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Mi último encuentro con Ramos, por Ernesto Laclau  | 
Las bibliotecas perdidas de Jorge Abelardo Ramos

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¿Quien es Jorge Abelardo Ramos? (Parte 2)

Por Alberto J. Franzoia

Bolivarismo y marxismo, la clave de una decisión

Dice Abelardo Ramos: "Pero si para hacer de la Rusia bizantina una nación normal era preciso destruir su imperio y dar a las nacionalidades que lo integraban el derecho a separarse, para hacer de América latina una «nación normal», la fórmula es inversa: es preciso unir sus Estados. Tanto como para Rusia, en América latina la resolución de las tareas democráticas y nacionales sólo pueden lograrse por medio del socialismo. La burguesía nacional es incapaz de lograr el dominio político en el interior de cada Estado balcanizado; con mayor razón, ni sueña con la unidad de todos ellos. Precisamente por esa causa la tarea de Bolívar pasa a los discípulos de Marx. Éstos no podrán realizarla, sin embargo, sin la tradición de Bolívar ni volviendo las espaldas a los movimientos nacionales".

Esta es tan sólo una de las certeras frases que se van engarzando en un estupendo capítulo (Bolivarismo y Marxismo)de un inigualable texto (Historia de la Nación Latinoamericana, edición 1968)escrita por el mejor Ramos que he conocido. El que me deslumbró por su capacidad intelectual para las síntesis comprensivas. El mismo que con su oratoria cargada de sagaz ironía y su incomparable claridad expositiva se transformó en el exponente más reconocible de la Izquierda Nacional. Porque como decía ayer en la última clase de nuestro primer curso de la Escuela Spilimbergo, muchos llegamos al FIP de La Plata, al iniciarse el año del regreso a la democracia (1983), por Ramos.

En lo personal antes había conocido y disfrutado a personalidades de la Izquierda Nacional: como docentes a Alberto Belloni, luego a Cristina Fernández, finalmente a otro docente e historiador uruguayo, Carlos Machado. Mientras que a Spilimbergo aún no lo descubría. Pero fue Ramos quién sin saberlo forzó mi decisión al regreso del exilio en España. La democracia estaba por comenzar a dar nuevamente sus primeros pasos después de la siniestra noche que nos paralizó, aquella que con su oscuridad se llevó tantos amigos y compañeros. Para muchos jóvenes con deseos de politizar sus existencias, no era fácil la elección militante por esos años. Habían pasado días interminables en los que la posibilidad de hacer política se redujo a una elite cívico-militar especializada en arrebatar sueños.

Pero para algunos, ubicados desde mucho antes en el campo nacional y popular, la lectura de Ramos, un historiador y teórico que además hacía política, facilitó enormemente la elección. Cuando lo decidí sabía que estaba dando un paso trascendente para mi existencia, había que hacer política en un partido que luchara sin dobleces por el socialismo latinoiamericano, porque sólo así conquistaríamos la dignidad de la Patria. Ese socialismo que Ramos expresaba en su síntesis magistral como un marxismo bolivariano. Fue entonces cuando me integré a las filas del FIP.
Lo que pasó después es una historia que he narrado en no pocas oportunidades. El Ramos de mi imaginario personal era otro, distinto al que realmente existía en 1983. Pero el exilio me había impedido descubrirlo a tiempo. Afortunadamente estuvo Spilimbergo para demostrarnos que no todo estaba perdido. Y desde allí hasta hoy adherí a las banderas que él supo mantener inalterables pero enriquecidas. Sin embargo, la decisión primera de incorporarme a la Izquierda Nacional, fue gestada al calor de la prédica de Ramos.

No manifestarlo con claridad, sería una actitud desagradecida que sólo puede engrosar el libro de las mezquindades humanas.
Pues bien, el capítulo enviado por el compañero Roberto Vera a Reconquista Popular tiene un sabor especial. Es el regreso a mi vida de un objeto simbólico muy preciado, perdido en el sinuoso trayecto de la vida. Si algo me faltaba para saber dónde debía estar a la hora de dar nuestra pelea por la liberación nacional en 1983, Bolivarismo y Marxismo (que había leído por vez primera ocho años antes)fue el capítulo de la Historia de la Nación Latinoamericana que me dio el empujón definitivo. Y debo decir que nunca me arrepentí de ello. Allí encontré la síntesis comprensiva de la historia latinoamericana más genial.

Y cuando uno ha comenzado a entender la historia, tiene más claridad para trabajar por el porvenir. Eso se lo debo al Colorado Ramos.

La Plata, 2 de septiembre de 2007

Fuente: reconquista-popular@lists.econ.utah.edu


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¿Quién es Jorge Abelardo Ramos (Parte 3)

Por Alberto Jorge Franzoia

BREVE BALANCE PERSONAL SOBRE JORGE ABELARDO RAMOS

En septiembre de 2007 publiqué un artículo en Reconquista Popular cuyo título es Bolivarismo y marxismo, la clave de una decisión. El mismo fue reproducido en otros espacios digitales y, en uno de ellos (conversemos de historia) un señor lanzó la siguiente reflexión: "Tenía entendido que J.A.Ramos no era socialista sino un especie de chanta populachero que simulaba ser socialista, un acomodaticio que iba detrás de Perón, Onganía, Galtieri, de quien fuera para conseguir un cómodo despacho. Finalmente coronó su carrera, obtuvo una embajada con Menem."

Ante estas expresiones que consideré de escaso rigor histórico pedí derecho a réplica en un foro del cual no participo, y me publicaron a modo de respuesta el siguiente balance personal (muy breve por cierto) sobre Jorge Abelardo Ramos:
Con todo respeto le digo al responsable de estas afirmaciones que se equivoca. No sé de dónde sale su información pero no se ajusta a la verdad. Yo tengo sobrados motivos para criticar a Jorge Abelardo Ramos porque invertí unos cuantos años en seguir sus enseñanzas y al final de su vida me decepcionó por completo. Pero sería muy injusto si esa etapa decadente del Colorado me llevara a negar lo mucho que me aportó no sólo a mí, sino a varias generaciones del campo nacional y popular.

Ramos fue un socialista revolucionario que mucho tuvo que ver con la fundación de la Izquierda Nacional en Argentina, lo cual no es poca cosa en un país en el que la izquierda ha estado acostumbrada a ver la realidad con ateoejeras europeas, rusas y muchos años después chinas, vietnamitas, y cuanta excéntrica variante pueda ser considerada. El tuvo el enorme mérito, junto a Jorge Enea Spilimbergo (quien no nos defraudó nunca) de ubicar al socialismo dentro de su espacio natural, es decir junto a los trabajadores, que como todos sabemos, en Argentina han sido la columna vertebral del movimiento peronista. Negar ese fenómeno sería a la ciencia social como en el campo de las ciencias naturales negar la ley de la gravedad. Otras izquierdas extraviadas en su propio territorio apoyaban en los años 40 y 50 a la Unión Democrática, mezcla infame de "civilizados revolucionarios" con la clase dominante, que en nuestras semicolonias capitalistas de América Latina nunca fue la burguesía sino la oligarquía, primero terrateniente y comercial, como ahora también industrial y financiera. Mientras tanto Ramos nos enseñaba que la obligación de un socialista revolucionario es estar junto a los movimientos nacionales del tercer mundo, que con sus aciertos y debilidades luchan contra el imperialismo y sus aliados internos. Porque en una país dependiente la contradicción principal es siempre entre el campo oligárquico-imperialista y el nacional-popular. Esto nunca lo entendió la izquierda tradicional tipo PC, que veía la realidad argentina y latinoamericana con ojos ajenos a ella, por eso su divorcio permanente de las masas. Claro que en una curiosa aplicación de la dialéctica materialista, estos hombres de "izquierda" (que han tenido descendencia hasta nuestros días) consideran (aunque no lo expliciten o quizás no tengan plena conciencia de ello) que la teoría no se construye a partir de la práctica sino al revés. Con lo que la dialéctica retrocede a los tiempos de Hegel.

Ramos escribió libros esenciales para la formación de los revolucionarios latinoamericanos como su gran historia nacional en cinco tomos Revolución y Contrarrevolución en Argentina, Crisis y Resurrección de la Literatura Argentina, El Marxismo de Indias, Ejercito y Semicolonia, Historia del Stalinismo en Argentina o su estupenda Historia de la Nación Latinoamericana en dos tomos, que es la que incluye ese capítulo sobre el marxismo bolivariano. El mismo que comento en el artículo responsable de generar la desafortunada frase que intento responder. Ramos impulsó y/o fundó partidos irremplazables para la historia de una izquierda realmente latinoamericana. Primero el Partido Socialista de la Revolución Nacional, que apoyó al gobierno de Perón en 1955 cuando la fusiladora se preparaba para asaltar el poder después de haber bombardeado en junio la plaza de Mayo, en un acto criminal imborrable para la memoria del pueblo argentino. En 1962 fundó con Jorge Enea Spilimbergo, Blas Alberti, Fernando Carpio y otros militantes el Partido Socialista de la Izquierda Nacional, y años más tarde desde una perspectiva más amplia el Frente de Izquierda Popular, que obtuvo en las elecciones de septiembre de 1973 casi un millón de votos, lo cual en aquellos años representaba el siete por ciento del electorado (y sin formar ningún frente, sino solo pero apoyando desde la izquierda la candidatura de Perón).

Ramos influyó con su prédica y trabajos en las izquierdas de Uruguay y Bolivia. En Uruguay atrajo de tal manera al gordo Vivian Trías que llevó a éste a gestar una corriente de Izquierda Nacional en el seno del Partido Socialista de Uruguay. Yo mismo tuve la fortuna de tener como profesor de historia en la Facultad de Sociología de La Plata a un uruguayo continuador por aquellos años setenta de la línea de Trías, me refiero a Carlos Machado. En Bolivia también fue grande la influencia de Ramos, a tal punto que uno de sus discípulos más reconocibles es el ex Ministro de Hidrocarburos del gobierno de Evo Morales, Andrés Solís Rada. Y como si esto fuera poco, Ramos es el responsable de la fabulosa síntesis teórica y política expresada en el concepto marxismo bolivariano, el mismo que esgrime hoy Hugo Chávez en Venezuela para construir el socialismo del siglo XXI.

Como se puede observar en este breve pero no menos comprobable recorrido, Ramos cumplió una tarea fundamental en el desarrollo de una corriente de pensamiento que sigue viva y se reagrupa para cumplir el papel político con que él soñó mientras fue un auténtico socialista. Pero además, vivió casi toda su vida en condiciones humildes, y puso plata propia para financiar partidos, revistas, editoriales y otros emprendimientos por la causa del socialismo de la Izquierda Nacional. Sería interesante por lo tanto que el señor que denuncia la búsqueda de cómodos despachos como una constante en la vida de Ramos, nos dijera con precisión qué cargos ocupó o intentó ocupar con Perón, Onganía o Galtieri. No amigo, se equivoca feo. Ahora, como tratamos de ser serios, yo le reconozco que con Menem sí, allí cerró un recorrido descendente en los últimos años de su vida que lo condujo al abismo. El resto es una información falsa. Pero como creo en su buena voluntad, es probable que algún pícaro le haya pasado estos chismes poco rigurosos, como todo chisme.

Con lo dicho no pretendo minimizar el ocaso de Ramos que fue tan real como lamentable. Pero su pecado no consistió en ser un oportunista que buscaba cargos y dinero, no señor. El error enorme de Ramos comienza con su progresivo abandono del marxismo bolivariano que él tanto hizo por construir. Es una historia que se inicia hacia fines de los setenta y continuó en los ochenta. Historia que lo conduce progresiva e inexorablemente a un nacionalismo no marxista primero, y con profundas huellas del nacionalismo de derecha después. Los argentinos interesados en la política, los que hemos investigado y también militado sabemos cuál ha sido habitualmente el destino trágico de ese nacionalismo: concluir a los pies de los liberales, expresión ideológica a su vez de los intereses de la clase dominante en Argentina, es decir, la oligarquía. El producto de estos cambios en la visión de mundo de Ramos lo llevaron a fundar el único partido olvidable de su rica historia: el Movimiento Patriótico de Liberación. Y dicho partido (que había renunciado claramente al marxismo bolivariano) no fue otra cosa que la antesala del infierno. Luego, sin solución de continuidad se sucedió el apoyo al liberal Menem, la aceptación de una embajada y la desaparición sin gloria y con mucha pena del MPL, quedando sus militantes integrados al peronismo menemista. Es decir, Ramos que toda su vida luchó por la participación de los socialistas en el movimiento nacional, pero resguardando la independencia del partido de los trabajadores como reaseguro de la revolución (o como decía él: "cabalgando junto al peronismo pero en distintos caballos"), concluyó sus días integrando a sus seguidores al peor peronismo posible (aunque murió uno días antes de verlo), aquel que se había desnaturalizado renunciado a la lucha por la liberación nacional. Grave por cierto, pero aún así queda para la memoria colectiva de los argentinos y latinoameriacos en general buena parte de su obra escrita, con momentos realmente brillantes, todos los partidos que fundó (menos uno), las influencias que ejerció en otros políticos latinoamericanos, y la posibilidad de que las nuevas generaciones utilicen todo ese caudal de teoría y práctica para construir el socialismo del siglo XXI. No es poco ¿o me equivoco?

La Plata, 2 de octubre de 2007


Mi último encuentro con Ramos

(Anécdota relatada por Ernesto Laclau en el homenaje realizado a Jorge Abelardo Ramos en la Biblioteca Nacional, a los diez años de su fallecimiento)

Con Ramos teníamos una relación de trabajo muy estrecha pero Ramos era un hombre reservado en sus contactos, yo trabajé 5 años muy directamente con él y jamás nos tuteamos, siempre nos tratábamos de usted. Y él no tenía un estilo en el cual él compartiera dudas, angustias, al contrario, él pensaba -probablemente correctamente- que su función, dada el carácter antagónico que tenían sus posiciones, era impartir certezas a la gente. O sea que era muy difícil tener una conversación media más íntima con él. Y me acuerdo que eran unas pocas semanas antes que nos fuéramos nosotros del partido, y él ya mas o menos se daba cuenta que, los dos nos dábamos cuenta que nos encontramos que era una cuestión de días, y nos encontramos una noche en el café Tortoni y estuvimos conversando tres horas.

Y paradójicamente esa fue la vez en la cual tuvimos una conversación más íntima, más directa, exploramos toda la historia del leninismo. Me acuerdo que en cierto momento le dije: "mire Ramos, UD., pierde el tiempo tratando de buscar sus raíces trotskistas, si hay quien tiene sentido de lo nacional y popular en la política actual es más el partido comunista italiano que nada que pueda venir del trotskismo." Y me daba cuenta yo que este argumento le producía un cierto impacto y dijo: "Bueno, hay que dejar que los muertos entierren a los muertos, tenemos que mirar hacia adelante"... y cosas así.

Y después, salimos después de tres horas de conversación allí y fuimos caminando por una calle de Buenos Aires y nos despedimos en una esquina. El cruzó a la esquina y en un momento dado, desde la esquina que hacía diagonal con la que yo estaba me grita: "Ernesto..", entonces me doy vuelta y le digo: "¿Qué..?", Tuvimos que gritarnos un poco porque había tráfico, y era difícil de escucharse, y él me dice:"¿Usted hubiera perdonado a los insurrectos de Kronstadt?", si ustedes saben lo que es Kronstadt, de todos modos para alguien como él y yo que veníamos de la tradición leninista significaba algo muy preciso: era la el levantamiento de izquierda de los marinos de San Petersburgo, que los bolcheviques con Lenin y Trotsky a la cabeza, reprimieron de una manera brutal, o sea que siempre fue una espina clavada en el torso de la izquierda. Y entonces mi gritó eso, y entonces yo le grité: "bueno, en ciertas circunstancias sí, pero tienen que ser circunstancias muy especiales". Entonces me gritó: "Yo pienso lo mismo", y se fue.

Fue la última vez que hablamos.

Fuente: http://www.abelardoramos.com.ar/_anec/anec001.php (2004)


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Las bibliotecas perdidas de Jorge Abelardo Ramos*

Por Laura Ramos

El 15 de Noviembre de 1996 se realizó un acto en la Biblioteca Nacional en el que se rindió homenaje póstumo a Jorge Abelardo Ramos con motivo de la donación de su biblioteca de Historia. En aquella oportunidad, entre otros oradores que recordaron al político y al pensador, su hija, la escritora y periodista Laura Ramos, leyó el siguiente texto:

Si me permiten, creo que mi papá se hubiera muerto de risa en este acto. Porque él, como el Scaramouche de Rafael Sabattini, "nació con el don de la risa, y con la sensación de que el mundo estaba chiflado. Y ese fue todo su patrimonio".
Me parece que mi padre se hubiera muerto de risa con toda esta pompa: él era capaz de hacer cosas brutales con los libros. Partía un libro para prestarle la mitad que ya había leído a un amigo; regalaba o tiraba bibliotecas enteras, cuando ya no le servían; polemizaba con los autores desde los márgenes, con una pluma azul y en su estilo furibundo y pasional, orlado de irónicos signos de admiración.
Quiero decir que él tenía una relación muy entrañable con los libros, casi doméstica.
En una especie de principio zen creo que iba al fondo del asunto, que despojaba a los libros de cualquier categoría que lo apartara de una relación intrínsecamente utilitaria con ellos.
Creo que formaba parte de cierto tipo de determinado desprecio que sentía por la intelligentzia y el saber académico que le hacía repetir el adagio de que él, en vez de ser un hombre de letras, había preferido escribir letras para los hombres.Y tenía bibliotecas enormes que se iban renovando todo el tiempo, un circuito de libros que compraba, regalaba y perdía; eran bibliotecas circulantes en las que sólo los clásicos permanecían.
Quería hablarles de esos clásicos. Allí permanecían Balzac, Dickens, el Rojo y Negro de Stendhal en una edición que él había traducido, Borges y "Los tres mosqueteros" (y también "Veinte años después" y "El vizconde Bragelone").
Y quería hablarle de los libros que me fue regalando desde que aprendí a leer. De "Los diez días que conmovieron al mundo" de John Reed, un libro sobre la revolución rusa bastante gordo para los nueve años de edad que yo tenía en ese momento. (Creo que lo decepcioné: me aburrió espantosamente y lo dejé por "Mujercitas".) Con el siguiente libro ya no se equivocó: fue "La escuela de las hadas" de Conrado Nalé Roxlo. Nunca mas volvió a equivocarse, excepto con los volúmenes de poesía de Vallejo, que me regaló varias veces. Él pobló mi infancia con héroes heroicos. Me decía que yo había sido amamantada con sopa de letras.
Y no era una metáfora. Casi. La idea del alimento bajo la forma de libros viene de cuando vivíamos en Montevideo, en un barrio hermoso llamado Malvín. Mi padre viajaba cada veinte o treinta días de Buenos Aires a Montevideo en el vapor de la carrera, con varias valijas cargadas de libros. Eran libros editados por él mismo o dados en consignación por un librero de la calle Corrientes llamado Hernández, un tipo sensacional al que mi hermano y yo debemos , por lo bajo, varios kilos de pan y fiambre alemán, miles de bananas y cajas y cajas de puré instantáneo.
De modo que mi padre traía estos cargamentos de montones de libros: sólo restaba venderlos. Hasta entonces, hasta ese momento en que termináramos de venderlos, debían esperar en algún sitio, pero nuestros padres no contaban con local para guardar esos libros temporariamente. Por entonces vivíamos en un departamento de dos ambientes, frente a la playa. Era un poco pequeño para nosotros, pero muy pronto los dos ambientes dejaron de ser un problema, porque empezaron a alzarse unas paredes divisorias hechas, imagínense, de libros.
Así que teníamos el living y el comedor, y cuantas más valijas cargadas de libros llegaban, más bibliotecas, es decir, más dormitorios o estudios se fueron alzando.
Las bibliotecas habían sido instaladas por nuestros propios padres. Clavos en el piso, alambres anudados. Una noche volvimos a casa un poco tarde y nos encontramos con nuestro living, comedor y estudio convertidos en un loft: se había venido abajo una enorme biblioteca.
Muchos de esos libros que decoraban nuestro departamento mientras aguardaban para darnos de comer eran unos ejemplares de colores, muy finitos, de la colección Coyoacán que había fundado mi padre (había tomado el nombre de la casa de Trotsky en México.) Con mi hermano Víctor hacíamos juegos de memoria: uno citaba el nombre de un libro y el otro tenía que adivinar el color, el número de la colección y el autor. "La cuestión judía", decía él. Amarillo, 14, Juan Bautista Alberdi, arriesgaba yo. No, perdiste, es verde, 23, Carlos Marx, me decía él.
Fabi, nuestra mamá, los vendía a las distribuidoras, a las librerías y, en las épocas duras, también de puerta en puerta. Pero mi hermano y yo no tenemos malos recuerdos de esas épocas duras. Nos acordamos, mas bien, de los fuegos artificiales que tirábamos en la playa, de las tertulias de música, poesía y cigarrillos, de la voz de nuestro padre cantando, para despertarnos, La Internacional.
Yo no sé por qué, pero quienes lo conocieron van a entenderme porque ésa era su cualidad, él nos hacía sentir que éramos los millonarios numero uno del barrio de Malvín. Y en realidad de eso era de lo que quería hablarles.
Creo que mi padre tenía algunos rasgos de sus personajes favoritos de la literatura. La pasión, y la ambición, de Julián Sorel y de Luciano de Rubempré, el optimismo a toda prueba de Micabwer. Micabwer era un entrañable personaje de Dickens que siempre estaba a un paso de acometer una grandiosa empresa que lo sacaría definitivamente de la miseria y lo llevaría hasta la cima. Entretanto, gastaba a cuenta. A Micabwer y a mi papá, los acreedores los persiguieron toda la vida.
Sólo no tuvo deudas cuando era joven y vivía con Fabi en La Farnesina, un palacio italiano que cobijaba a los artistas argentinos en los años cincuenta; dormían allí mientras recorrían Roma en una motoneta con side-car. Pero las deudas comenzaron a morderle los pies al tiempo de las primeras luchas revolucionarias y la edición de periódicos, la impresión de libros y folletos y el alquiler de oficinas para los grupos políticos. Por entonces aparecieron los contratos apócrifos, los falsos garantes y los avenegras truhanes. Cierta vez unos acreedores contrataron a unos sujetos vestidos con frac y galera con el propósito de cobrarle una vieja cuenta. No fuimos a la prisión por deudas, como Micabwer, porque afortunadamente no vivíamos en el Londres del siglo XIX.
Como David Séchard, otro personaje, pero de Balzac, atesoraba la obsesión de tener una imprenta. Me acuerdo de varias imprentas que iba fundando, y fundiendo. Yo trabajé en todas: me enseñó a corregir pruebas a los doce años y me pagaba por pagina. Todavía me debe algunas.
Llegó a tener, con Fabi, la Librería del Mar Dulce, de la que Jauretche, su viejo amigo, era parroquiano asiduo. El negocio no era muy próspero, pero el cenáculo de amigos y camaradas se reunió en su estrecho corredor a charlar, fumar y tomar café casi todas las noches, hasta que la bomba de un grupo derechista incendió hasta el último libro.
Alquilaba locales para el partido con un entusiasmo irrefrenable y contagioso. Aquí vamos a hacer un palacio, decía, extendiendo los brazos sobre los caños rotos de un cuartucho húmedo y oscuro. Allí pondremos las máquinas más modernas, y señalaba el paso furtivo de un ratón por un agujero en el piso. Él tenía el poder de convertir las calabazas en carruajes cargados de joyas. Podemos tener este salón veneciano por un alquiler insignificante, decía.
Bueno, merced a esos alquileres insignificantes nos embargaron varias veces. Y así yo pude obtener muchísimo material para mis historias.
También hubo persistentes emprendimientos agropecuarios, como la crianza de cerdos, un tambo y un corto período de soja. Ninguno resultó un éxito económico. Estoy orgullosa de esos resultados. Un éxito de ese orden sería políticamente sospechoso. "Tengo lo suficiente para vivir el resto de mis días. A condición de que me muera mañana mismo", citaba a Groucho Marx. Pero el no creía en la muerte. Él vivía como un joven inmortal. Era muchísimo mas joven que yo. Cuando tenía dinero era dispendioso como un rey, como un bandolero generoso. Nombraba al dinero, como Yrigoyen, "las patéticas miserabilidades". ¿Tenés patéticas?, me preguntaba en un susurro, llevando la mano a su bolsillo, cuando yo lo iba a ver en medio de una conferencia o una reunión política.
En simultáneo a las catástrofes económicas surgieron las grandes realizaciones: dirigió decenas de periódicos y revistas, fundó varios movimientos y partidos y editó a Manuel Ugarte y a muchos de los ensayistas latinoamericanos que no encontraban editor. Nunca dejó de hacer política. Mientras eludía a los señores de la galera viajaba por América Latina dando conferencias en las universidades, tuvo una columna en el diario "Democracia" que hizo temblar a los políticos de derechas e izquierdas, y, durante largos períodos, se dedicó a escribir y repensar la historia de América Latina. Su lucha continental fundó una corriente de pensamiento que hizo un sesgo en el marxismo y abarcó a toda la Patria Grande.
Cierta vez, cuando yo tenía 13 o 14 años, nos explicó a una amiga y a mí el proceso revolucionario por el cual el mundo marchaba inexorablemente hacia el socialismo. Desgranó diáfanamente los procesos de descomposición del capitalismo, del excedente y la planificación, el problema de las semicolonias, el proletariado y las clases medias, el arribo del gobierno popular con hegemonía obrera, la cibernética, el ocio creativo, la realización de la Utopía. Era una historia tan simple y tan bella. Quiero decirles que él creía realmente en ella. Mi amiga y yo nos fuimos con estrellas y planetas girando alrededor de la cabeza.
En cierto modo el se reía de todo, y en algún sentido se reía de su condición de embajador, del protocolo y la fastuosidad. Una noche, en México, después de una recepción con unos diplomáticos muy clasistas, de espíritu pedestre, horteras, a los que escuchamos silenciosamente desplegar su estupidez, nos quedamos tentados de risa, nos quedamos riendo en el living de la embajada hasta las tres de la mañana. Con él podías reírte. Podías zambullirte en la risa y dejarla crecer. Al llegar a la embajada lo primero que hizo fue sacar los gobelinos ingleses de las paredes y llenarlas de tapices aztecas. Y nunca dejó de usar su poncho salteño. Detestaba la TV, la estrechez de miras de la pequeño burguesía y ciertas convenciones burguesas. Él nadaba contra la corriente. "Contre la courant", así se llamaba un periódico trotskista europeo. Solía decir: si nací zurdo, judío, pelirrojo y usaba anteojos: ¿cómo no iba a ser trotskista?.
Creo que en una especie de exorcismo del lujo cuando volvió de México se fue a pasar el invierno a una tierra que tenía en Colonia, en un rancho de dos metros por dos con techo de chapa, primus y una luz eléctrica, que, como decía citando a un paisano, "es una comodidad".
Fabi, que ahora está con él en el cielo impío de los librepensadores, observaba que cuando mi padre describía alguna nueva idea encendía las luces de un gran teatro victorioso: sonaban las trompetas en una escenografía azul y oro, los bailarines surcaban el aire envueltos en capas luminosas; cuando él se retiraba de la escena las luces se apagaban, las trompetas comenzaban a desafinar y los bailarines se convertían en unos tipejos torpes y opacos. Me parece que (citando a J.D.Salinger) desde que él se retiró definitivamente de la escena no conocí a nadie que pudiera encender las luces en su lugar.
Me gustaría despedirme como en los funerales de Nueva Orleáns, en los que los invitados se van caminando despacio, bailando, tocando melodías y cantando canciones. Creo que a mi viejo le gustaría una despedida así.

Laura Ramos
Bs. As., 15 de noviembre de 1996

*Texto enviado al foro Reconquista Popular por Roberto Vera <reconquista-popular@lists.econ.utah.edu>

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