Dirección general: Lic. Alberto J. Franzoia

 





NOTAS EN ESTA SECCION
El pensamiento de Saint Simon, por Alberto J. Franzoia | Espontaneidad y dirección consciente, por Antonio Gramsci
Carta a José Bloch, por Federico Engels |
Reflexiones "preocupantes" sobre la Teoría de la Evolución, por Alberto J. Franzoia
Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, por Karl Marx | Manifiesto ecosocialista, J. Kovel y M. Löwy
La concepción materialista de la historia, Marx y Engels | Sobre el Estado, conferencia de V. Lenin (1919)
Plusvalía absoluta y plusvalía relativa, por Karl Marx |
¿Por qué socialismo? (1949). Por Albert Eienstein



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El pensamiento de Saint-Simon, fusión y fisión de la ciencia social*

Por Alberto J. Franzoia

El pensamiento de Saint–Simon

El conde Claude Henri Saint–Simon (1760-1825), considerado positivista por unos y socialista utópico por otros, recibió las influencias de las dos corrientes filosóficas: el iluminismo y la reacción romántico conservadora. Ellas nutrieron su pensamiento constituyéndose en la clave para la explicación de lo aquí presentamos como la fisión binaria de la ciencia social, concepto éste introducido con meridiana lucidez por el sociólogo Alvin Gouldner.

El encuentro entre empirismo y racionalismo gestado por los iluministas, sentó las bases para el desarrollo de un conocimiento científico en el campo social. Saint-Simon, heredero de esta visión, se planteó la necesidad de trascender el conocimiento especulativo de la filosofía para construir una ciencia de lo social, superando el abordaje general de la realidad, mediante la formulación de teorías más acotadas y verificables. Para conquistar dicho objetivo tomó como referentes a las ciencias de la naturaleza, particularmente la física, demostrando en este campo una profunda admiración por el descubrimiento de Newton sobre la ley de la gravitación. El conde francés consideraba a la ciencia como un conjunto de enunciados teóricos verificables, que habían logrado una gran unidad en las ciencias naturales, la cual debía ser alcanzada en el terreno de los estudios humanos. Por otro lado, le asignaba a estos conocimientos la función que había desempeñado la religión en el feudalismo, como fuerza cohesionante para la sociedad. A ellos se había llegado a través de un largo proceso evolutivo constituido por tres etapas: teológica, metafísica y positiva o científica. Cada una de ellas representaba por un lado una necesidad y por otra una superación, adoptando una típica concepción evolutiva que sería retomada por los representantes del paradigma positivista.

Saint-Simon se había identificado en su práctica de juventud con los revolucionarios franceses, aunque en ocasiones lo negó, quienes como ya dijimos se apoyaban en los planteos anticipados por los filósofos iluministas. Desde ese momento tuvo clara conciencia acerca de las contradicciones entre la vieja y la nueva sociedad, expresadas, según su análisis, a través de las clases ociosa y productiva. Esta última incluía un amplio espectro conformado tanto por industriales, banqueros y científicos, como por obreros manuales; con lo que dejaba entender que todos ellos confluían en una unidad de intereses. Si bien era un noble fue partidario de la Revolución, ya que comprendía que el conflicto social entre los representantes del viejo y nuevo orden, se resolvería con el reemplazo de sus pares en la conducción de la sociedad. En el plano económico-político los empresarios estaban llamados a desempeñar dicho papel, en el político-espiritual les asignaba un lugar preponderante a los científicos. Así como en el medioevo el conocimiento y la cohesión espiritual de la sociedad estaban garantizados por la religión, en esta nueva etapa la ciencia cumpliría esa tarea que adquiría un carácter absolutamente funcional, favoreciendo el desarrollo de las ideas morales y valores necesarios. Ellas resultaban indispensables para que la nueva sociedad se consolidara, la ciencia debía contribuir para alcanzar la unión y estabilidad social, superando la anarquía que siguió a la Revolución.

La concepción que Saint-Simon sostuvo acerca de la ciencia en el campo social estaba fuertemente influida por la filosofía iluminista, ya que hacía converger a la observación con una razón aplicada. Sin embargo, a ésta la despojaba del tono crítico de sus antecesores, reemplazándolo por un positivismo que era entendido como sinónimo de objetividad en el abordaje de los fenómenos, tanto naturales como sociales. Mientras los iluministas intentaban conocer la realidad para transformarla a partir del empleo de la razón, su objetivo era conocer las leyes de la sociedad tal como se manifestaban, así como los científicos naturales trataban de conocer las de la naturaleza; a partir de allí se podría prever y sobre la base de ello planificar.

El conflicto social, que en algunos planteos iluministas era presentado como un antagonismo entre las anacrónicas instituciones feudales y las verdaderas necesidades humanas que la nueva sociedad promovía, se expresó en Saint-Simon como un conflicto de clases (ociosa y productiva, que se resolvía a través del cambio social. Los filósofos como Rousseau (quien también había plantado el conflicto de clases a lo largo de la historia) anticiparon la necesidad de una transformación radical, Saint-Simon participó en ella y la justificó. Sin embargo, el desarrollo de los acontecimientos en el período posterior a la gran Revolución, lo volvieron permeable a otro tipo de influencias. La corriente filosófica que había surgido como respuesta a los iluministas y al proceso revolucionario desencadenado, adquirió en Francia un carácter decididamente reaccionario, ya que postulaba el regreso al statu quo anterior. Saint-Simon, contemporáneo de estos filósofos, rechazaba la irracionalidad romántica como fuente de conocimientos tanto como el regreso al pasado, pero le resultaban particularmente atractivas las ideas vinculadas con el orden y las jerarquías sociales formuladas por los intelectuales de la reacción conservadora. Ellos pretendían recuperar el orden feudal y una jerarquización basada en los tres estados feudales. Saint-Simon, sin embargo, era consciente de que el cambio había sido necesario, por lo tanto no aspiraba a retrotraer la historia, pero sí con adecuar los conceptos de orden y jerarquías a los nuevos tiempos.

Los iluministas habían contribuido con su visión crítica a derribar una superestructura política y jurídica que no se correspondía con las necesidades de la época, ya que lo revolucionarios adoptaron sus planteos como guía para la acción, pero Saint-Simon opinaba que no habían aportado lo imprescindible para construir el futuro. Él estaba persuadido acerca de la impostergabilidad de construir un nuevo orden, ya no feudal sino industrial, conducido por una elite que ahora estaría constituida por industriales y científicos. Los primeros eran los conductores naturales de la producción material, y los segundos debían aportar tanto a la producción de conocimientos como a cohesionar espiritualmente a la sociedad.

La fusión filosófica y la fisión binaria de la ciencia social.

Como vemos, Saint-Simon intentó fusionar planteos teóricos provenientes de corrientes filosóficas de signo contrario. De los iluministas tomó la convergencia entre razón y observación como camino para producir el conocimiento de la realidad social, pero tratando de descubrir las leyes que la gobiernan para trascender las hipótesis inespecíficas y especulativas de la filosofía, de allí que las ciencias naturales fueran referentes aún más fuerte que para los filósofos mencionados. Por otra parte coincidió con ellos en cuanto a la existencia de conflictos, justificando el cambio institucional de 1789 que acompañó a los que se venían operando en la estructura económica y los potenció. Pero el contexto histórico en el que Saint-Simon produce gran parte de su obra es posterior a la Revolución, por lo que a esa altura resultaba imprescindible construir un nuevo orden, con jerarquías sociales adaptadas a circunstancias distintas; fue entonces cuando prestó atención a las ideas de sus contemporáneos conservadores.

Más allá de su origen noble, Saint-Simon se identificó con los intereses de la burguesía en ascenso, convirtiéndose en el teórico que reflejó dos situaciones históricas distintas vividas por esta clase, como bien lo expresa Zeitlin en "Ideología y teoría sociológica". Por un lado apoyó la revolución política contra un régimen absolutamente decadente, utilizando en su prédica argumentos que provenían de los iluministas; por otro priorizó la necesidad de edificar una sociedad estable y orgánica, de acuerdo con las nuevas necesidades de la clase a la que expresaba. Si bien la mayoría de los planteos de Saint-Simon están emparentados con el positivismo, hay quienes lo presentan como un socialista utópico, tal como ocurre en el trabajo en que Engels analiza a estos primeros socialistas como antecedente de lo que luego sería el socialismo científico. Haciendo una evaluación de todos aquellos rasgos que consideramos esenciales en el pensamiento de Saint-Simon, consideramos que este encuadre es básicamente incorrecto, pero sí es cierto que acentuando y desarrollando algunas de sus ideas otros teóricos iniciaron un camino alternativo.

La riqueza de su pensamiento, más la cantidad de discípulos y seguidores que cosechó, dieron a luz un proceso teórico de gran singularidad, al que el cientista estadounidense Alvin Gouldner ha denominado "fisión binaria de la sociología". Este concepto tomado de la física nuclear intenta dar cuenta de cómo a partir de un núcleo intelectual (expresado por las ideas de Saint-Simon), se produjo la división de la teoría social en dos ejes, que son conocidos como: teorías del orden o consenso, y teorías del conflicto.

Cada eje produjo un abordaje de la realidad social y un vocabulario para describirla y explicarla, que resultan incompatibles entre sí, tal como lo refleja el trabajo de John Horton: Las teorías de orden y conflicto de los problemas sociales como dos ideologías contrapuestas. Este cientista social afirma: "Las teorías del orden tienen en común una imagen de la sociedad como sistema de acción unificado, en el nivel más general, por un sistema compartido, por consenso de valores (o por lo menos de costumbres), de comunicación y de organización política". Y agrega: "El concepto de anomia es clave en el análisis de los problemas del sistema (problemas sociales, desviación, conflicto). Los problemas sociales pueden resultar de la anomia o promoverla. La anomia significa desequilibrio del sistema o desorganización social, una carencia o fracaso en la organización que se refleja en el debilitamiento del control social, en la inadecuada institucionalización de objetivos, en los medios inadecuados para alcanzar los objetivos del sistema, en la inadecuada socialización, etc. En el nivel de análisis socio-psicológico, la anomia termina con el fracaso de los individuos para satisfacer las necesidades de conservación del sistema social".

Dejando a un lado los matices particulares que se manifiestan entre los diversos representantes de este eje teórico, recurriendo a una tipología como lo hace Horton, podemos señalar que existe un planteo general compartido. Los principales componentes del mismo son:

-la estabilidad social del sistema es producto del consenso con respecto a un conjunto de valores, normas, ideas y creencias;
-a veces se da un desequilibrio por la presencia de situaciones anómicas que pueden ser producto de problemas sociales o generarlos;
-así como la conformidad con los valores del sistema y el adecuado desempeño de los roles representan la salud, la desviación de individuos o grupos constituye una patología;
-cuando esto ocurre, las soluciones están contenidas en el propio sistema: mejorando los procesos de socialización, favoreciendo medios más adecuados para el logro de objetivos, o fortaleciendo los mecanismos de control social. La definición de salud de Parsons, citada en el trabajo de Horton es emblemática: "Podemos definir a la salud como el estado de óptima capacidad de un individuo para la efectiva realización de los roles y tareas para las cuales ha sido socializado..."

El enfoque opuesto a éste es presentado por Horton en los siguientes términos: "Los teóricos del conflicto concuerdan en su rechazo del modelo de orden de la sociedad contemporánea. Interpretan el análisis del orden como la estrategia de un grupo dirigente, una reificación de sus valores y motivaciones, una racionalización para lograr un control social más efectivo." "El análisis del conflicto es sinónimo del análisis histórico: la interpretación de los procesos intersistémicos que producen la transformación de las relaciones sociales. Un concepto clave en el análisis del cambio histórico es el de alienación-separación, no del sistema social tal como lo definen los grupos dominantes sino separación de la naturaleza universal del hombre o de un estado de cosas deseado. El cambio es la respuesta progresiva a la alienación".

En este eje también podemos detectar un núcleo teórico compartido si recurrimos nuevamente a la construcción de una tipología:

-se considera el orden vigente como el producto estratégico de un grupo dirigente que no responde a los intereses generales de la sociedad sino a los propios;
-se incorpora la noción de cambio histórico y social a partir de la práctica colectiva de los hombres;
-el concepto de alienación resulta esencial para comprender la justificación del cambio de las relaciones sociales (ya que la alienación implica un proceso de deshumanización).

Sin embargo, resulta pertinente aclarar que en el trabajo de Horton, la definición del concepto alineación y su relación con el cambio no son plenamente satisfactorias. La alineación incluye una separación del trabajador con respecto al producto de su trabajo, que convierte a éste en una mercancía fetiche, que se impone a su productor dominándolo; tal como lo expresa Marx que es el principal referente del eje teórico analizado. Por otra parte, el cambio, es mucho más que una respuesta progresiva a la alienación generada por la sociedad capitalista (lo que puede confundirse con una relación casi mecánica entre los términos), en tanto que está indisolublemente ligado con el desarrollo de la conciencia, concepto éste que ha sido excluido por el autor. Sólo la toma de conciencia colectiva o de clase acerca del carácter alienante de la sociedad contemporánea, les posibilita a los hombres gestar un cambio radical de las condiciones objetivas a través de su práctica social.

Las teorías del orden se desarrollaron a partir de aquellos seguidores del pensamiento de Saint-Simon que retomando sus aspectos más moderados, los condujeron, en muchos casos, hacia una postura conservadora. Mientras quienes recuperaron sus planteos críticos dieron origen a las teorías del conflicto.
Los intelectuales que intentaron construir un nuevo orden acentuaron los conceptos que provenían de los filósofos identificados con el pasado; jerarquías, estabilidad, valores compartidos y organicismo social (válido este último fundamentalmente para numerosos sociólogos y antropólogos del eje) fueron sus ideas rectoras (adaptadas a la sociedad capitalista). Sin embargo, la justificación de las mismas se hizo recurriendo a la autoridad de la ciencia, renegando en este plano del valor positivo que los románticos le asignaban a las fuentes irracionales del conocimiento. Augusto Comte, uno de los más importantes discípulos de Saint-Simon, avanzó hacia una ciencia social del orden, a la que denominó sociología. Pero, si bien fue el responsable de la introducción del nuevo concepto, los postulados epistemológicos, metodológicos y teóricos contenidos en el mismo, eran producto de la lucidez de su maestro, deuda que, como sostiene Zeitlin, nunca fue reconocida por quien suele ser presentado como el padre de esta ciencia.

Otros seguidores de Saint-Simon retomaron sus análisis del conflicto y cambio social, pero también en este caso adecuándolos a un contexto que se modificaba velozmente. El conflicto principal ya no era entre la clase ociosa y la productiva, ahora estaba instalado en el seno de esta última: industriales (o burgueses) y proletarios era la contradicción inherente a la sociedad capitalista; cada momento de su desarrollo histórico mereció distintos abordajes. En la etapa embrionaria fueron los socialistas utópicos los responsables de su estudio, mientras que en la madurez la tarea fue emprendida por los socialistas científicos a través de una concepción materialista y dialéctica de la historia. Con respecto al cambio, los representantes del eje ya no se preocuparon por justificar la Revolución de 1789, a la que consideraban un hecho consumado y positivo, sino que explicitaron la necesidad de nuevos cambios para superar los conflictos propios del orden capitalista.

Volviendo al texto de Horton, si bien peca de un exceso de simplificación (por más que recurra a una tipología), de todas maneras tiene el mérito de presentar sintéticamente y sin ambages la innegable polarización teórica de la ciencia social. Sin embargo, resulta imprescindible proponerle al lector una profundización en estos problemas teóricos, ya que algunos exponentes del orden estudian ciertas formas de conflicto y cambio que no se deben descuidar (como Robert Mentón cuando analiza las disfunciones, o Gino Germani cuando se ocupa de los procesos de modernización), como, a su vez, representantes del conflicto incursionan en el campo del consenso presentándolo como un componente fundamental del cambio estructural(tal es el caso de Antonio Gramsci con su teoría acerca de los procesos que se perfilan hacia la producción de una nueva hegemonía basada en la visión de las clases subalternas).

Por otro lado Gouldner, indagando con mayor agudeza en el tema, realiza un recorrido histórico por las diversas manifestaciones del proceso de la fisión de la teoría social. En relación con el eje del conflicto nos dice: "Un aspecto de la obra de Saint-Simon fue continuado por sus discípulos franceses Enfantin y Bazard; estos la convirtieron en el "saint-siminismo", el cual una vez fundido con las infraestructuras del romanticismo y el hegelianismo alemanes, contribuyó al desarrollo del marxismo en la obra de Karl Marx, Friedrich Engels, Katl Kautsky, Nicolai Bujarin, León Trotsky, Vladimir I. Lenin. Allí donde renovó sus contactos con el hegelianismo se expresó en la obra de Georg Lukás, Antonio Gramsci y en la escuela alemana contemporánea de "sociología crítica de Franfort", en la que participaran Herbert Marcuse, Theodore Adorno, Max Horkheimer, Leo Lowenthal, Erich Fromm y Jurgen Habermas". Continuando con su análisis de la polarización teórica Gouldner se refiere al eje del orden en los siguientes términos: "La otra tendencia de esta fisión cristalizó en un comienzo en la sociología positivista, que dio base a la sociología académica convencional, cuando, a partir de Comte y a través de Emile Durkheim y la antropología inglesa, se convirtió en una de las fuentes a que recurriría Talcott Parsons para su síntesis teórica. Esta persistente tradición de la sociología académica tiene como tema permanente la necesidad del orden social y del consenso moral").Nos parecen oportunas algunas observaciones en relación con esta cita extraída del trabajo de Gouldner. Cuando recuerda a los primeros exponentes de las teorías del conflicto, además de Enfantin y Bazard deberían incluirse a otros dos de trascendencia mencionados por el propio Engels: Fourier y el inglés Owen. En cuanto al peso atribuido a las influencias románticas en la constitución del materialismo histórico y dialéctico, insistimos en relativizarlas; preferimos recordar en cambio a la economía política de Smith y Ricardo (junto al reconocimiento que Gouldner destaca de los socialistas utópicos y la filosofía hegeliana). Por otro lado, en lo que respecta a los teóricos del orden, el autor citado omite las influencias de Max Weber en la síntesis histórica de Parsons.

Resumiendo, la fusión filosófica que expresa el pensamiento de Saint-Simon, ha sido, a su vez, desencadenante de la fisión teórica de la ciencia social, que desde el siglo XIX y hasta nuestros días se ha manifestado en los ejes del orden y conflicto. Con la presentación de estos ejes no pretendemos agotar el análisis de un panorama teórico por demás complejo, sino simplemente favorecer la comprensión de las diferencias conceptuales más significativas existentes en la ciencia social. Diversos trabajos han buceado en las profundidades de la teoría, tratando de hallar matices más sutiles entre exponentes de un mismo eje, por lo que deliberadamente desistimos de esta tarea; nuestro esfuerzo apunta por lo tanto, a marcar divergencias epistemológicas y metodológicas que justifiquen encuadres paradigmáticos alternativos. Por ejemplo: ¿por qué motivo si Durkheim y Weber se ubican ambos en el eje de las teorías del orden o consenso social, sin embargo, pueden ser reconocidos como referentes innegables de distintos paradigmas?

*Fragmento del texto aún inédito de Alberto J. Franzoia "La totalidad fragmentada. Un enfoque alternativo de la ciencia social"


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POLITOLOGÍA

Espontaneidad y dirección consciente*

Por Antonio Gramsci

Escrito: 1931
Digitalización: Juan Carlos de Altube
Antonio Gramsci, "Escritos Políticos"

Se pueden dar varias definiciones de la expresión espontaneidad, porque el fenómeno al que se refiere es multilateral. Hay que observar, por de pronto, que la espontaneidad pura no se da en la historia coincidiría con la mecanicidad pura. En el movimiento más espontáneo los elementos de "dirección consciente" son simplemente incontrolables, no han dejado documentos identificables. Puede por eso decirse que el elemento de la espontaneidad es característico de la "historia de las clases subalternas", y hasta de los elementos más marginales y periféricos de esas clases, los cuales no han llegado a la consciencia de la clase para sí y por ello no sospechan siquiera que su historia pueda tener importancia alguna, ni que tenga ningún valor dejar de ella restos documentales.
Existe, pues, una multiplicidad de elementos de dirección consciente en esos movimientos, pero ninguno de ellos es predominante ni sobrepasa el nivel de la ciencia popular de un determinado estrato social, del sentido común, o sea, de la concepción del mundo tradicional de aquel determinado estrato.
Este es precisamente el elemento que De Man contrapone empíricamente al marxismo, sin darse cuenta (aparentemente) de que está cayendo en la misma posición de los que, tras describir el folklore, la hechicería, etc., y tras demostrar que estos modos de concebir tienen una raíz históricamente robusta y están tenazmente aferrados a la psicología de determinados estratos populares, creyeran haber superado con eso la ciencia moderna y tomaran por ciencia moderna los burdos artículos de las revistas de difusión popular de la ciencia y las publicaciones por entregas. Este es un verdadero caso de teratología intelectual, del cual hay más ejemplos: los hechiceristas relacionados con Maeterlinck, que sostienen que hay que recoger el hilo de la alquimia y de la hechicería, roto por la violencia, para poner a la ciencia en un camino más fecundo de descubrimientos, etc. Pero De Man tiene un mérito incidental: muestra la necesidad de estudiar y elaborar los elementos de la psicología popular, históricamente y no sociológicamente, activamente (o sea, para transformarlos, educándolos, en una mentalidad moderna) y no descriptivamente como hace él; pero esta necesidad estaba por lo menos implícita (y tal vez incluso explícitamente declarada) en la doctrina de Ilich (LENIN), cosa que De Man ignora completamente. El hecho de que existan corrientes y grupos que sostienen la espontaneidad como método demuestra indirectamente que en todo movimiento "espontáneo" hay un elemento primitivo de dirección consciente, de disciplina. A este respecto hay que practicar una distinción entre los elementos puramente ideológicos y los elementos de acción práctica, entre los estudiosos que sostienen la espontaneidad como método inmanente y objetivo del devenir histórico versus los politicastros que la sostienen como método "político". En los primeros se trata de una concepción equivocada; en los segundos se trata una contradicción inmediata y mezquina que trasluce un origen práctico evidente, a saber, la voluntad práctica de sustituir una determinada dirección por otra. También en los estudiosos tiene el error un origen práctico, pero no inmediato como el caso de los políticos. El apoliticismo de los sindicalistas franceses de anteguerra contenía ambos elementos: era un error teórico y una contradicción (contenía el elemento soreliano y el elemento de concurrencia entre la tendencia anarquista-sindicalista y la corriente socialista). Era, además, consecuencia de los terribles hechos de París de 187l: la continuación, con métodos nuevos y con una teoría brillante, de los treinta años de pasividad (1870-1900) de los obreros franceses. La lucha puramente económica no podía disgustar a la clase dominante, sino al contrario. Lo mismo puede decirse del movimiento catalán, que no "disgustaba" a la clase dominante española más que por el hecho de que reforzaba objetivamente el separatismo republicano catalán, produciendo un bloque industrial republicano propiamente dicho contra los terratenientes, la pequeña burguesía y el ejército monárquico. El movimiento torinés fue acusado al mismo tiempo de ser espontaneísta y voluntarista o bergsoniano (!).
La acusación contradictoria muestra, una vez analizada, la fecundidad y la justeza de la dirección que se le dio. Esa dirección no era abstracta, no consistía en una repetición mecánica de las fórmulas científicas o teóricas; no confundía la política; la acción real, con la disquisición teorética; se aplicaba a hombres reales, formados en determinadas relaciones históricas, con determinados sentimientos, modos de concebir, fragmentos de concepción del mundo, etc., que resultaban de las combinaciones espontáneas de un determinado ambiente de producción material, con la casual aglomeración de elementos sociales dispares. Este elemento de espontaneidad no se descuidó, ni menos se despreció: fue educado, orientado, depurado de todo elemento extraño que pudiera corromperlo, para hacerlo homogéneo, pero de un modo vivo e históricamente eficaz, con la teoría moderna. Los mismos dirigentes hablaban de la espontaneidad del movimiento, y era justo que hablaran así: esa afirmación era un estimulante, un energético, un elemento de unificación en profundidad; era ante todo la negación de que se tratara de algo arbitrario, artificial, y no históricamente necesario. Daba a la masa una conciencia teorética de creadora de valores históricos e institucionales, de fundadora de Estados. Esta unidad de la espontaneidad y la dirección consciente, o sea, de la disciplina, es precisamente la acción política real de las clases subalternas en cuanto política de masas y no simple aventura de grupos que se limitan a apelar a las masas.
A este propósito se plantea una cuestión teórica fundamental: ¿puede la teoría moderna encontrarse en oposición con los sentimientos espontáneos de las masas? (Espontáneos en el sentido de no debidos a una actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la experiencia cotidiana iluminada par el sentido común, o sea, por la concepción tradicional popular del mundo, cosa que muy pedestremente se llama instinto y no es sino una adquisición histórica también él, sólo que primitiva y elemental).
No puede estar en oposición: hay entre una y otros diferencia cuantitativa, de grado, no de cualidad: tiene que ser posible una reducción, por así decirlo, recíproca, un paso de los unos a la otra y viceversa. (Recordar que Kant quería que sus teorías filosóficas estuvieran de acuerdo con el sentido común; la misma posición se tiene en Croce; recordar la afirmación de Marx en la Sagrada Familia, según la cual las fórmulas de la política francesa de la Revolución se reducen a los principios de la filosofía clásica alemana.) Descuidar -y aun más, despreciar-los movimientos llamados espontáneos, o sea, renunciar a darles una dirección consciente, a elevarlos a un plano superior insertándolos en la política, puede a menudo tener consecuencias serias y graves. Ocurre casi siempre que un movimiento, espontáneo de las clases subalternas coincide con un movimiento reaccionario de la derecha de la clase dominante, y ambos por motivos concomitantes: por ejemplo, una crisis económica determina descontentos en las clases subalternas y movimientos espontáneos de masas, por una parte, y, por otra, determina complots de los grupos reaccionarios, que se aprovechan de la debilitación objetiva del gobierno; para intentar golpes de estado. Entre las causas eficientes de estos golpes de estado hay que incluir la renuncia de los grupos responsables a dar una dirección consciente a los movimientos espontáneos para convertirlos así en un factor político positivo. Ejemplo de las Vísperas sicilianas y discusiones de los historiadores para averiguar si se trató de un movimiento espontáneo o de un movimiento concertado: me parece que en las Vísperas sicilianas se combinaron los dos elementos: la insurrección espontánea del pueblo italiano contra los provenzales -ampliada con tanta velocidad que dio la impresión de ser simultánea y, por tanto, de basarse en un acuerdo, aunque la causa fue la opresión, ya intolerable en toda el área nacional-y el elemento consciente de diversa importancia y eficacia, con el predominio de la conjura de Giovanni da Procida con los aragoneses. Otros ejemplos pueden tomarse de todas las revoluciones del pasado en las cuales las clases subalternas eran numerosas y estaban jerarquizadas por la posición económica y por la homogeneidad. Los movimientos espontáneos de los estratos populares más vastos posibilitan la llegada al poder de la clase subalterna más adelantada por la debilitación objetiva del Estado. Este es un ejemplo progresivo, pero en el mundo moderno son más frecuentes los ejemplos regresivos.
Concepción histórico-política escolástica y académica, para la cual no es real y digno sino el movimiento consciente al ciento por ciento y hasta determinado por un plano trazado previamente con todo detalle o que corresponde (cosa idéntica) a la teoría abstracta. Pero la realidad abunda en combinaciones de lo más raro y es el teórico el que debe identificar en esas rarezas la confirmación de su teoría, traducir a lenguaje teórico los elementos de la vida histórica, y no al revés, exigir que la realidad se presente según el esquema abstracto. Esto no ocurrirá nunca y, por tanto, esa concepción no es sino una expresión de pasividad. (Leonardo sabia descubrir el número de todas las manifestaciones de la vida cósmica, incluso cuando los ojos del profano no veían más que arbitrio y desorden).

*Fuente: http://www.marxists.org/espanol/gramsci/gra1931.htm


Carta a José Bloch

Por Federico Engels

Londres, 21- [22] de septiembre de 1890.

... Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta --las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas-- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado.

Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres. También el Estado prusiano ha nacido y se ha desarrollado por causas históricas, que son, en última instancia, causas económicas. Pero apenas podrá afirmarse, sin incurrir en pedantería, que de los muchos pequeños Estados del Norte de Alemania fuese precisamente Brandeburgo, por imperio de la necesidad económica, y no por la intervención de otros factores (y principalmente su complicación, mediante la posesión de Prusia, en los asuntos de Polonia, y a través de esto, en las relaciones políticas internacionales, que fueron también decisivas en la formación de la potencia dinástica austriaca), el destinado a convertirse en la gran potencia en que tomaron cuerpo las diferencias económicas, [515] lingüísticas, y desde la Reforma también las religiosas, entre el Norte y el Sur. Es difícil que se consiga explicar económicamente, sin caer en el ridículo, la existencia de cada pequeño Estado alemán del pasado y del presente o los orígenes de las permutaciones de consonantes en el alto alemán, que convierten en una línea de ruptura que corre a lo largo de Alemania la muralla geográfica formada por las montañas que se extienden de los Sudetes al Tauno.

En segundo lugar, la historia se hace de tal modo, que el resultado final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por efecto de una multitud de condiciones especiales de vida; son, pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas, de las que surge una resultante --el acontecimiento histórico--, que a su vez, puede considerarse producto de una fuerza única, que, como un todo, actúa sin conciencia y sin voluntad. Pues lo que uno quiere tropieza con la resistencia que le opone otro, y lo que resulta de todo ello es algo que nadie ha querido. De este modo, hasta aquí toda la historia ha discurrido a modo de un proceso natural y sometida también, sustancialmente, a las mismas leyes dinámicas. Pero del hecho de que las distintas voluntades individuales --cada una de las cuales aparece aquello a que le impulsa su constitución física y una serie de circunstancias externas, que son, en última instancia, circunstancias económicas (o las suyas propias personales o las generales de la sociedad)-- no alcancen lo que desean, sino que se fundan todas en una media total, en una resultante común, no debe inferirse que estas voluntades sean == 0. Por el contrario, todas contribuyen a la resultante y se hallan, por tanto, incluidas en ella.

Además, me permito rogarle que estudie usted esta teoría en las fuentes originales y no en obras de segunda mano; es, verdaderamente, mucho más fácil. Marx apenas ha escrito nada en que esta teoría no desempeñe su papel. Especialmente, "El 18 Brumario de Luis Bonaparte" [*] es un magnífico ejemplo de aplicación de ella. También en "El Capital" se encuentran muchas referencias. En segundo término, me permito remitirle también a mis obras "La subversión de la ciencia por el señor E. Dühring" y "Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana" *[*], en las que se contiene, a mi modo de ver, la exposición más detallada que existe del materialismo histórico.

El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la [516] culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de exponer una época histórica y, por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba la cosa, y ya no había posibilidad de error. Desgraciadamente, ocurre con harta frecuencia que se cree haber entendido totalmente y que se puede manejar sin más una nueva teoría por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre exactamente, sus tesis fundamentales. De este reproche no se hallan exentos muchos de los nuevos «marxistas» y así se explican muchas de las cosas peregrinas que han aportado....
________________________________________
[*]
Véase la presente edición, t. 1, págs. 408-498. (N. de la Edit.)
[**] Véase el presente tomo, págs. 353-395. (N. de la Edit.)

Se publica de acuerdo con el texto de la revista "Der Sozialistische Akademiker".
Traducido del alemán.
Fuente: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/cartas/oe3/mrxoe329.htm


Reflexiones "preocupantes" sobre la Teoría de la Evolución*

Por Alberto J. Franzoia

Cuando leí el trabajo sobre la evolución humana realizado por el científico estadounidense Stephen Jay Gould (1) cuyo título es "La postura hizo al hombre" (2), observé que el mismo resulta de una significación capital para el desarrollo de un conocimiento no sólo más riguroso sobre dicha teoría (lo cual confirmó algo que sabía por mi anterior lectura de Engels), sino que de allí se podrían desprender algunas consecuencias "preocupantes" para los garantes del statu quo del mundo que habitamos. ¿Por qué?

1. Ante todo Gould destaca un ensayo de Federico Engels, "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre" (3) que no es de los más conocidos para lectores no avezados en el tema pero que constituye un valioso aporte a la teoría de la evolución. Queda por comprobar sin embargo la afirmación de Gould, acerca de que el mismo fue tomado, sin reconocerlo, por el amigo de Marx de Ernst Haeckel (padre del concepto Pitecántropo y firme defensor de la importancia de la postura erecta para la evolución en el siglo XIX, cuando todavía no existían evidencias fácticas).

2. Dicho aporte es esencial para la teoría porque da cuenta de un aspecto esencial de la evolución no contemplado por Darwin: el papel desempeñado por la postura erecta del Pitecántropo (homo erectus) para que la mano se transformara en un medio de trabajo (producción de herramientas), la que a su vez fue evolucionando como tal a partir de la adaptación a las nuevas maniobras indispensables para mejorar la tarea. Para que la mano quedara en plena disposición para el trabajo fue necesario que se la liberara como medio de locomoción. Dice Engels al respecto: "Es de suponer que como consecuencia directa de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el tránsito decisivo para el paso del mono al hombre"(4). Por lo tanto, contrariando la idea instalada, dominada por los prejuicios de la época ya que se carecía de datos confirmatorios, se plantea que el desarrollo del cerebro fue producto de la nueva postura física adoptada por esos monos cuando descendieron de los árboles (confirmado por el Australopiteco, homínido hallado luego en África, productor de los primeros útiles tallados), y no un fenómeno inicial desarrollado en el vacío. El crecimiento del cerebro que distingue al hombre de sus antecesores pasa por lo tanto a ser considerado como una consecuencia de la postura erecta, junto a la progresiva adaptación de la mano, y no una causa, aunque por otra parte la consecuencia luego operase modificaciones sustanciales sobre su causa en un movimiento dialéctico.

3. Mas allá de esto Gould destaca sobretodo el aporte a la teoría social realizado por Engels, ya que permite comprender porqué la comunidad científica de occidente ha sido tan proclive a priorizar el desarrollo de la inteligencia a la hora de abordar la evolución, aún después de encontrarse evidencias concretas desde fines del siglo XIX que avalan la hipótesis contraria:
"La importancia del ensayo de Engels no radica en el feliz resultado de que el Australopiteco confirmó una teoría específica sostenida por él -vía Haeckel- sino en su perceptivo análisis del rol político de la ciencia y de los prejuicios sociales que deben afectar todo pensamiento."
Efectivamente, según Gould, Engels ataca con su formulación los cimientos de una ciencia dominada por prejuicios sociales y necesidades políticas que le asignaban a la inteligencia una historia propia, independiente de la vida material. Claro que el cientificismo cuenta con no pocos ejemplos al respecto, pero este es tema para otro artículo.

Desde nuestra perspectiva, si bien el aporte señalado es esencial, no disminuye en nada la contribución de Engels a la especificidad de la teoría de la evolución, independientemente de que la misma surja lógicamente del desarrollo del materialismo dialéctico aplicado a las ciencias naturales, como intenta demostrar el científico alemán en su libro, o de que provenga de una influencia (Haeckel) no revelada por él como sostiene Gould

La división entre trabajo manual y trabajo intelectual a lo largo de la historia ("el tema engelsiano de la separación de la cabeza y la mano" dice Gould) con la asignación apriorística de supremacía al cerebro, ha servido para justificar tanto desigualdades sociales y formas de ejercer el poder, como la jerarquización de una actividad científica pura alejada de la práctica. En un artículo anterior (5) sosteníamos que el triunfo de Evo Morales en Bolivia ha marcado un principio de ruptura en ese país con las ideas dominantes, según las cuales un presidente debe ser, entre otras cosas, un profesional universitario, de sectores económicos y sociales acomodados. Ser necesariamente universitario es una condición que responde a la jerarquización del trabajo intelectual pero, además, pertenecer a sectores acomodados supone que se ha accedido a esa condición por una superioridad del intelecto. La lógica dominante, presentada como la "naturaleza de las cosas", pretende establecer apriorísticamente que el desarrollo de la inteligencia es anterior a toda desigualdad social establecida, por lo que las mismas son consecuencias inevitables de aquella. Según esta lógica vivir en la pobreza es el producto no deseado de una inteligencia "naturalmente" menor, por lo que los pobres no pueden dirigir los destinos de una país. En el mejor de los casos habrá que esperar que algunos inteligentes, que como tales ocupan una posición superior a la de los pobres en la pirámide social del sistema gestado por el capital, se hagan cargo de ellos desde un condescendiente paternalismo...

Claro que esta visión excede el terreno estrictamente político para incursionar también en la ciencia, como observa Gould. Por un lado estos prejuicios han obstaculizado el desarrollo de teorías validadas convenientemente por la práctica, como lo demuestra la aceptación incondicional en el siglo XIX de la primacía del desarrollo del cerebro como condición necesaria para la transición del mono a hombre cuando no existía ninguna evidencia que avalaran dicha hipótesis, prejuicio al que no pudo escapar ni siquiera el talento de Darwin. Por otro lado han permitido el desarrollo de una jerarquizada ciencia pura, alejada de toda práctica efectiva y transformadora. Afirma Gould:
"Si nos tomáramos en serio el mensaje de Engels y reconociéramos que nuestra creencia en la superioridad inherente de la investigación pura es lo que es -un prejuicio social- entonces podríamos forjar entre los científicos la unión entre teoría y práctica que un mundo que se balancea peligrosamente cerca del abismo tan desesperadamente necesita."

Para superar la mayor cantidad de prejuicios que nos sea posible todo científico debería recurrir a la epistemología, disciplina que permite reflexionar críticamente sobre nuestra actividad. Y al respecto resulta ineludible considerar un aporte valioso realizado por el cientista estadounidense Alvin Gouldner, quien en su obra "La crisis de la sociología occidental" avanza sobre este tema recurriendo a los "supuestos básicos subyacentes"(6), que están muy vinculados con lo que Gould denomina en su trabajo "prejuicios subterráneos". Estos supuestos constituyen verdaderos obstáculos para el desarrollo de un conocimiento riguroso ya que:
(a) en su condición de supuestos no están demostrados;
(b) pero son básicos porque, llamativamente, a partir de ellos se construye teoría;
(c) y al estar en una región intelectual subyacente, no son plenamente concientes, por lo tanto tampoco se los puede explicitar con nitidez;
(d) por lo tanto, es necesario realizar un esfuerzo colectivo para tomar conciencia de ellos y poder confrontarlos con el nivel empírico (nosotros diríamos con la práctica). Es allí donde surge el verdadero conocimiento científico, ya que su validación sólo puede ser consecuencia de dicha confrontación.

Ahora bien, completando el análisis de Gouldner habría que agregar que el contenido de los supuestos básicos subyacente no es ajeno a cuáles son las ideas dominantes en una sociedad, Y tal como lo sostuvo Marx, estas en realidad devienen de las clases también dominantes. En el capitalismo se ha consolidado una idea desarrollada desde los orígenes de la división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, que le asigna al segundo una serie de atributos superiores que se construirían en el vacío, independientemente de la situación material de los hombres. Por lo tanto, los agraciados con ese privilegio deben acceder a los mayores tributos: riqueza, poder, felicidad, amor y control de la actividad científica. Si el cerebro se desarrolló por generación espontánea antes que la posición erecta hubiera sido incorporada como una necesidad concreta, la ciencia pura debe tener entonces un status superior a la ciencia práctica o aplicada (pues sería portadora de la mayor inteligencia). Mientras que los ricos y diplomados deben ejercer el poder político (directa o indirectamente) ya que sus bienes materiales y simbólicos provendrían generalmente de su intelecto privilegiado.

Hallar datos confirmatorios del origen en realidad material del desarrollo del cerebro tal como lo plantearon Engels y Haeckel, por más que la actividad intelectual opere luego sustanciales modificaciones en dicha materialidad y de que efectivamente existan potencialidades humanas distintas, introduce un serio problema a la hora de justificar la historia tal como ha sido narrada por las clases dominantes. Y ese problema podría conducir al intento de soluciones alternativas, entre las que destacaría la posibilidad de favorecer el mayor desarrollo intelectual para el colectivo social modificando las condiciones materiales de su existencia. Por fortuna la historia es tan cambiante como el río que fluye permanentemente tal como lo sostuviera Heráclito. En la medida en que revisemos ciertas ideas-fuerza que se nutren de prejuicios y de supuestos básicos subyacentes (por lo tanto no validados), a través de una reflexión crítica que siempre debe ser colectiva, la ciencia logrará avanzar por caminos más rigurosos y las mayorías habitualmente humilladas construirán de manera cada vez más conscientemente (conciencia posible) su destino mediante una relación enriquecedora de aportes mutuos.


*El planteo central de este artículo fue publicado en el foro digital Reconquista Popular en enero de 2006

(1) Stephen Jay Gould nació en Nueva York el 10 de septiembre de 1941 y falleció el 20 de mayo de 2002. Paleontólogo, biólogo teórico y divulgador científico. En 1972 publicó junto a Niles Eldredge "Punctuated equilibria: an alternative to phyletic gradualism", donde exponen la hipótesis del equilibrio puntuado en la evolución de las especies. Dos años más tarde publicó un libro titulado "Evolutionary Theory and the Rise of American Paleontology". En estas y en posteriores publicaciones afirma que la evolución de las especies no se da de forma uniforme, sino en periodos de evolución rápida, como parece deducirse de la escasez de formas intermedias encontradas entre los fósiles animales. Aunque agnóstico, Gould creía que entre la ciencia y la religión no hay conflicto posible porque la ciencia se ocupa de explicar el mundo mientras que la religión se ocupa de la moral. Escribió en contra de todas las formas de opresión especialmente en contra de la pseudociencia utilizada para defender creencias racistas. Fue un firme crítico de la guerra, participó en el movimiento de científicos en los años 70 conocido como Ciencia para el Pueblo (Science for the People) que se oponía a la Guerra de Vietnam y también fue un acérrimo crítico de los usos sociales de la ciencia como "fundamento ideológico del poder". En esta línea destaca su actividad, junto a Richard Lewontin, en el llamado "debate sociobiólogico" que ambos sostuvieron frente al biólogo, y colega de la Universidad de Harvard, Edward O. Wilson y otros como el británico Richard Dawkins. Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Stephen_Jay_Gould
(2) Publicado el 3 de enero de 2006 en Reconquista Popular. Archivos: http://lists.econ.utah.edu/pipermail/reconquista-popular/
(3) Una de las ediciones que se puede conseguir de este ensayo de Engels escrito en 1876 está incluida junto a "Del socialismo utópico al socialismo científico" de editorial Anteo, año 1975.
(4)Texto citado, páginas 107-108
(5) Franzoia Alberto, "Evo Morales: el triunfo del pueblo boliviano", diciembre de 2005, editado digitalmente en Reconquista Popular
(6) Gouldner Alvin, "La crisis de la sociología occidental", Amorrortu, 1973.


HISTORIA Y ECONOMÍA

Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política*

Por Karl Marx

Mis estudios profesionales eran los de jurisprudencia, de la que, sin embargo, sólo me preocupé como disciplina secundaria, junto a la filosofía y la historia. En 1842 1843, siendo redactor de "Gaceta Renana" [1] me vi por primera vez en el trance difícil de tener que opinar sobre los llamados intereses materiales. Los debates de la Dieta renana sobre la tala furtiva y la parcelación de la propiedad de la tierra, la polémica oficial mantenida entre el señor von Schaper, por entonces gobernador de la provincia renana, y Gaceta Renana acerca de la situación de los campesinos de Mosela y, finalmente, los debates sobre el librecambio y el proteccionismo, fue lo que me movió a ocuparme por primera vez de cuestiones económicas. Por otra parte, en aquellos tiempos en que el buen deseo de "ir adelante" superaba en mucho el conocimiento de la materia, "Gaceta Renana" dejaba traslucir un eco del socialismo y del comunismo francés, tañido de un tenue matiz filosófico. Yo me declaré en contra de ese trabajo de aficionados, pero confesando al mismo tiempo sinceramente, en una controversia con la "Gaceta General" de Ausburgo [2] que mis estudios hasta ese entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca del contenido propiamente dicho de las tendencias francesas. Con tanto mayor deseo aproveché la ilusión de los gerentes de "Gaceta REnana", quienes creían que suavizando la posición del periódico iban a conseguir que se revocase la sentencia de muerte ya decretada contra él, para retirarme de la escena pública a mi cuarto de estudio.
Mi primer trabajo emprendido para resolver las dudas que me azotaban, fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del derecho [3], trabajo cuya introducción apareció en 1844 en los "Anales francoalemanes" [4], que se publicaban en París. Mi investigación me llevó a la conclusión de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de "sociedad civil", y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas a donde me trasladé a consecuencia de una orden de destierro dictada por el señor Guizot proseguí mis estudios de economía política comenzados en París. El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en un a palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que , por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización. A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas productivas que se desarrollan en la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto, la prehistoria de la sociedad humana.
Federico Engels, con el que yo mantenía un constante intercambio escrito de ideas desde la publicación de su genial bosquejo sobre la crítica de las categorías económicas (en los Deutsch Französische Jahrbücher) [5], había llegado por distinto camino (véase su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de 1845, se estableció también en Bruselas, acordamos elaborar en común la contraposición de nuestro punto de vista con el punto de vista ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía poshegeliana [6]. El manuscrito dos gruesos volúmenes en octavo ya hacía mucho tiempo que había llegado a su sitio de publicación en Westfalia, cuando no enteramos de que nuevas circunstancias imprevistas impedían su publicación. En vista de eso, entregamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, ya había sido logrado. Entre los trabajos dispersos en que por aquel entonces expusimos al público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo citaré el Manifiesto del Partido Comunista escrito conjuntamente por Engels y por mí, y un Discurso sobre el librecambio, publicado por mí. Los puntos decisivos de nuestra concepción fueron expuestos por primera vez científicamente, aunque sólo en forma polémica, en la obra Miseria de la filosofía, etc., publicada por mí en 1847 y dirigida contra Proudhon. La publicación de un estudio escrito en alemán sobre el Trabajo asalariado [7], en el que recogía las conferencias que había dado acerca de este tema en la Asociación Obrera Alemana de Bruselas [8], que interrumpida por la revolución de febrero, que trajo como consecuencia mi alejamiento forzoso de Bélgica.
La publicación de la "Nueva Gaceta Renana" (1848 1849) y los acontecimientos posteriores interrumpieron mis estudio económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en Londres. El enorme material sobre la historia de la economía política acumulado en el British Museum, la posición tan favorable que brinda Londres para la observación de la sociedad burguesa y, finalmente, la nueva etapa de desarrollo en que parecía entrar ésta con el descubrimiento del oro en California y en Australia, me impulsaron a volver a empezar desde el principio, abriéndome paso, de un modo crítico, a través de los nuevos materiales. Estos estudios a veces me llevaban por sí mismos a campos aparentemente alejados y en los que tenía que detenerme durante más o menos tiempo. Pero lo que sobre todo reducía el tiempo de que disponía era la necesidad imperiosa de trabajar para vivir. Mi colaboración desde hace ya ocho años en el primer periódico anglo americano, el New York Daily Tribune, me obligaba a desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que sólo en casos excepcionales me dedico a escribir para la prensa correspondencias propiamente dichas. Sin embargo, los artículos sobre los acontecimientos económicos más salientes de Inglaterra y del continente formaba una parte tan importante de mi colaboración, que esto me obligaba a familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados fuera de la órbita de la verdadera ciencia de la economía política.
Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la economía política tiende simplemente a demostrar que mis ideas, cualquiera que sea el juicio que merezcan, y por mucho que choquen con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de largos años de concienzuda investigación. Pero en la puerta de la ciencia, como en la del infierno, debiera estamparse esta consigna:
Qui si convien lasciare ogni sospetto;
Ogni viltá convien che qui sia morta [9]
Londres, enero de 1859.
Publicado en el libro; Zur Kritik der plitischen Oekonomie von Karl Marx, Erstes Heft, Berlín 1859

[1] Gaceta renana ("Rheinische Zeitung"): diario radical que se publicó en Colonia en 1842 y 1843. Marx fue su jefe de redacción desde el 15 de octubre de 1842 hasta el 18 de marzo de 1843.
[2] Gaceta general ("Allegemeine Zeitung"): diario alemán reaccionario fundado en 1798; desde 1810 hasta 1882 se editó en Ausburgo. En 1842 publicó una falsificación de las ideas del comunismo y el socialismo utópicos y Marx lo desenmascaró en su artículo "El comunismo y el Allegemeine Zeitung de Ausburgo", que fue publicado en Rheinische Zeitung en octubre de 1842.
[3] C. Marx, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
[4] Deutsch französische Jahrbücher ("Anales franco alemanes"): órgano de la propaganda revolucionaria y comunista, editado por Marx en parís, en el año 1844.
[5] "Anales franco alemanes"
[6] Marx y Engels, La ideología alemana.
[7] Marx, Trabajo asalariado y capital.
[8] La Asociación Obrera Alemana de Bruselas fue fundada por Marx y Engels a fines de agosto de 1847, con el fin de educar políticamente a los obreros alemanes residentes en Bélgica y propagar entre ellos las ideas del comunismo científico. Bajo la dirección de Marx, Engels y sus compañeros, la sociedad se convirtió en un centro legal de unión de los proletarios revolucionarios alemanes en Bélgica y mantenía contacto directo con los clubes obreros flamencos y valones. Los mejores elementos de la asociación entraron luego en la organización de Bruselas de la Liga de los Comunistas. Las actividades de la Asociación Alemana en Bruselas se suspendieron poco después de la revolución burguesa de febrero de 1848 en Francia, debido al arresto y expulsión de sus miembros por la policía belga.
[9] Déjese aquí cuanto sea recelo;/ Mátese aquí cuanto sea vileza. (Dante, La divina comedia).

*Escrito: En 1859.
Digitalización: Germán Zorba.
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm


Politología y ecología

Manifiesto ecosocialista

Joel Kovel y Michael Löwy

Introducción

La idea de este manifiesto ecosocialista fue lanzada en conjunto por Joel Kovel y Michael Löwy en un taller sobre ecología y socialismo celebrado en Vincennes, cerca de París, en septiembre de 2001. Todos sufrimos de un caso crónico de la paradoja de Gramsci, al vivir en un tiempo cuyo viejo orden está muriendo (arrastrando a la civilización consigo) mientras el orden nuevo no parece capaz de nacer. Pero al menos puede anunciarse. La sombra más profunda que se cierne sobre nosotros no es el terror, el colapso ambiental, ni la recesión o depresión global. Es el fatalismo internalizado que afirma que no existe alternativa posible al orden mundial capitalista. Por eso quisimos poner un ejemplo de un tipo de discurso que niega deliberadamente el ánimo actual de transigencia angustiada y aceptación pasiva.
El ecosocialismo no es aún un fantasma, ni está plasmado en ningún partido o movimiento concreto. Sólo es una línea de razonamiento, basada en una lectura de la crisis actual y las condiciones necesarias para superarla. No pretendemos ser omniscientes. Lejos de ello, nuestro objetivo es invitar al diálogo, al debate, a la enmienda, sobre todo, en el sentido de cómo esta noción puede realizarse. Innumerables focos de resistencia surgen espontáneamente a través de la caótica ecumene del capital global. Muchas son inmanentemente ecosocialistas en contenido. ¿Cómo pueden reunirse? ¿ Podemos imaginar una "internacional ecosocialista"? ¿Puede el fantasma llegar a existir? Con ese fin, convocamos al debate.

Manifiesto ecosocialista.

El siglo XXI se inicia de manera catastrófica, con un grado sin precedentes de deterioro ecológico y un orden mundial caótico, amenazado por el terror y por conglomerados de guerra desintegradora, de baja intensidad, que se extienden como gangrena a través de amplios segmentos del planeta -África Central, Medio Oriente, Asia Central y del Sur y noroeste de Sudamérica- y reverberan a través de las naciones.
En nuestra visión, la crisis ecológica y la crisis de deterioro social están profundamente interrelacionadas y deben ser vistas como distintas manifestaciones de las mismas fuerzas estructurales. La primera se origina ampliamente en la industrialización rampante que desborda la capacidad de la Tierra para amortiguar y contener la desestabilización ecológica. La segunda se deriva de la forma de imperialismo conocida como globalización, con efectos desintegradores en las sociedades que encuentra a su paso. Más aun, estas fuerzas subyacentes son esencialmente aspectos diferentes de una misma corriente, que debe ser identificada como la dinámica central que mueve a la totalidad: la expansión del sistema capitalista mundial.
Rechazamos todos los eufemismos o la suavización propagandística de la brutalidad de este régimen: todo intento de lavado verde de sus costos ecológicos, toda mistificación de sus costos humanos en nombre de la democracia y los derechos humanos. Insistimos, por el contrario, en mirar al capital desde la perspectiva de lo que realmente ha hecho.
Actuando sobre la naturaleza y su equilibrio ecológico, el régimen, con su imperativo de expansión constante de la rentabilidad, expone los ecosistemas a contaminantes desestabilizadores; fragmenta hábitats que han evolucionado durante eones para permitir el florecimiento de los organismos, despilfarra los recursos y reduce la sensual vitalidad de la naturaleza al frío intercambio requerido por la acumulación de capital.
En lo concerniente a la humanidad y sus demandas de autodeterminación, comunidad y una existencia plena de sentido, el capital reduce a la mayoría de la población mundial a mero reservorio de fuerza de trabajo, mientras descarta a muchos de los restantes como lastre inútil. Ha invadido y erosionado la integridad de las comunidades a través de su cultura global de masas de consumismo y despolitización. Ha incrementado las desigualdades en riqueza y poder hasta niveles sin precedentes en la historia humana. Ha trabajado en estrecha alianza con una red de estados clientes serviles y corruptos, cuyas élites locales ejecutan la tarea de represión ahorrándole al centro el oprobio de la misma. Y ha puesto en marcha una red de organizaciones supraestatales bajo la supervisión general de los poderes occidentales y del superpoder Estados Unidos, para minar la autonomía de la periferia y atarla al endeudamiento, mientras mantiene un enorme aparato militar para asegurar la obediencia al centro capitalista.
Creemos que el actual sistema capitalista no puede regular, y mucho menos superar, las crisis que ha desatado. No puede resolver la crisis ecológica, porque hacerlo requiere poner límites a la acumulación -una opción inaceptable para un sistema cuya prédica se apoya en la divisa: ¡ crecer o morir ! Y no puede resolver la crisis planteada por el terror y otras formas de rebelión violenta porque hacerlo significaría abandonar la lógica imperial, lo que impondría límites inaceptables al crecimiento y a todo el "modo de vida" sostenido por el ejercicio del poder imperial. Su única opción restante es recurrir a la fuerza bruta, incrementando así la alienación y sembrando las semillas del terrorismo... y del antiterrorismo que lo sigue, evolucionando hacia una variante nueva y maligna de fascismo.
En suma, el sistema capitalista mundial está en una bancarrota histórica. Se ha convertido en un imperio incapaz de adaptarse, cuyo propio gigantismo deja al descubierto su debilidad subyacente. Es, en términos ecológicos, profundamente insustentable y debe ser cambiado de manera fundamental, y mejor aun, reemplazado, si ha de existir un futuro digno de vivirse.
De este modo, regresa la categórica disyuntiva planteada una vez por Rosa Luxemburgo: ¡socialismo o barbarie!, en momentos en que el rostro de esta última refleja ahora el sello del siglo que empieza y asume el semblante de la ecocatástrofe, el terror-contraterror, y su degeneración fascista.
Pero, ¿por qué socialismo, por qué revivir esta palabra en apariencia destinada al basurero de la historia por los fracasos de sus interpretaciones del siglo XX?. Por esta única razón: por muy golpeada e irrealizada que esté, la noción de socialismo aún sigue en pié para la superación del capital. Si el capital ha de ser vencido, tarea que ahora tiene carácter urgente para la supervivencia de la civilización misma, el resultado será por fuerza "socialista", porque ése es el término que significa el paso hacia una sociedad poscapitalista. Si decimos que el capital es radicalmente insustentable y se fragmenta en la barbarie esbozada arriba, estamos diciendo también que necesitamos construir un "socialismo" capaz de superar las crisis que el capital ha venido desatando. Y si los "socialismos" del pasado fracasaron en hacerlo, entonces es nuestra obligación, al elegir no someternos a un destino bárbaro, luchar por uno que triunfe. Y tal como la barbarie ha cambiado de un modo que refleja el siglo transcurrido desde que Luxemburgo expresara su alternativa fatídica, así también el nombre y la realidad de "socialismo" deben hacerse adecuados para este tiempo.
Por estas razones escogimos llamar ecosocialismo a nuestra interpretación del "socialismo", y dedicarnos a su realización.

¿Por qué el ecosocialismo?

Vemos al ecosocialismo no como la negación sino como la realización de los socialismos "de primera época" del siglo XX, en el contexto de la crisis ecológica. Como aquéllos, éste se construye entendiendo el capital como trabajo objetivado, y se funda en el libre desarrollo de todos los productores o, en otras palabras, en el desmantelamiento de la separación de los productores respecto de los medios de producción. Entendemos que este objetivo no pudo ser realizado por los socialismos de primera época, por razones demasiado complejas de abordar aquí, excepto resumirlas en los diversos efectos del subdesarrollo en un contexto dominado por la hostilidad de los poderes capitalistas existentes. Esta coyuntura tuvo numerosos efectos nocivos en los socialismos existentes, principalmente la negación de la democracia interna junto a la emulación del productivismo capitalista, lo que terminó por conducir al colapso de esas sociedades y a la ruina de sus ambientes naturales.
El ecosocialismo mantiene los objetivos emancipatorios del socialismo de primera época y rechaza tanto las metas reformistas, atenuadas, de la socialdemocracia, como las estructuras productivistas de las variantes burocráticas de socialismo. En cambio, insiste en redefinir tanto la vía como el objetivo de la producción socialista en un marco ecológico. Lo hace específicamente con respecto a los "límites del crecimiento" esenciales para la sustentabilidad de la sociedad. Estos se adoptan, sin embargo, no en el sentido de imponer escasez, privación y represión. El objetivo, por el contrario, consiste en una transformación de las necesidades y un cambio profundo hacia la dimensión cualitativa, alejándose de la cuantitativa. Desde el punto de vista de la producción de mercancías, esto se traduce en una valorización de los valores de uso por sobre los valores de cambio -un proyecto de vasto significado, que se funda en la actividad económica directa.
La generalización de la producción ecológica bajo condiciones socialistas puede proporcionar la base para superar las crisis actuales. Una sociedad de productores libremente asociados no se detiene en su propia democratización. Debe, por el contrario, insistir en la liberación de todos los seres como fundamento y propósito. Supera así el impulso imperialista, subjetiva y objetivamente. Al realizar tal objetivo, lucha por superar todas las formas de dominación, incluyendo en especial las de género y raza. Y supera las condiciones que dan origen a las distorsiones fundamentalistas y sus manifestaciones terroristas. En suma, supone una sociedad mundial en un grado de harmonía ecológica con la naturaleza impensable en las condiciones actuales. Una consecuencia práctica de estas tendencias se expresaría, por ejemplo, en la extinción de la dependencia en los combustibles fósiles consustancial al capitalismo industrial. Y esto a su vez puede proporcionar la base material para la liberación de los países oprimidos por el imperialismo del petróleo, mientras que permite la contención del calentamiento global, junto a otros problemas de la crisis ecológica.
Nadie puede leer estas propuestas sin pensar, primero, en cuántos problemas prácticos y teóricos generan, y segundo y más abrumadoramente, en lo lejanas que están con respecto a la configuración actual del mundo, en su anclaje institucional y en la forma en que se imprime en la conciencia. No necesitamos desarrollar estos puntos, que deberían ser instantáneamente reconocibles para todos. Pero quisiéramos insistir en que sean tomadas desde una perspectiva apropiada. Nuestro proyecto no consiste ni en delinear cada paso de esta vía ni en ceder ante el adversario debido a la preponderancia del poder que ostenta. Se trata, en cambio, de desarrollar la lógica de una transformación suficiente y necesaria del orden actual, y en empezar a desarrollar las etapas intermedias en dirección a este objetivo. Lo hacemos para pensar con mayor profundidad en estas posibilidades y, al mismo tiempo, empezar el trabajo de diseñar junto a todos los que piensan parecido. Si algún mérito hay en estos argumentos, entonces debe ocurrir que pensamientos similares, y prácticas que realicen esos pensamientos, germinen coordinadamente en innumerables puntos alrededor del mundo. El ecosocialismo será internacional, y universal, o no será. Las crisis de nuestro tiempo pueden –y deben- ser vistas como oportunidades revolucionarias, lo que es nuestra obligación afirmar y dar nacimiento.

Publicado en Capitalism Nature Socialism vol. 13 (1) marzo 2002 Trad.J.A.V.
Fuente: http://www.rcci.net/globalizacion/2002/fg259.htm


La concepción materialista de la historia*

(Fragmento de "La ideología alemana")

Por Marx y Engels

1.
Esta concepción de la historia consiste, pues, en exponer el proceso real deÇproducción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción y engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases, como el fundamento de toda la historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando en base a ella todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad (y también, por ello mismo, la acción recíproca entre estos diversos aspectos). No se trata de buscar una categoría en cada período, como hace la concepción idealista de la historia, sino de mantenerse siempre sobre el terreno histórico real, de no explicar la práctica partiendo de la idea, de explicar las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, por donde se llega, consecuentemente, al resultado de que todas las formas y todos los productos de la conciencia no brotan por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la "autoconciencia" o la transformación en "fantasmas", "espectros", "visiones", etc., sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de que emanan estas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda otra teoría, no es la crítica, sino la revolución. Esta concepción revela que la historia no termina disolviéndose en la "autoconciencia ", como el "espíritu del espíritu", sino que en cada una de sus fases se encuentra un resultado material, una suma de fuerzas de producción, una relación históricamente creada con la naturaleza y entre unos y otros individuos, que cada generación transfiere a la que le sigue, una masa de fuerzas productivas, capitales y circunstancias, que, aunque de una parte sean modificados por la nueva generación, dictan a ésta, de otra parte, sus propias condiciones de vida y le imprimen un determinado desarrollo, un carácter especial; de que, por tanto, las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que éste hace a las circunstancias. Esta suma de fuerzas de producción, capitales y formas de intercambio social con que cada individuo y cada generación se encuentran como con algo dado es el fundamento real de lo que los filósofos se representan como la "substancia" y la "esencia del hombre", elevándolo a apoteosis y combatiéndolo; un fundamento real que no se ve menoscabado en lo más mínimo en cuanto a su acción y a sus influencias sobre el desarrollo de los hombres por el hecho de que estos filósofos se rebelen contra él como "autoconciencia" y como el "Único". Y estas condiciones de vida con que las diferentes generaciones se encuentran al nacer deciden también si las conmociones revolucionarias que periódicamente se repiten en la historia serán o no lo suficientemente fuertes para derrocar la base de todo lo existente. Si no se dan estos elementos materiales de una conmoción total, o sea, de una parte, las fuerzas productivas existentes y, de otra, la formación de una masa revolucionaria que se levante, no sólo en contra de ciertas condiciones de la sociedad anterior, sino en contra de la misma "producción de la vida" vigente hasta ahora, contra la "actividad de conjunto" sobre que descansa, en nada contribuirá a hacer cambiar la marcha práctica de las cosas el que la idea de esta conmoción haya sido proclamada ya cien veces, como comunismo.

2.
Toda la concepción histórica, hasta ahora, ha hecho caso omiso de esta base real de la historia, o la ha considerado simplemente como algo accesorio, que nada tiene que ver con el desarrollo histórico. Esto hace que la historia deba escribirse siempre con arreglo a una pauta situada fuera de ella; la producción real de la vida se revela como algo protohistórico, mientras que la historicidad se manifiesta como algo separado de la vida usual, como algo extra y supraterrenal. De este modo, se excluye de la historia el comportamiento de los hombres hacia la naturaleza, lo que engendra la antítesis de naturaleza e historia. Por eso, esta concepción sólo acierta a ver en la historia las acciones políticas de los caudillos y del Estado, las luchas religiosas y las luchas teóricas en general, y se ve obligada a compartir, especialmente, en cada época histórica, las ilusiones de esta época. Por ejemplo, una época se imagina que se mueve por motivos puramente "políticos" o "religiosos", a pesar de que la "religión" o la "política" son simplemente las formas de sus motivos reales: pues bien, el historiador de la época de que se trata acepta sin más tales opiniones. Lo que estos determinados hombres se "figuraron", se "imaginaron" acerca de su práctica real se convierte en la única potencia determinante y activa que dominaba y determinaba la práctica de estos hombres. Y así, cuando la forma tosca con que se presenta la división del trabajo entre los hindúes y los egipcios provoca en estos pueblos el régimen de castas propio de su Estado y de su religión, el historiador cree que el régimen de castas fue la potencia que engendró aquella tosca forma social. Y, mientras que los franceses y los ingleses se aferran, por lo menos, a la ilusión política, que es, ciertamente la más cercana a realidad, los alemanes se mueven en la esfera del "espíritu puro" y hacen de la ilusión religiosa la fuerza motriz de la historia.

3.
La filosofía hegeliana de la historia es la última consecuencia, llevada a su "expresión más pura" de toda esta historiografía alemana, que no gira en torno a los intereses reales, ni siquiera a los intereses políticos, sino en torno a pensamientos puros, que más tarde San Bruno [se refiere a Bruno Bauer] se representará necesariamente como una serie de "pensamientos" que se devoran los unos a los otros, hasta que, por último, en este entredevorarse, perece la "autoconciencia", y por este mismo camino marcha de un modo todavía más consecuente San Max Stirner, quien, volviéndose totalmente de espaldas a la historia real, tiene necesariamente que presentar todo el proceso histórico como una simple historia de "caballeros", bandidos y espectros, de cuyas visiones sólo acierta a salvarse él, naturalmente, por la "no santidad" (La llamada historiografía objetiva consistía, cabalmente, en concebir las relaciones históricas como algo aparte de la actividad. Carácter reaccionario). Esta concepción es realmente religiosa; presenta al hombre religioso como el protohombre de quien arranca toda la historia y, dejándose llevar de su imaginación, suplanta la producción real de los medios de vida y de la vida misma por la producción de quimeras religiosas. Toda esta concepción de la historia, unida a su disolución y a los escrúpulos y reparos nacidos de ella, es una incumbencia puramente nacional de los alemanes y sólo tiene un interés local para Alemania, como por ejemplo la importante cuestión, repetidas veces planteada en estos últimos tiempos, de cómo puede llegarse, en rigor, "del reino de Dios al reino del hombre", como si este "reino de Dios" hubiera existido nunca más que en la imaginación y los eruditos señores no hubieran vivido siempre, sin saberlo, en el "reino del hombre", hacia el que ahora buscan los caminos, y como si el entretenimiento científico, pues no otra cosa es, de explicar lo que hay de curioso en estas formaciones teóricas perdidas en las nubes no residiese cabalmente, por el contrario, en demostrar cómo nacen de las relaciones reales sobre la tierra. Para estos alemanes, se trata siempre, en general, de explicar los absurdos con que nos encontramos por cualesquiera otras quimeras; es decir, de presuponer que todos estos absurdos tienen un sentido propio, el que sea, que es necesario desentrañar, cuando de lo que se trata es, simplemente, de explicar estas frases teóricas en función de las relaciones reales existentes. Como ya hemos dicho, la evaporación real y práctica de estas frases, la eliminación de estas ideas de la conciencia de los hombres, es obra del cambio de las circunstancias, y no de las deducciones teóricas. Para la masa de los hombres, es decir, para el proletariado, estas ideas teóricas no existen y no necesitan, por tanto, ser eliminadas, y aunque esta masa haya podido profesar alguna vez ideas teóricas de este tipo, por ejemplo ideas religiosas, hace ya mucho tiempo que las circunstancias se han encargado de eliminarlas.

4.
El carácter puramente nacional de tales problemas y de sus soluciones se revela, además, en el hecho de que estos teóricos crean seriamente que fantasmas cerebrales como los del "Hombre-Dios", "el Hombre", etc., han presidido en verdad determinadas épocas de la historia -San Bruno llega, incluso, a afirmar que sólo "la crítica y los críticos han hecho la historia "- y, cuando se aventuran por sí mismos a las construcciones históricas, saltan con la mayor premura sobre todo lo anterior y de los "mongoles" pasan inmediatamente a la historia verdaderamente "plena de sentido", es decir, a la historia de los Hallische y los Deutsche Jahrbücher y a la disolución de la escuela hegeliana en una gresca general. Se relega al olvido todas las demás naciones y -todos los acontecimientos reales y se limita el theatrum mundi a la Feria del Libro de Leipzig y a las mutuas disputas entre la "Crítica", el "Hombre" y el "Ünico". Y cuando la teoría se decide siquiera por una vez a tratar temas realmente históricos, por ejemplo el siglo XVIII, se limita a ofrecernos la historia de las ideas, desconectada de los hechos y los desarrollos prácticos que les sirven de base, y también en esto los mueve el exclusivo propósito de presentar esta época como el preámbulo imperfecto, como el antecesor todavía incipiente de la verdadera época histórica, es decir, del período de la lucha entre filósofos alemanes (1840-44). A esta finalidad de escribir una historia anterior para hacer que brille con mayores destellos la fama de una persona no histórica y de sus fantasías, responde el hecho de que se pasen por alto todos los acontecimientos realmente históricos, incluso las ingerencias realmente históricas de la política en la historia, ofreciendo a cambio de ello un relato no basado precisamente en estudios, sino en especulaciones y en chismes literarios, como hubo de hacer San Bruno en su Historia del Siglo XVIII, de la que ya no se acuerda nadie. Estos arrogantes y grandilocuentes tenderos de ideas, que se consideran tan infinitamente por encima de todos los prejuicios nacionales, son, pues, en la realidad, mucho más nacionales todavía que esos filisteos de las cervecerías que sueñan con la unidad de Alemania. No reconocen como históricos los hechos de los demás pueblos, viven en Alemania, con Alemania y para Alemania, convierten el canto del Rin en un cántico litúrgico y conquistan la Alsacia-Lorena despojando a la filosofía francesa en vez de despojar al Estado francés, germanizando, en vez de las provincias de Francia, las ideas francesas. El señor Venedey es todo un cosmopolita al lado de San Bruno y San Max, quienes proclaman en la hegemonía universal de la teoría la hegemonía universal de Alemania.

* Marx, Engels, La Ideología alemana, I, A, 2, 1845
Fuente: http://www.webdianoia.com/contemporanea/marx/textos/marx_text_historia.htm


Sobre el Estado*

Por V. I. Lenin

Camaradas, el tema de la charla de hoy, de acuerdo con el plan trazado por ustedes que me ha sido comunicado, es el Estado. Ignoro hasta qué punto están ustedes al tanto de este tema. Si no me equivoco, sus cursos acaban de iniciarse, y por primera vez abordarán sistemáticamente este tema. De ser así, puede muy bien ocurrir que en la primera conferencia sobre este tema tan difícil yo no consiga que mi exposición sea suficientemente clara y comprensible para muchos de mis oyentes. En tal caso, les ruego que no se preocupen, porque el problema del Estado es uno de los más complicados y difíciles, tal vez aquel en el que más confusión sembraron los eruditos, escritores y filósofos burgueses. No cabe esperar, por lo tanto, que se pueda llegar a una comprensión profunda del tema con una breve charla, en una sola sesión. Después de la primera charla sobre este tema, deberán tomar nota de los pasajes que no hayan entendido o que no les resulten claros, para volver sobre ellos dos, tres y cuatro veces, a fin de que más tarde se pueda completar y aclarar lo que no hayan entendido, tanto mediante la lectura como mediante diversas charlas y conferencias. Espero que podremos volver a reunirnos y que podremos entonces intercambiar opiniones sobre todos los puntos complementarios y ver qué es lo que ha quedado más oscuro. Espero tambien, que ademas de las charlas y conferencias dedicarán algún tiempo a leer, por lo menos, algunas de las obras más importantes de Marx y Engels. No cabe duda de que estas obras, las más importantes, han de encontrarse en la lista de libros recomendados y en los manuales que están disponibles en la biblioteca de ustedes para los estudiantes, de la escuela del Soviet y del partido; y aunque, una vez más, algunos de ustedes se sientan al principio, desanimados por la dificultad de la exposición, vuelvo a advertirles que no deben preocuparse por ello; lo que no resulta claro a la primera lectura, será claro a la segunda lectura, o cuando posteriormente enfoquen el problema desde otro ángulo algo diferente. Porque, lo repito una vez más, el problema es tan complejo y ha sido tan embrollado por los eruditos y escritores burgueses, que quien desee estudiarlo seriamente y llegar a dominarlo por cuenta propia, debe abordarlo varias veces, volver sobre él una y otra vez y considerarlo desde varios angulos, para poder llegar a una comprensión clara y definida de él. Porque es un problema tan fundamental, tan básico en toda política y porque, no sólo en tiempos tan turbulentos y revolucionarios como los que vivimos, sino incluso en los más pacíficos, se encontrarán con él todos los días en cualquier periódico, a propósito de cualquier asunto económico o político, será tanto más fácil volver sobre él. Todos los días, por uno u otro motivo, volverán ustedes a la pregunta: ¿que es el Estado, cuál es su naturaleza, cuál es su significación y cuál es la actitud de nuestro partido, el partido que lucha por el derrocamiento del capitalismo, el partido comunista, cuál es su actitud hacia el Estado? Y lo más importante es que, como resultado de las lecturas que realicen, como resultado de las charlas y conferencias que escuchen sobre el Estado, adquirirán la capacidad de enfocar este problema por sí mismos, ya que se enfrentarán con él en los más diversos motivos, en relación con las cuestiones más triviales, en los contextos más inesperados, y en discusiones y debates con adversarios. Y sólo cuando aprendan a orientarse por sí mismos en este problema sólo entonces podrán considerarse lo bastante firmes en sus convicciones y capaces para defenderlas con éxito contra cualquiera y en cualquier momento.

Luego de estas breves consideraciones, pasaré a tratar el problema en sí: qué es el Estado, cómo surgió y fundamentalmente, cuál debe ser la actitud hacia el Estado del partido de la clase obrera, que lucha por el total derrocamiento del capitalismo, el partido de los comunistas.
Ya he dicho que difícilmente se encontrará otro problema en que deliberada e inconcientemente, hayan sembrado tanta confusion los representantes de la ciencia, la filosofía, la jurisprudencia, la economiá política y el periodismo burgueses como en el problema del Estado. Todavía hoy es confundido muy a menudo con problemas religiosos; no sólo por los representantes de doctrinas religiosas (es completamente natural esperarlo de ellos), sino incluso personas que se consideran libres de prejuicios religiosos confunden muy a menudo la cuestión especifica del Estado con problemas religiosos y tratan de elaborar una doctrina -- con frecuencia muy compleja, con un enfoque y una argumentación ideológicos y filosóficos -- que pretende que el Estado es algo divino, algo sobrenatural, cierta fuerza, en virtud de la cual ha vivido la humanidad, que confiere, o puede conferir a los hombres, o que contiene en sí algo que no es propio del hombre, sino que le es dado de fuera: una fuerza de origen divino. Y hay que decir que esta doctrina está tan estrechamente vinculada a los intereses de las clases explotadoras -- de los terratenientes y los capitalistas --, sirve tan bien sus intereses, impregnó tan profundamente todas las costumbres, las concepciones, la ciencia de los señores representantes de la burguesía, que se encontrarán ustedes con vestigios de ella a cada paso, incluso en la concepción del Estado que tienen los mencheviques y eseristas, quienes rechazan indignados la idea de que se hallan bajo el influjo de prejuicios religiosos y están convencidos de que pueden considerar el Estado con serenidad. Este problema ha sido tan embrollado y complicado porque afecta más que cualquier otro (cediendo lugar a este respecto solo a los fundamentos de la ciencia económica) los intereses de las clases dominantes. La teoría del Estado sirve para justificar los privilegios sociales, la existencia de la explotación, la existencia del capitalismo, razón por la cual sería el mayor de los errores esperar imparcialidad en este problema, abordarlo en la creencia de que quienes pretenden ser cientificos puedan brindarles a ustedes una concepción puramente cientifica del asunto. Cuando se hayan familiarizado con el problema del Estado, con la doctrina del Estado y con la teoría del Estado, y lo hayan profundizado suficientemente, descubrirán siempre la lucha entre clases diferentes, una lucha que se refleja o se expresa en un conflicto entre concepciones sobre el Estado, en la apreciación del papel y de la significación del Estado.
Para abordar este problema del modo más cientifico, hay que echar, por lo menos, una rápida mirada a la historia del Estado, a su surgimiento y evolución. Lo más seguro, cuando se trata de un problema de ciencia social, y lo más necesario para adquirir realmente el hábito de enfocar este problema en forma correcta, sin perdernos en un cumulo de detalles o en la inmensa variedad de opiniones contradictorias; lo más importante para abordar el problema cientificamente, es no olvidar el nexo histórico fundamental, analizar cada problema desde el punto de vista de cómo surgió en la historia el fenómeno dado y cuáles fueron las principales etapas de su desarrollo y, desde el punto de vista de su desarrollo, examinar en qué se ha convertido hoy.
Espero que al estudiar este problema del Estado se familia rizarán con la obra de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Se trata de una de las obras fundamentales del socialismo moderno, cada una de cuyas frases puede aceptarse con plena confianza, en la seguridad de que no ha sido escrita al azar, sino que se basa en una abundante documentación histórica y política. Sin duda, no todas las partes de esta obra están expuestas en forma igualmente accesible y comprensible; algunas de ellas suponen un lector que ya posea ciertos conocimientos de historia y de economía. Pero vuelvo a repetirles que no deben preocuparse si al leer esta obra no la entienden inmediatamente. Esto le sucede a casi todo el mundo. Pero releyéndola más tarde, cuando estén interesados en el problema, lograrán entenderla en su mayor parte, si no en su totalidad. Cito este libro de Engels porque en el se hace un enfoque correcto del problema en el sentido mencionado. Comienza con un esbozo histórico de los orígenes del Estado.
Para tratar debidamente este problema, lo mismo que cualquier otro -- por ejemplo el de los orígenes del capitalismo, la explotación del hombre por el hombre, el del socialismo, cómo surgió el socialismo, qué condiciones lo engendraron --, cualquiera de estos problemas sólo puede ser enfocado con seguridad y confianza si se echa una mirada a la historia de su desarrollo en conjunto. En relación con este problema hay que tener presente, ante todo, que no siempre existió el Estado. Hubo un tiempo en que no había Estado. Este aparece en el lugar y momento en que surge la división de la sociedad en clases, cuando aparecen los explotadores y los explotados.

Antes de que surgiera la primera forma de explotación del hombre por el hombre, la primera forma de la división en clases -- propietarios de esdavos y esclavos --, existiá la familia patriarcal o, como a veces se la llama, la familia del clan (clan: gens; en ese entonces vivían juntas las personas de un mismo linaje u origen). En la vida de muchos pueblos primitivos subsisten huellas muy definidas de aquellos tiempos primitivos, y si se toma cualquier obra sobre la cultura primitiva, se tropezará con descripciones, indicaciones y reminiscencias más o menos precisas del hecho de que hubo una época más o menos similar a un comunismo primitivo, en la que aún no existiá la división de la sociedad en esclavistas y esclavos. En esa época no existiá el Estado, no había ningón aparato especial para el empleo sistemático de la fuerza y el sometimiento del pueblo por la fuerza. Ese aparato es lo que se llama Estado.
En la sociedad primitiva, cuando la gente vivía en pequeños grupos familiares y aún se hallaba en las etapas más bajas del desarrollo, en condiciones cercanas al salvajismo -- época separada por varios miles de años de la moderna sociedad humana civilizada --, no se observan aún indicios de la existencia del Estado. Nos encontramos con el predominio de la costumbre, la autoridad, el respeto, el poder de que gozaban los ancianos del clan; nos encontramos con que a veces este poder era reconocido a las mujeres -- la posición de las mujeres, entonces, no se parecía a la de opresión y falta de dere chos de las mujeres de hoy --, pero en ninguna parte encontramos una categoría especial de individuos diferenciados que gobiernen a los otros y que, en aras y con el fin de gobernar, dispongan sistemática y permanentemente de cierto aparato de coerción, de un aparato de violencia, tal como el que representan actualmente, como todos saben, los grupos especiales de hombres armados, las cárceles y demás medios para someter por la fuerza la voluntad de otros, todo lo que constituye la esencia del Estado.
Si dejamos de lado las llamadas doctrinas religiosas, las sutilezas, los argumentos filosóficos y las diversas opiniones erigidas por los eruditos burgueses, y procuramos llegar a la verdadera esencia del asunto, veremos que el Estado es en realidad un aparato de gobierno, separado de la sociedad humana. Cuando aparece un grupo especial de hombres de esta clase, dedicados exclusivamente a gobernar y que para gobernar necesitan de un aparato especial de coerción para someter la voluntad de otros por la fuerza -- cárceles, grupos especiales de hombres, ejércitos, etc. --, es cuando aparece el Estado.
Pero hubo un tiempo en que no existiá el Estado, en que los vínculos generales, la sociedad misma, la disciplina y organización del trabajo se mantenian por la fuerza de la costumbre y la tradición, por la autoridad y el respeto de que gozaban los ancianos del clan o las mujeres -- quienes en aquellos tiempos, no sólo gozaban de una posición social igual a la de los hombres, sino que, no pocas veces, gozaban incluso de una posición social superior --, y en que no había una categoría especial de personas que se especializaban en gobernar. La historia demuestra que el Estado, como aparato especial para la coerción de los hombres, surge solamente donde y cuando aparece la división de la sociedad en clases, o sea, la división en grupos de personas, algunas de las cuales se apropian permanentemente del trabajo ajeno, donde unos explotan a otros.
Y esta división de la sociedad en clases, a través de la historia, es lo que debemos tener siempre presente con toda claridad, como un hecho fundamental. El desarrollo de todas las sociedades humanas a lo largo de miles de años, en todos los países sin excepción, nos revela una sujeción general a leyes, una regularidad y consecuencia; de modo que tenemos, primero, una sociedad sin clases, la sociedad originaria, patriarcal, primitiva, en la que no existían aristócratas; luego una sociedad basada en la esclavitud, una sociedad esclavista. Toda la Europa moderna y civilizada pasó por esa etapa: la esclavitud reinó soberana hace dos mil años. Por esa etapa pasó también la gran mayoría de los pueblos de otros lugares del mundo. Todavía hoy se conservan rastros de la esclavitud entre los pueblos menos desarrollados; en Africa, por ejemplo, persiste todavía en la actualidad la institucion de la esclavitud. La división en propietarios de esclavos y esclavos fue la primera división de clases importante. El primer grupo no sólo poseía todos los medios de producción -- la tierra y las herramientas, por muy primitivas que fueran en aquellos tiempos --, sino que poseía también los hombres. Este grupo era conocido como el de los propietarios de esclavos, mientras que los que trabajaban y suministraban trabajo a otros eran conocidos como esclavos.

Esta forma fue seguida en la historia por otra: el feudalismo. En la gran mayoría de los países, la esclavitud, en el curso de su desarrollo, evolucionó hacia la servidumbre. La división fundamental de la sociedad era: los terratenientes propietarios de siervos, y los campesinos siervos. Cambió la forma de las relaciones entre los hombres. Los poseedores de esclavos con sideraban a los esclavos como su propiedad; la ley confirmaba este concepto y consideraba al esclavo como un objeto que pertenecía íntegramente al propietario de esclavos. Por lo que se refiere al campesino siervo, subsistía la opresión de clase y la dependencia, pero no se consideraba que los campesinos fueran un objeto de propiedad del terrateniente propietario de siervos; éste sólo teniía derecho a apropiarse de su trabajo, a obligarlos a ejecutar ciertos servicios. En la practica, como todos ustedes saben, la servidumbre, sobre todo en Rusia, donde subsistío durante más tiempo y revistío las formas más brutales, no se diferenciaba en nada de la esclavitud.
Más tarde, con el desarrollo del comercio, la aparición del mercado mundial y el desarrollo de la circulación monetaria, dentro de la sociedad feudal surgió una nueva clase, la clase capitalista. De la mercancía, el intercambio de mercancías y la aparición del poder del dinero, surgió el poder del capital. Durante el siglo XVIII, o mejor dicho desde fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, estallaron revoluciones en todo el mundo. El feudalismo fue abolido en todos los países de Europa Occidental. Rusia fue el último país donde ocurrió esto. En 1861 se produjo también en Rusia un cambio radical; como consecuencia de ello, una forma de sociedad fue remplazada por otra: el feudalismo fue remplazado por el capitalismo, bajo el cual siguió existiendo la división en clases, así como diversas huellas y supervivencias del régimen de ser vidumbre, pero fundamentalmente la división en clases asumió una forma diferente.
Los dueños del capital, los dueños de la tierra y los dueños de las fábricas constituían y siguen constituyendo, en todos los países capitalistas, una insignificante minoria de la población, que gobierna totalmente el trabajo de todo el pueblo, y, por consiguiente, gobierna, oprime y explota a toda la masa de trabajadores, la mayoría de los cuales son proletarios, trabajadores asalariados, que se ganan la vida en el proceso de producción, sólo vendiendo su mano de obra, su fuerza de trabajo. Con el paso al capitalismo, los campesinos, que habían sido divididos y oprimidos bajo el feudalismo, se convirtieron, en parte (la mayoría) en proletarios, y en parte (la minoría) en campesinos ricos, quienes a su vez contrataron trabajadores y constituyeron la burguesia rural.

Este hecho fundamental -- el paso de la sociedad, de las formas primitivas de esclavitud al feudalismo, y por último al capitalismo -- es el que deben ustedes tener siempre presente, ya que sólo recordando este hecho fundamental, encuadrando todas las doctrinas políticas en este marco fundamental, estarán en condiciones de valorar debidamente esas doctrinas y comprender qué se proponen. Pues cada uno de estos grandes periodos de la historia de la humanidad -- el esclavista, el feudal y el capitalista -- abarca decenas y centenares de siglos, y presenta una cantidad tal de formas políticas, una variedad tal de doctrinas políticas, opiniones y revoluciones, que sólo podremos llegar a comprender esta enorme diversidad y esta inmensa variedad -- especialmente en relación con las doctrinas políticas, filosóficas y otras de los eruditos y políticos burgueses --, si sabemos aferrarnos firmemente, como a un hilo orientador fundamental, a esta división de la sociedad en clases, a esos cambios de las formas de la dominación de clases, y si analizamos, desde este punto de vista, todos los problemas sociales -- económicos, políticos, espirituales, religiosos, etc.

Si ustedes consideran el Estado desde el punto de vista de esta división fundamental, verán que antes de la división de la sociedad en clases, como ya lo he dicho, no existía ningún Estado. Pero cuando surge y se afianza la división de la sociedad en clases, cuando surge la sociedad de clases, también surge y se afianza el Estado. La historia de la humanidad conoce decenas y cientos de paises que han pasado o están pasando en la actualidad por la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo. En cada uno de ellos, pese a los enormes cambios históricos que han tenido lugar, pese a todas las vicisitudes políticas y a todas las revoluciones relacionadas con este desarrollo de la humanidad y con la transición de la esclavitud al capitalismo, pasando por el feudalismo, y hasta llegar a la actual lucha mundial contra el capitalismo, ustedes percibirán siempre el surgimiento del Estado. Este ha sido siempre determinado aparato al margen de la sociedad y consistente en un grupo de personas dedicadas exclusiva o casi exclusivamente o principalmente a gobernar. Los hombres se dividen en gobernados y en especialistas en gobernar, que se colocan por encima de la sociedad y son llamados gobernantes, representantes del Estado. Este aparato, este grupo de personas que gobiernan a otros, se apodera siempre de ciertos medios de coerción, de violencia física, ya sea que esta violencia sobre los hombres se exprese en la maza primitiva o en tipos más perfeccionados de armas, en la época de la esclavitud, o en las armas de fuego inventadas en la Edad Media o, por último, en las armas modernas, que en el siglo XX son verdaderas maravillas de la técnica y se basan íntegramente en los últimos lo gros de la tecnología moderna. Los métodos de violencia cambiaron, pero dondequiera existió un Estado, existió en cada sociedad, un grupo de personas que gobernaban, mandaban, dominaban, y que, para conservar su poder, disponían de un aparato de coerción física, de un aparato de violencia, con las armas que correspondían al nivel técnico de la época dada. Y sólo examinando estos fenómenos generales, preguntándonos por qué no existió ningún Estado cuando no había clases, cuando no había explotadores y explotados, y por que apareció cuando aparecieron las clases; sólo así encontraremos una respuesta definida a la pregunta de cuál es la esencia y la significación del Estado.
El Estado es una máquina para mantener la dominación de una clase sobre otra. Cuando no existían clases en la sociedad, cuando, antes de la época de la esclavitud, los hombres trabajaban en condiciones primitivas de mayor igualdad, en condiciones en que la productividad del trabajo era todavía muy baja y cuando el hombre primitivo apenas podía conseguir con dificultad los medios indispensables para la existencia más tosca y primitiva, entonces no surgió, ni podía surgir, un grupo especial de hombres separados especialmente para gobernar y dominar al resto de la sociedad. Sólo cuando apareció la primera forma de la división de la sociedad en clases, cuando apareció la esclavitud, cuando una clase determinada de hombres, al concentrarse en las formas más rudimentarias del trabajo agrícola, pudo producir cierto excedente, y cuando este excedente no resultó absolutamente necesario para la más mísera existencia del esclavo y pasó a manos del propietario de esclavos, cuando de este modo quedó asegurada la existencia de la clase de los propietarios de esclavos, entonces, para que ésta pudiera afianzarse era necesario que apareciera un Estado.

Y apareció el Estado esclavista, un aparato que dio poder a los propietarios de esclavos y les permitió gobernar a los esclavos. La sociedad y el Estado eran entonces mucho más reducidos que en la actualidad, poseían medios de comunicación incomparablemente más rudimentarios; no existían entonces los modernos medios de comunicación. Las montañas, los ríos y los mares eran obstáculos incomparablemente mayores que hoy, y el Estado se formó dentro de límites geográficos mucho más estrechos. Un aparato estatal técnicamente débil servía a un Estado confinado dentro de límites relativamente estrechos y con una esfera de acción limitada. Pero, de cualquier modo, existía un aparato que obligaba a los esclavos a permanecer en la esclavitud, que mantenía a una parte de la sociedad sojuzgada y oprimida por la otra. Es imposible obligar a la mayor parte de la sociedad a trabajar en forma sistemática para la otra parte de la sociedad sin un aparato permanente de coerción. Mientras no existieron clases, no hubo un aparato de este tipo. Cuando aparecieron las clases, siempre y en todas partes, a medida que la división crecía y se consolidaba, aparecía también una institución especial: el Estado. Las formas de Estado eran en extremo variadas. Ya durante el período de la esclavitud encontramos diversas formas de Estado en los países más adelantados, más cultos y civilizados de la época, por ejemplo en la antigua Grecia y en la antigua Roma, que se basaban integramente en la esclavitud. Ya había surgido en aquel tiempo una diferencia entre monarquía y república, entre aristocracia y democracia. La monarquía es el poder de una sola persona, la república es la ausencia de autoridades no elegidas; la aristocracia es el poder de una minoría relativamente pequeña, la democracia el poder del pueblo (democracia en griego, significa literalmente poder del pueblo). Todas estas diferencias sur gieron en la época de la esclavitud. A pesar de estas diferencias, el Estado de la epoca esclavista era un Estado esclavista, ya se tratara de una monarquía o de una república, aristocrática o democrática.
En todos los cursos de historia de la antigüedad, al escuchar la conferencia sobre este tema, les hablarán de la lucha librada entre los Estados monárquicos y los republicanos. Pero el hecho fundamental es que los esclavos no eran considerados seres humanos; no sólo no se los consideraba ciudadanos, sino que ni siquiera se los consideraba seres humanos. El derecho romano los consideraba como bienes. La ley sobre el homicidio, para no mencionar otras leyes de protección de la persona, no amparaba a los esclavos. Defendia sólo a los propietarios de esclavos, los únicos que eran reconocidos como ciudadanos con plenos derechos. Lo mismo daba que gobernara una monarquía o una república: tanto una como otra eran una república de los propietarios de esclavos o una monarquia de los propietarios de esclavos. Estos gozaban de todos los derechos, mientras que los esclavos, ante la ley, eran bienes; y contra el esclavo no sólo podía perpetrarse cualquier tipo de violencia, sino que incluso matar a un esclavo no era considerado delito. Las repúblicas esclavistas diferían en su organización interna: había repúblicas aristocráticas y repúblicas democráticas. En la república aristocrática participaba en las elecciones un reducido número de privilegiados; en la republica democrática participaban todos, pero siempre todos los propietarios de esclavos, todos, menos los esclavos. Debe tenerse en cuenta este hecho fundamental, pues arroja más luz que ningún otro sobre el problema del Estado, y pone claramente de manifiesto la naturaleza del Estado.
El Estado es una máquina para que una clase reprima a otra, una máquina para el sometimiento a una clase de otras clases, subordinadas. Esta máquina puede presentar diversas formas. El Estado esclavista podía ser una monarquía, una república aristocrática e incluso una república democrática. En realidad, las formas de gobierno variaban extraordinariamente, pero su esencia era siempre la misma: los esclavos no gozaban de ningún derecho y seguian siendo una clase oprimida; no se los consideraba seres humanos. Nos encontramos con lo mismo en el Estado feudal.
El cambio en la forma de explotación trasformó el Estado esclavista en Estado feudal. Esto tuvo una enorme importancia. En la sociedad esclavista, el esclavo no gozaba de ningún derecho y no era considerado un ser humano; en la sociedad feudal, el campesino se hallaba sujeto a la tierra. El principal rasgo de la servidumbre era que a los campesinos (y en aquel tiempo los campesinos constituían la mayoría, pues la población urbana era todavía muy poco desarrollada) se los consideraba sujetos a la tierra: de ahí se deriva este concepto mismo -- la servidumbre. El campesino podía trabajar cierto número de días para si mismo en la parcela que le asignaba el señor feudal; los demás días el campesino siervo trabajaba para su señor. Subsistía la esencia de la sociedad de clases: la sociedad se basaba en la explotación de clase. Sólo los propietarios de la tierra gozaban de plenos derechos; los campesinos no tenían ningún derecho. En la práctica su situación no difería mucho de la situación de los esclavos en el Estado esclavista. Sin embargo, se había abierto un camino más amplio para su emancipación, para la emancipación de los campesinos, ya que el campesino siervo no era considerado propiedad directa del señor feudal. Podía trabajar una parte de su tiempo en su propia parcela; podía, por así decirlo, ser, hasta cierto punto, dueño de sí mismo; y al ampliarse las posibilidades de desarrollo del intercambio y de las relaciones comerciales, el sistema feudal se fue desintegrando progresivamente y se fueron ampliando progresivamente las posibilidades de emancipación del campesinado. La sociedad feudal fue siempre más compleja que la sociedad esclavista. Había un importante factor de desarrollo del comercio y la industria, cosa que, incluso en esa época, condujo al capitalismo. El feudalismo predominaba en la Edad Media. Y también aquí diferían las formas del Estado; también aquí encontramos la monarquía y la república, aunque esta última se manifestaba mucho más débilmente. Pero siempre se consideraba al señor feudal como el único gobernante. Los campesinos siervos ca recían totalmente de derechos políticos.
Ni bajo la esclavitud ni bajo el feudalismo podía una reducida minoría de personas dominar a la enorme mayoría sin recurrir a la coerción. La historia está llena de constantes intentos de las clases oprimidas por librarse de la opresión. La historia de la esclavitud nos habla de guerras de emancipación de los esclavos que duraron décadas enteras. El nombre de "espartaquistas", entre parentesis, que han adoptado ahora los comunistas alemanes -- el único partido aleman que realmente lucha contra el yugo del capitalismo --, lo adoptaron debido a que Espartaco fue el héroe más destacado de una de las más grandes sublevaciones de esclavos que tuvo lugar hace unos dos mil años. Durante varios años el Imperio romano, que parecía omnipotente y que se apoyaba por entero en la esclavitud, sufrió los golpes y sacudidas de un extenso levantamiento de esclavos, armados y agrupados en un vasto ejército, bajo la dirección de Espartaco. Al fin y al cabo fueron derrotados, capturados y torturados por los propietarios de esclavos. Guerras civiles como éstas jalonan toda la historia de la sociedad de clases. Lo que acabo de señalar es un ejemplo de la más importante de estas guerras civiles en la época de la esclavitud. Del mismo modo, toda la época del feudalismo se halla jalonada por constantes sublevaciones de los campesinos. En Alemania, por ejemplo, en la Edad Media, la lucha entre las dos clases -- terratenientes y siervos -- asumió amplias proporciones y se trasformó en una guerra civil de los campesinos contra los terratenientes. Todos ustedes conocen ejemplos similares de constantes levantamientos de los campesinos contra los terratenientes feudales en Rusia.
Para mantener su dominación y asegurar su poder, los señores feudales necesitaban de un aparato con el cual pudiesen sojuzgar a una enorme cantidad de personas y someterlas a ciertas leyes y normas; y todas esas leyes, en lo fundamental, se reducían a una sola cosa: el mantenimiento del poder de los señores feudales sobre los campesinos siervos. Tal era el Estado feudal, que en Rusia, por ejemplo, o en los países asiáticos muy atrasados (en los que aún impera el feudalismo) difería en su forma: era una república o una monarquía. Cuando el Estado era una monarquía se reconocía el poder de un individuo; cuando era una república, en uno u otro grado se reconocía la participación de representantes electos de la sociedad terrateniente; esto sucedía en la sociedad feudal. La sociedad feudal representaba una división en clases en la que la inmensa mayoría -- los campesinos siervos -- estaba totalmente sometida a una insignificante minoría, a los terratenientes, dueños de la tierra.
El desarrollo del comercio, el desarrollo del intercambio de mercancías, condujeron a la formación de una nueva clase, la de los capitalistas. El capital se conformo como tal al final de la Edad Media, cuando, después del descubrimiento de América, el comercio mundial adquirío un desarrollo enorme, cuando aumentó la cantidad de metales preciosos, cuando la plata y el oro se convirtieron en medios de cambio, cuando la circulación monetaria permitió a ciertos individuos acumular enormes riquezas. La plata y el oro fueron reconocidos como riqueza en todo el mundo. Declinó el poder económico de la clase terrateniente y creció el poder de la nueva clase, los representantes del capital. La sociedad se reorganizó de tal modo, que todos los ciudadanos parecían ser iguales, desapareció la vieja división en propietarios de esclavos y esclavos, y todos los individuos fueron considerados iguales ante la ley, independientemente del capital que poseyeran -- propietarios de tierras o pobres hombres sin más propiedad que su fuerza de trabajo, todos eran iguales ante la ley. La ley protege a todos por igual; protege la propiedad de los que la tienen, contra los ataques de las masas que, al no poseer ninguna propiedad, al no poseer más que su fuerza de trabajo, se empobrecen y arruinan poco a poco y se convierten en proletarios. Tal es la sociedad capitalista.

No puedo detenerme a analizarlo en detalle. Ya volverán ustedes a ello cuando estudien el programa del partido: tendrán entonces una descripción de la sociedad capitalista. Esta sociedad fue avanzando contra la servidumbre, contra el viejo régimen feudal, bajo la consigna de la libertad. Pero era la libertad para los propietarios. Y cuando se desintegró el feudalismo, cosa que ocurrío a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX -- en Rusia ocurrió más tarde que en otros países, en 1861 --, el Estado feudal fue desplazado por el Estado capitalista, que proclama como consigna la libertad para todo el pueblo, que afirma que expresa la voluntad de todo el pueblo y niega ser un Estado de clase. Y en este punto se entabló una lucha entre los socialistas, que bregan por la libertad de todo el pueblo, y el Estado capitalista, lucha que condujo hoy a la creación de la República Socialista Soviética y que se está extendiendo al mundo entero.
Para comprender la lucha iniciada contra el capital mundial, para entender la esencia del Estado capitalista, debemos recordar que cuando ascendió el Estado capitalista contra el Estado feudal, entró en la lucha bajo la consigna de la libertad. La abolición del feudalismo significó la libertad para los representantes del Estado capitalista y sirvió a sus fines, puesto que la servidumbre se derrumbaba y los campesinos tenían la posibilidad de poseer en plena propiedad la tierra adquirida por ellos mediante un rescate o, en parte por el pago de un tributo; esto no interesaba al Estado; protegía la propiedad sin importarle su origen, pues el Estado se basaba en la propiedad privada. En todos los Estados civilizados modernos los campesinos se convirtieron en propietarios privados. Incluso cuando el terrateniente cedía parte de sus tierras a los campesinos, el Fstado protegía la propiedad privada, resarciendo al terrateniente con una indemnización, permitiéndole obtener dinero por la tierra. El Estado, por así decirlo, declaraba que ampararía totalmente la propiedad privada y le otorgaba toda clase de apoyo y protección. El Estado reconocía los derechos de propiedad de todo comerciante, fabricante e industrial. Y esta sociedad, basada en la propiedad privada, en el poder del capital, en la sujeción total de los obreros desposeidos y las masas trabajadoras del campesinado proclamaba que su régimen se basaba en la libertad. Al luchar contra el feudalismo, proclamó la libertad de propiedad y se sentía especialmente orgullosa de que el Estado hubiese dejado de ser, supuestamente, un Estado de clase.
Con todo, el Estado seguía siendo una máquina que ayudaba a los capitalistas a mantener sometidos a los campesinos pobres y a la clase obrera, aunque en su apariencia exterior fuese libre. Proclamaba el sufragio universal y, por intermedio de sus defensores, predicadores, eruditos y filosófos, que no era un Estado de clase. Incluso ahora, cuando las repúblicas socialistas soviéticas han comenzado a combatir el Estado, nos acusan de ser violadores de la libertad y de erigir un Estado basado en la coerción, en la represión de unos por otros, mientras que ellos representan un Estado de todo el pueblo, un Estado democrático. Y este problema, el problema del Estado, es ahora, cuando ha comenzado la revolución socialista mundial y cuando la revolución triunfa en algunos países, cuando la lucha contra el capital mundial se ha agudizado en extremo, un problema que ha adquirido la mayor importancia y puede decirse que se ha convertido en el problema más candente, en el foco de todos los problemas políticos y de todas las polémicas políticas del presente.
Cualquiera sea el partido que tomemos en Rusia o en cualquiera de los países más civilizados, vemos que casi todas las polémicas, discrepancias y opiniones políticas giran ahora en torno de la concepcion del Estado. ¿Es el Estado, en un país capitalista, en una república democrática -- especialmente en repúblicas como Suiza o Norteamérica --, en las repúblicas democráticas más libres, la expresión de la voluntad popular, la resultante de la decisión general del pueblo, la expresión de la voluntad nacional, etc., o el Estado es una máquina que permite a los capitalistas de esos países conservar su poder sobre la clase obrera y el campesinado? Este es el problema fundamental en torno del cual giran todas las polémicas políticas en el mundo entero. ¿Qué se dice sobre el bolchevismo? La prensa burguesa lanza denuestos contra los bolcheviques. No encontrarán un solo periódico que no repita la acusación en boga de que los bolcheviques violan la soberanía del pueblo. Si nuestros mencheviques y eseristas, en su simpleza de espiritu (y quizá no sea simpleza, o quiza sea esa simpleza de la que dice el proverbio que es peor que la ruindad) piensan que han inventado y descubierto la acusación de que los bolcheviques han violado la libertad y la soberanía del pueblo, se equivocan en la forma más ridicula. Hoy, todos los periodicos más ricos de los países más ricos, que gastan decenas de millones en su difusión y diseminan mentiras burguesas y la política imperialista en decenas de millones de ejemplares, todos esos periódicos repiten esos argumentos y acusaciones fundamentales contra el bolchevismo, a saber: que Norteamérica, Inglaterra y Suiza son Estados avanzados, basados en la soberanía del pueblo, mientras que la república bolchevique es un Estado de bandidos en el que no se conoce la libertad y que los bolcheviques son violadores de la idea de la soberanía del pueblo e incluso llegaron al extremo de disolver la Asamblea Constituyente. Estas terribles acusaciones contra los bolcheviques se repiten en todo el mundo. Estas acusaciones nos conducen directamente a la pregunta: ¿que es el Estado? Para comprender estas acusaciones, para poder estudiarlas y adoptar hacia ellas una actitud plenamente conciente, y no examinarlas basándose en rumores, sino en una firme opinión propia, debemos tener una clara idea de lo que es el Estado. Tenemos ante nosotros Estados capitalistas de todo tipo y todas las teorías que en su defensa se elaboraron antes de la guerra. Para responder correctamente a la pregunta, debemos examinar con un enfoque crítico todas estas teorías y concepciones.
Ya les he aconsejado que recurran al libro de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. En él se dice que todo Estado en el que existe la propiedad privada de la tierra y los medios de producción, en el que domina el capital, por democrático que sea, es un Estado capitalista, una máquina en manos de los capitalistas para el sojuzgamiento de la clase obrera y los campesinos pobres. Y el sufragio universal, la Asamblea Constituyente o el Parlamento son meramente una forma, una especie de pagaré, que no cambia la esencia del asunto.
Las formas de dominación del Estado pueden variar: el capital manifiesta su poder de un modo donde existe una forma y de otro donde existe otra forma, pero el poder está siempre, esencialmente, en manos del capital, ya sea que exista o no el voto restringido u otros derechos, ya sea que se trate de una república democrática o no; en realidad, cuanto más democrática es, más burda y cinica es la dominación del capitalismo. Una de las repúblicas más democráticas del mundo es Estados Unidos de Norteamérica, y sin embargo, en ninguna parte (y quienes hayan estado allí después de 1905 probablemente lo saben) es tan crudo y tan abiertamente corrompido como en Norteamérica el poder del capital, el poder de un puñado de multimillonarios sobre toda la sociedad. El capital, una vez que existe, domina la sociedad entera, y ninguna república democrática, ningún derecho electoral pueden cambiar la esencia del asunto.

La república democrática y el sufragio universal representaron un enorme progreso comparado con el feudalismo: permitieron al proletariado lograr su actual unidad y solidaridad y formar esas filas compactas y disciplinadas que libran una lucha sistemática contra el capital. No existió nada ni siquiera parecido a esto entre los campesinos siervos y ni que hablar ya entre los esclavos. Los esclavos, como sabemos se sublevaron, se amotinaron e iniciaron guerras civiles, pero no podian llegar a crear una mayoría consciente y partidos que dirigieran la lucha; no podían comprender claramente cuáles eran sus objetivos, e incluso en los momentos más revolucionarios de la historia fueron siempre peones en manos de las clases dominantes. La república burguesa, el Parlamento, el sufragio universal, todo ello constituye un inmenso progreso desde el punto de vista del desarrollo mundial de la sociedad. La humanidad avanzó hacia el capitalismo y fue el capitalismo solamente, lo que, gracias a la cultura urbana, permitió a la clase oprimida de los proletarios adquirir conciencia de si misma y crear el movimiento obrero mundial, los millones de obreros organizados en partidos en el mundo entero; los partidos socialistas que dirigen concientemente la lucha de las masas. Sin parlamentarismo, sin un sistema electoral, habría sido imposible este desarrollo de la clase obrera. Es por ello que todas estas cosas adquirieron una importancia tan grande a los ojos de las grandes masas del pueblo. Es por ello que parece tan dificil un cambio radical. No son sólo los hipócritas concientes, los sabios y los curas quienes sostienen y defienden la mentira burguesa de que el Estado es libre y que tiene por misión defender los intereses de todos; lo mismo hacen muchisimas personas atadas sinceramente a los viejos prejuicios y que no pueden entender la transición de la sociedad antigua, capitalista, al socialismo. Y no sólo las personas que dependen directamente de la burguesia, no sólo quienes vi ven bajo el yugo del capital o sobornados por el capital (hay gran cantidad de cientificos, artistas, sacerdotes, etc., de todo tipo al servicio del capital), sino incluso personas simplemente influidas por el prejuicio de la libertad burguesa, se han movilizado contra el bolchevismo en el mundo entero, porque cuando fue fundada la República Soviética rechazó estas mentiras burguesas y declaró abiertamente: ustedes dicen que su Estado es libre, cuando en realidad, mientras exista la propiedad privada, el Estado de ustedes, aunque sea una república democrática, no es más que una máquina en manos de los capitalistas para reprimir a los obreros, y mientras más libre es el Estado, con mayor claridad se manifiesta esto. Ejemplos de ello nos los brindan Suiza en Europa, y Estados Unidos en América. En ninguna parte domina el capital en forma tan cínica e implacable y en ninguna parte su dominación es tan ostensible como en estos países, a pesar de tratarse de repúblicas democráticas, por muy bellamente que se las pin te y por mucho que en ellas se hable de democracia del trabajo y de igualdad de todos los ciudadanos. El hecho es que en Suiza y en Norteamérica domina el capital, y cualquier intento de los obreros por lograr la menor mejora efectiva de su situación, provoca inmediatamente la guerra civil. En estos países hay pocos soldados, un ejército regular pequeño -- Suiza cuenta con una milicia y todos los ciudadanos suizos tienen un fusil en su casa, mientras que en Estados Unidos, hasta hace poco, no existía un ejército regular --, de modo que cuando estalla una huelga, la burguesia se arma, contrata soldados y reprime la huelga; en ninguna parte la represión del movimiento obrero es tan cruel y feroz como en Suiza y en Estados Unidos, y en ninguna parte se manifiesta con tanta fuerza como en estos países la influencia del capital sobre el Parlamento. La fuerza del capital lo es todo, la Bolsa es todo, mientras que el Parla mento y las elecciones no son más que muñecos, marionetas. . . Pero los obreros van abriendo cada vez más los ojos y la idea del poder soviético va extendiéndose cada vez más. Sobre todo después de la sangrienta matanza por la que acabamos de pasar. La clase obrera advierte cada vez más la necesidad de luchar implacablemente contra los capitalistas.
Cualquiera sea la forma con que se encubra una república, por democrática que sea, si es una república burguesa, si conserva la propiedad privada de la tierra, de las fábricas, si el capital privado mantiene a toda la socicdad en la esclavitud asalariada, es decir, si la república no lleva a la práctica lo que se proclama en el programa de nuestro partido y en la Constitución soviética, entonces ese Estado es una máquina para que unos repriman a otros. Y debemos poner esta máquina en manos de la clase que habrá de derrocar el poder del capital. Debemos rechazar todos los viejos prejuicios acerca de que el Estado significa la igualdad universal; pues esto es un fraude: mientras exista explotación no podrá existir igualdad. El terrateniente no puede ser igual al obrero, ni el hombre hambriento igual al saciado. La máquina, llamada Estado, y ante la que los hombres se inclinaban con supersticiosa veneración, porque creian en el viejo cuento de que significa el Poder de todo el pueblo, el proletariado la rechaza y afirma: es una mentira burguesa. Nosotros hemos arrancado a los capitalistas esta máquina y nos hemos apoderado de ella. Utilizaremos esa máquina, o garrote, para liquidar toda explotación; y cuando toda posibilidad de explotación haya desaparecido del mundo, cuando ya no haya propietarios de tierras ni propietarios de fábricas, y cuando no exista ya una situación en la que unos estan saciados mientras otros padecen hambre, sólo cuando haya desaparecido por completo la posibilidad de esto, relegaremos esta máquina a la basura. Entonces no existirá Estado ni explotación. Tal es el punto de vista de nuestro partido comunista. Espero que volveremos a este tema en futuras conferencias, volveremos a él una y otra vez.

Conferencia pronunciada en la Universidad de Sverdlov el 11 de julio de 1919. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín 1974.
Fuente: http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/TS19s.html


ECONOMÍA

Plusvalía absoluta y plusvalía relativa*

Por Karl Marx

1.
De otra parte, el concepto del trabajo productivo se restringe. La producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente, producción de plusvalía. El obrero no produce para sí mismo, sino para el capital. Por eso, ahora, no basta con que produzca en términos generales, sino que ha de producir concretamente plusvalía. Dentro del capitalismo, sólo es productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalista o que trabaja por hacer rentable el capital. Si se nos permite poner un ejemplo ajeno a la órbita de la producción material, diremos que un maestro de escuela es obrero productivo si, además de moldear las cabezas de los niños, moldea su propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho de que éste invierta su capital en una fábrica de enseñanza, en vez de invertirlo en una fábrica de salchichas, no altera en lo más mínimo los términos del problema. Por tanto, el concepto del trabajo productivo no entraña simplemente una relación entre la actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el producto de su trabajo, sino que lleva además implícita una relación específicamente social e históricamente dada de producción, que convierte al obrero en instrumento directo de valorización del capital. Por eso el ser obrero productivo no es precisamente una dicha, sino una desgracia.
2.
La producción de plusvalía absoluta se consigue prolongando la jornada de trabajo más allá del punto en que el obrero se limita a producir un equivalente del valor de su fuerza de trabajo, y haciendo que este plustrabajo se lo apropie el capital. La producción de plusvalía absoluta es la base general sobre que descansa el sistema capitalista y el punto de arranque para la producción de plusvalía relativa. En ésta, la jornada de trabajo aparece desdoblada de antemano en dos segmentos: trabajo necesario y trabajo excedente. Para prolongar el segundo se acorta el primero mediante una serie de métodos, con ayuda de los cuales se consigue producir en menos tiempo el equivalente del salario. La producción de plusvalía absoluta gira toda ella en torno a la duración de la jornada de trabajo; la producción de plusvalía relativa revoluciona desde los cimientos hasta el remate los procesos técnicos del trabajo y las agrupaciones sociales.
3.
La producción de plusvalía relativa supone, pues, un régimen de producción específicamente capitalista, que sólo puede nacer y desarrollarse con sus métodos, sus medios y sus condiciones, por un proceso natural y espontáneo, a base de la supeditación formal del trabajo al capital. Esta supeditación formal es sustituida por la supeditación real del obrero al capitalista.
4.
Desde cierto punto de vista, la distinción entre plusvalía absoluta y relativa puede parecer puramente ilusoria. La plusvalía relativa es absoluta en cuanto condiciona la prolongación absoluta de la jornada de trabajo, después de cubrir el tiempo de trabajo necesario para la existencia del obrero. Y la plusvalía absoluta es relativa en cuanto se traduce en un desarrollo de la productividad del trabajo, que permite limitar el tiempo de trabajo necesario a una parte de la jornada. Pero si nos fijamos en la dinámica de la plusvalía, esta apariencia de identidad se esfuma. Una vez instaurado el régimen capitalista de producción y erigido en régimen de producción general, la diferencia entre la plusvalía absoluta y relativa se pone de manifiesto tan pronto se trata de reforzar, por los medios que sean, la cuota de plusvalía. Suponiendo que la fuerza de trabajo se pague por su valor, nos encontraremos ante esta alternativa: dada la fuerza productiva del trabajo, y dado también su grado normal de intensidad, la cuota de plusvalía sólo se podrá aumentar prolongando de un modo absoluto la jornada de trabajo; en cambio, si partimos de la duración de la jornada de trabajo como algo dado, sólo podrá reforzarse la cuota de plusvalía mediante un cambio relativo de magnitudes de las dos partes que integran aquélla, o sea, el trabajo necesario y el trabajo excedente; lo que a su vez, si no se quiere reducir el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, supone un cambio en el rendimiento o intensidad de éste.
5.
Cuanto más reducidas sean las necesidades naturales de indispensable satisfacción y mayores la fecundidad natural del suelo y la bondad del clima, menor será el tiempo de trabajo necesario para la conservación y reproducción del productor, y mayor podrá ser, por consiguiente, el remanente de trabajo entregado a otros después de cubrir con él sus propias necesidades. Hablando de los antiguos egipcios, escribe Diodoro: "Es verdaderamente increíble cuán poco esfuerzo y gastos les ocasiona la crianza de sus hijos. Les condimentan el primer alimento que se les viene a la mano; les dan también a comer la parte inferior del arbusto del papiro, sin más que tostarla al fuego, y las raíces y tallos de las plantas que crecen en las charcas, unas veces crudas y otras veces cocidas o asadas. La mayoría de los niños van descalzos y desnudos, pues el clima es muy suave. A ningún padre le cuesta más de veinte dracmas criar a un hijo. Así se explica que la población, en Egipto, sea tan numerosa, razón por la cual pueden ejecutarse tantas obras grandiosas." Sin embargo, las grandes construcciones del antiguo Egipto no se debieron tanto a la densidad de su población como a la gran proporción en que ésta se halla disponible. Del mismo modo que el obrero individual puede suministrar tanto más trabajo excedente cuanto más se reduzca su tiempo de trabajo necesario, así también cuanto menor sea la parte de la población obrera que haya de trabajar en la producción de los medios indispensables de vida, mayor será la parte disponible para la ejecución de otras obras.

*(Marx, El capital, lib. 1, sección 5, cap. XIV)

Fuente: http://www.webdianoia.com/contemporanea/marx/textos/marx_text_plusval.htm

Teoría social y filosofía


¿Por qué socialismo?*

Por Albert Einstein

¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que si.
Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil por que la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana --como es bien sabido-- ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó "la fase depredadora" del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y --si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos-- son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.
Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿porqué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?"
Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por si mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad".
Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -- exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.
Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos -- que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos -- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.
Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.
La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -- no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción --es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional-- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.
En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré "trabajadores" a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción -- aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.
La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo "puro". La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un "ejército de parados". El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.
Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.
Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

* Primera Edición: En Monthly Review, Nueva York, mayo de 1949
Fuente: www.marxists.org/espanol/einstein/por_que.htm

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