![]() |
|
NOTAS EN ESTA SECCION
Una
joven escocesa | El resto no vale
nada | Los ulanos contra los
tanques | Las familias |
Indiferente a la muerte
El campo unificado |
La mano de hierro |
El romanticismo polaco |
La sangre se pone espesa |
El doctor Lombroso y la entropía
Sinceramente artificial
| El Burro | El Burro ataca otra vez |
Una oportunidad
más | Una combinación explosiva
El Hasídico
Un poeta de la vida |
El Licenciado Vidriera |
El Castor | Cara de
ángel
LECTURAS RECOMENDADAS
Descargar esta
página en pdf
|
|
"Pero el hombre es para sí mismo
una sorpresa inacabable porque yo, aunque con miedo de morirme y ese taladro
que me desgarraba el pecho, tenía reparos en despertar a Rita y llamar al
médico a una hora tan temprana; finalmente vino, me puso una inyección y,
cuando el dolor remitió, a Rita y a mí nos dio una ataque de alegría, de
pronto nos invadió un humor excelente, reíamos y decíamos tonterías, y el
médico nos miraba como a dos mentecatos (...)
No me he muerto, y sin embargo algo en mí ha sido tocado por la muerte,
todo aquello de antes de la enfermedad es como si estuviera detrás de un
muro. Ha surgido una nueva dificultad entre yo y el pasado"
Esta caída en la irrealidad en las vísperas de la muerte le venía desde
la cuna pero, le viniera de donde le viniera, hay que decir que la idea
de realidad es no es tan aprehensible como pareciera.
La realidad se define a veces de modo negativo y a veces de modo positivo.
En el primer caso se afirma que el ser real sólo puede entenderse como un
ser contrapuesto al ser aparente, o al ser potencial, o al ser posible.
En el segundo caso se afirma que es real sólo lo que existe, y no es real
sólo lo que es.
La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio
de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada
momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea
a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria
en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad.
![]()
|
Pero volvamos a la cuna; la madre fue la primera quimera que Gombrowicz
combatió, era para él la representación de la irrealidad, un exceso de irrealidad.
Las madres son las primeras que nos dan afecto y son las primeras que nos
enseñan a querer, algo pasó entonces entre Marcelina Antonina Kotkowska
y Witold Gombrowicz para que después de sesenta años de nacido la siguiera
sintiendo como la fuente de su irrealidad.
"El amor me fue negado de una vez y para siempre, desde el principio; ahora
bien, ¿fue porque no supe encontrarle una forma y una expresión propias,
o bien porque no lo había en mí? Lo ignoro. ¿No existía o más bien lo ahogué?
Quizás fue mi madre quien mató el amor en mí"
De naturaleza perezosa y desprovista de sentido práctico en un tiempo en
el que había abundancia de criados y de institutrices, el papel de la madre
se limitaba a darle órdenes al cocinero y al jardinero. Sin embargo, le
decía a todo el mundo que la casa estaba a su cargo, que el jardín era una
obra de ella, que menos mal que tenía sentido práctico, que en sus ratos
de ocio le gustaba leer a Spencer y a Fichte aunque las obras de esos filósofos
lucían en la biblioteca con las páginas sin cortar. Profesaba una gran admiración
por todo cuanto ella no era. La fascinaban los médicos eminentes, los profesores,
los grandes pensadores y en general las personas serias.
–Luce
el sol; –Pero ¿qué dices?, ¡si está lloviendo!; –¡Qué manía tenéis de decir
siempre tonterías!; –Bueno, digamos que no llueve, pero si empezara a llover,
llovería.
Era un deporte en el que con su hermano Jerzy arrastraban a la madre a discusiones
absurdas, una de las primeras iniciaciones en el ejercicio de la dialéctica
de Gombrowicz.
–¡Otro divorcio en la familia!; –¿Qué estás diciendo?, ¿otro divorcio en
la familia?, ¡no es posible!; –Te lo aseguro, me lo contó la tía Rosa, parece
que ella se enamoró de su peluquero; –Cielos, qué escándalo. Al final de
esta conversación teatral entre Jerzy y Witold aparecía la madre temblando
de indignación: –¡Si la mujer de
Henryk es tan desvergonzada no volveremos
a recibirla!: –Pero, ¿por qué?, la tía Ela se divorció dos veces y ahora
juega al bridge con sus tres maridos, dice que forman un equipo perfecto
y que gracias a sus divorcios sus hijos tenían el doble de parientes.
La falta de realidad era un asunto muy peliagudo para Gombrowicz, tanto
que podríamos decir que una buena parte de las historias que cuenta en sus
novelas no es real, y no sólo porque no relate acontecimientos que hayan
ocurrido verdaderamente, sino porque son historias que no pueden ocurrir
en el mundo real.
Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de
la imaginación son los que le hacen posible la actividad de escribir, es
decir, el defecto de realidad es entonces la fuerza que pone en marcha su
obra, a pesar de que todas ellas tienen, como quien diría, un fuerte apego
por el mundo real.
Si el defecto de realidad era para él el motor de su literatura, se podría
decir que el exceso de realidad debería obrar como un palo en la rueda que
se le pusiera a la literatura; y así era nomás.
Hacia el final de sus aventuras en Francia no encontraba la forma de justificar
ante el padre el hecho de que no estudiaba ni aprobaba los exámenes. Por
suerte le apareció una fiebre acompañada de un debilitamiento general y
el médico le recomendó que partiera hacia el sur, a las montañas. En el
tren que lo llevaba de París a los Pirineos Orientales entabló conversación
durante gran parte de la noche con una joven escocesa. Cuando la joven se
enteró de que sus caminos se separaban en Perpignan supuso que después no
se volverían a ver, entonces, sin pensarlo dos veces, le hizo unas confidencias
realmente monstruosas: en la casa familiar ocurrían cosas indecentes en
las que la escocesa participaba activamente. Se despidieron cariñosamente
en Perpignan.
Gombrowicz llegó a su destino y se hizo compinche de unos lugareños que
jugaban al billar. El domingo del primer fin de semana se fueron en bicicleta
a un pequeño puerto cercano. En ese trayecto tuvo su primer deslumbramiento
con el Sur, pero ésa es otra historia. Decidió quedarse algunos días en
esa playa, pero en la mañana del cuarto día vio a la escocesa sentada en
la arena. La situación era más embarazosa para ella que para Gombrowicz,
pero ambos se ponían como un tomate cuando se veían. Gombrowicz decidió
mudarse a un pueblo vecino. El día después de la llegada a su nueva morada,
cuando salía del hotel a la mañana, vio a la escocesa bajando del autobús,
a ella también se le había ocurrido la idea de mudarse.
Gombrowicz consideró a estas circunstancias como un exceso de realidad y
nunca se atrevió a ponerlas en una novela.
[Imagen: Marcelina Antonina Kotkowska]
|
EL
RESTO NO VALE NADA
Gombrowicz era un maestro en hacer desplantes, le llegó a hacer uno a la
basílica de San Pedro, mejor dicho, se lo hizo a un pintor con el que se
encontró en Roma y que la estaba mirando: –¿Ya ha visitado la basílica?;
–No, todas las iglesias son parecidas por dentro; –¿Así que ha elegido la
displicencia y el desdén?; –Sí, en efecto, eso es lo que he elegido, además,
me da demasiada pereza quitarme el sombrero para entrar en una iglesia;
–Pues entonces, entre con el sombrero puesto; –No es mala idea, entraré
cubierto.
De este desplante salió seco, de otros no salió tan seco. Había terminado
"Ivona" y estaba un poco desorientado: –¿Qué debo hacer con esta obrita?;
–Muéstrasela a Mira Ziminska, es la actriz más inteligente que conozco y
entiende de teatro. Ella te dirá si esto es representable, y a quién hay
que dársela.
"Ivona"
no es ninguna obrita, aunque es cierto que la protagonista es una joven
tarada a más no poder que carece en forma absoluta de gracia. Esta pieza
de teatro es una transición entre "Memorias del tiempo de la inmadurez"
y "Ferdydurke". "Ivona", según parece, fue un juego humorístico y una forma
de ganar tiempo. Se convirtió en la obra de teatro más atractiva para el
público por su humor ligero y cruel y porque su puesta en escena le permite
al regisseur la libertad de movimientos en todos los niveles y planos dramáticos.
Una de las ocupaciones principales que tenía Gombrowicz en la época en la
que escribió "Ivona" era decir sandeces en forma reiterada, sandeces que,
sin embargo, le permitían mantener y desarrollar lo que siempre fue para
él la ley suprema: el estilo. La risa y el estilo son pues los dos cánones
de "Ivona", la rebelión del príncipe contra la ley de la naturaleza que
lo obligaba a gustar tan sólo de mujeres atractivas introduce un factor
de descomposición que se manifiesta en vicios y degeneraciones de todo tipo
al punto que la corte se convierte en una incubadora de monstruos.
Gombrowicz acostumbra a descomponer el mundo en elementos de forma, pero
también recrea la reacción del hombre frente a este proceso de descomposición,
en "Ivona" esta reacción es poco intensa y por eso tiene ese tono de juego
y ligereza. La sexualidad está presente sólo en la ausencia casi total del
objeto sexual y el lenguaje erótico. En los escritos de Gombrowicz hay tres
cosas que nunca faltan: la sexualidad, el humor y los sueños. Estos componentes
pesan de una manera diferente en cada una de sus obras, los sueños y la
sexualidad, por ejemplo, tiene poca importancia en "Ivona" porque Gombrowicz
aún no había definido con fuerza su combate con la forma, batalla que libra
en todos los frentes en su obra siguiente, "Fedydurke". Podemos afirmar
que entre su primera y su última obra la sexualidad sigue una línea ascendente,
el humor una descendente y los sueños una constante.
Mira Ziminska, a más de ser inteligente, tenía un gran sentido del humor,
pero Gombrowicz se llevaba mal con los actores, especialmente con las actrices,
consideraba que los intérpretes pertenecían a una clase inferior de artistas.
"Con las actrices me mostraba aún más implacable que con los actores, y
tenía la costumbre de fingir que no las conocía; me presentaba solemnemente
a cada una de ellas en cada encuentro. Un día, cuando me presenté cortésmente
por quinta vez a una diva, ésta agarró un vaso de agua y sin pensarlo dos
veces me lo vació en la cabeza. Mira Ziminska, por suerte, no me guardaba
rencor, pero sus horizontes teatrales no eran tan amplios como para poder
apreciar una obra tan innovadora como "Ivona". Me dijo que el principio
no estaba mal, pero que el resto no valía nada"
[Imagen: Mira Ziminska]
LOS ULANOS CONTRA LOS TANQUES
"La lucha contra el comunismo, como también la revisión de los esnobismos,
las excentricidades, los excesos del intelectualismo actual, me parecen
muy indicadas y yo mismo las practico. Pero para eso no basta con la bravura
sin más, como aquella de los ulanos de 1939 que cargaron contra los tanques
ante el asombro del mundo entero"
Una tarde, sentados a una mesa de los jardines del MALBA, le recordé al
embajador Slawomir Ratajski el episodio de los ulanos, se puso rojo de ira,
me dijo que lo de la carga de los ulanos contra los tanques era un vil mentira.
Todo el mundo sabe cuánto de valientes y heroicos son los polacos, sobre
eso no cabe duda, pero también, hay que decirlo, tienen un gran sentido
del humor, de otro modo no se explica cómo a Gombrowicz no le hubieran roto
los huesos.
"¡Volved,
compatriotas, marchad, marchad, marchad a vuestra nación! ¡Marchad a vuestra
santísima y tal vez también maldita nación! ¡Volved a ese santo monstruo
oscuro que está reventando desde hace siglos sin poder acabar de reventar!
¡Volved a ese santo engendro vuestro, maldito por la naturaleza, que no
ha dejado un solo momento de nacer y que, sin embargo, continúa nonato!
¡Marchad, marchad para que él no os deje ni vivir ni reventar y os mantenga
siempre entre el ser y la nada! ¡Marchad a esa santa babosa para que os
vuelva más moluscos! ¡Volved a vuestra demente, a vuestra loca y santa y
ay, tal vez maldita aberración para que con sus saltos y sus locuras os
torture, os atormente, os inunde de sangre, os ensordezca con sus gritos
y rugidos, os martirice con su suplicio, así como a vuestros hijos y a vuestras
mujeres, hasta la muerte, hasta la agonía, y que ella misma en la agonía
de su demencia os enloquezca, os perturbe!"
Esta es la maldición que Gombrowicz le echa a Polonia al comienzo del "Transatlántico".
El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo
la sustitución de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Si
por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada
a estar eternamente desgarrada entonces había que cambiar algo en los polacos
para salvar su humanidad. En la relación de los polacos con el mundo había
algo malo y alterado, como artista Gombrowicz se sentía un poco responsable
de esa fatídica leyenda polaca con la que había que terminar de una manera
u otra. A pesar de que estaban encerrados en una maraña de quimeras y de
fraseología los
polacos
se hallaban al mismo tiempo muy cerca de la realidad cruda, esa realidad
que rompe los huesos. Gombrowicz creía en el poder purificador de la realidad,
pero no de una realidad polaca, sino de una realidad más fundamental, la
realidad humana para decirlo sencillamente.
El romanticismo, el idealismo, la guerra y la leyenda polacos le asomaban
la nariz debajo de cada página de "Transatlántico", así que tuvo que cortarles
la cabeza con la risa.
Se publican unos fragmentos de "Transatlántico" en "Kultura" a los que acompaña
con un prefacio.
"Supongo que el libro que tenéis en las manos os parecerá bastante chocante,
porque un espíritu laico y hasta herético ha irrumpido en vuestros sentimientos
religiosos..."
Recurre a Józef Wittlin a ver si le puede escribir un prólogo que atempere
la tempestad, pues el prefacio que había escrito para los fragmentos era
una nueva provocación.
"(...) no pretendo ganarme la gracia de nadie, quiero responder con desprecio
al desprecio con el que me han tratado mis compatriotas y que sigue amenazándome"
Fueron los lectores los que colocaron a Gombrowicz en el campo de la seriedad,
sin embargo, "Transatlántico" tiene también una buena dosis de infantilismo
y de humor. El prólogo de Wittlin era elocuente, valiente y sosegado, no
obstante, también resaltaba, más que ninguna otra cosa, el problema polaco,
de modo que los demás aspectos de la obra fueron empalideciendo con el tiempo.
"Aparece ‘Transatlántico’ en forma de libro con el prefacio de Wittlin y
el mío. Indignación. Cartas. Reacciones en pro y en contra. Ahora mi papel
ya está claramente definido. Mi segunda entrada en la literatura patria,
tras doce años de silencio, se desarrolla bajo el signo de la rebelión contra
la patria"
Los polacos no sólo tienen sentido del humor, también tienen paciencia,
saben que lo que ocurre hoy, bueno o malo, pasará. De estas virtudes polacas
me aproveché yo, no alcanzan los dedos de las dos manos para contar la cantidad
de trastadas que le hice al embajador Slawomir Ratajski, sin embargo, no
me rompió los huesos, al contrario, nos hicimos muy amigos.
[Imágenes: Slawomir Ratajski y Józef Wittlin]
LAS FAMILIAS
La influencia que ejerció la familia sobre Gombrowicz fue muy importante,
desgraciadamente el abuelo paterno era un lituano arrogante y el materno
era un polaco medio loco.
Onufry Gombrowicz, el abuelo paterno, era de una familia noble que durante
cuatrocientos años había tenido propiedades en Lituania hasta que el zar
de todas las Rusias le confiscó sus propiedades.
Con el dinero de la venta de sus bienes se estableció en Polonia, donde
nació Jan Onufry, el padre de Witold. Este hijo contrajo matrimonio con
la hija de Ignacy Kotkowski, Marcelina Antonina, y así se formó la familia
de Gombrowicz.
*Nosotros,
los Gombrowicz, nos considerábamos siempre ‘algo superiores’ a los demás
terratenientes de la región de Sandomierz, como consecuencia de los diversos
vínculos familiares que habíamos heredado de la época lituana y también
porque la nobleza de ese país, más rica y asentada desde hacía siglos en
sus tierras, podía vanagloriarse de una mejor tradición, una historia más
precisa y funciones más importantes.
De todas formas no puedo asegurar si la nobleza de la región compartía este
punto de vista*
Cuando Onufry Gombrowicz es obligado a vender sus propiedades en Lituania
y a trasladarse a Polonia se sintió injustamente despojado, se mostró hostil
a su nuevo medio y se quedó orgullosamente apartado en su clan cerrado.
Jean Onufry, a la muerte de su padre, abandona sus estudios, compra una
propiedad en Maloszyce y contrae matrimonio con la hija de Ignacy Kotkowski,
Marcelina Antonina, con la que tiene cuatro hijos; Janusz 1884, Jerzy 1885,
Irena 1899 y Witold 1904.
Como su familia paterna estaba muy orgullosa de sus orígenes y de sus alianzas
principescas, Gombrowicz fue alimentado con las tradiciones lituanas. Los
archivos que su abuelo había llevado consigo al salir de Lituania eran pare
él una lectura apasionante, y a los dieciséis años le inspiraron su primer
texto, una historia de su familia.
Este manuscrito permaneció inédito, pero Gombrowicz conservó toda su vida
una pasión enfermiza por la genealogía.
Su pertenencia a una clase social situada entre la alta aristocracia y los
hidalgos campesinos se le manifestó como un problema que llegó a tener alcances
de obsesión.
En Varsovia experimentaba un sentimiento de inferioridad frente a sus compañeros
de clase, hijos de importantes familias aristocráticas, mientras por otro
lado despreciaba a la nobleza rural que su familia frecuentaba. Pero Gombrowicz
era artista por los Kotkowski, no por los Gombrowicz, y un artista puede
absorber tranquilamente dos naturalezas distintas.
*Me acuerdo que un día acompañé a mi padre a la casa de Aniela, la madre
de mi madre, que habitaba una casa aislada y bastante horripilante, en Bodzechów
(...) Por la noche se llenaba de unas cantos terribles y salvajes que se
convertían en aullidos, estertores, gemidos, en diálogos incansables y sin
sentido, murmullos siniestros, lamentos amargos. No, no eran fantasmas...
Era su hijo, el hermano de mi madre, demente desde la edad de veinte años,
que vivía con mi abuela. La casa estaba dividida en dos partes y en una
de ellas reinaba el loco, por las noches, como el miedo lo invadía en esas
habitaciones donde no lo acompañaba nadie más que la soledad, se animaba
con esos conciertos capaces de poner los pelos de punta a cualquiera que
no estuviera habituado*
La
madre había heredado algo de esa sangre enfermiza, Gombrowicz no podía reprochárselo,
por otra parte era buena, noble, inteligente, sus dificultades eran más
bien el producto de sus nervios, de la vida artificial y de la educación
que había recibido.
*Como éramos tres –mi hermana no participaba de ese deporte– nuestra casa
iba alcanzando lentamente la fisonomía de un manicomio y tan solo la severidad
y el rigor de mi padre nos salvaba de la catástrofe total*
De la combinación de los Gombrowicz con los Kotkowski resultó una familia
que empezó a decaer. La sangre enfermiza de los Kotkowski y el orgullo impenetrable
de los Gombrowicz ejercieron una influencia negativa sobre el joven Witold.
*Mi padre fue el último de los Gombrowicz en gozar del respeto general e
infundir confianza; nosotros, la siguiente generación, éramos unos excéntricos,
de quienes se decía: qué lástima que no hayan salido al viejo Gombrowicz
(...) Es verdad que mi doble personalidad se prestaba a la mixtificación,
mi apariencia era más bien la de un terrateniente que la de un asiduo a
los cafés y la de un escritor vanguardista. Sin embargo, yo, por mi parte,
no podía ser diferente, ya que hubiera sido más fácil, por ejemplo, comprender
la naturaleza de un cocodrilo que la mía, formada por influencias y factores
que eran para los demás completamente desconocidos*
*No me hacía ilusiones respecto a mi propia persona, sabía que era una especie
de minusválido psíquico, para quien una existencia normal era inaccesible
y me veía obligado a buscar mi propio camino. Mi sensibilidad, mi imaginación,
mis complejos, mis temores, mis obsesiones, cuanto más disimulados, con
más fuerza me perseguían, y si estaba tan mal, era precisamente porque parecía
un ser bastante sano y contento de sí mismo. Pero lo cierto es que no existía
para mí un camino recto y sabía que si no me justificaba ante mí mismo y
los demás con alguna obra de orden superior, no me quedaría otra cosa que
hundirme y convertirme en un loco y en un simple degenerado*
Hay rostros que no dicen lo que una persona es, pero hay otros rostros que
sí lo dicen. Ignacy Leon Kotkowski, el abuelo materno de Gombrowicz, aparece
en la foto como un poeta medio loco, y Onufry Gombrowicz, su abuelo paterno,
como un aristócrata muy arrogante.
[Imágenes: Ignacy León Kotkowski y Onufry Gombrowicz]
INDIFERENTE A LA MUERTE
Cuando promediaba su estada europea Gombrowicz se empezó a sentir como un
rey moribundo. Después de terminada la *Opereta* no sabía qué escribir,
ni siquiera en los diarios, una situación nada envidiable para un escritor.
*De momento soy como el sonido de una tecla hundida, hay en mí más muerte
que vida (...) En mi vida hay una contradicción que me arrebata de las manos
el plato con la comida justo cuando la acerco a la boca*
A pesar del *memento mori* que se respira en los últimos diarios de Gombrowicz
a veces aparece como un soberano mirando desde el palco real la riqueza
y la gloria.
*Hace más de un año que estoy instalado en Vence, a veinte kilómetros de
Niza, en la falda de los Alpes Marítimos; un pueblo chic, no faltan residencias
discretamente escondidas entre grupos de palmeras, detrás de muros de rosales,
en la espesura de mimosas.
Desde la ventana veo algunos Rolls Royces cuyos propietarios compran leche
o gambas en el mercado.
Aparte de los Rolls Royces también hay Jaguars*
Gombrowicz
acostumbraba a decirnos en el Rex que no le tenía miedo a la muerte sino
al dolor, que la historia había desplazado el centro de gravedad que antes
ocupaba la muerte y ahora ocupa el dolor. Es una cuestión sobre la que resulta
difícil hacer discursos porque tanto el dolor como la muerte duelen.
Desde lo primeros berridos que pegamos en el nacimiento no hay cosa que
no nos vaya doliendo mientras vivimos, nos duele el cuerpo y nos duele el
alma, pero el dolor de la muerte es harina de otro costal.
La muerte y el dolor duelen, pero duelen de una manera distinta. No nos
duele la idea del dolor, sino que nos duele el dolor mismo, pero sólo nos
duele la idea de la muerte, y no la muerte misma, porque la muerte es sólo
una idea.
El dolor se presenta desnudo, la muerte vestida de distintas maneras, vamos
a ver entonces que vueltas daba Gombrowicz alrededor de las parcas.
Según lo apunta él mismo en los diarios, a pesar de las apariencias y de
una existencia de aspecto casi despreocupado, un Gombrowicz veinteañero
no estuvo muy lejos del suicidio, unos pasajes de su juventud en los que
debió estar muy desesperado. Con el tiempo, esta angustia de la existencia
se le fue radicando poco a poco en los pulmones, en sus dificultades para
respirar, entonces volvió a la idea del suicidio. En el 58 con la crisis
de asma en Tandil, en el 65 con el cianuro que nos pide desde Vence, en
el 69 con los medios para liquidarse por los que le clama a dos amigos;
en fin, la idea de la muerte le rondaba la cabeza.
Sin embargo, en su jerarquía de sufrimientos, el dolor se había puesto por
encima de la muerte. Las transacciones históricas entre el dolor y la muerte
fueron cambiando en el transcurso de los siglos junto a la actitud del hombre
frente a la naturaleza, que finalmente desembocó en una relación más insegura
y confusa con ella que la que tenía en la época de nuestros abuelos.
Si bien es cierto que la muerte es una idea incomprensible, por eso la idea
de la vida para la muerte del existencialismo es falsa, y todos los signos
que existen en la tierra y el cielo nos obligan a vivir, Gombrowicz le da
algunas vueltas en los diarios a la idea de la muerte, a pesar también de
las reflexiones que ya habían hecho los griegos hace dos mil años sobre
este asunto: si estoy yo no está la muerte, y si está la muerte no estoy
yo.
Sin
la muerte la humanidad no hubiera filosofado, para negarla, para disipar
el miedo que despierta o para asimilar su horror. Los griegos y los romanos
aprendieron a escamotearla con frases cortas: la muerte no existe para nosotros,
y cuando aparece, no existimos nosotros; después de la muerte no hay nada,
ni siquiera la muerte.
La muerte se tornó un problema central en el pesimismo de Schopenhauer y
en el existencialismo de Kierkegaard. En nuestro tiempo, a Heidegger se
le fue la mano y empezó a meditar día y noche sobre esta cuestión, por fin
le salió una filosofía para la muerte que como si esto fuera poco también
es humana y personal. No la considera ya como algo más allá de la vida,
sino como el último término de la vida, una muerte que pertenece a esa serie
de acontecimientos llamada vida. La existencia se torna auténtica cuando
acepta libremente la angustia de la muerte.
Sartre se escapó rápidamente de la angustia que produce la libertad para
la muerte, se encontraba más cómodo con la angustia que produce la libertad
para elegir. No coloca a la vida bajo la dominación de la muerte porque
esto significaría meditar sobre nuestra subjetividad con la mirada de otro
individuo, ya que el hombre jamás encuentra su propia muerte, la que sólo
existe para el otro individuo que sobrevive.
Gombrowicz tiene las ideas claras respecto al dolor y al envejecimiento,
pero no tan claras respecto a la muerte.
*Durante el entierro pensé que no eran vivos quienes despedían al finado,
sino moribundos. En el cementerio, a aquella luminosa hora de la tarde,
las caras marcadas por una cierta expresión de grave desesperación, tenían
un aspecto cadavérico, igual que el cadáver del ataúd, y cada uno de los
presentes cargaba consigo mismo como un saco lleno de muerte*
Pero este saco lleno de muerte, este *memento mori*, le resultaba exagerado,
cuando le aparecía tenía la necesidad de controlarlo. La insistencia continua
en la idea de la muerte sólo prueba que no somos capaces de asimilarla,
pues si lo fuéramos, si en verdad sintiéramos su presencia, no podríamos
dormir ni comer, sin embargo, ni siquiera nos impide ir al cine. No nos
preocupamos verdaderamente por nuestros propios pensamientos sobre la muerte,
pareciera como si esa idea se pensara a sí misma, a lo Hegel, por su cuenta.
*La muerte se vuelve para mí cada vez menos importante, tanto la humana
como la animal. Cada vez me resulta más difícil comprender a aquellos para
quienes la privación de la vida es el mayor de los castigos. No entiendo
la venganza de quien, al matar con un inesperado disparo en la nuca, se
regocija como si el otro hubiera sentido algo. Me he vuelto casi indiferente
a la muerte (no hablo de la mía)*
*En mi vida hay una contradicción que me arrebata de las manos el plato
con la comida justo cuando la acerco a la boca*
Estas palabras escritas por Gombrowicz en sus diarios de Vence parecen copiadas
de las fotos de este gombrowiczidas. Cuando finalmente había torcido el
destino de miseria que había padecido en la Argentina se le presenta la
muerte al lado del esplendor. En Italia, a orillas del mar en al casa de
unos amigos, un hombre elegante de traje blanco muestra en su rostro cómo
le había sido arrebatada la comida.
Mientras Gombrowicz se nos muestra como un hombre que ha sido alcanzado
por la muerte Heidegger pareciera que va en busca de ella.
[Imágenes: Witold Gombrowicz y Martin Heidegger]
EL CAMPO
UNIFICADO
Cuando Gombrowicz habla en sus diarios de personalidades sobresalientes
utiliza dos procedimientos contrapuestos: en uno, primero las golpea y después
las levanta del suelo completamente maltrechas; en el otro, a la inversa,
primero las elogia y después las noquea. Si la ocupación con la personalidad
se le prolonga mucho tiempo reitera el procedimiento, es el caso típico
de Sartre y el existencialismo. Esta manía de Gombrowicz se origina en su
convencimiento absoluto que tenía de que él era el mejor y de que el deseo
de ser el mejor era común a todas las personalidades sobresalientes.
Vamos a ver ahora cómo Gombrowicz utiliza el procedimiento de los puñetazos
y de las caricias para hablar de una francesa y de un polaco.
Henry Sienkiewicz es un escritor muy conocido por todos nosotros pero Simone
Weil no lo es tanto, dos palabras entonces sobre ella.
Se
graduó en las carreras de filosofía y de literatura clásica con las notas
más altas de una promoción en la que Simone de Beauvoir ocupó en segundo
lugar. Investigadora de la doctrina marxista, sus preocupaciones más señaladas
eran la cuestión social, la pureza y la verdad. Sus ejercitaciones en la
praxis del trabajo fabril y una procesión católica que presenció en Portugal
decidieron su destino.
*(...) tuve de pronto la certeza de que el cristianismo es por excelencia
la religión de los esclavos, que los esclavos no podían dejar de seguirla...
y yo con ellos (...)*
Participó de la Guerra Civil Española en las columnas anarquistas, y esa
guerra le enseñó a cuánto podía llegar el horror de la brutalidad y el desprecio
de la verdad. El cristianismo ocupó un lugar preponderante en sus pensamientos,
Camus y Eliot le profesaban una enorme admiración por su lucidez, honestidad
intelectual y desnudez espiritual. Murió muy joven, a los treinta y cuatro
años.
*Siempre me ha asombrado que pudieran existir vidas basadas en principios
tan distintos de los míos (...) No conozco ninguna grandeza, absolutamente
ninguna. Soy un paseante pequeño burgués que por azar llega a los Alpes
o hasta el Himalaya. A cada instante mi pluma toca causas supremas y poderosas,
pero si he llegado hasta ellas, ha sido jugueteando...; al vagabundear como
un muchacho me he topado frívolamente con ellas. Una existencia heroica,
como la Simone Weil, me parece de otro planeta. Es el polo opuesto al mío:
si yo soy una permanente huida de la vida, ella la asume plenamente, es
la antítesis de mi deserción. Simone Weil y yo, uno no podría imaginarse
un contraste más fuerte, dos interpretaciones que se excluyen mutuamente,
dos sistemas contrapuestos*
Gombrowicz se estaba enfrentando con la grandeza de una mujer que supo liberar
de su interior corrientes y torbellinos espirituales de una potencia sobrehumana,
pero Gombrowicz no le tenía confianza a la grandeza. La humanidad común
y corriente se aburre con lo profundo y lo sublime, y tan sólo por cortesía
aguanta a los sabios, a los santos, a los héroes, a la religión y a la filosofía.
¿Qué es Weil entonces?, es una histérica que fastidia y aburre, una egoísta
cuya personalidad inflada y agresiva no sabe ver a los demás, ni es capaz
de verse a sí misma con ojos ajenos.
*¿Es esa carpa metafísica cocinada en su propia salsa la que debo vivir
como una experiencia profunda? (...) Yo exigiría una grandeza capaz de soportar
a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, que abarcara
todos los tipos de existencia, tan irresistible arriba como abajo (...)
Es una necesidad que me fue inculcada por el universalismo de mi tiempo,
que quiere atraer al juego a todas las conciencias, superiores e inferiores,
y ya no se contenta con la aristocracia*
El
Dios polaco, al contrario del Dios de Weil, es un sistema maravilloso que
mantiene al hombre en la esfera intermedia de la existencia, es una manera
de esquivar lo extremo, el Dios polaco es el Dios de Sienkiewicz, ese escritor
eximio de segunda fila, ese Homero de cuarta categoría, ese Dumas padre
de primera clase. Es difícil encontrar en la historia de la literatura un
encantamiento parecido al que produjo Sienkiewicz sobre la nación y las
masas. Los polacos leían a Mickiewicz porque era una literatura obligatoria,
pero Sinkiewicz embriagaba los corazones de todos los polacos porque les
acercó un tipo de belleza distinto.
Antes de Sienkiewicz la belleza polaca se identificaba con la virtud pero
los gustos fueron cambiando con el tiempo y la virtud terminó por resultar
aburrida.
La naturaleza humana se manifiesta en el pecado, en la expansión vital,
y la verdadera belleza no se consigue silenciando la fealdad. El dilema
entre la virtud y la vitalidad no estaba resuelto, entonces, Sienkiewicz,
sazonó la virtud con el pecado, endulzó el pecado con la virtud y preparó
un licor dulzón, no demasiado fuerte y, sin embargo, excitante, un licor
que gusta sobre todo a las mujeres. El pecado simpático, bonachón, encantador
y limpio es la especialidad de la cocina de Sienkiewicz, lo preparaba para
fortalecer a la nación y a Dios. A Gombrowicz le resultaba claro que el
Dios de Mickiewicz y de Sienkiewicz estaba subordinado a la nación. La moral
individual que concernía a Dios le cedía su lugar a la moral colectiva de
la nación abriéndole la puerta al espíritu del rebaño, por eso es que Sienkiewicz
es un escritor católico sólo en apariencia.
*Por eso la literatura de Sienkiewicz podría ser definida como el desprecio
por los valores absolutos a los que reemplaza por una vida facilitada (...)
La fuerza de Sienkiewicz consiste precisamente en que él elige el camino
del menor esfuerzo, en que es todo placer, un desahogo despreocupado en
un sueño barato. Nos introduce como nadie en los recovecos del alma donde
se realiza nuestra huida de la vida, el modo polaco de eludir la verdad*
Pero Gombrowicz no podía andar detrás del catolicismo extremista de Simone
Weil ni del catolicismo mediocre de Sienkiewicz, era un catolicismo que
se debatía entre la inteligencia y la estupidez, y el andaba detrás de un
lenguaje común.
El lenguaje del catolicismo absoluto de Simone Weil y del catolicismo limitado
de Sienkiewicz no alcanzaba para esto, es decir, para lograr un encuentro
entre lo superior y lo inferior, un encuentro que Gombrowicz buscaba y que
el cristianismo, con una sabiduría calculada para todas las mentes, le podía
procurar. Einstein no pudo desarrollar un campo unificado para explicar
el comportamiento de las macropartículas y de las micropartículas, y Gombrowicz
no pudo desarrollar un campo unificado para explicar el comportamiento de
lo superior y lo inferior. También, menudo problema se pusieron sobre los
hombros estos dos hombres.
En la expresión de Simone Weil es fácil de ver cómo ella está dispuesta
a renunciar a todo para servir al espíritu, mientras que el rostro de Henryk
Sienkiewicz nos muestra a un espíritu que se vale hasta de Dios para servir
a la nación.
[Imágenes: Henryk Sienkiewicz y Simone Weil]
LA MANO
DE HIERRO
Las alas de Gombrowicz vuelan en sus sueños hacia el Mediodía y el Poniente.
La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable
por Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba
solemnemente sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera
el resultado de la guerra. Al otro lado de aquel frente estaba la Europa
que le despertaba la nostalgia, mientras los rusos y los alemanes eran para
él una realidad de segunda categoría. En 1918 esa barrera se rompió y Occidente
comenzó a infiltrarse en Polonia poco a poco, un cambio que significó tanto
para Gombrowicz como la recuperación de la independencia. Del Oeste le llegaban
los vientos de la historia y de la cultura, al Sur accedió más tarde, en
Francia, en un trayecto que recorre en bicicleta entre un pequeño balneario
montañoso y la playa de un puerto diminuto en los Pirineos Orientales.
Pedaleaba hacia abajo con un grupo de meridionales desenfrenados, de pronto
se le apareció a lo lejos la superficie inmóvil y resplandeciente del mar
latino como si se levantara un telón. Lo que no habían podido las catedrales
y los museos de París lo lograba ese camino vertiginoso que apuntaba al
mar. Comprendió el Sur, Francia, Italia, Roma... todo eso se le apareció
por primera vez en forma hermosa justamente a él, que hasta entonces había
considerado a la gente de tez morena como un tipo humano inferior. La blancura
de las piedras, el noble gris ceniza de los plátanos, el azul al frente,
la nitidez de las líneas y la plenitud de la forma. Toda la cultura francesa,
que hasta entonces le había parecido burguesa y repugnante, se le apareció
como algo elemental y salvaje. Nunca más sintió aversión hacia el Sur, el
Mediodía lo atrapó con una dureza refulgente, un deslumbramiento que preparó
el camino para ese viaje increíble y
milagroso que hizo más tarde a la Argentina.
Se
toma unas vacaciones, unas vacaciones argentinas de casi veinticuatro años.
Las playas de Mar del Plata y de Necochea le despertaban a Gombrowicz distintas
ocurrencias a las que le sobrevenían en la *La Cabaña*, la estancia de su
amigo Dus Jankowski, en plena pampa húmeda. En Necochea se le prendió la
lamparita y, por la aplicación de una determinada ciencia infusa, supo de
repente cómo se había realizado en la Argentina la reforma agraria.
*Santiago Achaval, Juan Santamarina, Paco Virasoro y Pepe Uriburu: jóvenes
de la oligarquía, ricos. ¿Cuántos hermanos y hermanas tienen? Paco es el
que tiene menos, sólo seis. Entre los cuatro, un total de cuarenta hermanos.
Niaki Zuberbühler tiene ochenta primos de primer grado. La reforma agraria
se lleva a cabo en la cama*
En cambio, cuando viaja por primera vez a *La Cabaña*, inscribe en el pórtico
de esa estancia, como Dante lo había hecho en la puerta del infierno, unas
palabras tristes.
*Si este diario que voy escribiendo desde hace algunos años no está a la
altura –la mía, la de mi arte o la de mi época–, nadie debería reprochármelo,
pues es un trabajo que me ha sido impuesto por las circunstancias de mi
exilio y para el posiblemente no sirvo*
En esa pampa ilimitada no hay océano ni sal ni vientos, después de la agitación
de las playas, ahora la tranquilidad, el silencio y el relajamiento. En
el campo argentino no hay campesinos como los hay en Polonia, aquí no hay
nadie. Unos cuantos peones cuidan los campos y la enorme cantidad de vacas
y de caballos, pero sin prisa. Un hombre con un tractor labra, siega, trilla
y embolsa los granos.
Gombrowicz caminaba por las avenidas de eucaliptos en medio de la inmensidad
de la pampa húmeda, y de nuevo lo asaltaba el presentimiento de una agonía
solitaria en un sótano asfixiante. Sabía que Dios no sería un asilo para
su vejez, y menos aún la trascendencia del existencialismo con sus borracheras
de sentimientos trágicos. El tiempo del deshielo presionaba sobre su conciencia
y se preguntaba si su regreso a Polonia, si su regreso a la patria no podría
darle lo que Dios y la filosofía no podían darle. Pero en ese caso se tendría
que enfrentar con una libertad relativa, una libertad que debía presentarse
dos veces por semana en la oficina de control para poder vivir una semivida
y una semiverdad. A través de estas cavilaciones se estaba definiendo respecto
a la ética del catolicismo, del existencialismo y del marxismo, pero la
moral es sólo un fragmento de la vida, y los otros fragmentos lo seguían
presionando por todas partes pues la
realidad es inagotable.
Esa contradicción entre el ser y el existir lo llevaba de la mano al mundo
palpable de los eucaliptos y de la tierra, ese único mundo amigable y creíble,
un mundo que se le había diluido en esa pampa inmensa bajo la bóveda celeste,
se le había borrado.
Ni siquiera el globo terrestre, suspendido él mismo, podía asegurarle un
terreno firme para los pies. Ese abismo sin fondo podría enloquecernos si
es que no estuviéramos tan acostumbrados a él.
*Y al mismo tiempo estoy allí, en el seno del universo. Todas las contradicciones
se dan un rendez-vous en mí; la calma y la locura, la sobriedad y la embriaguez,
la verdad y la patraña, la grandeza y la pequeñez, pero siento que en mi
cuello se posa de nuevo la mano de hierro, que poco a poco, sí, de manera
imperceptible..., se va cerrando*
En la estancia de Dus Jankowski que se ve en la fotografía Gombrowicz escribió
muchos pasajes memorables de sus diarios, entre el *qué bellas que son las
rubias* y el , *(...) si no fuera por el estertor y los ojos del perro,
que no se apartaban de nosotros* estaban los jinetes y los escarabajos...
Jankowski fue un buen amigo de Gombrowicz, ese agrónomo estanciero tenía
una debilidad manifiesta por él, y esa casa se le aparecía a Gombrowicz
como la de su familia en Polonia, especialmente en las fiestas de fin de
año.
[Imagen: Estancia de Dus Jankowski]
EL ROMANTICISMO POLACO
Gombrowicz se las tuvo que ver desde el nacimiento con el romanticismo polaco
al que enfrentó con un apego premeditado por la realidad. Protestaba contra
los tres poetas profetas del romanticismo, guías espirituales de la nación
polaca, pues absorbían la inteligencia y el tiempo de los jóvenes estudiantes
dejándolos atrás del pensamiento europeo, pero a pesar de sus protestas
quería ser como uno de ellos, quería ser como Mickiewicz.
El valor de la patria se le transformó a Gombrowicz. cuando los rusos llegaron
a las puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando
del mariscal Pilsudski en el año 1920. Los jóvenes se alistaban como voluntarios
y sus colegas se paseaban en uniforme por las calles, pero Gombrowicz permaneció
en su casa.
Esa ruptura con el grupo y con la nación surgió en el año memorable de la
batalla de Varsovia, y lo obligó a buscar su propia senda y a vivir por
su cuenta. Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras
lo impulsaron a la anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria
por la presión que ejercía sobre los individuos. Aunque estaba lejos todavía
de dominar intelectualmente estos difíciles problemas empezó a comprender
que en Polonia el precio de la vida humana era bajo.
Esta presión contra la patria va creciendo hasta que se manda la blasfemia
increíble del comienzo de *Transatlántico*. Pasados diez años de escritas
estas páginas en las que maldice a Polonia, pone en el diario que en ese
barco, en *Transatlántico*, había regresado a su patria y se había convertido
en un ciudadano.
La
patria, como a Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu
polaco. Y la patria lo llama nuevamente cuando se va de la Argentina y lo
sorprende diciendo que no se había desnacionalizado, que seguía siendo tan
polaco como el primer día.
*Tenía miedo de Polonia (...) La única razón de mi zozobra era indudablemente
el que sintiera que pertenecíamos a Oriente, que éramos Europa oriental
y no occidental, sí, ni el catolicismo, ni nuestra aversión hacia Rusia,
ni las uniones de nuestra cultura con Roma y París, nada podían hacer contra
esa miseria asiática que nos devoraba desde abajo... toda nuestra cultura
era como una flor pegada a la piel de cordero de un abrigo campesino*
*Esta obra nació en mí como un ‘Pan Tadeuz’ al revés. El poema de Mickiewicz,
escrito también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra
poesía nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por
la nostalgia. En *Transatlántico* quería oponerme a Mickiewicz*
Gombrowicz había empezado a lidiar con el espíritu romántico en *Ferdydurke*,
burlándose del mariscal Pilsudski.
En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre
ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes
a medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas,
y escribe *Ferdydurke* con un propósito restringido, pero la obra se la
va de las manos, le sale el tiro por la culata y se pone en línea con la
*Oda a la juventud* de Adam Mickiewicz.
*A Nalkowska le debo el haber retirado a tiempo de Ferdydurke un pequeño
verso que parodiaba *La primera Brigada* de las Legiones. Puso el grito
en el cielo (...) Pero, aunque todo lo que se refería al mito de Pilsudski
y las Legiones estaba lejos de poder ser comentado libremente en la prensa
o los libros, cada uno podía hablar de lo que se le venía en gana*
Gombrowicz utilizaba las formas políticas y militares como si fueran un
juego, al punto que él y sus hermanos se declararon partidarios fervientes
de la coalición tan sólo por el hecho de que su madre tenía una ligera tendencia
proalemana. Tampoco quiso tomar parte en el festín de la independencia.
*(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos
de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía
todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia
música y mi propia marcha? (...) La vida política no me interesaba*
Lo que realmente le disgustaba a Gombrowicz del mariscal Pilsudski no es
que fuera un hombre de izquierda, sino la propaganda pomposa e ingenua que
le hacían sus partidarios, y también la actitud de Pilsudski hacia su propia
grandeza. El mariscal estaba aplastado por la dimensión histórica de Polonia
y por la misión que se le imponía. Pero la historia no sólo trata a la gente
con crueldad sino que, además, se burla de ella; ninguna iniciativa radical
podía llevarse a cabo en las condiciones de esa Polonia de entre guerras,
y hombres eminentes como Pilsudski estaban condenados a la insignificancia.
Pilsudski
hizo lo que pudo y como pudo con realismo, valor y virilidad contra los
pacifismos cobardes de los burgueses presumidos de Francia e Inglaterra.
A Gombrowicz, en tanto que artista, le encantaba y lo divertía el estilo
del mariscal, su manera imponente y pintoresca, y su grandeza tan personal
y auténtica. No obstante, en las discusiones que mantenía con otros colegas
escritores sobre ese personaje predominaba el sentimiento y el respeto que
tenían por él, por eso se hacía imposible el análisis, la grandeza de Pilsudski
permanecía fuera de toda discusión como algo establecido de una vez y para
siempre.
Pero esta predisposición hacia la admiración y la obediencia tan generalizada,
aún entre sus adversarios, no le convenía a la elite de la nación, lo que
es bueno para un soldado no siempre es recomendable para un intelectual.
Y esa impotencia romántica, sentimental e ingenua de la intelligentsia polaca
respecto a Pilsudski le hacía daño, ya que él mismo era la primera víctima
de su propia leyenda. A veces se atacaba algún aspecto de su política, pero
no se ponía en discusión ni se analizaba su propia grandeza.
*Puede ser que fuera grande, no lo niego. A mí lo que me enervaba no era
su grandeza sino la pequeñez de los que se sometían a ella con tanta facilidad.
No le reprochaba en absoluto a las masas que lo siguieran ciegamente; sin
embargo, me preocupaba la ligereza con la que la capa social más avanzada
renunciaba a su derecho a la crítica, al escepticismo y, ésta es la palabra
precisa, al control. (...) Mientras la fuerte personalidad del mariscal
dominó el panorama de la vida política e incluso espiritual, las cosas se
sostuvieron bastante bien, tanto más porque Pilsudski se alejaba de toda
teoría, nadie sabía a ciencia cierta cuáles eran sus principios, no obstante
infundía la confianza que puede dar un hombre altruista y capaz, acaso genial
o incluso providencial*
La grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es
una postura en la que el hombre trata de ser dueño y señor. La postura romántica,
en cambio, se expresa en el sometimiento del hombre, en el aguante y en
el sufrimiento, la grandeza del hombre romántico recién aparece cuando se
convierte en víctima de un mundo que lo supera.
El rostro de Mickiewicz que aparece en la imagen no deja lugar a duda, es
la postura romántica del aguante y el sufrimiento, su grandeza proviene
de su lucha contra una fuerza que lo somete.
El rostro del mariscal Pilsudski tampoco deja lugar a dudas. La fiereza
de su expresión se corresponde con la grandeza del hombre clásico, pero
el mariscal estaba desbordado por la dimensión histórica de Polonia y por
la misión que se le imponía, entonces su grandeza se volvió romántica como
la de Mickiewicz, ambos fueron víctimas de un mundo hostil que los aplastaba
con su fuerza.
[Imágenes: Adam Mickiewicz y Józef Pilsudski]
LA SANGRE SE PONE ESPESA
El Zorro, de la Embajada de Polonia, me mordía los tobillos y me daba golpes
en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa redonda
de la Feria del Libro en el año del centenario, no le entraba en la cabeza
cómo podía ser que todos se negaran, era un desaire para Gombrowicz, para
los ponentes polacos: el Pequeño K y la Vaca y, en fin, para todos los polacos
que vivían en la Argentina. El Pato Criollo, que se le había retobado personalmente
al Zorro, me sugirió, perdido por perdido, que lo invitara a Revólver a
la Orden, un filósofo escritor que se animaba a lo que venga, pero no me
atreví a tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo, casi con
seguridad, tenía la intención de introducir en la mesa un participante que,
por distinguiese del resto, podía despacharse con cualquier extravagancia.
Salga
pato o gallareta, pensé para mis adentros, hablé con el Zorro y le sugerí
que invitara al Buhonero Mercachifle, si bien es cierto que es un tanto
anacrónico y propenso a los desvaríos, había conocido a Gombrowicz y, bueno,
tan mal no debía estar. El Buhonero Mercachifle aceptó, pero una semana
antes del día de la mesa fue a la embajada y tuvo una conversación con El
Zorro. Le dijo que para él era un honor que lo hubiera invitado como ponente
pero que sólo participaría si le pagaba doscientos pesos.
El Zorro en un primer momento quedó sorprendido, cuando recuperó la calma
le explicó que la historia de Polonia estaba llena de infortunios desde
la conversión de Mieszko al cristianismo. A continuación le hizo un relato
pormenorizado de los obstáculos que habían tenido que sortear el rey Estanislao,
los generales Kosciuszko y Pilsudski y, finalmente, remató el discurso con
un breve comentario sobre los contratiempos que habían tenido que sobrellevar
en la época del comunismo. Estas desgracias habían empobrecido a Polonia
de tal manera que él no estaba en condiciones de pagarle lo que le pedía,
pero que reconocía el valor de su obra. El Buhonero Mercachifle no participó
de la mesa.
El Zorro es polaco, el Buhonero Mercachifle hijo de polacos, como se ve
ambos tienen una sangre que se pone espesa cuando hay que negociar. ¿Y Gombrowicz,
qué relación tenía con el dinero? No es tan fácil responder esta pregunta
porque durante mucho tiempo no lo tuvo y cuando empezó a tenerlo debía cuidarlo
y controlar muy bien sus gastos, pero su actitud siempre era la de un terrateniente
administrando los gastos del campo.
Cuando lo conocí, en el año 1956, ya no usaba las triquiñuelas de las tres
palabras consecutivas ni la de la inclusión del nombre de los contertulios
en los diarios, para conseguir un poco de plata, por entonces se comportaba
como un verdadero señor: pagaba sus cuentas, dejaba propinas, daba becas
y hasta hacía regalos.
Sin embargo, en la época de su mayor miseria era más lírico con el contante
y sonante, nos contaba que había inventado una estratagema para hacerse
de algo de dinero, aunque no sé si tuvo la oportunidad de ponerla en práctica:
–¿Puede usted prestarme veinte pesos? Se los devolveré, digamos, el jueves.
El martes pediré treinta pesos a otra persona y se los devolveré el viernes.
Entonces, de esos treinta pesos que pido prestados el martes, meto diez
en el bolsillo y los otros veinte serán para usted. El miércoles pido otros
cuarenta pesos prestados, devuelvo los que me habían prestado el martes
y los diez restantes son para mí. Es una cadena. De este modo todo el mundo
tiene confianza en mí; –Sí, ¿pero qué pasará con el último préstamo?; –¡Ah,
eso sólo Dios lo sabe!
Este relato forma parte del testimonio de Roger Pla para *Gombrowicz en
Argentine*, el libro de la Vaca Sagrada, un testimonio que remata de una
manera elocuente.
*Pero su valor intelectual no era una coquetería, formaba parte integral
de su personalidad, lo que no es una cosa frecuente. Además en él se percibía
una individualidad fuera de serie y –¿por qué no decirlo?– que era un genio.
A mi parecer, es uno de los más grandes entre los últimos individualistas,
probablemente sin posible sucesor*
[Imagen Roger Plá]
EL DOCTOR LOMBROSO Y LA ENTROPÍA
El conocimiento sigue siempre un curso descendente que pasa inexorablemente
del estadio heurístico al estadio hermenéutico. Siguiendo estrictamente
el camino de esta degradación del intelecto, a la que podríamos llamar la
entropía del pensamiento, he concebido unas historias verdaderas, como un
conjunto ordenado de mis aventuras con personas relacionadas con la actividad
de escribir.
Gombrowicz fue un hombre de letras que, ya sea por lo que escribía o por
lo que hacía, recibió una gran cantidad de insultos a lo largo de toda su
vida. Una gran parte de esos insultos se lo propinó la prensa polaca en
el año que estuvo en Berlín.
*La forma más común del egoísmo humano es cerrar lo ojos a la desgracia
ajena para no enturbiar el goce de todos los placeres y encantos de la vida...¡Usted
no merece el nombre de escritor!*
*Quien muestra una actitud tan cínica hacia el martirio de millones de sus
compatriotas... es un hombre carente de toda conciencia y sentido moral*
Esta es un pequeña muestra de los tantos insultos que Gombrowicz copia en
los diarios para relatar cuestiones que, sin embargo, eran bastante importantes.
En el vocabulario del derecho se acostumbra a decir que lo accesorio sigue
la suerte de lo principal y, aunque sin la misma jerarquía, debo admitir
que algo parecido a lo que le ocurría a Gombrowicz también me ocurre a mí.
Mis encuentros personales y epistolares con los gombrowiczidas suelen tener
características variables, pero siempre dejan alguna huella.
Uno de esos encuentros lo tuve con tres miembros conspicuos del club, la
Flauta Traversa, el Mentecato y la Francotiradora, y lo programamos con
un mes de antelación en un café del Centro Cultural Borges; algunos de sus
resultados fueron sorprendentes.
El
miembro que mostró más entusiasmo por la reunión fue el Intermediado Contradictor,
un mote augusto que le había puesto atendiendo a lo que me parecieron sus
cualidades de pudibundo y de independiente, y fue justamente ese miembro
el que, sin aviso antes y sin excusas después, faltó a la cita.
Es muy difícil y peligroso cambiar los apodos, Gombrowicz sólo se atrevió
a cambiar uno. En efecto, cuando Di Paola le manifestó su disgusto porque
le había puesto Asno, Gombrowicz se lo cambió pero sólo parcialmente, empezó
a llamarlo Osiol, una palabra polaca que quiere decir justamente asno, y
no cambió ninguno más, los motes que nos puso se fueron convirtiendo con
el transcurso del tiempo en destinos en cápsula, como dice muy acertadamente
el Pavo en la presentación de *Cartas a un amigo argentino*.
Pues bien, debido a la conducta inestable y descuidada con la que se manifestó
el Intermediado Contradictor, a partir de ese momento fue conocido entre
los gombrowiczidas como el Mentecato, un apodo muy acertado para ese poeta
de Barracas, idólatra de un Joyce que según él cree escribió el *Ulises*
pensando en una tía materna, y que compuso un poema corto para mí al que
dio en llamar *forfait* pues la lectura de *Gombrowicz, este hombre me causa
problemas* le permitió recuperar para su vocabulario esa palabra, una palabra
que el Mentecato tenía perdida.
Después de haberle echado una atenta lectura al gombrowiczidas en el que
hablo de su educación incompleta, el Mentecato me mandó una carta que, a
pesar de los insultos, no deja de ser ilustrativa.
*Querido Gomez : Sos un gran pelotudo. Un pobre histérico que no tolera
un no. Lo imaginaba. A partir de ahora te bautizo el pelotudo y chupaculos
número uno de la literatura argentina. Logré finalmente que hablaras mal
de mí. No servís para curtir en estas lides, chupaculo, te tomaste en serio
el rol de escritor, pelotudo*
Esta manera de insultarme tiene un antecedente cabalístico iniciático que
proviene del Hombre Unidimensional, un escritor hispanohablante que ingresó
al club de gombrowiczidas como integrante de un grupo de hombres de letras
al que di en llamar el de los nueve magníficos, que con el correr de los
años ha obtenido una maestría para litigar por los premios literarios.
*Che, Culo de Goma: Vos sí que estás cada día más pelotudo. No te das una
idea de cómo me hacés recagar de risa. ¡Germán García hace estudiar las
boludeces que escribís por sus alumnos, como buen caso clínico psicótico
que sos, y ahí estás saltando en una pata de alegría! ¿Sabés qué te hubiera
dicho Gombrowicz? Mejor ni te lo digo. A vos te encierran en una jaula del
zoológico y te pensás que te están homenajeando. Y si te la pone un orangután,
doblemente contento*
El insulto del Hombre Unidimensional es más drástico y radical que el del
Mentecato, razón por la que decidí someter al estudio de los miembros del
club de gombrowiczidas una imagen suya que aparece en la foto con marcadas
características lombrosianas.
[Imagen: Rodolfo Fogwill]
SINCERAMENTE ARTIFICIAL
Los caminos que hay que seguir para llegar a ser un escritor connotado son
misteriosos. A los ocho años, Gombrowicz, para escabullirse del hermano
mayor que le quería pegar, usaba la táctica del cucú. Se escondía detrás
de un arbusto y salía gritando: –¡Chiflado! Cuando el hermano empezaba a
correr en esa dirección, Gombrowicz, que ya se había escondido detrás de
otro arbusto, salía y le gritaba: –¡Bestia!
A estas aventuras infantiles le siguieron las del liceo en el que, por una
cosa o por la otra, también era corrido y zurrado, y así llegó el tiempo
de la Universidad.
*¿Qué iba a estudiar en la Universidad? A decir verdad no me atraía nada,
tal vez algo la filosofía, aunque ya en aquella época me daba cuenta que
para saber un poco de filosofía bastaba con ir a una librería, comprar unos
cuantos libros y leer en lugar de perder el tiempo escuchando conferencias
y asistiendo a seminarios. Finalmente escogí la Facultad más cómoda y atrayente
para los holgazanes: la de Derecho.
Pero pronto dejé de asomarme por la Universidad. El derecho resultó ser
un aburrimiento insufrible y mis compañeros de curso tampoco se mostraban
demasiado interesantes*
Era un hijo mimado de mamá en comparación con otros jóvenes de su edad que
a esa altura de la vida ya habían destrozado unos cuantos corazones, pero
él, de igual manera, se sentía más maduro que esos otros.
*Mi madurez se manifestaba en la convicción de que ‘la vida es la vida’,
como solían decir mis tíos del campo, y que ninguna reforma, acción, levantamiento,
lucha, daría una pizca más de razón a mis colegas y no transformarían el
mundo en un paraíso. Era realista hasta la médula y sentía aversión por
toda clase de ilusiones, trivialidades y teorías escritas. Odiaba el entusiasmo*
Pensaba
en los roles que podía desempeñar y que no le resultaban inaccesibles: abogado,
juez, comerciante, profesor, filósofo, artista, lugareño..., pero ninguno
le gustaba demasiado.
A pesar de la confusión que tenía en la cabeza y de que la actividad de
escribir no estaba bien vista entre los miembros de su familia, poco a poco
se fue convirtiendo en un escritor, apuntando siempre al mismo norte de
sus tíos: *la vida es la vida*
Había una paradoja, sin embargo, en esa convicción de sus tíos del campo,
que despertaba la perplejidad de Gombrowicz. Si sus acciones iban a influir
en el futuro, era responsable, por lo menos en parte, de lo que ocurría
en el mundo. En cambio, si su propia vida estaba regida por circunstancias
que escapaban a su control, entonces no era responsable de sus acciones.
Y esta paradoja ya nos lleva de la mano, porque una cosa que siempre le
anduvo dando vueltas en la cabeza a Gombrowicz era saber cuánto de loco
estaba. En la vida corriente no era tan extravagante ni tan loco como en
la literatura, pero él quería experimentar en su gran laboratorio, sacar
consecuencias formales extremas de las ligeras alteraciones que sufría su
imaginación. El propósito de Gombrowicz es muy lógico, yo creo que igual
que el doctor Frankestein y el doctor Jekyll hacía experimentos no para
que los demás controlaran sus demonios sino para controlar los suyos propios.
La responsabilidad es una idea que ejercía una enorme fascinación en Sartre
y en Gombrowicz pero en el sentido contrario.
En un estudio realizado por una famosa psiquiatra ginebrina se cuenta como
la doctora escuchó de la boca de una de sus pacientes relatos en los que
sus experiencias mentales coincidían en muchos aspectos con las que describen
los existencialistas y, especialmente, con las vividas por ciertos héroes
de las novelas de Sartre.
*El menor gesto se extiende a todo el universo. La piedra que arrojé al
agua hace un momento en este río rebotó en la superficie y dejó atrás una
estela de ondas; siento que puede ser la causa remota de un naufragio en
el océano. En consecuencia, yo seré la causa de ese naufragio, y tendré
que asumir la responsabilidad total... ¡Soy culpable de todo, absolutamente
de todo!... Por mi mera existencia soy culpable y complico al mundo entero
en mi ignominia... ¡Qué terrible es esta carga eterna sobre nuestros hombros
humanos! No estar segura de nada, no poder confiar en nada, y no obstante
verse obligada a comprometerse siempre de manera total...*
La paciente, que verdadera y sinceramente intentó vivir según los rigurosos
principios existencialistas del compromiso y la responsabilidad, finalmente,
perdió por completo la razón. Imaginemos por un momento que en el mismo
instituto psiquiátrico en el que se encontraba internada la paciente, hubiera
estado también internado Gombrowicz, asunto nada improbable pues durante
buena parte de su vida le anduvo dando vueltas por la cabeza la idea de
que estaba loco. ¿Qué hubiera estado haciendo Gombrowicz?, tirando piedras
al agua seguramente.
Gombrowicz no soportaba el compromiso y la responsabilidad existencialistas,
los consideraba una enfermedad que producía una deformación en el hombre,
era una carga muy pesada para la naturaleza humana. La idea de una conciencia
cada vez más profunda para alcanzar la existencia auténtica debía conducir
a la locura.
El compromiso y la responsabilidad tientan al hombre a resolver con su propia
cabeza los problemas del mundo, una tentación que, por lo general, produce
resultados catastróficos. Gombrowicz comienza entonces a tirar piedras en
el agua, se presenta como un paseante pequeño burgués que sólo por azar
y jugueteando se pone en contacto con causas supremas y poderosas, que él
es un representante ejemplar de una vida que huye del compromiso y la responsabilidad,
esas categorías que condujeron a la paciente a la locura, que su metafísica
intenta soportar a todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier
nivel, una metafísica que abarque todos los tipos de existencia, tan irresistible
arriba como abajo.
De este rechazo que hace Gombrowicz del compromiso y la responsabilidad
excesivos nacen algunos reproches que se le hacen a su falta de sinceridad
y a su histrionismo, pero hay que recordar que la literatura es escurridiza
y lo obliga al escritor a rebotar con las paredes del lenguaje y del objeto.
El bufón que todos llevamos dentro nos habla muy claramente de las ganas
que tenemos de divertirnos y del deseo de una mayor flexibilidad y de una
forma menos definida. Si alguna cosa en el mundo, sea la cosa fuere, no
le permite al hombre pensar y sentir libremente, puede que no alcance para
volverlo loco, pero lo pone en el camino de la locura.
Al reflexionar sobre sus numerosas angustias Gombrowicz llega a la conclusión
de que los tormentos se le aparecen sin esa enorme carga de responsabilidad,
con un aspecto insignificante e inocente.
*Me puedo imaginar la guerra como el sabor de un té de anteayer, o un forúnculo
en un dedo, o las tinieblas. Semejante visión corroe el valor como los gusanos
la madera. ¿Qué tienen en común el miedo y la inocencia? Y sin embargo,
el colmo del terror es para mí algo tan puro como... el colmo de la inocencia*
No sé cuántos de los integrantes del club de gombrowiczidas han utilizado
de chicos la táctica del cucú, como lo hacía Gombrowicz a los ocho años,
pero que haya seguido usándola como la usaba él también de grande, posiblemente
ninguno.
*Oh, dejemos que esta asociación de mi persona con una terminología ya demasiado
trillada engendre unos monstruos que acaben devorándose entre ellos. Lo
peor es que la prensa francesa, en ocasión de mi llegada a París, se dedicó
a subrayar mi aspecto de conde y mis maneras aristocráticas, mientras la
prensa italiana me calificaba de gentilhuomo polacco. ¿Protestar? ¿Qué conseguiría
protestando? Sé perfectamente que todo esto me desacredita a los ojos de
la vanguardia, de los estudiantes, de la izquierda, casi como si yo fuera
el autor de ‘Quo vadis’; y sin embargo, es la izquierda y no la derecha
la que constituye el terreno natural de mi expansión.
Desgraciadamente se repite la vieja historia de los tiempos en que la derecha
veía en mí a un bolchevique, mientras que para la izquierda yo era un anacronismo
insoportable. Pero de alguna manera veo en ello mi misión histórica:
Ah, entrar en París con una desenvoltura ingenua, como un conservador iconoclasta,
un terrateniente vanguardista, un izquierdista de derechas, un derechista
de izquierdas, un sármata argentino, un plebeyo aristócrata, un artista
antiartístico, un maduro inmaduro, un anarquista disciplinado, artificialmente
sincero, sinceramente artificial. Eso os hará bien... ¡y a mí también!*
[Imagen: Simone Beauvoir y Jean-Paul Sartre]
EL BURRO
*Ya es hora de responder a la pregunta: ¿por qué se quiere destruir a Beethoven,
por qué se permite cualquier tontería siempre que sea antibeethoveniana,
por qué se ha urdido una red de alabanzas ingenuas y acusaciones igualmente
ingenuas con la intención de ahogarlo? ¿Tal vez porque Beethoven no gusta?
Es justamente por lo contrario: porque es la única música que realmente
le ha salido bien a la humanidad, la única encantadora*
Los
cuartetos de Beethoven eran para Gombrowicz la cumbre prodigiosa de la música,
y la música, el efecto más poderoso y penetrante con el que las bellas artes
alcanzan el alma.
El burgués inteligente, perezoso y bromista que era Gombrowicz cuando se
fue de la Argentina, también llevaba consigo esos cuartetos de Beethoven.
Con el curso del tiempo se me pegaron tanto estos dos nombres que tuve que
escribir *Gombrowicz es Beethoven*, una oración de diez líneas que publicó
*Tworczosc* en Polonia hace más de diez años, una idea sobre la que volví
a dar vueltas en *Gombrowicz, este hombre me causa problemas*.
*Durch Leiden Freude, por el dolor la alegría pensaba Beethoven, algo parecido
piensa Gombrowicz, quizás el polaco cambia la alegría del alemán por la
belleza, o el encanto, o la juventud, o la diversión, o todo eso, da lo
mismo. Yo no junto a Beethoven con Gombrowicz porque sean grandes, los junto
porque son hermanos, porque en ellos se siente más que en ningún otro que
el dolor es el origen de la existencia*
¿Serán tan importantes estos cuartetos de Beethoven?, de Rosario y de Polonia
nos llegan aires más vulgares y gordos.
Gombrowicz ve a Rosario como la América vulgar cuando desembarca en esa
ciudad regresando de un viaje que había hecho a las Cataratas de Iguazú.
*Comercio, balance, presupuesto, saldo, inversiones, crédito, inventario,
cuenta, neto, bruto, sólo esto, únicamente esto, toda la ciudad está bajo
el signo de la contabilidad. La vulgaridad de América, la América gorda*
Sin
embargo, para el Pato Criollo, ese Rosario contable, vulgar y gordo también
era intergaláctico: –¿Y vos, qué estás haciendo, Aira; –Y, estoy escribiendo,
como siempre; –¿Y ya tenés el título?; –Y, sí, se llama *El gran salmón*;
–Ah, una novela de pesca; –No, no, es un salmón itergaláctico, se viene
para acá nomás; –Caramba, pero, ¿habla?; –No, no, tiene un gran tamaño,
mide cincuenta mil millones de años luz; –Por favor, está lejísimos, entonces;
–No, muy cerca, a quince kilómetros de Rosario.
El Burro, uno de los últimos campeones de la mafia rosarina, ha inspirado
a la Corifea, una joven gombrowiczóloga polaca de la tercer generación y
de una categoría indefinida pues su condición de bibliófila la arrastra
a la biografía, a escribir unas palabras que nada tienen que ver con Beethoven.
La polaca se pone a caballo de las legendarias huellas, de la formidable
ausencia y del visible hueco que según el Burro ha dejado Gombrowicz en
la Argentina y que él intenta llenar con sus rebuznos. Ya a caballo del
Burro la Corifea se las ve con un Gombrowicz desubicado y guarango que hecha
las bases de una ética estética, lejos de la crítica centrada en el anecdotario
de su vida. De una manera solapada la Corifea está desacreditando aquí los
testimonios que aparecen en *Gombrowicz en Argentina*, el libro de la Vaca
Sagrada.
Con el potente lugar intelectual de desfachatado que le encuentra el Burro
inventa un Gombrowicz argentino y guarango recién nacido que pega sus primeros
berridos en la editorial de la Pitolina, la consigliere de la mafia rosarina
*(...) algo que, sin dudas, necesitábamos desde hace mucho tiempo*
De igual manera que el Burro la Corifea misma se ocupa de plancharlo a Gombrowicz,
con esa costumbre que tiene de contarle el culo a las hormigas, en Argentynskie
przygody Gombrowicza cuya tapa tiene a un Gombrowicz puesto en el balcón
de su pieza de Venezuela unos días antes de su alejamiento de la Argentina.
¿No será demasiado poco para Gombrowicz esta manera de verlo que tienen
estos dos pigmeos? Por fortuna un mexicano ilustre viene en ayuda de los
cuartetos de Beethoven y de Gombrowicz en un momento en que un argentino
y una polaca están cometiendo desvaríos.
En
efecto, Carlos Fuentes publicó recientemente una hermosa nota en la que
habla de los artistas que coronan sus vidas con serenidad, y de los que
al final de su vidas apuestan a la intransigencia y a la contradicción.
*(...) Enajenado, oscuro, rechazando la serenidad, despreciando la madurez,
Beethoven nos recuerda en sus cuartetos el ánimo de Witold Gombrowicz en
sus grandes novelas ‘Ferdydurke’ y ‘Cosmos’ (...)*
Si bien el Burro es un joven integrante de la mafia rosarina, un talante
que aparece con toda claridad en la foto de este gombrowiczidas, es justo
aclarar que no llega a ser ese tipo mofletudo de pelo engomado del que habla
Gombrowicz en los diarios.
*Rosario es la más fea de las grandes ciudades argentinas; en cuanto a cantidad
de habitantes, iguala a Varsovia, pero es pueblerina hasta la médula de
los huesos. Es curioso: toda esa masa de gente hasta ahora no ha creado
ningún movimiento cultural, artístico, aunque tiene una universidad, y no
se trata de una urbe obrera, sino de una ciudad de empleados, comerciantes,
vendedores ambulantes y empresarios de todas clases. Pero sus necesidades
espirituales quedan satisfechas con el juego de billar.
Cada país tiene su monstruo. En Rosario a cada paso se puede ver al monstruo
representativo de la Argentina: es un tipo regordete, mofletudo, de mejillas
rubicundas y brillantes, un bigotito negro de tenor, el pelo engomado, ojos
sensuales, con un reloj, un anillo, de elocuencia fácil y abundante, de
una familiaridad y cordialidad afectadas, que aspira la sopa, se hurga los
dientes con un palillo y está encantado consigo mismo... ¡Dios mío! ¡Qué
monstruo! ¡Emana una idiotez imposible de soportar!
[Imágenes: Argentynskie przygody Gombrowicza; El exilio procaz y Pablo Gasparini]
EL BURRO ATACA OTRA VEZ
Mientras escribía el gombrowiczidas que dediqué a ese personaje de la mafia
rosarina al que di en llamar el Burro, recordé que el burro es un cuadrúpedo
que me persigue desde la juventud.
Cuando me puse en contacto con la barra de gombrowiczidas del café Rex enseguida
sentí la amenaza de este animal, una amenaza que me producía un capiti diminutio,
entonces traté de construirme un cierto prestigio recurriendo a mis conocimientos
de las ciencias duras.
Le explicaba a Gombrowicz lo que era un logaritmo, a Acevedo le calculaba
la velocidad que debía tener una pelota para girarar alrededor de la tierra
a un metro de altura sin caerse, al Alemán le demostraba por qué la raíz
de dos no es un número racional.
Estas cuestiones tan elementales entre los alumnos de mi Facultad me ayudaron
a mantenerme en pie en los primeros tiempos de mis aventuras gombrowiczidas.
Más tarde me sirvieron también para profundizar en nuestras discusiones
con toda la seriedad que nos era posible, sobre sus relaciones con la filosofía,
con la música y con cualquier otra cosa que se nos atravesara por el camino.
En los diarios de 1961 Gombrowicz escribió algunas palabras sobre los estudiantes
de ciencias exactas que leí mucho después y que no me gustaron para nada.
*Cuando
a mi mesa, en un café, se sienta un estudiante de ciencias exactas para
observarme con lástima (porque hablo sin decir nada), para despreciarme
(porque es una tomadura de pelo), para bostezar (porque eso no se puede
comprobar experimentalmente), no trato en absoluto de convencerle. Espero
que lo invada una ola de lasitud y saturación*
Cada uno de nosotros tenía un arma predilecta con la que golpeaba a los
demás, el arma predilecta de Gombrowicz era la música.
El crecimiento de Gombrowicz en la música entre los comparsas del café Rex
fue continuo y obsesivo, las controversias eran apasionadas. Llegó a adquirir
una gran facilidad para referirse a los aspectos técnicos de la música,
un conocimiento apócrifo que utilizaba para lucirse e incomodar a los demás.
Una polémica que tuvo con Madame Orel terminó mal; estaban discutiendo sobre
si la cromática era la gama o la escala, la cosa es que la Madame se enojó
y le dio una cachetada.
Otro contertulio del Rex que también se sentía amenazado por el burro era
Acevedo, un anarquista que para defenderse de Gombrowicz armó un tablero
de valores. El que pudiera cubrir todos los cuadros ganaba, no importaba
cuántas fichas pusiera en cada cuadro, ganaba el que pudiera cubrirlos a
todos.
Los valores de Acevedo eran: el ajedrez, la música, la ciencia, el anarquismo,
la filosofía y Nicolai. Nicolai era un sabio alemán, amigo de Einstein,
que había dado algunas conferencias en Buenos Aires sobre la ciencia en
las que intentó demostrar que aún la belleza tenía su fundamento en las
leyes de la naturaleza.
Acevedo
reconocía que Gombrowicz tenía muchas más fichas que él para cubrir los
cuadros de la música y la filosofía, pero tenía pocas para el anarquismo
y ninguna para Nicolai, luego él ganaba.
Yo afilé mis armas cuanto pude para defenderme de ese burro con el que Gombrowicz
nos amenazaba, así que se me ocurrió hacerle una pregunta sobre geometría
a los gombrowiczidas de Rex.
Conocía un problema que había resuelto utilizando integrales, pero de muy
difícil solución sin el conocimiento del cálculo infinitesimal, ese hermoso
descubrimiento simultáneo del inglés Newton y de Leibniz el alemán. El problema
consiste en determinar el largo de una cuerda que tiene en un extremo un
palo clavado en el perímetro de un círculo sembrado de pasto y en el otro
un burro, de modo que el animal no pueda comer más que la mitad del pasto.
Les propuse a los contertulios que resolvieran este problema recurriendo
tan solo a la geometría que conocían los griegos y a la trigonometría, esa
disciplina en la que a Gombrowicz le habían puesto un cero. Las personas
del grupo que se fue formando se volvieron idóneos en el problema del burro,
se acercaron cada vez más a su resolución con desarrollos día a día más
ingeniosos, se crearon jerarquías y estilos, y se convirtieron en expertos
en la materia, pero el problema no lo
resolvieron.
Mi conflicto con Gombrowicz es eterno, aún hoy perdura, intenté defenderme
de su burro utilizando mi propio burro, pero sin éxito.
*Mi disertación de polaco me valió un cum laude, así como también mi examen
de francés, lengua que hablaba bastante bien en casa. El tribunal se quedó
de piedra y decidió enviar mis trabajos al ministerio quien pronunció una
sentencia favorable: aprobado.
Fuimos a celebrar el éxito (...) Me emborraché como todos y eché mis entrañas
por la ventana del
quinto piso: estaba tan ciego que no me di cuenta de que abajo había una
cafetería con las mesas en la acera. Los aullidos que llegaron desde la
calle, me hicieron avisar rápidamente a mis compañeros y, acto seguido,
colocamos una barricada en la puerta de entrada dispuestos a defendernos
hasta el final*
Y en esto yo le ganaba a Gombrowicz porque me había doctorado con un summa
cum laude, la mayor distinción que se otorga en nuestros claustros universitarios,
era el reconocimiento al haber obtenido la máxima calificación de todas
las carreras de la universidad.
También me emborraché, pero en mi casa, con mis condiscípulos y algunos
profesores de la Facultad. Guardo con orgullo la medalla de oro, las fotos
y la grabación que hizo la Vaca Sagrada del discurso que di en el Teatro
General San Martín el día de la colación de grados.
Yo, igual que lo hacía Acevedo, puedo poner fichas en todos los casilleros,
pero no le pude ganar a Gombrowicz, y no le pude ganar porque, desgraciadamente
para mí, gana el que puede poner más fichas en el casillero de la creación.
Sobre las especializaciones que se utilizan como armas para combatir al
burro Gombrowicz escribió páginas memorables en los diarios.
*¿Qué impresión experimentáis al leer mi diario? ¿No la de un campesino
de la región de Sandomierz que se ha encontrado en una fábrica agitada por
unas tremendas sacudidas y vibraciones y se pasea por ella como si anduviera
en su propia huerta? Aquí tenemos el horno incandescente, en el cual se
fabrican los existencialismos, aquí Sartre prepara con plomo licuado su
libertad responsable. Allá, el taller de la poesía, donde mil obreros, sudando
a mares y en medio de una carrera alucinante de cadenas de montaje y engranajes,
trabajan materiales cada vez más duros con un cuchillo superelectromagnético
cada vez más afilado; allí, unas calderas sin fondo en las que bullen distintas
ideologías, visiones del mundo y fes. Aquí tenemos la vorágine del catolicismo.
Allá, más lejos, los altos hornos del marxismo; aquí, el martillo del psicoanálisis,
los pozos artesianos de Hegel y las fresas fenomenológicas; después, las
pilas galvánicas e hidráulicas del surrealismo o del pragmatismo. La fábrica,
gimiendo y precipitándose entre estrépitos y torbellinos, va produciendo
instrumentos progresivamente más perfectos que a su vez sirven para perfeccionar
y acelerar la producción, de tal modo que todo se vuelve cada vez más poderoso,
más violento y más preciso.
Pero yo me paseo entre estas máquinas y sus productos con gesto ensimismado
y por lo demás sin demasiado interés, igual que si me paseara por mi huerta,
allá en el campo. Y de vez en cuando, al probar este o aquel producto (como
si fuera una pera o una ciruela), me digo: –Hm, hm..., era un poco duro
para mí. O bien: –Al diablo con esto, es incómodo, demasiado rígido. O también:
– ¡No estaría mal si no estuviera tan caliente! Los obreros me lanzan miradas
hostiles. ¡Acaba de aparecer un consumidor entre los productores!*
[Imágenes: Burro; La medalla de oro; Acevedo]
UNA
OPORTUNIDAD MÁS
Estaba haciendo un repaso de mis aventuras con las personas que sienten
un apego muy marcado por la actividad de escribir y se apoderó de mí una
sensación de vacío. No sé, a veces me vienen los remordimientos, tengo miedo
de perder todos los contactos humanos, pienso en mí como si estuviera solo
en el medio de la pampa contándole las plumas a un ñandú.
Quizás los primeros conflictos con hombres de letras hispanohablantes los
haya tenido con el Buey Corneta y con el Guitarrón, y esto ocurrió así después
de que yo les escribiera algunas palabras amargas respondiendo a conductas
de ellos en las que pusieron de manifiesto su falta de modales.
"(...) Sea como fuere, Pauls, ahora sé de vos dos cosas que antes no sabía,
que no sos puntual y que sos desconsiderado. La impuntualidad y la desconsideración
son moneda corriente en Buenos Aires, no puedo quejarme entonces. Pero me
preocupa que seás también un bufón y se te ocurra divulgar el contenido
de las cartas que le escribí a Gombrowicz. Cuando las deposité en tus manos
jamás imaginé que podías tener la misma conducta que tienen los payasos
cuando se cambian de traje en el circo"
"(...) Una pregunta que me hago, Chitarroni, y que todavía no pude contestarme,
es por qué manifestaste tanto interés en leer las cartas que yo le escribí
a Gombrowicz sabiendo de antemano que no se las ibas a proponer a Sudamericana
para que las publicara, ¿porque sos tarado?, ¿porque sos loco?, ¿porque
sos payaso? (...) No por nada yo presentía que tu barba era una señal preocupante,
la última sensación que me queda de vos es parecida a la que uno podría
tener si lo dejan colgado de un pincel"
Otro
de los gombrowiczidas connotados, el Gnomo Pimentón, después del primer
conflicto que había tenido conmigo me dio una segunda oportunidad que yo
no supe aprovechar.
"Nuestra amistad en Gombrowicz evita cualquier juego ‘suma cero’. Mandá
lo que quieras yo lo leo y lo difundo. Pero si preferís que algo no sea
difundido basta con que lo notifiques."
La materia dramática había adquirido una forma bella, y aquí, como en tantas
otras ocasiones, recordé una frase que Gombrowicz nos repetía a menudo:
–¡Ojalá dure!, como decía la madre de Napoleón. Pero no duró, al poco tiempo
se enojó otra vez conmigo.
"(...) el último texto enviado por Juan Carlos Gómez, falta a la verdad
en relación a mi persona y utiliza calificaciones ofensivas. Me temo que
tendrá que seguir divirtiéndose sin mi ayuda. Le ofrecí una amistad en Gombrowicz,
pero no me ofrecí para ser parte de su necesidad de injuriar (...)"
La que siempre me da una oportunidad más, aunque a regañadientes, es la
Flauta Traversa.
"Hoy leí su libro por un rato muy largo. Me río de mí misma porque a veces
me irrita su inteligencia (...) esas inteligencias despejadas como la suya
me abochornan un poco (...) bueno, que disfruto mucho de lo que usted escribe,
resignándome al ‘acuerdo’ preciso entre su inteligencia y su estilo: un
estilo cabalmente elegante –como si hubiera ‘nacido perfecto’ como dice
Aira de Lamborghini.(...) Todo el tiempo da la impresión de que usted mismo
conociera la falta de fisuras en ese acuerdo –a usted le brota como agua
de manantial el maridaje entre las ideas y su expresión– y parecen brotarle
como si esas frases perfectas estuvieran esperando ahí desde la eternidad.
Eso es escribir y pensar bien. La literatura es más misteriosa sólo porque
no pasa por ahí (...) "¿Qué se repite en la repetición?, y todo con una
voz tan aplomada, tan pero tan ‘suelto de cuerpo’, que la verdad me deja
pasmada (...)"
"¡Qué seguridad, qué desconocimiento del balbuceo (...) Goma, aunque usted
se rompa –y verdaderamente su libro es una maravilla– las cosas seguirán
igual: ‘nadie tiene ganas de que le enseñen nada’, como dice un gran amigo,
todos quieren meter su bocadito y guay de que intentemos meter el nuestro.
Usted, cuando escribe, cuando piensa, cuando dice, crea el efecto –un artificio
como cualquier otro– de ‘tener razón’, por las vías de la arbitrariedad,
desde luego (...) Terminé de leer su libro y no tengo ya mucho para agregar
a mis elogios. Es un libro magnífico y, a su manera, pensé que el aire de
‘eternidad’ del que le hablé en otra carta, emana del hecho de que es la
obra de un científico"
Pero a mí se me ocurrió, para averiguar cuánto de fundados eran estos halagos,
hacerle la prueba del conejo, como muy cumplidamente lo relaté en el gombrowiczidas
al que di en llamar "La Flauta Traversa y el Conejo".
"Y, con el debido respeto Goma, –si quiere que seamos amigos o al menos
corresponsales– traguesé mis conejos, más bien digiéralos ya, porque si
no se va a atragantar de tantos conejos que encontrará. Qué odiosos son
los tests, las pruebas, etc.(...) Su carta me revela que no me entiende
para nada (y éste no es un reproche afectivo), o mejor, recorta su bocadito
y ahí se queda. ¿Y lo que le digo yo? ¡Que lo parta un rayo!. (...) Claro,
si me manda a estudiar y yo me doy cuenta que es en serio, se pudrió todo.
(...) Ahora, habiendo leído su última, se la digo simple, ‘harta de chirinadas
de paganos’, estufada: por favor, no nos enseñe a leer Gombrowicz, no nos
enseñe a comprenderlo, no se interponga, no se cuele, dejemos ‘leer como
si entender fuera un suicido’, permítanos ‘errar’, que ésa es toda la gracia"
Releyendo unos pasajes de tan distinto talante de la Flauta Traversa, pero
ambos salidos de su puño y letra, recordé unas palabras de los diarios de
Gombrowicz, y también la fábula de "La zorra y el cuervo gritón".
"A veces no veo a mi alrededor más que un bosque de enemigos. Y a veces,
donde pongo la vista, surge un benefactor. A Litka, por ejemplo, le debo
Walter Tiel. Y a Tiel le debo la traducción de "Ferdydurke" del polaco al
alemán, saludada por un coro de alabanzas en la prensa alemana; y le debo
un esfuerzo tan entusiasta, desinteresado y concienzudo, que casi todas
mis obras están ya, antes de la fecha prevista, traducidas al alemán y preparadas
para su publicación. ¿Cómo le he agradecido a Litka el haberme encontrado
este tesoro y el haberse atrevido a imponérmelo? Le he escrito: ‘No lo niego,
has acertado, pero, a decir verdad, el hombre propone y Dios dispone’..."
Un cuervo robó a unos pastores un pedazo de carne y se puso a descansar
en un árbol. Lo vio una zorra, y deseando apoderarse de aquella carne empezó
a halagar al cuervo, elogiando sus elegantes proporciones y su gran belleza,
agregando además que no había encontrado a nadie mejor dotado que él para
ser el rey de las aves, pero que lo afectaba el hecho de que no tuviera
voz. El cuervo, para demostrarle a la zorra que no le faltaba la voz, soltó
la carne para lanzar con orgullo fuertes gritos. La zorra, sin perder tiempo,
rápidamente cogió la carne y le dijo: –Amigo cuervo, si además de vanidad
tuvieras entendimiento, nada más te faltaría realmente para ser el rey de
las aves.
UNA COMBINACIÓN EXPLOSIVA
Alrededor de la actividad de escribir suelen formarse unas combinaciones
explosivas que tienen origen en una particularidad que por su fuerza es
semejante a un ley: dentro de cada editor se aloja un escritor.
La cuestión es que cuando se mezclan estas dos naturalezas en una misma
persona cada una saca de la otra la peor parte y no la mejor, como cumplidamente
voy a pasar a demostrar utilizando dos ejemplos: uno tropical y otro subtropical
Un costarricense director de teatro, ensayista, investigador, dramaturgo
y poeta, llegó a mí de la mano generosa del Niño Ruso con el propósito de
conseguir mi colaboración para editar en el quinto número de su revista
"k", un nombre que enseguida me puso en guardia pues despertó en mi cerebro
un mal presentimiento, un dossier dedicado Gombrowicz.
Mis experiencias editoriales con editores de las zonas tropicales tienen
como antecedente las aventuras que corrí con el Avechucho, redactor de una
publicación ecuatoriana, que terminaron en la publicación turbulenta de
un ensayo mío en su revista "Búho".
Para despertarle el apetito a este costarricense al que por las modalidades
de su comportamiento di en llamar el Ladrón de Gallinas, le mandé "Gombrowicz,
la deserción y el destierro", texto que, según me dijo, iba a leer esa misma
noche para mandarme sus impresiones.
Pero en vez de mandarme sus impresiones me preguntó si los gombrowiczidas
eran de mi autoría, que le resultaban muy interesantes y que si no podría
mandarle una foto donde apareciera junto a Gombrowicz.
Como ustedes saben, en los tiempos que corren, estoy teniendo algunas dificultades
para convencer a los editores hispanohablantes de que publiquen mis escritos,
una dificultad que pareció estar en vías de solución cuando apareció en
el horizonte el Ladrón de Gallinas.
No sé bien qué asociaciones de la imaginación me indujeron a pensar que
Pavlov podía venir otra vez en mi ayuda, como ya lo había hecho con el Guitarrón,
para provocar, de la misma manera que lo hacía el ruso con los perros, trastornos
en la conducta de ese editor tropical que desembocaran en la aceptación
de mis escritos. El procedimiento que se me ocurrió era benigno y podía
ser interrumpido en cualquier momento, posibilidad que los perros de Pavlov
no tenían, pero me salió el tiro por la culata.
Puesto
que mi primer intento había fracasado decidí entonces despertarle a ese
Protoser tropical, más pequeño, más oscuro y más perverso que los de las
regiones subtropicales, un deseo incontenible de publicar mi texto, razón
por la que recurrí al envío de catorce gombrowicidas y el curriculum.
Pero en vez de despertarle el deseo incontenible de publicar mis textos,
me envió una poesía suya para que la leyera. No sabiendo ya a que santo
encomendarme le mandé un gombrowiczida al que di en llamar "La poesía es
puro verso", una bonita foto donde aparezco al lado de Gombrowicz en la
despedida que le hicimos en el puerto de Buenos Aires, y la advertencia
de que yo era lector de un solo libro.
Llegados a este punto el Ladrón de Gallinas dio por terminado nuestro negocio,
pero tuvo la gentileza de comunicarme que me tendría al tanto de las novedades
que se fueran produciendo en la preparación del número de su revista dedicado
a Gombrowicz.
En el caso del Ganso, un Protoser escritor subtropical, también se formó
la combinación explosiva.
"(...) Mandame tu dirección postal así te mando un libro mío (...)"
Esta particularidad que tienen los hombres de letras de encajar un libro
al primer contacto me obligó a una respuesta instantánea.
"(...) y no te doy mi dirección postal porque, como ya te dije, a esta altura
del partido sólo leo cosas de Gombrowicz o sobre Gombrowicz, nada más (...)"
El Ganso, que va poniéndose al día con Gombrowicz a medida que le llegan
los gombrowiczidas, se entusiasmó con unos de los pasajes de "Las palabras
huelgan", donde aparece Gombrowicz afirmando que la profesión del escritor
no existe y lo publicó en un blog muy simpático.
Los pichones de ganso, es decir, los gansitos que tiene como lectores, en
forma entusiasta agitaron sus alitas sin presentir que unos días después
el papá Ganso iba a recibir otro gombrowiczidas donde aparece Gombrowicz
afirmando que la profesión del escritor existe, más aún, que el arte de
escribir no es más que una profesión.
No es cuestión de hacerle cargos a esta familia de gansos tan alegre, hasta
los mismos gombrowiczólogos se confunden a menudo con estas retiradas, hay
que reconocer que las retiradas de Gombrowicz son muy peligrosas.
Sin embargo, las cosas realmente se complicaron recién cuando hablé de Bebus
Rosset.
Bebus Rosset era un primo de Gombrowicz a quien sus numerosas aventuras
habían hecho célebre.
Al volver del frente traía una atmósfera de combate que cautivaba a los
presentes.
Se burlaba de Gombrowicz recitando canciones patrióticas cuando le preguntaba
por qué arriesgaba su vida y obedecía las órdenes que le daba una persona
cualquiera.
"Mira el cañón de este fusil/ Por donde la negra muerte observa/ Sano y
salvo puede ser que vuelva/ Para otra vez de nuevo ver/ Mi querida ciudad
de Lvov"
Se ocupó de Gombrowicz cuando llegó a Francia para completar sus estudios
de leyes, pero sin éxito. Era un hombre extraordinariamente valiente, de
naturaleza rica y turbulenta, a quien la guerra lo había arrancado de su
vida normal. Lo recibió en su buhardilla de pintor en París, y como sabía
que Gombrowicz había empezado a escribir le preguntó si quería ser un "pissage
polonais".
Pero las aventuras de este primo no eran solamente militares. Un día, mientras
participaba de una sesión de espiritismo, la copa transmitió un mensaje
en ruso: –Te visitaré esta noche. Entendió que estaba dirigido a él pues
nadie de los presentes sabía ruso ni había estado en contacto con ellos;
el primo, en cambio, había pasado por las armas a más de uno en los combates
contra los bolcheviques en el año 1920. Volvió a casa y se acostó; en medio
de la noche se despertó y sintió que alguien estaba acostado a su lado.
Tocó el cuerpo que estaba frío como el hielo, como un cadáver. Saltó de
la cama y huyó a la calle.
"Su muerte fue extraña y violenta (...) Se enamoró desesperadamente de una
mujer y un día la citó para el redez-vous decisivo en el Café de la Ópera.
Se sentaron a la mesa y la mujer le dijo que no. Entonces él, sin vacilar,
sacó un revolver y allí mismo donde se encontraban sentados, en la mesa
del café lleno de gente, se pegó un tiro en la cabeza"
En una historia verdadera a la que di en llamar "El Maligno" relaté el episodio
de la sesión de espiritismo de Bebus Rosset, esta circunstancia despertó
la curiosidad del Ganso.
"(...) mucho me llamó la atención la glosa sobre El Maligno, en la que se
dice que el espíritu respondió a través de la copa ‘en ruso’. La atención
precitada movió mi duda: ¿en caracteres cirílicos estaban las letras alrededor
de la copa? (...)"
El autor de esta inquietud ingresó al club de gombrowiczidas con un apodo
que él mismo se había puesto: el Costurero Disociado.
Ya saben ustedes lo contrario que soy a cambiar los motes, estuve noches
sin dormir cuando tuve que pasar de Transformista a Buey Corneta y de Emir
de las Intrigas a Pato Criollo, pero cuando es necesario el cambio sacrifico
mis escrúpulos.
Después del comentario que me hizo sobre los caracteres cirílicos ese Protoser
escritor subtropical pasó a llamarse el Ganso, un nuevo mote que aceptó
con gusto.
De la observación atenta de la foto que aparece en el gombrowiczidas se
puede deducir que hay algo en ese rostro que está a punto explotar.
[Imagen: Gabriel Báñez]
EL HASÍDICO
El cartesianismo y la forma habían puesto a Gombrowicz en la vereda de enfrente
de Francia, sin embargo, en el último tramo de su vida cruzó la vereda para
administrar mejor su gloria.
"Pero, ¿cuál es la índole de las rebeliones francesas? Lo que las caracteriza
a todas sin excepción es que son espasmódicas, convulsivas, brutales y frías;
no desembocan en ninguna relajación, sino que contribuyen por le contrario
a acrecentar el espasmo, la convulsión, la tensión. Falta de aire. Todo
se intensifica, nada se relaja. Esto me fascina en la Francia de hoy. Esa
sofocación. Esa amenaza. ¡Es algo excitante!"
La Francia de Gombrowicz era la Francia de de Gaulle, Gombrowicz no se perdía
ninguna de las conferencias del General y siguió todos los debates de la
Asamblea Nacional durante los acontecimientos de mayo.
Si hasta el mismísimo Cohn Bendit pensaba que de Gaulle era la mismísima
Francia en los días turbulentos de la revolución.
"En realidad, si quiere que le diga la verdad, nuestra Revolución se sublevó
contra el matrimonio De Gaulle, eso fue todo"
En ese ambiente de grandeza Gombrowicz emprende su última campaña, empieza
a armar unas conversaciones con el Hasídico para hablar de su obra y de
su vida.
"La vía en este mundo es como el filo de una navaja, de este lado el infierno,
y del otro en infierno; entre los dos: la vía de la vida. Relatos Hasídicos"
Estas son las palabras preliminares de un libro que ha sido de una gran
utilidad para la mayor parte de los gombrowiczidas.
En julio de 1967 Gombrowicz tenía ya cincuenta páginas escritas y estaba
encantado porque su ciencia genealógica había sacado mucho provecho de los
generosos secretos sobre el Gotha que le había revelado el Hasídico, un
joven admirador, editor y escritor ilustre, que al poco tiempo de empezar
su relación con Gombrowicz le marcaron el territorio.
"He
escrito los primeros capítulos sin incluir preguntas. En los capítulos siguientes
he introducido unas preguntas muy lacónicas y neutras, y me gustaría hacer
lo mismo en los próximos, pues resulta más fácil escribir en forma de diálogo
(...) Su idea de que la distribución de las preguntas debe realizarse al
final de los capítulos no me parece afortunada (...) tal vez encuentre una
manera más ingeniosa de formularlas, pero conserve estrictamente su sentido
puesto que sirven de hilo conductor en el diálogo. Su verdadera participación
puede consistir en un prefacio que escriba sobre mí y mi obra (...) Eso
es todo"
Gombrowicz limita desde el comienzo la participación del Hasídico en las
conversaciones porque en realidad no lo necesitaba, es decir, sí lo necesitaba,
era un editor prestigioso que llevaría de la mano estas conversaciones inexistentes
a la imprenta.
Lo estimula de varias maneras distintas para que se mueva con más rapidez,
teniendo en cuenta por otra parte que lo único que le había encargado era
un prefacio.
"Mis amigos de Estocolmo insisten; consideran que tengo muchas posibilidades
para el Nobel, en la actualidad Polonia puede ser candidata, y las conversaciones
podrían ayudar. Yo no sé nada de esto, pero doscientos cincuenta mil francos
me parecen una suma demasiado importante como para desdeñar esa posibilidad(...)
Si mi conocimiento de los hombres no me engaña, obligarlo a trabajar es
la dificultad mayor que tendré que vencer, porque, disculpe la franqueza,
a usted la pesa el trasero"
Esto lo escribía a comienzos de 1968, además trataba de tranquilizarlo aconsejándole
que no escribiera el prefacio antes de conocer el texto completo pues de
ese modo podría dominar toda la problemática en todos sus matices. Cuando
el Hasídico le manda el prefacio se lo corrige.
"Existen a veces diferencias demasiado evidentes entre mi interpretación
y la suya (...) Mi consejo paternal es que medite a fondo en mis correcciones
al prefacio y las conserve a todas (...) trate de cambiar lo menos posible
(...) Es el suyo un hermoso y profundo prefacio (...) Pienso ir a París
en junio pero quiero terminar antes las Conversaciones"
Ahora ya no lo suelta más: que cuándo llevará el texto a la imprenta, que
no lo entregue antes de revisar el contrato con el editor, que está corrigiendo
el texto de la traductora que lo pasa del polaco al francés, que las correcciones
que él hace son precisas y satisfactorias. El Hasídico le había preguntado
a Gombrowicz qué es lo que tenía que hacer de Gaulle con el mayo francés.
"Voy a responder a su pregunta relativa a la juventud desmandada. Si yo
fuera el General, los metería a todos en la cárcel por vagancia, sobre todo
a los barbudos"
Cuando finalmente Gombrowicz recibe el prefacio corregido le escribe que
su preocupación es hacerlo aún más accesible al lector, cosa que los escritores
de esta época desprecian olímpicamente.
Elimina las pocas preguntas que se había atrevido a escribir el Hasídico,
le mete mano a las pruebas de imprenta y le ordena que no cambie nada del
texto sin ponerse previamente de acuerdo con él. Le advierte también que
no hay que decir que las "Conversaciones" habían sido escritas enteramente
por él porque eso las privaría de los atractivos que de antemano tienen
los diálogos.
Un mes antes del infarto que tuvo hacia el final del año 1968 le manifiesta
su amargura.
"Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio
Nobel que, desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares.
El año que viene se lo darán a un negro, después a un mulato, después a
Günter Grass y después a mí, y entonces me compraré un Mercedes deportivo
de dos puertas"
Estaba absolutamente aturdido, pasmado y estupefacto ante la avalancha de
artículos que se habían escrito sobre la aparición de las "Conversaciones",
sin embargo, algo lo preocupaba.
"Me
alarma el hecho de que Kot mencione en su artículo a mi antepasado Radziwill,
mientras que en "Realidades" se decía que yo nací en un castillo (¡?). ¿No
está usted de acuerdo conmigo en que habría que tomar medidas para evitar
en otros artículos tales esnobismos? Creo que a la larga pueden resultar
perjudiciales. Ya le he escrito a Kot pidiéndole que suprima esa frase.
Tanto más que Dostoievski escribió que en el extranjero todo polaco se declara
conde"
El 18 de noviembre de 1968 tiene el infarto del miocardio, se siente morir,
les pide a los amigos veneno o una pistola para acabar con su vida. Finalmente
se interesa por una ocurrencia que tiene el Hasídico y prepara un curso
de filosofía que les va a dictar al que le dio la idea y a la Vaca Sagrada.
Lo empieza a dar el 27 de abril pero debe interrumpirlo el 25 de mayo, a
dos meses de su fallecimiento. Cuando se pude mover un poco le habla al
Hasídico de los médicos.
"Después de cuatro semanas, empiezo ahora a poder sentarme en la cama (...)
un infarto del miocardio y varias crisis muy dolorosas (...) mi médico jura
que no quedarán secuelas. Por supuesto, es un embustero profesional, como
todos los médicos"
Algunas de sus manifestaciones sobre el mayo francés habían provocado la
ira de muchos escritores que le mandaban cartas entre las que sobresale
la de un historiador e ideólogo anarquista.
"Querido Witold Gombrowicz. Es usted un gran escritor, pero con respecto
a los estudiantes del mayo del 68 no es más que un patán. Lo lamento por
usted. Sinceramente/ Daniel Guerín de la Unión de Escritores y del Comité
de Acción Estudiantes-Escritores"
El Hasídico le había hecho llegar a de Gaulle el "Diario" y "Cosmos" a ver
qué le parecían al General.
"Lo único que me asusta es que el General se halla ya en posesión de mis
modestos libros. En cuanto al curso de filosofía me gustaría dictarlo a
partir de Kant, con él empieza el pensamiento moderno, calculo una hora
para Kant, otra para Hegel, treinta minutos para Marx, una hora para Husserl,
otra para el existencialismo y otra para el estructuralismo, en total, cinco
horas y media. Pero no estoy seguro de poder hacerlo, pues me fatigo cuando
hablo demasiado"
El curso finalmente se dictó, pero Gombrowicz no había calculado bien su
duración. En efecto, la Vaca Sagrada publicó en 1997 con la colaboración
del Cagamármoles "Curso de filosofía en seis horas y cuarto", tres cuartos
de hora más de las que había previsto Gombrowicz, un pastiche indigerible
sobre el que el Boxeador Amateur escribió un ditirambo mortuorio inolvidable.
"Yo: debilidad, enfermedad, sufrimiento. No puedo hacer nada. Todos los
trabajos para l’Herne paralizados. Un tratamiento de choque (...) Veo que
otro esbirro de Ungaretti nos ataca. Debe ser italiano. Muy bien, eso nos
conducirá a la gloria"
Giuseppe Ungaretti, encolerizado con Gombrowicz por lo que había escrito
en "Dante", cuando se encontró con el Hasídico en la puerta de un hotel,
rompió en mil pedazos el ejemplar que llevaba bajo el brazo y le escribió
una carta de talante airado.
"El libro del polaco sobre Dante es una pura majadería. Es absurdo que hayan
publicado una idiotez semejante. He hecho pedazos y mandado al diablo ese
escrito estúpido"
Gombrowicz fue tentado en Francia a coquetear con el estructuralismo, pero
en una entrevista para el Cahier l’Herne Foucault escribía, pocos días después
de la muerte de Gombrowicz, unas palabras amargas.
"No tengo aquí los textos de Gombrowicz, y es a él a quien hubiera apuntado
en este momento. Ahora que, muerto el perro, se acabó la rabia, ¿de qué
serviría?"
El hombre llega a la luna y Gombrowicz muere cuatro días después durante
el sueño, a causa de una insuficiencia cardiorespiratoria.
[Imágenes: Witold Gombrowicz y Charles de Gaulle]
UN
POETA DE LA VIDA
Cuando Bonifacio del Carril se me acercó una tarde a la mesa en la que estaba
conversando con la Hierática y me dijo que el libro iba para julio empecé
a armar lo que terminó siendo "Cartas a un amigo argentino".
Debo reconocer que el Pato Criollo me dio una mano, fue el pulgón que utilizó
la editorial para leer la correspondencia de Gombrowicz y su informe fue
decisivo. Las historias verdaderas que se cuentan en este gombrowiczidas
están relacionadas, sin embargo, con emociones negativas, y en menor medida
con emociones positivas.
Después de que Bonifacio del Carril estampara la fecha de publicación de
"Cartas a un amigo argentino" en un papel que guardo como un tesoro a pesar
de sus exiguas dimensiones, un papel en el que la Hierática también estampó
una fecha, puse manos a la obra y empecé a fabricar un marco que le quedara
bien al libro.
Di
mi primer golpe proponiéndole a la Hierática que publicara también las cartas
que yo le había escrito a Gombrowicz pero me lo rechazó de plano: –Mirá,
no, Emecé desea hacer una edición económica.
La limitación que me puso "Emecé" y que yo no busqué me trajo, sin embargo,
calurosos felicitaciones pues todos destacaron posteriormente mi modestia
y mi generosidad. El Perverso y el Guitarrón se sumaron con entusiasmo al
rechazo de la Hierática mediante la utilización de la técnica de la contratransferencia
y la modalidad de la desaparición, en ese orden.
Le pedí al Pterodáctilo que escribiera el prólogo, yo había escrito el epílogo,
y cuando ya había terminado de redactar la presentación me pareció que me
estaba dando un exceso de lugar, entonces le pedí ayuda al Pavo.
Al final de cuentas el prólogo y la presentación quedaron en las manos de
dos argentinos, las del Pterodáctilo, un fisico-matemático que vive en la
Argentina, y las del Pavo, un matemático que vive en Estados Unidos, ambos,
por esas cosas curiosas que tiene la vida, se fueron convirtiendo con el
paso del tiempo en hombres de letras aunque con distinta fortuna.
En la misma época que Emecé publicaba las cartas que me había escrito Gombrowicz,
Tworczosc, en Polonia, publicaba las que yo le había escrito a él, y esta
réplica de sucesos que ocurrían a catorce mil kilómetros de distancia, despertó
un sentimiento negro en el Pavo, uno de los integrantes de este dramatis
personae. Los celos están constituidos por el temor de que nos sea arrebatado
el cariño de un ser que amamos, y la envidia es una tristeza causada por
el bienestar de otro.
Pues bien, una mezcla de celos y de envidia se apoderó del corazón del Pavo.
Mientras aquí aparecían notas sobre el libro, en Polonia publicaban notas
sobre mí, y aquí entra en la escena el otro integrante del dramatis personae:
el Viejo Vate. La primera puntada la dió el Pavo.
"Estoy orgullosísimo de que mi humilde texto saldrá en polaco, en Tworczosc,
gracias a ti y a Kalicki (...) La nota que realmente me gustó es la de Alan
Pauls (...) Lo que me decís del eximio crítico polaco Bereza, no sé, no
estoy seguro... Me gustan mucho las cartas tuyas a Gombro que he leído,
pero en mi humilde opinión no se puede decir con justicia que Gombro ‘conseguía
a duras penas’ escribir sus cartas mientras vos ‘bailabas’ escribiendo las
tuyas. A ver, Bereza, a ver ésa (...) Leí tu carta admirando como siempre
tu inteligencia y tu penetración, hasta que llegué al final, donde me jurás
por la Santísima Virgen María que te pusiste a llorar cuando llegaste al
final del texto de Bereza. Aquí tuve ciertos problemas (...) Bereza escribió
un panegírico, quizás quieras empujarme al panegírico, pero yo no puedo
escribir panegíricos (...) Pero me basta el textecito de Bereza que me mandaste
para convencerme de que, a menos
que se trate de una burla, estamos frente a un guitarrero de muy baja estofa"
Donde las dan las toman, el Pequeño K publicó en Tworczosc estos fragmentos
de la carta que me había escrito el Pavo y que yo le había hecho conocer
para echar más leña al fuego, pero el Viejo Vate no se quedó callado.
"Nirenberg escribe tonterías que tienen origen en la amistad que tiene con
vos y también en la envidia, respecto a lo cual se puede tener una actitud
tolerante. Te nombré el hijo espiritual de Gombrowicz, no en un momento
de exaltación, sino en plena conciencia de lo que pasó entre ustedes dos
porque en la base de los milagros de la existencia algo así siempre puede
ocurrir entre dos hombres, o entre una mujer y un hombre. Esto puede ocurrir
independientemente de las diferencias que existen entre generaciones, entre
sexos y, en general, entre todo, solamente no puede ocurrir en personas
como Nirenberg porque su personalidad y su mentalidad, achatadas como después
de un planchado, no pueden captar ni ver algo parecido"
Esto
me lo escribió a mí, pero el Viejo Vate quiso que se conociera de una manera
más universal su pensamiento y entonces publicó unas palabras en Tworczosc.
"Yo mismo me encontré como una aguja en un pajar, así que voy a aprovechar
esta oportunidad para atacar la calificación de panegírico que Nirenberg
le hace a mi nota ‘Goma’. En ‘Goma’ no escribí ningún panegírico sobre Gómez
ni sobre Gombrowicz. Mi ensayo trata sobre una colisión trágica entre dos
hombres, dos creadores del valor más grande de este mundo, el de la amistad
creadora. La culpa trágica recae en este caso sobre el que se sintió obligado
a tomar una decisión que se convirtió en un castigo para sí mismo. El otro
solamente estuvo presente en esta tragedia y aunque pudo sobrellevar el
peso de esta presencia el costo no fue pequeño. En mi texto ‘Goma’ no hay
ningún lugar para un panegírico, el panegírico es un arte para espíritus
pequeños y yo huyo de todo eso"
Pero una vez que los celos se despiertan la acción suele desembocar en una
tragedia, y eso fue lo que me ocurrió con el Pavo cuando me puse a buscar
un prólogo y una presentación para la edición polaca de mis cartas.
En un principio traté de seducir al Buey Corneta y al Pato Criollo pero
sin ningún resultado, entonces se me ocurrió pedírselo al Viejo Vate y al
Pavo que ya había escrito la presentación de "Cartas a un amigo argentino",
una ocurrencia que terminó con nuestra amistad. La primer versión de la
presentación se la rechacé de plano pero la segunda se la acepté calurosamente.
"Muy bien, Ricardo, brillante, por fin me pude quitar de encima toda la
ferretería de la madre Rusia que me habías puesto sobre las espaldas. El
texto de tu presentación es magnífico tanto en las ideas como en el idioma
(...)"
Mientras el Pavo corregía algunos pasajes de esta segunda versión, el Viejo
Vate le ponía punto final al prólogo, una pequeña joya literaria con la
que empecé a darle celos al presentador. Cuando le pedí que eliminara de
la presentación a la Finada, una de las tres Gorgonas polacas, con la que
me había peleado en vida por haber tomado partido por la Vaca Sagrada en
el asunto de la publicación de las cartas de Gombrowicz, no estuvo de acuerdo.
"No, no estoy de acuerdo con sacar el nombre de Alicia (...) cada uno debe
vivir con su conciencia, y yo con la mía"
Los celos estaban destruyendo los restos de vida que le quedaban a nuestra
amistad.
"Tu presentación irá sin Alicia, no puedo creer que siendo amigo mío te
niegues a darme el gusto (...)"
Intentó darme el gusto cuando la esposa lo convenció de que estaba bien
que eliminara a la Finada de la presentación pues si había muerto tan disgustada
conmigo porque yo había publicado las cartas de Gombrowicz sin la autorización
de la Vaca Sagrada, entonces, de estar viva, no le hubiera gustado nada
ver su nombre en la presentación de un libro mío, y la estaría traicionando
si contrariara esa voluntad presunta de la Finada.
Las cartas que yo le escribí a Gombrowicz fueron publicadas en Polonia en
la revista "Twórczosc" con un prólogo y un epílogo memorables: "Goma" de
Henryk Bereza y "Epílogo gomoso" de Jorge Di Paola. La presentación del
Pavo duerme el sueño de los justos, ese brebaje ponzoñoso preparado con
pata de celos, cola de boludez y una pizca de Vaca Sagrada quedó en un cajón
de mi escritorio.
De mal en peor, la relación epistolar afectuosa e intensa que había mantenido
con el Pavo terminó cuando me devolvió una carta sin abrir dentro de un
sobre.
De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas
se puede deducir con toda claridad que Bonifacio es una persona que se da
los gustos, que el Pavo es un hombre de armas tomar y que el Viejo Vate
es un poeta de la vida.
[Imagen: Henryk Bereza y Ricardo Nirenberg]
EL LICENCIADO VIDRIERA
"(...) un hombre cansado, escéptico, nada generoso con la estupidez ajena,
que no parecía confiar en el reconocimiento público de su obra (de la que
él estaba muy seguro) y que, a través de simples miradas, medias palabras
y observaciones triviales, dejaba percibir un resplandor interior, una inteligencia
acerada que ninguna penuria había conseguido borrar. Eso es: creo que fue
uno de los seres más agudos e inteligentes que conocí, aunque jamás sostuve
con él una conversación importante"
Uno de los primeros miembros del club de gombrowiczidas y el primero que
leyó con atención "Gombrowicz, y todo lo demás" es el Licenciado Vidriera,
pero ya antes había leído con mucho provecho otro libro mío.
Cuando
leí una nota aparecida en el "Diario El Litoral" de Santa Fe sobre "Gombrowicz,
este hombre me causa problemas" firmada por Liliana Acevedo quise conocer
inmediatamente a la periodista pues la nota me había gustado mucho.
Pero en el diario me dijeron que no conocían a ninguna Liliana Acevedo,
que me pusiera en contacto con Enrique Butti, el responsable de la sección
literaria. Le escribí una carta a Butti y su respuesta me resultó inesperada.
"(...) con vergüenza pero con la cabeza bien alta le confieso que Liliana
Acevedo soy yo. No puedo firmar todas la notas que salen de la sección literaria,
así que tengo que travestirme"
Fue el primero que leyó "Gombrowicz, y todo lo demás", y cuando terminó
de leerlo me dio a conocer su opinión.
"Leí su libro, pero no venga a pedirme exégesis, glosas ni panegíricos.
Se lo digo porque usted no me conoce y quizás piensa que soy motejador,
inteligente y avizor. Ahora sí. Leí su libro con interés creciente y conmovido
hasta las lágrimas literales en la última parte, en el final a toda orquesta.
Como una novela más que un ensayo, así la leí. Lo felicito, Gomacz"
En la reseña que escribió sobre "Gombrowicz, este hombre me causa problemas"
vi de inmediato el temple de los jesuitas: la dulzura de paloma y la peligrosidad
de la víbora.
"Ahora, en este nuevo libro, logra un certero acercamiento a Gombrowicz
y su obra, negándose a esos análisis e interpretaciones que –sobre todo
en las celebraciones de su centenario– los gombrowiczólogos están disparando
a mansalva (y de lo cual el intrascendente prólogo de César Aira a este
libro constituye un ejemplo) (...)
En el prólogo a la edición polaca de este libro, Gómez confiesa un antiguo
anatema personal, ‘anatema según el cual jamás leeré el ensayo de un autor
en el que más del treinta por ciento de sus palabras esté constituido por
la transcripción textual de la obra editada que el autor analiza o glosa’,
y al final del libro victoriosamente computa en forma estimativa que sus
citas del ‘Diario’ de Gombrowicz rondan el veintitrés por ciento. Difícilmente,
pues, Gómez podría llegar a leer el final de esta reseña"
La sensibilidad del Licenciado Vidriera tiene un parentesco con la del Alter
Ego, se fabricaron una coraza para proteger su fragilidad. En la foto que
se ve en este gombrowiczidas resulta claro el porqué del apodo que forma
parte del glosario de los motes.
El pasaje que encabeza este gombrowiczidas lo podía haber escrito el Licenciado
Vidriera, es uno de los más bellos testimonios de los que aparecen en "Gombrowicz
en Argentina".
[Imagen: Enrique Butti]
EL CASTOR
Sartre llamaba a Simone de Beauvoir "el Castor", debido a su intensa dedicación
a las labores intelectuales: "usted trabaja tanto como un pequeño castor"
Pues bien, nuestro Castor es una gombrowiczida escritora y periodista nacida
en Quilmes que trabaja como el pequeño castor del que habla Sartre y con
la que tengo relaciones tormentosas, y esto porque no le gustan los motes
que les pongo a los hombres de letras y a los Protoseres
Publicó en Archivos del Sur media docena de gombrowiczidas hasta que empezó
a chocar con lo que podríamos llamar mi falta de tacto.
"Debo precisar aquí, que según mis juicios de aquella época, lo que se llama
falta de tacto era, en el arte, un factor altamente creativo, consideraba
que un artista que temía cometer una incorrección, producir un disgusto,
no valía gran cosa, y que no debían someterse a las formas mundanas quienes
creaban la forma. Así pues, me daba perfecta cuenta de que lo que escribía
era inconveniente y que por esta razón lo había escrito"
De la lectura irreflexiva de este párrafo, como las que hacía Don Quijote
de las novelas de caballería, saqué la conclusión apresurada de que si me
ocupaba de disgustar a los demás y no me sometía a las reglas de las buenos
modales, siguiendo el ejemplo de lo que hacía mi maestro, me pondría en
camino del mundo de los hombres de letras.
Algunas dificultades que me han aparecido con los lectores y, muy especialmente,
con los editores, me han hecho pensar que no siempre alcanzamos nuestros
propósitos por decir cosas inconvenientes, y que no siempre los maestros
tienen razón.
A pesar de que Gombrowicz se había convertido en un maestro en el arte de
producir conflictos y de caer en desgracia, también tenía otros proyectos
como también los tengo yo aunque no lo parezca.
El Castor fue durante un tiempo alumna dilecta del Vate Marxista y de Revólver
a la Orden y ésta pudiera ser otra razón por la que terminó mirándome con
disgusto, pero todo el mundo sabe que sus maestros también son sarcásticos.
"Agrego que el único contacto que tuve con César Aira, fue cuando yo dirigía
la revista La Caja y le pedí un artículo que rechacé. Me envió un relato
filosófico de una simplicidad que me pareció infantil y que debía valer
por su firma. La ideología de la revista era antifirma, no porque las firmas
no valieran sino porque no valían por sí mismas. Me dijeron que Aira se
sorprendió, actitud que sabe disponer con frecuencia. Es un hombre que sabe
cómo, dónde, y especialmente cuándo sorprenderse"
El Castor mantiene la madriguera que ha construido en Archivos del Sur con
materiales nobles y respetables y no todos los gombrowiczidas, debo reconocerlo,
pueden pasar por el control de calidad de estos materiales.
A pesar de todo cuando nadie la ve a ella también le gusta reírse de algunas
de mis majaderías razón por la que nuestra relación anduvo sobre ruedas
hasta el momento en el que se le ocurrió escribir un dossier sobre Gombrowicz.
"Si sabía al principio, cuando empecé a publicar tus notas, que tenías tanto
material de Gombrowicz te hubiera propuesto hacer un dossier sobre él. Tal
vez podamos hacerlo"
A pesar de los contratiempos que se me habían presentado con el Ladrón de
Gallinas al que también se le había ocurrido escribir un dossier sobre Gombrowicz
para la revista "k", y no por las zozobras que sufre la familia del mismo
nombre en los tiempos que corren, sino porque soy un individualista incurable
al que no le gusta trabajar en equipo, alenté al Castor a que llevara adelante
el proyecto.
"(...) pero no encuentro el mensaje que me enviaste con una especie de diccionario
donde hay sobrenombres, así que cuando escribís en ese código no entiendo
nada (...) decime algo, ¿todos saben los sobrenombres? (...) no creo que
vaya a publicar los apodos (...) Te envío una entrevista que le hice a Tomás
Abraham hace unos años y que está publicada en la revista, ahí habla de
Gombrowicz, no sé si la leíste (...) Yo fui alumna de Tomás Abraham y de
Ricardo Piglia, hice seminarios con los dos, en la Universidad de Buenos
Aires y en el Centro Cultural Rojas (...) Sí, tenía idea de poner la entrevista
en el dossier"
Empecé a sentir que el Castor con una intensa dedicación a sus labores empezaba
a roerme la garganta, así que decidí detenerla con el fragmento de un gombrowiczidas.
"Uno
de los integrantes de los nueve magníficos, motejado Revólver a la Orden,
filósofo, escritor y numen del Esperpento, tiene un apodo muy adecuado a
los servicios que presta. En efecto, el periodismo lo suele consultar sobre
los asuntos más variados, días atrás respondía por radio a una consulta
que le hacían sobre la veracidad de la medición del índice de inflación
que hacía el gobierno. La respuesta fue paradojal, como lo suelen ser las
de este pensador profesional, la medición podía no ser verdadera pero teníamos
que estar a ella para evitar que nos sobrevinieran tiempos apocalípticos
Este miembro del club de gombrowiczidas tuvo una intervención rutilante
en la pasada Feria del libro. Con su carácter categórico y versátil, que
ejercita todos los jueves desde hace veinte años en una aquelarre filosófico
que tiene un apartado llamado Gombrowicz, presentaba un libro sobre la pasada
crisis argentina en la que cayeron en picada el principio de autoridad y
la economía"
"Se paseó con erudición por las ideas del pasado y del presente, afirmó
que el negocio de la filosofía permanecía más o menos sin variantes desde
hacía algunos años, dijo que Heidegger no era tan nazi como la gente creía
pero sí era un cagón, y manifestó que había estado de acuerdo con el actual
presidente de la Argentina hasta el momento en que se declaró un adalid
de los derechos humanos al tiempo que le daba entrada a los años setenta
como si hubieran sido el mismísimo siglo de Pericles.
Hasta aquí, nada de especial, los conductores del programa radial y el filósofo
se despidieron cordialmente. Sin embargo, a los pocos minutos la radio pasó
el comentario grabado de una oyente: –Soy Mercedes de Castelar, por qué
no le dicen a ese filósofo que se vaya a la remil puta madre que lo parió"
Me pareció que con esta declaración bastante drástica el Castor me iba a
soltar la garganta, pero las cosas no ocurrieron así.
"(...) Igualmente tengo material para publicar el dossier con todo lo que
me enviaste, la entrevista a Tomás Abraham, y seguramente algo más. Deberían
haberlo invitado para el centenario de Gombrowicz (...)"
El Castor incansable seguía construyendo, pasa por alto lo que le estaba
escribiendo sobre Revólver a la Orden y nos hace el cargo de que no lo habíamos
invitado a las jornadas del centenario, entonces le mandé el fragmento de
otro gombrowiczidas a ver si podía pararla.
"El Zorro, de la Embajada de Polonia, me mordía los tobillos y me daba golpes
en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa redonda
de la Feria del Libro en el año del centenario, no le entraba en la cabeza
cómo podía ser que todos se negaran, era un desaire para Gombrowicz, para
los ponentes polacos: el Pequeño K y la Vaca y, en fin, para todos los polacos
que vivían en la Argentina. El Pato Criollo, que se le había retobado personalmente
al Zorro, me sugirió que, perdido por perdido, lo invitara a Revólver a
la Orden, un filósofo escritor que se animaba a hablar de cualquier cosa,
pero no me atreví a tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo,
casi con seguridad, tenía la intención de introducir en la mesa un participante
que, por distinguiese del resto, podía despacharse con cualquier extravagancia"
Pero el Castor quería terminar rápidamente la madriguera del dossier y seguía
juntado troncos.
"(...) Pensando en el dossier sobre Gombrowicz quisiera saber si podrías
enviarme aunque sea un fragmento escaneado de alguna carta de Gombrowicz,
para publicarlo en él, donde se vea la letra y la escritura de él. Puede
ser media página si querés (...)"
Y es aquí donde nace una tragedia sobre la que recién ahora nos estamos
reponiendo. El Castor eligió una carta y yo elegí una distinta para darle
más color al ambiente, era una carta que se había vuelto famosa por una
razón de la que doy cuenta en un gombrowiczidas al que di en llamar "Bastante
Tarado", y sobre el que le pedí que lo publicara junto a las dos cartas.
"(...) En el año del centenario de Gombrowicz el diario "Clarín" publicó,
en el suplemento literario, seis ‘Cartas Memorables’: de Jorge Luis Borges
a Estela Canto; de Franz Kafka a Milena; de Witold Gombrowicz a Juan Carlos
Gómez; de Cristóbal Colón a su Alteza el Rey de España; de Hannah Arendt
a Mary MacCarthy; de Charles Baudelaire a su madre"
"Las más rutilantes de estas seis cartas son la de Gombrowicz y la de Baudelaire.
Vamos a transcribir un fragmento de la de Baudelaire: ‘Y no obstante, en
las circunstancias terribles en que me encuentro, estoy convencido de que
uno de nosotros matará al otro y de que terminaremos de matarnos mutuamente.
Después de mi muerte, tú no podrás seguir viviendo, eso está claro. Yo soy
el único motivo que te hace vivir. Después de tu muerte, sobre todo si murieses
a causa de un choque causado por mí, me mataría, eso es indudable’ (...)"
"En
cuanto a la que me escribió a mí podría decirse que es todo lo contrario
de lo que Baudelaire le escribió a la madre: ‘Yo le estoy suplicando, Goma,
desde que dejé las costa sudamericanas que no me mande certificadas. Bueno,
su última, además de ser certificada expres, es la más estúpida que hasta
la fecha recibí. 1º ¿Acaso no sabe que Ferdy ha sido editada en Italia hace
4 años? 2º Se imagina, tontamente, que no he recibido su penúltima con la
carta yugoslava y ¡da la casualidad que la recibí! 3º No venga haciendo
líos con Arnesto cuyo prefacio me resulta lleno de brillos y hechizos, además
de ser muy talentoso como todo lo que escribe él. Va a ver, Goma, que terminará
por sembrar entre nosotros desconfianza y recelo, ya verá, la gente lo repite
todo, no sea pavo 4º Como si fuera poco Vd., en vez de mandarme noticias,
trata, según parece, en 5 carillas de enseñarme la filosofía de Sartre.
¡Jua, jua, jua! Lo de que
el dolor o el placer cobran valor dentro de la perspectiva del existente,
de su mundo, de su situación, de su finalidad, de su futuro, de su proyecto,
esto lo sabe cualquier niño. Lo que no saben algunos adultos recién iniciados
es que en Sartre (como en todo cartesianismo) el ser se funda en la conciencia,
es decir, que si Vd. es consciente de este vaso, el vaso es (aunque no procuraría
ni placer, ni dolor). Esto es lo que yo condeno, tarado, pues lo sé hondamente
que la existencia no es una relación suelta, tranquila, sino una relación
convulsa –y no una libertad (igual en que sentido) sino una tensión. Todas
las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor
con una tranquilidad doctoral típica de los cartesianos. No comprendió ni
el cuerpo, ni el dolor. Por lo tanto le sugiero Goma amistosamente que les
diga a todos los amigos que lo considero a Vd. bastante tarado. Salú’ (...)"
En este gombrowiczidas nombré por sus apodos a un grupito de hombres de
letras argentinos de la flor y nata.
"Ya sabemos que los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los
reúne en un punto en el que se encuentran utilizando palabras parecidas.
De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico Metafísico, el Pato
Criollo y el Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos, Gombrowicz es
un impostor"
El Castor no pudo digerir estos inocentes apodos y quiso resolver el problema
a su manera. Como si la publicación del dossier fuera un entidad de orden
superior y todo lo demás fueran detalles, con sus dientes afilados me agarró
como si fuese una ramita y corrió a terminar con sus labores.
"(...) Publicaré las cartas y te agradezco muchísimo que me las hayas enviado.
Pero este gombrowiczidas no me parece adecuado publicarlo en el dossier.
No quisiera ofender a nadie de los escritores aunque sea con apodos (...)"
Al Castor se le había ido la mano, se estaba comportando de una manera arrogante,
pero se encontró con un tronco que no pudo roer.
"(...) Sobre qué material mío vas a publicar nos tenemos que poner de acuerdo.
Vos tenés una línea editorial que a lo mejor no le va bien mi estilo. Si
no publicás tal como está el gombrowiczidas al que di en llamar "Bastante
Tarado", no te autorizo a que publiqués las copias de los dos originales
de las dos cartas de Gombrowicz que te mandé (...)"
Aquí se terminó todo, el dossier, la publicación de gombrowiczidas en Archivos
del Sur y el contacto, recién unos meses después hicimos las paces.
"Yo creo que ha llegado la hora de que hagamos las paces, vos te has portado
bien conmigo así que no debo quedarme callado, te voy a decir un par de
cosas.
Soy una persona inteligente pero no soy una persona seria y tampoco soy
muy respetuoso que digamos, por lo menos no soy serio y respetuoso como
lo sos vos. Lamento que ése haya sido el motivo por el cual fracasó el armado
de tu dossier sobre Gombrowicz, pero así es la vida.
A mí me basta con que vos de vez en cuando leás uno que otro gombrowiczidas
y disfrutés con la lectura de alguno de ellos, a escondidas siempre podés
echarte una cana al aire"
"Todo aclarado. Como no nos conocemos personalmente es más difícil la comunicación.
Como vos decís, yo soy una persona respetuosa, trato de cumplir mis compromisos
y cuando no puedo hacerlo, lo digo.
Quedamos en paz (...)"
[Imágenes: Araceli Otamendi y Simone de Beauvoir]
CARA DE ÁNGEL
Uno
de los hombre de letras que verdaderamente se entusiasmó con la aparición
de "Cartas a un amigo argentino" fue Cara de Ángel, un personaje contradictorio
e inesperado en el conviven una energía completamente destructiva con una
disposición angelical.
De entrada me hizo un cuestionario un tanto infantil al que tuve que responder
con cierta dureza.
"Tus preguntas tienen un tufillo a fórmulas filosóficas que apesta. Por
tal razón procederé como si no me las hubieras hecho y armaré un reportaje
sobre cuestiones que yo mismo me formularé"
Como resultado de esta pequeña escaramuza y de un encuentro en la librería
Gandhi al que concurrió también el Pavo en su carácter de presentador del
libro, Cara de Ángel escribió una nota a la que dio en llamar "La forma
y la risa" que no estaba nada mal.
La disposición afectuosa que tenía conmigo y que absorbía con cordialidad
mi espíritu sarcástico, no podía estar ausente en la presentación del libro
que se iba a hacer en el Centro Cultural de España, un ICI al que había
sido invitado todo Buenos Aires y en el que el Bucanero iba a tirar la casa
por la ventana actuando como anfitrión del Pterodáctilo, del Buey Corneta
y de un Camaleón que en ese entonces era Embajador de Polonia. Pero el miedo
paralizó a Cara de Ángel y estuvo ausente.
"Mi
ausencia en la presentación del libro "Cartas a un amigo argentino" de Witold
Gombrowicz que tuvo lugar hoy en el ICI obedece a las siguientes razones:
1) No quería empañar con mi presencia su momento de gloria, si hubiera sido
el caso, que usted hiciera públicas referencias a nuestros sucesivos desencuentros.
2) Podrá alegarse cobardía o cosas así, pero la presencia del Maestro Ernesto
Sabato siempre es intimidante. Imaginé, para el caso, una escena en la que
usted me lo presentaba y de inmediato le hacía saber lo que pienso de él
y de sus libros"
A partir de ese momento me dediqué a insultarlo de varias maneras diferentes
pero siempre con afecto.
"¿Y qué es de tu triste vida,
gusano?, ¿qué nuevas tonterías estás haciendo?, ¿y cómo andan tus relaciones
con la Seductora Impenitente después de las chanchadas que hizo publicar
con esa foto obscena que salió en la tapa del libro sacada con un gran angular?,
¿y con la Hierática?, sabés que anda ofendida con vos porque no le ofreciste
tu novela a Emecé, ¿y qué me decís de las nuevas aventuras del Gnomo Pimentón?
Farsante, la próxima vez vas a tener que hacer un esfuerzo mayor, vas a
tener que estar altura, por lo menos de la importancia que me dio el Porcus
Hungaricus en "Lateral", la revista barcelonesa, y si no, nada"
En un momento en el que había concertado una entrevista con el Guitarrón
para ver si me publicaba las cartas que yo le había escrito a Gombrowicz
quise conocer la opinión que tenía Cara de Ángel sobre este personaje.
Nos encontramos una tarde en un café de San Telmo, a los minutos Cara de
Ángel estaba pasando por la guillotina a todos los integrantes del gremio
de los escritores, una actividad desplegada con un gran encanto que a más
de divertirme me parecía inocente.
Pero sea porque yo le resultaba simpático, o porque me había tomado confianza,
o sea por lo que fuere, en un momento determinado de la conversación se
refirió a su propio padre y me manifestó, como si esto fuera la cosa más
natural del mundo, que tenía ganas de asesinarlo, y que esto era precisamente
lo que estaba planeando.
Sin saber a qué santo encomendarme por el giro que estaban tomando estas
confesiones sombrías le pregunté si no sería conveniente que visitara a
un psicólogo: –Sí, ya estuve con el Gnomo Pimentón, ahora tengo ganas de
asesinarlo a él también.
[Imágenes: José Tono Martínez y Pablo Chacón]
VOLVER A LA PORTADA DEL DOSSIER
VOLVER A CUADERNOS DE LITERATURA