaraciones del brigadier Angel M. Zamboni, a la sazón gobernador de la provincia, quien dando la (cito) bienvenida a los funcionarios nacionales y provinciales (fin de cita), en el pomposo marco de la Primera Reunión Nacional de Ministros de Bienestar Social (las mayúsculas son de ellos), supeditaba -en rigor, presuponía- el ejercicio de la libertad (estoy por citar) a (cito) un orden que reconoce derechos pero también impone obligaciones sociales (fin de cita)?

37. No.

38. No creemos que el todavía joven Margulis lo supiera.

39. La egolatría que lo caracterizó hasta el último de sus días lo inhabilitaba a dar vuelta la hoja donde había aparecido por primera vez él en persona, sin barbas, como bien observara el cronista del diario. Y sin embargo, una y otra faz, ambo y dorso de esa página hoy amarillenta que puede consultarse sólo en la Universidad de Princeton (y en microfilm en la Universidad de Munich), conforman la verdad doble de la persona y el personaje, que de ambos nos seguiremos ocupando un ratito más aún aunque se nos reproche favoritismo o excesivo tesón.

Interesante resulta, antes de pasar a otra cosa, el uso de las metáforas con que Margulis se preservó de la exposición pública o académica: ni la posibilidad de desollar a alguien en vida ni de utilizar como blanco de tiro su grasa y masa muscular, con los respectivos aportes subcutáneos que todos poseemos, fue prácticamente materia de pedagogía o estudio universitario vinculado con su Obra. Otros plácemes (con perdón de la ironía) se nos pueden endilgar. Es razonable que el clima de época en que pasó sus años de formación hayan sembrado en él una suerte de trauma paranoico que lo llevó, cuanto menos, hacia la más triste de las invisibilidades. De ahí también la exclusiva, lógica e impecable lectura que de su única novela de ficción publicada ha hecho la Crítica Alemana (12) (cito) : Hombres con hombres con hombres : Männlichkeit im Spannungsfeld zwischen Macho und marica in der argentinischen Erzählliteratur (1839-1999) (fin de cita).

III
Hora más tarde y a golpe (inicial) de un grabador

41. Tómense llegado este momento las impresiones grabadas que acerca de la historia política argentina registró el Margulis ya cuando fue un adulto, de boca de algunos amigos como el Horacio Despatillats, doctor en química antes que flamante narrador editado por la pequeña editorial que lo descubrió, dirigida por el susodicho de apellido supuestamente perlado. Figura la voz de aquel en una de las muchas cintas -que tal vez más tarde enumeremos- disputadas malamente por algunas novias y otros herederos de la nada. Al peronismo por ejemplo (voy a citar) este Horacio nunca le encontró nada que podría llamarse (cito) una ideología, una cultura profunda (fin de cita).

42. —Tendremos que sacar ciento cincuenta páginas que sobran —se escucha la voz del Margulis por sobre la otra.— De todas las citas que terminen quedando finalmente en la novela hacemos el porcentaje, hacemos las cuentas, repartimos derechos de autor...

43. En tanto el Horacio que ha comenzado a hablar no produce sonido alguno frente al comentario de marras, otro Horacio (13) , silencioso aún, escande una risa profunda.

44. Lo mismo fue en la época de Yrigoyen (sigo citando) que la mayoría era radical. (Cito:) ser radical era como ser de River o de Boca (fin de cita). Y así se formaban, cosa que al Horacio que habla le consta por un primo de él, que era (cito) puntero de la diecinueve (fin de cita) que se juntaba con los militantes radicales a discutir (cito) toda una noche (fin de cita y una serie de reiteraciones de uno y otro y uno: "Al pedo" ; "totalmente al pedo" ; "al pedo") durante la cual discutían cuestiones, decía el primo del Horacio químico y narrador (cito) programáticas (fin de cita). Correcto nos resulta empero que acto seguido renuncie a las falsedades de la historia y lisa y llanamente las distinga por su nombre, como se diría en el barrio (cita) de pila (fin de cita), por no decir que es mejor llamar (cito) al pan pan y al vino vino (fin de cita).

45. Cito de nuevo: acuerdos programáticos son los chanchullos (fin de cita).

46. —¡Más bien! —dice el otro Horacio.

47. Y continúa el primero, imitando una voz ajena (cito): Mirá, nos vamo a encontrar y vamo a hacer tal y cual cosa. Primero yo, después vó y..

48. —Claro...

49. —...está el negocio...

50. —El negociado... Y entonces le preguntaron a Yrigoyen lo que quería decir la palabra, la palabra "radical".

51. La cinta en nuestro poder dice que entonces el líder de la Unión Cívica Radical, Don Hipólito Yrigoyen (1852-1933), quien llegó a la presidencia argentina tras (cito) décadas de conspiración y abstención electoral (14) (fin de cita) en el año 1916, dijo (cito) el radicalismo es un sentimiento (fin de cita).

52. —¡Igual que Boca! —el Horacio segundo.

53. —¡Igual que Boca! —el Margulis.

54. No debe tomarse esta ironía con liviandad, ya que también del orden emocional parece ser el atavismo que induce a ciertos pueblos a seguir movimientos marcadamente irracionales -como el peronismo argentino y otros ismos del norte de Europa, surgidos por caso en Alemania cuando aún era una potencia bélica no disuelta por el Eje. Sin embargo debe dejarse constancia de que la charla deriva entonces, por incidencia del Margulis, hacia un terreno inesperadamente banal. A qué edad, pregunta el entrevistador, no sin definirse antes como alguien a quien le gustan (cito) las jovencitas (fin de cita) un hombre (cito) debe empezar a recurrir a otros sucedáneos (fin de cita). Se oye sólo un silencio, y como unas risas sofocadas, o tal vez cómplices, que evidentemente lo obligan a reiterar la pregunta sólo que en los siguientes términos: a qué edad (cito) se debe empezar a despertarles otro tipo de emociones (fin de cita) a las mujeres jóvenes.

55. Lo cual en vez de obtener una explicación cabal desemboca en el siguiente cuento o chiste acerca de un hombre que recurre al médico para pedir (cito) media pastilla de viagra (fin de cita). Por qué media, es la pregunta que no se esucha en la cinta pero sí una muy similar (cito): para qué quiere media (fin de cita).

56. —¿Sabe qué pasa? Cuando voy a mear... —una voz finita— me meo los zapatos. Por eso, doctor... —más finita aún— que se me pare un poquito nomás...

57. Y ahora las risas son sonoras, carcajeantes, unívocas, gimientes casi, hasta la desubicación y el exabrupto. De hecho no se entiende a dónde quiere llegar el Margulis desplazando, con su tono siempre casual, la interesante conversación política que había despuntado al comienzo de la cinta hacia el terreno escatológico o urinario en el que se encuentra ahora. Ya que cuando todavía las risas siguen escuchándose, cuando las respiraciones de los tres hombres vibran todavía en el aire suponemos cerrado de ese cuarto de trabajo o estudio, entonces, claramente, se escucha cómo el Margulis pregunta qué cosa fue que cuando estaban investigando descubrieron que era (cito) un afrodisíaco (fin de cita).

58. El Horacio que ha llevado el peso de la charla es quien habla de las (cito) tantas cosas (fin de cita) que son afrodisíacas; y como la respuesta no parece satisfacer a sus interlocutores alude a lo lejano de unas tradiciones vinculadas con el (cito) parapitol (fin de cita) ya que (cito) los alquimistas tenían tres ideales u objetivos, que eran la transformación del lodo en oro, el solvente universal y la fuente de juvencia (fin de cita pero vale la pena volver al Horacio este una vez más ya que, bueno... Cito de vuelta:) la fuente de juvencia no era otra cosa que el viagra (fin de cita).

59. —Se llamaba la Fuente de Juvencia pero era eso: el Parapitol —dice el Horacio este y sin embargo aporta lo que a su criterio es infalible para la mencionada necesidad (cito): pero la solución universal es cambiar de monta (fin de cita).

60. Hondo silencio se escucha entre los tres hombres reunidos alrededor del grabador.

61. Hondo silencio.

62. De los cuadernos revisados del joven Margulis nos surge en este instante una anotación singular, proveniente de los días en que compartía estudios con el ahora miembro de número de la Academia Argentina de Letras, Don Isidro Balisten.

63. Dado que tampoco esos cuadernos poseen numeración identificatoria alguna será necesario categorizarlos constatando en principio el hecho de que son naranjas, de cuarenta y seis hojas aunque sin ombligo, espiralados y marca Gloria. Una dirección cercana al Parque Lezama de Buenos Aires, en tapa, nos induce a pensar que uno de ellos es el primero de la serie. Los cuadernos marca Gloria son cuatro y luego hay un quinto, manufacturado en USA, que si lo tomamos en cuenta es porque la singular anotación (en rigor todo un texto, inédito) continúa en él como si el autor se hubiera quedado sin espacio en los anteriores, cosa inexplicable, como en seguida leeremos.

64. Se trata de cuatro comienzos de lo que indudablemente ha sido concebido como cuento o relato, según. Estos principios no se diferencian gran cosa entre sí, por lo que no resulta muy claro qué es lo que ha estado buscando el Margulis en el año 1983 (15) (hay una fecha en uno de ellos que nos dá idea de que estos textos provienen del año 1983 ) escribiendo y reescribiendo casi la misma versión una y otra vez. Cada comienzo o versión se multiplica al mismo tiempo en otras varias, ya que palabras y párrafos tachados (por lo general con líneas diagonales o viboreantes) pueden reconstruirse con muy poco esfuerzo visual. Junto a ellos, escritos en la particular cursiva del Margulis, hay anotaciones hechas en letra de imprenta mayúscula. Todo el texto fue realizado con tinta azul, verde y negra, presumiblemente proveniente de biromes marca BIC.

65. Lo más interesante son entonces las variaciones.

66. Cito: La cosa comenzó la tarde que... (fin de cita) ; que ha sido reemplazado por (cito) Todo comenzó la tarde que... (fin de cita) ; que ha sido reemplazado por (cito) A los nueve años uno tiene (tachado) siente algo en el alma que... (fin de cita) ; que ha sido reemplazado por (cito) Hay un (tachado) Elena Schultz (16) y Marcela Mendez -escribo sus apellidos con la esperanza de que... (fin de cita) ; que ha sido reemplazado por (cito) El único que sabía que a mí me gustaba también (tachado) me gustaba Helena Shultz era... (fin de cita).

67. Vale la pena extender estos trozos un poco más. Cito por separado, eligiendo la versión visible (pero constatando la ausencia que se intentó suprimir sin éxito):
a) Todo comenzo la tarde que al Gordo Vidal se le ocurrió ir a preguntarle a Elena Schultz qué chico le gustaba más.
b) A los nueve años uno siente algo en el alma que no tiene nada que ver con los defectos físicos de la otra persona (dos o tres palabras cortas tachadas). Uno tiene un amigo del alma, probablem... (tachado) una chica que le gusta y una tortuga. Lo único que tenía yo cuando cumplí nueve años fue (tachado) era Tere, la tortuga (¡todo el párrafo está tachado!).
c) (A continuación del anterior, tras una línea horizontal que un poco se abomba, como un cielo o un horizonte, en birome verde) El único que sabía que a mí me gustaba Helena Schultz era Gustavo, mi amigo del alma (tachado) Iriarte. Y lo sabía porque a él también le gustaba mucho. Helena era la jefa del grupo de las chicas en la Colonia de vacaciones del Club Harrod´s Gath & Chaves.
d) Elena Schultz y Marcela Mendez -escribo sus apellidos con la esperanza de que si leen este cuento traten de comunicarse conmigo (agregado) nuevamente- no eran amigas entre sí. Elena era la líder del grupo de las nenas que iban a (tachado) de la colonia de verano del Club Harrod´s Gath & Chaves. La profesora Liliana siempre decía que Elen... (tachada toda la oración).

68. Ahora bien, ¿aludía la Elen... tachada del Margulis acaso a la cantada por Homero? ¿O era más bien la suya una insinuación de aquella de la cuarta oda, que según constata el Horacio antiguo fue deslumbrada y seducida por aquel (cito) huésped infiel con su cabello hermoso (fin de cita) que la fascinó no sólo vistiéndola (cito) rica de oro (fin de cita) y con (cito) regio lujo (fin de cita), sino particularmente por (cito) el séquito que trujo (fin de cita)? Me inclino más bien a pensar que si a alguna mujer estaba aludiendo era a esa otra (cito) nueva Helena / refugiada en su pura desnudez de catarata solar / crucificada en el lecho de una cámara que posee su propio / naufragio (17) (fin de cita), ya que sus escritos de ese primer año de la democracia se inclinaron, alguna vez me lo confesó, un poco azarosa y metafóricamente hacia el intento de construir lo destruído.

69. Una mañana muy temprano el Margulis que nos aqueja soñó antes de despertar (siempe pasa) que por fin todos escuchaban lo que él tenía atragantado en el garguero, y que con él (cito) el pueblo (fin de cita) quería oír más, mucho más de lo que él decía. Por fin su (cito) necesidad de alguien (fin de cita) que lo aplaudiera (cito) tras esperar la caída del telón (fin de cita) y que permaneciera (cito) sentado hasta que el cantante (fin de cita) dijese (cito): "Vosotros, aplaudid." (fin de cita) era una realidad! En su sueño los académicos del mundo se unían con las gentes comunes para ensalzar la Obra que había llevado tenazmente a cabo. Es que por fin él se había dado cuenta (cito) de las costumbres de cada edad (fin de cita); por fin había sido capaz (cito) de dar lo que conviene a naturalezas y años cambiantes (fin de cita). En su sueño todas las mujeres más hermosas e inteligentes lo aplaudían, ensalzaban su maravilloso uso de la lengua y de paso le pasaban, con las suyas, la saliva del saber por todas partes, particularmente las bajas. Si hasta incluso una petisita y fea, pero muy brillante, se le acercaba sonriente para reconocer lo lejos que había llegado. Cabeza abajo se ponía y lo felicitaba en público por lo bien que había conseguido conjugar obsesiones íntimas y problemas colectivos, aquellos que otros escritores ciertamente tan egotistas como él jamás habían logrado sintetizar en el país donde residía.

70. Tenía este cuento o relato corto (según) acerca de sus primeros amores que estamos por citar una función muy importante en el sueño del Margulis. La descripción del personaje alunado era -reiteremos- por fin reconocida como la del (cito) niño que ya sabe reproducir palabras y marca la tierra con pie seguro (fin de cita); se notaba perfecto que el nene del cual hablaba en el cuento o relato corto gustaba luego (cito) enormemente de jugar con los otros de su edad (fin de cita) y que incluso cuando concentraba (cito) su ira (fin de cita) la abandonaba (cito) sin razón suficiente (fin de cita) y era capaz de cambiarla (cito) de hora en hora (fin de cita).

71. Citaré entonces el cuento o relato corto completo en su primera versión; bajo un título meramente enunciativo: (cito) Primeros Amores (fin de cita), donde tras un primer párrafo tachado por dos líneas o rayas cruzadas en diagonal a cuyo lado se lee, entre signos de admiración (cito) ¡NO! (fin de cita), el cuento posee un segundo párrafo, también tachado por dos líneas o rayas cruzadas en diagonal y algunas oraciones a su vez tachadas como esta: (cito) el sector exclusivo que había para nosotros (fin de cita); tras el cual viene un tercer párrafo, ya a vuelta de hoja, que continúa tachado por la prolongación de las mencionadas líneas o rayas diagonales en el cual hay además dos palabras tachadas, (cito) el grupo de (fin de cita) y, curiosamente, (cito) Elena (fin de cita). Podría considerarse de este modo que el cuento o relato corto, según, empieza propiamente en la línea o raya de diálogo siguiente (cito): "¿Me ibas a preguntar algo?" (fin de cita). Aunque el modo en que Elena lo ha preguntado figura bajo una viborita -(cito) desafiante (fin de cita)-, y la reacción del grupo de niñas bajo una línea o tachón horizontal -(cito) las nenas se empezaron a reir (fin de cita)- lo cierto es que a partir de la afirmativa respuesta del tal (cito) el Gordo (fin de cita), quien es empujado a ello por el antagonista de la hisoria: (cito) alentado por Gustavo que le murmuraba desde atrás "decile, decile" (fin de cita), el cuento o relato corto, según, evoluciona en las siguientes cuatro hojas y diez renglones casi sin interferencias.

72. Cito pues:

73. " –¿Qué chico te gusta más?
Elena sonrió.
Un rayito de luz (tachado) sol brilló sobre sus aparatos.
–Ale –dijo–. Y me voy a casar con él cuando cumpla quince años.
Las risas y los empujones fueron tan fuertes que Elena y el Gordo Vidal se encontraron abrazados momentaneamente. Alguien me agarró del brazo y fui arrastrado junto a ellos. Tenía las manos sudadas, una sensación como de bostezo que no sale me impedía hablar.
–¡Quese beeesen! ¡Quese beeesen! –gritaron todos.
El Gordo me empujó la cabeza contra la suave mejilla de Elena y ella protestó :
–¡Ay, bruto!
Torpemente (tachado) Me separé temblando pero el Gordo nos sostenía firmemente por el cuello y volvió a hacernos besar por segunda (tachado) esta vez casi en la boca.
–¡Soltame, tarado! –grité y le pegué un puñetazo en el estómago. Me soltó, pero (tachado) los ojos se (agregado) le llenaron de lágrimas. Nunca le había pegado tan fuerte a nadie en mi vida y me sorprendí (tachado desde "y"). No quise mirarlos (tachado el deíctico) hacia Elena y me apuré (tachado) me alejé despacio. Gustavo intentó detenerme pero lo aparté de un empujón.
Los chicos cantaban muertos de risa:
–¡Tieeene nooovia! ¡Tieeene nooovia!

A las tres y media Molina anunció que era hora de ir a la pileta. Molina era nuestro profesor; no sé porqué, siempre pensé que había sido policía en su juventud (tachado) que era policía o del ejército.
Hasta ese momento yo había logrado evitar toda referencia a mi flamante noviazgo ignorando absolutamente los comentarios burlones, pero en el vestuario las bromas recomenzaron. Danielito Schultz (18), sobre todo, estaba insoportable. Mientras me duchaba y comparaba mentalmente el tamaño de mi pito con el de mis amigos, el hermanito de Elena se acercó.
–Tengo unas fotos de mi hermana bañándose en casa... –me decía con voz pícara.
–¡En serio! –exclamaba Gustavo antes de que yo pudiera decir nada.
–Sí –decía el mocoso–. En una se le ve el (tachado) un lunar...
–¿Escuchaste gordo? –decía Gustavo–. El pendejo (tachado) Danielito tiene unas fotos...
–Si, ya escuché –decía el Gordo Vidal–. Y decime, Danielito, ¿las tenés por acá?
–Nooo. Están en casa, en un (tachado) bien escondidas las tengo...
–Che, parénla –decía yo molesto (tachado) saliendo de la ducha hecho una fiera (tachado) yendo a buscar la toalla y la malla (tachado) y el pantalón de baño para ir a la pileta.

Las nenas (tachado) chicas todavía no habían salido... (interrumpo la cita).

75. Se hace momentáneamente necesario interrumpir el hilo de la cita para no perder el modelo interno que el Margulis ha estado usando (o queriendo usar) en sus pespuntes de la posadolescencia. Un clásico trístico monorrimo con estribillo, el así llamado zéjel popularizado entre los musulmanes de los siglos XIV y XV, aparece copiado y tachado varias veces a lo largo de las diferentes versiones del cuento o relato corto (según) que comentamos. Cito primero el famoso esribillo:

76. Vivo lelo con razón
amigos, toda sazón (fin de cita).

77. Cito la primera variación o mudanza:

Vivo lelo e sin pesar
pues amor me fizo amar
a la que podré llamar (fin de cita).

78. Cito la vuelta:

más bella de cuantas son (fin de cita [Vivo lelo con razón, etc])`.

79. Cito la segunda variación o mudanza:

Vivo lelo y viviré
pues que de amor alcancé
que serviré a la que sé (fin de cita).

80. Cito la segunda vuelta:

que me dará galardón (19) (fin de cita [Vivo lelo con razón, etc]).

81. ¿Sabe el joven Margulis que en su composición narrativa está imitando el popularísimo estilo cantado por las bellas, turgentes, lascivas, sensuales, jovencitas y acaso margulianas cantaoras y bailaoras andaluzas, que los volvían loquitos a los hombres allá por los días de los califas? ¿Entiende que las mudanzas que pretende insuflar a sus escritos apenas despunta el oficio literario no son para nada originales? ¿Se pone cachondo el joven Margulis imaginando que alguna señorita de esas que acabamos de nombrar se pondrá húmeda al leer sus crípticas, subrepticiamente eróticas páginas?

82. No lo creemos.

83. No lo creemos posible.

84. Véngamonos sencillamente a su reino, ah, qué rico; continuemos quiero decir con lo nuestro.

85. Cito (sigo citando) el resto del cuento o relato corto, según: En la parte baja Molina enseñaba a nadar a los compañeritos de Daniel (tachado) a los montones de chiquilines sentados en los bordes pateando montones de espuma. Anudé la toalla en la baranda, me quité las hojotas y corrí a tirarme de cabeza en la parte honda. El agua estaba tibia. Nadé dos anchos a toda velocidad, uno por abajo, y salí de vuelta para recostarme a tomar sol en el costado. Era una delicia. Si levantaba un poco la cabeza podía ver cómo desaparecían las gotitas de mi estómago, evaporadas. Estaba contento : unos pelitos oscuros empezaban a crecer virilmente alrededor de mi ombligo. No podía dejar de mirármelos. Y al ombligo tampoco (fin de cita).

86. Ahorremos todo comentario.

87. Cito: Me amodorraba. En eso una sombra me tapó el sol. Varias manos me apretaron los tobillos y las axilas. Quién... ¿quién que no era yo... me había sobresaltado de esa forma? Abrí los ojos sobresaltado. Gustavo se reía sosteniéndome los pies; el Gordo Vidal me tenía de las axilas. Me alzaron. Empezaron a contar: alaaa uuuna, alaaas dooos y alás... (fin de cita).

IV
Al cabo dormimos un poco (solos) y al despertar lloramos

88. Alas desafortunadamente le faltaron, al Margulis niño evocado por el Margulis de nuestra exposición, cuando de culo entró volando al agua saturada de cloro de la pileta del club Harrods Gath y Chaves de la ciudad de Buenos Aires, República Argentina, hacia el año 1972. Cito:

89. El chapuzón me llenó la nariz y la boca de agua. Boquié, tosiendo, tratando de hacer pie. Cuando me recuperé nadé hacia el borde. Algo debe haber visto el Gordo Vidal en mi expresión cuando me agarré del borde y empecé a levantarme haciendo fuerza con los brazos porque empezó a decir, dando pasitos para atrás: Eh, ¡pará, paráá, parááá! Cosa que no estaba en mis planes. Me le fui al humo hecho una fiera. Salí tan rápido que lo estampé contra las barandas de alambre. Entonces, cuando estaba por hundirle la cara con un piñón de Gibraltar, la mano de Gustavo Iriarte me detuvo. El mundo se detuvo connmigo en ese momento. Los dos giramos, el mundo y yo, dispuestos a darle al dueño de esa mano su merecido. Pero no era la mano de Gustavo Iriarte. Era la mano de Molina. Gustavo Iriarte y el Gordo Vidal lo miraban con ojitos de carneros asustados. Ya está bien, che. Basta de pelotudear. Cuántos años tienen, che. Los grandes como ustedes tienen que dar el ejemplo, ¿no? A ver si nos entendemos... Pero en lugar de entendernos Molina los mandó a Gustavo Iriarte y al Gordo Vidal al trampolín (tachado) a la parte honda y a mí me sacó directamente afuera (agregado) afuera de la pileta (agregado) afuera de la parte del club donde estaba la pileta. La injusticia fue tan grande que hasta los más chicos chapalearon con fuerza de protesta en lo bajito. Ya vamos a arreglar esto después, che, dijo Molina mientras me ordenaba buscar mi toalla, anudada a la baranda entre cuarenta y cinco toallas iguales (tachado) cuarenta y tres toallas iguales, y ponerme las hojotas. Salí lagrimeando (tachado) casi llorando de indignación (tachado) Me la banqué macho y enfilé para la salida de la pileta. Para salir de la pileta había que pasar por una ducha fría que estaba siempre abierta. Pasé con el cuerpo de costado esquivando el agua. Los tres metros que había entre esa ducha y la puerta del vestuario los caminé sin mirar para atrás. Pero de reojo no pude dejar de ver cómo Gustavo Iriarte y el Gordo Vidal ya estaban dándose corte en el trampolín. En el vestuario hacía un calor de cagarse (tachado) de los mil demonios. El señor de las toallas estaba encerrado detrás de su ventanita con barrotes escuchando la radio y ni siquiera me notó: en la radio hablaba uno que se había tenido que comer a la mamá para sobrevivir en el frío de los Andes. Así que enfilé para las escaleras que iban al solarium de varones. El solarium de varones era un cacho (tachado) trozo de terraza de un metro por cuatro, alargado y medio en diagonal, con el piso sucio de brea negra donde la gente grande tomaba sol. Había dos tipos (tachado) dos hombres en slip quemándose como churrascos. Uno le decía al otro: Todas iguales, macho; y después te dejan con las ganas... El otro le contestaba: Lo que es yo, todo lo contrario; la mía siempre quiere más. Ni dormir me deja, maginate! Se me sube encima a mitá de la noche y me muerde por todos lados, maginate. Una fiera es. Te digo : si no la rajo pronto me van a echar del laburo. Ando todo el día dormido después... El que había hablado primero le preguntaba: y la pasan bien? El otro le contestaba : maginate... Desde la pileta subió un griterío que me hizo asomar al borde de la terraza. El Gordo Vidal estaba parado en la punta del trampolín dispuesto a saltar. Las nenas ya habían salido y esperaban el salto. El gordo Vidal picó y entró al agua haciendo una espléndida palomita [Agregado: La espléndida palomita era un salto muy especial que consistía en rebotar tres veces en el trampolín, saltar estirando los brazos para los costados (tachado) saltar con los brazos extendidos hacia los costados y luego de mantenerse así unos instantes entrar al agua de cabeza con los brazos juntos otra vez (tachado) con los brazos hacia adelante (20) ].Lo envidié. ¿Cómo alguien tan gordo podía hacer semejante salto? Yo jamás me había animado a entrar en lo hondo desde el trampolín de otra forma que no fuera parado, o a lo sumo en bomba, y aún así el vértigo y el zumbido del aire en las orejas me inhibían de seguir intentándolo. Al Gordo Vidal lo siguió Gustavo Iriarte. Elena lo miraba fascinada desde adentro del agua. Con su gorra de goma blanca y los aparatos en los dientes relumbrando chispitas de sol estaba adorable. Pensé con todas mis fuerzas para que Gustavo Iriarte cayera mal. Pero Gustavo Iriarte se zambulló con agilidad y reapareció entre Elena y sus amigas. Empezaron a jugar tirándose agua. Cada tanto Gustavo Iriarte se sumergía por abajo de las piernas de Elena y aparecía a su espalda. De pronto empezó a abrazarla por detrás. Ella se mataba de la risa. Cuando el Gordo Vidal se sumergió con otras intenciones yo quise prevenirla dando un grito pero pensé que ni me iba a oir ella en la pileta ni iba a quedar muy bien yo en la terraza, frente a los tipos que tomaban sol. Me estiré lo más que pude agarrándome de un caño como de ducha aunque sin mariposa, que sobresalía de la parecita del solarium. Desde arriba se notaba perfecto el cuerpo de barracuda (tachado) de jabalí del Gordo Vidal acercándose por abajo al cuerpo difuso de Elena. También cómo le agarró un pie y trató de hundirla sin lograrlo. Yo no los escuchaba pero podía ver todo perfectamente. Gustavo Iriarte apoyó la mano en la gorra de goma blanca y apretó la cabecita rubia al mismo tiempo que el Gordo Vidal tiraba para abajo. Entonces Elena se hundió. Ah, pérfidos canallas. Cobardes incapaces de conquistar a una... (fin de cita).

90. Inevitable se hace volver a referencias anteriores. Mal que nuestra simpatía por el Margulis nos invite a omitir que va camino de convertirse en el (cito) prudente en exceso (fin de cita), en el (cito) temeroso en exceso (fin de cita) observado por la colega extranjera (21), lo cierto es que nos encontramos nuevamente en el espacio del lugar comun. No es extraño entonces que la maldad de los amiguitos sea considerada como algo propio de (cito) pérfidos canallas (fin de cita). Sorprendente en todo caso resulta que el Margulis haya enmendado como hizo la metáfora animal que entrevió lúcidamente en el agua en el primer golpe de pluma o birome. Porque sin duda (cito) una barracuda (fin de cita) habría sido imagen mucho más pertinente que la del (cito) jabalí (fin de cita) en que desde la atalaya de esa terraza metamorfoseó la figura difuminada que él veía -sin ver, en realidad sin ver- del cretino malicioso que nadaba con las peores intenciones bajo el agua (las olas, ¿no es cierto?) en la pileta del club.

91. Cito:

92. "Maricón", pensé. Y cuando volvieron a hundirle la cabeza (y a retenerla bajo el agua más de lo que yo lograba retener la respiración en el aire libre de la terraza) grité con todas mis fuerzas:

93. Maricones ! ! !

94. El insulto se perdió en la brisa de la tarde.

95. Pero lo que más rabia me dio fue ver cómo Elena, que había vuelto a salir al oxígeno roja y tosiendo, escupiendo agua y con el pelo rubio completamente fuera de la gorra blanca de goma, se quedaba después de una protestita de nada (les empujaba agua con las manos) jugueteando muy tranquilamente con los dos, dejando que el sol y el fresquito los secara a todos por igual, porque ya habían salido todos del agua y se secaban en el lado de las nenas, muy panchos todos, como si en el agua de la pileta no hubiera sucedido nada.

96. Otra versión, ¿otro final?, para la anécdota nos la ofrece el pasado desde el segundo de los cuadernos Gloria. Cito:

97. El único que sabía que a mí me gustaba Helena Shultz (22) era Gustavo Iriarte, mi amigo del alma (está tachado). Y lo sabía porque a él también le gustaba mucho. Helena era la jefa del grupo de las chicas en la colonia de vacaciones del Club Harrods Gath y Chaves. Usaba aparatos fijos en los dientes pero tenía unos labios muy carnosos y decididamente sensuales. Ella sabía que a nosotros dos nos gustaba y se hacia la tonta con eso. Un día Molina organizó un partido de futbol mixto en la cancha grande del club. Helena se acercó cancheramente al grupo de los varones y dijo con una voz sorprendente: "Ufa, che. Tienen robo (tachado todo)" Dijo con la voz más inesperada y áspera que se pueda imaginar: "Hay robo, Molina! (tachado todo)" Dijo dulcemente: "Pero profe... No vale, así hay robo así...". Gustavo y yo nos ofrecimos para jugar en el equipo de las chicas, yo en el arco y él de cuatro. A Molina le pareció muy bien. El Gordo Vidal, Alejandro Rubinstein y Sergio se burlaron de nosotros. Pero ni a Gustavo Iriarte ni a mí nos molestó porque en la defensa del equipo de las chicas estábamos (tachado) íbamos a poder estar cerca de Helena, porque ella también jugaba a la defensiva (tachado) jugaba abajo.

98. La verdad es que las chicas jugaban desatrosamente, lo que (tachado) lo cual, visto desde donde estábamos nosotros, resultaba muy divertido. Corrían la pelota amontonadas, pateando piernas, tobillos y cuanto objeto más o menos consistente se les pusiera delante. De todo menos la pelota, que era pateada muy pocas veces. Sin embargo cuando corrían como una multitud enloquecida lograban molestar tanto a los varones que la pelota difícilmente se acercaba a nuestro arco.

99. Gustavo y yo seguíamos las alternativas del partido sentados en el pasto. A veces empezábamos a girar en el lugar para ver cómo era el piso del mundo cuando todo daba vueltas. La sensación de la cancha ondulando, de los árboles mezclándose entre sí, del cielo que se iba poniendo inclinado era totalmente maravillosa. Nos caíamos al suelo rodando y riendo de felicidad, y más cuando Helena se sumaba a nosotros y también daba vueltas, aprovechando que todo su grupo estaba jugando adelante y nos dejaba prácticamente a salvo de todo peligro de gol, por no decir en completa intimidad.

100. Tan ocupados estábamos en eso los tres que no vimos llegar al Gordo Vidal; había logrado escaparse al enjambre de patadas infantiles de las chicas y se acercaba a nuestro arco peligrosamente. Gustavo Iriarte estaba acostado en el pasto con los brazos en cruz y los cerrados. Yo, en cambio, me incorporé rápidamente. El Gordo Vidal venía como un bólido con la pelota y yo, todavía algo mareado, salí a taparlo. De refilón la vi a Helena mirándome toda emocionada. Me tiré a los pies del Gordo Vidal cubriendo con el cuerpo la punta derecha del área grande; tuve que cerrar los ojos por el polvo y la cal de la raya que venía levantando el Gordo Vidal con su peso en esa parte de la cancha -el pasto terminaba en el área chica. Pero el Gordo Vidal venía haciendo pareja con Sergio, así que en cuanto me tiré a sus pies él simplemente desvió la pelota a un costado, justo a los pies de Sergio, y nos hicieron un gol.

101. El griterío de los varones fue ensordecedor (tachado) insoportable. Parecían mujercitas. Las chicas no lo podían creer. Helena llegó corriendo al lado mío y me dijo una palabrota (tachado) me insultó de arriba a abajo. Me sentí muy afligido y tuve ganas de llorar (tachado) Yo estaba muy afligido por el gol pero más me preocupaba mi rodilla: me había lastimado al tirarme a los pies del Gordo Vidal y un grueso hilo de sangre empezaba a mojarme la pierna. Gustavo Iriarte, que recién reaccionó de su mareo con los gritos, se levantó del pasto y se cagó de risa (tachado) se rió. "Bueno, che, no es para tanto..." Lo cual hizo que Helena se diera vuelta (tachado) se volviera hacia mí y exclamara (tachado) pronunciara un hiriente "Al final sos un tronco vos".

102. En el vestuario me tomaron de punto (tachado) todas las cargadas se centraron en mí. Gustavo Iriarte había pasado a burlarse decididamente de las chicas. En la ducha el Gordo Vidal no dejaba de decir (tachado) de canturrear: "Maricón, maricón... (tachado) Elar quero delas neeenas, elar quero delas neeenas..." Y Alejandro Rubinstein se encargaba de contarles a los más chicos las alternativas triunfales del partido.

103. En la pileta me alejé del grupo y me fui a nadar solo en la parte honda. Las chicas todavía no habían salido. Me tiré de cabeza y nadé dos anchos a toda velocidad ; después salí y me puse a tomar sol. Las baldosas quemaban así que me tumbé boca arriba en el borde de la pileta. Me salpicaban las gotitas de todos los que se tiraban en ese lugar produciéndome escalofríos (tachado). El Gordo Vidal vino corriendo y se tiró (tachado). Cuando ya me había secado completamente y empezaba a amodorrarme bajo el sol de la mañana (tachado) de la tarde apareció el Gordo Vidal (tachado) una sombra me tapó el sol y sentí que alguien (tachado) varias manos me agarraron de los tobillos y las axilas y empezaban a hamacarme en el aire (tachado). Abrí los ojos sobresaltado y los vi a Alejandro Rubinstein y a Sergio agarrándome de los pies. No podía verlo, pero adiviné que el Gordo Vidal era el que me sostenía de las axilas y empezaba a contar: "Ala uuuna, alas dooos y alas... y alas...". El chapuzón helado (tachado) me llenó los ojos de agua (tachado) la nariz y la boca de agua y boquié (tachado) boquée, tosiendo, agitado, mientras trataba de hacer pie inútilmente. Cuando pude recuperar el aire miré hacia el borde y distinguí (tachado) escuché las risas de los chicos y comencé a brazear hacia el otro borde (fin de cita).

104. ¿Es necesario revelar que todo este fragmento ha sido escrito en tinta roja? ¿Es necesario que se sepa que los últimos ocho renglones, en el mismo color, figuran sin embargo tachados con una línea viboreante azul, que va del séptimo al segundo, del segundo al séptimo, del séptimo al segundo, del segundo al séptimo, del séptimo al tercero, del tercero al cuarto, del cuarto al tercero hasta desaparecer? ¿Pertenece la línea viboreante azul sobre el relato aparentemente censurable en rojo a otra época? Cito:

105. Pero las risas (tachado en rojo) además de sus (tachado en rojo) esas risas escuché cómo le gritaban a alguien que estaba del otro lado de la pileta (tachado en rojo) para que apreciara la joda (tachado) la broma. Levanté (tachado más fuerte en rojo) Estiré la cabeza lo más que pude y vi a (toda una palabra tachada con furia, ininteligible) algunas de las chicas del otro grupo (tachado en rojo) que también reían del otro lado de la pileta. Helena Shultz, en medio de todas, era la que se reía con más ganas (fin de cita).

106. Pero es quizás en el tercer cuaderno, sin tapa pero sí contratapa (en ella hay un dibujo del clásico perro infantil llamado Snoopy dándose la mano con el clásico pájaro llamdo Woodstock), Made in Usa, 60 sheets por 10 y medio in por 8 in, número 1825, donde, con una suerte de acápite o título que especifica (cito) VIENE DEL "GLORIA" OJO (fin de cita), el Margulis retoma y en cierto modo podría decirse, al menos por ahora, al menos caligráficamente, quiero decir en forma manuscrita, que termina esa anécdota de la primera juventud. Para apreciar la importancia que este último fragmento tiene dentro de su obra, es decir la importancia que este período poco conocido de su producción tiene, es bueno agregar que en el mismo cuaderno figuran los borradores originales de dos de sus textos más famosos: "El monstruo con pico" (23), destacado por Beatriz Sarlo (24) como (cito) el que más me interesó de su primer libro (fin de cita), y el apócrifo "Poema de los dones" en el que el Margulis parodia un magnífico soneto homónimo de Jorge Luis Borges (25).

107. Vayamos en recompensa a la paciencia del lector (me corrijo) de nuestros oyentes directamente a las elisiones del texto, por no hablar de los momentos censurados. Con respecto a su agresor (cito): cierto que él me llevaba dos años y era mucho más grande físicamente, pero yo estaba furioso (fin de cita); con respecto a su "amigo del alma" (cito): Bueno, pará, Ale, fue un chiste —intervino Gustavo —Somos todos amigos, ¿no? ¿Amigos o qué? Eso —dijo el Gordo Vidal —¿Qué somos, eh? Dale, chocá los cinco y amigos de nuevo, ¿eh?Yo ya estaba por hacer las paces cuando apareció Molina y ordenó: (fin de cita).

108. ¿Hace falta recordar lo que Molina ordena?

109. Y lo último obliterado, ¿censura o fuga? (cito): pero no hubo caso. No sé porqué siempre había pensado (tachado) sospechado que Molina era (tachado) había sido policía en su juventud (tachado) cuando no trabajaba como profesor de la colonia del club. Ahora lo sabía (fin de cita). Y (cito): Justo cuando yo salía por la entrada de varones, de enfrente, por la de las mujeres, empezaron a entrar las nenas, con Elena a la cabeza (fin de cita).

110. Dos escenas más tienen que ver con esta situación que el Margulis describe en los primeros años de la democracia argentina.

111. La primera relata la incómoda situación en que los dos hombres que han estado tomando sol en la terraza embreada del vestuario de varones ponen a ese chico cuando lo oyen gritar (cito) Maricones, maricones (fin de cita). El relato ridiculiza al personaje haciéndolo encaramarse a la parecita y corriendo riesgo de caer y romperse la crisma, de lo que esos mismos hombres (me corrijo) cosa de la que esos mismos hombres hasta hace un momento deleznados lo salvan (es decir evitan que se rompa la cabeza idiotamente). ¿Cómo ? Sosteniendo al personaje por el elástico de su malla o traje de baño en el momento mismo en que él está saltando hacia la pileta para rescatar a su amada Helena. Busquemos el párrafo textual (la tentación es muy grande). No. Mejor no. No hay que caer en lo mismo que se denosta. No les importe que en realidad esa escena haya llegado a cobrar forma de original tipiado a máquina, y en más de una versión (para variar). Bueno, tal vez más adelante...

112. La segunda escena nunca ha sido escrita hasta ahora (en realidad no es una sino una veloz sucesión) pero nos la relató él mismo en uno de los breves encuentros que mantuvimos. Ocurrió después, algunos días después, que el profesor Molina los puso a dirimir la infantil pelea haciendo que pelearan de verdad. Molina era, recordó el Margulis, fanático del box. Había conseguido guantes de varios tamaños y hacía que sus "pupilos" -(cito al Margulis): la mayoría buenos chicos de clase media judía poco afectos a la actividad física (fin de cita)- probaran su fuerza contra los chicos del club -(cito al Margulis): unos vagos increíbles, que vivían en la calle y nos robaban cosas de los bolsos sistemáticamente (fin de cita)-. Molina había hecho improvisar un ring en las canchas de paleta pelota para los días lluviosos y otro portátil, con unos tablones, en el área chica de la cancha de futbol, donde raramente se juntaba nadie a molestar durante los días de semana. La pasión de ese hombre por los deportes viriles le venía según el Margulis (cito) de la más tierna infancia (fin de cita); pero es verosímil suponer que su habitus marcial, fraguado en nunca sabremos qué oscuros operativos, hiciera de ese profesor de cara roja y aspecto irlandés (pese al apellido) el generador de tantas órdenes perturbadoras. Para motivar a esos (cito) niños de departamento criados a humedad (fin de cita) a exponerse a la paliza de sus pares Molina había idea un complejo sistema de premios y castigos. Pensaba Molina que incentivándolos con helados dobles o permiso para usar el trampolín era cómo terminaría abriendo en ellos el sano espíritu de la competencia viril y quizás, con suerte, hasta podría fomentar en alguno el ansia de ser campeón.

113. Pero el único que tenía ansias de golpear más fuerte que los otros era Sergio, el hermano del Margulis. Chico de un corazón (cito) grande como una casa (fin de cita) su habilidad para el box se caracterizaba por un increíble (cito) estilo de ametralladora humana (fin de cita). Tan veloz y terminante era lanzando una sucesión imparable de uno y dos que nadie quería boxear con él. Quien lo veía pelear una vez se enfermaba repentinamente de dolor de barriga ante Molina para no tener que enfrentarlo en el ring. Curiosamente, poseía la fuerza de un pequeño Monzón (26) pero la frialdad de un vendedor de hielo. Nunca nadie lo había visto enojarse ni durante ni en el medio ni al final de una pelea. Su técnica era salvaje en el momento de ponerse en marcha pero no parecía surgir de ningún sentimiento de malicia o rencor, tan comunes entre los boxeadores aficionados. Para Sergio, boxear era prácticamente un trámite. Un día hubo un desafío de los chicos del club -nunca se supo si estimulado o no por Molina-; todo el grupo de la colonia se reunió, mezclados los varones con las nenas, para ver la gran pelea. El líder de los chicos del club era un granuja retacón que jamás miraba a sus rivales de frente ; su fama, como suele ocurrir en estos casos, era objetivamente un exceso de las circunstancias. No se le conocían victorias en ningún ring pero sí una fila larga de seguidores que le tenían miedo. A Helena ese chico siempre lleno de polvo y mentiroso le gustaba de veras. Por eso el Margulis esperaba ansioso a que su hermano demostrara el poco valor que en realidad tenía aquel energúmeno. La pelea fue decepcionante de tan rápida. Apenas subieron al ring, cada uno con unos guantes que les llegaban a los codos, Sergio disparó su seguidilla mortífera contra el pecho del pelandrún del club. El otro cayó enseguida, sin arrojar ni uno solo de los tan promocionados golpes que se jactaba de tener. Sergio se dio la vuelta y volvió para el rincón gallardamente.

114. La misma velocidad de definición ocurrió cuando le tocó pelear al Margulis chico, una tarde de lluvia en la cancha de pelota paleta. Molina había sentado esta vez a los chicos y las chicas en L, reemplazando las sogas del ring del aire libre con sus bolsos y abrigos ; las otras dos paredes del cuadrilátero eran las paredes de cemento de la cancha. Después de varias peleas Molina ordenó que probaran sus fuerzas el Margulis chico y Alejandro Rubinstein. A nadie pareció importarle que las diferencias volumétricas fueran francamente alevosas. Mucho menos que no pertenecieran (cito) a la misma categoría (fin de cita). Enseguida quedó claro cuál de los dos iba a ocupar pesadamente el centro del ring y cuál de los dos iba a tratar de bailar lo más posible, y es que si algún ídolo tenía el Margulis de chico no era precisamente Monzón sino Loche (27), el saltarin Loche capaz de ganar una pelea esquivando todas las trompadas de su rival y metiendo, a lo sumo, apenas una o dos estocadas definidas. En eso iba su intento y así se había mentalizado, con lujo de detalles, de los movimiento saltimbanquis que debería dar. Por otra parte, pensaba cada vez que lograba eludir uno más de los manotones sin gracia de Alejandro Rubinstein, si Elena ve lo inteligente que soy peleando, si ve que no me gusta lastimar a nadie porque sí, me va a perdonar todo (tachado) se va a enamorar otra vez de mí.

115. Recito: Era mi ocasión quiero decir de lucirme (tachado) de dibujar (tachado) de escribir en el aire cerrado y soporífero de esa cancha de cemento mis condiciones de artista (fin del recitado).

116. Sólo que Alejandro Rubinstein no tenía ninguna sensibilidad estética. Una sola de las manos que tiraba contra el payaso saltarín lo demostraron. ¿Alguno de ustedes sabe lo que es perder en un segundo el sentido del equilibrio? ¿A alguno se le llenaron los ojos de lágrimas alguna vez porque se chocó por ejemplo contra una rama de árbol asomada a la vereda, mientras iba corriendo a toda velocidad para ganarle una carrera a sus amigos? ¿A alguno lo sentaron de culo en un piso de cemento con un trompadón de aquellos? Mejor sigo recitando.

117. Recite, maestro:

Fue una clara tarde del lento verano.
Tu venías solo con tu pena, hermano ;
tus labios besaron mi linfa serena
y en la clara tarde dijeron su pena.

119. No es un zéjel. No. Es Antonio Machado.

120. Y hay otro, había, ay, porque

121. En el corazón tenía
la espina de una pasión
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.

122. ¿Cita o robo? A esta altura, lo mismo dá.

123. Años después el Margulis se dedicó a reflexionar, convertido él de hecho en uno, acerca del joven (cito) aún imberbe, por fin alejado de su tutor (fin de cita : en este caso la madre); el joven que se complacía (cito) en los caballos, en los perros, en la soleada pradera del campo de Marte (fin de cita); el mismo joven (cito) de cera para acomodarse al vicio (fin de cita) y (cito) duro, en cambio, para a sus consejeros (fin de cita). Ya empezaba por entonces el Margulis a transitar las redacciones y tanto su persona como sus personajes demoraban en ocuparse (cito) de las cosas últiles (fin de cita). El dinero que obtenía por sus esfuerzos -que ya enseguida daremos cuenta de ellos- lo había vuelto lógicamente (cito) altanero, lleno de deseos y ligero en abandonar las cosas amadas (fin de cita). No había leído aún al Horacio que nos guía ahora, de modo que sus afanes no cambiaban todavía y debido seguramente a esto no se guardaba tampoco (cito) de cometer lo que muy pronto (fin de cita) debería (cito) esforzarse en cambiar (fin de cita). Ni (cito) riquezas (fin de cita), ni (cito) influencias (fin de cita) se molestaba en buscar para ponerla al servicio (cito) de sus honores (fin de cita).

124. Era una felicidad su despreocupación.

125. Pero los sueños de la gloria eterna nunca duran lo (me corrijo) un tiempo razonable.


NOTAS

1. Las oraciones que figuran en letra inclinada blanca (bastardilla) pertenecen a Quinto Horacio Flaco (8.XII.65-27.XI.8 a. C.), Arte Poética. Edición de Aníbal González Pérez siguiendo a F. Villeneuve. Alfar Poesía, Madrid, 1977. Los textos que figuran insertos entremedio del relato argumentativo corresponden a fragmentos del libro inédito "Mudanzas de los papeles", de Alejandro Margulis (también considerado por él bajo el título de "El libro de los inicios").

2. Nuevos diskettes llegados a nuestro poder acusan textos fechados hasta en el mes de mayo de 2005

3. Se ha respetado la numeración original, pese a que la captatio de apertura no figura en esta edición por razones técnicas.

4. Op. cit.

5. El presente texto es la transcripción literal (corregida por el expositor) de la ponencia llevada a cabo por el Prof. E. Mientes., de la Universidad de Buenos Aires (UBA) dicha a continuación de la expuesta por la Prof. K. Belbet, del Departamento de Letras Hispano-Portuguesas de la Universidad de Wichita, USA, en ocasión de las Jornadas de Reflexión sobre el Lenguaje de la Memoria, realizadas con motivo de la reinauguración del parque homónimo de la ciudad de Buenos Aires, en el mes de julio o agosto de 2003 (Nota del Compilador).

6. No están nada mal estos planteos. ¿O tal vez sí?

7. No sin poca tristeza nos cumple aquí constatar que el aquí aludido falleció en la Troya de marras tiempo antes de que este trabajo fuese culminado y, por ende, antes de que viera la luz editorial. Dejó afortunadamente antes de irse una obra memorable. Pero recurramos mejor al decir de Graciela Melgarejo, su compañera de ruta y esposa amada: "Creo que Isi, como Horacio el poeta latino, no partirá del todo porque ha levantado un monumento más perenne que el bronce."

8. Identificaremos los siguientes fragmentos de los Diarios de A. Margulis, también inéditos, con la tipografía que sigue: Courier.

10. Diario Clarín, 8 de febrero de 1979: "La prensa subterránea. Unas sesenta publicaciones circulan en Buenos Aires", por José Arverás.

11. Diario Clarín, 8 de febrero de 1979: "Inauguró Fraga la reunión de ministros".

12. Peter Telscher, Inaugural-Dissertation zur Erlangung des Dokytogrades der Philosophie an der Ludwig-Maximilians-Universität München.

13. Pérez del Cerro, Horacio. Poeta, editor, ensayista. La mayor (la más interesante) parte de su obra se encuentra inédita. Véase "Crujidos" (Ediciones El Tranvía, ejemplar único, propiedad de A.Margulis); cuando se publiquen más ejemplares, es claro.

14. La Argentina en el Siglo XX. Ediciones La Nación. Buenos Aires, 1997 (o por ahí).

15. "1983", Cuaderno marca Gloria fechado. Inédito. En tapa se lee, pegado, un papelito fotocopiado que indica: "El 26 de octubre de 1983 se levantó el estado de sitio (que regía desde 1974) y el 30 de ese mes se llevaron a efecto las elecciones en las que el radicalismo obtuvo 7.659.530 votos (un 52 %) contra 5.936.556 del PJ. El 10 de diciembre de 1983, ante una gran expectativa popular, Raúl Ricardo Alfonsín asumió la primera magistratura". Proviene dicho papelito de la obra citada a cita 2: pág. 292/3.
 

16. Schultz, Helena o Elena. También: Schultz, Jessica. Actriz argentina contemporánea. Más conocida por sus participaciones en telenovelas y filmes populares. Por ejemplo "Un argentino en Nueva York", con Guillermo Francella, donde se caracterizó como novia algo tonta pero preciosa. Para los días en que comenzó a escribirse este relato, Jessica o Helena o Elena Schultz se encontraba grabando trece capítulos de una miniserie que se intentaría vender al Canal Azul TV de Buenos Aires, Argentina. Solicitada varias veces por este expositor, quien deseaba obtener algunos recuerdos suyos de primera mano para cotejar los del Margulis, la actriz pidió, se excusó de participar en la recherché hasta mediados del mes de febrero del año siguiente (es decir, dos meses más tarde). "Me acuerdo muy poco de esos años", dijo no obstante por teléfono, aunque alcanzó a confirmar la existencia de un Gustavo y una Marcela (de quienes no precisó, por cierto, el apellido).

17.  La línea pertenece al poema "En el fondo de la mañana", de Aldo Pellegrini. Ver en "Construcción de la destrucción" (Ediciones A partir de cero, Buenos Aires, 1957) o en "La valija de fuego. Poesía completa" (Editorial Argonauta, Buenos Aires, 2001).

18.  Schultz, Daniel. Policía cantor.

19.  En Poesía árabe y Poesía Europea, de Ramón Menéndez Pidal. Colección Austral. Espasa Calpe Argentina S.A., Buenos Aires, 1941 (tomado a su vez del "Cancionero" de Baena, composición número 51 creada por Alfonso Alvarez de Villasandino).

20.  Palomito. m. Macho de la paloma./ Paloma torcaz./ (tachado). Palomita: f. dim. de paloma./ Amer. En Venezuela y Colombia, turno, vez, alternativa, especialmente en los bailes cuando hay cesión de parejas./Amer. En Chile, juego de trompo que consiste en empujar, a golpes con la púa del trompo y mientras éste baila, una moneda hasta sacarla fuera de la meta señalada./ Amer. Roseta de maíz tostado reventado. U. m. en pl. / Pl. fig. amer. En Chile, juego de muchachos que consiste en poner uno las palmas de las manos encima de las del otro y golpeárselas éste con las suyas. Si yerra el golpe, cambian de oficio. (Diccionario Enciclopédico Ilustrado Ramon Sopena, Editorial Ramon Sopena S.A. Barcelona, 1967). (Nótese la ausencia del argentinismo mencionado por ahí arriba en esta hoja. N. del E.)

21. Ver Nota 10.

22. "Qué es de la vida de Jessica Schultz". Tal pregunta resonaba, para los días en que esta ponencia se escribía, en la radio de Buenos Aires. Quien suscribe no podría asegurar si la oyente que hizo la pregunta era familiar o amiga de la mentada actriz, pero sí da fe de que la respuesta de las periodistas era correcta, aunque incompleta: "Lo último que sabemos es que estaba en un espectáculo de tango, hasta mediados del año pasado..." (N. del E.)

23.  En "Papeles de la mudanza", Editorial Catálogos, Buenos Aires, 1988.

24. Sarlo, Beatriz. Crítica literaria argentina. Directora del magazine académico de Buenos Aires "Punto de vista".

25.  Borges, Jorge Luis. Literato argentino (1899-198...). Regalías y derechos administrados por su viuda mucho más joven que él, Doña María Kodama.

26. Monzón, Carlos. Boxeador argentino. Campeón mundial.

27. Loche, Nicolás o Nicolino. Boxeador argentino. Campeón mundial.

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