Julio Carreras (h)
Nació en Santiago del Estero en 1949. Periodista, escritor, artista plástico y director de la agencia de noticias @DIN. Militante revolucionario, permaneció durante siete años preso en las cárceles de la dictadura.


 

Qué se juzga en el proceso por el asesinato de Cecilio Kamenetzky

José López Rega (jefe de las Tres A) junto a la presidenta Isabel Martínez entregando subsidios a viejitas en Santiago del Estero. En el sitio más alto, dos miembros de la DIP. Un poco más abajo, a la derecha, el abogado Antonio Robin Zaiek, ministro de Gobierno y por entonces jefe de la represión santiagueña.

No es el juicio contra un grupo de psicópatas asesinos que dieran rienda suelta a sus bajos instintos por su cuenta. En las audiencias por el brutal crimen contra el también torturado Cecilio Kamenetzky, comparece toda la sociedad santiagueña. Especialmente quienes poseían las llaves del poder económico, político y militar durante aquel periodo ignominioso. Pero también quienes por su indiferencia o mezquindad permitieron que se consumara, ante sus ojos, el genocidio.

Por Julio Carreras

El martes 30 de mayo de 1972 el convento de las "Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús" y su adjunto el "Colegio de Belén" amanecieron rodeados por fuerzas policiales y militares. Soldados con fusiles FAL, ametralladoras antiaéreas y bazookas se habían apostado, cuerpo en tierra en la plazoleta, apuntando a la casa religiosa y el templo. Un par de jóvenes descubrieron asombrados que en la esquina había un comando militar que operaba... un mortero antitanques. La pareja de jóvenes -una chica de 19 años y un muchacho de 22-, eran novios. Ella estudiante de Ingeniería Forestal, él, periodista en ciernes. Voluntariamente habían subido allí "para hacer guardia". Es que en el Colegio de Belén funcionaba además la Facultad de Ciencias Económicas de Santiago del Estero. Y esa noche había sido "tomada" por los universitarios. Apenas un puñado de ellos eran alumnos de esa facultad: la mayoría de los aproximadamente 150 que ocupaban el edificio, provenían de diferentes carreras universitarias. Los había de Derecho, Sociología, Ciencias de la Educación, Ingeniería Forestal...

Los hechos habían ocurrido más o menos así:

Hacia las 19:00 del domingo 29 de mayo, una convocatoria de todos los sectores políticos estudiantiles había reunido en la plaza Libertad alrededor de quinientos jóvenes, para conmemorar el tercer aniversario de El Cordobazo.

Rodeados por la policía e infiltrados por provocadores de civil, los estudiantes se vieron atacados con gases lacrimógenos. Fueron dispersándose primero hacia la plaza Independencia, donde tampoco pudieron reunirse, pues los esperaban camiones policiales, numerosos guardias de infantería, la policía montada y perros. Volvieron intentando reorganizarse en el Paseo Diego de Rojas. Finalmente, pudieron confluir, ya en cantidad bastante reducida, en la plaza San Martín, frente a la Casa de Gobierno. El inmenso despliegue policial los obligó a desplazarse por calle Jujuy, hacia la ancha Avenida Belgrano... sólo para encontrarse allí con otro contingente policial, que había clausurado la esquina cruzando camiones represivos. Los aproximadamente 200 jóvenes quedaron, entonces, encerrados justo frente al portal del Convento. Fue entonces cuando policías montados en caballos se lanzaron contra ellos, golpeándolos con bastones de goma, en medio de una lluvia de gases lacrimógenos. Alguien tocó el timbre del convento, y pidió desesperadamente a las monjitas que les abrieran las puertas. Estas accedieron; una avalancha de chicos y chicas ingresó al patio del colegio, cerrando las inmensas puertas de madera labrada en las narices de los policías, que se habían detenido sobre la vereda.

Ya adentro, los líderes de los grupos estudiantiles, como ALE (Agrupación de Lucha Estudiantil) o LAR (Línea de Acción Revolucionaria), impulsaron algunas propuestas por asamblea. Ante la imposibilidad de salir sin ser detenidos, se declaró "tomada" la Facultad de Ciencias Económicas. Con el aval de las monjas propietarias, quienes dialogando cordialmente con los jóvenes les brindaron su protección.

Panorama local

Por ese entonces había sólo cuatro medios de comunicación importantes en Santiago: LV11 (radio AM y FM privada), Canal 7 (TV privada), El Liberal (diario, privado) y Radio Nacional (radio AM estatal). En asamblea los jóvenes resolvieron aprovecharlos -dentro de lo que se pudiera-, para dos propósitos principales:

1) Conseguir la apertura del cerco policial y que no se detuviese a los estudiantes, como se había intimado desde el comando represivo.

2) Difundir la protesta contra una reciente suba de los aranceles, altísimos para el nivel de ingresos habituales de los santiagueños.

La universidad más importante de Santiago del Estero era la Católica, que funcionaba como empresa privada. La Facultad de Ingeniería Forestal, una de las más numerosas en alumnos, constituía sólo un embrión de la futura Universidad Nacional (también requerida por las luchas estudiantiles).

Gobernaba por entonces en la Argentina una dictadura militar. El presidente de la Nación era al mismo tiempo el comandante en jefe del Ejército, teniente general Alejandro Agustín Lanusse. En la provincia, el general Carlos Uriondo había transferido su puesto de gobernador a un abogado demócrata cristiano: Carlos Jensen. Jensen había sido uno de los fundadores de la Universidad Católica de Santiago del Estero y su rector honorario.

Quiénes eran

Fue una noche intensa: no sólo por el frío, que sorprendió a los estudiantes durmiendo en el suelo y los patios del templo. Sino por el permanente acoso policíaco -y ahora militar-, que con reflectores montados alrededor del inmenso edificio colonial, lanzaba giratorios haces de luz sobre su "objetivo", como si estuviesen preparándolo para un bombardeo.

A través de la mediación de un político muy popular, el médico peronista Abraham Abdulajad, se logró finalmente que la policía y el ejército cedieran en su exigencia de que los estudiantes saldrían de allí únicamente como prisioneros. Se llegó a un acuerdo por el cual, con la presencia de autoridades judiciales, testigos socialmente relevantes -como el mismo Abdulajad-, familiares y abogados progresistas, los estudiantes únicamente permanecerían en la Jefatura de Policía sólo el tiempo necesario para ser "identificados". Es decir, no más de dos o tres horas y luego serían dejados en libertad.

A las seis de la mañana un cortejo de adolescentes ojerosos, algo barbudos, chicas despeinadas, algunas envueltas en frazaditas que habían prestado las monjas, se encolumnaron en el pre patio del Colegio de Belén, ante el interior de las grandes puertas, labradas sobre madera. Tras el asentimiento de los jóvenes que estaban en primera fila, una Esclava de Jesús introdujo la gran llave en la cerradura principal, cuatro estudiantes quitaron el travesaño de hierro que trababa por dentro al portal y las pesadas hojas se abrieron.

Los jóvenes pudieron ver entonces, angosta calle de por medio, un terrorífico enjambre de militares, con ametralladoras y escopetas apuntándolos, desplegados sobre la vereda de enfrente. Al frente y en medio de los soldados, los rostros adustos de un coronel, jefe del batallón 141 Santiago del Estero; del gobernador, Carlos Jensen y de Francisco Cerro, abogado y rector de la Universidad Católica de Santiago del Estero.

A una señal del rector avanzaron los camiones policiales, donde fueron cargando a los estudiantes para trasladarlos hasta la Jefatura de Policía. Allí, durante todo el resto de la mañana, los mantuvieron en fila india, sin alimentación alguna, bajo la fría llovizna de aquel día nublado. Uno a uno, los fotografiaron, tomaron sus impresiones digitales, y crearon una carpeta con todos los datos que pudieron obtener tras un interrogatorio breve.

Los jóvenes que integraban aquel histórico grupo de "rebeldes" que fueron capaces de mantener la atención de toda la provincia a su alrededor durante casi doce horas, formaban parte de lo que por entonces era un gran movimiento en Santiago. El que se manifestaba por el fin del autoritarismo militar y la participación real de los ciudadanos en el manejo de los asuntos públicos.

La Argentina había sido gobernada desde diecisiete años atrás por dictaduras militares. Desde una sociedad que había conocido altos niveles de prosperidad social, producción industrial y acceso a la Educación, se levantaba un inmenso clamor. Pues en este periodo habían visto caer sistemáticamente los salarios, degradarse la educación, retroceder la capacidad industrial de la Nación y reducirse a cero la participación del ciudadano común en las decisiones del Estado.

En cada provincia, quienes se atrevían a bregar por el regreso de la democracia y la construcción de un país más justo, eran los mejores hombres y mujeres de toda una generación. Aquellos que habían sido educados en hogares con altos principios éticos, miembros de grupos juveniles cristianos u otras religiones. Descendientes de las familias más prestigiosas de su franja social: hijas e hijos de los mejores profesionales, empresarios, obreros, productores agrarios, campesinos.

Por aquel tiempo, se había comenzado a presentarlos ya como "peligrosos delincuentes subversivos". La única noticia que puede obtenerse, hoy, sobre el suceso histórico anteriormente narrado, es un relativamente pequeño recuadro publicado ese mismo día por el diario El Liberal. En él se informa que "agrupaciones juveniles infiltradas por grupos subversivos tomaron la Facultad de Ciencias Económicas y fueron desalojados por el ejército y la policía".

Uno de los líderes de aquella ocupación, sin embargo, trabajaba como precoz periodista estrella en el canal de televisión manejado por los mismos dueños de El Liberal. Quien había actuado como mediador había sido elegido por la mayoría de los votos para gobernador en 1962 (la única elección libre efectuada en aquel periodo, anulada al día siguiente por designio militar). Casi todos los demás jóvenes ocupantes eran los mejores alumnos, los que brillaban en certámenes públicos o ambientes intelectuales de la época. También, con frecuencia, los más bellos.

El genocidio

Con aquella lista lograda por la policía luego de la manifestación juvenil del 29 de mayo de 1972, comenzaba a engordar el acopio de datos para la posterior cacería humana. Que se iba a desatar apenas tres años más tarde. Y que no buscaba en realidad "combatir a la guerrilla". Sino despejar el horizonte de obstáculos para que los más poderosos grupos económicos del momento diseñaran las reglas del juego, social y político, a su antojo.

El Estado es poco más que la representación de los actores económicos en la sociedad. Tal representación suele ser proporcional a la capacidad de daño ejercida por dichos actores. Este parámetro puede determinar que pequeños grupos, pero con disposición de grandes recursos financieros, ejerzan de hecho el poder público, a veces hasta con carácter absoluto. Mientras que el 80 o 90 por ciento de la población, se mantiene despojado de influencia real, en los asuntos públicos. Lo cual convierte a toda una sociedad en simples cautivos de regímenes que, aún basados en su contribución económica para mantenerse, los relegan al borde menos beneficiado de su gestión.

Dos factores sociales constituyen los únicos recursos alcanzables por las sociedades para revertir tamaña injusticia: un alto grado de conciencia pública y el equivalente nivel de organización. Ambos elementos se presentaban nítidos luego de más de quince años de luchas populares en la Argentina. Y habían florecido con madurez sin igual en aquella juventud que Perón llamó "maravillosa".

Las sucesivas descripciones de los testigos coinciden en describir a Cecilio Kamenetzky y Mario Giribaldi -los dos jóvenes asesinados en la Dirección de Informaciones Policiales en noviembre de 1976- como salvajemente torturados.

"Los pies de Mario estaban hinchados, andaba descalzo, no podía llevar calzados ya por las llagas e hinchazón que le habían provocado los golpes y la picana", narró una mujer que, con su pequeña hija en brazos, padeció simultáneamente su detención en aquel recinto espantoso.

Sin cejas ni pestañas, con lastimaduras por todo el cuerpo, rengueando por habérsele enfermado una rodilla, la cual tenía inflamada de pus, Mario Giribaldi era usado para interrogatorios a personas que supuestamente conocía. Uno de ellos, Raúl Figueroa, pudo ver en el recinto de torturas al juez Federal de entonces, Santiago Grand, y a su secretario, Arturo Liendo Roca. Ellos tenían ante sí a este joven, a quien las más mínimas consideraciones humanas hubieran indicado proteger de tales monstruosidades. Sin embargo, lo usaban para carearlo con otros prisioneros, como "elementos de prueba" para sustancias sus pretendidos "procesos judiciales".

Cecilio Kamenetzky fue descripto en no tan calamitosas pero bastante parecidas condiciones por los que compartieron su horror.

Musa Azar, en un estallido repentino de "sinceridad", proclamó culpables a todos los gobernantes, del periodo en que se efectuaron tantas violaciones perversas a los derechos humanos. También a los miembros de las instituciones judiciales, policiales y militares.

Por nuestra parte, hemos podido acceder a una lista de miles de empleados públicos, docentes, comerciantes, etcétera, que revistaban como informantes de los sistemas de espionaje militares en aquel periodo. En realidad, nadie relativamente educado ignoraba por entonces lo que sucedía.

Se trataba de "un asesinato de masas que busca la eliminación del grupo y que, incluso, puede
incluir medidas para evitar los nacimientos" (Genocidio: definición de las Naciones Unidas).

La Verdad

Un niño ante el semáforo en rojo haciendo malabarismos con tres manzanas agrias, secas. Descalzo, enfermo, desnutrido. Tratando de obtener, en los segundos que le permiten la detención de los automovilistas, algunas monedas para comer cualquier pequeño alimento hoy. Esto es lo que deseaban evitar aquellos jóvenes como Cecilio Kamenetzky, Mario Giribaldi, Germán Cantos, Santiago Díaz, Daniel Di Chiara, Anabel Cantos, María Rosa Ducca, los hermanos Miguel Ángel y Gloria Susana Figueroa y tantos otros, que fueron víctimas por ello de torturas abominables y posteriores asesinatos.

Estos niños sin presente ni futuro, algunos, los mayores, drogándose con pegamentos químicos en los rincones, pueden hallarse por decenas en cada esquina de Santiago.

La concepción darwinista de "los vencedores", estimula el recurso de ignorarlos. "Hacé la tuya", fue el mensaje permanente y monolítico de la dictadura militar iniciada por Videla, tanto hacia las clases medias como a todo el resto de la sociedad. "No te metas con la vida de los demás: triunfa el más apto, los fracasados merecen morir".

El "más apto", en tal concepción, debe interpretarse como el espécimen humano capaz de acumular la mayor cantidad de beneficios personales sin importarle pasar por sobre la miseria o los cadáveres de sus semejantes.

En Argentina, entre los años sesenta y setenta, se había formado un grupo "ideológico" (así lo llamaban) insano para los poderes económicos locales e internacionales: pretendían instituir la solidaridad como razón de Estado. Querían instituciones conducidas por quienes demostraban conocimientos, sabiduría y conocimientos técnicos más elevados. No aceptaban ser manejados por aquellos que sólo acataban la disciplina ciega que establecían los propietarios del dinero.

Había que eliminarlos. Había que eliminar ese "cáncer" (como también llamaron algunos militares, de coeficiente mental simiesco, a los jóvenes revolucionarios en aquellas décadas).

En Santiago del Estero no se efectuó ninguna acción guerrillera durante todo el periodo que va desde 1959 hasta 1983, en que terminaría la dictadura militar. ¿Qué se reprimía, entonces, con tan indescriptibles métodos de tortura y crimen estatal?

En realidad, se reprimía el alto nivel de conciencia y organización. Que había llevado a la conformación de Ligas Agrarias, capaces de movilizarse y torcer la voluntad imperiosa de los grandes capitalistas nacionales e internacionales. El inmenso poder de respuesta en las calles de todos los sectores juveniles de la sociedad. Cuyos momentos más claros se habían vivido en los "Rosariazos", "Cordobazos", "Tucumanazos". Que se evidenciaban cotidianamente a través de los Centros de Estudiantes, sindicatos o campañas estudiantiles. Y que obligaban, además, a las universidades no sólo a ser abiertas a todo el pueblo, sino a buscar un nivel de excelencia científica jamás antes alcanzado. Convirtiéndolas en verdaderos agentes de cambio, al preparar más y más personas con capacidad de pensamiento independiente y creatividad que se incorporaban como genuinos agentes de transformación a toda nuestra sociedad.

Finalmente, lograron detener todo eso. Con el anunciado "baño de sangre" que prometía Videla poco antes del golpe militar.(*)

Pero los genocidios por lo general no logran torcer la historia. Sólo demorarla un tiempo -que si se los mira en perspectiva, a veces no suelen ser tanto como los genocidas desean. Basta mirar nuestra realidad. Miles de jóvenes fueron asesinados, y otros tantos prácticamente anulados en su capacidad de influencia por medio de la cárcel o la proscripción social. Lograron mantener esta aparente victoria durante algunos años. Pero los sobrevivientes, con tesón e inteligencia, han logrado finalmente que la mayor parte de la sociedad comprenda la razón de su lucha y sus reclamos.

Y arribar a estos juicios de los genocidas. Que están constituyendo un resultado simbólico ejemplar para la consciencia colectiva. Semejante a los Juicios de Nuremberg o los más recientes de la ex Yugoeslavia. Tendientes a dejar, cincelado con fuego, el concepto de que no se puede cometer tamaño delitos contra todo o un pueblo... y resultar impunes.

(*) El general Jorge Rafael Videla en la XI Conferencia de Ejércitos Americanos, realizada en Montevideo en octubre de 1975, afirma: "Deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país". Luego de dicha conferencia, ante requerimientos de la prensa, afirmó que "se avecina un baño de sangre".

Octubre 2010

http://www.juliocarreras.com.ar


PUBLICIDAD

Santucho y los Uturuncos

Por Julio Carreras

Entre los primeros pasos del ERP, Mario Roberto Santucho, su comandante, tomó contacto con los Uturuncos. Aquí uno de sus protagonistas narra con lujo de detalles aquel encuentro.

Julio César Robles -a quien sus compañeros de la Resistencia Peronista llamaban "Mickey"-, es uno de los últimos uturuncos que aún vive. Como se sabe, esta fue la primera guerrilla argentina. Cuya aparición en escena ocurrió con la toma de la Jefatura de Policía de la ciudad de Frías, Santiago el Estero. Desde allí -en el límite con Catamarca- los uturuncos, haciendo un rodeo, se internaron en la selvática montaña del Tucumán.

Robles tiene ahora setenta y ocho años; pese a haber nacido en Buenos Aires, reside actualmente en Córdoba.

J.C.: ¿Cómo fue el vínculo entre los uturuncos y Mario Roberto Santucho?

Julio C. Robles: Tengo tendencia a dispersarme en mis conversaciones, por lo tanto trataré de ser ordenado en mi narración. Empezaré por contarle mi relación con los compañeros de Roberto Santucho.
La fecha exacta, esto sí que no lo recuerdo, pero sí la época, que fue a fines del año 1968... o los primeros meses de 1969.
Estando circunstancialmente en la casa de un compañero uturunco, Abshalón Leiva, en la localidad de Alto Verde, provincia de Tucumán, este me manifiesta que estaba en contacto con unos compañeros de la ciudad de Concepción y que pertenecían al PRT. Y que había congeniado con ellos, ya que tenían varios puntos de coincidencias, en los planteos programáticos.

J.C.: ¿Ellos vivían en Alto Verde?

Julio C. Robles: No, según me dijo Abshalón, de estos compañeros uno era de La Plata y otro de Tucumán... y un tercero que no recuerdo su procedencia. Se habían mimetizado entre la población de Concepción, y habían montado un pequeño taller de carpintería, desde donde realizaban una cautelosa militancia política revolucionaria.
Es así que tomamos contacto con estos "carpinteros" y luego de amistosas charlas, comprendo que para mí no había demasiada afinidad política... sólo unas pocas coincidencias ideológicas. Pero sí una fraterna solidaridad revolucionaria. Es luego de conocernos que nos invitan a participar en una reunión. Esta se realizaría en San Miguel de Tucumán , durante los proximos días.
Abshalón Leiva ya había participado en algunas reuniones anteriores, pero como la cosa parece que era algo importante para el grupo, les manifiesto que no era mi intención sumarme al movimiento. Aclarado esto, sí los acompañaría a Tucumán, para pasear un poco por la ciudad y al finalizar la reunión nos encontraríamos, para volver juntos a Alto Verde.

J.C.: Usted, entonces, no fue a la reunión con el PRT...

Julio C. Robles: No, me quedé dando vueltas por la ciudad de Tucumán... Cerca de la medianoche volvimos a encontrarnos, en un café frente a la Plaza Independencia, en una esquina haciendo diagonal con la casa de gobierno, que era el lugar preestablecido para reencontrarnos. Además de los antes nombrados compañeros, llegaron acompañados por otra persona... y que no era otra que Mario Roberto Santucho... Yo no lo conocía, ni su nombre significaba nada para mí, pues en ese entonces era alguien absolutamente desconocido. En rápida charla, café de por medio, y luego de un ameno intercambio de ideas, quedó en volvernos a encontrar a Leiva y a mí, en la localidad de Alto Verde para charlar de cosas importantes.
En el viaje de vuelta, en un viejo automóvil de mi propiedad, a través de la charla que mantenían entre los compañeros y en la cual yo poco participaba, me entero de lo que había ocurrido en la reunión. Esta se había realizado en una Iglesia Católica... había habido un rompimiento amistoso en las filas del PRT. Pues el grupo que lideraba Santucho había sostenido una firme resolución para prepararse en la lucha armada. Cosa que algunos de los otros concurrentes no compartían, por considerar dicha postura como apresurada. Parece que no renegaban de la misma, pero pensaban que era prematura.

J.C.: ¿Su charla en el café fue el único encuentro con Santucho?

Julio C. Robles: No... A los pocos días nos encontramos nuevamente con Santucho... Esta vez venía acompañado por uno de los carpinteros. Fue en la casa de Leiva, lugar donde me alojaba en mis pasos por Alto Verde. Tuvimos una larga charla entre los cuatro presentes y en un momento dado Santucho nos propone unirnos al grupo definitivamente. Porque era su intención iniciar una lucha armada para derrotar al régimen imperante y establecer en el poder un gobierno popular y revolucionario.
Si bien la iniciativa despertaba en Leiva y en mí una inocultable simpatía, le manifestamos que como revolucionarios teníamos nuestra propia identidad: el Peronismo -con mayúsculas... (en ese entonces, todavía pensábamos que Perón podía volver, para concretar la revolución inconclusa en el año 1955). Y por lo tanto, le dijimos a Santucho, no los íbamos a acompañar en esa lucha. Porque además de la diferencia ideológica, pensábamos sinceramente en que la cosa no iba a andar...

J.C. ¿Qué opina a la distancia, de lo que llegó a ser el ERP de Santucho, posteriormente?

Julio C. Robles: ...ya vé lo equivocados que estábamos... porque si bien la cosa no llegó a un final deseado, la sangre derramada servirá como simiente a nuevas generaciones que estén dispuestas a luchar por la vida, la justicia y libertad. Aunque personalmente preferiría que los muertos estuvieran a nuestro lado, que no hubiera sangre como simiente para los que vendrán y estar con estos viejos compañeros, compartiendo un vino y una encendida charla debajo de una morera en algún paisaje perdido de la campiña tucumana.
Siguiendo con la narración, y llegado al punto de nuestra amistosa negativa a sumarnos al planteo realizado por Santucho, este nos pide una "colaboración". Esta colaboración consistía en acompañar a un grupo de futuros combatientes a los lugares que nosotros conocíamos en la montaña, para ver la factibilidad de, en un futuro, establecer campamentos y depósitos de elementos y víveres, para cuando empezaran a operar en la montaña. De inmediato el compañero Leiva y yo le transmitimos nuestra conformidad para acceder al pedido. Y fijamos una fecha muy próxima para subir al cerro. En la fecha establecida nos preparamos, por nuestro lado los compañeros uturuncos Abshalón Leiva, Genaro Zuletta Nuñez y yo. El compañero Leiva, había tenido siempre sus puertas abiertas para los combatientes uturuncos, y además, había arriesgado su seguridad y la de sus pequeños hijos, en momentos difíciles... Como cuando estábamos en el monte, entre los años cincuenta y nueve y sesenta y tres... junto con su mujer Eugenia Rosa Almirón de Leiva: en una pequeña moto, nos trasladaban noticias y algunos pocos víveres hasta orillas del rio Cochuna -que era el lugar de encuentro que habíamos fijado.
El compañero Genaro Zuletta Nuñez, oriundo de la localidad de Río Chico y radicado en Concepción, había estado preso en la cárcel de esa localidad, entre los años l959 y 1960, por su participación en la toma del destacamento de la policía ferroviaria del Ferrocarril Mitre, en la ciudad de Tucumán. Fue integrante de la Segunda Campaña, en el año 1963, cuando se sumaron compañeros venidos de Cuba, donde habían recibido instrucción sobre guerra de guerrillas en la Sierra Maestra.

J.C.: ¿Santucho también fue a explorar los cerros con ustedes?

Julio C. Robles: Sí... Los componentes del PRT que integraban esta exploración eran: un joven de alrededor de 25 años de apellido Hevia, su padre era para ese entonces el dueño de uno de los principales hoteles de aquella época, el Plaza Hotel de Tucumán, ubicado enfrente a la Plaza Independencia en su vereda Norte. El edificio, un hermoso ejemplar arquitectónico de aquellos tiempos, aún existe y creo que funciona allí una dependencia municipal o del gobierno de la provincia. Otro, un joven tal vez de la misma edad del anterior, probablemente estudiante universitario del sur, porteño o rosarino, deducción hecha por su forma de hablar. Otro, uno de los carpinteros... y el propio Santucho.
Partimos al anochecer desde Alto Verde,en el viejo automóvil que le conté anteriormente, manejado por un joven sobrino de Leiva, que una vez pasada la localidad de Alpachiri, nos dejó a un costado de la ruta y regresó con el auto hasta el lugar de donde habíamos partido.
Además de algunas mochilas con elementos y víveres, llevamos una carpa liviana y, como todo armamento, una carabina de caza calibre 22 y un viejo revólver calibre 32, con una sola carga, de seis u ocho tiros, no recuerdo bien. Y sí bastantes municiones para la carabina, por si cazábamos algo... También algunas cañas de pescar, porque habíamos combinado que si teníamos algún contratiempo con alguna fuerza policial, nuestra versión sería que salíamos de campamento a cazar y pescar.
Durante toda la estadía no tuvimos contratiempos de ninguna naturaleza. La primera noche acampamos en una zona cercana al Río Cochuna, en el kilómetro treinta y dos y medio de la ruta. Este lugar era bien conocido por nosotros, porque allí se instaló el primer campamento de los Uturuncos, en Octubre del año 1959. Al amanecer del día siguiente, y luego de unas cuatro horas de caminata, llegamos a una espaciosa cueva, que nos había servido de refugio en oportunidades anteriores. Dentro de esa gran cueva armamos la carpa, y luego de comer, entre sorbos de reconfortante café instantáneo, en distendidas charlas convenimos que, a la mañana siguiente, Santucho y el carpintero volverían a la civilización para cumplir con compromisos que tenían pendientes. La tarde fue provechosa porque era la intención de Santucho tomar contacto con gente de Cuba y tal vez viajar a la isla. Y yo tenía la posibilidad de abrirle un camino, que al parecer funcionó

J.C.: Usted tenía alguna relación con el gobierno de Cuba, en ese entonces...

Julio C. Robles: En realidad, algo indirecto. Quien manejaba en ese entonces los contactos con los cubanos era Ricardo Rojo, un abogado amigo del Che... Rojo había sido, en representación de Frondizi, el que había firmado el pacto electoral Perón-Frondizi del año 1957, junto con John W. Cooke, representante de Perón. Ese pacto fue acordado y firmado en la República de Chile. Con Ricardo Rojo yo tenía un conocimiento bastante lejano, pero con posibilidades ciertas de llegar a él.
Le dí a Santucho la dirección de un bar de la calle Viamonte al 900, donde trabajaba como encargado de turno un compañero uturunco llamado José Frazzi, con quien fui a la escuela primaria. Y al tiempo, al volver a Buenos Aires, este amigo me dijo que le había concretado una entrevista a Santucho con Ricardo Rojo, pero que "no tenía más noticias del santiagueño". Mientras tanto, los que quedamos en el cerro estuvimos aproximadamente diez días explorando los alrededores, marchando hacia unos viejos aserraderos abandonados, lugares que también nos sirvieron de refugio en los años sesenta. Y después de esas incursiones acompañamos hasta la ruta a los dos compañeros del PRT que marcharon hacia Tucumán.

J.C.: Supongo que le habrán venido recuerdos, al volver a internarse en el monte...

Julio C. Robles: Por supuesto... En los aserraderos que antes le mencioné, en junio del año sesenta fué donde tuvimos, como grupo, nuestro bautismo de fuego... cuando enfrentamos una numerosa patrulla de la policía y el ejército. Nos habían sorprendido con la guardia baja y por esta causa, resultó herido y detenido el compañero Santiago Transelino Molina, (alias El Teniente Hacha). También fueron detenidos varios compañeros, luego de un intenso tiroteo. Varios pudimos ganar el monte. Ese hecho se conoció como la batalla de Santa Rosa, porque así se lo conocía al paraje donde sucedieron los enfrentamientos.

J.C.: Posteriormente, ¿la Compañía de Monte del ERP se instalaría allí?

Julio C. Robles: Creo que no, deben haberlo hecho en otra parte... Es probable que el informe de los compañeros sobre los lugares conocidos en esta incursión no fueran favorables para desarrollar actividades... porque los combates que mantuvo el ERP en Tucumán, contra las fuerzas de represión, tuvieron lugar bastante más al norte de lo que fue nuestra zona de operaciones.

J.C.: ¿Tuvo alguna otra oportunidad de encontrarse con Santucho u otros de aquellos jóvenes del ERP, luego de aquella vez?

Julio C. Robles: Nunca más tuve contactos con estos compañeros; sabía de Santucho por las crónicas periodísticas, y creo que a Hevia lo detuvieron en alguna oportunidad... De los carpinteros, hasta hace unos años vivía bastante enfermo uno de los que conocí, lo llamaban Lucho; de los otros nunca más supe nada.

J.C.: Usted dijo que la reunión con el PRT se había efectuado en una iglesia, ¿puede ser?

Julio C. Robles: Referente a lo extraño de esa reunión realizada en una iglesia Católica... en cierta oportunidad Abshalón Leiva me dijo que era porque en algún momento Santucho había pertenecido a grupos confesionales de dicha iglesia y tenía amigos dentro de la parroquia. No sé si será cierto lo de su antigua pertenencia, pero estoy casi seguro de que esa reunión se realizó en un templo católico, cercano a los tribunales de Tucumán.
Creo que para esa época y con esas cosas que le cuento empieza a materializarse el nacimiento del ERP.

J.C.: De sus compañeros uturuncos, ¿puede decirnos algo más?

Julio C. Robles: Vive aún, inválido y completamente sordo el compañero José Frazzi, quien fuera el que contactara a Santucho con Ricardo Rojo y que facilitara su acercamiento con los cubanos. Es difícil la comunicación con este compañero, que vive en Buenos Aires ...periódicamente tengo contacto telefónico y el mecanismo de la charla es, primero le cuento a su esposa lo que quiero decirle, ella luego le escribe lo que le dije, y después él me contesta, sin parar de hablar, porque si quisiera hacer una repregunta no me escucha nada.
Si usted quisiera escuchar de boca de este compañero como fueron las tratativas en aquel momento, podría yo arreglar las cosas para una comunicación telefónica.
José Frazzi vive de una magra jubilación y de la ayuda de algunos compañeros de la Resistencia Peronista. Fue triste el final de muchos compañeros uturuncos, los combatientes en general salvo contados casos murieron en la más extrema pobreza. Las leyes de reparación histórica sólo contemplaban a los compañeros presos, perseguidos, exiliados, etcétera, desde el año 1976 en adelante. Gracias a Dios muchos compañeros pudieron acogerse a dichas leyes, pues la mayoría tenían una vida destrozada, es difícil después de ciertas experiencias rehacer la vida, recuperar la familia, etcétera.
Recién para el año pasado, fue sancionada una Ley de reparación para los perseguidos, procesados, encarcelados, etcétera, durante los años que van desde 1955 al año 1963. Todavía está sin reglamentar, pero aunque se reglamente, los que más la necesitaron ya están muertos... Perdone compañero por esta monserga, pero ya le dije en una anterior que soy de dispersarme cuando charlo...

www.juliocarreras.com.ar


Nelso Del Vecchio

Por Julio Carreras

Dormíamos profundamente; había sido un día muy agitado (uno más). Pero yo escuché un ruido: alguien estaba entrando a la casa. Con calzoncillo, sin nada arriba, me incorporé en la cama. Abajo había una escopeta, la tomé. Luego lo pensé mejor: "si salgo con esto, me van a acribillar..." La dejé a un costado, y enfilé hacia el pasillo. En la otra cama, dormía Nelso Del Vecchio. En la habitación de al lado, sobre un sofá, Rodolfo Mattarollo.
Enfilé hacia el pasillo. El choque de un objeto metálico en mi cara me detuvo: simultáneamente, alguien gritó:
"¡Quedate ahí! ¡Prendé la luz! ¡Prendé la luz!"
La llave estaba a mi costado. Había un tubo fluorescente arriba; luego de parpadear un poco, nos iluminó. Un hombre fornido, rubio, como de cuarenta años, portando una pistola 45 en sus dos manos, que temblaban, gritó:
-¡Dónde están los otros!
Tras él había cuatro o cinco más, con escopetas recortadas y metralletas.
-Durmiendo -contesté.
-¡Ténganlo aquí!-ordenó.
Habían entrado forzando la persiana que daba a la vereda.
-¿Quienes son ustedes? -me atreví a preguntar.
Un morocho maduro estudió mi cara como considerando si valía la pena contestar.
-Policía -murmuró luego.
Era un allanamiento. Por suerte. Hoy puede parecer extraño que diga esto. Pero en aquella época -septiembre de 1973- que te vaya a buscar la policía y no las Tres A, para los militantes revolucionarios constituía aún el mal menor.

Una multitud inmensa abarrotaba el estadio de Villa Luján. Las gradas repletas vitoreaban consignas: "¡Se van, se van, y nunca volverán!", refiriéndose a los militares. El peronismo había ganado las elecciones, por mayoría absoluta, dos meses atrás. "El Tío" Cámpora presidía la república; muchos Montoneros ocupaban puestos clave en la Administración Pública nacional y las legislaturas. Se habían obtenido, además, gobernaciones, intendencias.
Pero nosotros no éramos peronistas. Aún más: queríamos quitarle, al peronismo, su protagonismo social que considerábamos como un engaño a las masas. Estábamos en Tucumán por: "la necesidad de constituir una auténtica expresión de los trabajadores y el pueblo, de unir las luchas de todos los sectores sociales, los obreros, los campesinos pobres y pequeños comerciantes... verdaderamente interesados en llevar adelante una lucha por la democracia, en el camino de la liberación nacional y social, que acabe con el injusto sistema de dominación burgués-imperialista...
"y de constituir una sociedad más justa, sin explotadores y opresores, sin explotados y oprimidos, en la necesidad de unir todas las fuerzas del conjunto del pueblo ya sean socialistas, comunistas, peronistas, progresistas y revolucionarias, radicales y cristianos de izquierda, y demás sectores, que estén interesados en hacer la revolución contra la gran burguesía, la oligarquía y el imperialismo e instaurar un gobierno obrero y popular socialista" (Documento del FAS, febrero de 1973).
Pregunté, a los jóvenes que llevaban brazaletes con una estrella roja, dónde estaba el sector de la Prensa. Me lo indicaron.
En el centro del estadio, frente al escenario, un pequeño grupo de personas ocupaba la ancha tarima. Aquel espacio estaba separado de las graderías por una baja pared oval, sobre la que se levantaba una extensa valla alambrada. "Soy de la revista Posición", les dije a quienes custodian el ancho portón. Me abrieron.
Fotógrafos, jóvenes y muchachas, algunos con aspecto de extranjeros, caminaban por el reducido sector. Junto a brigadas de militantes revolucionarios. Una cámara de filmación cinematográfica había sido instalada frente al escenario.
Pregunté a uno, al azar, si sabía cuáles eran los periodistas de la revista Posición.
-Los que están allí-, lacónicamente me contestó.
Tres hombres y una mujer. Uno, canoso, como de cincuenta años. El otro, muy joven; la chica también, rubia. El restante -tal vez treintaicinco años-, tenía algo, como unas herramientas metálicas, a su costado. Miré con atención y percibí las muletas.
Era Nelso del Vecchio.

Por una enfermedad de la infancia, sus piernas habían dejado de crecer. Entonces necesitaba esas herramientas de metal para desplazarse. Además de ellas -esto lo supe cuando fui a vivir con él, y ocupamos la misma habitación-, debía colocarse unos zapatos especiales, que ajustaba alrededor de sus piernas con otros mecanismos metálicos, reforzados.
Por lo demás, era un hombre agraciado. Su rostro poseía ese aire distinguido que vemos en algunos retratos nobiliarios, del Renacimiento italiano. Frente amplia, con entradas, cabello castaño suave, que llevaba corto y peinaba hacia atrás.
Su personalidad era extraordinariamente cordial. Jamás profería alguna frase que pudiera ofender a sus interlocutores. Al convivir con él, comprobé que no era sólo una actitud pública. Constituía su verdadera personalidad. Un hombre calmo, refinadísimo en sus modales, medido.

Algunos meses atrás -hacia fines de 1972- yo había recibido una misteriosa carta. Su contenido era gratificante: se me ofrecía trabajo como corresponsal de Posición, revista de Córdoba. ¿Cómo habían obtenido mi dirección? Rápidamente decidí que debían de habérsela enviado los compañeros de Nuevo Hombre, quincenario de Buenos Aires para el que por entonces escribía. En realidad no había sido así; pero eso es ya otra historia.
Era una revista de izquierda, con tapa a color, de sesenta y cuatro páginas. Tiraba cinco mil ejemplares. Su propósito era cubrir la región centro-norte del país.
Mi primer artículo que se publicó allí, lo recuerdo, se llamaba "Santiago del Estero: la madre violada"... Era una historia de los obrajes y sus hacheros.
Por entonces, con veintidós años de edad, estaba cortando, no sin dolores, mi cordón umbilical político. Toda mi familia era peronista, y desde 1946... me había criado bajo aquella mística. La revista Posición no me había marcado condiciones para los contenidos de mis notas. Así que comencé a escribir lo que quise y como quise. Mi tío, candidato a diputado por el justicialismo -en la vertiente que conducía Carlos Juárez-, me había convencido de su voluntad industrializadora. En aquella ardiente defensa, había llegado a traerme copias de las futuras leyes, donde se abrían proyectos para instalar fábricas de todo tipo en Santiago. Dado que de los textos marxistas yo interpretaba que para sustentar al socialismo era preciso, primero, que se desarrollara suficientemente el capitalismo industrial... terminé escribiendo un artículo a favor del "proyecto industrial" de Carlos Juárez. Y en contra del otro sector justicialista, que minoritariamente, en Santiago, se recostaba sobre los simpatizantes de Montoneros.
Esto llevó a equívocos, que con el tiempo pueden resultar jocosos. Unos meses después, cierta mañana me encontré en el centro de Córdoba con "Acho" Vidal. Este comprovinciano se detuvo para felicitarme, por la nota que había escrito en Posición...
Me dijo -ante mi curiosidad- que estudiaba Ciencias de la Comunicación e integraba un agrupación justicialista de allí.
Cuando a mediados de 1974, un teniente coronel apoyado por la policía derrocó al gobierno "por comunista", me sorprendió ver, al día siguiente, que un comando había tomado, con armas de guerra, la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Lo había hecho para "librarla" de la "manipulación comunista" (el Partido Comunista controlaba el Centro de Estudiantes). La Voz del Interior publicaba una foto de la conferencia de prensa, que convocaron los atacantes... los conducía... "Acho" Vidal...

Nelso Del Vecchio era quien decidía todo en Posición. El Dr. Ernesto Pettigiani (ese hombre canoso, alto, que se sentaba a su lado, en el congreso del FAS), figuraba como director. Pero el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), había dejado el control político, económico y operativo en manos de Nelso. Por eso cuando me presenté, ya que hasta entonces sólo nos habíamos comunicado por carta, fue Nelso quien me contestó que, al día siguiente, luego de finalizado el Congreso, querían ir a mi casa, para conversar. Iban a proponerme que fuese a vivir en Córdoba, para integrarme en el equipo de Redacción. La conversación sería para coordinar los detalles.

Tomábamos mate con mi abuelo cuando llegaron. El invierno estaba transcurriendo muy frío, pero esa mañana había sol. Lo cual en Santiago siempre mejora extraordinariamente todo. Los invité a pasar y Nelso, Quico, Alicia y Pettigiani se ubicaron alrededor de mi abuelo, que presidía desde el interior la mesa rectangular.
Nelso, por su limitación estructural, ocupó la cabecera contraria. Como una premonición de lo que enseguida iba a suceder.
Tomamos mate dulce, acompañado por facturas, chipaco y tortilla. Una silenciosa mucama nos asistía, desde un lugar discreto, procurando que el agua nunca se enfriara.
Entusiasmados por la repercusión del encuentro de Tucumán, que había sido verdaderamente multitudinario y donde había actuado Agustín Tosco, como su principal referencia, los hombres introdujeron algunos comentarios políticos.
Hablaron del crecimiento de las organizaciones revolucionarias armadas, de la difusión de las ideas socialistas entre las masas.
Mi abuelo los escuchaba en silencio. De repente preguntó:
-¿Ustedes de qué partido son?...
Con paciencia, Nelso inició una medulosa explicación acerca de las fuerzas políticas, sindicatos combativos, agrupaciones campesinas, que constituían el FAS, Frente Antiimperialista por el Socialismo.
Después de escucharlo un rato, mi abuelo Brígido redondeó:
-En síntesis, ustedes están en contra de Perón...
-Bueno, en realidad... Perón expresa una alternativa burguesa más, el bonapartismo, que busca la conciliación de clases y ha sido superada ya por el proletariado, que aspira hoy en día a una verdadera revolución socialista...-contestó cautelosamente Nelso.
Por un segundo, en los verdes ojos de mi abuelo percibí un brillo peligroso. Sin embargo, optó por la sorna. Lanzando una carcajada, dijo:
-Vea su ocurrencia, amigo... ilusionarse con la idea de que cualquier grupito insignificante pueda ser capaz de derrotarlo a Perón...
Incómodo, me preparé para una contienda de imprevisibles derivaciones.
Nelso, sin embargo, no perdió en lo más mínimo su tranquilidad. Y con voz calma, respondió:
-Don Brígido, respetamos y tenemos mucho cariño por el pueblo peronista... sólo tratamos de buscar un camino propio, para la juventud... ¿es que no tenemos derecho a pensar, también?...
Mi abuelo observó por un momento la faz calma de Nelso y luego de algunos segundos dijo:
-Bueno amigo... ojalá tengan suerte... pero yo les aviso no más que, ganarle a Perón... no creo que les sea posible.

Los militantes del PRT no debíamos conocer demasiado acerca de nuestros compañeros. Por "cuestiones de seguridad". Así que sobre Nelso Del Vecchio puedo recordar no demasiados detalles identificatorios. Su historia fue dibujándose en mi consciencia de un modo accidental, por una u otra alusión, a través de diálogos con otras personas. Que me permitieron reconstruir, aproximadamente, lo que sigue.
Nelso y el doctor Pettigiani, quien ejercía como director en el Hospital Psiquiátrico de Oliva, eran amigos y habían comenzado a publicar un periódico en Oncativo, ciudad vecina donde residían. Esto debió haber sido más o menos hacia 1971 o 72. La imprenta en la que lo confeccionaban, pertenecía a un hombre de origen español, de apellido Díaz. Excelente impresor, trabajaba con la asistencia de un hijo, quien por entonces debía haber tenido unos veinte años. Recuerdo vagamente que allí solía trabajar también una joven, no sé si hermana o esposa de este muchacho Díaz. La imprenta contaba con una gran linotipo e impresora -herramientas antiguas pero muy eficaces. Además, guillotina profesional, otros accesorios como largas mesas de madera sólida, decenas de cajas con tipografía de bronce o aluminio, e instalaciones adecuadas, en una casa antigua del centro de Oncativo.
En tales empeños toman contacto con alguien del PRT, que les propone hacer una revista de izquierda. Ofreciéndoles además financiamiento, para convertir al pequeño periódico de pueblo en publicación de tirada regional.
En el "paquete" introducen también la adquisición de la imprenta. Los Díaz, al parecer, no lograban una renta suficiente. Entonces, al proponérseles vender su imprenta y continuar trabajando en esta como asalariados, aceptan enseguida.
Además de la revista Posición y otros impresos políticos para el FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo), esta empresa tomaba también trabajos comerciales. Por ejemplo, la revista Santiago Educacional, que había creado y dirigía mi padre. Estaba solventada con fondos del gobierno provincial. Se tiraban tres mil ejemplares, de 32 páginas, interior en blanco y negro, tapa a color. Los cuales luego se distribuían entre los docentes de la provincia de Santiago del Estero.

Córdoba entre mediados de 1973 y fines de 1974 era un abigarrado infierno. Aunque por tramos muy estimulante -para quienes habíamos tomado como eje de nuestras vidas la acción revolucionaria.
Combates a tiros casi todos los días, entre grupos revolucionarios y fuerzas policiales, que se desarrollaban en diferentes lugares de la gran ciudad. Grandes movilizaciones - cualquier convocatoria socializante juntaba cuatro o cinco mil personas, que bloqueaban por completo la Vélez Sarfield (una de las avenidas más anchas de Córdoba).
El movimiento universitario era una ola constante; anegaban cotidianamente las calles con actos, volanteadas, carteles de todo tipo, pintadas, imaginativas o rústicas, cortes de calles, teatro callejero, títeres, hasta cine, en barrios y plazas públicas.
La efervescencia sindical combativa, otro tanto. Organizaciones obreras protagonizaban paros, tomas de fábricas, volanteadas en los colectivos, además de seminarios culturales, encuentros sociales, actividades públicas en común con los estudiantes o centros vecinales.
Miles de chicas y chicos universitarios, morenos, rubios, hispanos o asiáticos, que habían venido en algunos casos de otras provincias argentinas, le daban color especial a estas calles. El comedor universitario, inmenso espacio donde se desayunaba, almorzaba o cenaba pero también se efectuaban asambleas, prácticamente de un modo permanente, constituía asimismo un damero de bellas y bellos jóvenes, en su mayor parte muy politizados.
Salir al parque, monumental y profusamente arbolado, luego de haber estado en el comedor universitario, significaba internarse en otro ámbito calidoscópico. Jóvenes que leían libros y los comentaban en grupos, sentados en rueda sobre el césped, acciones propagandísticas de asociaciones universitarias, pequeños puestos vendiendo libros y revistas, generalmente relacionados con el socialismo.
Los marxistas Agustín Tosco en el sindicato de Luz y Fuerza, René Salamanca en el poderosísimo SMATA y el peronista Atilio López en la vice gobernación y la CGT, ofrecían un paraguas político formidable, para toda esta gigantesca ebullición política, que emergía, cotidianamente, en la segunda ciudad más grande de la Argentina.
El bando contrario desarrollaba una actividad gigantesca, también. Aunque generalmente entre las sombras. No eran populares; casi en ningún momento se atrevían a efectuar actividades abiertas o a pleno sol. Pues solían recibir un inmediato repudio social. El "Comando Libertadores de América" (delegación de la AAA), integrado por ex policías y militares, asesinos comunes y peronistas de ultraderecha, tenía por entonces en Córdoba un centro operativo, tal vez mayor, incluso, del que rodeaba al gobierno de Perón en Buenos Aires.

Pretendidamente la revista Posición, que editábamos, debía representar a un amplio espectro del "antiimperialismo y el socialismo". Para ello, se había integrado un Consejo de Redacción integrado por representantes de cada una de las fuerzas políticas que integraban el FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo). Periódicamente nos reuníamos, pues, con "El Negro" Reyna, periodista del diario Córdoba y representante de los CPL (Comandos Populares de Liberación, peronistas), Bischoff, periodista de La Voz del Interior y representante de las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación, marxistas) fracción "Ché Guevara", el Negro Jorge de la "Columna Sabino Navarro" regional Córdoba, Montoneros; un gordo librero, cuyo nombre no recuerdo, de la fracción de las FAL que se hacía llamar "América Latina", César Argañarás (diario El Mundo), "Bigote" Colautti o "El Vasco", por el PRT, El Gato, de OCPO (Organización Comunista Poder Obrero) y Graciela Palacio, representando al Frente Peronista Revolucionario. Este consejo asesor era coordinado por Nelso y Pettigiani. (1)
Dije "pretendidamente" al comienzo de este parágrafo, pues en los hechos solía terminarse haciendo lo que el PRT decidía. No abiertamente, pues durante las reuniones, sus representantes "oficiales" mantenían una actitud amplia (en lo posible para sus concepciones, por lo general de ultraizquierda). Más tarde, en reunión del Buró Político partidario (donde nosotros no participábamos), se decidía, realmente, lo que se iba a publicar. Y qué cosas jamás llegarían a las páginas impresas de la revista Posición. Se lo comunicaban a Nelso, quien era el responsable político de la revista y él nos indicaba, luego, los trabajos correspondientes para la próxima edición.

Nelso, pese a su limitación motriz, manejaba con gran eficacia su auto u otros vehículos. Nuestros criterios eran comunitarios. Así, un automóvil, una camioneta, grabadores, cámaras fotográficas u otras herramientes, no eran "propiedad de fulana o mengano". Se ponía todo a disposición de la causa revolucionaria. Y lo usaba -o más bien-, manejaba-, quien fuese designado momentáneamente para ello.
Se trabajaba con mucha intensidad. Sin horarios. Aunque, para intentar una apariencia de "legalidad", manteníamos abierta al público la Redacción de la revista sólo en los términos comerciales.
Llegué, ya con la decisión de quedarme en Córdoba, mediando el invierno de 1973, como a las seis. Para esa misma mañana, Nelso tenía programado un trabajo para mí. A las diez, debía buscarme un sindicalista metalúrgico. Que me llevaría a entrevistar al secretario General del SMATA, René Salamanca. Era el más poderoso dirigente sindical de entonces y pertenecía a un partido de izquierda "china" (creo que Vanguardia Comunista).
Vinieron a buscarme, fuimos al SMATA y todo salió como estaba planeado.

Nelso tenía una personalidad de cura. Su serenidad alentaba a tomarlo como consejero. Si a eso agregamos que vivíamos juntos, por las noches debíamos conversar un poco, casi obligadamente. Él solía mantenerse más bien reservado, aunque con actitud cordial. Fumaba mucho; ya en la cama, incluso, de acuerdo a la extensión de nuestros diálogos, llegaba en algunos casos a encender tres o cuatro cigarrillos. En eso se distinguía de todos nosotros. Para los revolucionarios de entonces, era casi un distintivo el fumar Particulares fuertes, sin filtro. Pronto algunos de nosotros adoptaríamos los Parisiennes, por entonces nuevos. Nelso fumaba rubios; si mal no recuerdo, Colorados con filtro.
Con nosotros vivieron durante un tiempo, dos chicos, también de Oncativo, que formaban una pareja. Él se llamaba (le decíamos) Quico, era hijo del doctor Pettigini; ella, Alicia (he olvidado su apellido, sólo recuerdo que era de origen gringo). Pero hacia fines de año se fueron a vivir en otra parte. Los fines de semana, se viajaban todos a Oncativo. Entonces me quedaba solo, a veces con algunos vehículos en la vereda -de los cuales me dejaban las llaves-.

Solíamos andar juntos, con Nelso, casi por todas partes. Creo haberme convertido, de alguna manera, en su "mano derecha". Mi incorporación al staff de Posición había sido una decisión del PRT, por un afán de profesionalizar técnicamente su producto. En sus autocríticas, el Buró Político había reconocido que se estaba componiendo una revista poco eficaz. Artículos mal redactados, diagramación deplorable, muchos errores de impresión. Entonces decidieron integrar a personas que consideraban "periodistas profesionales".
Pero "profesional" yo... ¿a los veintidós años?... Es cierto que ya había publicado artículos semanales, en el diario El Liberal. Y dos números de una revista cultural, SER. Pero ni en mi fuero íntimo me consideraba, aún, alguien suficientemente avezado en el campo del periodismo gráfico. ¿Qué los había llevado, entonces, a convocarme?
Mi integración al Staff cordobés había venido por caminos poco convencionales. Francisco René Santucho, por entonces en la clandestinidad, y uno de los miembros del Comité Central del PRT, había sido amigo de mi padre. Y me había observado desde la infancia. Sólo después de haber trabajado por algunos meses en Córdoba llegué a enterarme -por caminos que en otro momento narraré- de su "recomendación".
En verdad integrábamos un abanico de publicaciones mayor. Sólo que nuestros vínculos permanecían disimulados ante el público. Controlábamos las ediciones de las revistas Posición y Patria Nueva. Esta última, a color y tamaño tabloide, se hacía en otra imprenta, de la ciudad de Córdoba. También la corresponsalía del diario El Mundo, de Buenos Aires. Y de vez en cuando introducíamos artículos en el diario Córdoba, vespertino que por entonces ocupaba el segundo lugar en el mercado local, junto con la Voz del Interior. Además de eso, hacíamos libros, varias revistas de sindicatos poderosos, como Perkins o Luz y Fuerza, e innumerables folletos, afiches, o desplegables para asociaciones vecinales, grupos artísticos, centros universitarios... Nuestro equipo completo estaba compuesto por unas catorce o quince personas, entre los cuales había fotógrafos, redactores y diseñadores. También un par de abogados.

Pronto una situación fortuita ampliaría mi responsabilidad editorial. El Gordo T., arquitecto, y responsable de la diagramación, cometió un formidable error. Por su desacierto en el armado de los originales, un número de Posición salió con páginas que, en vez de ser consecutivas, se disgregaban. Es decir, en vez de pasar de la página 56, a la 57, por ejemplo, llevaban impresa en su reverso la página 7, por ejemplo; o de la 9 pasaba a la 43. Así con varios artículos. Con la agravante de que, al ser esta disposición involuntaria, no había ningún indicativo de dónde podía encontrarse el resto del artículo que se interrumpía abruptamente, pasando a otro tema, con frecuencia sin relación. Esto desconcertaba, pues en una revista voluminosa, con muchos textos y a veces letra pequeña, no era fácil encontrar una continuidad a las notas. Que sin duda impulsaban a los lectores a dejar de lado su lectura, directamente. La pérdida de aquella edición sulfuró a la cúpula del partido. Fue así que al día siguiente, mientras desayunábamos, Nelso me preguntó:
-¿Te animás a diagramar la revista?
Lo miré y dije:
-¿Y el Gordo? ¿No va a trabajar más?
-Hemos decidido enviarlo a otro frente, me contestó. El de los arquitectos y profesionales. Y ofrecerte a vos la diagramación.
Eso por cierto, no aumentaba en un centavo mi salario. Significaba sólo un aumento de mi trabajo. Pero me gustaba dibujar -ellos lo sabían-, y había estado trabajando, antes de venir, como diagramador de originales en la imprenta más moderna de Santiago.
Entonces, siendo prácticamente el principal redactor de la revista, y ahora el diagramador, puede decirse que casi todo el aspecto formal quedaba concentrado en dos personas: Nelso y yo.
Nelso proyectaba una editorial sobre las luchas sindicales de los trabajadores de la alimentación, por decir algo. Solía decírmelo enseguida: yo la escribía (generalmente a mano).
Luego se la pasábamos a la mecanógrafa, esta chica Palacio que mencioné, del Frente Peronista Revolucionario. Ella la tipeaba en una máquina eléctrica, prolijamente sobre hojas de oficio. Que luego debíamos llevar al tipógrafo de la imprenta, el señor Díaz.
Cuando todo el material estaba listo, nos avisaban. Entonces yo viajaba a Oncativo en una camioneta -a veces con Nelso, a veces solo-, llevando resmas de papel, tarros de tinta u otros insumos, para aprovechar el viaje. También me llevaba el último número de la revista Crisis, o Militancia, para leer mientras el señor Díaz fraguaba la tipografía en plomo de los originales.
Luego había que sacar pruebas y revisar escrupulosamente todo el material. Para, finalmente, armarlo en bloques de 16 páginas, que la máquina imprimía juntas en cada tirada.

El 11 de septiembre de 1973 se abatió sobre Chile el golpe criminal de los militares conducidos por Pinochet. Inmediatamente recibimos un análisis de situación, enviado por compañeros del MIR. En este se denunciaba -con documentación probatoria-, el papel auspiciante de la CIA en el armado de la masacre, a través, principalmente, de la ITT (International Telephone & Telegraph).
Salvador Allende, que había cambiado el rostro de América del Sur, con su política socialista, había sido derrocado y asesinado.
Al día siguiente ya recibimos algunos compañeros de Chile, que venían buscando apoyo para enfrentar la carnicería. Más tarde, comenzaron a llegar otros, que trabajosamente habían logrado cruzar la cordillera.
Córdoba se convertiría en núcleo de agitación popular en contra de la dictadura genocida de Pinochet. Que auguraba un futuro negro para todos los países con gobiernos populares.
El viernes 14 de septiembre se efectuó un acto que concitaría unas diez mil personas, llenando por completo la avenida Vélez Sarsfield, entre la Avenida Colón y La Cañada. El FAS, Posición, Patria Nueva y el diario El Mundo estuvieron entre sus organizadores.
Habló Agustín Tosco, quien fervorosamente llamó a consolidar la unidad de los partidos y movimientos políticos con los trabajadores y estudiantes. "Para evitar, en las calles, el avance del imperialismo que utilizaba tácticas criminales, a través de ejércitos como el de Chile, y obligar a un retroceso en las aspiraciones legítimas de los pueblos". Otros grandes oradores ocuparon la tribuna; aquella noche, estuvieron el dirigente nacional de la UOM, Alberto Piccinini, y René Salamanca, secretario general del SMATA Córdoba.

El PRT había delineado certeramente el ámbito de radiación y carácter de sus publicaciones legales. Las noticias cotidianas, pues, se difundían a través del diario El Mundo. Su redacción estaba en un piso aledaño a la redacción del principal diario cordobés, La Voz del Interior. César Argañarás, su responsable político, solía reunirse todas las mañanas, muy temprano, con Nelso y el responsable de Patria Nueva, arquitecto Laje.
Patria Nueva era una revista quincenal. Impresa a color y en tamaño de diario, presentaba artículos breves, amenos. Con un lenguaje sencillo, pues se intentaba llegar al público de masas. Especialmente a los obreros de las fábricas, en cuyas puertas se lo solía vender, a un precio bastante bajo. Ana y Alicia, sus dos fotógrafas, se encargaban de proveerles imágenes de todos los temas importantes de la quincena. Que después se publicaban en tamaños muy grandes -para el uso de la época. Su diagramación, daba especial importancia a estas fotografías.
Posición era una revista de análisis. Solía editar información económica, documentos históricos, estudios de la situación política de la región. Daba preferencia a la narración de situaciones ejemplares, como El Sanfranciscazo. En este, toda una población de una ciudad fabril -San Francisco- había salido a movilizarse para apoyar las reivindicaciones de sus obreros. Logrando un éxito de resonancia provincial.
Posición eludía un abordaje directo de los postulados del PRT o su ala combatiente, el ERP. Para ello, el partido contaba con otras dos revistas poderosísimas: El Combatiente y Estrella Roja. Que se hacían en imprentas nacionales (nosotros no conocíamos su ubicación, sí, que una estaba en Córdoba). Estas publicaciones, durante la "Primavera de Cámpora" llegaron a ser legales y venderse en los kioscos. Pero muy pronto debieron volver a la clandestinidad.

Con Nelso, solíamos andar siempre juntos. Lo complementaba. Yo le compraba cigarrillos. Le acercaba el micrófono, cuando debía hablar ante mucha gente. Él me sostenía con su personalidad fraternal y su prestigio. A veces también con dinero, que yo siempre gastaba de más. En algunas reuniones me pedía que hablara, también. Teníamos gran afinidad.
Era alguien muy conocido y respetado en los ambientes juveniles de la política revolucionaria. Íbamos al local del Frente Antiimperialista por el Socialismo, en la calle Maipú, y siempre teníamos un corrillo de chicas y chicos universitarios a nuestro alrededor. En aquel local desfilaban por centenares, durante todo el día. Grupos barriales, agrupaciones estudiantiles, conjuntos de teatro, artistas de todo tipo.
La Primavera Democrática permitía un intercambio extraordinario, también, con otros países. Especialmente de Latinoamérica. Los jóvenes habíamos revalorizado nuestras identidades. Y nos interesaba más interactuar con peruanos, bolivianos, chilenos, que con europeos, como fuera habitual entre las franjas aculturadas del mediopelo argentino. Jóvenes de estos países, entonces, enriquecían esa gran asamblea cultural permanente, que era el FAS.
Cada cual con sus estilos, a veces originales, cada cual con su obra de arte o su boletín. En el gran local había también una pequeña impresora, donde se hacían todo tipo de volantes y revistitas. Pero en eso no participábamos nosotros. Éramos, por cierto "la gran" revista de la izquierda, en Córdoba. Y debido a eso el prestigio de Nelso, que figuraba en letras impresas como su Secretario de Redacción. Sólo figuraban él y Pettigiani (porque la ley exigía editores responsables). Los demás, hacíamos nuestro trabajo de un modo anónimo.

Por causa de esta familiaridad entre Nelso y yo nos iba a ocurrir un incidente desagradable, con el PRT. Habíamos ido al congreso del FAS en la capital de El Chaco. Durante dos días habíamos viajado, participado del multitudinario encuentro, regresado y aún sin haber ido a nuestra casa, siquiera a quitarnos el polvo de los caminos, en el local cordobés del FAS, Nelso me preguntó:
-¿Podés hacer una síntesis rápida del congreso, para un volante?
Le dije que sí; regresé y la escribí, a mano, con letra lo más clara que pude, para que fuese rápidamente entendible al tipógrafo.
Actuamos con gran eficiencia. Sin descansar en absoluto, Nelso viajó a Oncativo, entregó el texto a la imprenta y a las cinco de la mañana ya estaba de regreso con los volantes, nuevamente en el local del FAS.
Varios grupos de chicos y chicas, convocados por Nelso, salieron a volantear.
Hasta allí todo bien. No recuerdo los detalles menores de ese día. Lo que sí recuerdo, es que aquella misma tarde, estando en el FAS, llegó El Vasco, uno de los responsables del PRT. Como cada vez que entraba un "peso pesado" la atmósfera se ponía algo tensa.
Con extrema seriedad y sin saludar se dirigió a Nelso.
-Quién hizo esto-, dijo mostrando uno de nuestros volantes, impresos en papel amarillo, que tenía en la mano.
-Nosotros, ¿por?...
-Quién lo escribió... -machacó El Vasco.
-Bueno... él lo escribió... -titubeó Nelso-, pero es sólo una síntesis del Congreso...
-Saquen eso, inmediatamente, de circulación- ordenó con frialdad El Vasco.
-Pero... hemos hecho quince mil volantes...-protestó tibiamente, Nelso.
-Los sacan inmediatamente de circulación. Pásenles la guillotina y tírenlos a la basura -ordenó con voz impersonal el dirigente del PRT. Luego se retiró.
Fue una situación tan incómoda. Tan indignante. No habíamos descansado un segundo para contribuir con lo que considerábamos un bien para la revolución, para el pueblo y para nuestro partido... y este cabecilla de aparato venía a decirnos que... tirásemos todo lo hecho a la basura.
La causa -me lo narró después Nelso, quien fue convocado a una reunión y sancionado-, era el no haber esperado a que, desde una reunión del Comité Central del Partido, nos "bajaran" (así se decía) un texto discutido por ellos, para recién publicarlo. *
Ese y otros incidentes parecidos irían provocando en mí una actitud rebelde, que no iba a ser tolerada por la cúpula del PRT. Y que muy pronto me iba a traer consecuencias.

La revista Posición fue invitada a participar, como organizadora, en un Congreso Internacional de Periodismo que se concretaría a mediados de septiembre de 1973. Organizada por la Facultad de Ciencias de la Comunicación, la acción ejecutiva era llevada adelante por el Centro de Estudiantes. Este a su vez convocó a lo medios locales y organizaciones periodísticas profesionales. Se conformó un Consejo Organizador, que tendría a su cargo la supervisión de las actividades, su diseño, difusión, etcétera. Cada organización debía designar un representante.
Fuimos a la primera reunión con Nelso y él me propuso, para representar al grupo a nuestra revista. Así, pasé a reunirme luego con los miembros del consejo, a veces en una señorial casa de las afueras de Córdoba, donde residía el dirigente del PC que conducía entonces al Centro de Estudiantes de Comunicación Social.
Disponíamos de un gran número de locales y presupuesto suficiente para garantizar un buen congreso. Y así fue. Vinieron periodistas de diferentes partes del mundo, incluso, lo que para nosotros fue un orgullo, de Vietnam, que aún estaba en guerra con Estados Unidos.
Se realizaron conferencias en el anfiteatro del Sindicato de Luz y Fuerza, proyecciones de películas en cines locales, almuerzos, cenas de camaradería, espectáculos artísticos. Entre muchos otros, actuaron Los Olimareños.
Fue la última noche, luego del multitudinario cierre de este Congreso, que nos allanaron la casa. Habíamos regresado, luego de un debate en el local de Luz y Fuerza (con gente hasta en los pasillos), gratificados por el éxito, como a las dos de la madrugada. Mattarollo, que por entonces dirigía la revista porteña Nuevo Hombre, se acostó de inmediato. Con Nelso nos tomamos un té de boldo, para bajar la opípara cena de poco antes, e hicimos lo propio. No deben haber pasado más de dos horas de esto, cuando sucedió lo que conté en el primer capítulo de esta narración.

Nos detuvieron el domingo por la madrugada. Para esa noche, estaba prevista una reunión del Comité Central del PRT en el local de la revista Posición. Por comodidad, los miembros del partido habían decidido juntarse allí. Era un local muy conocido por los militantes, así que quienes venían de las otras provincias llegarían a él con facilidad. Esto no era correcto: se mezclaban así los frentes Legal y Clandestino, cometiendo un "liberalismo" machaconamente censurado en los papeles por el Partido. Pero las cúpulas solían permitirse, frecuentemente, "liberalismos" que no toleraban a los de "más abajo"; me había dado cuenta de esto en el poco tiempo que llevaba allí. Posición era un centro neurálgico de la propaganda revolucionaria. Y a la vez, un lugar público. Tanto pasaban por allí "estrellas" de los sectores populares, como Agustín Tosco, René Salamanca, el "Negro" Vélez (de Sitrac-Sitram) o el "Negro" Vila (Perkins), como distinguidos abogados, legisladores, revolucionarios cubanos, chilenos, y de todas las provincias argentinas. Resultaba, pues, un lugar atractivo; y aunque las autoridades del PRT (partido en guerra revolucionaria, cuyos combatientes no debían arriesgarse a contactos públicos) tenían prohibida su llegada a nuestro local... cada tanto se daban una vueltita -a veces a deshora- por nuestra Redacción.
Aquella reunión dominguera, pues, pudo haberse convertido en una catástrofe. Toda la dirección nacional pudo haber caído, esa noche, en manos de la policía. Pero el "Negro Mauro", alto dirigente del PRT y el primero en llegar, lo hizo caminando. Desde la esquina nomás vio a un policía uniformado, que custodiaba la puerta. No se amilanó, siguió andando y con audacia le pidió fuego. Mientras encendía su cigarrillo, sin demasiado interés le preguntó:
-¿Qué pasó en esta casa? ¿Les han robado?
-No -contestó el policía, un hombre común-. Parece que estaba habitada por guerrilleros.
El Negro Mauro caminó hasta la esquina despacito, como había venido y al dar la vuelta dizque empezó a correr como un condenado. Por suerte, logró comunicarse rápidamente con casi todos los compañeros y evitar que fuesen a la casa allanada. Todavía alguien inadvertido del PRT apareció por las inmediaciones. Pero nuevamente la vista del policía en la puerta bastó para alertarlo y simplemente no se acercó.
La casa donde residíamos y fungía a la vez como Redacción, estaba sobre una callecita arborescida, muy agradable, que bajaba ondulando hasta La Cañada, como una colina, con bastante empinación. Tanto si se venía desde arriba -Oeste-, o de abajo -Este-, los caminantes podían visualizarla, con mucha facilidad.

A Nelso y mí nos trataron bastante bien, en la división Informaciones. Por esos tiempos, gobernaba aún la provincia Obregón Cano. Y no se torturaba. Sólo a Mattarollo, parecían empeñados en humillarlo. Especialmente el oficial que nos detuvo, de apellido Infante. Creo que lo hacían porque era porteño, y le molestaban los modales algo atildados del jurista. Además, fumaba en pipa... en un momento imprevisto, el tal Infante fue y le quitó bruscamente su implemento. Además de insultarlo con dureza. Mattarollo no estaba en condiciones de contestar, por cierto. Pero mantuvo una actitud imperturbable y una mirada, con cierto desprecio en su brillo, que al otro lo mantendría furioso durante un rato. Lo supimos porque volvía, una y otra vez, a hostilizarlo. Pero sólo de palabra.
Afuera se estaba dando una intensa movilización para conseguir que nos suelten. El Movimiento Sindical Combativo había convocado a una conferencia de prensa, que salió el lunes, con fotografía, en La Voz del Interior. También los canales de televisión, la radio de la universidad -por entonces una de las más escuchadas de Córdoba-, el Sindicato de Periodistas; en fin, desde todo el frente de organizaciones populares, efectuaban actos y solicitadas, exigiendo que nos pusieran en libertad.
No habían justificativos legales para nuestra detención. Todo el mundo sabía que éramos de izquierda, pero las publicaciones y nosotros estábamos perfectamente enmarcados, para nuestros actos públicos, dentro de la legislación vigente.
Se estaba gestando el avance de los sectores políticos, militares, policiales y judiciales de ultraderecha. Que haría eclosión algunos meses más tarde, con "El Navarrazo". Nosotros aún no lo estábamos captando. El propósito de nuestra detención, posiblemente, era lanzar un mensaje a todos los "zurdos" de la gran ciudad: "No van a andar haciendo tanta alharaca, llenando los principales escenarios de Córdoba con comunistas de todo el mundo, impunemente". Entonces, la detención de tres tipos que habían actuado como destacados actores del Congreso Internacional de Periodismo, debía cumplir una función de advertencia. No les arredraba que se publicara en todos los medios; al contrario, eso buscaban. De nada sirvieron los Hábeas Corpus, presentados por una pléyade de abogados. Los jueces hacían oídos sordos... pasaban los días y nosotros seguíamos detenidos.
Nuestra liberación -cuando se cumplía una semana- vino de una manera algo insólita. Mi padre era amigo de un senador justicialista cordobés. Creo recordar que el senador llevaba, como apellido, Mosquera. Silenciosamente, mi padre viajó a la residencia de este senador, en Río Cuarto. Desde allí, el hombre habló directamente con Obregón Cano.
Tan imprevista fue nuestra liberación, que cuando llegamos al sindicato de Perkins, el domingo por la mañana, un numeroso grupo de sindicalistas, abogados y dirigentes de izquierda se habían reunido para tratar nuestro caso, allí. Y se planeaba convocar a un gran acto y movilización para el lunes.
Mi padre, que estaba enterado, fue con nosotros hasta el sindicato. En todo momento permaneció en un rincón, discreto. Se hicieron discursos y publicaciones celebrando nuestra salida. Nelso viajó a Oncativo. Mi padre regresó a Santiago. Con Mattarollo y su esposa -que había venido de Buenos Aires, fuimos a cenar aquella noche, tranquilamente.

Hacia fines de 1973 Posición se había convertido en la revista de izquierda más exitosa de Córdoba. Sus ediciones desaparecían rápidamente de los kioscos. Pero un día también descubrimos que algunos individuos de aspecto sospechoso, compraban todos los ejemplares en los principales kioscos del centro. La represión nos tenía claramente identificados y trataba de impedir que nuestras ediciones llegaran a la gente.
En reunión del Consejo se había resuelto publicar un análisis sobre El Fascismo. Y sus implicancias -o no- en la ideología del peronismo gobernante. Nelso sugirió que lo redactase yo; en realidad, lo redacté, lo diagramé y lo entregué a una imprenta de offset, para su impresión. Sus conclusiones afirmaban que el peronismo no era "un tipo de fascismo". Aunque tuviera ciertas influencias políticas sobre sus concepciones. Esto por la trayectoria militar de Perón, quien había asistido, como delegado militar de Argentina, al período más brillante de estos movimientos derechistas en el continente europeo.
Como era un suplemento especial, se hizo en la ciudad de Córdoba. En forma de librito, con la foto de un desfile nazi en su tapa, iba acompañando una edición que presentaba la efigie del Ché Guevara -en la famosa fotografía de Korda- sobre su portada general. Se agotó. Habíamos tirado cinco mil ejemplares del librito, al igual que la revista. Por pedido de la Facultad de Trabajo Social, debimos imprimir cinco mil más, que fueron adquiridos por la Universidad de Córdoba. Una tercera edición, llevaría el trabajo hasta quince mil.
Fue nuestro momento más alto. Después de eso, vino muy rápido el descenso. No porque la revista perdiera popularidad. Al contrario, se hacía cada vez más conocida. Sucedió que la represión comenzó a hacerse paulatinamente más dura sobre nuestros distribuidores. Y el PRT había empezado a diseñar, también, otros planes para nuestro equipo.

A fines de de 1973 los trabajadores del transporte habían conseguido del gobierno un aumento salarial. Al mismo tiempo la Legislatura provincial aprueba el Estatuto del Empleado Público. Que les otorgaba una mayor jerarquía, y numerosos beneficios. Desde Buenos Aires acusan entonces al gobierno ("montonero") de Córdoba, por "romper el Pacto Social".
En lo que luego se muestra como un movimiento concertado entre las patronales y la ultraderecha conducida por López Rega, inmediatamente comienza un ataque empresario. La FETAP (Federación de Empresarios del Transporte) se niega a aceptar el aumento salarial acordado. Y a partir del 19 de febrero, inicia un lock-out patronal. De los aproximadamente 1.000 colectivos que cubrían los recorridos de Córdoba, unos 400 dejan de andar.
Dentro de este clima caótico, el jefe de policía, teniente coronel Navarro, es denunciado públicamente de mantener "reuniones clandestinas para conspirar contra la continuidad institucional de la provincia" (Diario Córdoba). En dichas reuniones, con la derecha peronista y las 62 organizaciones se preparaba el golpe del día 28.
El 27 de febrero de 1974 el Gobierno comunica a Navarro el cese de su cargo como jefe de Policía. Pocas horas después las guarniciones policiales se amotinan en el Cabildo. Informa La Voz del Interior: "la gente no podía pasar hacia la Plaza San Martín. Todas las vías estaban cortadas. Policías con ropa de fajina y cascos de acero, lucían armas largas, impidiendo la circulación de peatones".
Por la noche, comandos de infantería policial toman la Casa de Gobierno. Capturan allí a Obregón Cano, Atilio López y otros varios funcionarios peronistas de izquierda.
Esa madrugada se llevarán a cabo ataques con bombas contra La Voz del Interior, la casa del gobernador y su ministro de gobierno, entre otros. Grupos parapoliciales coparán las principales radios de la ciudad para transmitir el apoyo a Navarro. En los dos días siguientes serán detenidas más de 80 personas y se efectuarán decenas de allanamientos ilegales. La sede del Partido Comunista es arrasada y numerosos jóvenes torturados, en un avance brutal de lo que sobrevendría, masivamente más tarde, con el golpe de Estado de 1976.
El rol golpista de la FETAP es muy evidente: los colectivos, ausentes de las calles durante varios días, serán parte de las barricadas, montadas contra la población por los grupos parapoliciales.
Se combinarán tres elementos para consolidar el golpe: en primer lugar, la acción de las bandas paramilitares y la policía; en segundo lugar, la actuación del gobierno nacional, impulsando abiertamente un proyecto de intervención de la provincia (de esta forma el peronismo de derecha legaliza el golpe de insurrecto Navarro). Finalmente, los empresarios y la burocracia de las 62 organizaciones, actuando en común, para impedir una respuesta orgánica del movimiento obrero. El lock-out patronal se generaliza y las 62 organizaciones convocan a un paro, por tiempo indeterminado: "en adhesión a la valiente y patriótica actitud tomada por el peronismo de Córdoba en apoyo a su Policía". De esta forma, entre el 28 de febrero y el 5 de marzo, la ciudad estuvo prácticamente paralizada. Con las calles ocupadas por tanquetas, camiones hidrantes y policías vestidos de combate, portando escopetas itaka y armas largas. Se nos presentaba la capital de Córdoba con una imagen parecida a lo que hoy puede ostentar una población de Gaza.

Después del Navarrazo, bandas armadas de las Tres A recorrían las calles de Córdoba noche a noche. Llegábamos a contar 14 o 15 personas muertas, por día, solamente entre los que publicaban los diarios. Todos militantes populares, sindicalistas, abogados de izquierda, dirigentes vecinales. Aparecían con cuarenta o cincuenta tiros en su cuerpo. Era la "marca" demoníaca de las Tres A, en su vertiente cordobesa: el "Comando Libertadores de América".
Con Nelso, aunque no dijéramos nada, nos preguntábamos interiormente, cada noche, si amaneceríamos vivos. Él fumaba tranquilamente su último cigarrillo. Yo escuchaba Radio Universidad y leía algún libro, o la revista Satiricón.
Desde las cinco y media, hora en que habitualmente nos levantábamos, comenzaba nuevamente el trajín vertiginoso de la actividad editorial. Se preparaba ahora el Vº Congreso del FAS, convocado para el mes de junio de 1974 en Rosario.
Gran parte de la folletería, volantes, algunos afiches, pasaban por nuestras manos. Como no dábamos abasto, se había reforzado nuestro equipo con cuatro o cinco jóvenes, varones y mujeres, que venían cotidianamente a trabajar junto a nosotros. El espacio resultaba, debido a ello, saturado e insuficiente.
Se fumaba mucho; por momentos, estábamos envueltos en una nube. Por todas partes había pan, restos de fiambres, papeles con apuntes o bocetos, fotografías. Para "no perder tiempo" un compañero de San Francisco se llevaba matecocido, pan criollo y un documento del PRT... que leía mientras desayunaba y defecaba, simultáneamente.
Todo esto iba a durar hasta fines de mayo. Fue entonces que se decidió dejar de publicar la revista. Y convertir a la editorial meramente en una imprenta. "Legal" -aunque eso era cada vez más temerario-, pero al servicio, principalmente, del PRT.
A pesar de sus limitaciones motrices, Nelso comandó el traslado de las maquinarias a un nuevo local, aún en el barrio Observatorio, un poco más abajo, casi en el Güemes. Era un gran galpón con dependencias, ocupando toda la esquina y por uno de sus lados, casi hasta la mitad de la cuadra. Se compró una nueva máquina de offset y algunos otros elementos, como una computadora (por entonces eran equipos tan grandes como las heladeras), mesas de dibujo, bloques de Letraset, etcétera. Allí se hizo el último número de la Revista Santiago Educacional, homenajeando a Perón luego de su fallecimiento. Fue el último porque inmediatamente, el gobernador Carlos Juárez decretó suspenderla. Según le manifestó a mi padre, lo había hecho "por solicitud expresa del jefe de Regimiento de Santiago del Estero". Un coronel de apellido Pizarro. ¿La causa? Haber elegido para editarla "las frases más subversivas de Perón" (según los asesores del coronel). ¡Dentro de un gobierno constitucional, los militares obligaban el acallamiento de publicaciones oficiales!

Un día gris de fines de mayo Nelso convocó a una reunión general. Todos los miembros de Posición, Patria Nueva y algunos del consejo ampliado, estuvimos alrededor de la gran mesa rectangular de nuestra Redacción, como a las 10 de la mañana. Con voz ronca, nuestro Secretario de Redacción dijo que "se había decidido no editar más nuestras publicaciones legales".
El "cerco represivo se ha vuelto tremendamente peligroso", afirmó Nelso. "En este contexto", continuó "la infraestructura burguesa colabora con la represión. La empresa que nos distribuía las revistas, comunica que no lo hará más. Según han dicho, les hicieron ya dos atentados, por distribuir propaganda marxista»... ustedes saben que han mandado a comprar todas las revistas de los kioscos del centro, para quitarlas del mercado". Y no teníamos alternativas: sólo una empresa estaba autorizada legalmente a distribuir todas las publicaciones, nacionales o locales, en Córdoba.
Estaba muy triste. Por momentos parecía que Nelso iba a llorar. Con la colilla del cigarrillo que acababa de fumar, prendía otro.
"A los compañeros que distribuyen las revistas en los barrios obreros, varias veces los han golpeado, quitándoles los paquetes".
Debido a esta circunstancia, el Comité Central del PRT había decidido no continuar con sus publicaciones legales. Esta decisión se llevó a la Mesa Directiva del FAS, que estuvo de acuerdo con la postura del principal partido que lo sustentaba.
Posición no saldría más. Lo que había sido la "niña mimada" de nuestros esfuerzos, para Nelso y para mí, así como para varios otros compañeros, a partir de hoy, dejaba de existir.
Me sentí tan triste como si hubiera muerto mi mejor amigo. Nadie hablaba. Después de algunas consideraciones generales de Nelso, y algunos momentos un tanto embarazosos, terminamos levantándonos, uno a uno. Y comenzamos a despedirnos. Algunos de los que estábamos allí no nos veríamos ya, nunca más.

De vez en cuando me visitaba Francisco René Santucho. Él integraba el Comité Central del PRT. Estaba a cargo de las ediciones de libros. Quería iniciar una colección de textos con formato de bolsillo, de circulación legal. Había que idear un nombre para la editorial. Le sugerí Nuestra América -que parodiaba, un tanto, a la exitosa serie editorial de Crisis, Esta América. Le pareció bien. Y me encargó un trabajo. La historia del cabo Paz. Yo no sabía nada sobre eso, pero él me proveería los fondos para que viajase, las veces que fuera necesario, a Santiago, para obtener datos. Así lo hice y el libro estuvo listo para su edición hacia junio de 1974. Fue el último trabajo que hice para la ex editorial Posición (convertida ya en una mera imprenta "comercial"). Nelso no había podido impedir que los compañeros del partido fueran relegándome en la medida que no me necesitaban. Aunque más que ello gravitaba mi carácter: "ingobernable". ** Se atribuía esto a mi "origen pequeño burgués". Debido a tal estigma, se me mandaba urgentemente a "proletarizarme". Se me otorgaba un plazo, para conseguir un puesto (productivo, no administrativo) preferentemente en alguna fábrica.
Nelso me comunicó esta decisión del partido, con lágrimas en los ojos, poco antes del V Congreso del FAS. Que fue un gigantesco encuentro de revolucionarios, en la ciudad más industrial de Santa Fe. También por última vez. Todo fervor primaveral parecía estar en trance de fenecer. Aunque esto no se advertía del todo. E increíblemente, quienes menos parecían advertir esto eran las cúpulas de los partidos revolucionarios. Que tenían la mayor responsabilidad estratégica en esta lucha. A partir de entonces se comenzaron a vivir las peores tragedias.

La muerte de Perón marcó tal vez ese momento dramático de catastrófico declive, en aquel auge revolucionario de masas. Recuerdo que escuché la noticia en la radio del colectivo, viniendo de la casa donde ahora vivía, en Alta Córdoba. E hice las cuatro o cinco cuadras desde la parada hasta la imprenta entre la llovizna helada, sin poder parar de llorar.
No recuerdo con exactitud cuánto tiempo más seguí trabajando en la imprenta. Pero no fue mucho.
Meticulosamente armé el librito encargado por Santucho, "El fusilamiento del cabo Paz", hoja por hoja. Sarita, la nueva tipeadora, lo había hecho en largas cintas celulósicas, de computación. Tomándolo de mis manuscritos que le entregase, en un cuaderno. Sabía que una vez que llegara a la última hoja, después que pusiera "Este libro se terminó de imprimir en el mes de julio de 1974 en los talleres de Editorial Nuestra América"... me tendría que ir. Para siempre.

Nelso fumaba cada vez más. El señor Díaz y su hijo, habían tenido que trasladarse a la ciudad, para manejar esta nueva imprenta. Todo estaba en desorden, el espacio era distinto y las ediciones también. Ahora tendrían que hacer mayormente afiches, volantes, cartillas semiclandestinas. El trabajo era mucho, las máquinas nuevas, los técnicos no sabían manejarlas muy bien, aún. Todo esto preocupaba a Nelso, y se le notaba. Tenía ojeras muy azules alrededor de sus ojos. Ya no vivíamos juntos. Nuestras conversaciones, por ello, se habían limitado prácticamente a cuestiones prácticas.
Cuando le entregué el libro terminado, me preguntó:
-¿Vas a venir a mirar cuando lo impriman?...
-No creo que sea necesario... -contesté.
Él se dio cuenta de que me resultaba incómodo regresar, luego de mis desencuentros con las cúpulas del PRT. Hizo un gesto como de resignación, abriendo las manos hacia los costados.
Lo abracé. Me abrazó.
Fue la última vez que estuvimos juntos.


(1) La mayor parte de estos compañeros iban a caer más tarde, presos, muertos o desaparecidos.
* Las sanciones del PRT eran, por lo general, más morales que físicas. Aunque constituían, en algunos casos, reducción de atribuciones o beneficios. Por ejemplo, si el compañero que había cometido una falta usaba un vehículo del partido, se le prohibía su uso por un determinado tiempo. O si se le pagaba algún salario por su trabajo, se le quitaba un porcentaje. Otras veces, a medida que se agravaban las faltas, solía castigarse con reducciones en su categoría. Por ejemplo, de militante a simpatizante, de simpatizante a contacto. Únicamente situaciones muy graves -delaciones, traición, entrega de material comprometedor para el Partido-, podían castigarse con la detención en una cárcel del Pueblo o hasta fusilamiento. Creo que hubo muy pocos casos de tamaña gravedad. Por mi parte no conozco ninguno, fuera del más célebre, el del "Oso", infiltrado que entregaría Monte Chingolo. Lo de Nelso distaba sideralmente de tales extremos. Creo que lo "castigaron" quitándole, por dos fechas consecutivas, su derecho a viajar a Oncativo, adonde iba a pasar los fines de semana con sus padres y familia.
** Singularmente -o no-, más de veinte años después, parecidas razones fueron usadas por la derechista y autoritaria directora del diario El Liberal, María Luisa Castiglione, para despedirme.

Las fotos que acompañan esta edición fueron provistas por familiares directos de Nelso Del Vecchio.

www.juliocarreras.com.ar


El Bonzo

Querido Bonzo: Fue una sorpresa, te fuiste sin avisar , no sabemos que te estaría pasando... , nos quedamos un poco más solos, pero siempre acompañados con tu sonrisa , y tu fuerza para pelear y tu alegría para vivir. Siempre un poco "inconciente" encarando cotra los molinos de viento. Propugnando la unidad. No viviste la vida al pedo, te jugaste por lo que creías que había que hacer y te fuiste dejando en otros corazones lo que en el tuyo se apagó; el fuego de la lucha por un país socialista…
¡¡¡Hasta la victoria siempre!!!!

Chirola
(Enviado al foro Caramelo Mágico, el 17 de marzo de 2010).

Por Julio Carreras

El 23 de enero de 1976 como a las siete de la mañana, me sacaron del calabozo mugriento donde me tiraban, con los ojos vendados y las manos esposadas a la espalda, durante once días, cuando descansaban de torturarme.

De la Dirección de Informaciones, donde un mes antes habían matado con la picana a un muchacho de la JP -y "gracias a ello" quienes caíamos después, recibimos un trato "más benévolo". (1) Es decir, nos torturaban hasta un cierto límite, con la asistencia de un médico, quien nos auscultaba cada tanto, para constatar si podía seguir resistiendo nuestro corazón.

Al llegar a la cárcel, luego de pasar otro "examen" médico, fui llevado al pabellón de los guerrilleros. Me recibieron una multitud de caras sonrientes. De ellas recuerdo particularmente cuatro: las del Bonzo, Mataco, Larguirucho y Miguel.

Trataré aquí de reconstruir algunos pasajes de ese periodo, entre enero y septiembre de 1976, en el cual compartimos con Atilio Basso -"El Bonzo"-, aquella cárcel que muy pronto se convertiría en un Campo de Concentración.

Ternura

Luego de que hube desayunado abundantemente, dialogando con los compañeros que me rodeaban, algunas horas después de mi llegada dos mujeres guardiacárles me trajeron a mi hija. Anahí tenía seis meses, estaba con mi esposa Gloria, a quien gracias a un Hábeas Corpus presentado la misma madrugada de nuestra detención, habían trasladado al pabellón femenino de esta cárcel. En ese momento yo no sabía eso; cada hora de los once días vividos mi alma había padecido por encima de las torturas la espantosa angustia de pensar que mi compañera y mi hijita estarían pasando por iguales o peores circunstancias. Cuando la recibí en brazos, junto con el bolso de los pañales, me sentí arrobado... ¡ella estaba tranquilita, como si no hubiese ocurrido nada!... Como transportándome en un sueño, me retiré a una de las últimas camas de la inmensa celda, que compartíamos con otros treinta compañeros. Dejando el bolso a un costado, me sumí durante un largo rato en la contemplación de mi hijita. Cuando volví un poco en mí, noté que había tres compañeros que me observaban sonriendo, desde la hilera de camas de enfrente. Eran Larguirucho, Mataco y El Bonzo. Entonces Larguirucho, que era músico, trajo su guitarra para dedicarnos un tema.

-¿Cuál era tu nombre de guerra? -me preguntó Mataco, cuando se acercaron.
-Mariano, contesté.
-Bueno -dijo el Bonzo-, te lo hemos cambiado. A partir de ahora, te llamarás "Ternura".

Una escuela de cuadros

Aún dentro de las restricciones que la cárcel impone, los militantes presos disfrutaban a principios de 1976 un estatus privilegiado. Los aproximadamente doscientos varones y cien mujeres alojados en la Unidad Penitenciaria N° 1 podíamos elegir nuestra "ranchada". De tal modo, el PRT y Montoneros -las mayores organizaciones- controlaban prácticamente áreas completas de cada pabellón. Casi como una "zona liberada", donde los empleados carcelarios entraban con prudencia, luego de solicitar autorización. Así también, nuestras celdas funcionaban como "escuelas de cuadros". Es decir, lugares donde los compañeros con mayor experiencia impartían sus conocimientos.

Por lo demás, teníamos derecho a ingresar libros, con lo cual habíamos formado una inmensa biblioteca comunitaria, a tener "visita privada" de nuestras esposas o novias, una vez por semana, y a manejar dinero, recibir paquetes, cartas, ropa de todo tipo.

Nuestro régimen interno -establecido de común acuerdo por PRT y Montoneros- era estricto: a las siete gimnasia, ocho desayuno, nueve reuniones de equipos, doce almuerzo, dos de la tarde actividades artesanales, cuatro de la tarde merienda, seis reuniones de estudio hasta las nueve de la noche, en que se cenaba. Cotidianamente se salía al patio, donde se practicaba gimnasia y los diferentes equipos disputaban rotativamente un campeonato de fútbol. Contábamos con tres pabellones, donde las decisiones colectivas se tomaban entre las conducciones del PRT y Montoneros. Ellos eran el pabellón seis (planta baja), el ocho (planta alta) y el once (en un sector nuevo del penal). El pabellón nueve -en ángulo recto con el ocho, y que también era de presos políticos- se había constituido con miembros de otras organizaciones de izquierda, no guerrilleras, sindicalistas o políticos, que habían pedido ser trasladados allí.

Hacia febrero de 1976 nuestras organizaciones decidieron establecer una Dirección General en la cárcel. Para ello, se seleccionaron a los compañeros que se consideraban adecuados y se solicitó a la dirección del penal su traslado a un mismo pabellón. Debido a esto el Bonzo, Larguirucho, Miguel y yo fuimos trasladados arriba, al Pabellón 8, donde se constituiría la dirección de PRT y Montoneros.

El golpe

El 24 de marzo de 1976 nos despertaron las marchas militares, desde las radios. En la cárcel disponíamos aún de libertad para dormir el tiempo que quisiéramos, pero nadie se levantaba después de las 6:00. Nuestro Partido (Revolucionario de los Trabajadores) había fijado el inicio de actividades a las 5:30 en verano, a las seis en invierno. Los montoneros solían ser más flexibles; no demasiado.

"¡Golpe!: están leyendo el comunicado de los milicos, una y otra vez". La noticia recorrió las celdas, donde se desayunaba en equipos o se practicaba gimnasia. Eran celdas colectivas, habitadas por un promedio de entre 15 o 20 presos políticos.

Una enervante desazón recorrió fugazmente los ánimos; aún estaban frescos los recuerdos de las masacres de Pinochet. Y por nuestra realidad reciente, se esperaban acciones similares aquí. El tiempo demostraría que la masacre a efectuarse en la Argentina sería diez veces peor y aún más perversa que la sufrida por los chilenos.

No ocurrió nada, en lo inmediato. Sólo dos días después nos dirían que se habían suspendido las visitas. Tampoco se podían sacar cartas: estábamos incomunicados. Al tercer día por la tarde, vinieron los guardiacárceles con presos comunes y nos quitaron lo que calificaban como "excedente": libros, mercadería de reserva, radios, ollas y otros adminículos, dejándonos casi únicamente con lo puesto. También nos quitaron frazadas y almohadones: quedó solamente una colcha, una almohada y dos sábanas por persona.

Ante los airados reclamos, los oficiales del servicio penitenciario decían hacerlo "por orden superior". Sólo mirando furtivamente hacia los costados un guardiacárcel se atrevió a cuchichearle a un compañero: "¡Tengan cuidado: los milicos se han hecho cargo del penal... estamos rodeados de «verdes» por todos lados!”

Primeras ráfagas

Surgieron diferencias con la dirección de Montoneros. Ellos sostenían que debíamos manifestarnos "con firmeza" frente a la ocupación militar del penal, y lanzar ese mismo día una "cacerolada". Esto es, manifestarnos frente a las rejas de entrada al pabellón, golpeando cacerolas y haciendo el mayor ruido posible. Incluso se había hablado de quemar colchones. Finalmente se concedió que esto no era conveniente, pues no había ninguna garantía de recobrar los colchones una vez quemados.

Nuestro partido consideraba que esto era imprudente. Que no se debía subestimar a los militares: una manifestación podría darles una excusa para que se lanzasen sobre nosotros a asesinarnos. Los compañeros de Montoneros alegaban que hasta ahora siempre se habían obtenido resultados favorables con la manifestación. A esto respondían los directivos del PRT que la situación hoy era diferente: se habían eliminado las garantías constitucionales, estábamos prácticamente a disposición absoluta de ellos, y encima, incomunicados. Y no eran bebés de pecho: durante el periodo anterior, se había registrado un promedio de 40 a 80 muertes semanales en Córdoba, y esto bajo un gobierno constitucional. ¿Qué serían capaces de hacer los milicos con todo el poder a su disposición?...

Finalmente no se llegó a acuerdos; ellos se manifestarían y nosotros tampoco pediríamos cambio de pabellón ni mucho menos, pero nos mantendríamos silenciosos. A las tres de la tarde la organización Montoneros comenzó una ruidosa manifestación frente a las rejas de entrada, en el pabellón. Golpeaban todos los objetos metálicos de que disponían, gritaban "Aquí están, ellos son, los soldados de Perón", y desfilaban cantando a voz en cuello, con la música de una marcha militar:

"No, no, no respetamos las botas
Ni, ni, ni la vamo´a respetar
Por, por, porque tenemos los fierros
y el, y el, y el,
ejercitó popular"...

La manifestación terminó como a las cinco de la tarde, sin que se percibiera la menor presencia militar. Se veía, como siempre a los "empleados", con sus uniformes grises acerados. Algunos de sus oficiales se habían acercado para ordenar volver a las celdas. Los compañeros montoneros les habían dicho que se iban a continuar las manifestaciones, todos los días, hasta que devolvieran los elementos secuestrados y se restableciera la comunicación normal con los familiares. Un compañero de nuestra dirección, el "Turco" Moukarsel, se acercó también a dialogar con los oficiales, para decirles que el PRT apoyaba los reclamos de Montoneros.

A las seis de la tarde tomábamos el matecocido cuando entró un compañero pálido: "¡Los milicos!", dijo "¡Hay como un millón frente a la reja!... ¡Están todos armados con FAL!"... Se nos congeló la sangre. Por reflejo fui hasta la ventana: en el ancho patio, en cada esquina había un paracaidista tirado en el suelo, ante ametralladoras pesadas. Gritaron "¡Atenciooooón! ¡Todo el mundo contra la pared!"... y comenzó el infierno.

Bauduco

El primer día que entraron los militares en nuestro pabellón dejaría un muerto. A las cinco de la mañana, con griterío alucinante, ruido de botas y bayonetas, unos cien soldados, suboficiales y oficiales del Cuerpo de Paracaidistas ingresaron al pabellón ocho. Celda por celda, las iban abriendo y mientras los oficiales ordenaban que nos desnudáramos poniéndonos contra las paredes, los suboficiales y soldados nos golpeaban usando garrotes de goma con núcleo de acero. Desnudos, nos gritaban que bajáramos al patio, azuzando con las puntas de sus bayonetas a quienes se rezagaban. Para ello debíamos lanzarnos por una estrecha escalera, en cuya entrada había tres soldados que golpeaban en los testículos a los que íbamos llegando. Para evitar ese golpe me lancé hecho un ovillo hacia los escalones, e increíblemente llegué abajo, salvando el descanso y otros soldados sin un rasguño. Corrí al patio y me puse contra la pared. Tiritábamos: esa madrugada la temperatura estaba por debajo de cero. En el medio del extenso perímetro, dos soldados con ametralladoras pesadas, tirados en el suelo nos apuntaban. Allí, en la semioscuridad del amanecer, continuaban golpeándonos, gritando insultos e "interrogando" de un modo absurdo a los prisioneros, que ya habíamos llenado el largo de las paredes. De repente, se escuchó el estampido de un tiro. Y vi. pasar una mancha oscura, densa, por la canaleta del desagüe bajo mis pies descalzos. Era la sangre de Paco Bauduco. Un suboficial lo había golpeado con la goma en la nuca y no se había podido levantar. Un oficial -creo que Monner Ruiz- le había dado la orden de que lo ultimara.

Miguel

A Miguel lo mataron más tarde. Por entonces ya habían empezado a fusilar compañeros sacándolos de la cárcel de madrugada. Así, fueron ejecutados Vaca Narvaja, De Breuil, Miguel Ángel Mozé, José Svagusa, Ricardo Verón, Ricardo Yung, Diana Fidelman, Marta Rosetti, María Barberis... y varios más, hasta llegar a veintinueve.
Miguel era uno de los dirigentes del PRT que más éxito con las chicas tenía: moreno, de ojos verde claro, por lo demás era un Adonis. ¿Habrá sido esto uno de los factores que exacerbó la saña de los milicos? El primer factor, aparentemente, fue que durante una de esas "requisas" cotidianas, donde nos desnudaban, un oficialito descubrió cerca de su ingle una tira de cicatrices.

-¡Esto es una ráfaga de ametralladora!... -gritó.-¿Adónde te la han hecho, hijo de puta?...

Miguel, por cierto, no contestó nada y resistió heroicamente la paliza posterior. Pero el oficial fue a la alcaidía y consultando los expedientes supo que había sido capturado durante el famoso ataque a la Jefatura, donde unos cien guerrilleros del ERP habían puesto en jaque durante varias horas al principal cuerpo policial, en pleno centro.

A partir de entonces comenzaron a sacarlo mañana y tarde. Bajo la vigilancia de tres o cuatro soldados armados, otros dos, un oficial y un suboficial, lo golpeaban con las pesadas gomas -y alguna vez con bolsas de arena-, hasta quedar cansados.

Miguel iba saliendo más dificultosamente de cada paliza. Cuando volvía a la celda, su cuerpo empezaba a no soportar las curaciones improvisadas a que tratábamos de someterlo. Se iba hinchando y la piel comenzaba a caérsele por pedazos.

Entonces yo solicité una reunión urgente y propuse insurreccionarnos.

-La próxima requisa grande que entre, los primeros en salir inmovilicemos al oficial, los suboficiales y quitémosles las armas. Luego soltemos a los demás compañeros y avancemos hacia fuera. Dos compañeros armados que vayan inmediatamente a liberar a las compañeras...

Así seguía mi propuesta, surgida de la indignación. El Bonzo, Dico Assadurián y Larguirucho acordaban conmigo. Con nobleza que me conmovió profundamente, uno de los pocos que se opuso, fue el mismo Miguel.

Pese a ello, se envió la propuesta rápidamente, en papelitos, a todas las celdas del PRT y Montoneros, incluyendo las compañeras. Pero prevaleció la "prudencia"; nuestra moción fue rechazada.

Miguel murió luego de quince días de golpes brutales, punzadas de bayoneta, pisotones, trompadas. Su cuerpo hermoso se había convertido en un guiñapo sanguinolento.

Su nombre real era Carlos Alberto Sgandurra. Era tucumano, y arquitecto.

La sonrisa del Bonzo

Cada noche nos contábamos películas, rotativamente, para distraer nuestra imaginación. También rotativamente, cambiábamos de camas, pues de ese modo quienes quedaban más cerca de la puerta -y por ello recibían los primeros golpes cuando entraban los milicos-, no eran siempre los mismos.

Convivíamos unos veinticinco compañeros, en una ancha celda más o menos semejantes a las demás. Cada día, además de la gimnasia, reuniones de análisis político, escribíamos lo que iba sucediendo con Federico Bazán. Por ser él director de cine y yo periodista, nos habían designado para informar lo que estaba sucediendo. En "canutos" (huecos hechos durante el período democrático), en pisos y paredes, guardábamos papeles de cigarrillos, yerba, lapiceras, azúcar. En esos papelitos de cigarrillos, enrollados y envueltos en pequeños plásticos que sellábamos con fuego de fósforos, salieron los primeros informes sobre la UP1, que los organismos de Derechos Humanos publicaron en Colombia, México y Europa luego. Los presos comunes, con quienes nos conectábamos por las noches y las madrugadas, eran los encargados de sacar nuestros textos garrapateados bajo la luz de una vela.

Entre otras actividades que organizábamos ya como resistencia, bromeábamos. Era la forma más linda de resistir. El Bonzo y Larguirucho se destacaban. Larguirucho por sus canciones, el Bonzo por su chispa cómica y su indeclinable sonrisa.

"Para vos, todos somos personajes... porque tu mundo, es de historieta", le contestó Federico Bazán a "Larguirucho", una tarde. Porque Larguirucho le había repetido "Federico... qué personaje que sos...." Días más tarde a Larguirucho lo mataron. Vinieron tres oficiales del ejército, poco después de las nueve de la noche. Él era muy alto. Sobresalía entre los militares, le ataron con una soga sus manos a la espalda. Sus manos de violonchelista. Yo lo vi. pues me tocaba dormir frente a la puerta de la celda, donde con 20 compañeros más estábamos prisioneros de la dictadura. Los ojos azules de un oficial brillaron bajo la franja negra que proyectaba el casco. No los olvidaré jamás.

El Bonzo estaba al lado de mí cuando lo sacaron a Larguirucho Tramontini, para matarlo. Desde el siguiente día su sonrisa y sus reflexiones, siempre sensatas, me ayudarían a soportar esta nueva pérdida.

Creo que el Bonzo era el militante perfecto. Aquél hombre nuevo que todos queríamos ser, pero la mayor parte no nosotros no alcanzábamos. Él sí.

Por eso creo que ahora mi amigo, Atilio Basso, "El Bonzo", está definitivamente en el Cielo.

(1) El peronista de derecha Bercovich Rodríguez, interventor de Córdoba, había "ordenado terminantemente" que "cesen los apremios ilegales de fuerzas policiales para combatir a la subversión. Esto debido al escándalo político suscitado por la muerte del joven Ciriani, quien indignado por las torturas salvajes a que sometían a una joven embarazada, aún con los ojos vendados y manos esposadas atrás, la había emprendido a patadas contra los policías de Investigaciones. Luego de reducirlo, se habían ensañado con él, y prácticamente lo habían destrozado. Su padre, un antiguo dirigente peronista de Río Cuarto, había conseguido que La Voz del Interior publicase las fotos del cuerpo lacerado de su hijo, y en el Senado provincial se solicitara un informe sobre las torturas a la Intervención Federal.

julio.carreras@gmail.com


El buen comerciante

Por Julio Carreras

El buen comerciante no tiene imaginación. Así, cuando abre un negocio en la calle Libertad... lo bautiza, por ejemplo: "Inmobiliaria Libertad".

Si pertenece a una familia de comerciantes y viene con algo de imaginación, es educado para reprimirla. Y canalizarla únicamente hacia imaginerías "útiles". Entonces, puede soñar con mansiones, automóviles especialmente diseñados para él, vacaciones en lugares paradisíacos y mujeres de erotismo abismal. También con el éxito.

Y ¿qué es el éxito para un buen comerciante? Que "los números cierren". Es decir que, con con el menor gasto posible, se obtenga la mayor ganancia alcanzable. Comprar o fabricar un producto que cueste $ 10 y llegar a venderlo por $ 1.000 es el sueño preferido de todo buen comerciante.

Como no tiene imaginación, al buen comerciante le es imposible ponerse en el lugar de su prójimo. Su mente no conoce categorías metafísicas: se maneja con cosas, u objetos. Él mismo es un objeto, "una máquina" a la que se debe alimentar. Para su percepción, él mismo es una máquina que funciona bien. Muchos de sus prójimos -algunos, también sus "clientes"- son máquinas que funcionan mal. Especialmente los pobres. De ellos hay que alejarse: como se lo haría de un vehículo con problemas de motor.

Cuando el buen comerciante consigue un grado muy alto de prosperidad, directamente se aísla por completo de estas "máquinas de mal funcionamiento". Su vida transcurre entre máquinas relucientes, lustrosas. De casas con aire acondicionado sube a vehículos igualmente acondicionados para trasladarse a oficinas ídem. Se va de vacaciones a espacios exclusivos, entre máquinas humanas que cuando se perciben viejas pueden modificarse, a través de la biotecnología. Entonces olvida para siempre a aquellas máquinas imperfectas -los pobres-, si es que alguna vez supo de ellos.

La escalada feroz de los años 1960 y 1970, donde a través de criminales golpes militares o intervenciones armadas a lo largo y ancho del mundo, la cúpula comercial desbarató los intentos de quienes se habían atrevido a imaginar un mundo feliz para todos, dejó "el Mercado" en sus meras manos.

Así, durante los ochenta y noventa, jóvenes comerciantes, por algunos denominados "yuppies", controlaron los números de todo nuestro planeta. Obtuvieron ganancias siderales. Nunca en la Historia de la Humanidad hubo tanto dinero acumulado. Ni en tan pocas manos.

Pero es necesario cambiar de administradores. Pues los muchachos fueron tan bien educados, para excluir de entre sus factores de cálculo a la imaginación, que ni siquiera son capaces de comprender un dato esencial: en la destrucción que viene, producto de sus exacciones, ellos se contarán, también, entre las primeras víctimas.

Salvo que aprendan a imaginar. Y por medio de ese instrumento mágico, puedan ubicarse aunque más no fuera por breves periodos, en el lugar de todos.

Marzo 2010

julio.carreras@gmail.com


Máquinas

Julio Carreras (h) *

Tu cuerpo es una má-quina
que ríe como má-quina
te mueves como má-quina
al ritmo de la mú-sica
describía admirativamente una cancioncilla española de los 80, cantada por una chica cuyo nombre no recuerdo.

El héroe -un robocop bolichero- funcionaba en todas sus obligaciones humanas -incluyendo la sexualidad- tan perfectamente como una máquina. Tal era el mensaje.

Representó el ideal de los anejos noventas. (Aunque se generó muy antes; es más, precediendo a Huxley y Orwell Gustav Meyrink publicó ya en 1915 El Golem, donde presenta un arquetipo aproximado, proveniente de las tradiciones judías en Praga.)

El inconveniente que desveló y desvela a los propulsores de este modelo, de humano-máquina, sin embargo, no es menor. Es que las máquinas necesitan combustible.

Una digresión para aclarar que "los propulsores de este modelo" no son únicamente pequeños grupos "progresistas". Sino prácticamente todas las instituciones, particulares y políticas en el mundo hoy. Con matices, en todas las instituciones -incluso las religiosas- está hondamente enraizada dicha concepción social.

Volvamos al tema. ¿Cuál era? Ah!, combustible.

La sociedad perfecta, armonioso ensamble de máquinas con diferentes funciones, descripta por Fukuyama, entra en colapso cada vez que carece de combustible.

¿Qué debía hacerse, para evitar esto? Los cerebros mecánicos de esta Matrix dictaminaron que el único camino posible, era asumir el control absoluto de todas las fuentes de combustible. Pero como esos núcleos de "vida" artificial estaban, mayormente, en manos de civilizaciones no mecanizadas, se debió procurar solución, asimismo, al mencionado "problema".

Huntington nos avisó entonces que las nuevas guerras mundiales no iban a ser ya entre comunistas y capitalistas (bloques reconciliados por el reconocimiento de su perfecta identidad maquinista), sino entre civilizaciones... Y he aquí pues, que las civilizaciones más "agresivas", resultaron ser... aquellas que poseían las llaves de los principales reservorios de combustibles.

La historia reciente es ya muy conocida, no parece necesario volver a narrarla aquí.

En un mundo de máquinas, ¿existe alguna salvación para quienes sustentamos agudamente la conciencia de no serlo?

Mi opinión y mundología sugieren que no sólo hay salvación sino es la vía más racional para humanos, animales y plantas.

Existen combustibles imperecederos, a los cuales se puede tener acceso únicamente si nos apartamos de los "modelos" mecanicistas, aplicados sistemáticamente por los gobiernos, a lo largo de prácticamente toda nuestra historia.

La verdadera revolución es, pues, comprender la falsía y peligrosidad de la entelequia maquinista. Discernir la infinita superioridad de los organismos naturales respecto a los artificiales. Poner en claro que las máquinas pueden auxiliarnos, en el proceso de encontrar nuestra verdadera esencia. Mas no convertirse, por sí mismas, en dicha esencia.

Y dar el salto cualitativo desde la consciencia individualista a la colectivista.(1). Que nos permitirá manejar todos los recursos infinitos, que constituyen nuestro verdadero patrimonio, desde el principio de nuestra existencia originada en el Big Bang.

(1) Aclaro aquí que al decir "colectivista" me refiero no sólo a humanos, sino igualmente a plantas, animales, atmósfera, minerales y el cosmos en su totalidad

* Periodista y escritor, director de la Agencia @DIN


Julio Carreras: “La Subsecretaría de Cultura de Santiago del Estero se maneja con hipocresía y los medios manipulan la información”

Para enviar una delegación a la Feria del Libro de Buenos Aires, la Subsecretaría de Cultura de Santiago del Estero usó un nuevo método. Este consistió en someter los libros propuestos a una comisión, integrada por especialistas en lectura. Los escritores debían presentar sus libros ante dicha comisión, para ser seleccionados. El resultado fue que sólo 4 autores santiagueños fueron seleccionados, entre 19 que presentaron sus libros.
La comisión de lectura eligió los libros La palabra encendida, Poesías, de Carlos Eduardo Figueroa; La señal, Historias mínimas, de Alicia Fernández Polido; Poemas que avanzan retroceden, de Hugo Orlando Ramírez y Frenesí: Poemas de amor y erotismo, de Betty Sayago.
La comisión, por otra parte, se manifestó públicamente “preocupada” por la “baja calidad” de la literatura que se escribe en Santiago del Estero.
El Punto y la Coma entrevistó al escritor Julio Carreras para solicitarle su perspectiva acerca de este nuevo proceso de selección dispuesto por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia.

El Punto y la Coma: ¿Qué opina sobre la opinión de la Comisión de Lectura respecto de que en Santiago del Estero no se hace literatura de calidad?

Julio Carreras: Que es una falta de respeto, inducida por la hipocresía, y una manipulación informativa.

El Punto y la Coma: ¿Puede aclararnos estos conceptos suyos?

Julio Carreras: Una falta de respeto, pues escritores como Guillermo Pinto, Jorge Rosenberg, Juan Manuel Aragón, Amalia Beatriz Domínguez, por ejemplo y entre otros, no merecen el alarde de suficiencia fatua con que se expresa esta comisión designada a dedo.
Digo “inducida por la hipocresía”, pues los tres miembros de esta comisión conocen perfectamente a los mencionados escritores, y la calidad de su obra. Y sin embargo se permiten tales expresiones, por especulación política.
Por fin, una manipulación informativa, pues se intenta instalar en la sociedad la idea de que en Santiago del Estero no hay escritores.
Y no es que haya “cientos, miles” de escritores. Hay pocos escritores de verdad, es cierto. Como en todo el mundo. En París hay pocos escritores. Y es una ciudad habitada por millones de personas. Siempre es así. Los artistas de verdad -no sólo los escritores- siempre son pocos.
El tema aquí es que, además de ser pocos, no son reconocidos por la “cultura” oficial.

El Punto y la Coma: ¿Por qué ocurre eso? (el no ser reconocidos por la cultura oficial).

Julio Carreras: Porque los artistas de verdad generalmente son incómodos para las mojigatas anteojeras y compromisos que condicionan a los funcionarios gubernamentales y los periodistas. Y otra razón no menos importante: porque tenemos dignidad.
El artista de verdad es conciente de su valor, y jamás va a rondar los pasillos burocráticos y las redacciones de los diarios.
El requisito establecido por Legname * para participar de la Feria del Libro, es ofensivo y humillante.
Ofensivo, porque presupone que los escritores debemos financiar nuestra propia obra como requisito para ser auspiciados por el gobierno.
Humillante, porque presupone también que debemos desfilar por sus despachos para que “ellos nos aprueben” las obras. Cuando ellos están cobrando suculentos sueldos y tienen un presupuesto que debería ser orientado a sustentar a la difusión de la importante obra de los escritores santiagueños.
Que todo el mundo sabe quiénes somos los escritores santiagueños de verdad.

El Punto y la Coma: ¿Usted se siente discriminado con esta actitud oficial?

Julio Carreras: Absolutamente. No sólo el gobierno demuestra una torpe ignorancia sobre mi obra, sino también los medios de información. Los medios locales hace por lo menos 10 años que no publican una sola obra mía. Y si se ven obligados, por ser un hecho de evidente vigencia pública, como la presentación de un libro donde participé, por ejemplo, lo hacen cuidando de no destacar demasiado mi nombre.
Lo “curioso” es que esos mismos medios me otorgaban páginas enteras en los años 80, y yo fui autoridad literaria en ellos por algún periodo.

El Punto y la Coma: ¿A qué considera se debe este giro?

Julio Carreras: A mi sinceridad, profesionalidad y apego a convicciones éticas.

El Punto y la Coma: ¿Cómo es eso?

Julio Carreras: Mi sinceridad me obliga a no callar acciones de los poderosos en contra de toda la sociedad. Por ejemplo cuando ocurrieron las oprobiosas privatizaciones de Servicios Públicos en Santiago, hubo una gran manipulación periodística, complementaria al gran perjuicio social que ocasionaron esas concesiones. Yo fui uno de los que publicó mucho en contra de eso y ahí empezaron a mirarme mal, quienes antes me entronizaban.
La vigencia de esta sociedad capitalista me obligó a ejercer el periodismo para poder obtener ingresos económicos. Pero juré ser honesto y “defender la verdad”. Y lo cumplí. Ahí está uno de los motivos de mi actual marginación mediática.
Otro factor, es la indolencia. Los periodistas que sobreviven bajo el rasero feroz de los capataces (pomposamente llamados “jefes de redacción”) de los medios, son los más pasivos. Aquellos que soportan casi todo para obtener un sueldo. Salvo honrosas excepciones, quienes también se ven obligados a someterse a un bajo perfil para que no los echen.
Tanto los funcionarios oficiales, como Chaparro, Terrera y Del Vitto saben perfectamente quiénes son los escritores en Santiago del Estero. Chaparro utilizaba mis libros en sus clases de Secundario. Terrera recomendó mi nombre para integrar un diccionario argentino de escritores actuales. Del Vitto, por haber trabajado junto a mí, conoce incluso más que los anteriores la calidad de mi obra.
Pero no debo caerle “simpático” a Legname, supongo. Tal vez porque me atreví a contradecirlo y desbaratar en reuniones sus argumentos culturales. O porque me atreví a publicar, alguna vez, cuestionamientos a sus manejos de fondos públicos. Con razones sólidas, que no deberían molestar a nadie, pues se trató de discusiones conceptuales, no personales.
He ahí el origen de la “distracción” aplicada por los miembros de esta comisión lectora.

El Punto y la Coma: Usted dijo que es duro tener que publicarse su propia obra...

Julio Carreras: Ya lo creo. Mientras vemos al Gobierno de la Provincia de Santiago del Estero destinar millones de pesos a fiestas de borrachos, contratando conjuntos que cobran un promedio de 20.000 pesos por actuación… y a eso se denomina “cultura”... que un escritor valioso, no pueda acceder a los escasos 5.000 pesos que cuesta editar un libro de buena calidad... es en verdad indignante.
El otro día lo encontré a Guillermo Pinto en una oficina pública. Y le dije “Guillermo... decime por favor que no has dejado de escribir... porque vos sos uno de los mejores escritores que conozco, pero hace años no veo publicado nada tuyo...”
Me tranquilizó contándome que ahora muy pronto sale un libro de él. Pero que tuvo que costeárselo por sí mismo. ¡Una ofensa! Que un escritor como él tenga que pagarse la edición de su propia obra es una ofensa.
Y que encima Legname pretenda que desfilemos como corderitos por su despacho a rogarle que nos tenga en cuenta... Es escupir sobre las llagas.

El Punto y la Coma: ¿Entonces usted ve una realidad negra para los verdaderos escritores en Santiago del Estero?

Julio Carreras: No. Veo una realidad luminosa. Porque los escritores no escribimos para Legname ni cualquier otro burócrata de turno. Escribimos para la eternidad. Escribimos porque tenemos un mensaje profundo para transmitir. Y la gente común, las personas que cotidianamente nos cruzamos por las calles, saben eso. Aunque no publiquemos una palabra, en estos diarios impregnados por la perversidad del “mercado”, los pocos lectores que acceden a nuestra obra reconocen nuestro talento. Y lo reconocerá la posteridad, de eso estoy seguro.
Por cierto, hay también excepciones entre los especialistas y funcionarios. Aquí hemos recibido numerosas pruebas de ello.
Pero estos medios de difusión que se regodean publicando historias morbosas de violaciones de niños u otras perversidades, pasarán. Lo mismo que los burócratas.
Nuestra literatura, la de los verdaderos escritores santiagueños, no pasará. Quedará por siempre en la consciencia colectiva, y será parte activa del cultural de nuestra Patria, siempre.


* El “Legname”, a quien se refiere Carreras, es el Subsecretario de Cultura de la Provincia de Santiago del Estero.

Abajo, la información sobre este tema que publicara el día martes 7 de abril el diario santiagueño El Liberal, y que motivara la encuesta respondida por Julio Carreras arriba.

Pocos autores santiagueños en la Feria del Libro por la “escasa producción de obras de calidad”

Por Martín Brao
mbrao@elliberal.com.ar

La Feria Internacional del Libro de Buenos Aires desnudó la preocupante actualidad que atraviesan las letras de la provincia, dado que de las diecinueve obras de autores santiagueños que se presentaron, sólo cuatro fueron seleccionadas por la Dirección de Cultura para participar del evento cultural y editorial considerado uno de los más importantes de Latinoamérica.
Cabe recordar que para la nueva edición, la Dirección de Cultura había establecido una nueva modalidad para participar en la Feria del Libro, que consistía en un proceso de selección a cargo de una Comisión de Lectura integrada por la licenciada Adriana Del Vitto, el licenciado Ramón Chaparro y la profesora Marta Terrera; quienes se encargaron de recibir libros (Narrativa, Poesía y Ensayo) editados en los años 2007, 2008 y 2009 y que no hayan sido presentados con anterioridad en el stand oficial de la provincia.
“Tras haber leído y evaluado los textos contemplando el uso del código, el ajuste a los géneros, los aportes a la literatura santiagueña, la edición y la adecuación a las condiciones de la convocatoria”, la Comisión de Lectura eligió en orden de mérito a los libros “La palabra encendida. Poesías”, de Carlos Eduardo Figueroa; “La señal. Historias mínimas”, de Alicia Fernández Polido; “Poemas que avanzan retroceden”, de Hugo Orlando Ramírez y “Frenesí. Poemas de amor y el erotismo”, de Betty Sayago. Las obras seleccionadas se beneficiarán con la cobertura de gastos estipulados por la Subsecretaría de Cultura para ser presentados en el stand oficial durante la feria en fecha a determinar.
Según adelantaron a EL LIBERAL, los miembros de la comisión, “preocupados ante la escasa producción de obras de calidad”, elevaron un “acta documento (ver aparte) elaborado especialmente sobre los criterios de selección utilizados para merituar las obras”. Además, en la mencionada acta sugieren a la Dirección de Cultura que “estudie la posibilidad de brindar asesoramiento permanente a los creadores locales en todo lo que atañe a la corrección y edición de sus obras”.
De esta manera, la Feria del Libro verá menguada la participación de autores santiagueños que, hasta el año pasado, eran trasladados sin previa evaluación. En ese sentido y de manera acertada, la Dirección de Cultura creó esta Comisión de Lectura que permitirá dar prestigio a la provincia, acorde con la realización de un evento de estas características y que por otra parte puede convertirse en el puntapié inicial “de la discusión de ideas acerca de las condiciones de producción de nuestra literatura”, como redactan los miembros de la comisión.

Santiago en la Feria

Mientras tanto, Santiago del Estero se encuentra ultimando detalles para participar nuevamente de la próxima edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires que será inaugurada el 23 de abril y se extenderá hasta el 11 de mayo.
Fuentes confiables adelantaron a EL LIBERAL desde Buenos Aires, que el día dedicado a la provincia será el viernes 24 a las 21, en la sala Juana Manuela Gorriti, donde se realizará un acto que contará con la participación de escritores santiagueños y autoridades provinciales como la actividad central.
En esta nueva edición, los residentes santiagueños en Buenos Aires tendrán un destacado protagonismo ya que participarán de las diferentes actividades que se realicen en el stand oficial.
Por último, uno de los detalles a los que tuvo acceso este medio es que las dimensiones del stand de la provincia será mucho menor al de años anteriores, debido que tuvo que ser achicado por cuestiones presupuestarias acarreadas por la crisis financiera mundial.

A la comunidad literaria

Dictamen de la Comisión de Lectura, designada para este propósito por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santiago del Estero.

La Comisión de Lectura, integrada por la Lic. Adriana Elisabeth del Vitto, Lic. Ramón Esteban Chaparro y Prof. Marta Graciela Terrera, y que fuera designada por la Dirección de Cultura de la Provincia de Santiago del Estero a los fines de seleccionar, de entre los libros que respondieron a la convocatoria oportunamente realizada por tal dirección, aquéllos que por sus méritos estéticos estuvieran en condiciones de participar como parte de la muestra oficial de la provincia en la 35ª Feria Internacional del Libro, quiere, con el presente documento, dejar sentada su posición respecto de las decisiones tomadas en relación con el propósito de su integración, a partir de las observaciones realizadas durante el análisis de los textos puesto a su consideración.
Con preocupación, esta Comisión de Lectura ha debido dejar de lado 15 (quince) de 19 (diecinueve) publicaciones examinadas. Es decir: casi un 80 % de las mismas. Por ello, la necesidad de dar cuenta, mediante este documento anexado al acta correspondiente, de los criterios desde los cuales ha realizado su lectura.
La escritura es un trabajo de delicadísima ejecución. Y perita. Quien la emprende debe poner en práctica una serie de competencias específicas –lingüísticas, textuales, comunicativas- si quiere llevarla a cabo con eficacia. Un científico, puesto en la necesidad de comunicar los avances de su investigación, seguramente, no elegirá escribir una solicitud sino un informe, pretenderá ser preciso para lo cual seleccionará los términos técnicos propios de su materia y decidirá abundar o no en explicaciones según el grado de especialización de sus destinatarios, entre otras decisiones.
Un escritor de ficciones debe responder por las mismas exigencias. Y aún más. El lenguaje verbal es su instrumento y él debe dominarlo de modo que tanto pueda respetar sus reglas –gramaticales y pragmáticas- como violarlas si eso es lo que su creación le demanda. Es inadmisible que uno solo de sus versos, una sola de sus oraciones, no sea consecuencia de una íntima comunicación entre él y la palabra, porque con ella, y sólo con ella, podrá construir aquellos efectos de sentido que en su propio plan de escritura ha establecido.
Si Juan Rulfo tiene razón en afirmar que la literatura no discurre más que sobre tres temas fundamentales –el amor, la vida, la muerte-, entonces el desafío de un escritor no está en pretender decir algo nuevo porque seguramente, y aun sin darse cuenta, acabará repitiéndose. El desafío de un escritor está en decir lo que ya todos sabemos de un modo que sorprenda. Ser original e indirecta, dice Barthes, es el modo que elige la literatura para conmover al lector, para emocionarlo, para producirle un placer estético.
Pero esta originalidad no puede apreciarse por sí misma, en el vacío, sino sobre el fondo de la vasta producción de obras literarias que la humanidad ha creado a lo largo de su historia. Producción inabarcable, por cierto, pero que sin embargo todo escritor debe proponerse conocer mediante su lectura. Un buen escritor es antes que nada un buen lector. Porque es a partir de ese diálogo con otros escritores que podrá construir su individualidad como tal. Su voz, propia y original.
Desde esta doble conciencia, de la escritura como un trabajo y de la lectura como un proceso que permite reconocer posiciones no ocupadas aún, un escritor estará en mejores condiciones de hacerse cargo de que la literatura es una construcción estética y no un discurso que se agota en la mera efusión de sentimientos.
La literatura no resulta de la confesión espontánea de las emociones sino, como se ha dicho, de la laboriosa tarea de exploración acerca de las posibilidades de la palabra de comunicar una vieja idea como si tratara de una recién llegada.
Es deseo de esta comisión promover en el interior de la comunidad literaria santiagueña, especialmente, no la polémica entre personas -estéril y destructiva- sino la discusión de ideas acerca de las condiciones de producción de nuestra literatura. Por último, esta comisión quiere, respetuosamente, sugerir a la Dirección General de Cultura de la Provincia de Santiago del Estero la constitución de un equipo consultor permanente para que las personas que deseen publicar sus libros cuenten con un asesoramiento gratuito que los ayude a mejorar la calidad de sus publicaciones tanto en lo que se refiere a su contenido como a su edición. Atentamente.

Lic. Adriana E. Del Vitto, Lic. Ramón E. Chaparro, Prof. Marta G. Terrera

www.agenciadin.com.ar


Prensa canalla, cultura reptílica

Por: Julio Carreras

Hoy los dos pseudodiarios de Santiago del Estero contestan mis cuestionamientos sobre la política cultural de los funcionarios y los medios. Esto demuestra no mi importancia personal sino la importancia que han adquirido los medios de internet. La difusión que alcanzaron nuestros argumentos en los últimos días forzaron estas publicaciones patéticas. Ambos medios controlados por el poder económico y político provincial dedican amplias páginas al tema.
Se las ingenian para no mencionarme en absoluto. Ello no me importa, pues jamás busqué ser una estrella. Por eso en tiempos que El Liberal me dedicaba grandes espacios y me consideraba un escritor paradigmático, tuve aquel roce conceptual con cierto ingeniero.
Había ido a hacer un trámite a una repartición municipal. Su jefe, un joven ingeniero, me recibió muy cordialmente. Enseguida me dijo:
-¿Usted es el famoso escritor Julio Carreras?
- Así es-, contesté.
-¡Yo lo admiro mucho! -aseguró.
- Gracias... ¿cuál de mis libros le interesó a usted? -, pregunté, por cumplimiento.
- La verdad es que no leí ninguno -me dijo.
- ¿Entonces como es que me admira? -me asombré.
- ¡Por las publicaciones de los diarios! ¡Importantes especialistas dicen que usted es un gran escritor!-, me contestó.
Lo miré serio espetándole que me parecía muy frívolo admirar a un escritor sin haber leído sus libros. Mi esposa me regañó un poco al contarle la anécdota; opinó que había sido descortés hacia él.
Precisamente. Los prestigios en "literatura santiagueña" se construyen ahora y siempre en base a cortesía y buenas relaciones, más que sobre el talento y el esfuerzo.
Pero quienes optamos por el trabajo y el renunciamiento para ser Escritores Profesionales, buscamos la difusión de nuestra obra, más que el halago personal.
Por ello indigna la mezquindad y la canallez de la política cultural no sólo ahora: eternamente en Santiago.
Por ello nos indigna que jamás haya presupuesto oficial para ediciones, en un medio donde los pocos editores de libros son tan groseramente mercantilistas que lo único digno de ser publicado en su criterio son libros para abogados y contadores, leyes impositivas, judiciales, o uno que otro texto universitario.
Legname, quien se presenta recubierto de un barniz intelectual, ha editado la obra de importantes escritores santiagueños... de 70 años atrás. Al parecer lo ha hecho para su uso personal, pues casi nadie tiene acceso a esas ediciones (posiblemente sus amigos). Al igual que la reedición completa de la famosa revista local La Brasa, de Canal Feijóo. Enfundada en una coqueta caja, esta obra es una joya cultural a quien "las hordas" (así llama Legname a nuestro pueblo) no deben tener acceso, según el criterio de la Subsecretaría de Cultura local.
Una situación ingnominiosa me tocó vivir hace poco más de un año, cuando fui a gestionar la edición de un libro. El libro, un Diccionario de Astronomía en tres tomos, fue escrito a lo largo de gran parte de su vida por el ingeniero Juan Manuel Aragón.
Es una obra excelente y magníficamente escrita, actualizada hasta el tercer milenio. Con un lenguaje sencillo, elegante, la considero capaz de instruir a los lectores de un amplísimo rango. Desde alumnos de escuela secudaria, hasta a científicos o especialistas.
Luego de solicitar autorización a su hijo, quien conserva los originales (el ingeniero, como se sabe, ha fallecido), con mi mejor entusiasmo decidí acudir a la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados.
En la portería no sabían siquiera de la existencia de Dicha Comisión de Cultura. Sin embargo, al señalarme su despacho un empleado viejo, me asombré por lo espacioso y cómodo del lugar que le habían asignado.
Una secretaria -que se presentó como licenciada no-sé-cuanto-, ya cuarentona aunque físicamente bien proporcionada me atendió. Fumaba sin parar y apenas pude anunciar mi deseo de hacer una gestión cuando empezó a hablar también de un modo que resultaba abrumador. Cuando estaba escuchando su catarata de palabras, llegó un legislador, quien pidió un desayuno. Después de presentarlo, la mujer siguió hablando (al punto que debí pedirle por favor me dejara expresar mi proyecto aunque más no fuera en síntesis). Igual hubiera sido no haberlo hecho: la mujer deseaba hacerme entender que en la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados no se resolvía nada cultural. Terminó sugiriéndome -como buena burócrata-, que presentara una nota. Pero no dirigida a la Comisión Cultural, sino... al presidente de la Honorable Cámara de Diputados, señor Nicolai.
Tragué mi amargura, regresé a casa, me senté ante la computadora, hice la nota, y al día siguiente fui a dejarla en el despacho de Nicolai.
Un par de semanas después -se sabe que los diputados son hombre "muy" ocupados- intenté que me recibiera. Sólo pude acceder a una conversación con la secretaria, una chiquilla muy cordial, en la escalera que conducía a la oficina de Nicolai.
La niña fue muy cordial -incluso me llamó por teléfono después, para informarme que por fin había logrado detectar el destino de la nota. El cual era... el despacho de Legname.
Como sé que a Legname le interesan más auspiciar peñas que libros (estos no dan réditos políticos), deseché pues para siempre mis gestiones.
Así están y estuvieron las cosas en Santiago del Estero, desde hace unos 50 años atrás, en el campo de la literatura y las artes.

www.adinsantiago.com.ar



VOLVER A COLUMNAS
 

     Todos los libros están en Librería Santa Fe