Crónica del hombre masa

Alejandro Margulis

Angel Cadelli es un hombre alto y sanguíneo, de alta pelada y barba corta, prolija, cuyos ojos hendidos y veloces van de acá para allá como los de un pájaro; tal vez por el modo nervioso en que los mueve es que le dicen “Lechuza”. O tal vez el apodo le viene por su costumbre de levantarse temprano para estar recorriendo a las seis y media los fríos galpones del Astillero Río Santiago (Ensenada, Provincia de Buenos Aires), entre los obreros de la compañía recuperada por sus trabajadores que más lo estiman, y también entre quienes no lo quieren.
“Camino todos los días a las seis y media. Todos me tienen ahí para decirme lo que quieran. Esa exposición y contacto con la masa es el que te salva de que te entornen, de olvidarte de donde venís”, explica en un aula céntrica de la ciudad de Buenos Aires, vestido con su overol azul marino que tiene cosidas una cerca de la otra, como si fueran una sola cosa, las señas visibles de su identidad: el emblema en felpa de Río Santiago, su nombre y apellido y la bandera argentina.
Designado cuatro veces por la asamblea para trabajar en las gerencias, y actual vicepresidente de la fábrica de barcos más grande de Latinoamérica, “Lechuza” prefiere seguir presentándose en público como hijo de una sirvienta y un carpintero. Podría jactarse de la “carrera” que hizo en poco tiempo a pesar de ese origen humilde. Hacer alarde de cómo su rol fue fundamental cuando el astillero estaba prácticamente quebrado y él era uno más de los 1150 empleados que quedaban. Detallar ordenadamente cómo llegó a ser uno de los ejecutivos que en los hechos comanda a las 2600 personas que viven de ese emprendimiento cooperativo en la actualidad. Pero en vez de narrar su ascenso jerárquico prefiere repasar en aparente desorden la peripecia conjunta de todos los hombres del astillero, a lo largo de tres décadas, y decir que él ahora aspira, lo mismo que los demás, a que en la planta haya más de 3000 obreros trabajando (en algún otro reportaje, más entusiasta, declaró que la meta era llegar a emplear a 9000). “No vamos a parar hasta que lo consigamos”, dice con energía pero sin referirse a sí mismo en ningún momento como el líder natural que en rigor es.
De modo que puesto en la halagadora ocasión de conversar con un grupo de estudiantes y estudiosos (de la Cátedra Autónoma de Comunicación Social Lavaca.org, pero podríamos también decir de alguna de las universidades latinoamericanas que suelen invitarlo a dar sus charlas), Angel “Lechuza” Cadelli elige narrarse a sí mismo con la humildad de quien sabe que no es nada sin los otros; ni siquiera cede a la tentación de hacerlo cuando surge en el aire la insinuación de que su rol lo hace más importante que los demás. “Un miembro informante de privilegio tiene que ser cuidadoso con su opinión porque pesa más que la de los compañeros. No te podés llevar por delante a otros que a veces tienen primaria incompleta”, dirá.

Epica de la resistencia

“Los laburantes tenemos que considerarnos a nosotros mismos”

“Yo tengo fama de optimista. Siempre fui el medio pelotudo, el soñador… A solas conmigo mismo he tenido momentos difíciles, eso sí. Pero los supe guardar. Los guardás porque los compañeros te ven la cara. Son momentos muy especiales. El hilo de la continuidades la resistencia puede ser terriblemente delgado. Aunque la masa es muy poderosa somos muy poquitos militantes…
“Y bueno, con el primer despido yo no estaba preparado, porque lo único que sé hace es pensar en voz alta. Lo más bravo que tengo es la forma insultante en que pienso. Y mi alegría. Eso es lo que le duele al sistema. Lo que más les dolía era que festejábamos… Y con el primer despido me agarraron muy mal. Me despidieron bien, me depositaron toda la indemnización en la fábrica… pero estaba en mi casa sin hacer nada… Recuerdo que entonces los compañeros fueron fundamentales para mí. Fernando Achucarro, Carlitos Raimundo, el flaco Smith, el radical Pichuqui Rodríguez, el rusito Moussa… Que me perdone alguno si no me acuerdo de ellos… Cuando me defendían, además de defenderme me pedían que aguantara, que no agarrara la indemnización porque ellos sabían que de alguna forma iba a salir adelante. Porque yo era la primera ficha de un dominó. En esa situación tenía a mi espalda a todos los compañeros del astillero, que no podían prescindir de la alegría.
“Y yo me di cuenta que en esa carpa, la carpa que se armó para sostener la cosa, tomando mate amargo, comiendo chorizos verdes de lo viejo que estaban, yo me di cuenta que ahí estaba todo el afecto del astillero Río Santiago. Y al darme cuenta eso se convirtió en una bronca mucho más útil. Porque los laburantes no nos consideramos a nosotros mismos condición suficiente de planificación. Fíjense cómo los compañeros cambian cuando se casan. Porque cuando se casan tienen la responsabilidad de que van a tener que cuidar a alguien más que a ellos mismos. Y eso fue lo que me pasó a mí en ese momento muy difícil, cuando los compañeros me ayudaron a salir adelante. Entendí que había un destino colectivo para todos nosotros. Pero para eso teníamos que hacernos cargo todos de nuestro propio destino… Porque lo primero no es ser infalible. La fuerza la da la unidad. La división es más peligrosa que el error. Y eso está metido en la sangre de todos nosotros”

Cadelli porta en su haber tres despidos con sus reincorporaciones y cuatro causas penales abiertas que lo enorgullecen aunque lo coloquen, como él mismo dice irónicamente, “en un limbo jurídico”.
El relato de los enfrentamientos con la policía o las fuerzas de seguridad que mantuvieron desde los años previos a la dictadura militar -“tuvimos setenta desaparecidos en el Proceso, pero la Triple A nos empezó a voltear gente en el 75”, deslizará- adquiere en su estilo, inesperadamente histriónico y locuaz, visos de gesta épica: “En los ‘90 Menem nos mandó a fajar con la Federal, con la Bonaerense , nos metió la merca en la fábrica, nos hizo operaciones de inteligencia, nos mandó la SWAT para cagarnos a palos… El helicóptero SWAT lo inauguraron con nosotros… Este hijo de puta nos mandaba todos los fachos… Pero salimos de todas esas. Un poco con cabeza y otro poco con coraje”.
El relato adquiere de pronto aires de sainete criollo. Cuando a comienzos de los años 90 fueron a negociar con el entonces subsecretario general de la Presidencia, Luis Prol, el funcionario menemista quiso ser irónico con ellos. “Vayan a llorar a la Iglesia”, recuerda Cadelli que les dijo. “Bueno, fuimos… a ver al cardenal Quarracino. Le metimos 1300 feligreses en la Catedral. Quarracino no lo podía creer. Nos mandó la Federal. `Mire, nos mandó Luis Prol a llorar acá’, le dijimos.”
No muy diferente es el tono en que cuenta cómo obligaron a Canal 13 a hacerles una nota tomando al periodista Santo Biasatti “de rehén”; la pasión con que una locutora se entusiasmó tanto con uno de los reclamos que terminó calificando a la Sociedad Rural Argentina como “la cuna de la oligarquía argentina” y el modo en que la gente intentó una vez convencer a la policía para que nos los reprimieran.
“Eramos trescientos pero ese día estábamos medio deprimidos. Estos conflictos, si se quiebran, son muy difíciles de rearmar. Para variar, teníamos la policía encima. Estábamos en pleno centro. Pero más asustados por perder el hilo del conflicto que por lo que podía pasarnos nos pusimos brazo con brazo (para que no se desbande la cosa). Los milicos sobando los palos. ‘Pero ustedes no le van a pegar a esa gente. Es gente que está reclamando por sus derechos’, empezaron a decirle a los canas las personas en la calle. Así estuvimos un rato largo. Hasta que un iluminado nuestro, con una voz temblorosa del cagazo, empezó: ‘Oíííd mortales…’. ‘¡Síii, hay que cantar el himno!’ Empezamos a cantar todos pegados. Llovían papeles de los edificios… Los policías entraron a sacar los handys. Se subieron otra vez a los camiones y ahí nos volvió de vuelta la sangre de león: ‘¡As-ti-lle-rooo! ¡As-ti-lee-rooo!’”
Es fácil reír escuchando las historias de este narrador oral fuera de lo común, porque si algo tiene el hombre en su haber, además de la indudable coherencia ideológica y la capacidad de lucha, es el don de hacer visibles los incidentes que vivió y vivieron sus compañeros de resistencia a lo largo del tiempo. Tan consciente es de ese talento que si en algo no tiene problemas de mandarse la parte es en confesar otra clase de picardías: “A veces tengo alguna cita pero no porque haya leído mucho a Gramsci o a Marx. Me han preguntado si los leí. No. Nunca. Cuando quiero saber algo de Marx voy, le aprieto la tecla al marxista de la fábrica y me da una clase. O al troskista lo mismo: ‘Che, ¿quién era Trotsky?’.’Ah, no sabés…’. Y el groncho peronista igual…”.
Pero la suya no es la habilidad del ventrílocuo solitario; cuando Cadelli dice “nosotros” está haciendo mucho más que una suma narcisista de los “YO” de la fábrica. Lo explica sencillo (y quizás sería bueno leer dos veces lo que está diciendo para vislumbrar una salida a la apatía solipsista del presente): “Esta ideología del nosotros es porque ninguno puede trabajar individualmente. Nadie es tan bueno para poder absorver la totalidad de conocimientos que se necesitan para hacer un barco, con todas las partes y elementos complicadísimos que tiene. ¿Quién puede tener el cerebro, la cabeza tan brillante para poder almacenar todo eso? Nadie. Tenés que agarrar el conocimiento que está adentro de una persona y hacerlo colectivo para que se pueda hacer. Entonces el Yo casi no existe en nuestra tarea cotidiana. Treinta años de esta cultura te marca ideológicamente. Sos un sujeto, sí. Pero sos un sujeto colectivo. Vos sos vos pero en tu casa. Cuando construís la historia la construís en Nosotros. No podés contarla de otra manera. ¿Te imaginás la cantidad de ángulos que tiene cada historia? Por eso la pluralidad es nuestra fuerza”.
Un fresco coral entonces, o las escenas de una película de masas como hace mucho no se filma en la Argentina, se despliega una vez más en el aula céntrica fascinando al auditorio.

Tomar decisiones

Después de un rato Cadelli estira sus largas piernas frente a sí y apoya cómodamente la espalda en el respaldo de la silla, que coincide con el borde la pizarra; no ha mirado una sola vez el grabador que le han colocado al lado sino que fue siguiendo, sonriente y por momentos melancólico, las caras del auditorio. Se lo nota un hombre positivo y feliz, seguro del mensaje militante que va dando.
Crítico de los burócratas de escritorio -apoltronados en lo que define como “el pancismo de la clase media”-, Cadelli empezó su charla reivindicando a rajatabla los sufrimientos y el esfuerzo de los trabajadores del astillero no sólo para sobrevivir sino para tomar decisiones fundamentales: “Nosotros, a través del sufrimiento, fuimos creando tareas”, dijo apenas empezó a hablar. “En las asambleas llegamos a tener más de veinte oradores, desde las siete y media hasta las doce de la noche, sin interrupciones. Estos debates nos sacaron adelante. Y no fueron sólo por reivindicaciones salariales: discutíamos la construcción del cien por ciento de los patrulleros de alta mar o la concreción de contratos millonarios. Porque cuando las papas quemaban no estaban los iluminados universitarios. Soldadores, caldereros nos devanábamos los sesos para ver qué hacer. Toda la materia gris estaba pensando en la comodidad, en la casita…”
Recién cuando la charla estuvo avanzada Cadelli mencionó, al pasar, que es ingeniero, y sin que se le cambiara un ápice el tono de voz contó cómo tuvo a su cargo la negociación del primer contrato de financiación en la nueva etapa del astillero. Fue en el año 2002, a poco de convertirse en una empresa del Estado cogestionada por sus trabajadores, cuando tuvo que ocuparse él en persona de persuadir a una de las financieras alemanas que habitualmente invertían en el astillero de que a pesar de los cambios en la administración también ellos iban a poder hacerse cargo de la producción. “Pedí 4 millones de dólares. Pero para darnos el dinero para la construcción del buque el alemán me pidió un cronograma que había que entregar al día siguiente. Le dije que en quince días. Me dijo que antes en un día lo tenían… Le dije: ‘Sí, la diferencia es que esta vez vamos a cumplir’. Quince días después no trajo 4 sino 2 millones. Pero 200.000 por mes... La entrega se cumplió en término y recuperamos el crédito”.
Así las anécdotas dejaron espacio al balance: “De esta manera, un poco azarosa, sin muchas contradicciones, logramos sobrevivir”, dijo y el público asintió.

Texto e ilustraciones: Alejandro Margulis


Alejandro Margulis nació en Boston, Estados Unidos, en 1961, pero reside permanentemente en Buenos Aires. Publicó cinco libros: dos de ficción y tres periodísticos. El libro de relatos "Papeles de la mudanza" [1988], la novela "Quién, que no era yo, te había marcado el cuello de esa forma" [1993] y "Junior, Vida y Muerte de Carlos Menem [h.]" [1999] se encuentran en www.elaleph.com. Docente de la Universidad de Buenos Aires [UBA],  ex Clarin y ex La Nación, dicta cursos de Literatura, Periodismo y Teoría de los Medios en www.ayeshalibros.com.ar. Director de la legendaria revista Ayesha, nacida en papel en los 70 y resurgida digitalmente en internet: http://www.ayeshalibros.com.ar/html/queesayesha.htm. Autor de Fin de cita y Fuera de foco

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