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NOTAS EN ESTA SECCION
Cualquier cacatúa |
La madre y el púdico |
Las lolitas |
El Bucanero y el Orate Blaguer
| El amor libre |
Razones arquitectónicas
El señor Barbaverde |
Un puñetazo en un ojo
| La primera vez |
El principio de complementariedad
| Una cuestión de prólogos
El pathos de una idea |
Una naturaleza blasfema |
El filósofo payador y
el vate marxista | Con
la Argentina no puedo romper
El pato
criollo y el buey corneta | Hay que limpiar el prontuario
| Detrás de un cristal |
La obscenidad total
La inmundicia y la homosexualidad
| El Orate Blaguer toma la
palabra | No pudo ir al estreno
| La heráldica de los
comunistas
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"Su actitud cambiaba de un modo
evidente cuando se encontraba ante un polaco. Una tensión se apoderaba de
él. Se hubiera dicho que entonces se encontraba súbitamente en una situación
que superaba en mucho las circunstancias reales del encuentro. Yo pensaba,
al mirarle, que tal vez se sentía como delante de su padre o de su padre,
o ante su vida anterior en Polonia.
La presencia de un polaco le recordaba esos problemas de la poloneidad tan
agudos en su vida y en su obra. Se notaba el doloroso esfuerzo que hacía
para estar a la altura frente a todo eso... "
Este comentario que hace el Esperpento y que la Vaca Sagrada registra en
"Gombrowicz en Argentine", no es tan exagerado como pudiera parecer, vamos
a darle, entonces, algunas vueltas a lo que le pasaba a Gombrowicz con un
polaco puesto en la Argentina.
El tipo polaco, confrontado con el tipo argentino, le producía una impresión
que le resultaba difícil de captar. Los polacos lo impresionaban como más
hábiles, con la misma habilidad que tienen los técnicos cuando se inclinan
sobre una máquina, los argentinos, en cambio, lo impresionaban como más
artistas, más perezosos y más dados a la diversión.
"La astucia de Ulises, aquella astucia dirigida a conquistar la naturaleza,
es propia de los rubios, hijos de esas tierras menos acogedoras que invitan
más a soñar. Sin embargo, en el polaco, este aspecto técnico es, además,
romántico, un ingeniero tendrá también cara de guerrero o de conquistador,
de asceta o de profeta, aunque en realidad no sea más que un pobre diablo
o un jugador de bridge"
Esta impresión era la de un Gombrowicz que ya llevaba más de veinte años
en la Argentina, era una impresión parecida a la que tenía cuando se ponía
a hojear sus obras medio olvidadas para averiguar lo que le parecían después
de tanto tiempo.
Devoraba a los polacos con la vista para investigar las características
de sus movimientos, su forma de hablar y sus caras. Mientras vivió en Polonia
no estuvo seguro de las impresiones que le despertaban los polacos, pero
aquí, en la Argentina, pudo contrastar esas impresiones con un material
humano de los más variado, compuesto de todas las razas y de todas las naciones
posibles.
"Es para mí como una especie de placer doloroso el mirar de improviso a
un polaco y verlo de esta nueva forma, igual que se ve a un extranjero,
pudiendo verificar de ese modo mis impresiones anteriores cuando estaba
aprisionado por la polonidad y, ¿para qué ocultarlo?, bastante atormentado
por ella.
Hace poco, en Buenos Aires, experimenté de un modo repentino e inesperado
una confrontación así"
Se refiere al encuentro con un director de orquesta polaco del que fui testigo.
Mientras el público escuchaba con atención un concierto en la Facultad de
Derecho, Gombrowicz sacó un gotero del bolsillo, lo ascendió cuanto pudo
con el brazo bien extendido y empezó a descolgarse gotas en la nariz desde
lo alto, haciendo todos los aspavientos posibles para llamar la atención.
Cuando terminó el concierto fuimos a ver al director, habló un rato con
él, acordaron un encuentro para el día siguiente y nos fuimos. Después de
un tiempo le pregunté qué le había parecido nuestra orquesta al maestro
polaco: –Vea, no quiero desanimarlo, me dijo que tiene el nivel, más o menos,
de las bandas de música que tocan en las plazas de Varsovia.
Yo también observé en este encuentro la tensión de la que habla en Esperpento,
pero se la atribuí a los nervios y no le di importancia.
"Fui por casualidad a un concierto, llegué tarde, entré en la sala cuando
ya sonaba el tema del primer alegro de la ‘Eroica’; no tenía idea de quien
era aquel tipo delgado que dirigía, pero la ejecución de la sinfonía beethoveniana
era notable y en algunos detalles tan original que discutí sobre el asunto
con el amigo argentino que me acompañaba"
Cuando terminó el concierto fuimos a ver al director, resultó ser Stanislaw
Skrowaczewski, un compositor y director de orquesta polaco. Las características
físicas y espirituales del maestro que Gombrowicz había notado durante el
concierto, se le organizaron en esa forma de tipo polaco que ya conocía,
igual que lo que ocurre con un paisaje cuando un detalle nos lo permite
identificar como algo familiar.
"Pero al mismo tiempo, creedme, todo eso estuvo acompañado de una desagradable
puntada en el corazón, quizás a causa de tantos enfrentamientos míos con
aquel ‘tipo polaco’ al que yo también pertenecía"
No
hay que buscar en esta reacción un complejo de inferioridad, su condición
de forastero impenitente lo había curado de ese problema y se sentía cómodo
en cualquier ambiente. Ese exotismo de su país que le recodaba el director
de orquesta no era solamente misterioso, también parecía una forma de huir
de las preocupaciones y de las luchas de cada día muy típica de los polacos.
"Lo captó el ilustre Marcel Prust al describir sus encuentros con un pequeño
grupo de ‘muchachas en flor’; al conocerlas más de cerca, cuando le fueron
reveladas sus preocupaciones, intereses, sueños y penas, las encantadoras
muchachas dejaron de encantarle; y lo mismo le ocurrió con los salones de
la aristocracia parisina, que se le convirtieron en aburrimiento cuando
dejaron de ser algo desconocido y misterioso. Pero para Proust la vida consistía
sobre todo en conocer, o sea en matar el encanto que nace de nuestra ignorancia"
El propósito que tenía Gombrowicz cuando se encontraba con algún polaco
era el de verlo en su misterio, como lo verían, por ejemplo, un español
o un boliviano, en su calidad de extranjero. No obstante el misterio polaco
tenía los pies de barro. Polonia era un país que no se destacaba demasiado,
que carecía de una cara propia, pero los polacos, sin embargo, no pasaban
por el mundo desapercibidos, aunque en la mayoría de los casos llamaban
la atención por sus extravagancias. A pesar de todo, el misterio polaco
existe, una cierta manera polaca que atrae e interesa al extranjero.
"Estuvimos discutiendo sobre este tema con grupo humano de varias lenguas,
al volver de la proyección de una película cuyo título en polaco debe ser
Zamach (El atentado). A aquellos argentinos, ingleses e italianos la película
le había parecido bastante exótica, pero cuando los acosé a preguntas, resultó
que no era por el tema, ni por la forma artística ni por la acción. No,
todo eso es más que conocido, ese patriotismo, la lucha contra el invasor,
el heroísmo de la juventud, sí, es un tema bastante sobado..., pero aquellas
gorras..., y aquella manera de andar... Precisamente esos detalles de tercer
orden, que no se sabe cómo llegan a la pantalla, eran los que más les habían
interesado"
Gombrowicz era también un polaco puesto en la Argentina, cuando lo vi por
primera vez me pareció inglés, pero al poco tiempo de conocerlo se me empezó
a parecer a Jaques Tati, el cómico francés.
El aspecto de Gombrowicz despertó impresiones muy diferentes en dos hombres
de letras hispanohablantes que lo admiran muchísimo.
"Ante todo, aclarar la forma ridícula en que surgió mi fascinación por la
literatura de Gombrowicz. Surgió mucho antes de leerle. Nació exactamente
de la visión de una fotografía que acompañaba a la entrevista que le hacían
en el número uno de la revista española Quimera. Gombrowicz posaba con una
gorra, muy altivo en lo alto de lo que parecía un carruaje, en Tandil, Argentina.
Tenía lo que yo entendía que había que tener, un arrogante rostro de persona
inteligente. Aún no sabía que él había escrito: ‘Cuanto más inteligente
se es, más estúpido’"
Estas palabras del Orate Blaguer son bien distintas a las del Águila de
México, pero tanto el español como el mexicano están a sus pies.
"La mayoría de las fotos de Gombrowicz que conozco lo muestran fumando en
pipa. Un hombre de orejas muy grandes, patas de gallo en crucigrama, ojos
que no miran la cámara (...), nariz de grandes ventanas, pelo ralo, tórax
ancho (...) y una mano grande ... que agarra una pipa"
Yo quiero que los gombrowiczidas juzguen con su propia cabeza el aspecto
que tiene Gombrowicz en la foto de esta historia verdadera tomada en uno
de los balcones de su piso en Vence.
A mí me parece, cuando la miro, que la descripción que hace el Águila de
México no está a la altura de las circunstancias, me da la impresión de
que esa águila azteca se ha convertido en una cacatúa, una cacatúa que sueña
con la pinta de Carlos Gardel.
La lista de apodos tiene entonces un nuevo inquilino: CACATÚA.
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LA MADRE Y EL PÚDICO
A Gombrowicz le resultaba complicado escribir sobre sus sentimientos, ni
que hablar si tenía que decir que quería a alguien; fue seguramente la madre
la persona a la que más quiso. En las cartas que nos escribió muy pocas
veces aparecían menciones al afecto.
"Además, Goma, trate de explicarle que soy muy púdico para el sentimiento
y por lo tanto siempre escribo como si cualquier cosa, ¿comprende?"
LAS LOLITAS
A Gombrowicz le gustaba representar el papel de viejo verde reblandecido
persiguiendo a las muchachas como un fauno detrás de las campesinas
en el bosque. Unas pocas semanas antes de partir para Berlín nos escribe
desde Piriápolis una carta preocupante.
"Nada de ascensores, ahora viejo, hay una Lolita de nueve años que me
tiene loco, ni te puedes imaginar, ando así que casi estallo, hay que
ver cómo me persigue, se enamoró locamente, ya te voy a contar. Fuera
de eso no sé si me aburro o no"
En el año 1955 Vladimir Nabokov había actualizado la atracción malsana
que ejercen las nínfulas sobre los hombres maduros con su "Lolita".
Gombrowicz no tenía una buena opinión sobre la persona de Vladimir a
quien consideraba un don nadie pero sí la tenía sobre su primo hermano
Nicolás.
"Ayer estaba cenando con el príncipe Nabokov, primo hermano de LOLITA
–ocurre que es una excelente familia, lo que yo no sabía. El príncipe
vive en un imponente palacio, es consejero cultural de Berlín y es él
quien me invitó junto con Jelenski (los dos muy amigos). Admirador.
Músico bastante conocido, con varias obras estrenadas, persona muy iniciada
en París, amigo de Camus, de Maritain etc. Estaba pasmado con mis conocimientos
de música"
En la época que apareció la "Lolita" de Vladimir Gombrowicz dejaba rastros
en los diarios de que las nínfulas lo habían afectado.
"Marisa, quince años, distinguida y romántica (...) se sumerge continuamente
en las luminosas brumas de la belleza, el amor y el arte (...) Andrea,
doce años, una chiquilla avispada, brillante y perspicaz, me gusta reír
con ella, se ha especializado en robarme la pipa.
Lena, catorce años. Con ella he iniciado un ligero flirteo que consiste
en intercambiar miradas (...) Rubias. ¡Qué bellas son! (...) y miento,
miento, porque es lo que me exige su imaginación, estoy impregnado de
mentira hasta la médula. Les cuento mis batallas en la última guerra"
Hay
dos lolitas de Gombrowicz que se hicieron famosas, la lolita Crisamor
de Tandil, y la lolita Lola Luca de Salto. Gombrowicz le pedía a Flor
de Quilombo que le mostrara las cartas de las novias para hacer estudios
psicológicos sobre el estilo y la forma, se detenía especialmente en
las de Crisamor: –Pero, ¿no te das cuenta que son cartas de amor?, está
mortalmente enamorada de vos. Es muy joven. Sé responsable. Presta atención,
puede suicidarse.
La madre de Crisamor lo veía a Quilombo con desconfianza pero su hija
no le obedecía. Un día Gombrowicz se decide y le escribe una carta a
Crisamor: –Crisamor de mi corazón... La madre descubrió la carta, se
lo cuenta a un hermano y el tío de Crisamor le dice al padre de Mariano:
–¿Quién es ese hombre tan raro que trastorna la cabeza de tu hijo y
molesta a mi sobrina? Se estaba haciendo la fama de un corruptor de
la juventud. Para colmo, un polaco de Tandil había leído "Transatlántico":
–¿No sabés con qué degenerado anda tu hijo?
Crisamor parecía salida de "Ferdydurke", le escribía a Gombrowicz cartas
alocadas y magníficas. Su humor de prima donna, con gorjeos auténticos,
pescaba al vuelo el tono de las idas y vueltas de los jóvenes comediantes
de Tandil.
La otra lolita, Lola Luca, lo veía a Gombrowicz en el Querandí: –Sos
un viejo vanidoso, además muy egoísta y también egocéntrico... Esta
lolita se hizo famosa por una foto que aparece en los libros de testimonios
en la que Gombrowicz se arroja sobre ella en un sofá con la actitud
de un viejo verde violador.
La obra que se parece más a estas lolitas es "Pornografía", una obra
libidinosa y oscura en la que la juventud y la belleza se sacan chispas
con la madurez. Henia y Karol son dos jóvenes representantes de la tentación
y del pecado; Waclaw, el prometido de Henia, y su madre Amelia, de la
corrección y de los principios religiosos. Fryderyk y Gombrowicz son
dos adultos mirones y lascivos anhelantes de que los dos jóvenes se
presten atención y consumen una atracción que grita al cielo, salvo
para los jóvenes mismos.
Pero el sueño de los dos adultos para que los jóvenes consumen su atracción
innegable se viene abajo, se van convirtiendo poco a poco en una pareja
adulta de enamorados en la frustración, desdeñada por la otra pareja
de amantes, el fuego de su excitación no tenía nada en qué descargarse,
llameaba entre ellos, estaban asqueados el uno del otro y se juntaban
en una sensualidad irritada.
Confundido por la excitación que la producía la "Pornografía", y un
poco alentado por sus propias aventuras con las lolitas, Gombrowicz
se encarama sobre la Lola Luca en su pieza de Venezuela como se puede
ver en la foto.
[Imagen: Witold Gombrowicz y Lucrecia Ercole]
EL BUCANERO Y EL ORATE BLAGUER
Gombrowicz era una persona propensa a provocar a los demás utilizando
los insultos. En una carta que escribe desde Berlín nos dice:
"Anteayer inicié en ZUNTZ las reuniones artísticas pues quiero dotar
a esta ciudad de un café artístico. Escritores: Grass, Johnson, Weiss
(...) Lamentablemente, por ahora, no puedo insultar a nadie, lo que
otorga no sé qué de irreal al ambiente"
Hace seis años, por alguna razón que hasta el día de hoy me es desconocida,
fracasó la invitación que me había hecho el Bucanero, a la sazón director
del Centro Cultural de España, para hacer un viaje a la península, entonces
le escribí:
"¿Qué necesidad tenías de ofenderme de esta manera? Hace más de cuatro
meses que vienes arrastrando, con tu Armada Brancaleone, el designio
de conquistar Madrid. Pero, ¿por qué me complicas en tus proyectos de
capitán de una armada fracasada? Porque tú, más que un intermediario
de la cultura, pareces uno de esos viejos bucaneros con pata de palo
y un loro en el hombro.
Para ti, detrás de un nombre no hay una persona sino un botín. Los corsarios
atesoran oro y tú coleccionas personas, por el tiempo que te sirven
según el alcance de tus cortas entendederas, ambos para acrecentar una
riqueza vana con la que os vais a la tumba.
"En tanto que filibustero no tienes que mostrarte educado pero cuando
te pones el disfraz de mensajero de la inteligencia debieras fingir
que tienes modales pues con tus tonterías no sólo me has ofendido a
mí sino también a mi familia y a mis amigos habiendo quedado en claro
que eres un hombre sin nobleza.
Y bien, no has desempeñado bien tu papel de auxiliar de la cultura,
te has comportado como un vulgar maleducado y un pusilánime que se esconde
detrás de los teléfonos y de las secretarias. ¡Bonito regalo le dejas
a una mujer distinguida como Mercedes Viviani! Porque cuando tú, finalmente
y gracias a Dios, te vuelvas a España, Mercedes se quedará aquí, con
nosotros, afeada durante un tiempo por el teatro que le obligaste a
representar para ocultar la torpeza y obscuridad de tus quimeras.
"Mientras el mundo me trata con respeto y admiración crecientes, yo,
por un momento, no he estado a la altura de estas consideraciones pues
me he dejado llevar de las narices por un palurdo mediocre, tan poco
caballero que ni siquiera sabe pedir disculpas. Me queda, sin embargo,
un recuerdo imborrable. La paliza que te di con tu ajedrez polaco y
esa imagen de tu rey corriendo en bombachas por todo el tablero aullando
de dolor al ritmo de los formidables azotes que le propinaba.
No hay historia de piratas que tenga un final feliz"
Cuando en el Centro Cultural de España recibieron el fax que les mandé
con este texto empezaron a bailar la jota.
"No ofende el que quiere sino el que puede. De modo que guardaré tu
carta con mucha simpatía dentro de la gaveta de actos surrealistas (...)
Verás por el artículo de Vila-Matas, "Esperando al fiel Goma", que algo
por lo menos se ha hecho" José Tono Martínez
EL AMOR
LIBRE
"La amargura de la parte masculina
de los jóvenes argentinos respecto
al amor libre es enorme, tanto más
que la imaginación y las mentiras
de los europeos les pintaban a la
lejana Europa como un lugar donde
ocurrían maravillas"
El joven inmigrante le llenaba la
cabeza al joven argentino, recurriendo
a un tono de superioridad despreocupada,
con historias de mujeres que en
su país eran más modernas y no ponían
inconvenientes, y el joven argentino
escuchaba todos esos relatos lleno
de admiración y de envidia.
Desde hace siglos la Argentina sufre
la invasión de la mentira europea.
Por lo tanto los argentinos tienen
la imaginación trastornada y repleta
de cuentos. Entre la juventud masculina,
Polonia tiene una fama excepcional,
quizás porque la trata de blancas
se nutría en una gran porcentaje
con jóvenes polacas.
A tal punto esto era así que la
palabra "polaca" era usada como
sinónimo de ramera. El asunto había
tomado estado público y ofendía
a la dignidad nacional, tanto que
la colonia polaca, una colonia que
tenía más sentido del honor que
del ridículo, hizo un llamado a
la prensa argentina para que reemplazara
la palabra "polaca" por "polonesa".
Gombrowicz cita el caso de una joven
varsoviana de dieciséis años, rubia
y de ojos azules, que había llegado
a la Argentina para vivir con sus
tíos en una pequeña ciudad de provincia.
En la escuela, la juventud masculina
manifestó un vivo interés por la
llegada de la joven comunista, pero
su entusiasmo se extinguió rápidamente.
La polaca les parecía rara y falsa,
pues a pesar del amor libre socialista
del que hacía ostentación, no se
dejaba tocar.
"La cosa me intrigó, de modo que
me informé mejor y resulta que la
chica no era ningún demonio, al
contrario, era una chica delicada
e inocente, pero su alma desequilibrada
se desahogaba inventando leyendas
negras. Como no se podía vanagloriar
del bienestar y el progreso que
no existían en Polonia, se vanagloriaba
del pecado"
Las leyendas europeas influían en
el alma apacible de los jóvenes
argentinos, la mujer se modernizaba
rápidamente y las muchachas que
no tenían prisa por casarse deseaban
que se modernizaran más todavía,
y sobre todo que se modernizaran
más rápidamente.
La batalla por la mujer envilecía
la actitud de los jóvenes con la
iglesia católica. Gombrowicz estaba
en Santiago del Estero cuando el
parlamento promulgó la que se dio
en llamar ley Domingorena, una ley
que concedía a las universidades
católicas y de otras confesiones
los mismos derechos que tenían las
universidades estatales.
Se produjo una protesta enfurecida
de la mayoría de los estudiantes
universitarios a la que se unieron
los alumnos de las escuelas secundarias.
"Una buena mañana vi en la plaza
mayor de Santiago una multitud de
adolescentes bajo la mirada paternal
de la policía; uno de aquellos jóvenes
pronunciaba un fogoso discurso exigiendo
la dimisión del gobierno y la supresión
de la enseñanza religiosa en las
escuelas. Habló con tanta vehemencia,
que cuando terminó le pregunté a
solas cuál era el motivo de su odio
hacia la iglesia y el clero: –Las
chicas– contestó lacónicamente dándome
un codazo"
No era el único motivo, había proliferado
un cierto tipo de intelectualoide
con un lío pseudo científico en
la cabeza que estaba convencido
de haber superado los prejuicios.
Pero la tendencia revolucionaria
del joven argentino no revestía
ningún peligro, era demasiado sonriente
y sociable y, pese a todo, vivía
demasiado bien.
RAZONES ARQUITECTÓNICAS
"En seguida reprimí aquel recuerdo,
pues advertí que ahora puedo fabricarlos
por razones, digamos, arquitectónicas.
¡Qué manía! Observar un globo de
cristal, un vaso de agua, e incluso
ahí logras hilar algo de la nada,
la forma..."
Gombrowicz es una verdadera araña
hilando sin parar. Vamos a ver cómo
teje dos historias en las que se
encuentra consigo mismo, pero a
edades diferentes.
A los cincuenta años recuerda que,
veinte años atrás, en una fiesta
de vecinos se encontraba una joven
que lo transportaba a estados de
embeleso. Quería lucirse y brillar
ante ella, en aquel entonces esto
era absolutamente necesario para
él. Pero al entrar al salón, en
lugar de señales de admiración,
se encontró con la compresión de
las tías, las bromas de sus primas
y la ironía vulgar de todos los
nobles de la vecindad. Un periodista
se había ocupado de uno de sus cuentos
con unas palabras llenas de indulgencia,
pero dando a entender que le faltaba
talento.
La publicación había caído en las
manos de los presentes y todos conocían
su contenido. Le daban más crédito
al crítico, naturalmente, porque
era un escritor de mucho éxito.
Esa noche Gombrowicz no sabía dónde
esconderse, se sentía impotente,
pero no porque la situación le viniera
grande, sino porque era irrefutable,
no merecía refutación. Igualmente
sufría, sufría y tenía vergüenza
de su sufrimiento. A pesar de que
ya, por aquel entonces, sabía arreglárselas
con demonios más peligrosos, en
este asunto se hundía descalificado
por su propio dolor.
Al Gombrowicz cincuentón le hubiera
gustado ponerse detrás de aquel
otro veinteañero para que se sintiera
completado por el sentido futuro
de su vida. Estaba en la Costanera
mirando el Río de la Plata. El Gombrowicz
viejo hubiese querido ayudar al
joven completándolo con su madurez,
pero se sentía incompleto, distante,
amargado y retrasado a orillas de
la costa americana.
La otra historia tiene un tono parecido.
A los cincuenta y nueve años Gombrowicz
recuerda que, veinticuatro años
atrás, había partido del puerto
de Gdynia con rumbo a Buenos Aires.
Hoy estaba regresando a Europa en
el Federico Costa, y le temía al
encuentro que inevitablemente tendría
con ese Chrobry en el que viajaba
un Gombrowicz de treinta y cinco
años. Al Gombrowicz sexagenario
también le hubiera gustado ponerse
detrás de aquel otro treinteañero
para ayudarlo a completarse, pero
está confuso, no sabe si está preparado
para ese encuentro.
Las dos historias tienen cierto
parecido. En ambas, el viejo le
lleva al joven la misma cantidad
de años, aproximadamente. Pero en
la última historia el viejo está
más completado que en la primera,
es más maduro, está en mejores condiciones
de ayudar al joven, pero no lo ayuda.
Y no lo ayuda porque esa mayor madurez
de Gombrowicz tenía las manos vacías,
se estaba desmoronando por su alejamiento
de la Argentina.
Después de treinta y cinco años
Gombrowicz regresaba a Francia y
se encontraba con un joven de veinticuatro
años que había descuidado sus estudios,
que se había hecho amigo de unos
tratantes de blancas, y casi va
a parar a la cárcel. A este joven
se le está acercando un señor de
cincuenta y nueve años cuya obra
de escritor ya tenía un lugar en
el mundo, y que nos estaba abandonando
después de veinticuatro años de
vida en la Argentina. ¿Podría finalmente
derrotar a París? Mientras que en
aquel lejano 1928 ese joven un poco
arrogante se sentía puesto en una
situación inferior, este hombre
maduro de hoy nos está diciendo
desde Francia que todo terminó.
El círculo estaba cerrado, la victoria
era fulminante, Gombrowicz reinaba
ya en los salones y en la literatura.
Nosotros mismos crecimos con esta
victoria pues se nos estaba confirmando
que allá, en el ombligo del mundo,
el héroe de "Ferdydurke", como él
nos escribe al poco tiempo de llegar,
pertenecía ya a toda la humanidad.
Alguna persona mal intencionada
podría argüir que el Gombrowicz
de las alforjas vacías que viajaba
a bordo del Federico Costa, del
que habla él, no es el mismo que
desembarca en Francia, del que hablo
yo. Sin embargo, estos dos Gombrowicz
están separados por el escaso tiempo
de un mes, no podían ser, pues,
tan diferentes. También es cierto
que los jóvenes de los encuentros
son distintos, el de la historia
de Gombrowicz es el que abandona
Polonia en 1939, y el de la mía
es el que hace el peregrinaje a
Francia en 1928, pero de la relación
que existe entre estos dos jóvenes
ya hablamos en otro momento. Mientras
estamos dando vueltas alrededor
de estos encuentros la araña sigue
tejiendo y nos atrapa como a una
mosca.
"En el café Rex, en Buenos Aires,
al que iba a menudo a jugar al ajedrez,
solía ver a un joven brasileño,
muy delgado, de una timidez enfermiza,
y que hablaba tan bajito que nadie
sabía bien lo que estaba diciendo.
Por delicadeza, se le respondía
al azar, y, a salto de mata, el
diálogo iba avanzando. Un día lo
abordé: –¿Sabe usted que nunca le
ha hablado a nadie en toda su vida?"
La incomunicación entre el viejo
y el joven Gombrowicz también estaba
relacionada con la inexpresividad
del lenguaje. El hombre viejo y
el hombre joven casi no tienen nada
en común, pero el lenguaje del hombre
viejo es casi igual al del hombre
joven, y esto es así porque el lenguaje
no expresa la existencia individual
del hombre, el lenguaje carece de
expresividad. Por lo tanto, Gombrowicz
sabía de antemano que los intentos
de poner al Gombrowicz viejo en
contacto con el joven Gombrowicz
estaban destinados al fracaso, pero
la araña tenía que tejer.
EL
SEÑOR BARBAVERDE
A pesar de las cosas que escribió
el Pato Criollo en el prólogo de
"Gombrowicz, este hombre me causa
problemas", y a pesar de las cosas
que escribí yo en el epígrafe de
este mismo libro, la fuerza de las
cosas me obliga a aceptar que me
he convertido en un escritor.
"Y la sospecha es irreversible,
ella también hace real el tiempo:
no se vuelve atrás a un mundo de
sentido pleno y confiable. No hay
más remedio que seguir adelante,
y el impulso infinito hace de Goma,
que era el no escritor por excelencia,
un escritor"
Eso dice el Pato Criollo, yo digo
todo lo contrario.
"En cuanto al libro. Yo no sé por
qué o para qué escriben los escritores,
yo no soy escritor. Este libro lo
escribí para transformar un poquito
al mundo, para que los argentinos
y los polacos que lo lean sean un
poquito mejores después de haberlo
leído"
Después de ingresado al gremio de
los hombres de letras me dispuse
de inmediato a averiguar cuál era,
verdaderamente, el propósito que
tenían los escritores cuando escribían.
|
Ese
asunto de transformar un poquito
el mundo no me convencía demasiado,
pero a pesar de que mis intenciones
parecían buenas tropecé enseguida
con algunas dificultades.
"Puedo decir, no sin un perverso
placer, a mis colegas de la pluma
que escriben para la humanidad,
que jamás he escrito una sola palabra
con un objetivo que no fuera egoísta;
no obstante, en cada ocasión la
obra me traicionaba y se separaba
de mí"
Esto piensa Gombrowicz, pero el
Pato Criollo, aunque no la contraria,
piensa otra cosa.
"La literatura comercial debe tener
como condición ineludible una completa
sinceridad, pues si hay una gota
de ironía el lector lo huele de
lejos y deja la novela. Esta es
la razón por la que mis libros fracasan
totalmente, pero ya estoy resignado
a eso.
No es mi intención reírme del mundo,
no sé bien para qué escribo, pero
sería más bien para una exploración
de mi mismo, para entenderme y para
entender mi vida"
Me pareció que debía seguir indagando
sobre el propósito que tienen los
hombres de letras cuando escriben,
pero un comentario que me hizo la
Hierática acerca de la última novela
del Pato Criollo interrumpió mis
cavilaciones.
No es la primera vez que esta hermosa
mujer me ayuda a pensar, hace un
tiempo me sacó de la cabeza una
idea preocupante que se me había
formado: –El Pato Criollo ha desaparecido,
vas a ver que ese extraviado se
va a suicidar; –No digás macanas,
Goma, si acaba de publicar "La cena".
Le pregunté a la Hierática si "La
cena" tenía algo que ver con "El
gran salmón": –No, "El gran salmón"
según me dijiste transcurre en Rosario
y esta novela transcurre en Coronel
Pringles. En cierto momento se produce
una gran revolución en el cementerio,
los muertos salen de las tumbas
y atacan al pueblo. Le abren la
cabeza a los vecinos y le chupan
las endorfinas, los zombis resultan
invencibles.
Sin embargo, en un momento determinado
una señora anciana reconoce a uno
de los muertos que se le está viniendo
encima: –Pero si éste es el colorado
Pereira. Los viejos comienzan a
identificarlos a uno por uno y los
zombis derrotados vuelven a las
tumbas.
El último proyecto de Aira que yo
conocía era el de "El gran salmón":
–¿Y vos, qué estás haciendo, César;
–Y, estoy escribiendo, como siempre;
–¿Y ya tenés el título?; –Y, sí,
se llama "El gran salmón"; –Ah,
una novela de pesca; –No, no, es
un salmón intergaláctico, se viene
para acá nomás; –Caramba, pero,
¿habla?; –No, no, tiene un gran
tamaño, mide cincuenta mil millones
de años luz; –Por favor, está lejísimos,
entonces; –No, acá nomás, a quince
kilómetros de Rosario.
Esta conversación la había tenido
con el Pato Criollo en el año del
centenario de Gombrowicz. Pasó el
tiempo y otra vez, en cambio de
aparecer "El gran salmón" aparece
después de "La cena" otra novela
en la que narra las desventuras
de un joven escritor cuyo destino
queda ligado a la conducta contradictoria
de un editor. El editor recibe con
entusiasmo la primera novela del
autor, una historia que le parece
genial, y le promete la firma del
contrato en no más de dos semanas,
pero las cosas no suceden así.
Los contactos entre el escritor
y el editor se van haciendo cada
vez menos frecuentes, de semanas
pasan a meses y de meses a años,
sin embargo, el entusiasmo y la
delicadeza con los que el editor
trata al autor aumentan con el transcurso
del tiempo.
Pero es justamente el transcurso
del tiempo el que hace pasar al
escritor de la condición de joven
promesa a la de autor entrado en
años y, como si fuera poco, lo convierte
en un escritor malogrado para siempre,
una historia con un marcado aire
kafkiano que me trajo a la memoria
"Un artista del hambre". Kafka narra
en este cuento los infortunios de
un hombre que ayuna por falta de
apetito y que es exhibido en público
como una rareza llamativa. Al final
del relato ya nadie se interesaba
por él y lo barren junto a la basura.
A mí me seguía dando vueltas en
la cabeza la historia de ese salmón
intergaláctico que se había aparecido
a quince kilómetro de Rosario, pero
la espera terminó, hace unos días
la Hierática me cuenta: –Apareció
"El gran salmón". Y aquí me di cuenta
de que nosotros, los escritores,
en vez de pensar en las ideas principales
algunas veces pensamos en las secundarias
pues yo, en vez de pensar en el
salmón intergaláctico cuando recibí
la noticia, pensé en Rosario.
Y pensé en Rosario por una obsesión
descomunal que se le había formado
a Gombrowicz con esta ciudad tan
simpática. Al regreso de unas vacaciones
que había pasado en las Cataratas
del Iguazú hace una escala en Rosario,
y la ciudad lo recibe de una manera
sorprendente. Cuando le pregunta
a un transeúnte dónde podía desayunar
el pobre hombre consultado emite
unos sonidos guturales e incomprensibles,
Gombrowicz piensa que es un sordomudo
y sigue su camino. Con el segundo
transeúnte que tropieza tampoco
tiene suerte, esta vez el hombre
sorprendido balbucea: –Uoebeeeaglugluglu.
Piensa que a lo mejor es una estratagema
preparada por los hombres de letras
que no le tenían simpatía, no podía
entender cómo en un trayecto tan
corto se hubiera encontrado con
dos sordomudos. Con mucho temor
intercepta al tercer transeúnte,
pero éste le contesta en forma humana.
"Rosario es la más fea de las grandes
ciudades argentinas; en cuanto a
cantidad de habitantes, iguala a
Varsovia, pero es pueblerina hasta
la médula de los huesos. Es curioso:
toda esa masa de gente hasta ahora
no ha creado ningún movimiento cultural,
artístico, aunque tiene una universidad,
y no se trata de una urbe obrera,
sino de una ciudad de empleados,
comerciantes, vendedores ambulantes
y empresarios de todas clases. Pero
sus necesidades espirituales quedan
satisfechas con el juego de billar.
Cada país tiene su monstruo. En
Rosario a cada paso se puede ver
al monstruo representativo de la
Argentina: es un tipo regordete,
mofletudo, de mejillas rubicundas
y brillantes, un bigotito negro
de tenor, el pelo engomado, ojos
sensuales, con un reloj, un anillo,
de elocuencia fácil y abundante,
de una familiaridad y cordialidad
afectadas, que aspira la sopa, se
hurga los dientes con un palillo
y está encantado consigo mismo...
¡Dios mío! ¡Qué monstruo! ¡Emana
una idiotez imposible de soportar!
Comercio, balance, presupuesto,
saldo, inversiones, crédito, inventario,
cuenta, neto, bruto, sólo esto,
únicamente esto, toda la ciudad
está bajo el signo de la contabilidad.
La vulgaridad de América, la América
gorda"
En "Las aventuras de Barbaverde"
el Pato Criollo también piensa en
Rosario, pero piensa de una manera
diferente. Esta ciudad tiene para
él algo de mágico y de raro, y tiene
también una fuerza magnética que
lo inspiró para escribir una novela
a la que dio en llamar "Los misterios
de Rosario".
Todo comienza y termina en la ciudad
de Rosario, en la que un periodista
joven recibe el encargo de entrevistar
al señor Barbaverde hospedado en
el Hotel Savoy y cuyo rostro nadie
jamás había visto, un verdadero
representante del bien que intenta
detener los diabólicos designios
del representante del mal por excelencia,
el malvado profesor Frasca que se
propone dominar al mundo desacreditando
el poder del señor Barbaverde haciendo
todo lo posible para que nadie lo
tome en serio.
Obedeciendo las órdenes de Frasca
aparece un salmón de grandes proporciones
sobre el cielo de Rosario, mientras
otros fenómenos también perturban
el orden del cosmos: aparecen juguetes
que se transforman en personas,
personas que se desprenden de una
pantalla, las pirámides de Egipto
se multiplican y avanzan por el
desierto... un gran desorden hace
peligrar a la humanidad.
El tremendo volumen del gran salmón
lo hace visible desde cualquier
parte de la tierra, había surcado
la inmensidad del espacio a la velocidad
de la luz para estrellarse en Rosario
con la intención de destruir el
mundo, justo enfrente de esa ciudad
que Gombrowicz despreciaba por su
monstruosidad pero a la que el Pato
Criollo tanto quería.
Yo creo que el propósito del malvado
profesor Frasca hubiera entusiasmado
muchísimo a Gombrowicz, no sé cuánto
lo entusiasmó al Pato Criollo pues
le opuso la voluntad del representante
del bien, el señor Barbaverde, para
que no realizara el mal en Rosario
y tampoco en la tierra.
En todo caso, para presentar "Las
aventuras de Barbaverde" el Pato
Criollo viajó a España e hizo declaraciones
a los periodistas tan fúnebres como
inesperadas, mientras se encaminaba
a la editorial Mondadori para encontrarse
con sus colegas de letras de molde.
"Se me acabó la cuerda, como lo
que hacemos los escritores no tiene
un fin práctico, las ganas que tengo
de escribir se me están terminado,
son muy volátiles"
UN PUÑETAZO EN UN OJO
"Gombrowicz creó un círculo y utilizó
su obra para crear su fama, lo que
no era tan difícil, debido a que
su figura tenía rasgos promocionables
muy evidentes. No había manera de
que a largo plazo la intelectualidad
argentina se abstuviera de caer
rendida a sus pies, independientemente
de lo que pudiera pensar de sus
libros"
Estaba leyendo estas palabras escritas
de puño y letra por el Casanova,
un integrante del grupo de gombrowiczidas
al que di en llamar los siete magníficos,
y me vino a la cabeza una idea que
no es tan descabellada como pudiera
parecer a primera vista.
Hasta el día de hoy la página en
blanco ha sido la primera amenaza
que enfrenta el hombre de letras
cuando empieza a escribir, una amenaza
que va disminuyendo a medida que
las va llenando, pero la última
amenaza no está bien definida hasta
el momento.
Supongamos que al terminar el trabajo
las últimas palabras tuvieran la
posibilidad de darle al escritor
un fuerte puñetazo en un ojo, para
el caso que hubiese escrito tonterías
naturalmente. Esta posibilidad,
no puede ser de otra manera, debiera
condicionar en parte la actitud
del autor.
Yo creo que el Casanova hubiera
tratado de reflexionar un poco más
si hubiese tenido que enfrentarse
con la perspectiva de recibir un
puñetazo en un ojo. Pero no siempre
la perspectiva de enfrentarse con
ese tipo de puñetazo le hace cambiar
el texto a un escritor, no creo
por ejemplo que la perspectiva de
recibirlo de un ciudadano alemán
le hubiera hecho cambiar a Gombrowicz
ni media palabra de un pasaje de
los diarios que escribe en Berlín.
A Gombrowicz se le estaba presentando
un problema bastante peliagudo cuando
se ponía a analizar una naturaleza
de los alemanes que le aparecía
como contradictoria y a la vez concurrente,
un asunto al que debía encontrarle
alguna solución literaria en los
diarios que estaba escribiendo.
"Me llevaron a una prisión y me
mostraron una habitación corriente,
luminosa, con unas anillas de hierro
en el techo que servían para colgar
de ellas a quienes luchaban contra
Hitler, o quizás no para colgar,
sino para asfixiar"
Tenía una confusión sobre si colgaban
o asfixiaban a los prisioneros,
como se tiene en los lugares donde
la naturaleza se vuelve fantástica.
Por las calles de una ciudad profundamente
moral tenía también que ver perros
y hombres monstruosos junto a una
voluntad admirable de ser normales.
El año nuevo de 1964 lo pasó con
un grupo de jóvenes en la casa de
un pintor. Y es aquí donde empieza
a darle vuelta a las manos, ve a
esos jóvenes nórdicos encadenados
a sus propias manos, una manos por
otra parte perfectamente civilizadas.
"Y las cabezas acompañaban esas
manos como una nube acompaña la
tierra (no fue una sensación nueva,
ya en alguna otra ocasión, en la
Argentina, Roby Santucho se me había
asociado, identificado con sus propias
manos)"
Eran unas manos nuevas e inocentes
y, sin embargo, iguales a aquellas
otras sangrientas. Manos amistosas,
fraternales y amorosas, como las
de aquel bosque de manos alzadas,
tendidas hacia delante en su heil,
en las que también había amor.
Pero en estos jóvenes alemanes de
hoy no tenían ni una sombra de nacionalismo,
era la juventud más madura que había
visto jamás.
Una generación que parecía no engendrada
por nadie, sin pasado y suspendida
en el vacío, sólo que seguía encadenada
a sus propias manos, unas manos
que ya no mataban, sino que se ocupaban
de gráficos, de la contabilidad
y de la producción. Eran ricos.
"Para llenar una laguna de mi alemán
chapurreado cité el Hier ist der
Hund begraben (Aquí está el perro
enterrado) de Goethe, y enseguida
vino a pegárseme un perro enterrado,
no, no exactamente un perro, sino
un muchacho igual que ellos, de
su edad, que podía estar enterrado
en algún lugar próximo, a orillas
del canal, debajo de las casas,
donde una muerte joven debió ser
muy frecuente en el último combate.
Ese esqueleto estaba en algún lugar
cercano... Y al mismo tiempo miré
la pared y vi allá, en lo alto,
casi tocando el techo, un gancho
clavado en la pared, clavado en
una pared lisa, solitario, trágico
como aquellas anillas de hierro
de las que colgaban o asfixiaban
a los que luchaban contra Hitler"
Ese año nuevo en Berlín le resultó
plácido, sin la presencia del tiempo
ni de la historia. Sólo aquel gancho
en la pared, el esqueleto fraterno
y esas manos se le asociaban con
las paradas militares amorosamente
mortales. De esos jóvenes se habían
extraído unas manos puestas en la
avanzada de un bosque de manos que
mostraban el camino hacia delante.
"Aquí y ahora, en cambio, las manos
estaban tranquilas, desocupadas,
eran privadas, y, sin embargo, los
vi de nuevo encadenados a sus manos
(...) En realidad no sabía a qué
atenerme: nunca había visto una
juventud más humanitaria y universal,
democrática y auténticamente inocente...,
más tranquila. Pero... ¡con esas
manos!"
LA PRIMERA
VEZ
En el año 1957 Gombrowicz me escribe
la primera carta, me la manda desde
Tandil. Buscando un alivio para
sus bronquios atacados por el asma
Gombrowicz se nos va a Tandil. Algo
había que lo atraía en esa ciudad
del sur, como la lámpara que atrae
a las mariposas. Pasó cinco temporadas
por allá entre los años 1957 y 1960,
en total unos diez meses más o menos,
y convirtió a Tandil en un lugar
mítico.
Claro, fueron los jóvenes tandilenses
los que atrajeron a Gombrowicz,
él andaba detrás de una actualización
permanente de su inmadurez porque
la inmadurez no se puede aprender
leyendo libros por más inspirados
que sean. La barra del Rex de Buenos
Aires empezó a saber algo de la
gente de Tandil cuando Gombrowicz
nos escribe desde allá.
"Ocurre que me fui al diario Nueva
Era y hablé con el Director preguntando
si hay ambiente, entonces me dijo:
‘Cómo no habrá, si tenemos al gran
Salceda’ así que me fui a ver a
Salceda quien resultó Bolche y colaborador
de Propósitos pero igual nos hicimos
amigos y conocí a Isidro D. Alperta.
Ahora, Alperta me presentó a Farías,
Farías a Mejía y Mejía a Rohel (...)"
Pero Gombrowicz siempre tuvo dos
versiones para dar cuenta del mismo
asunto, otra cosa es la que escribe
en el "Diario".
"En un edificio vi un anuncio pequeño;
‘Nueva Era, periódico diario’. Entré.
Me presenté al redactor, pero no
tenía ganas de hablar, tenía sueño
y por eso no me expresé muy felizmente
que digamos. Dije que era un "escritor
extranjero" y pregunté si en Tandil
había alguien inteligente a quien
valiera la pena conocer."
Para los de Buenos Aires algunas
de las cosas que ocurrieron en Tandil
se volvieron legendarias: el asombro
de Gombrowicz cuando supo, casi
recién llegado a Tandil, que el
Asno había leído "Ferdydurke"; la
compota de Flor de Quilombo que
protegió a Gombrowicz de sus ensueños
con su propia muerte; la ceremonia
que armó Deolinda de Mauro en su
casa celebrando la llegada del contrato
de Julliard para editar "Ferdydurke"
en París.
Tandil, octubre de 1957
Niños, aquí estoy en Tandil, llegue
más o menos, paré en el hotel Continental,
100 $ diarios, pero ya me mudé,
ahora vivo allí abajo donde termina
la gran avenida que se ve bien y
donde está la gran puerta de entrada
a la montaña, yo vivo justo al lado
de la puerta y pago 25 diarios sin
comida la cual me saldrá 50 más.
Ocurre que me fui al diario Nueva
Era y hablé con el Director preguntando
si hay ambiente, entonces me dijo:
"Como no habrá, si tenemos al gran
Salceda" así que me fui a ver a
Salceda quien resulto Bolche y colaborador
de Propósitos pero igual nos hicimos
amigos y conocí a Isidro D. Alperta.
Ahora, Alperta me presentó a Farías,
Farías a Mejía y Mejía a Rohel,
yo deslumbraba uno por uno con 1)
París 2) Ocampo 3) en general pero
claro está matizado con mucha sencillez
"che viejo" "que tal" y otras cosas
por el estilo. Es triste que son
bastante ordinarios. Hoy a la noche
me voy al Ateneo Rivadavia donde
habrá reunión social en mi honor
y quién sabe si no me mandaré un
discursito. Al día siguiente: la
reunión era así no más pero la bibliotecaria
me dio la dirección de un poeta
joven que se está preparando para
el bachillerato y hoy me fui a verlo
y le dije: vea joven, soy un famoso
escritor extranjero y necesito un
secretario así que venga hoy a las
4 al café Rex (casualmente así se
llama) y llame otros jóvenes poetas,
que vengan todos. El joven muy alborotado
me juró fidelidad, así que, supongo,
lo tendré aquí de Gómez y aún quién
sabe si no lo bautizaré "Gómez".
Hay también un rubio pero lo guardo
para cuando habrá que llevar la
valija. Tengo un departamento muy
mono, pieza, cocina, baño, solo
por $25 diarios justo al lado de
la gran puerta que conduce a la
montaña y al lado del parque así
que ante mi toda la ciudad y me
hundo en arboles y flores alabando
a Dios y muy recuperado de salud.
A Dios, pibes, salud. Yo
Tandil, 23 de octubre de 1957 (Postal)
Aquí vivo, abajo, donde termina
la gran avenida. Todo más o menos
bien pero no sé qué pasa, algo no
muy claro, hoy vino y dijo que le
dará a patadas a Panagotto, ahora
Dipi y Buffalo sostienen que no
era él sino Bianchotti, quién lo
sabrá, me piden consejo pero que
consejo puedo dar, además hay que
andar con cuidado porque hay no
sé qué en el ambiente y lo de Leoplán
y Ricardone también me resulta algo
raro que digamos. Veremos. Mi valija
manda saludos a su changador (el
Alemán) y yo a los demás infelices
del Rex??? !!! ??? !!! Qué sé yo...
La cena. La muela. El paseo y la
confitería.
EL PRINCIPIO DE COMPLEMENTARIEDAD
Un integrante del club de gombrowiczidas,
al que apodé el Abanderado, no por
el apellido ilustre que lleva, sino
porque es el único gombrowiczida
que se atrevió a decir una cosa
increíble.
"Gracias, Juan Carlos, por el material
sobre Gombrowicz, a quien en realidad
no he leído, cosa que en mi caso
no significa nada, dado el enorme
déficit que arrastro. Pero estamos
a tiempo. Un abrazo"
Pero el Abanderado, a más del de
Gombrowicz, tiene otro capiti diminutio
fundamental según él mismo lo siente:
con tono lastimero le confesaba
a un periodista la admiración que
siente por la filosofía de la ciencia
física, y también su imposibilidad
de comprenderla pues sus conocimientos
de matemática son muy elementales.
Si el Abanderado hubiese leído a
Gombrowicz hubiera descubierto que
ésta no es una verdadera dificultad.
En efecto, los conocimientos de
matemática de Gombrowicz eran menos
que elementales, ya desde joven
había manifestado un antitalento
muy marcado para asimilar las ciencias
exactas, una incompetencia que no
se le atenuó con el tiempo, sino
todo lo contrario.
Se paseaba con una aparente seguridad
por las teorías de la física: la
cuántica, la ondulatoria, la de
la relatividad, aunque reconocía
que cualquier cuestionario de lo
más elemental lo hubiese puesto
en verdaderos apuros.
Vivió un momento de la historia
en el que ya habían fermentado todas
las revoluciones del pensamiento
que tuvieron lugar en los cien años
que van entre la mitad del siglo
diecinueve y la mitad del veinte,
y aunque Gombrowicz no era científico
ni filósofo quedó muy afectado por
todo esto.
En el año 1969 Gombrowicz da un
curso de filosofía en Vence en el
que trata con cordialidad a Kant
y a Husserl, los científicos de
la filosofía, y con descortesía
a Sartre, el filósofo de la existencia.
Kant tiene que vérselas con el empirismo
de Hume y con la ciencia fisicomatemática
de Newton, y su pensamiento termina
oliendo a mecánica racional.
Un siglo después las cosas se habían
puesto bastante turbias con el historicismo
de Hegel y el positivismo de Comte.
La mecánica racional, como una víbora,
estaba cambiando de piel, aparecen
la mecánica cuántica y la ondulatoria,
y también la relatividad. Einstein,
Planck, Bohr, de Broglie y Heinsenberg
deciden darle un golpe maestro a
Newton, pero no mortal, sólo convierten
a su mecánica racional en un caso
particular. El pensamiento filosófico
había pasado de la claridad kantiana
a la oscuridad.
Entonces aparece Husserl y prende
la luz. La razón se estaba convirtiendo
en la sirvienta de un mundo premeditado
al que trataba de servir con mucha
gentileza. Un razonamiento tan devaluado
no podía serle útil a la nueva filosofía.
Aunque Gombrowicz no le dedica una
clase especial a Husserl, habla
de este filósofo para introducir
el existencialismo. Mientras a él
le habían puesto un cero en álgebra
y trigonometría en su época escolar,
Husserl se doctoró en matemática
con "Contribución al cálculo de
las variaciones".
Con este cálculo de las variaciones,
es decir, de las combinaciones,
que sirve para determinar la probabilidad
de ocurrencia de un suceso físico
empieza una danza que todavía hoy
seguimos bailando.
El Natura non facit saltus había
imperado desde el tiempo de los
griegos, la naturaleza no crea especies
ni géneros absolutamente distintos,
existe siempre entre ellos algún
intermediario que los une al anterior.
Pero cuando Planck sienta el principio
de que la materia no puede emitir
radiación más que por cantidades
finitas, por granos, por cuantos,
y Heinsenberg nos muestra que sólo
podemos conocer la probabilidad
de existencia y no la existencia
de la partícula misma, la naturaleza
empieza a saltar.
Gombrowicz queda deslumbrado con
la naturaleza granulada de la energía
y entonces se propone construir
una moral granulada.
Puesto que la cantidad de los que
sufren le pone límites al dolor,
lo fragmenta y lo disuelve, y como
el sentimiento que pone al hombre
en contacto con el dolor del otro
proviene de una reflejo moral, entonces,
debe disponerse de una moral limitada,
fragmentaria, arbitraria e injusta,
una moral que por su naturaleza
no es continua sino granulada. Este
tipo de moral es la que Gombrowicz
utilizaba para enfrentar todos los
excesos, especialmente los ideológicos.
También queda sobrecogido con el
principio de indeterminación de
Heinsenberg tan ligado al azar y
a la probabilidad, y aunque Einstein
andaba exclamando por ahí que Dios
no juega a los dados, esta concepción
sigue siendo fundamental en la física
actual. Gombrowicz busca y encuentra
en sus reflexiones sobre la forma
algo parecido.
En el encuentro de una persona con
otra hay una zona determinada de
la conducta, de la que se ocupan
la psicología y la antropología,
y una esfera en la que el comportamiento
no está determinado de antemano,
se va ajustando poco a poco y pasa
de un cierto caos a una estructura
probabilística en la sobresale el
azar sobre el determinismo, y en
la que cada participante del encuentro
define en el otro una función.
Este bamboleo existencial le presenta
a Gombrowicz un problema parecido
al que había resuelto Bohr con su
noción de complementariedad para
el caso de los protones y de los
electrones. Las partículas atómicas
hay que describirlas, ora con la
imagen corpuscular, ora con la imagen
ondulatoria, y esto debe hacerse
así por que estas dos imágenes contradictorias
son concurrentes.
Las relaciones de indeterminación,
que son una consecuencia del cuanto
de acción, no le permiten a las
imágenes entrar en un conflicto
directo. Cuanto más se quiere precisar
una imagen por medio de observaciones,
más la otra se hace necesariamente
vaga. Las propiedades corpusculares
y ondulatorias no entran jamás en
conflicto porque no existen al mismo
tiempo, son aspectos que se contradicen
y se completan de manera complementaria.
Esta concepción contradictoria y
complementaria de los fenómenos
físicos está presente en el espíritu
de la época, la época de la juventud
de Gombrowicz, un espíritu que Gombrowicz
expresa a su modo cuando se extraña
de estar tan definido y tan indefinido
al mismo tiempo.
Cuando se va de la Argentina siente
que puede decir sobre ella una cosa
u otra distinta y hasta contraria,
veinte millones de vidas en todas
las combinaciones posibles es demasiado
para la vida de un solo hombre.
Quizás la Argentina lo atrajo porque
se encontró en ella sin dinero,
o porque había perdido los privilegios
de los que gozaba en Polonia, o
por la indolencia de su forma, o
por su cruel brutalidad, no lo sabe.
Navegando hacia Europa nos habla
como si se hubiese terminado todo,
pero poco después escribe:
"Observe Goma lo que es el poder
del verbo. Al leer el párrafo de
su última dedicado a Flor de Quilombo
comprendí enseguida, de repente
y con claridad meridiana que no
hay motivo para que yo me quedara
en Europa, pues París es demasiado
caro y además me cansa, otras ciudades
no interesan, ahora si me voy a
España puedo lo mismo volver a la
Patria y no se ve de veras, por
que tuviese yo estar en España y
no en la Argentina (..) Así que
de todos modos pienso establecerme
en la Argentina. Imagínese Goma
lo que hizo su carta, curioso no
es cierto, le doy mi palabra que
hasta este momento ni pensaba volver,
escribí últimamente a Giedroyc para
que me busquen alojamiento para
el año próximo en Maisons Laffitte
(París). Pero qué voy a hacer yo
en esta Europa de mierda que se
me ofrece como un vacío infinito
donde todos los lugares son buenos
–y malos– a la vez"
UNA CUESTIÓN DE PRÓLOGOS
El prólogo que escribió el Pato
Criollo para "Gombrowicz, este hombre
me causa problemas" resultó un poco
enigmático. A pesar de los ruegos
reiterados que le estuvimos haciendo
durante un cierto tiempo tanto yo
como mi propia familia, no hubo
caso, no supo, no quiso o no pudo
cambiarlo, mejor dicho, le cambió
algunas palabras pero el resultado
fue el mismo.
En un almuerzo que tuvimos para
celebrar el fin del año 2003 y la
conclusión de lo que de ahora en
adelante llamaré el galimatías,
el Pato Criollo me dijo mientras
me lo entregaba: –Me parece que
este galimatías, perdón, que este
prólogo, le va a traer algunos contratiempos
a nuestra amistad. Y así ocurrió.
Tenía dos alternativas para concebirlo,
escribir sobre "Gombrowicz, este
hombre me causa problemas" o escribir
sobre Gombrowicz, pero ese conspicuo
hombre de letras, probablemente
atolondrado por la responsabilidad,
se las ingenió para no escribir
ni sobre una cosa ni sobre la otra,
es decir, él creyó que estaba escribiendo
algo sobre Gombrowicz cuando en
realidad estaba dándole vueltas
al galimatías indigerible en el
que la palabra "poseur" y sus derivados
tienen un papel estelar. Esta inclinación
a ver en Gombrowicz un hombre que
siempre está en pose es propia de
los escritores argentinos borgianos,
el Buey Corneta, pongamos por caso,
cuando habla de Gombrowicz se regodea
utilizando el vocablo "posado".
El quilombo que arma el Pato Criollo
con la ambigüedad y la sospecha,
la representación y el desdoblamiento,
la heterogeneidad y el objeto, es
de película, le va borrado sistemáticamente
los contornos a Gombrowicz hasta
que al pobre polaco no le queda
más remedio que desaparecer quedándose
el lector con una nube de humo entre
las manos.
¿Por qué los escritores argentinos
no saben hablar de Gombrowicz? ¿Será
por eso que no fueron a la mesa
redonda de la Feria del libro para
contestar la pregunta de si Gombrowicz
era un escritor polaco o argentino?
¿Será por eso que el Boxeador Amateur
se tomó las de Villadiego?
"Ando enloquecido, Ferdy aparece
el 10 de noviembre en París, precedida
por una publicación de Lettres nouvelles,
ahora ocurre que sin avisarme han
metido en el libro un prefacio,
lo que me enfureció, mandé telegrama
exigiendo que lo saquen a toda costa,
el príncipe se enfermó, Nadeau asustadísimo,
ahora después leí otra vez el prefacio
y me pareció tan bueno que estoy
temblando que lo van a sacar y ya
mandé otro telegrama. Ahora nada
sé, todo está en manos de Dios"
El prefacio lo había escrito el
Príncipe Bastardo, un texto que
finalmente apareció en la edición
francesa de "Ferdydurke".
Y bien, yo sigo el camino de Gombrowicz,
también el prólogo del Pato Criollo,
a pesar de las reservas que le opuse,
apareció en "Gombrowicz, este hombre
me causa problemas", y no tuve que
temblar en ningún momento.
Sin embargo, hay algo que nunca
hice, poner en conocimiento del
club de gombrowiczidas el escrito
del Pato Criollo, y creo que ha
llegado el momento de hacerlo, a
ver si a ustedes les parece tan
bueno como el del Príncipe Bastardo
se lo pareció a Gombrowicz.
EL PATHOS DE UNA IDEA
Los personajes en la escena no actúan
para imitar caracteres, sino que
reciben los caracteres como un accesorio,
a causa de las acciones. Las acciones
y la fábula son el fin de la tragedia...
Sin acción no puede haber tragedia,
pero puede haberla sin caracteres,
más o menos así pensaban los griegos.
Sartre está de acuerdo con esta
manera de ver las cosas, Gombrowicz
sólo en parte, y sólo en parte porque
para él también el relato, es decir,
la fábula es un elemento accesorio.
La narración en Gombrowicz tiene
un aspecto diferente, no tiene caracteres
y la historia es accesoria, mientras
que en la de Sartre la historia
representa su ideología.
Sartre se ocupa especialmente de
destruir el carácter, para él no
existe el carácter, sólo para otra
persona aparecemos como un carácter,
como una sustancia psíquica. Pero
Sartre rechaza las sustancia en
cualquiera de sus formas: el carácter,
el temperamento o la naturaleza
humana. La herencia, la educación,
el ambiente y la constitución fisiológica
no son más que los grandes ídolos
explicativos de nuestra época porque
corresponden a una interpretación
sustancialista del hombre. Gombrowicz
tampoco le tiene un gran apego a
las sustancias.
Sin embargo, ninguno de los dos
quiere desmenuzar al individuo hasta
convertirlo en una especie de polvo
psíquico, Para uno el individuo
vendría a ser algo así como una
unidad de responsabilidad, para
el otro una unidad de inmadurez
y de forma.
El carácter es para ambos sólo una
sustancia que se nos aparece como
una caricatura, en cambio, la unidad
personal, tanto en Gombrowicz como
en Sartre, es unificadora, y esta
unificación es anterior a la diversidad
que unifica.
La formación inicial de la obra
en la cabeza de Gombrowicz es idéntica
a la formación de la realidad en
la mismísima obra, aunque no siempre
tiene conciencia de los elementos
que participan en ella. La correspondencia
de esta formación en su conciencia
y en la realidad de la obra le aseguran
a esta unificación una antelación.
La literatura dramática de Shakespeare,
de Goethe, de Racine se funda sobre
caracteres de estructuras definidas,
que determinan las acciones en circunstancia
dadas. Pero Gombrowicz y Sartre
se convirtieron en autores dramáticos
sin utilizar caracteres.
Gombrowicz liquida la sustancia
de los caracteres con la forma y
con las palabras. Y Sartre liquida
la sustancia de los caracteres echando
mano a uno de los rasgos más característicos
del existencialismo: su total indiferencia
y aun desprecio por la ciencia empírica.
En el existencialismo la ciencia
ha sido devorada por la filosofía
moral.
La trama no tiene mucha importancia
en la obra de Gombrowicz, la utiliza
sólo como pretexto. Tampoco la tienen
los caracteres, lo importante para
él es la acción, por eso toda su
creación, también las novelas y
los cuentos, tiene esa marcada característica
teatral.
En un pasaje de los diarios Gombrowicz
ilustra de una manera ejemplar cómo
el baile se pone en el lugar de
la acción en un relato donde los
caracteres y la trama apenas asoman
la cabeza.
Había llegado a una reunión a las
dos de la mañana, era la noche de
fin de año. Inesperadamente, la
gente se dividió en parejas y empezó
a bailar. Desde el lugar donde estaba
Gombrowicz casi no se oía la música,
el ritmo de la danza era más real
que la melodía, parecía que el origen
del baile no era la música, sino
que el origen de la música era el
baile.
Era un baile de barrigas, de calvas
y de los rostros marchitos de gente
mayor. Se trataba de la humanidad
más corriente con su inevitable
miseria que se pavoneaba de sí misma
desvergonzadamente entre brincos
sin música, como dispuesta a poseer
por la fuerza a la belleza, la elegancia
y la alegría, poniendo en el baile
todos sus defectos y su vulgaridad.
"Pero ese frenético anhelo de encanto,
al llegar a su paroxismo, de repente
arrebataba un signo de vida a la
melodía, a aquellas pocas notas
felices que al unirse con el baile
lo santificaban por un instante,
tras lo cual se reanudaba la colaboración
salvaje, oscura, sorda y sin Dios
de unos cuerpos agitados y arrastrados
por su propio ímpetu"
El baile, a pesar de su imperfección,
creaba la música, y es aquí donde
Gombrowicz hace una pirueta profunda,
a pesar de tener conciencia de que
esa idea se le había ocurrido sin
elaboración. La idea de que el baile
creaba a la música era lo que había
en el fondo de los libros, de las
luchas y del valor de los escritores.
Hacia ese idea se precipitaba toda
la humanidad, esa idea se había
convertido en la inspiración y en
la meta de nuestro tiempo.
"También yo me dirigía hacia esa
idea siguiendo una espiral que estrechaba
cada vez más sus círculos. Pero
en este momento me quedé anonadado.
¡Porque me di cuenta de que había
pensado esta idea sólo por su pathos!"
UNA NATURALEZA BLASFEMA
"Necesitaba víctimas... Me sentía
feliz cuando caía en mis manos un
interlocutor cándido y apasionado
con quien podía jugar como el gato
con el ratón... A veces ocurría
que las víctimas se convertían en
adeptos o incluso en amigos (...)
En ocasiones se producían cortocircuitos,
la medida se colmaba y uno u otro
de los presentes se ponía violentamente
de pie y se marchaba ofendido. Pero
generalmente había más risas que
ofensas"
Son comentarios que hace Gombrowicz
sobre la bohemia de su juventud
en los cafés de Varsovia, un talante
burlón y sarcástico que debió ir
atemperando con los años, pero no
ocurrió así. Gombrowicz, como el
alacrán, no pudo con el genio, y
no sé si tan feliz como cuando era
veintiañero, pero aquí, en los cafés
de Buenos Aires, siguió haciendo
lo mismo con nosotros.
Los que nos hacíamos sus adeptos
y sus amigos le testimoniábamos
de entrada nuestra simpatía. Su
tendencia innata a llevar siempre
la contraria le acentuaba todas
las características que lo diferenciaban
de nosotros, ésa era su política.
Teníamos debilidad por ese noble
polaco venido a menos, nos divertía
y nos hacía reír, delante de él
sentíamos que nuestra vida tenía
más colorido y era más interesante.
Cuando lo conocí en el café Rex
en 1956 hacía ya algunos años que
escribía sus diarios y que había
roto las relaciones con la gente
de Polonia y con lo que creaban.
Sus colegas tenían necesidad de
asimilar una fe, fuera la que fuese,
una postura ideológica o estética,
porque los ayudaba a organizarse,
con la esperanza de que se convertirían
en escritores auténticos, pero sólo
se sumergían en una orgía de irrealidad.
"Me bastaba pues, con que de este
lado me llegara un soplo de vida
auténtica. Avanzaba en esta dirección
a ciegas, simplemente porque cada
paso en este sentido hacía mi palabra
más fuerte y mi arte más auténtico.
Lo demás no me preocupaba demasiado.
Lo demás, tarde o temprano, llegaría
por sí solo"
Pero Polonia no era tan cándida
como lo éramos algunos de sus interlocutores
en los cafés, no podía jugar con
ella como el gato con el ratón,
se produjeron cortocircuitos y entonces
se puso a escribir los diarios.
"Había pues que evitar dar al ‘Diario’
un carácter de confesión; debía
presentarme en él en acción, en
mi intención de imponerme al lector
de una determinada manera, en mi
voluntad de crearme a la vista y
conocimiento de todos como lo que
quería ser para ellos, y no como
lo que era"
En los diarios manifiesta también
esa tendencia que se le había despertado
desde joven que lo inclinaba inexorablemente
a la búsqueda de víctimas, y empieza
a componer en ellos una obra maestra.
Este género literario era pariente
cercano de su otra obra maestra:
las conversaciones que mantenía
con los contertulios en los cafés.
En el ‘Diario’ se pone de relieve
a sí mismo, se explica, provoca
la indignación de los lectores,
comenta su obra y le declara la
guerra a la crítica. Libra batallas
con la literatura y el arte, y lleva
ataques sostenidos contra la poesía,
la pintura y París. Abre frentes
contra el existencialismo, el catolicismo,
el marxismo y el estructuralismo,
y también contra las culturas secundarias.
Ve al hombre como una criatura y
un creador de la forma, como a un
ser insuficiente e inmaduro.
Hay páginas de carácter exclusivamente
artístico llenas de humor y de lirismo,
otras dedicadas a las excentricidades,
a las mentiras, a las bromas y a
los engaños, todo igual que en los
cafés de Varsovia y de Buenos Aires,
pero en forma más organizada.
La agresividad que aparece en los
diarios no tiene como única causa
su tendencia natural a llevar la
contraria. En esta obra lleva adelante
con audacia, despreocupación y encarnizamiento
una crítica abierta a toda la cultura
moderna. Lo puede hacer porque no
tiene nada que perder, podía escribir
todo lo que le pasara por la cabeza
pues a los demás los tenía sin cuidado.
Y si bien era un artista no era
un escritor introducido en el mundo
literario, alguien con cierta mundología
propia de ese medio y formado en
una escuela determinada.
Su inclinación natural a llevar
una vida estrictamente personal,
su situación social y el exilio
argentino es lo que se hallaba en
la raíz de esta agresión. No era
nada, por lo tanto podía permitírselo
todo. En el ámbito de la cultura
las cosas van más o menos bien si
todo permanece como debe ser, respetable
y digno de consideración. Si se
transgreden las reglas la cosa se
pone fea.
"Mi ‘Diario’ no se propone profundizar
nuestra cultura, enriquecerla, sino
comprobar si está construida a nuestra
medida y si permanece en el suelo
con nosotros. No es la cultura la
que me interesa, sino nuestras relaciones
con ella. Mi punto de partida es
pérfidamente simplista: todos jugamos
a ser más sabios y más maduros de
lo que somos"
La sabiduría que menos soportaba
era la de la ciencia, con la ciencia
nos estamos encaminando a una raza
de pigmeos de cabezas hinchadas
y de delantales blancos.
Los científicos son unos especialistas
que manipulan nuestros genes, se
inmiscuyen en nuestros sueños, modifican
el cosmos y manosean nuestros órganos
íntimos. La ciencia tiene un carácter
abominable, es como un cuerpo extraño
introducido en la razón, que la
razón lleva como una carga con el
sudor de su frente. Es como un veneno,
y cuanto más débil es la razón tantos
menos antídotos encuentra y tanto
más fácilmente sucumbe.
Gombrowicz reconocía que él mismo
se había criado en un ambiente de
irrealidad especialmente estimulado
por la madre, y que la nobleza,
la burguesía rica y una parte considerable
de los intelectuales polacos padecían
la misma enfermedad, a excepción
de algunos profesores médicos o
ingenieros, cuyo trabajo cotidiano
los relacionaba con la realidad.
Sin embargo, el crecimiento del
cientificismo terminó por estimularle
su naturaleza profética y blasfema.
"Y si a Sócrates se le hubiera aparecido
Casandra con la siguiente profecía:
–¡Oh, mortales! ¡Oh, estirpe humana!
Mas os valdría no alcanzar a ver
el lejano futuro que será diligente,
escrupuloso, laborioso, liso, llano,
miserable... Ojalá las mujeres dejasen
de parir, pues todo lo que nazca
nacerá al revés: la grandeza engendrará
la pequeñez, la fuerza la debilidad,
y de vuestra razón procederá vuestra
estupidez. ¡Oh, ojalá las mujeres
diesen muerte a sus recién nacidos...!,
porque tendréis funcionarios por
jefes y héroes, y los buenazos serán
vuestros titanes. Se os privará
de belleza, de pasión y de placer...
Os esperan tiempos fríos, tediosos
y secos. Y todo eso será obra de
vuestra propia Sabiduría, que se
despegará de vosotros y se volverá
incomprensible y feroz. ¡Y ni siquiera
podréis llorar, puesto que vuestra
desgracia estará ocurriendo fuera
de vosotros!
¿Será esto una blasfemia contra
nuestro Supremo Hacedor? ¿Nuestro
Creador de hoy? (Naturalmente me
estoy refiriendo a la ciencia) ¡Quién
se atrevería! También yo me postro
ante la más joven de las Fuerzas
Creativas, también yo me prosterno,
hosanna, pues esta profecía canta
precisamente al triunfo de la omnipotente
Minerva sobre su enemigo, el hombre"
EL FILÓSOFO PAYADOR Y EL VATE MARXISTA
Estos dos hombres de letras hispanohablantes
hicieron todo lo posible por demostrarnos
que el Asiriobabilónico Metafísico
y Gombrowicz pertenecían a la misma
familia, a pesar de las apariencias.
El Asiriobabiónico Metafísico se
refiere a Gombrowicz en forma estrafalaria:
que al polaco lo vio una sola vez,
que le pareció un histrión, que
vivía modestamente en una pieza
sucia que compartía con otras personas,
que se declaró conde porque siendo
los condes de una naturaleza muy
sucia no podían pedirle que limpiara
la pieza, que a Mastronardi tuvieron
que prohibirle mencionar su nombre
porque se pasaba todo el día hablando
de él, que no lo había leído, que
cuando empezó a leer “Ferdydurke”
a los diez minutos le vinieron ganas
de leer otros libros, que lo conocía
bastante bien, que eran amigos,
que hablaban de la metáfora, la
novela, la poesía, la rima, que
Gombrowicz hablaba un español mediocre.
|
Gombrowicz
no le va en zaga: que escribía libros
aburridos, que se había vuelto demasiado
borgiano, que era un Asiriobabilónico
Metafísico, retórico y rebuscado,
estéril, que de tanto practicar
la literatura sobre la literatura
se había vuelto irreal, impotente
frente al destino y de una imaginación
retorcida, que no lo había leído
porque tenía muy mala opinión sobre
su obra, que era sopita aguada para
literatos.
Son declaraciones diabólicas y,
en algunos casos, contradictorias.
Cualquier persona normal se hubiera
dedicado a investigar a ver qué
pasa con estos dos hombres, por
qué tienen estas diferencias, pero
los escritores argentinos no son
personas normales, no escriben para
la gente sino para los escritores.
El
Asiriobabilónico Metafísico y Gombrowicz
entraron en las cabezas de estos
dos gombrowiczidas ilustres con
un solo propósito diabólico, ¿a
ver qué hacen ustedes ahora? Estas
pobres cabezas empezaron a dar vueltas
alrededor de los dos demonios y
se empezaron a calentar hasta convertir
sus cavilaciones en la caldera del
diablo. Y estos dos hombres de letras
argentinos comenzaron a padecer
un conjunto de síntomas que en los
handbooks de la medicina moderna
se conoce como el síndrome de Procusto.
Procusto era un ladrón griego que
asaltaba a los viajantes en los
caminos. Después de desplumarlos
por completo los acostaba en un
lecho de hierro, el lecho de Procusto;
a los que eran más largos que el
lecho los mutilaba, a los que eran
más cortos los estiraba hasta descoyuntarlos,
la cosa es que todas las víctimas
huían del lecho con la misma medida.
Juan José Saer, es decir, el Filósofo
Payador, debe su mote a unas declaraciones
que hizo. "Me hubiera gustado escribir
un tratado de filosofía en una lengua
popular del Río de la Plata"
A mi juicio lo hizo, por lo menos
en parte, cuando escribió “La perspectiva
exterior”, un ensayo que escribió
sobre Gombrowicz. Es de lejos un
texto de un nivel superior a todo
lo que escribieron el Vate Marxista,
el Pato Criollo, el Gnomo Pimentón,
Revólver a la Orden y el Orate Blaguer,
pero cae también en la trampa, en
la trampa de demostrar que Gombrowicz
es el mejor escritor argentino del
siglo XX, según el descubrimiento
increíble que ya había hecho el
Vate Marxista, y también en la de
que no era, sin embargo, tan distinto
al Asiriobabilónico Metafísico.
Vamos a contarle las costillas a
este pescador de conciencias, es
una pena que una buena cabeza como
la de él se haya encaprichado con
la argentinización de Gombrowicz.
Se refiere a la declaración del
Vate Marxista y dice que no es tan
descabellada como pudiera parecer
por varias razones: por los temas
de la inmadurez y de lo inacabado,
porque buena parte de la literatura
argentina ha sido escrita por extranjeros
en idiomas extranjeros, y porque
la mirada de Gombrowicz no era sólo
la mirada de un artista sino también
la de un político. Por las mismas
razones que el Vate Marxista considera
a “Transatlántico” una de sus obras
maestras, a pesar de que Gombrowicz
pensaba que “Ferdydurke”, el “Diario”
y “Pornografía” constituían una
mejor introducción a su obra y a
su vida.
“La evolución de su literatura es
inseparable de su experiencia argentina,
y esa experiencia penetra y modela
la mayor parte de su obra, que sin
ella se volvería incomprensible”
Esta exageración del Filósofo Payador
es la conclusión que saca de la
perspectiva con la que Gombrowicz
examina el mundo, que le parece
igual al modo que tiene la cultura
argentina de relacionarse con Occidente.
Y agrega que si bien la perspectiva
exterior de Gombrowicz puede ser
una consecuencia de su búsqueda
de originalidad, es también el resultado
del exilio argentino.
¿Por qué una cabeza bien equipada
como la del Filósofo Payador no
le hace caso a Gombrowicz, es decir,
por qué no se atiene a las diferencias
que él desea mantener con el Asiriobabilónico
Metafísico y con la Argentina? Si
uno quiere conocer el significado
de una obra debe consultar al autor.
Estos dos hombres no sólo eran diferentes
sino que, además, querían ser diferentes,
pero por aquello de que sólo pueden
ser diferentes las cosas que son
parecidas, el Filósofo Payador sale
a buscar las semejanzas que tienen
estos dos escritores.
Gombrowicz afirma que el Asiriobabilónico
Metafísico es europeizante y se
ocupa de literatura, y que él, en
cambio, no es europeizante y se
ocupa de la vida. El Filósofo Payador
intenta desmontar una parte de esta
reflexión afirmando que Gombrowicz
tenía la costumbre de preguntar
si había personas inteligentes en
el lugar cuando llegaba a las ciudades
del interior argentino, de lo que
concluye que era más partidario
de la inteligencia que del vitalismo.
Los encuentra parecidos en: el esnobismo
aristocratizante, uno, con los antepasados
militares y los orígenes ingleses,
otro, con las pretensiones nobiliarias
y las manías genealógicas; en la
atracción por lo bajo, uno, con
el culto al coraje y a los matones
de comité, otro, con la atracción
por Retiro y la inmadurez. Para
qué seguir, cuanto más parecidos
de esta naturaleza encuentre más
diferentes resultarán los dos demonios.
Al Vate Marxista lo conocí hace
más de cuarenta años.
"Salimos de Anchorena, tomamos un
taxi y fuimos a Galatea, la librería
de Viamonte y Florida donde, en
una soireé literaria, se presentaba
Hernán, la novela del Asno (...)
Alrededor de cuarenta personas acompañaban
a Osio. Yo llegué un poco más tarde,
Canal Feijóo y Marta Lynch ya se
habían ido (...) De la soireé partió
un contingente de poetas, críticos,
comunistas y atorrantes. Fuimos
a tomar unas copas a la 'Escalerita'
de Tucumán y 25 de mayo. Llevaba
el mismo chaleco y la misma corbata
de nuestra peregrinación a La Plata
y los asesinos estaban otra vez
ahí. Hablé una hora seguida sin
parar; me interrumpió Piglia, un
vate marxista, pero sin ningún resultado"
Es el fragmento de una carta que
le escribí a Gombrowicz cuando todavía
estaba en Berlín.
Cuando le puse el punto final al
relato que hice sobre "Transatlántico"
me acordé de que el Vate Marxista,
con uno de esos golpes secos en
los que combina con proporciones
armoniosas la paradoja, la logomaquia
y la ciencia, había hecho una declaraciones
llamativas.
“El mejor escritor argentino del
siglo XX es Witold Gombrowicz”
Bastante tiempo atrás de esta declaración,
en el año 1965, el agregado cultural
de la embajada argentina en París
le decía a su par polaco que Gombrowicz
había comido del pan argentino durante
un cuarto de siglo y ahora ladraba
contra la Argentina. Y dos años
antes, en el año 1963, Gombrowicz
nos había dicho que después de veintitrés
años era tan polaco y tan extranjero
como el primer día de su llegada,
que no había cedido, que no se había
adaptado ni desnacionalizado.
Es decir, Gombrowicz era entonces
un escritor argentino que ladraba
contra la Argentina, que no se había
adaptado a la Argentina y que seguía
siendo polaco y extranjero.
No pude hacer pie firme en un terreno
tan escabroso como éste así que
decidí recurrir a otras declaraciones
del Vate Marxista en las que el
aspecto racional tuviera relevancia
y un poco más de peso que las fantasías
del lenguaje y las paradojas.
En un congreso de escritores que
se realizó en Santa Fe hace exactamente
veintiún años, afirmó que "Transatlántico"
era una de las mejores novelas escritas
en el país, una afirmación más restringida
y específica que la anterior y que,
a la primera mirada, no parece paradojal.
Sin embargo, después de leer esa
ponencia a la que llamó “Gombrowicz
y la novela argentina” me quedó
la extraña sensación de que los
comentarios del Vate Marxista no
tomaban contacto con Gombrowicz
sino con las traducciones, los estilos,
la lengua y unas logomaquias que
remata diciendo que la novela argentina
sería algo así como una novela polaca
traducida a un español futuro.
Cuando yo leo cosas por el estilo,
me mareo. No puedo saber nada de
“Transatlántico” ni de Gombrowicz
en medio de tantas paradojas, frases
ingeniosas y sutilezas, es un género
que yo detesto. Al Vate Marxista
le gusta la escena de “Transatlántico”
en la que el polaco polemiza con
un escritor local, pero no entendió
la lección. Él sigue dialogando
con Sartorio y Madame Lespinnase
en vez de dirigirse Gombrowicz.
"Transatlántico" es, efectivamente
la obra polaca más argentina de
Gombrowicz, ya tenía encima más
de la mitad del tiempo que vivió
en Argentina, y no pudo ni quiso
sustraerse a su influencia.
Hay en esta novela un ambiente en
el que aparecen en una misma escena,
el estilo intelectual imperante
por estos pagos en esa época, y
un puto millonario. Es probable
que el escritor vestido de negro
fuera una mezcla de Mallea con Borges,
y el puto millonario, una mezcla
del mismo Gombrowicz con Manuel
Mujica Láinez, de Manucho, por lo
de millonario.
"Borges me refiere: 'Durante la
comida, continuamente Manuel Mujica
Láinez venía de su asiento a nuestra
parte de la mesa. El propósito de
estos viajes, que Mujica no ocultó,
era tocar la nuca de un muchacho
que lo emocionaba. 'Se parece a
Belgrano', exclamó Mujica Láinez.
'¿Usted, Manucho, admira a Belgrano?',
preguntó Wally Zenner. '¿Cómo no
voy a admirarlo? -replicó-: con
esos muslos y con esas caderas'".
Borges comentó: "Va Manucho al Museo
de Luján y todas las antiguallas
reviven. Manucho no mira los cuadros
fríamente; es un contemporáneo de
lo que está mirando"
En el relato que hice para "Transatlántico"
la escena del escritor vestido de
negro y el puto millonario aparece
más o menos de esta manera:
La primera consecuencia de la presentación
de Gombrowicz en la embajada fue
que lo invitaron a una recepción
en la casa de un pintor a la que
iban a asistir los escritores y
artistas locales. Tenía una gran
seguridad en su maestría y sabía
que como maestro lograría superar
y dominar a todos los demás. Cuando
llegó sus compatriotas lo glorificaron,
el consejero lo presentaba y ensalzaba
como el gran maestro y genio polaco
Gombrowicz, pero nadie le llevaba
el apunte, entonces lo empezó a
tratar de comemierda y le exigió
que hiciera algo para no avergonzarlos.
Entró un hombre vestido de negro,
una persona muy importante, un gran
escritor, un maestro. Llevaba en
los bolsillos una cantidad inconcebible
de papeles que perdía a cada momento,
y debajo del brazo algunos libros,
se volvía a cada rato inteligentemente
inteligente. Los compatriotas de
Gombrowicz lo empezaron a azuzar
para que mordiera al hombre de negro,
que si no lo hacía lo iban a tratar
de comemierda y a morder.
Entonces Gombrowicz le dijo a la
persona más cercana en voz bastante
alta:
“No me gusta la mantequilla demasiado
mantecosa, ni los fideos demasiado
fideosos, ni la sémola demasiado
semolosa, ni los cereales demasiado
cerealientos”
El hombre de negro le respondió
que la idea era interesante pero
no nueva, que ya Sartorio la había
expresado en sus “Eglogas”, y cuando
Gombrowicz le manifestó que no le
importaba un comino lo que decía
Sartorio sino lo que decía él, el
que hablaba, el gran escritor le
contestó que esa idea tampoco era
mala pero que existía un problema,
ya había dicho algo parecido Madame
de Lespinnase en sus “Cartas”. Gombrowicz
perdió el aliento, aquel canalla
lo había dejado sin palabras, entonces
empezó a caminar y a caminar, y
cada vez caminaba con más furia,
sus compatriotas estaban rojos de
vergüenza y los demás de ira. Pero
alguien comenzó a caminar con él,
era un hombre alto, moreno, de rostro
noble. Sin embargo, sus labios eran
rojos, estaban pintados de rojo.
Huyó como si lo persiguiera el diablo.
El moreno lo siguió, era muy rico,
vivía en un palacio, se levantaba
al mediodía para tomar café y luego
salía a la calle y caminaba en busca
de muchachos; aunque vivía en una
mansión simulaba ser su propio lacayo,
tenía miedo que le pegaran o que
lo asesinaran para sacarle la plata.
CON LA ARGENTINA NO PUEDO ROMPER
"Soy amigo de la Argentina natural,
sencilla, cotidiana, popular. Estoy
en guerra con la Argentina superior,
ya elaborada, ¡mal elaborada! Hace
poco un argentino me dijo: –Usted
es alérgico a nosotros, por eso
no nos quiere. En cambio otro, Jorge
Ábalos, me escribió recientemente
desde Santiago: ‘Usted busca en
este país lo legítimo, porque usted
nos quiere’ ¿Querer a un país? ¿Yo?"
Cuando los novios dudan del amor
del otro deshojan una margarita,
pétalo por pétalo: me quiere, no
me quiere. El último pétalo les
acerca la verdad. A veces pareciera
que Gombrowicz nos quiere.
"Con el pintor español Sanz en El
Galeón. Ha venido por dos meses,
ha vendido cuadros por varios centenares
de miles de pesos (...) Ha pesar
de haber ganado bastante plata en
la Argentina, habla de ésta sin
entusiasmo. ‘En Madrid uno está
sentado a la mesa de un café, en
plena calle, y aunque no lo espere
nada en concreto, sabe que todo
puede ocurrir: la amistad, el amor,
la aventura. Aquí se sabe que no
va a pasar nada’. Pero el descontento
de Sanz es muy moderado en comparación
con lo que dicen los demás turistas.
Los enojos de los extranjeros con
la Argentina, sus críticas altivas
y juicios sumarios, no me paren
de muy buen gusto"
Pero a veces pareciera que no nos
quiere:
"Y aquí, en la Argentina, estoy
privado hasta de una café literario,
de un grupito de amigos artistas
en cuyo seno puede acogerse en las
ciudades de Europa cualquier bohemio,
innovador o vanguardista (...) Yo
me veía en el café Rex con mi amigo
Eisler, a quien conseguía sacarle
algunas monedas ganándole al ajedrez
(...) Hubo un tiempo más animado
cuando emprendía la audaz tarea
de traducir...(...)"
Y otras veces pareciera que nos
quiere de una manera extraña:
"Pero, hablando seriamente, ¿qué
aspecto tendré yo si el enemigo
me sorprende en uno de esos momentos
de debilidad como un admirador?
¡No, debo ser siempre difícil, difícil!
Y sobre todo ser igual que en la
Argentina. Oh, la, la, si yo cambiara
no sería más que un pequeño detalle
bajo la influencia de París, ése
sería el efecto. No, así como yo
era con Flor o Eisler en el Rex,
así debo ser ahora, ¡tengo que estampar
mi sello en la cúpula de los Inválidos
o en las torres de Notre-Dame tal
como era con Flor en la Argentina.
¡Con Flor o también con la vieja
Polonia aristocrática!"
Pero cuando hacemos la cuenta global
nos da la impresión que la margarita
se marchita. Llegó a Buenos Aires
con doscientos dólares que le alcanzaron
para vivir seis meses, el país era
muy barato en aquella época. Durante
un tiempo tuvo una modesta subvención
de la legación polaca pero, finalmente,
no quiso ayudarlo más. Amenazó con
instalarse delante de la puerta
del edificio con un cajón de lustrabotas
para limpiar zapatos. Cayó en desgracia
porque no quiso alistarse en el
ejército a pesar de la insistencia
de todo el mundo.
Sus relaciones con el medio literario
argentino fueron escasas. Al principio
se esforzó por entrar en contacto
con los hombres de letras por razones
prácticas, pero pronto desistió.
Sus libros no habían sido traducidos
y eran inaccesibles para ellos,
su español era malo y las conversaciones
sobre la literatura no le interesaban.
Sólo se podría hablar de relaciones
tras la aparición de "Ferdydurke",
pero para entonces se había instalado
en el anonimato y lo tenía sin cuidado
el mundo literario.
"!Oh, belleza! ¡Crecerás donde te
siembren! ¡Y serás como te siembren!
No creáis en las bellezas de Santiago.
No son verdad. ¡Me las he inventado!"
"Transatlántico" y "Acerca de lo
que ocurrió a bordo de la goleta
Banbury" son narraciones donde aparece
la Argentina. "Acerca de lo que
ocurrió a bordo de la goleta Banbury"
es la novela corta más larga de
Gombrowicz. La escribió en el año
1932, y sin saber que siete años
más tarde desembarcaría en la Argentina,
sueña con ella: "Bajo el hermoso
cielo de Argentina, los sentidos
gozan gracias a una niña". Y comienza
la narración en forma premonitoria:
"Mi situación en el continente europeo
se hacía día a día más penosa y
más equívoca".
Pero es en el final de esta novela
donde podemos encontrar una premonición
de lo que sería la Argentina para
Gombrowicz.
"No, no quería saberlo y no deseaba
el calor, ni la exuberancia, ni
el lujo. Prefería no salir al puente
por temor a ver lo que hasta ese
momento ofuscado, oculto y no dicho
se desencadenaría con toda su falta
de pudor, entre plumajes de pavos
reales y fulgores espléndidos. Desde
el comienzo todo había estado en
mí, y yo, yo era exactamente igual
a todos los demás. El mundo exterior
no es sino un espejo que refleja
el interior"
Gombrowicz empezó a escribir sobre
la Argentina recién después de haber
vivido quince años en ella, un conocimiento
que tiene mucho que ver con ese
camino de Sísifo que emprendió hacia
la madurez cuando salió de Polonia,
una Argentina ya perturbada por
su mirada y en gran parte creada
por él. Guiado por su inspiración
inicial, seguía buceando en el corazón
de los argentinos, un pueblo simpático,
charlatán y quejumbroso, un oligarca
orgullosamente asentado en sus maravillosos
territorios. La Argentina, igual
que Polonia, es un país centrífugo,
es decir, con su centro fuera de
sí, que ajusta su conducta colectiva
a la luz de los soles que la iluminan.
De modo que Gombrowicz usó para
comprender este país el mismo cedazo
del que se valía para dar cuenta
de la deformación de los polacos.
Gombrowicz intenta dar un paso más
en el camino hacia la madurez, pero
el hombre no puede ser más fuerte
de lo que es, y la piedra, como
a Sísifo, se le siguió viniendo
encima.
"(...) Escríbeme, mis lazos con
la Argentina se aflojan y no se
puede remediar, cada vez menos cartas,
pero es casi seguro que apareceré
un día por Buenos Aires, porque
experimento una curiosidad casi
enfermiza; es realmente extraño
que no me atraiga en absoluto Polonia,
en cambio, con Argentina no puedo
romper (...) En los últimos tiempos
vuelvo a menudo, con mis pensamientos,
a Argentina y también me acordé
del momento de la revolución de
1955, cuando escuchábamos la radio
con Karol (...)"
¿Nos quiere o no nos quiere? Los
novios saben cuál es su suerte cuando
deshojan el último pétalo de la
margarita, pero la relación que
tuvo Gombrowicz con la Argentina
no se puede cerrar ni sumar, aunque
él está muerto, está abierta como
la vida.
EL PATO CRIOLLO Y EL BUEY CORNETA
Por fortuna para mí, el Pato Criollo
y el Buey Corneta me tuvieron alguna
simpatía justo en el momento oportuno.
En efecto, cuando "Emecé" publicó
"Cartas a un amigo argentino" la
editorial decidió presentarlo en
el Centro Cultural de España.
En aquel entonces tuve una conversación
breve con la Hierática: –Goma, aparte
de Sabato, ¿querés que alguna otra
persona presente el libro?; –Claro,
Alan Pauls, es el más fotogénico
de los escritores argentinos.
El Buey Corneta había quedado deslumbrado
con "Gombrowicz o la seducción",
la película de Alberto Fischerman,
estaba seguro de que no me podía
fallar, y así ocurrió nomás, presentó
el libro con mucho entusiasmo pero
un poco intimidado por la presencia
del Pterodáctilo.
El Pato Criollo quedó deslumbrado
con las cartas de Gombrowicz que
el Buey Corneta había presentado
y, un lustro después, no sin cierta
renuencia, prologó "Gombrowicz,
este hombre me causa problemas",
un libro en el que se hacen reflexiones
sobre ese "Diario" inmarcesible.
Las cartas que me escribió y su
"Diario" inspiraron entonces a estos
dos hombres de letras hispanohablantes
muy connotados, y escribieron sobre
Gombrowicz, un verdadero problema
del que no salieron indemnes, un
poco por culpa mía.
El prólogo del Pato Criollo resultó
un poco enigmático A pesar de los
ruegos reiterados que le estuvimos
haciendo durante un cierto tiempo
tanto yo como mi propia familia,
no hubo caso, no supo, no quiso
o no pudo cambiarlo, mejor dicho,
le cambió algunas palabras pero
el resultado fue el mismo.
En un almuerzo que tuvimos para
celebrar el fin del año 2003 y la
conclusión de lo que de ahora en
adelante llamaré el galimatías,
Aira me dijo mientras me lo entregaba:
–Me parece que este galimatías,
es decir, este prólogo le va a traer
algunos contratiempos a nuestra
amistad. Y así ocurrió.
Juan Carlos Gómez |
HAY QUE LIMPIAR EL PRONTUARIO
Antes de nuestro viaje a Piriápolis,
a fines de 1961, Gombrowicz pasa
unas vacaciones en la quinta de
Alicia y Silvio Giangrande. Llevaba
en la valija varias decenas de páginas
de "Cosmos" y el libro de un grabador
alemán dedicado a Alicia.
Yo pasé algunas tardes en esa "Piedra
amorosa", así se llamaba la casa;
Alicia y Silvio eran buenos, cordiales
y lo querían a Gombrowicz. En esa
quinta conocí a Sabato, a González
Lanuza, a Porchia... y padecí el
primer encuentro con los Giangrande
porque Gombrowicz me iba presentado
unas esculturas metálicas de Silvio
como si fuesen pluviómetros, y yo
no sabía a qué atenerme pues no
se diferenciaban gran cosa de esos
artefactos.
Grandes árboles, una casa blanca
de una sola planta, y unos perros
negros y greñudos que nos saltaban
encima. Silvio había sido capitán
de la marina de guerra italiana,
y hablaba poco.
Gombrowicz había ido a Hurlingham
a descansar y a encontrarse consigo
mismo para seguir con "Cosmos".
Alicia era pintora y Silvio escultor.
En las artes plásticas se ha impuesto
una manera de ver y de recrear que
hace que una persona del todo mediocre
pueda llegar a crear una obra nada
mala. Gombrowicz estaba complacido
con la decadencia de ese arte impuro
que siempre había estado ligado
al instinto de posesión y al comercio,
más que al placer estético.
Poco a poco se fue dando cuenta
que Helena, la sirvienta, no se
comportaba de modo normal. Era aplicada
y amable, pero... Alicia le cuenta
que es paranoica, que el diagnóstico
se lo había hecho el psiquiatra.
Había dos asuntos que Gombrowicz
distinguía muy especialmente en
sus rituales: el placer que le proporcionaba
la comida y el miedo a ser asesinado.
Comía con buen apetito, de una manera
disciplinada y ceremoniosa y se
negaba sistemáticamente a compartir
su habitación con nadie por temor
a que lo estrangularan. Esta aprensión
la usó como argumento para escaparse
de las casas de los Giangrande y
de los Swieczewski después de haber
pasado unos días de vacaciones en
ellas.
No existe manía de Gombrowicz de
la vida de todos los días que no
aparezca en sus creaciones. El asesinato
toma las formas de la antropofagia
en el cuerpo de un niño al que unos
aristócratas se manducan en un almuerzo,
de la estrangulación de animales
y de personas y, en fin, de todo
tipo de muertes como en las obras
de Shakespeare.
Mientras toma una decisión sobre
qué hacer con la locura de la sirvienta
sigue meditando en esa casa de Hurlingham;
a su juicio el hombre nunca se ha
planteado suficientemente el problema
de la cantidad.
No es lo mismo ser un hombre entre
mil millones que entre doscientos
mil. No es lo mismo un hombre de
la época de Demócrito que de la
de Brahms.
La expresión debería estar separada
entre la fase ascendente de la juventud
y la descendente de la vejez, y
la expresión también debería identificar
a qué cantidad de hombres expresa.
La épica, la sociología y la psicología
a veces expresan al rebaño humano,
pero desde el exterior, como a cualquier
otro rebaño. No es suficiente que
Homero o Zola se ocupen de la masa
ni que Marx la analice, esas voces
deberían tener algo que nos permita
saber si pertenecen a un mundo de
miles o de millones, deberían estar
saturadas de la cantidad hasta la
médula.
Estas reflexiones sobre la cantidad
las hace a propósito de la sirvienta
Helena, si él no se apiada de ella
quién se va a apiadar.
Pero no es la piedad de una sola
persona, también la piedad se ha
multiplicado, sólo en Buenos Aires
debe haber en ese momento unas cien
mil almas apiadándose de alguien.
Y la piedad en grandes cantidades
le produce risa, una risa tan particular
y tan tremendamente humana. Quiere
comprobar si este problema es real,
pero no tiene tiempo, tiene que
rajar, que otros centenares de miles
de cabezas se ocupen de esto, él
tenía miedo de ser asesinado.
Era tal la atracción que el asesinato
ejercía sobre Gombrowicz que cuando
sospechaba que nosotros no habíamos
leído "Ferdydurke", o lo habíamos
leído en forma incompleta, nos preguntaba
en qué capítulo asesinaban al conejo.
Gombrowicz actuaba a menudo como
si quisiera limpiar algún prontuario:
el de la razón, el de la verdad,
el de la belleza, pero por una cosa
o por la otra el trabajo resultaba
incompleto.
Estaba preocupado porque también
su prontuario en la Policía Federal
estaba sucio, así que le pidió ayuda
al Esperpento a ver si conocía a
alguien que se lo pudiese limpiar.
Ya se sabe que los argentinos somos
fanfarrones: cuando se habla de
longitud, la más larga del mundo
la tenemos nosotros, por la calle
Rivadavia; cuando se habla de anchura,
la ancha del mundo la tenemos nosotros,
por la avenida 9 de Julio; y cuando
se habla de la policía, la mejor
del mundo la tenemos nosotros, por
la Policía Federal.
El Esperpento concertó una reunión
con un comisario de la familia y
Gombrowicz en un café cercano al
Departamento Central de la Policía
Federal. Las cosa iban más o menos
bien hasta que Gombrowicz, para
hacerse el simpático, empezó a canturrear
en voz baja: –La mejor del mundo...
la mejor del mundo...
El comisario le contó después al
Esperpento que Gombrowicz le había
parecido una persona poco seria,
así que no había hecho nada por
él.
DETRÁS DE UN CRISTAL
Ninguno de los hombres de letras
del club de gombrowiczidas le da
a su propio país la importancia
que le dio Gombrowicz a Polonia.
Su empresa literaria de mayor alcance
fue el "Diario", unas narraciones
que empieza y termina con asuntos
de Polonia, peripecias en su mayor
parte escritas en la Argentina que
concluyen en Francia.
Inmediatamente después de los cuatro
yo que mete al comienzo de esta
obra nos cuenta la impresión que
le produce la lectura de los periódicos
de su país. Es como si le hablaran
de unas aventuras que corriera alguien
muy próximo a él en una tierra extraña.
El alguien ya no es próximo pero
le queda con la persona conocida
una identidad diluida.
La presencia del tiempo en las páginas
de esos periódicos es tan fuerte
que se le despierta el deseo de
un contacto directo con ese alguien,
aunque sea para vivir y relacionarse
de una manera imperfecta.
"Pero la vida queda como detrás
de un cristal, alejada; parece como
si ya no nos perteneciera y lo observáramos
todo desde un tren"
Después de dieciséis años de este
comienzo tan fuera de foco se despide
del "Diario" recordándole a los
polacos su olvido de que Polonia
era un país ocupado, tan ocupado
como lo estaba siendo Checoslovaquia
después de la entrada del ejército
soviético.
En la prensa de la emigración habían
aparecido protestas valientes que
Gombrowicz comparte mereciéndole
todo su respeto.
"Pero hay un detalle que me da que
pensar, un detalle casi freudiano:
su indignación casi infantil parece
olvidarse que Polonia ha sufrido
de la misma violencia. Al fin y
al cabo, Polonia es desde hace años
un país ocupado, exactamente como
lo es hoy Checoslovaquia. Si dijeran
‘Para mí la violencia es un acto
cotidiano, sé lo que es, por eso
condeno la invasión rusa’, todo
estaría claro. Pero se les ha olvidado...,
incluso a quienes viven en el extranjero.
Consternados por Checoslovaquia
han olvidado su propio destino"
Estas son las últimas palabras que
pone en ese magnífico "Diario",
una sinfonía perfecta de una de
las voces más singulares y complejas
del siglo XX.
Gombrowicz sentía a Polonia como
un mundo fuera de foco, y a él como
un pasajero de un tren que la miraba
desde lejos. La falta de foco de
Polonia lo ponía frecuentemente
a él mismo fuera de foco, especialmente
en la cuestión del comunismo.
En los albores de su vida argentina
dio una conferencia con el tema:
"Regresión cultural en la Europa
menos conocida", la dio en el Teatro
del Pueblo. Le adelantaron que era
un teatro de primera clase, frecuentado
por la flor y nata de Buenos Aires,
en vista de lo cual decidió preparar
un texto del más alto nivel intelectual.
Otra vez planteó la cuestión de
cómo la ola de barbarie que había
invadido a Europa central y oriental
podía aprovecharse para revisar
los fundamentos de la cultura. Leyó
el texto, lo aplaudieron y bastante
contento volvió al palco reservado
para él donde se encontró con una
joven bailarina y admiradora, muy
escotada y con unos collares de
monedas.
Cuando estaba por retirarse con
la bailarina observa que alguien
se sube al estrado y empieza a vociferar,
lo único que puede distinguir con
claridad es la palabra Polonia,
la excitación y los aplausos. Acto
seguido sube otra persona, pronuncia
un discurso agitando los brazos
mientras el público empieza a chillar.
Gombrowicz no entiende nada pero
estaba contento de que su conferencia
hubiera despertado tanta animación.
Pero, de repente, los miembros de
la Legación de Polonia abandonan
la sala, parece que algo andaba
mal. Un escándalo, resulta que la
conferencia fue aprovechada por
los comunistas allí presentes para
atacar a Polonia. La elite intelectual
argentina era medio comunistoide
y no exactamente la flor y nata
de la que le habían hablado, de
modo que su ataque a la Polonia
fascista no se distinguió precisamente
por su buen gusto.
Al día siguiente Gombrowicz fue
a la legación donde lo recibieron
en forma fría, como si fuera un
traidor. En vano les explicó que
el director del teatro, el señor
Barletta, no le había informado
que era costumbre seguir las conferencias
con un debate y que, por otra parte,
no podía considerar como comunista
a ese señor pues él mismo se hacía
pasar por un ciudadano honrado,
ilustrado, progresista, adversario
de los imperialistas y amigo del
pueblo. Pero lo peor fue lo de la
bailarina: su colorete, sus polvos,
su escote pronunciado y el collar
de monedas lo hicieron aparecer
como un cínico en un momento tan
dramático. Hasta la prensa polaca
de Estados Unidos se puso verde.
Hubiese soportado todo ese torbellino
demencial de sospechas y acusaciones
si no hubiera sido por el presidente
de la Unión de los Polacos en la
Argentina. Ese señor había escrito
un artículo que le hizo perder el
escaso contacto que le quedaba con
la realidad. En efecto, le recriminó
que en la conferencia no había hecho
la más mínima mención acerca de
la enseñanza polaca.
LA
OBSCENIDAD TOTAL
Entre los años 1926 y 1944 Gombrowicz
escribió novelas cortas que las
conocemos con dos títulos diferentes:
"Memorias de los tiempos de la inmadurez"
y "Bacacay", nombre este último
de una calle del barrio de Flores
en la que vivió durante unos meses
en el año 1940. A veces llama a
estas narraciones novelas cortas,
otras las llama cuentos, novela
o cuento "El bailarín del abogado
Kraykowski" es la primera historia
conocida y publicada de Gombrowicz.
Adoptó desde el principio un tono
fantástico y cortó de inmediato
con la realidad normal para entregarse
a las manías, a las locuras y al
absurdo. El absurdo de Gombrowicz
tiene, sin embargo, la lógica ceremoniosa
de los rituales y las celebraciones.
Fue su madre, según nos cuenta,
quien lo empujó al desatino y a
las sandeces, el deporte de las
conversaciones disparatadas que
mantenía con ella lo iniciaron en
los misterios del arte y la dialéctica.
El snobismo también jugó un papel
importante en la formación de su
estilo, aunque tenía perfecta conciencia
de la vanidad y de la estupidez
de esa actitud.
Como esos líquidos que están en
el mismo recipiente pero no se mezclan,
convivían en Gombrowicz su clase
social y una conciencia penetrante
y agnóstica que buscó muy pronto
conocer los estilos fundamentales
del pensamiento universal, la independencia,
la libertad y la sinceridad. Y en
el mismo recipiente se arremolinaban
también las aguas turbias de sus
anormalidades psíquicas y eróticas.
Ninguna de esas realidades tenía
predominio sobre las otras, Gombrowicz
se encontraba entre ellas y tenía
que fingir para no ser descubierto.
El estilo de estas novelas cortas
es brillante, humorístico e irónico
pero los componentes de las narraciones
son, la más de las veces, morbosos
y repulsivos.
Esos componentes repugnantes, no
obstante, pierden mucho de su carácter
repulsivo porque los utiliza como
elementos de la forma, tienen un
papel funcional y obedecen a un
objetivo superior: la creación artística.
El plasma sombrío que existía dentro
de Gombrowicz está metido en estos
cuentos, pero no desparramado como
una marea hedionda, sino chispeante
de humor y ennoblecido de poesía
para alcanzar por el absurdo la
inocencia.
Gombrowicz intenta cancelar su deuda
moral, quiere que la obra lo absuelva.
Dentro de él existían elementos
abominables, pero si él podía utilizarlos
como componentes de la forma, entonces,
a través de este procedimiento,
se convertía en su dueño y señor.
El ser confuso, indolente e inseguro
que era, quería ser de otra manera
en el papel, un ser brillante, original,
triunfador y purificado.
No estaba en condiciones, pues,
de hacer otra cosa más que la parodia
de la realidad y del arte. La sensación
de irrealidad lo ponía entre las
cosas y no dentro de ellas, pero
Gombrowicz buscaba la realidad y
sabía que se la podía encontrar
tanto en lo que es normal y sano
como en la enfermedad y en la demencia.
Los sondeos que estaba haciendo
alrededor de la anormalidad y de
la locura no llegaron a tocar fondo,
por consiguiente sólo estaba en
condiciones de escribir parodias.
Si esas novelas hubiesen sido sinceras
Gombrowicz hubiera estado engañando
a los lectores por la sencilla razón
de que él no era sincero.
La parodia a la que se vio obligado
le permitió liberar a la forma desvinculándola
de su pesantez y convirtiéndola
en reveladora.
Con este aparato formal paródico
fue penetrando en un mundo que con
posterioridad sacó a la superficie
en sus novelas y en sus piezas de
teatro.
Hay en estas novelas cortas situaciones
y visiones que no le van en zaga
a lo que escribió después. Las reflexiones
que estamos haciendo sobre sus comienzos
artísticos tienen como inspiración
los propios recuerdos de Gombrowicz.
Pero el pasado no se recuerda tranquilamente,
se recuerda con pasión. La memoria
sólo recupera del pasado aquello
que puede serle útil al presente
para alimentar con lo que fuimos
ayer lo que somos hoy.
Sin embargo, esta entrega a la locura
y al absurdo que empezó a practicar
desde la juventud era un asunto
que preocupaba realmente a Gombrowicz,
la sangre enfermiza de los Kotkowski
que había heredado de su madre pesaba
sobre él como una amenaza de posibles
perturbaciones psíquicas.
Ese temor fue más intenso en los
años en que su imaginación estaba
desbocada y oscilaba entre la neurosis
y la psicosis.
La neurosis estaba radicada en la
zona consciente de sus complejos
a los que transformaba en un valor
cultural escribiendo. La esfera
de la psicosis le ocultaba, en cambio,
sus trastornos psíquicos y el control
era menor. Debemos clasificar a
"La virginidad" como perteneciendo
a esta segunda clase de sus creaciones.
En esta novela corta nos cuenta
que la virginidad asciende del ser
más bajo en la escala biológica
y llega al hombre, y del hombre
sube a los ángeles y de los ángeles
a Dios, para perderse en el infinito.
De una pequeña particularidad puramente
corporal nace el inmenso mar del
idealismo y de los milagros, en
evidente contraste con nuestra triste
realidad. Dios repone el candor
y la inocencia que los hombres habían
perdido creando la virgen, el recipiente
de la inocencia, a la que selló
y envió a vivir entre los hombres
que sintieron de inmediato una nostálgica
languidez.. Las casadas son una
patraña, una botella abierta y evaporada.
Algunos detalles insignificantes
y aparentemente incoherentes introducen
a una pareja inocente en la más
oscura entraña de la sexualidad.
Es un relato donde el erotismo más
refinado se entrevera y confunde
con la obscenidad total.
LA INMUNDICIA Y LA HOMOSEXUALIDAD
El lío de la inmundicia y la homosexualidad
es un lío que armé yo y que se lleva
la medalla de oro, lamentablemente
no puedo rastrearlo porque no dupliqué
la carta que lo originó. ¿Qué extraña
inspiración me llevó a acusar a
Gombrowicz de homosexual si yo sabía
que era homosexual? Y no solamente
lo sabía yo, nadie podía dejar de
saberlo porque, aunque tenía vergüenza
de ser homosexual, tanto en el diario,
como en la vida corriente, como
en todo lugar y forma en que pudiera
dejar señales, no se cansaba de
declarar que era homosexual.
Yo creo que en este caso me perdieron
los detalles. Las encargadas de
la casa de Venezuela 615, donde
Gombrowicz vivió dieciocho años,
desde l945 a l963, eran unas mujeres
muy chismosas.
Elsa Schultze y su hija Irmgard,
al principio, cuando iba a retirar
la correspondencia de Gombrowicz,
me hablaban muy bien de él, yo siempre
estaba con el oído muy atento a
la espera de alguna noticia truculenta
porque también soy medio chismoso,
pero nada, me lo presentaban como
a un caballero de modales muy cuidados.
Sea porque se acostumbraron a verme
y me perdieron el miedo, sea porque
se dieron cuenta de que yo estaba
esperando de ellas otros relatos,
o sea por lo que fuere, la cuestión
es que de a poco me empezaron a
hablar de los escándalos, de los
marineros y de... los detalles.
Una cosa era para mí pensar en un
homosexual abstracto y otra muy
distinta en casi verlo acostado
con un marinero, tan crudas y vívidas
era las imágenes que surgían de
los relatos de las alemanas, las
putas conventilleras y atorrantas,
como las llama Gombrowicz.
Y el cotejo de un homosexual abstracto
y un Gombrowicz encamado con la
marinería me llevó a la ruina, se
apoderó de mí un estado de confusión
moral increíble que me tomó la mano
y me escribió la carta.
Es probable también que yo haya
buscado echar leña al fuego azuzándolo
a Flor para que me mostrara la carta
en la que Gombrowicz habla de su
sodomía, la cuestión es que caí
en un pozo de aire y nada en el
mundo pudo detener la caída, ni
siquiera el tiempo que tenía para
reflexionar mientras escribía la
carta. ¡Mi Dios!, menos mal que
Gombrowicz tenía mano para tratar
estas estupideces con altura, es
por eso que la cosa no pasó a mayores.
En una carta que me manda dos semanas
después, es como si me estuviera
diciendo: –mire cómo respondo a
su traición, Judas, lo nombro mi
embajador plenipotenciario y mi
delfín ante Marta Lynch.
Berlín, 21 de julio de 1963
"Mi estimado Goma:
su última me procuró cierto disgusto.
Primero lo de la HOMOSEXUALIDAD
y la INMUNDICIA. Qué homosexualidad
y qué inmundicia! Sépalo, yo no
soy ni nunca he sido un HOMOSEXUAL,
sino que de vez en cuando suelo
hacerlo cuando se me da la gana.
Soy persona sencilla y, sobre todo
en materia erótica, mi maestro es
el pueblo que muy felizmente desconoce
totalmente la terrible HOMOSEXUALIDAD
Y SE ACUESTA CON QUIEN puede y como
puede. Me gustaría que Vds., manga
de degenerados, fuesen la mitad
tan sanos como esos inocentes y
encantadores niños del Ejercito
o de la Marina.
Sus vociferaciones de INMUNDICIA
me suenan archiburguesas. Vds. en
general son unos pitucos y también,
creo yo, unos reprimidos e hipócritas
y les aconsejaría a todos que, en
vez de dedicarse a interminables
discusiones acerca de mi HOMO...
(el tema les interesa, según parece)
se acostasen entre sí un día de
estos para ver cómo es esto.
Que triste país, tan puto y tan
torcido, donde nadie se atreve a
darse el gusto. Le aconsejo paternalmente
a Vd. Goma y a todos: si notasen
que algún instinto reprimido les
hace aborrecer a la HOMO, no se
olviden acostarse enseguida con
un macho, pues no hay cosa peor
que no obedecer a los santos mandatos
del cuerpo.
En cuanto a Flor, ya se sabe que
no estaba del todo enemistado con
esta idea cierto día en el café
del León de Francia. Que no me venga,
pues, ahora haciendo muecas de asco
y de abominación. ¡Qué pavo! En
general me imagino el pánico que
cunde entre Vds., conejos, después
del Eco y de las revelaciones de
la vieja Puta Atorranta. Aprendan
a ser valientes y libres y no se
dejen asustar por palabras. Esto
es ser macho –y lo demás es pura
convención.
Todavía quiero hacerle observar
desde el punto d vista estético
que la belleza del amor depende
ÚNICAMENTE de las personas que lo
hacen. Imagínese al maestro Frydman
encamado con Frau Schultze y observe
si esto no es INMUNDICIA, aunque
fuera santificado aun por el Santo
Matrimonio. Vd. Goma no sabe nada
de nada.
Otra cosa que me disgustó es que
Vd. es poco discreto... y poco caballero
con las DAMAS. Una dama es una dama
y hay que saber donde termina el
conventillo, cuídese un poco en
ese sentido.
A la vieja ladrona la castigaré
en forma satánica. Acabo de mandarle
una carta muy dulzona donde digo
que recién ahora puedo contestar
a su carta, que gano encima de 6000
mango diarios y que pienso mandarle
un regalito de 200 DM (alrededor
de 7 mil $) pero que todavía no
encontré tiempo para ir al correo.
¡Qué tortura!
Todavía le quiero significar que
si yo trataba estos asuntos con
cierta discreción, no es seguramente
por miedo sino porque en las condiciones
de nuestra convivencia era imposible
expresarlos sin exponerse a toda
clase de guaranguerías e imbecilidades.
Ahora es necesaria una inteligencia
tan poderosa como la suya para no
darse cuenta en cinco minutos, después
de leer p.e. mi diario de Retiro,
de qué se trata. Vds. nacieron boludos.
No es imprescindible que me notifique
sus ascos por CERTIFICADA EXPRES,
tuve que ir al correo, trate de
mandarme solo la correspondencia
por certificada. Flor es un imbécil
y Vds. una manga de farsantes. Cordialmente
suyo"
EL ORATE BLAGUER TOMA LA PALABRA
Antes de entrar en materia debo
decir con toda claridad y sinceridad
que los gombrowiczidas hispanohablantes
de los que suelo ocuparme en estas
historias verdaderas han tenido
un desempeño destacado para sostener
la presencia de Gombrowicz en el
mundo.
La presentación de "Cartas a un
amigo argentino" en el Centro Cultural
de España resultó ser un acontecimiento
importante que entusiasmó al Bucanero,
tanto que me invitó a un encuentro
en la Casa de América de España.
Lamentablemente para mí el viaje
fracasó, Íñigo Ramírez de Haro lo
mandó de paseo al Bucanero, le manifestó
que yo era un don nadie y que sólo
le daría el visto bueno al proyecto
si también lo invitaba al Pterodáctilo.
Este ilustre hombre de letras hispanohablante,
que ya tenía a cuestas el Premio
Cervantes de Literatura, pidió una
suma considerable de dólares que
Íñigo no pudo soportar.
"Nuestro amigo José Tono Martínez
e Íñigo Ramírez de Haro, el director
de la Casa de América, son, como
sabes, vascos. Según se cree el
vasco es un animal pirenaico que
cuando lo bautizan se vuelve peligroso
y ataca al hombre y, por lo tanto,
habiendo la Divina Providencia en
su infinita sabiduría dispuesto
que estos dos cristianos organizaran
nuestro encuentro el proyecto estaba
destinado al fracaso desde el comienzo"
Es el fragmento de una carta que
le escribí al Orate Blaguer y que
él publicó en "Gombrowicziana",
el capítulo de uno de sus libros
en el que también habla de la lectura
de "Cartas a un amigo argentino".
"(...) Había enviado al ICI de Buenos
Aires, a José Tono Martínez (coorganizador
del acto suspendido), mi crónica
sobre el fiel Goma*, y éste debió
pasársela a Goma* que me envió una
carta que llegó justo el día en
que yo estaba releyendo un libro
apasionante sobre la correspondencia
de Gombrowicz (desde Europa) con
su fiel amigo Goma*. El libro se
llama "Cartas a un amigo argentino"
y a él hacía referencia también
en mi crónica, donde decía ‘el libro
es estupendo y terrible’, comentando
la crueldad con la que a veces Gombrowicz
trataba a su joven amigo de Buenos
Aires, un amigo que al final, cansado
de tanto despotismo por parte del
polaco, decidió enviarle unas líneas
de ruptura, de despedida: ‘Usted
cambia de personas como los antiguos
mensajeros cambiaban de caballos
y es la pura verdad. Chau, Gombrowicz’
(...)"
Después de estas gentilezas que
el Orate Blaguer tuvo conmigo todavía
tuvo algunas más.
"Te he convertido en un personaje
de ‘El Mal de Montano’, el libro
que estoy escribiendo. Hago autobiografía
y ficción. Y hago menciones a algunas
de las cartas que me envías, verás
el libro publicado el año que viene.
Ya en mi anterior libro, Bartleby
y compañía, me dedicaba a esta actividad
en la que mezclo realidad y ficción.
Se trata de una actividad que tú
también practicas cuando me mandas
citas de cartas de otros o cartas
íntegras de Gombrowicz a Flor de
Quilombo. (...) tal como se refleja
en el libro que estoy escribiendo,
donde hay un diccionario de escritores
de diarios personales, y donde en
el apartado de Gombrowicz aparece
Rita (¡qué honor!), apareces tú.
(...)"
Pero mis historias con los escritores
y los editores en la mayoría de
los casos no tienen un final feliz.
Las últimas cartas que recibí del
Orate Blaguer eran tan breves como
elocuentes: "Borrate, Goma"... "Ahora
me hacés llorar"
Los españoles han elegido al Orate
Blaguer como una de sus trompetas
más penetrantes para anunciar la
llegada de Gombrowicz, pero, ¿el
Orate Blaguer sabe hablar de Gombrowicz?
Siendo el polaco un escritor cuya
obra no admite una interpretación
única se puede entrar a su mundo
por muchas puertas distintas, más
diría, se puede entrar por las ventanas.
La puerta que eligió la trompeta
conspicua fue la precaución pues
desde muy joven se puso bajo el
paraguas de la idea gombrowicziana
de que el arte consiste en escribir
sobre algo imprevisto y no sobre
lo que se tiene que decir.
Es evidente que el Orate Blaguer
escribe sobre Gombrowicz sin tener
nada que decir, pero, ¿es imprevisto?
El Orate Blaguer no quiere leer
los gombrowiczidas. El hecho de
que yo piense que es un loco charlatán
que huye de las ideas no le da derecho
a privarse de estas lecturas, un
paseo irreverente por las artes,
la ciencia y la filosofía.
Su cabeza empezó a dar vueltas dentro
de mi propia cabeza y no encontraba
el porqué, finalmente recordé algo
que les había escrito al Pato Criollo,
al Niño Ruso y al Pequeño K.
"El bueno de Barcelona me imprime
en las páginas de sus cartas un
cartel con una gran cabeza, más
bien braquicéfala, cubierta casi
totalmente con un enorme sombrero
blanco del que apenas asoma una
boquilla, un poco más abajo aparece
un libro abierto hojeado por una
de las manos del dueño de la cabeza,
y más abajo todavía una inscripción:
‘Cuidad vuestra cabeza, el sombrero,
la elegantiza, el libro, la ennoblece’;
parece la publicidad de un fabricante
de sombreros, ¿no será hijo de un
fabricante de sombreros"
EL braquicéfalo resolvió desde joven
usar su cabeza para los sombreros
y no para pensar: "Tal vez vio las
Ramblas. Yo, ese 22 de abril de
1963, acudí con mis flamantes 15
años a una matinal de música en
la que actuaban Los Pájaros Locos.
No creo que Gombrowicz fuera a esa
matinal"
EL Orate Blaguer vuelve a las andadas,
esta vez en "Letras Libres", lamentablemente,
pasa la prueba del canon del treinta
por ciento así que tuve que leer
la nota. Comenta que su fascinación
por Gombrowicz comienza cuando ve
la foto de Tandil en la que está
posando con gorra en actitud altiva
y arrogante. Se le despiertan entonces
las ganas de ser como él, de ser
un escritor extranjero, raro y con
un rostro tan orgulloso como el
suyo. A continuación dice una cosa
extraña sobre la madre del polaco,
afirma que tenía un sentido normal
de la realidad.
Ahora bien, Gombrowicz escribe:
"(...) mi madre era toda vivacidad,
sensible, dotada de una excesiva
imaginación, poco práctica, perezosa,
indolente, demasiado nerviosa (...)
en la familia de los Kotkowski había
muchos casos de enfermedades mentales
(...)" ¿Será que Gombrowicz tenía
dos madres?
Recorriendo el camino biográfico
de las entrevistas con el Hasídico
marca otra vez el territorio: "En
Argentina notó que había pasado
de su madre polaca realista a un
concluyente mundo de vacas que espiaban".
Se refiere enseguida al pasaje del
diario en el que Gombrowicz habla
de una vaca sobre el que agrega:
"Estamos tal vez ante un texto fundamental
de Gombrowicz". Hasta que no le
llegó el éxito, sólo ajedrez, vacas
y pornografía en la Argentina, así
habla de nosotros el Orate Blaguer.
Repite su inveterada tontería de
que durante mucho tiempo, antes
de leerlo, se imaginó que su escritura
se parecía mucho a la de Gombrowicz,
y que después, cuando lo leyó, se
dio cuenta que no se parecía en
nada. De idiotez en idiotez comenta
que cuando Gombrowicz se va de Buenos
Aires para siempre le grita a los
amigos desde la cubierta del Federico
Costa: "¡Maten a Borges!". Yo estaba
allí, Gombrowicz no se ocupó de
Borges.
Continúa desbarrando por las entrevistas
con el Hasídico y menciona las que,
según él, son sus dos obras maestras:
los diarios y la inscripción que
dejó en el baño de una café de la
calle Callao que, para abundar en
detalles, transcribe. Es tan imbécil
la nota del Orate Blaguer que me
pone los pelos de punta. Eso sí,
la termina tratando de no bajar
ni un punto el nivel de sus tres
mil novecientos vocablos.
Copia unas palabras de Cohn Bendit
que se refieren a los acontecimientos
del mayo francés: "En realidad,
si quiere que le diga la verdad,
nuestra Revolución se sublevó contra
el matrimonio De Gaulle, eso fue
todo". Y de su propia cosecha agrega:
"Estoy mirando ahora una foto del
matrimonio De Gaulle. Se les ve
de espaldas a la cámara, románticamente
abrazados, sentados en el rellano
que hay en lo alto de una tapia
de su jardín. Dos gruesos culos.
Ahora comprendo a la Revolución.
Y de paso a Gombrowicz". Un final
desinflado, al estilo Gombrowicz,
pero Gombrowicz elegía esta forma
desvaída de la huida después de
haber construido un mundo magnífico,
el Orate Blaguer después de enhebrar
un collar de idioteces y pavadas.
El Orate Blaguer se parece a Gombrowicz
más de lo que algunos hombres de
letras presumen.
"El oficio de escritor es un trabajo
moral. Escribir bien es una manera
de ser moral con uno mismo, tratar
de escribir una frase que nadie
ha escrito antes, tratar de ir más
allá. Es una actitud moral porque
puede estar en oposición a la corrupción
reinante en el exterior"
Son palabras del Orate Blaguer.
"Y la moral del escritor se resume
finalmente en una máxima de lo más
elemental, tan elemental que resulta
casi embarazoso formularla: escribe
de tal manera que quien te lea vea
en ti un hombre honesto. Nada más.
Sólo eso. Pero, ¿acaso no es así
como se escribe desde el principio
del mundo? La literatura y el arte
se apoyan más en su gloriosa tradición
que en el razonamiento"
Son palabras de Gombrowicz
"En ‘Exploradores del Vacío’ me
resisto a pensar que vamos hacia
el vacío, los personajes de mi libro
buscan si existe lo que no sabemos,
están perdidos o avanzando en ese
abismo en el que nos hemos movido
siempre (...) Algunos de sus protagonistas
son gente de la calle, exploro los
límites de la literatura y hay una
indagación sobre el más allá, tanto
el de la literatura como el de la
vida (...) El pretexto inicial era
cómo rellenar el vacío del propio
libro"
El vacío es y ha sido siempre desde
los tiempos remotos, un concepto
incómodo, recién aceptado por la
física y la cosmología después de
Newton, pero el ‘horror vacui’ persiste
en términos anímicos y metafísicos.
El vacío es un concepto límite,
casi impensable, pues se refiere
a la ausencia. Esta idea fue rechazada
por Aristóteles como una realidad
impensable y un concepto inconsistente.
El horror al vacío metafísico es
diferente, se refiere al nihilismo
y no al vacío, al horror que produce
la falta de fundamentos, a la inquietud
frente a la desolación interior.
La naturaleza ha aceptado finalmente
el vacío, pero la cultura no, el
‘horror vacui’ sigue acechando,
por ejemplo, a hombres de letras
tan connotados como el Orate Blaguer.
Gombrowicz trataba estos asuntos
del más allá y del vacío con otro
talante.
"Pero estoy harto de los gimoteos
actuales. Hay que renovar nuestros
problemas (...) La muerte, por ejemplo.
Para cambiar un poco de óptica,
nos basta con pensar: No, no es
ningún drama, estamos adaptados
a la muerte desde que nacemos; y
aunque nos vaya devorando poco a
poco cada día, nunca nos enfrentamos
con ella a cara (...)
¿Enajenación? No, no es tan terrible
(...) esas enajenaciones le reportan
al obrero a lo largo del año, casi
tantos días libres y maravillosos,
días de fiesta, como días de trabajo.
¿El vacío? ¿El absurdo de la existencia?
¿La nada? (...) No se necesita un
Dios o unos ideales para descubrir
el valor supremo. Basta con permanecer
tres días sin comer para que un
mendrugo de pan adquiera ese valor;
nuestras necesidades son la base
de nuestros valores, del sentido
y del orden de nuestra vida (...)
Hace algunos siglos, la gente moría
antes de los treinta años. La epidemias,
la miseria, el diablo, las brujas,
el infierno, el purgatorio, las
torturas... ¿Acaso los triunfos
se nos han subido demasiado a la
cabeza? ¿Acaso hemos olvidado lo
que éramos ayer? (...)
No es que me rebele contra una visión
trágica de la existencia, no soy
de los que pintan el mundo de color
de rosa. Pero no se puede estar
siempre repitiendo lo mismo (...)
El rasgo más trágico de las grandes
tragedias es que suscitan pequeñas
tragedias; en nuestro caso, el aburrimiento,
la monotonía, y una especie de explotación
superficial y monótona de las profundidades"
NO PUDO IR AL ESTRENO
"En cuanto al curso de filosofía
me gustaría dictarlo a partir de
Kant, con él empieza el pensamiento
moderno, calculo una hora para Kant,
otra para Hegel, treinta minutos
para Marx, una hora para Husserl,
otra para el existencialismo y otra
para el estructuralismo, en total,
cinco horas y media. Pero no estoy
seguro de poder hacerlo, pues me
fatigo cuando hablo demasiado"
Éste es el fragmento de una carta
que Gombrowicz le escribe al Hasídico
anunciándole que estaba trabajando
en la preparación del curso. Gombrowicz
es un hombre de letras que le hizo
honor al viejo nombre de Facultad
de Filosofía y Letras, cosa que
la mayoría de los escritores no
hacen.
Los apuntes que armó la Vaca Sagrada
sobre estas lecciones que, con el
asesoramiento especializado del
Cagamármoles, se convirtieron en
"Curso de filosofía en seis horas
y cuarto", no tienen el nivel de
los que armaron los estudiantes
de la Universidad de Tucumán sobre
las lecciones de García Morente,
pero llegan a ser mejores que un
puñetazo en un ojo.
A mí me sirvieron para recordar
episodios de la filosofía que viví
con Gombrowicz y con los contertulios
del Rex, y para vincularlos con
pasajes de sus diarios en los que
camina de la mano con la madre puerca
de las ciencias. Siguiendo un itinerario
un tanto caprichoso se me ocurrió
que Gombrowicz es una especie de
bastonero de estos pensadores, los
odia y los quiere como si fueran
de su propia familia.
Pero cuando las seis horas y cuarto
llegaron a Buenos Aires, uno de
los gombrowiczidas más connotados
–forma parte del grupo de los siete
magníficos, precisamente el Boxeador
Amateur– publicó una nota de un
tono decididamente ditirámbico y
heroico, por lo menos en lo que
respecta a su primer y último párrafo.
"En seis horas, diseminadas entre
el 27 de abril y el 29 de mayo de
1969, Witold Gombrowicz llevó a
cabo, sin saberlo, una de las obras
más prodigiosas y disparatadas de
su vida intelectual"
"Sócrates, después de la cicuta,
conversando con sus discípulos sin
rebajarse a aceptar el consuelo
de la inmortalidad del alma, no
me parece más probo, más sereno,
más estoico, que el hombre que improvisó
estas lecciones, para dos personas,
unos días antes de la muerte"
En presencia de los extremos de
un panegírico tan promisorio pensé
que este hombre de letras era la
persona más indicada para hablar
de Gombrowicz en la Feria del libro
en el año de su centenario.
Cuando lo visitamos en Hipólito
Irigoyen, una casa de lo más extraña,
el Pequeño K se llevó una buena
impresión de su mujer pero una no
tan buena del Boxeador Amateur.
El malestar empezó frente a un tablero
de ajedrez muy bonito que se exhibía
en la entrada, pues mientras el
dueño de casa coqueteaba con sus
conocimientos de la apertura española
y sus variantes, no tomaba en cuenta
los comentarios que le hacía el
Pequeño K sobre que yo había sido
amigo de Miguel Najdorf y alguna
partida le había ganado.
A medida que pasaba el tiempo el
polaco fue cayendo en la cuenta
de que el Boxeador Amateur se interesaba
mucho más en su propia grandeza
que en la de Gombrowicz y que delegaba
en la Vasca el conocimiento del
que, en verdad, era el motivo de
nuestra visita.
Yo estaba preocupado en cambio porque,
fuera de quien fuere ese conocimiento,
me empezó a parecer que estaba colgado
de alfileres, los recuerdos más
frescos que tenía el Boxeador Amateur
sobre Gombrowicz se referían a "La
virginidad" y a sobre cómo al final
del relato los dos protagonistas
empiezan a roer un hueso.
Para colaborar con el buen desempeño
del Boxeador Amateur en la mesa
redonda de la Feria del libro, se
me ocurrió proponerle la lectura
de "Gombrowicz, este hombre me causa
problemas" de modo que convinimos
en que se lo traería para nuestro
próximo encuentro. El Pequeño K
quedó disgustado y esta vez no quiso
acompañarme, yo le reproché esta
decisión sin presentir ni por un
momento lo que iba a pasar al día
siguiente.
Cuando llegué a su casa de la calle
Hipólito Irigoyen, la Vasca me dice
que está en el medio de una entrevista
filmada y que no puede atenderme,
y cuando le pregunto por el Boxeador
Amateur, me dice que estaba con
una afonía imposible. Me retiré
muy disgustado y le manifesté que
eran un par de maleducados. Con
la sensación de que la participación
del Boxeador Amateur se había malogrado
regresé a mi casa.
Sin embargo, ese mismo día, la Vasca
habló con mi mujer para que intercediera
en el conflicto y se ofreció a pasar
por mi casa para retirar "Gombrowicz,
este hombre me causa problemas",
proposición que yo no acepté. La
Vasca, de igual manera, prometió
que para el día de la mesa redonda
tanto ella como el Boxeador Amateur
estarían allí muy emperifollados.
Ya saben lo que pasó el día de la
mesa redonda, el matrimonio pegó
el faltazo.
Sobre la defección de los escritores
argentinos se tejieron varias historias
que iban del pánico académico hasta
el mismísimo desaire. Pero yo quiero
hablar de un solo escritor, del
único que aceptó la invitación,
del Boxeador Amateur, pues me hace
acordar a lo que le pasó a Erich
Kleiber con los músicos del Teatro
Colón cuando preparaba "Las Bodas
de Fígaro", la ópera de Mozart.
El maestro austríaco estaba preocupado
porque le cambiaban algunos músicos
en cada ensayo hasta que en la víspera
de la primera función les dijo:
–He notado que los músicos de este
último ensayo son completamente
distintos a los que tuve en el primero,
al único que reconozco es al segundo
fagot; –Ah, perdón, maestro, pero
mañana no voy a poder venir al estreno.
LA HERÁLDICA DE LOS COMUNISTAS
Las contrariedades que tenía con
la familia fueron las primeras,
y el origen de todas las otras contrariedades,
vamos a entrar a esta casa de los
misterios por una puerta más:
"Fui con el joven Pawel Zdziechowski
al campo, a la finca de sus padres
en la región de Poznan, y enseguida
llegó también Witold Malcuzynski.
Pasé allí varias semanas acogido
con una gran hospitalidad (...)
pasábamos el tiempo charlando y
escuchando música. Al volver a Varsovia
escribí algunos folletines sobre
mi estancia en la región de Poznan,
pero estaba tan cargado de una extraña
ira y guardaba todavía desde mi
infancia tanto rencor hacia las
mansiones de campo de los terratenientes,
empezando por la mía propia, que
no pude evitar hacer ciertos comentarios
maliciosos (...) En el café discutíamos
de todo esto con sinceridad, y explicaba
a los allí reunidos que, en contra
de lo que pudiera parecer mi comportamiento
desde el punto de vista del decoro
ordinario, esta conducta revestía
para mí un sentido más profundo,
era un experimento, una infracción
consciente de la forma"
Estos humores contrapuestos, agradar
o desagradar, no estaban separados,
estaban superpuestos, no se mezclaban
pero existían al mismo tiempo. Muchos
años atrás, en las vísperas de la
guerra, cuando Europa estaba arrastrada
por la vanguardia, el proletariado,
el surrealismo, el social realismo,
el ocaso de la burguesía y del feudalismo,
Gombrowicz maniobraba en una mesa
del café Ziemianska con su abolengo:
–Mi abuela es prima de los Borbones
españoles.
Realizaba también actos de servidumbre,
por ejemplo, le alcanzaba el azúcar
a un poeta de clase social alta,
y no al mejor poeta que era de familia
pobre. Apoyaba la opinión de otro
porque era de una familia de terratenientes:
–La poesía es muy importante pero
ante todo te aconsejo que no seas
provinciano. Aparecían algunas protestas:
–No, señores, el arte es un fenómeno
esencialmente heráldico.
Y así durante meses, años, con la
imperturbable lógica del absurdo.
Los otros chillaban y vociferaban
pero, poco a poco, sucumbían; una
ya decía que su abuelo era terrateniente,
otro, que la hermana de su abuela
era del campo, otro más empezaba
a dibujar su blasón en la servilleta.
"¿Socialismo? ¿Surrealismo? ¿Vanguardia?
¿Proletariado? ¿Poesía? ¿Arte? No.
Un bosque de árboles genealógicos
y nosotros a su sombra. Me dijo
el poeta Broniewski: –¿Qué está
haciendo? ¿Qué sabotaje es éste?
¡Usted ha logrado contagiar de heráldica
hasta a los comunistas!"
Gombrowicz era escurridizo como
una anguila o un camaleón, con estos
artificios quería aproximarse en
los diarios a verdades más profundas.
La palabra humana tiene la consoladora
particularidad de que se halla muy
cerca de la sinceridad, no por lo
que confiesa, sino por lo que busca.
Ahora bien, ¿qué buscaba Gombrowicz?
A veces pareciera que buscara la
miseria de las mansiones de campo,
otras veces el abolengo de su abuela
y la heráldica, dos búsquedas al
parecer contradictorias.
Las discusiones que Gombrowicz mantenía
con su madre lo iniciaron en las
burlas a unos principios morales
y a un estilo demasiado rígidos.
Marcelina Antonina participaba de
la vida social, durante un tiempo
presidió la Asociación de Mujeres
Terratenientes, una institución
terriblemente devota que se caracterizaba
por una incurable grandilocuencia
de estilo. Gombrowicz experimentaba
un salvaje placer haciendo caer
esos altos vuelos del cielo a la
tierra, más aún, le gustaba escuchar
detrás de la puerta el contenido
de esas sesiones para obtener material
satírico.
La nobleza terrateniente vivía una
vida fácil y no conocía la lucha
esencial por la existencia y sus
valores. Jan Onufry, su padre, sólo
muy de vez en cuando se daba cuenta
de lo anormal de su situación social,
para él un lacayo era algo absolutamente
natural, se comportaba como un señor,
relajadamente, con gran desenvoltura.
Su madre también aceptaba su posición
social como algo completamente lógico,
pertenecía a una generación que
no había experimentado lo que Hegel
llama mala conciencia. Pero la generación
joven empezó a sentir el peso de
este problema.
Con el material satírico que sacaba
de las reuniones de la madre escuchando
detrás de la puerta más algunas
otras ocurrencias ajusta las cuentas
con su familia y con su clase social
provocando un verdadero descalabro
en el final de su primera novela:
"Ferdydurke".
En esta narración la fraternización
entre el señorito y el peón va descomponiendo
poco a poco las formas del señorío
a pesar de los esfuerzos que hace
el tío por encontrarle alguna analogía
a esa aparente perversión sexual
con la conducta del príncipe Severino
a quien también le gustaba de vez
en cuando. Después de que el peón
rompe la bisagra mística con un
soberbio cachetazo que le da al
señor en medio de la facha, la servidumbre
y el pueblo asaltan la casa señorial
mientras el protagonista intenta
raptar a su prima de un modo maduro
y noble.
El deseo del señorito de entrar
en contacto con un peón de la casa
de campo de los tíos del protagonista
empieza a descomponer el estilo
de los terratenientes. El tono altanero
y aristocrático del tío tenía sus
raíces en un fondo plebeyo, y era
de la plebe de donde obtenía sus
jugos.
Vivían en un sistema según el cual
la mano del amo quedaba al nivel
del rostro del criado, y el pie
del señor llegaba hasta el medio
del cuerpo del campesino. Se trataba
de un ley eterna, un canon, un orden.
Después de que el protagonista le
da un sopapo en la cara al peón
y el peón le da otro al señorito
a su pedido, se empiezan a producir
acontecimientos irregulares que
provocan la confusión de los roles.
El protagonista descubre que el
misterio del caserón campestre de
la nobleza rural es la servidumbre.
El comportamiento de los tíos quería
distinguirse de la servidumbre,
estaba concebido contra la servidumbre
para conservar el hábito señorial.
El orgulloso señorío racial del
tío crecía directamente del subsuelo
plebeyo. Sólo a través de la servidumbre
se puede comprender la médula misma
de la nobleza rural. El hecho perverso
de que el sirvientito pegara con
su mano en la cara del señorito,
un huesped de señores y un señor,
tenía que provocar consecuencias
también perversas.
El desarrollo histriónico de este
capítulo es hilarante, yo no podía
parar de reír, y esta fue la razón
por la cual Gombrowicz me hizo miembro
de la logia ferdydurkista. Veamos
el remate de este capítulo a ver
si no tengo razón.
"Oí todavía el chillar del primo
Alfredo y el chillar del tío, parecía
que los tomaban de algún modo entre
sí y empezaban con ellos lerda e
indolentemente, pero ya no veía
por la oscuridad... Salté detrás
de la cortina. ¡La tía! ¡La tía!
Recordé a la tía. Corrí descalzo
al fumoir, atrapé a la tía que,
sobre el canapé, trataba de no existir
y ¡a tirarla, a empujarla en el
montón! para que se mezclara con
el montón. –Niño, niño, ¿qué haces?
–suplicaba y pataleaba y me convidaba
con bombones, pero yo justamente
como niño tiro y tiro, tiro al montón
a la tía, ya la tienen, ya la agarran.
¡Ya la tía en el montón! ¡Ya en
el montón!"
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