Entre los hombres fríos de mi tiempo señalo a las jerarquías
clericales cuya inmensa mayoría padece de una inconcebible indiferencia
frente a la realidad sufriente de los pueblos. Declaro con absoluta
sinceridad que me duelen como un desengaño estas palabras de
mi dura verdad. Yo no he visto sino por excepción entre los
altos dignatarios del clero generosidad y amor... como se merecía
de ellos la doctrina de Cristo que inspiró la doctrina de Perón.
En ellos simplemente he visto mezquinos y egoístas intereses
y una sórdida ambición de privilegio. Yo los acuso desde mi
indignidad, no para el mal sino para el bien. No les reprocho
haberlo combatido sordamente a Perón desde sus conciliábulos
con la oligarquía. No les reprocho haber sido ingratos con Perón,
que les dio de su corazón cristiano lo mejor de su buena voluntad
y de su fe. Les reprocho haber abandonado a los pobres, a los
humildes, a los descamisados, a los enfermos, y haber preferido
en cambio la gloria y los honores de la oligarquía. Les reprocho
haber traicionado a Cristo que tuvo misericordia de las turbas.
Les reprocho olvidarse del pueblo y haber hecho todo lo posible
por ocultar el nombre y la figura de Cristo tras la cortina
de humo con que lo inciensan. Yo soy y me siento cristiana.
Soy católica, pero no comprendo que la religión de Cristo sea
compatible con la oligarquía y el privilegio. Esto no lo entenderé
jamás. Como no lo entiende el pueblo. El clero de los nuevos
tiempos, si quiere salvar al mundo de la destrucción espiritual,
tiene que convertirse al cristianismo. Empezar por descender
al pueblo. Como Cristo, vivir con el pueblo, sufrir con el pueblo,
sentir con el pueblo. Porque no viven ni sufren ni sienten ni
piensan con el pueblo, estos años de Perón están pesando sobre
sus corazones sin despertar una sola resonancia. Tienen el corazón
cerrado y frío. ¡Ah, si supieran qué lindo es el pueblo, se
lanzarían a conquistarlo para Cristo que hoy, como hace dos
mil años, tiene misericordia de las turbas!
Documentos:
La Plata, 1977 - Directiva del Ministerio de Educación de
la Pcia. de Bs. As. donde se transmiten las "patrióticas
reflexiones" de su eminencia reverendísima (sic), el arzobispo
de La Plata, Monseñor Plaza.
Horacio Verbitsky participó
en un seminario organizado por la Universidad de Roma y el Instituto
Latinoamericano de Italia, con algunos de los principales especialistas
en la Argentina y América Latina, entre ellos Loris Zanatta, Vanni Blengino
y Camilla Cattarulla, el ex cónsul Enrico Calamai y el profesor Claudio
Tognonato. También presentó en la Feria del Libro de Turín la edición
italiana de su libro "El silencio" y dio dos conferencias en la Universidad
de Milán. Esta fue su exposición en Roma.
La política de desaparición forzada de personas fue adoptada por los
altos mandos de las Fuerzas Armadas argentinas antes de la toma del
poder, el 24 de marzo de 1976, y es la clave del fracaso de su gobierno,
que se extendió hasta diciembre de 1983.
Antes del golpe, el Comandante de Operaciones Navales reunió a las planas
mayores de todas las unidades de la mayor base naval de la Argentina.
Les explicó que los detenidos que fueran condenados a muerte por tribunales
secretos y sin garantías de defensa serían trasladados en aviones navales
hasta alta mar y arrojados a las aguas. Dijo que se había consultado
ese método con las autoridades eclesiásticas. Cuando los oficiales regresaban
angustiados de los vuelos, los capellanes les decían que en la guerra
había que matar, pero que el vuelo era una forma cristiana de muerte,
porque las víctimas no sufrían. Con parábolas bíblicas adaptadas a la
lógica cuartelera les explicaban que era preciso separar la paja del
trigo.
El Episcopado argentino
fue conducido durante las dos décadas previas al golpe por obispos integristas.
El revival tomista iniciado por León XIII, la Acción Católica organizada
por Pío XI como una milicia al servicio de la jerarquía para la catolización
de la sociedad, entraron en crisis a partir del mensaje de Pío XII en
la Navidad de 1944, de resignada aceptación de la democracia pluralista
que se divisaba en el horizonte político luego del colapso de los totalitarismos.
Monseñor Tortolo sobre
la situación política en 1976.
Lejos de ello, en la Argentina retuvo los principales arzobispados del
país y la propia presidencia de la Conferencia Episcopal, a través de
los obispos Antonio Caggiano y Adolfo Tortolo, quienes también fueron
titulares del Vicariato general castrense.
Recibieron el aporte intelectual y de cuadros de una organización que
se destacó en la guerra colonial de Argelia, Cité Catholique. Sus capellanes
apoyaron los métodos criminales del Ejército francés y acompañaron la
posterior rebelión de la OAS. Después de la derrota coroneles y capellanes
huyeron a la Argentina, donde a cambio de refugio enseñaron los métodos
del secuestro, la tortura y la desaparición forzosa. Usaban para el
adiestramiento en la Argentina la película que Gillo Pontecorvo filmó
para denunciar las atrocidades cometidas en La battaglia di Algeri.
En la Argentina como en Francia se basaban en el derecho natural y la
doctrina cristiana para reivindicar la licitud de medios descartados
por lo que llamaban "el sentimentalismo liberal", entre ellos la tortura
y la ejecución aun de opositores no armados en una guerra justa. Pero
mientras el primado de Francia y vicario general castrense, cardenal
Feltin, condenaba esos procedimientos como anticristianos, el primado
de la Argentina y vicario general castrense, cardenal Caggiano, los
aprobaba.
La obra cumbre de Cité Catolique es El marxismo-leninismo, un libro
escrito en 1961 por su fundador Jean Ousset. La obra se publicó en Buenos
Aires pocos meses después que en Francia. Su traductor fue el coronel
jefe de la inteligencia del Ejército y su prologuista, el cardenal Caggiano.
Según Caggiano, se debe "preparar el combate decisivo", aunque los enemigos
todavía "no han presionado las armas". Como suele ocurrir en un continente
de importación la doctrina del aniquilamiento precedió al alzamiento
revolucionario.
Mientras Caggiano proponía
la cruzada medieval contra los moros como el paradigma a seguir para
la lucha contra el comunismo en las últimas décadas del siglo XX, el
Concilio Vaticano II avanzaba un paso más allá que Pío XII y en la reconciliación
con el mundo incluía hasta al bloque soviético.
Los integristas argentinos resistieron el aggiornamento cuanto pudieron.
El obispo cismático francés Marcel Lefébvre menciona al cardenal argentino
Caggiano entre quienes lo apoyaban pero prefirieron no manifestarse
en minoría, a la espera de una oportunidad más propicia.
De
Mugica a Baseoto
"La Iglesia Latinoamericana, reunida en la Segunda Conferencia
General de su Episcopado, centró su atención en el hombre
de este continente, que vive un momento decisivo de su proceso
histórico. De este modo ella no se ha" desviado" sino que
se ha "vuelto" hacia el hombre, consciente de que "para
conocer a Dios es necesario conocer al hombre".
"La Iglesia ha buscado comprender este momento histórico
del hombre latinoamericano a la luz de la Palabra, que es
Cristo, en quien se manifiesta el misterio del hombre.
"Esta toma de conciencia del presente se torna hacia el
pasado. Al examinarlo, la Iglesia ve con alegría la obra
realizada con tanta generosidad y expresa su reconocimiento
a cuantos han trazado los surcos del Evangelio en nuestras
tierras, aquellos que han estado activa y caritativamente
presentes en las diversas culturas, especialmente indígenas,
del continente; a quienes viven prolongando la tarea educadora
de la Iglesia en nuestras ciudades y nuestros campos. Reconoce
también que no siempre, a lo largo de su historia, fueron
todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al Espíritu
de Dios. Al mirar el presente comprueba gozosa la entrega
de muchos de sus hijos y también la fragilidad de sus propios
mensajeros. Acata el juicio de la historia sobre esas luces
y sombras, y quiere asumir plenamente la responsabilidad
histórica que recae sobre ella en el presente.
"No basta por cierto reflexionar, lograr mayor clarividencia
y hablar; es menester obrar. No ha dejado de ser esta la
hora de la palabra, pero se ha tornado, con dramática urgencia,
la hora de la acción. Es el momento de inventar con imaginación
creadora la acción que corresponde realizar, que habrá de
ser llevada a término con la audacia del Espíritu y el equilibrio
de Dios. Esta asamblea fue invitada a "tomar decisiones
y a establecer proyectos, solamente si estábamos dispuestos
a ejecutarlos como compromiso personal nuestro, aun a costa
de sacrificio".
"América Latina está evidentemente bajo el signo de la transformación
y el desarrollo. Transformación que, además de producirse
con una rapidez extraordinaria, llega a tocar y conmover
todos los niveles del hombre, desde el económico hasta el
religioso.
"Esto indica que estamos en el umbral de una nueva época
histórica de nuestro continente, llena de un anhelo de emancipación
total, de liberación de toda servidumbre, de maduración
personal y de integración colectiva. Percibimos aquí los
prenuncios en la dolorosa gestación de una nueva civilización.
No podemos dejar de interpretar este gigantesco esfuerzo
por una rápida transformación y desarrollo como un evidente
signo del Espíritu que conduce la historia de los hombres
y de los pueblos hacia su vocación. No podemos dejar de
descubrir en esta voluntad cada día más tenaz y apresurada
de transformación, las huellas de la imagen de Dios en el
hombre, como un potente dinamismo. Progresivamente ese dinamismo
lo lleva hacia el dominio cada vez mayor de la naturaleza,
hacia una más profunda personalización y cohesión fraternal
y también hacia un encuentro con Aquel que ratifica, purifica
y ahonda los valores logrados por el esfuerzo humano.
"El hecho de que la transformación a que asiste nuestro
continente alcance con su impacto la totalidad del hombre
se presenta como un signo y una exigencia.
"No podemos, en efecto, los cristianos, dejar de presentir
la presencia de Dios, que quiere salvar al hombre entero,
alma y cuerpo. En el día definitivo de la salvación Dios
resucitará también nuestros cuerpos, por cuya redención
gemimos ahora, al tener las primicias del Espíritu. Dios
ha resucitado a Cristo y, por consiguiente, a todos los
que creen en El. Cristo, activamente presente en nuestra
historia, anticipa su gesto escatológico no sólo en el anhelo
impaciente del hombre por su total redención, sino también
en aquellas conquistas que, como signos pronosticadores,
va logrando el hombre a través de una actividad realizada
en el amor.
Así como otrora Israel, el primer Pueblo, experimentaba
la presencia salvífica de Dios cuando lo liberaba de la
opresión de Egipto, cuando lo hacía pasar el mar y lo conducía
hacia la tierra de la promesa, así también nosotros, nuevo
Pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva,
cuando se da "el verdadero desarrollo, que es el paso, para
cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas,
a condiciones más humanas. Menos humanas: las carencias
materiales de los que están privados del mínimum vital y
las carencias morales de los que están mutilados por el
egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen
del abuso del tener y del abuso del poder, de las explotaciones
de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones.
Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de
lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales,
la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la
cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración
de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu
de pobreza, la cooperación en el bien común, la voluntad
de paz. Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte
del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos
es la fuente y el fin. Más humanas, por fin, y especialmente,
la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los
hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama
a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo,
Padre de todos los hombres".
"En esta transformación, detrás de la cual se expresa el
anhelo de integrar toda la escala de valores temporales
en la visión global de la fe cristiana, tomamos conciencia
de la "vocación original" de América Latina: "vocación a
aunar en una síntesis nueva y genial, lo antiguo y lo moderno,
lo espiritual y lo temporal, lo que otros nos entregaron
y nuestra propia originalidad".
"En esta Conferencia General del Espiscopado Latinoamericano
se ha renovado el misterio de Pentecostés. En torno a María,
Madre de la Iglesia, que con su patrocinio asiste a este
continente desde su primera evangelización, hemos implorado
las luces del Espíritu Santo y, perseverando en la oración,
nos hemos alimentado del pan de la Palabra y de la Eucaristía.
Esta Palabra ha sido intensamente meditada.
"Nuestra reflexión se encaminó hacia la búsqueda de una
nueva y más intensa presencia de la iglesia en la actual
transformación de América Latina, a la luz del Concilio
Vaticano II, de acuerdo al tema señalado para esta Conferencia.
"Tres grandes áreas, sobre las que recae nuestra solicitud
pastoral, han sido abordadas en relación con el proceso
de transformación del continente.
"En primer lugar, el área de la promoción del hombre y de
los pueblos hacia los valores de la justicia, la paz, la
educación y la familia.
"En segundo lugar, se atendió a la necesidad de una adaptada
evangelización y maduración en la fe de los pueblos y sus
elites, a través de la catequesis y la liturgia.
"Finalmente se abordaron los problemas relativos a los miembros
de la Iglesia, que requieren intensificar su unidad y acción
pastoral a través de estructuras visibles, también adaptadas
a las nuevas condiciones del continente.
"Las siguientes conclusiones son el resultado de la labor
realizada en esta Segunda Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, en la esperanza de que todo el Pueblo de
Dios, alentado por el Espíritu, comprometa sus fuerzas para
su plena realización.
[Introducción de los DOCUMENTOS FINALES DE MEDELLIN, 1968
II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO (CELAM)]
Más información: http://www.mscperu.org/biblioteca/1magisterio/america_lat/bl_medellin.htm
Esta postura realmente revolucionaria de la iglesia latinoamericana
fue finalmente abortada en la década siguiente, debido a
los realineamientos del interior de la Iglesia promovidos
por el papado conservador de Juan Pablo II, merced a cuyo
apostolado la Iglesia hizo -una vez más- su sincera opción
por los ricos.
En 1969 el Episcopado argentino aprobó un documento en el que intentó
leer los signos de los tiempos, según el Concilio y los documentos del
CELAM en Medellín. A instancias de una minoría activa de obispos dijo
que las injustas estructuras de opresión equivalían a un pecado y que
si la dominación se expresaba en todos los terrenos, también la liberación
debería darse en los campos político, económico, social y cultural.
Los obispos argentinos declararon que participarían en el proceso de
liberación con la violencia evangélica del amor. Pero cuando una generación
de jóvenes católicos trató de aplicar esas enseñanzas, encontró al Episcopado
estrechando filas con los defensores de esas estructuras del pecado,
bendiciendo las armas de quienes irían a masacrarlos y aconsejándoles
métodos represivos que permitieran a la Iglesia mirar hacia otro lado,
como la desaparición forzada de personas.
La experiencia de Chile, donde el primer campo de concentración funcionó
en un estadio de fútbol a la vista del mundo, fue decisiva. No menos
anticomunista que sus pares argentinos, el cardenal Raúl Silva Henríquez
denunció estos atropellos y la Iglesia se convirtió en el principal
antagonista de la política represiva de Pinochet. El Episcopado argentino
eligió la clandestinidad, para no tener que pronunciarse. Tan remiso
fue a denunciar lo que ocurría que las primeras listas de víctimas y
los primeros pedidos de explicaciones fueron impulsados por algunos
obispos brasileños, como el arzobispo de San Pablo, Paulo Evaristo Arns.
Los secuestros se realizaban a la vista de los vecinos de las casas
saqueadas o de los compañeros de trabajo en las oficinas tomadas por
asalto, por hombres armados que ostentaban signos inequívocos de autoridad
oficial y en muchos casos protección policial. Sin embargo, cuando los
familiares que habían asistido impotentes a la desaparición recurrían
al sistema judicial en busca de informaciones, decenas de miles de veces
la respuesta fue negativa. Nada se sabe de esa persona, ninguna autoridad
pública ordenó su detención, es imposible determinar dónde se encuentra.
Esta combinación de evidencia y negación tuvo efectos devastadores y
erigió a la política de desaparición de personas en la principal fuente
del terror. Las cosas más atroces podían suceder sin perturbar la apariencia
de normalidad con que continuaba la vida cotidiana de quienes no habían
padecido esa experiencia siniestra. El Episcopado expresaba su preocupación,
pero en términos tan generales que podría pensarse que las personas
desaparecidas fueron llevadas de viaje en un platillo volador por misteriosos
extraterrestres. Al declarar en el juicio a las juntas de 1985, el periodista
Jacobo Timerman explicó por qué se había resuelto proceder al margen
de la ley. El jefe de la Armada, almirante Emilio Massera, le dijo que
una palabra del Vaticano afectaría "el crédito internacional".
–Sería preferible que dictaran la ley marcial y aplicaran la pena de
muerte, pero con oportunidad de defensa ante un tribunal –argumentó
Timerman.
–En ese caso intervendría el Papa, y contra la presión del Papa sería
muy difícil fusilar, respondió un colaborador de Massera.
Pocos meses después el propio Timerman fue secuestrado. En demostración
de su teoría, salvó la vida por la intervención del Vaticano.
También el general Ramón Genaro Díaz Bessone, uno de los seis más altos
jefes militares que tomaron el poder en 1976 y que una vez retirado
del Ejército fue ministro de Videla y escribió varios libros justificatorios
de la guerra sucia, explicó que el método de la desaparición forzada
de personas se adoptó por temor a la reacción del Vaticano. En una entrevista
con la periodista francesa Marie-Monique Robin, explicó así las razones
de la clandestinidad represiva:
–¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar 7.000? Al fusilar tres nomás,
mire el lío que el Papa le armó a Franco. Se nos viene el mundo encima.
Usted no puede fusilar 7.000 personas.
Es posible que el carácter clandestino del exterminio haya demorado
el comienzo de la presión internacional sobre la Junta Militar. Pero
la pretensión de que era posible desaparecer a decenas de miles de personas
y contar con el resignado silencio de sus familiares, como si esas personas
nunca hubieran existido, se demostraría inviable y está en la base del
fracaso de la dictadura militar. Esto fue así pese a la cooperación
de la Iglesia.
En mayo de 1977 el Episcopado pidió explicaciones al gobierno sobre
los desaparecidos. El dictador Videla respondió que había cinco causas
de desaparición: pase a la clandestinidad, eliminación por parte de
"la propia subversión", autosecuestro "para desaparecer del escenario
político", suicidio y, recién por último, "un exceso de la represión
de las fuerzas del orden". Dijo que era imposible cuantificar el origen
de cada uno de esos hechos, que "no son justificados pero pueden ser
comprensibles". Esta cínica afirmación motivó una alborozada carta del
presidente del Episcopado, cardenal Primatesta: al hablar así Videla
mostró "la rectitud y sinceridad varonil, la firmeza y valentía cristiana",
que le adornan y honran en su lucha abnegada "contra la conspiración
de maldad y violencia de la antipatria".
En diciembre de 1977 Videla insistió ante periodistas extranjeros que
los desaparecidos "no están, no existen, están desaparecidos". El ex
general Viola los llamó en 1979 "ausentes para siempre". El ex general
Galtieri dijo al año siguiente que el Ejército no daría explicaciones
y el ministro del Interior, general Harguindeguy, se jactó de que los
hombres de la dictadura sólo se confesaban ante su Dios. Esta política
insana provocó una reacción contraria a la buscada y enfrentarla fue
la tarea que asumieron los organismos defensores de los derechos humanos.
La visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979
y su terminante informe en 1980, el Premio Nobel de la Paz otorgado
al año siguiente a Adolfo Pérez Esquivel, la guerra perdida ante Gran
Bretaña por el control de las islas Malvinas, pusieron de manifiesto
la imposibilidad de sostener en el tiempo la abolición de la realidad
por decreto.
Antes de entregar el poder, los militares promulgaron un decreto de
autoamnistía que prohibió futuras investigaciones sobre los horrores
de su gobierno. Pero la retirada en desorden, luego de la derrota frente
a Gran Bretaña que contó con el apoyo logístico de Estados Unidos, permitió
que esa amnistía fuera declarada nula. A diferencia de otros países
donde se escogió uno u otro camino, en la Argentina hubo tanto una Comisión
de la Verdad, como procesos penales en los que fueron juzgados los máximos
responsables militares de las violaciones a los derechos humanos.
Las investigaciones de los organismos defensores de los derechos humanos
fueron la base sobre la que trabajó la Comisión Nacional sobre la Desaparición
de Personas en 1984 y también el origen de gran cantidad de pruebas
en el juicio a las primeras juntas militares de 1985. El informe de
la Conadep y la condena a los jefes de las primeras juntas militares
trajeron algo de paz a las familias privadas en forma violenta de sus
seres queridos. Pero serios obstáculos impidieron que avanzaran los
juicios a los ejecutores directos. Los alzamientos militares que se
sucedieron a partir de 1987 derivaron en las leyes de punto final y
obediencia debida y los decretos de indulto firmados por los presidentes
Raúl Alfonsín y Carlos Menem.
Aunque la sociedad seguía objetando la impunidad, otros problemas, como
la crisis económica, atraían su atención. Parecía que después de tantos
años de tensión militar e inestabilidad económica, la sociedad argentina
estaba dispuesta a aceptar una transacción pragmática. La exigencia
de que los militares se hicieran cargo de sus actos había perdido prioridad
en la agenda colectiva. Menem pensó que el recuerdo del pasado había
desaparecido. Pero los duros hechos volverían a desmentir esta pretensión
que también había ilusionado a los militares y a Alfonsín. No es posible
olvidar por orden del Príncipe.
Lejos de ello, las leyes
y decretos de perdón reavivaron la exigencia de verdad y justicia. Aquello
que la política no permitió concretar en sede judicial, arraigó en la
conciencia de la sociedad con tanta fuerza que, una década más tarde,
permitiría no sólo avanzar en el esclarecimiento de cada caso, sino
también obtener la anulación de las leyes de impunidad y reiniciar el
enjuiciamiento de los perpetradores. Así lo demostró, en 1995, la confesión
espontánea del capitán de la Armada Adolfo Scilingo, el primer oficial
de las Fuerzas Armadas en reconocer su participación personal en el
asesinato de prisioneros, que eran arrojados con vida al mar desde aviones
de la Prefectura y la Armada. Invocando normas culturales que se remontan
a la Edad de Piedra, varios familiares de desaparecidos, encabezados
por el presidente fundador del CELS, Emilio Mignone, pidieron a la Justicia
que declarara el derecho a la verdad y al duelo, y la obligación del
respeto por el cuerpo humano. Esto ha sido parte del patrimonio cultural
de la humanidad desde que el hombre de Neanderthal fue enterrado en
una cueva sobre un lecho de ramas y cubierto con un manto de flores.
El culto a los muertos es un signo de humanización aún más importante
que el uso de herramientas o del fuego, nos distingue del resto del
reino animal. Quienes nos niegan el derecho a sepultar a nuestros muertos
nos niegan nuestra propia condición humana, sostuvo Mignone. La justicia
reconoció esos derechos, declaró que el Estado tenía la obligación de
reconstruir el pasado y revelar lo que sucedió con cada desaparecido.
Así comenzaron los juicios de la verdad que luego se extendieron al
resto del país.
En el vigésimo aniversario
del golpe de 1976 decenas de miles de personas movilizadas en las plazas
del país explicitaron un nuevo estado de conciencia social. En ese nuevo
clima, viejas causas se aceleraron en varios países de Europa contra
los responsables de la desaparición de sus ciudadanos en la Argentina.
La causa de mayor impacto
fue la iniciada en España por el fiscal Carlos Castresana, en la que
el juez Baltasar Garzón pidió la extradición de un centenar de militares
argentinos. No se trataba de crímenes cometidos en España o en contra
de ciudadanos españoles en la Argentina, sino contra ciudadanos argentinos
en la Argentina. Ése es el principio de la jurisdicción universal, que
inspirado en el antiguo ius cogens predica que ciertos delitos aberrantes
y atroces hieren a toda la humanidad y deben ser castigados allí donde
se encuentren sus autores. En un proceso similar, el ex dictador de
Chile Augusto Pinochet fue arrestado en 1998, durante una visita de
placer a Londres, y comenzó un juicio de extradición a España, para
ser juzgado por los crímenes cometidos en Chile contra ciudadanos chilenos.
Es difícil atribuir a mera casualidad que esto haya ocurrido cuando
se cumplía medio siglo de la adopción por las Naciones Unidas de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos.
"Malos Hábitos en el Jardín
de la República". Capítulo 1. Investigación realizada en
la provincia Tucumán. . LRA15 Radio Nacional Tucumán "Mercedes
Sosa". Director: Ramiro Rearte. Periodista: Mercedes Jimenez.
Relatos: Felipe Yapur. Interpretación: Sergio Marinoff
Los hipersensibles jueces argentinos que durante años no habían aprovechado
los resquicios que dejaron las leyes de impunidad sólo necesitaron horas
para que Massera y Videla acompañaran a Pinochet en los titulares de
la prensa mundial. Ambos fueron detenidos por el robo de hijos de desaparecidos,
delito cuya persecución las leyes nunca habían impedido.
La creación de los tribunales internacionales para Rwanda y la ex Yugoslavia,
el establecimiento del Tribunal Penal Internacional en Roma y su ratificación
incluso por el ex presidente estadounidense Bill Clinton en los últimos
días de su gobierno, dieron una perspectiva global al nuevo horizonte
que divisaba la Argentina. Al acercarse el 25º aniversario del golpe
militar las condiciones nacionales e internacionales eran las más propicias
en décadas: Pinochet desaforado a su regreso a Chile y un centenar de
sus camaradas detenidos o bajo proceso; los generales Carlos Suárez
Mason y Santiago Riveros condenados por la justicia italiana luego del
proceso en el aula bunker de Rebibbia; Alfredo Ignacio Astiz destituido
a solicitud de la propia Armada por confesar en un reportaje que era
el hombre mejor preparado para matar a un periodista o un político;
la extradición de Suárez Mason solicitada por la fiscalía de Nuremberg;
los juicios por la verdad en pleno desarrollo en distintos tribunales
argentinos; los ex dictadores Videla y Massera y una docena de altos
jefes de la dictadura presos por el robo de bebés; una causa abierta
en Buenos Aires contra Videla, Pinochet y el ex dictador paraguayo Stroessner
por el plan Cóndor; los crímenes contra la humanidad declarados imprescriptibles
y no sujetos a amnistía por la Cámara Federal de Buenos Aires en una
causa contra Pinochet por el asesinato en Buenos Aires del general Carlos
Prats, por el mismo grupo de la DINA que atentó en Roma contra el político
DC Bernardo Leighton.
El Centro de Estudios Legales y Sociales consideró que no subsistían
razones jurídicas, ni éticas ni políticas, nacionales o internacionales,
que sostuvieran las leyes de impunidad y solicitó a la justicia que
las declarara nulas. El juez federal Gabriel R. Cavallo hizo lugar a
ese planteo en marzo de 2001. Dos semanas después, la Corte Interamericana
de Derechos Humanos (el más alto tribunal de justicia reconocido por
la Constitución argentina reformada en 1994) resolvió en su sede de
Costa Rica un caso similar. Al juzgar la "Masacre de Barrios Altos",
cometida por un grupo de militares peruanos durante la presidencia de
Alberto Fujimori, estableció que las graves violaciones a los derechos
humanos no pueden ser amnistiadas ni su persecución penal cesar por
el paso del tiempo.
Los fugaces gobiernos de Fernando de la Rúa y el senador Eduardo Duhalde
trataron de impedir el avance de las causas reabiertas y negaron las
extradiciones de militares argentinos pedidas por la justicia española.
El nuevo presidente Néstor Kirchner no compartía esa idea y lo hizo
saber. En su primera semana de gobierno pasó a retiro a la cúpula castrense
que había formado parte de una negociación con Duhalde y la Corte Suprema
de Justicia para garantizar la impunidad. También derogó el decreto
de De la Rúa que sustraía a los jueces los pedidos de extradición, impulsó
el juicio político a los miembros de la mayoría automática menemista
en la Corte Suprema y propició la anulación legislativa de las leyes
de impunidad, que el Congreso dispuso en agosto de 2003. Esa nulidad
fue declarada también por la Corte Suprema de Justicia, que invocó el
fallo interamericano de Barrios Altos, obligatorio para la Argentina
desde la reforma constitucional de 1994. El 24 de marzo de 2004 firmó
la resolución por la cual el predio de la ESMA se dedicará a un Espacio
de la Memoria y los Derechos Humanos. En 2005, se identificaron los
restos de tres Madres de Plaza de Mayo que habían sido secuestradas
28 años antes cuando dentro de una Iglesia juntaban firmas y dinero
para publicar una denuncia sobre la desaparición de sus hijos, sin que
la jerarquía se sintiera obligada a reclamar por ese sacrilegio. Peor
aún, cuando la Conferencia de Superioras de las Ordenes Religiosas de
Francia pidió a la Iglesia argentina que intercediera por las dos religiosas
que fueron secuestradas junto con las Madres, el cardenal Primatesta
respondió que "esperamos que las acusaciones veladas o abiertas de connivencia
de sacerdotes o religiosos con asociaciones o movimientos de tipo subversivo
inaceptables para el cristiano, sean todas aclaradas, y que nadie haya
sido culpable de semejante error criminal". El tránsito completo fue
reconstruido: luego de ser torturadas en la ESMA las arrojaron desde
aviones navales al mar, que devolvió sus cuerpos a la playa.
Los desaparecidos no están, no existen, están desaparecidos. La siniestra
frase del dictador Videla, junto con la idea eclesiástica de que ésa
pudiera considerarse una forma cristiana de muerte vuelve una y otra
vez, como el peor castigo para esa vanidad criminal. Nada tiene tanta
existencia en la Argentina como los desaparecidos.
Fuente: Página/12, 14/05/06
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Victor Hugo Morales y
Horacio Verbitsky, sobre la ''complicidad'' de la Iglesia con la peor
dictadura de la historia argentina.
A 30 años del golpe que avaló, la Iglesia vuelve a intentar un blanqueo
de sepulcros, con la publicación de nuevos documentos y la recopilación
de antiguos. Omite textos fundamentales, mutila otros y no informa si
fueron públicos o secretos. Publica las críticas episcopales por actos
represivos pero no las reuniones de camaradería en las que comunicaban
su adhesión a la dictadura y encomiaban la "imagen buena de las supremas
autoridades". No hay razones para mantener la clausura de los archivos.
Al anunciar la publicación del volumen de documentos eclesiásticos "Iglesia
y democracia en la Argentina", el diario "La Nación" dijo que de ese
modo "el Episcopado toma la delantera o ‘primerea’ –término que suele
usar Bergoglio– a las numerosas entidades que recordarán el golpe militar
de 1976".
Si ése era el objetivo, fue exitoso: mi nuevo libro Doble juego. La
Argentina Católica y Militar recién comenzará a distribuirse esta semana,
diez días después que el tomo autocomplaciente presentado por el cardenal
Jorge Mario Bergoglio. El cotejo de uno y otro es recomendable, para
quienes deseen someter la historia oficial a una revisión crítica, con
los documentos que la Iglesia intentó en vano sustraer a la investigación.
Mañana a las 7.30 de la mañana entregaré a la prensa en el City Hotel
de la calle Bolívar una primera tanda de documentos imprescindibles
para emprender esa tarea.
Apoyo al golpe
Santas
palabras:
Dichos y declaraciones de los cómplices del Terrorismo de
Estado.
En 1975, el gobierno anunció
que las elecciones presidenciales se adelantarían de 1977 a 1976 y que
la viuda de Juan Perón no sería candidata. En vez de apoyar uno de los
pocos gestos razonables de un gobierno desastroso la Iglesia se sumó
a la presión por la renuncia de la presidenta. La Conferencia Episcopal
afirmó que la Patria "no se identifica con sus funcionarios" y que el
bien de la comunidad debe buscarse por encima de las opciones partidarias.
Según el nuncio Pío Laghi, la línea política del Vaticano era favorable
al mantenimiento de la legalidad pero sin perder la distancia crítica
respecto de la presidenta. Lo mismo decían por entonces los comandantes
en jefe de las Fuerzas Armadas. Defensa de las instituciones o de la
legalidad quería decir renuncia de Isabel Perón. En caso contrario,
golpe. Quien le reclamó la renuncia en nombre de la Junta Militar fue
nada menos que el presidente de la Conferencia Episcopal y vicario general
castrense, Adolfo Tortolo. La noche del 23 de marzo de 1976, un sobrino
del provicario castrense Victorio Bonamín lo aguardaba en su sede. Su
hijo, Luis Bonamín, había sido secuestrado y asesinado por la policía
en Rosario y el hombre buscaba ayuda para tramitar el pasaporte de su
nuera, María Teresa Butticé de Bonamín, quien me contó esa historia.
La muchacha y su suegro debieron esperar mucho tiempo en un pasillo,
porque Victorio tenía una reunión fuera de agenda. Cuando los invitaron
a pasar, vieron salir a dos militares uniformados, de quienes el sacerdote
se despidió. Después de escuchar el relato de lo sucedido, el provicario
apenas dijo:–Él se lo buscó.
Al día siguiente Marité Butticé de Bonamín reconoció a los dos uniformados
cuando los vio por televisión. Eran los jefes del Ejército y de la Fuerza
Aérea. Isabel Perón se había negado a renunciar. De la Nunciatura, Jorge
Videla y Ramón Agosti partieron a tomar el poder. De inmediato, Tortolo
exhortó a cooperar con el proceso que restauraría "el espíritu nacional".
Los nombres de Tortolo y Bonamín han quedado asociados con el apoyo
a la más cruel dictadura de la historia, con la que compartían la ideología
integrista en la que la Iglesia formó a las Fuerzas Armadas desde las
primeras décadas del siglo pasado. A menos de dos meses del golpe, la
Conferencia Episcopal reemplazó a Tortolo por el Arzobispo de Córdoba,
Raúl Francisco Primatesta. Esto implicó una cierta flexibilización en
el lenguaje, pero no un cambio de fondo. También los sectores eclesiásticos
a quienes se menciona como moderados, los Primatesta, Laghi, Carlos
Galán u Oscar Justo Laguna se comprometieron con el gobierno militar.
Las listas de Primatesta
Primatesta era un hombre de extraordinaria comprensión a los planteos
militares. Personal del Departamento de Informaciones de la policía
cordobesa solicitó a los colegios católicos listas con los nombres y
domicilios de profesores y alumnos. Ante una consulta del arzobispo,
el director general de Enseñanza Privada, el capitán de la Fuerza Aérea
Jorge Eduardo Baravalle, respondió que era preciso .asegurar un control
efectivo del alumnado a fin de adoptar medidas de seguridad.. Primatesta
ordenó ese mismo día a los colegios parroquiales y religiosos que entregaran
toda la información. Además le escribió una cordial carta a Baravalle:
"Como lo hiciera en la entrevista personal que tuvimos en el Arzobispado,
quiero reiterarle que en un primer momento la medida provocó inquietud
en los responsables de los colegios, sea porque provenía de un Departamento
que no suele tener competencia educacional y con prescindencia de una
comunicación a la autoridad responsable, que es el Arzobispado o exactamente
el propio arzobispo; sea porque situaciones similares en otras ocasiones
provocaron molestias y alerta en los padres de los alumnos". Pero las
garantías de Baravalle acerca de "la seguridad de los alumnos" (no era
eso lo dicho por el aeronauta), lo tranquilizaron. Varios de esos alumnos
fueron secuestrados y desaparecieron.
Pureza química
Durante la primera Asamblea Plenaria posterior al golpe, en mayo de
1976, se dedicó al intercambio de informaciones sobre la barbarie que
la dictadura había descargado sobre distintas diócesis, y que no excluía
a sacerdotes, instituciones católicas e incluso obispos, como el riojano
Enrique Angelelli y el nicoleño Carlos Horacio Ponce de León. Ambos
fueron asesinados en los meses siguientes, mediante fingidos accidentes
automovilísticos. Hasta el día de hoy la Iglesia no los ha reivindicado
como mártires. Ellos dos, Jaime de Nevares, Miguel Hesayne, Juan José
Iriarte, Vicente Zazpe, y el propio Primatesta informaron sobre una
abrumadora cantidad de secuestros, torturas, asesinatos y saqueos que
conocían. Ante la falta de consenso, se sometió a votación si el Episcopado
debía comunicar o no esos gravísimos acontecimientos al pueblo de Dios:
19 obispos se pronunciaron por difundirlos, pero el doble, 38, se opusieron.
El 13, 14 y 15 de mayo los obispos corrigieron tres versiones del borrador
genérico preparado por Antonio Quarracino, Zazpe e Iriarte. En cada
revisión el texto se hizo más complaciente con el gobierno.
El Episcopado afirmó que ninguna emergencia autoriza a ignorar los derechos
humanos, aunque varía la forma de vivirlos en cada lugar y momento.
Dado el desastre financiero y el clima de violencia, no le parecía razonable
"pretender un goce del bien común y un ejercicio plenode los derechos,
como en época de abundancia y de paz". Tampoco se podía exigir "que
los organismos de seguridad actuaran con pureza química de tiempo de
paz" o "no aceptar el sacrificio, en aras del bien común, de aquella
cuota de libertad que la coyuntura pide".
Buenos católicos
En marzo de 1977, la encargada
de Derechos humanos del gobierno norteamericano, Patricia Derian, sostuvo
en Buenos Aires lo que define como "una larga y dura reunión con Laghi",
quien "al principio fingió que no sabía. Después dijo que ignoraba la
magnitud del problema. Después dijo que la responsabilidad era de los
obispos". El nuncio explicó que junto con algunos obispos "moderados"
habían protestado ante el gobierno en privado "por las violaciones a
los derechos humanos" y requerido explicaciones sobre "miles de casos
individuales", pero sin embargo también hizo una abierta defensa de
la dictadura. Los militares estaban sacando a flote a la Argentina y
"sabían que habían procedido mal en cuestión de derechos humanos". Muchos
tenían "graves problemas de conciencia, que planteaban a los capellanes
militares". Algunos podían enfermar por estas "graves perturbaciones".
Por eso mismo "no necesitan que los visitantes les recuerden sus culpas.
Esto sería frotar sal en las heridas". Le recomendó a Derian que su
gobierno fuera "muy cuidadoso en la forma de presentar su política de
derechos humanos. El gran peligro era debilitar la posición de aquellos
elementos moderados del gobierno que rodeaban a Videla, y que otros
generales de línea dura dieran su propio golpe y tomaran el poder".
En su opinión el presidente y los jefes militares "eran personas de
buen corazón" y Videla "un buen católico". Al mes siguiente Laghi le
dijo al embajador estadounidense Robert Hill que el desaparecido periodista
y empresario Edgardo Sajón había sido "torturado y asesinado por sus
captores". En diciembre de 1978 el primer secretario de la Nunciatura,
Kevin Mullen, dijo a la embajada de Estados Unidos que "un oficial de
la más alta jerarquía del Ejército" había informado al nuncio que las
Fuerzas Armadas "se habían visto obligadas a "encargarse de 15.000 personas"
(take care of en el original). La expresión no era equívoca: sus interlocutores
archivaron el memorándum sobre la conversación con el título "Número
de desapariciones".
Si ellos lo dicen
En enero de 1978, cuando la Unión de Superioras Mayores de Francia pidió
que Primatesta usara su influencia en favor de Alice Domon, Léonie Duquet
y otros sacerdotes y religiosos de quienes no había noticias, el propio
cardenal contestó que "esperamos que las acusaciones veladas o abiertas
de connivencia de sacerdotes o religiosos con asociaciones o movimientos
de tipo subversivo inaceptables para el cristiano sean todas aclaradas,
y que nadie haya sido culpable de semejante error criminal". Por algo
habrá sido.
Es indisimulable el fastidio de Galán cuando la Conferencia Episcopal
de los Estados Unidos le ofrece su apoyo ante el arresto de Adolfo Pérez
Esquivel. Con tres meses de retraso responde que Pérez Esquivel no trabaja
con la Iglesia argentina "y no lo conocíamos aquí tan bien como parece
serlo en el exterior". Una organización católica canadiense comunicó
su apoyo al "activo compromiso de la Iglesia argentina en defensa de
los desaparecidos y sus familias". La respuesta, que también se repitió
en muchas otras cartas, fue que "no siempre desde lejos se puede apreciar
el espectro completo de la realidad o evitar interpretaciones no tan
adecuadas acerca de la acción de la Iglesia". Otra fórmula frecuente,
dirigida incluso a quienes aplaudían los esfuerzos episcopales, era
que "como las informaciones no siempre son adecuadas, sin duda no es
fácil, desde lejos, darse cuenta de lo que significa la subversión en
un país ylas secuelas que deja. Dios haga que nunca la conozcan ustedes
en el suyo".
La católica estadounidense Shirley Kidd comprendía el riesgo personal
o institucional que correría la Iglesia argentina por una "oposición
abierta a las políticas opresivas del gobierno". Pero si el cuerpo de
Cristo "siempre es doloroso, ¿cómo podemos evitar nosotros, que somos
parte de ese cuerpo, compartir ese dolor?" Recibió esta indignada contestación
de Galán en nombre de Primatesta:
"No le han informado bien. Aquí en la Argentina se ha vivido un ataque
de la subversión marxista (entonces nadie por el ancho mundo se preocupaba
por las víctimas) y como consecuencia una represión cuyos efectos aun
vivimos y lamentamos, en cuanto afectan a la dignidad del ser humano.
La Iglesia no ha dejado de dar su enseñanza, hablando claro de cuanto
correspondía hablar. Aquí no se ha callado por miedo, y nadie que ame
la verdad y conozca la realidad argentina podrá afirmar lo contrario".
Al pastor escocés Peter Bowes, quien se disculpó aclarando que no estaba
bajo las mismas presiones que sus colegas argentinos, cuyo compromiso
con los desaparecidos apoyaba, le respondieron que "la Iglesia en la
Argentina tiene toda libertad para hablar y manifestarse y lo hace.
It is not under pressures" (en inglés en el original: no está sometida
a presiones).
Si ellos lo dicen.
Demonios
Mientras la dictadura tuvo poder, la Iglesia veía de un lado al Enemigo
absoluto del que abominaba, y del otro a los Soldados del Evangelio,
a quienes se permitía señalar en forma reservada sus .errores y excesos..
Recién cuando advirtió que el Estado Terrorista se desintegraba, el
Episcopado acuñó la doctrina de los dos demonios, en un documento de
abril de 1983, "Dios, el Hombre y la Conciencia".En 1984 publicó un
folleto de 60 páginas, titulado "La Iglesia y los derechos humanos",
con "extractos de algunos documentos". La comparación de esos fragmentos
con los textos originales, el estudio de su contenido, de lo que dice
y de lo que omite y del doble juego que despliega, introduce a una historia
de perversión e hipocresía refinadas: todos los párrafos lisonjeros
para la dictadura, aquellos que encabezaban los documentos y que dieron
título a los diarios de la época, fueron censurados en la edición de
blanqueo al concluir el gobierno militar, mientras se incluían aquellos
del tramo final, encabezados por algún "sin embargo" o "tampoco puede
omitirse que". En cambio se editaron como si hubieran sido documentos
públicos las cartas con críticas y reclamos que la Iglesia entregaba
a la Junta Militar en el mayor secreto.
El Jubileo
En
1995, en respuesta a una nota mía sobre el rol de Laghi durante la dictadura,
cinco obispos amigos del ex nuncio (entre ellos Laguna, Jorge Casaretto
y Galán) preguntaron en una declaración: "¿Para qué debemos conocer
toda la verdad? ¿Para volver a enfrentarnos o para reconciliarnos?"
De tan posconciliares olvidaron que "sólo la verdad nos hará libres".
En 1996 la Asamblea Plenaria del Episcopado argentino, volvió a defraudar
todas las expectativas de una reflexión crítica en una Carta Pastoral
sobre "el terrorismo de la guerrilla" y "el terror represivo del Estado".
El Episcopado rechazaba "responsabilidades que la Iglesia no tuvo en
esos hechos" y sólo admitía que unos católicos intentaron tomar el poder
político en forma violenta y establecer una nueva sociedad marxista
y otros les respondieron ilegalmente. En conclusión imploró perdón a
Dios por los crímenes cometidos por "hijos de la Iglesia", ya fueran
guerrilleros, militares o policías". Con ello, consideró que lapidaba
en forma definitiva la discusión. No sería así.En la primera semana
de marzo de 2000, el Vaticano dio a conocer un documento sobre "Memoria
y reconciliación", elaborado por una comisión internacional de teólogos.
El trabajo fue presentado en conferencia de prensa por el cardenal Joseph
Ratzinger, quien explicó que la recuperación de la memoria sólo es posible
mediante la profundización teológica sobre la naturaleza de la Iglesia,
como comunidad implicada también ella en el "misterio del mal", y en
consecuencia necesitada de reforma y arrepentimiento. Ese arrepentimiento
alcanzaría la radicalidad necesaria para transformarlo en una profunda
recuperación de la memoria, pero también en correcciones incisivas de
los mecanismos institucionales de reproducción del integrismo" sólo
si "no descargara sobre los individuos la responsabilidad del mal, para
dejar inmune a la institución". Según el eminente vaticanista Giancarlo
Zizola (quien esta semana pasó por Buenos Aires para ofrecer una conferencia
sobre relaciones entre la Iglesia y los estados, en el Instituto del
Servicio Exterior de la Nación), esta visión del ahora pontífice Benedicto
sobre el mea culpa por los crímenes cometidos a lo largo de la historia
"para mayor gloria de Dios" aún resulta sorprendente para aquellos sectores
eclesiásticos "que siguen anclados a la idea de la Iglesia como inmune
al mal, como ‘sociedad perfecta’ en posesión exclusiva de la verdad".
Es el caso del Episcopado argentino, para el que la Iglesia es santa,
y sólo sus hijos pecadores, como no se cansa de repetir Laguna.
El perdón a Brinzoni
Seis meses después, en setiembre de 2000, decenas de miles de militantes
católicos acudieron desde todo el país hasta un gran altar instalado
sobre un puente en el Parque Sarmiento de Córdoba para participar de
una liturgia nocturna que se denominó "la reconciliación de los bautizados".
Asistieron sus cien obispos ataviados de blanco. El presidente de aquel
Episcopado, Estanislao Karlic, dijo que la violencia guerrillera y la
represión ilegítima enlutaron la Patria. Luego siguió una oración: "Padre,
tenemos el deber de acordarnos ante Ti de aquellos hechos dramáticos
y crueles. Te pedimos perdón por los silencios responsables y por la
participación efectiva de muchos de tus hijos en tanto desencuentro
político, en el atropello a las libertades, en la tortura y la delación,
en la persecución política y la intransigencia ideológica, en las luchas
y las guerras, y la muerte absurda que ensangrentaron nuestro país".
Una vez más, colocaba en un mismo plano a la guerrilla y al terrorismo
de Estado. Los obispos pidieron perdón a Dios y no a las víctimas, por
los actos ajenos y no por los propios. Este deslizamiento semántico
también se reflejó en el súbito protagonismo de los laicos, convocados
al palco junto a los obispos y religiosos, como implícito señalamiento
de quienes tenían la responsabilidad por los hechos abominados. Además,
entre los invitados estaba el jefe del Ejército de entonces, el general
Ricardo Brinzoni, investigado por su actuación en la masacre de Margarita
Belén, pero ningún representante de las víctimas, lo cual señala la
persistente incapacidad eclesiástica para asumir la magnitud y la índole
de la tragedia. Pero el título del documento (Confesión de las culpas,
arrepentimiento y pedido de perdón de la Iglesia) y la cobertura de
prensa sugerían una cierta voluntad de enmienda, por parte de una nueva
conducción episcopal. En consecuencia desde el CELS solicitamos a Karlic
la apertura de los archivos eclesiásticos. Respondió que los archivos
están en poder de cada diócesis y no de la Conferencia, que sólo tenía
el folleto de 1984, del que nos envió una copia. La apertura de los
archivos que según Karlic no existían, y que pude estudiar a escondidas
gracias a la caridad de obispos, sacerdotes y laicos, es una reivindicación
democrática pendiente, igual que la información castrense sobre la represión.
Habrá que estaratento a que el Episcopado no practique una cacería de
brujas para identificar a quienes me ayudaron.
Luces malas
"La
última dictadura militar mató a 30.000 personas, fríamente,
planificadamente. A la monstruosidad de ultimar sin proceso
ni defensa se le sumó el sacrilegio de negarles sacerdote,
confesión, eucaristía, extremaunción. Y la Iglesia presenció
impávida el atropello a Dios en sus hijos, con un silencio
que pone frío en el alma..." [sacerdote Hernán Benítez,
1995]
En noviembre del año pasado
el Episcopado produjo el documento "Una luz para reconstruir la Nación",
título revelador del rol que la Iglesia no ha dejado de atribuirse.
No encontró nada mejor que reciclar el documento de 1981 "Iglesia y
Comunidad Nacional", que fue la resignada aceptación eclesiástica del
principio de la soberanía del pueblo y el reconocimiento de la autonomía
de la pluralista sociedad temporal. Es equivalente al discurso de Nochebuena
de 1944 del Papa Pio XII, cuando ya era inevitable la derrota del nazismo
en la guerra. Su eje era la denominada reconciliación, es decir el rescate
de los militares luego de los desastres cometidos. La Iglesia admitía
que la conciencia nacional había situado a la justicia "en el centro
de sus anhelos". Sin embargo, advertía que era preciso "establecer la
igualdad y la equiparación entre las partes en conflicto" y "alcanzar
esa forma superior del amor que es el perdón". En "Una luz" por primera
vez el Episcopado dijo que la dictadura cometió "crímenes de lesa humanidad",
pero también exhortó a juzgar los "crímenes de la guerrilla", en un
nuevo intento de equiparación pese a haber admitido que no eran comparables.
El documento de esta semana, "Recordar el pasado para construir sabiamente
el presente" es algo más sobrio, pero insiste en la línea de la declaración
de Laguna y Cassaretto de 1995. El golpe fue "consentido por parte de
la dirigencia de aquellos momentos", dice, sin referencia al rol activo
del Episcopado, y sostiene que la memoria sólo tiene sentido como instrumento
de reconciliación. Rechaza tanto la impunidad (por la que ya no puede
abogar) como los "rencores y resentimientos que pueden dividirnos y
enfrentarnos", como siempre le han llamado al reclamo de justicia. Menos
sutil es la recopilación documental difundida el 10 de marzo. El capítulo
sobre la defensa de los derechos humanos sostiene que "no debemos tener
miedo a la verdad de los documentos". A la verdad, no. Pero a su manipulación
sí. Por ejemplo, ese capítulo dirigido a probar que la Iglesia siempre
condenó todo tipo de violencia, se abre con el Documento de San Miguel,
que en abril de 1969 adaptó a la realidad del país las conclusiones
de la Conferencia del CELAM en Medellín. Pero su punto 2 se interrumpe
en forma abrupta y, sin explicaciones, se pasa al 4. El final del truncado
punto 2 dice que es el deber evangelizador de los obispos "trabajar
por la liberación total del hombre e iluminar el proceso de cambio de
las estructuras injustas y opresoras generadas por el pecado". El omitido
punto 3 es aquel en que el Episcopado sentenció que "la liberación deberá
realizarse en todos los sectores en que hay opresión: el jurídico, el
político, el cultural, el económico y el social". La introducción del
mismo documento, también suprimida, decía que en cumplimiento de las
orientaciones fijadas por Pablo VI (que incluían una pastoral dirigida
en forma preferencial a sacerdotes, estudiantes, trabajadores y jóvenes,
en un continente signado por "el cambio en todos los órdenes") los obispos
tendrían "la violencia evangélica del amor para proclamar públicamente
nuestro compromiso en todas sus dimensiones". Cuando los jóvenes más
generosos que el país produjo en el siglo XX siguieron el camino señalado
en este documento, el Episcopado bendijo las armas de los opresores
que los masacraron. Los documentos episcopales de los primeros años
de la década del 70 son muy distintos a los posteriores, porque recogen
el clima de revolución con que el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo condicionó a aquél Episcopado, que le temía como a un "Magisterio
paralelo", según la alarmada expresión de varios obispos recogida en
el Memo reservado "Puntos conflictivos en la Iglesia argentina", producido
por la Conferencia Episcopal Argentina en octubre de 1972 y que, desde
luego, tampoco figuraen esta recopilación interesada. El tomo no mutila
aquellos documentos posteriores al golpe de 1976 que tuvieron difusión
pública y que permiten la comparación. Pero omite varios en los que
se encomiaba a la dictadura; organiza todo el material en orden cronológico
sin indicar qué piezas fueron públicas y cuáles secretas y sólo resume
en pocas líneas los encuentros de camaradería de la Comisión Ejecutiva
o su presidente con la Junta Militar o su delegado presidencial o de
la Comisión de Enlace con los secretarios de las tres Fuerzas Armadas.
El memo sobre la reunión de Primatesta, Juan Carlos Aramburu y Zazpe
con Videla, Emilio Massera y Agosti del 15 de noviembre de 1976 esconde
que la Comisión Ejecutiva del Episcopado les comunicó su adhesión a
la dictadura, porque "un fracaso llevaría, con mucha probabilidad, al
marxismo". Publica la crítica por la represión sin ley, pero oculta
que incluso a solas la atribuyeron a niveles intermedios, mientras destacaban
"los notables esfuerzos del gobierno en pro del país" y la "imagen buena
de las supremas autoridades". Para no verse obligados a "un silencio
comprometedor de nuestras conciencias que, sin embargo, tampoco le serviría
al proceso" o "un enfrentamiento que sinceramente no deseamos" la Iglesia
propuso abrir un "canal de comunicación", que integraron los obispos
Laguna, Galán y Mario Espósito. Al año siguiente, Laguna reconoció la
total ineficacia de la Comisión de Enlace. El subrayado en total es
suyo, en una nota manuscrita a Zazpe. Sin embargo, las amables reuniones
mensuales continuaron durante todo el régimen militar. Al comentar esa
carta, en 2002, Galán le escribió a Laguna: "¡Quién nos diera poder
vivir de nuevo con la experiencia adquirida". Fantasía vana. Sólo se
vive una vez. Como se supone que son creyentes, cuando Laguna lo siga
se encontrará con Galán en el infierno.
Blanqueo de sepulcros
Nada de esto se encontrará en el nuevo blanqueo editorial de sepulcros
episcopales con el que Bergoglio (autor de la frase sobre la memoria
completa, según reveló Brinzoni en un reportaje) inauguró su mandato
al frente de la Iglesia argentina. Sin embargo, está bien archivado
en la sede de la calle Suipacha, cuya cesión el Episcopado pidió a la
dictadura con la ilusión de mudarse a "una casa mucho más palaciega",
a la espera de que alguna futura conducción no contaminada con el pasado
decida abrir su consulta.
De todos los miembros del Episcopado es, tal vez, monseñor Antonio José
Plaza, hasta 1986 arzobispo de La Plata, quien con mayor claridad y
desenfado se identificó con la dictadura militar, y sus métodos represivos.
Plaza cultivó un desaprensivo menosprecio por la colegialidad episcopal.
En cada ocasión que la CEA publicó una pastoral colectiva reafirmando
los principios cristianos acerca de la dignidad de la persona humana,
el arzobispo de La Plata, a pesar de haberla suscripto, encontraba la
manera de poner de manifiesto su discrepancia.
Esto indica que constituye un error la tradición en virtud de la cual
los documentos episcopales tienen que aparecer firmados por todos los
integrantes del cuerpo, simulando una unanimidad que no existe. Ello
trae como consecuencia textos confusos y ambiguos, con párrafos contradictorios
destinados a satisfacer los distintos criterios.
Nadie tiene que escandalizarse porque haya obispos con opiniones diferentes.
La ficción de la unanimidad parte de la concepción de una Iglesia monolítica,
donde los fieles deberían limitarse a obedecer. La Iglesia que muestra
el Nuevo Testamento es otra, con pluralidad de dones, donde la función
episcopal es un servicio y la conciencia de cada cristiano, como lo
solía repetir el cardenal Newman, es el último juez de la conducta individual.
Sería más lógico que las pastorales colectivas sobre asuntos controvertidos
se publicaran con la firma de los obispos que componen la mayoría a
favor de una determinada opinión. Los integrantes de la, o de las minorías
tendrían derecho igualmente a expresar sus disidencias. Con ese procedimiento
hubiéramos conocido con certeza la posición de los distintos prelados
en relación con el problema de la violación de los derechos humanos,
sin el temor de incurrir en injusticias al englobarlos en una apreciación
general.
En los Estados Unidos la Conferencia Episcopal ha adoptado la política
de dar a conocer los borradores de las pastorales colectivas sobre temas
controvertidos, elaborados por n comité de expertos, para conocer la
opinión del Pueblo de Dios. El texto final queda enriquecido con observaciones
y críticas. Eso ocurrió con el documento referido a la utilización de
las armas nucleares, que alcanzó una notable gravitación en la opinión
pública. (El obispo de Morón Justo Laguna viajó en 1986 a los Estados
Unidos invitado por la Conferencia Episcopal de ese país y cuenta lo
siguiente: "La asamblea episcopal de los EE.UU. tiene en preparación
un documento sobre la doctrina social de la Iglesia y la economía norteamericana...
Lo que no dejó de sorprenderme fue la forma en que trabaja, con una
libertad y una apertura que le permite crecer y conocer la realidad
de la patria con mucha eficacia. Es una cosa admirable que publiquen
los borradores y reciban la crítica de todos los sectores" La Razón,
Bs. As., 26 de mayo de 1986.)
En los concilios ecunémicos los proyectos de constituciones se deciden
por el voto de la mayoría y se da a conocer el resultado de la elección.
El nombre de los sufragantes no es un misterio. En el Concilio Vaticano
I una quinta parte de sus integrantes se opuso al tratamiento del dogma
de la infalibilidad pontificia y sesenta padres conciliares -cuyos nombres
constan- se retiraron para no pronunciar su non placet en la votación
final.
Una voz discordante
Semilla
de maldad
La excomunión de
Miguel Hidalgo y Costilla (1811, héroe de la independencia
de México) por el papa Pío VII es un documento para la ignominia.
Aún se espera de la iglesia católica una disculpa al pueblo
de México, una disculpa que se acompañara con el retiro
post mortem de la excomunión para un ministro de la iglesia
que entregó su espíritu para abolir la esclavitud (tolerada
y hasta bendecida por la iglesia de entonces), y para establecer
una república soberana en donde reinara la libertad, la
igualdad y la fraternidad. Maldecido por la iglesia, Hidalgo
será por siempre recordado como el sacerdote generoso, idealista,
o mejor, como el padre de la patria mexicana.
La excomunión de Miguel Hidalgo y Costilla
"Por la autoridad de Dios Todopoderoso, el Padre, Hijo y
Espíritu Santo; y de los santos cánones, y de la Inmaculada
Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador; y de las
virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios,
papas, querubines y serafines y de todos los santos patriarcas
y profetas; y de los apóstoles y evangelistas; y de los
santos inocentes, quienes a la vista del Santo Cordero se
encuentran dignos de cantar la nueva canción; y de los santos
mártires y santos confesores, y de las santas vírgenes,
y de los santos, juntamente con todos los santos elegidos
de Dios, lo excomulgamos y anatematizamos, y lo secuestramos
de los umbrales de la iglesia del Dios omnipotente, para
que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos,
juntamente con Datán y Avirán, y aquellos que dicen al Señor,
¡Apártate de nos! otros! porque no deseamos uno de tus caminos
y así como el fuego del camino es extinguido por el agua,
que sea la luz extinguida en él para siempre jamás. Que
el Hijo, quien sufrió por nosotros, lo maldiga. Que el Espíritu
Santo, que nos fue dado en nuestro bautismo, lo maldiga.
Que la santa cruz a la cual ascendió Cristo por nuestra
Salvación, triunfante de sus enemigos, lo maldiga. Que la
santa y eterna Virgen María, madre de Dios, lo maldiga."
"Que todos los ángeles y arcángeles, principados y potestades,
y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan. Que San
Juan el precursor, y San Pedro y San Pablo y San Andrés
y todos los demás apóstoles de Cristo juntamente, lo maldigan.
Y ojalá que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas,
quienes por sus predicaciones convirtieron al mundo universal,
y ojalá que la santa compañía de mártires, y confesores,
quienes por sus santas obras se han encontrado agradables
al Dios Todopoderoso, lo maldigan. Ojalá que el Cristo de
la Santa Virgen lo condene. Ojalá que todos los santos desde
el principio del mundo y todas las edades, quienes se hallan
ser los amados de Dios lo condenen; y ojalá que los cielos
y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, lo condenen.
Que sea condenado donde quiera que esté, en la casa o en
el campo: en los caminos o en las veredas; en las selvas
o en el agua, o aún en la iglesia. Que sea maldito en el
vivir y en el morir; en el comer y el beber; en el ayuno
o en la sed; en el dormitar o en el dormir; en la vigilia
o andando; estando de pie o sentado; acostado o andando;
mingiendo o cancando y en todas las sangrías. Que sea maldito
interior y exteriormente. Que sea maldito en su pelo. Que
sea maldito en su cerebro. Que sea maldito en la corona
de su cabeza y en sus sienes, en su frente y en sus oídos;
y en sus cejas y en sus mejillas; en sus quijadas y en sus
narices; en sus dientes anteriores y en sus molares; en
sus labios y en su garganta; en sus hombros y en sus muñecas;
en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado
en su pecho, en su corazón, y en todas las vísceras de su
cuerpo. Que sea condenado en sus venas, en sus músculos,
en sus caderas, en sus piernas, pies y uñas de los pies.
Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de
su cuerpo. Que desde la parte superior de su cabeza hasta
la planta de sus pies, no haya nada bueno en él. Que el
Hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad,
lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay
en él se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen."
"Amén. ¡Así sea! Amén".
Este edicto de excomunión fue dado a conocer al padre de
la patria mexicana el día 29 de Julio de 1811, antes de
ser pasado por las armas.
Con motivo de la autoamnistía
decretada por el régimen militar tres meses antes de retirarse del gobierno,
Plaza fue la única voz episcopal que se alzó para defenderla. Publiqué
entonces un artículo en el diario La Voz del 3 de septiembre de 1983,
donde esbozo una semblanza del arzobispo de La Plata. Creo que es interesante
transcribirlo porque recibí muchos llamados de adhesión de clérigos
y laicos de su arquidiócesis.
La de monseñor Plaza fue una de las pocas voces discordantes.
El arzobispo de La Plata, Antonio J. Plaza, constituye una voz discordante
en el país. Ha sido el único, junto con Emilio Hardoy que ha defendido
públicamente la ley de autoamnistía.
Ardí, conservador septembrino y diputado fraudulento, lo hizo en términos
cínicos, pero políticos. Plaza, en cambio -y esto es lo grave y escandaloso-,
ha pretendido justificarla desde un ángulo religioso. Ha dicho que la
llamada ley de pacificación nacional, mediante la cual los criminales
encarnados en el poder se amnistían a sí mismos, es una norma "evangélica".
En realidad, monseñor Plaza, pese a su carácter de obispo de la Iglesia
católica, nunca ha tenido nada que ver con el Evangelio. En 45 años
que lo conozco jamás le he escuchado una frase que posea relación con
la doctrina de Cristo. Sacerdote ambicioso y politiquero, consiguió
"obispar", como se decía antiguamente, en 1950, adulando al gobernador
Mercante y ocupó hasta 1955 la diócesis de Azul. Ocurrido el golpe de
Estado de ese año, atribuyó, en una frase desdichada y famosa, la epidemia
de poliomelitis de esa época a los supuestos pecados convertidos por
los gobernantes depuestos (que lo habían encumbrado). Evidentemente
la teología del prelado no era muy sólida.
Como compensación por su adhesión a los nuevos detentadores del poder,
logró que el ministro de Lonardi, Mario Amadeo, lo hiciera promover
al arzobispado de La Plata. Era una época en la que todavía se aplicaba
el régimen del patronato establecido por la Constitución Nacional, en
virtud del cual los obispos debían ser presentados por el presidente
de la Nación, para su consagración por el papa. Felizmente ese anacrónico
sistema, que todavía subsiste en la letra de la ley fundamental, fue
abolido mediante un acuerdo con la Santa Sede, negociado por el ministro
de Relaciones Exteriores de Illia, Miguel Angel Zavala Ortiz y firmado
por Onganía.
Desde hace casi veinte años, el país y los cristianos padecemos a Plaza
en la arquidiócesis de la capital bonaerense. En 1958 se alió con Frondizi
y Frigerio y obtuvo innumerables prebendas con el verso de la enseñanza
libre y otras actividades menos líricas. Logró, entre otras cosas, la
autorización del Banco Central para el funcionamiento en el país de
una institución crediticia uruguaya, el banco del Este. Adquirido por
Pérez Companc se transformó en el Río de la Plata y hoy se denomina
Banco Río. Compró el paquete accionario del banco Popular de La Plata,
asunto que terminó en una verdadera estafa, de la cual salió indemne
por su condición episcopal. Tenía cuenta corriente en el banco Comercial
de David Graiver pero se salvó de las iras del general Camps -quien
le dedica un encendido elogio en su libro Punto Final-, merced a los
servicios que prestó a la represión ilegal y asesina, denunciando estudiantes
y a su propio sobrino y aceptando el cargo de capellán mayor de la policía
de la provincia de Buenos Aires. Esto le permite cobrar otro sueldo
y gozar de un segundo automóvil. En ese carácter visitaba las prisiones
clandestinas donde se torturaba y se fusilaba. No consta que prestara
auxilios religiosos a los prisioneros , aunque en su lejana juventud
enseñara teología mística en el seminario de La Plata, disciplina aparentemente
ajena a su personalidad y a sus preocupaciones. Curiosamente, hasta
la mística le produjo beneficios: con el cuento de los grandes místicos
Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, expolió durante años a los padres
carmelitas, a cuya orden pertenecían ambos santos.
Pero el gran filón de monseñor Plaza ha sido el sector educativo, que
manejó desde la comisión respectiva del episcopado. Enfermo de poder,
impuso ministros de Educación de la provincia de Buenos Aires y directores
de la superintendencia para la enseñanza privada de la Nación y obtuvo
durante años, a través de todos los regímenes, ventajas legales y económicas.
Para ello no omitió enjuagues políticos. Recuerdo que desde el balcón
de la casa de gobierno de La Plata, apoyó la continuidad del vice-gobernador
Calabró, cuando Perón hiciera renunciar a Bidegain. Su última hazaña
consistió en una exención impositiva obtenida a través del ministro
de Economía del gobernador Ibérico Saint Jean, Raúl Salaberren Malgor.
Sin perder un minuto Plaza se ha alineado con el candidato a gobernador
peronista para la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, quien
ha prometido públicamente designar ministro de educación a quien el
arzobispo de La Plata le indique. Pero Herminio se equivoca. Hoy Plaza
nada significa en la Iglesia católica, sino un pasado turbio y preconciliar,
que está desapareciendo. A veces demasiado lentamente, pero de manera
inexorable.
Un ejemplo del menosprecio del arzobispo Plaza por las decisiones de
la Conferencia Episcopal y su connivencia con la dictadura castrense,
lo muestra el episodio del libro de catequesis Dios es fiel, de la religiosa
de María Auxiliadora de Rosario, Beatriz Casiello.
A fines de 1978 tuvo lugar una ruidosa campaña periodística encabezada
por el diario La Razón -portavoz en ese entonces, del servicio de inteligencia
del ejército-, dirigida a sostener que el texto de la hermana Casiello,
muy difundido en los colegios católicos, incitaba a la subversión. Con
la preocupación consiguiente tomó cartas en el asunto la Conferencia
Episcopal, la cual, sin llegar a elogiarlo, dictaminó que "el libro
no contiene afirmación errónea ni negación de la doctrina católica".
Esta opinión no satisfizo a monseñor Plaza, quien, en materia de ortodoxia
católica, confiaba más en los oficiales del ejército que en sus hermanos
en el episcopado. El 18 de noviembre de 1978 el arzobispo de La Plata
prohibió el texto en las escuelas católicas de su diócesis mientras
el ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires, general Ovidio
Solari adoptaba una medida similar en su jurisdicción, que involucraba
a varios obispados (1). Como hubo algunas protestas, el secretario de
prensa del gobierno bonaerense, capitán Jorge Cayo, manifestó categóricamente
"no nos preocupan los obispos, se prohíbe y basta" (2). Plaza agradeció
públicamente, mediante una carta, la colaboración del general Solari
(3).
Los últimos años
LA
IGLESIA CÓMPLICE Y LA IGLESIA DEL PUEBLO. LAS VÍCTIMAS DE
LA IGLESIA
Sacerdotes asesinados y/o desaparecidos
- P. Carlos Francisco Mugica. Asesinado el 11-5-74. Bs.
As.
- P. Carlos Dorniak. Asesinado el 21-5-75. Bahía Blanca
- P. Nelio Rougier-det. Córdoba, 9-75. Desaparecido.
- P. Miguel Angel Urusa Nicolau-detenido el 1-1-76, Rosario.
Desaparecido.
- P. Francisco Soares. Asesinado el 13-2-76 Carupá (Tigre).
- P José Tedeschi. Asesinado el 2-2-76. Villa Itatí (Bernal).
- P. Pedro Fourcade, detenido el 8-3-76. Desaparecido.
- P. Pedro Duffau (palotino) Asesinado el 4-7-76. Bs. As.
- P. Alfredo Kelly (palotino) Asesinado el 4-7-76-Bs. As.
- P. Alfredo Leaden(palotino) Asesinado el 4-7-76. Bs. As.
- P. Gabriel Longuevillet. Asesinado el 18-7-76. Charnical
(La Rioja).
- P. Carlos de Dios Murias. Asesinado el 18-7-76. Chamical
(La Rioja)
- P. Héctot Federico Baccini, detenido el 25-11-76, La Plata.
Desaparecido.
- P. Pablo Gazzari, detenido el 27-11-76. Bs. As. Desaparecido.
(ESMA. Confirmado por Scilingo)
- P. Carlos Armando Bustos, detenido el 8-4-77. Bs. As.
Desaparecido.
- P. Mauricio Silva Iribarnegaray, detenido el 14-6-77.
Bs. As. Desaparecido.
- P. Jorge Adur (asuncionista), detenido el 7-1-80. Brasil.
Desaparecido.
- P. Jorge Galli, detenido en 1976. San Nicolás. Desaparecido.
- P. José Colombot
Obispos asesinados
- Mons. Emique Angelelli. Asesinado el 4-8-76. Punta de
los Llanos (La Rioja).
- Mons. Carlos Ponce de León. Asesinado el 11-7-77. San
Nicolás (Bs. As.)
Sacerdotes presos
- P. Francisco Gutiérrez
- P. Hugo Mathot
- P. Gianfranco Testa
- P. Silvio Liuzzi
- P. Elias Musse
- P. Raúl Troncoso
- P. Francisco Javier Martín
- P. René Nievas
- P. Joaquín Nuñez
- P. Omar Dinelli
Sacerdotes en Centros Clandestinos y luego liberados
- P. Néstor García
- P. Patricio Rice
- P José Czerepack
- P. Orlando Yorio
- P. Santiago Renevot
- P. Rafael Lacuzzi
- P. Julio Suan
- P. Bernardo Canal Feijoo
- P. Luis López Molina
- P Jaime Weeks
- P. Francisco Jálics
- P. Italo Gestaldi
- P. Marciano Alba
- P. Anibal Coerezza
- P. Pace Dalteroch
- P Jorge Galli
- P. Gervasio Mecca
- P. Luis Quiroga
- P. Angel Zaragoza
- P. Raúl Acosta
- P. Roberto Croce
- P Juan Dienzeide
- P. Esteban Inestal
- P. Diego Orlandini
- P. Eduardo Ruiz
- P. Joaquín Muñoz
- P. Juan Testa
- P. Pablo Becker
- P. Roberto D'Amico
- P Juan Filipuzzi
- P. Antonio Mateos
- P. Aguedo Pucheta
- P. Victor Pugnata
- P. Jorge Torres
Seminaristas asesinados y desaparecidos
- Salvador Barbeito (palotino). Asesinado el 4-7-76. Bs.
As.
- Emilio Barletti (palotino). Asesinado el 4-7-76. Bs. As.
- Marcos Cirio (Fraternidad del Evangelio), detenido el
17-11-76. Desaparecido.
- Carlos A. Di Pietro (asuncionista), detenido el 4-6-76.
Desaparecido.
- Juan Ignacio Isla Casares, detenido el 3-6-76. Boulogne.
Desaparecido.
- Alejandro Dauza (La Salette), detenido el 3-8-76. Córdoba.
(luego liberado)
- Alfredo Velarde (La Salette), detenido el 3-8-76. Córdoba
(luego liberado)
- Daniel García (La Salette), detenido el 3-8-76. Córdoba
(luego liberado)
-José Luis de Stéfano (La Salette), detenido el 3-8-76.
Cór-doba (luego liberado)
- Anibal Gadea, detenido en 1977. Desaparecido.
- Humberto Pantoja.
Religiosos y religiosas desaparecidos
- Hno. Raúl E. Rodríguez (asuncionista), detenido el 44-76.
San Isidro. Desaparecido
- Hna. Alice Domon, detenida el 8-12-77. Bs. As. Desaparecida.
- Hna. Léonie Duquet, detenida el 10-12-77. Bs. As. Desaparecida.
- Hno. Julio San Cristóbal (Lasallano), detenido el 5-2-76.
Desaparecido
- Hno. Hugo A. Corsiglia, detenido el 10-8-77. Bs. As. Desaparecido.
- Hno. Luis Oscar Gervan, detenido el 4-11-76. Tucumán.
Desaparecido.
- Hno. Henri del Solan Betumali (Frat. del Evang.), detenido
el 1976, liberado 1978.
Católicos laicos víctimas de la represión
- María del Carmen Maggi. det. 9-5-75. Decana Facultad de
Humanidades de Mar del Plata. Asesinada el 23-3-76.
- Daniel Bombara, detenido 12-75. JUC Bahía Blanca. Desaparecido.
- José Serapio Palacios. det. 12-75. JOC. Desaparecido.
- Beatriz Carbonen de Pérez Weiss, detenida el 14-5-76,
Bajo Flores (Bs. As.). Desaparecida.
- Horacio Pérez Weiss, detenido el 14-5-76. Bajo Flores(Bs.
As). Desaparecido.
- Mada Martha Vásquez Ocampo de Lugones, detenida el 14-5-76.
Bajo Flores. Desaparecida.
- César Amadeo Lugones, detenido el 14-5-76. Bajo Flores.
(Bs. As.). Desaparecido.
- Francisco Blato. Desaparecido.
- Mónica María Candelaria Mignone, detenida en Bajo Flores,
14-5-76. Desaparecida.
- María Esther Lorusso, detenida el 14-5-76. Bajo Flores.
(Bs. As.) Desaparecida.
- Mónica Quinteiro. Ex religiosa Hermanas de la Misericordia,
detenida el 14-5-76. Bajo Flores. (Bs. As.) Desaparecida.
- María Femanda Noguer, detenido el junio del '76. Olivos.
Desaparecida.
-José VillaL, detenido en junio del '76. Olivos. Desaparecido.
- Alejandro Sackrnan, detenido en junio del '76. Olivos.
Desaparecido.
- Esteban Garat, detenido en junio del '76. Olivos. Desaparecido.
- Valeria Dixon de Garat, detenida en junio del '76. Desaparecida.
- Roberto Van Gelderen, detenido en junio del '76. Desaparecido.
- Ignacio Beltrán. Buenos Aires.
- Alberto Rivara. det. '76. Bahía Blanca. Desaparecido.
- Horacio Russín. det. '76. Bahía Blanca. Desaparecido.
- Néstor Junquera. det. '76. Bahía Blanca. Desaparecido.
- María Eugenia González, detenida en el '76. Bahía Blanca.
Desaparecida.
- Luis Oscar Gervan, detenido en el '76. Tucumán. Desaparecido.
- Luis Congett, detenido en el '76. Caritas. San Justo.
Desaparecido.
- Anteró Darío Esquivel, detenido en el '77. Paraguayo.
JOC Lomas de Zamora. Desaparecido.
- Eduardo Luis Ricci, detenido en el '77. JEC de La Plata.
Desaparecido.
- Adriana Landaburu, detenida en el '77. Capital Federal.
Desaparecida.
- Leonor Rosario Landaburu de Catnich, detenida en el '77.
Capital Federal. Desaparecida.
- Juan Carlos Catnich, detenido en el '77. Capital Federal.
Desaparecida.
- Susana Carmen Moras, detenida en el '77. Presidenta de
la Juv. Acción Católica. Desaparecida.
- Susana Antonia Marco, detenida en el '77. Cristianos para
la Liberación. Nuestra Sra. del Carmen. Villa Urquiza. Cap.
Federal. Desaparecida.
- Roque Agustin Alvarez, detenido en el. '77. Avellaneda.
Desaparecido.
- Armando Corciglia, detenido en el 'W7. JUC. Florencio
Varela. Desaparecido.
- Cecilia Juana Minervine, detenida en el '77. Cristianos
para la Liberación. Desaparecida.
- Laura Adhelma Godoy, detenida en el '77. UCA. Mar del
Plata. Desaparecida.
- Oscar de Agneli, detenido en el '77. UCA. Mar del Pla-ta.
Deasparecido.
- Fátima Cabrera de Rice, detenida en el '77. Liberada.
- Marcos Cirilio. Desaparecido.
- Juan Pedro Sforza. Desaparecido.
- Gertrudis Hlaszick, detenida en el '78. Desaparecida.
-losé Poblete, detenido en el '78. Desaparecido.
- Mónica Brull, detenida en el '78. Desaparecida.
- Juan Guillén, detenido en el '78. Desaparecido.
- Gilberto Rengel Ponce, detenido en el '78. Desaparecido.
- Adolfo Fontanella, detenido en el '78. Desaparecido.
- Roberto Tomás Abad. Desaparecido.
- Roque Raúl Macán. Desaparecido.
Protestantes detenidos y/o desaparecidos
- Mauricio López. Rector Univ. Nac. de San Luis, detenido
el 1-1-77. Mendoza. Desaparecido.
- Elizabeth Kasemann, detenida en el '77. Desaparecida.
- Patricia Anna Erb, detenida el 13-9 76.
- Víctor Pablo Boinchenko. Pastor de la Iglesia Evangélica
de Cosquín. Córdoba, detenido el 3-4-76. Desaparecido.
- Lilian Jane Coleman de Boinchenko, detenida el 3-4-76.
Desaparecida.
- Oscar Alajarin. Iglesia Metodista. MEDH, detenido el 4-5-76.
Desaparecido.
Fuente: "La Iglesia cómplice y la Iglesia del Pueblo" editado
por organismos de Derechos Humanos, Buenos Aires, 1996,
reproducido por Equipo Nizkor, Madrid. 20 de julio de 1997
Como resultado de las actitudes
relatadas, durante la XLIV asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal
Argentina, que tuvo lugar entre el 19 y el 24 de abril de a982, Plaza
fue desplazado de la presidencia de la comisión episcopal de educación
católica, una de las fuentes de su poder. Lo sustituyó el obispo de
Azul, monseñor Emilio Bianchi di Cárcano.
En 1983 el abierto apoyo de Plaza a la candidatura de Herminio Iglesias
para la gobernación de Buenos Aires, a cambio del control del ministerio
de Educación, atrajo críticas de adentro y de afuera de la Iglesia.
Es interesante a este respecto un editorial del diario La Prensa, del
13 de septiembre de 1983. Dice así:
Límites de la misión eclesiástica
Una noticia publicada en nuestra edición del 30 de septiembre pasado
hizo saber que un grupo de sacerdotes de la arquidiócesis está realizando
consultas entre sí para sopesar la posibilidad de presentar su queja
ante la Nunciatura Apostólica o la propia Santa Sede, dado los problemas
y divisiones que provoca entre sus fieles el proclamado apoyo del arzobispo
de La Plata al partido Justicialista de la provincia y a su candidato
a gobernador, a los que últimamente en todas sus declaraciones periodísticas,
da como seguros triunfadores en las próximas elecciones.
No sólo los mencionados sacerdotes sino también el arzobispo de Bahía
Blanca y los ocho obispos diocesanos bonaerenses, participarían de idénticas
preocupaciones sobre los juicios y las entrevistas mantenidas por el
eludido prelado con el candidato justicialista a la gobernación de la
provincia. Hasta los propios militares peronistas, miembros de la grey
católica, se habrían sentido afectados por el proceder del arzobispo
de La Plata, calificando de apresurada contraprestación de favores a
la promesa hecha al prelado, de designar ministro de educación a un
"candidato" de simpatía.
Nada de lo que decimos ha sido desmentido, por lo que cabe admitir que
estamos en presencia de un hecho anómalo que, por un lado, exhibe a
un candidato a gobernador en tren de negociar prestaciones y contraprestaciones
con un miembro de la jerarquía católica bonaerense y a éste aceptando
la propuesta que consiste, de su parte, en proponer un candidato de
su preferencia para cubrir el cargo de ministro de educación de un futuro
posible gobierno justicialista en la provincia de Buenos Aires.
Tanto uno como otro protagonista de la negociación han excedido el marco
de las funciones que les competen. Más grave es, sin embargo, la actitud
del prelado al comprometer la neutralidad de la Iglesia a que pertenece,
faltando además al compromiso moral, que sin duda ha asumido al ostentar
su investidura, de no inmiscuirse en las luchas políticas.
Con fina ironía La Nación comentó el 28 de septiembre de 1983:
Con las Cartas a la vista
Por más críticas que el candidato a gobernador por la provincia de Buenos
Aires por el peronismo, Herminio Iglesias, merezca de sus adversarios,
-de adentro y de afuera de su partido- nadie podrá acusarlo de proceder
con ocultamientos o disimulos. Se ha revelado como un hombre que habla
claro, sin subterfugios, que gusta desnudar el fondo de su pensamiento.
En esa provincia era vox populi -no se sabe si también vox Dei, aunque
por lo que sigue podría pensarse que sí-, que desde hace muchos años
y especialmente durante los gobiernos militares, el ministerio de Educación
debía ser ocupado por un hombre que contara con el beneplácito de la
Iglesia católica, expresada, por razones de jurisdicción, por el arzobispo
de La Plata, monseñor Antonio Plaza. A Plaza, además se le atribuyó
tradicionalmente -por lo menos desde 1958 en adelante-, un peso significativo
en todas las cuestiones educativas en el orden nacional y más de un
funcionario en esos ámbitos ha sido mencionado como perteneciente al
entorno de aquél. Monseñor Plaza tuvo, también, influencia considerable
en el montaje de la legislación sobre enseñanza privada que se fue dictando
a partir del año citado y, a veces, se habló de él como responsable
directo de los nombramientos de funcionarios estatales correspondientes
a ese ámbito.
Pero claro está, todo se mantuvo siempre en el plano de lo que "se dice"
o "se sabe", de los rumores de las versiones, de las comidillas de los
organismos oficiales o de los comentarios de las publicaciones más combativas,
política o ideológicamente hablando. Jamás tuvo carácter público y jamás
alguien hubiera podido probar sus afirmaciones con respecto a la influencia
concreta de monseñor Plaza en el ámbito educativo nacional o provincial.
Ahora, bruscamente, todo ha cambiado y las cartas están sobre la mesa.
Ya no hay motivos para el "se dice" o "se sabe". Ya no hacen falta las
"fuentes bien informadas", ni tienen valor "rumores o versiones".
Si Iglesias llega a la gobernación de Buenos Aires, la Iglesia -monseñor
Plaza mediante- tendrá a su cargo la designación del ministro de Educación
(si alguien viera en esto un juego de palabras no deberá atribuirlo
a la sagacidad del comentarista, pues surge de un azar francamente notable).
Herminio Iglesias, en efecto, no ha querido ocultar nada ni mantener
en las sombras sus entrevistas con el arzobispo de La Plata, ni dejar
que más adelante se fuera a decir que para elegir ministro de Educación
había recibido influencias ocultas: en esa materia hará lo que diga
Plaza o no hará nada.
Quienes predican constantemente que la claridad de los actos de gobierno
es prenda de una verdadera democracia no podrán quejarse. Quienes quieren
que el pueblo sepa siempre de qué se trata, tampoco. Quizás, empero,
se quejen algunos constitucionalistas ortodoxos y algunos -¿o muchos?-
hombres de la Iglesia. Unos y otros podrán argumentar que esta confusión
de poderes no favorece ni a la República ni a la Iglesia. En fin: ya
se sabe que hay eternos descontentos.
Según es conocido, el peronismo perdió las elecciones en la provincia
de Buenos Aires, en gran medida por la candidatura de Iglesias. Este
no alcanzó, por lo tanto, la gobernación.
El poder ejecutivo constitucional bonaerense, instalado el 10 de diciembre
de 1983, dispuso por decreto 321 del 30 del mismo mes y año, el pase
a retiro obligatorio del arzobispo Antonio José Plaza como capellán
general de la policía. Había sido nombrado para ese cargo el 11 de noviembre
de 1976, en plena dictadura militar. Asumió sus funciones en un acto
que presidieron el entonces comandante del primer cuerpo de ejército,
general Carlos Suárez Mason y el jefe de policía coronel (ahora general),
Ramón Camps, cuyas responsabilidades en el terrorismo de Estado son
sobradamente conocidas.
El ministro de gobierno de Buenos Aires, Juan Antonio Portesi, señaló
en esa ocasión que Plaza cobraba, además del sueldo de comisario general,
un 30% adicional de bonificación por el título de abogado, aunque es
notorio que no lo poseía. Disponía además de un automóvil con chofer
y personal de servicio para su atención en el arzobispado. "La erogación
de la provincia destinada al prelado -agregó el doctor Portesi- era
importante" (4).
En 1985 monseñor Plaza debió enfrentar en la justicia penal de La Plata
una denuncia presentada, con el patrocinio de los abogados del CELS,
por su sobrino Jesús Plaza. La causa está vinculada a la detención y
desaparición de Juan Domingo Plaza, también sobrino del arzobispo y
hermano de Jesús. Este último había entrevistado al arzobispo, señalando
sus temores, el día anterior a la detención de Juan Domingo. Dicha circunstancia
hace sospechosa la conducta de monseñor Plaza, quien, por otra parte,
a pesar de sus vinculaciones, se abstuvo de cualquier gestión a su favor.
El joven desaparecido fue visto por varios sobrevivientes en la Escuela
de Mecánica de la Armada.
En la audiencia del 3 de octubre de 1986, del juicio contra el general
Ramón Camps, ante la Cámara Federal, el testigo Eduardo Schaposnik afirmó
haber visto a éste, acompañado del arzobispo de La Plata Antonio Plaza,
en el centro clandestino de detención ubicado en la cuadra de la jefatura
del cuerpo de infantería de la policía de la provincia de Buenos Aires.
Según La Nación del 21 de mayo de 1985, monseñor Plaza sostuvo que el
juicio que se seguía en ese momento a los ex comandantes, "es una revancha
de la subversión y una porquería. Se trata -agregó coincidiendo nuevamente
con Emilio Hardoy-, de un Nüremberg al revés, en el cual los criminales
están juzgando a los que vencieron al terrorismo". Estas expresiones
movieron al abogado de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre,
Eduardo Barcesat, a promover un juicio por desacato contra Plaza. "Las
alusiones -expresa en su presentación el mencionado letrado-, están
clara e inequívocamente dirigidas contra la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Criminal y Correccional Federal y a propósito de un significativo
proceso que se está llevando adelante ante dicho estrado judicial. La
calificación de ‘criminales’ se refiere sin ambigüedad posible a los
referidos jueces del Poder Judicial de la Nación". Solicitó por ello
el procesamiento, la prisión preventiva y el embrago de los bienes del
acusado (5).
El 21 de diciembre de 1984 monseñor Plaza cumplió 75 años. El artículo
401 del código de derecho canónico dispone que a esa edad los obispos
diocesanos deben presentar su renuncia al Sumo Pontífice. El arzobispo
de La Plata, en un gesto de arrogancia, nunca quiso admitir públicamente
que hubiera cumplido con dicha prescripción canónica. Sin embargo envió
su dimisión, que, inexplicablemente, tardó más de un año en ser aceptada
por el papa.
Mientras Plaza viajaba a Europa, poco antes de su septuagésimo quinto
aniversario, el 14 de noviembre de 1984, Nicolás Argentato, rector de
la Universidad Católica de La Plata, de la cual el arzobispo era el
Gran Canciller, impuso en Nueva York el título de doctor "honoris causa"
al reverendo Sung Myung Moon, fundador y cabeza de la poderosa secta
que lleva su nombre. Debido a que Moon estaba preso cumpliendo una condena
por defraudación al fisco estadounidense, fue representado en la ceremonia
por su segundo, el coronel coreano Bo Hi Pak.
El inaudito episodio de una universidad católica otorgando un grado
académico honorario a Moon, produjo un verdadero escándalo, que no perturbó
al arzobispo Plaza. La Santa Sede salió a cubrirlo diciendo, a través
de la Radio Vaticana, que «la opinión pública ha recibido con estupor
y amargura la concesión del doctorado "honoris causa", a Moon, por la
Universidad Católica de La Plata». La misión de la Sede Apostólica ante
las Naciones Unidas afirmó que "Argentato contravino con ese acto una
decisión de su superior jerárquico, el arzobispo de La Plata, monseñor
Antonio José Plaza". El cardenal Primatesta, conociendo el paño, expresó
desde Roma, más dubitativo que "por lo que yo sé, puedo afirmar que
Plaza desautorizó a Argentato". A su vez, el secretario de la Conferencia
Episcopal Argentina, monseñor Carlos Galán, expresó que esa distinción
"no condice con el calificativo de ‘católica’ que tiene dicha casa de
estudios".
Plaza ha mantenido hasta el presente un absoluto silencio sobre la cuestión.
Se negó a formular declaraciones al regresar a la Argentina. No solo
no desautorizó públicamente a Argentato sino lo sostuvo y le renovó
su confianza como rector de la UCLP hasta el momento de dejar la diócesis.
Le ha tocado a su sucesor, monseñor Antonio Quarracino, reemplazarlo
por el presbítero Gustavo Ponferrada.
No cabe duda, como surge de ese contexto, que el arzobispo Plaza dispuso
o autorizó el otorgamiento del diploma, sin rectificarse de su decisión.
Las aclaraciones de la Santa Sede no responden a la realidad y sólo
tuvieron por objeto guardar las formas.
Las razones de esa distinción hay que buscarlas en dos hechos. El primero,
una donación de 120.000 dólares realizada por Moon a la Universidad
Católica de La Plata, admitida por el doctor Argentato (6). El segundo,
la coincidencia de fines y actividades entre la poderosa secta, monseñor
Plaza y los grupos militares latinoamericanos que detentan o han detentado
el poder absoluto en el Cono Sur.
Pero antes de avanzar en ese terreno, conviene recordar los antecedentes
de la secta. Según el libro El Principio Divino, escrito por el reverendo
Sun Myung Moon -un ex monje coreano nacido en 1920-, "Jesús le reveló
cuando tenía 16 años que era el segundo Mesías. Su misión consistiría
en construir los fundamentos para salvar al hombre y luego conquistar
una nación que sea la responsable de restituir el ‘Reino de los Cielos
en la Tierra’.
Hace 2.000 años la nación preparada y elegida fue Israel, hoy la nación
escogida es los Estados Unidos. Ahora bien, previendo la posibilidad
que el pueblo norteamericano no cumpla con la responsabilidad de seguir
al Mesías, como lo hicieron los judíos con Jesús, se buscaron algunos
países alternativos. En 1965 el reverendo Moon realizó una gira por
cuarenta países de tres continentes y la Argentina fue la elegida como
‘tierra alternativa de Dios’. Es por ello que el reverendo Moon bendijo
el suelo de la plazoleta Colón ubicada entre Hipólito Yrigoyen, Rivadavia,
Alem y la Casa Rosada. En 1975 envía la primera misión y nueve años
más tarde están distribuidos en casi todas las provincias argentinas"
(7).
El nombre oficial de la secta, fundada en 1954, es "Iglesia de la Unificación"
o "Asociación del Espíritu Santo para la Unificación del Cristianismo
Mundial". En ese carácter se encuentra inscripta desde 1980 en el Registro
Nacional de Cultos del ministerio de Relaciones Exteriores y Culto,
bajo el número 1.184. Su sede se encuentra en la calle Vidal 2321 de
la capital federal, en el barrio de Belgrano.
Uno de los motivos que preocupan en la actividad de la secta lo constituye
el modo como reclutan adeptos entre jóvenes desorientados, a quienes
aíslan de su familia y someten, en centros especiales, a verdaderos
lavados de cerebro, con técnicas sicológicas demoledoras de la personalidad.
Con frecuencia los trasladan a Corea del Sur o a los Estados Unidos.
Un periodista argentino, Alfredo Silleta, logró incorporarse a los "moonies"
para investigar sus procedimientos, que descreibe minuciosamente en
el libro La secta Moon - Cómo destruir la democracia, publicado en julio
de 1985 por El Cid Editor.
Al margen de ese reclutamiento, "la secta Moon es un poder económico
mundial, al extremo que sus activos declarados en Corea del Sur rozan
los 200 millones de dólares, invertidos en compañías productoras de
titanio, maquinarias, armas, té ginseng y otros rubros. Según declaraciones
al Washington Post de Yoshikazu Soejima, ex director de relaciones públicas
de la filial Japón, en los últimos diez años 800 millones de dólares
fueron transferidos desde dicho país a los Estados Unidos. Obviamente,
no se trata de donaciones de los fieles, sino de ganancias empresarias
y fondos negros a invertirse con fines económicos y políticos en los
Estados Unidos y otros países".
Chochos
con las dictaduras. La cobertura del golpe de Estado
de 1930 a través de la crónica de Caras y caretas (Descargar
pdf)
"La ofensiva de la secta
en el cono sur latinoamericano se intensificó a partir de 1980 con viajes
sucesivos de altos jerarcas a Uruguay, Paraguay, Chile y Argentina para
establecer en nuestro país filiales de CAUSA Internacional -el brazo
político de la secta- y corresponsalías para sus diarios en los Estados
Unidos, uno de ellos en idioma castellano, que se editan en Nueva York
y Los Angeles. Entre los entrevistados figuraban los presidentes Stroessner
y Pinochet, el jefe del ejército uruguayo general Luis Queirolo y en
la argentina los almirantes Massera y Lambruschini y los ex presidentes
Onganía y Levingston. La penetración en el Uruguay resultó espectacular
y se calculan en 60 millones de dólares las inversiones realizadas,
entre ellas un diarios, una imprenta de primera línea, bancos y el Victoria
Plaza, principal hotel de Montevideo" (8).
Como una colaboración con la dictadura militar el diario de la secta
en Nueva York, News World, publicó a fines de 1979 una entrevista a
una supuesta "Madre de un subversivo", que señalaba encontrarse en el
Uruguay ante las amenazas de los montoneros. Era la señora Thelma Jara
de Cabezas, que en realidad estaba detenida clandestinamente en la Escuela
de Mecánica de la Armada, de acuerdo con su minucioso relato ante la
cámara federal de la capital federal, en el juicio a los ex comandantes.
Confirma en esa declaración la señora de Cabezas que en septiembre de
ese año fue trasladada a Montevideo, con documentos falsos, para ser
entrevistada por dos periodistas norteamericanos (9).
Del 13 al 17 de julio de 1980, CAUSA (Confederación de Asociaciones
para la Unificación de las Sociedades Americanas), realizó un seminario
en el hotel Libertador de Buenos Aires, con el patrocinio de la Universidad
Católica de La Plata. Contó con la presencia del asistente de Moon,
coronel Bo Hi Pak y la participación del general Diaz Bessone y los
ex presidentes de ipso Onganía y Levingston.
En esa ocasión, Pak y Plaza intercambiaron discursos. El primero agradeció
"la inspirada guía y ayuda de monseñor Plaza, a quien sinceramente admiro
y respeto como campeón de Dios y de la libertad en esta época". El sgundo
contestó expresando que "debemos enfrentar al marxismo en su ideología...
El reverendo Moon eligió desafiar la causa de la violencia en la teoría
obsoleta del marxismo... Ponemos de relieve la actividad del coronel
Pak en su lucha contra el marxismo, pero también en su contrapropuesta"
(10).
Plaza habría sido el nexo para el viaje a Corea del Sur del entonces
jefe del estado mayor del ejército argentino, José Arguindeguy, quien
se trasladó a Seúl con su esposa y dos coroneles por invitación de Bo
Hi Pak.
En febrero de 1985 el brazo político de la secta organizó en París una
reunión de más de cien militares de alta graduación para analizar la
situación centroamericana. De la Argentina asistieron los generales
Diaz Bessone, Osiris Villegas y Mallea Gil, el almirante Fitte y el
brigadier Martínez Quiroga.
En la primera semana de diciembre de 1985, doce latinoamericanos que
alguna vez ocuparon la presidencia constitucional de su país, entre
ellos Arturo Frondizi, fueron recibidos colectivamente por el papa Juan
Pablo II. La noticia no tiene nada de llamativo, sino fuera que los
citados ex presidentes habían sido convocados para reunirse por AULA
(Asociación pro Unidad Latinoamericana), que es una de las doscientas
organizaciones civiles de todo tipo que financia la "Iglesia de la Unificación".
Con posterioridad a dicho encuentro Frondizi ha viajado a Corea del
Sur. Esta vinculación del ex presidente argentino no llama la atención,
dada su actual posición ideológica y política, pero sí la audiencia
con el Sumo Pontífice, teniendo en cuenta las características, doctrina
y antecedentes de la secta que venera al reverendo Moon como "segundo
Mesías".
Algunos interrogantes
Con las referencias precedentes he querido mostrar, dentro de los límites
de este trabajo, la posición asumida y el papel desempeñado por el arzobispo
de La Plata, en relación con el terrorismo de Estado implantado por
la dictadura militar.
El análisis, sin embargo, ha conducido a la presentación de un cuadro
más amplio, que plantea algunos interrogantes.
Los expresa también el editorialista de la revista Criterio, al manifestar:
"Hay que reconocer que muchos católicos no se sienten cómodos hoy en
la iglesia. Creen advertir que no se guarda la debida equidad ante comportamientos
juzgados negativos de uno u otro sector eclesial. Contrastan, por ejemplo,
la severidad de las medidas adoptadas con el P. Boff con la lenidad
con que han sido tratados los ‘errores’ de monseñor Marcinkus en el
sonado caso del banco Ambrosiano y, en nuestro país, la impunidad con
que las autoridades de la Universidad Católica de La Plata otorgaron
un doctorado honoris causa al jefe de la secta Moon. Una suerte de neoconservadorismo
eclesiástico se muestra hipersensibilizado por los desvíos de la ‘izquierda’,
pero al mismo tiempo hace la vista gorda a la falta de adhesión visible
al Concilio Vaticano II por parte de algunos institutos religiosos"
(11).
Me pregunto cómo es posible que durante tantos años el titular de una
de las principales sedes arzobispales del país, actuara en la forma
que he reseñado, a contrapelo de las enseñanzas envangélicas y de las
normas eclesiales, causando verdadero escándalo, sin que la Santa Sede
y la Conferencia Episcopal le pusieran remedio. Se me dirá que cada
obispo es responsable solamente ante Roma. Es cierto. Pero la colegialidad
posee sus exigencias e impone limitaciones que los prelados preocupados
por la defensa de los derechos humanos aceptaron, mientras monseñor
Plaza al igual que Bonamín y otros colegas -como se verá enseguida-,
pasaron olímpicamente por alto.
No entiendo que haya habido que esperar que Plaza cumpliera 75 años
para que abandonase su cargo y menos que el papa se pasara un año largo
antes de dar a conocer la aceptación de su renuncia. Si la decisión
hubiese sido inmediata, habríamos tenido la sensación de un gesto de
desaprobación. En cambio con esa demora, pareciera lo contrario. Deberé
inclinarme ante la opinión de algunos expertos que sostienen que Plaza
goza de la protección de ciertas camarillas vaticanas.
De cualquier manera la sanción social, dentro y fuera de la Iglesia,
se ha hecho sentir. Monseñor Plaza se ha retirado de su función en el
más absoluto silencio. No he visto publicada la mención de un solo homenaje,
de una despedida, de una misa siquiera, como es habitual en estos casos.
Es posible que las haya habido. No resido en La Plata y no puedo aseverarlo.
Pero soy asiduo lector de diarios, periódicos y revistas y no ha pasado
bajo mis ojos la menor noticia. Se dio en cambio amplia publicidad a
la toma de posesión de la sede por su sucesor, Antonio Quarracino.
Opiniones episcopales
Resultaría imposible y tedioso intentar un análisis de la posición asumida
por cada obispo del país con respecto a las violaciones de los derechos
humanos, la condena del terrorismo de Estado y la atención pastoral
de sus víctimas.
Voy a limitarme a transcribir un florilegio de expresiones y actitudes
que demuestran, a mi juicio, el predominio en el cuerpo episcopal de
una opción política a favor del régimen militar en desmedro de las exigencias
del testimonio evangélico.
Comencemos por monseñor Antonio José Plaza, arzobispo de La Plata. En
mayo de 1977 dijo en un discurso en la capital de la provincia de Buenos
Aires: "Los malos argentinos que salen del país se organizan desde el
exterior contra la patria, apoyados por las fuerzas oscuras, difunden
noticias y realizan desde afuera campañas en combinación con quienes
trabajan en la sombra dentro de nuestro territorio. Roguemos por el
feliz resultado de la ardua tarea de quienes espiritualmente y temporalmente
nos gobiernan. Seamos hijos de una Nación en la cual la Iglesia goza
de un respeto desconocido en todos los países condenadamente marxistas"
(12).
Obsérvese el adverbio "espiritualmente". Para monseñor Plaza, en abierta
contraposición con la doctrina católica, el ámbito espiritual correspondía
al gobierno de las fuerzas armadas, como lo puso de manifiesto en el
caso de la prohibición del libro de Beatriz Casiello, que he mencionado
en las páginas anteriores. Su principal preocupación es que la Iglesia
goce de respeto -es decir, de privilegios-, a diferencia de lo que ocurre
en el resto de los países, "condenadamente marxistas".
En agosto de 1978 el mismo Plaza sostuvo, en respuesta a una carta de
Amnistía Internacional, que "en la Argentina no hay prisioneros políticos"
(13). Pocas semanas antes, al regresar de un viaje al Vaticano, lamentó
"la campaña de descrédito existente -a su juicio contra la Argentina-
que cuenta con el apoyo de las fuerzas de la izquierda". Agregó que
en la Santa Sede se estaba viendo la situación argentina con mayor comprensión
y expresó su esperanza que los periodistas que vendrían para el campeonato
mundial de fútbol podrían ver mejor las cosas (14).
En algunos casos, con olvido total de la obligación pastoral, la opinión
de los obispos fue expresada con una violencia y una ceguera incomprensibles.
Tal es el caso de monseñor Carlos Mariano Pérez, ahora retirado del
obispado de Salta. En enero de 1984 sostuvo ante la prensa nada menos
que lo siguiente: "Hay que erradicar a las Madres de Plaza de Mayo".
Sin duda pensaría, evangélicamente en la utilización de cámaras de gases.
Además, "se mostró contrario al juicio y castigo a los militares, afirmó
que los organismos defensores de derechos humanos en nuestro país pertenecen
a una organización internacional; y consideró que la exhumación de cadáveres
N.N. es una infamia para la sociedad" (15).
La visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la O.E.A.
en 1979, causó irritación a muchos obispos. Pienso que en esa reacción
se mezclaban varios factores. El primero, la ignorancia. Los prelados
dan la impresión de no saber que la C.I.D.H. integra la Organización
de los Estados Americanos, a la cual pertenece la Argentina y que ésta,
por los tratados que ha suscripto, está obligada a aceptar su intervención.
No tienen la menor idea del papel -encomiado con frecuencia por la Santa
Sede- que desempeñan los organismos internacionales en la salvaguardia
de los derechos humanos. Se imaginan a la Comisión como un grupo de
enemigos del régimen argentino y no como un cuerpo imparcial, formado
por juristas independientes.
A esa circunstancia se agrega su mentalidad estrecha y patriotera, formada
por la ideología del nacional-catolicismo. Pero lo claramente decisivo
era la alianza de los obispos con el régimen militar, al cual se sentían
en la obligación de defender sin ningún análisis serio de la cuestión.
En algunas declaraciones, como la de monseñor Octavio Nicolás Derisi,
rector de la Universidad Católica Argentina y obispo auxiliar de La
Plata, el primitivismo se combina con el agravio a las víctimas del
terrorismo de Estado y la adulación a las autoridades. "Creo que la
C.I.D.H. no debería haber venido", sostiene en septiembre de 1979. "El
gobierno -agrega- con una gran generosidad la ha aceptado. Por eso yo
también la respeto, pero no tenía por qué una comisión extranjera venir
a tomarnos examen. Creo que en estre momento el gobierno lo está haciendo
bien y no era necesario todo esto. Pero en fin, ya que ha venido pido
a Dios que sean objetivos y no se dejen influenciar por aquella gente
que ha creado este problema en la Argentina: las familias de aquellos
guerrilleros que mataron, secuestraron y robaron" (16).
En esta exposición, como en todas las de Derisi, surge la estolidez,
la incompetencia, la deshonestidad. "Creo sinceramente -continúa-, que
la Argentina es uno de los países donde hay más tranquilidad y en donde
los derechos humanos están más respetados. En este momento hay presos,
pero presos por delincuencia, dice el gobierno y en todo caso de acuerdo
a la ley y a la constitución. No veo que en este momento en la Argentina
se encarcele, se mate, se atropelle contra los derechos humanos en ninguna
parte. Si hay alguna cosa individual... somos hombres, pero no me consta
que exista esta situación. De todos modos yo vengo de Europa y les aseguro
que hay mucha más tranquilidad en Argentina. En la Argentina una mujer
puede ir de noche con toda tranquilidad. Yo diría que los derechos humanos
están sustancialmente defendidos en la Argentina" (17).
En una encuesta de la revista Somos sobre la venida de la C.I.D.H.,
monseñor Derisi repite los mismos argumentos, agregando un matiz de
vanidad intelectual, derivado de su presunta versación filosófica: "Prefiero
-dice- llamar derechos de la persona humana y no derechos humanos. Hay
quienes hablan mucho sobre el tema, si. Pero un país donde hubo un millón
de abortos en un año como los Estados Unidos -añade con una lógica extraña-,
¿tiene derecho a convertirse en juez?" (18).
Surge otra vez la confusión respecto a la C.I.D.H., cuyos integrantes,
en su mayoría son latinoamericanos. Y no se entiende por qué razón si
en los Estados Unidos -igual que en la Argentina- se realizan abortos
, se justifica que entre nosotros las fuerzas armadas secuestren, torturen,
roben y maten.
No voy a incursionar sobre el perfil intelectual y moral de monseñor
Derisi, porque no es la ocasión oportuna. Ya habrá oportunidad. Quiero
mantenerme dentro de los límites de mi tema y señalar el papel miserable
que Derisi desempeñó en los años oscuros, llegando hasta la delación.
Basta con leer los párrafos transcriptos, donde luce el servilismo hacia
los detentadores del poder y la calumnia para los perseguidos y las
víctimas. Cuando fue detenida mi hija le escribí pidiéndole ayuda. Me
contestó que nada podía hacer. En realidad, nada quería hacer, dado
que su identificación con el gobierno le proporcionaba un amplio margen
de influencia, que utilizó para la obtención de ventajas temporales.
Para monseñor Idelfonso María Sansierra, arzobispo de San Juan -ya fallecido-,
"la C.I.D.H. tiene intención política. Debería preocuparse por otros
países donde se violan abiertamente los derechos humanos. Debemos defender
nuestra soberanía y si la comisión excediera sus funciones el gobierno,
haciendo uso de sus facultades soberanas, debería dar por terminada
su misión" (19).
Monseñor Sansierra fue uno de los obispos más reaccionarios e ignorantes
de nuestro episcopado. Afirmó, impúdicamente, que "los derechos humanos
son observados en la Argentina". Sostuvo además que "ellos son suspendidos
en tiempo de guerra" (20). ¡Dónde habrá estudiado teología moral monseñor
Sansierra, para quien, aparentemente, en caso de conflagración bélica
-que entre nosotros no existía-, es legítimo torturar, asesinar prisioneros
robar y violar mujeres! Su aserción contradice abiertamente las enseñanzas
de la Iglesia y pone de manifiesto la pasión homicida que lo alentaba.
En una ocasión hablando de los que se quejaban por la existencia de
presos políticos, dio la siguiente explicación: "Yo voy también a la
cárcel y nunca me quedo adentro. Me dejan salir siempre" (21).
Otro caso de alteración de la doctrina de la Iglesia es el de monseñor
Guillermo Bolatti, arzobispo de Rosario -también fallecido y representante
del ala integrista-, quien explicó que "cada país debe regular los derechos
humanos". Esta afirmación implica colocar la soberanía del Estado por
encima de los derechos fundamentales, incluyendo la libertad de conciencia
y ha sido reiteradamente condenada por papas y concilios. "No deben
ser los extranjeros (la C.I.D.H.) -agregó- los que nos vengan a indicar
lo que tenemos que hacer. La entrevista de la C.I.D.H. con Primatesta
me imagino que será positiva, porque podrán recibir algunos esclarecimientos
sobre la situación de la Argentina que en el extranjero y en particular
en Europa, está distorsionada". (22)
El obispo de San Rafael, monseñor León Kruk, dijo que "la visita de
la C.I.D.H. no significa un avasallamiento de nuestra soberanía pues
responde a una invitación del gobierno, aunque expresó sus dudas acerca
de la exactitud de sus conclusiones" (23). ¡Curiosos obispos regalistas,
más preocupados por la soberanía del estado que por la vigencia del
Evangelio! Pero ya veremos más adelante la raíz de esta cosmovisión.
En los días previos a la llegada de la Comisión Interamericana participé
en un episodio que confirma el preconcepto de los obispos. Acompañé
a Córdoba a una funcionaria de la C.I.D.H. para encontrar un lugar que
no perteneciera al Estado, donde sus miembros pudieran recibir con libertad
y en un clima de confianza las denuncias de los familiares de las víctimas
de las violaciones de los derechos humanos. No era fácil, por el temor
reinante. La representante de la Comisión, confiada por la cooperación
encontrada en otros países, pensó en un templo católico y pedimos una
entrevista al cardenal Raúl Primatesta. Como estaba ausente de la ciudad
nos recibió su auxiliar -ahora arzobispo de Paraná- monseñor Estanislao
Karlic. Escuchó con atención y nos dijo que transmitiría el pedido al
cardenal. La conversación fue extensa y la aproveché para explicar la
gravedad de los hechos y la urgencia de la intervención de la Iglesia.
Al día siguiente Karlic nos llamó por teléfono a Buenos Aires para comunicarnos
que el cardenal Primatesta había resuelto no prestar ningún templo ni
edificio eclesiástico con ese fin, porque no quería adoptar una posición
crítica frente al gobierno... Igual suerte corrió la solicitud que hicimos
llegar al obispo de Tucumán, Blas Conrero, quien se amparó en la decisión
adoptada por Primatesta. En definitiva, una nueva y expresa omisión
del deber pastoral por servilismo hacia el estado.
En el informe de la C.I.D.H. sobre la situación de los derechos humanos
en la Argentina, se dice lo siguiente: "El miércoles 12 de septiembre
(de 1979), la C.I.D.H. visitó en la sede de la Conferencia Episcopal
al cardenal primado de la Argentina, arzobispo de Córdoba y Presidente
de la Conferencia Episcopal Argentina, quien expuso sus puntos de vista
acerca de la situación de los derechos humanos de la Argentina e intercambio
opiniones con los miembros de la C.I.D.H." (24). Supe luego, conversando
con miembros de la Comisión Interamericana, que el cardenal Primatesta
sólo expresó vaguedades, dirigidas a justificar la actitud de las fuerzas
armadas.
Las denuncias sobre violaciones de los derechos humanos en la Argentina
también exasperaban a algunos obispos. Para monseñor Bernardo Witte,
obispo de La Rioja, se trataba de una "campaña difamatoria" y para monseñor
Rómulo García, obispo de Mar del Plata, eran "campañas improvisadas
y organizadas por quienes niegan la libertad" (25). En esa calificación,
por cierto calumniosa, estaban incluidos, sin excepción, los familiares
de las víctimas, las instituciones de derechos humanos del país y las
organizaciones internacionales. Monseñor García negó un templo a los
familiares de detenidos-desaparecidos, para reunirse.
Los prelados de mayor jerarquía hacen sonar otras cuerdas en defensa
de las fuerzas armadas. Monseñor Antonio Quarracino, antiguo obispo
de Avellaneda y después arzobispo de La Plata, ha insistido en la necesidad
de que se dicte una "ley de olvido", aunque nunca ha conseguido explicar
cómo podía instrumentarse (26). El cardenal Juan Carlos Aramburu se
inclina por una amnistía (27). Y el cardenal Raúl Primatesta, con dudosa
teología, sostiene que el perdón corresponde a los hombres y la justicia
de Dios, excluyendo de esa manera la posibilidad de sanciones penales
para los criminales del Estado terrorista (28). Con ese criterio, el
gobierno italiano tendría que liberar inmediatamente al ciudadano turco
que hirió gravemente al papa Juan Pablo II.
No quiero abusar del lector con citas similares. Recuerdo expresiones
del mismo tipo de monseñor Rubén Di Monte, obispo de Avellaneda; monseñor
Jorge Mayer, arzobispo de Bahía Blanca y su entonces vicario y ahora
obispo de Mercedes, monseñor Emilio Ogñenovich, con quien tuve una difícil
conversación en un viaje a esa ciudad del sur; monseñor Horacio A. Bozzoli,
en esa época obispo auxiliar y vicario general de la arquidiócesis de
Buenos Aires -a quien entrevisté- y ahora arzobispo de Tucumán; monseñor
Pedro A. Torres Farías, obispo de Catamarca; monseñor Jorge Manuel López,
antes obispo de Corrientes y en la actualidad arzobispo de Rosario;
monseñor Elso Desiderio Collino, obispo de Lomas de Zamora, que se prestó
para viajar a París a fin de oficiar la misa solicitada por la embajada
Argentina, que se negara a celebrar el arzobispo de esa ciudad; monseñor
Manuel Guirao, antiguo obispo de Orán, trasladado al arzobispado de
Santiago del Estero; monseñor Italo Di Stéfano, ex obispo de Presidencia
Roque Sáenz Peña y ahora arzobispo de San Juan; monseñor Jorge Carlos
Carreras, antiguo obispo de San Justo, para quien defender los derechos
humanos significa ser comunista; monseñor Juan Rodolfo Laise, obispo
de San Luis, una de las mentalidades más cavernícolas de todo el Episcopado;
y monseñor Adolfo R. Arana, obispo de Santa Rosa, hijo de un general
del ejército y afin con su mentalidad.
Esta comunidad de objetivos fue expresada por el almirante Emilio Massera,
en una de sus respuestas más cínicas: "Nosotros -dijo- cuando actuamos
como poder político seguimos siendo católicos, los sacerdotes católicos
cuando actúan como poder espiritual siguen siendo ciudadanos... Sin
embargo, como todos obramos a partir del amor, que es el sustento de
nuestra religión, no tenemos problemas y las relaciones son óptimas,
tal como corresponde a cristianos" (29).
Notas
(1) La Nación, Buenos Aires, 20 de noviembre de 1978 y Clarín, Buenos
Aires, 21 de noviembre de 1978.
(2) Clarín, Buenos Aires, 24 de noviembre de 1978.
(3) La Prensa y La Razón, Buenos Aires, 20 de noviembre de 1978.
(4) Conf. Clarín y La Prensa, Buenos Aires, 31 de diciembre de 1983.
(5) La Razón, Buenos Aires, 25 de mayo de 1985.
(6) La Razón, Buenos Aires, 8 de diciembre de 1984.
(7) Alfredo Silletta: La secta Moon. Cómo destruir la democracia, Buenos
Aires, 1985, El Cid Editor, pág. 37.
(8) Orestes Plana: El escándalo de la secta Moon - El Vaticano absuelve
a monseñor Plaza, en El Periodista, Buenos Aires, 24 de noviembre de
1984, pág. 11.
(9) El Diario del Juicio, número 25, Buenos Aires, 12 de noviembre de
1985, pág. 470.
(10) Alfredo Silletta: ob. Cit, pág 41.
(11) La Iglesia ante un desafío, en Criterio, número 1947, Buenos Aires,
11 de julio de 1985, págs. 327 / 328.
(12) La Razón, Buenos Aires, 13 de mayo de 1977.
(13) Buenos Aires Herald, Buenos Aires, 2 de agosto de 1978.
(14) La Opinión, 8 de junio de 1978.
(15) La Razón, Buenos Aires, 23 de enero de 1983; La Voz, Buenos Aires,,
24 de enero de 1984.
(16) La Razón, Buenos Aires, 12 de septiembre de 1979.
(17) Id. Id..
(18) Somos, Buenos Aires, 7 de septiembre de 1979.
(19) Clarín, Buenos Aires, 8 de agosto de 1979.
(20) Periódicos de San Juan, 15 de mayo de 1977.
(21) La Prensa, Buenos Aires, 31 de enero de 1978.
(22) Convicción, Buenos Aires, 13 de septiembre de 1979.
(23) Crónica, Buenos Aires, 13 de septiembre de 1979.
(24) El Informe prohibido. Informe de la O.E.A., sobre la situación
de los derechos humanos en la Argentina. Buenos Aires, CELS, 1984, pág.
14.
(25) La Nación, Buenos Aires, 27 de mayo de 1978.
(26) Conf. Convicción, Buenos Aires, 3 de abril de 1983; Tiempo Argentino,
3 de abril de 1983; Esquiú, 18 de abril de 1983.
(27) Convicción, Buenos Aires, 3 de abril de 1983.
(28) Clarín, Buenos Aires, 6 de abril de 1985.
(29) Entrevista concedida a la revista Familia Cristiana, reproducida
por el diario Clarín, del 13 de marzo de 1977.
¿Cuál es el verdadero fin de año?, se preguntaría un lector de estas
tierras europeas hermosamente blancas de pura nieve. El lector alemán
de estas comarcas mansas del Rhin leería primero en su diario: "Cierre
de una iglesia; se convertirá en instituto de masajes". Del alma al
cuerpo. Ningún escritor exaltado de imaginaciones podría haber inventado
esta realidad. Sí, la Iglesia Católica la ha vendido porque, primero,
a ese templo ya no concurre nadie y, segundo, porque tiene graves problemas
económicos. (No hace mucho, hablé de la venta de iglesias en Alemania
y en todo el mundo. Ha proseguido esa tendencia. En la aldea de Linz,
por ejemplo, de diez iglesias sólo siguen funcionando dos. No hay curas,
no hay feligreses. Se calcula que en la próxima década van a cerrar
700 iglesias, casi todas en la zona del Norte de Renania y Westfalia,
de mayoría católica. En la ciudad de Essen de un millón y medio de fieles
quedan 940.000.) Pero la tapa de ese diario (General Anzeiger) trae
como título "Mensaje de Navidad del papa Benedicto: ‘Os deseo a vosotros
de todo corazón, que el cálido y comprensivo Dios os proteja siempre,
os bendiga y os dé claridad’".
Claro, el un poco confundido lector del mismo diario se preguntará –en
voz muy baja, por las dudas– ¿por qué Dios de todo corazón, cálido y
comprensivo Todopoderoso, permite que sus iglesias se conviertan de
templos del alma en centros de masajes del cuerpo? Ya lo dijimos alguna
vez: da pena que las iglesias se vendan y no se conviertan en grandes
centros de debate de cómo hacer para buscar soluciones a los tremendos
males que sufre el ser humano. El hambre, la muerte infantil, el desprecio
que significa el hombre sin trabajo, los emigrantes que cruzan fronteras
prohibidas para poder trabajar y mantener a sus familias, las guerras
cada vez más feroces, la tortura ya oficializada. Ir solucionando esos
problemas mediante el debate sería crear al verdadero Dios, el de la
infinita bondad. No esperar el cielo para gozar porque no nos daría
ninguna tranquilidad ni sosiego ver desde arriba cómo sufren los de
abajo. Los intérpretes prácticos de la vida diaria señalaron que aquella
vez se eligió al Papa polaco porque sólo un polaco era capaz de hacer
caer el comunismo. Y sostienen que no se equivocaron los que aconsejaron
eso ya que el verdadero artífice que le dio el empujón más fuerte al
comunismo fue el papa Wojtyla. La pregunta de siempre es: bueno, sí,
pero qué nos dejó ¿Bush? ¿Que ahora en Rusia haya multimillonarios que
compran equipos de fútbol enteros? Pronto jugadores porteños formarán
el "Moscú Fútbol Club" o el "Siberianos Unidos". Ya hay "conversaciones"
como suelen decir los cronistas deportivos.
Ahora se dijo que se eligió a un Papa alemán con el objetivo de entusiasmar
a los católicos de este país para que vayan a misa los domingos y entonces
Alemania podría volver a ser el país católico que más dinero da a la
Santa Sede de Roma.
Se nos ocurre que las soluciones no son ésas. Es verdaderamente deplorable
que la Iglesia no haya logrado ninguna de las metas que marcó Jesús.
Pero que puede llegar a obtenerlas si aprende de la historia y no se
encierra en cenáculos teológicos exclusivos o en estructuras donde lo
único que vale es la voz de mando del Papa o del obispo.
La Iglesia Católica tiene que preguntarse, para detener esta silenciosa
pero indiscutible pérdida de prosélitos, cómo, por ejemplo, la sociedad
se fue reformando y tuvo que finalmente permitir como horario máximo
para los obreros las sagradas ocho horas de trabajo. Las obtuvieron
ellos saliendo a la calle con la protesta y el coraje, no yendo a rezar
a la iglesia.
Quienes se dieron cuenta de que la Iglesia iba a perder si continuaba
con el argumento de la infinita bondad de Dios o que hay que ser fiel
a Él y solamente a Él y a su Madre Virgen, fueron los llamados curas
del TercerMundo. Verdaderos mártires de la solidaridad, pero de la verdadera
solidaridad, la de los hechos, el lograr justicia y vida aquí en la
tierra. Y también hubo y hay obispos con el mismo pensamiento. Muchos
fueron muertos por los militares, gendarmes y policías de siempre. La
Iglesia oficial tendría que abrirse y todos los años recordar con grandes
manifestaciones el día en que esos verdaderos Hijos del Pueblo fueron
asesinados. No elegir encerrados y en secreto a un nuevo Papa sino que
éstos sean elegidos en asambleas de los pueblos. Nos imaginamos qué
pasaría si la Iglesia Católica argentina iniciara una marcha convocatoria
a todos sus fieles, de peregrinaje a la Plaza de Mayo para exigir como
principio fundamental de la democracia una vida digna para todos los
niños argentinos invirtiendo en trabajo para todos los padres. Comedores
infantiles en vez de más policías, sueldos dignos para los docentes
en vez de militares. Me imagino Papas como Angelelli o De Nevares. No
sólo hablaban sino que Hacían.
Cuando la Iglesia Católica tuvo a esos hijos naturales que fueron los
de la Teología de la Liberación, tendría que haberse dado cuenta y pasar
de la plegaria a la acción. Fue un aviso que respondió a las necesidades
de la época y de su futuro. En vez de eso, retrocedió. No vamos a negar
los buenos deseos y palabras del papa Wojtyla y hasta de Ratzinger,
pero ahora falta llevar a la realidad esas palabras. La acción. Sí,
no violenta, pero poner la cara y decir esto no va más. Se están muriendo
todos los días de hambre niños en la Argentina, el país de las mieses
de oro.
El obispo de Paderborn acaba de decir: "Nos dejamos fascinar más por
la oscuridad que por la luz". Bien, señor arzobispo, prenda entonces
la lamparita: en vez de rezar a oscuras, salga a la calle a la luz del
día e invite a su pueblo a salir a la calle: los diarios alemanes acaban
de publicar que pese a los cinco millones de desocupados, las empresas
anuncian nuevos despidos: Telekom cesanteará a 32.000 empleados; Opel,
a 9000; Karstad-Quelle, a 5700; Walter Bau, a 3000; Deutsche Bank, a
1920; Agfa Foto, a 1700; IBM, a 1600; Ford, a 1300, etc. etc. etcétera.
Pero, ¿cómo? ¿No era que todo iba a quedar resuelto con el capitalismo?
Es hora pues de que, sobre la base de las enseñanzas evangélicas, se
busque la justicia deseada y se muestre una visión del cambio de la
sociedad actual con el basta a todas las violencias, siempre iniciadas
por el deseo de más poder.
Sí, la Iglesia perdió un hermoso tiempo y una magnífica oportunidad.
Ayudar con toda su fuerza a resolver los problemas de violencia de las
sociedades. Ayudar a construir el camino al paraíso en esta misma tierra.
Esto me hace recordar la lección que le impartió un humildísimo curita
capuchino argentino a aquel cardenal que supimos conseguir, monseñor
Aramburu, obispo del orden establecido y sus castas. El curita se llama
Antonio Puigjané. El cardenal le ordenó al curita retractarse porque
había criticado a la dictadura militar de Videla. En vez de retractarse,
el padre Puigjané le contestó que le iba a decir la verdad, toda la
verdad. Y se lo dijo. Se explayó acerca de la conducta triste y colaboracionista
de la Iglesia para con el régimen de desaparecedores de personas. Le
escribió (textual): "La muerte que por miles fue sembrada entre lo mejor
de nuestra juventud fue obra evidente de quienes vieron peligrar sus
privilegios. No se dudó en usar los métodos represivos más monstruosos
con tal de aniquilar todo lo que hubiera podido dar unidad y fuerza
a nuestro pueblo. No se quiso aniquilar a la guerrilla (ello fue sólo
una ocasión bien explotada) sino a un pueblo pobre que comenzaba a tener
un poco de conciencia de su dignidad y de sus derechos. Una vez me fui
a conversar con vos, obispo hermano, y tras larga charla me dijiste
que todo lo que estaba haciendo yo a favor de las Madres era antievangélico".
Más adelante le expresa: "No te ha gustado que confesase, con dolor
y vergüenza, que hemos sido cómplices, especialmente la jerarquía de
la Iglesia, de los crímenes horrendos del proceso contra nuestro pueblo.
Los familiares de desaparecidos nos creen muchísimo más culpables que
a los mismos militares, a los hombres de la Iglesia, en especial a ustedes,
los obispos. Ustedes, no se jugaron". Y continúa: "Vos mismo, hermano
obispo, al no recibir nunca a las Madres de Plaza de Mayo, al prohibir
misas por los desaparecidos, al decir que muchos desaparecidos estaban
paseando por Europa... ¿sabés cómo se frotaron las manos los desaparecedores?"
Esto lo dijo el padre Antonio Puigjané, un cura del pueblo.
Con curas católicos como éste, la iglesia de los Redentoristas de Hennef,
que hoy sirve a un instituto de masajes, y lleva el nombre de "Wellness
oasis" (Oasis del sentirse bien), se llamaría "Comedor de niños, madres
solteras y abuelos solitarios".
[Nótese que esta entrevista tiene fecha 05 de abril de 1984. Si no,
no podrá leerse correctamente]
Para quienes la vida del prójimo, que para ellos no es prójimo, se juega
en una mesa de dinero o de tortura, él es un personaje polémico.
Para quienes la vida es Belleza. Manos. Amor. Nido.
Ángeles. Dios. Arte. Alegría. Bien Común.
Para quienes la vida es Universo todo en comunión,
Monseñor Antonio José Plaza es una máscara de horror.
Ligado al genocida militar Ramón Camps, siempre se dijo que, a su manera,
"gobernó" la provincia de Buenos Aires. "Manera". Modo. Forma. Estilo.
Pienso en manera-modo-forma-estilo. Para creer. Crear. Construir. Soñar.
Acariciar. Ayudar. Amparar.
Para disparar gaviotas que hilvanen estrellas.
Para dibujar ternura en la mañana de a dos.
Cuando el amor se recrea en tostadas crujidas con ojos de tanto amor.
Como antes del instante vértice del despojamiento y la entrega.
De la entrega para la libertad.
Monseñor -¿monseñor?- monseñor ríe ¡ríe¡ Ríe que muchos desaparecidos
se "desaparecieron entre ellos". Ríe y el enorme Víctor Hugo del "Hombre
que ríe" le hubiera parecido "subversivo". Ríe que al Padre Hapon no
lo mataron los genocidas, sino que se fue al Sur. Niega haber dicho
a Amnesty Internacional que en Argentina no había detenidos políticos.
Después, ante la evidencia, ríe, ríe. Ríe, en su máscara de horror.
Quiera Dios que esta entrevista consiga con los años, que algún un corazón
grite, susurre, clame.
Para que
Nunca Más.
Nunca Más.
Nunca Más.
Cristina Castello
Es arzobispo de La Plata desde 1956. A partir de entonces tuvo influencia
en elámbito educativo de algunos gobiernos provinciales. Se lo vinculó
con el Banco Popular de La Plata, liquidado por el Banco Central en
1964. Desde el 11 de noviembre del '76 hasta el 30 de diciembre de 1983,
fue capellán general de la Policía de la Provincia. De la más genocida
policía del genocidio, junto a la de Tucumán y Córdoba. Tuvo jerarquía
de Comisario General. Le dio el cargo el entonces Jefe de Policía Ramón
Camps. Nombre que acecha el alma. El arzobispo y el hombre que acecha
el alma se hicieron amigos. Y Plaza se ufana de ello. De su amistad
con el asesino.
EL HOMBRE QUE RÍE
Para llegar a él me acompaña alguien. Parece un parapolicial. Me lleva
por pasadizos y sótanos. Inquietantes. Intimidatorios.
Cuando llego a su despacho, sonríe. Como un cura bueno. Como un padrecito
de pueblo que tuviera a Dios en él. Como si de verdad fuera un ministro
de Dios. Elude temas pero se refiere a otros, sin que medien mis preguntas.
Por ejemplo y con cara de inocente: "A ese cenicero me lo regaló Graiver
(!)...es un amigo".
El arzobispo de La Plata me soporta, como si estuviera contento con
mi entrevista. Cargada de información y de preguntas.
Desde el fondo de mi amor a la vida y del sentido del deber, pregunto.
Siento en mí la muerte y/o los horrores de todos mis hermanos humanos,
a quienes nunca conocí. Pero eso: eran seres humanos. El hombre que
ríe no se altera. Se muestra cordial y quiere seducirme con la charla.
No entiende que lo mío son valores, nota mediante o no. No sabe que
los valores contienen el concepto de la existencia como hecho trascendente.
Y que son inmodificables. No entendería que mi estrella es la proa visionaria
de José Ingenieros. Me ve tan joven y lo dice. Y por eso me cree vulnerable
a su risa de máscara. Ríe que cree en Dios.
Diferentes dioses los nuestros. No entiendo de dioses con pulsión de
muerte. Pero él ríe. Y parece que yo tiro con granadas: las preguntas.
Y él con pétalos de rosas. (C.C.)
- Monseñor... ¿Qué me dice de la democracia?
- Y...yo vivo tranquilo, pero parece que el pueblo no. No está acostumbrado.
-Ahora hay destape. ¿Qué le parece?
-Que es una porquería. Aunque personalmente me importa un cuerno, como
pastor de esta comunidad no puede agradarme.
-¿Porqué?
- ¿Usted estudió la historia de Roma y Cartago? Bueno...los cartagineses
cruzaron los Alpes, llegaron hasta las puertas de Roma y se dedicaron
a la dolce vita.
-¿Y entonces?
-Entonces los romanos los echaron porque con ellos había llegado la
degeneración.
Estos y aquellos, o los unos y los otros
-El país sabe hoy de qué manera se violaron los derechos humanos durante
los últimos años. ¿Qué piensa de eso?
-Creo que dar tanta difusión a esos hechos puede ser contraproducente.
Si lo que queremos es levantar el espíritu sería mejor hablar de lo
bueno.
-¿Qué de bueno tuvo el proceso?
-La idea fue buena, muy buena, aunque evidentemente la forma de ejecutarla
no fue la adecuada. Pero... yo no quiero hablar de eso. Mi tarea está
referida al orden espiritual; muchos trabajadores vienen a consultarme
y también lo hacían muchos señores como (el General) Viola y compañía.
-No me dijo cuál fue la idea buena...
-Y ...querían restablecer la Constitución y la libertad. El país estaba
desordenado y ellos querían hacer las cosas bien. También éstos (por
el gobierno del doctor Alfonsín) tienen ideas buenas pero aquéllos tomaron
por un camino y éstos por otro...¡y está bien!
-El camino de aquéllos fue terrorismo de Estado y el de éstos la Constitución...
-.....(Monseñor ríe con efusividad).
- ¿De qué se ríe?
- Porque son iguales...(burlonamente): ¿Usted cree que ahora hay libertad?
- No convivimos con la muerte, ni con la desaparición forzada de personas,
ni con la tortura, ni...
-¡No, no, no!... Para muchas cosas había antes mayor libertad que ahora.
- ¿Para qué cosas?
- No me haga hablar, no me haga hablar...
- ¿Cómo que no? Usted está defendiendo la dictadura...
-¡Qué dictadura ni dictadura¡ No me haga decir eso a mí, yo hablo de
la "idea" del proceso. He discutido con (el general) Viola estos temas
porque siempre quería hablar conmigo cuando era comandante y también
cuando era presidente.
-¿Y con Jorge Rafael Videla?
-Lo vi dos veces, nada más...¿qué quiere que le diga con tan poco?
- Hablamos del responsable de desaparición de niños y adultos, de torturas
y actos que ni los animales harían...
-Lo que pasa es que aquéllos que vulneraron todo desde el principio,
se organizaron, organizaron actos y mataron gente, ahora son considerados
héroes. Y bueno... ¿Qué hubiera pasado si quedábamos en manos de los
subversivos?
¡Imagínate!...¿Qué hubiera sido de nosotros?
- ¿Defiende el terrorismo de Estado?
-No.
-¿Y las torturas?
-No.
-Tenemos treinta mil desaparecidos, Monseñor: Le hablo de vidas.
-¡Vamos...! No sé si son tantos y además hay muchos que se desaparecieron
entre ellos. No podemos decir ahora que los subversivos son todos santos
inocentes.
¿Usted conoce a Patricio Kelly? Yo lo conozco mucho: cuando él cayó
preso en el '55 o '56 tenía dos hijos adolescentes y yo lo protegí.
El escapó y fue a Chile, después lo trajeron de nuevo acá y lo fui a
ver porque me lo pidió. Conozco bien a Kelly y le aseguro que no es
el indicado para decir ahora algo de alguien y que –por sus palabras-
a ese alguien lo meta preso....bah...bah...
-No hablo de Kelly, Hablo del testimonio del genocidio: tumbas N.N,
torturas y cuerpos que nunca aparecerán??
-Me parece muy mal....¿Qué quiere que le diga? Pero yo recién me entero.
- Quienes quisimos enterarnos, por deber humano, nos enteramos....
-¿Sí?...Era gente muy inteligente.
-Si se encuentran culpables... ¿Qué se debería hacer con ellos?
-Ah... Yo no puedo juzgarlos.
-¿Se acuerda de la ley de olvido que propuso monseñor Quarracino?
-Sí. Él es un gran obispo y no voy a contradecirlo nunca...Ni a él ni
a ninguno de mis hermanos.
- No me dijo qué piensa de la ley de olvido...
-Ya lo he dicho y no soy un reloj de repetición.
- Usted dijo que hay que olvidar lo malo. Pero los criminales son un
peligro para la República. ¿Y usted, ministro de Dios no le da importancia?
- Bah, bah.... muchos de los que dicen eso tendrían que poner al día
su conciencia con Dios. Pero además no soy juez y no puedo opinar....¿Qué
me quiere hacer decir? Mire...Tome... voy a regalarle un catecismo:
es el que le dábamos a la policía. Léalo...¡A ver si le hace bien!
Los sacerdotes y los torturadores
-Qué actitud asumió con los sacerdotes que estuvieron detenidos?
-Acá, en La Plata, no había ningún detenido.
-Me contó un sacerdote español –que salvó la vida por ser extranjero-
que él estuvo en la cárcel de La Plata y...
-Ah... No sé... Nunca fui a la cárcel.
-Dijo que el padre Callejas –que era capellán- compadecido de los presos
políticos, les pasaba dinero extraoficialmente pero...
-Ah... No sé nada, eso es cosa de él....¿por qué no lee el catecismo
que le regalé?
-Monseñor: el curita español me dijo también que cuando los militares
se lo comentaron, usted destituyó a Callejas.
-¡Mentira, mentira!... Calleja murió en diciembre y era canónigo de
la Catedral de La Plata.
-¿Y qué me dice del padre Hapon?
-Y bueno... El padre Hapon se fue al Sur. Pero... qué lindos ojos tenés....
-¿Por qué se fue?
-Porque se enamoró de una mujer – la culpa siempre la tienen las mujeres-
y se casó. Pero...Te di el catecismo, no lo lees y estás como reloj
de repetición: preguntás y preguntás,. Te digo un piropo y seguís nomás...¡Tomá
un caramelo¡
- Monseñor: el Padre Hapon cobijó en la Iglesia a una pareja perseguida
por la represión y...
-Yo no sé nada de eso....
- ...Y cuando los militares le pidieron a usted la cabeza del padre
Hapon, lo dejó solo. Le negó protección: era condenarlo a muerte....
-No señor, no señor. El se fue al Sur, allá puso una escuela y se casó...
Tampoco lo maté yo.
-No lo veo a usted matando directamente a alguien.
-No, no mato: ni directamente, ni de ninguna manera.
- Pero usted dijo una vez que "no sólo es culpable el que roba una escalera,
sino el que la sostiene para que otro lo haga".
-Sí, si ..,¿cómo sabe tanto de mí... es de los "servicios"? (Monseñor
ríe y ríe)
Sí, si usted va a robar y yo sostengo la escalera, soy tan culpable
como usted.
-¿Acepta su culpa?
-Ah, no, Cristinita.....yo no le sostuve la escalera a nadie. (Busca
algo en la parte baja del escritorio)....¿Querés un whisky?
- No, gracias ¿También los obispos mienten?
-Los obispos podemos equivocarnos porque somos seres humanos.
- Equivocarse no es lo mismo que mentir. ¿Cómo es que usted no sabía
que había campos de concentración?
-No sabía.
-Había...
-Ah...No sabía...Mirá vos....pobrecitos, ¿no?
-Y había detenidos sin proceso...
-Ah... (intenta cara de inocente)...Pobres...¿a vos te dan pena?
-A usted le llegó una solicitud de la Amnesty International del 9 de
julio de 1978. Tenía la firma de su presidente, Scott Hoffman. Era un
pedido de informes, a l cual usted respondió: "Aseguro que en
la Argentina no existen detenidos políticos..."¿se arrepiente ahora?
-Yo no he dicho eso...
- ¿Y qué me dice de esto (le muestro una fotocopia del pedido de informes
y de su declaración)?
- Y bueno, sí....¡Ay que chica preguntona¡ ...Sí, yo sabía que había
presos a disposición del Poder Ejecutivo. Claro... pero no iba a verlos,
porque iba el capellán.
- ¿ Y cuál fue la actitud de los capellanes respecto de tanto crimen
y tortura?
-Los capellanes cumplían las funciones naturales: les daban auxilio
espiritual.
- ¿Ve? Reconoce usted que sabía de la tortura y la muerte...
- Yo no reconozco nada
-¿Por qué nunca los capellanes levantaron la voz para defender el derecho
a la vida?
-Y... ellos cumplían con su deber y el deber sagrado del sacerdote es
no comunicar las cosas. Son secretos de oficio...
-Lo que usted dice burla el sentido común y el respeto a la vida. ¡Cómo
no van a hacer nada si ve que matan o torturan?
-Usted está hablando de una cosa hipotética.
-Estoy hablando de las cárceles que usted reconoció que visitaban los
capellanes...
-No me consta que las visitaran. Ellos iban a la Unidad 9 de acá (La
Plata, provincia de Buenos Aires). Ahí había presos políticos que estaban
a disposición del Poder Ejecutivo.
-Estamos hablando de lo mismo y hace rato reconoció que daban auxilio
espiritual....
-¿Y qué? ¿A usted le consta que lo torturaban?
- Mire, se sabe que mientras torturaban a alguien, había siempre un
sacerdote...
(A esta altura el padre Andrés, secretario de monseñor Plaza y accidentalmente
en el lugar, hace exclamaciones de horror.)
-No, eso es mentira, es una infamia.
- Se dice también que en el '76 se reunieron diez capellanes para establecer
si correspondía o no dar la absolución a los ejecutores de la tortura.
Y nueve –nueve ministros de Dios- votaron por la afirmativa. Excomulgan
a quienes se divorcian y bendicen a los torturadores....
- No sé nada de eso, es la primera noticia que tengo. Pero le hago saber
que si alguien se arrepiente y promete no hacerlo más, hay que darle
la absolución.
-¿Cómo si hubiera cometido cualquier pecado, cómo si hubiera dicho una
mala palabra?
- No hay malas palabras, pero... (se ríe)... hay apellidos que parecen
una mala palabra.
-¿Cómo cuál?
-Como (el Canciller Dante) Caputo (ríe y ríe.)
Las manos con sangre del general Camps
- Cuénteme de su amistad con Camps...
-El era el jefe de policía y yo capellán general; lo conozco desde que
era Mayor. Pero... amigos... la amistad... yo puedo decir que tengo
amistad con una persona, pero no que sea amiga mía.
-Le recuerdo sus palabras: "Yo soy amigo de Camps –dijo usted- pero
no es ningún delito". ¿Qué afinidades les permitían ser amigos?
-Esas son macanas que ponen en mi boca. Usted puede pensar lo que quiera,
pero yo digo la verdad.
-Usted dijo en una ocasión que vio a Camps con sangre en las manos.
¿De quién era esa sangre?
-El venía de un operativo, de un enfrentamiento con guerrilleros y de
ahí vino a verme a mí. Trajo sangre en las manos, sí señor.
- ¿Y no le preguntó, reprochó, denunció?
- ¿Y por qué iba a denunciarlo?
- ¿Y llama enfrentamientos a secuestrar personas de madrugada, incluidos
niños?
- Sí, sí, sí, y el policía que estaba al lado de Camps cayó herido.
- Monseñor... Defender la represión es defenderla....
-Eso no es cierto. Ya lo ha dicho el arzobispo de San Juan: hay una
confabulación para hablar mal de mí.
-¿Por qué no sale al cruce de esas versiones?
-Porque yo lo he dicho una vez y porque no soy reloj de repetición.
-¿Qué hizo usted como hombre de la Iglesia, por los perseguidos?
-Todo lo que debía pero no puedo hablar de eso.
-¿Qué opinión le merecen las organizaciones de derechos humanos?
-No actúan con sinceridad. ¿Usted cree que Ernesto Sábato es sincero
en todo?
(Monseñor ríe a carcajadas.) Pero Sábato comía con Videla, ¿no? (ríe
como si le hicieran cosquillas) Muy bien, usted es muy linda y muy simpática,
pero esto se terminó.
- ¿Usted no cree en la CONADEP (Comisión para investigar la desaparición
forzada de personas)?
- No....esa es una comisión inútil... está hecha a dedo.
- Hábleme de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, por favor...
-No quiero hablar de eso. Se acabó....¿quiere un café, linda?
-¿No le parece significativo que nunca hayan acudido a usted en busca
de su consuelo?
- No, porque lo tenían en otro lado, bah...
La polémica amistad de Herminio Iglesias y Monseñor
-¿La Iglesia descuidó el aspecto espiritual por el poder político?
- No. Nosotros tenemos una Iglesia espiritual, que también atiende los
asuntos temporales y políticos.
- Qué mundo este... en nombre de Dios y del amor una madre da a luz
a un hijo. Y con el nombre de Dios y del amor en la boca, se comenten
crímenes horribles...
-Es que algunos se ponen el nombre de Dios en la boca, pero actúan de
otra manera.
- Todo parece indicar que habla de usted....
- No... ¿Cómo se te ocurre?
-¿Y qué opina de la actitud de la Iglesia respecto de los derechos humanos?
- (Mira hacia la ventana) ...Mirá vos cómo llueve.
-Llueve, Monseñor. Según la teología tomista la verdadera Iglesia se
reconoce por las persecuciones de que es objeto, ¿dónde está hoy la
persecución?
-A mí me persiguen los periodistas, así que debo de ser bueno. (Llama
a su secretario y le pide una Biblia. Me la da.) Tomá... leela.. Te
la regalo... A ver si aprendés, a ver si va al cielo...Te hace falta
leerla.
-¿Cómo era aquello de su amistad con Herminio Iglesias?
-El vino acá con Amerise y compañía, cuando era candidato a vicepresidente.
Me preguntó que me parecía para ministro de Educación un señor a quien
trajo y yo le contesté que me parecía que podía ser útil. Bueno, después
salió todo eso de
que yo lo apoyaba. No fue el único que vino acá, también vinieron Balbín
y Anselmo Marini de quien aún soy amigo y...
-Usted siempre cerca del poder...
-No es cierto. Y cuando he tenido que decirle algo a alguien se lo he
dicho.
-¿Usted es peronista?
-No soy peronista ni antiperonista. (Se pone de pié, me sonríe) Mirá,
cuando llegaste te di cigarrillos, después te regalé un catecismo y
la Biblia; y cuando te vayas te voy a dar un beso. Quiero a todos los
seres humanos y vos sos muy simpática... Por eso te regalo todo.
-¿Simpática?
-Sí, porque decís todo lo que pensás. Preparate bien para ir al cielo
porque nos vamos a ir juntos después...
- Difícil, si piensa - como su amigo Camps- que los periodistas somos
todos subversivos...
-Y bueno alguna razón tiene. Todos no pero algunos...así que...pensá
en vos, linda.
Buenos Aires,
Revista La Semana, 5 de
abril de 1984
Argentina, 05 de abril de 1984
[Del libro Iglesia y Dictadura,
El papel de la iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar,
de Emilio F. Mignone Capítulo 6]
La ideología
Además de los condicionamientos históricos analizados en el capítulo
precedente, otro factor influyó en la actitud de la mayoría de los obispos
argentinos: su formación intelectual.
Dos son las corrientes, íntimamente ligadas entre sí, perceptibles en
la mentalidad de gran parte del episcopado: el integrismo y la ideología
del nacional-catolicismo. Ambas concepciones están presentes en pastorales,
homilías y declaraciones. Subsisten a pesar de los cambios producidos
y la aparición de nuevos modelos posconciliares, entre ellos los de
la Iglesia como sacramento de salvación y la Iglesia a partir de los
pobres, este último nacido en América Latina (1).
No entra en el plan del presente trabajo un estudio de la evolución
doctrinal y pastoral de la Iglesia católica argentina. Es un labor pendiente
que no puedo intentar en esta ocasión porque me alejaría de mi objetivo
central y ocuparía una extensión desmesurada. Voy a limitarme entonces
a una breve conceptualización y la indicación de su incidencia en el
problema que nos ocupa.
El integrismo es la doctrina básica, de la cual constituye una vertiente
la ideología del nacional-catolicismo. No significan las dos exactamente
lo mismo, aunque en la práctica se confundan. Es que ambas, además de
una posición teológica-política, constituyen una forma común de expresión
y de acción, una actitud, un talante, para utilizar el vocablo adoptado
por un estudioso español del tema (2). Talante que aparece -conciente
o inconcientemente- en muchas manifestaciones de nuestros obispos y,
por supuesto, en su práctica diaria, aunque superficialmente procuren
adecuarse a las formulaciones del Concilio Vaticano II, con el cual
resulta incompatible (3).
Para el integrismo la Iglesia es una sociedad perfecta en el sentido
que tiene un fin en sí misma, no subordinado a otro y debe asegurarse
los medios para cumplirlo, ya sea de manera directa o requiriéndolo
a otros, normalmente el Estado. La iglesia es contemplada como institución
jurídica, más que como misterio de fe o sacramento de salvación que
viene a proclamar la Buena Noticia.
La situación deseable para la Iglesia es el "Estado católico". En ese
sentido se idealizan algunos períodos históricos, en particular la Alta
Edad Media europea, en la cual el poder eclesiástico habría impregnado
la totalidad de la estructura social y colocado bajo su influjo a los
poderes estatales.
Según los integristas, el nominalismo filosófico, primero; la reforma
religiosa y el cartesianismo, después; y finalmente la revolución francesa,
con su lema de libertad, igualdad y fraternidad, destruyeron esa sociedad
ideal. De esta última surgió el liberalismo del cual han nacido los
restantes errores modernos: socialismo, anarquismo, comunismo, indiferentismo.
El integrismo es una disposición del espíritu que lleva a preferir todo
lo que viene de lo alto por vía de autoridad y a desconfiar del hombre
y de los procesos que conducen a la construcción de la verdad con los
datos de la experiencia. El integrista -ha dicho el P. Congar-, condena
todo matiz del pensamiento moderno. Y pone el acento más en una imágen
de gloria de la Iglesia, que en una Iglesia terrena, compuesta por hombres
pecadores y errantes que no es todavía el Reino de Dios anunciado por
Jesús, al cual somos convocados a través de la conversión. En la concepción
integrista no se comprende la historia de la salvación, historia de
la humanidad que avanza a través de las contradicciones del pecado hacia
el Reino de Dios. Para la visión integrista las soluciones de los problemas
políticos y sociales se presentan como teoremas matemáticos, como principios
inmutables a los que el hombre ha de someterse.
El integrismo -ha dicho el cardenal Suhard-, no acepta la adaptación
de la expresión o fórmula de la fe, porque rechaza a priori la evolución,
la ley de la historia que es el devenir y que vale también para la Iglesia.
El integrismo táctico y el integrismo moral tienen en común el desprecio
del mundo, reino del pecado y del error, al que hay que combatir oponiendo
bloque contra bloque.
Un análisis pormenorizado de sermones, homilías, documentos episcopales,
periódicos y literatura católica en general permitiría advertir la gravitación
en la Argentina de la corriente integrista, que sufrió un rudo golpe
con el Concilio Vaticano II. Este abrogó silenciosamente encíclicas
y condenaciones, como el Syllabus de Pío IX (1864), del cual poco o
nada queda en pie. Aunque la influencia del último concilio se advierte
en pronunciamientos episcopales como Iglesia y Comunidad Nacional, de
1981, la actitud integrista reaparece constantemente, indicando que
está viva en la conciencia y en la mente de gran parte de nuestro episcopado.
Quedó claramente de manifiesto en los argumentos y medios utilizados
en la campaña antidivorcista de mediados de 1986, que culminó con la
concentración en la Plaza de Mayo, convocada por el arzobispo de Buenos
Aires y algunos prelados del conurbano (4).
Una variante del integrismo lo constituye la ideología del nacional-catolicismo,
muy fuerte entre nosotros. En éste, a partir de la concepción de que
el cristianismo debe abarcar las estructuras estatales, el catolicismo
pasa a ser una suerte de religión nacional. La Religión y la Patria
-ambas con mayúscula-, como antes la Religión y el Rey, se confunden.
No aceptar el catolicismo y sus devociones -particularmente las marianas-
es ser un mal argentino. Múltiples episodios históricos se aducen para
abonar esta simbiosis, que rebaja el cristianismo a la condición de
ideología.
El nacional-catolicismo no se compadece con la realidad del país y constituye
una corrupción del cristianismo. Es una herencia proveniente de España,
donde durante muchos siglos el catolicismo, por razones históricas,
se constituyó en una ideología nacional. Su pervivencia significa un
absurdo, tanto en el terreno sociopolítico como religioso (5).
Estas corrientes se vinculan con el llamado nacionalismo católico, de
raigambre maurrasiana. Como es sabido, el escritor y político francés
Charles Maurras (1858-1962), creador de la Acción Francesa, promovió
un movimiento monárquico y antidemocrático que consideraba al catolicismo
como uno de los pilares de la nacionalidad gala. Maurras era personalmente
agnóstico y su doctrina fue condenada por la Santa Sede en 1926. Sus
ideas gravitaron sobre el nacionalismo argentino, que se confunde con
el nacional-catolicismo (6).
Nuestros obispos, salvo excepciones, no han salido del integrismo y
reducen con frecuencia el catolicismo a la condición de ideología nacional.
Ese sustrato intelectual, condicionó la reacción del episcopado frente
a la dictadura militar. ¿Cómo iban a enfrentar a un régimen que aparecía
ante sus ojos como un Estado católico, protector de la Iglesia y dispuesto
a eliminar a los herejes y enemigos de la fe? Era la nueva alianza del
Trono y del Altar. Las fuerzas armadas -sin tener en cuenta la convicción
personal y la conducta moral de su oficialidad- consideran al catolicismo
como un elemento integrante de la Nación y un instrumento de control
social, de tal manera que coinciden con el nacional-catolicismo, prevaleciente
en amplios sectores eclesiásticos.
La prolongación del régimen militar constituía para muchos obispos la
tranquilidad de mantener la ficción de un país nominalmente católico,
que les permitía influir con el apoyo de la estructura del Estado. La
restauración del sistema constitucional se les presentaba como un paso
hacia el vacío. Integrismo y nacional-catolicismo se oponen a pluralismo
y democracia. Conviven con dificultad con ella, a la que consideran
la antesala del comunismo. Alfonsín es el Gran Satán, como aparece dibujado
en la tapa de la revista Cabildo, y el régimen democrático es sinónimo
de libertinaje, pornografía, divorcio, drogadicción, aborto y delincuencia
de los marginados (7).
En la época de la dictadura, cuando se presionaba a algunos obispos
para que defendieran la dignidad de la persona humana, solían contestar:
"No podemos hacerlo, porque si este gobierno cae vendrá el comunismo".
Ese temor contribuía a detenerlo. Hoy más de uno de los prelados tiene
la convicción que el sistema constitucional nos conduce a ese camino
sin retorno.
Complicidad
Además de la ideología otro factor gravitó en la actitud del episcopado:
la ignorancia y la mediocridad. Hubo excepciones notables, pero fueron
acalladas.
Jesús eligió para Apóstoles hombre humildes, carentes de formación escolástica.
Eran adultos con experiencia vital. Luego de una intensa preparación
que no los desvinculó de su pueblo, se presentaron como testigos de
la fe, llamando a la conversión, sin preocuparse de la autoridad temporal,
que, por otra parte, les era hostil.
En la Argentina los sucesores de los Apóstoles proceden de manera distinta.
Hace algunos años Enrique Tierno Galván señaló que el episcopado español
tenía influencia oficial y política pero no religiosa. Las cosas están
cambiando en la Madre Patria. Entre nosotros la observación sigue siendo
válida, con notorias excepciones.
La percepción que los obispos tienen de la realidad es defectuosa y
está teñida de prejuicios, equívocos y aprensiones. Sólo escuchan a
quienes contribuyen a confirmar su apreciación parcial de hechos y personas.
Pareciera, además, que la lectura no se encuentra entre sus hábitos.
Ya dije que los dos cardenales, Aramburu y Primatesta, se negaron a
recibir a las organizaciones de derechos humanos y a los familiares
de las víctimas. Lo mismo ocurrió con el cuerpo episcopal, que tenía
e deber de conocer de primera mano lo que estaba sucediendo. Su único
canal de información fueron los servicios de inteligencia de las fuerzas
armadas. Veamos lo que nos cuenta el arzobispo de San Juan, Idelfonso
Sansierra, de la asamblea episcopal de 1977: "Por iniciativa del presidente
de la Nación (Videla), la Conferencia recibió a los generales Viola
(jefe del estado mayor del ejército), Jáuregui y Martínez (responsables
de los servicios de inteligencia), quienes nos informaron con amplitud
sobre la situación actual del país en el marco de la actividad defensiva
y ofensiva contra la guerrilla subversiva que se nos ha impuesto desde
adentro y afuera de nuestro territorio... al término de la exposición
de los generales hubo un intercambio de ideas en un clima verdaderamente
cristiano y patriótico" (8).
¿Qué podía esperarse de un episcopado cuya única fuente de datos provenía
de los diseñadores y ejecutores del terrorismo de Estado, con quienes
confraternizaba y cuyo lenguaje utilizaba?
Un mínimo de responsabilidad exigía que la Conferencia Episcopal hubiera
convocado a las organizaciones de derechos humanos para conocer un punto
de vista distinto y estar en condiciones de formarse un juicio fundado.
En Buenos Aires y Córdoba la figura de sus dos arzobispos es patética.
Salvo en los aspectos formales y protocolares, no existen. Integran
la estructura estatal-eclesiástica, sin vigilancia espiritual, intelectual
y social. Viven aislados. Sus discursos, que nadie lee -con la excepción
de quienes nos imponemos esa penosa obligación-, son una acumulación
de palabras deliberadamente oscuras y ambiguas, sin conexión con la
realidad. Citan continuamente al papa, con el objeto de eludir la responsabilidad
de emitir opiniones propias.
En esos intercambios las fuerzas armadas utilizaron una forma de chantaje
que surtió efecto sobre el ánimo pacato de los obispos y contribuyó
a paralizarlos. Consistió en explicar la supuesta participación de sacerdotes
y religiosos, en particular pertenecientes a colegios católicos, con
la guerrilla o su relación con jóvenes que la integraban. Mostraron
películas y audiovisuales. Se insinuaba que en caso de no encontrar
colaboración en la Iglesia de daría a conocer dicha información y se
lanzaría una campaña dirigida a responsabilizar a los prelados de haber
cobijado a la subversión.
La dictadura militar encontró al episcopado en un estado de ánimo propicio
para esos argumentos. Los cambios copernicanos producidos por el Concilio
Vaticano II (1962-1965) y los documentos aprobados en la Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968), produjeron
una fuerte crisis interna en la Iglesia argentina; sorprendieron y desbordaron
a los obispos, que no estaban preparados para encabezarlos y conducirlos.
Los desenvolvimientos políticos de la década del 70, en parte producto
de esa conmoción, terminaron por asustarlos. Su única preocupación consistió,
entonces, en encontrar la forma de sacarse de encima a los perturbadores
y volver al antiguo orden. Los militares se encargaron, en parte, de
cumplir la tarea sucia de limpiar el patio interior de la Iglesia, con
la aquiescencia de los prelados.
Esta siniestra complicidad explica algo que cuesta entender a los observadores
católicos extranjeros: la sorprendente pasividad de un episcopado que
contempla sin inmutarse como obispos, sacerdotes, religiosos y simples
cristianos son asesinados secuestrados, torturados, apresados, exiliados,
calumniados. Las escasas quejas, en los episodios más resonantes, tienen
un carácter formal y se adelantan a insinuar las disculpas, como se
advierte en la declaración sobre el crimen de San Patricio que transcribo
en el capítulo segundo. El episcopado aceptó sin dificultad las mendaces
explicaciones de las autoridades en los casos de monseñor Angelelli
y de los clérigos y seminaristas palotinos, a pesar de existir pruebas
abundantes de la responsabilidad oficial, probanzas que los obispos
y el nuncio conocían. No hay ningún documento episcopal que se refiera
al asesinato del obispo de La Rioja.
En algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos. El
23 de mayo de 1976 la infantería de Marina detuvo en el barrio del Bajo
Flores al presbítero Orlando Iorio y lo mantuvo durante cinco meses
en calidad de "desaparecido". Una semana antes de la detención, el arzobispo
Aramburu le había retirado las licencias ministeriales, sin motivo ni
explicación. Por distintas expresiones escuchadas por Iorio en su cautividad,
resulta claro que la Armada interpretó tal decisión y posiblemente,
algunas manifestaciones críticas de su provincial jesuita Jorge Bergoglio,
como una autorización para proceder contra él. Sin duda los militares
habían advertido a ambos acerca de su supuesta peligrosidad.
La magnitud y la ferocidad de esa persecución son sorprendentes, como
se advertirá con la lectura del capítulo octavo. La Iglesia argentina
cuenta con centenares de auténticos mártires, que sufrieron y murieron
por la fidelidad a los principios evangélicos, en medio de la indiferencia
o la complicidad de sus obispos. ¡Qué dirá la historia de estos pastores
que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas!
Hubo obispos que visitaban a los presos políticos de su jurisdicción
y en particular a los sacerdotes: Marengo, de Azul; Devoto, de Goya;
Witte de La Rioja; de Nevares, de Neuquen; Kemerer, de Posadas; Ponce
de León, de San Nicolás de los Arroyos; Zaspe, de Santa Fé; Hesayne,
de Viedma; Novak de Quilmes. Pero fueron los menos y en todo caso faltó
una acción institucional que enfrentara la totalidad del problema y
que incluyera la situación de los detenidos-desaparecidos.
Desde el punto de vista pastoral hay algo más grave todavía y es la
negativa del episcopado a prestar protección y apoyo material y espiritual
a las víctimas de la represión ilegal y a sus familias. Monseñor de
Nevares propuso formalmente a la asamblea episcopal la creación de una
vicaría similar a la chilena pero la iniciativa fue rechazada por el
voto de la mayoría de los prelados.
Es común la animadversión de los dos cardenales y de la mayoría de los
obispos respecto a las organizaciones de derechos humanos y de familiares
de las víctimas. He traído a colación en páginas anteriores algunas
expresiones públicas en ese sentido. En privado sostienen que son instituciones
"comunistas". Si esto ocurriera la responsabilidad sería del episcopado,
por no haber ocupado el lugar que su misión evangélica e histórica le
exigía. De haber jugado la Iglesia un papel protagónico en la protección
de los perseguidos, no sólo hubiera salvado miles de vidas y mitigado
sufrimientos; por el contrario su ascendiente pastoral habría crecido
de una manera inimaginable y hoy no soportaría la ola de críticas que
surgen de todos los sectores, además de haber evitado el apartamiento
de la fe de millares de católicos.
Recuerdo una de mis últimas conversaciones con monseñor Vicente Zaspe,
arzobispo de Santa Fe y entonces vice-presidente primero del comité
ejecutivo de la Conferencia Episcopal. Fue en los jardines de la casa
de ejercicios espirituales María Auxiliadora de San Miguel, donde estaba
reunida la asamblea del episcopado. Si no me traiciona la memoria, era
el año 1977. En un momento dado se detuvo, bajó la cabeza pensativo
y me dijo: "mire Mignone, de aquí a algunos años la Iglesia va a estar
en la picota". En otro momento me explicó: "Es tan tremendo esto, que
no me alcanza el día para atender las familias de los desaparecidos,
que vienen de todo el país". Tenía una conciencia clara de las omisiones
del cuerpo al que pertenecía, pero careció de la decisión suficiente
para romper con la maraña de intereses, prejuicios y cobardías.
Quienes en cambio lo hicieron fueron monseñor Jaime de Nevares, obispo
de Neuquen, que aceptó desde el primer momento la presidencia honoraria
de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos; monseñor Miguel
Hesayne, obispo de Viedma, que integra también ese organismo y a quien
se deben los pronunciamientos más enérgicos sobre el terrorismo de Estado;
y monseñor Jorge Novak, consagrado obispo de Quilmes el 19 de septiembre
de 1976, cuya diócesis, junto con varias confesiones protestantes, conforma
el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Es importante señalar
que en estos tres obispados se vive, a mi juicio, el cristianismo más
auténtico de la Iglesia argentina, con participación de la comunidad,
apertura teológica, pobreza evangélica y profunda fe. En ellos encontraron
las familias de los detenidos-desaparecidos, asesinados y torturados,
el consuelo y el apoyo que se les niega en otras jurisdicciones.
La hostilidad de la mayoría de los obispos hacia las organizaciones
de derechos humanos llegó a dificultar la participación de sacerdotes
y religiosos. Hay tres casos paradigmáticos: los presbíteros Enzo Giustozzi,
Mario Leonfanti y Antonio Puigjané.
Giustozzi pertenece a la Pequeña Obra de la Divina Providencia, congregación
fundada por don Orione. Es también un conocido especialista en Sagrada
Escritura, ex director de la Revista Bíblica. Miembro de la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos, ocupa un cargo en su secretariado,
representando oficiosamente a la Iglesia católica. Coom residía en jurisdicción
de la diócesis de Avellaneda, el entonces obispo auxiliar y ahora residencial,
Rubén II. Di Monte (amigo íntimo, entre otros, de los generales Nicolaides
y Suárez Mason), amenazó a su superior con retirarle las licencias sacerdotales
si no se alejaba de la A.P.D.H. Se encontró como solución trasladarlo
a Mar del Plata desde donde su actividad en la Asamblea ha quedado limitada
por la distancia.
Algo parecido ocurrió con el P. Mario Leonfanti, de la congregación
salesiana, que realizaba una admirable labor de asistencia a los familiares
de "desaparecidos" y presos en el Movimiento Ecuménico por los Derechos
Humanos. Debió retirarse por la presión que ejerció sobre sus superiores
el arzobispo Aramburu, a quienes advirtió que en caso de no hacerlo
le retiraría sus licencias sacerdotales. Leonfanti, sin embargo, siguió
trabajando con familiares de las víctimas, en forma más discreta, en
un taller instalado en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios,
en el barrio de Mataderos, donde ha desarrollado una admirable labor.
Posteriormente fue trasladado a Zárate.
Más penosas han sido las vicisitudes del sacerdote capuchino Antonio
Puigjané. "Desde que conocí su drama -explicó en una entrevista con
Mona Mocalvillo en la revista Humor- el eje de mi vida han sido las
madres de los desaparecidos". Se lo ve siempre en la plaza de Mayo.
Fue llevado preso y ha sido reiteradamente amenazado. El cardenal Aramburu
le dijo en una ocasión en que lo llamó para reprenderlo, que lo que
hacía con las madres era "antievangélico". "Que lío monseñor, le contestó
con su paciente e ingenuo modo de hablar, porque a mi me parece antievangélico
lo que usted dice". El P. Antonio, como es conocido, dirigió encendidas
epístolas públicas con duros términos a la Conferencia Episcopal y al
cardenal Aramburu. Obtuvo que se lo desterrara a Córdoba hasta recalar
en una villa miseria de Quilmes Oeste, donde ejerce su ministerio entre
los pobres, en la diócesis de monseñor Novak, aunque tiene prohibido
celebrar misa en Buenos Aires, Lomas de Zamora y Tucumán. Pero la persecución
prosigue. Desde el arzobispado de Buenos Aires y la nunciatura llueven
las denuncias a la Santa Sede y un funcionario romano de la Sagrada
Congregación de Religiosos ha escrito a sus superiores en la Orden de
Frailes Menores Capuchinos requiriendo que se tomen medidas contra él.
Dada la prohibición existente en la ciudad de Buenos Aires, actúan en
la Asamblea Permanente el presbítero Luis Farinello, de Quilmes, y el
sacerdote pasionista Federico Richards, presidente en Vicente López,
diócesis de San Isidro donde el obispo Alcides Jorge Casaretto tiene
una actitud tolerante. En Córdoba desarrolla una intensa actividad en
el campo de los derechos humanos el presbítero Felipe Moyano Funes,
pero es mal visto por el arzobispo Primatesta y ha debido renunciar
a su parroquia.
"Veo que en la Iglesia no nos movemos por el hombre en sí, no nos jugamos.
Creo que vamos a tener que pedir perdón de rodillas al pueblo argentino",
concluye Puigjané en la entrevista con Mona Moncalvillo en la revista
Humor. Y en otro reportaje de la misma periodista el P. Farinello dice:
"por todos esos jóvenes que han dado la vida, a veces uno se siente
medio culpable... Y a veces da vergüenza de pertenecer a la Iglesia.
¿Cómo la Iglesia no estuvo a la altura necesaria? ¡Habría podido salvar
tantas vidas!...".
La actitud de los obispos creó situaciones difíciles para las familias
de las víctimas, provocando dolores y resentimientos que será difícil
superar. Las puertas de la catedral de Buenos Aires permanecen siempre
cerradas cuando las madres se reúnen en la plaza. En más de una oportunidad,
cuando lograron entrar, se las amenazó con llamar a la policía. Era
difícil encontrar un sacerdote que aceptara oficiar una misa pública
para pedir por los desaparecidos. Los incidentes se multiplicaron. En
una oportunidad, el P. Rafael Carli, lazarista, vicario de la Basílica
de Luján, ordenó retirar los pañuelos de las madres dejados como ofrenda,
porque no quería "hacer política". Esa actitud mereció una carta pública
del presbítero Rubén Capitanio, incardinado en la diócesis de Neuquen
por resultarle imposible ejercer su ministerio en La Plata, en la cual
pide perdón en nombre de la Iglesia. "Invitaría al P. Carli -expresa-
a ser coherente al menos con esa postura asumida en contra de un grupo
de mujeres cristianas: que haga retirar entonces de las vitrinas del
Santuario tantos emblemas, trajes y elementos militares, también un
día presentados como ofrenda, porque son precisamente esas mismas fuerzas
armadas las que han cometido y cometen aún el crimen más grande de la
historia contra nuestro Pueblo". Capitanio es uno de los clérigos que
se ha expresado con más claridad. Después del informe final de las fuerzas
armadas, en 1983, prohibió a los integrantes de las juntas militares,
a los gobernadores, a los ministros de la dictadura, a los integrantes
de las fuerzas armadas y a la plana mayor de la policía, recibir los
sacramentos en la jurisdicción de su parroquia, San Lorenzo, en Neuquen,
"hasta tanto no den los pasos que pidió el episcopado para la reconciliación,
que son reconocer el pecado, pedir perdón, someterse a la justicia y
prometer que no lo van a volver hacer".
"Yo estoy en la Iglesia -dijo en una entrevista-, por Jesucristo, no
por De Nevares o por Plaza. A esta Iglesia yo la quiero y por eso tengo
que reconocer que está en pecado muy grave, desde el papa, pasando por
el nuncio, el episcopado, los curas, las monjas y las comunidades cristianas.
La Iglesia es responsable de miles de vidas, no por haberlas matado,
sino porque no las salvó. Cuando el episcopado vio que podía ser acusado
por omisión, sacó un libro que daba cuenta de todas las gestiones que
hiciera. Pero ese libro que pretendió servir de justificación no es
más que la prueba para la condena, porque es un testimonio de que conocían
lo que estaba ocurriendo... Yo me pregunto qué hubiera sucedido si en
abril de 1977, que es la fecha de la primera notita a la junta militar,
se hubiese amenazado con la excomunión a la junta, con la renuncia del
vicario castrense, con la renuncia de todos los capellanes militares
y con la ruptura total con el gobierno" (9).
Las villas de emergencia
El 9 de junio de 1978, el Equipo de Sacerdotes de Villas de la arquidiócesis
de Buenos Aires, integrado en ese momento por los presbíteros Héctor
Botán, Jorge Goñi, José Meisegeier, Rodolfo Ricciardelli, Daniel de
la Sierra, Miguel Angel Valle y Jorge Vernazza, se dirigió a la opinión
pública con un documento intitulado "Informe sobre la situación de las
villas de emergencia".
Denunciaban con valentía la política llevada a cabo desde el año anterior
por el intendente municipal de facto brigadier Osvaldo Cacciatore, con
la activa intervención del director de la Comisión Municipal de la Vivienda,
Guillermo Del Cioppo -más tarde intendente- y su principal ejecutivo,
comisario Osvaldo Lotito. La misma consistía en expulsar mediante presiones
de todo tipo, promesas incumplidas y, sobre todo, el uso de la violencia,
a más de 40.000 familias. "Desde hace diez años -decían- venimos trabajando
en las villas. Ya en otras oportunidades hemos expuesto las precarias
y lastimosas condiciones de habitación y subsistencia de estos hermanos
nuestros... Esta lamentable situación, desde hace un tiempo, se ha agravado...
Hoy no se les presta ninguna ayuda, sino que se juzga, además, que no
se les debe prestar... Se piensa sólo en eliminarlos porque hay que
construir autopistas o recuperar los terrenos o porque afean a la ciudad,
pero no se atiende el tremendo problema humano, la angustiosa situación
que se crea miles de familias. Y para facilitar la erradicación, basándose
en casos anecdóticos y singulares, se difunde una visión inexacta e
injusta de la realidad".
"En tres anteriores oportunidades -concluían- hemos presentado este
problema a nuestro Arzobispo, el cardenal Aramburu y solicitado su intervención.
Ahora recurrimos a la opinión pública".
La interpretación de este último párrafo es clara. El Arzobispo, como
la mayoría de la población, permaneció insensible ante esta gravísima
violación a los derechos humanos fundamentales.
Las 40.000 familias fueron cargadas en camiones, dispersadas y abandonadas,
con sus escasos enseres, en terrenos de la provincia de Buenos Aires,
donde se reagruparon en peores condiciones que antes. Algunas regresaron
a sus lugares de origen y las menos recibieron un pequeño subsidio de
la municipalidad gestionado por Caritas merced a la insistencia del
equipo sacerdotal de villas. Existe un segundo trabajo de ese grupo
de clérigos, muy documentado, intitulado "La verdad sobre la erradicación
de las villas de emergencia del ámbito de la capital federal", del 31
de octubre de 1980. Lleva las mismas firmas, con excepción del P. Goñi
que falleció y fue reemplazado por el presbítero Pedro Lephalille.
Se tiene poca conciencia de este crimen de la dictadura militar, del
cual fueron testigos los sacerdotes mencionados. Como respuesta del
arzobispo Aramburu a su crítica, los denunciantes recibieron una fuerte
amonestación, transmitida por los vicarios de zona. Estos le explicaron
que ese tipo de declaraciones perturbaba los trámites ante la municipalidad,
que concluyeron entre otras ventajas, con el subsidio que he comentado
para la adquisición de una residencia para el Arzobispado. La casa de
Aramburu está construida sobre el dolor y las lágrimas de millares de
sus hijos, tirados en medio del campo mientras sus precarias viviendas
eran destruidas sin misericordia. Supongo que en las noches de lluvia
y frío, protegido y abrigado, Aramburu, se acordará, si Dios le permite
esa visión, de los hermanos que abandonó, con sus chicos desnutridos
tiritando debajo de una chapa de zinc o de un pedazo de cartón.
Cacciatore y Del Cioppo cumplieron con su objetivo, expulsando a más
de 200.000 villeros de la ciudad. El esfuerzo de los sacerdotes del
equipo de las villas logró desarrollar con la ayuda de cristianos de
buena voluntad, un interesante movimiento de cooperativas de vivienda
que ha construido numerosos barrios en la periferia de Buenos Aires
con el sistema del trabajo propio y otras variantes. Cabe señalar que
contaron con la colaboración de Caritas diocesana, autorizada por el
cardenal Aramburu. En esas modestas pero confortables casas se aloja
una parte, naturalmente ínfima, de los villeros expulsados (10).
Estuvimos muy cerca de este problema con mi esposa por estar vinculados
con el barrio de emergencia del Bajo Flores y la parroquia Santa María
Madre del Pueblo, donde actuaba nuestra hija Mónica. Colaboramos con
la cooperativa de vivienda Madre del Pueblo que, con el eficaz asesoramiento
de los presbíteros Ricciardelli y Vernazza, lleva construidos tres barrios.
Cuando estábamos en los comienzos de nuestra tarea surgió la posibilidad
que una congregación de religiosas vendiese a un precio ínfimo un terreno
próximo al camino de cintura, en el partido de La Matanza. Existía un
obstáculo: las monjas sabían que el obispo de San Justo, Carlos Carreras,
se había interesado por el predio para la construcción del seminario
y no querían desairarlo. Se destacó una comisión encabezada por el ingeniero
Carlos A. García, para ir a verlo. Resultó fácil la entrevista porque
el prelado había encontrado otro inmueble para ese fin. Cuando se le
explicó el motivo de la visita, Carreras trató de desalentar a los interlocutores.
"Tengo entendido, dijo, que las cooperativas son un invento comunista.
Además -agregó-, ¿cómo van a traer gente pobre y villeros a un terreno
lindero con un convento de religiosas contemplativas, rodeado de hogares
de gente bien?". Felizmente el barrio, con el sacrificio de la gente,
se construyó y constituye una hermosa realidad. Los villeros, naturalmente,
han dejado de serlo. Carreras se jubiló como obispo. Me quedó una reflexión:
¿cómo es posible que un hombre con esos criterios y prejuicios gobernara
una diócesis en La Matanza y tuviera voz y voto en las asambleas episcopales
para dirimir los problemas derivados del terrorismo de Estado? Esto
explica muchas cosas.
Colegios católicos
Los cambios producidos por el Concilio Vaticano II y la Conferencia
Episcopal Latinoamericana de Medellín dieron lugar a una considerable
renovación en los colegiosa católicos, tanto parroquiales como de congregaciones
religiosas. Esto provocó que la dictadura militar los mirara con recelo,
por considerarlos semilleros de subversivos.
Para depurarlos hubo un acuerdo con la Jerarquía católica. Esto se desprende
del punto 5, Anexo 5 (Ambito religioso) de la Directiva del CJE N° 504/77
(Continuación de la ofensiva contra la subversión durante el período
1977/78), incorporada a varios expedientes judiciales. Dice así: "Debería
darse importancia a las medidas de diversos tipo relacionadas con el
control de los colegios religiosos, tarea que han resuelto asumir directamente
las autoridades eclesiásticas. Por ello se preverá la coordinación de
esfuerzos para evitar fricciones o acciones propias prematuras".
No siempre las fuerzas armadas cumplieron con el compromiso y hubo episodios
resonantes como el allanamiento efectuado el 29 de noviembre de 1976
con gran despliegue de fuerzas, al colegio San Miguel de los Misioneros
de la Inmaculada Concepción de Lourdes, ubicado en Larrea 1254 de la
capital federal, anexo a la parroquia del Santísimo Redentor. El procedimiento
fue dirigido por el jefe de la subzona de operaciones del primer cuerpo
de ejército, coronel Roberto Roualdés y como consecuencia del mismo
fueron detenidos los sacerdotes Andrés Bacqué, Daniel Haldkin, Ignacio
Racedo Aragón y Bernardo Canal Feijoo. Este último fue obligado a dejar
el país. El allanamiento que dio por único resultado la apropiación
de un mimeógrafo, fue originado en la denuncia de algunos padres. Un
episodio similar tuvo lugar en el colegio Sagrado Corazón, de Pringles,
provincia de Buenos Aires.
La presión sobre los colegios fue intensa y creó un clima de verdadero
terror. Al mismo tiempo los servicios de inteligencia utilizaban los
medios de comunicación, particularmente las revistas de la editorial
Atlántida, para denunciar presuntas actividades subversivas en establecimientos
privados católicos. La protesta de éstos obligó a la comisión permanente
de la Conferencia Episcopal Argentina a emitir un comunicado que lleva
fecha 3 de diciembre de 1976, donde señala dos preocupaciones. La primera,
las insistentes "publicaciones periodísticas y opiniones de grupos que
atacan la enseñanza impartida en algunos colegios católicos". La segunda,
"las inhabilitaciones recaídas sobre religiosas, catequistas o docentes,
sin sumario previo y sin causa conocida".
En realidad el episcopado había aceptado sin protestar la ley 21.381,
del 13 de agosto de 1976, por la cual el Estado se arrogó la facultad
de inhabilitar a personal de establecimientos privados, obligando a
su despido sin indemnización alguna y prohibiéndole el ejercicio de
la docencia. Dice su artículo 1°: "Facultase hasta el 31 de diciembre
de 1976 al ministro de Cultura y Educación y al Delegado Militar en
el Area para declarar inhabilitado para desempeñarse en los establecimientos
de enseñanza privada -incluidas las universidades de este caracter-
al personal docente y no docente que haya sido dado de baja por aplicación
de la ley 21.260 o que de cualquier forma se encuentre vinculado a actividades
subversivas o disociadoras, como asimismo a aquellos que en forma abierta
o encubierta o solapada preconicen o fomenten dichas actividades".
La cláusula 2° establece que la inhabilitación es causa legítima de
despido y priva del derecho a las indemnizaciones legales. En caso de
no interrumpir la relación laboral los establecimientos pierden el reconocimiento
estatal y cualquier beneficio que posean.
La norma fue prorrogada por las leyes 21.490, del 30 de diciembre de
1976 y 21.744, del 8 de febrero de 1978, que extendieron su vigencia
hasta el 31 de diciembre de este último año. Sin embargo, la disposición
se aplicó aun después de expirado el término legal. En el número 146
de noviembre de 1979 del "Boletín" de la Superintendencia Nacional de
la Enseñanza Privada, se informa sobre 11 resoluciones ministeriales
fechadas en 1979, sancionando a igual número de docentes.
Como la ley se aplicó no solamente a profesores de materias profanas
sino también a docentes de religión el episcopado aceptó tácitamente
que el gobierno militar supervisase la enseñanza de la doctrina católica.
Como he escrito en otra ocasión, "por primera vez, que yo sepa en los
tiempos modernos, la Iglesia entregó al Estado la facultad de determinar
la ortodoxia de sus miembros (Recuérdese que en la época de la Inquisición
eran los clérigos quienes realizaban ese juzgamiento. El ‘brazo secular’
sólo intervenía para el castigo de los condenados)" (11).
Uno de estos caos fue el de la hermana Lidia Argentina Cazzulino, profesora
del Instituto Niño Jesús, de Paso de los Libres, Corrientes. El delegado
de la Junta Militar ante el ministerio de Cultura y Educación dispuso
su inhabilitación por resolución del 23 de septiembre de 1976, en ejercicio
de las atribuciones conferidas por la ley 21.381 y obligó al establecimiento
a separarala. La víctima interpuso las acciones legales correspondientes.
Los magistrados intervinientes (juez y cámara federal) dispusieron la
nulidad de la medida. La sentencia quedó firme en abril de 1981. En
las actuaciones el ministerio sostuvo que existían "razones de seguridad"
que no tenía necesidad de probar. La Cámara llegó a la conclusión que
la inhabilitación tenía origen en una denuncia sobre la orientación
"post-conciliar" de sus catequesis, juicio compartido por el delegado
militar, coronel Agustín Valladares, que suplía de esa manera al arzobispo
de Corrientes, Jorge Manuel López, ahora en Rosario.
La redacción del artículo primero de la ley 21.381, por su generalidad,
permitía descalificar fácilmente a los docentes. Cualquier expresión
progresista o democrática podía ser interpretada como forma solapada
de propagar la subversión. La interpretación de la doctrina de la Iglesia
fuera de los moldes del integrismo o del nacional-catolicismo, de conformidad
con el Concilio Vaticano II, podía caer dentro de esta apreciación.
No voy a extenderme sobre la acción de la dictadura militar en el ámbito
educativo, porque escapa al plan de mi trabajo. Pero no quiero dejar
de mencionar dos documentos donde se pone de manifiesto la certeza de
lo dicho anteriormente. El primero es la resolución número 44 de fecha
11 de octubre de 1977, dictada por el secretario de Estado de Educación.
Contiene un anexo llamada "Directiva sobre infiltración subversiva en
la enseñanza", que es un manual de delación y control ideológico destinado
a los directores de los establecimientos educativos. Entre otros ejemplo
de orientación para la subversión señala "la tendencia a modificar la
escala de valores tradicionales"; "la desnaturalización del concepto
de propiedad privada"; "la interpretación tendenciosa de los hechos
históricos, asignándoles un sentido clasista o reivindicatorio de los
anhelos populares contra los excesos del capitalismo"; y "la utilización
interesada de la doctrina social de la Iglesia para alentar la lucha
de clases" (II-3-a, c, d y e). También la interpretación de la corrección
de la doctrina social católica recae en el personal militar del ministerio
de Cultura y Educación.
En 1977 el ministerio de Cultura y Educación, bajo la égida de Juan
José Catalán, distribuyó un folleto de 74 páginas, intitulado "Subversión
en el ámbito educativo (Conozcamos a nuestro enemigo)". Es anónimo,
como todo el material emanado de los servicios de inteligencia, aunque
en la presentación se dice que "la autoría y origen del trabajo garantizan
la información que contiene". La tesis del documento, como todas las
de esa fuente, es simplista y ahistórica. La subversión es "producto
de un comando que, desarrollando una estrategia perfectamente instrumentada
y con una definida ideología, lleva a cabo lo que técnicamente se denomina
‘la agresión marxista internacional’".
Confusión de roles
En ese contexto se produce una verdadera confusión de roles. Obispos
y sacerdotes, como Bonamín y Zaffaroni, se convierten en ardientes guerreros
mientras generales, almirantes, brigadieres se arrogan la interpretación
de las Sagradas Escrituras y dictan cátedra de teología, a vista y paciencia
del episcopado.
El coronel Agustín Valladares, que durante un largo período fue el hombre
fuerte del ministerios de Cultura y Educación, disertó el 14 de noviembre
de 1978, ante maestros y profesores del colegio Santo Tomás de Aquino,
de San Miguel de Tucumán. El general Cristino Nicolaides, dijo el 12
de junio de 1976 en Corrientes, que el individuo comprometido con la
subversión es "irrecuperable", modificando de esa manera el concepto
básico cristiano de que todo ser humano es redimible (12). El arzobispo
López no lo rectificó.
El 12 de junio de 1976 el teniente coronel Hugo I. Pascarelli, en el
acto evocativo del 150 aniversario del grupo de artillería 1, en Ciudadela,
en presencia del general Videla y de los capellanes de la unidad avanzó
más en el campo de la innovación teológica. Sostuvo que la lucha en
la cual participaba "no reconoce límites morales ni naturales, que se
realiza más allá del bien y del mal que excede el nivel humano, aunque
sean hombres los que la provocan. No ver o no querer ver no es simplemente
ceguera, sino la más grande ofensa a Dios y a la Patria" (13). Los Diez
Mandamientos son dejados de lado por este semidiós de la tortura y del
asesinato. La ofensa a Dios consiste en no reconocer su derecho a actuar
fuera de la moral.
Entre tanto el general Juan Sasiain y el coronel Alejandro Arias Duval,
entonces jefe de la policía federal y superintendente de coordinación
federal, respectivamente, sostenían que "el cristianismo es lo único
que puede salvar al mundo y esa idea rige sus actos como militares y
titulares de su repartición" (14). Principio que no era posible advertir
en su comportamiento en esos cargos y otros que ocuparon.
El 29 de abril de 1976 el después general Jorge Eduardo Gorleri ordenó
en Córdoba una espectacular quema de libros, con estas palabras: "El
comando del cuerpo de ejército III informa que en la fecha procede a
incinerar esta documentación perniciosa que afecta al intelecto y a
nuestra manera de ser cristiana. A fin de que no quede ninguna parte
de estos libros, folletos, revistas, etc., se toma esta resolución para
que con este material se evite continuar engañando a nuestra juventud
sobre el verdadero bien que representan nuestros símbolos nacionales,
nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestro más tradicional acervo sintetizado
en Dios, Patria, Hogar" (15).
La contaminación ideológica preocupó igualmente al general Albano Harguindeguy
en su breve interinato en el ministerio de Cultura y Educación. Lo aprovechó
para prohibir los libros de Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, La
educación como práctica de la libertad, Acción cultural para la libertad,
Concientización, teoría y práctica de la libertad y Las iglesias y la
educación y el proceso de liberación humana en la historia. Su doctrina
pedagógica, afirmó, "atenta contra los valores fundamentales de nuestra
sociedad occidental y cristiana" (16).
Pero donde esa elaboración teológica alcanzó su más alto grado de refinamiento
fue en la Marina de Guerra. El Evangelio según Massera le fue expuesto
al presbítero Orlando Iorio mientras estaba "desaparecido", maniatado
y encapuchado en la Escuela de Mecánica de la Armada, a mediados de
1976. "Vos no sos un guerrillero -le dijo el oficial que lo interrogaba-,
no estás en la violencia, pero vos no te das cuenta que al irte a vivir
allí (a la villa) unís a la gente, unís a los pobres y unir a los pobres
es subversión".
Y más adelante otro carcelero le explicó: "Usted tiene un error, que
es haber interpretado demasiado materialmente la doctrina de Cristo.
Cristo habla de los pobres, pero de los pobres de espíritu y usted se
ha ido a vivir con los pobres. En la Argentina los pobres de espíritu
son los ricos y usted, en adelante, deberá ayudar más a los ricos que
son los que están necesitados espiritualmente" (17).
El integrismo y el nacional-catolicismo de algunos obispos sigue bien
representado en las fuerzas armadas. El 5 de julio de 1986, en Córdoba,
durante la misa mensual de FAMUS y en presencia del comandante del tercer
cuerpo de ejército Leopoldo Héctor Flores, el dominico Daniel María
Rossi revivió las cavernícolas doctrinas de Félix Salvá y Julio Meinvielle,
sepultadas por el Concilio Vaticano II. Repudió "los seudohéroes que
encarnan la revolución francesa en nuestra patria, porque desintegran
la tradición hispanoamericana". Agregó que "la trilogía francesa de
igualdad, libertad y fraternidad es totalmente subversiva" (18).
Este digno cofrade de Tomás de Torquemada coincide con otro pensador
insigne del ejército, el actual general Justo Jacobo Rojas Alcorta.
Cuando era teniente coronel y comandaba el regimiento de infantería
general Viamonte de Mercedes, provincia de Buenos Aires, solía pronunciar
ilustrativas y amenazadoras conferencias ante el personal docente de
los distritos de su jurisdicción. Explicaba entonces, junto a un enorme
Cristo de madera, que "los judíos transmitieron sus prácticas secretas
y hasta sus símbolos a la masonería y ésta intenta destruir la concepción
religiosa cristiana, coincidiendo en ello con el comunismo". Después
de fustigar a la revolución francesa y al tercermundismo, defendió la
"violencia buena" de los militares y dijo que la libertad religiosa
sólo servía para "encubrir al ateo". Terminó llamando a la democracia
liberal "falsa, pues sostiene la soberanía popular cuando, según la
doctrina cristiana, es Dios quien transmite el poder" (19). Sostuvo,
además, que la revolución del 25 de mayo de 1810 fue un golpe de Estado
militar, tesis que ha sido expuesta hace años por Gustavo Martínez Subiría
en un libro denominado El Año X.
Este delirante ha sido ascendido por el gobierno constitucional pese
a la oposición de las organizaciones de derechos humanos, que recordaron
su participación terrorista en el oeste de la provincia de Buenos Aires.
En julio de 1986 el diputado radical tucumano Juan Robles denunció que
Rojas Alcorta, en ese momento comandante de la brigada 5 de infantería
de Tucumán, estaba "calentando los oídos" a sectores políticos y gremiales
para un golpe de estado que tendría lugar en septiembre, mes clásico
para estas intervenciones. No cabe duda que tales arrestos tienen su
origen en la ideología del locuaz general, que contempla con pavor el
pluralismo y la libertad de nuestra incipiente democracia, al igual
que algunos obispos.
Otro oficial promovido por la democracia es el coronel Mohamed Ali Seineldín,
dado también a las lucubraciones teológico-fascistas, mientras conspira
desde Panamá, donde ejerce la agregaduría militar, contra el régimen
que inexplicablemente lo ha encumbrado. Su tendencia a mezclar lo militar
con lo religioso lo llevó a proponer el nombre de "Operación Rosario"
para la invasión de las islas Malvinas. Veamos cómo lo describe el profesor
de la escuela superior de guerra, Isidoro J. Ruiz Moreno, autor de un
libro sobre la actuación de los llamados comandos del ejército en el
conflicto austral. "Este soldado -dice-, poseído de una mística patriótica
y religiosa en alto grado, supo imprimir a todos los integrantes de
la subunidad de comandos (Equipo Especial Halcón 8), la conciencia del
cumplimiento del deber como una prioridad absoluta, de sacrificio total,
que encontrase su recompensa en la obediencia en las directivas recibidas...
No obstante la religión de sus padres, Mohamed fue educado desde los
nueve años de edad en la fe católica, de la que hizo un culto abierto
y militante. ¡Dios y Patria o Muerte!: este lema de los comandos argentinos
recibió desde entonces un sentido positivo y no meramente declamatorio"
(20).
En el acto convocado por el cardenal Aramburu para la defensa de la
familia, el 5 de julio de 1986, se difundía entre los asistentes un
volante con el perfil del coronel Seineldín, acompañado del siguiente
texto golpista: "Hermanos, hay una esperanza. Hay un hombre, un soldado,
que cuando Dios lo disponga empuñará sus mejores armas espirituales
y morales para defender la bandera. Es el mismo que se esforzó en derrotar
la guerrilla marxista; es el mismo que dijo: llámese Rosario a la gesta
del 2 de abril, en honor de la Santísima Virgen".
Se explica sin rubor en el libro mencionado cómo Seineldín introdujo
en los comandos la enseñanza de la tortura a los prisioneros. Según
antes expliqué, la tortura ha sido condenada sin atenuantes por el magisterio
pontificio y episcopal de la Iglesia católica, a la cual Seineldín manifiesta
pertenecer. En el aprendizaje de los comandos -nos ilustra Ruiz Moreno-,
"no falta siquiera la experiencia de prisioneros, pues sus campos no
responden a los requisitos establecidos por la convención de Ginebra,
sino que son adoptados de la experiencia vietnamita. El candidato es
capturado sorpresivamente, encapuchado y golpeado siguiendo un método
preestablecido. Sus instructores no le escatiman el uso de esos garrotes
de caucho que usa la policía, aunque constantemente bajo la vigilancia
de un médico y un siquiatra. Encerrado desnudo en un estrecho pozo que
lo mantiene forzosamente parado -mejor dicho: sepultado en él-, se encuentra
el infeliz tapado por una chapa de lata o zinc que lo abrasa al sol
o lo congela de noche, recibiendo una sola comida por día -una polenta
caliente que debe recoger con sus manos- y ahí permanece inmóvil durante
tres días, perdida la noción del tiempo. Sólo sale para ser interrogado.
Para obtener su información el prisionero es golpeado cuando es menester
y también cuando no hace falta. Hasta entonces, en su sepultura, ha
debido escuchar constantemente música popular centroamericana o proclamas
marxistas y subversivas, que un altoparlante proclama sin cesar. Tuvo
tiempo de pensar y rezar, que es lo único que puede hacer. Y determinar
si continúa en el curso hasta el final, aún cuando oiga por los altavoces
también gritos de sus camaradas que sufren la etapa del interrogatorio"
(21).
Si esto se hace con los camaradas que en definitiva saben que saldrán
con vida de esa ordalía y reciben atención médica, es de imaginar el
destino de los prisioneros auténticos a quienes se quiere extraer información,
como los detenidos-desaparecidos de la dictadura. Los comandos intentaron
utilizar estos métodos de interrogatorio en el conflicto de las Malvinas,
comprometiendo de esa manera el honor de su arma y los compromisos solemnes
firmados por el país.
En el mismo mes de julio de 1986 el juez federal de Neuquen, Rodolfo
Rivarola, exigió al juez militar de San Carlos de Bariloche el sumario
por las torturas aplicadas, con descargas eléctricas provenientes de
teléfonos de campañas, a soldados conscriptos, por el subteniente Dino
Codermatz. Esto indica que el método se sigue utilizando, con la autorización
de las autoridades militares. El comandante del V cuerpo de ejército
general Enrique Bonifacino defendió el procedimiento y el juzgado militar
puso en libertad a los torturadores.
Esto es gravísimo desde todo punto de vista. Se impone que el presidente
de La Nación en su carácter de comandante en jefe de las fuerzas armadas,
actúe sin más tardanza y que el congreso tome cartas en el asunto. No
es admisible que los oficiales y suboficiales argentinos sean adiestrados
para torturar, ni sometidos, al igual que los soldados, a prácticas
degradantes. Una cosa son el entrenamiento físico y psíquico, por intenso
que sea, y las experiencias de sobrevivencia en medios hostiles y otra
el sufrimiento provocado, con el fin de desatar la brutalidad humana
contra enemigos indefensos. Hay que preparar oficiales de honor y no
bestias. Sabemos, por otra parte, que las víctimas serán los propios
compatriotas de acuerdo con la doctrina de la seguridad colectiva sustentada
por nuestras fuerzas armadas como lo prueban las presentaciones de los
tres jefes de estado mayor ante la comisión de defensa del senado.
Las revelaciones de Ruiz Moreno, aceptadas como legítimas por éste,
no han provocado, excepto un artículo de Horacio Verbitsky, la reacción
que merecen. Martín Alberto Noel, en la sección literaria de La Nación,
comentó elogiosamente el volumen sin dar noticia de este relato ni sentirse
alarmado. El obispo castrense, José Miguel Medina, a pesar de entrar
los responsables en su jurisdicción eclesiástica, nada ha dicho.
La cuestión provoca una última reflexión, atingente al tema de este
libro. Pareciera que son los oficiales más ligados al integrismo católico,
fomentado por capellanes y obispos, quienes se distinguen por su fervor
homicida y su oposición al sistema democrático. Ello es consecuencia,
en última instancia, de la actitud y la doctrina de la mayoría de los
pastores.
Christian von Wernich
A partir de 1984 adquirió notoriedad, acusado de complicidad con el
terrorismo de Estado, el sacerdote de la diócesis de Nueve de Julio,
provincia de Buenos Aires, Christian von Wernich. Se encuentra incluido
en el informe de la CONADEP y está imputado en dos causas judiciales,
que detallaré enseguida y cuyo patrocinio es ejercido por abogados del
CELS. Ambas se encuentran demoradas en el consejo supremo de las fuerzas
armadas.
Pero más allá de estos procesos, es la personalidad y son las declaraciones
y la actuación de von Wernich las que lo han hecho conocer y constituido
en una suerte de paradigma de clérigo fascista, identificado con las
fuerzas armadas y colaborador de la represión ilegal.
Varios testimonios que inculpan a von Wernich están señalados y parcialmente
transcriptos en el libro Nunca más, de la Comisión Nacional sobre la
Desaparición de Personas. Pertenecen a los siguientes legajos: 683,
testimonio de Julio Alberto Emmed; 2818, denuncia la desaparición de
Cecilia Luján Idiart; 2820, denuncia la desaparición de María del Carmen
Morettini; 2852, denuncia la desaparición de María Magdalena Mainer
y Pablo Joaquín Mainer; 6982, testimonio de Luis Larralde; 6949, testimonio
de Luis Velasco (22).
Me limito a reproducir parte de los últimos por cuanto los anteriores
están vinculados con una de las causas judiciales que reseñaré. El 3
de agosto de 1984 prestaron declaración en la embajada argentina en
Madrid, ante el diputado nacional Hugo Diógenes Piucill, miembro de
la CONADEP, la señora Graciela Fernández Meijide, secretaria de esa
comisión, y los consejeros de embajada Carlos Rospide y Gustavo Asis,
los ciudadanos Luis Larralde y Luis Velasco. El primero de ellos dijo,
entre otras cosas: "Fui detenido con mi esposa María Josefina Roncero
en mi domicilio de la calle Billinghurst 2143 5° H, Buenos Aires, el
día 5 de julio de 1977, a las 21.15 hs. Nos llevaron a un centro clandestino
donde fuimos torturados. Oí cuando torturaban al ex ministro de Economía
de la provincia de Buenos Aires señor Miralles. El padre Christian von
Wernich concurría todos los días a la Brigada de Investigaciones y hablaba
con los allí detenidos".
Velasco, por su parte, expresó lo siguiente: "Que el 6 de julio de 1977
a las 24 horas un grupo grande de hombres de civil fuertemente armado,
se hizo abrir la puerta del departamento que ocupaba con su madre, en
la calle 56 entre 5 y 6 de La Plata. Dijeron pertenecer al ejército
argentino. Lo introdujeron en un ciche y lo tiraron al piso y lo vendaron.
El 8 de julio lo llevaron de nuevo a ‘la casita’. En esa oportunidad
y después de la primera sesión de tortura se acercó un sacerdote, de
quien supo después que era Christian von Wernich. Lo volvió a ver varias
veces y en una de esas oportunidades el sacerdote le ordenó que se sacara
la venda. Como el dicente se negó a hacerlo se la retiró él mismo. Dicho
sacerdote dijo que tenía la parroquia en 9 de Julio, Buenos Aires. En
una oportunidad oyó cuando Christian von Wernich contestó a un detenido
que pedía no morir, que ‘la vida de los hombres depende de Dios y de
tu colaboración’ y a él mismo se le dirigió, tocándole los pelos del
pecho y diciéndole sonriente ‘te quemaron todos los pelitos’. En otra
oportunidad lo escuchó defender y justificar la tortura y reconocer
que había presenciado torturas. Cuando el sacerdote von Wernich contaba
a los detenidos los operativos usaba el plural, incluyéndose: cuando
hicimos tal operativo".
En el juzgado criminal y correccional número 3 de la ciudad de La Plata,
a cargo del doctor Vicente Luis Bretal, secretaría número 8, tramita
la causa judicial por la cual Domingo Moncalvillo, padre de una de las
víctimas, con el patrocinios de los abogados del CELS, querella por
apremios ilegales y privación ilegítima de la libertad calificada, entre
ortros, al exjefe de policía de la provincia de Buenos Aires, Juan Ramón
Camps, al comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz y al sacerdote Christian
Federico von Wernich, que revista como oficial subinspector.
Von Wernich fue designado con ese cargo por Camps, en el año 1976, para
desempeñarse como capellán (Mas tarde dirá en un reportaje: "Me ordené
en 1976 y como soy de Concordia el general Camps me conocía de chico,
ya que él es de Paraná. Por eso y de acuerdo con monseñor Plaza, llegué
a ser cura de confianza para muchas cosas en la lucha contra la subversión").
El proceso tiene su origen en la detención, por distintos procedimientos,
de Domingo Héctor Moncalvillo, Guillermo García Cano, Liliana Amalia
Galarza, Cecilia Luján Idiart, María Magdalena Mainer, Pablo Joaquín
Mainer, María del Carmen Morettini y Susana Salomone.
Los jóvenes estuvieron ilegalmente presos, en condiciones especiales,
durante la mayor parte del año 1977, en la dirección general de investigaciones
de la policía de la provincia de Buenos Aires, en La Plata. Podían alternar
con sus familias y finalmente se les dio a optar por permanecer encarcelados
cinco años o salir del país. Lógicamente, prefirieron lo segundo.
En ese lapso los visitaba constantemente el capellán von Wernich, a
quienes sus familias recurrían como intermediario. Incluso le entregaron
dinero para ir formando un fondo destinado a su sostenimiento en el
exterior. El 30 de noviembre de 1977 al concurrir los padres de los
detenidos a dicha dependencia, como era habitual, se les informó que
ese día habían partido del lugar. Desde entonces no supieron nada de
ellos. Von Wernich ha explicado en su declaración ante la cámara federal
de apelaciones en lo criminal y correccional de la capital federal,
en el juicio a los ex-comandantes en jefe, que participó en una despedida
que se les hizo y que a pedido de ellos los acompañó en tres grupos
al aeroparque y al puerto de Buenos Aires, desde donde viajaron para
Montevideo (23). Pese a esa afirmación, existe la certeza que fueron
asesinados al igual que millares de detenidos-desaparecidos, dado que
nunca más han dado señales de vida y es imposible que se encuentren
en el extranjero sin comunicarse con sus familiares. Las averiguaciones
en el Uruguay no dieron resultado alguno, aunque Moncalvillo aparece
como ingresado a ese país. Las autoridades policiales insistieron en
su posición, sugiriendo que estarían en la clandestinidad. Y von Wernich
nunca supo dar una explicación coherente, ni se interesó más por el
asunto.
Ante la CONADEP, un ex-agente de la policía de la provincia de Buenos
Aires, Julio Alberto Emmed, que actuó como chofer e intervino en operativos,
hizo un minucioso relato del cual resulta que los integrantes del grupo
fueron transportados en distintos vehículos con el pretexto de sacarlos
del país y asesinados en el trayecto de manera brutal. Según Emmed,
el presbítero von Wernich presenció, al igual que él, esos hechos. De
regreso, el comisario Etchecolatz, felicitó al personal interviniente
y "el cura von Wernich -agrega Emmed- me habló de una forma especial
por la impresión que me había causado lo ocurrido. El cura me dijo que
lo que habíamos hecho era necesario para bien de la Patria, que era
un acto patriótico y que Dios sabía que lo que se estaba haciendo era
para bien del país" (24). En cuanto a la constancia de ingreso al Uruguay,
Emmed explica que se elaboraron documentos con los nombres de los presos
pero con fotografías de personal policial. De tal manera que serían
éstos quienes habrían viajado.
Es cierto que Emmed, sin duda amenazado, negó esos detalles en su declaración
ante la cámara federal de la causa de los ex-comandantes y anunció que
rectificaría la declaración prestada en el mismo sentido ante el juzgado
federal en lo criminal número 4 de la capital federal, a cargo de la
doctora Amelia Berraz de Vidal (25). Sin embargo todo indica que fue
veraz en la primera ocasión, dado que el homicidio es la conclusión
racional de la desaparición indefinida de los jóvenes mencionados y
no es ésta la única vez en que se utilizaron procedimientos de ese tipo.
Recuérdese, como un ejemplo, el caso de Marcelo Dupont.
En su larga declaración ante la cámara federal von Wernich reconoce
su vinculación con este grupo de detenidos-desaparecidos y confirma
que los acompañó para despedirlos, pero niega conocer su condición.
Explica igualmente que conversó en un puesto policial de Don Bosco con
Jacobo Timerman y con el ex-ministro Oscar Miralles, a quien encontró
muy decaído. Sostiene no haberse enterado que fueron torturados (26).
Otra causa judicial en la cual se encuentra involucrado von Wernich
es la caratulada "Lorusso Arturo Andrés s/denuncia privación ilegítima
de libertad". Tramitó ante el juzgado en lo criminal y correccional
federal de la capital federal número 4, a cargo de la doctora Amelia
Berraz de Vidal, secretaría número 12, hasta que ésta se declaró incompetente
y el expediente pasó al consejo supremo de las fuerzas armadas. En ella
intervengo, junto con los padres de otras víctimas, como parte querellante,
con el patrocinio de abogados del CELS.
El proceso se origina a causa de la detención, en la madrugada del 14
de mayo de 1976, por agentes de las fuerzas armadas, de Beatriz Carbonell
de Pérez Weiss, César Amadeo Lugones, María Esther Lorusso Lammle, Horacio
Pérez Weiss, Mónica María Candelaria Mignone, Mónica Quinteiro y María
Marta Vásquez Ocampo de Lugones. Ninguno de ellos apareció. Por distintos
elementos de juicio, que sería largo explicar, existe la certeza que
se los trasladó a la Escuela Mecánica de la Armada, donde sin duda fueron
torturados y asesinados. Este grupo de jóvenes se encontraba ligado
entre sí por la abnegada labor de promoción humana, social, política
y religiosa que llevaron a cabo en la villa de emergencia del Bajo Flores
y en zonas aisladas de la Patagonia. Esta fue también la razón de su
eliminación.
Un hermano de César Lugones, de nombre Eugenio, mantenía una estrecha
amistad con el presbítero von Wernich. De tal manera que producido el
episodio fue la primera persona a quien recurrió en busca de ayuda.
Conocía, por cierto, su ideología, su identificación con las fuerzas
armadas, su condición de capellán de la policía de la provincia de Buenos
Aires y su amistad con Camps. Sabía que era cuñado del coronel Morelli,
que ocupó la jefatura de la superintendencia de seguridad de la policía
federal. Esperaba por ello que le proporcionase alguna luz.
Von Wernich se ocupó de averiguar y a los pocos días le transmitió a
Eugenio Lugones que su hermano César vivía. Eugenio nos informó de la
novedad inmediatamente. Entonces le escribí al obispo de 9 de Julio,
Alejo Gilligan, a quien conocía de Mercedes y le pedí que le preguntara
a von Wernich, entonces párroco de la catedral de esa ciudad, qué noticias
poseía de mi hija Mónica. El 4 de agosto de 1976 monseñor Gilligan me
contestó, diciendo textualmente: "El único dato recogido por P. Christian
es que César Lugones está bien; nada sabe de las demás personas, lugar
en que se encuentran ni quienes intervinieron".
En 1984, cuando inicié la querella en el juzgado de Berraz Vidal agregué
la misiva y propuse como testigos al obispo Gilligan y al presbítero
von Wernich. Al primero, para que reconociera su firma y el contenido
de la carta y al segundo para que dijera quién le había proporcionado
la información. De esa manera podíamos avanzar en la identificación
de los autores del delito. La noticia salió en los diarios y produjo
una conmoción en 9 de Julio. A esta cuestión se agregaron las declaraciones
de Mona Moncalvillo, conocida periodista de Hunor y hermana de Domingo
Héctor, sobre el caso del grupo de La Plata. El obispo, que seguramente
se había olvidado de la comunicación, se molestó mucho y quería sacar
una declaración negándola. Le mandé una fotocopia para que la recordara
y no metiera la pata, por intermedio del párroco de Trenque Lauquen,
Guillermo Noé. Entonces solicitó hacer uso del derecho de ser interrogado
por oficio. (Este es un privilegio del cual gozan, en virtud del artículo
290 del código de procedimientos en materia penal para la justicia federal,
los integrantes de los tres poderes del Estado, los miembros de los
tribunales militares, las dignidades del clero, los ministros diplomáticos
y cónsules generales y los militares desde coronel para arriba. Se trata
de una de las tantas desigualdades, violatorias del artículo 16 de la
constitución nacional, que subsisten en nuestras leyes y costumbres.
Habrá que suprimirla).
Gilligan reconoció la carta y von Wernich fue citado por la juez. ¿Cómo
salió del paso? Mintiendo. Manifestó que la información de que César
Lugones estaba bien se la había proporecionado el mismo Eugenio Lugones.
Es imaginable la indignación de éste. Solicitó un careo. La juez lo
concedió. Fue una escena violentísima. Von Wernich, extremadamente nervioso,
se mantuvo en su posición. Frente a su afirmación sólo estaba la palabra
de Eugenio Lugones. Nos quedamos sin prueba.
La salida de von Wernich fue procesalmente ingeniosa. Pero a costa de
mentir, luego de un solemne juramento ante Dios de decir la verdad,
con un crucifijo delante. Recordé las palabras del Señor, en la teofonía
bíblica donde Moisés recibe las tablas con los diez mandamientos: "No
darás falso testimonio contra tu prójimo" (Exodo, 20, 16). Y me entristeció
que un ministro de Dios, por cobardía, las hubiese olvidado.
Las imputaciones contra von Wernich atrajeron la atención de la prensa.
La revista Siete Días mandó al periodista Alberto Perrone y al fotógrafo
Mario Paganetti a la ciudad de Norberto de la Riestra, de la diócesis
de 9 de Julio, donde von Wernich había sido trasladado como párroco.
El sacerdote, dejándose llevar por su vanidad y su gusto por la publicidad,
habló mucho. Sus declaraciones, publicadas en el número del 30 de julio
de 1984, atrajeron la tención del público. El semanario se agotó y tuvo
que reproducir el reportaje en la edición siguiente, del 1° de agosto.
El reportaje a von Wernich, titulado "Habla el cura que interrogaba
a los desaparecidos" no tiene desperdicio. En él desnuda su personalidad
y sus ideas. "Nunca tuve dudas -afirma- con lo que hice". Se explaya
sobre sus vinculaciones con el grupo de jóvenes prisioneros en la dirección
general de investigaciones de La Plata. "Yo estaba encargado -explica-
de hablarles, para ir informando como estaba armada su organización
montoneros". Respecto a los testimonios ofrecidos en la audición televisiva
Nunca Más afirma: "yo quisiera ver si son ciertos. Desconfío. Temo que
no sea cierto todo eso. Me parece, en cambio, que se le dio al pueblo
el circo que necesita el gobierno actual para distraerlo de la falta
de pan. Así trabaja la zurda en este país". "Yo nunca estuve en ninguna
dependencia policial o militar donde algún preso me confesara que había
sido torturado. Y mire que estuve en relación directa con Jacobo Timerman,
el ministro Miralles, Papaleo y muchos más ... Camps lo trataba (a Timerman)
a cuerpo de rey ... Que me digan que Camps torturó a un negrito que
nadie conoce vaya y pase. ¡Pero cómo se le iba a ocurrir torturar a
un periodista sobre el cual hubo una constante y decisiva presión mundial...
que si no fuera por eso...!"
Los periodistas describen el ambiente: "Pasamos al amplio living con
numerosos sillones de cuero y tapices artesanales colgando de las paredes.
Christian von Wernich destacó que esa construcción californiana la había
hecho él apenas un par de años antes, donde se levantaban unos míseros
cuartos. De ahí lo seguimos al sacerdote al lugar acondicionado para
su vocación de radioaficionado. Diplomas de diversas emisiones adornan
las paredes del alfombrado cuarto. En una pequeña estantería con varios
libros religiosos estaban los del general Ramón Camps. Cada uno de ellos
con una extensa dedicatoria manuscrita, donde se recuerda al ‘cura y
amigo’ y se señala cómo se jugaron ambos la vida. También aparece mencionada
Susana, la hermana del sacerdote, casada con un militar compañero de
promoción de Camps (Morelli)" Y termina: "yo sé muy bien lo que hice,
por qué lo hice y con quienes lo hice. Cuando sea el momento la justicia
decidirá. He vivido una guerra desde un punto de vista ideológico, que
es el de un conservador de centro... Como le dije antes, espero la justicia,
sobre todo la divina".
"Por las declaraciones de Christian von Wernich el pueblo de este sacerdote
se transformó en la caldera del diablo", titula Siete Días la segunda
de sus notas, ilustrada con abundante fotografías. A partir de ese momento
el clérigo comprendió que no le convenía seguir hablando y se negó a
nuevos reportajes. El obispo Gilligan salió en su defensa y le formuló
la misma sugerencia. Como resultado de sus palabras el CELS le inició
una denuncia criminal por apología del delito. Von Wernich me acusó
ante el juzgado federal de Azul de ser el autor de amenazas telefónicas
que recibía en Norberto de la Riestra, fundándose en su similitud con
una expresión que incluí en mi carta al párroco de Trenque Lauquen Guillermo
Noé. El magistrado, lógicamente, desestimó tan absurda imputación. Los
procesos contra von Wernich están paralizados en el consejo supremo
de las fuerzas armadas. Entre tanto el gobierno de la provincia de Buenos
Aires lo ha declarado en disponibilidad en su cargo policial.
El viernes 25 de abril de 1986 fui invitado por la Comisión Nuevejuliense
de Derechos Humanos, CONUDEH, para explicar el caso. Cuatrocientas personas
colmaron el salón de la Municipalidad y hubo un diálogo interesante
y esclarecedor. Quise invitar al obispo, pero no lo encontré. Luego
supe que se había dirigido al intendente solicitándole que revocara
la concesión del local. La actitud corresponde a la ideología episcopal
que he descripto: la búsqueda de la protección del Estado y el temor
a la libertad de debate y al pluralismo.
Otro episodio dudoso en las actividades de von Wernich es el de su estada
en Nueva York a fines de 1978. Según sus manifestaciones se trasladó
a esa ciudad con un contrato temporal con su arquidiócesis para atender
pastoralmente a la comunidad hispanoparlante, instalándose en la parroquia
de San Juan Crisóstomo, en Bronx. El caso es que en la causa "Lorusso"
se presentó la ciudadana argentina María Eva Ruppert, residente en aquella
época en dicha metrópoli. Entregó una carta de von Wernich de fecha
27 de septiembre de 1978 por la cual éste se interesaba por conectarse
con los exiliados argentinos vinculados a la revista Denuncia que realizaba
una enérgica campaña contra la dictadura militar argentina.
Según el minucioso relato de la señorita Ruppert, von Wernich se encontró
con ella en repetidas oportunidades y ofreció su colaboración en las
tareas vinculadas con la defensa de los derechos humanos en nuestro
país, expresando su deseo de "pasar a máquina y hacer un fichero ordenado
con los datos de los ‘contactos’, tanto de Argentina como del exterior,
de la organización con la que la deponente colaboraba" (27). Explicó
que podía facilitar un aparato de transmisión de onda corta y una fotocopiadora
con igual propósito.
Como la actitud del oferente resultara sospechosa, resolvieron no aceptar
sus servicios. En la causa arriba citada von Wernich fue careado con
la señorita Ruppert, manifestando no conocerla ni haber ofrecido colaboración
alguna a organizaciones de derechos humanos, puesto que ello estaba
al margen de su labor pastoral. Para los letrados que estuvieron presentes
en dichas diligencias procesales no quedó ninguna duda que la testigo
Ruppert decía la verdad.
Christian von Wernich, aunque nacido en San Isidro, provincia de Buenos
Aires en 1938, pertenece a una acaudalada familia de la ciudad de Concordia
(28), donde realizó sus primeros etudios. Uno de sus hermanos apareció
envuelto hace algunos años en la quiebra del Alvear Palace Hotel, hecho
que dio lugar a dudosas interpretaciones. En su juventud se trasladó
a California, Estados Unidos, donde permaneció un tiempo. Allí aprendió
inglés. Parece ser que se inclinaba por los estudios de administración
de empresa.
Todas las versiones recogidas indican su inclinación por la vida fastuosa
y frívola, aun en la época en que hizo saber que era seminarista y se
preparaba para el sacerdocio. Eugenio Lugones, que lo conoció en la
pileta de natación del Ateneo de la Juventud a comienzos de la década
de 1970, dice que algunos amigos le decían "El Cura" y otros "El Conde"
o "El Duque", "porque se notaba fácilmente que era una persona de mucho
dinero... programamos -agrega- un viaje juntos a Río de Janeiro, donde
estuvimos cerca de quince días en la época de los carnavales... en su
coche particular tenía una sirena, especialmente durante los años 76
al 78. Yo le pregunté por qué la tenía y ahora me doy cuenta de que
no era para abrirse paso y que no lo molestaran en la ruta como decía.
Además de eso tenía credenciales a nombre de otra persona con su foto
y esto lo sé porque personalmente yo se las vi. Creo que el apellido
que figuraba en esas credenciales de comisario de la policía de la provincia
de Buenos Aires" (29).
La ordenación sacerdotal de von Wernich, ocurrida en 1976 a los 38 años,
fue una sorpresa, porque había transitado por varios seminarios y más
de un obispo se había negado a ordenarlo, entre ellos Tortolo, de Paraná.
Resulta claro que su personalidad no los convencía. Quien se decidió
a conferirle el sacramento del orden fue el obispo de 9 de Julio Alejo
Gilligan, que pasa por ser un hombre ingenuo. Por esa razón recaló en
esa diócesis, que no era la de origen.
En las tres ciudades donde ha ejercido su ministerio, 25 de Mayo, 9
de Julio y Norberto de la Riestra von Wernich gravita sobre cierto sector
de la población por su ideología reaccionaria, su estilo desenfadado
-nunca usa sotana y prefiere los automóviles potentes- y sus gustos
mundanos. Se construyó la casa antes descripta en Norberto de la Riestra.
Maneja mucho dinero, cuyo origen se supone es familiar, viaja con frecuencia
al exterior y durante la época de la dictadura militar era temido por
sus vinculaciones oficiales, aunque hay quien sostiene que salvó a algunos
jóvenes de la zona. Cumple con sus obligaciones clericales (misa, predicación,
administración de los sacramentos), pero sus actitudes son profanas.
Es el suyo un sacerdocio formal y sacramental, sin ninguna vivencia
espiritual. No es de extrañar, entonces, que haya sido compatible con
su participación en los hechos que se le imputan.
Von Wernich suele decir a sus amigos que ha optado por ser cura, porque
es una profesión en la cual, a diferencia de otras, se trabaja los domingos
y se descansa el resto de la semana.
Notas
(1) Conf.: José María Rovira Belloso: Sociedad perfecta y Sacramentum
Salutis: dos conceptos eclesiológicos, dos Imágenes de Iglesia en "Iglesia
y sociedad en España, 1939/1975",; Madrid, Editorial Popular, 1977,
págs. 317/352; Leonardo Boff: Iglesia, carisma y poder – Ensayos de
eclesiología militante, Santander, Editorial Sal Terca, 1982, págs.
20/28.
(2) Juan María Laboa: El integrismo, un talante limitado y excluyente,
Madrid, Narcea S.A. de Ediciones, 1985, 190 págs.
(3) "En Iglesia y comunidad nacional (1981), nuestros obispos han reconocido
que la sociedad argentina es una sociedad pluralista. Sabemos sin embargo
–y que la experiencia del Concilio Vaticano II está allí para atestiguarlo–
que no todos los firmantes de un documento son plenamente concientes
de sus consecuencias. Y que se requiere un tiempo bastante prolongado
para que las conductas de la comunidad eclesial se adapten a las nuevas
perspectivas abiertas por una lectura actualizada de los ‘signos de
los tiempos’. Aceptar que la Argentina es una sociedad pluralista es
renunciar al modelo de la ‘Argentina católica’ y a la fraseología que
identifica al catolicismo con un mítico e indefinible ‘ser nacional’
". (Criterio, Buneos Aires, número 1959, 23 de enero de 1986, pág. 3).
(4) La biblia del integrismo es el libro del presbítero catalán Félix
Salvá y Salvany, El liberalismo es pecado. Cuestiones Candentes, publicado
en Barcelona en 1884. Alcanzó un sinnúmero de ediciones. Entre nosotros
el principal expositor del integrismo fue el presbítero Julio Meinvielle,
que ha dejado una caudalosa bibliografía. Ejerció influencia sobre distintos
grupos hasta su muerte, ocurrida en 1973. Entre sus títulos cabe citar
los siguientes: Concepción católica de la política, Buenos Aires, Cursos
de Cultura Católica, 1932, 163 págs.; El judío, Buenos Aires, Editorial
Antídoto, 1936, 157 págs.: Los tres pueblos bíblicos en su lucha por
la dominación del mundo, Buenos Aires, Adsum, 1937, 99 págs.; El comunismo
en la revolución anticristiana, Buenos Aires, Ediciones Teoría, 1961,
139 págs.; La Iglesia y el Mundo Moderno, Buenos Aires, Ediciones Teoría,
325 págs.; De la Cábala al progresismo, Salta, Editora Calchaquí, 1970,
463 págs.
(5) Recuerdo de mi adolescencia una expresión extrema del nacional-catolicismo.
En una procesión en Luján, donde entonces residía, un sacerdote forastero
dijo por el altoparlante lo siguiente: "EL argentino que no venera a
la Virgen es un traidor a la Patria y merece ser fusilado por la espalda".
(6) Conf.: Charles Maurras: Encuestas sobre la monarquía, traducción
y notas de Fernando Bertrán, Madrid, Sociedad General Española de Librerías,
715 págs.; Enrique Zuleta Alvarez: Charles Maurras, en el Nacionalismo
Argentino, Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, 1975, T. I, págs. 27/32;
Enrique Zuleta Alvarez: Introducción a Maurras, Buenos Aires, Nuevo
Orden, 1965.
(7) El presbítero Manuel Beltrán en una misa de FAMUS del 2 de agosto
de 1986 acusó a las autoridades de ser "responsables y cómplices" del
"destape anticlerical". "Ellos saben (las autoridades) y conocen muy
bien: el auge de la droga, la delincuencia y la pornografía". (Clarín,
3 de agosto de 1986).
(8) La Razón, Buenos Aires, 13 de mayo de 1977.
En esa sesión los visitantes exhibieron una película con la "confesión"
de la presunta guerrillera Marta Carmen Campana, quien explica haber
sido catequizada para la subversión por el P. Pablo Gazzari. Posteriormente
el texto apareció en la revista Para Ti.
(9) El Periodista de Buenos Aires, número 39, Buenos Aires 7 al 13 de
junio de 1985, pág. 13.
(10) Caritas es una institución que durante el arzobispado del cardenal
Aramburu ha adquirido un importante desarrollo y eficacia, bajo la dirigencia
de Carlos Elliff y Ricardo Murtagh.
(11) El Periodista de Buenos Aires. Buenos Aires, 24 de marzo de 1986.
(12) La Opinión, Buenos Aires, 12 de junio de 1976.
(13) La Razón, Buenos Aires, 12 de junio de 1976.
(14) La Prensa, Buenos Aires, 12 de septiembre de 1979.
(15) El general Jorge E. Gorleri, a la sazón comandante del segundo
cuerpo de ejército con asiento en Rosario, fue obligado a retirarse
el 1° de septiembre de 1986, después de una reunión de mandos superiores
del ejército, presidida por el ministro de Defensa José Horacio Jaunarena.
En ese encuentro Gorleri se opuso a que sus subordinados fueran obligados
a comparecer en causas ante la justicia civil, para responder por crímenes
cometidos durante la dictadura militar. Esto significa un verdadero
levantamiento contra la Constitución. Cabe señalar que las organizaciones
de derechos humanos se habían opuesto a su ascenso a general, propuesto
por el presidente Alfonsín y concedido por el Senado. Días antes de
este episodio, el 15 de agosto de 1986, el general Gorleri presidió
un acto del colegio católico "Manuel Belgrano" de los Hermanos Maristas,
de la Capital Federal y pronunció un discurso cuyo contenido desconozco.
Seguramente sostuvo los mismos criterios. Resulta significativo que
a casi tres años del gobierno democrático un incinerador de libros y
comandante de un cuerpo de ejército, sea invitado a presidir y a dictar
cátedra en un establecimiento educativo. Lo acompañaba el comandante
del área naval de Puerto Belgrano contraalmirante José María Arriola.
(16) Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1978.
(17) Informe de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas:
Nunca más, Eudeba, Buenos Aires, 1984, Legajo número 6328, pág. 349.
(18) El Periodista de Buenos Aires, Buenos Aires, número 96, 11 al 17
de julio de 1986.
(19) El Periodista de Buenos Aires, Buenos Aires, número 95, 4 al 10
de julio de 1986.
(20) Isidoro J. Ruiz Moreno: Comandos en Acción – El ejército en las
Malvinas, Buenos Aires, Emecé, 1986, pág. 36.
(21) Id.Id., págs 41/42.
(22) Buenos Aires, EUDEBA, 1984, págs. 259/261.
(23) El Diario del Juicio, número 3, Buenos Aires, 11 de junio de 1985,
págs. 56/59.
(24) Nunca más, id. Id., pág. 260.
(25) El Diario del Juicio, id. Id., pág 60.
(26) Id, id., págs. 56/59.
(27) Fs. 478/480
(28) En Concordia existe una fuerte corriente nacionalista de derecha
y católica integrista. Además de von Wernich es oriundo de esa ciudad
el coronel Mohamed Alí Seineldín y estudió en ella el discípulo y panengirista
de Julio Meinvielle, presbítero Raúl Sánchez Abelenda, actualmente enrolado
con el catolicismo quasi-cismático del obispo francés Marcelo Lefevbre,
Sánchez Abelenda fue decano de la facultad de filosofía y letras de
la Universidad de Buenos Aires durante la intervención de Antonio Ottalagano,
también entrerriano, designado por el ministro Oscar Ivanisevich (17-9-74).
Según se afirma, Sánchez Abelenda le certificó en ese período a von
Wernich la aprobación de materias de filosofía que éste nunca había
cursado y que le facilitaron su ordenación sacerdotal. En Concordia,
el 27 de julio de 1962, Meinvielle pronunció una conferencia sobre "La
guerra revolucionaria y la Revolución Nacional en la Argentina".
(29) Siete Días, Buenos Aires, 1-7 de agosto de 1984, págs. 6/7.
Iglesia y Dictadura, por Emilio F. Mignone (Capítulo séptimo)
Las instituciones católicas
El autoritarismo es una característica del catolicismo argentino. Las
instituciones que forman parte o dependen de la Iglesia oficial carecen
de autonomía y son sancionadas si se atreven a expresar una opinión
discordante con los criterios del episcopado.
"A la Iglesia en la Argentina -dice con acierto un editorial de la revista
Criterio- le está faltando con urgencia opinión pública. Opiniones hay
muchas pero no encuentran un clima suficientemente respetuoso de la
libertad para manifestarse sin temor a las represalias. La calma de
la superficie puede hacer creer a muchos que los consensos son más amplios
de lo que en realidad lo son... Mucho nos tememos que en nuestra Iglesia
hay una inflación reprimida de ideas: cuanto antes se levanten los controles
menos gravedad tendrá el sinceramiento" (1).
Las represalias a las que alude el párrafo anterior son las sanciones
aplicadas por el episcopado. Este califica como "magisterio paralelo"
cualquier intento de ilustrar a la sociedad que no se limite glosar
sus conceptos, no sólo en materia teológica sino también en problemas
de cualquier índole. En el curso de este trabajo he reseñado dos de
esas situaciones. En el primer capítulo transcribo párrafos de un documento
de la comisión permanente de la Conferencia Episcopal Argentina que
involucra una reprimenda a la Conferencia Argentina de Religiosos (CAR),
cuando ésta sugirió la necesidad de enfrentar de manera más enérgica
la violación de los derechos humanos (2). Dicha Conferencia tiene prohibido
asumir posiciones públicas. Y en el capítulo sexto refiero la sanción
aplicada al equipo de sacerdotes de villas de emergencia, por denunciar
la brutal expulsión de sus habitantes en medio de la indiferencia de
su pastor.
El silencio es la norma de las instituciones iniciales de la Iglesia
católica, excepto cuando reciben una orden superior o se consideran
obligadas a apoyar una decisión del episcopado. Carecen de opiniones
o, si las tienen, prefieren callarlas. Esto ocurrió en el espinoso problema
de la violación de los derechos humanos. Algunas que hablaron fue para
adular al gobierno de las fuerzas armadas.
Es el caso de la Corporación de Abogados Católicos, entidad de minúscula
representatividad, caracterizada por su posición reaccionaria, que se
pone de manifiesto en frecuentes comunicados, donde se advierte la autoría
del doctor Lorenzo J. Butler. Con motivo de la venida de la misión de
la CIDH, la corporación, con la firma de Ambrosio Romero Carranza y
Virgilio Gregorini, emitió una declaración que contiene el increíble
párrafo siguiente:
"La Corporación considera que los argentinos gozan de un razonable grado
de libertad y que los derechos humanos están suficientemente amparados
por la ley y las autoridades del país. Los casos individuales de personas
encarceladas o desaparecidas son materia de investigación y serán esclarecidos.
Las mayores violaciones a los derechos humanos han sido ejecutadas en
nuestra República por las mismas personas que ante la derrota que les
infligieron las fuerzas armadas y no teniendo el valor para asumir las
consecuencias de esos actos, huyeron al exterior, desde donde continúan
agrediendo a la Argentina con sus hipócritas clamores a favor de los
derechos humanos, que no respetaron cuando tuvieron el poder en sus
manos" (3).
En 1982, la Federación de Uniones de Padres de Familias de la Arquidiócesis
de Buenos Aires, presidida por Ernesto Gómez Mendizábal, con la asesoría
del vicario general del arzobispado monseñor Arnaldo Canale, comenzó
la publicación de su boletín. En el primer número el único texto que
contiene es la transcripción de una instrucción publicada en la revista
Manual de Informaciones, número 6, editada por el comando en jefe del
ejército, jefatura II. De donde viene a resultar que la doctrina de
una institución de la Iglesia católica encuentra su fuente de inspiración
en las fuerzas armadas.
El órgano natural de la Iglesia para actuar en defensa de la dignidad
del hombre es la Comisión Nacional de Justicia y Paz, que depende del
Episcopado. Esta institución, en sus diversos niveles, universal, nacional,
diocesana, fue creada por el Papa Paulo VI para hacer efectivos los
principios de sus grandes encíclicas. Así ha ocurrido, entre otros países,
en España y Brasil donde goza de notoriedad y prestigio. Entre nosotros
la conferencia episcopal –como en tantas otras cosas– se limitó a cumplir
la norma pontificia de una manera puramente formal. Durante los años
más álgidos de la dictadura la presidió Carlos Alberto Floria, quien
en su condición, según he explicado, participó en la reunión de Puebla.
Cuando le pregunté a Floria, en presencia de Eduardo Pimentel, a qué
se debía esa pasividad, me explicó que el organismo tenía prohibido
expresamente emitir opiniones públicas. Sólo de vez en cuando era llamada
para asesorar, en privado, a los obispos.
La Santa Sede se alarmó por esta anulación en los hechos de la comisión
y envió a su presidente en Roma, el cardenal africano Bernardín Gantin,
para tratar de modificar la situación. Hubo entonces una ampliación
de sus miembros y cambio de autoridades, pero todo ha seguido igual.
Sólo en una ocasión, con la firma de su presidente Franklin Obarrio
y su secretario Ignacio Palacios Videla, la Comisión Nacional de Justicia
y Paz intervino en el tema de los derechos humanos y difirió con el
criterio de la conferencia episcopal. Fue con motivo del llamada "documento
final" de la junta militar. Dijo entonces la Comisión: "En el documento
oficial sobre la lucha contra la subversión hubiéramos querido ver descalificado
no sólo el horror, desatado por la guerrilla sino también la represión
ilegal a la que la misma dio lugar. La falta de verdad objetiva y la
ausencia de una expresa voluntad por parte de las fuerzas armadas de
volver al planteo de la defensa nacional, abandonando la doctrina de
la seguridad nacional, colocan a la comunidad argentina a merced de
los vaivenes de la política interna de otras potencias" (4). Nunca supe
cuál fue la reacción de las cabezas del episcopado frente a esta inusual
manifestación.
Publicaciones
Exigiría una investigación que escapa, por ahora, a mis escasas fuerzas,
un análisis documentado del papel desempeñado por las publicaciones
periódicas consideradas "católicas", durante el período de la dictadura
militar.
Voy a limitarme por ello a unas pocas referencias. En general los periódicos
y revistas de este signo, como el resto del periodismo, se mantuvieron
en un terreno prudente; como era inevitable, frente al terrorismo de
Estado y la falta de cobertura por parte del episcopado. Lo más habitual
fue el silencio.
No es justo, en este campo, dejar de señalar la clara identificación
con la dictadura militar de Esquiú-color, semanario clerical más que
católico, competidor con las revistas de la Editorial Atlántida en la
difamación de las víctimas de la represión ilegal y de las entidades
defensoras de los derechos humanos. La misma orientación es visible
en Universitas, de la Universidad Católica Argentina orientada por monseñor
Octavio Nicolás Derisi.
Criterio, la revista católica de interés general de mayor independencia
y gravitación, se mantuvo, obligada sin duda por las circunstancias,
cautelosa, en los años difíciles. De cualquier manera, dentro de su
orientación y su estilo, realiza un notable esfuerzo por apreciar y
juzgar los hechos con objetividad. Como se habrá advertido, la cito
con reiteración en estas páginas. Cuando publicó un comentario con notorios
errores –y elogios– de la ley 22.068, que facilitaba la declaración
de la presunción de fallecimiento de los detenidos-desaparecidos, fuimos
con Augusto Conte a ver a su director el presbítero Rafael Braun. Nos
atendió con deferencia y autorizó la publicación de la carta que sigue
en el número 1827-28, del 24 de enero de 1980:
Buenos Aires, 18 de diciembre de 1979.
Pbro. Rafael Braun
CRITERIO,
Estimado amigo:
Me permito hacerle llegar estas líneas con pedido de publicación, referidas
al comentario aparecido en el número 1823 de esa revista, con el título
"Alcances de una ley controvertida".
Trata el artículo sobre la llamada ley 22.068, mediante la cual se establece
un régimen de excepción para la declaración de fallecimiento presunto
de personas "desaparecidas" entre el 6 de noviembre de 1974 y la fechas
de promulgación de dicha norma, es decir el 12 de septiembre de 1979.
Considero que el comentario en cuestión omite mencionar algunos aspectos
esenciales del ordenamiento mencionado, indispensables para un adecuado
juzgamiento del problema por parte de los lectores de esa publicación.
En efecto, el meollo de la denominada ley 22.068 -y evidentemente su
razón de ser-, reside, a mi entender, en dos expresiones contenidas
en sus artículos 2° y 3° no citados por el articulista de Criterio.
La primera es la que autoriza al Estado Nacional, sin limitación alguna
y sin manifestar ningún interés jurídico concreto, a solicitar la declaración
de fallecimiento presunto. Le bastará para ello la existencia de un
requisito meramente formal, cuya veracidad intrínseca el juez no tiene
que investigar: la denuncia de la "desaparición", aún producida pocas
semanas antes. La segunda, la reiterada y enfática afirmación según
la cual esa atribución podrá ser ejercida (también por el Estado), "a
pesar de la oposición de otros titulares" (por ejemplo los padres y
el cónyuge del "desaparecido") y llevarla adelante en un juicio, para
llamarlo de alguna manera, que "no tendrá en caso alguno carácter contencioso"
(arts. 2° y 3° de la ley 22.068).
En otras palabras, el Estado nacional podría pedir, sin posibilidad
de oposición alguna, cualquier día de estos, ante los estrados judiciales,
la declaración presunta de la muerte de los miles de ciudadanos acerca
de los cuales existen denuncias de "desaparición", en el archivo del
ministerio del Interior, en la Policía Federal, y en la misma Justicia.
Y así, el Estado obtendría, si lo desea, en un plazo brevísimo, con
un procedimiento sumario y pese a la eventual contradicción de la familia
inmediata del "desaparecido", dicha sentencia. Los jueces, por su parte,
están obligados por la norma promulgada a disponer esa presunción de
muerte sin otra averiguación o trámite, en forma prácticamente automática.
Sí o sí, como se dice comúnmente. ¿Nos encontramos o no -me pregunto-,
ante una ampliación injustificada y peligrosa, diría totalitaria, de
las facultades del Estado, en detrimento de los derechos de la familia
y con mengua de las atribuciones del Poder Judicial? ¿Es compatible
esta norma con la doctrina cristiana en la materia? ¿Estamos o no ante
el riesgo cierto de la extensión masiva, transferida a la justicia,
de certificados de defunción presunta, para dar la "solución" según
dijera el general Harguindeguy (La Nación del 22/8/79) al problema de
los "desaparecidos"?
Se dirá que diversos funcionarios, entre ellos los ministros del Interior
y de Justicia, han expresado que el Estado sólo utilizará esa atribución
en circunstancias de desprotección. Pero lo que importa en las leyes
no es la intención, verdadera o presunta, de los legisladores y menos
de los posibles ejecutores, sino su texto mismo. Además ¿quién garantiza
que los sucesores de las actuales autoridades no tendrán diferentes
criterio a este respecto? Y si es así, ¿para qué sancionar esta ley,
si con la 14.394 basta y sobra?
Es perfectamente comprensible por lo dicho que la ley 22.068 haya sido
acerbamente criticada, tanto en el país como en el extranjero y merezca
el rechazo indignado de sus pretendidos beneficiarios, entre los cuales,
como sabe el señor Director, me cuento. El general Videla se ha lamentado
en su última conferencia de prensa de esta "incomprensión" (La Nación,
14/12/79). Me interrogo sin embargo si a tenor de lo explicado no es
razonable pensar en la intención de "encubrir -según palabras del mismo
Videla-, un crimen potencial o realizado" (id. Id.).
Si el gobierno quisiera realmente mitigar nuestra angustia, como lo
aseguró el general Videla en la misma ocasión, tiene un medio muy simple:
la verdad. La verdad, que según el lema elegido por Juan Pablo II para
1980, es condición para la paz
Finalmente quiero señalar mi desconcierto por la mención que se hace
de la ley 22.068 en la Exhortación de la comisión permanente del episcopado
argentino publicada en los diarios del 15 de diciembre de 1979, sin
advertir, aparentemente, las razones que hacen innecesaria esta nueva
norma para resolver los problemas jurídico-patrimoniales a que se alude....
Cordialmente,
Emilio F. Mignone.
Otra revista con material valioso e interesante, Actualidad Pastoral,
dirigida por el presbítero Vicente Oscar Vetrano, actual vicario de
cultura de la diócesis de Morón, se mantuvo silenciosa durante la dictadura.
Aunque una de sus características es la amplia difusión de las actividades
y discursos del papa, omitió reproducir una de las referencias de Juan
Pablo II a la situación de los detenidos-desaparecidos de la Argentina
en la plaza San Pedro. Le escribí una carta a Vetrano señalándole el
hecho y borrándome como suscriptor. De paso formulé otras críticas a
la publicación, algunas bastante duras. Recibí una respuesta insuficiente
pero cordial, donde se me explicaba que se mantendría el envío de la
publicación aunque yo no lo pagara. Tengo la impresión que mis apreciaciones
fueron tenidas en cuenta. Tanto uno como otro caso demuestran amplitud
y receptividad, aunque tengamos diferencias. Quiero por ello destacarlo
(5).
En el número 259, de diciembre de 1976, la revista del Centro de Investigación
Social y Acción Social (CIAS), de los jesuitas, publicó un artículo
del P. Vicente Pellegrini S. J., titulado "Los derechos humanos en el
presente contexto sociopolítico de la Argentina", que reprodujo La Opinión
en su suplemento semanal del 30 de enero al 5 de febrero de 1977. Por
ese motivo la dictadura militar clausuró al diario de Timerman por tres
días. No hizo lo mismo con la revista, de escasa circulación, pero Pellegrini
optó por irse un tiempo del país. En esa época era asesor de la Comisión
Nacional de Justicia y Paz.
Leído en la actualidad, después de todo lo sabido, dicho y publicado,
el artículo de Pellegrini parece una novela rosa. Pero considerando
el terror impuesto por la dictadura, para quienes sabían interpretarlo,
significaba una crítica severa y valiente a los métodos utilizados por
ésta. Son singularmente valiosos los párrafos dedicados a la tortura:
"... debemos impedir –expresa– la degradación de las fuerzas armadas
por el uso de la tortura. Esto debe ser impensable para la hidalguía
militar. Convertir a un militar de honor, cuyo ideal es luchar por la
justicia, en un vulgar torturador, sería la mayor victoria del terrorismo".
Evidentemente estas frases podían sonar bien en los oídos de la junta
militar, degradada en la orgía siniestra de atormentar salvajemente
a indefensos prisioneros.
No era imaginable en ese momento para la mayoría de los argentinos el
genocidio que estaban cometiendo las fuerzas armadas. Por eso Pellegrini
decía: "Hay también una forma de tortura que los obispos argentinos
enumeran: tortura para los familiares que consiste en detenciones prolongadas,
sin posibilidad de obtener noticias sobre el desaparecido...".
La revista del CIAS no volvió a reincidir por mucho tiempo. Por otra
parte la prevalencia del P. Jorge Bergoglio y su grupo dentro de la
Compañía de Jesús fue disminuyendo la vitalidad del centro. En una época
bastante lejana, el entonces jesuita Antonio Donini publicó en el número
100 del boletín mensual del CIAS un análisis sociológico-pastoral de
la denominada Gran Misión de Buenos Aires (agosto-septiembre de 1960),
que provocó las iras del cardenal Antonio Caggiano, de su auxiliar y
después arzobispo de Rosario Guillermo Bolatti y del actual prelado
de San Martín, Manuel Menéndez (6).
Esa fue la primera vez en que la imagen de la Virgen de Luján fue trasladada
a Buenos Aires desde su santuario. La segunda se debe a una idea de
monseñor Rubén Di Monte ejecutada por monseñor Emilio Ogñevovich, para
la concentración convocada el 5 de julio de 1986 con el fin de oponerse
a la ley de divorcio vincular.
Donini considera que, pese al ingente esfuerzo realizado, la Gran Misión
no logró sus objetivos, es decir fue un fracaso (7). Los observadores
imparciales piensan lo mismo de la concentración antidivorcista. Parece
que a la Madre de Dios no le convence que muevan su venerada imagen
del pago de Luján.
De regreso al país luego de una larga ausencia en el exterior, Donini
ha publicado un trabajo intitulado Religión y Sociedad, que constituye
una breve reseña del proceso histórico del catolicismo argentino. Curiosamente
no menciona la Gran Misión de Buenos Aires y omite toda referencia al
período 1976-1983 (7)
Una publicación valiente fue el periódico bilingüe La Cruz del Sur (The
Southern Cross) destinado a los descendientes de irlandeses y dirigido
por el P. Federico Richards.
El premio Nobel de la Paz
En 1980 un argentino perseguido por la dictadura, Adolfo Pérez Esquivel,
recibió el premio Nobel de la Paz. Fue una sorpresa para la mayoría
de la población y una bofetada para el gobierno de las fuerzas armadas,
que lo había tenido preso, sin causa, durante un año y medio.
Pérez Esquivel, como es sabido, es el promotor de un movimiento de carácter
latinoamericano, el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ). Está inspirado
en principios cristianos, con aportes de Gandhi y Martín Luther King.
Propone la acción a favor de los desposeídos a través de la no-violencia
activa y en todos los países donde actúa está en primera línea en la
defensa de los derechos humanos. Adolfo Pérez Esquivel y su hijo Leonardo
figuran entre los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos
Humanos.
En lo personal, Adolfo Pérez Esquivel es un cristiano católico comprometido
y un hombre de bien. Sin embargo, el episcopado argentino, molesto al
igual que el gobierno por este premio, no expresó una sola palabra de
congratulación y de alegría. Sólo algunos obispos –los vinculados con
la causa de los derechos humanos– se adhirieron. Monseñor Justo Laguna,
entonces auxiliar de San Isidro, donde Pérez Esquivel reside, dio testimonio
de su pertenencia a la Iglesia.
El boletín semanal de la agencia informativa de la Arquidiócesis de
Buenos Aires, AICA, publicó un insidioso comentario destinado a distinguir
entre el Servicio de Paz y Justicia y la Comisión Nacional de Justicia
y Paz. Aprovechó la circunstancia para echar sombras sobre las actividades
del SERPAJ, y de su creador.
Sin embargo, el 18 de agosto de 1976 la comisión permanente del episcopado,
mediante un comunicado, había manifestado su preocupación por la interrupción
de una reunión de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos en Ecuador
y la detención o expulsión de muchos de los intervinientes. Se encontraban
entre ellos el arzobispo de Santa Fe, monseñor Vicente Zaspe y Adolfo
y Leonardo Pérez Esquivel.
Funciones públicas
Católicos de derecha ocuparon durante la dictadura militar funciones
públicas relevantes, haciéndose partícipes, por acción u omisión, de
los atentados a la dignidad de la persona humana. Ninguno de ellos ignoraba
los planes del terrorismo de Estado. Esta circunstancia me consta personalmente
con respecto a los miembros de la Corte Suprema de Justicia Abelardo
Rossi y Pedro José Frías. Integraron igualmente el alto tribunal Alejandro
Caride y Federico Videla Escalada.
En el ministerio de Cultura y Educación se sucedieron Ricardo P. Bruera,
Juan P. Llerena Amadeo y Cayetano Licciardo (Catalán fue una pintoresca
equivocación de Jaime Perriaux, consejero de Videla). Entre otras figuras
de igual orientación cabe señalar a Alberto Rodríguez Varela en el ministerio
de Justicia, Jaime Lucas Lenon en el rectorado de la Universidad de
Buenos Aires; Enrique Folcini, en el directorio del Banco Central; y
Mario H. Pena, en la carrera de Psicología de la misma casa de estudios
superiores y en la presidencia de la Cámara en lo Criminal y Correccional
de la Capital Federal. Desde esta última posición Pena autorizó la autopsia
y entierro clandestino de cadáveres de detenidos-desaparecidos trasladados
por las fuerzas armadas.
El CONICET requeriría un estudio por separado. La simple lectura de
la nómina de los directores e investigadores de sus 95 institutos, 36
programas y 3 servicios de esa época, pone de manifiesto la prevalencia,
sobre todo en las ciencias sociales, de personajes del catolicismo integrista
y del nacionalismo de derecha.
El filo de las espadas
Del integrismo y del nacional catolicismo al golpismo no hay más que
un paso. Quienes participan de esas concepciones no pueden soportar
el pluralismo ni el estado de derecho.
En realidad, no son cristianos. La Buena Noticia de Jesús es un mensaje
de conversión que se difunde con la predicación de la Palabra, con la
oración y con el testimonio de la propia vida. No hay nada más anticristiano
que la utilización del poder y de las armas para pretender imponer el
Evangelio.
En mayo de 1986 ocurrió un deplorable episodio en el aula magna de la
facultad de medicina de la Universidad de Buenos Aires. Un crucifijo
fue arrancado de la pared, averiado y escrito. Tanto las autoridades
de la casa de estudios superiores como los centros de estudiantes repudiaron
públicamente el hecho, que estimuló, como es lógico, el vocinglerío
de quienes consideran que la democracia abre el camino para manifestaciones
anticatólicas.
Los autores del atropello no fueron identificados. No sería nada extraño
que pertenecieran a los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas
y que actuaran como provocadores, al igual que los nueve oficiales de
la aeronáutica a quienes se sorprendió en 1986 cometiendo desmanes en
ocasión de celebrarse el triunfo argentino en el campeonato mundial
de fútbol.
En relación con este incidente La Nación del 10 de mayo de 1986, publicó
una carta de protesta, firmada por 38 alumnos del quinto año secundario
del colegio Don Jaime de Bella Vista. Esta localidad del conurbano bonaerense,
lindera con Campo de Mayo, registra una alta concentración de hogares
vinculados al nacionalismo de derecha y al integrismo católico. El establecimiento
educativo privado Don Jaime, perteneciente a la familia Montiel, proporciona
una formación acorde con esa ideología. Han concurrido allí, entre otros,
los hijos del general Videla. Su nombre, que evoca a un caballero medieval
español, es un símbolo de esa concepción anticristiana, según la cual
el Evangelio debe ser impuesto por la espada (8). Las octavillas con
que termina lla carta, en el actual contexto argentino, constituyen
un llamamiento a las fuerzas armadas para hacerse cargo del poder, como
reacción frente al pluralismo democrático. Los versos ripiosos, evocados
por adolescentes detrás de los cuales se escudan sus padres y profesores,
son una proclama golpista. Dicen así:
¡Ay! Virgencita que luces
ojos de dulces miradas
que vieron pasar espadas
que dieron paso a las cruces.
¡Mira tus tierras amadas
y si hoy derriban las cruces
brillen de nuevo las luces
del filo de las espadas!
El futuro
La Iglesia católica argentina enfrenta, en las nuevas circunstancias
históricas, un claro desafío. Este exigirá cambios en el episcopado,
algunos de ellos facilitados por la edad de los prelados y una concepción
de la evangelización acorde con las pautas del Concilio Vaticano II
y los documentos de Medellín y de Puebla. Se cuentan con los dedos las
diócesis donde esta renovación se está llevando a cabo, pero un análisis
del panorama general ofrece perspectivas interesantes.
Ese desafío exige, necesariamente, un debate autocrítico acerca del
papel cumplido por la Iglesia durante la dictadura militar y sus antecedentes
históricos y doctrinarios. Este libro es una contribución a esa catarsis
indispensable.
Notas
(1) Buenos Aires, número 1947, del 11 de julio de 1985, pág. 328.
(2) La Conferencia Latinoamericana de Religiosos (CLAR), tiene también
una situación conflictiva, por motivos similares, con el CELAM, presidido
por monseñor Antonio Quarracino, arzobispo de La Plata. Este ha señalado
las divergencias existentes con los obispos brasileños (CNBB) y con
la CLAR en una entrevista en la revista Nexo, donde expresa: "En cuanto
a la CLAR la carencia de un diálogo abierto y de espíritu solidario
con relación al CELAM, constituye simplemente un escándalo que hay que
superar" (Buenos Aires, número 8, segundo trimestre de 1986, pág. 13).
(3) La Prensa, Buenos Aires, 15 de septiembre de 1979.
(4) Clarín, Buenos Aires, 5 de mayo de 1983.
(5) Al hacerse cargo del obispado de Mercedes, Monseñor Emilio Ogñenovich,
una de sus primeras medidas consistió en expulsar de la curia, donde
residía y tenía la redacción y la administración de la revista, el P.
Vetrano, quien debió incardinarse en la diócesis de Morón. Aparentemente
Actualidad Pastoral es un órgano inaceptable para la ideología de este
energúmeno encaramado en el orden episcopal.
(6) Antonio Domini: Aspectos sociológicos-pastorales de la Gran Misión
de Buenos Aires, Centro de Investigación y Acción Social, CIAS, Boletín
Mensual, Sarandi 65, Buenos Aires, número 100, enero-febrero de 1961.
(7) Buenos Aires, Editorial Docencia, 1985, 125 págs.
(8) José Enrique Miguens, en su último libro Honor militar, conciencia
moral y violencia terrorista (Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1986,
185 págs.), ha demostrado con agudeza y erudición, que los conceptos
de honor caballeresco y de honor militar son anticristianos y se oponen
a una sana conciencia mmoral.
Resumen
El objetivo principal de este trabajo se orienta a analizar críticamente
las posturas editoriales de la revista católica Criterio durante la
coyuntura histórica inmediatamente previa al golpe de Estado manu militari
del 24 de marzo de 1976 y en las circunstancias inmediatamente posteriores
a ese hecho histórico. En este sentido, se analizan los editoriales
publicados desde noviembre de 1975 hasta abril de 1976, periodo breve
cronológicamente pero que visto desde una mirada retrospectiva condensa
diversas problemáticas socio-políticas y económicas vigentes en la Argentina
de los primeros años de la década del ’70. Para la correcta comprensión
del discurso editorial de Criterio se repasarán sus características
históricas más salientes, a la vez que se describirá la coyuntura en
la que se produjo el golpe de Estado que dio inició al período sin duda
más trágico de la historia argentina contemporánea.
Palabras claves: Criterio, Proceso de Reorganización Nacional, Iglesia
Católica argentina.
"Creo que si sólo hubiésemos tenido una prensa decente podría no haber
pasado lo que pasó". Robert Cox (1)
INTRODUCCIÓN
Esta ponencia es un primer acercamiento hacia el estudio de la prensa
católica durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional
(PRN) (1976-1983), trabajo que en el futuro será elaborado como tesis
final de una maestría que actualmente este autor se encuentra desarrollando.
Por eso su objetivo es iniciar una instancia de investigación que se
ampliará y profundizará posteriormente.
De todas formas, podemos postular cuáles son esos objetivos prematuros:
realizar un análisis crítico de los editoriales de la revista católica
Criterio durante la coyuntura histórica inmediatamente previa al golpe
de Estado manu militari del 24 de marzo de 1976 y en las circunstancias
inmediatamente posteriores a ese hecho. En este sentido, se analizarán
los editoriales publicados desde noviembre de 1975 hasta abril de 1976,
período breve cronológicamente pero que visto desde una mirada retrospectiva
condensa diversas problemáticas socio-políticas y económicas vigentes
en la Argentina de los primeros años de la década del ’70.
Cabe destacar que la revista Criterio ha sido objeto de diversos análisis
por parte de los investigadores (2), sin embargo la etapa comprendida
por los inicios y luego el desarrollo del PRN todavía ha sido poco estudiada
y sistematizada.
Por su parte, la metodología de trabajo tendrá dos aspectos destacables:
se buscará exponer y comprender críticamente los editoriales de la revista.
Esto implicará ordenar las problemáticas más relevantes, desanudar las
tramas argumentativas expuestas, tender los lazos necesarios con las
circunstancias históricas coyunturales y observar, si fuera necesario,
con qué otros discursos discutía implícita o explícitamente Criterio.
Con respecto al objeto preciso de nuestro estudio, el espacio editorial,
seguimos a Eugenio Castelli para definirlo como "(...) la forma de periodismo
de opinión e interpretación a través de la cual se expresa el punto
de vista personal de quien dirige un diario, o de la empresa a través
de un equipo de editorialistas especializados en los distintos campos
de la realidad" (3). Pero, más allá de esta definición canónica, la
importancia de ese espacio redunda en la posibilidad de que a través
suyo tiene un medio de prensa de intervenir en la vida social (4) y,
potencialmente, transformarla. De allí la relevancia de focalizar un
análisis en ese espacio periodístico.
Por otra parte, este trabajo nace de algunas preguntas y de una búsqueda:
la sentencia de Robert Cox citada al inicio ¿es una verdad dura, angustiante,
pero inexorable? Es decir, la prensa más influyente del país ¿tuvo en
sus manos los recursos necesarios para alertar sobre la tragedia que
significaría un nuevo golpe militar y no hizo nada al respecto?, o más
aun: ¿sus silencios fueron cómplices y sus palabras incentivaron sin
más la nueva intervención golpista de las Fuerzas Armadas? Según una
investigación que analiza las posiciones editoriales de los principales
diarios del momento durante el mes de marzo de 1976 (5) ninguno de ellos
repudió la ruptura del sistema constitucional que efectivamente ocurrió
el 24 de marzo. Algunos diarios tuvieron un discurso que puede catalogarse
de "golpista" (La Prensa, La Razón, La Nación -aunque este último a
través de formas más sutiles como los circunloquios-), mientras que
otros eligieron la estrategia del "silencio editorial" (Clarín, El Día)
(6).
Ante estas preguntas, y las investigaciones que tienden a responderlas
o a trazar líneas de análisis, se plantea la búsqueda de posturas que
desde los órganos de prensa hayan profesado una posición alternativa
de lo que fue la invariante: la aceptación del golpe como un hecho político
inevitable. ¿Existieron tales otros posicionamientos? La indagación
de una revista como Criterio, alejada de la circulación masiva pero
influyente debido a su historia y las "plumas" que solieron recrearla,
busca responder esa inquietud. Pero también al analizar una revista
de este estilo se intenta reconstruir el clima de ideas de una época.
Con lo cual profundizar en sus reflexiones, nos permitirá -aunque parcialmente-
comprender aun más la cultura política que caracterizó a esa etapa histórica
(7).
CRITERIO: UNA MIRADA CATÓLICA SOBRE LOS PROBLEMAS NACIONALES
La revista Criterio comenzó a publicarse a inicios de 1928 y continúa
siendo editada en la actualidad. Su nacimiento se vinculó con un grupo
de intelectuales católicos interesados en expresar, desde una cultura
religiosa, su visión sobre diferentes aspectos sociales, culturales,
políticos y, desde ya, religiosos de la época. Aunque cabe resaltar
que en este primer grupo fundador no había exponentes clericales.
Debido a su larga trayectoria como medio de prensa, Criterio tuvo diferentes
etapas hasta la época que se estudia en este trabajo. Vale recorrerlas
brevemente: en sus primeros años de vida la revista rondó sobre la figura
de Atilio Dell’ Oro Maini y tuvo una impronta mayormente ligada al nacionalismo.
Luego, hacia 1932, será monseñor Gustavo Franceschi quien se hará cargo
de la revista, que comenzará a latir a la par del derrotero de su pensamiento
-primero ligado al nacionalismo antiliberal y al falangismo español
y luego orientado hacia posiciones cercanas a la democracia cristiana.
De todas formas, Franceschi transformará a Criterio en una revista de
índole mayormente eclesial, muy ligada a la vida de la institución -lo
cual no implicaba que sus posiciones necesariamente comulgaran con las
sostenidas por las más altas jerarquías de la Iglesia-. Por otra parte,
los intereses enciclopedistas del director, sus reconocidas dotes intelectuales
y sus inquietudes tanto culturales como religiosas hicieron que su figura
quedara indeleblemente asociada a esta etapa de la revista que finalizó
en 1957, ante su muerte.
En estas primeras décadas de vida colaborarán para la revista diferentes
personalidades destacadas del mundo cultural e intelectual argentino,
imprimiéndole a Criterio un aura letrada con la que prontamente quedará
identificada (entre otros, Jorge Luis Borges, Ulyses Petit de Murat,
Homero Manzi, Julio Irazusta, Manuel Gálvez).
Luego tomará las riendas de la dirección el joven presbítero Jorge Mejía.
Este era un teólogo relacionado con los círculos europeos que por esa
época promulgaban una reformulación en la relación de la Iglesia con
el mundo moderno. Dato no menor, ya que en la década del ’60 Criterio
será uno de los órganos que promoverá desde sus páginas las reformas
postuladas por el Concilio Vaticano II. Situación que le valió a Mejía
la admonición de las jerarquías eclesiásticas, debido a la cerrada posición
de éstas hacia cualquier tipo de reforma en la estructura de la Iglesia
argentina (8). Y que también contribuyó a que Criterio fuera sindicada
peyorativamente como "progresista" o "izquierdista" desde los sectores
más integristas del pensamiento nacionalista.
Es en esta etapa donde la preocupación por los vaivenes políticos nacionales
adquirirá una autonomía destacada en el espacio editorial (9), lo cual
no implicó que Criterio se desentendiera de las preocupaciones pertinentes
a la vida católica -como por ejemplo mencionábamos en el caso del debate
por el Concilio Vaticano II-. En este sentido, la confección del espacio
editorial se repartió entre el director Mejía, que se encargó de redactar
los editoriales que asumieron la temática religiosa, y Carlos Floria
que hará lo propio con la mayoría de los editoriales políticos.
Desde esa "tribuna" la revista mantuvo una mirada crítica hacia los
manejos del poder de turno, como por ejemplo al señalar el autoritarismo
de los militares que condujeron la Revolución Argentina (1966-1973),
y prefirió opinar desde la cautela y llamando a la moderación frente
a hechos como el Cordobazo o las feroces disputas que horadaban el movimiento
peronista en los primeros años de la década del ’70 (10).
Pero más allá de las divisiones en períodos que nos ayudan a comprender
parcialmente la historia de Criterio, podemos concluir que estuvo surcada
por un hilo conductor en su historia y desarrollo: ser una revista de
católicos que reflexionó sobre diferentes aspectos de la realidad argentina
desde un espíritu religioso, aunque sin transformarse en un periódico
meramente confesional. Y además sostuvo opiniones independientes a la
propia visión de la jerarquía católica, lo que le implicó mantener una
relación por momentos ríspida con la curia.
HACIA EL GOLPE DE ESTADO DEL 24 MARZO DE 1976
Durante los últimos meses de 1975 y el albor de 1976, el país comenzó
a transitar un peligroso desfiladero político. Varios factores se aunaron
para que la institucionalidad democrática volviera a ponerse en duda
como mecanismo de resolución de los conflictos sociales, y vastos sectores
de la población columbrarán que la opción por el golpe de Estado militar
era la acción palingenésica que reconduciría la situación política de
un país desmadrado. En este apartado trataremos de describir brevemente
cómo se arribó a esa coyuntura que condujo al golpe de Estado del 24
de marzo e inició el período sin duda más trágico de la historia argentina
contemporánea.
Conocido es que desde el regreso definitivo de Juan Domingo Perón a
la Argentina en junio de 1973 las contradicciones internas del peronismo
se profundizaron hasta el punto de dirimirse a través de la violencia
(11). Contradicciones que se habían mantenido latentes durante el exilio
de Perón, pero que ahora estallaban con toda su potencia frente a la
decisión del viejo caudillo de torcer la balanza a favor de la "derecha"
del movimiento. Frente a esta actitud del líder, la "izquierda" -representada
por la agrupación Montoneros y los diversos sectores que integraban
la Tendencia Revolucionaria- se encontró desorientada, observando cómo
perdía legitimidad frente a la burocracia sindical y oscuras figuras
como López Rega, Osinde y la misma Isabel Perón.
La muerte del caudillo peronista el 1º de julio de 1974 transformará
las divisiones políticas en enfrentamientos fraticidas. Isabel Perón
pasaba a ocupar la presidencia, pero prontamente mostrará su ineptitud
para manejar los avatares del país: López Rega -ministro de Bienestar
Social y secretario privado de la nueva presidente-, se erguirá como
el verdadero hombre de poder en un gobierno abiertamente antipopular.
Además, desde su ministerio se dirigirán las acciones paramilitares
de la Triple A que dejarán un tendal de muerte y desolación en un país
extenuado por la violencia política (12).
Este marco llevará al gobierno peronista a declarar el estado de sitio
en noviembre de 1974 y a ordenar la intervención de las Fuerzas armadas
para combatir a la guerrilla de "izquierda" (13). Fuerzas Armadas que,
poco a poco, volvían a entronizarse como la representación del orden
exigido por la población civil y que desde mediados de 1975 pergeñarán
secretamente el golpe de Estado y el futuro esquema represivo ilegal
(14).
Otro factor de inestabilidad era la galopante crisis económica. Una
inflación imparable comenzó a horadar al gobierno y, en lo que fue su
último estertor desde el poder, López Rega puso a un hombre de sus filas
en el ministerio de Economía: Celestino Rodrigo. Para conjurar la crisis,
el flamante ministro de Economía decretó una devaluación del 100% y
aumentos de tarifas y combustibles. El "Rodrigazo", como es recordado
ese paquete económico, no pasó la oposición de los sindicalistas que
organizaron el primer paro general a un gobierno peronista y lograron
la renuncia de Rodrigo y López Rega. Luego "el Brujo" se iría del país
ya sin espacio político para seguir tejiendo sus truculentas conspiraciones.
Las características de los últimos meses del gobierno de Isabel serán
abordadas minuciosamente a través del análisis editorial de Criterio.
Pero vale puntualizar algunos de los factores relevantes que confluyeron
para que nuevamente un golpe de Estado militar apareciera en el horizonte
nacional: un gobierno desprestigiado, ineficiente y carente de soluciones
políticas; una economía desmadrada, la prescindencia de los partidos
políticos que columbraban en la intervención castrense una salida posible
a la corrupción y anquilosamiento peronista; unas Fuerzas Armadas que
no soportaban la inacción gubernamental y que se autocatalogaban como
el agente restaurador del orden perdido en una sociedad que consideraban
"enferma"; el apoyo -a veces explícito y otras veces larvado- de los
medios de comunicación que naturalizaron la intervención militar como
algo "inevitable"; la anuencia de los grupos concentrados de la economía
que estaban preocupados por el grado de agitación social; el visto bueno
de las cúpulas eclesiásticas que veían en las Fuerzas Armadas la disciplina
perdida en la sociedad; las mismas organizaciones guerrilleras que suponían
que con un gobierno militar las contradicciones y el enemigo quedarían
más expuestos; y por supuesto, una ciudadanía cansada de corrupción,
ineficacia y violencia política. Factores que, si bien contundentes
y desestabilizadores, sólo pueden ser comprendidos dentro de una cultura
política para la cual un golpe de Estado militar aún representaba una
solución legítima para los problemas del país.
LA VOZ DE CRITERIO
Para hacer más preciso, ordenado y prolijo el análisis lo subdividiremos
en diferentes aspectos que aparecieron desarrollados en forma destacada
en los editoriales de la revista desde noviembre de 1975 hasta abril
de 1976. Cabe resaltar que la revista se publicaba el segundo y cuarto
jueves de cada mes.
EL GOBIERNO PERONISTA Y LA SITUACIÓN POLÍTICA: "UNA MONARQUÍA DECADENTE"
Hacia noviembre de 1975 el gobierno peronista encabezado por Isabel
Perón se hundía paulatinamente jaqueado por su inoperancia y las sospechas
de corrupción (15). Como mencionamos, dentro de las Fuerzas Armadas
ya se había iniciado la organización del golpe de Estado pero públicamente
se mostraban "prescindentes" de los avatares políticos aunque "preocupadas"
por la gravedad de la crisis; la situación económica era crítica y los
empresarios jaqueaban al gobierno -aparecían divididos entre aquellos
claramente opositores al elenco gubernamental (congregados en la APEGE,
Asamblea Permanente de Entidades Gremiales y Empresarias) y quienes
se mostraban disconformes con la situación económica pero estaban más
cercanos a la conciliación (reunidos en la CGE, Confederación General
Económica) (16). La CGT (Confederación General del Trabajo), las 62
organizaciones y los peronistas "verticalistas" representaban el sector
político que públicamente apoyaban a la presidente.
La figura de Isabel Perón estaba absolutamente desprestigiada frente
a la opinión pública, que la observaba como un personaje enfermizo,
misterioso, contradictorio e ineficaz. Justamente, en noviembre de ese
año la presidente decidió internarse en una clínica de Capital Federal
por supuestos problemas de salud, decisión que impulsó una ola de rumores
sobre un posible autogolpe que tendría como protagonistas a parte de
su entorno. El misterio y el rumor que envolvían al gobierno, sumado
a la ciclotimia y al endeble carácter presidencial daban lugar a diversas
especulaciones sobre el futuro del país. Ninguna suponía la continuidad
de Isabel; las variantes que recorrían el espacio político eran cuatro:
renuncia presidencial (que era negada rotundamente por Isabel), juicio
político, declaración de insanía presidencial o golpe de Estado.
En este marco, desde el Poder Ejecutivo se anunció la intención oficial
de adelantar las elecciones previstas para 1977 al último trimestre
de 1976, lo cual fue tomado con escepticismo por parte de los diferentes
actores políticos incrédulos de lo que observaban como una medida dilatoria
más del gobierno.
Criterio se ocupó de retratar este clima político a través de una ácida
descripción del escenario en el que se iba prefigurando el golpe de
Estado y con duros términos hacia el gobierno y la dirigencia justicialista
en general. En su editorial de noviembre de 1975, denunciaba que existía
"una anarquía política, económica y social" donde el país marchaba a
la deriva, dentro de una vida política que se parecía cada vez más a
una "monarquía decadente" (27-11-1975: 646). Además, cuestionaba la
actuación ética de la presidente por las sospechas de corrupción que
la envolvían y su abierta intención de frenar las investigaciones parlamentarias
sobre su gobierno; en ese sentido Criterio afirmaba lacónico: "un cáncer
está creciendo en torno a la presidencia" (13-11-1975: 614).
Como característica coyuntural, aseguraba que existía la sensación de
que podía ocurrir cualquier cosa en cualquier momento y que nadie sabía
exactamente qué iba a suceder en el país -dejando así una estela de
inquietud sobre la resolución institucional del conflicto político-.
Entre otras cosas, este marco se debía a "el continuo cambio de ministros,
las intrigas de palacios, la incapacidad de Isabel" y la gravedad sin
precedentes de la situación económica (27-11-1975: 644-45).
Ahora bien, estas palabras pronunciadas en claro tono de denuncia, en
principio podrían ser ubicadas dentro de las corrientes de opinión que
por aquellos días intentaban desestabilizar aún más a un gobierno que
caía por su propio peso. Sin embargo, la posición de Criterio no implicaba
que observara en la opción del quiebre institucional la solución de
los problemas nacionales. Es decir, su crítica no estaba puesta en función
de mostrar la debilidad del gobierno para justificar un potencial golpe
de Estado. Justamente, en ese mismo editorial dedicaba duras palabras
a aquellos dirigentes que querían el golpe sin ser golpistas; y señalaba
entre ellos a los integrantes del gobierno que recibirían "aliviados"
el golpe para descomprimir la situación y salvar su propia posición:
"Hay demasiados dirigentes irresponsables que están jugando a quedar
bien colocados ‘para la próxima‘" (27-11-1975: 645), sentenciaba.
Esta línea de opinión -como ya observaremos- será profundizada en los
editoriales inmediatamente previos al golpe de Estado. Pero antes de
continuar con la línea que nos llevará hacia el 24 de marzo, nos detendremos
un momento para analizar cómo Criterio, desde una vertiente ideológica
que abrevaba del humanismo cristiano, editorializó sobre la acción de
las organizaciones guerrilleras y las soluciones represivas que intentaban
combatirla.
EL PROBLEMA DE LAS ORGANIZACIONES GUERRILLERAS Y LA REPRESIÓN: "EL FIN
NO JUSTIFICA LOS MEDIOS"
El 23 de diciembre el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) intentó
copar el regimiento 601 Domingo Viejo Bueno en Monte Chingolo; la acción
había sido delatada a las fuerzas militares por un infiltrado con lo
cual resultó un rotundo fracaso militar y político para la organización.
Fue su última acción guerrillera de relevancia y marcó el comienzo de
su desintegración. Este episodio causó un profundo estupor público,
y fue aprovechado políticamente por las fuerzas militares para demostrar
la debilidad del gobierno de Isabel y la eficacia del Ejército para
resolver rápidamente el conato.
A raíz del hecho, Criterio dedicó el primer editorial del año 1976 a
analizar la compleja situación de la violencia política. Previamente
a desarrollarlo, debe mencionarse que la revista aprobó la intervención
de las Fuerzas Armadas en Tucumán y la posterior extensión de la represión
a todo el país (27-11-1975: 645). Pero pese a esto, a que rechazaba
rotundamente la metodología violenta de la guerrilla y a estar en las
antípodas de un pensamiento socialista o marxista, supo interpretar
que el "tema subversivo" no era una cuestión de resolución puramente
militar sino también "de una buena política, de una buena economía y
de una efectiva justicia social" (26-2-1976: 52-3). Es decir, que sus
raíces profundas se hundían en el terreno de la política.
Pero veamos cómo analizó el marco de violencia a comienzos de 1976,
año que vería el inicio de la feroz represión ilegal del Estado en manos
de las Fuerzas Armadas.
El editorialista mostraba su preocupación frente a un contexto donde
la muerte pasaba a ser un hecho habitual y "aun deseado, particularmente
para el adversario" (22-1-1976: 4). Y lo corroboraba descarnadamente
a través de esta apreciación: "Es posible decir que el saldo impresionante
(…) del episodio de Monte Chingolo, produjo en muchos un sentimiento
de alivio: cien muertos son cien enemigos menos, y si fueron más mejor,
cualquiera haya sido la manera de su muerte" (22-1-1976: 4).
Frente al estupor que provocaba esta realidad, se llamaba a analizar
la situación desde una perspectiva cristiana. Afirmaba que la Argentina
estaba viviendo una guerra a través de las diferentes formas en que
se expresaba la guerrilla (urbana, rural, etc.), lo cual implicaba un
mal porque intentaba atacar el pacto social de una comunidad civilizada.
Y en ese sentido la revista era inflexible: la guerrilla era un mal,
y sus actores unos criminales ya que nadie podía amparar la utilización
de la violencia para resolver los problemas argentinos. Para Criterio,
esa actitud por parte de las organizaciones guerrilleras era la responsable
de haber puesto a la Argentina en pie de guerra (22-1-1976: 4).
Asentada esta diáfana posición, que no otorgaba mayores precisiones
sobre qué elementos habían confluido para que la violencia fuera el
recurso elegido en la resolución de problemas políticos, Criterio ponía
la atención sobre la forma represiva que debía utilizarse para combatir
a la guerrilla. Y es aquí donde introducía el valor cristiano de respeto
a la vida en pos de deslindar cualquier posibilidad represiva que entronizara
la muerte y la deshumanización del "enemigo". Postura que, vista en
retrospectiva, puede ser catalogada como profética en tanto y en cuanto
rechazaba rotundamente una metodología represiva ilegal para combatir
a la guerrilla. Metodología que, como es sabido, fue la que eligieron
las Fuerzas Armadas en el poder para acallar todo tipo de oposición
social al régimen militar.
La revista reclamaba no enaltecer como un bien en sí mismo la legítima
defensa que con justicia esgrimía la sociedad frente a la subversión,
sino a comprenderla como un "mal necesario" que debía asumirse con "prudencia"
y "moderación". Esta moderación "se traduce en el respeto por la vida
del enemigo, hasta el extremo límite" (22-1-1976: 5). Porque para Criterio
la paz no se construía matando, sino respetando la vida. Aquí es acertado
preguntarse: ¿qué discursos pregonaban la muerte como posibilidad para
la paz por aquellos momentos? Tal vez el más representativo fuera el
del propio teniente general Jorge Videla, luego presidente de la Nación,
que en octubre de 1975 aseguraba: "Si es preciso, en la Argentina deberán
morir todas las personas necesarias para lograr la paz del país" (17).
Palabras que no eran fruto solamente de su posición personal, sino del
consenso de amplios sectores nacionales.
Sabiendo, entonces, que su posición no se cuadraba palmo a palmo con
la que poco después sería una lógica oficial, es que la argumentación
de Criterio se volvía meticulosa al transitar tan estrecho andarivel:
"La guerrilla es un mal que debe ser erradicado, rápida y eficazmente,
en la medida de lo posible. La cuestión es, por una parte, si el ‘exterminio’
es para ello un medio apto, y por el otro, si la moderación ante la
muerte no debe regir las operaciones militares (…)" (22-1-1976:5)
Y esta postura era afianzada argumentalmente cuando sostenía que en
cualquier criminal, por abyecto que fuera, subsistía un sustrato de
humanidad, por eso es que desde la conciencia cristiana se rechazaba
la tortura y "(…) el "’exterminio’, erigido como principio de acción
y como ideal, sea en la represión de la guerrilla, sea, con mayor motivo,
en la hipotética instauración de un régimen militar dedicado a la ‘purificación’
y a la ‘limpieza’, así sea por un tiempo. Con mayor motivo, decimos,
porque este hipotético régimen, si quisiera establecer un sistema de
derecho, al menos en principio, tendría que comenzar por fundarse en
él, y no en la pura fuerza represiva, por respetables que fueran sus
motivos. Pero el fin no justifica los medios" (22-1-1976:5)
Varios aspectos pueden resaltarse de esta suerte de declaración de principios.
Por una parte, a la luz de lo que fue la feraz represión clandestina
ejercida durante el PRN, el editorial parece vislumbrar que en el cuerpo
social ya rezumaba un consenso sobre que a la guerrilla había que combatirla
de la forma en que fuera necesaria, sin ningún tipo de límite ético
o legal. Y aunque Criterio nunca rechazó la represión en sí misma, descartaba
terminantemente una acción que propusiera el exterminio como valor supremo.
No debe dejar de destacarse que esta posición no era la constante en
enero de 1976, cuando las diferentes voces sociales -empresarias, gremiales,
políticas, mediáticas, eclesiásticas, clases medias, etc.- reclamaban
soluciones represivas eficaces, rápidas y contundentes sin preguntar
cómo se llevarían adelante. Posición que, por lo menos dentro de lo
que difusamente podemos denominar "las clases medias argentinas", no
significaba un consenso activo a una represión ilegal sistemática y
a la instauración de un gobierno autoritario de larga duración. Sino,
como señalan Novaro y Palermo (18), un "consenso reactivo" por parte
de este sector, que hastiado de violencia política y desorden público,
e incrédulo frente a la política democrática, se deslizaba resignado
a acatar la voluntad militar.
Por otra parte, y esto abrevaba de las fuentes del humanismo cristiano,
Criterio no justificaba bajo ningún punto de vista que se deshumanizara
al "enemigo" contra quien se estaba combatiendo. Ya que des-humanizarlo
significaba legitimar la "exterminación", es decir, el crimen. Es válido
recordar aquí una de las denominaciones más comunes que las fuerzas
militares y la prensa utilizaba para hablar de los integrantes de las
organizaciones guerrilleras: el "elemento subversivo". Denominación
que claramente simbolizaba la negación de humanidad a aquel que perteneciera
a este tipo de organización política. Frente a esto, entonces, Criterio
no rechazaba la necesidad de reprimir una acción que evaluaba como criminal,
pero recordaba que "la humanidad subsiste en el más abyecto criminal".
Con lo cual re-humanizaba a ese "elemento", lo hacía retornar a la esfera
de lo humano que le era negada desde el poder.
También debe mencionarse un interesante recurso argumentativo utilizado
por la revista. Recordemos que desde el poder militar se utilizaron
diversas metáforas "organicistas" para identificar la peligrosidad del
"elemento subversivo": extirpación de tumor, cuerpo social enfermo,
etc. (19). Desde este punto de vista, la limpieza y la pureza se volvían
valores a los cuales arribar luego del proceso de extirpación del mal.
Desde esa lógica fue encabezada la represión ilegal (20). En este marco,
es interesante resaltar que Criterio utilizaba las palabras "pureza"
y "limpieza" dándole un sentido diferente, es decir, remarcando que
detrás de esa utilización eufemística se escondía una acción represiva
deshumanizante que, aunque no lo dijera en forma explícita, implicaba
la muerte, el asesinato, la desaparición física como metodología represiva
y el exterminio. Y además, esgrimía una primera toma de posición -luego
profundizada- ante la posibilidad de un golpe: que de ninguna manera
este hipotético régimen militar se podía asentar en la fuerza represiva,
y en metáforas tales como "exterminio", "limpieza" y "purificación"
(21).
Esto no es menor, ya que colisionaba directamente contra una de las
explicaciones que esgrimirán asiduamente las Fuerzas Armadas luego en
el poder: que la utilización de la represión y la acción "purificadora"
era necesaria para que posteriormente creciera una democracia sólida.
Por último, cabe destacar otro argumento que se vincula con los previamente
analizados. Como mencionamos, Criterio apreciaba que la guerrilla era
fruto de una situación social injusta. En sus propios términos: "se
combate mal la guerrilla (…) cuando se dejan subsistir prácticamente
intactas la frustración, la carencia de horizontes y la quemante injusticia
organizada que a ella conducen" (22-1-1976: 6). Lo cual le posibilitaba
mensurar sus acciones y comprender su existencia dentro de un espacio
político e histórico. Y además identificar que la resolución del problema
guerrillero no respondía solamente a medidas de tipo militar, sino también
políticas y sociales. Por lo tanto, uniendo este razonamiento con los
anteriormente analizados, para la revista la acción guerrillera tenía
una lógica política y -aunque condenable- también humana y no podía
ser concebida por fuera de este doble espacio. Así, el punto de vista
de Criterio dotaba a la acción guerrillera de dos aspectos de relevancia:
de racionalidad política y de humanidad (debe quedar claro que esto
no implicaba apreciar positivamente sus acciones). Esta derivación se
vuelve importante en dos niveles: se posicionaba en discusión con aquel
discurso que construía la acción guerrillera como "irracional" e "inhumana"
(sólo destacando sus aspectos violentos) y encuadraba la represión de
la acción guerrillera dentro de un camino que debía contemplar una lógica
política para su resolución y no sólo la represión militar -que además
debía ser encarada considerando la vida del ser humano "enemigo" como
bien supremo-.
Por último, aunque debe continuarse investigando la posición de Criterio
frente a la sistemática violación a los derechos humanos que tendrá
lugar durante la dictadura, debe apuntarse que su posicionamiento editorial
estuvo en línea con los sectores de la Iglesia que luego realizarán
un activo trabajo en defensa de esos derechos, en contra de una jerarquía
más cercana al silencio y la complicidad (los prelados más destacados
en esta lucha fueron Enrique Angelelli -asesinado en agosto de 1976
por su prédica-, Jaime de Nevares, Miguel Hesayne y Jorge Novak).
EL GOLPE MILITAR: "SALVAR AL RÉGIMEN DEMOCRÁTICO A PESAR DEL PERONISMO"
Hacia marzo de 1976 todas las variables que hacían tambalear al gobierno
de Isabel se habían vigorizado: a nivel económico, la inflación y el
dólar se mostraban incontrolables, la especulación y la carestía de
productos era moneda frecuente, la oposición empresaria se abroquelará
y el 16 de febrero la APEGE organizará un lock out en disconformidad
con el gobierno; también a inicios de ese mes el ministro de economía
Antonio Cafiero renunciará y su reemplazante (Emilio Mondelli) intentará
un plan de cuño liberal prontamente caído en desgracia. A nivel político
la crisis institucional no tenía freno; el gobierno se hundía en luchas
internas, la violencia política estaba desbocada -en ese sentido es
recordado el titular de La Opinión que sentenciaba "Un muerto cada cinco
horas, una bomba cada tres" (22)- y desde las Fuerzas Armadas había
señales claras de sus próximos pasos: el 18 de diciembre con un conato
de golpe de Estado por parte de un grupo de la Fuerza Aérea (23); el
24 de diciembre a través de las palabras de Videla desde los montes
tucumanos emplazando al gobierno a resolver la situación crítica del
país. Por su parte, la dirigencia política y sindical quedará signada
en su inoperancia y complicidad por dos frases históricas: la del jefe
de la CGT, Casildo Herreras, que desde Uruguay afirmaba sin desparpajo
"No sé nada. Me borré", y la del jefe del radicalismo, Ricardo Balbín,
que confesaba se había quedado "sin soluciones".
La respuesta de Criterio frente a esta coyuntura dramática para la democracia
fue el 11 de marzo en su editorial ¿Qué pensar? (11-3-1976) Allí se
encargó de pronunciarse en contra de una salida golpista a la crisis
y de demostrar que las causas de la debilidad institucional incluían
a todos los actores sociales de relevancia para el país, y no sólo al
gobierno peronista.
En el editorial, la revista intentó fijar su posición ante un golpe
militar que según sus palabras aparecía como "previsible", aunque no
inevitable -de hecho, denunciaba a los órganos de prensa que con su
complacencia hacia los militares hacían del golpe algo ineluctable-
y menos aun "deseable". En primer término, señalaba que las instituciones
y sectores que llevaban la conducción formal y real del país –Poder
Ejecutivo, Parlamento, sindicalismo, peronismo- estaban en una crisis
terminal y habían demostrado su incapacidad para conducir el país. Ante
eso se preguntaba "¿se han agotado ya las posibilidades de corrección
dentro del régimen?" Y sin ambigüedades se respondía que no, ya que
había que salvar al régimen democrático a pesar del peronismo. Sin embargo,
denunciaba que las Fuerzas Armadas habían abandonado al régimen a su
suerte y, aun más, que habían contribuido a erosionarlo al anunciar
a algunos dirigentes sus intenciones de derrocar al gobierno. Según
Criterio, esta actitud había desmoralizado a la oposición y abroquelado
al peronismo en su rol de víctima, profundizando su inacción.
Más allá iba el editorialista al remarcar que gran responsabilidad en
esta actitud que socavaba la democracia recaía en "las fuerzas empresarias
y políticas que conforman el partido golpista. (Quienes) Incapaces de
defender sus intereses y de alcanzar el poder por medios democráticos,
golpean desde hace meses en los cuarteles en procura de la intervención
militar" (11-3-1976: 101). Por último, se señalaba la incapacidad del
radicalismo para aportar soluciones y que la guerrilla también estaba
buscando el golpe de estado desde que el peronismo había accedido al
poder.
Debemos analizar detenidamente estas palabras. Rápidamente hay que decir
que Criterio fue, sino el único uno de los pocos medios de prensa de
relevancia nacional que categóricamente se pronunció en contra del golpe
militar. Sus palabras son elocuentes en ese sentido. Pero no sólo tomó
esta postura, sino que denunció sin tapujos a quienes estaban trabajando
para derrocar al gobierno. Entre ellos, las Fuerzas Armadas y lo que
denominó "el partido golpista" -en una enunciación que revelaba la anuencia
de políticos y empresarios para con los militares-. Además, la ácida
crítica que desde meses anteriores y en este editorial se le dedicaron
al gobierno y al peronismo no fue en función de la destrucción del régimen
democrático, sino justamente en destacar que un mal gobierno no significaba
que la democracia como sistema de convivencia política debía ser disuelto.
Asociación de ideas que no fue la que prevaleció en la mayoría de los
medios de prensa, ya que mostraban a la intervención militar como consecuencia
directa y lógica del desgobierno peronista. En este sentido, remarquemos
que ya a inicios de 1976 Criterio había pedido que se iniciara un juicio
político a la presidente como mecanismo institucional para salvaguardar
la democracia y evitar el golpe (26-2-1976: 53). Es decir, que sus críticas
al gobierno estaban en función de demostrar que la democracia podía
salvarse y que el golpe era evitable.
Este es otro aspecto para resaltar dentro de la posición de la revista.
La naturalización del golpe militar como algo "inevitable" fue un recurso
argumentativo extendido por aquellos años para justificar el golpe;
como lo señala Eduardo Duhalde: "Existió así una reificación del golpe
de Estado, como si este no fuera un acto voluntario del poder militar,
sino un hecho de la naturaleza o formando parte de una lógica exterior
y objetiva inevitable para una normalización disciplinaria de la Nación
(...)" (24). Contra esta lógica que aparecía en diversos sectores dirigenciales
y en la mayoría de los medios de prensa (25), Criterio intentó demostrar
con argumentos sólidos cómo esa "inevitabilidad" se había construido
a partir de decisiones políticas: la conspiración de los militares,
la inacción del gobierno y la oposición; el apoyo de sectores empresarios
a la salida golpista; la complacencia de los medios de prensa, etc.
Con lo cual se hacía estallar la concepción que ubicaba al golpe en
la línea de lo natural externo a la acción humana, para devolverla a
una trama histórica y social vinculada a la acción de actores políticos
concretos inmersos dentro de esa trama histórica. De esta manera, el
golpe se transformaba en un hecho político que podía contrarrestarse
con otras acciones políticas: llamado a elecciones, apoyo a la democracia
por parte de los partidos políticos, investigación de la corrupción
gubernamental, Fuerzas Armadas actuando dentro del régimen democrático
sin horadarlo, etc.
Pero Criterio no sólo rechazaba el golpe por "indeseable", sino también
por inviable políticamente. Así culminaba su editorial, enumerando otras
razones por las cuales se oponía a la "solución militar". Es necesario
mencionarlas resumidamente para observar su lucidez y carácter premonitorio:
1) No se habían agotado las posibilidades de cambio dentro del régimen
–por ejemplo, se podía llamar a elecciones-. Por eso, no se justificaba
la intervención militar.
2) Al no tener legitimidad de origen, su lucha contra la guerrilla se
haría dificultosa. Además, no se podía lograr la paz duradera a través
de la fuerza.
3) La intervención militar en política generaba divisiones internas
en las Fuerzas, con lo cual se perdería su disciplina y su capacidad
de dar seguridad.
4) En el país la creencia compartida avalaba la legitimidad democrática,
con lo cual los militares formarían un gobierno pero no un régimen.
Esto haría que pronto cayeran en el desprestigio.
5) Por último, se pensaba que en el gobierno futuro podía prevalecer
una mentalidad altamente reaccionaria que no restablecería la paz social.
Como se puede evaluar, en sus grandes trazos estas ideas no estaban
erradas en el pronóstico de lo que pocos días después sería el Proceso
de Reorganización Nacional.
Ahora bien, frente a estas puntualizaciones es interesante observar
cómo Criterio estaba a su vez imbuida por la cultura política de la
época. Esta aparece como un límite, un horizonte mental para el análisis,
así también como una atmósfera de ideas que es inevitable respirar para
quien esté inmerso en ella. Como hemos visto, en el editorial se ensayan
diversas explicaciones de índole política para plantear su desacuerdo
con el golpe. Una de ellas señalaba que las Fuerzas Armadas aparecían
como un sector que estaba dejando caer y erosionando a un régimen democrático
que todavía podía regenerarse, que tenía posibilidades de salvación.
Esto haría al futuro golpe y gobierno ilegítimo. Pero, por una parte
vale preguntarse: y si esas posibilidades de regeneración se hubieran
agotado ¿sería legítima o válida la intervención militar? Es decir,
la intervención se volvía sólo ilegítima por realizarse cuando todavía
existían posibilidades de reformulación democrática pero no por el hecho
en sí mismo de derrocar a un gobierno democrático. Entonces, pese a
que Criterio planteaba que la democracia era el régimen en el cual se
creía colectivamente, sus propias reflexiones trasuntaban que en la
cultura política de la sociedad argentina todavía la vida democrática
era frágil y seguía asolada por una historia de intervenciones militares
que en última instancia gozaban de legitimidad.
Más aun, en la argumentación de Criterio no aparece ninguna referencia
a la ilegalidad del potencial golpe de Estado por parte de las Fuerzas
Armadas -quienes no han sido creadas para gobernar un país-, sino más
bien a la inviabilidad política y de ahí su ilegitimidad; ya que no
se formaría un régimen sino un gobierno a largo plazo también débil.
A lo que apuntamos es que pese a su oposición al golpe, Criterio no
podía evadirse de ofrecer su punto de vista desde dentro de una cultura
donde el sector militar todavía tenía el poder y la legitimidad suficiente
para manejar los resortes institucionales del país. Un golpe todavía
era "posible", no estaba del lado de lo "sin sentido", de lo irracional,
de lo fuera de lo pensable políticamente hablando. Y Criterio, opinando
desde y pese a esta atmósfera ideológica, eligió resaltar que un nuevo
golpe militar no solucionaba los problemas del país.
Finalmente, ante los hechos consumados el 24 de marzo, la revista se
refirió a ellos como un final "triste y lamentable" (8-4-1976: 166).
Y supo percibir que no se trataba de un golpe más en la historia argentina,
sino de un quiebre entre una Argentina y otra: "Un ciclo histórico ha
terminado (...) la intervención militar es tanto el epílogo de una época
como el prólogo de otra." (8-4-1976: 166).
CONCLUSIONES
Sólo nos resta acentuar algunos aspectos de importancia ya analizados.
Como hemos visto, Criterio se manifestó abiertamente contra la posibilidad
de un golpe de estado, subrayando su inviabilidad para solucionar los
problemas que atravesaba la Argentina. Esta declaración lo ubica en
un lugar de excepcionalidad en relación con otros medios de prensa de
influencia nacional, cuyas opiniones tendieron a construir el golpe
de estado como la única solución posible a la crisis del gobierno peronista
-como ya se ha comentado, apoyando la salida golpista o silenciándose
frente a su inminencia-. En ese sentido Criterio resaltó la necesidad
de conservar el régimen democrático pese a las falencias institucionales
y jamás señaló a las Fuerzas Armadas como la institución que reordenaría
la desmadrada situación política. Más bien, incluyó al actor militar
dentro de aquellos sectores que buscaron erosionar a la democracia con
una finalidad facciosa.
Por otra parte, pese a manifestarse a favor de la represión de las organizaciones
guerrilleras, expresó su profundo rechazo a la utilización de la fuerza
militar entronizando la muerte y el exterminio como lógica de acción.
Llamando a considerar la humanidad del "enemigo" como realidad última
imposible de avasallar por la fuerza. Esta declaración de principios
resulta, por su clarividencia, una mirada premonitoria sobre las violaciones
a los derechos humanos que llevaría adelante el terrorismo de Estado.
Por último, debe destacarse que desde el espacio editorial Criterio
intentó ubicarse por fuera de las luchas que se estaban librando en
la palestra política para analizarlas pormenorizadamente, como si tratara
de ubicarse desde una posición de espectador no involucrado directamente
con los protagonistas de la puja. Tal vez este posicionamiento -no imparcial,
pero tampoco comprometido directamente con ningún sector- le posibilitó
mantener una mirada lúcida, libre de lugares comunes y prejuicios facilistas,
atendiendo a las cuestiones coyunturales pero también mensurando la
resonancia que el derrotero político implicaría para el futuro del país.
Sin duda esta elección de rol, entre otras variables, permitió que sus
reflexiones hayan estado a contrapelo de la opinión general de los medios
de prensa nacionales.
NOTAS
(1) Cit. por Díaz, C. L., La cuenta regresiva. La construcción periodística
del golpe de Estado de 1976. Buenos Aires: La Crujía, 2002, p. 65. Robert
Cox fue director del diario de la comunidad británica Buenos Aires Herald
durante el Proceso de Reorganización Nacional hasta diciembre de 1979,
cuando tuvo que irse del país por las amenazas que recibía. Desde los
editoriales formuló denuncias sobre desapariciones y reclamó el respeto
por lo derechos humanos de parte de las Fuerzas Armadas argentinas.
(2) De Ruschi Crespo, M. I., Criterio, un periodismo diferente. Buenos
Aires: Fundación Banco de Boston, Grupo Editorial Latinoamericano, 1998;
Montserrat, M., "El pensamiento de Gustavo J. Franceschi y la revista
Criterio en la cultura política de la Argentina contemporánea (1928-1978)"
(escrito en colaboración con Carlos A. Floria), en Montserrat, M. Usos
de la memoria. Razón, ideología e imaginación históricas. Buenos Aires:
Sudamericana-Universidad de San Andrés, 1996; 1999; Heredia, M., "Política
y liberalismo conservador a través de las editoriales de la prensa tradicional
en los años ’70 y ‘90", en Levy, B. (Comp.) Crisis y conflicto en el
capitalismo latinoamericano. Buenos Aires: CLACSO, 2002.
(3) Castelli, E., Manual de periodismo. Buenos Aires: Plus Ultra, 1991,
p. 193.
(4) Díaz, C.L., op. cit., p. 33. Es decir, con una intención de intervención
explícita y definida, ya que todo medio de prensa intrínsecamente está
interviniendo en la sociedad y la opinión pública por el solo hecho
de su circulación y recepción.
(5) Díaz, C.L., op.cit.
(6) Díaz, C.L., op.cit., p. 90).
(7) Seguimos a Giacomo Sani para definir cultura política como "el conjunto
de actitudes, normas y creencias, compartidas más o menos ampliamente
por los miembros de una determinada unidad social y que tienen como
objeto fenómenos políticos." En Bobbio, N. y Matteucci, N. (Dir.) Diccionario
de política. Siglo XXI, 1987, p. 470.
(8) Di Stefano, R. y Zanatta, L., Historia de la Iglesia Argentina.
Desde la Conquista hasta fines del siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo-Mondadori,
2000. Cabe agregar que hacia comienzos de la década del ’60 la Iglesia
Argentina vivía una profunda escisión interna entre grupos progresistas
y conservadores; estos últimos ligados a las jerarquías eclesiásticas.
Sin profundizar mayormente en la cuestión, debe recordarse que el Concilio
Vaticano II -con sus diversos emplazamientos promoviendo el aggiornamiento
de la Iglesia- funcionó como una suerte de disparador de estas tensiones
que llevaron a la Iglesia vernácula a transitar un desfiladero bajo
el cual se erguía el abismo cismático.
(9) Montserrat, M., op. cit.
(10) Heredia, M., op. cit.
(11) Hitos emblemáticos de esta escalada fueron, entre otros, los sucesos
del 20 de junio de 1973 en Ezeiza, el asesinato del jefe de la CGT José
Ignacio Rucci en septiembre de 1973 por parte de un comando montonero
-no reivindicado por la organización en ese momento-, los asesinatos
de la Triple A -como el del padre Mujica-, etc.
(12) Recordemos que en esta etapa las organizaciones guerrilleras de
izquierda continuaron realizando operaciones armadas -secuestros, asesinatos,
copamientos de regimientos-.
(13) El 5 de febrero de 1975 a través del decreto secreto 261 firmado
por Isabel Perón que dio inicio al "Operativo Independencia" -cuyo objetivo
fue aniquilar guerrilleros del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo)
en los montes tucumanos-; y luego el 6 de octubre del mismo año cuando
el presidente interino Italo Argentino Lúder dictara secretamente el
polémico decreto 2772 que extendió la lucha contra la "subversión" a
todo el país ordenando su "aniquilación".
(14) Muleiro, V. y Seoane, M., El Dictador. La historia secreta y pública
de Jorge Rafael Videla. Buenos Aires: Sudamericana, 2001; Novaro M.
y Palermo, V., La Dictadura Militar 1976/1983. Buenos Aires: Paidós,
2003; Uriarte, C., Almirante Cero. Biografía no autorizada de Emilio
Eduardo Massera. Buenos Aires: Planeta, 1992.
(15) Sospechas que se habían echado a rodar desde mediados de agosto,
cuando el matutino La Prensa denunció un supuesto desvío de fondos de
un cheque firmado por Isabel Perón e imputado a la Cruzada de Solidaridad
-organismo que obtenía sus fondos del Ministerio de Bienestar Social-,
pero que había sido utilizado para pagos particulares de la presidente.
Las investigaciones que se desarrollaron posteriormente -tanto parlamentaria
como judicial- trataron de ser obstaculizadas por el gobierno. El caso
tuvo una alta repercusión pública, y apareció como la prueba que daba
cuenta de la corrupción gubernamental.
(16) La APEGE -de cuño liberal- representaba los intereses de los grandes
empresarios y los grandes terratenientes, la CGE representaba el de
los pequeños y medianos empresarios. Era la asociación que había firmado
el Pacto Social con el gobierno peronista en 1973 y tenía una tendencia
desarrollista. Aunque a finales de 1975 se encontraba dividida entre
quienes se oponían al gobierno de Isabel y los que buscaban la conciliación
(la CGE había incorporado sectores del empresariado como la UIA –Unión
Industrial Argentina- y la CGI -Confederación General de la Industria-
que eran refractarios al peronismo).
(17) Declaración realizada por el General Jorge Rafael Videla durante
la XI Conferencia de Ejércitos Americanos reunida en Montevideo, 23
de octubre de 1975
(18) Novaro, M. y Palermo, V., op. cit, p. 24.
(19) A fines de 1974, dirá Galtieri que, como con el cáncer, para eliminar
a la subversión: "a veces es necesario extirpar las partes del cuerpo
próximas aunque no estén infectadas para evitar la propagación". Cit.
por Novaro M. y Palermo, V., op. cit., p. 91.
(20) Aunque -coincidimos en este sentido con Novaro y Palermo- para
la lógica militar lo que estaba enfermo era la sociedad toda, no sólo
una parte de ella. Por eso las soluciones a esa "enfermedad" no podían
surgir de ella misma, sino "desde arriba" (Novaro M. y Palermo, V.,
op. cit., p. 27).
(21) Sin embargo, su afirmación de que ese régimen debía fundarse en
un estado de derecho, se volvía contradictoria al observar que la propia
acción golpista y la instalación de un régimen militar per se barría
con el estado de derecho. Aunque comprendemos que Criterio intentaba
llamar la atención sobre lo pernicioso del sistema represivo sobre el
que se fundaría ese hipotético régimen.
(22) La Opinión, 19-3-1976.
(23) La sublevación del brigadier Jesús Orlando Capellini contaba con
el aval de Roberto Viola y Videla. No sólo fue un "ensayo" de golpe,
sino que también posibilitó la remoción de Héctor Fautario de la jefatura
de la Fuerza Aérea y el nombramiento del brigadier Orlando Agosti, quien
para los jefes del Ejército era el aviador más fervientemente antiperonista
y quien se consustanciaría rápidamente con los planes golpistas. En
Muleiro, V. y Seoane, M., op. cit., p. 60.
(24) Duhalde, E., El Estado terrorista argentino. Quince años después,
una mirada crítica. Buenos Aires: Eudeba, 1999, p. 47.
(25) Tal vez el ejemplo por antonomasia sea el titular en tapa del diario
La Razón el 23 de marzo de 1976: "Es inminente el final. Todo está dicho".
BIBLIOGRAFIA
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1987.
- Castelli, E., Manual de periodismo. Buenos Aires: Plus Ultra, 1991.
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- Novaro M. y Palermo, V., La Dictadura Militar 1976/1983. Buenos Aires:
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- Soneira, A. J., Las estrategias institucionales de la Iglesia Católica/2,
(1880 - 1976). Buenos Aires: CEAL, 1989.
- Uriarte, C., Almirante Cero. Biografía no autorizada de Emilio Eduardo
Massera. Buenos Aires: Planeta, 1992.