El fin de la primavera

Por Felipe Pigna

«Cámpora al gobierno, Perón al poder» fue el lema del movimiento peronista para encarar el final de la proscripción y el regreso del líder. El 11 de marzo, el Tío ganó las elecciones y la juventud vivió con entusiasmo el advenimiento del socialismo nacional. Los 49 días de su mandato culminaron con un giro a la derecha tras la masacre de Ezeiza. El tercer peronismo fue el corolario de un año convulsionado.

El 11 de marzo de 1973, después de casi 18 años de proscripciones, el pueblo argentino pudo finalmente expresarse libremente en las urnas y poner fin a una dictadura a la que únicamente puede calificarse de dictablanda en comparación con los horrores vividos a partir de 1976. Pero a la autodenominada «Revolución Argentina», inaugurada a la fuerza el 28 de junio de 1966 por el general Juan Carlos Onganía y apoyada por los principales grupos de poder y recordados y vigentes comunicadores sociales, no le faltaron las desapariciones, los bastones largos, la censura, las torturas, los fusilamientos (como los de Trelew) y los planes económicos que hacían el beneplácito de los «organismos internacionales» y determinaban el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de los argentinos.

Del Cordobazo al Viborazo

El sueño eterno de Onganía comenzó a hacerse pedazos a partir del Cordobazo, cuando el Ejército, a través de su jefe, el general Alejandro Agustín Lanusse, comenzó a presionar al general-presidente para que compartiera las decisiones políticas con las Fuerzas Armadas y tomara conciencia de la gravedad de la situación nacional: en ella ya no cabía su proyecto de dictadura autoritaria y paternalista sin plazos, según el modelo del «Caudillo de España por la gracia de Dios» Francisco Franco. El secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, llevado a cabo por los Montoneros, y la incapacidad del gobierno para esclarecer el hecho fueron el detonante para un nuevo golpe interno. El desprestigio involucró al Ejército, y el general Lanusse optó por permanecer en segundo plano y preservar su figura designando como presidente, en junio de 1970, a Roberto Marcelo Levingston, un general que había estado del lado de los azules, había sido jefe de Inteligencia del Estado Mayor Conjunto, era delegado argentino ante la Junta Interamericana de Defensa y cumplía funciones como agregado militar en Washington.

Contra todos los pronósticos, Levingston pretendió constituir un movimiento político propio y tomar distancia del general Lanusse. Durante su breve presidencia se incrementaron las protestas populares y la actividad guerrillera. Juan Domingo Perón, desde Madrid, alentaba a los grupos insurgentes y hablaba del socialismo nacional como la solución para los problemas argentinos, mientras que, para frenar los intentos políticos de Levingston tendientes a trabar todo proyecto democratizador, alcanzó un acuerdo con las principales fuerzas políticas, entre ellas el radicalismo, conocido como La Hora del Pueblo. Los firmantes se comprometían a luchar por un proceso electoral limpio y sin proscripciones. En febrero de 1971, el gobernador de Córdoba, Camilo Uriburu, declaró que aspiraba a terminar con la oposición estudiantil y gremial que había llevado adelante el Cordobazo, a la que comparó con una víbora venenosa. Uriburu le «pedía a Dios que le depare el honor histórico de cortar de un solo tajo la cabeza de esa víbora». A los pocos días, el país se sacudió con un segundo Cordobazo, llamado por sus protagonistas «Viborazo». El Viborazo puso fin a la breve gestión de Levingston y a su delirio de crear un movimiento político sin tener en cuenta la opinión del pueblo.

Lanusse y el GAN

El 26 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia en un clima político totalmente desfavorable. La violencia guerrillera crecía, el descontento popular también, se sucedían las puebladas, Perón su maba día tras día más adeptos, y la continuidad del gobierno militar se tornaba insostenible. Lanusse, muy a su pesar, evaluó que el principio de solución a los múltiples conflictos pasaba por terminar con la proscripción del peronismo y decretar una apertura política que permitiera una transición hacia la democracia. En ese contexto, propuso un Gran Acuerdo Nacional (GAN) entre los argentinos y anunció la convocatoria a elecciones nacionales sin proscripciones para 1973 pero con sistema de balotaje, con la ilusión de que todo el antiperonismo se uniría en una segunda vuelta, e incluyó una provocadora cláusula que obligaba a Perón a fijar domicilio en la Argentina antes del 25 de agosto de 1972.

El viejo líder movió sus piezas en aquella partida y evaluó que no le daría el gusto a Lanusse y su dictadura decadente, pero además creyó que no era conveniente que fuera él quien gobernara en el conflictivo período de transición, y decidió designar a su delegado personal y ex presidente de la Cámara de Diputados durante el primer peronismo, Héctor J. Cámpora, como candidato a presidente, quien tendría una misión vicaria hasta que el balcón de la Casa Rosada pudiera ser recuperado por el inquilino que más uso supo darle. El eslogan sería «Cámpora al gobierno, Perón al poder».

Perón: Sobre la fórmula

Cámpora al gobierno

Aquel 11 de marzo de 1973 triunfó el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), con la fórmula Héctor J. Cámpora-Vicente Solano Lima, que obtuvo más de seis millones de votos (el 49 por ciento), mientras que la fórmula radical, encabezada por Ricardo Balbín, llegaba a los dos millones seiscientos mil (21 por ciento de los sufragios). El Comité Central de la UCR entendió innecesaria una segunda vuelta. En medio de enormes festejos populares en los que el sector más dinámico y más recientemente incorporado al movimiento, la Juventud Peronista (JP), tuvo un innegable protagonismo, el presidente electo intentaba desde las oficinas del Partido Justicialista de Oro y Santa Fe comunicarse telefónicamente a Madrid con Perón. -Hola, señora Isabel. Estamos aquí reunidos con todos los periodistas argentinos y extranjeros. Nos acompañan los compañeros de la CGT, el compañero Rucci, el compañero Coria de las 62 Organizaciones, el compañero Lorenzo Miguel de la UOM y todo el Consejo Superior. Y mucha gente que se ha llegado a comprobar una vez más la solidaridad del pueblo argentino que tiene para con el General y para con usted. Y ya es un hecho cierto que el general Perón y usted tienen su residencia en la República Argentina.

–Muchas gracias, doctor, estamos muy contentos. Yo se lo voy a transmitir al General.

–Si fuera posible, señora, que yo le pudiera decir unas palabras al General se lo agradecería mucho.

–A ver, un momentito, doctor.

–Gracias, señora.

Pero el momentito se va transformando en eterno hasta que finalmente del otro lado del teléfono se escucha aquella voz inconfundible que lamentablemente se nos tornaría tan «familiar». –Doctor Cámpora, López Rega le habla.

El diálogo, extraído del documental Historia argentina 1973-1976 (Felipe Pigna, UBA, Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, 2002), da cuenta de cómo estaban las cosas por marzo de 1973, cuando Cámpora se aprestaba a ocupar el gobierno y Perón el poder. Estaba claro que el peronismo había dejado hacía años de ser aquel movimiento monolítico del período 1945-1955. Ahora convivían en su interior conflictivamente distintos sectores, en algunos casos de ideología opuesta, y todos ellos parecían contar con el aval de Perón. Durante los 18 años de proscripción, habían sido muchas las incorporaciones al movimiento que, desde la derecha y también desde la izquierda, se habían sumado al aparato tradicional.

El 25 de mayo, Cámpora asumió la presidencia. Lo llamaban cariñosamente «el Tío», por ser el hermano de «papá». En la ceremonia de asunción del mando se encontraban presentes los presidentes socialistas de Chile, Salvador Allende, y de Cuba, Osvaldo Dorticós Torrado. La Juventud Peronista se adueñó del acto e impidió a los militares realizar el desfile tradicional, mientras coreaba «Se van, se van, y nunca volverán»; imaginaban en aquella tarde de mayo de 1973, bajo aquel cielo cargado de esperanzas, que la nefasta alianza entre el poder económico más concentrado, la jerarquía eclesiástica y el autoritarismo cívico-militar no tendría nunca más cabida en la Argentina. La composición del nuevo gobierno era un fiel reflejo de las diferentes tendencias del peronismo y preanunciaba inevitables enfrentamientos. Convivían en el gabinete, en el Congreso o en las gobernaciones, funcionarios de izquierda y de derecha. Se destacaba el ultraderechista José López Rega, secretario privado de Perón y ministro de Bienestar Social, quien parecía tener intereses propios y se presentaba como el intermediario entre Perón y sus diferentes interlocutores. A la hora de gobernar se hicieron evidentes las contradicciones de los nuevos funcionarios. La discusión pasaba por planteos tan profundos como la distribución de la riqueza y la permanencia o no dentro del sistema económico capitalista. Mientras los jóvenes ligados a Montoneros se hacían eco de la promesa del propio Perón de instaurar un «socialismo nacional», los sectores mayoritarios del movimiento, vinculados con los poderosos sindicatos y el aparato partidario, recordaban que el líder hablaba de «comunidad organizada» y de «acuerdo social». La misma noche del 25 de mayo de 1973, los presos políticos, en su mayoría integrantes de las organizaciones político-guerrilleras, se vieron beneficiados por una amplia ley de amnistía, reclamada por los manifestantes que, desde la Plaza de Mayo, se trasladaron hasta la cárcel de Villa Devoto, donde comenzaron a ser liberados los detenidos.

Pacto social pero masacre

El proyecto económico ideado por el ministro de Economía, José Ber Gelbard, respondía al ideario nacionalista del primer peronismo: una activa participación del Estado en la actividad económica mediante la nacionalización de los depósitos bancarios y del comercio exterior, la ley de promoción de industrias y el mantenimiento del monopolio estatal en sectores clave, como el transporte y la energía. Para concretar ese proyecto, Perón se planteó realizar dos acuerdos: en el plano político, con el principal partido de la oposición, la UCR, para poder sancionar las leyes en el Parlamento; en el plano social, con los sectores de la burguesía nacional y las direcciones sindicales, retomando su vieja concepción de la alianza de clases. En este contexto se firmó, el 8 de junio de 1973, el llamado Pacto Social, entre la Confederación General Económica (CGE) –que representaba a un arco empresarial que iba desde el empresariado débil y sectores de la mediana burguesía agraria (Federación Agraria Argentina) hasta grandes empresas nacionales, con buenos vínculos con el capital transnacional– y la CGT. El Pacto acordaba un congelamiento de las tarifas de servicios públicos –luego de haber autorizado un aumento–, de precios de los productos esenciales de la canasta familiar, un aumento salarial del 25 por ciento (la CGT había reclamado un 160 por ciento) y la suspensión de las negociaciones colectivas por dos años. Obviamente, el principal garante del pacto fue la figura de Perón. De acuerdo con el Pacto Social, la participación de los salarios en la renta nacional aumentaría en un período de cuatro años hasta alcanzar el nivel de principios de los años 50; los sindicatos convenían en postergar las negociaciones colectivas durante un período de dos años y el Estado se comprometía a aplicar una política de control de precios. Una de las primeras consecuencias del Pacto fue que la inflación descendió rápidamente: alcanzó el 17 por ciento en 1973. Uno de los errores más graves en el que incurrieron los firmantes del Pacto Social fue suponer que para estabilizar y dinamizar la economía argentina bastaba con controlar las variables locales, como los precios y los salarios, sin prestar atención a cuestiones tan importantes como la cotización del dólar, la tasa internacional de crédito y el precio del petróleo. Cuando a fines de 1973 estalló la crisis mundial del petróleo y el precio del barril subió un 30 por ciento en pocos días, las bases del Pacto comenzaron a tambalear. El 20 de junio de 1973, unas dos millones de personas aguardaban en Ezeiza el retorno del líder. Por la tarde, se produjeron graves incidentes entre los sectores de la derecha sindical y los grupos juveniles que pugnaban por acercarse al palco. Hubo un violento tiroteo con un saldo de 13 muertos y 365 heridos. Ante la falta de seguridad, Perón decidió aterrizar en Morón y dirigirse al país por televisión.

El 13 de julio de 1973, Cámpora y el vicepresidente Solano Lima fueron forzados a renunciar por los sectores tradicionales del peronismo. Tras un confuso episodio, asumió como primer mandatario Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega. Lastiri convocó a elecciones presidenciales para el 23 de septiembre. Sin comicios internos, Perón decidió que su mujer, Isabel Martínez, ocupara el segundo término en la fórmula presidencial. En las elecciones se impuso la fórmula Perón-Perón por casi el 62 por ciento de los votos contra el 25 de la fórmula radical Ricardo Balbín-Fernando de la Rúa.

El segundo tiempo

El 12 de octubre, Perón asumió la presidencia por tercera vez. Al poco tiempo quedó evidenciado su distanciamiento de los sectores cercanos a los Montoneros al reemplazar a los gobernadores y funcionarios vinculados con ese sector del movimiento.

El punto culminante de este enfrentamiento se produjo el o de mayo de 1974, cuando el gobierno convocó a la Plaza para celebrar el «Día del Trabajo y la Unidad Nacional». Las columnas de los sectores vinculados a los Montoneros avanzaban sobre la Plaza al grito de «¿Qué pasa, qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?». En un duro discurso, el General llamó «imberbes y estúpidos» a los Montoneros, lo que provocó la retirada de más de la mitad de la concurrencia.

El 12 de junio, la CGT convocó a un acto en la Plaza de Mayo para respaldar al gobierno. Perón se dirigió por última vez a sus seguidores y les dijo que cuidaran las conquistas laborales porque se avecinaban tiempos difíciles. Se despidió diciendo: «Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música, que es para mí la palabra del pueblo argentino». Pocos días después, el lo de julio, moría Juan Domingo Perón. Dejaba un vacío político proporcional al tamaño de su figura.

Caras y Caretas