Otra mirada sobre Margarita Belén

Por Santiago Almada*

Alcaidía policial de Resistencia/ construida por las gentes que maltratan al menor”… son los versos iniciales de una canción anónima compuesta por algún menor, o tal vez algún mayor que conoció la prisión en su infancia o en su adolescencia.

La alcaidía policial de Villa Barberán, ubicada en las afueras de la ciudad de Resistencia, capital de la provincia del Chaco, es ahora un viejo edificio desde donde fueron sacados los fusilados en Margarita Belén hace 33 años.

El 12 de diciembre de 1976 era domingo, para los presos comunes era día de visitas. Para los que estábamos en el pabellón planta baja, es decir “los subversivos”, las visitas, cartas, radios, diarios, libros y cualquier material de escritura y lectura estaban prohibidos desde mayo de ese año. Esa tarde pasó a hacer el recuento el agente Incháustegui, o Inchausti, y les preguntó a los guardias si en uno de los calabozos de adelante estaba Néstor Salas. El Flaco Salas, Néstor Carlos Salas, alias Tiburón o El Tibu, había estado en la alcaidía un tiempo, antes de ser trasladado a la U7, la cárcel federal ubicada en la esquina de las avenidas Las Heras y Edison, de Resistencia.

Hacía calor la tarde del 12 de diciembre, las moscas primero y los mosquitos al caer la noche eran apenas una de las tantas molestias que soportábamos a diario.

A la noche, un rato después de que se apagaran las luces de las celdas, entraron los entonces oficiales Juan Rodríguez Valiente y Octavio Ayala, los acompañaba el agente Maidana, también estaba el agente Monzón, alias El Mono, por su aspecto simiesco. Entre la gente que nombraron figuraba Fernando Piérola, Luis Díaz, Luis Barco. La mayoría de los nombrados había sido sacada de la cárcel. Con su voz afectada el oficial Ayala ordenó: -Los demás detenidos pueden pasar a descansar.

Entonces comenzó la pesadilla de los que fueron sacados de sus celdas y también para los que estábamos encerrados. Los llevaron al comedor y comenzaron a pegarles, con el palo de goma que usan los policías, con cosas que hacían reventar esos cuerpos como si fueran tambores. Los que estábamos en las dos primeras celdas del pabellón planta baja, frente a los baños, vimos cómo el agente Maidana en un momento de la noche trajo agarrado del pelo a Lucho Díaz, bañado en sangre, la cara desfigurada por los golpes, lo paseó frente a las celdas y luego le puso la cabeza bajo una de las canillas para que se reanimara. Se escuchaban las risas de los policías, como cuando se está en una fiesta. Alguien, parecía la voz de Yedro, uno de los detenidos, pedía por Dios, por favor, que no le pegaran más. La golpiza duró hasta las tres de la mañana, más o menos, y se escuchó la orden de que caminaran. La golpiza había terminado, pero el suplicio todavía continuaría, hasta el supuesto enfrentamiento del que nos enteramos unos días después.

Esta historia la repetí ante un asustado juez de un juzgado provincial del Chaco, al que tuve que dibujarle un croquis de la Alcaidía porque él no recordaba cómo era el edificio, después ante dos diputados, uno de ellos se llama José María Romero, el otro se llama Germán Bittel, en 1986. En realidad, las torturas y la represión sistemática habían comenzado durante la gobernación del papá de Germán, cuando el jefe de Policía era el comisario Wenceslao Zeniquel y el jefe de la Brigada de Investigaciones era el comisario Carlos Alcides Thomas. La tercera vez que repetí esta historia fue en un regimiento de la ciudad de Corrientes, ante un simpático capitán del Ejército, de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, que me dijo que estaba comprobado que los presos fueron sacados en camiones del Ejército.

Dicen que Margarita Belén fue una respuesta de los militares “blandos” del Chaco, ante un enfrentamiento que no fue divulgado por la prensa y en el que murieron dos oficiales del Ejército, para quedar bien con los “duros” de Santa Fe o de Buenos Aires.

Durante muchos años me crucé en Resistencia con algunos de los “protagonistas” de esa noche, el oficial Valiente hizo carrera en la policía del Chaco, algunos de los agentes ganaron jinetas de suboficiales después.

Al oficial Ayala no le fue tan bien, el jefe de la guardia dura de la Alcaidía murió hace años, el comisario Francisco Núñez, jefe de la Alcaidía en el momento en que ocurrió el fusilamiento de Margarita Belén, murió en 1982.

Ahora Margarita Belén es un hecho histórico del que hablan muchos y se habla mucho en esta época del año. A mí siempre me costó hablar o escribir sobre esa noche, no por miedo, sino porque me daba la impresión de que hablar en público sobre lo que pasó esa noche, nombrar a los policías que golpearon tan salvajemente a prisioneros indefensos, hubiera sido una forma de llamar la atención sobre mí más que sobre los compañeros que cayeron fusilados esa noche por los policías y los militares a los que Alfonsín les regaló veinte años de impunidad con sus leyes de obediencia debida, y a los que Menem perdonó con su abominable indulto. Luis Barco, “Barquito”, Mario Cuevas, “Marito”, Luis Díaz, “El Lucho” fueron personas a las que conocí de lejos en la Alcaidía, cuando estaba prohibido hablar y hasta mirarse. Con Néstor Carlos Salas tuve un trato más directo, hasta ganamos un torneo de dominó, Carlitos Zamudio fue mi preceptor en cuarto año del viejo Colegio Nacional José María Paz, con él compartí más cosas, charlas de política, de música, en su casa de la calle Laprida escuché por primera vez a los Quilapayún, con unos mates y unos cigarrillos “Colorado”. Tal vez por eso me cuesta un poco hablar o escribir sobre esa noche. La última vez que lo hice de manera tan extensa fue una tarde, ya no recuerdo de qué año, cuando subí a un andamio sobre el que una mujer llamada Amanda Mayor pintaba un mural en el aula magna de la Universidad Nacional del Nordeste, y lo hice porque ella me pidió con su voz serena, cálida: -Contame lo que pasó la madrugada del 13 de diciembre. En el mural ya estaba la figura del cura que tanto molestó a los católicos y que desató una larga batalla judicial. Finalmente el cura quedó ahí, bendiciendo la tortura, como un símbolo de los que refugiaron su indiferencia criminal o su complicidad solapada en el “Algo habrán hecho”.

A treinta y tres años de aquel asesinato la impunidad sigue vigente, pero la voz del pueblo y la condena de la historia ya están firmes, y nos queda el consuelo tal vez demasiado frugal, pero consuelo al fin, de que esa sentencia es inapelable.


* Ex preso político en los años de la dictadura, estuvo presente en la Alcaidía de Resistencia la madrugada del 13 de diciembre de 1976. Actualmente reside en Republica Dominicana donde es editor de un periódico gratuito de circulación masiva. Es la primera vez que relata su experiencia sobre los hechos de Margarita Belén.
 

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