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Julio Carreras (h) |
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La Negra
Un relato de Julio Carreras (h)
I
Agosto de 1973. Yo 23 años. El lugar: un local muy grande en la calle Maipú, provincia de Córdoba. Mucha gente, casi todos jóvenes, las diez de la mañana. Se debate desde temprano pues hay una asamblea del FAS (Frente Antiimperialista por el Socialismo). Casi todos están en el ancho patio, es un día seminublado, yo justo debajo de unas columnas y una galería.
Desde allí la veo.
Es tan hermosa que casi parece imposible. Tiene traza de colegial, con su falda
escocesa, zapatos abotinados de gamuza, camisa blanca a cuadritos azules, pelo
con trenzas y moños a los costados. Un poco alta – 1.68 calculo – , perfectamente
proporcionada. Da Vinci podría hacerse una fiesta con ella. El orador habla
de un modo durísimo criticando no sé qué desviaciones burguesas de uno de los
partidos que integra el Frente. Pero yo solamente la miro a ella. Inútilmente,
creo, puesto que a muchacha tan hermosa es absolutamente imposible encontrarla
sola. Alguien debe de habérseme anticipado ya; aunque allí está sola, parece.
Parece. Su cabello es castaño, perfecto: se nota aún desde la distancia que
sus bucles son extraordinariamente naturales, que deben de ser suaves como los
pétalos de una rosa. El orador – del PRT – dice que es inadmisible seguir tolerando
las absurdas vacilaciones pequeñoburguesas del Partido Obrero Trotskista y solicita
a la Mesa Directiva del FAS la expulsión lisa y llana de los trotskistas – entre
quienes no hay ningún obrero, son todos universitarios, dice – de persistir
en su tesitura “contrarrevolucionaria”. Me subleva interiormente tanta dureza
dialéctica entre compañeros, tanta soberbia en un supuesto dirigente revolucionario
y pienso que ella debe de ser trotskista. Es que los trotskistas tienen un tipo,
así como los PRT, los “chinos”, los PC, los Montos... cada uno de estos grupos
tiene un tipo fisonómico propio. Los trotskistas son todos pequeños burgueses
muy refinados, y lindos, en serio, sean hombres o mujeres, todos lindos, pertenecen
a esa raza de hijos de inmigrantes, a veces mezcla con criollos, que da especimenes
tan perfectos como la que estoy mirando hoy. Absolutamente perfecta, miren,
de la cabeza a los pies. Y basta. Porque no me miró, ni siquiera se dio cuenta
que yo estaba allí, pese a mi arrobada actitud en ningún momento percibió ni
siquiera por un instante mi presencia.
Después de que algo extraordinario sucede uno se acuerda de cosas. Que al parecer
no tienen nada que ver. Como que por aquél tiempo yo había terminado de leer
Cien años de soledad, y me había impresionado profundamente. Andaba mucho tiempo
pensando en los mundos que imaginara con Cien años de soledad y busqué otra
experiencia semejante. Entonces empecé a leer El coronel no tiene quien le escriba,
de la misma saga. Era un libro chiquito, recuerdo, lo llevaba a todas partes.
Aquella mañana en que vi por primera vez al ángel lo tenía entre mis manos,
o en uno de los bolsillos de mi campera. Pero no me gustó, desde las primeras
páginas sentí que no recrearía en mí las emociones de Cien años de soledad.
Lo deseché para siempre, pues.
Pasó el tiempo y me olvidé. Hasta que la vi aparecer ante mí de una manera tan
sorpresiva que casi me voy de nuca. Apareció, nada más, ahí a cuatro metros
de distancia y encima avanzando hacia mí. Yo estaba sentado ante el escritorio
de entrada en la revista Posición, hablando por teléfono. Había una puerta cancel,
con vidrios, como es habitual, y poco más allá una puerta principal que casi
todo el tiempo permanecía abierta. Entró un grupo de cuatro o cinco compañeros,
todos “pesados” del Partido, y junto a uno de ellos, como de cuarenta años o
más, venía ella. “No puede ser su compañera”, me acuerdo que pensé “el tipo
es un viejo”. Pasaron junto a mí saludándome con la mano y yo me quedé tan azorado
que en todo el tiempo que duró la reunión, pese a que la hicieron en la ancha
sala de Redacción donde también estaba mi mesa de dibujo no me atreví a entrar
ni una sola vez. Cuando se fueron yo aún estaba ahí. Me alcanzó esa fugaz aparición
para notar que ella estaba cambiada. Su rostro y su cuerpo seguían siendo los
de una adolescente, pero ya no vestía como antes. Iba ahora desaliñada, con
ropas raídas y una pollera azul muy larga, por lo cual concluí que por fin había
terminado incorporándose al PRT. Se cultivaba ese agresivo abandono indumentario
en las filas del “partido de cuadros” que también yo integraba. Luego de irse
el grupo alguien hizo respetuosos comentarios sobre “Bigote” Desantis, de quien
pese a los tabicamientos imprescindibles se conocía que había sido oficial subalterno
del ejército, luego hippie, ahora un importante cuadro revolucionario. Alguien
hizo un comentario admirativo acerca de la joven compañera que venía con ellos,
a quien mencionaron como “la Negra”.
En ese tiempo había muchas “Negras”. Era un orgullo decirse “Negra” o “Negro”,
era ser proletario. Hasta las rubias se hacían llamar “Negras”, pues representaba
una reivindicación de aquellos a quienes la burguesía aplicaba el nombre con
desprecio. Aunque también había negras en serio, es decir, morochonas fuertes
o refinadas; para el PRT eran como el arquetipo. La Negra de que ahora hablamos
no era ni uno ni otro extremo. De tez blanca, su raza pertenecía a ese intermedio
exquisito del mediodía europeo, tan agradable a los clásicos renacentistas,
y quizá por ello para mí (estudiante de pintura desde la infancia) tan extraordinariamente
motivadora.
II
Éramos duros. Éramos implacables, especialmente con nosotros mismos. Éramos
los militantes más estrictos. Cualquier preocupación por algo que no fuese la
lucha revolucionaria se consideraba “una desviación pequeño burguesa”. Recuerdo
particularmente una reunión para fijar los salarios de los periodistas de la
revista Posición, quienes éramos a la vez militantes. Cada uno debía decir cuánto
necesitábamos para sostenernos. Luego de una arenga del compañero responsable
– quien hablaba con tono quedo y deliberadamente vacilante, pues era además
obligatorio ser humilde, como se suponía a todo proletario de verdad – , una
arenga donde se tocaron las virtudes de los revolucionarios, la escasez de recursos
del Partido y sus grandes erogaciones por las titánicas tareas emprendidas debido
al auge de masas, finalizando con un pedido de ajustar a un mínimo posible la
valoración de lo solicitado. Todos habían dejado esa valoración librada a lo
que el Partido quisiera darles. Cuando me llegó el turno dije sin vacilar: “120
pesos”. Y todos se miraron. Hubo un silencio incómodo. El compañero responsable
me preguntó con esa suavidad de monje benedictino que practicaba si no me parecía
mucho, teniendo en cuenta que estaba solo y básicamente tenía mis necesidades
resueltas, ya que no debía pagar alquiler, impuestos, electricidad, gas, etcétera,
dado que vivía en una casa del Partido (la Redacción de la revista). Dije que
no pues yo tenía algunos gastos extra que me obligaban a un presupuesto mayor
al de un cordobés común. “¿Como cuáles?”, me dijeron. Mencioné la necesidad
de viajar a Santiago de vez en cuando, para visitar mi familia... y los libros...
Por el modo en que se miraron comprendí que lo de los libros no cayó muy bien.
Con la paciencia de quien trata de inducir hacia el camino correcto a un niño,
Ragnero me preguntó otra vez:
“¿Los libros te parecen una necesidad vital?”
Decidido a ignorar por completo el desdén que se percibía mantuve mi posición
con firmeza:
– Sí – dije.
César – un compañero destinado a morir durante el copamiento del cuartel militar
de Villa María – , preguntó:
– ¿Y qué libros te interesan tanto? – Bueno, dije, acabo de comprar el Tomo
I de la Historia de la Revolución Rusa, de Trotsky; me interesa por cierto comprar
el tomo II y III cuando salgan. Son bastante caros.
Estaba embarrándola peor. El Partido acababa de salir de una relación traumática
y tempestuosa con la IVª Internacional, estaba en plena y acelerada stalinización
(aunque yo aún no lo sabía) así que venir a citar un Trotsky como necesidad
vital era por entonces medio parecido a agitar una ristra de ajo en la casa
de Drácula. Pero no me importó. En aquellos tiempos yo creía en la sinceridad
absoluta. Y en la libertad individual. Por ello me dirían después “liberal”.
Mas volvamos al momento. Finalmente negocié una rebaja de sólo 20 pesos, quedándome
con 100, pese a que César abogó entre fastidiado e irónico para que me valiera
de la biblioteca que teníamos en la revista o le dijera a él los libros que
quisiera para conseguírmelos en préstamo. “No es lo mismo”, dije. “Algunos títulos
son elementos de consulta permanente para mí”. Eso me trajo aún más miradas
reprobatorias y cuchicheos, pero no me importó. Como dije, tenía 23 años y aún
creía en la absoluta honestidad.
¿Quieren saber algo más de la Negra? Bueno.
El verdadero encuentro sucedió durante una fría noche a finales de mayo de 1974.
Yo llevaba un pesado saco negro de corderoy, hecho a medida durante mis épocas
de prosperidad, pero lo arruinaba con un viejo vaquero y borceguíes. Me había
puesto el poncho azul oscuro que me dejara mi abuelo, al morir pocos días atrás.
Esa tarde había ido al cine, a ver una película sobre la vida de Luis de Baviera
y Wagner que me había impresionado muy hondo. Lleno de imágenes y emociones
había salido abismado. Tenía hambre y me puse a buscar un kiosco para comer
un sándwich. Hacía frío y pensaba en un gran choripán con chimichurri y al menos
un cuarto de buen vino tinto. De repente recordé la peña del FAS, organizada
esa noche de sábado para recaudar fondos. Tuve pereza de caminar hasta allí
– había al menos unas diez cuadras – mas pronto salió el duendecillo autocrítico
a reprenderme: “¿Vas a dejar tu dinero a cualquier comerciante, en vez de ir
a apoyar a los compañeros?”. Caminé bajo el frío sin sentirlo pues iba bien
abrigado y mi cabeza llena aún con las imágenes de la película. El lugar era
una cancha de básquet, en la puerta algunos militantes cobraban la entrada;
pagué, saludé con la mano a una muchacha y otros compañeros que reconocí entre
la gente, y fui a sentarme solo cerca del escenario. Era temprano aún – tal
vez las diez de la noche – y no estaba lleno, pese a los esfuerzos de los militantes,
que habían acarreado a muchas personas de los barrios pobres en colectivo. Es
que el local era demasiado grande. Por suerte todo estaba cubierto por un tinglado,
así que no hacía frío. Me puse cómodo quitándome los abrigos y esperé, observando
a un tipo joven, más entusiasta que afinado, cantar acompañándose con guitarra
chacareras y zambas sobre el desnudo escenario. Vino una de las chicas del FAS
y preguntó que me servía. Un choripán bien grande, le dije. Y medio litro de
vino tinto. La compañera me trajo todo enseguida. Luego del primer choripán
y dos vasos de vino las cosas empezaron a parecerme más lindas. Ahora ponían
música de cumbias y algunos bailaban.
Ocurrió un incidente. Un borracho perseguía a una muchacha, tratando de tomarla
del brazo, pero ella, con cierta familiaridad aunque firmemente reclamaba respeto
de él. Reconocí en el acto a la muchacha. Era la chica del FAS, aquella con
quien no me había atrevido a soñar. Impensadamente se sentó a mi lado y tomándome
del brazo me dijo al oído: “¡Salvame!¡Salvame!”. Me paré como si tuviera un
resorte y plantándome frente al tipo – pelo lacio, rudo, fuerte, jediente de
vino, bigotito fino – le dije:
– ¡Qué te pasa macho... la señorita no quiere ser molestada! ¿No has oído?
Yo no las tenía todas conmigo. Pero el tipo se achicó.
– ¡Eh!, ¡ahhh!, ¡bueno! – hipó – ¡Yo no quería molestar! ¡Yo solamente le pedía
bailar una pieza!
– No, ella no baila con nadie porque está conmigo. Así que retirate ¡ya! – le
espeté duramente. El tipo se fue pidiendo disculpas.
Ella volvió a tomarme del brazo y me dijo riéndose:
– ¡Lo has corrido! ¡no lo puedo creer! ¡Es un tipo pesado, camorrero, y peligroso!
¡Vive en el barrio que nosotros trabajamos!
El que no lo podía creer era yo. Estaba allí, a mi lado y tomándome del brazo,
la muchacha más hermosa que viera en mi vida, de la cual me había negado la
menor esperanza por considerar a priori imposible su amor. Me trataba con familiaridad
y afecto – pero seguramente porque la libré del borracho, en el acto pensé.
¿He dicho ya que tengo una mente horriblemente racionalista y formal? Una vez
que me hago una idea resulta difícil apartarme de ella y en este caso la idea
que me había hecho de esta chica es que no era para mí. Actué absolutamente
en consecuencia, con total frialdad exterior. La miraba con simpatía, con cariño,
estaba feliz y estimulado por el vino, la música vivaz, el humo de las parrilladas,
los cigarrillos, el girar de las parejas sobre la pista de baile, pero principalmente
porque ella estaba a mi lado, y me miraban sus ojos marrones, tan grandes y
expresivos como nunca conociera, los bucles maravillosos derramándose en guedejas
lucientes sobre sus finos hombros, sus labios entreabiertos y húmedos sonrientes,
aceptando mi vino y hablando como si nos conociéramos desde hace años, yo me
consideré sobradamente pago con eso y no dije una sola palabra fuera de la más
estricta cortesía hacia una dama que había pedido mi ayuda y a la cual se la
ofreciera con el mayor desinterés.
Había algo más que me impedía ensayar galanterías: mi compromiso con Fiama.
Fiama había viajado a San Francisco para conversar con su familia sobre la posibilidad
de casarse conmigo... Y una mordiente conciencia culposa por mis anteriores
fallas, por mis anteriores caídas (hablo de cuando aún ni siquiera conocía a
Fiama) me inmovilizaba totalmente. La muerte de Clara, desde que sucedió – poco
más de un año atrás – actuaba en mí como una horrenda llaga que comenzaba a
sangrar apenas la posibilidad de actuar en contra de lo correcto se me presentaba.
Entonces a pesar de la hermosura, a pesar de lo amable de esta situación, mi
corazón estaba inmóvil, yerto, como el de Amfortas ante el cofrecillo del Grial.
Pronto me dejó solo con mis cavilaciones, y fue a proseguir sus tareas, ya que
era una de las militantes afectadas a la organización de la peña. Pedí otro
choripán y otra jarrita de vino; me dieron ganas de compartirlos, por lo cual
me fui con un grupo de militantes que conocía, agrupados ante una mesa larga.
Entonces ella vino de nuevo a pedirme que la acompañara un rato pues la habían
puesto en la puerta, para controlar las entradas. Nos sentamos junto a la mesita
dispuesta para ello, pero no estuvimos ni un minuto solos, ya que la gente entraba
y salía todo el tiempo, y muchos compañeros acercaban una silla y se quedaban
allí a conversar.
Así, entre idas y venidas llegó la hora de terminar la peña. Eran como las dos
de la madrugada, el límite que se habían puesto los militantes pues había muchas
familias con niños a quienes debían acarrear a los barrios pobres – bastante
lejos. Como no tenía parte en tal asunto, discretamente me deslicé a la calle
con la idea de buscar un taxi o tomar un colectivo. Había caminado algunos metros
hacia la oscuridad cuando escuché su voz que me llamaba:
– ¡No creo que consigas colectivo! – me dijo, desde el ancho portón del club.
Qué hermosa estaba, con su poncho de vicuña que la cubría hasta los muslos y
sus pantorrillas sólidas emergiendo bajo la falda de lana para introducirse
otra vez en los pequeños borceguíes guerrilleros, que le quedaban tan bien.
– Creo que tomaré un taxi... – balbuceé sin mucha convicción.
– No conseguirás taxi. Están de paro – dijo, sonriente – . Si quieres, te llevaremos
con nosotros, en nuestro colectivo. Debemos dejar a la gente en la villa antes,
pero volveremos hasta plaza España... ¿te queda cerca, no?
Dije que sí. Todo aquello me superaba. Como a una bola de nieve que empieza
a ser llevada por el alud, primero serenamente, luego a mayor velocidad. Caminé
hacia la Negra con los brazos colgados. Ella se fue presurosa a ordenar el transporte
de la gente, y al salir con un grupo de villeros me indicó uno de los antiguos
colectivos que se estacionaban frente al local. Subí en medio de la multitud
mientras ella volvía para buscar más gente. En la semioscuridad me ubiqué en
el primer asiento, junto a una anciana. Pero ella subió con otro grupo y tomándome
del brazo me llevó hacia atrás:
– Los asientos de adelante se los dejamos para los más viejos e inválidos...
– me dijo con suavidad. – Sentate aquí – ordenó. Obedecí. ¿Qué iba a pasar?
No lo sabía aún. Por primera vez en mi vida, me veía totalmente inducido a una
conducta pasiva, expectante. Lo aceptaba de buen grado, pero me sentía extraño,
irreal.
Ella pidió al colectivero que apagara las luces de atrás. Vino y se sentó a
mi lado. Viajamos unos minutos en silencio. Luego, ella susurró como en suave
queja:
– Ay... Tengo que decirte algo...
Y no dijo más. Tomó una de mis manos y la apretó, tibiamente... en la penumbra
vi que sus inmensos ojos marrones se habían humedecido, como si fuese a llorar...
entonces me acercó sus labios... No pensé más... entré en una felicidad suave
que borró de mis sentidos cualquier otra sensación... hasta que sentí una corriente
de alerta en la cervical... abrí los ojos... y me encontré con la mirada horrorizada
de Silvia, una muchacha que me conocía. Me separé bruscamente y nuestra intimidad
quedó arruinada. A la vez me invadían en oleadas sensaciones de culpabilidad.
Mi novia en San Francisco pidiendo autorización para casarse conmigo y yo con
esta muchacha. El Grial. Y la sagrada lanza extraviada por mi exclusiva culpa.
La herida comienza otra vez a sangrar. Con estas turbulencias en mi corazón
llegamos a la villa, la gente baja, un poco aquí, otro poco allá, hasta los
penúltimos. Al final, quedamos tres o cuatro regresando al centro en la oscuridad.
Silvia aún está allí, aunque ya no me mira. Mi amiga se acurruca en mí. “¿Adónde
vas a bajar vos?”, pregunto, con repentino miedo de que me deje solo, culpable
y solo. “No sé”, me dice.”No tengo adónde ir”. De repente siento mucha ternura,
mucha compasión por ella. Siento una tristeza profunda en su ser, una tristeza
como la mía, y se estremece mi alma. “Venite a casa conmigo”, susurro. “Tomaremos
matecocido caliente”. Ella se acurruca un poco más y llegamos.
La ancha rotonda de Plaza España está aún desierta y la sensación de caminar
sobre un planeta deshabitado se acentúa por el transcurrir veloz de algún auto
que apenas ilumina la calzada. El frío levanta copos de niebla sobre los ligustros
de las empalizadas. Abrazándonos como podemos bajo nuestros ponchos y tiritando
caminamos las diez o quince cuadras que nos separan de casa.
Qué levedad el amor. Todo parece cerca, el minutero no existe, no nos hace de
cierto al fin y al cabo ni frío ni calor, más que como otro dato risueño de
nuestra extendida felicidad. Si cae una hoja como de oro antiguo a nuestro paso
rozando las sombras de nuestros ponchos levemente inflados por la neblina es
un acontecimiento arrobador.
Qué felicidad más inmensa la de esa noche. Momentos que representan milenios.
Alegría interior que justifica varias vidas.
III
Llegamos a casa y luego de indicarle el sofá para que descargara su poncho,
su tapado y la mochila hice matecocido abundante, en un gran jarro de enlozado
indiscernible. Esa misma tarde había comprado dos grandes tortillas santiagueñas,
de las cuales quedaban una y media – era otro de mis “gastos reservados” – .
Pocas combinaciones son tan exquisitas. Matecocido caliente; tortilla al rescoldo.
El rostro de la Negra se puso colorado y satisfecho; una gotita de vapor temblaba
graciosamente justo en la cova de su pequeña nariz; sus labios, hacía poco amoratados
y secos por el frío, lucían ahora rojos y carnosos como la pulpa de una ciruela
madura.
Qué felices éramos. El vapor del matecocido entre nosotros, humedeciendo cálidamente
los rostros, el olor denso de viejas comidas acogiéndonos como un amable útero
virtual. Cierto es que se debe llevar una vida dura para valorar las pequeñas
ventajas del confort como se debe.
Pasamos a la habitación. Mi humilde cama de una plaza nos acogió. Tenía tres
viejas frazadas que fueran de mi abuela, queridas prendas cargadas de tantas
imágenes hermosas de mi lejano hogar. Ella se desnudó con naturalidad. La oscuridad
era tan absoluta que encender el velador hubiera resultado brutal. Prendí pues
mi radiograbador, que estaba sobre la mesita de luz; un resplandor suave emergió
desde su farito plástico. Dulce resplandor, deslizándose sobre los hombros tersos,
los pechos como granadas a punto de madurar, el vientre combo, las piernas largas,
adorablemente sólidas, onduladas. Los pies pequeños y perfectos. El calor de
la habitación emanaba de nuestros cuerpos y nos sentíamos tan bien, pegados
de la cabeza a los pies el uno al otro. Éramos del mismo largo. O casi. Un tiempo
incalculable fue el que duró nuestra unión, delicada, respetuosa y perfecta
como jamás conociera antes ni conocería después.
Navegación de livianos esquifes sobre la mar infinita en calma. Buceo espiritual
por las profundidades avanzando entre un ancho panorama de formas azules y armoniosos
seres con un majestuoso acorde sin disonancias que nos envuelve junto a la dulcísima
sensación de volar, a un ritmo lento, en un itinerario apenas inducido por una
corriente invisible que a la vez infunde serenidad y paz.
Nos quedamos allí escuchando el latir acompasado de nuestros corazones, durante
largo rato. La radio, apenas con un poquito de volumen, difundía música suave.
Te diré rápidamente cómo es ser feliz: es como no haber nacido pero estar consciente
de todas las sensaciones hermosas que suscita el universo.
Pero en este mundo también cuando eres de verdad feliz todos los escorpiones,
las arañas, las víboras, los ciempiés salen de los rincones. El mundo imperfecto
que habitamos abomina de la armonía. Si llegas a un momento de equilibrio ideal
siempre aparecerá algún plomo a molestar.
Habíamos descolgado el teléfono con la vana ilusión de escapar a la conocida
fatalidad. Pero empezaron a sonar unos golpes fenomenales en la puerta. Se me
heló el corazón. Pocos meses atrás habíamos sufrido un allanamiento policial.
Golpeaban con la misma brutalidad. O me pareció.
– No es la cana – dije, por intuición o deseos. La Negra se había puesto tensa
junto a mí. Volvieron a golpear.
– No le demos pelota. Ya se van a ir.
– No se van a ir – dijo la Negra, que intuyó a compañeros y conocía el paño.
Siguieron golpeando. A la cuarta vez, como amenazaban derribar la puerta, le
dije:
– Voy a tener que atender.
Luego de ponerme el vaquero me acerqué al hall y sin abrir la puerta grité:
– ¡¡Quién es!!
– ¡El Vasco! – me dijo – Abrí.
Se me congeló la sangre. El Vasco era el Responsable General del Partido en
la Regional Córdoba. La autoridad máxima.
– No está ninguno de los compañeros – alegué, con la esperanza de alejarlo.
– No importa, abrime – ordenó.
– Esperá un poco, voy a buscar la llave – contesté para ganar tiempo.
Regresé atribulado a mi habitación, y le dije a la Negra:
– ¡El Vasco! ¡Qué hijo de mil putas! ¡Siempre aparece en los momentos menos
esperados! Vamos a tener que vestirnos.
Sin ningún comentario ella comenzó a hacerlo. Salí ya con algo puesto y al abrir
la puerta casi lo atajé diciéndole:
– Mirá, disculpame, vas a tener que tabicarte un rato hasta que salgamos...
no estoy solo, y es mejor que no veas con quien estoy...
El Vasco se sorprendió un poco pero no puso reparos, era uno de esos tipos para
los cuales la disciplina estricta y los códigos se vuelven mecánicos. Grandote,
rubio, desaliñado – como corresponde – era famoso por comer cualquier cosa y
en cualquier lugar y porque aparentemente no dormía. Los militantes podían verlo
participando de reuniones o tareas durante días enteros, mañana, tarde o noche,
con ese mismo talante cansino y bonachón. Era además rígido como el basalto
en el cumplimiento de las pautas establecidas. Lo hice pasar a una oficina donde
funcionaba la Dirección de la revista y sentarse de espaldas a la puerta. No
sé por qué sentí una fugaz y profunda tristeza al verlo allí inmóvil, con la
cabeza baja y los brazotes colgando a los costados, como un niño en penitencia,
cuando pasamos presurosos y en punta de pies con la Negra.
Salimos a las calles desiertas de la gigantesca ciudad como un par de gaviotas
lanzándose a sobrevolar el océano. Vivía yo en la zona más alta de una calle
con pronunciado declive; llevados por la gravedad y de la mano comenzamos a
bajar, los ponchos y su tapado flotando en la oscuridad.
Hacía muchísimo frío – 5 grados bajo cero, había dicho la radio – pero no lo
sentíamos. Sentíamos únicamente esa tibia luminosidad interior que provee la
felicidad. Conversábamos de temas personales mientras bajábamos por Primera
Junta pues yo quería mostrarle el edificio que había comprado el Partido para
instalar allí la imprenta. Empezábamos a rozar ya cuestiones que debían ser
secretas, pero hacía rato que había dejado las prevenciones para entregarme
completamente a esta muchacha con quien todo era tan armonioso y fácil como
si nos hubiéramos conocido durante siglos.
De allí seguimos bajando, por Boulevard Junín... hacia la Terminal. Queríamos
tomar algo caliente y el primer lugar que se me había ocurrido era el bar de
la gigantesca Terminal, que para mí, como foráneo, era una referencia confiable.
El bar estaba muy concurrido, pero era tan inmenso que uno podía encontrar mesas
apartadas sin dificultad. Era uno de los bares, en realidad, pues había varios.
Estaba en el último piso, y desde sus anchas vidrieras se podía ver el ir y
venir de los colectivos – que aquel tiempo comenzaban a ser espectacularmente
grandes – , una linda plaza que había o parte la ciudad. Elegimos sentarnos
junto a una vidriera desde donde se podía ver otro bar, con algunos pocos pasajeros
esperando allí, y un pasillo ornamentado con gigantescas macetas y plantas.
Tomamos café con leche y comimos medialunas. Entonces fue que ella me dijo que
no estaba sola. Vivía, desde unos meses atrás, con un hombre... un compañero
del Partido.
Lo sospechaba: difícilmente una mujer como esta podía estar sola. Además aquella
visita a la Redacción, con “Bigote”... Sólo que yo había preferido no mirar,
negar interiormente esa posibilidad.
Ella continuó: era pareja, efectivamente, de “Bigote” Desantis... ¡Gran problema!
“Bigote” – de quien conocíamos el nombre por ser un representante “legal” del
partido – , era otro de los responsables generales del partido en Córdoba, miembro
del Comité Central.... – aunque se suponía que yo, oficialmente no lo sabía
aún.
Más por si hiciera falta: estaba embarazada como de un mes y medio (todavía
no se notaba, pero la prueba había dado positiva).
Me puse grave y serio cuando dije:
– ¿Te quieres venir conmigo? Me haré cargo de tu hijo.
Ella dijo que sí. Quería venirse conmigo.
– Pediré que nos cambien de Regional – continué. – Iremos al campo, en Santiago.
Allí militaremos entre los hacheros, viviremos en una casita entre el monte
y criaremos al niño...
Me parecía todo fácil; noté que ambos lo imaginábamos al expresarlo... Estuvimos
allí un larguísimo rato, acurrucándonos el uno con el otro, como dos náufragos
sobre una pequeña balsa entre los témpanos y la oscuridad. Acabábamos de entender
las grandes dificultades que se abrían por delante.
Empezó a clarear. Ella no sabía si quedarse conmigo o volver a casa. Le dije
que llamara por teléfono, avisando que iría enseguida, que fuera a descansar
y nos encontráramos más tarde. Vivían junto a otros compañeros – tres parejas
más – en una casa operativa. En ese momento “Bigote” no estaba; había viajado
a Rosario, pues se preparaba un gran congreso del FAS.
– Debemos hacer las cosas bien – le dije – . No escapar como ladrones. No estamos
haciendo nada malo. Tenemos derecho a amarnos, ¿no?
Volvió de la cabina telefónica con expresión triste, luego de haber hablado
con el encargado de la casa.
– Me retó. Me dijo que soy una irresponsable. Estaban todos preocupados pues
no sabían dónde andaba.
La acompañé hasta que subió a un taxi y le puse en el bolsillo dinero para que
lo pagara. Volví a mi cueva.
Estaba tan cansado que no pensaba en nada. Al llegar encontré la puerta infranqueable.
El Vasco se había llevado la llave. Era de esperar. Ellos, los capos, poco se
preocupaban por un pinche como yo. Durante un momento traté de levantar la liviana
cortina de madera pues a veces dejábamos alguna hoja de las ventanas abierta;
así había entrado la cana aquella vez que nos llevaron a Ragnero, a Matarollo
y a mí. Desistí enseguida; era un trabajo engorroso, la ventana demasiado alta
y si levantaba de un lado la cortina bajaba del otro. Decidí meterme por el
pasillo de una casa chorizo, de departamentos, que había al lado. Una vecina
asombrada me miró escalar la tapia: “perdí la llave”, le expliqué y lo creyó,
pues me conocía. Por suerte la ventana de atrás, que daba a mi pieza, estaba
semiabierta. Así que entré y en el acto me acosté a dormir.
Cuando desperté estaba cayendo la oración. Me levanté en el acto. A las 8 iba
a venir otra vez la Negra; debía bañarme y ponerme listo para esperarla.
Fue puntual. Olorosa a madreselvas con el pelo mojado. No quise someterla al
esfuerzo de escalar la ventana ni a que los vecinos cuchichearan viéndola subir
a las tapias, así que le pedí sostener la persiana para salir. Ya fuera, la
invité a cenar.
Había pasado el momento de la mutua apetencia sexual, ansiábamos conocernos,
conversar, estar juntos, en esa comunión dichosa que se vive al encontrar a
alguien con quien armonizamos desde lo más íntimo. Fuimos al Rincón Salteño.
Era un lugar mágico donde preparaban comidas del Norte y muchas veces actuaban
folkloristas, espontáneamente. La Negra no lo conocía. Pronto la noté fascinada.
Pedimos empanadas, locro, chanfaina. Vino tinto. El mesero – un hombre elegante
de rasgos incaicos – se ubicó en el centro del salón haciendo unos bellos pasos
de zamba y revoleando con gracia la servilleta blanca para comenzar a recitar
un poema de Jaime Dávalos. Lo hizo con tanta sensibilidad que todos callaron
para escucharlo y se notaron algunos ojos brillosos.
Enseguida anunció que entre los concurrentes estaban dos de Los Cantores del
Alba e iban a actuar. La Negra abrió grandes los ojos (ya los tenía bastante
grandes, les recuerdo). Ellos estaban vestidos como gauchos, de blanco y algunos
toques negros. Con guitarra y bombo atacaron temas conocidos.
La Negra estaba fascinada. Y yo doblemente feliz. Amo mucho a mi tierra, a mi
cultura, a mi raza. No olvido cómo me lastimaba el alma cuando , a los 13 años,
estando por primera vez a Buenos Aires, los adolescentes porteños se referían
a nuestras costumbres como “cosas de negros” y me llamaban “santiagueño” con
un tonito de desprecio burlón en la voz. Por obstinación decidí entonces no
renegar jamás de mi querida Patria, Santiago del Estero y todo el Norte argentino,
pues compartimos un bagaje similar. Así que cuando alguien disfrutaba de mi
música, mis comidas y mis paisanos como lo hacía la Negra esa noche – se le
notaba en el rostro – yo me sentía en el colmo de la felicidad.
Esa noche estuvimos como hasta la una de la madrugada allí, escuchando folklore
y poemas, tomando algo de vino y mirándonos a los ojos tomados de la mano durante
largos ratos, sin necesitar nada más.
Otra vez debí darle dinero para el taxi, y eso también me gratificó.
Sin embargo, cuando iba llegando a mi barrio luego de caminar deliberadamente
para pensar un poco sobre la situación no me sentía muy bien. Intuía – o temía
– que la felicidad se iba a terminar. Comenzarían otra vez las pesadumbres y
el dolor. La pequeña parada en esa isla paradisíaca se aproximaba a su final.
Pronto seríamos llevados de regreso al mar de lágrimas.
IV
El lunes por la mañana el mundo volvió a la normalidad. La Redacción recuperó
su ritmo alocado, con gente que iba y venía a cada rato, reuniones en todas
las salas, humo de cigarrillos, restos de comida y café aquí o allá, el teléfono
que no cesaba de sonar.
Fiama regresó esa tarde y llamó. Por el tono de mi voz percibió claramente que
iba a decirle algo grave, cuando fuera a encontrarme con ella “unos minutos”,
como le prometí.
Aproveché que debía retirar varias resmas de papel de un depósito para correrme
en la camioneta hasta su departamento. Le pedí disculpas diciéndole que disponía
de muy poco tiempo, pues necesitaban la camioneta para viajar a Oncativo – lo
cual era cierto pero ayudaba a justificar mi deseo de pasar por ese trago muy
rápido – ; así, me quedé frente al volante luego de invitarla a sentarse a mi
lado.
Tuvo que ayudarme para que le confesara todo, con cuentagotas, pues sólo quería
por mi parte romper el compromiso. Me sentía incómodo y culposo, aunque decidido
a llegar hasta el final. Finalmente comprendió la situación y se fue, haciendo
temblar la pequeña camioneta con su portazo.
Me di cuenta que pese a haber tratado de limitar al mínimo mi diálogo con Fiama
habíamos ocupado con ello más de media hora. Tendría que haber regresado con
las resmas a la Redacción antes de las 9 de la noche; eran las 9:26. Sudoroso
y atribulado, casi choco a un camión por meterme de contramano en una cortada
para llegar a tiempo. Cuando frené sonoramente frente a la revista todos estaban
en la puerta. El Viejo Cortigianni, Ragnero, Kico, Alicia, César, la Graciela,
me miraban como si emergiera de entre los muertos.
Entregué las llaves a Ragnero y pasé hacia mi habitación, soportando sus regaños
sin detenerme.
Todo como debía ser. Estábamos reingresando al mar de lágrimas. Esto ya no iba
a detenerse, ¡qué esperanza!
El martes por la tarde nos encontramos con la Negra para ir a ver una habitación
que planeaba alquilar. Había anunciado al posadero – un gordito de apariencia
amariconada – la posibilidad de ocupar el sitio “con mi esposa”. Por ello requería
un espacio reservado y baño independiente. Presenté a la Negra como mi esposa,
pues. El gordo le dio la mano fugazmente y sin mirarla. Luego nos llevó a ver
una habitación grande, pero espantosamente húmeda y fría – como comprobaría
después – en el altillo.
De allí fuimos con la Negra caminando hasta cerca de casa. Dubitábamos penosamente
acerca de si debíamos separarnos o irnos a vivir juntos en ese mismo momento,
sin buscar siquiera nuestros equipajes. Ella me dijo:
– Tengo miedo de que cuando llegue Eduardo nos separen...
Estaba afectada por severos presentimientos...
– Quedate tranquila – dije yo, “hombre maduro”. – Haremos las cosas bien, podremos
irnos en paz, y continuar militando...
Con frecuencia me arrepentiría después de aquél conservadurismo excesivo. Mas,
¿cómo saber lo que nos depara el Destino?
Tuvimos hambre y nos sentamos a comer panchos en un carrito que había justo
donde doblaba La Cañada, al finalizar la declinación de Brasil. La regañé suavemente
por haber permitido que sus manos se pusieran ásperas, siendo ellas originalmente
tan delicadas y hermosas. Por andar con aquellas ropas raídas, ni siquiera de
su talle... sólo porque el Partido imponía ese aspecto desastrado a sus militantes.
Me dolía ver su hermosura disminuida por aquel ropaje inadecuado, ajada en partes
por una vida deliberadamente llena de privaciones.
Cómo iba a saber que esa era la última vez que estaríamos juntos con relativa
tranquilidad.
V
Cómo saber hacia dónde nos lleva el destino o cuáles acciones debemos elegir.
Somos en los momentos más importantes de nuestras vidas semejantes a los difusos
prehumanos sin ojos que se dice vagaban entre la niebla durante el período Lemúrico.
Cayó sobre nosotros el peso de las leyes proletarias descargado a través de
su partido revolucionario. Fuimos por algunos días el escándalo de toda la “buena
sociedad” (la que se creaba en las catacumbas, por cierto, para sustituir a
aquella otra y decadente sociedad burguesa). Sabía que el martes llegaba nuestro
Responsable General del Frente Legal desde Rosario. Sabía que apenas llegase,
su compañera le diría que se había enamorado de otro hombre, mucho más joven
y de menor jerarquía que él. Considerando que ambos éramos revolucionarios,
locamente nos había parecido que las cosas se resolverían fácilmente. No fue
así.
Esa misma tarde se citó a reunión ampliada con las tres células que actuaban
en el área prensa (dependiente a su vez de la sección Legal del Partido). Formando
círculo a mi alrededor, había veinte compañeras y compañeros que me observaban
con expresión sombría. Sentado sobre la misma cama que acogiera aquellos instantes
maravillosos con la Negra tres días antes, esperaba ahora lo que intuía iba
a ser una dura embestida como resultado de nuestro amor. Me fastidiaba soberanamente
que se entrometieran en mi vida personal – y la de la Negra. Por ello había
decidido negarme a tratar el tema en caso de que eso fuera el motivo de la convocatoria.
Ragnero, el responsable de mi equipo, comenzó con cierto embarazo la reunión,
anunciando que se iba a tratar un tema que incluía a dos compañeros y que se
estaba analizando simultáneamente en otros lugares de la ciudad, debido a que
afectaba seriamente a nuestra organización.
Por fin me nombró, anunciándome que el Partido me daría la oportunidad de exponer
mis razones, pero por cuestiones operativas ya se había tomado una resolución.
Pregunté cuál había sido esa resolución; se me dijo que oportunamente se la
iba a comunicar a todos los miembros del Partido de un modo oficial.
Entonces dije que no iba a hablar absolutamente nada del tema ante semejante
asamblea. Que me parecía una gran falta de respeto a la persona de quien se
solicitaba informes. Consideraba que esto era un asunto personal que afectaba
a tres: la Negra, su marido y yo. Dije que me negaba a discutir absolutamente
nada sobre esta cuestión, y que si era un hombre de verdad, Desantis debía venir
a tratar este asunto directamente conmigo, en vez de apelar a tan aparatosa
movilización de compañeros por un asunto que le competía arreglar únicamente
a él.
Esto cayó como una bomba. Estaba sugiriendo que el Responsable General no tenía
la suficiente dignidad y hombría para defender por sí mismo algo tan caro y
personal como su propio matrimonio.
Nadie contestó una palabra, el enfurruñamiento y la incomodidad se acentuaron
en los rostros.
La reunión fue a las tres; naturalmente, todos habían sido puntuales; se levantó
a las 3,30, luego de mi negativa a tratar el tema para el cual fuera llamada.
Poco después de las siete, con cierta contenida indignación repetí eso ante
el propio Desantis. Le dije que si él tenía un poco de dignidad, debía respetar
la voluntad de quien había sido su mujer, aceptar su libre deseo de venirse
a vivir conmigo y aguantarse el dolor de la separación como un hombre. Nosotros
no éramos débiles, por eso habíamos decidido hacer la revolución. No podíamos
andar gimoteando como ahora lo hacía él, suplicando conmiseración a una mujer
que no nos quería o utilizando artimañas moralistas para obligarla a quedarse.
Desantis era un tipo grandote; se me ocurría que un solo puñetazo de sus tremendas
y peludas manos hubiese bastado para tirarme a dos metros de distancia. Sin
embargo estaba completamente derrumbado. Me había tratado constantemente de
“hermano”. Sentado en la cama a mi lado – la misma cama que hace tres días acogiera
nuestros cuerpos – , había soltado las lágrimas al contarme que apenas al llegar
La Negra lo había sorprendido con la novedad de que se había enamorado de mí.
Y lo quería abandonar, para venirse a vivir conmigo. (La Negra había cumplido
fielmente con lo pactado.)
Desantis me dijo que el mundo se le había venido abajo. Me contó de un anterior
matrimonio, un fracaso y de sus graves depresiones, que en algún tiempo lo llevaran
incluso hasta a apelar a la droga – dependencia que había superado “gracias
a los compañeros del Partido”. Yo no conocía nada de eso, ni me interesaba.
Sólo quería que se fuera y nos dejara en paz. Pero él siguió su monólogo.
Hoy había únicamente dos cosas que le daban sentido a su vida: el Partido...
y La Negra. Si yo le quitaba a su amor, no sabía lo que iba a pasar con él.
Me pidió que reflexionara. Yo era joven... a diferencia de él, que ya tenía
45 años, según su criterio yo tenía mucha vida por delante y la oportunidad
de construir algo sólido. Incluso sabía que ya había estado haciéndolo con Fiama,
“una excelente compañera”, hasta el momento de este sorpresivo romance con La
Negra, que seguramente iba a ser pasajero y del que luego seguramente nos íbamos
a arrepentir. Me pidió por favor, en honor al afecto que nos teníamos y a mi
lealtad al Partido, que renunciara indefectiblemente a la Negra. De cualquier
modo, no tendríamos otra alternativa. El Comité Central del Partido había decidido
respaldarlo plenamente y había “ordenado” a la Negra que continuara con él,
luego se me ordenaría alejarme, a través de mi responsable.
Me indigné. Lo traté duramente. Le dije que solamente un pusilánime podía recurrir
a esos métodos extorsivos para secuestrar prácticamente a quien ya no lo amaba.
Di la conversación por terminada, e incorporándome le pedí con firmeza que se
retirara de mi dormitorio. Él levantó su corpachón – bien proporcionado y seguramente
atractivo para las mujeres, pero muy deslucido por el abatimiento – para salir,
arrastrando sus grandes zapatos desagradablemente cubiertos por gruesas costras
de barro seco.
Me quedé solo y conmovido. Ahora el mundo se me estaba derrumbando a mí. Ponerme
al Partido en contra significaba también perder todo lo que tenía. No era mucho,
en verdad: una habitación – en un lugar muy cómodo, había que reconocerlo –
, un puesto de periodista con sueldo bajo pero suficiente, la pertenencia a
un movimiento que también le daba un sentido claro – aunque bastante peligroso
– a mi vida.
Podía vivir solo, sin embargo. A diferencia de muchos compañeros – entre los
cuales se enlistaba Desantis – para mí el Partido no lo era “todo”. Por ello
decidí enseguida que si para llevar adelante mi pareja con La Negra me obligaban
a desobedecer al Partido... pues a la mierda el Partido.
VI
Muchos años después aprendería que los actos de los humanos dejan huellas indelebles.
Semejante a una filmación, este registro puede consultarse incluso hasta miles
de años luego, cuando se posee la sensibilidad necesaria. Pero aún sin percibir
estos niveles, donde se presentan en sucesión perfecta nuestras imágenes, ellas
impregnan y modifican de tal manera la atmósfera de los sitios donde han existido,
que se puede sentir suavemente su presencia si uno está en silencio y solo.
Durante esas horas de soledad en que meditaba acerca de aquellos acontecimientos
de los últimos días por los cuales todos nos condenaban, me acompañaban las
imágenes de ese amor divino, repetidas una y otra vez en la semipenumbra de
mi dormitorio por lo que yo creía una imaginaria emanación de mis recuerdos,
mas luego – muchos años después – comprendería no eran otra cosa que las verdaderas,
preciosas estampas de nuestros dulcísimos actos y emociones de aquella madrugada
incomparable.
Los acontecimientos externos siguieron el orden que un detestable sentido común
podía suponer. El Partido decretó que no debíamos intentar siquiera la loca
aventura de nuestra unión. Todo debía seguir como hasta entonces. La Negra con
“Bigote” y yo... debería arreglarme como pudiese, pues se me prohibía estrictamente
cualquier acercamiento a la muchacha.
Me sobrevino una depresión extrema y un sentimiento de culpabilidad torturante.
Quienes me tenían afecto y estaban más cerca de mí – Silvia, César y su compañera,
otra “Negra” – , me aconsejaban constantemente, instándome a renunciar a una
pasión considerada pasajera, a un romance que tanto perjuicio traería a nuestras
vidas pero particularmente al Partido, por el golpe tremendo sobre nuestro Responsable
General que esto significaba. También me aconsejaban volver con Fiama. Una noche,
luego de largas pláticas, decidimos entre todos que intentaría obtener el perdón
de Fiama: ese debía ser el camino de mi “recuperación”. Consideraban que continuar
el noviazgo interrumpido iba a “curar” mis muy evidentes desconcierto y dolor.
Para animarme más me llevaron con su auto hasta la mismísima puerta de la casa
de Fiama. Se fueron, dejándome allí con el talante exacto del penitente, que
luego de una dolorosa confesión y el rezo de innumerables pésames se adelanta
para comulgar, todavía con la duda de si el sacerdote no quitará la mano, con
la anhelada hostia del perdón, en el momento justo en que uno abra la boca,
pues ha advertido un resto de infamante pecado en nuestra mirada.
Fiama me atendió con expresión circunspecta. Estaba estudiando, lo cual dotaba
de una opacidad más hosca al oscuro tono de sus ojos pardos tras los pequeños
cristales. Fiama no perdonaba ninguna ofensa. Luego lo sabría yo con reiterada
confirmación... ¡ay! ¡cómo lo sabría!
Escuchó con escepticismo mis autoincriminaciones, mi dolida solicitud de perdón
y mis mentiras acerca de que todo se había limitado a unos paseos juntos, algunas
charlas en la confitería y un encandilamiento mutuo ya superado.
No sé por qué me aceptó. Me di cuenta que no creía en absoluto mis explicaciones.
Por naturaleza era extremadamente desconfiada. Y en lo referido a mí, se proponía
aplicar una actitud precavida en todo lo que hiciéramos juntos. Me lo dijo.
Ahora bien, ¿por qué lo acepté yo? ¿Por qué decidí someterme a un compromiso
que íntimamente temía, con alguien que amenazaba ser para mí semejante a un
fiscal permanente en mi vida?
Venía demasiado golpeado por la muerte de Clara – hacía entonces poco más de
un año – , la culpa era una llaga terrible, un dolor espantoso que ansiaba por
todos los medios calmar; buscaba, como un sonámbulo en el infierno, algún camino
para quitarme un poco de aquella lava abrasadora que recubría mi corazón, martirizándolo
como si lo tuviera en las manos, expuesto a la arenosa ventisca del desierto.
Cualquier felicidad posible me estaba negada. Debía aceptar este sino para enfrentar
el calvario de mi redención.
Dije que sí. Estaba dispuesto a aceptar cualquier cláusula. Para sellar esta
absoluta rendición invité a Fiama a monitorear mi última cita con la Negra,
fijada para ese viernes. El Partido había decidido otorgar este último encuentro
a su pedido, pues ella manifestó necesitar comunicarme sus sentimientos por
última vez. Nos encontraríamos de día, en un bar. Para no dar oportunidad a
ninguna tentación, se nos había otorgado solamente cinco minutos... con la recomendación
de que fuese, en verdad, la última despedida.
VII
Andábamos atareados y ansiosos. Desde las nueve, en que pasara a buscar por
su casa a Fiama, ella iba a mi lado observando las tareas. Entregábamos paquetes
con volantes, impresos el día anterior, por diferentes lugares de la ciudad.
El trabajo debía hacerlo yo, manejando la camioneta hasta los villorrios más
remotos, donde el FAS tenía comités. De la parte trasera de la camioneta bajaba
los atados de acuerdo a las necesidades de los compañeros. Fiama colaboraba
anotando en un cuaderno la cantidad entregada en cada barrio.
Continuaba su hostilidad. No había cesado de recordarme que estaba en observación,
y lamentarse por haber vuelto a creer algunas de mis afirmaciones. Dudaba si
esto terminaría bien. Yo trataba de convencerla.
Rápidamente llegó el mediodía. Nos dirigimos al bar donde tendría lugar la cita;
por suerte pude estacionar en una playa muy ancha que tenía en su frente. Fiama
debía esperarme allí mientras me despedía de la Negra para siempre. Me reiteró
que se lo dijera con claridad.
El bar era un infecto refugio de camioneros. Amplio y oscuro, su atmósfera,
ahíta de olor a fritura y humo de cigarrillos me repugnó. Esa impresión se convirtió
en súbita pena cuando vi a la Negra, que solita al lado de una mesa me esperaba.
Llevaba una pollera larga, como de gitana, plena de flores rojas y negras, y
los cabellos colgando a sus costados en anchas trenzas. Casi no hablamos. Me
preguntó cómo estaba. Le dije que desconcertado y abatido. Pregunté a mi vez
si le habían aplicado alguna sanción. Contestó que sí. De militante la habían
rebajado a contacto, el nivel más bajo del Partido. Y le habían dado tareas
hasta atosigarla.
Con los ojos llenos de lágrimas, me tomó de las manos; luego, sacando con extremo
cuidado un paquetito de papel de un monedero artesanal que llevaba al cuello,
me lo dio. Percibió mi nerviosismo y me susurró:
– Andá, por favor, si te esperan...
Mi corazón se sintió agradecido de la extrema comprensión que manifestaba hasta
en los momentos más difíciles. Secó sus lágrimas con un pañuelito blanco apuntillado
y se incorporó un poquito para besarme. Nuestros labios apenas rozaron las mejillas;
me levanté y salí sin darme vuelta.
Fiama me dijo que había demorado mucho. Cuando íbamos en camino, me preguntó
por lo sucedido. “Escribió una carta...”, le dije. Me la pidió. Y en un gesto
de cobardía que muchos años después iba repetirse, se la entregué casi como
en un acto reflejo.
– ¿La leíste? – inquirió.
– No – contesté. Entonces abrió con rudeza el delicado paquetito, que había
sido armado al estilo escolar, y con un gesto de furia lo observó.
– ¿Serías tan amable de leerlo en voz alta? – supliqué.
Lo hizo con voz metalizada por la ira. Las frases “te amo” o “nunca te olvidaré”
motivaban comentarios sarcásticos o crueles cada vez que aparecían en el texto,
que había sido redactado con letra prolija y tinta verde sobre un fondo de tenues
florecillas.
En una carta que ocupaba ambas caras, la Negra me decía que se sentía culpable
por haber precipitado esta situación, aunque por suerte los compañeros del Partido
la habían obligado a reaccionar luego de largas sesiones. Por otra parte, los
sentimientos suscitados en su corazón por nuestro encuentro le resultaban indescriptibles
y seguramente no volvería a amar a nadie así. Le desgarraba el alma separarnos;
entonces hablaba de las responsabilidades de los militantes y de la resolución
del Partido, correcta por estar tomada con la mayor objetividad y comprensión
de las circunstancias políticas en la cual nuestra actitud no encajaba. También
se refería al juramento excepcional por el cual nos habíamos comprometido como
revolucionarios a no tener otro objetivo mayor que los intereses de nuestro
pueblo y la revolución. Por disciplina, por humildad, por amor a la Revolución
y a nuestro Pueblo, debíamos aceptar entonces sin protestar la decisión partidaria...
Pero ello no impediría que jamás me olvidara. “Si muero en combate, como es
posible que suceda, tu nombre será la última palabra que pronunciaré”, decía,
antes de finalizar.
Al llegar a este párrafo Fiama se negó a seguir leyendo.
– Está bien... – le dije – . Está bien...
– Bueno, ¿qué hago con esto? – replicó, agitando la cartita de la Negra...
– No sé... dámela... – vacilé.
– ¿Cómo? ¿Piensas guardar el recuerdo de esta puta?... – se indignó.
– ¿Y vos qué quieres hacer? – pregunté.
– ¡Romperla! – espetó como si se tratara de algo obvio.
– Está bien... está bien... rompela... – concedí.
Y en el acto me sentí el peor hijo de puta que hubiera pisado esta podrida Tierra
durante los últimos mil novecientos setenta y cuatro años.
Epílogo
Habíamos llegado a Rosario en grandes colectivos, con cerca de dos mil compañeros
cordobeses, para participar del Vº Congreso del FAS. El estadio, inmenso, se
veía muy concurrido, pero quedaban algunos espacios sin gente aún en las tribunas.
Estaba nublado y hacía mucho frío. Yo me había inclinado, refregándome los doloridos
ojos, con Fiama a mi lado y los carteles, muchas figuras del Ché y grandes banderas
desplegándose alrededor.
– ¿Quieren comprar la Estrella Roja? – escuché ofrecer a una voz conocida.
Frente a nosotros, parada en la grada de abajo, La Negra me extendía su mano
derecha con la revista. Bajo el otro brazo llevaba una pequeña pila.
Vestía su tapado marrón cubriendo un descolorido pulóver; un par de botas sin
lustrar sobre medias de lana emergía bajo una pollera cuadriculada (la misma
de la primera vez, pensé, sólo que ahora con algunas manchas). Envolvía su cuello
una vieja bufanda, sobre la cual se derramaban aquellos bucles como de bronce,
con desordenada exuberancia.
Se quedó allí mirándome un largo rato, como lo haría una niña abandonada.
– No, gracias – dijo con acento gélido al cabo de unos segundos, Fiama.
Entonces ella hizo una mueca triste, dijo “está bien”, y se fue.
Guardo estas imágenes con unción en mi memoria. Pues ya jamás la volví a ver.
¿Quo
Vadis, Argentina?
Por Julio Carreras (h)
[Artículo de 2004]
Estamos ante una representación que resulta convincente porque los actores creen
sus papeles. Como no se la representa en un "escenario" ni hay posibilidades
de huir de la sala, su resultado es incierto.
¿Nuevo paradigma imperial?
Kirchner ha logrado convencer a gran parte de los argentinos de que es un buen tipo, tratando de hacer, en lo posible, lo más conveniente para el país. Seguramente él mismo lo cree: por eso resulta, a su vez, creíble. Pero la verdad parece ser que, luego del traumático devenir de América Latina para el FMI durante los últimos tres años, se juntaron todos para fraguar otro plan del imperialismo. Más que fijar roles, fueron pactados entre los actores que habían logrado posicionarse mejor -Lula, Kirchner, Lino Gutiérrez, Lagos, Tabaré Vázquez- mostrando aptitud para pilotear las nuevas crisis. Una vieja guardia de cancerberos capitalistas -Anne Krueger, Ter Minassian, Anouph Singh- gruñe junto a los tobillos, como para no dejar que se olvide nuestra condición de subordinados. Otra ala de aggiornados -John Dosworth, Iglesias, el mismo Köhler- parece apostar -aún sin jugarse demasiado-, por el "nuevo paradigma".
¿Y qué cosa vendría a ser esto?
En palabras de Lavagna -ministro de Economía argentino- los organismos financieros
internacionales deben entender que "no se le puede cobrar a un cadáver". Se
trata, pues, de aflojar la presión que vinieron aplicando sobre los países agobiados
por la deuda, para permitirles aunque más no fuera una leve recuperación. De
esa forma, aunque a más largo plazo, ellos podrán obtener lo que esperaban cuando
vinieron aquí para hacer sus negocios. De lo contrario, podrían quedarse sin
el pan y sin la torta.
Veamos lo que dice Lavagna: "Dos hechos han ocurrido generando el inicio del
cambio en el cual hoy estamos inmersos:
"Por un lado, en Estados Unidos el cambio de administración y la asunción de
la administración Bush determinó que se quitara legitimidad [...] al esquema
de salvatajes. La nueva visión es que el riesgo debe correr por parte de los
privados. [...]
En buen romance esto significa que el país únicamente se hará cargo de la deuda
contraída con organismos institucionales (FMI, Banco Mundial). Aquellos que
seducidos por los bancos vinieron a tomar bonos de la deuda, cobrarán sólo el
25 % de lo que acumularon.
"Por otro lado, Argentina, un país de tamaño económico intermedio y con una
deuda externa de magnitud y peso en los mercados emergentes y, por ende, en
los portafolios de inversores, entró en default. Después de largos, costosos
y finalmente inútiles años de operaciones destinadas a financiar desequilibrios
estructurales, el peso de la deuda se impuso con la obviedad misma de la ley
de gravedad". Ahora bien, ¿qué propone Lavagna ante este escenario?
"[...] el gobierno y la sociedad argentina pusieron un límite al repago externo.
El esfuerzo comprometido -superávit fiscal primario- es importante pero debe
ser compatible con el crecimiento, la creación del empleo y la reducción de
la pobreza". (1)
¿Qué cosa es la Argentina?
Kirchner se parece al gringo bueno cuyo padre vino de Europa a fines del XIX
y de la nada creó una industria. En ese rol se acerca a los obreros -muchos
de los cuales lo han visto crecer- y les dice, palmeándoles el lomo y señalando
a los galpones vacíos y a las máquinas muertas: "tenemos que recuperar la fábrica,
muchachos". Él y ellos se lo creen. No es un mal panorama, luego de los perversos
engendros que gobernaron este país en los últimos treinta años. Pero deberíamos
hacernos dos preguntas: ¿Será posible un desarrollo nacional, aunque más no
fuera semi-independiente, en el actual contexto de la globalización capitalista?
Y aún si la respuesta fuese positiva, ¿esto es lo que conviene verdaderamente
a la Argentina hoy?
Tal vez antes de ello, debamos hacernos otra pregunta previa: ¿Qué cosa es la
Argentina?
A grandes rasgos este país está compuesto por un 60 % de población pobre, un
30 % de población con ingresos medios, otro 20 % con ingresos altos, y un 5
% que acapara la mayor parte de la riqueza nacional. Tradicionalmente el sector
pobre estuvo constituido por personas con ciertas características etno-culturales,
que se podrían sintetizar en la denominación de "hispanoaborígenes". Las clases
medias, en cambio, contienen un elevado porcentaje de inmigración centro-europea
y han conservado gran parte de su tradición cultural. Los sectores poderosos,
en tanto, se constituyeron con los restos de una burguesía comercial portuaria,
mixturándose a la pequeña franja más rapaz de la inmigración mencionada (casi
toda de entre fines del siglo XIX y principios del XX). Para completar esta
simplificación hay que señalar la ubicación geográfica de los sectores mencionados:
mientras la mayor parte de las clases pudientes y medias se concentraron en
Buenos Aires, los "cabecitas negras" (2) permanecieron dispersos en el interior.
Hasta que a mediados del siglo XX "invadieron" la gran ciudad, aunque conservando
en gran medida sus características culturales.
La crisis económica -cuyos orígenes hay que rastrear hacia fines de los 50-
fue modificando la composición de estas franjas. Y si bien básicamente permanecen
semejantes, hacia los setenta se produjo un corrimiento de grandes sectores
medios, provenientes de la inmigración, hacia el más ancho de los "cabecitas
negras". Esto precipitados por la creciente exclusión que caracterizó al modelo
neoliberal, cuya aplicación sin atenuantes en los 80 y 90 aceleró tal desplazamiento.
La primera acumulación de capital efectuada por la burguesía comercial portuaria,
permite el proyecto de nación "europea", aislada etno-culturalmente de su interior,
que se establece hacia fines del siglo XIX. De hecho, esta Argentina sólo existe
en la provincia de Buenos Aires y su Capital. Allí florece una prosperidad hueca,
cuyo origen se basa en exportación de productos agropecuarios. Este período
hace famosos a los porteños (confundidos desde entonces con los argentinos).
También acuña la palabra "rastacueros", para denominar a estos impertinentes
ricachones, que dilapidaban su dinero en París, viviendo en permanente juerga,
mientras amplias regiones de Europa se debatían en condiciones económicas precarias.
La crisis de este sistema permite la incorporación de las clases medias a la
estructura de poder, pero sin lograr modificaciones, en lo esencial, de un sistema
que se niega a aceptar al resto de su inmenso territorio -y quienes lo habitan-
a su concepto de Nación. Esto ocurre durante el gobierno nacionalista de Irigoyen
(1916-1922, 1928-1930). La dictadura militar de 1930 se encarga de volver las
cosas exactamente al lugar donde estaban en 1880: un país dependiente del imperialismo
inglés, en lo económico, políticamente establecido en la división internacional
del trabajo como productor de materias primas alimentarias.
Las dos guerras mundiales provocan el aflojamiento de estos vínculos, así como
dos posibilidades ventajosas: la acumulación de capital por abundancia de exportaciones,
y una incipiente industrialización debido a la sustitución de importaciones.
Perón aprovecha esta circunstancia para convocar a los trabajadores y al empresariado
nacional a un intento por crear una poderosa nación independiente.
Fracasa finalmente, socavado por la acción disolvente del nuevo imperialismo
norteamericano, pero fundamentalmente por la falta de comprensión de sus objetivos
por parte de la burguesía nacional. Pesa más el miedo a los cabecitas negras
y su "aluvión zoológico" (3) que las indudables ventajas que el proyecto ofrecía,
en esta clase parasitaria y extranjerizada. Eligen ser empleados de los blancos
y cultos europeos, que conductores de una población "oscura y primitiva".
Los enterradores de la nación
Las condiciones internacionales de los 60 y 70 -cuando aún subsiste la "sociedad
de bienestar"- determinan que el desbaratamiento y la enajenación del patrimonio
argentino se efectúe en cámara lenta. La existencia del peronismo original,
al cual se han sumado poderosos movimientos revolucionarios y una estructura
sindical altamente organizada, impide el establecimiento de un sistema de depredación
masiva. Como sería posible recién más tarde, al establecerse la dictadura militar.
30.000 desaparecidos, más de 20.000 presos políticos, otros 10.000 exiliados,
es el precio que debe pagar el pueblo argentino por su resistencia al proyecto
del imperialismo capitalista internacional. Durante el genocidio comandado por
Videla, Massera y Agosti se elimina a toda la dirigencia sindical combativa,
a las organizaciones revolucionarias, partidos de izquierda, sociedades intermedias
progresistas, asociaciones vecinales, obreras, estudiantiles, barriendo en cinco
años lo construido en este sentido desde los años 40.(4)
Con las garras libres, la burguesía gerencial portuaria se dedica, entonces,
a disecar su burbuja de confort y aculturación dependientes. Sistemáticamente
se desmonta la estructura productiva nacional, volviendo al modelo agroexportador
que impusiera a fuego el imperialismo británico a la Argentina durante el siglo
XIX. Martínez de Hoz -un representante típico de este segmento morboso de la
sociedad portuaria- llevó la deuda externa de 7.800 millones de dólares a 43.500
millones. * Pero lo más trágico -si existe algo más trágico que la dictadura
militar padecida- fue que instituyó una impronta económica que se llevaría adelante,
apenas con leves modificaciones, hasta el colapso político del 20 de diciembre
de 2001.
Este proceso de endeudamiento tuvo periodos de alza y baja, pero no ha cesado
de crecer desde 1976. Con la proliferación de los "petrodólares", el imperialismo
coloca sus excedentes en los países subdesarrollados, cuyas clases parasitarias
los toman como un maná del cielo. El Banco Mundial hizo un estudio de la manera
en que se usaron esos fondos y determina que el 44 % se usó para financiar la
evasión de capitales, el 23 % para pagar los intereses generados por esa misma
deuda, y el 33 % para importaciones no registradas. En 1979, cuando los bancos
cambian las tasas de interés, disparándola del 6 % anual hasta ¡el 16 %!...
Argentina ya no puede pagar. Desde entonces, no se ha hecho otra cosa que aumentar
la deuda... ¡para pagar la deuda!... En la actualidad esta alcanza los 164.000.000.000
(ciento sesenta y cuatro mil millones de dólares), habiéndose contraído la mayor
parte del acrecentamiento de las obligaciones durante los gobiernos de Menem
y De La Rúa. Ninguna de esas partidas de dinero sirvieron para crear o fortalecer
el sistema productivo. (5) A trazos gruesos, pueden señalarse tres grandes destinos
para el gigantesco endeudamiento nacional:
1) Pago de los intereses de la misma deuda.
2) Evasión de capitales, a través del subsidio a empresarios "nacionales" o
extranjeros que llevan afuera sus ganancias.
3) Sostenimiento de un sistema político corrupto, creando una casta de adinerados
"administradores" del sistema, que devoran una parte sustanciosa del presupuesto
nacional, sin contar las innumerables coimas, que reciben para mantener este
estado de cosas favorable al lucro empresarial pro imperialista.
El bufón mayor y su hijo tonto
En el ínterin las condiciones internacionales se han modificado. Debido a la
ofensiva del capitalismo en todos los frentes, se arriba a mediados de los 80
a lo que Fukuyama denominaría "el Fin de la Historia". Es decir, el supuesto
triunfo absoluto del capitalismo, estableciendo una "paz" definitiva, consistente
en que los explotadores poseen el control de todos los resortes decisivos y
los explotados se resignan a su condición de esperar que sus hijos y nietos
vayan mejorando, gota a gota, su standard de vida, en relación directa con la
mayor prosperidad y generosidad de sus explotadores (la teoría del "derrame").
Dueño absoluto del escenario, el capitalismo salvaje -Plutón desencadenado-
recorre los horizontes mundiales provocando desfalcos, estafas, latrocinios
de todo tipo, proporcionando grados de lujuria pomposa a niveles nunca vistos
a sus directos beneficiarios, una clase de jóvenes administradores, decrépitos
chupasangres tradicionales, prostitutas de refinamiento vertiginoso, junto a
legiones de funcionarios y dirigentes corruptos, encharcados en el mismo lodo
sanguinolento a lo ancho de todo el planeta.
Dentro de ese panorama grangatsbyano emerge Menem. Llega sobre un camino sembrado
de cadáveres: poco antes de su ocupación anticipada del gobierno, ha ocurrido
un sangriento suceso, que da un golpe decisivo a la sociedad argentina, desplomándola
en un knock out técnico del cual tardaría once años en salir. Se trata del copamiento
del cuartel militar de La Tablada, a manos de un grupo de guerrilleros conducidos
por Enrique Gorriarán Merlo. Víctimas de un perverso operativo de manipulación
psicológica por parte de los Servicios de Inteligencia del Estado -probablemente
con conocimiento de Menem y su aliado de entonces, el coronel golpista Mohamed
Alí Seineldín- este pequeño grupo de izquierda embriagado por desinformación
deliberada, inusitada disponibilidad de medios (tenían el apoyo de un sector
del gobierno y de la SIDE), además de sed desmedida de poder, caen en la trampa.
Y sirven al proyecto del imperialismo, que a través de una astuta combinación
por olas de presiones económicas, levantamientos militares, golpes de timón
que agravaban la situación argentina, había venido llevando contra las cuerdas
a los pocos sectores del gobierno interesados en actuar con cierta soberanía,
así como a las organizaciones populares, que aniquiladas por el genocidio dictatorial
de 1976-1982, no acertaban aún en hacer pie sobre las movedizas arenas que establecía
el andamiaje proimperialista como campo de juego ineludible en nuestro país.
Menem entra entonces con plenos poderes, a gobernar un pueblo agobiado por el
recuerdo de las masacres, la hiperinflación, la inestabilidad laboral, la consecuente
inseguridad social, creada como producto natural del descenso pavoroso en las
condiciones de vida que se ha verificado durante todos estos años.
Si se tiene en cuenta que "el salario real en 2002 es el 30 % del salario de
1974, según recientes publicaciones de la OIT" y que el 60 % de la población
está hoy bajo la línea de la pobreza, además de "un desempleo del 20 % [...]
...un 50 % de los chicos menores de 2 años con anemia por falta de hierro o
chicos de 14 que no comprenden ni retienen un texto" (6), se tendrá una idea
del deterioro terrible que debió padecer nuestra sociedad en el periodo mencionado
(1976-2002).
La Argentina de Menem sobresalió por ser el único caso de un país que "hizo
todos los deberes" "tal cual lo manda la ortodoxia del Consenso de Washington
-privatizando casi todo lo que podía privatizarse; desregulando y liberalizando
hasta llegar a constituir "mercados salvajes"; destruyendo al estado; achicando
el gasto público; abriendo irresponsablemente la economía; facilitando la especulación
financiera; favoreciendo la concentración del ingreso, etcétera- y además todo
ésto lo hizo en democracia. Esta combinación entre un desorbitado celo neoliberal
e
instituciones democráticas -que lamentablemente avalaron con su voto un ensayo
de este tipo- es lo que se encuentra en la base de los incesantes elogios que
el experimento menemista recibe de los voceros del FMI, el BM y la prensa y
grupos de interés asociados a la comunidad financiera internacional".(7)
Tal celebración se reproduce aún hoy, cuando "gurúes" argentinos de mediopelo
como Rosendo Fraga escriben, siguiendo las líneas fijadas por Anne Krueger "La
realidad es que los noventa fue un periodo de crecimiento económico positivo
para América Latina, aunque en el terreno social los logros fueron menores (¡sic!)
y en algunos casos se registraron retrocesos". Esos "logros menores" arrojaron
a un 30 % ciento más de la población bajo la línea de la pobreza, y los retrocesos
se verificaron "apenas" en algunos miles de niños más por año que mueren de
desnutrición en nuestra oprimida América. Para Fraga esas vidas no interesan
mucho: son sólo meros indicadores económicos, que tal vez revisa con aburrimiento
desde su laptop bajo la sombrilla de una frívola playa de veraneo en Punta del
Este.
Desde esa ubicación, Fraga hace suyos los conceptos de otro aculturado, parasitario
del imperialismo, el mexicano Enrique Krauze, quien dice que la "insatisfacción"
con los 90 es que "las políticas liberales no han sido instrumentadas con la
suficiente amplitud y profundidad ni han tenido tiempo suficiente para mostrar
sus beneficios". (8)
Algo de razón le cabe, si analizamos los hechos desde una perspectiva neonazi:
la aplicación por mayor período de tales políticas tendrían como resultado un
mundo donde los pobres desaparecerían por inanición, dejando el terreno despejado
para que lo habiten únicamente estos tecnócratas desalmados, sus sostenedores
capitalistas y los silenciosos esclavos que ponen a rodar el sistema pergeñados
por ellos.
Pero un economista judeo-norteamericano achaca la culpa de los males latinoamericanos
a nuestros caracteres etno-culturales. "Bolivia es un caso extremo que ilustra
esta horrible combinación de conflicto social, economía mediocre y asquerosa
política", escribe (9) "Un presidente reformista democráticamente electo (se
refiere a "Goni") fue derrocado por manifestaciones callejeras encabezadas por
grupos indígenas históricamente sin derecho a voto y productores de coca [...]
Estos grupos -se alarma- adquirieron un poder político sin precedentes gracias
a la generalizada frustración popular con las reformas de los noventa, el desprestigio
de los partidos políticos tradicionales y la globalización que los conecta fácilmente
con aliados de otros lugares. En toda América Latina se encuentran diferentes
elementos del predicamento de Bolivia. Los Sin Tierra de Brasil, los zapatistas
de México, los bolivarianos en Venezuela y otros grupos similares están rápidamente
acercando a América Latina a un movimiento político multinacional". Perdón por
la cita tan larga, pero ¡es que no tiene desperdicio!
Dentro de este panorama, apocalíptico para tales observadores, se inscribió
también la caída de De La Rúa y la posterior calesita loca en que se convirtieron
los estamentos gubernamentales argentinos, luego de las gloriosas jornadas del
19 y 20 de diciembre, días en los cuales "por un momento se superó la trampa
mortal de la así llamada "democracia representativa" que, en un orden político
carcomido por el cáncer del neoliberalismo ya no es democracia ni representa
a nadie, y el pueblo, en cuyo nombre existe el régimen democrático, se hizo
por una vez dueño de su propio destino". (10)
Llegan los bomberos
Considerando el ominoso panorama latinoamericano que ven los administradores
del capitalismo salvaje, reflejado en los pequeños párrafos del Financial Times
citados más arriba, se comprende por qué muchos de ellos, con Bush a la cabeza,
están dispuestos a pactar un programa con menos nubes de tormenta, como el que
prometen Lula en Brasil y Kircher en la Argentina. Las capuchas de los zapatistas,
los coloridos gorros de los Sin Tierra, los palos piqueteros, desplegándose
en los peores panoramas contemplados en sus pantallas por los piratas globales,
les ha hecho, efectivamente, variar un poco su paradigma (aunque seguramente
no tanto como alardea Lavagna en su proclamación para consumo interno). En tal
contexto, encaja perfectamente la tolerancia imperial hacia chiquilinadas como
el "knock out" anunciado por Kirchner a Bush, en combinación con genuinas presiones
mutuas, como las demoras en aprobar pautas desde el FMI, las "reconvenciones"
del presidente argentino a los organismos internacionales -en simetría perfecta
con la inútil pantomima brasileña de tomar las huellas digitales de los turistas
estadounidenses.
Pero lo que parece quedar claro es que tanto Lula como Kirchner se han ganado
la confianza del imperialismo, obteniendo un cierto aval de sus dirigentes menos
trogloditas. Lula ejerció su simpatía sobre los magnates en Davos, apenas llegado
al poder; Kirchner efectuó un viaje a Suiza, "para visitar la tierra de sus
ancestros", lo cual fue también un mensaje a los imperialistas: "en el fondo,
soy como ustedes, un blanco europeo, de la más pura prosapia germánica, no un
árabe provinciano como Menem, ni un hispano decadente como De La Rúa. Creo en
el capitalismo y sus normas, tanto como ustedes, pues pertenezco a la raza que
lo ha establecido en todo el mundo. Pero déjenme hacer". La reciente recomendación
del gobierno estadounidense al juez Griesa, de Nueva York, en el sentido de
no hacer lugar a los reclamos de los ahorristas contra el Estado Argentino,
sugiere que le hicieron caso.
Pero el capitalismo tiene intereses, no amigos, aunque puedan exhibirse fotografías
como las que ilustran los diarios del 16 de enero de 2004, con Kirchner y Bush
testa a testa, chanceando en la cumbre de Monterrey. Al lado de esta información
sobre la "gauchada" de Bush a Kirchner parando la pelota judicial en Nueva York,
se publica otra, con la foto de Prat Gay -si se recuerda, el carilindo funcionario,
heredado de Cavallo, que se atrevió a despreciar y contradecir un anuncio del
presidente y aún sigue muy campante en su cargo. El título dice: "Pese al default,
los entes siguen pagando". Y en su cuerpo principal informa: "El gobierno pagó
a los organismos internacionales intereses por U$S 2.065 millones, según el
informe sobre Operaciones en el Mercado Único y Libre de Cambios y balance cambiario
del Banco Central [...] A la vez, los giros al exterior por utilidades y dividendos
sumaron más de $ 950 millones y estuvieron liderados por el sector petrolero"
(11).
Cuatro días antes de Monterrey, mientras Kirchner protagonizaba un alarde antiimperialista
ante las cámaras el "Fondo Monetario Internacional (FMI) logró el visto bueno
para incorporar un anexo a la Carta de Intención" (los acuerdos que tanto Lavagna
como Kirchner habían anunciado que NO se iban a modificar). En esta modificación
se incluye "la necesidad de contar en marzo con una ley marco de regulación
pública y clarificar la tarifa social para privatizadas". Según la fuente se
busca evitar posibles demoras "en el pago que la Argentina debe hacer al organismo
en marzo, por 3.000 millones de dólares". Como se ve, pueden permitirle a Kirchner
que se ponga los guantes de boxeo para la foto, pero no que deje de meter la
mano en el bolsillo para pagarle al Fondo, sin dilación posible. (12)
El capitalismo es caníbal
Vayamos ahora a una de las preguntas del principio: ¿es posible restaurar en
la Argentina un capitalismo sustentable? Consideramos que no. Es que durante
los cincuenta años en que la Argentina estuvo retrocediendo, Estados Unidos
y los países de Europa aumentaron su poder de un modo inmenso, consolidando
su dominación por todo el mundo. El capitalismo es un sistema basado en la destrucción
de toda competencia: por ello es que la fábrica de vaqueros Levi´s, por ejemplo,
abandona el territorio estadounidense para ir a producir sus jeans en Indonesia
o China. Para abaratar tanto su oferta en el mercado, gracias a la apelación
a mano de obra esclava, que aniquilará a cualquier empresa con menos capital
que se atreva a competir con ella. Entonces, no hay razón para pensar que los
grandes monopolios capitalistas internacionales permitirán alegremente que los
argentinos retomemos la producción de automóviles y aviones, comenzados a fabricar
durante la 2ª Guerra, recobremos nuestros programas nucleares o intentemos liderar
el mercado de fibra óptica -que aquí se había comenzado a producir en 1971.
Ni siquiera Brasil, nuestro "socio" hará otra cosa que echarnos sobre las espaldas
todo peso que pueda para retrasar cualquier desarrollo que pudiera poner en
riesgo su manifiesto liderazgo en el Mercosur. "...ellos defienden lo suyo [...]
tiene menos de 700 puntos de Riesgo-País y reciben inversión de capitales. [...]
Negocian con China para construir satélites, con India y Sudáfrica para armar
un eje, fijan su posición de reserva en la industria farmacéutica, protegen
a su industria informática. [...]Chile, sin ir más lejos, compensa sus fracasos
con el bilateralismo[...]Brasil, por ejemplo, en su alianza con la India y con
Sudáfrica, está demostrando una presencia internacional en un "mundito" que
ya suma, entre los tres países, más de mil millones de habitantes". (13)
Pero aún suponiendo que nuestros vecinos no compitieran con nosotros, sino que
nos ayudaran: no hay en la Argentina una burguesía con clara vocación nacional.
En este momento se contabilizan en bancos suizos más de 150.000 millones de
dólares en depósitos pertenecientes a capitalistas argentinos. Sólo con esos
depósitos alcanzaría para cancelar nuestra deuda externa. Y "...en los últimos
tres años, incluyendo la etapa final del gobierno de la Alianza, se fugaron
ni más ni menos que 50.000 millones de dólares al exterior. El equivalente a
tres presupuestos nacionales como el que se acaba de aprobar y al valor producido
por los trabajadores de toda la industria argentina durante más de dos años
aproximadamente. La fuga de capitales ha sido, en realidad, mayor, porque las
transferencias "netas" son el resultado contable de lo que entra y lo que sale
y no disponemos de los datos de la denominada transferencia "bruta" de fondos
al exterior." (14)
Teniendo en cuenta que durante la dictadura militar fue completamente absorbida
por el Estado la deuda de los capitalistas privados (es decir, el Estado obligó
a toda la sociedad a pagar la deuda de un puñado de ciudadanos que se habían
endeudado con el aval del gobierno) y más o menos se ha continuado con esta
práctica encubierta durante todos los últimos años, se vuelve más notoria la
perversidad crónica que anima a los burgueses argentinos, a quienes importa
un bledo que el país donde viven se vaya pique, con tal de conservar sus desmesurados
privilegios.
Perón ya intentó entusiasmar a esta raza de víboras durante su primer gobierno.
El argumento de entonces era: "Tenemos que aprender a resignar una parte de
nuestras inmensas ganancias como capitalistas, para mantener a los obreros contentos.
Si no, vendrá el comunismo y nos lo quitará todo". Esta consigna, sumamente
lógica desde un punto de vista capitalista, era repetida una y otra vez ante
los rostros impertérritos de los grandes empresarios argentinos. No le hicieron
caso. Prefirieron apostar a la sumisión hacia el imperialismo norteamericano
y socavaron al gobierno peronista, que cayó sin pena ni gloria bajo un golpe
militar. No vino el comunismo, sino Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Francisco
Rojas, dos feroces militares pro-yanquis, ultracatólicos preconciliares, que
fusilaron, bombardearon civiles inadvertidos a pleno día en Plaza de Mayo (15),
y dieron la señal de lanzamiento para el saqueo de nuestro país y el desmantelamiento
de toda la pujante industria nacional que se había desarrollado en los últimos
treinta años, hasta 1955.
Kirchner dice ahora (a los descendientes o sustitutos de estos mismos empresarios
antinacionales): "Aprendamos a renunciar a una parte de nuestras inmensas ganancias,
o vendrán los piqueteros con los hambrientos y nos lo quitarán todo". Los empresarios
-más preciso sería llamarlos "atorrantes"- argentinos, contestan con protestas
por las retenciones sobre sus inmensas ganancias agropecuarias, o defendiendo
la teoría del derrame:
"El habitante de una villa miseria próxima a un country vive mejor que si el
country no existiera [...] La versión utópica de la teoría del derrame supone
que el jardinero compraría una casa similar a la que tiene quien le encargó
cortar el pasto, y que el obrero que trabaja en la Mercedez Benz compraría una
de las unidades que ayuda a fabricar. [...] Afirmar que la teoría del derrame
fracasó implica mostrar que no se realizó introspección [...] y se rechazan
las implicancias sobre la conducta que tiene la naturaleza humana".(16)
Ergo, los desocupados argentinos, los niños que se mueren de inanición, los
ancianos sin cobertura médica deben tener paciencia... esperar, ¡esperar!...
El gobierno no debe aplicar políticas impacientes ("Civilizadamente, cuando
aplica mayores impuestos a los countries, para subsidiar la educación de los
hijos de los pobres, o la salud de quienes menos ganan; incivilizadamente, cuando
ignorando el funcionamiento del derrame, permiten -cuando no incentivan- que
algunos habitantes de la villa se apoderen de algunas pertenencias de quienes
viven en los countries." Idem anterior.)
Si Perón en la década de 1950, con una industria nacional floreciente, con los
recursos energéticos en manos argentinas, con un mercado internacional ávido
de la inmensa producción agropecuaria argentina, con un impecable desarrollo
de las tecnologías de punta, no logró persuadir a esta clase abyecta para comprometerse
con su país... ¿cómo lo habría de conseguir Kirchner con sus continuadores idiotizados,
totalmente aculturados, cebados en la improductividad, tras cinco décadas de
existencia parasitaria transcurridas de espaldas al país?...
Hora de respuestas
Algunas metáforas podrían ayudarnos a comprender la situación de Argentina hoy.
Imaginemos a un pueblo entre las montañas, que a lo largo de una accidentada
historia ha logrado sin embargo construir una cierta prosperidad. Imaginemos
que es invadido y sojuzgado de repente por una banda de asesinos, timberos,
esquilmadores, chantajistas, estafadores, que imponen su voluntad a este pueblo
durante largos años, llevándolo hasta el límite mismo de la absoluta ruina.
En ese ínterin los habitantes de este pueblo han perdido sus manufacturas, donde
producían muebles y útiles artesanales de singular calidad, sus escuelas, donde
se enseñaba el amor al terruño, sus fuentes de trabajo, de las cuales obtenían
ingresos como para sostener una existencia digna. Todo para poder pagar los
tributos exigidos por sus "protectores", los hampones. Hasta que un día dicen
"basta", y levantándose contra ellos logran ponerlos en fuga, temporariamente.
Pero he aquí que de pronto sale de entre los hampones un "chico bueno", y plantándose
ante sus compinches, dice: "¡Un momentito! ¡No acogotemos tanto a nuestros súbditos
pues terminarán atacándonos con resultados imprevisibles! ¡O si no, los aniquilaremos,
con lo cual también nos perjudicaríamos nosotros, pues no tendríamos a quién
explotar!". Una vez contenidos sus cómplices, aunque a regañadientes, se vuelve
entonces hacia los pobladores insurrectos y les dice:
"No nos suicidemos... lanzarnos contra los maleantes que disponen de armas poderosas
es perder el futuro. Yo les ofrezco un pacto de no agresión mutua. Les permitiremos
volver a trabajar en sus talleres, pero bajo la supervisión de los hampones;
podrán comerciar otra vez libremente, pero dejando un impuesto para su sostenimiento..."
Etcétera.
Este pueblo deberá optar, entonces, por aceptar la propuesta de los hampones
y gozar de un cierto "orden", aunque menos que mediocre, o rechazarlo y lanzarse
a un destino que se presenta como caótico, incierto.
En el primero de los casos, este pueblo podrá disfrutar de ingresos más o menos
regulares... ¡pero inferiores en un 80 % al que disponían antes de la llegada
de los hampones... Podrá comprar muebles nuevos para su casa... ¡pero ya no
de algarrobo sino de plástico importado!... Y sin ninguna garantía de que en
el futuro, una vez abandonada la beligerancia popular que promoviera estos programas,
los opresores no vuelvan a descargar sobre sus espaldas otras exigencias, cada
vez más salvajes. Nada en el pasado autoriza a suponer que esta vez los maleantes,
los asesinos crónicos, vayan a volverse pacíficos, vayan a cumplir con la palabra
empeñada. "Todo el arte de la guerra está basado en el engaño", dijo Sun Tzu
hace 2.600 años (17). Bien podría ser la consigna emblemática del capitalismo.
Ante un panorama semejante, a la Argentina se le presenta, pues, una disyuntiva
importante hoy, en aras de decidir su destino. Hay una voz que nos inquiere,
a todos y cada uno de los habitantes en este inmenso país: "¿Quo vadis?" ¿Adónde
vais?... Para nuestro modesto entender quedan, en grandes líneas, las siguientes
respuestas: o aceptamos tomar el camino de Roma... para ser crucificados allí,
cabeza abajo. O tomamos el camino de Espartaco, regresando con nuestro pueblo
para morir con dignidad. O el de Fidel Castro, que ha resistido por más de 40
años al imperialismo, sin concesiones...
Por nuestra parte nos gusta el de Fidel y toda Cuba: la lucha y el optimismo.
Pues mientras sigan latiendo nuestros corazones... ¡aún tenemos grandes posibilidades
de volcar la batalla, definitivamente, a nuestro favor!
Autonomía, Santiago del Estero, Argentina, 20 de enero de 2004.
(1) Roberto Lavagna. "Deuda externa: el fin de un paradigma". El Cronista Comercial.
Buenos Aires, jueves 15 de enero de 2004, página 4.
(2) "Cabecitas negras". Esta denominación se dio a los millares de provincianos
que hacia 1940 acudían como obreros a los cordones industriales, formados alrededor
de las grandes ciudades, principalmente Buenos Aires. De tez oscura, por su
trabajo al sol o por naturaleza, de cabellos normalmente oscuros, contrastaban
con "la Buenos Aires rubia" construida -e imaginada- por la "generación de 1880",
una generación de gobernantes que consideraban a la Argentina "una apreciada
gema en la corona inglesa".
(3) La frase "aluvión zoológico" fue acuñada por los diarios capitalinos, La
Prensa y La Nación, para referirse a las mareas humanas de humildes trabajadores
que apoyaban, en grandes manifestaciones, la candidatura de Perón a la presidencia.
El impacto estético fue tan poderoso en esta sociedad, que hasta los partidos
de izquierda se unieron entonces a la Unión Democrática, una coalición promovida
por el embajador de los Estados Unidos en la Argentina.
* A la luz de lo ocurrido luego en nuestro país, Martínez de Hoz -quien nunca
fue molestado por su coordinación ideológica de la masacre en Argentina durante
la dictadura militar-, reputa esto como un gran mérito. En declaraciones a la
agencia NA, publicadas el domingo 11 de enero de 2004 en todo el país, declara
que: "la gestión que llevó a cabo durante la última dictadura militar... «se
trató de un proceso de enseñanza de lo que era la orientación moderna de una
economía productiva» y que posteriormente, Menem y Cavallo siguieron «los mismos
lineamientos». Martínez de Hoz dijo que la hiperinflación de la década del 80
«llegó a ser como una vacuna para la gente, cuya mentalidad fue madurando».
[...] «Ése es el espíritu que capta el presidente Menem cuando asume con el
ministro Cavallo. Ellos dieron las orientaciones correctas en las grandes líneas,
que eran prácticamente las mismas que las nuestras». Mencionó como logros de
Menem y Cavallo «la reforma del Estado con las grandes privatizaciones, establecer
la función únicamente subsidiaria del Estado, sacarlo de las actividades productivas,
la apertura de la economía, con su modernización y la estabilización...»[...]«Eso
no fue un invento, para mí eso fue un proceso de maduración de la población
argentina, que vio que había fracasado la estatización y coincidió con el crack
de los gobiernos socialistas y comunistas del mundo [...] estábamos un poco
solos, pero hoy en el mundo se ve que esta tendencia es universal, porque es
la tendencia de la economía moderna»".
(4) El miércoles 14 de enero de 2004 "El grupo automotor Daimler Chrysler [...]fue
demandado en Estados Unidos por su presunta responsabilidad en la desaparición,
tortura y exilio forzado de sindicalistas y trabajadores durante los años de
la dictadura militar argentina. [...] ...varios ejecutivos de la planta de González
Catán de Mercedez Benz Argentina, en la provincia de Buenos Aires, habrían colaborado
entre 1976 y 1977" en las desapariciones de trabajadores. (El Cronista Comercial,
Buenos Aires, 15 de enero de 2004. Esta información muestra sólo un indicio
de la profunda complicidad de las multinacionales y sus gerentes locales en
el genocidio aplicado en la Argentina durante la dictadura militar, desde 1976
a 1982 (aunque el proceso había comenzado efectivamente mucho antes, desde las
dictaduras militares de Aramburu y Rojas, en 1955, pasando por diferentes matices
durante todos los otros gobiernos instalados en el país).
(5) "En el período militar la finalidad de la deuda fue financiar la evasión
de capitales y comprar importaciones no registradas. [...] Entonces se hizo
que las empresas públicas contrajeran deudas en dólares y esas deudas iban al
Banco Central, que las distribuía a los bancos y uno podía pedir que le dieran
dólares que finalmente eran enviados al exterior. Así llegamos a la bicicleta
financiera: una vez que los dólares eran colocados en un banco de Estados Unidos,
con la garantía de sus propios fondos, le daban otro préstamo y entraba al país
como deuda externa. La pasaba a pesos, era colocada a interés con la tablita
de Martínez de Hoz, ganaba tasas muchísimo más altas de las que se pagaban afuera.
Las pasaba a dólares, las depositaba en Nueva York y con ese depósito le daban
otro préstamo. Lo ingresaba como deuda externa, lo pasaba a pesos, ganaba intereses
gruesos, los pasaba a dólares y otra vez se enviaba a Nueva York, para reiniciar
el mismo círculo. [...]Todo esto sucedió hasta 1982. Desde entonces y hasta
1990, prestan solamente para que se les paguen los intereses de la deuda..."
(Alfredo Eric Calcagno. "El régimen financiero está basado en la estafa y la
especulación". Revista Marcha. Año IV, Nº 21, La Plata, Argentina, agosto de
2001. )
(6) Carlos Leyba. Ex Subsecretario de Programación y Coordinación del Ministerio
de Economía durante el gobierno peronista, entre mayo de 1973 y octubre de 1974.
"La Argentina martilló y devastó sus capacidades". Entrevista por Irene Nasselli.
Revista Informe Industrial. Año XXVI, Nº 192, Buenos Aires, octubre/noviembre
de 2003. En el mismo diálogo, Leyba afirma que a la inversa "en 30 años, entre
1945 y 1975, desde el Estado y mediante políticas de protección y de regulación,
la Argentina creció por habitante más que los Estados Unidos".
(7) Atilio A. Boron. Las "reformas del estado" en América Latina: sus negativas
consecuencias sobre la inclusión social y la participación democrática. Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales, Diciembre de 2003.
(8) Rosendo Fraga. “El debate en América Latina sobre los noventa”. Diario El
Cronista Comercial. Buenos Aires, 15 de enero de 2004.
(9) Moises Naim. "Sus maldades son el bajo crecimiento, la elevada inestabilidad,
pobreza generalizada y sucia política: Latinoamérica debe terminar su trágica
normalidad". Financial Times. New York. 15/01/04. Traducción: Graciela Rey y
Mariana I. Oriolo.
(10) Atilio A. Boron. Obra citada.
(11) El Cronista Comercial. "Las relaciones financieras internacionales". Página
2. Buenos Aires, viernes 16 de enero de 2004.
(12) "Desde que venimos 'resistiendo' al FMI, Argentina ha pagado a los organismos
financieros internacionales 6.533 millones de dólares más de los que recibió
(Clarín, 12/1). O sea 20.000 millones de pesos, casi un tercio del 'recuperado'
presupuesto nacional. A los bancos se les ha dado bonos de compensación por
40.000 millones de dólares y a los organismos oficiales del exterior se les
ha reconocido en forma integral una deuda de 35.000 millones. Los capitalistas
privados, por su lado, han aprovechado los bajísimos salarios y los altísimos
precios que dejó la devaluación, para refinanciar una deuda de otros 60.000
millones de dólares. Los capitalistas privados, por su lado, han aprovechado
los bajísimos salarios y los altísimos precios que dejó la devaluación, para
refinanciar una deuda de otros 60.000 millones de dólares.(Plan Marshall: 'go
home'. Editorial de Prensa Obrera, Buenos Aires, 16 de enero de 2004)
(13) Marcelo R. Lascano. "El gobierno debería inaugurar otra etapa". Reportaje
de Luis Sznaiberg. Revista Informe Industrial. Año XXVI, Nº 192. Buenos Aires,
octubre/noviembre de 2003.
(14) ¿"DEFAULT"? Una fuga de capitales de 50.000 millones de dólares. Pablo
Rieznik, Prensa Obrera, Buenos Aires, 27 de noviembre de 2003
(15) Plaza de Mayo, en Buenos Aires, es el principal paseo argentino. Cuando
ocurrió este crimen injustificable, el 6 de junio de 1955, era mediodía. El
espacio público estaba repleto de millares de transeúntes que salían de trabajar.
Fue una masacre nunca debidamente investigada, pero se estimó que murieron unas
400 víctimas, sin ningún compromiso político comprobable. Desde la Armada se
alegó después que el objetivo había sido bombardear la casa de gobierno, y se
había producido un error de puntería. Uno de sus instigadores principales, el
general Pedro Eugenio Aramburu fue capturado y ejecutado por la organización
guerrillera Montoneros, en 1970. Su verdadero jefe, el Almirante Isaac Francisco
Rojas, luego vicepresidente de Aramburu, fue "reivindicado", sin embargo, por
el presidente Menem, en su segundo gobierno (1996-2000).
(16) Juan Carlos de Pablo. "Cuál fracaso de la teoría del derrame?" El Cronista
Comercial. Página 10. Buenos Aires, lunes 19 de enero de 2004.
(17) Sun Tzu. El arte de la guerra. Capítulo I, versículo 17. Traducción y notas
de Ilda Sosa, en base a antiguas versiones anónimas. Editorial Fraterna, Buenos
Aires, 1989.
José
Núñez del Prado: el primer desaparecido
Por: Julio Carreras (h)
El 7 de junio de 1555 Juan Núñez del Prado se disponía a partir desde Santiago
de Chile hacia Santiago del Estero. Vendría a tomar posesión de nuestro gobierno,
pues el máximo tribunal de Lima lo había restituido en su cargo, desestimando
las acciones en su contra de Aguirre y Villagra.
Confiado en la legalidad de sus actos, hizo anunciar por bando público el dictamen
y su partida del día siguiente. Pero cuando fueron a buscarlo para iniciar el
viaje... Núñez no estaba. De ese 8 de junio, jamás fue encontrado y su familia
no recibiría tampoco, nunca, el menor indicio acerca de su paradero.
Núñez del Prado se convertiría, de tal manera, en el primer desaparecido político,
de una región que después iba a nombrarse como "América Latina". (1)
Buscando el oro de Santiago
Ya hemos dicho que las primeras expediciones españolas se precipitaron hacia
lo que es hoy Santiago del Estero en busca de un mitológico imperio: el del
Rey Blanco. Los europeos creían que en algún lugar de entre estas selvas, salinas
o grandes mesetas y montañas, encontrarían toneladas de oro y plata, para librarse
de trabajar durante todo el resto de su vida.
Así, antes de la definitiva, que consolidaría nuestra primer población, se efectuaron
tres incursiones:
La de Francisco César, capitán de Gaboto, quien con 6 acompañantes salió desde
el hoy Litoral argentino explorando el sur de nuestra provincia hacia el mes
de diciembre de 1528.
Diego de Almagro, con un inmensa expedición compuesta por 500 españoles, 150
negros esclavos y 20.000 siervos indios, recorrería el norte de nuestra provincia
en 1535.
Finalmente Diego de Rojas, con 200 españoles y un número no precisado de negros
e indios peruanos –aunque muchísimos menos que los traídos por Almagro–, armó
su expedición hacia Santiago del Estero en 1542, para morir aquí, a manos de
los tonocotés, en 1543.
Ingresa Núñez del Prado
Luego de la dura guerra civil desencadenada por Pizarro, el sacerdote católico
Pedro de La Gasca quedó al frente del gobierno en Lima. Entre quienes lo habían
ayudado a desembarazarse de los pizarristas estaba Dn. Juan Núñez del Prado.
Este era oriundo de Badajoz, habiendo nacido de un matrimonio formado por Dn.
Bernardino del Prado y Dña. Francisca de Guevara.
Dentro de la política real de esparcir hacia todos los rumbos a hombres con
mando de tropa, el Pbro. La Gasca persuadió entonces a Núñez de que el futuro
inmediato podría brindarle riquezas incalculables si se lanzaba hacia el sur.
Núñez contaba también en su favor la cualidad de ser un hombre de confianza
para la corona.
Así, por medio de una Provisión Real, el gobierno de Lima encomienda a este
conquistador la misión de ampliar las fronteras del Imperio Alemán. (2)
Con 100 voluntarios, tres sacerdotes católicos – Hernando de Gomar, Alonso Trueno
y Gaspar de Carvajal–, además de un número no determinado de negros e indios
peruanos, Juan Núñez del Prado partió de Lima cuando despuntaba la primavera
de 1549.
El viaje resultó sacrificado por algunas lluvias y el ataque de los indios Humahuacas,
de Jujuy, pero finalmente la expedición llegó bastante íntegra a su objetivo:
lo que se consideraba El Tucma, o Tucumán.
A poco de armado el campamento, el 24 de junio de 1550 Núñez del Prado, escogiendo
un sitio a orillas del Río Dulce, fundó la Ciudad del Barco. Este nombre había
sido pensado para homenajear al Presidente de la Audiencia de Lima, el sacerdote
Pedro de La Gasca, quien había nacido en El Barco de Ávila (España).
Villagra y Aguirre
Los indios calchaquíes, que habían observado durante todo el trayecto a los
invasores, comenzaron a atacarlos pronto. Pero los europeos no sólo deberían
soportar las guerrillas aborígenes: el conquistador Villagra, quien había partido
desde el Perú hacia Chile para auxiliar a Valdivia, también los atacó.
De paso por Santiago, creyó que con un golpe de mano podría adueñarse de la
novísima Ciudad del Barco, a la cual veía un futuro de prosperidad.
Para peor, Núñez del Prado había encontrado pepitas de oro en las inmediaciones
de donde fundara su ciudad, lo que pronto llegó a oídos de todos los europeos.
Los soldados de Núñez pudieron resistir, pero ante la insistencia de los ataques
de sus propios paisanos y de los indios, decidieron trasladar un poco más lejos
a la ciudad.
Poco después Prado caería bajo los acosos de su contrincante Villagra, quien
pidió ayuda a Valdivia el cual, desde Chile, envió a Francisco de Aguirre y
sus hombres.
Aquirre, con 60 guerreros frescos y bien entrenados desbarató finalmente al
ya deteriorado ejército defensivo del hombre de Carlos V.
Esto abrió un proceso bélico que iba a traer muy pronto la derrota definitiva
de Núñez del Prado, su encarcelamiento, y una nueva “fundación” de la Ciudad
del Barco, rebautizándola como “Santiago del Estero”.
Con un método que se impondría como acción política hasta los tiempos de Ibarra
y Taboada, Aguirre urdió un Cabildo Abierto, bajo presión de sus armas. Por
medio de este hizo destituir a Núñez del Prado y legitimar su condición de nuevo
gobernador. Núñez del Prado fue encarcelado, como reo de insubordinación y "resistencia
a la autoridad".
Desaparición de Prado
La suerte pareció favorecer nuevamente a Núñez del Prado cuando murió Valdivia,
aniquilado por las huestes mapuches de Lautaro. La codicia y ansia de poder
de los caudillos europeos desató otra vez una caótica guerra por la sucesión.
Dentro de esta volátil situación política, los amigos de Prado consiguen presionar
a las autoridades para obtener la liberación de su amigo. Esto ocurre poco después
de las "fiestas" de Fin de Año, en 1553.
Inmediatamente Juan Núñez del Prado se traslada a Lima, y ante la Audiencia
del Imperio presenta una demanda judicial contra Francisco de Villagra, por
"actos de fuerza" contra la corona, y contra Francisco de Aguirre por el "golpe
de mano para apoderarse de la Ciudad del Barco".
El más alto tribunal de justicia de América falla finalmente a favor de Prado,
restituyéndole un año después, el 13 de febrero de 1555, su gobierno legítimo
de la Ciudad del Barco. Este dictamen desconoce también el nombre de "Santiago
del Estero", que Francisco de Aguirre había asignado a la población, luego de
trasladarla por tercera vez.
Pero con toda ingenuidad, Núñez pregona a todos los vientos su alegría e invita
a quienes deseen sumarse, para desarrollar lo que soñaba como una próspera metrópoli.
Y como ya vimos, esto lo iba a convertir en nuestro primer desaparecido, cuando
apuntaba ya el gélido invierno chileno de 1555.
(1) De un modo tristemente singular, Núñez del Prado estaba destinado a sufrir
dos desapariciones: la primera física, la segunda –virtual– de casi todos los
textos históricos posteriores, que asignaron la fundación europea de Santiago
del Estero a su presunto desaparecedor.
(2) Transcribimos fragmentos de la Provisión Real:
"Don Carlos V, por la divina clemencia Emperador semper augusto, Rey de Alemania,
doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la misma gracia Reyes de Castilla,
de León, de Aragón, de las dos Cilicias, de Jerusalem, de Navarra, de Granada,
de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de
Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algares, de Algeciras, de Gibraltar,
de las islas de Canaria, de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano,
Condes de Flander y de Tirol, Etc.
[...] Visto y consultado con el licenciado Pedro de La Gasca, del nuestro consejo,
de la Santa Inquisición y Presidente de la nuestra Audiencia y Cancillería en
la ciudad de los Reyes de los dichos nuestros reinos del Perú [...] acatando
que vos Juan Núñez del Prado nos habéis servido y esperamos que nos serviréis
de aquí en adelante [...] os cometemos y mandamos que vais con la gente que
para ello fuere necesaria, a la dicha provincia de Tucumán y en la parte y sitio
que os pareciere más conveniente para poblar pobléis un pueblo[...].
"Y así poblado el dicho pueblo, nombraréis regidores y otros oficiales de cabildo
[...] y repartiréis los indios de dicha comarca que conquistareis y trajeres
de paz, tasando los tributos y servicio que dichos indios han de dar primero
y antes que a las personas a quien los encomendareis y pusieres en la posesión
de los dichos repartimientos de ellos". (Archivo General de Indias. 48–5–11/18.)
Publicado en la edición impresa de La Columna, revista semanal, Santiago del
Estero, Año XIV, Nº 764
Guerra
nuclear
Por Julio Carreras (h)
"Irán será destruido, si se atreve a lanzar un ataque contra Israel", advirtió
el ministro israelí de Infraestructura, Binyamin Ben-Eliezer, en una entrevista
que publicó hoy miércoles 25 de junio de 2008 el diario moscovita Kommersant.
Pero esta no fue la peor amenaza:
"Atacar a Irán, con el fin de detener sus planes nucleares, será inevitable"
había dicho, el 6 de junio de este mismo año, un ex jefe del ejército israelí,
que también se desempeñó como ministro de Defensa.
"Las sanciones no son efectivas," aseguró el hoy ministro de Transporte, Shaul
Mofaz, al periódico israelí Yedioth Ahronoth.
Los iraníes, por su lado, no se han quedado cortos. Desde "dolorosas respuestas"
a un presunto ataque hasta "borrar a Israel del mapa" fueron casi una constante
en declaraciones de gobernantes iraníes de los más altos rangos en estos últimos
meses.
El prestigioso intelectual estadounidense James Petras indica por su parte que "un ataque israelí por tierra y aire sobre Irán tendría consecuencias militares catastróficas para las fuerzas estadounidenses y graves pérdidas de vidas humanas en Irak, pudiéndose asimismo prever estallidos de violencia militar y política contra los regímenes árabe-musulmanes que siguen a EE.UU., como Arabia Saudí y Egipto, que quizá acaben derrocados".
En su artículo Petras sostiene que
"sin duda alguna, los preparativos israelíes para la guerra constituyen la mayor
amenaza inmediata para la paz y la estabilidad política mundiales".Como si el
monstruo destructivo se hubiese puesto en marcha por una fuerza ahora imposible
de detener, los israelíes no se quedan en palabras y realizaron, recientemente,
un ejercicio preciso de ataque integral sobre Irán.
"Israel ensayó durante una maniobra un ataque contra las instalaciones nucleares
iraníes durante la primera semana de junio", informó el viernes 20 de junio
de 2008 The New York Times, citando a funcionarios del gobierno estadounidense.
Según el rotativo, más de 100 cazas F-16 y F-15, helicópteros de rescate y aviones
de reportaje realizaron las maniobras, sobrevolando Grecia y el este del Mediterráneo.
Durante los ejercicios, las fuerzas aéreas se alejaron unos mil 500 kilómetros,
la distancia entre Israel y las instalaciones iraníes de Nataz, añadía el periódico.
The New York Times señalaba que las maniobras tenían dos objetivos: por un lado,
poner en práctica los detalles técnicos para un eventual ataque, como repostar
combustible, y por otro, lanzar un mensaje tanto a Estados Unidos como a la
UE, Irán y otros países, de que Israel reaccionará "con mano de hierro" si los
esfuerzos diplomáticos sobre la disputa nuclear "no dan fruto".
Reacción en cadena
Con un ataque así podría estallar un conflicto que muy pronto se transformaría
en la primera Guerra Nuclear de la historia. Y también la que -en caso de sobrevivir
alguien- sería consignada en los textos como la "3ª Guerra Mundial".
Inmediatamente después de atacar a Irán, Israel recibiría no sólo duras respuestas
de este país, sino también, posiblemente, ataques muy fuertes desde El Líbano
y Siria.
Como ya lo anunció, es posible que la respuesta de Irán incluya ataques a objetivos
estadounidenses. Sin descartar atentados suicidas o de otro tipo, como la contaminación
bacteriológica ambiental en sus grandes ciudades. Rusia, un fuerte aliado de
Irán, ingresaría pronto en la guerra, no directamente al principio, sino paulatinamente
a través de apoyo logístico y provisión de armamento.
En este caso, es muy posible algún ataque "preventivo" a Rusia, desde los enclaves
estadounidenses de Alemania, Polonia, Eslovenia, Turquía y Grecia. Incluyendo
a su favor alguna cuña troyana en el mismo riñón ruso, como lo son las hoy disidentes
Georgia y Ucrania.
Pakistán e India podrían ingresar rápidamente a la guerra incorporando quizá
los primeros ataques nucleares, dado que ambos países poseen bombas atómicas
y están ansiosos por estrenarlos.
China no querría quedar fuera y tampoco -menos- Japón, seguramente la primera
en apoyo de Rusia e Irán y el segundo acompañando a sus aliados naturales, EE.UU.
e Israel.
Como en un macabro dominó, el pavor nuclear se extendería entonces por todo
el Norte de la Tierra, sembrando la muerte y la destrucción. Y en cuestión de
meses, podría desaparecer toda la que fuese la orgullosa Civilización Tecnológica
de Norte Desarrollado.
Julio Carreras (h)
P.D.: (Como siempre) yo soy optimista. Creo que a nosotros no nos alcanzará.
O al menos lo hará de un modo parcial. Entonces deberíamos esforzarnos por restituir
los lazos entre países latinoamericanos, dándonos las manos como hermanos. Y
construir democracias sociales con un alto grado de desarrollo económico natural.
Es decir, con sistemas de producción alimentaria autosuficiente, industrias
que no destruyan la naturaleza ni la contaminen, y un sistema de distribución
de las riquezas que no permita que entre nuestros hermanos haya ni siquiera
un solo carenciado.
Peronismo
y Nación
Por Julio Carreras (h)
"El peronismo será revolucionario, o no será nada", había dicho Evita. "El año
2.000 nos encontrará unidos o dominados", diría Perón, algunos años después.
Estas palabras proféticas parecen haberse cumplido ya en su peor sentido. El
peronismo no fue revolucionario y se disolvió en la nada, durante el gobierno
de Carlos Menem. Y el año 2.000... nos encontró dominados.
El golpe
Conocí el miedo político a los cinco años. El 20 de septiembre de 1956 un militar
clericalista y pro yanquis asumió la presidencia de la república. Perón había
abandonado el país iniciando un largo exilio.
Mi abuela y mi padre escondieron los retratos de Evita y de Perón enmarcados.
Yo colaboré subiéndolos a un alto placard. Esa misma tarde el miedo que percibía
en la atmósfera se convertiría en violencia dentro de mi corazón.
Los Barraza, que vivían al frente calle de por
medio, eran radicales. Ante su vivienda se había detenido un camioncito con
bocinas en el techo. Sonaba por ellas la marcha radical y se lanzaban vivas
a la flamante dictadura. Para mirarlos mejor, subí al techo de mi casa. Llevaba
conmigo, como siempre, mi honda.
Chuni, el único varón en esa casa, también apareció sobre su techo. Era unos
dos o tres años mayor. "Viva Lonardi", gritó, respondiendo a la incitación del
camioncito. "Viva Perón", grité yo, en el acto.
Su desconcierto duró sólo unos segundos. Después levantó un fragmento de baldosa
y con fuerza me la tiró. Sentí su estallido al pulverizarse contra la baranda.
Con frialdad saqué de mi bolsillo una posta metálica, cargué la honda y a mi
vez, tiré. Vi a Chuni tomarse el costado y retorcerse y después escuché su dolorido
llanto. Bajé corriendo por las paredes como una lagartija, pues podía
haber represalias.
Las vueltas de la vida. Unos quince años después, Chuni se haría montonero.
Y yo dejaría el peronismo, por considerar que dentro del peronismo era imposible
ya ser revolucionario.
Los militares
Varios militares habían resistido al golpe pro yanqui con armas, pero sin éxito.
En mi juventud conocí a dos de ellos, el teniente primero Galván Achával y el
capitán Jozami. Sustenté espontámente hacia ambos un afecto entrañable. Por
su valentía y lealtad habían pagado no sólo en heridas de bala que dejaron secuelas.
También con la interrupción abrupta de sus carreras. Jozami era rosarino, pero
vivía en Santiago (en una casa que ahora están demoliendo, creo, sobre la esquina
de San Martín y Entre Ríos).
Mi padre a su vez era amigo de otros dos, los capitanes Phillipeaux y Montiel.
Algunos años más tarde frecuentó también al teniente coronel Cáceres.
Algunos de esos militares peronistas intentarían un contragolpe. Los gobernantes,
general Aramburu y el almirante Rojas -ambos de orígenes santiagueños-, conociendo
sus propósitos a través del espionaje, les tendieron una trampa. Así, cuando
el 9 de junio de 1956 los cófrades intentan iniciar su asonada, son capturados
en el acto.
El día 11 el diario La Nación informa "el fusilamiento del coronel (R) Alcibíades
Eduardo Cortines, coronel (R) Ricardo Salomón Ibazeta, Teniente coronel (R)
Oscar Lorenzo Cogorno, capitán Dardo Néstor Cano, capitán Eloy Luis Caro, Teniente
primero Jorge Leopoldo Noriega, Teniente primero de banda Néstor Marcelo Videla,
suboficial principal Miguel Garecca, sargento Hugo Eladio Quiroga, cabo primero
músico Miguel José Rodríguez, sargento ayudante de infantería Isauro Costa,
sargento ayudante carpintero Luis Bugnetti, sargento músico Luciano Isaías Rojas,
Vicente Rodríguez, Nicolás Carranza, Carlos Alberto Lizaso, Francisco Garibotto,
Reinaldo Benavides, coronel Albino Irigoyen, capitán (RE) Jorge Miguel Costales,
Clemente Braulio Ross, Norberto Ross, Osvaldo Alberto Albedro y Dante Hipólito
Lugo".
El día 12 de junio un comunicado oficial declara: "Fue ejecutado el ex general
Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado". Para dar muerte
al general Valle, que se había entregado ya a las autoridades militares, el
gobierno de Aramburu y Rojas aplicó en forma retroactiva una ley marcial ya
derogada.
La masacre duró exactamente tres días y Lanús, Campo de Mayo, la Escuela de
Mecánica del Ejército y La Plata, se constituyeron en escenarios macabros. En
un basural de José León Suárez, varios escaparon milagrosamente, algunos fingiéndose
muertos.
Los militantes
El 24 de diciembre de 1959 por la madrugada, un grupo de soldados entró fragorosamente
en la Jefatura de Policía de la ciudad de Frías. El "militar" que lo comandaba
se presentó a viva voz ante el jefe de turno:
-¡Soy el teniente coronel Puma! ¡Se ha declarado el Estado de Emergencia en
todo el país!, ¡esta comisaría queda bajo custodia militar!
Lo acompañaban otro "oficial", un "suboficial" y varios "soldados". Los policías
se entregaron sin resistencia. Fueron despojados de sus uniformes, de sus armas
y encerrados en los calabozos. Luego los integrantes del comando se dedicaron
a cargar todas las armas y municiones que encontraron en el Jeep donde habían
venido y una camioneta de la policía. En menos de quince minutos, habían abandonado
el lugar.
Así se efectuó la primera acción guerrillera en la Argentina. Sus protagonistas
se bautizaron a sí mismos Los Uturuncos. Eran santiagueños y tucumanos, peronistas
y creían que con su acción iniciaban un levantamiento general. Los comandaba
el bandeño Félix Francisco Seravalle, un empleado de Vialidad Provincial, por
entonces de unos 34 años.
De acuerdo a lo prometido por el general Iñíguez durante cierta reunión, mantenida
con otros militantes peronistas, la toma de la comisaría iba a actuar como santo
y seña para que de inmediato militares leales al peronismo se levantaran en
las guarniciones de Santa Fe, Entre Ríos, Salta y la provincia de Buenos Aires.
Por su parte, las organizaciones sindicales llevarían adelante una serie de
acciones concertadas, entre las que se contaban paros parciales de actividad
y actos relámpago en los principales centros industriales.
Los únicos en llevar adelante el plan tal como había sido programado fueron
los jóvenes Uturuncos. Después de la acción de Frías, se internaron en la selva
tucumana. Allí resistirían varios meses. Hasta que finalmente el ejército los
capturó y fueron sometidos a Consejos de Guerra y encarcelados.
La violencia
El 10 de agosto de 1974 las guerrillas del Ejército Revolucionario del Pueblo
coparon simultáneamente el Regimiento y Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos
de Villa María, Córdoba y el Regimiento 17 de Infantería Aerotransportada, en
Catamarca. Entre los jefes secundarios de los atacantes en Villa María estaba
Charlie Moore.
Él y Joe Baxter -paradójicamente ambos descendientes de familias anglosajonas-,
habían militado en Tacuara. Esta era una organización nacionalista de ultraderecha,
que junto a otras como la Alianza Libertadora Nacionalista de Patricio Kelly,
formarían parte de la caótica pléyade que defendería a Perón, armas en mano,
durante los primeros 60.
Varios de ellos, como el capitán Ahumada o el teniente coronel Osinde, se reconvertirían
en represores parapoliciales en la putrefacción del peronismo, durante el gobierno
de Isabel Martínez y López Rega. Otro que había sido guerrillero y luego represor
fue el cordobés Raúl Telleldín.(1) Jefe de torturadores policiales durante el
último período de Isabel Martínez, integró, junto con el militar Mohamed Seineldín,
un grupo paramilitar, responsable de numerosísimos crímenes, secuestros y desapariciones.
Su hijo, Carlos Telleldín, permaneció varios años preso recientemente, acusado
de ser responsable por el horrendo atentado de la AMIA en Buenos Aires.
El general Alejandro Agustín Lanusse, quien fuera presidente de facto en la
Argentina, consigna lo siguiente en sus memorias:
"El 24 de abril (de 1969) el allanamiento de un departamento ubicado en la calle
Paraguay" permitió la identificación de "una figura joven de extrema derecha
-el dirigente universitario Carlos Caride- quien aparecía formando parte de
una organización considerada subversiva. Otro de los detenidos estaba estrechamente
vinculado a grupos y personas totalmente alejados de las líneas insurreccionales
conocidas. Y, finalmente, alguien acusado de militante fascista, a nivel de
coordinación internacional, era vinculado al mismo problema". [...] Casi todos
los detenidos habían abrevado ideológicamente [...] en el antimarxismo más extremo".
(1)
¿Y a qué vienen estas menciones?
Tienen el propósito de mostrar, brevemente, que las razones de la violencia
en la Argentina no respondieron a "una conspiración del marxismo internacional",
como se las presentó exitosamente desde el gobierno del Proceso. Sino a otras
causas bastante más profundas, muy pocas veces analizadas.
Los huevos del odio
"Cazar a los hombres a tiro de boleadoras, engrillarlos, entramojarlos, vejar
a sus mujeres, establecer casas de perdición con pobres víctimas arrancándolas
del hogar doméstico por derecho de conquista [...] son otras tantas formas de
tortura".
"Degollar despacio y con cuchillos sin filo; lancear de a poco, demorando el
final; fusilar como rito de escarmiento, u otras formas semejantes de quitar
la vida, son primero una tortura y después una ejecución. Así lo entendieron
y así lo practicaron sistemáticamente los Coroneles de Mitre". (2)
Quien escribió el libro de donde fueron tomados estos fragmentos es un abogado.
Fue diputado provincial riojano, entre 1973 y 1973. Insospechable de militancia
guerrillera, el ejército lo capturó sin embargo, en 1976, manteniéndolo durante
varios años preso.
Es que la represión aplicada por los militares durante el gobierno de Mitre
se parece asombrosamente a la que más tarde llevarían a cabo, con otras tecnologías,
los militares del "Proceso" (1976-1983).
Y estamos seguros que responden a una misma concepción. Esta es la de "aniquilar"
por cualquier medio una resistencia social que hubiera hecho imposible la aplicación
de un esquema político y económico antinacional.
En ambos casos -la sanguinaria cacería mitrista del siglo XIX y la represión
procesista-, el propósito es imponer un ordenamiento que beneficie en primer
lugar al imperialismo capitalista extranjero, y en el ámbito local a una pequeña
minoría.
Durante el siglo XIX, el imperialismo dominante tenía como eje principal al
reino de Inglaterra. En el siglo XX, ya había ocupado ese lugar Estados Unidos
de Norteamérica.
Desde los inicios el peronismo fue visto por EE.UU. como un peligrosísimo "anti-ejemplo"
mundial. No porque se lo sospechara cómplice de la Unión Soviética marxista
-opción muy alejada de la ideología de Juan Domingo Perón, como se sabe educado
en las escuelas de Hitler y Mussolini- sino por la pujanza de su proyecto de
desarrollo industrial independiente.
Esas fueron las verdaderas razones que desencadenaron el odio al peronismo,
por parte de las oligarquías argentina. Y el monstruoso derramamiento de sangre
que comenzaría de a gotas con su caída, en 1955, para convertirse en una pavorosa
ciénaga hacia mediados de los 70.
(1) "Nicky" Ceballos, valeroso combatiente santiagueño del ERP, fusilado alevosamente
por el ejército en Córdoba, recordaba a Telleldín como ex compañero. "Fue con
nosotros al Paraguay", contó al autor de estas líneas, durante una conversación
en la cárcel. "En los años 60, dimos entrenamiento a la guerrillas nacionalistas,
que se levantaban contra la dictadura de Stroessner".
(2) Alejandro Agustín Lanusse. Mi testimonio. Lasserrre editores, Buenos Aires,
1977. Carlos Caride, el entonces detenido de quien se narra, era uno de los
jefes de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). Esta organización guerrillera,
una de las primeras en Argentina, se había nutrido también con algunos de los
miembros argentinos de la guerrilla del Ché con actuación en Salta.
(3) Ricardo Mercado Luna. Los Coroneles de Mitre. Editorial Plus Ultra. Buenos
Aires, 1974.
Publicado en El Punto y la Coma. Revista cultural del Sindicato de Docentes
Privados (SADOP). Santiago del Estero, Catamarca, Tucumán y Salta. Nº 28. Segunda
quincena de junio de 2008.
Fuente: www.elortiba.org
Ibarra
o el Espíritu de Santiago: Un caudillo que representa la identidad más profunda
de nuestra sociedad
Por Julio Carreras (h)
A las 9 de la mañana del 1 de enero de 1817 fue fusilado en Santo Domingo el
coronel Juan Francisco Borges.
No se conoce que Juan Felipe Ibarra hubiese levantado siquiera un dedo para
evitarlo.
Ibarra por entonces revistaba también como oficial destacado en el ejército
que, bajo las órdenes de Belgrano, combatía por nuestra Independencia Nacional.
Es que Borges e Ibarra eran, caracterológicamente -y también en su práctica
de la política- sumamente distintos.
Borges tenía todas las virtudes y defectos de los agraciados. Buenmozo, temperamental,
acostumbrado a ser tratado como un Señor, el cálculo no tenía sitio entre los
recursos que consideraba aceptables.
Se sabe que con su amigo Martín Miguel de Güemes eran considerados "el terror
y la miel de las chinitas" de la sociedad norteña.
Ibarra, en cambio, era reservado y racional.
La prematura desaparición del padre
había impuesto a su familia una economía austera. No era alguien considerado
atractivo por las mujeres.
Prueba de ello, tal vez, es que su matrimonio con una joven de la aristocracia
salteña duraría... apenas una noche.
Los primeros pasos
Juan Felipe Ibarra nació el 1º de Mayo de 1787 en la localidad de Matará, Santiago
del Estero.
Mientras esto sucedía, en los nacientes Estados Unidos se daban los toques finales
a la nueva Constitución de ese país. Poco después sería presentada en Viena
la considerada Opera Magna de Wolfgang Amadeus Mozart, Don Giovanni. Algo más
tarde -en 1789- comenzaría en el Cuzco la rebelión antiespañola de José Gabriel
Condorcanqui -más conocido como Túpac Amaru.
¿Y qué ocurría en Santiago?
Una enfermedad presuntamente originada en el agua sin filtrar inquietaba a las
autoridades. Esta era llamada "el coto". Consistía en una protuberancia que
se formaba sobre el cuello.
Mucho más frecuente en las clases populares, atacaba también, sin embargo, a
los aristócratas locales. Debido a ello se había determinado, algunos años atrás,
expulsar a todos "los forasteros casados" de la capital.
Dentro de la paranoia propia de toda epidemia, se los consideraba, aparentemente,
culpables del aumento social del "coto". Como estas familias solían levantar
ranchos precarios cerca de las orillas del Río Dulce, hacían también pozos allí
para recoger agua.
La contaminación era adjudicada a que, por indolencia, muchas sirvientas recogían
agua de esos pozos insanos, en vez de hacerlo directamente del río.
El coto martirizaba la imaginación, sobre todo de las niñas agraciadas de nuestra
sociedad. Puede imaginarse lo feo que era ver a una muchacha con esa pelota
desproporcionada que se formaba bajo del mentón.
Santiago era por entonces, como dijimos, mucho menor en importancia económica
y edilicia que Matará. Apenas un pequeño núcleo de casas mayormente levantadas
con adobe, con calles de tierra y grandes arboledas.
Por lo demás, la sociedad provincial estaba rígidamente dividida en castas.
La más alta era de ascendencia española. La servidumbre, en tanto, era reclutada
entre los mestizos e indios.
De estos últimos iban quedando ya muy pocos genuinos, debido al exterminio de
sus varones por superexplotación y la paulatina absorción de sus mujeres a través
de una sexualidad subalterna.
Nuestra provincia dependía entonces de Salta, donde residían las autoridades
civiles y eclesiales. Gobernaba, cuando nació Ibarra, Dn. Ramón García de León
y Pizarro. Nacido en Argelia, África, Dn. Ramón era Marqués de la Casa de Pizarro,
Vizconde de Nueva Orán, Brigadier de Infantería de los Ejércitos Reales y miembro
de las órdenes religiosas y caballerescas de la Gran Cruz de la Orden Calatrava.
Tanto los gobernantes civiles como eclesiásticos tenían por entonces poco interés
o aprecio por Santiago.
Así, el obispo de entonces, Angel Mariano Moscoso, no oculta su reprobación
en las pocas líneas que nos dedica. La capital santiagueña presenta "un pésimo
estado edilicio", según el informe del obispo Moscoso a sus superiores.
No sólo esto, sino también una muy baja "Cultura en lo moral, pues a más de
notarse estilos" de vida que "desdicen a la civilización, conserva la lengua
quichua casi por idioma dominante de todos su vecinos".
El militar Ibarra
A los dos años de edad, el futuro caudillo de Santiago perdería a su padre.
De inmediato la extendida y linajuda familia extendería sus alas protectoras
sobre este niño.
Ello no quitaría las estrecheces económicas a su hogar, pero le permitiría educarse
con un nivel que se consideraba adecuado a su condición aristocrática.
Así, Juan Felipe cursaría sus estudios secundarios en el prestigiosísimo instituto
religioso cordobés Monserrat.
En 1811 entró a servir en la naciente fuerza militar Argentina como Subteniente
del Ejército Expedicionario al Alto Perú.
Combatió contra las poderosas fuerzas españolas en las victorias patrióticas
de Las Piedras y Tucumán, adquiriendo prestigio de valiente y templado.
Debido a ello y a otras acciones donde se destacaría, el general Manuel Belgrano
lo envió, con el grado de Capitán, a resguardar la frontera norte de Santiago
del Estero. No estábamos seguros de la lealtad Cordobesa contra los españoles:
esa misión, pues, representa un signo de confianza en el santiagueño, por parte
del entonces jefe de nuestras fuerzas nacionales.
En julio de 1817 sobrevino un terremoto espantoso, como ya se narró en el artículo
anterior, que prácticamente destruyó la parte más humilde de nuestra capital.
También ya se dijo que la templanza y sobrio carisma demostrado por el capitán
Ibarra, así como su capacidad organizativa, afianzaron un prestigio que se había
ido perfilando en episodios anteriores.
1817 fue el año, también, de la promulgación nacional de un Reglamento Provisorio,
cuyo propósito era el de cumplir un rol constitucional.
Aprobado por el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, era centralista
y unitario. Entre sus cláusulas, que sellaban la absoluta subordinación de las
provincias a la autoridad nacional, estaban las razones que habían llevado a
rebelarse al infortunado Borges.
Ibarra no acordaba con ese Reglamento. Pero supo callárselo hasta que llegó
el momento oportuno.
Este se presentó cuando el gobernador de Tucumán -de quien dependía Santiago-
envió una fuerza militar a nuestra provincia para supervisar las elecciones.
Los militares tucumanos, mandados por el capitán Juan Francisco María de Echauri,
cometieron toda clase de excesos en esta ciudad.
No sólo presionaron a los electores para obtener el resultado que buscaba Tucumán,
sino violentaron a la población, abusaron de su hospitalidad y se comportaron
con gran desprecio a sus costumbres e idiosincracia.
Ante esa calamitosa situación fue que un grupo de ciudadanos notables y algunas
autoridades electas, convocaron al comandante de Abipones, Mayor Juan Felipe
Ibarra, para que los librase de quienes actuaban como invasores.
El primer gobernador legítimo
"No puedo ya más ser insensible a los clamores con que me llama ese pueblo en
su auxilio, por la facciosa opresión que sufre indebidamente de Usted", dice
Ibarra en su ultimátum al capitán Echauri, entregado por el Sr. Faustino Silvetti
en el Cabildo a las cuatro de la mañana el 31 de marzo de 1820. "Me encuentro
ya a las inmediaciones de ese pueblo y si Usted en el preciso término de 2 horas
del recibo de esta intimación, que desde luego le hago, no le permite reunir
libremente un Cabildo Abierto para manifestar su voluntad, cargo con toda mi
fuerza al momento."
Echauri intentó una maniobra dilatoria, encargando al Cabildo la redacción de
una respuesta donde se consignaban ambigüedades. Pero cumplido el plazo de las
dos horas, Ibarra atacó y derrotó completamente a las fuerzas opresoras, cuyos
restos debieron huir como pudieron hacia Tucumán.
Al mediodía todo había terminado.
El pueblo, reunido en las calles, recibió con ovaciones al vencedor que llegó
rodeado de su guardia personal, hacia las 11:30, a lo que hoy llamamos Plaza
Libertad.
En ese mismo momento, fueron convocados los vecinos a un Cabildo Abierto, que
presidiría don Pedro Pablo Gorostiaga. Este propuso "nombrar un teniente gobernador
político y militar interino", hasta que por voluntad popular unánime se designara
un gobernador definitivo.
El historiador Vicente Sierra considera que este sería el acto soberano que
determinó, de hecho, la Autonomía santiagueña. Más adelante, vendrían las leyes.
Pero la voluntad popular ya se había manifestado muy claramente.
Para el cargo de teniente gobernador fue elegido, entonces, el comandante de
Abipones, don Juan Felipe Ibarra. Tenía, a la zazón, 33 años de edad.
Desde aquel día, hasta el de su muerte, ocurrida a los 64, el 15 de julio de
1851, iba a gobernar ininterrumpidamente nuestra sociedad.
La Pasión de Ibarra
El día que Ibarra pone en fuga a las fuerzas tucumanas era Viernes Santo. Refiriéndose
a ello, Di Lullo escribió: "mientras Jesús moría en la Cruz, Santiago del Estero
nacía como provincia autónoma".
Pero los tucumanos no se quedarían tranquilos tan fácilmente. Empeñados en constituir
la República Autónoma del Tucumán, era imposible que renunciasen a una superficie
territorial que constituía prácticamente el fragmento mayor de todo su posible
territorio.
Esta idea de la república era alentada por el gobernador Aráoz y sus seguidores
debido a la caótica situación que atravesaba la nación entera.
En efecto, los caudillos federales Artigas, López y Ramírez estaban poniendo
en jaque al autoritario gobierno central de Buenos Aires. Bajo esta circunstancia,
Córdoba procuraba también su propia Constitución independiente.
Así que los tucumanos, con una fuerte guarnición militar que los respaldaba,
no quisieron quedarse atrás.
Menos de 24 horas después de la huída de sus militares de nuestra provincia,
el gobierno de Tucumán ordenó volcar una poderosa fuerza a pocos metros de la
frontera con Santiago. Esta comenzó de inmediato e efectuar ejercicios de combate,
en una clara advertencia a las flamantes autoridades santiagueñas.
Pero Juan Felipe Ibarra y los autonomistas santiagueños tampoco iban a ceder.
Mostrando asimismo el talento político que había adquirido de su tradición familiar,
el gobernador santiagueño envió una delegación de prohombres destacados a negociar
con los tucumanos.
Mientras tanto, se preparaba la magna Asamblea Legislativa y Constituyente que,
con toda la fuerza que otorga el apoyo popular, iba a dictar, el 27 de abril
de ese mismo año, nuestra completa Autonomía Provincial.
Publicado en La Columna, revista de información semanal. Nº 755, 15 de mayo
de 2008.
Un espantoso terremoto
El 4 de julio de 1817 intensos temblores de tierra comenzaron a sacudir la ciudad
de Santiago. No se detendrían hasta el día doce -ocho días después-, repitiéndose
con intervalos de horas. Las casas más precarias cayeron, como si fuesen de
arena y las estuviese abatiendo un temporal.
Cundió el terror. El día 6, la mayor parte de la población humilde se había reunido en la plaza, frente a la Iglesia Catedral, para implorar a Dios. Sacerdotes compungidos celebraban impetratorias, intercalando sermones.
Se repetían los temblores. Más ranchos caían. De pronto se desbocó una yunta de caballos que tiraba un carro y despidiendo a su conductor comenzaron a disparar con ofuscación, derribando lo que encontraban a su paso. La histeria se generalizó. Gritos de mujeres, niños que huían despavoridos, hombres que trataban de apartar a su familia para quitarlos del furibundo paso de las bestias, que se habían convertido en una tromba mortífera.
Entonces, como una visión de un sueño, de entre la multitud
surgió un joven militar, quien poniéndose en el centro de la calle esperó a
los animales, con gesto firme. De un salto, atrapó las riendas de ambos brutos
con cada mano, y en la polvareda que siguió se vería de pronto emerger una escena
increíble: con gritos y forcejeos, había logrado detener sus ímpetus enloquecidos.
Era Juan Felipe Ibarra. Tenía 30 años, revistaba como capitán de caballería
del Ejército Nacional. Y a partir de entonces tomó el liderazgo de aquella multitud
sin guía.
No sólo organizó en grupos la solidaridad con los damnificados, sino también
estableció pautas para afrontar la emergencia hasta que remitiera.
Poco tiempo después, iba a ser el hombre que determinase la configuración geográfica
de nuestra provincia, y la gobernara ininterrumpidamente, por más de 30 años.
Muchas personas saben que Ibarra fue nuestro caudillo más importante. La mayor
parte de ellas imaginan a un hombre rudo, voluntarioso, temerario, que llegó
al poder únicamente gracias a una mezcla de tenacidad y suerte. Lo suponen además
un emergente aislado, que, como otras individualidades exitosas, supo gestarse
a sí mismo, "de la nada".
Se equivocan.
Ibarra provenía de una de las familias más aristocráticas y tradicionales que
pisó la superficie de Santiago del Estero en toda su larga historia.
Una familia que en realidad, de un modo u otro, no había estado ausente de las
decisiones políticas de nuestra provincia en los últimos dos siglos antes de
que él gobernara.
Un hombre educado
El mismo Ibarra, de quien se ha hecho un retrato histórico distorsionado, no
era un personaje agreste.
Hijo del Oficial Mayor don Felipe Matías Ibarra, al morir este en 1789, dejándolo
bajo la protección de su madre a los dos años, su educación quedaría en manos
sacerdotales.
El padre Mariano Ibarra, hermano de su padre, se encargaría pues de guiar al
niño Juan Felipe por las sendas del conocimiento regular. Dos sacerdotes jesuitas,
Juan José y Domingo de la Paz y Figueroa, también parientes cercanos de su familia,
supervisarían dicha educación.
En la familia Ibarra había además otros dos sacerdotes: el presbítero Manuel
Antonio Ibarra y el cura párroco de Salavina, Don Basilio Ibarra. Este último
fue candidato a ocupar un escaño político, como diputado para el Congreso de
Tucumán, en 1816.
Descendiente de antiguas familias españolas, Juan Felipe Ibarra podía ostentar
sus vínculos con personajes nobles como el barón de Almonáster, Dn. Gonzalo
Martel de la Puente y Guzmán, o el Señor de la Torre de Palencia y Santiago,
don Cabrera Zuñiga de la Zerda. También revistan entre sus antepasados algunos
de los más prestigiosos conquistadores españoles, como don Juan Jacobo de Pimentel
o don Juan Ramírez de Velazco.
Más conocida es su vinculación familiar con María Antonia de Paz y Figueroa,
llamada popularmente "La Beata Antula".
La Villa de Matará
Hacia 1850 Matará no sólo constituía la Cabecera Parroquial de la que dependían
los curatos de Mailín, Guaipe, Lojlo, La Brea, La Guardia y Reducción, sino
que era también la comunidad más poblada de toda la provincia. Con más de 17.000
habitantes, superaba a la capital y todos los otros poblados de nuestro territorio,
que en conjunto apenas sumaban unas 10.000 personas.
Pero su prosperidad e importancia política no era reciente. Ya hacia 1600 Matará
es considerada la zona más rica de esta región, donde se practica todo tipo
de artesanías, sustentando además sus ingresos económicos en una ordenada producción
agrícola y ganadera.
Y ya en 1660 encontramos gobernando esa rica jurisdicción a un Ibarra: se trata
de Don Juan de Ibarra y Argañarás de Murguía, "Maestre de Campo y Señor de las
Encomiendas de Ampata, Ampatilla y Atacama".
Dos de sus descendientes inmediatos ostentarían también cargos públicos y dignidades
militares importantes. Don Simón Gerónimo de Ibarra Argañarás y Busto, y Don
Francisco Xavier de Ibarra y Bravo de Zamora, serían, respectivamente, "Sargento
Mayor de la Plaza de Santiago del Estero" y "Señor de la Encomienda de Ansigasta".
Los Ibarra no eran los únicos hidalgos, terratenientes y propietarios de centenares
de indígenas que utilizaban para trabajar la tierra como mano de obra prácticamente
esclava. Y por lo tanto, mantener el estatus de familia rectora constituía una
permanente disputa con otros pretendientes a dicho sitial en la sociedad de
Matará, como dijimos por entonces más importante que la mismísima capital.
Así, década tras década se suceden enfrentamientos políticos, judiciales o incluso
armados, que van forjando una experiencia histórica sin par en esta familia.
Forcejeos por el poder
Hacia 1720 el hidalgo santiagueño Don Gerónimo de Peñaloza, Alcalde Mayor de
la Santa Hermandad de Santiago del Estero, disputa el dominio también de Matará.
Se sucede una larga puja jurídica, después de la cual Peñaloza obtendría por
fin ser confirmado por la corona de España con el título de "Encomendero de
Indios en Matará".
Pero en 1727, y luego de también trabajosas disputas, es desplazado por Don
Joseph de Aguirre, quien con el apoyo del Cabildo de Santiago del Estero y venia
de la Corona, toma para sí el puesto anteriormente ostentado por Peñaloza.
Los Ibarra se sostienen sobre la producción económica de sus tierras, saben
ya dar un paso al costado cuando resulta conveniente y esperan su oportunidad.
Esta volvería a presentarse 30 años después. Pero sería muy bien aprovechada
por la familia, como se verá.
En efecto, hacia 1765 encontramos a Don Simón Gerónimo de Ibarra y Xeres como
"Alcalde de Santiago del Estero y la Santa Hermandad", con jurisdicción asimismo
en la rica Villa de Matará. Este gobernador mantendría su puesto por veinte
años, hasta 1785.
La Independencia Nacional
Ya a principios del siglo XIX, hallamos nuevamente a un adolescente Juan Felipe
Ibarra cursando sus estudios secundarios en el Colegio de Monserrat, Córdoba.
Como se ve, su historia personal dista mucho de ser la de "un gaucho iletrado".
La oportunidad de su primera acción militar se presenta con las Invasiones Inglesas.
Así, en 1810 revista como oficial del Cuerpo de "Patricios Santiagueños", un
batallón de 300 hombres comandado por el joven Coronel Juan Francisco Borges
-tatarabuelo de Jorge Luis-.
Entre los santiagueños que cubrieron de gloria sus primeras armas junto a Ibarra
se contarían también el capitán Pedro Pablo Gorostiaga, el teniente Gregorio
Iramaín y los oficiales Severo Ávila, Lorenzo Lugones, y Pedro José Cumulat.
Poco después del pronunciamiento patriótico de 1810, uno de los primeros lugares
de la futura Argentina de donde saldrían milicias armadas para defender la Independencia
sería Matará.
El joven Juan Felipe Ibarra, ayudado por su tío, el sacerdote católico Juan
Antonio Paz, recauda donaciones de los hacendados para formar un ejército que,
a su mando, se pondría a las órdenes del general Belgrano.
Entre 1810 y 1820 se desarrollarían en Santiago del Estero sórdidas disputas
que entre otras conllevarían la tragedia del fusilamiento de Borges.
Ibarra, si bien simpatizaba con el sector encabezado por Borges, se mantiene
al margen disciplinadamente y acata la autoridad militar. Demuestra en esto,
evidentemente, la extensa tradición de su familia en el ejercicio y consecución
del poder.
Recién con motivo de las inaceptables condiciones en que Buenos Aires pretendía
sujetar nuestra provincia a la jurisdicción de Tucumán, exhibe clara y abiertamente
sus dotes de caudillo.
Pero esta ya es otra historia, que esperamos desarrollar, Dios mediante, en
próximas entregas.
Publicado en La Columna, revista de información semanal. Nº 754, 8 de mayo de
2008