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Olga Wornat
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4. Guerrilleros de Dios
"Estoy con Montoneros porque para mí ellos son la síntesis de las últimas décadas
de la historia de la lucha del pueblo argentino por la justicia y por la liberación
de mi patria. Estoy con Montoneros desde que se fundó la organización. Mi compromiso
ha tenido distintos niveles, desde el comienzo, en 1969. Mi compromiso es ideológico,
político, pero nace de la fe y toda mi militancia revolucionaria no es incompatible
con la fe. Necesariamente la fe exige. Supongo que la misma pregunta que me
haces se la habrán hecho a los sacerdotes, religiosos y obispos que estaban
comprometidos con la defensa de los indios en América, cuando los conquistadores
llevaron a cabo este terrible genocidio contra esos pueblos indígenas.
"También le habrán planteado la misma cuestión a los curas que se opusieron
a la dominación española en el siglo XIX, cuando las luchas de independencia
en América.
"Actualmente somos muchos los sacerdotes y religiosos en América Latina que
estamos comprometidos con las luchas de nuestros pueblos y con las organizaciones
revolucionarias, que interpretan los más nobles sentimientos populares".
Así, con estas palabras, el sacerdote asuncionista argentino Jorge Adur respondía
en julio de 1980, en Porto Alegre, a la revista brasilera Denuncia. No había
sido la primera vez que se definía con toda claridad como cura montonero. En
realidad, Adur, era "capellán" de Montoneros. Poco después era secuestrado y
desaparecido.
La congregación de los asuncionistas de Argentina está incluida junto con la
de Chile dentro de una misma provincia regional, y la formación de los religiosos
se hace, parte en Buenos Aires y parte en Santiago. De ahí que en 1961, Jorge
Adur fuese ordenado sacerdote en el país trasandino. De regreso, pasó varios
años en la Parroquia de las Mercedes, en el barrio de Belgrano, hasta que fue
enviado como superior y formador, es decir, como promotor vocacional, a la Capilla
Nuestra Señora de la Unidad, en La Lucila, donde funcionó durante varios años
una casa de formación de la Congregación de Asuncionistas.
La casa se había establecido allí en marzo de 1953 con el nombre de Escuela
Apostólica San Agustín, como continuación de la que había funcionado junto a
la Parroquia San Martín de Tours, en la Capital Federal; aunque hacia 1974 volvieron
a mudarse y se instalaron en La Manuelita, en San Miguel, provincia de Buenos
Aires.
El carisma de esa congregación francesa era y sigue siendo "vivir en comunidad".
–En la Asunción, la vida religiosa tiene como objetivo el crecimiento del Reino
de Dios en comunidad. Por eso, aún si se aprecia la oración como una forma privilegiada
de la vida, en la congregación se considera el apostolado como elemento esencial
para la realización del Reino– me explicó uno de sus clérigos.
Si a los pares de Adur y a sus fieles les costaba horrores lograr conciliar
el rezo con el fusil, él tenía un particular punto de vista para explicar tal
contradicción. Ya instalada en el país la dictadura de Jorge Rafael Videla,
decía:
–Yo creo que la violencia es un mal. Pero cuando el hombre lucha contra el mal,
contra el pecado, debe luchar de todas formas para liberarse de ese mal, de
ese pecado. En este caso, en la Argentina, se da una situación de violencia
estructural, a la que nosotros no solamente respondemos políticamente, sino
también respondemos con las armas.
Hay que recordar que la encíclica Populorum Progressio, en su número 31, dice
que "en momentos en que un país está instaurada una dictadura militar que viola
los derechos humanos, que va contra el bien común, se justifica el uso de la
violencia, para librar a la comunidad de los males que padece".
Justificaba "la violencia de abajo"como respuesta a la "violencia de arriba",
pero lo suyo era también una fórmula de supervivencia. Como le dijo a la revista
brasilera:
"La dictadura militar, cuando ursurpó el poder, persiguió a los sacerdotes que
consideraba peligrosos, para matarlos o hacerlos ingresar a la lista de los
desaparecidos. Yo tengo en la memoria más de quince y se me olvidan. Entre ellos
está el caso de monseñor Angelelli, que murió en un extraño accidente en la
carretera, un "accidente muy querido" por las fuerzas represivas, ya que este
obispo estaba del lado de los pobres y de los que luchan".
El padre Adur asumió como capellán de Montoneros el 1 de julio de 1978. Desde
la clandestinidad, la organización se ocupó de distribuir la Carta al pueblo
argentino que el cura escribió comunicando su decisión de "asumir personal y
públicamente" la capellanía. De tal forma, para Adur aquel era un ejército del
pueblo y la Iglesia que él representaba, no podía sino acompañarlo. Esa carta
decía así:
"Antes que nada es el Evangelio el que me dice: "cuando alguien te pida hacer
mil pasos con él, harás dos mil..." (Mt.5.4l)
"Pongo entonces mi sacerdocio y mi vida religiosa en la Iglesia, al servicio
de todos, porque la más alta expresión de la caridad a la cual tendemos los
cristianos, se expresa en la política como un instrumento social exigido por
la justicia. Este servicio es junto a aquellos que se entregan con la más alta
abnegación y enfrentando heroicos riesgos (...)
"He vivido diecisiete años de sacerdocio sin descansos, con los pobres y los
ricos, con los oprimidos y los sin voz. Hoy les anuncio con alegría que continuaré
junto a los que amo, asumiendo el desafio de la hora histórica. Difícil prueba
para nuestro pueblo, pero seguro camino para la pacificación y la libertad.
"Desde la Iglesia, a la que todo le debo y por la cual todo lo he perdido, comparto
los destinos de los hombres que viven y mueren por los grandes intereses del
pueblo. Como en otros momentos no menos dolorosos, pero extremadamente esperanzadores,
recuerdo aquella frase evangélica: "No hay más grande amor que aquel que da
la vida por los suyos, sus amigos" (Jn. 15.13)."
Jorge Adur fue el noveno de doce hijos, que nació del matrimonio formado por
el inmigrante Mohamed Adur, oriundo de Nebek, pueblito pequeño cercano a Damasco,
en Siria y de la vasca Juana Dominga. La pareja tuvo siete hijas y cinco varones,
y todos nacieron en la casona de la avenida Boulevard España 1183, de Nogoyá,
Entre Ríos. "Mi madre no paraba de contar nuestras diabluras, sin embargo, cuando
hablaba de Jorge no podía más que contar sobre su coherencia, su entrega, su
abnegación. Él fue muy especial", dice, casi veinticinco años después de la
tragedia, Dardo Adur, hermano de Jorge, de cincuenta y cinco años, Licenciado
en Ciencias Políticas y el menor de la familia. "Era muy prolijo y hábil. Compartía
la habitación con una de mis hermanas y mi tía, y allí tenía un pequeño taller.
A fines de los años cuarenta cuando vino al país Pío XII (antes de ser ungido
Papa) se había hecho una campaña para confeccionar rosarios. Jorge hizo las
cuentas del rosario con los frutos del Paraíso, el árbol que teníamos en el
jardín. Dejaba secar los frutos, los esmaltaba, luego los agujereaba y les pasaba
un alambre. "Dardo habla de su hermano y se emociona. Aunque haya transcurrido
mucho tiempo de su desaparición, los recuerdos de la niñez y la adolescencia
en común parecen cercanos. Jorge Adur era un autodidacta y en la casa familiar
se conservan retratos, caricaturas y paisajes que solía esbozar antes de viajar
en busca de su vocación. No sólo le gustaba la pintura sino que además se inclinó
por la música, al punto tal, que en su ciudad todavía lo recuerdan. "Aprendió
piano en el Conservatorio de Nogoyá y tocaba muy bien, realizaba conciertos–rememora
un amigo de la adolescencia–y cuando era adolescente se convirtió durante un
tiempo en el ayudante de la directora del Instituto. Jorge Adur fue al Colegio
Nacional de su ciudad natal y formó parte de los jóvenes de la Acción Católica
que actuaban en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen. En las misas tocaba el
armonio y su padrino espiritual fue el sacerdote Adolfo Gestner, luego obispo
de Concordia. En 1950, luego de unos meses en el seminario de Paraná, viajó
a Buenos Aires e ingresó a los Asuncionistas," "Hacía tres años que había muerto
mi padre y yo que era un niño recuerdo que la partida de Jorge fue para mí,
y para muchos de mi familia, un segundo duelo. A partir de ese momento, nuestra
comunicación fue por carta y pasaron casi ocho años sin vernos. En el 66 viaje
a Buenos Aires a estudiar a la Universidad del Salvador y allí nos reencontramos.
Jorge ya era sacerdote y trabajaba en el barrio de La Cava, en San Isidro. Yo
me metí con Mugica en la villa de Retiro", continúa Dardo. "Cuando asesinaron
a los padres palatinos en San Patricio, querían matar a Jorge. El era asesor
de los palatinos, pero ese día no volvió a dormir a la parroquia porque se quedó
a dormir en la casa de un amigo. Desde entonces tomó conciencia de que su vida
corría mucho peligro. Entonces se fue de Buenos Aires, buscó dónde esconderse.
A mediados de 1976, con mi hermana Manuela hicimos 1100 kilómetros para ir a
buscarlo. Estaba en Los Toldos, en el convento de Mamerto Menapace que era su
amigo. Nos recibió con la entereza y serenidad de siempre. La que nunca le vi
perder, creo que con esa misma cara debe haber caído desde las alturas, si es
cierto que lo arrojaron desde un avión. Aquella noche la pasamos los tres allí,
con Mamerto, que tuvo una actitud maravillosa. Al otro día nos fuimos y lo dejamos
a Jorge en la Nunciatura, en la calle Rodríguez Peña, allí lo estaban esperando.
Su protección fue negociada entre Pío Laghi y Massera, aunque él no me aclaró
nada, lo supe por otro lado. La última vez que lo vimos fue mientras subía al
avión de Alitalia". Una vez en Roma, Adur recibió de parte de Pablo VI, el título
de Asesor de Juventudes para América latina, mientras que dentro de su Congregación
se transformó en el secretario del Obispo de París. "Cuando estaba en Europa
teníamos noticias de él por gente conocida. Una vez un muchacho que había viajado
de mochilero nos contó que lo había visto con traje de fajina, pero en su función
eclesiástica". A través de radio Colonia la familia Adur se enteró sobre el
trágico destino del clérigo. "Escuchamos que jóvenes profesionales y un sacerdote
habían sido secuestrados en la frontera de Argentina con Brasil. Y a partir
de ese momento empezamos a rastrear datos por todas partes. Me reuní con Vicente
Zaspe, el arzobispo de Santa Fe. Recuerdo que hablamos a la luz de una pequeña
lámpara y en tono muy bajo. Cuando yo le conté que creía que a Jorge lo habían
agarrado en Brasil levantó la voz y me dijo: "¡Qué imprudente! Me cansé de decirle
que no pisara América Latina, no entiendo por qué se arriesgó así..."
Roberto Cirilo Perdía, integrante de la Conducción Nacional de Montoneros desde
1972 hasta su disolución en 1983, explicó veinte años después la importancia
que para ellos revestía tener un capellán.
–Nosotros creamos en 1978 la figura de la Capellanía en el Ejército Montoneros
con una finalidad política. La idea principal tenía que ver con una gestión
que estábamos haciendo para lograr el reconocimiento como fuerza beligerante
por parte de Naciones Unidas. Planteábamos que desde ese lugar podíamos llegar
a discutir el tema de los presos en la Argentina –dijo.
El concepto de fuerza beligerante nació en las guerras anticoloniales de África
y, básicamente, había habido en aquel momento dos posiciones centrales: el reconocimiento
de la fuerza y el control del territorio, presupuestos que Montoneros también
perseguían. Tener un capellán era, de alguna manera, darle entidad de ejército
popular a la guerrilla.
–El padre Adur no se incorporó como un militante montonero, él se incorporó
como capellán con el permiso y consentimiento de su orden, que era la Congregación
de los Padres de la Asunción. Él no se clandestinizó, el superior de su orden
lo autorizó formalmente. El celebró misas con grupos de compañeros –aclaró Perdía.
–Jorge Adur fue un militante entrañable y a la vez, tenía una vocación religiosa
conmovedora. Nunca participó personalmente de ninguna operación militar, jamás
agarró un fusil, no hizo nada que tuviera que ver con la violencia. Y si alguna
vez le hubiéramos dado a elegir, lo hubiéramos puesto frente a esa disyuntiva,
él se quedaba con el sacerdocio, abandonaba Montoneros, estoy seguro. Recuerdo
cuándo le tocó ir a ocuparse espiritualmente de los compañeros que estaban entrenando
en el Líbano. Nosotros le explicamos a la gente de AlFatah, que llegaba el capellán
de la organización y seguramente en nuestro malísimo inglés, entendieron cualquier
cosa y pensaron que era un ministro o algo así. Cuando Jorge bajó del avión
con su traje oscuro, se encontró con que lo esperaba una guardia de honor de
guerrilleros palestinos armados que lo saludaron como si fuera un presidente.
Fue muy gracioso... –recuerda Mario Montoto, ex militante de Montoneros, devenido
exitoso empresario.
En la Asunción todos se levantaban a las 6.45 con el tiempo justo para cepillarse
los dientes y hacer la cama. A las 7 celebraban misa y luego desayunaban. Adur
compartía las tareas de la limpieza de la casa y la preparación de las comidas
los sábados y domingos. Durante la semana no hacía falta, una señora les cocinaba.
Uno de los clérigos lo recordó de esta manera:
–Era muy carismático y con una gran vocación, justamente por eso estaba encargado
de la formación, esa labor no se la dan a cualquiera. Hombre de oración y de
gran brillo intelectual. Sereno, siempre dispuesto a escucharnos y a recibir
a cualquier persona que llegara a la capilla. Le gustaba la música clásica y
tenía muy buena relación con las jóvenes. Había nacido en Nogoyá, en el centro
oeste de Entre Ríos, y le gustaba tomar el mate. Nosotros lo cargábamos, le
decíamos "panza verde"... Guardaba un gran afecto por la familia y se veía mucho
con una hermana soltera que vivía en Buenos Aires y que murió en 2000. Como
muchos de los sacerdotes que se sumaron al Concilio Vaticano II, él estaba enmarcado
en la opción preferencial por los pobres. Nosotros nos enteramos de su vinculación
con Montoneros cuando fue de público conocimiento, pero su labor como formador
fue intachable y sus consejos siempre fueron religiosos, nunca con contenido
político.
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Estrella Federal
A
través de la revista clandestina Estrella Federal –órgano oficial de Montoneros–
de agosto de 1978, se le comunicó a la "tropa"que el padre Jorge Adur era su
capellán. Esa edición número 5 traía la noticia en tapa junto con la Carta al
pueblo escrita por Adur y otros dos documentos reveladores. Uno era la reproducción
del reportaje conjunto al cura y al comandante montonero Horacio Mendizábal,
que les efectuó en París el periodista Francisco Ortiz Pinchetti, a quien le
fue dada la primicia sobre la capellanía. Y el otro, la comunicación oficial
que se le hizo acerca de eso al Vaticano en fecha 10 de julio de 1978.
"Viste Adur el uniforme del Ejército Montonero: la chamarra de cuero negro con
las insignias de su grado –capitán– sobre el alzacuellos del sacerdote. Lo es
y lo parece en todo momento. Por su apariencia apacible, por su serenidad y
también por el tono casi pastoral de su voz", describía Ortiz Pinchetti en su
artículo.
"Por primera vez en la historia reciente, un movimiento revolucionario, un ejército
popular, tiene oficialmente un capellán. La designación del padre Adur fue conocida
aquí por Proceso como primicia mundial", se ufanaba.
"Y algo más: el sacerdote cuenta con el consentimiento de su congregación. En
breve, el Ejército Montonero comunicará oficialmente la designación a la Santa
Sede", anunciaba.
–¿Será usted clandestino, padre Adur?–le preguntó el periodista.
–Mire, yo clandestino, en la lucha de mi pueblo, no sirvo para nada. Yo cuidaré
mi vida, pero diré siempre: soy el padre Adur, soy el capellán del Ejército
Montonero, me pueden escribir o me pueden ver en tal lugar, donde esté–respondió.
–Otra posibilidad es que tenga conflictos con la jerarquía de su país–insistió
Ortiz Pinchetti.
La respuesta de Adur fue toda una denuncia:
–En la Iglesia argentina, es cierto, ciertas maneras mías y de otros sacerdotes,
de interpretar la situación que vive nuestro país, ha creado dificultades –reconoció–.
Pero también es cierto que la Iglesia argentina, no sólo en sus cristianos sino
también en su jerarquía, está en estos momentos prácticamente en el borde con
respecto a la agresión, al genocidio de la dictadura militar... Claro, tendré
dificultades con hombres como Victorio Bonamín (provicario castrense) o como
Adolfo Tórtolo (arzobispo de Paraná y dirigente de la Conferencia Episcopal
Argentina), que son el apoyo no sólo teológico, sino ideológico del enemigo
del pueblo argentino. Tendré dificultades, sí, que habrá que encarar a su debido
tiempo. Estoy convencido de que lo que justifica mi actitudes lo que hay detrás
de todo esto: la justicia para nuestro pueblo. Y no se trata sólo de ponerme
del lado de él, sino también de mostrarle lo que lo hará feliz. Hay una linda
frase de Jesús en el Evangelio, cuando llorando ante Jerusalén, dice: "Jerusalén,
si conocieras lo que te puede dar la paz..." –remató Adur.
El comandante Horacio Mendizábal (militante católico, originario de la Democracia
Cristiana) también aportó lo suyo en aquel artículo; dijo que le había costado
mucho lograr convencer al cura para que aceptara la capellanía y luego explicó
que la decisión de institucionalizar esa figura en el Ejército Montonero tenía
"todo ese sentido político de recuperar la historia de los ejércitos populares
y demostrarle a las masas que la Iglesia no es Bonamín o Tórtolo que bendicen
las picanas y la represión, sino que la Iglesia son los católicos que pelean
y los sacerdotes que están al lado del pueblo".
–¿Por qué el padre Adur?–le preguntó el periodista.
–Bueno, porque para ser nuestro capellán no cualquier sacerdote, sino uno que
realmente expresara el amor a su pueblo y que fuera concurrente con su lucha.
Y el padre Adur hace diez años que está del lado de esta lucha –explicó Mendizábal.
Carta al Vaticano
La comunicación al Vaticano fue dirigida al cardenal Jean Villot –miembro conspicuo
de la logia masónica P2– en su carácter de secretario de Estado de la Santa
Sede y firmada por Horacio Mendizábal como "Comandante 4to. Secretario del Partido
Montonero. Jefe del Ejército Montonero". Luego de describir un panorama de las
luchas populares desde las Invasiones Inglesas hasta la guerra de la Independencia,
y desde la Resistencia peronista hasta el terror de la dictadura de Videla,
"desatando la más sanguinaria persecusión contra hombres y mujeres, 30.000 de
los cuales se encuentran presos, han sido muertos o están desaparecidos", Mendizábal
le apuntaba a Villot:
"La barbarie sin par de la actual dictadura no fue obstáculo suficiente para
que el pueblo argentino ejerciera su defensa propia debiendo llegar a empuñar
nuevamente las armas, recayendo en esta oportunidad histórica la responsabilidad
del enfrentamiento militar en nuestro Ejército Montonero, heredero de las luchas
de los humildes y desposeídos de nuestra patria".
"Esta tradición argentina contó siempre con la participación, bajo muy distintas
formas, de sacerdotes y laicos de la Iglesia Católica (...)
–agregaba–. Muchos son los ejemplos que nos vienen a la memoria de los hombres
de Iglesia que han dado su testimonio, desde el lejano pero siempre recordado
Fray Luis Beltrán, que concilio su prédica evangelizadora con las tareas logísticas
que requería el Ejército Libertador del general San Martín, hasta los más próximos
y tan abnegados mártires de la actual resistencia como monseñor Angelelli, el
padre Carlos Mugica, los sacerdotes palatinos asesinados brutalmente en 1976,
o las secuestradas hermanas religiosas sor Alice Domon y sor Renée Duquet, entre
tantos otros".
"El Ejército Montonero –proseguía– integrante del pueblo argentino y consecuente
defensor de sus derechos, es profundamente respetuoso de sus tradiciones cristianas
y valora especialmente el significado que tiene para este pueblo (...) que hombres
de la Iglesia compartan activamente su justa causa, aun quedando sujetos a los
mismos riesgos físicos que hoy padece el hombre argentino.
Mayor es la importancia actual de dicho testimonio en tanto que en nuestro país
existen algunos pocos, pero muy promocionados hombres de esa misma Iglesia,
que sirven de apoyo teológico e ideológico a los opresores del pueblo, desvirtuando
postulados evangélicos y la doctrina eclesial" –puntualizaba.
En el siguiente párrafo, Mendizábal concluía con que "por los motivos aludidos
hemos resuelto crear en nuestra fuerza la institución de la Capellanía y solicitarle
al R. P. Jorge Adur tuviera a bien aceptar ser su titular, petición que fue
aceptada quedando oficializada su designación el día 1 de julio de 1978".
Por último, la carta precisaba que "por esta nota, cumplo en comunicar oficialmente
a Su Eminencia y, por su intermedio, a su santidad Paulo VI, los fundamentos
y circunstancias de la mencionada resolución".
Secuestro de los seminaristas
Dos años antes, el viernes 4 de junio de 1976, aproximadamente a las siete de
la mañana, un grupo comando había llegado a la casa de los asuncionistas, en
el barrio Las Manuelitas, en San Miguel, provincia de Buenos Aires, en varios
automóviles. Vestían ropa de fajina de tipo militar y cargaban armas largas,
pero según testimonios de vecinos, el que daba las órdenes era un hombre vestido
de civil.
Habían venido en busca del padre Adur, pero no lo encontraron. En la casa sólo
encontraron a dos seminaristas, los hermanos Carlos Felipe Di Pietro y Raúl
Eduardo Rodríguez, ambos profesos perpetuos del Colegio Máximo de los jesuítas
y alumnos de Teología del padre Adur. El hombre de civil decidió llevárselos,
así que los cargaron en un Ford Falcon junto a varios bultos. Los comandos habían
desvalijado la biblioteca en la convicción de que había literatura marxista.
Del informe sobre esos hechos que el superior regional de los asuncionistas
remitió al nuncio apostólico en Buenos Aires pidiéndole asilo político para
Adur, puede deducirse que Di Pietro fue presionado por sus captores para hacer
caer al religioso en una trampa y poder apresarlo:
"Hacia las 11.45 del mismo día (4 de junio)–se lee en el documento– el superior
regional de la congregación es llamado por teléfono por el hermano Di Pietro,
quien dice querer saber dónde se encuentra el padre Jorge Adur, pues desea hacerle
llegar un telegrama que le habría sido enviado a la casa donde habita. "
"Hacia las 15.45 del mismo día–continúa el escrito– el superior regional es
avisado de los hechos por vecinos del lugar. Inmediatamente se pone en contacto
con el señor obispo de San Martín, para informarle de lo acontecido. Luego,
con algunas personas de su confianza, evalúa los hechos. Dada la violencia y
la inseguridad que se viven en el país, la situación es considerada muy grave.
Aparentemente, el objetivo del operativo habría sido producir la detención del
padre Adur".
Di Pietro, nacido el 8 de agosto de 1944, había ingresado a los veintidós años,
el 6 de marzo de 1967, al Centro Vocacional que los padres asuncionistas tenían
en La Lucila. Según decía, había decidido su vocación movido por la influencia
que sobre él ejercía aquella comunidad.
De La Lucila se trasladó al barrio La Manuelita, en San Miguel, con los miembros
de su comunidad, entre los que se encontraban Raúl Rodríguez, Luis Ramón Rendón,
Paul Smolders y Jorge Adur.
Rodríguez había nacido en Lobos, provincia de Buenos Aires, el 29 de marzo de
1947. Ingresó al centro vocacional asuncionista el 1 de octubre de 1967. Durante
sus primeros años en la comunidad cursó regularmente el primero, segundo y tercer
año en el Colegio Domingo Faustino Sarmiento y luego rindió libre cuarto y quinto
año, según figura en el boletín En memoria de ellos, escrito por el padre Roberto
Favre en 1996.
Cuando Di Pietro y Rodríguez fueron secuestrados, el padre Adur, que había sido
avisado del operativo, se encontraba convenientemente oculto y a salvo. Pero
su hermana no tuvo la misma suerte: fue sacada de la oficina donde trabajaba
e interrogada acerca del paradero del cura.
En el informe al nuncio Pío Laghi, el superior de los asuncionistas continuó
describiendo así lo sucedido:
"Su hermana es interrogada por personas que se dicen de la Policía Federal.
El mismo viernes 4 de junio, hacia las 10 de la mañana, fue buscada por el grupo
de personas en su trabajo de la ciudad de Buenos Aires...
"A posterior tomamos conocimiento que el padre Adur fue ayudado por algunos
amigos y se encuentra oculto. El otro integrante de la comunidad, el hermano
Luis Ramón Rendan, diácono, también se oculta por algunos amigos y luego se
traslada a la República de Chile por disposición del superior provincial.
"Al visitar la casa donde sucedieron los hechos, el superior regional pudo comprobar
desorden en papeles y libros.
"Un automóvil con dos hombres en su interior fue observado en los días siguientes
al 4 de junio en las proximidades de una casa de familia, que el padre Adur
suele visitar.
"Frente a la gravedad de los hechos y sus posibles consecuencias, se realiza
una gestión ante la Nunciatura Apostólica, tendiente a asegurar la protección
del asilo para el padre Adur"– finalizaba el documento.
–El padre Adur fue un sacerdote abnegado, un gran formador para nosotros. No
fue un hombre que tuviera dudas sobre su vocación, todo lo contrario. Mientras
estuvo con nosotros cumplió sacerdotalmente con su misión.
–El día que secuestraron a los dos seminaristas, él había hecho un viaje, no
sabíamos adonde estaba. Después nos enteramos de que estaba en Francia y no
volvimos a tomar contacto con él –contó otro miembro de la congregación.
Los Tacuara
Tacuara tenía un atractivo puramente romántico para los jóvenes católicos argentinos
sedientos de acción. Era una organización violenta, de extrema derecha, que
los activistas de la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES) habían
formado después del golpe militar del 16 de septiembre de 1955. En parte, porque
muchos pertenecían a familias respetables; y en parte, porque profesaban un
virulento anticomunismo, sus miembros gozaron casi siempre de inmunidad policial.
Eran adoctrinados por el ultranacionalista cura Julio Menvielle, admirador del
corporativismo y por el seminarista Alberto Ezcurra. Amaban a Adolfo Hider y
a Benito Mussolini; condenaban el sionismo y ponían en duda que el Holocausto
hubiera existido; se proclamaban resistas y sanmartinianos; y eran capaces de
matar a puntapié a quien se atreviera a sugerir que el Padre de la Patria había
sido masón.
Sistemáticamente, cada 11 de septiembre, Día del Maestro, los chicos de Tacuara
destrozaban en nombre de Facundo Quiroga y del Chacho Peñaloza alguna estatua
de Domingo Faustino Sarmiento; y cada 2 de febrero, aniversario del Pronunciamiento
contra Juan Manuel de Rosas, hacían lo mismo con el busto del "traidor" Justo
José de Urquiza.
Los fundadores de la Organización Montoneros, Fernando Abal Medina y Carlos
Gustavo Ramus, pertenecieron desde sus catorce años a Tacuara. La familia de
Ramus poseía un campo en Timote donde las cruces gamadas eran parte de la decoración
del living. Entre sus simpatizantes también se encontraba Rodolfo "Gabriel o
el loco" Galimberti, quien ingresó a Tacuara a los catorce años y luego se transformó
en líder de la Juventud Peronista, y jóvenes que después integraron al ERP,
las FAP y los Tupamaros.
Norberto Crocco –hermano de Noemí, la mujer de Aldo Rico– y Carlos Capuano Martínez,
este último ligado a la Iglesia Cristo Rey de Córdoba, y ambos miembros de la
Juventud de la Acción Católica Argentina, fueron tacuaras antes de convertirse
en montoneros. Crocco admiraba al mariscal Rommel. También fue tacuara el dirigente
de la JEC, Mario Firmenich, hijo de yugoslavos croatas, quien por entonces se
confesaba católico, antisemita y de extrema derecha.
El lema de Tacuara era "Religión o muerte" y según escribió Mario Diament en
un reportaje a Juan Manuel Abal Medina, hermano de Fernando, que se publicó
en la revista Siete Días en 1983, el grupo estaba vinculado a los servicios
de inteligencia.
Aunque por su afinidad con el corporativismo de Mussolini, podía suponerse que
también simpatizaban con Perón, nada les resultaba más ajeno. Probablemente
la quema de las iglesias, en junio de 1955, y su pertenencia a una clase adinerada
y católica, los separaba de la chusma de los cabecitas negras, y los colocaba
en la vereda de enfrente. Los tacuaras eran antiperonistas. Sin embargo, cuando
en los sesenta ingresaron a sus filas jóvenes peronistas católicos, comenzó
a crecer el ala "izquierda" de la agrupación. Y así nace el Movimiento Nacionalista
Revolucionario Tacuara (MNRT), dirigidos por José Luis Nell (es herido de gravedad
el 20 de junio en Ezeiza) y Joe Baxter, un estudiante de abogacía de origen
inglés, que más tarde se fuga a Uruguay y crea las semillas de lo que después
fue el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
El historiador inglés Richard Gillespie en su libro Soldados de Perón, dice:
"Definidos como los "peronistas jóvenes que querían pelear", el MNRT, como recordó
un antiguo afiliado, leía cuanto de subversivo y clandestino –incluso papeles
de la OAS (Organisatión Armee Secrete)– sin que le importara la ideología política.
Había en ello mucho de infantilismo y romanticismo".
"La tendencia a beber en tales fuentes de información provenía principalmente
del deseo de aprender a dirigir una lucha guerrillera aun cuando la mayor parte
de los escritos (muchos de ellos provenientes de Cuba y Argelia) que devoraban
los miembros de aquel movimiento impartían ideas izquierdistas. "
Ezcurra fue parte del MNRT y más tarde, regresó a su vocación en el seminario
de Paraná y se ordenó sacerdote en 1971.
En cambio, otro dirigente montonero, Dardo Cabo –hijo de un legendario dirigente
metalúrgico– había dirigido un grupo nacionalista católico, también derechista,
pero peronista, llamado Movimiento de la Nueva Argentina, antes de ser encarcelado
en 1966. La historia merece ser contada por el surrealismo que encierra. La
"Operación Cóndor" fue elucubrada por Dardo Cabo y consistió en la ocupación
pacífica y simbólica de las Malvinas. Desviaron un avión de Aerolíneas Argentinas,
justo en el momento en que el príncipe Felipe de Edimburgo desembarcaba en Buenos
Aires y era recibido por el gobierno de la "revolución argentina". En el avión
viajaba Raúl Ricardo García, luego director del diario Crónica, que viajó como
rehén y consiguió la primicia. El grupo estaba compuesto además de Cabo, por
quince jóvenes peronistas más: Alejandro Giovenco (que desembarcó en las islas
con una cruz en el cuello y en el año 1975 cuando integraba un grupo de la ultraderecha,
caminando por la calle rumbo a un atentado el explosivo que llevaba explotó
antes de tiempo, y le voló el brazo),y María Cristina Verrier, una bella joven
hija de un juez, que trabajaba de actriz y a la que Cabo había enamorado con
su audacia y sus historias militantes. Cuando regresaron a la Argentina, todos
terminaron presos. Al salir de la cárcel, Dardo Cabo se convirtió en jefe de
la organización Descamisados (en 1973 se fusionaron con Montoneros), junto a
los militantes católicos Horacio Mendizábal y Norberto Habegger, luego director
del diario Noticias.
Cristianismo y Revolución
La revista Cristianismo y Revolución apareció por primera vez en septiembre
de 1966. La evolución de las ideas políticas de Juan García Elorrio, quien ejerció
una gran influencia sobre los premontoneros, se plasmaron en cada una de sus
notas y editoriales. También los jóvenes de la Juventud Peronista (JP), fuesen
o no católicos, se la devoraban. Su lectura era obligatoria para poder estar
a la page, tal como en los años cincuenta lo era leer a Proust y en los sesenta
a Sartre.
–Yo particularmente no fui un militante cristiano. Vengo de una familia donde
se preocuparon porque tomara la primera comunión, pero después no tuve una formación
religiosa más amplia. Sin embargo, como cualquier joven militante de los setenta
me devoraba la revista Cristianismo y Revolución. No se podía actuar, relacionarse
ni intercambiar ideas sin leer esa revista – reconoció Dante Gullo, ex militante
de la JP.
Hijo de un matrimonio de clase media alta, con panteón familiar en el Cementerio
de la Recoleta y el corazón en la derecha católica, Juan García Elorrio no pudo
menos que ingresar al Seminario de San Isidro para ser cura. Pero no tardó mucho
en darse cuenta de que su destino no sería el sacerdocio: a los veintiún años
abandonó aquella vieja casa rodeada de árboles, cercana a la Catedral, y tomó
como lema de vida las máximas de Camilo Torres y el Che Guevara: "El deber de
todo católico es el de ser revolucionario. El deber de todo revolucionario es
el de hacer la revolución".
Antes de que muriera sospechosamente atropellado por un auto en 1970, Juan García
Elorrio tuvo tiempo para reconciliar a los católicos con la violencia.
"Camilo Torres, silenciado y retaceado por sus propios hermanos cristianos,
nos señala el carisma evangélico en la lucha por la liberación de nuestros pueblos
y su nombre es bandera del movimiento revolucionario latinoamericano", decía
el primer editorial de Cristianismo y Revolución. En la revista publicaban sus
comunicados el ERP, los Montoneros, y las Fuerzas Armadas Peronistas.
A propósito de Juan García Elorrio, aunque influyó poderosamente en los jóvenes
católicos que ingresaban en manada a la guerrilla, todos los testimonios aseguran
que a pesar de su gran carisma, no fue muy querido por sus compañeros. Y menos
aún por las mujeres, debido a su autoritarismo y misoginia.
"Graciela no tenía un buen recuerdo de García Elorrio, pero la noticia de su
muerte la conmovió por algún momento. Después, mientras seguía hablando por
teléfono, se acordó de cuando él la echó del Camilo y, enseguida, de cuando
una vez que estaban caminando por la calle Córdoba y Pueyrredón y Juan estaba
con bronca con una militante."
–Son todas iguales. A las mujeres la política les entra por la vagina, y así
les va –recuerdan sobre una anécdota de Graciela Daleo, Caparros y Anguita en
La Voluntad.
A finales de los sesenta la Argentina era una hoguera. En abril de 1964, sobre
una colina ubicada encima del río Las Piedras, en Oran, Salta, un grupo de guerrilleros
–el Ejército Guerrillero del Pueblo– hambrientos y desahuciados, fueron apresados
por el Ejército. Entre ellos –era su jefe– se encontraba Jorge Ricardo Massetti,
un militante nacionalista ultracatólico, periodista obsesivo, amigo de Rodolfo
Walsh, que había estado con el Che en Sierra Maestra y luego de la revolución,
en 1959, fue el mítico jefe de la agencia de noticias Prensa Latina. Ésta fue
la segunda experiencia de guerrilla rural en la Argentina. La primera fue Uturuncos,
en 1960. En septiembre de 1968, se descubría en Taco Ralo, a 120 kilómetros
deTucumán, un campamento guerrillero rural, integrado por Néstor Verdinelli,
Envar el Kadre, Amanda Peralta de Dieguez, Samuel Slutzky, Dionisio Pérez y
el seminarista español Arturo Ferrer Gadea, quienes se definieron como "argentinos,
revolucionarios y peronistas". El mayor Alberte, secretario del Partido Justicialista
(asesinado en 1976) los reconoció como tales y la CGT de Ongaro les mandó un
abogado. Luego fueron parte de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) en el seno
de la cual estaban además, Carlos Caride y los seminaristas Arturo Ferré Gadea
y Gerardo Ferrari, vinculados íntimamente a Cristianismo y Revolución.
Pero también eran reporteados en el mensuario curas del Tercer Mundo, como el
padre Hernán Benítez. En septiembre de 1970, a poco del secuestro del general
Pedro Eugenio Aramburu, se le preguntaba al cura lo siguiente:
–¿No cree usted, padre Benítez, que los curas del Tercer Mundo, con su prédica
de la violencia, son un poco responsables en el fondo del asesinato de Aramburu?
–En el fondo, del asesinato de Aramburu, más responsables que los curas del
Tercer Mundo, es usted, soy yo, es el cardenal Caggiano y el propio Aramburu
–respondió Benítez. Y continuó: "Porque observe usted, los jóvenes señalados
por la policía como ejecutores del hecho, no son de extracción peronista. No
son gente del pueblo. No son hijos o parientes de los veintinueve argentinos,
unos asesinados, otros ejecutados, en junio del '56. Huelen a Barrio Norte.
Católicos de comunión y misa regular. Algunos, hijos de militantes de los comandos
civiles. Al caer el peronismo contaban con cinco o diez años.
Nacieron y crecieron oyendo vomitar pestes contra el peronismo. ¿Qué los lleva
a reaccionar violentamente contra el medio social en que se acunaron? A mi entender,
dos causas: primera, la convicción de que sólo la violencia barrerá con la injusticia
social. Por las buenas jamas los privilegiados han cedido uno sólo de sus privilegios.
Estos jóvenes sienten con una fuerza que no sentimos los viejos, la monstruosidad
de que un quince por ciento posea más bienes que el ochenta y cinco por ciento
restante. Viven en estado de indignación y de irritación del que apenas podemos
formarnos idea (...)".
Juan Manuel Abal Medina, hermano de Fernando, uno de los fundadores de Montoneros
asesinado en William Morris, él también dirigente peronista, luego exiliado
en México, decía sobre su hermano: "Saliendo del Buenos Aires, Fernando ingresó
en la Facultad de Ciencias Económicas –quería estudiar economía política–. Y
allí comienza una vinculación más cercana de él con grupos vinculados al catolicismo
post conciliar, por llamarlo de alguna manera: los grupos vinculados a la teología
de la liberación, en especial el de Cristianismo y revolución, que en aquel
entonces era el centro periférico de la Argentina. Para estas mismas épocas
yo me vinculo con quien fue mi primer maestro político: Marcelo Sánchez Sorondo;
y colaboro con él como secretario de redacción del periódico Azul y Blanco,
durante ocho años. Esta actividad comienza estando yo todavía en el Buenos Aires
y dura hasta que tuve 24 años. En un determinado momento Fernando se aleja un
poco de la familia. Esto nos sorprendió a todos. Intenté conversar con él en
varias ocasiones. Pero a pesar de todo lo abierto que era en sus demás cosas,
en este tema de por qué dejaba de estar en casa por semanas, era muy cerrado..."
Una época tan alborotada también engendraba sus anticuerpos y la censura se
había convertido en algo cotidiano. Todo aquel que generaba la menor sospecha
de "inmoralidad" o "comunismo" era inmediatamente prohibido. En los albores
de 1968, las cincuenta comisarías de Buenos Aires habían sido instruidas mediante
una circular que debía reprimir el auge de las camisas floreadas y los pelos
largos. La prioridad era la guerra anti hippie, aun cuando la mayoría de las
comisarías no contaran con los elementos necesarios para atender sus funciones
específicas. Como anécdotas divertidas de la época valen las siguientes: una
de las víctimas del largo de la cabellera como problema de los organismos de
seguridad fue el plástico Ernesto Deira, rapado luego que fuera víctima de una
razzia en la inauguración de un café concert que los uniformados confundieron
con un mitin "castrocomunista". En una conferencia de prensa, el jovenzuelo
Luis Ángel Dragani, vocero de la cuasi ignota Federación Argentina de Entidades
Anticomunistas, denunciaba que gracias a la astucia de uno de sus miembros –había
conseguido un curso de detective por correspondencia– había logrado infiltrar
las filas hippies y se habían enterado de que sus lideres pretendían convertirlos
en guerrilleros al servicio de Pekín, amén de anular la voluntad juvenil suministrándoles
drogas como Dexamil Spansule 2 (cuyo único resultado sería convertirlos en anoréxicos
o fanáticos del estudio). Baluarte creativo de la década, el Instituto Di Tella
había estimulado una forma de investigación colectiva que rompió con las pautas
tradicionales del quehacer intelectual argentino. Allí se sintetizó y procesó
toda la experiencia de vanguardia que habían hecho plásticos y músicos. En mayo
de 1968 el Instituto fue clausurado a causa de un evento en el que se exponía
un baño público creado por el artista Roberto Plate y al que el público tenía
acceso. El descubrimiento de un grafitti con contenidos "porno-políticos" (como
el de cualquier baño de este tipo) desató las iras de los censores, provocó
el cierre del organismo y el proceso de desacato a su director, el ingeniero
Enrique Oteiza. A principios de junio fueron profanadas tumbas del cementerio
israelita de Liniers. La liberación en Munich de William Harsters, jefe de la
policía de la ocupación alemana en Holanda, responsable de la muerte de mas
de ochenta mil judíos, entre ellos Ana Frank, coincidió con la aparición de
una fuerte cantidad de publicaciones antisemitas. Mientras tanto, el sacerdote
nazi Julio Menvielle, de Tacuara, se enorgullecía, en declaraciones a la revista
Panorama, de que "el sentimiento antijudío es cada vez más fuerte en el país"
y la Guardia Restauradora Nacionalista proponía colgar en Plaza de Mayo al psicoanalista
Mauricio Goldenberg. En 1969, los militantes católicos, Emilio Maza, Carlos
Capuano Martínez, Susana Lesgart (asesinada en la cárcel de Trelew en 1972),
Ignacio Vélez y Gustavo Ramus realizan el copamiento de la localidad de La Calera
en Córdoba, que provocó primero un shock en la población y luego una gran adhesión.
Maza fue herido y un sacerdote amigo lo escondió. Aquí aparece vinculado por
primera vez, Elbio Gringo Alberione, sacerdote muy relacionado a la teología
de la liberación, que luego abandonó los hábitos y se convirtió en uno de los
miembros de la conducción de la organización guerrillera. Un año más tarde vendría
el lanzamiento de Montoneros, con el secuestro y asesinato de Aramburu.
En el equipo de Cristianismo y Revolución o el Comando Camilo Torres militaban,
entre otros, Casiana Ahumada, esposa de García Elorrio, quien después de la
muerte de su marido se convertiría en la directora de la revista, Graciela Daleo,
Mario Firmenich, Carlos Ramus, Fernando Abal Medina, José Sabino Navarro y Emilio
Maza. A mediados de 1967 eran treinta militantes que no habían cumplido los
veinticinco años, divididos en células casi militares de tres niveles distintos
de funcionamiento. José Sabino Navarro, venía de la JOC de Córdoba, era dirigente
mecánico del Smata y tomó el mando de Montoneros cuando fue asesinado Fernando
Abal Medina, el 7 de septiembre de 1970 –años después declarado Día del Montonero–
en la confitería La Rueda de William Morris. Sabino Navarro, el Negro, era un
correntino parco, introvertido, aguerrido, de fuertes convicciones políticas
y muy querido por sus compañeros.
El Comando Camilo Torres dirigido por Juan María Elorrio fue precélula de Montoneros.
Su nombre no hacía suponer que sus militantes debieran ser forzosamente cristianos,
aunque muchos lo eran. Una excepción fue Norma Arrostito –mujer de Fernando
Abal Medina– que sólo se convertiría al catolicismo estando presa en la ESMA.
La mayoría creía en las posiciones de la Iglesia Tercermundista, aunque iban
más allá. Consideraban que la violencia iba a ser el método revolucionario por
excelencia y se inspiraban en la Revolución Cubana. También iniciaban un acercamiento
al peronismo, aunque desconfiaban de las dotes transformadoras de Perón.
Cristianismo y Revolución fue un gran movilizador en la radicalización de los
400 sacerdotes argentinos y del puñado de obispos que apoyaron el Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Aunque fueron contados los que ayudaron
a los guerrilleros o justificaron sus actividades, muchos de ellos –aun cuando
trabajaran por la paz– se negaron a condenarlos públicamente y pidieron, en
vez de ello, que se cuestionara el sistema generador de su violencia", dice
el escritor inglés.
"En un país donde el 90 por ciento de la población estaba bautizada y el 70
por ciento había recibido la primera comunión, las ideas católicas radicales
socavaron decisivamente la influencia conservadora que la jerarquía eclesiástica
ejercía sobre millares de argentinos. Especialmente los jóvenes despertaron
la preocupación por los problemas y los cambios sociales, legitimaron la acción
revolucionaria y encauzaron a muchos hacia el Movimiento Peronista", aclara
Gillespie, quizás el historiador que mejor desmenuzó aquellos años. En realidad,
para el puñado de católicos que constituyeron el núcleo montonero, sus fundadores,
esas ideas eran el elemento más importante de las modificaciones en la acción.
El 18 de mayo de 1965, Carlos Mugica representó a la opinión católica en el
encuentro Diálogos entre Católicos y Marxistas. Fue en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UBA y estaba acompañado por Guillermo Tedeschi. En la tribuna
opuesta se encontraban Fernando Nadra y Juan Carlos Rosales, dirigentes del
PC.
Mugica dejó bien en claro las diferencias entre unos y otros: el concepto de
Dios y oración, el sentido del sexo y del arte, la concepción del amor al prójimo
y el concepto de persona, fueron puestos en blanco y negro. Pese a ello, aquel
encuentro significó el principio del fin de la Juventud Universitaria Católica
(JUC).
Los obispos no aprobaron esta reunión. Eduardo Díaz de Guijarro, presidente
de los estudiantes católicos, fue citado para dar explicaciones ante la Comisión
Permanente del Episcopado, la cual decidió en diciembre de ese año intervenir
la JUC. En los hechos, se la empujó así a su desintegración. A la hora de juzgar,
monseñor Adolfo Tórtolo fue uno de los más duros, mientras que el cardenal Caggiano
se mantuvo con un espíritu conciliador. Unos años después, aquellos ex militantes
de la JUC secuestraban a Aramburu.
Una fe militante
Donde cayó Camilo,
nació una cruz,
pero no de madera sino de luz,
cuando iba por su fusil,
Camilo muere para vivir.
CANCIÓN DE DANIEL VIGLIETTI
EN HOMENAJE AL CURA GUERRILLERO
Nada más romántico que un cura guerrillero, para la generación argentina de
los años setenta. Por más que el 15 de febrero de 1966 los agentes del régimen
colombiano terminaron con la existencia física del padre Torres, su figura siguió
señalando el camino de la liberación latinoamericana en la década siguiente.
Tras su muerte, entre sus documentos personales se halló la siguiente confesión:
"Soy revolucionario como colombiano, porque no puedo ser ajeno a las luchas
de mi pueblo. Soy revolucionario como sociólogo, porque gracias al conocimiento
científico que pude adquirir de la realidad llegué al convencimiento más absoluto
de que soluciones eficaces no se logran sino gracias a la revolución. Soy revolucionario
como cristiano, porque la esencia del cristianismo es el amor al prójimo y solamente
por la revolución puede hallarse el bien de la mayoría. Soy revolucionario como
sacerdote, porque la entrega al prójimo exigida por la revolución es un requisito
de caridad fraterna indispensable para realizar el sacrificio de la misa, que
no es una ofrenda individual, sino de todo el pueblo de Dios, por intermedio
de Cristo".
"Yo he dejado los deberes y los privilegios del clero, pero no he dejado de
ser sacerdote. Creo que me he entregado a la revolución por amor al prójimo.
He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo en el terreno temporal
económico y social. Creo que así sigo el mandato de Cristo."
Había nacido en Bogotá el 3 de febrero de 1929. Ordenado sacerdote viajó a Bélgica
y en la Universidad de Lovaina se doctoró en sociología y ciencias políticas.
Cuando volvió a su tierra no dejó de realizar conferencias, clases y cursos
universitarios. También escribió ensayos y libros, todo con el único objetivo
de lograr la revolución social en su patria y en toda América latina. Luego
de convencerse de que no alcanzaba con las palabras, se incorporó al Ejército
de Liberación Nacional (ELN). El gobierno de Guillermo León Valencia lanzó sobre
el cura y su grupo todo el poderío militar de que disponía. En combate desigual,
Camilo cayó junto a otros cuatro combatientes.
Pero Medellín había incitado a una revolución teológica que se extendió por
amplios sectores de la Iglesia católica durante los años sesenta y produjo un
impacto particularmente fuerte en los jóvenes argentinos.
Esa teología fue impartida al embrión de los Montoneros por dos hombres, cuyas
diferentes actitudes respecto de la violencia, reflejaban el dilema de los radicales
católicos. Juan García Elorrio adoptó el punto de vista de Camilo Torres, según
el cual "la revolución no sólo está permitida, sino que es obligatoria para
todos los cristiano: que vean en ella la manera más eficaz de hacer posible
un mayor amor para todos los hombres". Carlos Mugica hizo la opción por los
pobres y por la democracia, con la vuelta de Perón al poder.
Mateo Perdía y Arturo Paoli
Nacido en Pergamino, provincia de Buenos Aires, Roberto Cirilo Perdía se crió
en el seno de una familia cristiana con dos tíos que fueron curas pasionistas:
Mateo y Marcos. El primero fue presidente durante casi ocho años de la Confederación
Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Durante su mandato, entre la segunda mitad
de la década del setenta y comienzos de los años ochenta, el CLAR tuvo pronunciadas
diferencias con la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), conducida
por el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo.
–Mateo fue párroco de la Iglesia de la Santa Cruz y provincial de los pasionistas
en Argentina y Uruguay. El ayudó para que la parroquia, donde residía, fuera
utilizada por el grupo originario de las Madres de Plaza de Mayo –recordó su
sobrino, quien actualmente trabaja en la Universidad de Lanús, haciendo una
maestría en Políticas Públicas.
Su último cargo fue como asesor de la Subsecretaría de Derechos Humanos, hasta
1998, en pleno gobierno de Carlos Menem, cuando renunció Alicia Pierini. En
su libro La otra historia, Roberto Perdía escribió:
"En la iglesia de la Santa Cruz se hicieron a comienzos de 1977 las primeras
reuniones presididas por Azucena Villaflor de De Vicenti, madre de un desaparecido
dirigente peronista. En ellas se infiltró Alfredo Astiz y él fue quien entregó
a Azucena, a otros familiares y a las monjas francesas Alice Domon y Léonie
Duquet, todos secuestrados y desaparecidos entre el 8 y el 10 de diciembre de
1977".
A comienzos del año 2001, durante una larga entrevista a propósito de este libro,
contó que había tenido un diálogo permanente con Mateo antes de estar en la
organización, durante su militancia y todo el tiempo que estuvo en el exilio.
–Nos encontrábamos en algún lugar del mundo, porque él vivía bastante amenazado.
Entraba y salía con bastante cuidado de la Argentina y así desarrollaba su actividad.
Hasta que murió, hace de esto cinco años, tuve con él un diálogo muy fuerte.
Por todo esto, mi relación personal con la Iglesia no sólo viene de la posición
de la organización sino también de una tradición familiar. Con Mateo me unían
no sólo lazos familiares, sino una manera de pensar, que nos identificó con
el Concilio Vaticano II, entre otras cosas.
Roberto Cirilo Perdía se recibió de abogado en la Universidad Católica Argentina,
y también estudió en esa casa dos años de sociología. No iba a misa periódicamente,
sólo en ocasiones participaba de alguna ceremonia. En cambio, era presidente
del Centro de Estudiantes de Derecho y dirigente bancario.
–Un día me incorporé a un grupo que se llamaba Economía Humana, que había formado
un abogado, Juan Zabala Rodríguez. Allí se reflexionaba sobre el círculo de
la pobreza y sobre todo uno se capacitaba. En una de esas charlas lo conocí
al cura Arturo Paoli, me impresionó mucho su pensamiento y en 1964 me fui con
él a Reconquista, al norte de Santa Fe, a trabajar con los hacheros, hasta el
'68 o '69.
Arturo Paoli era un sacerdote italiano, de manera que intentó trabajar en la
Argentina sobre el diálogo entre cristianos y marxistas, al modelo de su país.
Pero se encontró con que los cristianos de acá no eran como en Italia, de la
Democracia Cristiana, sino peronistas. En esa comunidad, Perdía fue el referente
de los jóvenes que trabajaban junto al padre y también abogado de distintos
gremios, pero tenía vínculos permanentes con Buenos Aires y muy pronto los tendría
también con el grupo del cura Mugica.
–Ahí lo conocí a él, a Abal Medina, a Firmenich, a Ramus, cuando fueron a misionar
en el '66 al norte de Santa Fe, en Tartagal. Yo era uno de los referentes de
los jóvenes que trabajaban con el padre Paoli y por eso nos conocimos. Pasé
varios días con ellos en el campamento, nos poníamos a charlar, a guitarrear,
a jugar al fútbol y nuestra teoría era reflexionar la realidad a la luz del
Evangelio. Después de ese encuentro, cada tres o cuatro meses yo venía a Buenos
Aires y nos reuníamos en el altillo que Mugica tenía arriba de la casa de los
padres, cerca de Las Heras y Pueyrredón, con toda la banda: Abal, Firmenich,
Ramus, Lucía Cullen. Después de las reuniones del altillo, a veces bajábamos
a comer a la casa de los padres –recordó Perdía.
Ya en 1967, ese grupo se reunía con sectores peronistas donde se discutía si
lucha armada "sí" o lucha armada "no", lo cual no era exclusivo de la Argentina,
ya que se discutía en toda América latina el tema de la violencia. Perdía mantenía
esas discusiones dentro del grupo de Paoli pero también con el de Mugica:
–En el marco de la Iglesia yo seguía vinculado a Paoli y el obispo era Iriarte,
que venía de sectores progresistas y cada vez se corría más a la derecha. Participaba
de reuniones en la parroquia y la misa era también un ámbito de discusión y
reflexión, siempre en un clima cristiano de compromiso. El cura Paoli no era
un sacerdote comprometido con la violencia ni propagandizador, pero sí muy jugado
en la defensa del pobre y bajo ese punto de vista planteaba que había que seguir
los caminos de Dios, aunque no era de decir "cuidado, no lleguen hasta ahí".
En cambio, el área porteña era más acelerada, ahí sí había una decisión en términos
de un compromiso armado y Mugica acompañaba ese proceso y lo impulsaba. Si tuviera
que comparar las actitudes de Paoli y Mugica, diría que el primero decía "compromiso
con la gente" y que Mugica agregaba "con la gente y hasta donde haga falta".
El grupo del Norte tenía la idea de que la respuesta violenta debía darse en
la medida en que la gente la fuera asumiendo y de hecho ya habían practicado
algunos primeros ejercicios con los sindicatos de los hacheros de la zona para
lograr a fuerza de pistola lo que con el sentido común no se conseguía:
–Hacíamos firmar actas de convenios colectivos arma en mano y al otro día íbamos
con abogados y escribanos a que se ejecutara lo firmado –recordó Perdía–. Estas
cosas yo las hablaba con Mateo y él tenía una idea parecida a la que tenía Paoli.
No era alguien que estimulara la violencia, pero tampoco la reprimía. Después,
cuando decidimos organizar una corriente específica armada, lo conversé con
él y no le extrañó. Ni me desalentó con un "no" absoluto, ni me alentó especialmente.
Muchas cosas que hice las aprendí de Paoli, lo cual no me exime de mi responsabilidad,
como tampoco la tuvo él de muchas macanas que me mandé–explicó.
El ex montonero también recordó que en las reuniones que el grupo de Paoli mantenía
con el de Mugica, iba surgiendo un compromiso fuerte, que primaba sobre las
diferencias de opiniones. Lo explicó así:
–Había una especie de compromiso tácito: al primero que se largue como estructura
político militar, los demás lo apoyamos. Yo, en el '66, había leído algo que
me impresionó mucho acerca de la guerrilla colombiana: "Ahora que sonaron los
primeros tiros, que están los primeros muertos, ¿dónde están los que hablaron?",
decía. Nuestro compromiso, entonces, tenía que ver con estar, con no desaparecer.
Ya cuando aparecieron los primeros muertos, estuvimos y no evaluamos ni tácticas
ni estrategias. Posiblemente ése fue un error político, pero era un compromiso
cristiano y humano. Y así pasó: cuando sonaron los primeros tiros se acabaron
las discusiones, se acabaron las palabras. No en vano, la organización siempre
se definió como una corriente que reivindicó el aspecto cristiano de la cultura
popular, y más allá de que hubiera compañeros judíos o ateos, ese espíritu cristiano
siempre primó.
Lo que no significaba que se hicieran ceremonias ni instrucción religiosa, claro.
La relación con el Episcopado
Así como hubo curas próximos o decididamente montoneros, en el otro extremo
del arco se alineaban aquellos que llegaron a confraternizar profundamente con
la dictadura. En tanto, en el medio del abanico se arracimaban los que silenciosamente
trataban de preservar el clero de mayores desgracias y también los que callaban
por miedo o conveniencia. Pero para Perdía sólo caben dos distinciones:
–Hubo tipos que nos dieron mucho, un Carlitos Mugica, un Paoli, un Mateo, un
Adur, a quienes reivindico totalmente y con los que estoy totalmente identificado.
Y hubo otra iglesia absolutamente cómplice de la dictadura.
Tenía sus razones.
En diciembre de 1976, a los pocos meses del golpe militar, la Organización Montoneros
le envió una carta al Episcopado Argentino planteándole sus razones acerca de
la elección de la vía violenta. En ella se reivindicaba el espíritu cristiano
de esa lucha y se le pedía su mediación para acabar con las desapariciones de
personas. Pero no hubo respuesta. La misma suerte corrieron otras tres o cuatro
cartas del mismo tenor, que fueron enviadas en años sucesivos. El padre Adur
fue el emisario de la última, fechada en 1982. Días después desaparecía cuando
viajaba de retorno a Brasil. La primera decía así:
"Debemos dejar claro una vez más que jamás hemos cometido el desatino de pretender
desarrollar la apología de la violencia como una cosa buena en sí misma. Por
el contrario, como que la padecemos con rigor y la ejercemos con dolor, sabemos
que la violencia de la guerra (pues no se trata de otra cosa), produce sufrimientos,
pérdidas irreparables a los pueblos, mucho más cuando como en el caso argentino,
se trata de una guerra civil. Sin embargo, resulta inalienable e indiscutible
universalmente el ejercicio de la violencia en defensa de la patria, en defensa
propia del pueblo y en defensa propia de sus individuos. Tal como lo hicimos
en 1975, nuestro Partido levantaba permanentemente una propuesta de pacificación
nacional (...)
"Confiamos en que la Iglesia argentina, tan golpeada también por la violencia
asesina de la dictadura, sepa interpretar nuestros anhelos de paz y justicia.
Su voz mesurada y apaciguadora suele ser escuchada en medio de los más fragosos
combates, y su posición le permite mediar donde nadie lo logra. Queda en vuestras
manos y en la voluntad de los responsables de esta guerra la última palabra.
Es nuestro deseo obtener vuestra respuesta por escrito o bien oralmente, en
fraternas conversaciones personales. "
La carta era firmada por Firmenich, Perdía, Yaguer y Roque, en nombre de la
Conducción Nacional de Montoneros.
En la carta del 29 de mayo de 1980, la organización señalaba las coincidencias
entre el Documento del Episcopado Argentino, cuyo título era Evangelio, diálogo
y sociedad, y el difundido por el Movimiento Peronista Montonero el 20 de abril
de 1980, llamado La justicia social y la soberanía popular son el camino hacia
la democracia y la paz.
En uno de los párrafos de esa misiva la Conducción Nacional de Montoneros pedía
lisa y llanamente un acercamiento de posiciones con la Junta Militar, pero ni
aún así el Episcopado Argentino se dignó a interceder para que la paz fuera
posible.
"Citando a Pablo VI, acerca del diálogo para la paz (...) no sólo compartimos
el deseo de paz–decían los montoneros– sino que vuestra invitación en el documento
nos sugiere una nueva instancia para iniciar el diálogo para la paz. Así entonces,
pensamos que el Episcopado Argentino podría garantizar que la Junta Militar
tuviera en sus manos nuestro documento, y eventualmente, también oficiar como
canal de comunicación entre las partes e inclusive como mediador. He aquí entonces
nuestra petición concreta".
El Episcopado hizo mutis por el foro, pero la historia dejó algunas enseñanzas
y hoy en la Iglesia argentina soplan nuevos vientos. El mismo Perdía no dejó
de reconocerlo:
–En el último tiempo veo ciertos cambios en el seno de la Iglesia. En los primeros
días de julio de 2001 estuve en la misa por la memoria de los palatinos asesinados
y me impresionó ver la presencia de catorce obispos y del cardenal. También
me sorprendió la masiva presencia del clero en el sepelio de monseñor Novak,
que fue un tipo representativo de dos temas fundamentales en la Argentina: el
de los derechos humanos y la pobreza. En esos dos actos yo percibo una Iglesia
que, acorde con la crisis de la sociedad, se está ubicando en otro lugar más
cercano y comprometido –reflexionó.
De todas maneras, en el Episcopado argentino sigue habiendo grandes divisiones
ante las manifestaciones del Papa Juan Pablo II, condenando las graves violaciones
a los derechos humanos que se cometieron durante la dictadura y la cuestión
de los desaparecidos.
–Hay sectores que dijeron que la Iglesia debería hacer cumplir literalmente
la exigencia papal, otros hacen oídos sordos y algunos llegaron a cuestionar
las palabras del Papa sugiriendo que está mal asesorado.
–En lo personal, hay sacerdotes que me escriben dando aliento, otros para saber
cómo estoy y otros para condenarme duramente. Yo lucho por el socialismo sin
que haya ninguna incompatibilidad entre mi fe y esto, por el contrario–puntualizó
el ex jefe montonero.
Los miles jóvenes que en los setenta optaron por la violencia, habían asumido
que los esfuerzos constitucionales para provocar un cambio habían sido frustrados
reiteradamente. Y ésa fue la explicación que dieron los protagonistas de la
guerrilla cada vez que tenían que justificar el uso de la violencia. El veto
militar al resultado de las elecciones de 1962, la proscripción del peronismo
en 1963,y el golpe militar de 1966, la fuerte represión estudiantil, provocada
por unos generales reaccionarios y ultracatólicos, decididos a quedarse en el
trono largo tiempo, son ejemplos claros. La síntesis perfecta de la cruz y la
espada. Con el paso del tiempo, muchos –participantes y simpatizantes– creyeron
que la violencia traería como contrapartida justicia social. No fue así y el
país desembocó en tragedia y ruptura democrática. Sin embargo, la aceptación
de la lucha armada y el nacimiento de las organizaciones guerrilleras en todas
sus expresiones del nacionalismo, izquierdistas y populares, no habrían ocurrido
nunca sin los cambios producidos en la Iglesia católica, a través del Concilio
Vaticano II de Juan XXIII y Pablo VI. Mal que les pese a algunos dentro de la
jerarquía católica, a la hora de reconocer errores, omisiones y complicidades.
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