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2. Aires de cambio y revolución
El Concilio Vaticano II, que el 11 de octubre de 1962 fue inaugurado por el
Papa Juan XXIII, marcó y dividió a la Iglesia Católica del siglo XX. Cuando
Angelo Roncalli, un hijo de campesinos pobres de un pequeño pueblo italiano
llamado Sotto il Monte, que en ese momento era Cardenal y patriarca de Venecia,
fue elegido pontífice en 1959, todos esperaban encontrarse con un jefe igual
a los demás: conservador y encerrado entre las paredes del espléndido reino
romano. A pocos días de asumir, Roncalli demostró su poderosa personalidad:
una convocatoria de un sínodo para la diócesis de Roma, instrucciones para la
reforma del código canónico y el anuncio de un nuevo Concilio, el segundo que
se realizaba en el Vaticano y el vigésimo primero en la historia de la Iglesia.
Los concilios anteriores se arreglaban en Roma y los resultados eran entregados
por escrito una vez resueltos. El nuevo Papa adoptó una actitud que provocó
una verdadera revolución, un corte con el pasado, un abrirse al mundo. "Quiero
que entre aire, aunque algunos se resfríen... ", decía Juan, el Bueno, como
empezaron a llamarlo, sonriente y rompiendo con todos los protocolos pontificios,
cuando explicaba el nuevo Concilio.
Este acontecimiento histórico generó hechos impensados y poco explicables por
analistas, teólogos e historiadores. Uno de los fenómenos más sorprendentes
fue que en un clero como el argentino –que nunca se preció de avanzado, sino
de conservador– surgiera un movimiento renovador, fuertemente cuestionador del
sistema, como el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM).
La preparación del Concilio llevó cuatro años y cuando se inauguró convocó a
dos mil purpurados de todo el mundo, más autoridades eclesiásticas, que se arremolinaron
en la imponente nave de San Pedro, que fue convertida en sala de deliberaciones,
presidida por Roncalli, ya octogenario y enfermo. En ese lugar se enfrentaron
en acalorados choques verbales renovadores y conservadores, frente a un pontífice
al que todos habían creído un hombre de transición. Allí, en ese lugar milenario,
un joven y emocionado Karol Wojtyla, jefe de la diócesis de Cracovia, era un
asistente más. Sonaron los acordes del Veni Creator y Juan XXIII avanzó solemnemente
hacia su silla gestatoria, acompañado de unos asistentes que portaban abanicos
o flabellas ceremoniales. Estaban presentes la mayor cantidad de ancianos de
la historia de Iglesia Católica. Más del triple de obispos presentes en el primer
Concilio, más de cien obispos negros y por primera vez, un obispo japonés.
–Fue impresionante, muy conmovedor, nada así había pasado antes en la Iglesia.
Recuerdo que en un momento un obispo belga se levantó y dijo: "mi que non place"
(a mí no me gusta) y todos empezaron a aplaudir. Y el Papa dijo: "Bueno, si
non plice, hay que empezar de nuevo. Y los grandes temas son: Sociedad, sacramentos,
injusticias, los temas del mundo en este momento. A ningún cardenal, a ningún
obispo le gusta esto, lo sé. Así que anótense y empecemos a reflexionar de abajo".
Y de ahí salieron documentos de la Iglesia impresionantes, con una vigencia
increíble, para cien años de vida..., dijo a modo de recuerdo, el sacerdote
Luis Farinello, activo militante del MSTM.
–El Concilio mostró que la norma próxima e inmediata de la moralidad es la propia
conciencia. Yo obro bien si sigo mi propia conciencia. Antes decía: no, usted
obra bien si obedece a la Iglesia. Y la Iglesia está inmersa en el mundo y vive
a fondo los procesos humanos, no está para dictarle normas al mundo, sino para
aprender de él. El Concilio nos enseñó a criticar los documentos de la Iglesia
y que ella también se equivoca..., dijo el obispo –ya fallecido– Jerónimo Podestá,
protagonista indiscutido de la organización tercermundista, que provocaría un
gran escándalo en la Iglesia argentina, al reconocer públicamente que estaba
enamorado de su secretaria Clelia Luro.
–Fue el gran anhelo de cambio, sintetizado en la palabra aggiornamiento que
usó el Papa Juan XXIII y que infundió el Concilio, lo que convulsionó a la Iglesia
de todo el mundo y por supuesto a la de Argentina, aunque luego eso se fue frenando
y apagando– se lamentó Miguel Ramondetti, quien en 2000, cuando lo entrevisté,
acusaba setenta años y no usaba sotana, porque hacía tiempo que había decidido
no oficiar más como ministro de la Iglesia Católica.
Este verdadero patriarca del MSTM, que carga con tanto exilio como renunciamientos
sobre sus hombros, vive hasta hoy acompañado por María Esther en una cómoda
pero austera casa del partido de San Martín, en la provincia de Buenos Aires.
Ella se mostró muy amable, atendía el teléfono y la puerta, preparó y sirvió
el café y usaba el pelo corto, lo que no denunciaba necesariamente su condición
de religiosa, pero lo hacía sospechar.
Por su parte, Ramondetti había abandonado formalmente los hábitos, aunque no
las costumbres arraigadas por años de rigurosa disciplina, impartida en las
instituciones de formación religiosa. Sin embargo, al verlos, pude percibir
que no sólo compartían el techo, sino que se entendían a la perfección, lo cual
era muy lógico: vivieron el exilio juntos y el duro regreso también.
–¿Cuándo conoció a María Esther?– le pregunté. El hombre, de apariencia apacible
y confiada, se incomodó. Sentí que no le gustaba tener que dar explicaciones
sobre su vida privada, por más que hiciera veinte años que había renunciado
voluntariamente a su condición de sacerdote.
–A María Esther la conozco de la época de Goya. Ella pertenecía a una congregación
de religiosas, y trabajaba con los pobres como yo. Pasamos muchas cosas juntos:
la persecución, los cargos injustos y finalmente el exilio, en Europa. Pero
entienda, nosotros acá siempre pagamos las cuentas a medias y cada cual tiene
su habitación y su espacio. Además, ella vive una vida, consagrada– respondió
un tanto fastidiado.
En aquel momento me convenció, aunque sigo creyendo que de alguna manera, quizás
un tanto difícil de aceptar para un laico, constituyen una verdadera pareja.
"La mujer es la tentación. Sólo dos mujeres cuentan en la vida religiosa: la
Virgen María y la madre de cada uno de ustedes", le habrán dicho una y otra
vez en el Seminario. Pero está visto que Ramondetti se aggiornó. Y aun más:
a la luz del nuevo Concilio, que generó también una revolución en la vida personal
e ideológica de muchos clérigos, la Encíclica de Juan XXIII, Pacem in Terris,
que da a conocer la doctrina política, social y económica de la Iglesia, frente
a los graves problemas del mundo, reconoce –entre otras cosas– el ingreso de
la mujer a la vida pública y que ella no puede ser tratada y considerada como
un instrumento del hombre.
"Exige ser considerada como persona, en paridad de derechos y obligaciones con
el hombre, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en la vida pública.
"Toda esta revalorización del papel de la mujer en la vida, sacude a la Iglesia
y sobre todo a sus protagonistas, los sacerdotes y obispos, como Ramondetti
y Podestá.
Los historiadores y sus propios compañeros de fe señalan a Ramondetti como uno
de los fundadores del MSTM. Y así lo demuestra inequívocamente su firma en los
primeros documentos de esa organización, debajo de la cual figura un sello que
reza: "secretario general del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo".
Sin embargo, por el camino que eligió –el del hacer sin necesidad de demostrar
algo que estaba convencido, nunca lo conduciría a ser obispo– insistió:
–Me niego a empezar a nombrar a creadores o fundadores del Movimiento. El MSTM
surgió como una semilla que germina cuando cae en tierra fértil. Durante el
Concilio, un grupo de dieciocho obispos escribió una proclama o manifiesto que
recibimos algunos sacerdotes argentinos. Leerlo nos impactó mucho porque respondía
a inquietudes y prácticas nuestras. Nos sentimos identificados con esas ideas
de encumbrados hombres de la Iglesia que reafirmaban y respaldaban nuestra posición
minoritaria dentro de la de Argentina, donde éramos mirados como bichos raros–
explicó.
El mensaje de los obispos del Tercer Mundo fue firmado un 15 de agosto de 1967,
y en lo esencial afirmaba:
"Ya es tiempo de que los pueblos pobres, sostenidos y guiados por sus gobiernos
legítimos, defiendan eficazmente su derecho a la vida. Dios se reveló a Moisés,
diciendo: "Yo he visto la miseria de mi pueblo; he escuchado el grito que le
arrancaran sus explotadores... Y he resuelto liberarlo..."
"Animados por la esperanza de todos los pueblos del Tercer Mundo, nosotros os
exhortamos a permanecer firmes e intrépidos, como fermento evangélico en el
mundo del trabajo, confiados en la palabra de Cristo: poneos de pie y levantad
la cabeza, pues vuestra liberación está próxima."
Como hombres sedientos de agua fresca en un desierto colosal, los sacerdotes
argentinos bebieron de un sorbo ese documento llegado del otro continente y
recordaron la frase que tantas veces repitieran mientras celebraban misa:
"Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la vida nueva y eterna que será derramada
por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados. Haced esto
en conmemoración mía".
Pero no iba a ser una tarea fácil. Advirtieron, con bastante dolor, que ninguno
de los dieciocho obispos firmantes de la proclama era argentino. Movilizados
por tantas ideas y proyectos comunes, el grupo de sacerdotes se encargó, en
primer término, de traducir el documento, que estaba escrito en francés, y se
lo enviaron a cuantos curas y obispos pudieron, pidiendo su firma de apoyo.
–Desde el comienzo yo me definí como sacerdote de la Iglesia Católica, antes
que cura para el tercer mundo. El nombre del Movimiento lo pusieron los laicos,
especialmente los periodistas. Nos decían: "ahí se van a reunir los curitas
del Tercer Mundo ", y así quedó. De cualquier manera, entendíamos por Tercer
Mundo, el mundo de los pobres, de los marginados, de los tratados injustamente
por nuestra sociedad. Yo viví el sacerdocio desde mi época del Seminario, en
función de ese mundo. No es que los sacerdotes hayan sido exclusivamente para
los pobres, pero sí que Cristo nos demandaba transmitir la palabra de Dios,
la buena noticia, especialmente a los pobres– destacó Ramondetti.
El patriarca del MSTM nació en Córdoba, en un hogar de trabajadores rurales.
Su padre trabajaba parte del año en el campo y el resto del tiempo se ganaba
la vida como albañil. Su madre fue ama de casa, hasta que él tuvo nueve años
y los golpeó la muerte de su padre. Fue así como la mujer decidió enfrentar
su viudez, junto a sus tres hijos, en Buenos Aires.
–Mi madre se empleó como sirvienta y con eso vivimos estrechamente. Mi educación
escolar fue muy precaria. Hice cuatro años de primaria en una escuela diurna.
Allí, con la mayor de mis hermanas, teníamos las tres comidas. El resto de los
años los hice en la nocturna, porque empecé a trabajar. Mi primera changa, por
la que me iban a pagar diez pesos por mes –mi mamá ganaba treinta–fue de lechero,
empujando el carrito. Yo llevaba la canasta con las botellas. Trabajé un mes,
hasta que me enfermé de escarlatina. Cuando me repuse y le fui a cobrar, no
me pagaron. Fue angustioso para mí porque en mi casa contábamos con esos diez
pesos– contó Ramondetti.
Cuando cumplió los trece, entró a trabajar en una fábrica, donde fue obrero
durante los siete años siguientes. Hasta que en 1943, en un mediodía soleado
de sábado, se despidió de todos sus compañeros de trabajo para dirigirse al
Seminario Metropolitano de Villa Devoto. En sólo tres horas pasó así de experimentado
oficial calificado, a seminarista incipiente.
–Como todo hijo de italiano había tomado mi primera comunión, pero en mi casa
no iban siquiera a misa. Recién a los quince años me acerqué a grupos de Acción
Católica y eso fue definiendo mi vocación– explicó.
Terminó sus estudios de Filosofía en coincidencia con el final de la Segunda
Guerra Mundial y la reapertura de los institutos de estudio de la Iglesia, en
Roma. Y tuvo la suerte de ser uno de los elegidos para ir allí a estudiar Teología.
Quizá porque todos los caminos conducen a Roma, tuvo de compañeros a Angelelli,
a Collino y a Podestá.
–Era muy amigo de Collino, compartimos muchas horas de estudio, pero de a poco
fuimos enfrentándonos ideológicamente, hasta terminar uno de cada vereda–aclaró.
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Los curas obreros
A
comienzos de los años sesenta, tal como venía pasando en Europa, sobre todo
en España y Francia, se instauró en la Argentina un nuevo fenómeno: el de los
curas obreros. Como sus compañeros, ellos también habían estudiado en el Seminario,
gozado de las prebendas y sufrido los mismos sacrificios que implica la vida
clerical, pero querían ser y vivir como obreros. Juan XXIII, en su encíclica
Mater et Magistra, del 15 de mayo de 1961, había condenado fuertemente al capitalismo
y apoyó las luchas de los trabajadores. "Una profunda amargura embarga a nuestro
ánimo ante el espectáculo inmensamente triste de tantos trabajadores de muchas
naciones y de enteros continentes, a los cuales se les da un salario que los
somete a ellos y a sus familias a condiciones infrahumanas ".
Así que muchos curas decidieron trabajar en fábricas, sin ningún tipo de privilegio.
Se vivía entonces la reedición de lo que había tenido lugar en Francia, luego
de la Segunda a Guerra Mundial. En aquellos años, el Papa Pío XII había admitido
que sólo un pequeño grupo, La Legión de Francia, accediera a las plantas fabriles,
despojadas de mano de obra masculina en función de los muertos habidos en las
trincheras, a condición de que no actuaran en cuestiones sindicales.
El 3 de junio de 1963, consumido por atroces dolores, Angelo Roncalli, el Bueno,
murió de cáncer en sus aposentos pontificios y pasó a convertirse para algunos
cristianos, en un "hombre santo" y para otros, en un "revolucionario". Fue reemplazado
por el Papa Pablo VI, –Giovanni Battista Montini, cardenal de Milán– quien terminó
la tarea del Concilio II, en 1966, con la promulgación de la Populorum Progressio,
la encíclica que denunciaba la desigualdad, la codicia, el racismo y el egoísmo
de las naciones ricas, pero no aclaraba cómo debía hacerse para combatir las
injusticias. Se descartaba la violencia, "excepto donde sea manifiesta una tiranía
verdadera que pudiese perjudicar los derechos personales fundamentales y dañar
el bien común de un país".
La Argentina, por entonces, vivía bajo una dictadura militar y los curas obreros
se habían instalado antes de la promulgación de la Populorum Progressio, como
verdaderos adelantados.
Juan Carlos Onganía, un general de caballería de la fracción azul del Ejército,
católico integrista preconciliar, creador de la pomposa frase, "Revolución Argentina
", y al que la jerarquía religiosa rendía pleitesía, cumplía con los requisitos
educativos cerrados y las abundantes subvenciones económicas que los obispos
conservadores ansiaban y se negaban a declararlo "dictador". El general, al
que algunos oficiales apodaban El caño, por lo hueco, y el famoso humorista
Landrú de la revista Tía Vicenta, La Morsa, por sus tupidos bigotes, que había
pasado por West Point, donde había asimilado la Doctrina de la Seguridad Nacional
que intentaría más tarde aplicar a sus compatriotas, había llegado al poder
el 28 de junio de 1966. Estaba casado con María Emilia Green Urien, con la que
tenía dos varones y tres mujeres de "excelente formación católica".
Muchos sacerdotes y laicos veían aterrados a los jerarcas de la Iglesia embanderados
en una especie de "onganismo" o "amor a Onganía". El paso del general por los
Cursillos de la Cristiandad –una organización sub Opus Dei– y la presencia de
muchos cursillistas en su gobierno generaba en ámbitos clericales progresistas,
inquietudes varias. Se daba de manera muy sutil una identificación entre el
Ejército y la Iglesia. Ambas instituciones convergían en fuertes valores: orden,
disciplina, verticalismo y obediencia. Algunos caudillos eclesiásticos militantes
del integrismo vieron concretarse el sueño del gobierno católico y, por ende,
del mantenimiento de sus prebendas y privilegios. Se renovaba aceleradamente
la fusión Iglesia-Estado y su momento de gloria fue la consagración del país
al Inmaculado Corazón de María, en noviembre de 1969, en un acto celebrado a
toda pompa por el mismísimo Onganía. El periodista Rogelio García Lupo, escribía
en el semanario Marcha de Montevideo: "Estamos en presencia de una organización
secreta, aunque no tanto para cerrarle el camino a nuevos prosélitos: católica,
pero sobre todo dispuesta a servirse de la religión como instrumento de dominación
política, y militar, aunque con ramificaciones en los civiles, particularmente
los relacionados con el poder económico y cultural. Los "cursillos" están basados
en el antiguo modelo de los ejercicios espirituales de Ignacio de Layóla. Se
prolongan durante tres días y medio, con la asistencia de un sacerdote, supervisor
del tratamiento religioso que los profesores laicos presentan en los temas de
su especialidad".
En este momento se produce una fuerte división: por un lado los sacerdotes y
laicos y por el otro la jerarquía eclesiástica que se resistía al Concilio.
La mayoría se inclina cada vez más hacia tesis revolucionarias. Y van sucediendo
episodios que demuestran el caldeado ambiente que se vivía entonces. Si Mayo
del '68 iba a significar en el mundo una renovación en todos los frentes, en
la Argentina comenzaba un proceso que acabaría trágicamente el 24 de marzo de
1976.
En mayo de 1966, se dividía la CGT, luego que resultara electo el militante
católico Raimundo Ongaro, de los gráficos, al frente de la "CGT de los Argentinos".
En la otra, la vieja central ubicada en Paseo Colón, convivían todos lo que
de una u otra manera habían confluido en la quiebra del orden constitucional:
los vandoristas, que bregaban por un peronismo sin Perón, al mando del Lobo
Augusto Timoteo Vandor, los realistas capitaneados por Armando March, el Armando
Cavallieri de entonces, y los participacionistas identificados plenamente con
la dictadura del momento, por ejemplo, Rogelio Coria, jerarca de los obreros
de la Construcción, Juan José Taccone de Luz y Fuerza y Adolfo Cavalli de petroleros
(Perón estaba harto de expulsarlo del movimiento pero a Cavalli nada le hacía
mella). La CGT de Paseo Colón era leal a Perón y propiciaba un programa antiimperialista
que contemplaba la nacionalización de las industrias clave, la participación
obrera en los procesos de decisión empresaria y la reforma agraria.
Desde la revista Cristianismo y Revolución, icono de
los cristianos combativos argentinos, dirigida por el ex seminarista Juan García
Elorrio (y uno de los creadores de los proto-montoneros) y desde el periódico
de la "CGT de los Argentinos", dirigida por Rodolfo Walsh (futuro Jefe de Inteligencia
de Montoneros), además de lanzarse inflamadas proclamas revolucionarias, se
buscaba convertir al sector combativo en una alianza de grupos populares que
pudieran presionar sobre el gobierno. En Tucumán, provincia gobernada por el
cursillista Roberto Bobby Avellaneda (jefe de un gabinete al que sólo tenían
acceso los católicos de misa y hostia) que venía siendo azotada por el cierre
de ingenios, la desocupación y las ollas populares, la policía atacó con gases
la procesión de San José Obrero, que marchaba hacia el ingenio Bella Vista.
Y, como quien no quiere la cosa, una bomba de gas arrancó el brazo del santo,
en medio del desbande y los gritos. En agosto de 1966, un grupo de estudiantes
cordobeses cumplen huelga de hambre por la intervención de la Universidad, en
la parroquia de Cristo Obrero. Obreros portuarios en huelga se hacen presentes
a la Asamblea Episcopal de noviembre de 1966, acompañados por sacerdotes, que
llevan la voz cantante de sus reclamos. El 1 de mayo de 1967, Juan García Elorrio,
al mando del comando "Camilo Torres", ingresó en la Catedral Metropolitana,
se plantó frente a Caggiano, que estaba oficiando el Tedeum del Día del Trabajador
y al dictador Onganía, y pidió en tono de barricada, rezar en común una oración
contra las injusticias y la explotación. Graciela Daleo, Casiana Ahumada –segunda
mujer de Elorrio– y Fernando Abal Medina tiraban volantes alusivos. Los tres,
como era de esperar, fueron arrestados por policías que envió el gobierno en
concordancia con los hombres de la Iglesia. Los gracioso fue ver a Abal Medina
agarrarse fuertemente de las mangas pomposas de Caggiano mientras se lo llevaba
la policía. Como corolario, varios sacerdotes obreros fueron expulsados de la
diócesis de San Isidro en marzo de 1968.
Una catarata de conflictos gremiales y sociales, en los que siempre aparece
involucrado un sacerdote, una religiosa o un laico, se había desatado, reclamando
del Episcopado una declaración que fuera más allá de la prescindencia del orden
temporal, que los obligaba a enfrentarse al gobierno militar. Mientras Adalbert
Krieger Vasena, el "Cavallo" de Onganía, denunciaba al "marxismo subversivo
"como promotor de todo, inclusive de la inflación, la SIDE, más pragmática,
llegaba a la conclusión de que los disturbios obreros-estudiantiles provenían
de una conjura católica. Según los informes de inteligencia, sacerdotes conciliares
y jesuitas eran quienes prestaban a las organizaciones sindicales, el matiz
subversivo que ostentaban. No andaban tan errados. Un poco tarde, quizá, con
relación a la Iglesia brasileña, cuyo adornamiento había comenzado en 1963,
de la mano del obispo Helder Cámara, valiente voz profética del Episcopado latinoamericano.
En medio de este mundo que agitaba consignas libertarias y que se enfrentaba
fuertemente a los rígidos esquemas de las cúpulas gobernantes, surgen los curas
obreros. Ese había sido el origen del sacerdote español Francisco Huidobro,
quien llegó a Buenos Aires en 1963 y solicitó trabajo como operario en la fábrica
Indupar. Otros dos sacerdotes, los padres Glavina y Diana, iniciaron sus tareas
en industrias cercanas. Huidobro hizo caso omiso a la recomendación de Pío XII,
que por otra parte ya estaba muerto y enterrado, y había sido reemplazado por
el "Papa Bueno", y luego por Paulo VI.
"Fui a Francia donde mi papá tomó la nacionalidad francesa, llegué acá a la
Argentina porque cuando estaba en el seminario, justamente en la misión de Francia,
el ministerio era ir hacia el mundo que está fuera de la Iglesia. El mundo obrero
de Francia, está muy alejado, hay como una pared que separa a la Iglesia de
los obreros. Y esa pared hay que derrumbar. Con hechos y no con palabras. De
allí la llegada de sacerdotes a las fábricas y como yo soy un antiguo obrero,
me fui a España a trabajar como minero en la época de Franco, llegue aquí a
los treinta años y primero me metí de obrero de la construcción. Tengo la impresión
de que aquí en Argentina va a ser peor la condición obrera y me vine para este
continente un poco para reparar lo que España y Portugal hicieron en los años
de la conquista ", explicó en una entrevista a la revista Todo es Historia,
en una austera habitación de la parroquia de Villa Dominico, en Avellaneda,
territorio del obispo Jerónimo Podestá. El padre Huidobro –al que sus patrones
emplearon pensando equívocamente que un cura aplacaría los ánimos rebeldes de
sus obreros y sindicalistas– era delegado general cuando en 1965 hubo una huelga,
que duró dos meses y que el sacerdote la llevó adelante, y a consecuencia de
la cual, fue despedido y luego reincorporado, aunque no lo dejaron entrar. Junto
a los obreros hicieron un piquete en la puerta y la policía los llevó presos,
lo que generó una gran inquietud en la Iglesia argentina.
En aquella oportunidad, catorce sacerdotes emitieron una declaración de solidaridad
y elogio a Huidobro. Uno de los firmantes de esa proclama fue un joven sacerdote,
alto, rubio y de ojos azules, que provenía del otro extremo del arco social
y que en su primer reclamo público tenía la osadía de enfrentarse a su clase,
la oligarquía: Carlos Mugica. Entre los otros trece curas obreros, hubo varios
que luego integraron el MSTM: Rodolfo Ricciardelli, Eliseo Morales, Domingo
Bresci, Alejandro Mayol, Juan Tedeschi, Francisco Suárez, Andrés Lanzón, Juan
José Pichi Meissegueir y Alberto Carbone.
Muchos religiosos reclamaban cambios en la Iglesia y en la sociedad. Se gestaba
en el centro de la fe católica un gran movimiento de renovación para algunos,
de revolución para otros. Sacerdotes y laicos poblaban las villas miserias en
ciudades y campos, estrechando cada vez más los vínculos con los trabajadores.
"Nosotros por lo menos tratamos de vivir dentro del mundo que nos toca evangelizar,
por lo menos nace una simpatía con la Iglesia, con los curas, que hasta ese
momento, era visto como un funcionario de la Iglesia, es un "vivo" que vive
de arriba, que no tiene mujer, pero tiene mujer, que tiene la plata que quiere.
Para conocer al obrero, donde mejor se lo conoce es en la fábrica, ése es su
mundo, su alma está allí. Por eso queríamos evangelizar la fábrica. ¿Y vos que
venís a hacer aquí?¿A repartir estampitas, medallas...?, dicen.
"No, compañero, yo no vengo por eso, vengo para colaborar con ustedes a defender
la justicia social, no tengo ninguna medallita en el bolsillo", explicaba Huidobro,
años después.
La realidad de la Argentina asomaba a los ojos de curas y laicos, como una pintura
de Berni: en 1968 había 23 millones de habitantes, dos millones de analfabetos
y una enorme deserción escolar, y las provincias del norte estaban azotadas
por el hambre y las enfermedades endémicas. Había concentración de tierras en
pocas manos, lo que obligaba a muchos a emigrar a las grandes ciudades en búsqueda
de trabajo y eso provocaba un aumento de la pobreza. Esa ola de aire nuevo en
medio de esta situación político social tendría en el clero argentino su expresión
en el MSTM, en tanto que en los laicos se manifestaría a través de la lucha
de clases y la guerrilla.
Hoy, muchos miembros de la jerarquía eclesiástica siguen reprochándose y culpándose
por haber alimentado las filas de la guerrilla, en procura de un país más solidario
y con menos diferencias que, con seguridad, está aún más lejos que entonces.
El 28 de junio de 1965, unos ochenta presbíteros, entre los que se encontraba
una vez más el padre Mugica, participaron de una reunión en el colegio Sandford
de Quilmes. De allí surgió un documento que fue presentado en las últimas sesiones
del Concilio Vaticano II.
Un año después, hubo otro encuentro en Chapadmalal, que se centró en la realidad
argentina. Lucio Gera, convertido luego en uno de los teólogos más respetados
de la última mitad del siglo XX, se perfilaba entonces entre los teóricos principales
del MSTM. En aquella reunión, Gera propuso:
–Tenemos que repetir las nociones del Vaticano II dentro de cada uno de nosotros.
Ambos encuentros sembraron las ideas que cosecharon los hombres de la Iglesia
que se encolumnaron un par de años más tarde en el MSTM.
Lucio Gera, doctor en teología y ex decano de la facultad de Teología de la
Universidad Católica Argentina (UCA) desde 1965, hasta finales de los setenta,
escribió los "Apuntes para una interpretación de la Iglesia argentina", en la
revista Cristianismo y Revolución, en enero de 1970. El trabajo está firmado
junto a Guillermo Rodríguez Melgarejo, actual mano derecha del cardenal Jorge
Bergoglio, en el arzobispado de Buenos Aires y que en ese entonces, tenía militancia
en el MSTM.
"En la actualidad no hay una línea dominante en la Iglesia argentina, en ella
repercuten las contradicciones en que se desenvuelve la nación. (...) La Iglesia
no es en este momento, predominantemente conservadora, ni liberal, ni revolucionaria
popular. Esto origina una falta de inclinación hacia uno u otro proyecto. Es
una Iglesia que hoy no opta por ningún proyecto. Pero no habría que contentarse
con esta constatación sino intuir o detectar cómo representará el futuro. La
historia reciente nos muestra que hasta concluido el Concilio, fue más bien
una Iglesia conservadora, en el período inmediatamente post conciliar dominó
– no suficientemente– una linea liberal, progresista, de modernización y renovación,
últimamente comenzaron a acentuarse –sin haber logrado un dominio suficiente
como para producir una inclinación del conjunto del cuerpo eclesial– las corrientes
de origen sociopolítica, revolucionaría y popular. "
Miguel Ramondetti, por otra parte, encontró en Goya, Corrientes, y principalmente
en su obispo, monseñor Alberto Devoto, el lugar ideal para desarrollar el sacerdocio
como él lo entendía. Vivía de su trabajo de albañil y celebraba misa en el lugar
que le pidiesen, sin necesidad de grandes altares ni demasiados protocolos.
Fue en Goya donde monseñor Devoto le entregó una copia del mensaje de los dieciocho
obispos del Tercer Mundo. Ramondetti quedó impresionado con el texto y se reunió
con Rodolfo Ricciardelli y con Andrés Lanson, un cura obrero. Juntos tradujeron
el texto y entre los tres difundieron el mensaje, haciéndolo llegar a cuantos
sacerdotes pudieron.
El auge del MSTM
–Comenzamos a recibir tantas adhesiones, que no lo podíamos creer. Los primeros
en adherirse fueron 273 sacerdotes. Nos comprometimos entonces a trabajar con
todas nuestras fuerzas para poner en práctica el contenido evangélico y profético
del documento– recordó Ramondetti, con los ojos instalados en esos días de gloria,
de juventud y de ilusiones de cambio.
Ese manifiesto no tardó en recibir el apoyo de casi mil sacerdotes de América
latina, quienes claramente diferenciaban la injusta violencia de los opresores
de la justa violencia de los oprimidos, distinción mantenida sólo hasta cierto
punto por los jerarcas eclesiásticos presentes en Medellín.
Por eso, el próximo paso fue enviar una carta a los obispos participantes de
la segunda reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en Medellín,
en agosto de 1968, firmada por 431 sacerdotes argentinos y más de quinientos
latinoamericanos, en la que exponían su postura frente a la violencia en el
continente. El documento preliminar preparado por los obispos del continente
–basado en las estadísticas de Celso Furtado, economista brasileño proscrito
por la dictadura de su país– señalaba la situación de atraso y dependencia de
América latina de las grandes potencias. Por detrás de este alboroto de sotanas,
se levantaba la figura del sacerdote colombiano Camilo Torres, fundador de la
"teología de la violencia", que en 1965 se había integrado a la guerrilla colombiana.
El documento fue descartado por "hipercrítico y despiadado" por la Conferencia
Episcopal Argentina, en su reunión anual en San Miguel. Mientras tanto, los
católicos argentinos objetaban a la jerarquía de su Iglesia que desde el 28
de junio de 1966, cuando Juan Carlos Onganía, el general poseído del espíritu
evangélico y preparado como un cruzado para combatir las ideas demoníacas de
la modernidad, asumió el poder, ésta no hubiera formulado un solo juicio sobre
los hechos ocurridos en el país. En octubre de 1963, el cardenal Eduardo Pironio
investía a Antonio Quarracino como obispo de Avellaneda, quien reemplazaba a
Jerónimo Podestá, que fue sacado del medio, acusado de "comunista". Considerado
un "realista" Quarracino se había destacado en su diócesis de 9 de Julio como
un promotor del apostolado rural y había sido uno de los primeros en admitir
que en el conflicto entre Perón y la Iglesia, era ésta la que había mostrado
los flancos más débiles. Claro, eran otros tiempos...
Mientras tanto, el general Alejandro Agustín Lanuse –otro que asistía a los
cursillos de Onganía– asumía como Jefe del Ejército y en septiembre participaba
en Río de Janeiro de la VIII Conferencia de Ejércitos con la presencia de todos
los Jefes de Ejércitos del continente (es decir, de todos los regímenes dictatoriales
del área) y compartía el estrellato con el general Westmoreland, ex comandante
de las fuerzas americanas en Vietnam y máximo experto en la lucha antiguerrillera
(se suponía). El encuentro legitimó la Doctrina de Seguridad Nacional que permitía
a los militares intervenir en los conflictos internos de cada país. Westy, como
apodaban al general, no aportó mucho. Se dedicó a mostrarle las maravillosas
playas de Río a su mujer Kitty y a cambiarse de ropa seis veces al día.
Otro de los hechos curiosos del Concilio Vaticano II fue que, mientras la participación
de América latina fue allí casi nula, jugó un papel protagónico en la etapa
posterior. Lo que en Europa había llevado varias décadas para realizarse, aquí
corrió como una ráfaga que invadió todos los sectores de la Iglesia, se estuviera
o no de acuerdo, probablemente porque las injusticias y las diferencias eran
mucho más agudas y profundas que en el primer mundo.
En esos días se exigían cambios con urgencias. Grupos católicos, que en los
últimos años se habían enredado en charlas meticulosas acerca de la posición
que debía tener el altar y en apasionadas discusiones acerca del concepto de
Iglesia o lo que decía la doctrina respecto de la vida de ultratumba, se concentraron
esta vez en discutir si la salida revolucionaria podía ser pacífica o debía
ser violenta. El sí o no a las armas era la opción.
Se cerró así una gran paradoja: América latina, la gran ausente en la elaboración
de la problemática conciliar, asumió un papel de compromiso en su concreción.
Lo que en Europa era un mundo difuso que había que alcanzar, en Argentina era
una sociedad surcada por profundas contradicciones a resolver. La consigna clave
que en el antiguo continente era el aggiornamiento, fue planteada por los países
del sur como revolución.
Jerónimo Podestá fue un fuerte protagonista de los años de auge del MSTM. Había
ingresado en el seminario en 1940 y se ordenó sacerdote en 1946. Estudió Derecho
Canónico en España e Italia hasta 1950 y también asistió a la prestigiosa Universidad
Gregoriana de Roma. Al regreso, fue docente en el seminario hasta que en 1963,
a los 42 años, fue ordenado Obispo, junto a otros jóvenes brillantes como Eduardo
Pironio y Antonio Quarracino. A finales de mayo de 2000, y a sólo un mes de
su muerte, el hombre que a fines de los sesenta puso en jaque a la Iglesia argentina
y que llegó con sus argumentos al Vaticano, me recibió en su casa del barrio
de Caballito. Hacía mucho frío y Podestá se estaba recuperando de una afección
pulmonar, pero se lo veía fuerte y entero. El caserón en donde vivía junto a
su compañera Clelia Luro había pertenecido a uno de los jefes de los mazorqueros
de Rosas y, en su patio, Jerónimo celebraba misa: era el presidente de la Federación
Latinoamericana de sacerdotes casados. "Llegué a ser Obispo porque aunque parezca
mentira, yo provengo de una familia adinerada de la clase alta y la Iglesia
se fija en esas cosas. Monseñor Antonio Plaza quería nombrar obispos propios,
pero conmigo no tardó en darse cuenta de que había metido la pata. Yo desde
que empecé como obispo, estuve con mi gente en jornadas de trabajo, en manifestaciones.
Iba en mi auto para todos lados y cuando se me pinchaba la rueda, sacaba la
de auxilio, la cambiaba y seguía viaje. Era muy diferente a muchos de mis pares.
"
Más allá de su origen pudiente, Jerónimo había tenido un contacto directo con
los pobres mucho antes de definir su condición sacerdotal. "Mi madre era muy
católica y atendía a todos los que le pedían algo. Desayunábamos con los pobres
en el jardín de mi casa. No les dábamos limosnitas, los atendíamos con cariño
y preocupación. "Jerónimo Podestá fue el primero de los obispos en dar su apoyo
a los sacerdotes para el Tercer Mundo y en criticar a la Iglesia. Reconocido
por sus pares como uno de los mejores intelectuales de la Iglesia Católica argentina,
realizó grandes aportes teóricos. Fue compañero de Raúl Primatesta, de Eduardo
Pironio y del reciente cardenal Jorge Mejías, archivista del Vaticano, quienes
sentían gran afecto y respeto por Podestá, más allá de las diferencias ideológicas.
"Las religiones están centralizadas para criticar el poder. Así surgieron las
cruzadas y las colonizaciones con sus carnicerías. Y la religión no da derecho
a aplastar ni a perseguir a nadie."
Jerónimo conoció a Clelia Luro en 1966, cuando ella se acercó al Obispo a pedirle
ayuda para un clérigo que era víctima del alcoholismo. Ella había estado casada
diez años con un sobrino del poderoso Robustiano Patrón Costas y tenía seis
hijas. A fines de ese mismo año, ambos conocerían al hombre de quien serían
amigos incondicionales: Monseñor Helder Cámara. "Fui al Encuentro de Obispos
de Mar del Plata y traté de divisar quién era Cámara. De pronto la veo a Clelia
que estaba hablando con él, que la tenía tomada de la mano. Él nos presentó
y me dijo: "No tengas miedo, Clelia va a ser tu fuerza". A partir de ese día,
Clelia Luro se integró a la diócesis como su secretaria. Al principio los unía
una gran confianza y un sentimiento platónico. "Hasta que dejé la diócesis no
tuvimos relaciones íntimas, aunque el amor verdadero ya se había apoderado de
nuestras almas."
Un hecho político fue determinante en el futuro de Jerónimo Podestá. En 1967,
en el Luna Park, lideró un acto para hablar sobre la encíclica Populorum Progressio,
al que asistieron políticos y sindicalistas que estaban prohibidos por el gobierno
militar. Onganía lo definió como el principal enemigo de su gobierno –lo llamaba
"el obispo rojo"– y pidió a los jerarcas eclesiásticos que lo callaran. Los
siempre solícitos amigos del poder de turno, monseñor Plaza, Tórtolo y, sobre
todo, el nuncio Humberto Mozzoni, lo presionaron para que renunciara.
"Aunque parezca mentira, el nuncio me engañó y fui muy ingenuo. Le firmé una
renuncia sin protocolo en 1969, con la condición de que me gestionaran una reunión
con el Papa y sólo después de tomar una decisión definitiva. No cumplió y envió
la renuncia directamente al Vaticano. Me hicieron la "cama", como se dice vulgarmente.
"También es cierto que Podestá quiso asistir a la reunión pontificia con Clelia,
pero en Roma no aceptaron, lo que empujó su renuncia. Durante ese tiempo, en
el Vaticano, el secretario de Estado, monseñor Benelli exclamó espantado: "Pero,
¿cómo una mujer puede estar influenciando a un obispo?". A Clelia la llamaban
"esa señora", "esa mujer" o "la consabida persona", pero jamás pronunciaron
su nombre.
Podestá fue designado Obispo de Orrea de Aninico, una diócesis inexistente de
Mauritania, hasta que finalmente en 1972, fue suspendido y se unió definitivamente
a Clelia. "La tradición católica presenta a Jesús como célibe. Pero los estudios
históricos judíos dicen que era un rabino porque había estudiado en el templo,
o sea, que no era un charlatán. Y si era un rabino, es inconcebible que no fuera
casado. Como no tenemos otros documentos, el único dato que tenemos es el amor
entrañable que tenía por María Magdalena. No es casual que la primera persona
que busca para manifestar su resurrección, sea ella. El celibato es una imposición
que no respeta el derecho de las personas. Debería ser optativo, porque tampoco
los curas lo respetan hoy día... ", me dijo mientras apretaba la mano de Clelia.
En 1974 fue amenazado por la Triple A y dejó el país junto a su compañera y
las seis hijas del primer matrimonio de ella. En 1978, volvió a la Argentina,
pero sólo por unos días. La situación no estaba para que se quedara. Vivieron
exiliados en París, Roma, México y Perú y regresaron definitivamente en 1982,
casi con la llegada de la democracia. Durante la guerra de Malvinas llevó el
cáliz de su primera misa al Frente Patriótico y al año siguiente rechazó la
oferta de Oscar Allende que le ofreció acompañarlo en la vicepresidencia en
las elecciones de 1983. Nunca perdió su vocación sacerdotal y tampoco su condición
de obispo. "Sin la menor duda, yo tengo la formación tradicionalísima de la
Iglesia –dijo en 1996– que dice: "tú eres sacerdote para siempre». Lo primordial
es esa elección interior: ¡Yo quiero ser sacerdote! ¿Y por qué? Porque quiero
enseñar el bien, la enseñanza de Jesucristo."
Desde Goya, a orillas del río Paraná, monseñor Alberto Devoto asomaba como uno
de los obispos más radicalizados del país. Se enfrentó al poder militar y a
los sectores católicos más tradicionales. Sus frecuentes reuniones comunitarias
con los campesinos intranquilizaban tanto a la dirigencia política como a la
curia. Le endilgaron todo tipo de calificativos – "peronista", "marxista", "demagogo"–
pero no lograron hacerle mella y muchos menos callarlo. En la Pascua de 1966
había realizado su voto de pobreza y desde ese momento se convirtió en la oveja
negra del episcopado argentino donde la fastuosidad era la regla. Que un religioso
salido de sus filas renunciara al anillo, al báculo, al apelativo de monseñor
y también al sueldo que el Estado paga a los obispos, resultaba francamente
intolerable y hasta subversivo.
Por su independencia y desapego a los bienes terrenales se lo vinculó con el
Che Guevara. Por su prosa implacable contra la oligarquía y el imperialismo,
se lo comparó al cura guerrillero colombiano Camilo Torres. Por su defensa de
los pobres, se lo alineó con los curas obreros y con los sacerdotes del Tercer
Mundo. Sin embargo él sostenía:
–No estoy enrolado en movimientos de este tipo. Hago con mis sacerdotes y laicos
lo que creo que en cada hora pide la Iglesia. En mi caso concreto, el voto de
pobreza se refiere a mi modo privado de vida, al trato directo y llano con la
gente, a que me inclino a dirigir una atención especial a los humildes y a que
he renunciado al uso de los símbolos de poder y al sueldo que paga el Estado
a los obispos.
En una zona castigada por los vaivenes del cultivo del tabaco e inmerso en un
contexto de profundas transformaciones, tanto del país y del mundo, Devoto detectó
que la Iglesia no podía estar ausente en este proceso. Coherente con su actitud
pastoral, trabajó en el campo con el Movimiento Rural de la Acción Católica
para despertar en la gente la conciencia de sus derechos y de su dignidad humana.
En esa posición de aceptación y de no condena a los miembros del MSTM, se inscribieron
otros obispos del interior del país: Angelelli, en La Rioja; Brasca, en Rafaela,
Santa Fe; Di Stéfano, en el Chaco; y De Nevares, en Neuquén. También el entonces
vicepresidente del CELAM, monseñor Antonio Quarracino, veía con buenos ojos
el surgimiento de nuevos aires en la Iglesia católica:
–Yo era asesor de la Juventud Universitaria Católica y me acuerdo que los compañeros
porteños hablaban de Quarracino con admiración y con grandes expectativas, porque
expresaba lo que después iba a ser la Teología de la Liberación. Mi visión de
lo que pasó con él se expresa de esta manera: es muy difícil ser obispo y tener
fe. Porque el poder atrae mucho y tiene una determinada lógica. Muchos obispos
terminan fagocitados por esa lógica del poder y en pos de eso terminan entregando
su verdadero deseo cristiano– explicó Rubén Dri, otro ex integrante del MSTM
que se alejó de la condición clerical.
Dri integra una familia de ocho hermanos, todos nacidos en Federación, Entre
Ríos, un pueblo que a mediados de la década de los setenta fue sacrificado,
lo mismo que buena parte de la fauna ictícola del río Uruguay, por una represa
hidroeléctrica. Cuando las turbinas de Salto Grande comenzaron a funcionar,
el río ganó las calles y todos los edificios del pueblo, incluida la parroquia,
fueron sepultados por las aguas. Sus desarraigados habitantes debieron mudarse
a la Nueva Federación, una ciudad de casas idénticas, hechas de apuro, que da
sobre un lago, en cuyo lecho descansa la vieja Federación. Cuando eso sucedió,
Dri trabajaba como sacerdote en una comunidad rural del Chaco:
–Mi obispo, monseñor Agustín Marosi, no tenía grandes luces intelectuales –continuó–.
Era hijo de italianos y tenía la sabiduría del tano criollo de no meterse en
líos. Entonces, al cura que le hacía líos, lo marginaba, pero no lo castigaba.
Lo dejaba al brazo secular, como en la Edad Media, para que él hiciera lo que
correspondiera. A mí me sacó de todo espacio eclesiástico, pero me dejó libre.
Seguía siendo cura, no me castigó canónicamente, así que yo podía seguir celebrando
misa. Fue inteligente de su parte, porque ese proceder no lo enfrentaba con
la gente que me seguía. Me dejó trabajar en la villa, pero me echó del clero
regular, de las parroquias, así que no tenía ningún tipo de apoyo. De mi parte
yo no quería tampoco ser su representante.
Rubén Dri se ordenó como sacerdote en Paraná y luego estudió Teología en la
Universidad Pontificia Salesiana, en Turín. No fue el único de la familia que
optó por el camino religioso: uno de sus hermanos era seminarista y su hermana
Teresa fue religiosa de la Congregación de las Monjas Azules. Tampoco fue el
único en marchar preso: su primo, Jaime Dri, estuvo secuestrado en la ESMA –de
donde se escapó milagrosamente– y tanto él como Teresa fueron detenidos en varias
oportunidades por su activa militancia católica.
Como muchos de los hombres comprometidos con su época, Dri se exilió en México
en 1976. Allí vivió hasta 1984 y trabajó todos esos años en un Instituto Teológico
que fue cerrado por Juan Pablo II. Con el retorno de la democracia, volvió a
Buenos Aires, donde se dedicó a la docencia y se transformó en uno de los analistas
más respetados de la historia de la Iglesia en la Argentina.
Actualmente, es profesor de Teología e Historia de la Universidad de Buenos
Aires y vive en un departamento del barrio de Palermo. Desde allí pontifica
que es justo reconocer que en la Iglesia, como en la vida, los hombres cambian
mucho, sobre todo cuando el poder los tienta:
–Otro ejemplo que convalida lo que pasó con Quarracino, es el de monseñor Ítalo
Di Stéfano; él también cambió mucho. Recuerdo que me fue a visitar cuando estuve
detenido en Resistencia, en el '70. Éramos amigos, pero él cambió, se reacomodó,
y no volvimos a hablar. Yo pasé a la clandestinidad en el '74, estuve dos años
clandestino y después pasé al exilio. En el exilio me enteré que Di Stéfano
había pasado del obispado de Roque Sáenz Peña, Chaco, al de San Juan; y como
obispo de San Juan ya vi las posiciones que tenía, así que no hablé con él.
Yo tengo mi juicio sobre él, pero también tengo una deuda personal: le agradezco
el gesto que tuvo conmigo. Me acuerdo que cuando me visitó y me entregó el pectoral,
me dijo que tenía miedo de que la policía me largase de noche y me secuestrasen.
En ese momento él tenía una posición progresista. No es que estuviese totalmente
de acuerdo con lo que yo hacía, pero participó en el lanzamiento de las Ligas
Agrarias. De todas formas, a mí no me extrañó demasiado su vuelco, porque percibía
en él ansias de poder. Di Stéfano tenía una concepción teológica de la Iglesia
de derecha, pero también una gran necesidad de protagonismo, y como por esos
días el protagonismo pasaba por la izquierda, él tenía su espacio. Cuando eso
cambió, él lo hizo en consecuencia.
Los encuentros
Impulsados por el éxito de la firma del manifiesto y por la necesidad de que
los cambios dejasen el escenario del discurso, para hacerse carne en cada uno
de los católicos, y en cada hombre y mujer argentinos, los sacerdotes enrolados
en el MTSM, realizaron su primer encuentro nacional.
El 1 y 2 de mayo de 1968 se reunieron en Villa Manuela, Córdoba. Los firmantes
fueron trescientos veinte y asistieron veintiún sacerdotes en representación
de dieciocho diócesis. En Villa Manuela se analizó la situación de las distintas
regiones del país y de las villas de emergencia de Buenos Aires. Los sacerdotes
Héctor Botan, Jorge Vernazza y Rodolfo Ricciardelli denunciaron atropellos policiales
y el plan de erradicación.
Entre los firmantes de las conclusiones había, sin duda, altos desniveles de
comprensión y también enormes diferencias en el discurso político, que marcarían
el desarrollo sinuoso y el destino final del movimiento. De todas maneras, se
coincidió en que los curas debían salir de sus preocupaciones y actividades
puramente eclesiásticas, para reencontrarse con el hombre común y sus problemas.
Y, por supuesto, todos en general ratificaron su opción por los oprimidos.
"Existe en la Iglesia argentina lo que podríamos denominar catolicismo popular
que no está aún totalmente formulado en expresiones intelectuales, pero sí late
en la vitalidad del pueblo. Es un hecho de nuestra historia que el pueblo ha
combinado su fe católica, con una línea nacional–ya desde el grito de Facundo,
"Religión o Muerte", y más reciente en el peronismo– más allá de los dictados
de la Iglesia oficial y de todas las élites. Se puede afirmar que aún hoy, gran
parte del pueblo se identifica políticamente con el peronismo. Es una corriente
mayoritaria, aun no teniendo formulaciones teóricas totalmente elaboradas. Pueblo
es tierra, patria, religión, tradición, folklore. El Movimiento de Sacerdotes
para el Tercer Mundo, originariamente identificable con la corriente de protesta
social, se daría ahora más bien en esta línea popular nacionalista, intentando
una presencia profética y de liberación dentro de la problemática argentina
y latinoamericana. Pareciera que el catolicismo popular tiene la virtud de operar
una purificación de las izquierdas europeizantes, despojándolas de su carácter
marxista-elitista y tornándolas nacionales al reconocerse en las tradiciones
de caudillos como Facundo Quiroga, el Chacho Peñaloza, Artigas, Ramírez, López,
pasando por Irigoyeny el fenómeno peronista. El humanismo universitario se conecta
con el peronismo revolucionario." , reflexionaban, en 1970, Lucio Gera y Guillermo
Rodríguez Melgarejo, acerca del MSTM.
Ya en el Tercer Encuentro Nacional, que se realizó Santa Fe, en los primeros
días de mayo de 1970, los sacerdotes comenzaron a defenderse de las imputaciones
de los políticos y de la jerarquía eclesiástica y rechazaron así las acusaciones
que se les hacía, de haberse convertido en un grupo revolucionario. El comunicado
con las conclusiones del encuentro de Santa Fe afirmaba que "el Movimiento no
es, ni quiere, ni puede constituirse en partido político ".
Pero, pocos días después, el 29 de mayo de 1970, se produjo el secuestro del
general Pedro Eugenio Aramburu y el MSTM hizo, recién a finales de junio, una
declaración al respecto. La misma no incluyó una condena enérgica al asesinato,
como se hubiese esperado, y colocó a Aramburu en igualdad de condiciones con
otros caídos. Este hecho, sumado a la vinculación de algunos curas con militantes
de la organización Montoneros, afectó al MSTM.
La primera consecuencia fue la detención del padre Alberto Carbone, director
de Enlace, la publicación oficial del movimiento. Los titulares de los diarios
opositores al MSTM, fueron lapidarios.
A Carbone se lo había culpado de tener en su parroquia la máquina de escribir
que fue usada para redactar el comunicado con el que Montoneros se adjudicó
el asesinato de Aramburu. Esas pericias determinaron que el cura fuera detenido
y pasara casi un año y medio en prisión, tras lo cual fue sobreseído.
Con babuchas, una camisa de tela fina, sandalias franciscanas, medias de lana
y una boina que protegía del frío su calva cabeza, Carbone me recibió en una
pequeña y húmeda salita, una mañana del invierno de 2000, en pleno año del Jubileo,
y treinta años después de aquellos episodios. Se lo veía tranquilo y en paz
consigo mismo:
–La famosa máquina era de Norma Arrostito (fundadora de la organización Montoneros).
Ellos la secuestraron y después dijeron que era mía. La verdad, no me impona
demasiado. Necesitaban encontrar un chivo expiatorio dentro del MSTM y me encontraron
a mí. De cualquier manera, los muchachos no estuvieron a la altura de las circunstancias.
Después del asesinato no los volví a ver y jamás me dieron una explicación.
Yo no se las pedí, no me hacía falta. Ellos sabían qué les había inculcado.
Sabían de sobra que yo pensaba que habían errado el camino, siempre se los dije.
No me escuchaban.
El cardenal Juan Carlos Aramburu era un tipo extraño, a pesar de su marcado
conservadurismo, nunca le pidió explicaciones a su sacerdote. Dos veces hizo
gestiones para lograr su libertad. Lo conocía y suponía que estaba sirviendo
de blanco. Sin demasiadas palabras, se hizo presente cuando Carbone lo necesitó.
–Aramburu estuvo, me acompañó. Yo no podía pretender que se jugara públicamente,
porque no le convenía, y además porque en el fondo, si bien simpatizaba con
nuestro trabajo de base en las villas, él era un príncipe de la Iglesia, y los
nobles sólo se encuentran con los criados a escondidas y en situaciones límites,
no en reuniones públicas. Allí cada cual conserva su lugar. El cardenal me visitaba
en la cárcel y me llevaba cigarrillos. Cuando en el '72 me dejaron libre por
última vez, él me vino a buscar con mi abogado. Me dijo: "Agarrá tus pilchas
y tus anotaciones que nos vamos". Me llevó hasta la casa de mi abogado y después
me dijo que, si quería, tenía un lugar en la casa del clero, en la calle Rodríguez
Peña. Allí viví seis años, cuando todos me consideraban una compañía peligrosa–contó
Carbone.
–¿Jubileo?– preguntó luego, con un dejo de ironía.
Fue cuando le expliqué por qué creía que el año 2000 era el momento ideal para
empezar a escribir un libro sobre la Iglesia argentina, en el que se pudieran
reconocer errores y limpiar culpas, muchas de ellas injustamente adjudicadas.
Y continuó:
–¿Usted está segura de que la Iglesia argentina va a pedir perdón por sus complicidades
y sus omisiones? Ojalá que así sea. ¿Sabe? Yo nunca estuve en contacto con la
jerarquía, mucho menos ahora, que estoy desde hace casi diez años en este lugar
alejado, donde cumplo mi misión sin molestar. Mi única preocupación son los
pobres. Pero me encantaría que mi Iglesia tome el buen ejemplo del papa Juan
Pablo II y pida profundamente perdón. Eso sí: como hombre de la Iglesia le aseguro
que el perdón es imposible si no hay arrepentimiento.
Aquella conversación con el padre Carbone tuvo lugar en agosto de 2000, en la
parroquia del barrio Rivadavia, en Merlo, partido de Moreno, donde el obispo
de Morón, monseñor Justo Laguna, le dio, hace una década, la posibilidad de
ejercer el sacerdocio, ya que por entonces la zona pertenecía a su diócesis.
Veinte días después de esa charla, en el Encuentro Eucarístico de Córdoba, la
Iglesia hizo público su pedido de perdón. Fue un digno –y tardío– regalo de
primavera.
La ruptura
El celibato y la filiación política –sobre todo la opción por el peronismo–
fueron los temas que desde el comienzo enfrentaron a distintos miembros del
MSTM, y esas diferencias se intensificaron hasta el final en 1973. Dos pesos
fuertes del grupo, el padre Carlos Mugica y monseñor Jerónimo Podestá, obispo
de Avellaneda, tuvieron sobre el celibato un enfrentamiento tan violento, que
a partir de allí sólo dialogaron mediante emisarios. Mugica estaba a favor del
celibato y Podestá, en la posición contraria.
El popular Obispo de Avellaneda fue acusado por muchos sacerdotes de banalizar
la opción por los pobres del MSTM introduciendo en el debate una cuestión menor
como el celibato. Pero para Podestá ése era "el tema" porque ya era pública
su estrecha relación con Clelia Luro, su secretaria, quien luego se convirtió
en su mujer.
Algunos memoriosos recuerdan el entredicho entre Podestá y Mugica:
Podestá: –Me parece Carlos que tenes una teología muy floja.
Mugica: –Y a mí me parece que vos tenes una teología muy pelotuda.
El padre Luis Farinello, uno de los más jóvenes exponentes del MSTM, recordó
así aquellas agitadas discusiones:
–En la última etapa de las reuniones de los sacerdotes del Tercer Mundo, había
curas que se habían casado y que venían con sus parejas. El padre Carlos Mugica
era el que más se enojaba con el tema del celibato. Para él era una cuestión
secundaria. "Acá lo importante es la justicia, los pobres. Este no es un problema
de braguetas", decía. "Si se quieren casar, háganlo y listo, pero no nos hinchen
las pelotas. No confundamos las cosas, vayanse".
Mugica era así de apasionado y claro; no andaba con eufemismos.
Esos fueron años de fortísimas convulsiones sociales y políticas. De grandes
controversias: la Argentina era una caldera a punto de estallar y las organizaciones
guerrilleras, algunas de las cuales tuvieron su origen en los grupos católicos
estudiantiles y en el mismísimo seno de la Iglesia, arreciaban con sus operaciones
militares, con la simpatía de grandes sectores populares. El 3 de agosto de
1971, cuatro clérigos tercermundistas fueron detenidos y puestos a disposición
del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Ellos eran: Rubén Dri, José María Ferrari,
Néstor García y Juan Carlos Arroyo, y un ex sacerdote, Santiago Mac Guire. La
detención despertó quejas y las mismas llegaron a la jerarquía eclesiástica
y al gobierno, quienes rápidamente iniciaron tratativas para neutralizar un
posible conflicto entre ambos poderes. En ese momento, Lanusse necesitaba el
apoyo de los jerarcas católicos para concretar el Gran Acuerdo Nacional y el
arzobispo de La Plata, monseñor Antonio Plaza, pidió por los curas detenidos.
De cualquier manera el conflicto estaba en el mismo seno de la Iglesia.
El 11 de julio, el arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado, Antonio Caggiano,
quien en ese momento oficiaba también de Vicario de las Fuerzas Armadas, se
había lanzado en un discurso contra los sacerdotes y laicos que "erróneamente
se enrolaban en caminos revolucionarios que implican siempre la violencia, en
lugar de amar a todos por igual, a los pobres y a los poderosos, a los débiles
y a los ricos ".
El camino hasta aquí tenía su historia. En abril de 1969, la Conferencia Episcopal
Argentina firmó –con sesenta y cinco obispos– un documento que puede ser considerado
revolucionario: "La evangelización comprende todo el ámbito de la promoción
humana. La misión de la Iglesia en Argentina es trabajar por la liberación del
hombre e iluminar el proceso de cambio de las estructuras injustas y opresoras".
Parecía mentira, al punto tal que los sacerdotes de base no podían creer lo
que leían. Pero este comunicado de corte contestatario, provocaría que un mes
más tarde, el 29 de mayo cuando estalló el cordobazo –la mítica protesta popular
que marcaría la historia argentina– algunos culparan a la Iglesia de impulsar
los violentos disturbios. A partir de ese momento, los obispos asustados, guardaron
absoluto silencio, perdiendo la oportunidad –quizá– de protagonizar una etapa
de cambios profundos. Y en agosto de 1970, la Comisión Permanente del Episcopado
presidida por Antonio Caggiano, Adolfo Tórtolo y Vicente Zaspe, reiteró la necesidad
de una transformación, pero advirtió que el comunicado anterior que hablaba
de "revolución social" no era avalado por los prelados, ya que "auspiciar esa
revolución es propiciar todas las violencias. No es posible considerar necesaria
la erradicación definitiva y total de la propiedad privada de los medios de
producción, sin negar principios fundamentales de la doctrina". La crisis estaba
instalada.
En la revista católica Esquiú, de diciembre de 1972, el arzobispo coadjutor
de la diócesis de Buenos Aires, dio a conocer un comunicado que decía, entre
otras cosas:
"A ningún sacerdote, religioso o religiosa, le está permitido actuar en partidos
políticos o movimientos similares.
"El asumir una función directiva (liderazgo) o militar activamente en un partido
político, es algo que debe excluir a cualquier presbítero a no ser que en circunstancias
excepcionales lo exija realmente el bien de la comunidad, obteniendo el consentimiento
del obispo.
"Las circunstancias excepcionales que pudieran existir, no se dan en la actualidad.
"Por su misión el sacerdote debe ser lazo de unión en medio de los sectores
de la más diversa condición y aún de ideologías opuestas. "
Los síntomas más inquietantes de esta crisis, según un artículo de la revista
Panorama, del 14 de enero de 1971, eran los siguientes:
"Éxodo progresivo del personal eclesiástico. Se estimaba que en la década del
'60 se redujeron al estado laico alrededor de 500 sacerdotes y 1300 monjas:
aproximadamente un 10 por ciento del total de curas y monjas de la Argentina.
La proporción –mínima en sí– adquiere visos de tragedia si se tiene en cuenta
que en los últimos años el número de novicios disminuyó entre el 50 y 70 por
ciento, según las regiones".
"En este momento se advierte una fisura en la Iglesia, no sé si más grave que
en otros tiempos. Existen idiomas distintos, aunque esto cause dolor. Hay quienes
piensan predominantemente en la Iglesia como estructura y para ellos tiene una
importancia fundamental la unidad jurídica, la verticalidad, la obediencia como
subordinación", dijo Jerónimo Podestá a Panorama.
El 17 de noviembre de 1972 se produjo el esperado retorno de Perón a la Argentina.
En el charter, además de Isabelita, el brujo López Rega, el croata Milo de Bogetich,
Hugo del Carril, Nilda Garre, Raúl Lastiri, Norma López Rega, Juan Manuel Abal
Medina, Jorge Taiana, Héctor Cámpora y su mujer Nene, Marilina Ross y trescientos
invitados más, estaban los sacerdotes Carlos Mugica y Jorge Vernazza, los que
antes de partir del aeropuerto italiano, oficiaron una misa –vestidos con sus
camperas de cuero– en la capilla aledaña a la mismísima basílica de San Pedro.
Sorpresivamente, una vez en Buenos Aires, la mañana del 6 de diciembre, el viejo
caudillo visitó la Villa 31 de Retiro, donde Mugica trabajaba en la capilla
de Cristo Obrero. El sacerdote no se encontraba en ese momento en el lugar y
al enterarse, salió disparado hacia la residencia de Gaspar Campos. Tres días
después, una mañana lluviosa, Perón recibió a los sacerdotes del Tercer Mundo.
Pero los frutos de ese encuentro no tuvieron el mismo sabor para todos. A gusto
de algunos asistentes, el general se dirigió a los curas en un tono muy paternalista.
Para los marcadamente peronistas, como Mugica, aquella fue una reunión inolvidable.
Y para los sacerdotes del interior, más inclinados hacia la independencia partidaria,
fue el principio del fin del MSTS.
"Mis primeras palabras quiero que sean para trasmitirles un saludo muy afectuoso
de monseñor Casaroli, Secretario de Estado del Vaticano. Con él hablamos largamente
sobre la Argentina y los curas del Tercer Mundo, con los que comparte muchas
de sus posiciones. Me encargó que les diese un saludo muy afectuoso cuando tuviera
la oportunidad de hablar con ustedes...", comenzó diciendo Perón, ante la mirada
–atenta de algunos y desconfiada de otros– de los clérigos rebeldes.
"Yo he seguido muy de cerca todo este proceso, porque también me he preocupado
como todos los católicos, por la situación de la Iglesia que no es tan confortable.
Naturalmente hay nuevas ideas a las cuales la Iglesia tiene que avenirse porque
hay en el mundo una evolución acelerada y profunda, a la que no puede escapar
nadie que viva en el mundo.
"(...) Parece que el mundo comienza a cristianizarse ahora. Esto nos impone
a todos la necesidad de cambiar este sistema demo-liberal-burgués basado en
el sacrificio y crear otro sistema donde no existe tal sacrificio y donde esté
contemplado el hombre como tal. Este sistema nosotros lo concebimos como justicialismo,
hace ya cerca de treinta años.
"(...) Nosotros, desde 1946 a 1955, liberamos al país. Nadie metía sus narices
acá sin llevarse su merecido. Este era un país soberano. Pero la sinarquía internacional,
manejada desde las Naciones Unidas, que hemos visto funcionar acá donde estaba
el comunismo y el capitalismo unidos contra este país que se había liberado.
Estaba además, el sionismo, que también actuó. La masonería y desgraciadamente
la Iglesia Católica. ¿Por qué? Porque habíamos cometido el delito de empezar
a pensar por nosotros mismos. Pero esa sinarquía internacional nos echó encima
todo su poder y terminó por aplastarnos.
"(...) Le preguntaba a Andreotti (Giulio) en Italia, así en confianza, conversando
con él y le decía: "allá está la Democracia Cristiana, está el Socialismo, está
el Comunismo, está el Neo-fascismo". Yo le preguntaba: (¿dígame presidente,
cuáles son sus mejores amigos?". Me habló despacito y me dijo: "los comunistas).
Quiero decir que allí han amansado y casi han adiestrado a los comunistas. Por
eso creo que las democracias modernas deben ser integradas, donde cada uno lucha
por su idea...
"(...) Hoy el mundo, señores, ha abandonado los esquemas capitalistas. Va a
un sistema socialista. De eso no hay que asustarse, porque hoy el socialismo
va desde el internacionalismo dogmático del comunismo hasta las monarquías socialistas
nórdicas de Europa, donde está el rey con las princesas y todo lo demás... "
Y, para finalizar, el picaro caudillo confesó lo siguiente:
"Volviendo a la Iglesia yo debo advertirles que soy fraile: soy hermano mayor
de la Orden Mercedaria, pero sólo de chico porque fui a la escuela de la Merced
y ahí quedé prendido al mercedarismo (sic) y no me separé jamás y desde hace
veinte años, soy hermano mayor, de manera que he seguido y sigo la vida de la
Iglesia y así como el país tiene que cambiar de mentalidad la Iglesia tiene
también que cambiar de mentalidad. Tengo la impresión de que el Vaticano tiene
en claro esto, he conversado mucho con ellos, quiere esa evolución... ".
A los ojos de Rubén Dri, la "última reunión del MSTM, en 1973", estuvo marcada
por dos hechos: uno, externo, que era la represión; y otro, interno, que en
lo eclesiástico pasaba por las contradicciones existentes respecto de la concepción
de la Iglesia; y en lo político, por posiciones que iban desde el verticalismo
peronista al marxismo.
–En el ámbito eclesiástico, la concepción más vertical era la porteña, con su
aceptación del celibato y la obediencia al obispo; en contra del interior, donde
esos temas se trataban de otra manera. Desde el interior nosotros decíamos que
el celibato no era un problema del Movimiento, sino de cada regional. Para nosotros
no era un problema si se era célibe o no, sino si el cura que dejaba el celibato
creaba o no un problema para esa comunidad. Pensábamos que eso debía ser resuelto
en ese lugar, sin que el movimiento se metiera– explicó Dri.
En el ámbito político, volvían a enfrentarse en el seno del MSTM, a la manera
de unitarios y federales, las posiciones de los curas porteños y los del interior.
–La posición porteña, donde estaban Mugica y compañía, era la opción del verticalismo
peronista, en cambio, en el interior, teníamos opciones peronistas más independientes
y también otras más marxistas– continuó Dri. Esas contradicciones no las pudimos
superar. Eso y la represión nos jugaron en contra, así que se tomó una decisión:
dejar por el momento las reuniones nacionales (de cualquier manera se hicieron
algunas aisladas) y en cambio, expandir la base con la que trabajábamos. Esto
es, dejar de ser un movimiento de curas, para ser un movimiento cristiano, abrirlo
a monjas y laicos.
Uno de esos laicos fue Roberto Cirilo Perdía, integrante de la Conducción Nacional
de Montoneros, desde 1972 hasta su disolución en 1983, quien así explicó la
relación que tenía esa organización con los curas del MSTM:
–Con ellos teníamos dos tipos de relaciones: las personales y las orgánicas.
Yo conocía a varios de ellos y participé de reuniones en la diócesis de Reconquista
con casi diez curas de la zona. Cuando andaba por esos lugares yo paraba en
las parroquias y comía con los padres. Pero en lo orgánico hubo relaciones contradictorias:
algunos eran más peronistas y otros no, algunos apoyaban la lucha armada y otros
no. Nosotros teníamos una posición tomada: éramos peronistas que estábamos organizando
una acción político militar, una definición clara y rotunda, y desde esa definición
teníamos con el MSTM muchos puntos en común y muchas diferencias.
Nosotros éramos más homogéneos, pero de cualquier manera eran muchos más los
puntos en común que las disidencias y hacia afuera aparecía como un fenómeno
más o menos coincidente. Ellos no colaboraban con nosotros como organización,
en ese sentido sólo teníamos un acuerdo político que se hizo explícito en los
documentos, pero sí había compromisos de tipo individual.
Otro de esos laicos fue Juan Carlos Dante Gullo, ex dirigente de la Juventud
Peronista (JP) de la Capital Federal.
–En los años setenta, nuestra relación con la verdadera Iglesia de Cristo era
muy estrecha. Teología de la Liberación, Concilio Vaticano II, Sacerdotes del
Tercer Mundo, Camilo Torres y la revista Cristianismo y Revolución eran temas
permanentes de nuestra reflexión y acción. Un dato importante sobre nuestra
relación con esa Iglesia progresista fue que a fines de 1972, acompañando una
huelga, la JP hizo su primer afiche y utilizó la imagen de una cruz con palabras
del Evangelio que se referían al compromiso con los hermanos, con el pobre y
con el que sufre. La figura de Juan XXIII–continuó Gullo–fue para nosotros,
jóvenes militantes, una imagen referencial, no a nivel religioso, sino por su
concepción del mundo. Muchos leíamos las encíclicas y muchas de las palabras
que descubríamos allí nos servían para describir nuestra realidad. También nos
habíamos enganchado con la frase de Pablo VI: "Si quieren paz que den justicia".
Teníamos en la cabecera la cruz, la referencia permanente de Juan XXIII, el
Papa bueno, y con ellos convivían las figuras de Evita, el Che y Camilo Torres.
Dante Gullo estuvo preso entre abril de 1975 y octubre de 1983; una vez liberado
siguió militando en la Corriente Nacional y Popular, y trabajando en la APDH.
En 2001 armó el Partido Popular Nuevo Milenio, que compartió lista con la Alternativa
para una República de Iguales (ARI) de Elisa Lilita Garrió, en las elecciones
del 14 de octubre de ese año. Aparte de eso, tiene una oficina en la zona de
Tribunales, donde funciona su agencia de publicidad en la vía pública.
–Los curas tercermundistas no tenían una prédica de la bondad por la bondad
misma, predicaban con lindas palabras y liberadoras basadas en la realidad –recordó–.
Uno podía trasladar la conducta como hombre de la Iglesia a la de hombre de
la sociedad y como hombre de la sociedad se exigía una conducta casi de santo.
La concepción del Hombre Nuevo era la de un ser con los pies sobre la Tierra,
consciente de la problemática de su tiempo, del agotamiento del sistema y de
la posibilidad de una sociedad más equitativa, más justa, de darle paso a la
revolución. Bajo esa concepción lo mejor que uno podía hacer era dar la vida
por su hermano, de esa manera se instalaba en la militancia y en la lucha armada.
Por eso nosotros no dejábamos de reconocer y respetar a las organizaciones especiales,
o sea a las guerrilleras, porque en definitiva ellos eran los que llevaban la
lucha hasta las últimas consecuencias.
La profecía de Benítez
Para el ex montonero Roberto Cirilo Perdía, la Iglesia tuvo un papel principalísimo
en la formación de los hombres de la organización, hasta el punto que a su juicio,
la piedad cristiana se expresaba aun frente al crimen.
–La historia de Montoneros sobre el ajusticiamiento de Aramburu, dice textualmente:
"Dios se apiade de su alma". Eso es una prueba contundente de que hubo una fuerte
influencia de sectores de la Iglesia en la formación de nuestra vida y en la
conformación de la organización. Nosotros la reconocemos más allá de los errores
que pudimos haber cometido –reflexionó.
El ex jefe Mario Eduardo Firmenich, dijo siempre lo mismo, a la par que reivindica
su catolicismo y no se arrepiente de ningún hecho violento del pasado. Al contrario,
se remonta a párrafos de la Biblia cuando le cuestionan.
Pero el cura tercermundista Hernán Benítez tenía otra opinión al respecto: para
él no eran los curas del Tercer Mundo los responsables, sino Perón. Adelantándose
muchos años a esos hechos, el confesor de Evita le reprochaba en una carta,
que desde su cómodo exilio en Caracas incitara a los jóvenes a la violencia.
Con fastidio e ironía, se adelantaba así en 1958 al futuro:
"Las nuevas generaciones convertirán a Perón en un héroe, en un visionario,
y la guerra civil, en la única solución, el único remedio para salvar la Argentina.
Visto el hombre a la distancia desaparecen en él las contradicciones... De lejos
relampaguea sólo el héroe... Sólo el Redentor de la clase obrera... Los hijos
de los gorilas, por repudio a sus padres se volverán peronistas y guerrilleros.
De lejos sólo verán lo positivo de Perón".
Benítez fue quizás el único interlocutor que en persona o epistolarmente trató
a Perón de igual a igual. Había acompañado a Evita en su gira por Europa en
1947 y fue el depositario de sus confesiones, incluso, según se cree, de aquella
en la que la abanderada de los humildes habría admitido haber tenido una hija
extramatrimonial con el actor Pedro Quartucci, que él y su mujer criaron como
propia cuando Eva se casó con Perón, y que todavía reclama, sin suerte, ser
reconocida como una Duarte.
Benítez se decía evitista y justicialista, pero no admitía que lo llamasen peronista.
No obstante, entre 1955 y 1958, mantuvo una relación epistolar con Perón, que
Marta Cichero recogió en su libro Cartas peligrosas. En una de esas misivas,
fechada el 28 de diciembre de 1956 –apenas fracasada la rebelión del 9 de junio,
que epilogó con la masacre de decenas de civiles en León Suárez y el fusilamiento
del general Valle, jefe de los sublevados– Benítez le reprochaba al líder justicialista,
como si estuviera dirigiéndose a otra persona, su convocatoria a los jóvenes
a tomar las armas y a la vez, su cobardía. Decía así:
"Perón tenía aplastada la rebelión militar de septiembre del '55 en todos los
frentes. Me lo certificó el general Iñíguez, quien comandaba la represión. Les
regaló el triunfo a nuestros enemigos cuando contaba él con todo el poder, con
toda lafueza, con todas las ramas. ¿Y pretende ahora que el pueblo indefenso,
desarmado, aplastado, desorganizado, haga todo cuanto él no hizo ni dejó hacer?
Era sin duda ético y era moral, en septiembre del '55, que él, como legítimo
gobernante, aplastara la seguramente ilegítima rebelión armada gorila. Ilegítima
por pretender anteponer el bien de una minoría al bien de la mayoría del país.¿Es
ahora ético, es moral, es sensato, arrojar en masa a la muerte al pueblo inerme,
desprotegido, apremiado de necesidades vitales de subsistencia? ¿Al pueblo al
que él abandonó a su suerte cuando a sí mismo se puso a buen resguardo?
"¿No es falacia criminal exigirles ahora a los vencidos guerra, sangre, muerte,
cuando el vencedor se mandó a mudar pretextando precisamente que se iba para
evitar guerra, sangre, muerte?
"¿Qué puede pensar de este plan demencial el sacerdote que ha pasado días enteros,
durante semanas y meses, enjugando las lágrimas de las viudas y de los huérfanos,
de los asesinados y de los fusilados?"
En esa misma carta, el cura le remarcaba a Perón las diferencias sustanciales
que los separaban: uno confiaba en la insurrección de las masas y el otro en
la democracia consensuada. Por eso, a su propuesta de acompañar la vía violenta,
Benítez respondió negativamente.
"Si respondiera sí a su carta (dolorosamente tan a tono con las anticristianas
e inhumanas "directivas", e "instrucciones" del "Comando Superior Peronista"
caraqueño), apostataría, no sólo del sacerdote y del cristiano, sino del hombre
que soy y me siento. Usted sostiene, como un ritornello, que el nuevo rumbo
de la historia y el nuevo rostro de los tiempos está signado por la insurrección
de las masas, la guerra, la muerte. Pero éste es el rumbo del antropoide del
que partimos y del demonio que llevamos dentro. No es el rumbo del superhombre
cristiano, no nietszcheniano, que también llevamos dentro. "Yo sostengo que
la historia –pese a sus contradicciones y retrocesos– camina a la justicia,
al pluralismo ideológico, a la comprensión, a la libertad y a la democracia
consensuadas en una palabra, a la vida, aquende, en este mundo, y a la vida
allende, en la eternidad. Creo en el triunfo del ángel", le respondió.
Dos años más tarde, el debate de Benítez con Perón terminó en ruptura. Fue cuando
el sacerdote le exigió sin cortapisa que cesara con su incitación a la guerra
subversiva. Su advertencia, escrita el 14 de enero de 1958, resultó profética:
"En las actuales circunstancias, ¿no se da cuenta el general que la represión
dejará ya no 30, ni 300 víctimas asesinadas, sino 3.000, sino 30.000?".
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