Radiografía de un traidor

El karma del peronismo con los vicepresidentes

Alberto Tessaire nació el 20 de mayo de 1891, murió el 12 de octubre de 1962, tan en el olvido que no existen en Internet imágenes de su paso por la función pública, salvo la que ilustra esta nota.

Durante la Revolución del 1943 desempeñó sucesivamente los cargos de Ministro de Marina y Ministro del Interior. Fue elegido tres veces senador nacional por la ciudad de Buenos Aires, en 1946, 1949 y 1952. Fue fundador del Partido Independiente, uno de los tres partidos que sostuvieron la candidatura presidencial de Juan Domingo Perón en 1946. Afiliado al Partido Justicialista fue designado para ocupar el cargo de vicepresidente de la Nación en 1954.

Derrocado el peronismo por el golpe de Estado de la autodenominada Revolución Libertadora, más conocida popularmente como Revolución Fusiladora, realizó una bochornosa "confesión" de irregularidades y delitos del gobierno que él mismo había integrado, declaración que fue debidamente filmada y proyectada en todos los cines del país. Envar El Kadri cuenta que los jóvenes peronistas de la época, en plena dictadura de la Fusiladora, solían silbar en los cines cuando la declaración de Tessaire era proyectada. Curiosamente, el secretario privado de Alberto Tessaire fue el periodista Bernardo Neustadt.

La siguiente es la declaración completa de Tessaire realizada ante una comisión de los gorilas golpistas que tomaron el poder por asalto, la declaración integra un extenso libelo justificatorio del golpe militar llamado "Libro Negro de la Segunda Tiranía". Una joyita histórica para investigadores y curiosos y para solaz entretenimiento de los compañeros peronistas. El libro completo en pdf puede ser descargado desde aquí: http://www.mediafire.com/?mjm10gdizkf

Declaraciones del ex vicepresidente Tessaire el 4 de octubre de 1955

La conducta de Perón como gobernante, su deslealtad para los que en él creyeron, su cobarde y vergonzosa deserción frente
al adversario, abandonando al gobierno y a sus colaboradores (y no digo a sus amigos, porque jamás abrigó sentimientos de
amistad para nadie), me habilitan para la actitud que asumo. No tengo por qué guardar consideraciones para quien no las tuvo
con nadie, ni aun con el país, de cuyos destinos dispuso a su antojo.

Algunos podrán preguntarse cómo fue que advirtiendo a mí alrededor tanta podredumbre moral e infamia no acusase en su
momento al responsable directo de ese estado de cosas. Pero el sistema creado por Perón cerraba toda posibilidad de
rebeldía, a crítica o disentimiento para los que no comulgaban incondicionalmente con sus ideas y sus planes. Porque quien lo
hiciera, quien se atreviese a levantar su voz contra las directivas impuestas o servirlas con tibieza, era instantáneamente
marcado como traidor, vendepatria u otras infamias por el estilo y perseguido en todos los terrenos juntamente con toda su
familia. No importa que el disidente tuviese un prontuario limpio; no importa que su vida pública y privada resplandecieran de
honor y pureza. Presentar las cosas al revés fabricando las pruebas difamatorias para demostrar que el “alzado” era un
delincuente, un corrompido, un traidor, era cosa fácil en un régimen sin escrúpulos ni conciencia. Adviértase que no solo
estaba en juego el riesgo físico, que cualquier hombre que se precie de tal afronta con entereza; no, era algo mucho más grave
y tremendo: era quedar expuesto a la cárcel y el deshonor, y desencadenar la persecución más despiadada sobre amigos y
familiares. El dar, pues, un paso así, comprometía la libertad, el honor y los bienes propios y familiares. Discrepar con Perón
fuera del peronismo implicaba sus riesgos; pero disentir con él dentro del partido o del gobierno era exponerse a todos los
males y perjuicios que la razón humana puede imaginar.

Cuando se lucha contra un adversario leal, por duro e implacable que sea, rigen leyes de juego que se respetan. Pero frente a
Perón, que sólo sabe utilizar golpes prohibidos, valiéndose de recursos de maldad, la lucha dentro de sus propias filas,
resultaba una empresa sucia. Se explica así que muchos hombres que ocuparon posiciones prominentes en el régimen y
fueron arrojados por la borda sin explicaciones, guardasen prudente y cauteloso silencio acerca de sus experiencias del
gobierno, sin atreverse a abrir la boca frente a los ataques e insinuaciones injuriosas de los voceros oficiales.
Una presentación espontánea

Por los conceptos que dejo expuestos es que, al hacerse cargo de la presidencia de la Nación el señor general don Eduardo
Lonardi, en la Capital Federal, me presento voluntariamente para ponerme a sus órdenes y ser sometido -si así lo estimara
conveniente el nuevo gobierno- a la investigación que se deseara realizar sobre mis actos, ya que no tenía nada que ocultar.

Fui detenido e incomunicado, y dejo constancia que durante los días que permanecí en esa situación, fui tratado con tosa
consideración, por lo cual expreso mi agradecimiento.

Pude ausentarme del país o asilarme en cualquier embajada extranjera, para lo cual recibí sugestiones e invitaciones, pero yo
he preferido quedarme aquí y no seguir el desgraciado ejemplo dado por Perón en ese sentido, quien después de utilizarnos,
engañarnos y entregarnos, se fuga en un barco de guerra extranjero, lo que equivale a una traición a sus partidarios, a sus
compatriotas y al país.

Me considero obligado a denunciar la conducta de Perón, que hizo derramar sangre argentina de obreros, soldados y
ciudadanos, para huir en el momento más álgido de los acontecimientos y cuando todavía las cosas no estaban decididas.
Huyó mientras los trabajadores gritaban y daban “la vida por Perón”; pero Perón no supo, no fue capaz, tuvo miedo de exponer
la suya por los obreros. Abandonó al Partido Peronista, su propio partido que siempre le acompaño con lealtad y sacrificio,
pero él no supo ser leal ni sacrificarse por su partido. También abandonó a las mujeres partidarias, que tanto creían en él; pero
él nunca creyó en ellas.

Asilado bajo bandera extranjera

Se ha asilado bajo bandera extranjera, hecho único en la historia nacional, puesto que los dos únicos presidentes
constitucionales derrocados por revolución, Yrigoyen y Castillo, no obstante su avanzada edad, afrontaron la situación con
entereza y asumieron la responsabilidad de su magistratura frente a quienes encabezaron aquellas sediciones.

Perón, en cambio, contra todas sus manifestaciones de hombría, de coraje, de valor, no ha sido capaz de afrontar la
responsabilidad que le correspondía; ha tenido miedo.

Bonito ejemplo nos ha dejado el famoso “conductor”, el “líder”, el “libertador”, a quien nosotros hemos idealizado y ensalzado
con un candor y buena fe increíbles. Digo todo esto para que no existan en el futuro, en un pueblo sano, puro y bien
intencionado como el nuestro, ídolos tan falsos como Perón.

Frente al silencio y la deserción de Perón considero que hablar es para mí un deber inexcusable. No eludo ninguna
responsabilidad, ni busco atenuar las que puedan alcanzarme. Pero tampoco eludiré manifestar la verdad aunque las cosas
que se digan resulten duras y amargas.

Para someter al pueblo, las instituciones y los hombres a su arbitrio. Perón creó e impuso –valido de su preponderancia de jefe
de Estado-un sistema que está calcado de los peores regímenes totalitarios, organizando un aparato de represión de alcances
inauditos. Es decir, que fingiendo ideales democráticos y bajo la apariencia de una estructura, construyó un sistema de
dominación personal que no tiene precedentes. La verdad es que Perón no compartió con nadie y, por lo tanto, las
responsabilidades de su gobierno son exclusivamente suyas y de los que puedan haberse prestado –por sumisión, ignorancia
o complicidad-a fraudes o dolos administrativos.

El único responsable: Perón.

Pero nadie puede llamarse a equívocos, hay un solo responsable de todo: Perón. Hay uno solo que inspiraba y ordenaba:
Perón. No consintió ni admitió a nadie que lo aconseje o ayudase y, por lo tanto, a nadie puede culparse del desastre sino a él.

Mucha gente humilde y de buena fe creyó en su lealtad hacia el pueblo, en su sinceridad, en su honradez. Es a esa gente a la
que me dirijo para advertirles del error en que vivían, de la mentira en que creyeron, del engaño de que han sido víctimas.

Algunos ya lo saben, lo han percibido a través de su fuga, de su traición cuando estábamos en medio de la batalla,
defendiéndolo a él, a costa de nuestra reputación y de nuestras vidas. Pero todavía puede haber quienes duden, porque la
comedia ha durado varios años, y en tan largo plazo cualquier mito, cualquier cuento, prende en el espíritu siempre crédulo e
inocente del pueblo.

Es para esclarecer la conciencia de ese pueblo, para que sepan la verdad sobre Perón, dicha por quien siente un imperativo la
obligación de abrir los ojos y la mente de sus compatriotas.

Comenzaré por referirme a mi retiro de la dirección partidaria, impuesto por Perón, que se resistía a comprender que la falta de
fervor en sus adictos obedecía a los desaciertos de su gobierno, atribuyéndola, en cambio, a la falta de adhesión a su persona.
Pensaba, seguramente, que la política de “brazos caídos” de sus amigos era obra de un “sabotaje” mío, cuando era la simple
consecuencia de la pérdida de fe por los descalabros de su gestión política.

La crisis partidaria fue, como es lógico, una consecuencia de la crisis política argentina.

Se origina principalmente en la inmoralidad administrativa y culmina con la agresión contra la Iglesia, cuya iniciación nace del
despecho que le produjeron a Perón los éxitos de público en los actos estudiantiles secundarios de Córdoba, frente al fracaso
de los mítines organizados por la UES, creada por él como instrumento político. Pero como Perón no podía arrastrarnos a la
lucha anticatólica con ese pobre argumento, fabricó la leyenda de la intromisión clerical en la política, a cuyo efecto inventó
hechos imaginarios, exhibiéndonos elementos de juicio totalmente falsos. Embaucados de esa manera, se produjo el acto en
el Luna Park, donde algunos oradores –haciendo fe en su palabra y en sus afirmaciones-censuramos esa intromisión de la
Iglesia en la política, sin advertir –hasta días después-que todo era un fraude cuidadosamente preparado por el ex presidente,
cuya fingida indignación era parte de la comedia representada La quema de la bandera Con respecto al caso de la bandera
quemada, verdadero estigma del gobierno ejercido por Perón, debo claramente determinar las siguientes circunstancias: las
banderas del Congreso Nacional no se encuentran izadas mientras no hay sesiones, por lo tanto dichas banderas se
encontraban a buen recaudo. Las banderas argentinas y del vaticano izadas eran evidentemente llevadas a tal fin, y luego de
izadas fueron retiradas, encontrándose actualmente en mi poder y en el del doctor Benítez (presidente de la Cámara de
Diputados de la Nación). En consecuencia, la verdadera bandera quemada fue otra llevada de ex profeso al lugar de los hechos
y luego quemada. Considerando el cúmulo de circunstancias existentes, es mi convicción más profunda que dicha felonía se
ejecutó no solo con la autorización de Perón, sino bajo su inspiración. Este hecho de por si incalificable, se vio agravado por el
verdadero sacrilegio de tener que rendirle homenajes de desagravio en todos los organismos, instituciones y reparticiones
nacionales, constituyendo actos una verdadera tortura espiritual para la ciudadanía que presentía esa patraña de Perón.

Con respecto a la dedicación de Perón a las funciones de gobierno, debo expresar que desde hace un año había prácticamente
abandonado los asuntos de Estado para dedicarse a pintorescas actividades deportivas, artísticas, etcétera. Además, desde el
año 1952, prácticamente se extinguió el impulso de gobierno, decayendo la conducción del Estado.

La Alianza Libertadora Nacionalista y la CGT

En cuanto a la Alianza Libertadora Nacionalista, constituía una verdadera fuerza de choque, totalmente ajena en su naturaleza
y finalidad a lo que debe ser una agrupación o partido político. Tal organismo o fuerza de choque era utilizada para emplear la
violencia, no sólo contra sus adversarios políticos, sino como tribuna insolente contra sus propios correligionarios. Dicha
Alianza Nacionalista era subvencionada y dirigida por el propio Perón. Además, debo agregar, en este orden de ideas, que era
verdadera intensión de Perón armar a la CGT, y no solo eso, sino convocar a una movilización militar no por clases, sino por
llamados individuales, eligiendo, por supuesto, a ciudadanos totalmente incondicionales a su persona.

En cuanto a la forma en que Perón ejercía el poder, debo significar que él conocía absolutamente todo y manejaba todo, hasta
cosas muy chicas, y generalmente de mala fe. Nada de lo que el gobierno de Perón ha ejecutado, sea cual fuese la naturaleza
de los hechos ocurridos, se ha llegado a concretar sin el consentimiento directo de Perón. En consecuencia, hemos asistido a
un ejercicio del poder con el que no se gobernaba, sino que se ordenaba. Por lo tanto, al dedicarse Perón a la UES, el deporte,
los artistas, etcétera, nadie se ocupaba de los asuntos trascendentales de gobierno, nada se resolvía, todo se atrasaba, todo
se dejaba para luego, ya que nada podía resolverse sin su visto bueno.

Es homenaje a la más estricta verdad, por muchos presentida pero por mi bien conocida, debo destacar que Perón carecía
absolutamente de sentimientos. Sin sentimientos para la madre, para la esposa, para el hermano, para nadie, solo tenía el
sentimiento del odio, sentimiento sensualista y codicioso. No quería al país.

La más grande estafa a su pueblo

Por lo tanto, Perón ha cometido la más grande estafa a su pueblo: lo ha estafado en sus sentimientos, en sus ilusiones y hasta
en su decoro. Cuando tuvo todo, no fue capaz de defender nada, y el pueblo puede tener la seguridad de que Perón no volverá.
Todas estas verdades deben ser tenidas muy en cuenta por la ciudadanía, y en lo referente a los obreros, deben estar
persuadidos de que las mejoras obtenidas constituyen un derecho que todo gobierno reconocerá, no fueron favores de Perón,
sino conquistas merecidas y legítimas de la clase trabajadora.

Los permisos de importación y de exportación, por ejemplo, estaban casi exclusivamente en manos de un monopolio de tres
personas: Jorge Antonio, Tricerri y Amar, cuya investigación conducirá sin duda alguna al verdadero culpable, a través de un
intrincado dédalo de complicidades concordantes y coincidentes. También se premiaba con permisos de exportación o gente
totalmente ajena al comercio y la industria: actores o actrices; deportistas y paniaguados del ex presiente, que recibían esas
órdenes en pago de sus elogios a Perón, revendiéndolas a los verdaderos interesados, que debían luego recargar los precios
de sus mercaderías para resarcirse de los gastos, en perjuicio del pueblo consumidor.

Cuando los acontecimientos estrechan su cerco alrededor de Perón y siente los impactos de la opinión pública, agraviada por
la quema de la bandera y de los templos proyecta su penúltima farsa: el ofrecimiento de su renuncia al partido y a la CGT, en
un documento que es modelo de hipocresía y simulación. Su actitud precipitó la mía y de otros altos funcionarios y
magistrados, que advertimos que con ello se evitarían al país los trágicos días subsiguientes y creíamos en la sinceridad de
su resolución, de la que nos dio cuenta por anticipado y con aparente lealtad.

Perón el 31 de agosto (de 1955)
Horas más tarde y en medio del estupor, Perón rectificaba su actitud y pronunciaba la vociferante arenga del 31 de agosto,
desde los balcones de la Casa Rosada. Nos había hecho creer que iba a decir otra cosa, a justificar su renuncia y declarar que
si la gente estaba de acuerdo, iba a continuar. Pero nos quedamos fríos cuando habló, cuando dijo que había “que matar cinco
adversarios por cada uno de nosotros” y pensamos: esto.

¿Qué es?

En esa circunstancia, preparé y redacte mi renuncia indeclinable dispuesto a sostenerme en la actitud públicamente asumida.
Declaraba en ese documento –que no llegué a presentar porque el pudor me impedía abandonar un gobierno en plena
bancarrota-que si Perón se desdecía de su ofrecimiento, yo mantendría lo dicho. La intervención de algunos amigos, su
insistencia en advertirme las circunstancias poco propicias para una resolución de esta naturaleza, que sólo agravaría las
cosas, me disuadieron, a última hora, de esta decisión.

No he de terminar estas palabras sin formular un llamado de advertencia a aquellos espíritus fanáticos que se empeñan aún en
seguir aferrados a un ídolo. A ellos deseo dirigirme, especialmente, para que luego de estas palabras mediten, reflexionen y
arriben a la conclusión de que nadie puede ser superior a la patria misma y que todos los argentinos, como exponentes de una
ciudadanía sana, deben extraer de esta dura lección la firme decisión de mirar hacia el futuro feliz de la Nación sin idolatrías
de ninguna especie.

Finalmente, estas declaraciones involucran mi renuncia a formar parte del Partido Peronista, renuncia que ha sido enviada por
la vía correspondiente.

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