NOTAS EN ESTA SECCION
Una joven escocesa | El resto no vale nada | Los ulanos contra los tanques | Las familias | Indiferente a la muerte
El campo unificado | La mano de hierro | El romanticismo polaco | La sangre se pone espesa | El doctor Lombroso y la entropía

Sinceramente artificial | El Burro | El Burro ataca otra vez | Una oportunidad más | Una combinación explosiva  El Hasídico
Un poeta de la vida | El Licenciado Vidriera | El Castor | Cara de ángel

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UNA JOVEN ESCOCESA

"Pero el hombre es para sí mismo una sorpresa inacabable porque yo, aunque con miedo de morirme y ese taladro que me desgarraba el pecho, tenía reparos en despertar a Rita y llamar al médico a una hora tan temprana; finalmente vino, me puso una inyección y, cuando el dolor remitió, a Rita y a mí nos dio una ataque de alegría, de pronto nos invadió un humor excelente, reíamos y decíamos tonterías, y el médico nos miraba como a dos mentecatos (...)
No me he muerto, y sin embargo algo en mí ha sido tocado por la muerte, todo aquello de antes de la enfermedad es como si estuviera detrás de un muro. Ha surgido una nueva dificultad entre yo y el pasado"

Esta caída en la irrealidad en las vísperas de la muerte le venía desde la cuna pero, le viniera de donde le viniera, hay que decir que la idea de realidad es no es tan aprehensible como pareciera.
La realidad se define a veces de modo negativo y a veces de modo positivo. En el primer caso se afirma que el ser real sólo puede entenderse como un ser contrapuesto al ser aparente, o al ser potencial, o al ser posible. En el segundo caso se afirma que es real sólo lo que existe, y no es real sólo lo que es.
La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad.

Puede ver los Gombrowiczidas de Juan Carlos Gómez en Scribd, o descargar en un solo archivo todos los textos 2008-2012.

Pero volvamos a la cuna; la madre fue la primera quimera que Gombrowicz combatió, era para él la representación de la irrealidad, un exceso de irrealidad.
Las madres son las primeras que nos dan afecto y son las primeras que nos enseñan a querer, algo pasó entonces entre Marcelina Antonina Kotkowska y Witold Gombrowicz para que después de sesenta años de nacido la siguiera sintiendo como la fuente de su irrealidad.
"El amor me fue negado de una vez y para siempre, desde el principio; ahora bien, ¿fue porque no supe encontrarle una forma y una expresión propias, o bien porque no lo había en mí? Lo ignoro. ¿No existía o más bien lo ahogué? Quizás fue mi madre quien mató el amor en mí"

De naturaleza perezosa y desprovista de sentido práctico en un tiempo en el que había abundancia de criados y de institutrices, el papel de la madre se limitaba a darle órdenes al cocinero y al jardinero. Sin embargo, le decía a todo el mundo que la casa estaba a su cargo, que el jardín era una obra de ella, que menos mal que tenía sentido práctico, que en sus ratos de ocio le gustaba leer a Spencer y a Fichte aunque las obras de esos filósofos lucían en la biblioteca con las páginas sin cortar. Profesaba una gran admiración por todo cuanto ella no era. La fascinaban los médicos eminentes, los profesores, los grandes pensadores y en general las personas serias.
–Luce el sol; –Pero ¿qué dices?, ¡si está lloviendo!; –¡Qué manía tenéis de decir siempre tonterías!; –Bueno, digamos que no llueve, pero si empezara a llover, llovería.

Era un deporte en el que con su hermano Jerzy arrastraban a la madre a discusiones absurdas, una de las primeras iniciaciones en el ejercicio de la dialéctica de Gombrowicz.
–¡Otro divorcio en la familia!; –¿Qué estás diciendo?, ¿otro divorcio en la familia?, ¡no es posible!; –Te lo aseguro, me lo contó la tía Rosa, parece que ella se enamoró de su peluquero; –Cielos, qué escándalo. Al final de esta conversación teatral entre Jerzy y Witold aparecía la madre temblando de indignación: –¡Si la mujer de Henryk es tan desvergonzada no volveremos a recibirla!: –Pero, ¿por qué?, la tía Ela se divorció dos veces y ahora juega al bridge con sus tres maridos, dice que forman un equipo perfecto y que gracias a sus divorcios sus hijos tenían el doble de parientes.

La falta de realidad era un asunto muy peliagudo para Gombrowicz, tanto que podríamos decir que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real, y no sólo porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son historias que no pueden ocurrir en el mundo real.
Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación son los que le hacen posible la actividad de escribir, es decir, el defecto de realidad es entonces la fuerza que pone en marcha su obra, a pesar de que todas ellas tienen, como quien diría, un fuerte apego por el mundo real.
Si el defecto de realidad era para él el motor de su literatura, se podría decir que el exceso de realidad debería obrar como un palo en la rueda que se le pusiera a la literatura; y así era nomás.

Hacia el final de sus aventuras en Francia no encontraba la forma de justificar ante el padre el hecho de que no estudiaba ni aprobaba los exámenes. Por suerte le apareció una fiebre acompañada de un debilitamiento general y el médico le recomendó que partiera hacia el sur, a las montañas. En el tren que lo llevaba de París a los Pirineos Orientales entabló conversación durante gran parte de la noche con una joven escocesa. Cuando la joven se enteró de que sus caminos se separaban en Perpignan supuso que después no se volverían a ver, entonces, sin pensarlo dos veces, le hizo unas confidencias realmente monstruosas: en la casa familiar ocurrían cosas indecentes en las que la escocesa participaba activamente. Se despidieron cariñosamente en Perpignan.

Gombrowicz llegó a su destino y se hizo compinche de unos lugareños que jugaban al billar. El domingo del primer fin de semana se fueron en bicicleta a un pequeño puerto cercano. En ese trayecto tuvo su primer deslumbramiento con el Sur, pero ésa es otra historia. Decidió quedarse algunos días en esa playa, pero en la mañana del cuarto día vio a la escocesa sentada en la arena. La situación era más embarazosa para ella que para Gombrowicz, pero ambos se ponían como un tomate cuando se veían. Gombrowicz decidió mudarse a un pueblo vecino. El día después de la llegada a su nueva morada, cuando salía del hotel a la mañana, vio a la escocesa bajando del autobús, a ella también se le había ocurrido la idea de mudarse.
Gombrowicz consideró a estas circunstancias como un exceso de realidad y nunca se atrevió a ponerlas en una novela.

[Imagen: Marcelina Antonina Kotkowska]


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EL RESTO NO VALE NADA

Gombrowicz era un maestro en hacer desplantes, le llegó a hacer uno a la basílica de San Pedro, mejor dicho, se lo hizo a un pintor con el que se encontró en Roma y que la estaba mirando: –¿Ya ha visitado la basílica?; –No, todas las iglesias son parecidas por dentro; –¿Así que ha elegido la displicencia y el desdén?; –Sí, en efecto, eso es lo que he elegido, además, me da demasiada pereza quitarme el sombrero para entrar en una iglesia; –Pues entonces, entre con el sombrero puesto; –No es mala idea, entraré cubierto.
De este desplante salió seco, de otros no salió tan seco. Había terminado "Ivona" y estaba un poco desorientado: –¿Qué debo hacer con esta obrita?; –Muéstrasela a Mira Ziminska, es la actriz más inteligente que conozco y entiende de teatro. Ella te dirá si esto es representable, y a quién hay que dársela.

"Ivona" no es ninguna obrita, aunque es cierto que la protagonista es una joven tarada a más no poder que carece en forma absoluta de gracia. Esta pieza de teatro es una transición entre "Memorias del tiempo de la inmadurez" y "Ferdydurke". "Ivona", según parece, fue un juego humorístico y una forma de ganar tiempo. Se convirtió en la obra de teatro más atractiva para el público por su humor ligero y cruel y porque su puesta en escena le permite al regisseur la libertad de movimientos en todos los niveles y planos dramáticos.
Una de las ocupaciones principales que tenía Gombrowicz en la época en la que escribió "Ivona" era decir sandeces en forma reiterada, sandeces que, sin embargo, le permitían mantener y desarrollar lo que siempre fue para él la ley suprema: el estilo. La risa y el estilo son pues los dos cánones de "Ivona", la rebelión del príncipe contra la ley de la naturaleza que lo obligaba a gustar tan sólo de mujeres atractivas introduce un factor de descomposición que se manifiesta en vicios y degeneraciones de todo tipo al punto que la corte se convierte en una incubadora de monstruos.

Gombrowicz acostumbra a descomponer el mundo en elementos de forma, pero también recrea la reacción del hombre frente a este proceso de descomposición, en "Ivona" esta reacción es poco intensa y por eso tiene ese tono de juego y ligereza. La sexualidad está presente sólo en la ausencia casi total del objeto sexual y el lenguaje erótico. En los escritos de Gombrowicz hay tres cosas que nunca faltan: la sexualidad, el humor y los sueños. Estos componentes pesan de una manera diferente en cada una de sus obras, los sueños y la sexualidad, por ejemplo, tiene poca importancia en "Ivona" porque Gombrowicz aún no había definido con fuerza su combate con la forma, batalla que libra en todos los frentes en su obra siguiente, "Fedydurke". Podemos afirmar que entre su primera y su última obra la sexualidad sigue una línea ascendente, el humor una descendente y los sueños una constante.

Mira Ziminska, a más de ser inteligente, tenía un gran sentido del humor, pero Gombrowicz se llevaba mal con los actores, especialmente con las actrices, consideraba que los intérpretes pertenecían a una clase inferior de artistas.
"Con las actrices me mostraba aún más implacable que con los actores, y tenía la costumbre de fingir que no las conocía; me presentaba solemnemente a cada una de ellas en cada encuentro. Un día, cuando me presenté cortésmente por quinta vez a una diva, ésta agarró un vaso de agua y sin pensarlo dos veces me lo vació en la cabeza. Mira Ziminska, por suerte, no me guardaba rencor, pero sus horizontes teatrales no eran tan amplios como para poder apreciar una obra tan innovadora como "Ivona". Me dijo que el principio no estaba mal, pero que el resto no valía nada"

[Imagen: Mira Ziminska]

LOS ULANOS CONTRA LOS TANQUES

"La lucha contra el comunismo, como también la revisión de los esnobismos, las excentricidades, los excesos del intelectualismo actual, me parecen muy indicadas y yo mismo las practico. Pero para eso no basta con la bravura sin más, como aquella de los ulanos de 1939 que cargaron contra los tanques ante el asombro del mundo entero"
Una tarde, sentados a una mesa de los jardines del MALBA, le recordé al embajador Slawomir Ratajski el episodio de los ulanos, se puso rojo de ira, me dijo que lo de la carga de los ulanos contra los tanques era un vil mentira.
Todo el mundo sabe cuánto de valientes y heroicos son los polacos, sobre eso no cabe duda, pero también, hay que decirlo, tienen un gran sentido del humor, de otro modo no se explica cómo a Gombrowicz no le hubieran roto los huesos.

"¡Volved, compatriotas, marchad, marchad, marchad a vuestra nación! ¡Marchad a vuestra santísima y tal vez también maldita nación! ¡Volved a ese santo monstruo oscuro que está reventando desde hace siglos sin poder acabar de reventar! ¡Volved a ese santo engendro vuestro, maldito por la naturaleza, que no ha dejado un solo momento de nacer y que, sin embargo, continúa nonato! ¡Marchad, marchad para que él no os deje ni vivir ni reventar y os mantenga siempre entre el ser y la nada! ¡Marchad a esa santa babosa para que os vuelva más moluscos! ¡Volved a vuestra demente, a vuestra loca y santa y ay, tal vez maldita aberración para que con sus saltos y sus locuras os torture, os atormente, os inunde de sangre, os ensordezca con sus gritos y rugidos, os martirice con su suplicio, así como a vuestros hijos y a vuestras mujeres, hasta la muerte, hasta la agonía, y que ella misma en la agonía de su demencia os enloquezca, os perturbe!"

Esta es la maldición que Gombrowicz le echa a Polonia al comienzo del "Transatlántico".
El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo la sustitución de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Si por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada entonces había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. En la relación de los polacos con el mundo había algo malo y alterado, como artista Gombrowicz se sentía un poco responsable de esa fatídica leyenda polaca con la que había que terminar de una manera u otra. A pesar de que estaban encerrados en una maraña de quimeras y de fraseología los polacos se hallaban al mismo tiempo muy cerca de la realidad cruda, esa realidad que rompe los huesos. Gombrowicz creía en el poder purificador de la realidad, pero no de una realidad polaca, sino de una realidad más fundamental, la realidad humana para decirlo sencillamente.

El romanticismo, el idealismo, la guerra y la leyenda polacos le asomaban la nariz debajo de cada página de "Transatlántico", así que tuvo que cortarles la cabeza con la risa.
Se publican unos fragmentos de "Transatlántico" en "Kultura" a los que acompaña con un prefacio.
"Supongo que el libro que tenéis en las manos os parecerá bastante chocante, porque un espíritu laico y hasta herético ha irrumpido en vuestros sentimientos religiosos..."
Recurre a Józef Wittlin a ver si le puede escribir un prólogo que atempere la tempestad, pues el prefacio que había escrito para los fragmentos era una nueva provocación.
"(...) no pretendo ganarme la gracia de nadie, quiero responder con desprecio al desprecio con el que me han tratado mis compatriotas y que sigue amenazándome"

Fueron los lectores los que colocaron a Gombrowicz en el campo de la seriedad, sin embargo, "Transatlántico" tiene también una buena dosis de infantilismo y de humor. El prólogo de Wittlin era elocuente, valiente y sosegado, no obstante, también resaltaba, más que ninguna otra cosa, el problema polaco, de modo que los demás aspectos de la obra fueron empalideciendo con el tiempo.
"Aparece ‘Transatlántico’ en forma de libro con el prefacio de Wittlin y el mío. Indignación. Cartas. Reacciones en pro y en contra. Ahora mi papel ya está claramente definido. Mi segunda entrada en la literatura patria, tras doce años de silencio, se desarrolla bajo el signo de la rebelión contra la patria"
Los polacos no sólo tienen sentido del humor, también tienen paciencia, saben que lo que ocurre hoy, bueno o malo, pasará. De estas virtudes polacas me aproveché yo, no alcanzan los dedos de las dos manos para contar la cantidad de trastadas que le hice al embajador Slawomir Ratajski, sin embargo, no me rompió los huesos, al contrario, nos hicimos muy amigos.

[Imágenes: Slawomir Ratajski y Józef Wittlin]

LAS FAMILIAS

La influencia que ejerció la familia sobre Gombrowicz fue muy importante, desgraciadamente el abuelo paterno era un lituano arrogante y el materno era un polaco medio loco.
Onufry Gombrowicz, el abuelo paterno, era de una familia noble que durante cuatrocientos años había tenido propiedades en Lituania hasta que el zar de todas las Rusias le confiscó sus propiedades.
Con el dinero de la venta de sus bienes se estableció en Polonia, donde nació Jan Onufry, el padre de Witold. Este hijo contrajo matrimonio con la hija de Ignacy Kotkowski, Marcelina Antonina, y así se formó la familia de Gombrowicz.

*Nosotros, los Gombrowicz, nos considerábamos siempre ‘algo superiores’ a los demás terratenientes de la región de Sandomierz, como consecuencia de los diversos vínculos familiares que habíamos heredado de la época lituana y también porque la nobleza de ese país, más rica y asentada desde hacía siglos en sus tierras, podía vanagloriarse de una mejor tradición, una historia más precisa y funciones más importantes.
De todas formas no puedo asegurar si la nobleza de la región compartía este punto de vista*
Cuando Onufry Gombrowicz es obligado a vender sus propiedades en Lituania y a trasladarse a Polonia se sintió injustamente despojado, se mostró hostil a su nuevo medio y se quedó orgullosamente apartado en su clan cerrado.

Jean Onufry, a la muerte de su padre, abandona sus estudios, compra una propiedad en Maloszyce y contrae matrimonio con la hija de Ignacy Kotkowski, Marcelina Antonina, con la que tiene cuatro hijos; Janusz 1884, Jerzy 1885, Irena 1899 y Witold 1904.
Como su familia paterna estaba muy orgullosa de sus orígenes y de sus alianzas principescas, Gombrowicz fue alimentado con las tradiciones lituanas. Los archivos que su abuelo había llevado consigo al salir de Lituania eran pare él una lectura apasionante, y a los dieciséis años le inspiraron su primer texto, una historia de su familia.
Este manuscrito permaneció inédito, pero Gombrowicz conservó toda su vida una pasión enfermiza por la genealogía.

Su pertenencia a una clase social situada entre la alta aristocracia y los hidalgos campesinos se le manifestó como un problema que llegó a tener alcances de obsesión.
En Varsovia experimentaba un sentimiento de inferioridad frente a sus compañeros de clase, hijos de importantes familias aristocráticas, mientras por otro lado despreciaba a la nobleza rural que su familia frecuentaba. Pero Gombrowicz era artista por los Kotkowski, no por los Gombrowicz, y un artista puede absorber tranquilamente dos naturalezas distintas.
*Me acuerdo que un día acompañé a mi padre a la casa de Aniela, la madre de mi madre, que habitaba una casa aislada y bastante horripilante, en Bodzechów (...) Por la noche se llenaba de unas cantos terribles y salvajes que se convertían en aullidos, estertores, gemidos, en diálogos incansables y sin sentido, murmullos siniestros, lamentos amargos. No, no eran fantasmas... Era su hijo, el hermano de mi madre, demente desde la edad de veinte años, que vivía con mi abuela. La casa estaba dividida en dos partes y en una de ellas reinaba el loco, por las noches, como el miedo lo invadía en esas habitaciones donde no lo acompañaba nadie más que la soledad, se animaba con esos conciertos capaces de poner los pelos de punta a cualquiera que no estuviera habituado*

La madre había heredado algo de esa sangre enfermiza, Gombrowicz no podía reprochárselo, por otra parte era buena, noble, inteligente, sus dificultades eran más bien el producto de sus nervios, de la vida artificial y de la educación que había recibido.
*Como éramos tres –mi hermana no participaba de ese deporte– nuestra casa iba alcanzando lentamente la fisonomía de un manicomio y tan solo la severidad y el rigor de mi padre nos salvaba de la catástrofe total*
De la combinación de los Gombrowicz con los Kotkowski resultó una familia que empezó a decaer. La sangre enfermiza de los Kotkowski y el orgullo impenetrable de los Gombrowicz ejercieron una influencia negativa sobre el joven Witold.

*Mi padre fue el último de los Gombrowicz en gozar del respeto general e infundir confianza; nosotros, la siguiente generación, éramos unos excéntricos, de quienes se decía: qué lástima que no hayan salido al viejo Gombrowicz (...) Es verdad que mi doble personalidad se prestaba a la mixtificación, mi apariencia era más bien la de un terrateniente que la de un asiduo a los cafés y la de un escritor vanguardista. Sin embargo, yo, por mi parte, no podía ser diferente, ya que hubiera sido más fácil, por ejemplo, comprender la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada por influencias y factores que eran para los demás completamente desconocidos*

*No me hacía ilusiones respecto a mi propia persona, sabía que era una especie de minusválido psíquico, para quien una existencia normal era inaccesible y me veía obligado a buscar mi propio camino. Mi sensibilidad, mi imaginación, mis complejos, mis temores, mis obsesiones, cuanto más disimulados, con más fuerza me perseguían, y si estaba tan mal, era precisamente porque parecía un ser bastante sano y contento de sí mismo. Pero lo cierto es que no existía para mí un camino recto y sabía que si no me justificaba ante mí mismo y los demás con alguna obra de orden superior, no me quedaría otra cosa que hundirme y convertirme en un loco y en un simple degenerado*
Hay rostros que no dicen lo que una persona es, pero hay otros rostros que sí lo dicen. Ignacy Leon Kotkowski, el abuelo materno de Gombrowicz, aparece en la foto como un poeta medio loco, y Onufry Gombrowicz, su abuelo paterno, como un aristócrata muy arrogante.

[Imágenes: Ignacy León Kotkowski y Onufry Gombrowicz]

INDIFERENTE A LA MUERTE

Cuando promediaba su estada europea Gombrowicz se empezó a sentir como un rey moribundo. Después de terminada la *Opereta* no sabía qué escribir, ni siquiera en los diarios, una situación nada envidiable para un escritor.
*De momento soy como el sonido de una tecla hundida, hay en mí más muerte que vida (...) En mi vida hay una contradicción que me arrebata de las manos el plato con la comida justo cuando la acerco a la boca*
A pesar del *memento mori* que se respira en los últimos diarios de Gombrowicz a veces aparece como un soberano mirando desde el palco real la riqueza y la gloria.
*Hace más de un año que estoy instalado en Vence, a veinte kilómetros de Niza, en la falda de los Alpes Marítimos; un pueblo chic, no faltan residencias discretamente escondidas entre grupos de palmeras, detrás de muros de rosales, en la espesura de mimosas.
Desde la ventana veo algunos Rolls Royces cuyos propietarios compran leche o gambas en el mercado.
Aparte de los Rolls Royces también hay Jaguars*

Gombrowicz acostumbraba a decirnos en el Rex que no le tenía miedo a la muerte sino al dolor, que la historia había desplazado el centro de gravedad que antes ocupaba la muerte y ahora ocupa el dolor. Es una cuestión sobre la que resulta difícil hacer discursos porque tanto el dolor como la muerte duelen.
Desde lo primeros berridos que pegamos en el nacimiento no hay cosa que no nos vaya doliendo mientras vivimos, nos duele el cuerpo y nos duele el alma, pero el dolor de la muerte es harina de otro costal.
La muerte y el dolor duelen, pero duelen de una manera distinta. No nos duele la idea del dolor, sino que nos duele el dolor mismo, pero sólo nos duele la idea de la muerte, y no la muerte misma, porque la muerte es sólo una idea.
El dolor se presenta desnudo, la muerte vestida de distintas maneras, vamos a ver entonces que vueltas daba Gombrowicz alrededor de las parcas.

Según lo apunta él mismo en los diarios, a pesar de las apariencias y de una existencia de aspecto casi despreocupado, un Gombrowicz veinteañero no estuvo muy lejos del suicidio, unos pasajes de su juventud en los que debió estar muy desesperado. Con el tiempo, esta angustia de la existencia se le fue radicando poco a poco en los pulmones, en sus dificultades para respirar, entonces volvió a la idea del suicidio. En el 58 con la crisis de asma en Tandil, en el 65 con el cianuro que nos pide desde Vence, en el 69 con los medios para liquidarse por los que le clama a dos amigos; en fin, la idea de la muerte le rondaba la cabeza.
Sin embargo, en su jerarquía de sufrimientos, el dolor se había puesto por encima de la muerte. Las transacciones históricas entre el dolor y la muerte fueron cambiando en el transcurso de los siglos junto a la actitud del hombre frente a la naturaleza, que finalmente desembocó en una relación más insegura y confusa con ella que la que tenía en la época de nuestros abuelos.

Si bien es cierto que la muerte es una idea incomprensible, por eso la idea de la vida para la muerte del existencialismo es falsa, y todos los signos que existen en la tierra y el cielo nos obligan a vivir, Gombrowicz le da algunas vueltas en los diarios a la idea de la muerte, a pesar también de las reflexiones que ya habían hecho los griegos hace dos mil años sobre este asunto: si estoy yo no está la muerte, y si está la muerte no estoy yo.
Sin la muerte la humanidad no hubiera filosofado, para negarla, para disipar el miedo que despierta o para asimilar su horror. Los griegos y los romanos aprendieron a escamotearla con frases cortas: la muerte no existe para nosotros, y cuando aparece, no existimos nosotros; después de la muerte no hay nada, ni siquiera la muerte.
La muerte se tornó un problema central en el pesimismo de Schopenhauer y en el existencialismo de Kierkegaard. En nuestro tiempo, a Heidegger se le fue la mano y empezó a meditar día y noche sobre esta cuestión, por fin le salió una filosofía para la muerte que como si esto fuera poco también es humana y personal. No la considera ya como algo más allá de la vida, sino como el último término de la vida, una muerte que pertenece a esa serie de acontecimientos llamada vida. La existencia se torna auténtica cuando acepta libremente la angustia de la muerte.

Sartre se escapó rápidamente de la angustia que produce la libertad para la muerte, se encontraba más cómodo con la angustia que produce la libertad para elegir. No coloca a la vida bajo la dominación de la muerte porque esto significaría meditar sobre nuestra subjetividad con la mirada de otro individuo, ya que el hombre jamás encuentra su propia muerte, la que sólo existe para el otro individuo que sobrevive.
Gombrowicz tiene las ideas claras respecto al dolor y al envejecimiento, pero no tan claras respecto a la muerte.
*Durante el entierro pensé que no eran vivos quienes despedían al finado, sino moribundos. En el cementerio, a aquella luminosa hora de la tarde, las caras marcadas por una cierta expresión de grave desesperación, tenían un aspecto cadavérico, igual que el cadáver del ataúd, y cada uno de los presentes cargaba consigo mismo como un saco lleno de muerte*

Pero este saco lleno de muerte, este *memento mori*, le resultaba exagerado, cuando le aparecía tenía la necesidad de controlarlo. La insistencia continua en la idea de la muerte sólo prueba que no somos capaces de asimilarla, pues si lo fuéramos, si en verdad sintiéramos su presencia, no podríamos dormir ni comer, sin embargo, ni siquiera nos impide ir al cine. No nos preocupamos verdaderamente por nuestros propios pensamientos sobre la muerte, pareciera como si esa idea se pensara a sí misma, a lo Hegel, por su cuenta.
*La muerte se vuelve para mí cada vez menos importante, tanto la humana como la animal. Cada vez me resulta más difícil comprender a aquellos para quienes la privación de la vida es el mayor de los castigos. No entiendo la venganza de quien, al matar con un inesperado disparo en la nuca, se regocija como si el otro hubiera sentido algo. Me he vuelto casi indiferente a la muerte (no hablo de la mía)*

*En mi vida hay una contradicción que me arrebata de las manos el plato con la comida justo cuando la acerco a la boca*
Estas palabras escritas por Gombrowicz en sus diarios de Vence parecen copiadas de las fotos de este gombrowiczidas. Cuando finalmente había torcido el destino de miseria que había padecido en la Argentina se le presenta la muerte al lado del esplendor. En Italia, a orillas del mar en al casa de unos amigos, un hombre elegante de traje blanco muestra en su rostro cómo le había sido arrebatada la comida.
Mientras Gombrowicz se nos muestra como un hombre que ha sido alcanzado por la muerte Heidegger pareciera que va en busca de ella.

[Imágenes: Witold Gombrowicz y Martin Heidegger]

EL CAMPO UNIFICADO

Cuando Gombrowicz habla en sus diarios de personalidades sobresalientes utiliza dos procedimientos contrapuestos: en uno, primero las golpea y después las levanta del suelo completamente maltrechas; en el otro, a la inversa, primero las elogia y después las noquea. Si la ocupación con la personalidad se le prolonga mucho tiempo reitera el procedimiento, es el caso típico de Sartre y el existencialismo. Esta manía de Gombrowicz se origina en su convencimiento absoluto que tenía de que él era el mejor y de que el deseo de ser el mejor era común a todas las personalidades sobresalientes.
Vamos a ver ahora cómo Gombrowicz utiliza el procedimiento de los puñetazos y de las caricias para hablar de una francesa y de un polaco.
Henry Sienkiewicz es un escritor muy conocido por todos nosotros pero Simone Weil no lo es tanto, dos palabras entonces sobre ella.

Se graduó en las carreras de filosofía y de literatura clásica con las notas más altas de una promoción en la que Simone de Beauvoir ocupó en segundo lugar. Investigadora de la doctrina marxista, sus preocupaciones más señaladas eran la cuestión social, la pureza y la verdad. Sus ejercitaciones en la praxis del trabajo fabril y una procesión católica que presenció en Portugal decidieron su destino.
*(...) tuve de pronto la certeza de que el cristianismo es por excelencia la religión de los esclavos, que los esclavos no podían dejar de seguirla... y yo con ellos (...)*
Participó de la Guerra Civil Española en las columnas anarquistas, y esa guerra le enseñó a cuánto podía llegar el horror de la brutalidad y el desprecio de la verdad. El cristianismo ocupó un lugar preponderante en sus pensamientos, Camus y Eliot le profesaban una enorme admiración por su lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual. Murió muy joven, a los treinta y cuatro años.

*Siempre me ha asombrado que pudieran existir vidas basadas en principios tan distintos de los míos (...) No conozco ninguna grandeza, absolutamente ninguna. Soy un paseante pequeño burgués que por azar llega a los Alpes o hasta el Himalaya. A cada instante mi pluma toca causas supremas y poderosas, pero si he llegado hasta ellas, ha sido jugueteando...; al vagabundear como un muchacho me he topado frívolamente con ellas. Una existencia heroica, como la Simone Weil, me parece de otro planeta. Es el polo opuesto al mío: si yo soy una permanente huida de la vida, ella la asume plenamente, es la antítesis de mi deserción. Simone Weil y yo, uno no podría imaginarse un contraste más fuerte, dos interpretaciones que se excluyen mutuamente, dos sistemas contrapuestos*

Gombrowicz se estaba enfrentando con la grandeza de una mujer que supo liberar de su interior corrientes y torbellinos espirituales de una potencia sobrehumana, pero Gombrowicz no le tenía confianza a la grandeza. La humanidad común y corriente se aburre con lo profundo y lo sublime, y tan sólo por cortesía aguanta a los sabios, a los santos, a los héroes, a la religión y a la filosofía. ¿Qué es Weil entonces?, es una histérica que fastidia y aburre, una egoísta cuya personalidad inflada y agresiva no sabe ver a los demás, ni es capaz de verse a sí misma con ojos ajenos.
*¿Es esa carpa metafísica cocinada en su propia salsa la que debo vivir como una experiencia profunda? (...) Yo exigiría una grandeza capaz de soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, que abarcara todos los tipos de existencia, tan irresistible arriba como abajo (...) Es una necesidad que me fue inculcada por el universalismo de mi tiempo, que quiere atraer al juego a todas las conciencias, superiores e inferiores, y ya no se contenta con la aristocracia*

El Dios polaco, al contrario del Dios de Weil, es un sistema maravilloso que mantiene al hombre en la esfera intermedia de la existencia, es una manera de esquivar lo extremo, el Dios polaco es el Dios de Sienkiewicz, ese escritor eximio de segunda fila, ese Homero de cuarta categoría, ese Dumas padre de primera clase. Es difícil encontrar en la historia de la literatura un encantamiento parecido al que produjo Sienkiewicz sobre la nación y las masas. Los polacos leían a Mickiewicz porque era una literatura obligatoria, pero Sinkiewicz embriagaba los corazones de todos los polacos porque les acercó un tipo de belleza distinto.
Antes de Sienkiewicz la belleza polaca se identificaba con la virtud pero los gustos fueron cambiando con el tiempo y la virtud terminó por resultar aburrida.

La naturaleza humana se manifiesta en el pecado, en la expansión vital, y la verdadera belleza no se consigue silenciando la fealdad. El dilema entre la virtud y la vitalidad no estaba resuelto, entonces, Sienkiewicz, sazonó la virtud con el pecado, endulzó el pecado con la virtud y preparó un licor dulzón, no demasiado fuerte y, sin embargo, excitante, un licor que gusta sobre todo a las mujeres. El pecado simpático, bonachón, encantador y limpio es la especialidad de la cocina de Sienkiewicz, lo preparaba para fortalecer a la nación y a Dios. A Gombrowicz le resultaba claro que el Dios de Mickiewicz y de Sienkiewicz estaba subordinado a la nación. La moral individual que concernía a Dios le cedía su lugar a la moral colectiva de la nación abriéndole la puerta al espíritu del rebaño, por eso es que Sienkiewicz es un escritor católico sólo en apariencia.

*Por eso la literatura de Sienkiewicz podría ser definida como el desprecio por los valores absolutos a los que reemplaza por una vida facilitada (...) La fuerza de Sienkiewicz consiste precisamente en que él elige el camino del menor esfuerzo, en que es todo placer, un desahogo despreocupado en un sueño barato. Nos introduce como nadie en los recovecos del alma donde se realiza nuestra huida de la vida, el modo polaco de eludir la verdad*
Pero Gombrowicz no podía andar detrás del catolicismo extremista de Simone Weil ni del catolicismo mediocre de Sienkiewicz, era un catolicismo que se debatía entre la inteligencia y la estupidez, y el andaba detrás de un lenguaje común.

El lenguaje del catolicismo absoluto de Simone Weil y del catolicismo limitado de Sienkiewicz no alcanzaba para esto, es decir, para lograr un encuentro entre lo superior y lo inferior, un encuentro que Gombrowicz buscaba y que el cristianismo, con una sabiduría calculada para todas las mentes, le podía procurar. Einstein no pudo desarrollar un campo unificado para explicar el comportamiento de las macropartículas y de las micropartículas, y Gombrowicz no pudo desarrollar un campo unificado para explicar el comportamiento de lo superior y lo inferior. También, menudo problema se pusieron sobre los hombros estos dos hombres.
En la expresión de Simone Weil es fácil de ver cómo ella está dispuesta a renunciar a todo para servir al espíritu, mientras que el rostro de Henryk Sienkiewicz nos muestra a un espíritu que se vale hasta de Dios para servir a la nación.

[Imágenes: Henryk Sienkiewicz y Simone Weil]

LA MANO DE HIERRO

Las alas de Gombrowicz vuelan en sus sueños hacia el Mediodía y el Poniente. La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable por Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba solemnemente sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera el resultado de la guerra. Al otro lado de aquel frente estaba la Europa que le despertaba la nostalgia, mientras los rusos y los alemanes eran para él una realidad de segunda categoría. En 1918 esa barrera se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse en Polonia poco a poco, un cambio que significó tanto para Gombrowicz como la recuperación de la independencia. Del Oeste le llegaban los vientos de la historia y de la cultura, al Sur accedió más tarde, en Francia, en un trayecto que recorre en bicicleta entre un pequeño balneario montañoso y la playa de un puerto diminuto en los Pirineos Orientales.

Pedaleaba hacia abajo con un grupo de meridionales desenfrenados, de pronto se le apareció a lo lejos la superficie inmóvil y resplandeciente del mar latino como si se levantara un telón. Lo que no habían podido las catedrales y los museos de París lo lograba ese camino vertiginoso que apuntaba al mar. Comprendió el Sur, Francia, Italia, Roma... todo eso se le apareció por primera vez en forma hermosa justamente a él, que hasta entonces había considerado a la gente de tez morena como un tipo humano inferior. La blancura de las piedras, el noble gris ceniza de los plátanos, el azul al frente, la nitidez de las líneas y la plenitud de la forma. Toda la cultura francesa, que hasta entonces le había parecido burguesa y repugnante, se le apareció como algo elemental y salvaje. Nunca más sintió aversión hacia el Sur, el Mediodía lo atrapó con una dureza refulgente, un deslumbramiento que preparó el camino para ese viaje increíble y
milagroso que hizo más tarde a la Argentina.

Se toma unas vacaciones, unas vacaciones argentinas de casi veinticuatro años. Las playas de Mar del Plata y de Necochea le despertaban a Gombrowicz distintas ocurrencias a las que le sobrevenían en la *La Cabaña*, la estancia de su amigo Dus Jankowski, en plena pampa húmeda. En Necochea se le prendió la lamparita y, por la aplicación de una determinada ciencia infusa, supo de repente cómo se había realizado en la Argentina la reforma agraria.
*Santiago Achaval, Juan Santamarina, Paco Virasoro y Pepe Uriburu: jóvenes de la oligarquía, ricos. ¿Cuántos hermanos y hermanas tienen? Paco es el que tiene menos, sólo seis. Entre los cuatro, un total de cuarenta hermanos. Niaki Zuberbühler tiene ochenta primos de primer grado. La reforma agraria se lleva a cabo en la cama*

En cambio, cuando viaja por primera vez a *La Cabaña*, inscribe en el pórtico de esa estancia, como Dante lo había hecho en la puerta del infierno, unas palabras tristes.
*Si este diario que voy escribiendo desde hace algunos años no está a la altura –la mía, la de mi arte o la de mi época–, nadie debería reprochármelo, pues es un trabajo que me ha sido impuesto por las circunstancias de mi exilio y para el posiblemente no sirvo*
En esa pampa ilimitada no hay océano ni sal ni vientos, después de la agitación de las playas, ahora la tranquilidad, el silencio y el relajamiento. En el campo argentino no hay campesinos como los hay en Polonia, aquí no hay nadie. Unos cuantos peones cuidan los campos y la enorme cantidad de vacas y de caballos, pero sin prisa. Un hombre con un tractor labra, siega, trilla y embolsa los granos.

Gombrowicz caminaba por las avenidas de eucaliptos en medio de la inmensidad de la pampa húmeda, y de nuevo lo asaltaba el presentimiento de una agonía solitaria en un sótano asfixiante. Sabía que Dios no sería un asilo para su vejez, y menos aún la trascendencia del existencialismo con sus borracheras de sentimientos trágicos. El tiempo del deshielo presionaba sobre su conciencia y se preguntaba si su regreso a Polonia, si su regreso a la patria no podría darle lo que Dios y la filosofía no podían darle. Pero en ese caso se tendría que enfrentar con una libertad relativa, una libertad que debía presentarse dos veces por semana en la oficina de control para poder vivir una semivida y una semiverdad. A través de estas cavilaciones se estaba definiendo respecto a la ética del catolicismo, del existencialismo y del marxismo, pero la moral es sólo un fragmento de la vida, y los otros fragmentos lo seguían presionando por todas partes pues la
realidad es inagotable.

Esa contradicción entre el ser y el existir lo llevaba de la mano al mundo palpable de los eucaliptos y de la tierra, ese único mundo amigable y creíble, un mundo que se le había diluido en esa pampa inmensa bajo la bóveda celeste, se le había borrado.
Ni siquiera el globo terrestre, suspendido él mismo, podía asegurarle un terreno firme para los pies. Ese abismo sin fondo podría enloquecernos si es que no estuviéramos tan acostumbrados a él.
*Y al mismo tiempo estoy allí, en el seno del universo. Todas las contradicciones se dan un rendez-vous en mí; la calma y la locura, la sobriedad y la embriaguez, la verdad y la patraña, la grandeza y la pequeñez, pero siento que en mi cuello se posa de nuevo la mano de hierro, que poco a poco, sí, de manera imperceptible..., se va cerrando*

En la estancia de Dus Jankowski que se ve en la fotografía Gombrowicz escribió muchos pasajes memorables de sus diarios, entre el *qué bellas que son las rubias* y el , *(...) si no fuera por el estertor y los ojos del perro, que no se apartaban de nosotros* estaban los jinetes y los escarabajos...
Jankowski fue un buen amigo de Gombrowicz, ese agrónomo estanciero tenía una debilidad manifiesta por él, y esa casa se le aparecía a Gombrowicz como la de su familia en Polonia, especialmente en las fiestas de fin de año.

[Imagen: Estancia de Dus Jankowski]

EL ROMANTICISMO POLACO

Gombrowicz se las tuvo que ver desde el nacimiento con el romanticismo polaco al que enfrentó con un apego premeditado por la realidad. Protestaba contra los tres poetas profetas del romanticismo, guías espirituales de la nación polaca, pues absorbían la inteligencia y el tiempo de los jóvenes estudiantes dejándolos atrás del pensamiento europeo, pero a pesar de sus protestas quería ser como uno de ellos, quería ser como Mickiewicz.
El valor de la patria se le transformó a Gombrowicz. cuando los rusos llegaron a las puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando del mariscal Pilsudski en el año 1920. Los jóvenes se alistaban como voluntarios y sus colegas se paseaban en uniforme por las calles, pero Gombrowicz permaneció en su casa.

Esa ruptura con el grupo y con la nación surgió en el año memorable de la batalla de Varsovia, y lo obligó a buscar su propia senda y a vivir por su cuenta. Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras lo impulsaron a la anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria por la presión que ejercía sobre los individuos. Aunque estaba lejos todavía de dominar intelectualmente estos difíciles problemas empezó a comprender que en Polonia el precio de la vida humana era bajo.
Esta presión contra la patria va creciendo hasta que se manda la blasfemia increíble del comienzo de *Transatlántico*. Pasados diez años de escritas estas páginas en las que maldice a Polonia, pone en el diario que en ese barco, en *Transatlántico*, había regresado a su patria y se había convertido en un ciudadano.

La patria, como a Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu polaco. Y la patria lo llama nuevamente cuando se va de la Argentina y lo sorprende diciendo que no se había desnacionalizado, que seguía siendo tan polaco como el primer día.
*Tenía miedo de Polonia (...) La única razón de mi zozobra era indudablemente el que sintiera que pertenecíamos a Oriente, que éramos Europa oriental y no occidental, sí, ni el catolicismo, ni nuestra aversión hacia Rusia, ni las uniones de nuestra cultura con Roma y París, nada podían hacer contra esa miseria asiática que nos devoraba desde abajo... toda nuestra cultura era como una flor pegada a la piel de cordero de un abrigo campesino*

*Esta obra nació en mí como un ‘Pan Tadeuz’ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En *Transatlántico* quería oponerme a Mickiewicz*
Gombrowicz había empezado a lidiar con el espíritu romántico en *Ferdydurke*, burlándose del mariscal Pilsudski.
En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe *Ferdydurke* con un propósito restringido, pero la obra se la va de las manos, le sale el tiro por la culata y se pone en línea con la *Oda a la juventud* de Adam Mickiewicz.


*A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de Ferdydurke un pequeño verso que parodiaba *La primera Brigada* de las Legiones. Puso el grito en el cielo (...) Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski y las Legiones estaba lejos de poder ser comentado libremente en la prensa o los libros, cada uno podía hablar de lo que se le venía en gana*
Gombrowicz utilizaba las formas políticas y militares como si fueran un juego, al punto que él y sus hermanos se declararon partidarios fervientes de la coalición tan sólo por el hecho de que su madre tenía una ligera tendencia proalemana. Tampoco quiso tomar parte en el festín de la independencia.

*(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia marcha? (...) La vida política no me interesaba*
Lo que realmente le disgustaba a Gombrowicz del mariscal Pilsudski no es que fuera un hombre de izquierda, sino la propaganda pomposa e ingenua que le hacían sus partidarios, y también la actitud de Pilsudski hacia su propia grandeza. El mariscal estaba aplastado por la dimensión histórica de Polonia y por la misión que se le imponía. Pero la historia no sólo trata a la gente con crueldad sino que, además, se burla de ella; ninguna iniciativa radical podía llevarse a cabo en las condiciones de esa Polonia de entre guerras, y hombres eminentes como Pilsudski estaban condenados a la insignificancia.

Pilsudski hizo lo que pudo y como pudo con realismo, valor y virilidad contra los pacifismos cobardes de los burgueses presumidos de Francia e Inglaterra. A Gombrowicz, en tanto que artista, le encantaba y lo divertía el estilo del mariscal, su manera imponente y pintoresca, y su grandeza tan personal y auténtica. No obstante, en las discusiones que mantenía con otros colegas escritores sobre ese personaje predominaba el sentimiento y el respeto que tenían por él, por eso se hacía imposible el análisis, la grandeza de Pilsudski permanecía fuera de toda discusión como algo establecido de una vez y para siempre.
Pero esta predisposición hacia la admiración y la obediencia tan generalizada, aún entre sus adversarios, no le convenía a la elite de la nación, lo que es bueno para un soldado no siempre es recomendable para un intelectual.

Y esa impotencia romántica, sentimental e ingenua de la intelligentsia polaca respecto a Pilsudski le hacía daño, ya que él mismo era la primera víctima de su propia leyenda. A veces se atacaba algún aspecto de su política, pero no se ponía en discusión ni se analizaba su propia grandeza.
*Puede ser que fuera grande, no lo niego. A mí lo que me enervaba no era su grandeza sino la pequeñez de los que se sometían a ella con tanta facilidad. No le reprochaba en absoluto a las masas que lo siguieran ciegamente; sin embargo, me preocupaba la ligereza con la que la capa social más avanzada renunciaba a su derecho a la crítica, al escepticismo y, ésta es la palabra precisa, al control. (...) Mientras la fuerte personalidad del mariscal dominó el panorama de la vida política e incluso espiritual, las cosas se sostuvieron bastante bien, tanto más porque Pilsudski se alejaba de toda teoría, nadie sabía a ciencia cierta cuáles eran sus principios, no obstante infundía la confianza que puede dar un hombre altruista y capaz, acaso genial o incluso providencial*

La grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura en la que el hombre trata de ser dueño y señor. La postura romántica, en cambio, se expresa en el sometimiento del hombre, en el aguante y en el sufrimiento, la grandeza del hombre romántico recién aparece cuando se convierte en víctima de un mundo que lo supera.
El rostro de Mickiewicz que aparece en la imagen no deja lugar a duda, es la postura romántica del aguante y el sufrimiento, su grandeza proviene de su lucha contra una fuerza que lo somete.
El rostro del mariscal Pilsudski tampoco deja lugar a dudas. La fiereza de su expresión se corresponde con la grandeza del hombre clásico, pero el mariscal estaba desbordado por la dimensión histórica de Polonia y por la misión que se le imponía, entonces su grandeza se volvió romántica como la de Mickiewicz, ambos fueron víctimas de un mundo hostil que los aplastaba con su fuerza.

[Imágenes: Adam Mickiewicz y Józef Pilsudski]

LA SANGRE SE PONE ESPESA

El Zorro, de la Embajada de Polonia, me mordía los tobillos y me daba golpes en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa redonda de la Feria del Libro en el año del centenario, no le entraba en la cabeza cómo podía ser que todos se negaran, era un desaire para Gombrowicz, para los ponentes polacos: el Pequeño K y la Vaca y, en fin, para todos los polacos que vivían en la Argentina. El Pato Criollo, que se le había retobado personalmente al Zorro, me sugirió, perdido por perdido, que lo invitara a Revólver a la Orden, un filósofo escritor que se animaba a lo que venga, pero no me atreví a tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo, casi con seguridad, tenía la intención de introducir en la mesa un participante que, por distinguiese del resto, podía despacharse con cualquier extravagancia.

Salga pato o gallareta, pensé para mis adentros, hablé con el Zorro y le sugerí que invitara al Buhonero Mercachifle, si bien es cierto que es un tanto anacrónico y propenso a los desvaríos, había conocido a Gombrowicz y, bueno, tan mal no debía estar. El Buhonero Mercachifle aceptó, pero una semana antes del día de la mesa fue a la embajada y tuvo una conversación con El Zorro. Le dijo que para él era un honor que lo hubiera invitado como ponente pero que sólo participaría si le pagaba doscientos pesos.

El Zorro en un primer momento quedó sorprendido, cuando recuperó la calma le explicó que la historia de Polonia estaba llena de infortunios desde la conversión de Mieszko al cristianismo. A continuación le hizo un relato pormenorizado de los obstáculos que habían tenido que sortear el rey Estanislao, los generales Kosciuszko y Pilsudski y, finalmente, remató el discurso con un breve comentario sobre los contratiempos que habían tenido que sobrellevar en la época del comunismo. Estas desgracias habían empobrecido a Polonia de tal manera que él no estaba en condiciones de pagarle lo que le pedía, pero que reconocía el valor de su obra. El Buhonero Mercachifle no participó de la mesa.

El Zorro es polaco, el Buhonero Mercachifle hijo de polacos, como se ve ambos tienen una sangre que se pone espesa cuando hay que negociar. ¿Y Gombrowicz, qué relación tenía con el dinero? No es tan fácil responder esta pregunta porque durante mucho tiempo no lo tuvo y cuando empezó a tenerlo debía cuidarlo y controlar muy bien sus gastos, pero su actitud siempre era la de un terrateniente administrando los gastos del campo.
Cuando lo conocí, en el año 1956, ya no usaba las triquiñuelas de las tres palabras consecutivas ni la de la inclusión del nombre de los contertulios en los diarios, para conseguir un poco de plata, por entonces se comportaba como un verdadero señor: pagaba sus cuentas, dejaba propinas, daba becas y hasta hacía regalos.

Sin embargo, en la época de su mayor miseria era más lírico con el contante y sonante, nos contaba que había inventado una estratagema para hacerse de algo de dinero, aunque no sé si tuvo la oportunidad de ponerla en práctica: –¿Puede usted prestarme veinte pesos? Se los devolveré, digamos, el jueves. El martes pediré treinta pesos a otra persona y se los devolveré el viernes. Entonces, de esos treinta pesos que pido prestados el martes, meto diez en el bolsillo y los otros veinte serán para usted. El miércoles pido otros cuarenta pesos prestados, devuelvo los que me habían prestado el martes y los diez restantes son para mí. Es una cadena. De este modo todo el mundo tiene confianza en mí; –Sí, ¿pero qué pasará con el último préstamo?; –¡Ah, eso sólo Dios lo sabe!

Este relato forma parte del testimonio de Roger Pla para *Gombrowicz en Argentine*, el libro de la Vaca Sagrada, un testimonio que remata de una manera elocuente.
*Pero su valor intelectual no era una coquetería, formaba parte integral de su personalidad, lo que no es una cosa frecuente. Además en él se percibía una individualidad fuera de serie y –¿por qué no decirlo?– que era un genio. A mi parecer, es uno de los más grandes entre los últimos individualistas, probablemente sin posible sucesor*

[Imagen Roger Plá]

EL DOCTOR LOMBROSO Y LA ENTROPÍA

El conocimiento sigue siempre un curso descendente que pasa inexorablemente del estadio heurístico al estadio hermenéutico. Siguiendo estrictamente el camino de esta degradación del intelecto, a la que podríamos llamar la entropía del pensamiento, he concebido unas historias verdaderas, como un conjunto ordenado de mis aventuras con personas relacionadas con la actividad de escribir.
Gombrowicz fue un hombre de letras que, ya sea por lo que escribía o por lo que hacía, recibió una gran cantidad de insultos a lo largo de toda su vida. Una gran parte de esos insultos se lo propinó la prensa polaca en el año que estuvo en Berlín.
*La forma más común del egoísmo humano es cerrar lo ojos a la desgracia ajena para no enturbiar el goce de todos los placeres y encantos de la vida...¡Usted no merece el nombre de escritor!*

*Quien muestra una actitud tan cínica hacia el martirio de millones de sus compatriotas... es un hombre carente de toda conciencia y sentido moral*
Esta es un pequeña muestra de los tantos insultos que Gombrowicz copia en los diarios para relatar cuestiones que, sin embargo, eran bastante importantes.
En el vocabulario del derecho se acostumbra a decir que lo accesorio sigue la suerte de lo principal y, aunque sin la misma jerarquía, debo admitir que algo parecido a lo que le ocurría a Gombrowicz también me ocurre a mí.
Mis encuentros personales y epistolares con los gombrowiczidas suelen tener características variables, pero siempre dejan alguna huella.
Uno de esos encuentros lo tuve con tres miembros conspicuos del club, la Flauta Traversa, el Mentecato y la Francotiradora, y lo programamos con un mes de antelación en un café del Centro Cultural Borges; algunos de sus resultados fueron sorprendentes.

El miembro que mostró más entusiasmo por la reunión fue el Intermediado Contradictor, un mote augusto que le había puesto atendiendo a lo que me parecieron sus cualidades de pudibundo y de independiente, y fue justamente ese miembro el que, sin aviso antes y sin excusas después, faltó a la cita.
Es muy difícil y peligroso cambiar los apodos, Gombrowicz sólo se atrevió a cambiar uno. En efecto, cuando Di Paola le manifestó su disgusto porque le había puesto Asno, Gombrowicz se lo cambió pero sólo parcialmente, empezó a llamarlo Osiol, una palabra polaca que quiere decir justamente asno, y no cambió ninguno más, los motes que nos puso se fueron convirtiendo con el transcurso del tiempo en destinos en cápsula, como dice muy acertadamente el Pavo en la presentación de *Cartas a un amigo argentino*.

Pues bien, debido a la conducta inestable y descuidada con la que se manifestó el Intermediado Contradictor, a partir de ese momento fue conocido entre los gombrowiczidas como el Mentecato, un apodo muy acertado para ese poeta de Barracas, idólatra de un Joyce que según él cree escribió el *Ulises* pensando en una tía materna, y que compuso un poema corto para mí al que dio en llamar *forfait* pues la lectura de *Gombrowicz, este hombre me causa problemas* le permitió recuperar para su vocabulario esa palabra, una palabra que el Mentecato tenía perdida.
Después de haberle echado una atenta lectura al gombrowiczidas en el que hablo de su educación incompleta, el Mentecato me mandó una carta que, a pesar de los insultos, no deja de ser ilustrativa.

*Querido Gomez : Sos un gran pelotudo. Un pobre histérico que no tolera un no. Lo imaginaba. A partir de ahora te bautizo el pelotudo y chupaculos número uno de la literatura argentina. Logré finalmente que hablaras mal de mí. No servís para curtir en estas lides, chupaculo, te tomaste en serio el rol de escritor, pelotudo*
Esta manera de insultarme tiene un antecedente cabalístico iniciático que proviene del Hombre Unidimensional, un escritor hispanohablante que ingresó al club de gombrowiczidas como integrante de un grupo de hombres de letras al que di en llamar el de los nueve magníficos, que con el correr de los años ha obtenido una maestría para litigar por los premios literarios.

*Che, Culo de Goma: Vos sí que estás cada día más pelotudo. No te das una idea de cómo me hacés recagar de risa. ¡Germán García hace estudiar las boludeces que escribís por sus alumnos, como buen caso clínico psicótico que sos, y ahí estás saltando en una pata de alegría! ¿Sabés qué te hubiera dicho Gombrowicz? Mejor ni te lo digo. A vos te encierran en una jaula del zoológico y te pensás que te están homenajeando. Y si te la pone un orangután, doblemente contento*
El insulto del Hombre Unidimensional es más drástico y radical que el del Mentecato, razón por la que decidí someter al estudio de los miembros del club de gombrowiczidas una imagen suya que aparece en la foto con marcadas características lombrosianas.


[Imagen: Rodolfo Fogwill]

SINCERAMENTE ARTIFICIAL

Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son misteriosos. A los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano mayor que le quería pegar, usaba la táctica del cucú. Se escondía detrás de un arbusto y salía gritando: –¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a correr en esa dirección, Gombrowicz, que ya se había escondido detrás de otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia!
A estas aventuras infantiles le siguieron las del liceo en el que, por una cosa o por la otra, también era corrido y zurrado, y así llegó el tiempo de la Universidad.

*¿Qué iba a estudiar en la Universidad? A decir verdad no me atraía nada, tal vez algo la filosofía, aunque ya en aquella época me daba cuenta que para saber un poco de filosofía bastaba con ir a una librería, comprar unos cuantos libros y leer en lugar de perder el tiempo escuchando conferencias y asistiendo a seminarios. Finalmente escogí la Facultad más cómoda y atrayente para los holgazanes: la de Derecho.
Pero pronto dejé de asomarme por la Universidad. El derecho resultó ser un aburrimiento insufrible y mis compañeros de curso tampoco se mostraban demasiado interesantes*

Era un hijo mimado de mamá en comparación con otros jóvenes de su edad que a esa altura de la vida ya habían destrozado unos cuantos corazones, pero él, de igual manera, se sentía más maduro que esos otros.
*Mi madurez se manifestaba en la convicción de que ‘la vida es la vida’, como solían decir mis tíos del campo, y que ninguna reforma, acción, levantamiento, lucha, daría una pizca más de razón a mis colegas y no transformarían el mundo en un paraíso. Era realista hasta la médula y sentía aversión por toda clase de ilusiones, trivialidades y teorías escritas. Odiaba el entusiasmo*

Pensaba en los roles que podía desempeñar y que no le resultaban inaccesibles: abogado, juez, comerciante, profesor, filósofo, artista, lugareño..., pero ninguno le gustaba demasiado.
A pesar de la confusión que tenía en la cabeza y de que la actividad de escribir no estaba bien vista entre los miembros de su familia, poco a poco se fue convirtiendo en un escritor, apuntando siempre al mismo norte de sus tíos: *la vida es la vida*
Había una paradoja, sin embargo, en esa convicción de sus tíos del campo, que despertaba la perplejidad de Gombrowicz. Si sus acciones iban a influir en el futuro, era responsable, por lo menos en parte, de lo que ocurría en el mundo. En cambio, si su propia vida estaba regida por circunstancias que escapaban a su control, entonces no era responsable de sus acciones.

Y esta paradoja ya nos lleva de la mano, porque una cosa que siempre le anduvo dando vueltas en la cabeza a Gombrowicz era saber cuánto de loco estaba. En la vida corriente no era tan extravagante ni tan loco como en la literatura, pero él quería experimentar en su gran laboratorio, sacar consecuencias formales extremas de las ligeras alteraciones que sufría su imaginación. El propósito de Gombrowicz es muy lógico, yo creo que igual que el doctor Frankestein y el doctor Jekyll hacía experimentos no para que los demás controlaran sus demonios sino para controlar los suyos propios.
La responsabilidad es una idea que ejercía una enorme fascinación en Sartre y en Gombrowicz pero en el sentido contrario.

En un estudio realizado por una famosa psiquiatra ginebrina se cuenta como la doctora escuchó de la boca de una de sus pacientes relatos en los que sus experiencias mentales coincidían en muchos aspectos con las que describen los existencialistas y, especialmente, con las vividas por ciertos héroes de las novelas de Sartre.
*El menor gesto se extiende a todo el universo. La piedra que arrojé al agua hace un momento en este río rebotó en la superficie y dejó atrás una estela de ondas; siento que puede ser la causa remota de un naufragio en el océano. En consecuencia, yo seré la causa de ese naufragio, y tendré que asumir la responsabilidad total... ¡Soy culpable de todo, absolutamente de todo!... Por mi mera existencia soy culpable y complico al mundo entero en mi ignominia... ¡Qué terrible es esta carga eterna sobre nuestros hombros humanos! No estar segura de nada, no poder confiar en nada, y no obstante verse obligada a comprometerse siempre de manera total...*

La paciente, que verdadera y sinceramente intentó vivir según los rigurosos principios existencialistas del compromiso y la responsabilidad, finalmente, perdió por completo la razón. Imaginemos por un momento que en el mismo instituto psiquiátrico en el que se encontraba internada la paciente, hubiera estado también internado Gombrowicz, asunto nada improbable pues durante buena parte de su vida le anduvo dando vueltas por la cabeza la idea de que estaba loco. ¿Qué hubiera estado haciendo Gombrowicz?, tirando piedras al agua seguramente.
Gombrowicz no soportaba el compromiso y la responsabilidad existencialistas, los consideraba una enfermedad que producía una deformación en el hombre, era una carga muy pesada para la naturaleza humana. La idea de una conciencia cada vez más profunda para alcanzar la existencia auténtica debía conducir a la locura.

El compromiso y la responsabilidad tientan al hombre a resolver con su propia cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce resultados catastróficos. Gombrowicz comienza entonces a tirar piedras en el agua, se presenta como un paseante pequeño burgués que sólo por azar y jugueteando se pone en contacto con causas supremas y poderosas, que él es un representante ejemplar de una vida que huye del compromiso y la responsabilidad, esas categorías que condujeron a la paciente a la locura, que su metafísica intenta soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, una metafísica que abarque todos los tipos de existencia, tan irresistible arriba como abajo.
De este rechazo que hace Gombrowicz del compromiso y la responsabilidad excesivos nacen algunos reproches que se le hacen a su falta de sinceridad y a su histrionismo, pero hay que recordar que la literatura es escurridiza y lo obliga al escritor a rebotar con las paredes del lenguaje y del objeto.

El bufón que todos llevamos dentro nos habla muy claramente de las ganas que tenemos de divertirnos y del deseo de una mayor flexibilidad y de una forma menos definida. Si alguna cosa en el mundo, sea la cosa fuere, no le permite al hombre pensar y sentir libremente, puede que no alcance para volverlo loco, pero lo pone en el camino de la locura.
Al reflexionar sobre sus numerosas angustias Gombrowicz llega a la conclusión de que los tormentos se le aparecen sin esa enorme carga de responsabilidad, con un aspecto insignificante e inocente.
*Me puedo imaginar la guerra como el sabor de un té de anteayer, o un forúnculo en un dedo, o las tinieblas. Semejante visión corroe el valor como los gusanos la madera. ¿Qué tienen en común el miedo y la inocencia? Y sin embargo, el colmo del terror es para mí algo tan puro como... el colmo de la inocencia*

No sé cuántos de los integrantes del club de gombrowiczidas han utilizado de chicos la táctica del cucú, como lo hacía Gombrowicz a los ocho años, pero que haya seguido usándola como la usaba él también de grande, posiblemente ninguno.
*Oh, dejemos que esta asociación de mi persona con una terminología ya demasiado trillada engendre unos monstruos que acaben devorándose entre ellos. Lo peor es que la prensa francesa, en ocasión de mi llegada a París, se dedicó a subrayar mi aspecto de conde y mis maneras aristocráticas, mientras la prensa italiana me calificaba de gentilhuomo polacco. ¿Protestar? ¿Qué conseguiría protestando? Sé perfectamente que todo esto me desacredita a los ojos de la vanguardia, de los estudiantes, de la izquierda, casi como si yo fuera el autor de ‘Quo vadis’; y sin embargo, es la izquierda y no la derecha la que constituye el terreno natural de mi expansión.
Desgraciadamente se repite la vieja historia de los tiempos en que la derecha veía en mí a un bolchevique, mientras que para la izquierda yo era un anacronismo insoportable. Pero de alguna manera veo en ello mi misión histórica:
Ah, entrar en París con una desenvoltura ingenua, como un conservador iconoclasta, un terrateniente vanguardista, un izquierdista de derechas, un derechista de izquierdas, un sármata argentino, un plebeyo aristócrata, un artista antiartístico, un maduro inmaduro, un anarquista disciplinado, artificialmente sincero, sinceramente artificial. Eso os hará bien... ¡y a mí también!*

[Imagen: Simone Beauvoir y Jean-Paul Sartre]

EL BURRO

*Ya es hora de responder a la pregunta: ¿por qué se quiere destruir a Beethoven, por qué se permite cualquier tontería siempre que sea antibeethoveniana, por qué se ha urdido una red de alabanzas ingenuas y acusaciones igualmente ingenuas con la intención de ahogarlo? ¿Tal vez porque Beethoven no gusta? Es justamente por lo contrario: porque es la única música que realmente le ha salido bien a la humanidad, la única encantadora*
Los cuartetos de Beethoven eran para Gombrowicz la cumbre prodigiosa de la música, y la música, el efecto más poderoso y penetrante con el que las bellas artes alcanzan el alma.
El burgués inteligente, perezoso y bromista que era Gombrowicz cuando se fue de la Argentina, también llevaba consigo esos cuartetos de Beethoven.

Con el curso del tiempo se me pegaron tanto estos dos nombres que tuve que escribir *Gombrowicz es Beethoven*, una oración de diez líneas que publicó *Tworczosc* en Polonia hace más de diez años, una idea sobre la que volví a dar vueltas en *Gombrowicz, este hombre me causa problemas*.
*Durch Leiden Freude, por el dolor la alegría pensaba Beethoven, algo parecido piensa Gombrowicz, quizás el polaco cambia la alegría del alemán por la belleza, o el encanto, o la juventud, o la diversión, o todo eso, da lo mismo. Yo no junto a Beethoven con Gombrowicz porque sean grandes, los junto porque son hermanos, porque en ellos se siente más que en ningún otro que el dolor es el origen de la existencia*
¿Serán tan importantes estos cuartetos de Beethoven?, de Rosario y de Polonia nos llegan aires más vulgares y gordos.

Gombrowicz ve a Rosario como la América vulgar cuando desembarca en esa ciudad regresando de un viaje que había hecho a las Cataratas de Iguazú.
*Comercio, balance, presupuesto, saldo, inversiones, crédito, inventario, cuenta, neto, bruto, sólo esto, únicamente esto, toda la ciudad está bajo el signo de la contabilidad. La vulgaridad de América, la América gorda*
Sin embargo, para el Pato Criollo, ese Rosario contable, vulgar y gordo también era intergaláctico: –¿Y vos, qué estás haciendo, Aira; –Y, estoy escribiendo, como siempre; –¿Y ya tenés el título?; –Y, sí, se llama *El gran salmón*; –Ah, una novela de pesca; –No, no, es un salmón itergaláctico, se viene para acá nomás; –Caramba, pero, ¿habla?; –No, no, tiene un gran tamaño, mide cincuenta mil millones de años luz; –Por favor, está lejísimos, entonces; –No, muy cerca, a quince kilómetros de Rosario.

El Burro, uno de los últimos campeones de la mafia rosarina, ha inspirado a la Corifea, una joven gombrowiczóloga polaca de la tercer generación y de una categoría indefinida pues su condición de bibliófila la arrastra a la biografía, a escribir unas palabras que nada tienen que ver con Beethoven.
La polaca se pone a caballo de las legendarias huellas, de la formidable ausencia y del visible hueco que según el Burro ha dejado Gombrowicz en la Argentina y que él intenta llenar con sus rebuznos. Ya a caballo del Burro la Corifea se las ve con un Gombrowicz desubicado y guarango que hecha las bases de una ética estética, lejos de la crítica centrada en el anecdotario de su vida. De una manera solapada la Corifea está desacreditando aquí los testimonios que aparecen en *Gombrowicz en Argentina*, el libro de la Vaca Sagrada.

Con el potente lugar intelectual de desfachatado que le encuentra el Burro inventa un Gombrowicz argentino y guarango recién nacido que pega sus primeros berridos en la editorial de la Pitolina, la consigliere de la mafia rosarina
*(...) algo que, sin dudas, necesitábamos desde hace mucho tiempo*
De igual manera que el Burro la Corifea misma se ocupa de plancharlo a Gombrowicz, con esa costumbre que tiene de contarle el culo a las hormigas, en Argentynskie przygody Gombrowicza cuya tapa tiene a un Gombrowicz puesto en el balcón de su pieza de Venezuela unos días antes de su alejamiento de la Argentina.
¿No será demasiado poco para Gombrowicz esta manera de verlo que tienen estos dos pigmeos? Por fortuna un mexicano ilustre viene en ayuda de los cuartetos de Beethoven y de Gombrowicz en un momento en que un argentino y una polaca están cometiendo desvaríos.
En efecto, Carlos Fuentes publicó recientemente una hermosa nota en la que habla de los artistas que coronan sus vidas con serenidad, y de los que al final de su vidas apuestan a la intransigencia y a la contradicción.
*(...) Enajenado, oscuro, rechazando la serenidad, despreciando la madurez, Beethoven nos recuerda en sus cuartetos el ánimo de Witold Gombrowicz en sus grandes novelas ‘Ferdydurke’ y ‘Cosmos’ (...)*
Si bien el Burro es un joven integrante de la mafia rosarina, un talante que aparece con toda claridad en la foto de este gombrowiczidas, es justo aclarar que no llega a ser ese tipo mofletudo de pelo engomado del que habla Gombrowicz en los diarios.

*Rosario es la más fea de las grandes ciudades argentinas; en cuanto a cantidad de habitantes, iguala a Varsovia, pero es pueblerina hasta la médula de los huesos. Es curioso: toda esa masa de gente hasta ahora no ha creado ningún movimiento cultural, artístico, aunque tiene una universidad, y no se trata de una urbe obrera, sino de una ciudad de empleados, comerciantes, vendedores ambulantes y empresarios de todas clases. Pero sus necesidades espirituales quedan satisfechas con el juego de billar.
Cada país tiene su monstruo. En Rosario a cada paso se puede ver al monstruo representativo de la Argentina: es un tipo regordete, mofletudo, de mejillas rubicundas y brillantes, un bigotito negro de tenor, el pelo engomado, ojos sensuales, con un reloj, un anillo, de elocuencia fácil y abundante, de una familiaridad y cordialidad afectadas, que aspira la sopa, se hurga los dientes con un palillo y está encantado consigo mismo... ¡Dios mío! ¡Qué monstruo! ¡Emana una idiotez imposible de soportar!

[Imágenes: Argentynskie przygody Gombrowicza; El exilio procaz y Pablo Gasparini]

EL BURRO ATACA OTRA VEZ

Mientras escribía el gombrowiczidas que dediqué a ese personaje de la mafia rosarina al que di en llamar el Burro, recordé que el burro es un cuadrúpedo que me persigue desde la juventud.
Cuando me puse en contacto con la barra de gombrowiczidas del café Rex enseguida sentí la amenaza de este animal, una amenaza que me producía un capiti diminutio, entonces traté de construirme un cierto prestigio recurriendo a mis conocimientos de las ciencias duras.
Le explicaba a Gombrowicz lo que era un logaritmo, a Acevedo le calculaba la velocidad que debía tener una pelota para girarar alrededor de la tierra a un metro de altura sin caerse, al Alemán le demostraba por qué la raíz de dos no es un número racional.

Estas cuestiones tan elementales entre los alumnos de mi Facultad me ayudaron a mantenerme en pie en los primeros tiempos de mis aventuras gombrowiczidas. Más tarde me sirvieron también para profundizar en nuestras discusiones con toda la seriedad que nos era posible, sobre sus relaciones con la filosofía, con la música y con cualquier otra cosa que se nos atravesara por el camino. En los diarios de 1961 Gombrowicz escribió algunas palabras sobre los estudiantes de ciencias exactas que leí mucho después y que no me gustaron para nada.
*Cuando a mi mesa, en un café, se sienta un estudiante de ciencias exactas para observarme con lástima (porque hablo sin decir nada), para despreciarme (porque es una tomadura de pelo), para bostezar (porque eso no se puede comprobar experimentalmente), no trato en absoluto de convencerle. Espero que lo invada una ola de lasitud y saturación*

Cada uno de nosotros tenía un arma predilecta con la que golpeaba a los demás, el arma predilecta de Gombrowicz era la música.
El crecimiento de Gombrowicz en la música entre los comparsas del café Rex fue continuo y obsesivo, las controversias eran apasionadas. Llegó a adquirir una gran facilidad para referirse a los aspectos técnicos de la música, un conocimiento apócrifo que utilizaba para lucirse e incomodar a los demás. Una polémica que tuvo con Madame Orel terminó mal; estaban discutiendo sobre si la cromática era la gama o la escala, la cosa es que la Madame se enojó y le dio una cachetada.
Otro contertulio del Rex que también se sentía amenazado por el burro era Acevedo, un anarquista que para defenderse de Gombrowicz armó un tablero de valores. El que pudiera cubrir todos los cuadros ganaba, no importaba cuántas fichas pusiera en cada cuadro, ganaba el que pudiera cubrirlos a todos.

Los valores de Acevedo eran: el ajedrez, la música, la ciencia, el anarquismo, la filosofía y Nicolai. Nicolai era un sabio alemán, amigo de Einstein, que había dado algunas conferencias en Buenos Aires sobre la ciencia en las que intentó demostrar que aún la belleza tenía su fundamento en las leyes de la naturaleza.
Acevedo reconocía que Gombrowicz tenía muchas más fichas que él para cubrir los cuadros de la música y la filosofía, pero tenía pocas para el anarquismo y ninguna para Nicolai, luego él ganaba.
Yo afilé mis armas cuanto pude para defenderme de ese burro con el que Gombrowicz nos amenazaba, así que se me ocurrió hacerle una pregunta sobre geometría a los gombrowiczidas de Rex.

Conocía un problema que había resuelto utilizando integrales, pero de muy difícil solución sin el conocimiento del cálculo infinitesimal, ese hermoso descubrimiento simultáneo del inglés Newton y de Leibniz el alemán. El problema consiste en determinar el largo de una cuerda que tiene en un extremo un palo clavado en el perímetro de un círculo sembrado de pasto y en el otro un burro, de modo que el animal no pueda comer más que la mitad del pasto. Les propuse a los contertulios que resolvieran este problema recurriendo tan solo a la geometría que conocían los griegos y a la trigonometría, esa disciplina en la que a Gombrowicz le habían puesto un cero. Las personas del grupo que se fue formando se volvieron idóneos en el problema del burro, se acercaron cada vez más a su resolución con desarrollos día a día más ingeniosos, se crearon jerarquías y estilos, y se convirtieron en expertos en la materia, pero el problema no lo
resolvieron.

Mi conflicto con Gombrowicz es eterno, aún hoy perdura, intenté defenderme de su burro utilizando mi propio burro, pero sin éxito.
*Mi disertación de polaco me valió un cum laude, así como también mi examen de francés, lengua que hablaba bastante bien en casa. El tribunal se quedó de piedra y decidió enviar mis trabajos al ministerio quien pronunció una sentencia favorable: aprobado.
Fuimos a celebrar el éxito (...) Me emborraché como todos y eché mis entrañas por la ventana del quinto piso: estaba tan ciego que no me di cuenta de que abajo había una cafetería con las mesas en la acera. Los aullidos que llegaron desde la calle, me hicieron avisar rápidamente a mis compañeros y, acto seguido, colocamos una barricada en la puerta de entrada dispuestos a defendernos hasta el final*

Y en esto yo le ganaba a Gombrowicz porque me había doctorado con un summa cum laude, la mayor distinción que se otorga en nuestros claustros universitarios, era el reconocimiento al haber obtenido la máxima calificación de todas las carreras de la universidad.
También me emborraché, pero en mi casa, con mis condiscípulos y algunos profesores de la Facultad. Guardo con orgullo la medalla de oro, las fotos y la grabación que hizo la Vaca Sagrada del discurso que di en el Teatro General San Martín el día de la colación de grados.
Yo, igual que lo hacía Acevedo, puedo poner fichas en todos los casilleros, pero no le pude ganar a Gombrowicz, y no le pude ganar porque, desgraciadamente para mí, gana el que puede poner más fichas en el casillero de la creación.

Sobre las especializaciones que se utilizan como armas para combatir al burro Gombrowicz escribió páginas memorables en los diarios.
*¿Qué impresión experimentáis al leer mi diario? ¿No la de un campesino de la región de Sandomierz que se ha encontrado en una fábrica agitada por unas tremendas sacudidas y vibraciones y se pasea por ella como si anduviera en su propia huerta? Aquí tenemos el horno incandescente, en el cual se fabrican los existencialismos, aquí Sartre prepara con plomo licuado su libertad responsable. Allá, el taller de la poesía, donde mil obreros, sudando a mares y en medio de una carrera alucinante de cadenas de montaje y engranajes, trabajan materiales cada vez más duros con un cuchillo superelectromagnético cada vez más afilado; allí, unas calderas sin fondo en las que bullen distintas ideologías, visiones del mundo y fes. Aquí tenemos la vorágine del catolicismo. Allá, más lejos, los altos hornos del marxismo; aquí, el martillo del psicoanálisis, los pozos artesianos de Hegel y las fresas fenomenológicas; después, las pilas galvánicas e hidráulicas del surrealismo o del pragmatismo. La fábrica, gimiendo y precipitándose entre estrépitos y torbellinos, va produciendo instrumentos progresivamente más perfectos que a su vez sirven para perfeccionar y acelerar la producción, de tal modo que todo se vuelve cada vez más poderoso, más violento y más preciso.
Pero yo me paseo entre estas máquinas y sus productos con gesto ensimismado y por lo demás sin demasiado interés, igual que si me paseara por mi huerta, allá en el campo. Y de vez en cuando, al probar este o aquel producto (como si fuera una pera o una ciruela), me digo: –Hm, hm..., era un poco duro para mí. O bien: –Al diablo con esto, es incómodo, demasiado rígido. O también: – ¡No estaría mal si no estuviera tan caliente! Los obreros me lanzan miradas hostiles. ¡Acaba de aparecer un consumidor entre los productores!*

[Imágenes: Burro; La medalla de oro; Acevedo]

UNA OPORTUNIDAD MÁS

Estaba haciendo un repaso de mis aventuras con las personas que sienten un apego muy marcado por la actividad de escribir y se apoderó de mí una sensación de vacío. No sé, a veces me vienen los remordimientos, tengo miedo de perder todos los contactos humanos, pienso en mí como si estuviera solo en el medio de la pampa contándole las plumas a un ñandú.
Quizás los primeros conflictos con hombres de letras hispanohablantes los haya tenido con el Buey Corneta y con el Guitarrón, y esto ocurrió así después de que yo les escribiera algunas palabras amargas respondiendo a conductas de ellos en las que pusieron de manifiesto su falta de modales.

"(...) Sea como fuere, Pauls, ahora sé de vos dos cosas que antes no sabía, que no sos puntual y que sos desconsiderado. La impuntualidad y la desconsideración son moneda corriente en Buenos Aires, no puedo quejarme entonces. Pero me preocupa que seás también un bufón y se te ocurra divulgar el contenido de las cartas que le escribí a Gombrowicz. Cuando las deposité en tus manos jamás imaginé que podías tener la misma conducta que tienen los payasos cuando se cambian de traje en el circo"
"(...) Una pregunta que me hago, Chitarroni, y que todavía no pude contestarme, es por qué manifestaste tanto interés en leer las cartas que yo le escribí a Gombrowicz sabiendo de antemano que no se las ibas a proponer a Sudamericana para que las publicara, ¿porque sos tarado?, ¿porque sos loco?, ¿porque sos payaso? (...) No por nada yo presentía que tu barba era una señal preocupante, la última sensación que me queda de vos es parecida a la que uno podría tener si lo dejan colgado de un pincel"

Otro de los gombrowiczidas connotados, el Gnomo Pimentón, después del primer conflicto que había tenido conmigo me dio una segunda oportunidad que yo no supe aprovechar.
"Nuestra amistad en Gombrowicz evita cualquier juego ‘suma cero’. Mandá lo que quieras yo lo leo y lo difundo. Pero si preferís que algo no sea difundido basta con que lo notifiques."
La materia dramática había adquirido una forma bella, y aquí, como en tantas otras ocasiones, recordé una frase que Gombrowicz nos repetía a menudo: –¡Ojalá dure!, como decía la madre de Napoleón. Pero no duró, al poco tiempo se enojó otra vez conmigo.
"(...) el último texto enviado por Juan Carlos Gómez, falta a la verdad en relación a mi persona y utiliza calificaciones ofensivas. Me temo que tendrá que seguir divirtiéndose sin mi ayuda. Le ofrecí una amistad en Gombrowicz, pero no me ofrecí para ser parte de su necesidad de injuriar (...)"

La que siempre me da una oportunidad más, aunque a regañadientes, es la Flauta Traversa.
"Hoy leí su libro por un rato muy largo. Me río de mí misma porque a veces me irrita su inteligencia (...) esas inteligencias despejadas como la suya me abochornan un poco (...) bueno, que disfruto mucho de lo que usted escribe, resignándome al ‘acuerdo’ preciso entre su inteligencia y su estilo: un estilo cabalmente elegante –como si hubiera ‘nacido perfecto’ como dice Aira de Lamborghini.(...) Todo el tiempo da la impresión de que usted mismo conociera la falta de fisuras en ese acuerdo –a usted le brota como agua de manantial el maridaje entre las ideas y su expresión– y parecen brotarle como si esas frases perfectas estuvieran esperando ahí desde la eternidad. Eso es escribir y pensar bien. La literatura es más misteriosa sólo porque no pasa por ahí (...) "¿Qué se repite en la repetición?, y todo con una voz tan aplomada, tan pero tan ‘suelto de cuerpo’, que la verdad me deja pasmada (...)"

"¡Qué seguridad, qué desconocimiento del balbuceo (...) Goma, aunque usted se rompa –y verdaderamente su libro es una maravilla– las cosas seguirán igual: ‘nadie tiene ganas de que le enseñen nada’, como dice un gran amigo, todos quieren meter su bocadito y guay de que intentemos meter el nuestro. Usted, cuando escribe, cuando piensa, cuando dice, crea el efecto –un artificio como cualquier otro– de ‘tener razón’, por las vías de la arbitrariedad, desde luego (...) Terminé de leer su libro y no tengo ya mucho para agregar a mis elogios. Es un libro magnífico y, a su manera, pensé que el aire de ‘eternidad’ del que le hablé en otra carta, emana del hecho de que es la obra de un científico"
Pero a mí se me ocurrió, para averiguar cuánto de fundados eran estos halagos, hacerle la prueba del conejo, como muy cumplidamente lo relaté en el gombrowiczidas al que di en llamar "La Flauta Traversa y el Conejo".

"Y, con el debido respeto Goma, –si quiere que seamos amigos o al menos corresponsales– traguesé mis conejos, más bien digiéralos ya, porque si no se va a atragantar de tantos conejos que encontrará. Qué odiosos son los tests, las pruebas, etc.(...) Su carta me revela que no me entiende para nada (y éste no es un reproche afectivo), o mejor, recorta su bocadito y ahí se queda. ¿Y lo que le digo yo? ¡Que lo parta un rayo!. (...) Claro, si me manda a estudiar y yo me doy cuenta que es en serio, se pudrió todo. (...) Ahora, habiendo leído su última, se la digo simple, ‘harta de chirinadas de paganos’, estufada: por favor, no nos enseñe a leer Gombrowicz, no nos enseñe a comprenderlo, no se interponga, no se cuele, dejemos ‘leer como si entender fuera un suicido’, permítanos ‘errar’, que ésa es toda la gracia"

Releyendo unos pasajes de tan distinto talante de la Flauta Traversa, pero ambos salidos de su puño y letra, recordé unas palabras de los diarios de Gombrowicz, y también la fábula de "La zorra y el cuervo gritón".
"A veces no veo a mi alrededor más que un bosque de enemigos. Y a veces, donde pongo la vista, surge un benefactor. A Litka, por ejemplo, le debo Walter Tiel. Y a Tiel le debo la traducción de "Ferdydurke" del polaco al alemán, saludada por un coro de alabanzas en la prensa alemana; y le debo un esfuerzo tan entusiasta, desinteresado y concienzudo, que casi todas mis obras están ya, antes de la fecha prevista, traducidas al alemán y preparadas para su publicación. ¿Cómo le he agradecido a Litka el haberme encontrado este tesoro y el haberse atrevido a imponérmelo? Le he escrito: ‘No lo niego, has acertado, pero, a decir verdad, el hombre propone y Dios dispone’..."

Un cuervo robó a unos pastores un pedazo de carne y se puso a descansar en un árbol. Lo vio una zorra, y deseando apoderarse de aquella carne empezó a halagar al cuervo, elogiando sus elegantes proporciones y su gran belleza, agregando además que no había encontrado a nadie mejor dotado que él para ser el rey de las aves, pero que lo afectaba el hecho de que no tuviera voz. El cuervo, para demostrarle a la zorra que no le faltaba la voz, soltó la carne para lanzar con orgullo fuertes gritos. La zorra, sin perder tiempo, rápidamente cogió la carne y le dijo: –Amigo cuervo, si además de vanidad tuvieras entendimiento, nada más te faltaría realmente para ser el rey de las aves.

UNA COMBINACIÓN EXPLOSIVA

Alrededor de la actividad de escribir suelen formarse unas combinaciones explosivas que tienen origen en una particularidad que por su fuerza es semejante a un ley: dentro de cada editor se aloja un escritor.
La cuestión es que cuando se mezclan estas dos naturalezas en una misma persona cada una saca de la otra la peor parte y no la mejor, como cumplidamente voy a pasar a demostrar utilizando dos ejemplos: uno tropical y otro subtropical
Un costarricense director de teatro, ensayista, investigador, dramaturgo y poeta, llegó a mí de la mano generosa del Niño Ruso con el propósito de conseguir mi colaboración para editar en el quinto número de su revista "k", un nombre que enseguida me puso en guardia pues despertó en mi cerebro un mal presentimiento, un dossier dedicado Gombrowicz.

Mis experiencias editoriales con editores de las zonas tropicales tienen como antecedente las aventuras que corrí con el Avechucho, redactor de una publicación ecuatoriana, que terminaron en la publicación turbulenta de un ensayo mío en su revista "Búho".
Para despertarle el apetito a este costarricense al que por las modalidades de su comportamiento di en llamar el Ladrón de Gallinas, le mandé "Gombrowicz, la deserción y el destierro", texto que, según me dijo, iba a leer esa misma noche para mandarme sus impresiones.
Pero en vez de mandarme sus impresiones me preguntó si los gombrowiczidas eran de mi autoría, que le resultaban muy interesantes y que si no podría mandarle una foto donde apareciera junto a Gombrowicz.

Como ustedes saben, en los tiempos que corren, estoy teniendo algunas dificultades para convencer a los editores hispanohablantes de que publiquen mis escritos, una dificultad que pareció estar en vías de solución cuando apareció en el horizonte el Ladrón de Gallinas.
No sé bien qué asociaciones de la imaginación me indujeron a pensar que Pavlov podía venir otra vez en mi ayuda, como ya lo había hecho con el Guitarrón, para provocar, de la misma manera que lo hacía el ruso con los perros, trastornos en la conducta de ese editor tropical que desembocaran en la aceptación de mis escritos. El procedimiento que se me ocurrió era benigno y podía ser interrumpido en cualquier momento, posibilidad que los perros de Pavlov no tenían, pero me salió el tiro por la culata.

Puesto que mi primer intento había fracasado decidí entonces despertarle a ese Protoser tropical, más pequeño, más oscuro y más perverso que los de las regiones subtropicales, un deseo incontenible de publicar mi texto, razón por la que recurrí al envío de catorce gombrowicidas y el curriculum.
Pero en vez de despertarle el deseo incontenible de publicar mis textos, me envió una poesía suya para que la leyera. No sabiendo ya a que santo encomendarme le mandé un gombrowiczida al que di en llamar "La poesía es puro verso", una bonita foto donde aparezco al lado de Gombrowicz en la despedida que le hicimos en el puerto de Buenos Aires, y la advertencia de que yo era lector de un solo libro.
Llegados a este punto el Ladrón de Gallinas dio por terminado nuestro negocio, pero tuvo la gentileza de comunicarme que me tendría al tanto de las novedades que se fueran produciendo en la preparación del número de su revista dedicado a Gombrowicz.

En el caso del Ganso, un Protoser escritor subtropical, también se formó la combinación explosiva.
"(...) Mandame tu dirección postal así te mando un libro mío (...)"
Esta particularidad que tienen los hombres de letras de encajar un libro al primer contacto me obligó a una respuesta instantánea.
"(...) y no te doy mi dirección postal porque, como ya te dije, a esta altura del partido sólo leo cosas de Gombrowicz o sobre Gombrowicz, nada más (...)"
El Ganso, que va poniéndose al día con Gombrowicz a medida que le llegan los gombrowiczidas, se entusiasmó con unos de los pasajes de "Las palabras huelgan", donde aparece Gombrowicz afirmando que la profesión del escritor no existe y lo publicó en un blog muy simpático.

Los pichones de ganso, es decir, los gansitos que tiene como lectores, en forma entusiasta agitaron sus alitas sin presentir que unos días después el papá Ganso iba a recibir otro gombrowiczidas donde aparece Gombrowicz afirmando que la profesión del escritor existe, más aún, que el arte de escribir no es más que una profesión.
No es cuestión de hacerle cargos a esta familia de gansos tan alegre, hasta los mismos gombrowiczólogos se confunden a menudo con estas retiradas, hay que reconocer que las retiradas de Gombrowicz son muy peligrosas.
Sin embargo, las cosas realmente se complicaron recién cuando hablé de Bebus Rosset.
Bebus Rosset era un primo de Gombrowicz a quien sus numerosas aventuras habían hecho célebre.

Al volver del frente traía una atmósfera de combate que cautivaba a los presentes.
Se burlaba de Gombrowicz recitando canciones patrióticas cuando le preguntaba por qué arriesgaba su vida y obedecía las órdenes que le daba una persona cualquiera.
"Mira el cañón de este fusil/ Por donde la negra muerte observa/ Sano y salvo puede ser que vuelva/ Para otra vez de nuevo ver/ Mi querida ciudad de Lvov"
Se ocupó de Gombrowicz cuando llegó a Francia para completar sus estudios de leyes, pero sin éxito. Era un hombre extraordinariamente valiente, de naturaleza rica y turbulenta, a quien la guerra lo había arrancado de su vida normal. Lo recibió en su buhardilla de pintor en París, y como sabía que Gombrowicz había empezado a escribir le preguntó si quería ser un "pissage polonais".

Pero las aventuras de este primo no eran solamente militares. Un día, mientras participaba de una sesión de espiritismo, la copa transmitió un mensaje en ruso: –Te visitaré esta noche. Entendió que estaba dirigido a él pues nadie de los presentes sabía ruso ni había estado en contacto con ellos; el primo, en cambio, había pasado por las armas a más de uno en los combates contra los bolcheviques en el año 1920. Volvió a casa y se acostó; en medio de la noche se despertó y sintió que alguien estaba acostado a su lado. Tocó el cuerpo que estaba frío como el hielo, como un cadáver. Saltó de la cama y huyó a la calle.
"Su muerte fue extraña y violenta (...) Se enamoró desesperadamente de una mujer y un día la citó para el redez-vous decisivo en el Café de la Ópera. Se sentaron a la mesa y la mujer le dijo que no. Entonces él, sin vacilar, sacó un revolver y allí mismo donde se encontraban sentados, en la mesa del café lleno de gente, se pegó un tiro en la cabeza"

En una historia verdadera a la que di en llamar "El Maligno" relaté el episodio de la sesión de espiritismo de Bebus Rosset, esta circunstancia despertó la curiosidad del Ganso.
"(...) mucho me llamó la atención la glosa sobre El Maligno, en la que se dice que el espíritu respondió a través de la copa ‘en ruso’. La atención precitada movió mi duda: ¿en caracteres cirílicos estaban las letras alrededor de la copa? (...)"
El autor de esta inquietud ingresó al club de gombrowiczidas con un apodo que él mismo se había puesto: el Costurero Disociado.
Ya saben ustedes lo contrario que soy a cambiar los motes, estuve noches sin dormir cuando tuve que pasar de Transformista a Buey Corneta y de Emir de las Intrigas a Pato Criollo, pero cuando es necesario el cambio sacrifico mis escrúpulos.

Después del comentario que me hizo sobre los caracteres cirílicos ese Protoser escritor subtropical pasó a llamarse el Ganso, un nuevo mote que aceptó con gusto.
De la observación atenta de la foto que aparece en el gombrowiczidas se puede deducir que hay algo en ese rostro que está a punto explotar.

[Imagen: Gabriel Báñez]

EL HASÍDICO

El cartesianismo y la forma habían puesto a Gombrowicz en la vereda de enfrente de Francia, sin embargo, en el último tramo de su vida cruzó la vereda para administrar mejor su gloria.
"Pero, ¿cuál es la índole de las rebeliones francesas? Lo que las caracteriza a todas sin excepción es que son espasmódicas, convulsivas, brutales y frías; no desembocan en ninguna relajación, sino que contribuyen por le contrario a acrecentar el espasmo, la convulsión, la tensión. Falta de aire. Todo se intensifica, nada se relaja. Esto me fascina en la Francia de hoy. Esa sofocación. Esa amenaza. ¡Es algo excitante!"
La Francia de Gombrowicz era la Francia de de Gaulle, Gombrowicz no se perdía ninguna de las conferencias del General y siguió todos los debates de la Asamblea Nacional durante los acontecimientos de mayo.

Si hasta el mismísimo Cohn Bendit pensaba que de Gaulle era la mismísima Francia en los días turbulentos de la revolución.
"En realidad, si quiere que le diga la verdad, nuestra Revolución se sublevó contra el matrimonio De Gaulle, eso fue todo"
En ese ambiente de grandeza Gombrowicz emprende su última campaña, empieza a armar unas conversaciones con el Hasídico para hablar de su obra y de su vida.
"La vía en este mundo es como el filo de una navaja, de este lado el infierno, y del otro en infierno; entre los dos: la vía de la vida. Relatos Hasídicos"
Estas son las palabras preliminares de un libro que ha sido de una gran utilidad para la mayor parte de los gombrowiczidas.

En julio de 1967 Gombrowicz tenía ya cincuenta páginas escritas y estaba encantado porque su ciencia genealógica había sacado mucho provecho de los generosos secretos sobre el Gotha que le había revelado el Hasídico, un joven admirador, editor y escritor ilustre, que al poco tiempo de empezar su relación con Gombrowicz le marcaron el territorio.

"He escrito los primeros capítulos sin incluir preguntas. En los capítulos siguientes he introducido unas preguntas muy lacónicas y neutras, y me gustaría hacer lo mismo en los próximos, pues resulta más fácil escribir en forma de diálogo (...) Su idea de que la distribución de las preguntas debe realizarse al final de los capítulos no me parece afortunada (...) tal vez encuentre una manera más ingeniosa de formularlas, pero conserve estrictamente su sentido puesto que sirven de hilo conductor en el diálogo. Su verdadera participación puede consistir en un prefacio que escriba sobre mí y mi obra (...) Eso es todo"

Gombrowicz limita desde el comienzo la participación del Hasídico en las conversaciones porque en realidad no lo necesitaba, es decir, sí lo necesitaba, era un editor prestigioso que llevaría de la mano estas conversaciones inexistentes a la imprenta.
Lo estimula de varias maneras distintas para que se mueva con más rapidez, teniendo en cuenta por otra parte que lo único que le había encargado era un prefacio.
"Mis amigos de Estocolmo insisten; consideran que tengo muchas posibilidades para el Nobel, en la actualidad Polonia puede ser candidata, y las conversaciones podrían ayudar. Yo no sé nada de esto, pero doscientos cincuenta mil francos me parecen una suma demasiado importante como para desdeñar esa posibilidad(...) Si mi conocimiento de los hombres no me engaña, obligarlo a trabajar es la dificultad mayor que tendré que vencer, porque, disculpe la franqueza, a usted la pesa el trasero"

Esto lo escribía a comienzos de 1968, además trataba de tranquilizarlo aconsejándole que no escribiera el prefacio antes de conocer el texto completo pues de ese modo podría dominar toda la problemática en todos sus matices. Cuando el Hasídico le manda el prefacio se lo corrige.
"Existen a veces diferencias demasiado evidentes entre mi interpretación y la suya (...) Mi consejo paternal es que medite a fondo en mis correcciones al prefacio y las conserve a todas (...) trate de cambiar lo menos posible (...) Es el suyo un hermoso y profundo prefacio (...) Pienso ir a París en junio pero quiero terminar antes las Conversaciones"

Ahora ya no lo suelta más: que cuándo llevará el texto a la imprenta, que no lo entregue antes de revisar el contrato con el editor, que está corrigiendo el texto de la traductora que lo pasa del polaco al francés, que las correcciones que él hace son precisas y satisfactorias. El Hasídico le había preguntado a Gombrowicz qué es lo que tenía que hacer de Gaulle con el mayo francés.
"Voy a responder a su pregunta relativa a la juventud desmandada. Si yo fuera el General, los metería a todos en la cárcel por vagancia, sobre todo a los barbudos"
Cuando finalmente Gombrowicz recibe el prefacio corregido le escribe que su preocupación es hacerlo aún más accesible al lector, cosa que los escritores de esta época desprecian olímpicamente.

Elimina las pocas preguntas que se había atrevido a escribir el Hasídico, le mete mano a las pruebas de imprenta y le ordena que no cambie nada del texto sin ponerse previamente de acuerdo con él. Le advierte también que no hay que decir que las "Conversaciones" habían sido escritas enteramente por él porque eso las privaría de los atractivos que de antemano tienen los diálogos.
Un mes antes del infarto que tuvo hacia el final del año 1968 le manifiesta su amargura.
"Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que, desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares. El año que viene se lo darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas"

Estaba absolutamente aturdido, pasmado y estupefacto ante la avalancha de artículos que se habían escrito sobre la aparición de las "Conversaciones", sin embargo, algo lo preocupaba.
"Me alarma el hecho de que Kot mencione en su artículo a mi antepasado Radziwill, mientras que en "Realidades" se decía que yo nací en un castillo (¡?). ¿No está usted de acuerdo conmigo en que habría que tomar medidas para evitar en otros artículos tales esnobismos? Creo que a la larga pueden resultar perjudiciales. Ya le he escrito a Kot pidiéndole que suprima esa frase. Tanto más que Dostoievski escribió que en el extranjero todo polaco se declara conde"

El 18 de noviembre de 1968 tiene el infarto del miocardio, se siente morir, les pide a los amigos veneno o una pistola para acabar con su vida. Finalmente se interesa por una ocurrencia que tiene el Hasídico y prepara un curso de filosofía que les va a dictar al que le dio la idea y a la Vaca Sagrada. Lo empieza a dar el 27 de abril pero debe interrumpirlo el 25 de mayo, a dos meses de su fallecimiento. Cuando se pude mover un poco le habla al Hasídico de los médicos.
"Después de cuatro semanas, empiezo ahora a poder sentarme en la cama (...) un infarto del miocardio y varias crisis muy dolorosas (...) mi médico jura que no quedarán secuelas. Por supuesto, es un embustero profesional, como todos los médicos"

Algunas de sus manifestaciones sobre el mayo francés habían provocado la ira de muchos escritores que le mandaban cartas entre las que sobresale la de un historiador e ideólogo anarquista.
"Querido Witold Gombrowicz. Es usted un gran escritor, pero con respecto a los estudiantes del mayo del 68 no es más que un patán. Lo lamento por usted. Sinceramente/ Daniel Guerín de la Unión de Escritores y del Comité de Acción Estudiantes-Escritores"
El Hasídico le había hecho llegar a de Gaulle el "Diario" y "Cosmos" a ver qué le parecían al General.
"Lo único que me asusta es que el General se halla ya en posesión de mis modestos libros. En cuanto al curso de filosofía me gustaría dictarlo a partir de Kant, con él empieza el pensamiento moderno, calculo una hora para Kant, otra para Hegel, treinta minutos para Marx, una hora para Husserl, otra para el existencialismo y otra para el estructuralismo, en total, cinco horas y media. Pero no estoy seguro de poder hacerlo, pues me fatigo cuando hablo demasiado"

El curso finalmente se dictó, pero Gombrowicz no había calculado bien su duración. En efecto, la Vaca Sagrada publicó en 1997 con la colaboración del Cagamármoles "Curso de filosofía en seis horas y cuarto", tres cuartos de hora más de las que había previsto Gombrowicz, un pastiche indigerible sobre el que el Boxeador Amateur escribió un ditirambo mortuorio inolvidable.
"Yo: debilidad, enfermedad, sufrimiento. No puedo hacer nada. Todos los trabajos para l’Herne paralizados. Un tratamiento de choque (...) Veo que otro esbirro de Ungaretti nos ataca. Debe ser italiano. Muy bien, eso nos conducirá a la gloria"
Giuseppe Ungaretti, encolerizado con Gombrowicz por lo que había escrito en "Dante", cuando se encontró con el Hasídico en la puerta de un hotel, rompió en mil pedazos el ejemplar que llevaba bajo el brazo y le escribió una carta de talante airado.

"El libro del polaco sobre Dante es una pura majadería. Es absurdo que hayan publicado una idiotez semejante. He hecho pedazos y mandado al diablo ese escrito estúpido"
Gombrowicz fue tentado en Francia a coquetear con el estructuralismo, pero en una entrevista para el Cahier l’Herne Foucault escribía, pocos días después de la muerte de Gombrowicz, unas palabras amargas.
"No tengo aquí los textos de Gombrowicz, y es a él a quien hubiera apuntado en este momento. Ahora que, muerto el perro, se acabó la rabia, ¿de qué serviría?"
El hombre llega a la luna y Gombrowicz muere cuatro días después durante el sueño, a causa de una insuficiencia cardiorespiratoria.

[Imágenes: Witold Gombrowicz y Charles de Gaulle]

UN POETA DE LA VIDA

Cuando Bonifacio del Carril se me acercó una tarde a la mesa en la que estaba conversando con la Hierática y me dijo que el libro iba para julio empecé a armar lo que terminó siendo "Cartas a un amigo argentino".
Debo reconocer que el Pato Criollo me dio una mano, fue el pulgón que utilizó la editorial para leer la correspondencia de Gombrowicz y su informe fue decisivo. Las historias verdaderas que se cuentan en este gombrowiczidas están relacionadas, sin embargo, con emociones negativas, y en menor medida con emociones positivas.
Después de que Bonifacio del Carril estampara la fecha de publicación de "Cartas a un amigo argentino" en un papel que guardo como un tesoro a pesar de sus exiguas dimensiones, un papel en el que la Hierática también estampó una fecha, puse manos a la obra y empecé a fabricar un marco que le quedara bien al libro.

Di mi primer golpe proponiéndole a la Hierática que publicara también las cartas que yo le había escrito a Gombrowicz pero me lo rechazó de plano: –Mirá, no, Emecé desea hacer una edición económica.
La limitación que me puso "Emecé" y que yo no busqué me trajo, sin embargo, calurosos felicitaciones pues todos destacaron posteriormente mi modestia y mi generosidad. El Perverso y el Guitarrón se sumaron con entusiasmo al rechazo de la Hierática mediante la utilización de la técnica de la contratransferencia y la modalidad de la desaparición, en ese orden.
Le pedí al Pterodáctilo que escribiera el prólogo, yo había escrito el epílogo, y cuando ya había terminado de redactar la presentación me pareció que me estaba dando un exceso de lugar, entonces le pedí ayuda al Pavo.

Al final de cuentas el prólogo y la presentación quedaron en las manos de dos argentinos, las del Pterodáctilo, un fisico-matemático que vive en la Argentina, y las del Pavo, un matemático que vive en Estados Unidos, ambos, por esas cosas curiosas que tiene la vida, se fueron convirtiendo con el paso del tiempo en hombres de letras aunque con distinta fortuna.
En la misma época que Emecé publicaba las cartas que me había escrito Gombrowicz, Tworczosc, en Polonia, publicaba las que yo le había escrito a él, y esta réplica de sucesos que ocurrían a catorce mil kilómetros de distancia, despertó un sentimiento negro en el Pavo, uno de los integrantes de este dramatis personae. Los celos están constituidos por el temor de que nos sea arrebatado el cariño de un ser que amamos, y la envidia es una tristeza causada por el bienestar de otro.

Pues bien, una mezcla de celos y de envidia se apoderó del corazón del Pavo. Mientras aquí aparecían notas sobre el libro, en Polonia publicaban notas sobre mí, y aquí entra en la escena el otro integrante del dramatis personae: el Viejo Vate. La primera puntada la dió el Pavo.
"Estoy orgullosísimo de que mi humilde texto saldrá en polaco, en Tworczosc, gracias a ti y a Kalicki (...) La nota que realmente me gustó es la de Alan Pauls (...) Lo que me decís del eximio crítico polaco Bereza, no sé, no estoy seguro... Me gustan mucho las cartas tuyas a Gombro que he leído, pero en mi humilde opinión no se puede decir con justicia que Gombro ‘conseguía a duras penas’ escribir sus cartas mientras vos ‘bailabas’ escribiendo las tuyas. A ver, Bereza, a ver ésa (...) Leí tu carta admirando como siempre tu inteligencia y tu penetración, hasta que llegué al final, donde me jurás por la Santísima Virgen María que te pusiste a llorar cuando llegaste al final del texto de Bereza. Aquí tuve ciertos problemas (...) Bereza escribió un panegírico, quizás quieras empujarme al panegírico, pero yo no puedo escribir panegíricos (...) Pero me basta el textecito de Bereza que me mandaste para convencerme de que, a menos
que se trate de una burla, estamos frente a un guitarrero de muy baja estofa"

Donde las dan las toman, el Pequeño K publicó en Tworczosc estos fragmentos de la carta que me había escrito el Pavo y que yo le había hecho conocer para echar más leña al fuego, pero el Viejo Vate no se quedó callado.
"Nirenberg escribe tonterías que tienen origen en la amistad que tiene con vos y también en la envidia, respecto a lo cual se puede tener una actitud tolerante. Te nombré el hijo espiritual de Gombrowicz, no en un momento de exaltación, sino en plena conciencia de lo que pasó entre ustedes dos porque en la base de los milagros de la existencia algo así siempre puede ocurrir entre dos hombres, o entre una mujer y un hombre. Esto puede ocurrir independientemente de las diferencias que existen entre generaciones, entre sexos y, en general, entre todo, solamente no puede ocurrir en personas como Nirenberg porque su personalidad y su mentalidad, achatadas como después de un planchado, no pueden captar ni ver algo parecido"

Esto me lo escribió a mí, pero el Viejo Vate quiso que se conociera de una manera más universal su pensamiento y entonces publicó unas palabras en Tworczosc.
"Yo mismo me encontré como una aguja en un pajar, así que voy a aprovechar esta oportunidad para atacar la calificación de panegírico que Nirenberg le hace a mi nota ‘Goma’. En ‘Goma’ no escribí ningún panegírico sobre Gómez ni sobre Gombrowicz. Mi ensayo trata sobre una colisión trágica entre dos hombres, dos creadores del valor más grande de este mundo, el de la amistad creadora. La culpa trágica recae en este caso sobre el que se sintió obligado a tomar una decisión que se convirtió en un castigo para sí mismo. El otro solamente estuvo presente en esta tragedia y aunque pudo sobrellevar el peso de esta presencia el costo no fue pequeño. En mi texto ‘Goma’ no hay ningún lugar para un panegírico, el panegírico es un arte para espíritus pequeños y yo huyo de todo eso"

Pero una vez que los celos se despiertan la acción suele desembocar en una tragedia, y eso fue lo que me ocurrió con el Pavo cuando me puse a buscar un prólogo y una presentación para la edición polaca de mis cartas.
En un principio traté de seducir al Buey Corneta y al Pato Criollo pero sin ningún resultado, entonces se me ocurrió pedírselo al Viejo Vate y al Pavo que ya había escrito la presentación de "Cartas a un amigo argentino", una ocurrencia que terminó con nuestra amistad. La primer versión de la presentación se la rechacé de plano pero la segunda se la acepté calurosamente.
"Muy bien, Ricardo, brillante, por fin me pude quitar de encima toda la ferretería de la madre Rusia que me habías puesto sobre las espaldas. El texto de tu presentación es magnífico tanto en las ideas como en el idioma (...)"

Mientras el Pavo corregía algunos pasajes de esta segunda versión, el Viejo Vate le ponía punto final al prólogo, una pequeña joya literaria con la que empecé a darle celos al presentador. Cuando le pedí que eliminara de la presentación a la Finada, una de las tres Gorgonas polacas, con la que me había peleado en vida por haber tomado partido por la Vaca Sagrada en el asunto de la publicación de las cartas de Gombrowicz, no estuvo de acuerdo.
"No, no estoy de acuerdo con sacar el nombre de Alicia (...) cada uno debe vivir con su conciencia, y yo con la mía"
Los celos estaban destruyendo los restos de vida que le quedaban a nuestra amistad.
"Tu presentación irá sin Alicia, no puedo creer que siendo amigo mío te niegues a darme el gusto (...)"

Intentó darme el gusto cuando la esposa lo convenció de que estaba bien que eliminara a la Finada de la presentación pues si había muerto tan disgustada conmigo porque yo había publicado las cartas de Gombrowicz sin la autorización de la Vaca Sagrada, entonces, de estar viva, no le hubiera gustado nada ver su nombre en la presentación de un libro mío, y la estaría traicionando si contrariara esa voluntad presunta de la Finada.
Las cartas que yo le escribí a Gombrowicz fueron publicadas en Polonia en la revista "Twórczosc" con un prólogo y un epílogo memorables: "Goma" de Henryk Bereza y "Epílogo gomoso" de Jorge Di Paola. La presentación del Pavo duerme el sueño de los justos, ese brebaje ponzoñoso preparado con pata de celos, cola de boludez y una pizca de Vaca Sagrada quedó en un cajón de mi escritorio.

De mal en peor, la relación epistolar afectuosa e intensa que había mantenido con el Pavo terminó cuando me devolvió una carta sin abrir dentro de un sobre.
De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas se puede deducir con toda claridad que Bonifacio es una persona que se da los gustos, que el Pavo es un hombre de armas tomar y que el Viejo Vate es un poeta de la vida.

[Imagen: Henryk Bereza y Ricardo Nirenberg]

EL LICENCIADO VIDRIERA

"(...) un hombre cansado, escéptico, nada generoso con la estupidez ajena, que no parecía confiar en el reconocimiento público de su obra (de la que él estaba muy seguro) y que, a través de simples miradas, medias palabras y observaciones triviales, dejaba percibir un resplandor interior, una inteligencia acerada que ninguna penuria había conseguido borrar. Eso es: creo que fue uno de los seres más agudos e inteligentes que conocí, aunque jamás sostuve con él una conversación importante"
Uno de los primeros miembros del club de gombrowiczidas y el primero que leyó con atención "Gombrowicz, y todo lo demás" es el Licenciado Vidriera, pero ya antes había leído con mucho provecho otro libro mío.

Cuando leí una nota aparecida en el "Diario El Litoral" de Santa Fe sobre "Gombrowicz, este hombre me causa problemas" firmada por Liliana Acevedo quise conocer inmediatamente a la periodista pues la nota me había gustado mucho.
Pero en el diario me dijeron que no conocían a ninguna Liliana Acevedo, que me pusiera en contacto con Enrique Butti, el responsable de la sección literaria. Le escribí una carta a Butti y su respuesta me resultó inesperada.
"(...) con vergüenza pero con la cabeza bien alta le confieso que Liliana Acevedo soy yo. No puedo firmar todas la notas que salen de la sección literaria, así que tengo que travestirme"

Fue el primero que leyó "Gombrowicz, y todo lo demás", y cuando terminó de leerlo me dio a conocer su opinión.
"Leí su libro, pero no venga a pedirme exégesis, glosas ni panegíricos. Se lo digo porque usted no me conoce y quizás piensa que soy motejador, inteligente y avizor. Ahora sí. Leí su libro con interés creciente y conmovido hasta las lágrimas literales en la última parte, en el final a toda orquesta. Como una novela más que un ensayo, así la leí. Lo felicito, Gomacz"
En la reseña que escribió sobre "Gombrowicz, este hombre me causa problemas" vi de inmediato el temple de los jesuitas: la dulzura de paloma y la peligrosidad de la víbora.

"Ahora, en este nuevo libro, logra un certero acercamiento a Gombrowicz y su obra, negándose a esos análisis e interpretaciones que –sobre todo en las celebraciones de su centenario– los gombrowiczólogos están disparando a mansalva (y de lo cual el intrascendente prólogo de César Aira a este libro constituye un ejemplo) (...)
En el prólogo a la edición polaca de este libro, Gómez confiesa un antiguo anatema personal, ‘anatema según el cual jamás leeré el ensayo de un autor en el que más del treinta por ciento de sus palabras esté constituido por la transcripción textual de la obra editada que el autor analiza o glosa’, y al final del libro victoriosamente computa en forma estimativa que sus citas del ‘Diario’ de Gombrowicz rondan el veintitrés por ciento. Difícilmente, pues, Gómez podría llegar a leer el final de esta reseña"

La sensibilidad del Licenciado Vidriera tiene un parentesco con la del Alter Ego, se fabricaron una coraza para proteger su fragilidad. En la foto que se ve en este gombrowiczidas resulta claro el porqué del apodo que forma parte del glosario de los motes.
El pasaje que encabeza este gombrowiczidas lo podía haber escrito el Licenciado Vidriera, es uno de los más bellos testimonios de los que aparecen en "Gombrowicz en Argentina".

[Imagen: Enrique Butti]

EL CASTOR

Sartre llamaba a Simone de Beauvoir "el Castor", debido a su intensa dedicación a las labores intelectuales: "usted trabaja tanto como un pequeño castor"
Pues bien, nuestro Castor es una gombrowiczida escritora y periodista nacida en Quilmes que trabaja como el pequeño castor del que habla Sartre y con la que tengo relaciones tormentosas, y esto porque no le gustan los motes que les pongo a los hombres de letras y a los Protoseres
Publicó en Archivos del Sur media docena de gombrowiczidas hasta que empezó a chocar con lo que podríamos llamar mi falta de tacto.
"Debo precisar aquí, que según mis juicios de aquella época, lo que se llama falta de tacto era, en el arte, un factor altamente creativo, consideraba que un artista que temía cometer una incorrección, producir un disgusto, no valía gran cosa, y que no debían someterse a las formas mundanas quienes creaban la forma. Así pues, me daba perfecta cuenta de que lo que escribía era inconveniente y que por esta razón lo había escrito"

De la lectura irreflexiva de este párrafo, como las que hacía Don Quijote de las novelas de caballería, saqué la conclusión apresurada de que si me ocupaba de disgustar a los demás y no me sometía a las reglas de las buenos modales, siguiendo el ejemplo de lo que hacía mi maestro, me pondría en camino del mundo de los hombres de letras.
Algunas dificultades que me han aparecido con los lectores y, muy especialmente, con los editores, me han hecho pensar que no siempre alcanzamos nuestros propósitos por decir cosas inconvenientes, y que no siempre los maestros tienen razón.
A pesar de que Gombrowicz se había convertido en un maestro en el arte de producir conflictos y de caer en desgracia, también tenía otros proyectos como también los tengo yo aunque no lo parezca.

El Castor fue durante un tiempo alumna dilecta del Vate Marxista y de Revólver a la Orden y ésta pudiera ser otra razón por la que terminó mirándome con disgusto, pero todo el mundo sabe que sus maestros también son sarcásticos.
"Agrego que el único contacto que tuve con César Aira, fue cuando yo dirigía la revista La Caja y le pedí un artículo que rechacé. Me envió un relato filosófico de una simplicidad que me pareció infantil y que debía valer por su firma. La ideología de la revista era antifirma, no porque las firmas no valieran sino porque no valían por sí mismas. Me dijeron que Aira se sorprendió, actitud que sabe disponer con frecuencia. Es un hombre que sabe cómo, dónde, y especialmente cuándo sorprenderse"
El Castor mantiene la madriguera que ha construido en Archivos del Sur con materiales nobles y respetables y no todos los gombrowiczidas, debo reconocerlo, pueden pasar por el control de calidad de estos materiales.

A pesar de todo cuando nadie la ve a ella también le gusta reírse de algunas de mis majaderías razón por la que nuestra relación anduvo sobre ruedas hasta el momento en el que se le ocurrió escribir un dossier sobre Gombrowicz.
"Si sabía al principio, cuando empecé a publicar tus notas, que tenías tanto material de Gombrowicz te hubiera propuesto hacer un dossier sobre él. Tal vez podamos hacerlo"
A pesar de los contratiempos que se me habían presentado con el Ladrón de Gallinas al que también se le había ocurrido escribir un dossier sobre Gombrowicz para la revista "k", y no por las zozobras que sufre la familia del mismo nombre en los tiempos que corren, sino porque soy un individualista incurable al que no le gusta trabajar en equipo, alenté al Castor a que llevara adelante el proyecto.

"(...) pero no encuentro el mensaje que me enviaste con una especie de diccionario donde hay sobrenombres, así que cuando escribís en ese código no entiendo nada (...) decime algo, ¿todos saben los sobrenombres? (...) no creo que vaya a publicar los apodos (...) Te envío una entrevista que le hice a Tomás Abraham hace unos años y que está publicada en la revista, ahí habla de Gombrowicz, no sé si la leíste (...) Yo fui alumna de Tomás Abraham y de Ricardo Piglia, hice seminarios con los dos, en la Universidad de Buenos Aires y en el Centro Cultural Rojas (...) Sí, tenía idea de poner la entrevista en el dossier"
Empecé a sentir que el Castor con una intensa dedicación a sus labores empezaba a roerme la garganta, así que decidí detenerla con el fragmento de un gombrowiczidas.

"Uno de los integrantes de los nueve magníficos, motejado Revólver a la Orden, filósofo, escritor y numen del Esperpento, tiene un apodo muy adecuado a los servicios que presta. En efecto, el periodismo lo suele consultar sobre los asuntos más variados, días atrás respondía por radio a una consulta que le hacían sobre la veracidad de la medición del índice de inflación que hacía el gobierno. La respuesta fue paradojal, como lo suelen ser las de este pensador profesional, la medición podía no ser verdadera pero teníamos que estar a ella para evitar que nos sobrevinieran tiempos apocalípticos
Este miembro del club de gombrowiczidas tuvo una intervención rutilante en la pasada Feria del libro. Con su carácter categórico y versátil, que ejercita todos los jueves desde hace veinte años en una aquelarre filosófico que tiene un apartado llamado Gombrowicz, presentaba un libro sobre la pasada crisis argentina en la que cayeron en picada el principio de autoridad y la economía"

"Se paseó con erudición por las ideas del pasado y del presente, afirmó que el negocio de la filosofía permanecía más o menos sin variantes desde hacía algunos años, dijo que Heidegger no era tan nazi como la gente creía pero sí era un cagón, y manifestó que había estado de acuerdo con el actual presidente de la Argentina hasta el momento en que se declaró un adalid de los derechos humanos al tiempo que le daba entrada a los años setenta como si hubieran sido el mismísimo siglo de Pericles.
Hasta aquí, nada de especial, los conductores del programa radial y el filósofo se despidieron cordialmente. Sin embargo, a los pocos minutos la radio pasó el comentario grabado de una oyente: –Soy Mercedes de Castelar, por qué no le dicen a ese filósofo que se vaya a la remil puta madre que lo parió"
Me pareció que con esta declaración bastante drástica el Castor me iba a soltar la garganta, pero las cosas no ocurrieron así.

"(...) Igualmente tengo material para publicar el dossier con todo lo que me enviaste, la entrevista a Tomás Abraham, y seguramente algo más. Deberían haberlo invitado para el centenario de Gombrowicz (...)"
El Castor incansable seguía construyendo, pasa por alto lo que le estaba escribiendo sobre Revólver a la Orden y nos hace el cargo de que no lo habíamos invitado a las jornadas del centenario, entonces le mandé el fragmento de otro gombrowiczidas a ver si podía pararla.
"El Zorro, de la Embajada de Polonia, me mordía los tobillos y me daba golpes en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa redonda de la Feria del Libro en el año del centenario, no le entraba en la cabeza cómo podía ser que todos se negaran, era un desaire para Gombrowicz, para los ponentes polacos: el Pequeño K y la Vaca y, en fin, para todos los polacos que vivían en la Argentina. El Pato Criollo, que se le había retobado personalmente al Zorro, me sugirió que, perdido por perdido, lo invitara a Revólver a la Orden, un filósofo escritor que se animaba a hablar de cualquier cosa, pero no me atreví a tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo, casi con seguridad, tenía la intención de introducir en la mesa un participante que, por distinguiese del resto, podía despacharse con cualquier extravagancia"

Pero el Castor quería terminar rápidamente la madriguera del dossier y seguía juntado troncos.
"(...) Pensando en el dossier sobre Gombrowicz quisiera saber si podrías enviarme aunque sea un fragmento escaneado de alguna carta de Gombrowicz, para publicarlo en él, donde se vea la letra y la escritura de él. Puede ser media página si querés (...)"
Y es aquí donde nace una tragedia sobre la que recién ahora nos estamos reponiendo. El Castor eligió una carta y yo elegí una distinta para darle más color al ambiente, era una carta que se había vuelto famosa por una razón de la que doy cuenta en un gombrowiczidas al que di en llamar "Bastante Tarado", y sobre el que le pedí que lo publicara junto a las dos cartas.
"(...) En el año del centenario de Gombrowicz el diario "Clarín" publicó, en el suplemento literario, seis ‘Cartas Memorables’: de Jorge Luis Borges a Estela Canto; de Franz Kafka a Milena; de Witold Gombrowicz a Juan Carlos Gómez; de Cristóbal Colón a su Alteza el Rey de España; de Hannah Arendt a Mary MacCarthy; de Charles Baudelaire a su madre"

"Las más rutilantes de estas seis cartas son la de Gombrowicz y la de Baudelaire. Vamos a transcribir un fragmento de la de Baudelaire: ‘Y no obstante, en las circunstancias terribles en que me encuentro, estoy convencido de que uno de nosotros matará al otro y de que terminaremos de matarnos mutuamente. Después de mi muerte, tú no podrás seguir viviendo, eso está claro. Yo soy el único motivo que te hace vivir. Después de tu muerte, sobre todo si murieses a causa de un choque causado por mí, me mataría, eso es indudable’ (...)"

"En cuanto a la que me escribió a mí podría decirse que es todo lo contrario de lo que Baudelaire le escribió a la madre: ‘Yo le estoy suplicando, Goma, desde que dejé las costa sudamericanas que no me mande certificadas. Bueno, su última, además de ser certificada expres, es la más estúpida que hasta la fecha recibí. 1º ¿Acaso no sabe que Ferdy ha sido editada en Italia hace 4 años? 2º Se imagina, tontamente, que no he recibido su penúltima con la carta yugoslava y ¡da la casualidad que la recibí! 3º No venga haciendo líos con Arnesto cuyo prefacio me resulta lleno de brillos y hechizos, además de ser muy talentoso como todo lo que escribe él. Va a ver, Goma, que terminará por sembrar entre nosotros desconfianza y recelo, ya verá, la gente lo repite todo, no sea pavo 4º Como si fuera poco Vd., en vez de mandarme noticias, trata, según parece, en 5 carillas de enseñarme la filosofía de Sartre. ¡Jua, jua, jua! Lo de que
el dolor o el placer cobran valor dentro de la perspectiva del existente, de su mundo, de su situación, de su finalidad, de su futuro, de su proyecto, esto lo sabe cualquier niño. Lo que no saben algunos adultos recién iniciados es que en Sartre (como en todo cartesianismo) el ser se funda en la conciencia, es decir, que si Vd. es consciente de este vaso, el vaso es (aunque no procuraría ni placer, ni dolor). Esto es lo que yo condeno, tarado, pues lo sé hondamente que la existencia no es una relación suelta, tranquila, sino una relación convulsa –y no una libertad (igual en que sentido) sino una tensión. Todas las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor con una tranquilidad doctoral típica de los cartesianos. No comprendió ni el cuerpo, ni el dolor. Por lo tanto le sugiero Goma amistosamente que les diga a todos los amigos que lo considero a Vd. bastante tarado. Salú’ (...)"

En este gombrowiczidas nombré por sus apodos a un grupito de hombres de letras argentinos de la flor y nata.
"Ya sabemos que los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los reúne en un punto en el que se encuentran utilizando palabras parecidas. De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico Metafísico, el Pato Criollo y el Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos, Gombrowicz es un impostor"
El Castor no pudo digerir estos inocentes apodos y quiso resolver el problema a su manera. Como si la publicación del dossier fuera un entidad de orden superior y todo lo demás fueran detalles, con sus dientes afilados me agarró como si fuese una ramita y corrió a terminar con sus labores.
"(...) Publicaré las cartas y te agradezco muchísimo que me las hayas enviado. Pero este gombrowiczidas no me parece adecuado publicarlo en el dossier. No quisiera ofender a nadie de los escritores aunque sea con apodos (...)"

Al Castor se le había ido la mano, se estaba comportando de una manera arrogante, pero se encontró con un tronco que no pudo roer.
"(...) Sobre qué material mío vas a publicar nos tenemos que poner de acuerdo. Vos tenés una línea editorial que a lo mejor no le va bien mi estilo. Si no publicás tal como está el gombrowiczidas al que di en llamar "Bastante Tarado", no te autorizo a que publiqués las copias de los dos originales de las dos cartas de Gombrowicz que te mandé (...)"
Aquí se terminó todo, el dossier, la publicación de gombrowiczidas en Archivos del Sur y el contacto, recién unos meses después hicimos las paces.
"Yo creo que ha llegado la hora de que hagamos las paces, vos te has portado bien conmigo así que no debo quedarme callado, te voy a decir un par de cosas.
Soy una persona inteligente pero no soy una persona seria y tampoco soy muy respetuoso que digamos, por lo menos no soy serio y respetuoso como lo sos vos. Lamento que ése haya sido el motivo por el cual fracasó el armado de tu dossier sobre Gombrowicz, pero así es la vida.
A mí me basta con que vos de vez en cuando leás uno que otro gombrowiczidas y disfrutés con la lectura de alguno de ellos, a escondidas siempre podés echarte una cana al aire"

"Todo aclarado. Como no nos conocemos personalmente es más difícil la comunicación.
Como vos decís, yo soy una persona respetuosa, trato de cumplir mis compromisos y cuando no puedo hacerlo, lo digo.
Quedamos en paz (...)"

[Imágenes: Araceli Otamendi y Simone de Beauvoir]

CARA DE ÁNGEL

Uno de los hombre de letras que verdaderamente se entusiasmó con la aparición de "Cartas a un amigo argentino" fue Cara de Ángel, un personaje contradictorio e inesperado en el conviven una energía completamente destructiva con una disposición angelical.
De entrada me hizo un cuestionario un tanto infantil al que tuve que responder con cierta dureza.
"Tus preguntas tienen un tufillo a fórmulas filosóficas que apesta. Por tal razón procederé como si no me las hubieras hecho y armaré un reportaje sobre cuestiones que yo mismo me formularé"

Como resultado de esta pequeña escaramuza y de un encuentro en la librería Gandhi al que concurrió también el Pavo en su carácter de presentador del libro, Cara de Ángel escribió una nota a la que dio en llamar "La forma y la risa" que no estaba nada mal.
La disposición afectuosa que tenía conmigo y que absorbía con cordialidad mi espíritu sarcástico, no podía estar ausente en la presentación del libro que se iba a hacer en el Centro Cultural de España, un ICI al que había sido invitado todo Buenos Aires y en el que el Bucanero iba a tirar la casa por la ventana actuando como anfitrión del Pterodáctilo, del Buey Corneta y de un Camaleón que en ese entonces era Embajador de Polonia. Pero el miedo paralizó a Cara de Ángel y estuvo ausente.

"Mi ausencia en la presentación del libro "Cartas a un amigo argentino" de Witold Gombrowicz que tuvo lugar hoy en el ICI obedece a las siguientes razones:
1) No quería empañar con mi presencia su momento de gloria, si hubiera sido el caso, que usted hiciera públicas referencias a nuestros sucesivos desencuentros.
2) Podrá alegarse cobardía o cosas así, pero la presencia del Maestro Ernesto Sabato siempre es intimidante. Imaginé, para el caso, una escena en la que usted me lo presentaba y de inmediato le hacía saber lo que pienso de él y de sus libros"
A partir de ese momento me dediqué a insultarlo de varias maneras diferentes pero siempre con afecto.

"¿Y qué es de tu triste vida, gusano?, ¿qué nuevas tonterías estás haciendo?, ¿y cómo andan tus relaciones con la Seductora Impenitente después de las chanchadas que hizo publicar con esa foto obscena que salió en la tapa del libro sacada con un gran angular?, ¿y con la Hierática?, sabés que anda ofendida con vos porque no le ofreciste tu novela a Emecé, ¿y qué me decís de las nuevas aventuras del Gnomo Pimentón?
Farsante, la próxima vez vas a tener que hacer un esfuerzo mayor, vas a tener que estar altura, por lo menos de la importancia que me dio el Porcus Hungaricus en "Lateral", la revista barcelonesa, y si no, nada"
En un momento en el que había concertado una entrevista con el Guitarrón para ver si me publicaba las cartas que yo le había escrito a Gombrowicz quise conocer la opinión que tenía Cara de Ángel sobre este personaje.

Nos encontramos una tarde en un café de San Telmo, a los minutos Cara de Ángel estaba pasando por la guillotina a todos los integrantes del gremio de los escritores, una actividad desplegada con un gran encanto que a más de divertirme me parecía inocente.
Pero sea porque yo le resultaba simpático, o porque me había tomado confianza, o sea por lo que fuere, en un momento determinado de la conversación se refirió a su propio padre y me manifestó, como si esto fuera la cosa más natural del mundo, que tenía ganas de asesinarlo, y que esto era precisamente lo que estaba planeando.
Sin saber a qué santo encomendarme por el giro que estaban tomando estas confesiones sombrías le pregunté si no sería conveniente que visitara a un psicólogo: –Sí, ya estuve con el Gnomo Pimentón, ahora tengo ganas de asesinarlo a él también.

[Imágenes: José Tono Martínez y Pablo Chacón]

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