Dirección general: Lic. Alberto J. Franzoia

 





NOTAS EN ESTA SECCION
Las desviaciones del materialismo histórico I: el materialismo vulgar, por Alberto J. Franzoia
Las desviaciones del materialismo histórico II: el eurocentrismo, por Alberto J. Franzoia
Análisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas*, por Antonio Gramsci

Reportaje a Pichón Rivière en el aborda el arte y la cultura en el pensamiento de Freud (1976)  |  La democracia y el pueblo, Eric Hobsbawm
Entrevista a  György Lukács  | 
Los Grundrisse de Marx, 150 años después  |  El ojo del poder, entrevista a Michel Foucault


    


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Historia

Las desviaciones del materialismo histórico: el materialismo vulgar*

Por Alberto J. Franzoia

El trabajo elaborado por uno de los pioneros de la revolución cubana Armando Hart (1) y presentado el 11 de marzo del año en curso en Reconquista Popular, tiene el gran mérito de exponer a través del caso "Stalin" una de las desviaciones más frecuentes y trágicas que ha experimentado el materialismo histórico de Carlos Marx y Federico Engels. El llamado "economicismo", materialismo vulgar" o "materialismo mecanicista" ha estado presente en el panorama intelectual del socialismo científico desde el mismo siglo XIX, por lo que Engels debió advertir tanto a seguidores como adversarios sobre esta cuestión originada, más que en un error irreductible de los fundadores del nuevo paradigma, en la necesidad de combatir por aquellos tiempos una filosofía predominantemente idealista. En realidad, ellos nunca negaron la importancia de la superestructura (campo inmaterial) en su relación dialéctica con la estructura económica, pero la omnipresencia del idealismo, sobretodo alemán, en la interpretación de los fenómenos históricos, los condujo a poner quizás un excesivo énfasis en la importancia del abordaje de los factores objetivos (materiales) para arribar a un conocimiento científico. Hart expone una cita sobre el pensamiento de Engels muy interesante por su contenido autocrítico:
"Falta, además, un solo punto, en el que, por lo general, ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié en nuestros escritos, por lo que la culpa nos corresponde a todos por igual. En lo que nosotros más insistíamos -y no podíamos por menos de hacerlo así- era en derivar de los hechos económicos básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos condicionados por ellas. Y al proceder de esta manera, el contenido nos hacía olvidar la forma, es decir, el proceso de génesis de estas ideas, etc. Con ello proporcionamos a nuestros adversarios un buen pretexto para sus errores y tergiversaciones" (2).

Sin desconocer la significación de la cita, es necesario destacar que existen dos planos de análisis distintos que están presentes tanto en Marx como en Engels. Por un lado realizan análisis teóricos generales, en los que el nivel de abstracción es muy significativo; en ellos nos presentan el funcionamiento de los modos de producción, con predominio del capitalista. Pero, por otra parte, hay análisis que están centrados en situaciones históricas concretas (formaciones sociales), como cuando se refieren al capitalismo inglés del siglo XIX o a la segunda República Francesa. Tener en cuenta esta cuestión es fundamental, ya que el énfasis puesto en lo económico con descuido de los factores subjetivos, sólo es comprobable en los abordajes generales, por lo tanto poco específicos, cuya función es marcar las características esenciales del modo de producción estudiado. Mientras que en situaciones históricas concretas suelen recurrir al juego de las acciones y reacciones entre lo objetivo y lo subjetivo, la estructura económica y la superestructura. En una carta dirigida a J.Bloch Engels resuelve la cuestión con gran claridad:
" Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta – las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada la batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirse en un sistema de dogmas – ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma... El que los discípulos hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. Pero, tan pronto como se trataba de exponer una época histórica y, por tanto, de aplicar prácticamente el principio, cambiaba la cosa, y ya no había posibilidad de error..."(3).

Ahora bien, el contenido objetivo de una producción intelectual no podemos determinarlo a través de una confrontación de citas aisladas, sino promoviendo el estudio completo de la misma e identificando el contexto histórico en el que fue gestada. Por lo tanto, a la situación imperante en los estudios filosóficos e históricos durante el siglo XIX en Europa, debemos incorporarle el carácter complejo de la obra considerada. A modo de ejemplo podemos afirmar que en el texto de Marx "Prólogo de contribución a la Crítica de la Economía Política", se puede comprobar la presencia de ese principio cardenal que plantea Engels y que fue fuente de todo tipo de confusiones y tergiversaciones; pero en otros trabajos, como "La lucha de clases en Francia, "Revolución y contrarrevolución en Alemania", "Crítica al programa de Gotha" o "El dieciocho brumario de Luis Bonaparte" se evidencia la importancia atribuida a los factores subjetivos de la superestructura. La obra citada en primer término se ubica dentro de lo que definimos como teoría general de la historia, y debe ser entendida como una formulación de "las premisas fundamentales" para su interpretación; estas premisas, en forma mucho más embrionarias, ya habían sido presentadas por ambos en "La ideología alemana". Los cuatro ejemplos posteriores, en cambio, responden a la teoría construida sobre casos específicos, en los que se manifiesta la relación dialéctica entre la estructura y la superestructura, como así también toda la importancia asignada al contexto histórico que ciertos críticos pretenden desconocer.

No resulta para nada extraño que los enemigos del socialismo hayan insistido hasta el cansancio sobre el carácter economicista de la teoría de los científicos y políticos alemanes, pero sí debe llamar a la reflexión, como lo hace Hart, que este equívoco haya tenido cabida en la revolución de 1917, a partir de la gestión stalinista, ya que sobre él cabalgó una gran derrota para los oprimidos y marginados de la tierra. Decíamos en un trabajo anterior "¿Neutralidad científica o ciencia comprometida?"(4) que la institucionalización de una versión fraudulenta del materialismo histórico durante el stalinismo fue factor coadyuvante en la derrota experimentada, aunque obviamente no fue el único. El carácter cada vez más positivista (por lo tanto contemplativo y conservador) que adquirió la ciencia en la URSS, junto con la escasa importancia atribuida a los aspectos éticos y culturales en el desarrollo de una sociedad que pretendía ser socialista, dejaron sin respuestas a los soviéticos ante los nuevos desafíos que les presentaría la historia. El retroceso experimentado en los años noventa, después de 70 de iniciada la revolución, sólo era posible a partir de una conducción burocrática que, más allá de las dificultades económicas y políticas, no logró producir una cultura de la solidaridad y una ética revolucionaria superadora de los valores burgueses difundidos por las potencias occidentales. Cuba es exactamente la contracara. Una isla con 11 millones de habitantes, con escasos recursos naturales, aislada del continente durante décadas por el imperialismo norteamericano con la complicidad de gran parte de los gobiernos de América Latina (situación que recién ahora comienza a modificarse), huérfana desde comienzos de los 90 del apoyo económico soviético, ha logrado mantenerse en pie sólo gracias a un liderazgo político que, más allá de méritos y errores, ha sabido fomentar el desarrollo de una superestructura alternativa a la capitalista, en lo que mucho ha tenido que ver la tarea desempeñada por el propio Hart. Habitualmente la intelectualidad conservadora o reformista (cuando no reaccionaria), amparándose en una visión metafísica de la historia, destaca el particular "espíritu solidario del pueblo cubano," pero rara vez se asocia el mismo al desarrollo de la revolución, como si los cubanos nacieran con esa característica.

Creer que los problemas en torno a la revolución socialista son sólo económicos, es una de las falencias que presentan ciertos sectores de la izquierda influenciados, a veces a su pesar, por la versión stalinista que ha recorrido el mundo desde fines de los años 20. Si hasta la revolución de octubre era natural acceder a una visión fragmentaria del pensamiento de Marx y Engels, porque una parte del mismo no había sido publicado ni traducido favoreciendo un reductivismo en el estudio de su obra (recordemos a modo de ejemplo que los "Manuscritos económicos-filosóficos de 1844 recién se publicaron en 1932 y se tradujeron al español en 1960), con la consolidación del proceso iniciado en Rusia y la publicación de las obras completas el panorama no se revirtió en lo inmediato. La política del estado stalinista desalentó el estudio y profundización de los textos que abordan la importancia del factor subjetivo, para promover en su lugar, aquellos que favorecen una interpretación más esquemática y lineal de la historia. Se convirtió en lugar común hablar de un Marx dividido: el de la juventud y el de la madurez. Da la casualidad que el primero, el "inmaduro", produjo algunas de las obras que rescatan la importancia de la subjetividad humana. Precisamente a esa etapa pertenecen las "Tesis sobre Feuerbach" citadas por Hart. Sin embargo, sería un grueso error creer que Marx abandonó esta temática en su madurez. Los textos que citamos antes representan un claro ejemplo al respecto. Pero algo más interesante aún, es que el último tomo de "El capital" finaliza con un capítulo inconcluso (ya que Marx muere) dedicado a las clases sociales, que como se sabe, son el sujeto transformador de las estructuras económicas. Si estas carecieran de valor como sujetos sociales para el materialismo histórico, tampoco se comprende ni la fundación de la Primera Internacional ni la importancia atribuida posteriormente por Lenin al partido político como instrumentos de la clase trabajadora para realizar la revolución. El economicismo no sólo es una visión vulgar del materialismo, sino que deriva necesariamente en un reformismo que deja libradas a las masas a una acción espontánea con amplias posibilidades de fracaso.

Si bien acordamos con Hart en la línea metodológica y teórica que traza (Marx-Emgels-Lenin), es necesario señalar una omisión que, desde nuestro punto de vista, resulta esencial a la hora de evaluar las producciones realizadas en el plano internacional sobre la significación de la superestructura. Concretamente no podemos excluir a Antonio Gramsci, ya que ha realizado algunos de los aportes más lucidos sobre esta cuestión. Precisamente fue él uno de los grandes excluidos durante las décadas en las que el panorama editorial del materialismo histórico estaba dominado por seguidores y empleados de la burocracia soviética. Su producción no casualmente comienza a editarse y difundirse por el mundo a partir de los años 60, es decir con posteridad a la muerte de Stalin y cuando las visiones alternativas a la stalinista ganan terreno. Gramsci nos confirma el carácter totalizador que debe tener la metodología para abordar a Marx:
"La pretensión (presentada como postulado esencial del materialismo histórico) de presentar y exponer toda fluctuación de la política y de la ideología como expresión inmediata de la estructura tiene que ser combatida en la teoría como un infantilismo primitivo, y en la práctica hay que combatirla con el testimonio auténtico de Marx, escritor de obras políticas e históricas concretas. A este respecto son de especial importancia el 18 Brumario y los escritos acerca de la Cuestión oriental, pero también otros (Revolución y contrarrevolución en Alemania, La guerra civil en Francia y otros menores). Un análisis de estas obras permite fijar mejor la metodología histórica marxista, integrando, iluminando e interpretando, las afirmaciones teóricas dispersas por todas las obras. Así podrá observarse cuántas cautelas reales introduce Marx en sus investigaciones concretas, cautelas que no pueden formularse en obras generales"(5).

Gramsci desarrolló su teoría tomando como eje de la misma al "bloque histórico", concepto que da cuenta de la articulación entre la estructura económica, con sus distintas clases sociales, y la superestructura. Pero ésta última es mucho más que un conjunto de ideas que simplemente se manifiestan como el reflejo casi mecánico de la estructura. Por el contrario, representa un mundo con relativa autonomía, compuesto por la sociedad política y la sociedad civil. Si bien la diferencia entre ambas, tal como habitualmente la han planteado los intérpretes de pensador italiano, se relaciona con la división entre las instituciones estatales y privadas, resultan mucho más significativas las funciones que cumplen una y otra. La sociedad civil es el espacio en el que se construyen los consensos necesarios para que una clase como la burguesía, dominante en el plano económico, logre a través de sus ideas conducir al conjunto de la sociedad para la realización de sus intereses de clase, presentando a éstos como intereses generales de la nación. Esa conducción intelectual recibe el nombre de hegemonía y es fundamental para la estabilidad y reproducción de la sociedad capitalista; en dicho proceso adquiere toda su importancia la tarea de los intelectuales orgánicos de la clase dominante, favoreciendo la articulación entre el poder económico de ésta y el control cultural. Pero cuando la clase subalterna o dominada no acata esta conducción, o en períodos de crisis generalizada, se vuelve imprescindible recurrir a la sociedad política, que es el espacio en el que se manifiesta la coerción. El uso de la fuerza va en auxilio de una conducción cultural, que no resulta suficiente para garantizar la continuidad del bloque histórico.

Si bien la producción teórica de Gramsci es riquísima y da lugar para variados abordajes, hay una cuestión esencial para construir alternativas a la conducción de la clase dominante, ya se trate de un país capitalista desarrollado como de uno dependiente y subdesarrollado. Efectivamente, Gramsci planteó la contrahegemonía que pueden gestar la clase dominada y sus aliados y visualizó el inestimable aporte que deben realizar los intelectuales. Por supuesto, y como ya lo hemos planteado en un trabajo anterior (6), no considera a estos como una clase social o bloque homogéneo, sino como pertenecientes o vinculados a distintas clases. La hegemonía de la burguesía (la oligarquía en nuestra patria) es construida por intelectuales que actúan como agentes de la superestructura, pero en la producción de una conducción alternativa ejercida por los dominados, es fundamental contar también con intelectuales que cumplan su función. Esto es relevante sobre todo en aquellos países donde la sociedad civil (que incluye a todas las instituciones privadas) ha alcanzado un desarrollo por lo menos aceptable, cosa que no sólo ocurre en las naciones centrales. El intelectual favorece con su trabajo específico, la producción y difusión de una visión de mundo (ideología, cultura en sentido restringido) propia de los dominados. Esta visión si bien ya está presente en forma más precaria en manifestaciones populares como el sentido común y el folklore, debe ser elaborada y sistematizada como filosofía (que es la expresión más racional de una ideología). Para que la clase dominada (y sus aliados) pueda alcanzar el poder y ejercerlo, es imprescindible que sea capaz de crear las condiciones para una cultura alternativa. Aún en aquellos países en los que la sociedad civil es precaria y la fuerza ocupa un lugar preponderante en el proceso revolucionario, llega un momento en que el estado debe propiciar su desarrollo para garantizar la continuidad del mismo. Por esta razón, el proceso llevado adelante por Stalin y sus seguidores, guiados por un materialismo vulgar, es muy poco aconsejable para el socialismo. Además resulta necesario destacar, que para Gramsci el valor de una filosofía está en estrecha relación con los efectos pertinentes que produce:
"...Puede decirse que el valor histórico de una filosofía es <calculable> a partir de la eficacia <práctica> que ha conquistado (y <practicidad> debe entenderse en sentido amplio). Si es verdad que toda filosofía es expresión de una sociedad, tendría que reaccionar sobre la sociedad determinar ciertos efectos positivos y negativos, la medida en la cual reacciona es precisamente la medida de su alcance histórico, de no ser <elucubración> individual, sino < hecho histórico>" (7).

En la Argentina de los años 30 hubo un grupo de intelectuales que con su trabajo favoreció el desarrollo de una visión de mundo alternativa a la dominante. Si bien no necesitaron leer a Gramsci para descubrir el papel que desempeñan las ideas en la conducción de una sociedad, cumplieron cabalmente con las tareas señaladas por éste. FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) desempeñó una labor formidable en la gestación de condiciones culturales para que el cambio revolucionario se iniciara en la década siguiente. No se trataba de una revolución socialista, pero sí era el inicio de un proceso de liberación nacional que, como sabemos, es el paso inicial para la liberación social en los países dependientes. A la cultura liberal (hasta ese momento dominante) del bloque histórico conducido por la alianza entre la oligarquía nativa y la burguesía de los países centrales (con el predominio de Gran Bretaña), se le opuso un nuevo bloque nacional y popular con fuerte presencia obrera pero conducido por una ideología nacional-burguesa (expresada fundamentalmente por un sector del ejército), que en un primer momento cumplió una función positiva. Agotada la etapa en que esa visión de mundo podía dar respuestas satisfactorias a la realidad nacional, se imponía una profundización del proceso revolucionario adoptando decisiones políticas que superasen el estrecho marco de las ideas burguesas. Pero para que esas decisiones integren la agenda de una política nacional y popular, resulta imprescindible favorecer el desarrollo de una visión de mundo propia de los trabajadores. La misma si bien tuvo una presencia embrionaria no se había desarrollado y articulado en su nivel más elevado (como filosofía) y, por lo tanto, estaba imposibilitada de lograr la hegemonía. Por otra parte, cuando no existe un contexto cultural propicio, las políticas nuevas (si es que son adoptadas) pueden carecer del apoyo popular necesario, convirtiéndose en decisiones de elites que se alejan peligrosamente de las masas. La racionalización del consumo que debió adoptar el gobierno de Fidel Castro para superar la crisis de los noventa, sólo fue posible gracias a la existencia de ese clima cultural previo, de lo contrario el régimen hubiese desembocado en un peligroso aislamiento con previsibles convulsiones sociales. También el triunfo electoral del Frente Amplio fue producto de una paciente tarea cultural que modificó el mapa político de Uruguay, tarea nada menor si recordamos que Galeano define a sus compatriotas como "conservadores anarquistas".

Desde ya, el materialismo vulgar adoptado por marxistas primitivos, no es la única desviación observable en el panorama internacional y nacional a lo largo de la historia. No podemos olvidar que en el extremo contrario se ubica el voluntarismo o subjetivismo propio de los ultraizquierdistas. Si unos descuidan el papel de los sujetos en la construcción de la historia, los otros olvidan las condiciones objetivas que actúan como límite de dicha construcción. En este trabajo consideramos los límites del economicismo porque sus seguidores son los que han tenido mayores posibilidades de ejercer el poder, mientras que la ultraizquierda, por sus propias limitaciones, no suele superar la condición de eterna oposición. De todas formas, tanto el voluntarismo como aquellas interpretaciones que le adjudican al materialismo histórico un enfoque unilineal de la historia, lo que lo conduciría a un ineludible eurocentrismo, merecen un capítulo a parte pues representan otras desviaciones posibles.

Para cerrar este análisis es necesario destacar que cuando una revolución resulta inconclusa o directamente fracasa, se suelen escuchar argumentos de sus partidarios en los que se pone el acento en la acción de los enemigos para justificar la derrota, sin embargo deberíamos prestar mayor atención a las propias falencias para lograr una comprensión más objetiva de los hechos. Sólo así podremos generar las condiciones para un nuevo proceso político con posibilidades ciertas de materializar los objetivos perseguidos. La historia de las revoluciones populares demuestra que cuando las decisiones políticas no van acompañadas de una profunda acción cultural o ideológica, el cambio estructural es abortado. Hart, vinculado política y cultura desde los inicios de la revolución cubana, lo manifiesta con absoluta firmeza:
"No hay posibilidad de revolución sin un fundamento en la cultura. Si los políticos se dieran cuenta de la fuerza que tiene la cultura, harían cultura por política. Nosotros tuvimos la suerte en Cuba de que el hombre más grande de la política cubana en el siglo XIX, fue también el hombre más grande en la cultura. Fue Martí, una conjugación en un hombre de una estatura cultural e intelectual enorme y, al mismo tiempo, un estratega con capacidad de hacer política" (8).

La Plata, abril de 2005

*Publicado originalmente en los espacios digitales "Reconquista Popular" y en "Investigaciones Rodolfo Walsh"

(1) Armando Hart Dávalos es uno de los fundadores del Movimiento 26 de julio. Con el triunfo de la Revolución Cubana es designado Ministro de Educación hasta 1965. Dirige durante los años iniciales del proceso la campaña de alfabetización más importante que se haya realizado en América Latina. Fue Ministro de Cultura entre 1976 y 1997. Preside la Sociedad Cultural José Martí y es miembro del Consejo de Estado de la República de Cuba. Ha publicado diversas obras destacando la importancia de la cultura para la revolución. Entre las más recientes se encuentran: "Hacia una dimensión cultural del desarrollo" (1996), "Cultura para el desarrollo, el desafío del siglo XXI" (2001) y "Ética, cultura y política" (2001). Premiado en su país y en el extranjero, recibe el 20 de mayo de 2003 el título Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuba.
(2) Armando Hart, "José Stalin", Foro Reconquista Popular, 11 de marzo de 2005.
(3) Federico Engels, Carta a Blosh, en "Estado y sociedad en el pensamiento clásico" de Portantiero y De Ipola, pag 147, Editorial Cántaro.
(4) Alberto Franzoia, "Neutralidad científica o ciencia comprometida", Foro Reconquista Popular, marzo de 2005.
(5) Antonio Gramsci, "Antología", pag. 276, Editorial Siglo XXI, 1999.
(6) Alberto Franzoia, "¿Qué cosa son los intelectuales?", Foro Reconquista Popular, noviembre de 2004.
(7) Antonio Gramsci, Ibídem, pag. 275, 1999.
(8) Armando Hart: Reportaje, publicado digitalmente en www.prensa.unc.edu.ar, el 29 de mayo de 2003.


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Historia

Las desviaciones del materialismo histórico II: el eurocentrismo*

Por Alberto J. Franzoia

Así como en un anterior trabajo (1) señalamos el carácter vulgar de un materialismo que surge a parir de un abordaje fragmentado e insuficiente de la obra de Marx y Engels, otra desviación posible es la concepción unilineal de la historia, según la cual todas las regiones de la tierra han atravesado o deben atravesar por las mismas etapas o sociedades. Estas serían aquellas que están presentes en un texto que fue producido con fines prácticos y didácticos como el "Manifiesto Comunista", a saber: comunidad primitiva, antigua o esclavista, feudal, burguesa o capitalista, para concluir, previa dictadura del proletariado, en la sociedad sin clases o comunismo. Es decir, la historia del mundo se correspondería con una sucesión única de un conjunto de modos de producción, sin alternativas posibles. En otro texto tomado como referente por los defensores de la concepción unilineal, "Prólogo a contribución a la Crítica de la Economía Política", aparece en la sucesión única de etapas el problemático concepto "modo de producción asiático", utilizado por Marx pero desterrado por los estalinistas a partir del debate teórico que se dio en Leningrado en 1931. Desde entonces los soviéticos pretendieron vincular las características del mismo con la esclavitud, ignorando las claras diferencias marcadas por Marx. En realidad, el modo de producción asiático representa un serio inconveniente para todos aquellos que han intentado construir el socialismo desde el despotismo, ya que esta es una de las características que los fundadores del materialismo histórico le atribuyen a esa sociedad, que si bien carece de propiedad privada, no representa de ninguna manera una alternativa para el desarrollo libre e igualitario de los hombres.

Para interpretar los escritos fundantes de Marx y Engels resulta imprescindible comprender su metodología. Ésta, es tanto materialista como dialéctica. Materialista porque parte de la práctica (relación específica entre el sujeto y la realidad), desde la que construye la teoría como producto de una reflexión sobre la misma. Y dialéctica porque con esa teoría vuelve sobre la práctica para transformarla, en un proceso concatenado de modificaciones mutuas, ya que las nuevas prácticas generan siempre modificaciones en la teoría y viceversa. Por otra parte, esa teoría tiene dos niveles, uno abstracto que expresa las características generales de un tipo de sociedad (como la capitalista en sus formas más desarrolladas) cuyo papel es orientar la investigación, y otro concreto que se manifiesta en el estudio de casos específicos (como el capitalismo inglés en la segunda mitad del siglo XIX). Respetando estos principios los fundadores del nuevo paradigma centraron sus estudios obviamente sobre la realidad europea en la etapa del capitalismo de libre competencia, es decir, partiendo de su propia práctica. Por otra parte, por aquellos años la información disponible sobre el mundo periférico era mínima si la comparamos con la existente en la actualidad y tenía un sesgo etnocentrista. Cuando Marx y Engels desarrollan su trabajo intelectual, América Latina recién está gestando formas de organización política alternativas a la existente en tiempos del colonialismo clásico. Si no se considera este contexto se puede caer en el error de acusarlos de falta de rigurosidad a la hora de abordar aquella realidad ajena al capitalismo desarrollado. Sin embargo, ningún intelectual de la época tenía una idea acabada sobre lo que ocurría por estas tierras, incluyendo a todos aquellos que fueron tomados como referentes por el pensamiento nacional y "nacionalista", y esto es independiente de que se explicite o no quién es el referente.

Sin embargo, a pesar de los límites objetivos impuestos por el contexto histórico, Marx analiza en "El capital" el papel esencial jugado por la periferia en la constitución del nuevo modo de producción:
"El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria" (2).
La conquista y colonización de América Latina no sólo no es ajena al desarrollo del capitalismo, sino que resulta fundamental como parte del sistema casi desde los inicios de éste. Diferenciándose de los ideólogos hispanistas que pretenden instalar la versión rosa de la conquista del nuevo mundo (como bien lo ha señalado Abelardo Ramos), o de los antropólogos evolucionistas que justifican la colonización de los pueblos "primitivos" en nombre de la civilización, Marx analiza con la mayor objetividad (que le permitía el siglo XIX) el papel desempeñado por estas regiones en la acumulación originaria de capital para el desarrollo del capitalismo. Por supuesto no fue ajeno a ciertos prejuicios de la época, pero sus aportes para la comprensión del proceso histórico superaron con creces a éstos. Su error más significativo fue creer que la introducción de capital y tecnología de las naciones desarrolladas (como el ferrocarril en la India) promovería un desarrollo de las fuerzas productivas también en la periferia; pero es necesario aclarar que esta certeza se corresponde con un contexto en el que aún no se había constituido el imperialismo como etapa superior. Como el materialismo histórico empieza con Marx y Engels pero no finaliza con ellos, sino que continua produciendo aportes con nuevos exponentes a lo largo de su rica historia, es necesario recurrir a Lenin para comprender una nueva etapa que los científicos alemanes no estaban en condiciones de estudiar por su inmediatez. De la misma manera que para descubrir las consecuencias del imperialismo en la periferia hay que remitirse a los teóricos de la dependencia. Estos dos aportes son, a su vez, muy importantes para solucionar otro error de Marx propio de la época en que realizó su trabajo intelectual, como fue el considerar que la cadena de la explotación capitalista internacional se cortaría a partir de los eslabones más fuertes, es decir, los países más desarrollados.

La concepción unilineal de la historia, con toda su carga eurocentrista (ya que se remite a la historia de Europa), deja de lado ciertos análisis fundamentales realizados por Marx y reafirmados por Engels. Si bien el origen común de la humanidad es efectivamente la comunidad primitiva; Marx aborda distintas formas de disolución de ésta que exceden el simplismo expresado por aquellos seguidores que sólo identifican a la sociedad esclavista como continuidad. Aunque en "Prólogo de contribución a la Crítica de la Economía Política" (1859) Marx incorpora a la sucesión de modos de producción del "Manifiesto" (1848) el asiático, sigue presente un modelo simplificado (nivel abstracto) que no expresa toda la riqueza de su pensamiento. Comparando este texto con su análisis más específico sobre las formaciones económicas precapitalistas, que integra los por muchos años ignorados "Elementos fundamentales para la crítica de la economía política" de 1857 (2) publicados completos por vez primera en Moscú en 1939-41 (pero difundidos recién a parir de la edición en Berlín durante 1953), surge que no todas las regiones del planeta siguieron linealmente estas etapas en su devenir histórico, como pretendió demostrar una versión unilineal difundida especialmente en tiempos del predominio estalinista. Ninguna de las formaciones analizadas allí adquiere un carácter universal; mucho menos la sucesión rígida y supuestamente inevitable presentada por ciertos "marxistas" que no favorecieron un estudio científico de la cuestión. Entre ellos ocupa un lugar preponderante, por la influencia ideológica que ejerció, el propio Stalin. La disolución de la comunidad primitiva de los tiempos prehistóricos (que sí fue universal) condujo a diversas alternativas, entre las que encontramos tanto las formaciones asiáticas como la antigua, que por lo tanto son consideradas por Marx en una coexistencia histórica ausente en el abordaje más general y sintético del Prólogo. Ambas son acompañadas en este período por otras dos formaciones: eslava y germánica. Al feudalismo, por otra parte, tampoco se le asigna un carácter universal, ya que sólo en Europa generó la ciudad medieval, espacio económico y social a partir del cual brota como consecuencia del desarrollo artesanal y comercial el capitalismo. En este punto es necesario aclarar que los estudios tanto de Marx como de Engels, no son suficientes en relación con la particular historia de Japón, donde la presencia de la formación económica feudal fue muy significativa. Por otro lado, ambos pensadores consideraron en sus últimos años, que existieron formas intermedias de semifeudalismo. Muchas décadas después, Humberto Melotti, retoma el enfoque de los cientistas alemanes para abordar las formaciones de los países menos desarrollados, incluyendo variaciones semiasiáticas en la historia tanto de Rusia como de China, y un interesante planteo en cuanto a desviaciones que se dieron en relación con el socialismo en dichos países, lo que los condujo al "colectivismo burocrático" (3).

El trabajo de Melotti es un aporte digno de ser considerado porque partiendo del estudio riguroso de trabajos de Marx durante mucho tiempo ignorados o poco conocidos, llega a formular un modelo multilineal para abordar la historia mundial desde el materialismo histórico. Según éste, a partir de las diversas formas de disolución de la comunidad primitiva, formuladas por Marx en los "Elementos fundamentales", y tomando en cuenta también que la formación feudal no tuvo un carácter universal, se pueden observar distintas y simultáneas líneas de desarrollo histórico en diversas regiones, incluyendo el tercer mundo. Por ejemplo, Rusia no tuvo feudalismo sino una formación semiasiática, desde la que se inició, con la influencia de factores externos, un tránsito hacia el capitalismo. Éste, que nunca alcanzó el desarrollo de las potencias europeas, generó condiciones particulares para la revolución socialista conducida por Lenin. Sin embargo, las condiciones objetivas con las que se encontraron los revolucionarios (persistencias de la sociedad semiasiática, un capitalismo muy insuficiente, aislamiento internacional), junto con las desviaciones políticas e ideológicas del estalinismo, condujeron a la Unión Soviética a una formación no socialista que Melotti denomina colectivismo burocrático (sociedad sin propiedad privada pero con un Estado en el que la burocracia se constituye como sujeto social dominante). Más allá de los méritos de este enfoque, el autor cae en un error curiosamente etnocentrista, al considerar que la revolución socialista para triunfar debe iniciarse en los países de capitalismo más desarrollado, con lo que regresa a un viejo error de Marx pero con la circunstancia agravante de estar viviendo la plenitud del imperialismo. Aún así cumple con el objetivo central de su trabajo, consistente en demostrar el carácter no unilineal que ha tenido la historia universal si nos atenemos con rigor al pensamiento del científico alemán.

La mayor dificultad para aquellos que intentan analizar el materialismo histórico desde una postura tan excedida de prosa como huérfana de investigación, radica en que es un paradigma de la política y la ciencia social muy desarrollado. No sólo la obra de Marx y Engels es extensa y compleja, sino que además, hay una continuidad hasta nuestros días de nuevos y valiosos aportes. Desde Lenin y Gramsci hasta la teoría de la dependencia el camino recorrido es inmenso. Así como en su primera etapa fueron casi excluyentes las producciones intelectuales europeas, las surgidas en el siglo XX en el mundo dominado han representado una parte nada menor de los avances teóricos más recientes. Por supuesto no han estado exentos de obstáculos, errores, momentos de desconcierto (con el inicio de la posmodernidad) y hasta ciertas claudicaciones como las de Abelardo Ramos y Fernando Cardoso en nuestra América Latina (lo que no representa de todas maneras una excusa para ignorar u ocultar sus méritos anteriores).

Las críticas más frecuentes suelen ser consecuencia de un abordaje incompleto y prejuicioso, en el que la reiteración de viejos lugares comunes reemplaza a la investigación seria, metódica, alejada de las conveniencias políticas de la coyuntura. No escapan a estas circunstancias ciertos académicos poco rigurosos, que no le hacen ningún favor al desarrollo de las disciplinas sociales El manual de sociología de N. Timasheff por ejemplo, pretende desacreditar a Marx en un "análisis" de cuatro páginas que lleva como sugerente título "el determinismo económico", ignorando desde ya el papel asignado por el materialismo histórico a la superestructura en los grandes cambios de la historia. En un trabajo sobre la estratificación, B. Barber, confundiendo los distintos niveles teóricos con los que se maneja el científico alemán, le adjudica la ingenua teoría de una sociedad concreta con sólo dos clases: burguesía y proletariado, sin considerar que dicha esquematización corresponde al nivel de la teoría abstracta. Otro manual, en este caso de dos argentinos (H. Martinotti y R. Pereyra) que, como es tan habitual en nuestro país, sin acreditar una formación específica pretenden dictar cátedra de sociología, se sostiene en un análisis de una página que Marx no realiza ningún aporte sociológico relevante, cuando aún un alumno de los primeros años de la carrera sabe que la teoría de las clases sociales y sus conflictos es fundamental y que los principales referentes de la sociología de fines del siglo XIX y principios del XX desarrollaron su obra debatiendo, como diría Zeitlin (4), "con el fantasma de Marx".

Es común también que el análisis del paradigma se limite a Marx, o en el mejor de los casos incorpore a Engels y Lenin. Por supuesto la mayoría de estos críticos no incluyen los valiosos aportes realizados desde regiones pertenecientes al mundo dominado, como es el caso de nuestra América Latina. Pero además, como suelen confundir método con teoría (dos componentes igualmente necesarios pero distintos de la ciencia social), se considera imposible producir una teoría apta para nuestra realidad recurriendo al materialismo dialéctico al que se lo desacredita por formar parte de una concepción eurocéntrica. Si bien aclararen pocas palabras las diferencias entre método y teoría puede resultar farragoso, es necesario decir que los métodos y técnicas de investigación no son nacionales o antinacionales, ya que sólo constituyen caminos y herramientas para construir un producto llamado teoría. Ésta en cambio sí lo es, ya que expresa correcta o incorrectamente la realidad y posibilidades de desarrollo del objeto abordado, en este caso la Nación, a partir de cómo se ha utilizado el método. Un martillo, independientemente de su origen, sirve en cualquier lugar del mundo para colocar clavos, pero si no lo sabemos utilizar sólo sirve para golpearse los dedos (también en cualquier lugar del mundo). Si los métodos tuvieran nacionalidad uno de los maestros del pensamiento nacional, Don Arturo Jauretche, hubiera sido un cipayo por recurrir al método inductivo que, como sabemos, fue creado antes que la Argentina existiese en el globo terráqueo. Se podrían dar un sin número de ejemplos para demostrar el carácter absurdo de argumentos de este tipo.

Cuando el método formulado por Marx y Engels se utiliza correctamente, partiendo de la práctica en un contexto específico, para dialécticamente producir una teoría como consecuencia de la reflexión sobre ella, conscientes de que entre la teoría general (abstracta), y las teorías específicas (concretas) hay diferencias que ya fueron expresadas por los fundadores, como señalamos en nuestro anterior trabajo (5), surgen aportes valiosos como los de la izquierda latinoamericana, que rompiendo con la tradición eurocéntrica ha tenido el mérito de utilizar adecuada y creativamente el método para producir la teoría de la izquierda nacional y la teoría de la dependencia. Así, por ejemplo, desde la izquierda nacional se formula una teoría de las clases sociales para nuestro contexto, en la que la clase dominante resulta ser la oligarquía, clase que como ya sostuvimos en anteriores oportunidades es capitalista pero no burguesa y que con su comportamiento ha inhibido el desarrollo de una economía autosostenida. De allí surge el reconocimiento del papel progresivo que expresaron los frentes nacionales conducidos por una ideología nacional-burguesa, como el caso del peronismo, como así también la necesidad de superar en cierto momento de su desenvolvimiento los límites del sistema adoptando decisiones socialistas. Por otra parte, desde la teoría de la dependencia se estudia con rigurosidad la relación dialéctica entre los países dominantes y los dominados dentro de un sistema capitalista único, desentrañando los mecanismos que permiten financiar el desarrollo del "primer mundo" a costa de nuestro subdesarrollo. Estos son sólo algunos ejemplos de los aportes concretos gestados desde la correcta utilización del materialismo dialéctico. Para finalizar, es necesario reconocer que también un sector de la izquierda en América Latina se ha dedicado ha operar por la vía deductiva (por lo tanto no dialéctica), convirtiendo al materialismo histórico en una teoría eurocéntrica, ya que deduce sus análisis y propuestas de las producciones gestadas originalmente para dar respuestas a la realidad del viejo continente. Sin embargo, este reconocimiento de ninguna manera sirve para justificar a todos aquellos que montados en la confusión, pretenden ignorar los aportes meritorios de la izquierda latinoamericana, pues éstos constituyen una sólida base teórica para iniciar el camino de la reconstrucción de nuestra Patria Grande. Desde ya el socialismo del nuevo siglo deberá producir nuevos aportes que respondan a los desafíos de la hora, pero los mismos sólo pueden ser producto del desarrollo, profundización y actualización del materialismo histórico y dialéctico, no de rupturas con el paradigma como pretenden sus adversarios.

La Plata, junio de 2005

**Publicado originalmente en los espacios digitales "Reconquista Popular" y en "Investigaciones Rodolfo Walsh"

(1)Franzoia Alberto: "Las desviaciones del materialismo histórico: el materialismo vulgar", publicado digitalmente en el Foro Reconquista Popular, abril de 2005.
(2)Marx Carlos: "El capital", tomo 1, p. 638, Fondo de Cultura Económica, México, 1982.
(3)Marx Carlos: "Elementos fundamentales para la crítica de la economía política", primera edición en castellano en 1966.
C. Marx y E. Hobsbawm: "Formaciones económicas precapitalistas", Editorial Pasado y Presente, México, 1971.
(4)Melotti Humberto: "Marx y el tercer mundo", Amorrortu editores, primera edición en castellano en 1974
(5)Zeitlin Irving: "Ideología y teoría sociológica", Amorrortu editores, primera edición en castellano en 1970.
(6)Franzoia Alberto: trabajo ya citado

©Alberto J. Franzoia
Todos los derechos reservados.
Para reproducir citar la fuente.


Polotología

Análisis de las situaciones. Relaciones de fuerzas*

Por Antonio Gramsci

Un estudio sobre la forma en que es preciso analizar las "situaciones", o sea, la forma en que es preciso establecer los diversos grados de relaciones de fuerzas, puede prestarse a una exposición elemental de ciencia y arte político, entendida como un conjunto de cánones prácticos de investigación y de observaciones particulares; útiles para subrayar el interés por la realidad efectiva y suscitar intuiciones políticas más rigurosas y vigorosas. Al mismo tiempo hay que agregar la exposición de lo que en política es necesario entender por estrategia y táctica, por "plan" estratégico, por propaganda y agitación, por "orgánica" o ciencia de la organización y de la administración en política.
Los elementos de observación empírica que por lo general son expuestos en forma desordenada en los tratados de ciencia política (se puede tomar como ejemplo la obra de G. Mosca: Elementi di scienza politica.) en la medida que no son cuestiones abstractas o sin fundamento, deberían encontrar ubicación en los diversos grados de las relaciones de fuerza, comenzando por las relaciones de las fuerzas internacionales (donde se ubicarían las notas escritas sobre lo que es una gran potencia, sobre los agrupamientos de Estados en sistemas hegemónicos y, por consiguiente, sobre el concepto de independencia y soberanía, en lo que respecta a las potencias medianas y pequeñas), para pasar a las relaciones objetivas sociales, o sea, al grado de desarrollo de las fuerzas productivas, a las relaciones de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en el interior del Estado) y a las relaciones políticas inmediatas (o sea, potencialmente militares).
¿Las relaciones internacionales preceden o siguen (lógicamente) a las relaciones sociales fundamentales? Indudablemente las siguen. Toda renovación orgánica en la estructura modifica también orgánicamente las relaciones absolutas y relativas en el campo internacional a través de sus expresiones técnico-militares. Aún la misma posición geográfica de un Estado nacional no precede sino sigue (lógicamente) las innovaciones estructurales, incidiendo sobre ellas, sin embargo, en cierta medida (precisamente en la medida en que las superestructuras inciden sobre la estructura, la política sobre la economía, etc.). Por otro lado, las relaciones internacionales inciden en forma pasiva o activa sobre las relaciones políticas (de hegemonía de los partidos). Cuanto más subordinada a las relaciones internacionales está la vida económica inmediata de una nación, tanto más un partido determinado representa esta situación y la explota para impedir el adelanto de los partidos adversarios (recordar el famoso discurso de Nitti sobre la revolución italiana ¡técnicamente imposible!). De esta serie de datos se puede llegar a la conclusión de que, con frecuencia, el llamado "partido del extranjero" no es precisamente aquel que es vulgarmente indicado como tal, sino el partido más nacionalista, que en realidad, más que representar a las fuerzas vitales del propio país, representa la subordinación y el sometimiento económico a las naciones, o a un grupo de naciones hegemónicas [11].
11 Una mención a este elemento internacional "represivo" de las energías internas se encuentra en los artículos publicados por G. VOLPE, en el "Corriere della Sera" del 22 y 23 de marzo de 1932.
Es el problema de las relaciones entre estructura y superestructuras el que es necesario plantear exactamente y resolver para llegar a un análisis justo de las fuerzas que operan en la historia de un período determinado y definir su relación. Es preciso moverse en el ámbito de dos principios: 1) ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o no estén, al menos, en vía de aparición y de desarrollo; 2) ninguna sociedad desaparece y puede ser sustituida si antes no desarrolló todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones [12]. A partir de la reflexión sobre estos dos cánones se puede llegar al desarrollo de toda una serie de otros principios de metodología histórica. Sin embargo, en el estudio de una estructura es necesario distinguir los movimientos orgánicos (relativamente permanentes) de los movimientos que se pueden llamar "de coyuntura" (y se presentan como ocasionales, inmediatos, casi accidentales). Los fenómenos de coyuntura dependen también de movimientos orgánicos, pero su significado no es de gran importancia histórica; dan lugar a una crítica política mezquina, cotidiana, que se dirige a los pequeños grupos dirigentes y a las personalidades que tienen la responsabilidad inmediata del poder. Los fenómenos orgánicos dan lugar a la crítica histórico-social que se dirige a los grandes agrupamientos, más allá de las personas inmediatamente responsables y del personal dirigente. Al estudiar un período histórico aparece la gran importancia de esta distinción. Tiene lugar una crisis que a veces se prolonga por decenas de años. Esta duración excepcional significa que en la estructura se han revelado (maduraron) contradicciones incurables y que las fuerzas políticas, que obran positivamente en la conservación y defensa de la estructura misma, se esfuerzan, sin embargo, por sanear y por superar dentro de ciertos límites. Estos esfuerzos incesantes y perseverantes (ya que ninguna forma social querrá confesar jamás que está superada) forman el terreno de lo "ocasional" sobre el cual se organizan las fuerzas antagónicas que tienden a demostrar (demostración que en última instancia se logra y es "verdadera" si se transforma en una nueva realidad, si las fuerzas antagónicas triunfan; pero inmediatamente se desarrolla una serie de polémicas ideológicas, religiosas, filosóficas, políticas, jurídicas, etc., cuyo carácter concreto es valorable en la medida en que son convincentes y desplazan la anterior disposición de las fuerzas sociales) que existen ya las condiciones necesarias y suficientes para que determinadas tareas puedan y, por consiguiente, deban ser resueltas históricamente (en cuanto todo venir a menos del deber histórico aumenta el desorden necesario y prepara catástrofes más graves).
12 "Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia, hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo nacen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización". (MARX, Prólogo a la Crítica de la Economía Política).
El error en el que se cae frecuentemente en el análisis histórico-político consiste en no saber encontrar la relación justa entre lo orgánico y lo ocasional. Se llega así a exponer como inmediatamente activas causas que operan en cambio de una manera mediata, o por el contrario a afirmar que las causas inmediatas son las únicas eficientes. En un caso se tiene un exceso de "economismo" o de doctrinarismo pedante; en el otro, un exceso de "ideologismo"; en un caso se sobrestiman las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento voluntarista e individual. La distinción entre "movimientos" y hechos orgánicos y de "coyuntura", u ocasionales, debe ser aplicada a todas las situaciones, no sólo a aquellas en donde se verifica un desarrollo regresivo o de crisis aguda, sino también a aquellas en donde se verifica un desarrollo progresivo, o de prosperidad, y a aquellas en donde tiene lugar un estancamiento de las fuerzas productivas. El nexo dialéctico entre los dos órdenes de movimiento y, en consecuencia, de investigación, es difícilmente establecido con exactitud; y si el error es grave en la historiografía, es aún más grave en el arte político, cuando no se trata de reconstruir la historia pasada sino de construir la presente y la futura [13]-
13 El hecho de no haber considerado el elemento inmediato de las "relaciones de fuerza" está vinculado a. residuos de la concepción liberal vulgar, de la cual el sindicalismo es una manifestación que creía ser más avanzada cuando en la realidad daba un paso atrás. En efecto, la concepción liberal vulgar, dando importancia a la relación de las fuerzas políticas, organizadas en las diversas formas de partido (lectores de periódicos, elecciones parlamentarias y locales, organizaciones de masa de los partidos y de los sindicatos en sentido estricto), era más avanzada que el sindicalismo que daba una importancia primordial a la relación fundamental económica-social y sólo a ésta. La concepción liberal vulgar tenía, en cuenta también, en forma implícita, tales relaciones (como tantos elementos lo demuestran) pero insistía sobre todo en la relación de las fuerzas políticas, que eran una expresión de las otras y que en realidad las contenían. Estos residuos de la concepción liberal vulgar se pueden hallar en toda una serie de exposiciones que se dicen ligadas a la filosofía de la praxis y que facilitaron el desarrollo de formas infantiles de optimismo y de necedad.
Son los mismos deseos de los hombres y sus pasiones menos nobles e inmediatas las causas del error, en cuanto se superponen al análisis objetivo e imparcial y esto ocurre no como un "medio" consciente para estimular a la acción sino como un autoengaño. La serpiente, también en este caso, muerde al charlatán, o sea, el demagogo es la primera víctima de su demagogia.
Estos criterios metodológicos pueden adquirir visible y didácticamente todo su significado si se aplican al examen de los hechos históricos concretos. Se lo podría hacer con utilidad en el caso de los acontecimientos desarrollados en Francia de 1789 a 1870. Me parece que para mayor claridad en la exposición sería necesario abrazar todo este período. En efecto, sólo en 1870-71, con la tentativa de la Comuna, se agotan históricamente todos los gérmenes nacidos en 1789, lo cual significa que la nueva clase que lucha por el poder, no sólo derrota a los representantes de la vieja sociedad que se niegan a considerarla perimida, sino también a los grupos más nuevos que consideran como superada también a la nueva estructura surgida de los cambios promovidos en 1789. Dicha clase demuestra así su vitalidad frente a lo viejo y frente a lo más nuevo. Además, en 1870-71 pierde eficacia el conjunto de principios de estrategia y de táctica política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados en forma ideológica alrededor de 1848 (y que se resumen en la fórmula de "revolución permanente" *. Sería interesante estudiar cuánto de esta fórmula ha pasado a la estrategia mazziniana --en el caso, por ejemplo, de la insurrección de Milán de 1853-- y si ocurrió en forma consciente o no). Un elemento que muestra lo acertado de este punto de vista es el hecho de que los historiadores no están en absoluto de acuerdo (y es imposible que lo estén) cuando se trata de fijar los límites del conjunto de acontecimientos que constituyen la Revolución Francesa. Para algunos (Salvemini por ej.) la revolución se cumplió en Valmy. Francia creó el Estado nuevo y supo organizar la fuerza político-militar que afirmó y defendió su soberanía territorial. Para otros, la Revolución continúa hasta Termidor, o mejor, hablan de varias revoluciones (el 10 de agosto seria una revolución en sí, etc.) [14]. El modo de interpretar a Termidor y la obra de Napoleón ofrece las más ásperas contradicciones: ¿se trata de una revolución o de una contra-revolución? Según otros la historia de la revolución continúa hasta 1830, 1848, 1870 y aún hasta la guerra mundial de 1914. En todos estos puntos de vista existe una parte de verdad. En realidad, las contradicciones internas de la estructura social francesa, que se desarrollan después de 1789, sólo encuentran un equilibrio relativo con la tercera república y Francia conoce entonces sesenta años de vida política equilibrada luego de ochenta años de conmociones producidas en oleadas cada vez más espaciadas: 1789, 1794, 1804, 1815, 1830, 1848, 1870. El estudio de estas "oleadas" de amplitudes diferentes es precisamente lo que permite reconstruir las relaciones entre estructura y superestructura por un lado, y por el otro, entre el desarrollo del movimiento orgánico y del movimiento coyuntural de la estructura. Se puede decir, por lo tanto, que la mediación dialéctica entre los dos principios metodológicos enunciados al comienzo de esta nota puede encontrarse en la fórmula político-histórica de la revolución permanente.
* La expresión "revolución permanente" se encuentra en el Mensaje del Consejo Central a la Liga de los Comunistas. (Véase: K. MARX: Revelaciones sobre el proceso a los comunistas, edit. Lautaro, 1946, pp. 201 y 209): "...nuestro deber es el de lograr la revolución permanente" [...] "su grito de guerra debe ser: ... la revolución en permanencia". De esta consigna, de la revolución de 1848, Trotski partió para elaborar su teoría fundamental de la revolución permanente, criticada por Gramsci en diversas partes de esta abra y en los demás Cuadernos de la Cárcel. Frente a las tesis de Lenin sobre la alianza del proletariado con los campesinos pobres, las tesis de Trotski, impregnadas de una profunda desconfianza a las masas campesinas, tienden a hacer caer sobre los campesinos la coerción de una minoría proletaria y sobre el proletariado mismo una coerción de carácter militar que sólo puede conducir a la derrota. En una nota de Passato e Presente, p. 71, titulada: Pasaje de la guerra de movimiento (y del ataque frontal) a la guerra de posición, también en el terreno político, Gramsci considera a Trotski como "el teórico político del ataque frontal en un periodo en que este tipo do ataque sólo puede conducir a la derrota". Enemigo declarado de las revoluciones democráticas, basadas en un amplio frente de clases, Trotski proclama la necesidad de la revolución socialista mundial y combate la tesis del "socialismo en un sólo país". Al respecto, ver más adelante el escrito de Gramsci: Internacionalismo y política nacional. (N. del T.).
14 Cfr., La Revolution française, de A. MATHIEZ, en la colección Armand Colin. (De esta obra existe traducción castellana: La Revolución Francesa, 3 t., edit. Labor, 1935. - N. del T.).
Un aspecto del mismo problema es la llamada cuestión de las relaciones de fuerza. Se lee con frecuencia en las narraciones históricas la expresión genérica: "relaciones de fuerza favorables, desfavorables a tal o cual tendencia". Planteada así, en abstracto, esta fórmula no explica nada o casi nada, porque no se hace más que repetir el hecho que debe explicarse presentándolo una vez como hecho y otra como ley abstracta o como explicación. El error teórico consiste, por lo tanto, en ofrecer como "causa histórica" un canon de búsqueda y de interpretación.
En la "relación de fuerza" mientras tanto es necesario distinguir diversos momentos o grados, que en lo fundamental son los siguientes:
1) Una relación de fuerzas sociales estrechamente ligadas a la estructura, objetiva, independiente de la voluntad de los hombres, que puede ser medida con los sistemas de las ciencias exactas o físicas. Sobre la base del grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción se dan los grupos sociales, cada uno de los cuales representa una función y tiene una posición determinada en la misma producción. Esta relación es lo que es, una realidad rebelde: nadie puede modificar el número de las empresas y de sus empleados, el número de las ciudades y de la población urbana, etc. Esta fundamental disposición de fuerzas permite estudiar si existen en la sociedad las condiciones necesarias y suficientes para su transformación, o sea, permite controlar el grado de realismo y de posibilidades de realización de las diversas ideologías que nacieron en ella misma, en el terreno de las contradicciones que generó durante su desarrollo.
2) Un momento sucesivo es la relación de las fuerzas políticas; es decir, la valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diferentes grupos sociales. Este momento, a su vez, puede ser analizado y dividido en diferentes grados que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política colectiva, tal como se manifestaron hasta ahora en la historia. El primero y más elemental es el económico-corporativo: un comerciante siente que debe ser solidario con otro comerciante, un fabricante con otro fabricante, etc., pero el comerciante no se siente aún solidario con el fabricante; o sea, es sentida la unidad homogénea del grupo profesional y el deber de organizarla, pero no se siente aún la unidad con el grupo social más vasto Un segundo momento es aquél donde se logra la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente económico. Ya en este momento se plantea la cuestión del Estado, pero sólo en el terreno de lograr una igualdad política-jurídica con los grupos dominantes, ya que se reivindica el derecho a participar en la legislación y en la administración y hasta de modificarla, de reformarla, pero en los marcos fundamentales existentes. Un tercer momento es aquel donde se logra la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan los límites de la corporación, de un grupo puramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es la fase más estrictamente política, que señala el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en "partido", se confrontan y entran en lucha, hasta que una sola de ellas, o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social; determinando además de la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha, no sobre un plano corporativo, sino sobre un plano "universal" y creando así la hegemonía, de un grupo social fundamental, sobre una serie de grupos subordinados. El estado es concebido como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del mismo grupo; pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías "nacionales". El grupo dominante es coordinado concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como una formación y una superación continua de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley), entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados; equilibrios en donde los intereses del grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto, o sea, hasta el punto en que chocan con el mezquino interés económico-corporativo.
En la historia real estos momentos se influyen recíprocamente, en forma horizontal y vertical, por así expresarlo, vale decir: según las actividades económicas sociales (horizontales) y según los territorios (verticales), combinándose y escindiéndose de diversas maneras; cada una de estas combinaciones puede ser representada por su propia expresión organizada, económica y política. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que estas relaciones internas, de un Estado-Nación se confunden con las relaciones internacionales, creando nuevas combinaciones originales e históricamente concretas Una ideología, nacida en un país muy desarrollado, se difunde en países menos desarrollados, incidiendo en el juego local de las combinaciones [15].
15 La religión, por ejemplo, ha sido siempre una fuente para tales combinaciones ideológicas-políticas nacionales o internacionales, y con la religión las otras formaciones internacionales, la masonería, el Rotary Club, los Judíos, la diplomacia de carrera, que sugieren expedientes políticos de diversos orígenes históricos y los hacen triunfar en determinados países, funcionando como partido político internacional que opera en cada nación con todas sus fuerzas internacionales concentradas. Religión, masonería, Rotary, Judíos, etc., pueden entrar en la categoría social de los "intelectuales", cuya función, en escala internacional, es la de mediar los extremos, de "socializar" los expedientes técnicos que hacen funcionar toda actividad de dirección, de encontrar los compromisos y los medios de escapar a las soluciones extremas.
Esta relación entre fuerzas internacionales y fuerzas nacionales se complica aún más por la existencia en el interior de cada Estado de muchas secciones territoriales de estructuras diferentes y de relaciones de fuerza también diferentes en todos los grados (la Vendée, por ej., estaba aliada a las fuerzas reaccionarias y las representaba en el seno de la unidad territorial francesa; así también Lyón en la Revolución francesa presentaba un núcleo particular de relaciones).
3) El tercer momento es el de la relación de las fuerzas militares, inmediatamente decisivo según las circunstancias. (El desarrollo histórico oscila continuamente entre el primer y el tercer momento, con la mediación del segundo). Pero éste no es un momento de carácter indistinto e identificable inmediatamente en forma esquemática, también en él se pueden distinguir dos grados: uno militar en sentido estricto, o técnico-militar y otro que puede denominarse político-militar. En el curso del desarrollo histórico estos dos grados se presentaron en una gran variedad de combinaciones. Un ejemplo típico que puede servir como demostración-límite, es el de la relación de opresión militar de un Estado sobre una nación que trata de lograr su independencia estatal. La relación no es puramente militar, sino político-militar; y en efecto un tipo tal de opresión sería inexplicable sin el estado de disgregación social del pueblo oprimido y la pasividad de su mayoría; por lo tanto la independencia no podrá ser lograda con fuerzas puramente militares, sino militares y político-militares. En efecto, si la nación oprimida, para iniciar la lucha por la independencia, tuviese que esperar que el Estado hegemónico le permita organizar un ejército propio, en el sentido estricto y técnico de la palabra, tendría que esperar bastante (puede ocurrir que la reivindicación de un ejército propio sea satisfecha por la nación hegemónica, pero esto significa que una gran parte de la lucha ya ha sido desarrollada y vencida en el terreno político-militar). La nación oprimida, por lo tanto, opondrá inicialmente a la fuerza militar hegemónica una fuerza que será sólo "política-militar", o sea, una forma de acción política que posea la virtud de determinar reflejos de carácter militar en el sentido: 1) de que sea eficiente para disgregar íntimamente la eficacia bélica de la nación hegemónica; 2) que obligue a la fuerza militar hegemónica a diluirse y dispersarse en un gran territorio, anulando en gran parte su capacidad bélica. En el Risorgimento italiano, se evidencia la trágica ausencia de una dirección político-militar, especialmente en el Partido de Acción (por incapacidad congénita), pero también en el Partido piamontés-moderado, tanto antes como después de 1848, no ciertamente por incapacidad, sino por "maltusianismo" económico-político", esto es, porque no se quería ni siquiera mencionar la posibilidad de una reforma agraria y porque no se deseaba la convocatoria de una asamblea nacional constituyente y sólo se tendía a que la monarquía piamontesa, sin condiciones o limitaciones de origen popular, se extendiese por toda Italia mediante la simple sanción de los plebiscitos regionales.
Otra cuestión ligada a las precedentes es la de determinar si las crisis históricas fundamentales son provocadas inmediatamente por las crisis económicas. La respuesta a la cuestión está contenida en forma implícita en los parágrafos precedentes, donde se tratan cuestiones que no son más que otra manera de presentar las que tratamos ahora aquí. Sin embargo, es siempre necesario por razones didácticas, dado el público a las que están dirigidas, examinar toda forma de presentarse, de una misma cuestión, como si fuese un problema independiente y nuevo. Se puede excluir que las crisis económicas produzcan, por sí mismas, acontecimientos fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal. Por otro lado, todas las afirmaciones que conciernen a los períodos de crisis o de prosperidad pueden dar lugar a juicios unilaterales. En su compendio de historia de la Revolución francesa, Mathiez, oponiéndose a la vulgar historia tradicional, que a priori "encuentra" una crisis coincidente con la gran ruptura del equilibrio social, afirma que hacia el 1789 la situación económica era más bien buena en lo inmediato; por lo que no se puede decir que la catástrofe del Estado absoluto sea debida a una crisis de empobrecimiento. Es necesario observar que el Estado estaba enfrentado a una mortal crisis financiera y se planteaba la cuestión de saber sobre cual de los tres estratos sociales privilegiados debían recaer los sacrificios y las cargas para poner en orden las finanzas del Estado y del rey. Además; si la posición económica de la burguesía era floreciente, no era buena por cierto la situación de las clases populares de la ciudad y del campo, especialmente de aquéllas atormentadas por una miseria endémica. En todo caso, la ruptura del equilibrio de fuerzas no ocurre por causas mecánicas inmediatas de empobrecimiento del grupo social que tiene interés en romper el equilibrio y de hecho lo rompe; ocurre, por el contrario, en el cuadro de conflictos superiores al mundo económico inmediato, vinculados al "prestigio" de clase (intereses económicos futuros), a una exasperación del sentimiento de independencia, de autonomía y de poder. La cuestión particular del malestar o bienestar económico como causa de nuevas realidades históricas es un aspecto parcial de la cuestión de las relaciones de fuerzas en sus diversos grados. Pueden producirse novedades tanto porque una situación de bienestar está amenazada por el egoísmo mezquino de un grupo adversario, como porque el malestar se ha hecho intolerable y no se vislumbra en la vieja sociedad ninguna tuerza que sea capaz de mitigarlo y de restablecer una normalidad a través de medios legales. Se puede decir por lo tanto, que todos estos elementos son la manifestación concreta de las fluctuaciones de coyuntura del conjunto de las relaciones sociales de fuerzas, sobre cuyo terreno adviene el pasaje de éstas a relaciones políticas de fuerzas para culminar en la relación militar decisiva.
Si falta este proceso de desarrollo que permite pasar de un momento al otro, y si es esencialmente un proceso que tiene por actores a los hombres y su voluntad y su capacidad, la situación permanece sin cambios, y pueden darse conclusiones contradictorias. La vieja sociedad resiste y se asegura un período de "respiro", exterminando físicamente a la elite adversaria y aterrorizando a las masas de reserva; o bien ocurre la destrucción recíproca de las fuerzas en conflicto con la instauración de la paz de los cementerios y, en el peor de los casos, bajo la vigilancia de un centinela extranjero.
Pero la observación más importante a plantear, a propósito de todo análisis concreto de las relaciones de fuerzas, es la siguiente: que tales análisis no pueden y no deben convertirse en fines en sí mismos (a menos que se escriba un capítulo de historia del pasado) y que adquieren un significado sólo en cuanto sirven para justificar una acción práctica, una iniciativa de voluntad. Ellos muestran cuáles son los puntos de menor resistencia donde la fuerza de la voluntad puede ser aplicada de manera más fructífera, sugieren las operaciones tácticas inmediatas, indican cómo se puede lanzar mejor una campaña de agitación política, qué lenguaje será el mejor comprendido por las multitudes, etc. El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que una fuerza tal existe y esté impregnada de ardor combativo). Es por ello una tarea esencial la de velar sistemática y pacientemente por formar, desarrollar y tornar cada vez más homogénea, compacta y consciente de sí misma a esta fuerza. Esto se ve en la historia militar y en el cuidado con que en todas las épocas fueron predispuestos los ejércitos para iniciar una guerra en cualquier momento. Los grandes Estados han llegado a serlo precisamente porque en todos los momentos estaban preparados para insertarse eficazmente en las coyunturas internacionales favorables y éstas eran tales porque ofrecían la posibilidad concreta de insertarse con eficacia en ellas.

*Del texto de Antonio Gramsci: NOTAS SOBRE MAQUIAVELO, SOBRE POLITICA Y EL ESTADO MODERNO. EL MODERNO PRINCIPE Versión digital

Fuente: www.gramsci.org.ar


Freud: Arte y cultura

Reportaje a Enrique Pichón Rivière

Revisando algunos materiales del año 1976, encontramos uno de los últimos reportajes realizados a Enrique Pichón Rivière un año antes de su muerte y que publicó la revista Crisis en su número 40 de marzo de ese año. En esa oportunidad el cuestionario hecho a EPR tocó el tema del Arte y la Cultura en el pensamiento del maestro vienés. Reproducimos aquí textual e íntegro lo publicado, que en ese número formaba parte de un homenaje a Sigmund Freud con opiniones de otras personalidades encuestadas.

-De manera implícita o explícita Freud analizó y estudió al hombre como creador y creación de la cultura. ¿Qué opina usted de tal valoración y de las múltiples objeciones que recibió el aporte de Freud?
-Reflexionar acerca de la cultura, de su génesis, del origen y el sentido de la actividad en la que los hombres transforman lo real, no es otra cosa que elaborar una concepción acerca de la génesis y el sentido de un orden de hechos, que constituyen -más allá del orden animal- una nueva instancia: lo histórico-social, lo específicamente humano.

Esta reflexión implicará necesariamente una concepción del hombre y la Historia, no podrá dejar de expresar una “weltanschaung”, se sustentará en una ideología. El análisis de la concepción freudiana de la cultura, del hombre en tanto creador y creación de esa cultura, desnuda con nitidez la ideología freudiana, a la vez que reabre la cuestión de las relaciones entre ciencia e ideología, debate que conmovió en los últimos años el campo del quehacer psicoanalítico.
¿Por qué consideramos pertinente retomar este debate? Porque las tesis freudianas acerca de la cultura, el trabajo, el proceso creador -más allá de la pregunta por la legitimidad de extender hipótesis que surgen en el contexto analítico al plano de las relaciones sociales- abren un interrogante cuya respuesta nos plantea una tarea de crítica y de reformulación de los aportes del psicoanálisis a la comprensión del sujeto.
El “Malestar de la Cultura”, una obra de gabinete, en la que Freud se aparta del riguroso itinerario que recorre en su práctica clínica, revela a un pensador idealista, esencialista, para quien la naturaleza humana se determina -en última instancia- desde los impulsos instintivos, eternos e inmodificables en su esencia.
Se “naturaliza” así la agresión, la rivalidad, la hostilidad entre los hombres. Estos rasgos “naturales” de “lo humano” hablan de una esencia transhistórica que se expresan en las relaciones sociales y las determinan en su forma.
Esta concepción esencialista, esta naturalización tiene como consecuencia una inversión en la que los efectos aparecen como causa y las causas como efecto. La interpretación de la cultura, la interpretación de la praxis del sujeto se inscribe en el campo de la lucha ideológica. La defensa de los intereses objetivos de las clases dominantes –uno de los sectores comprometidos en esa pugna- exige una ocultación, una distorsión de lo real, particularmente de la realidad histórico-social.
En los últimos años, en nuestro país, algunos psicoanalistas y epistemólogos del psicoanálisis, influidos sin duda por Althusser -y en el intento de preservar una práctica- se ilusionan distinguiendo entre el Freud “científico” del capítulo VII de “La interpretación de los sueños” y el Freud “ideológico” del “Malestar en la Cultura”, de la misma manera que intentan preservar la teoría más allá de toda crítica centrando su cuestionamiento en las Instituciones psicoanalíticas. Cabe preguntarse si el esencialismo freudiano, la concepción del hombre y la historia que a nuestro entender gobierna toda reflexión psicológica y que tan claramente se manifiesta en los escritos sociales de Freud, ¿no se deslizó jamás en la conceptualización de su práctica clínica’, ¿no tiñó jamás la interpretación de la realidad con que se trabajaba? ¿Es imposible reconocer al Freud esencialista de “El malestar en la Cultura”, del Freud que reflexiona acerca de la sexualidad femenina, las fantasías originarias, el narcisismo primario, la segunda formación de la teoría instintivista?
Pero ese Freud es el mismo del concepto de inconsciente, de la experiencia de la satisfacción, de los mecanismos del inconsciente, de las leyes de la asociación. Es el mismo Freud que construyó un bagaje instrumental con el que trabajamos diariamente en el campo de la terapia y de la prevención transformando realidades concretas. Es en el interior de la teoría psicoanalítica, en el seno del pensamiento freudiano donde reside una contradicción entre conocimiento objetivo y escamoteo ideológico. Es esa contradicción, que se revela en la práctica clínica, la que nos exige la tarea de crítica, en el intento de fundar una psicología social, histórica y concreta.
-¿Cuáles considera que fueron las mayores contribuciones de Freud para la comprensión del fenómeno artístico?
-Freud retoma la llama del romanticismo alemán, la pasión por lo siniestro, por los sueños, por lo inconsciente. Busca en sí mismo y en sus pacientes las formas concretas de las imágenes que los fascinaron en los poetas románticos. La tristeza, el duelo y la culpa ante la muerte de su padre (la tragedia edifica), como situación existencial, lo lanzan en el camino de este descubrimiento. La teoría freudiana que desoculta y hace inteligible la dialéctica consciente-inconsciente permite la emergencia e instrumenta al movimiento surrealista en formas creativas inéditas y revolucionarias.
Esto sucede más allá de la comprensión de Freud, quien confiesa en una carta a Breton sus limitaciones para descifrar los elementos que el surrealismo le brinda. Su negativa al diálogo, que tanto dolió a Breton, se funda en el sentimiento de estar “muy alejado del arte”.
Pese a ese sentimiento de lejanía, la teoría del inconsciente, en una tarea arqueológica hace surgir a la luz los mecanismos que rigen la construcción de las imágenes.

Fuente: www.espiraldialectica.com.ar/FreudPR.htm


Politología

La democracia y el pueblo

Por Eric Hobsbawm

30/11/08

Gracias a los medios de comunicación de masas, la opinión pública es más poderosa que nunca, lo cual explica el constante incremento de las profesiones que se especializan en influenciarla. Lo que es menos conocido es el vínculo crucial entre los medios políticos y la acción directa: una acción desde la base que repercute directamente en quienes toman las decisiones, eludiendo los mecanismos intermedios de los gobiernos representativos. Ello resulta más evidente en los asuntos transnacionales, en los que no existen esos mecanismos intermedios. Todos estamos familiarizados con lo que se ha denominado "efecto CNN" : la políticamente poderosa, pero completamente desestructurada sensación de que "algo debe hacerse" respecto del Kurdistán, Timor Oriental u otra zona en conflicto. Más recientemente, las manifestaciones en Praga y Seattle han mostrado la efectividad de la acción directa bien dirigida por pequeños grupos conscientes del poder de las cámaras, incluso contra organizaciones que fueron diseñadas para ser inmunes a los procesos políticos democráticos, como el FMI y el Banco Mundial.
Todo esto enfrenta a la democracia de impronta liberal con el que quizás sea su problema más serio e inmediato. En un mundo crecientemente globalizado y transnacional, los gobiernos nacionales coexisten con poderes que tienen tanto impacto como ellos en la vida diaria de sus ciudadanos, pero que están más allá de su control. Los gobiernos ni siquiera tienen la opción política de abdicar ante tales fuerzas que escapan a su radio de acción. Cuando los precios del petróleo aumentan, existe la convicción en los ciudadanos, incluso en los ejecutivos de las empresas, de que el gobierno puede y debe hacer algo al respecto, aun en países como Italia, en donde poco o nada se espera del Estado, o como Estados Unidos, en donde muchas personas no creen en el Estado.
¿Pero qué podrían hacer los gobiernos? Más que en el pasado, están bajo la presión creciente de una opinión pública continuamente controlada. Ello restringe sus opciones. Pero los gobiernos no pueden dejar de gobernar. Además, se ven alentados por sus expertos en relaciones públicas para que se muestren gobernando constantemente, y esto, como ha mostrado la historia británica del siglo XX, implica multiplicar gestos, anuncios, y a veces, hasta leyes innecesarias. Y las autoridades públicas de hoy se ven constantemente enfrentando decisiones sobre intereses comunes, que son de índole tanto técnica como política. Aquí, los votos democráticos (o las elecciones de los consumidores en el mercado) no son en absoluto una guía. Las consecuencias ambientales del crecimiento ilimitado del tráfico a motor, y las mejores formas de lidiar con ellas no pueden ser descubiertas simplemente por un referendo. Además, estas formas pueden resultar impopulares, y en una democracia, es poco inteligente decirle al electorado lo que no quiere oír. ¿Cómo pueden organizarse racionalmente las finanzas públicas, si los gobiernos se han autoconvencido de que cualquier propuesta para aumentar los impuestos conduce a un suicidio electoral, cuando en las campañas electorales se compite por bajar impuestos y los presupuestos gubernamentales se ejercitan en el oscurantismo fiscal?
En resumen, la "voluntad del pueblo", o como quiera llamársela, no puede determinar las tareas específicas de gobierno. Como apropiadamente observaron Sidney y Beatrice Webb respecto de los sindicatos, la "voluntad del pueblo" no puede juzgar proyectos, sólo resultados. Es inconmensurablemente mejor votando en contra que a favor. Cuando consigue uno de sus principales triunfos negativos, como derrocar los regímenes corruptos de 50 años de posguerra en Italia y Japón, es incapaz por sí misma de ofrecer una alternativa.
Y aun así, el gobierno es para la gente. Sus efectos son juzgados por lo que afecta a la gente. Por más desinformada, ignorante o aun estúpida que sea la "voluntad del pueblo", y por muy inadecuados que sean los métodos para descubrirla, es indispensable. ¿De qué otra forma podríamos definir la manera en que las soluciones técnico-políticas, por más expertas y técnicamente satisfactorias que sean en otros aspectos, afectan a las vidas de los seres humanos concretos? Los sistemas soviéticos fallaron porque no existió una retroalimentación de información entre aquellos que tomaban las decisiones "en nombre del interés del pueblo" y aquellos a quienes se imponían esas decisiones. La globalización del laissez-faire de los últimos 20 años ha incurrido en el mismo error.
La solución ideal ahora está menos que nunca al alcance de los gobiernos. Es la solución a la que recurrían en el pasado los médicos y los pilotos, y a la que sigue tratando de recurrir una parte crecientemente desconfiada del mundo: la convicción popular de que nosotros y ellos compartimos los mismos intereses. Nosotros [el pueblo] no le dijimos [al gobierno] cómo debe servirnos –carentes de pericia, no podríamos—, pero hasta que algo salga verdaderamente mal, le brindamos nuestra confianza. Pocos gobiernos (para distinguirlos de regímenes políticos) disfrutan actualmente de esta fundamental confianza a priori. En las democracias de impronta liberal, los gobiernos raramente representan la mayoría de votos, ni qué decir del electorado. Los partidos de masas y organizaciones, que alguna vez otorgaron a "sus" gobiernos confianza y apoyo constante, se han desmoronado. En los omnipresentes medios de comunicación, los directores, entre las bambalinas, y arrogándose una idoneidad competitiva con la del gobierno, no dejan de comentar críticamente los desempeños gubernamentales.
De modo que la solución más conveniente, a veces la única, para los gobiernos democráticos, es mantener el mayor número posible de decisiones fuera del alcance de la opinión pública y de la política, o al menos, dejar de lado los procesos de característicos del gobierno representativo. Muchas decisiones políticas serán negociadas y decididas detrás de escena. Lo que incrementará la desconfianza ciudadana en los gobiernos y la mala opinión pública sobre los políticos.
¿Entonces, cuál es el futuro de la democracia de impronta liberal en esta situación? Con la excepción de la teocracia islámica, en principio ningún movimiento político poderoso desafía esta forma de gobierno. La segunda mitad del siglo XX fue la edad dorada de las dictaduras militares. El siglo XXI no parece demasiado favorable a ellas –ninguno de los estados ex comunistas ha elegido seguir por esa vía—, y casi todos esos regímenes militares carecen del cabal coraje de la convicción antidemocrática: se limitan a proclamarse salvadores de la Constitución hasta el día (sin especificar) del retorno del gobierno civil.

Ello es que, cualquiera que haya sido su apariencia antes de los terremotos económicos de 1997-98, ahora resulta evidente que la utopía de un mercado global de laissez-faire y sin Estado no llegará. La mayoría de la población mundial, y ciertamente aquella bajo regímenes democrático-liberales que merecen tal denominación, continuarán viviendo en estados operativamente efectivos, aun a despecho de que en algunas -y poco felices- regiones el poder y la administración estatal se hayan desintegrado virtualmente. La política continuará. Las elecciones democráticas perdurarán.
En resumen, deberemos enfrentar los problemas del siglo XXI con un conjunto de mecanismos políticos espectacularmente inapropiados para lidiar con esos problemas. Se trata de mecanismos que están, en efecto, confinados dentro de las fronteras de unos estados nacionales enfrentados a un mundo interconectado, fuera del alcance de sus operaciones. Aún no está clara la longitud de su radio de acción dentro del vasto y heterogéneo territorio que posee una estructura política común como la Unión Europea. Se enfrentan a y compiten en el marco de una economía globalizada que opera a través de unas unidades harto heterogéneas y para las cuales son irrelevantes la legitimidad política y el interés común, a saber: las corporaciones transnacionales. Sobre todo, se enfrentan a una era en la que el impacto de las acciones humanas sobre la naturaleza y el planeta se ha convertido en una fuerza de proporciones geológicas. La solución, o aun la mera mitigación, precisará de medidas para las cuales, casi con certeza, ningún apoyo podrá encontrarse contando votos o midiendo las preferencias de los consumidores. Esto no mejorará las perspectivas a largo plazo de ninguna democracia en el mundo.
Encaramos el tercer milenio como el irlandés apócrifo que, preguntado por la mejor manera de llegar a Ballynahinch, y tras una breve pausa reflexiva, espetó: "si yo fuera usted, no partiría de aquí".
Pero aquí estamos, y de aquí partimos.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2209


Historia y politología

Entrevista a György Lukács por Perry Anderson

CLASE Y ESTADO

-Una serie de acontecimientos recientes en Europa han planteado de nuevo el problema de la relación entre el socialismo y la democracia. ¿Cuáles son, en su opinión, las diferencias fundamentales entre la democracia burguesa y la democracia revolucionaria socialista?

-La democracia burguesa data de la Constitución francesa de 1793, que era su más alta y radical expresión. Su principio constituyente es la división del hombre en ciudadano de la vida pública, por una parte, y en burgués de la vida privada, por otra, el primero dotado de derechos políticos universales, el segundo expresión de intereses económicos particulares y desiguales. Esta división es fundamental para la democracia burguesa en tanto que fenómeno históricamente determinado. Su reflejo filosófico se encuentra en Sade. Es interesante observar que autores como Adorno se han ocupado mucho de Sade porque veían en él el equivalente filosófico de la Constitución de 1793. La idea central, tanto de ésta como de aquél, es que el hombre es un objeto para el hombre, que el egoísmo racional es la esencia de la sociedad humana. Ahora es evidente que toda tentativa de recrear en el socialismo esta forma históricamente superada de la democracia es una regresión y un anacronismo. Pero ello no significa que las aspiraciones a la democracia socialista deban ser tratadas con métodos administrativos. El problema de la democracia socialista es un problema real que todavía no ha sido resuelto, pues debe consistir en una democracia materialista, no idealista.

Permítame que le ponga un ejemplo: un hombre como Guevara era un representante heroico del ideal jacobino; sus ideas impregnaron su vida y la modelaron totalmente. No fue el primero en el movimiento revolucionario. Léviné (1) en Alemania y Otto Korvin (2) en Hungría hicieron lo mismo que él. Respeto profundamente la nobleza de este tipo do hombres. Pero su idealismo no es el del socialismo de la vida cotidiana, que ha de tener una base material, basarse en la construcción de una nueva economía. Quiero aclarar inmediatamente que, por sí mismo, el desarrollo económico no puede producir el socialismo. La doctrina de Krutschev según la cual el socialismo triunfaría en el mundo cuando el nivel de vida de la URSS superase al de los Estados Unidos era absolutamente errónea. El problema debe plantearse de otra manera. Se podría formular del siguiente modo: el socialismo es la primera formación económica de la historia que no produce espontáneamente el "hombre económico" que le corresponde. Y ello porque es una formación transitoria, precisamente, propia de una época intermedia en el proceso de transición del capitalismo al comunismo. Y como la economía socialista no produce ni reproduce espontáneamente el tipo de hombre que necesita, al revés que la sociedad capitalista clásica, que engendra naturalmente su homo oeconomicus, la división ciudadano/burgués de 1793 y de Sade, la función de la democracia socialista es precisamente la educación de sus miembros con vistas al socialismo. Esta función no tiene precedentes ni analogía posible en la democracia burguesa. Es evidente que lo que hoy haría falta es el renacimiento de los soviets, el sistema de democracia socialista que aparece cada vez que hay una revolución proletaria: la Comuna de París en 1871, la Revolución rusa de 1905 y la propia Revolución de Octubre. Pero esto no va a producirse de la noche a la mañana. El problema es que los obreros están desanimados: al principio no se lo creerían.

SOBRE LA HISTORIA

En relación con esto me gustaría referirme al problema de la presentación histórica de los cambios necesarios. En una serie de debates filosóficos recientes se ha discutido macho sobre la continuidad y la discontinuidad en la historia. Yo me he pronunciado decididamente en favor de la discontinuidad. Ya conoce usted la tesis clásica de Tocqueville y de Taine según la cual la Revolución francesa no fue en absoluto un cambio fundamental en la historia de Francia, que ya era muy fuerte durante el Ancien Régime, con Luis XIV, y que posteriormente aún se acentuó más con Napoleón y, más tarde, con el Segundo Imperio. Esta perspectiva, fue claramente rechazada por Lenin en el interior del movimiento revolucionario. Lenin nunca presentó los cambios fundamentales y los nuevos puntos de partida como la simple continuación y progreso de tendencias anteriores. Por ejemplo, al proclamar la Nueva Política Económica, (NEP) no afirmó en ningún momento que se trataba de un "desarrollo" o de un "perfeccionamiento" del comunismo de guerra. Siempre tuvo la franqueza de reconocer que el comunismo de guerra había sido un error, explicable por las circunstancias, y que la NEP representaba una rectificación de este error y un cambio total de orientación. Este método leninista fue abandonado por el stalinismo que siempre trató de presentar los cambios políticos -incluso los más importantes- como la consecuencia lógica y el perfeccionamiento de la línea anterior. El stalinismo presentó toda la historia socialista como un desarrollo continuo y corrector nunca admitió la discontinuidad. Hoy, esta cuestión es más vital que nunca, precisamente en el problema de las supervivencias del stalinismo. ¿Es preciso subrayar la continuidad con el pasado en una perspectiva de progreso, o, por el contrario, la vía del progreso ha de consistir en una ruptura profunda con el stalinismo? Creo que la ruptura completa es necesaria. Por ello la cuestión de la discontinuidad en la historia me parece tan importante.

TRAS LAS HUELLAS DEL MATERIALISMO HISTÓRICO

-Se puede aplicar también este punto de vista a su propio desarrollo filosófico? ¿Cómo juzga usted hoy sus escritos de los años 20? ¿Qué relación tienen con su obra actual?

-En los años `20, Korsch, Gramsci y yo mismo intentamos, cada uno a su modo, enfrentamos con el problema de la necesidad social y con su interpretación mecanicista, herencia de la II Internacional. Heredamos el problema pero ninguno de nosotros -ni siquiera Gramsci que quizás era el mejor dotado de los tres- supo resolverlo. Nos equivocamos y sería un error tratar de revivir las obras de aquel período como si fuesen válidas en nuestros días. En Occidente hay una tendencia a erigirlas en "clásicos de la herejía", pero hoy no tenemos necesidad de ellas. Los años `20 ya han pasado y lo que debe preocupamos son los problemas filosóficos de los años `60. Estoy trabajando actualmente en una Ontología del ser social que espero resuelva los problemas que planteé de un modo totalmente erróneo en mis primeras obras, particularmente en Historia y conciencia de clase. Mi nueva obra se centra en la cuestión de las relaciones entre necesidad y libertad, o, para emplear otra expresión, teleología y causalidad. Tradicionalmente los filósofos han construido sus sistemas sobre uno a otro de estos dos polos: o han negado la necesidad o han negado la libertad humana. Mi objetivo es mostrar la interrelación ontológica entre ambos y rechazar los puntos de vista del "o bien..., o bien" según los cuales la filosofía ha representado tradicionalmente al hombre. El concepto de trabajo es el pivote de mi análisis. Pues el trabajo no está biológicamente determinado. Cuando un león ataca a un antílope, su comportamiento está determinado por una necesidad biológica y sólo por ella. Pero cuando el hombre primitivo se encuentra ante un montón de piedras, debe elegir una de ellas, valorar la que le parezca más adecuada para convertirse en un instrumento, elige entre varias alternativas. La noción de alternativa es fundamental para la significación del trabajo humano, que siempre es por consiguiente, teleológico: fija un objetivo que resulta de una decisión. Así se expresa la libertad humana. Pero esta libertad sólo existe en la puesta en movimiento de una serie de fuerzas físicas objetivas que obedecen a las leyes causales del universo material. La teleología está siempre coordinada, pues, con la causalidad física, y, de hecho, el resultado del trabajo de cada individuo es un momento de la causalidad física para la orientación teleológica de los otros individuos. La fe en una teleología de la naturaleza es algo propio de la teología. Y la fe en una teleología inmanente a la historia carece de fundamento. Pero existe una teleología en cada trabajo humano, íntimamente inserta en la causalidad del mundo físico. Esta posición, que es el núcleo a partir del cual desarrollo mi obra actual, supera la clásica antinomia de la necesidad y la libertad. Pero quisiera subrayar que no estoy tratando de construir un sistema exhaustivo. El título de mi obra -que ya está terminada, pero de la que estoy rehaciendo los primeros capítulos- es Hacia una ontología del ser social. Fíjese en la diferencia. La tarea a la que estoy consagrado necesitará el trabajo colectivo de muchos pensadores para poderse desarrollar. Pero espero que mostrará la base ontológica de este socialismo de la vida cotidiana al que antes me refería.

EL MARXISMO OCCIDENTAL: DE LA POLITICA A LA FILOSOFIA

-Durante diez años de su vida, desde 1919 a 1929, usted se dedicó activamente a la política, y luego abandonó completamente toda actividad política inmediata. Debió ser un gran cambio para un marxista convencido como usted. ¿Se sintió usted limitado (o, al contrario, quizás liberado) por este brusco cambio en su carrera producido en 1930? ¿Cómo se relaciona esta fase de su vida con su juventud y su adolescencia? ¿Qué influencias fueron las que recibió entonces?

-No lamenté en absoluto el final de mi carrera política. Fíjese, yo estaba convencido de tener razón en las discusiones internas del Partido en 1928/1929, y nunca nada me incitó a cambiar de opinión sobre este punto; sin embargo, como había fracasado completamente en mi tentativa de convencer al partido de la justeza de mis ideas, me dije: ya que tengo razón y sin embargo he resultado totalmente vencido, ello significa que no tengo ninguna capacidad política. Renuncié, pues, sin ninguna dificultad, al trabajo político práctico. Decidí que no estaba dotado para ello. Mi exclusión del comité central del Partido húngaro no modificó lo más mínimo mi convicción de que, con la desastrosa política sectaria del Tercer Período, sólo se podía luchar eficazmente contra el fascismo desde las filas del movimiento comunista. Sigo pensando lo mismo. Siempre he creído que la peor forma de socialismo es preferible a la mejor forma de capitalismo.

Me ha preguntado usted cuáles fueron mis impresiones personales cuando renuncié a mi carrera política. Debo decir que yo quizás no soy un hombre muy contemporáneo. Puedo asegurar que nunca he sentido frustración ni ningún otro complejo en mi vida. Naturalmente, sé muy bien lo que esto significa, porque conozco la literatura del siglo XX y porque he leído a Freud. Pero nunca lo he experimentado personalmente. Siempre que me he dado cuenta de mis errores o de que tomaba un camino equivocado, lo he reconocido. Nunca me ha costado actuar de este modo y ocuparme de otra cosa. Hacia los 15 o los 16 años escribía obras modernas, al estilo de Ibsen o de Hauptmann. A los 18, las releí y las consideré irremediablemente malas. Decidí entonces que nunca sería un buen escritor y las quemé. Nunca lo he lamentado. Esta experiencia precoz me fue muy útil más tarde en mi labor como crítico literario, porque cada vez que podía decir de un texto que lo hubiese podido escribir yo mismo sabía que ello era una evidencia infalible de que aquel
texto era malo: era un criterio seguro. Esta fue mi primera experiencia literaria. Mis primeras influencias políticas me vinieron con la lectura de Marx cuando era estudiante y después -la más importante de todas- con la lectura del gran poeta húngaro Ady. Yo era un adolescente que se sentía aislado entre sus contemporáneos y Ady me causó una gran impresión. Era un revolucionario entusiasmado por Hegel, aunque no aceptaba este
aspecto de Hegel que yo mismo rechacé desde un principio: su Versohnung mit der Wirklichkcit: su reconciliación con la realidad establecida. Nunca he dejado de admirar a este pensador, y pienso que el trabajo emprendido por Marx -la materialización de la filosofía de Hegel- debe ser proseguido incluso más allá de Marx. Yo mismo he intentado hacerlo en varios pasajes de mi Ontología, que está a punto de aparecer. Pienso que, ahora que ya está todo dicho, sólo tres grandes pensadores occidentales resultan incomparables a todos los demás: Aristóteles, Hegel y Marx.

(1) Eugen Léviné, dirigente comunista de la República de los consejos obreros de Baviera, fusilado en 1919 por la derecha.
(2) Otto Korvin, dirigente comunista de la República húngara de los consejos obreros, ejecutado por el gobierno del almirante Horthy en 1919.

*(Selección y traducción: Josep Sarret).
Publicado en "El Viejo Topo" (Madrid)
Original: N. L. R. 1971
PERRY ANDERSON
Fuente: http://www.taringa.net/posts/info/1454408/Entrevista-a-Georg-Lukacs-por-Perry-Anderson.html


Historia y economía

Los Grundrisse de Marx, 150 años después

Por Marcello Musto, 21/12/08

Como ocurre ahora de nuevo, 150 años después, con la crisis de las subprime, en 1857 los EEUU fueron el teatro de desarrollo de una gran crisis económica internacional, la primera de la historia. Tal suceso generó gran entusiasmo en uno de los más atentos observadores de la época: Karl Marx.
En realidad, después de 1848, Marx había sostenido repetidamente que una nueva revolución sólo podría venir como consecuencia de una crisis, y cuando estalló la de 1857, se resolvió, a pesar de la miseria y los problemas de salud que lo atenazaban, a reemprender los intensos estudios que había comenzado en el British Musuem de Londres en 1850 y a dedicarse nuevamente a su obra de crítica de la economía política. Resultado de ese trabajo, desarrollado entre agosto de 1857 y mayo de 1858, fueron 8 voluminosos cuadernos: los Grundrisse, el primer esbozo de El Capital.
Esos cuadernos terminaron luego sepultados bajo los tantos manuscritos inacabados de Marx, y es probable que no fueran siquiera leídos por el propio Friedrich Engels. Tras la muerte de éste, los manuscritos inéditos de Marx pasaron a ser custodiados por los archivos de la SPD, pero fueron tratados con gran negligencia. La única parte de los Grundrisse dada a imprenta durante ese período fue la "Introducción", publicada en 1903 por Karl Kautsky. Esa publicación suscitó un notable interés –constituía, en realidad, el tratamiento más detallado jamás escrito por Marx de cuestiones metodológicas— , y fue rápidamente vertida a muchas lenguas, convirtiéndose en uno de los escritos más comentadas de toda su obra.

A despecho de la fortuna experimentada por la "Introducción", los Grundrisse permanecieron todavía inéditos durante mucho tiempo. Su existencia sólo se hizo pública en 1932, cuando David Riazanov, director del Instituto Marx-Engels en Moscú, los redescubrió al examinar el legado literario de Marx conservado en Berlín. Los fotocopió, y en los años que siguieron varios especialistas soviéticos descifraron su contenido y lo dactilografiaron. Cuando aparecieron publicados en Moscú, en dos volúmenes (1939 y 1941), constituyeron el último manuscrito importante de Marx hecho público. Sin embargo, al haberse publicado en vísperas de la II Guerra Mundial contribuyó a que la obra permaneciera desconocida. Las 3.000 copias de la edición de Moscú se convirtieron en una rareza bibliográfica, y muy pocas lograron traspasar las fronteras soviéticas. Hubo que esperar a 1953 para su reimpresión.
Como ya había ocurrido con la "Introducción", fue otro extracto de los Grundrisse lo que generó un interés particular que en cierto modo eclipsó al conjunto de la obra: las "Formaciones precapitalistas". Lo cierto es que, a partir de los años 50, ese texto fue traducido a muchas lenguas, y el prefacio del editor inglés, Eric Hobsbawm, contribuyó a difundir y dar resonancia a su contenido: "se trata del intento más sistemático jamás realizado por Marx de plantear la cuestión de la evolución histórica, y se puede afirmar que cualquier discusión historiográfica marxista que no haya tenido en cuenta este texto deberá replantearse a la luz del mismo".

La difusión de la versión íntegra de los Grundrisse fué un proceso lento pero inexorable, y una vez concluido, permitió una apreciación más completa y, en según qué aspectos, distinta del conjunto de la obra de Marx. Las primeras traducciones se realizaron en Japón (1958-65) y en China (1962-78). En la Unión Soviética, en cambio, no aparecieron hasta 1968-69.

A fines de los años 60, los Grundrisse comenzaron a circular también por Europa occidental. Aparecieron, primero, en Francia (1967-68) y en Italia (1968-70), por iniciativa de empresas editoriales vinculadas a los partidos comunistas. En lengua castellana fueron publicados en Cuba (1970-71) y en Argentina (1971-6) y luego, en otras ediciones, también en México y en España. La traducción inglesa sólo vio la luz en 1973, en una edición al cuidado de Martin Nicolaus, quien en el prólogo afirmó lo que sigue: "los Grundrisse son el único esbozo de conjunto del proyecto económico-político de Marx, y someten a prueba a cualquier interpretación seria de Marx concebida hasta la fecha".

Los años 70 fueron la década decisiva también para la traducción en la Europa del Este, y los Grundrisse fueron publicados en Checoslovaquia (1971-7), Hungría (1972), Rumanía (1972-4) y Yugoslavia (1979). En el mismo período, parecían también en Dinamarca (1974-8), mientras que, en los años 80, se publicaron en Irán (1985-7), en lengua eslovena (1985), en Polonia (1986) y en Finlandia (1986). Por lo demás, tras 1989 y el fin del llamado "socialismo real", los Grundrisse siguieron siendo traducidos en otros países: Grecia (1989-92), Turquía (1999-2003), Corea del Sur (2000), Brasil (2008), y a día de hoy, han sido íntegramente publicados en 22 lenguas, con un total de 500 mil ejemplares salidos de imprenta. Una cifra que sorprendería a quien, a sólo beneficio de inventario, tratara de hacerse una idea de alcance de los estudios de economía política.
El primer comentarista de los Grundrisse fue Roman Rosdolsky, cuya obra Génesis y estructura del 'Capital' de Marx, publicada en 1968, constituye la primera monografía dedicada al texto marxiano. Ese mismo año, los Grundrisse sedujeron a algunos de los protagonistas de de las revueltas estudiantiles, que comenzaron a leerlos, entusiasmados por explosiva radicalidad de sus páginas. Por lo demás, los Grundrisse ejercieron una fascinación irresistible entre quienes, sobre todo en los finales de la nueva izquierda, estaban empeñados en superar la interpretación de Marx suministrada por el marxismo-leninismo.

En el mismo período, también los tiempos habían cambiado en el Este. Tras una primera fase en la que los Grundrisse se estudiaban con desconfianza, pasaron a ser definidos por el prestigioso investigador ruso Vitali Vygodski como una obra genial a la que había que prestar la debida atención. Así pues, en unos pocos años, los Grundrisse se convirtieron en un texto fundamental con el que estaba obligado a medirse cualquier estudioso serio de la obra de Marx.

Aun con diversos matices, los varios intérpretes se dividieron entre quienes consideraban los Grundrisse un texto autónomo, al que podía atribuirse una compacidad conceptual completa, y quienes lo estimaban un manuscrito prematuro y meramente preparatorio de El Capital. El trasfondo ideológico de las discusiones sobre los Grundrisse –el núcleo de la disputa tenía que ver con el mayor o menor fundamento de la interpretación misma de Marx, con todas sus implicaciones políticas derivadas— trabajó a favor del desarrollo de tesis interpretativas inadecuadas y que hoy resultan hasta risibles. Entre los comentaristas más entusiastas de ese escrito, los hubo que hasta se avilantaron a sostener su superioridad teórica respecto de El Capital, aun cuando este último contenía los resultados de una década de intensísima investigación ulterior. Y al revés, pero análogamente, entre los principales detractores de los Grundrisse no faltaron quienes, a pesar de los significativos pasos consagrados a la alienación, afirmaban que no añadían nada a lo ya sabido de Marx. Entre las encontradas lecturas de los Grundrisse, destacan las no-lecturas, el caso más llamativo de las cuales es el de Althusser, que concibió una polémica subdivisión del pensamiento de Marx en obas juveniles y obras de madurez, ignorando por completo el contenido de los Grundrisse
Mas, en general, a partir de mediados de los años 70, los Grundrisse conquistaron un número creciente de lectores e intérpretes. Varios estudiosos vieron en ese texto el lugar privilegiado para profundizar en una de las cuestiones más debatidas del pensamiento de Marx: su deuda intelectual con el legado de Hegel. Y aun otros quedaron fascinados por los proféticos pronunciamientos contenidos en los fragmentos dedicados a las máquinas y a su automatización.

Hoy, con la distancia de 150 años, los Grundrisse muestran la persistente capacidad explicativa de Marx a la hora de explicar el modo capitalista de producir. Su capacidad para entender el papel histórico del capitalismo, en el que la creación de una sociedad cada vez más avanzada y cosmopolita en relación con las que le han precedido queda perspicazmente dibujado junto con la crítica de los obstáculos que el capitalismo pone a un desarrollo social e individual más completo. Por lo demás, los Grundrisse tienen un valor extraordinario, porque recogen un sinnúmero de observaciones (entre ellas, las que tienen que ver con el comunismo) que su autor no tuvo ocasión de desarrollar luego en ninguna parte de su incompleta obra. Es harto probable que las nuevas generaciones que se acerquen a la obra de Marx queden también fascinadas por estos seductores manuscritos, y es lo cierto que resultan todavía indispensables para quienes quieran pensar seriamente en la crisis de la izquierda y en la transformación del presente.

Marcello Musto es coordinador y coautor de Sulle tracce di un fantasma. L'opera di Karl Marx tra filologia e filosofia, (de aa.vv.), Manifestolibri, 2006, Roma, que está siendo traducida al castellano por Guillermo Almeyra y será publicada en breve en México. Residente actualmente en Berlín, y colaborador de la nueva edición crítica internacional de las obras de Marx y Engels (nueva MEGA), es uno de los jóvenes marxólogos europeos más activos y prometedores

Traducción para wwwsinpermiso.info: Leonor Març, revisada por Antoni Domènech
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2242


Filosofía Social

El ojo del poder

“El ojo del poder”, Entrevista con Michel Foucault, en Bentham, Jeremías: “El Panóptico”, Ed. La Piqueta, Barcelona, 1980. Traducción de Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría.

Jean-Pierre Barou: El Panóptico de Jeremías Bentham es una obra editada a finales del siglo XVIII que ha permanecido desconocida. Sin embargo, tú has escrito una serie de frases sobre ella tan sorprendentes como éstas: “Un acontecimiento en la historia del espíritu humano”, “Una especie de huevo de Colón en el campo de la política”. Por lo que se refiere a su autor, el jurista inglés Jeremías Bentham, lo has presentado como el “Fourier de una sociedad policial”. (1) Para nosotros es un misterio. Pero, explícanos, cómo has descubierto El Panóptico.

Michel Foucault: Estudiando los orígenes de la medicina clínica; había pensado hacer un estudio sobre la arquitectura hospitalaria de la segunda mitad del siglo XVIII, en la época en la que se desarrolla el gran movimiento de reforma de las instituciones médicas. Quería saber cómo se había institucionalizado la mirada médica; cómo se había inscrito realmente en el espacio social; cómo la nueva forma hospitalaria era a la vez el efecto y el soporte de un nuevo tipo de mirada. Y examinando los diferentes proyectos arquitectónicos posteriores al segundo incendio del Hotel-Dieu en 1972 me di cuenta hasta qué punto el problema de la total visibilidad de los cuerpos, de los individuos, de las cosas, bajo una mirada centralizada, había sido uno de los principios básicos más constantes. En el caso de los hospitales este problema presentaba una dificultad suplementaria: era necesario evitar los contactos, los contagios, la proximidad y los amontonamientos, asegurando al mismo tiempo la aireación y la circulación del aire; se trataba a la vez de dividir el espacio y de dejarlo abierto, de asegurar una vigilancia que fuese global e individualizante al mismo tiempo, separando cuidadosamente a los individuos que debían ser vigilados. Había pensado durante mucho tiempo que éstos eran problemas propios de la medicina del siglo XVIII y de sus concepciones teóricas.
Después, estudiando los problemas de la penalidad, he visto que todos los grandes proyectos de remozamiento de las prisiones (que dicho sea de paso aparecen un poco más tarde, en la primera mitad del siglo XIX), retornaban al mismo tema, pero ahora refiriéndose casi siempre a Bentham. Casi no existían textos ni proyectos acerca de las prisiones en los que no se encontrase el “invento” de Bentham, es decir, el “panóptico”.

El principio era: en la periferia un edificio circular; en el centro una torre; ésta aparece atravesada por amplias ventanas que se abren sobre la cara interior del círculo. El edificio periférico está dividido en celdas, cada una de las cuales ocupa todo el espesor del edificio. Estas celdas tienen dos ventanas: una abierta hacia el interior que se corresponde con las ventanas de la torre; y otra hacia el exterior que deja pasar la luz de un lado al otro de la celda. Basta pues situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un alumno. Mediante el efecto de contra-luz se pueden captar desde la torre las siluetas prisioneras en las celdas de la periferia proyectadas y recortadas en la luz. En suma, se invierte el principio de la mazmorra. La plena luz y la mirada de un vigilante captan mejor que la sombra que en último término cumplía una función protectora.

Sorprende constatar que mucho antes que Bentham esta preocupación existía ya. Parece que uno de los primeros modelos de esta visibilidad aislante había sido puesto en práctica en la Escuela militar de París en 1755 en lo referente a los dormitorios. Cada uno de los alumnos debía disponer de una celda con cristalera a través de la cual podía ser visto toda la noche sin tener ningún contacto con sus condiscípulos, ni siquiera con los criados. Existía además un mecanismo muy complicado con el único fin de que el peluquero pudiese peinar a cada uno de los pensionistas sin tocarlo físicamente: la cabeza del alumno pasaba a través de un tragaluz, quedando el cuerpo del otro lado de un tabique de cristales que permitía ver todo lo que ocurría. Bentham ha contado que fue su hermano el que visitando la Escuela militar tuvo la idea del panóptico. El tema de todas formas estaba presente. Las realizaciones de Claude-Nicolas Ledoux, concretamente la salina que construye en Arc-et-Senans, se dirigen al mismo efecto de visibilidad, pero con un elemento suplementario: que exista un punto central que sea el lugar del ejercicio y, al mismo tiempo, el lugar de registro del saber. De todos modos si bien la idea del panóptico es anterior a Bentham, será él quien realmente la formule, y la bautice. El mismo nombre de “panóptico” parece fundamental. Designa un principio global. Bentham no ha pues simplemente imaginado una figura arquitectónica destinada a resolver un problema concreto, como el de la prisión, la escuela o el hospital. Proclama una verdadera invención que él mismo denomina “huevo de Colón”. Y, en efecto, lo que buscaban los médicos, los industriales, los educadores y los penalistas, Bentham se lo facilita: ha encontrado una tecnología de poder específica para resolver los problemas de vigilancia. Conviene destacar una cosa importante: Bentham ha pensado y dicho que su procedimiento óptico era la gran innovación para ejercer bien y fácilmente el poder. De hecho, dicha innovación ha sido ampliamente utilizada desde finales del siglo XVIII. Sin embargo los procedimientos de poder puestos en práctica en las sociedades modernas son mucho más numerosos, diversos y ricos. Sería falso decir que el principio de visibilidad dirige toda la tecnología de poder desde el siglo XIX.

Michelle Perrot: ¡Pasando por la arquitectura! ¿Qué pensar por otra parte de la arquitectura como modo de organización política? Porque en último término todo es espacial, no sólo mentalmente, sino materialmente en este pensamiento del siglo XVIII.

Foucault: Desde finales del siglo XVIII la arquitectura comienza a estar ligada a los problemas de población, de salud, de urbanismo. Antes, el arte de construir respondía sobre todo a la necesidad de manifestar el poder, la divinidad, la fuerza. El palacio y la iglesia constituían las grandes formas a las que hay que añadir las plazas fuertes: se manifestaba el poderío, se manifestaba el soberano, se manifestaba Dios. La arquitectura se ha desarrollado durante mucho tiempo alrededor de estas exigencias. Pero, a finales del siglo XVIII, aparecen nuevos problemas: se trata de servirse de la organización del espacio para fines económico-políticos.

Surge una arquitectura específica. Philippe Aries ha escrito cosas que me parecen importantes sobre el hecho de que la casa, hasta el siglo XVIII, es un espacio indiferenciado. En este espacio hay habitaciones en las que se duerme, se come, se recibe..., en fin poco importa. Después, poco a poco, el espacio se especifica y se hace funcional. Un ejemplo es el de la construcción de las ciudades obreras en los años 1830-1870. Se fijará a la familia obrera; se le va a prescribir un tipo de moralidad asignándole un espacio de vida con una habitación que es el lugar de la cocina y del comedor, otra habitación para los padres, que es el lugar de la procreación, y la habitación de los hijos. Algunas veces, en el mejor de los casos, habrá una habitación para las niñas y otra para los niños. Podría escribirse toda una “historia de los espacios” -que sería al mismo tiempo una “historia de los poderes”- que comprendería desde las grandes estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas tácticas del hábitat, de la arquitectura institucional, de la sala de clase o de la organización hospitalaria, pasando por las implantaciones económico-políticas. Sorprende ver cuánto tiempo ha hecho falta para que el problema de los espacios aparezca como un problema histórico-político, ya que o bien el espacio se reenviaba a la “naturaleza” -a lo dado, a las determinaciones primeras, a la “geografía física”- es decir a una especie de capa “prehistórica”, o bien se lo concebía como lugar de residencia o de expansión de un pueblo, de una cultura, de una lengua, o de un Estado. En suma, se lo analizaba o bien como suelo, o bien como aire; lo que importaba era el sustrato o las fronteras. Han sido necesarios Marc Bloch y Fernand Braudel para que se desarrolle una historia de los espacios rurales o de los espacios marítimos. Es preciso continuarla sin decirse simplemente que el espacio predetermina una historia que a su vez lo remodela y se sedimenta en él. El anclaje espacial es una forma económico-política que hay que estudiar en detalle. Entre todas las razones que han inducido durante tanto tiempo a una cierta negligencia respecto a los espacios, citaré solamente una que concierne al discurso de los filósofos. En el momento en el que comenzaba a desarrollarse una política reflexiva de los espacios (finales del siglo XVIII), las nuevas adquisiciones de la física teórica y experimental desalojaron a la filosofía de su viejo derecho de hablar del mundo, del cosmos, del espacio finito e infinito. Esta doble ocupación del espacio por una tecnología política y por una práctica científica ha circunscrito la filosofía a una problemática del tiempo. Desde Kant, lo que el filósofo tiene que pensar es el tiempo - Hegel, Bergson, Heidegger -, con una descalificación correlativa del espacio que aparece del lado del entendimiento, de lo analítico, de lo conceptual, de lo muerto, de lo fijo, de lo inerte. Recuerdo haber hablado, hace una docena de años de estos problemas de una política de los espacios, y se me respondió que era bien reaccionario insistir tanto sobre el espacio, que el tiempo, el proyecto, era la vida y el progreso. Conviene decir que este reproche venía de un psicólogo - verdad y vergüenza de la filosofía del siglo XIX-.

M. P.: De paso, me parece que la noción de sexualidad es muy importante tal como señaló Ud. a propósito de la vigilancia en el caso de los militares; de nuevo aparece este problema con la familia obrera; es sin duda fundamental.

Foucault: Totalmente de acuerdo. En estos temas de vigilancia, y en particular de la vigilancia escolar, los controles de la sexualidad se inscriben en la arquitectura. En el caso de la Escuela militar las paredes hablan de la lucha contra la homosexualidad y la masturbación.

M. P.: Siguiendo con la arquitectura, ¿no le parece que individuos como los médicos, cuya participación social es considerable a finales del siglo XVIII, han desempeñado de algún modo un papel de organizadores del espacio? La higiene social nace entonces; en nombre de la limpieza, la salud, se controlan los lugares que ocupan unos y otros. Y los médicos, con el renacimiento de la medicina hipocrática, se sitúan ente los más sensibilizados al problema del entorno, del lugar, de la temperatura, datos que encontramos en la encuesta de Howard sobre las prisiones.(2)

Foucault: Los médicos eran entonces en cierta medida especialistas del espacio. Planteaban cuatro problemas fundamentales:
• el de los emplazamientos (climas regionales, naturaleza de los suelos, humedad y sequedad: bajo el nombre de “constitución”, estudiaban la combinación de los determinantes locales y de las variaciones de estación que favorecen en un momento dado un determinado tipo de enfermedad);
• el de las coexistencias (ya sea de los hombres entre sí: densidad y proximidad; ya sea de los hombres y las cosas: aguas, alcantarillado, ventilación; ya sea de los hombres entre sí: densidad y proximidad; ya sea de los hombres y los animales: mataderos, establos; ya sea de los hombres y los muertos: cementerios); el de las residencias (hábitat, urbanismo);
• el de los desplazamientos (emigración de los hombres, propagación de las enfermedades). Los médicos han sido con los militares, los primeros gestores del espacio colectivo. Pero los militares pensaban sobre todo el espacio de las “campañas” (y por lo tanto el de los “pasos”)
• y el de las fortalezas. Los médicos han pensado sobre todo el espacio de las residencias y el de las ciudades. No recuerdo quién ha buscado en Montesquieu y en Augusto Comte las grandes etapas del pensamiento sociológico. Es ser bien ignorante. El saber sociológico se forma más bien en prácticas tales como las de los médicos. Guepin ha escrito en los mismos comienzos del siglo XIX un maravilloso análisis de la ciudad de Nantes.
De hecho, si la intervención de los médicos ha sido tan capital en esta época, se debe a que estaba exigida por todo un conjunto de problemas políticos y económicos nuevos: la importancia de los hechos de población.

M. P.: Es chocante además la gran cantidad de personas que se ven concernidas por la reflexión de Bentham: En distintos sitios dice haber resuelto los problemas de disciplina planteados por un gran número de individuos a cargo de unos pocos.

Foucault: Al igual que sus contemporáneos Bentham se encuentra con el problema de la acumulación de hombres. Pero mientras que los economistas planteaban el problema en términos de riqueza (población-riqueza ya que mano de obra, fuente de actividad económica, consumo; y población-pobreza ya que excedente u ociosa), Bentham plantea la cuestión en términos de poder: la población como blanco de las relaciones de dominación. Se puede decir, creo, que los mecanismos de poder, que intervenían incluso en una monarquía administrativa tan desarrollada como la francesa, dejaban aparecer huecos bastante amplios: sistema lacunar, aleatorio, global, que no entra en detalles, que se ejerce sobre grupos solidarios o practica el método del ejemplo (como puede verse claramente en el sistema fiscal o en la justicia criminal); el poder tenía pues una débil capacidad de “resolución” como se diría en términos de fotografía, no era capaz de practicar un análisis individualizante y exhaustivo del cuerpo social. Ahora bien, las mutaciones económicas del siglo XVIII han hecho necesaria una circulación de los efectos de poder a través de canales cada vez más finos, hasta alcanzar a los propios individuos, su cuerpo, sus gestos, cada una de sus habilidades cotidianas. Que el poder, incluso teniendo que dirigir a una multiplicidad de hombres, sea tan eficaz como si se ejerciese sobre uno solo.

M. P.: Los crecimientos demográficos del siglo XVIII han contribuido sin duda al desarrollo de un poder semejante.

J.-P. B.: ¿No es sorprendente entonces saber que la Revolución francesa a través de personas como La Fayette, ha acogido favorablemente el proyecto del panóptico? Se sabe que Bentham, como premio a sus desvelos, ha sido hecho “Ciudadano francés” en 1791.

Foucault: Yo diría que Bentham es el complemento de Rousseau. ¿Cuál es, en efecto, el sueño rousseauniano que ha animado a tantos revolucionarios?: el de una sociedad transparente, visible y legible a la vez en cada una de sus partes; que no existan zonas oscuras, zonas ordenadas por los privilegios del poder real o por las prerrogativas de tal o tal cuerpo, o incluso por el desorden; que cada uno, desde el lugar que ocupa, pueda ver el conjunto de la sociedad; que los corazones se comuniquen unos con otros, que las miradas no encuentren ya obstáculos, que la opinión reine, la de cada uno sobre cada uno. Starobinski ha escrito páginas muy interesantes respecto a este tema en La Transparencia y el obstáculo y en La invención de la libertad.

Bentham es a la vez esto y todo lo contrario. Plantea el problema de la visibilidad, pero pensando en una visibilidad totalmente organizada alrededor de una mirada dominadora y vigilante. Hace funcionar el proyecto de una visibilidad universal, que actuaría en provecho de un poder riguroso y meticuloso. Así, sobre el gran tema rousseauniano -que es en alguna medida el lirismo de la Revolución- se articula la idea técnica del ejercicio de un poder “omnicontemplativo” que es la obsesión de Bentham. Los dos se unen y el todo funciona: el lirismo de
Rousseau y la obsesión de Bentham.

M. P.: Hay una frase en el Panóptico: “Cada camarada se convierte en un vigilante”.

Foucault: Rousseau habría dicho justamente lo inverso: que cada vigilante sea un camarada. Véase El Emilio: el preceptor de Emilio es un vigilante, es necesario que sea también un camarada.

J.-P. B.: La Revolución francesa no sólo no hace una lectura próxima a la que hacemos ahora sino que incluso encuentra en el proyecto de Bentham miras humanitarias.

Foucault: Justamente, cuando la Revolución se pregunta por una nueva justicia el resorte para ella será la opinión. Su problema, de nuevo, no ha sido hacer que las gentes fuesen castigadas; sino hacer que ni siquiera puedan actuar mal en la medida en que se sentirían sumergidas, inmersas, en un campo de visi-bilidad total en el cual la opinión de los otros, la mi-rada de los otros, el discurso de los otros, les impidan obrar mal o hacer lo que es nocivo. Esto está presente constantemente en los textos de la Revolución.

M. P.: El contexto inmediato ha jugado también su papel en la adopción del panóptico por la Revolución: en este momento el problema de las cárceles está a la orden del día. A partir de 1770 tanto en Inglaterra como en Francia existe una fuerte inquietud respecto a este tema como puede constatarse a través de la encuesta de Howard sobre las prisiones traducida al francés en 1788. Hospitales y cárceles son dos grandes temas de discusión en los salones parisinos, en los círculos ilustrados. Se ha convertido en algo escandaloso el que las prisiones sean lo que son: una escuela del vicio y del crimen; y lugares tan desprovistos de higiene que en ellos se muere uno. Los médicos comienzan a decir cómo se deteriora el cuerpo, cómo se dilapida en semejantes sitios. Llegada la Revolución francesa, emprende a su vez una encuesta de alcance europeo. Un tal Duquesnoy es el encargado de hacer un informe sobre los establecimientos llamados “de humanidad”, vocablo que comprende hospitales y prisiones.

Foucault: Un miedo obsesivo ha recorrido la segunda mitad del siglo XVIII: el espacio oscuro, la pantalla de oscuridad que impide la entera visibilidad de las cosas, las gentes, las verdades. Disolver los fragmentos de noche que se oponen a la luz, hacer que no existan más espacios oscuros en la sociedad, demoler esas cámaras negras en las que se fomenta la arbitrariedad política, los caprichos del monarca, las supersticiones religiosas, los complots de los tiranos y los frailes, las ilusiones de ignorancia, las epidemias. Los castillos, los hospitales, los depósitos de cadáveres, las casas de corrección, los conventos, desde antes de la Revolución han suscitado una desconfianza o un odio que no fueron subestimados; el nuevo orden político y moral no puede instaurarse sin su desaparición. Las novelas de terror en la época de la Revolución, desarrollan todo un mundo fantástico de la muralla, de la sombra, de lo oculto, de la mazmorra, de todo aquello que protege en una complicidad significativa, a los truhanes y a los aristócratas, a los monjes y a los traidores: los paisajes de Ann Radcliffe son montañas, bosques, cuevas, castillos en ruinas, conventos en los que la oscuridad y el silencio dan miedo. Ahora bien, estos espacios imaginarios son como la “contra-figura” de las transparencias y de las visibilidades que se intentan establecer entonces. Este reino de “la opinión” que se invoca con tanta frecuencia en esta época, es un modo de funcionamiento en el que el poder podría ejercerse por el solo hecho de que las cosas se sabrán y las gentes serán observadas por una especie de mirada inmediata, colectiva y anónima. Un poder cuyo recorte principal fuese la opinión no podría tolerar regiones de sombra. Si se han interesado por el proyecto de Bentham se debe a que, siendo aplicable a tantos campos diferentes, proporcionaba la fórmula de un “poder por transparencia”, de un sometimiento por “proyección de claridad”. El panóptico es un poco la utilización de la forma “castillo: (torreón rodeado de murallas) para paradójicamente crear un espacio de legibilidad detallada.

J.-P. B.: Son en definitiva los rincones ocultos del hombre lo que el Siglo de las Luces quiere hacer desaparecer.

Foucault: Indudablemente.

M. P.: Sorprenden también las técnicas de poder que funcionan en el interior del panóptico. La mirada fundamentalmente, y también la palabra puesto que existen esos famosos tubos de acero - extraordinaria invención - que unen el inspector central con cada una de las celdas en las que se encuentran, nos dice Bentham, no un prisionero sino pequeños grupos de prisioneros. En último término, la importancia de la disuasión está muy presente en el texto de Bentham: “Es preciso -dice- estar incesantemente bajo la mirada de un inspector; perder la facultad de hacer el mal y casi el pensamiento de quererlo”. Nos encontramos de lleno con las preocupaciones de la Revolución: impedir a las gentes obrar mal, quitarles las ganas de desearlo, en resumen: no poder y no querer.

Foucault: Estamos hablando de dos cosas: de la mirada y de la interiorización. Y, en el fondo, ¿no se trata del problema del precio del poder? El poder, de hecho, no se ejerce sin gastos. Existe evidentemente el coste económico, y Bentham lo dice. ¿Cuántos vigilantes hacen falta? ¿Cuánto, en definitiva, costará la máquina? Pero está además el coste propiamente político. Si se es muy violento se corre el riesgo de suscitar insurrecciones; si se interviene de forma discontinua se arriesga uno a dejar que se produzcan, en los intervalos, fenómenos de resistencia de un coste político elevado. Así funcionaba el poder monárquico. Por ejemplo, la justicia que detenía una proporción irrisoria de criminales, argumentaba diciendo: conviene que el castigo sea espectacular para que los demás tengan miedo. Poder violento por tanto que debía, mediante el ejemplo, asegurar las funciones de continuidad. A esto contestan los nuevos teóricos del siglo XVIII: es un poder demasiado costoso y con muy pocos resultados. Se hacen grandes gastos de violencia que en realidad no tienen valor de ejemplo, se ve uno incluso obligado a multiplicar las violencias, de forma tal, que se multiplican las rebeliones.

M. P.: Esto es lo que sucedió con las insurrecciones contra el patíbulo.

Foucault: Por el contrario, se cuenta con la mirada que va a exigir pocos gastos. No hay necesidad de armas, de violencias físicas, de coacciones materiales. Basta una mirada. Una mirada que vigile, y que cada uno, sintiéndola pesar sobre sí, termine por interiorizarla hasta el punto de vigilarse a sí mismo; cada uno ejercerá esta vigilancia sobre y contra sí mismo. ¡Fórmula maravillosa: un poder continuo y de un coste, en último término, ridículo! Cuando Bentham considera que él lo ha conseguido, cree que es el huevo de Colón en el orden de la política, una fórmula exactamente inversa a la del poder monárquico. De hecho, en las técnicas de poder desarrolladas en la época moderna, la mirada ha tenido una importancia enorme, pero como ya he dicho, está lejos de ser la única ni siquiera la principal instrumentación puesta en práctica.

M. P.: Parece que, respecto a esto, Bentham se plantea el problema del poder en función sobre todo de grupos pequeños. ¿Por qué? ¿Por qué piensa que la parte es el todo, y que si se logra el éxito a nivel de grupos puede luego extenderse al todo social? ¿O bien es que el conjunto social, el poder a nivel de todo social es algo que entonces no se concebía realmente? ¿Por qué?

Foucault: El problema consiste en evitar los obstáculos, las interrupciones; al igual que ocurría en el Antiguo Régimen, con las barreras que presentaban a las decisiones de poder los cuerpos constituidos, los privilegios de determinadas categorías, desde el clero, hasta las corporaciones, pasando por los magistrados. Del mismo modo que las barreras que, en el Antiguo Régimen presentaban los cuerpos constituidos, los privilegios de determinadas categorías a las decisiones de poder. La burguesía comprende perfectamente que una nueva legislación o una nueva Constitución no son garantía suficiente para mantener su hegemonía. Se da cuenta de que debe inventar una tecnología nueva que asegure la irrigación de todo el cuerpo social de los efectos de poder llegando hasta sus más ínfimos resquicios. Y en esto precisamente la burguesía ha hecho no sólo una revolución política sino que también ha sabido implantar una hegemonía social que desde entonces conserva. Esta es la razón por la que todas estas invenciones han sido tan importantes y han hecho de Bentham uno de los inventores más ejemplares de la tecnología de poder.

J.-P. B.: No obstante, no se sabe a quién beneficia el espacio organizado tal como Bentham preconiza, si a los que habitan la torre central o a los que vienen a visitarla. Se tiene la sensación de estar ante un mundo infernal del que no escapa nadie, ni los que son observados ni los que observan.

Foucault: Esto es sin duda lo que hay de diabólico en esta idea como en todas las aplicaciones a que ha dado lugar. No existe en ella un poder que radicaría totalmente en alguien y que ese alguien ejercería él solo y de forma absoluta sobre los demás; es una máquina en la que todo el mundo está aprisionado, tanto los que ejercen el poder como aquellos sobre los que el poder se ejerce. Pienso que esto es lo característico de las sociedades que se instauran en el siglo XIX. El poder ya no se identifica sustancialmente con un individuo que lo ejercería o lo poseería en virtud de su nacimiento, se convierte en una maquinaria de la que nadie es titular. Sin duda, en esta máquina nadie ocupa el mismo puesto, sin duda ciertos puestos son preponderantes y permiten la producción de efectos de supremacía. De esta forma, estos puestos pueden asegurar una dominación de clase en la misma medida en que disocian el poder de la potestad individual.

M. P.: El funcionamiento del panóptico es, desde este punto de vista, un tanto contradictorio. Está el inspector principal que desde la torre central vigila a los prisioneros. Pero, al mismo tiempo, vigila a sus subalternos, es decir, al personal; este inspector central no tiene ninguna confianza en los vigilantes, e incluso se refiere a ellos de un modo un tanto despectivo pese a que, en principio, están destinados a serle próximos. ¡Pensamiento, pues, aristocrático!
Pero, al mismo tiempo, quisiera hacer esta observación en lo que se refiere al personal subalterno: ha constituido un problema para la sociedad industrial. No ha sido cómodo para los patronos encontrar capataces, ingenieros capaces de dirigir y de vigilar las fábricas.

Foucault: Es un problema considerable que se plantea en el siglo XVIII. Se puede constatar claramente en el caso del ejército, cuando fue necesario fabricar “suboficiales” que tuviesen conocimientos auténticos para organizar eficazmente las tropas en caso de maniobras tácticas, con frecuencia difíciles, tanto más difíciles cuanto que el fusil acababa de ser perfeccionado. Los movimientos, los desplazamientos, las filas, las marchas exigían este personal disciplinario. Más tarde los talleres vuelven a plantear a su modo el mismo problema; también la escuela con sus maestros, sus ayudantes, sus vigilantes. La iglesia era entonces uno de los raros cuerpos sociales en el que existían pequeños cuadros competentes. El religioso, ni muy alfabetizado ni totalmente ignorante, el cura, el vicario entraron en lid cuando se necesitó escolarizar a centenas de millares de niños. El Estado no se dotó con pequeños cuadros similares hasta mucho más tarde. Igual sucedió con los hospitales. No hace aún mucho que el personal subalterno hospitalario continuaba estando constituido en su mayoría por religiosas.

M. P.: Estas mismas religiosas han desempeñado un papel considerable en la aplicación de las mujeres al trabajo: aquí se sitúan los famosos internados del siglo XIX en los que vivía y trabajaba un personal femenino bajo el control de religiosas formadas especialmente para ejercer la disciplina de las fábricas.
El Panóptico está lejos de estar exento de estas preocupaciones ya que se puede constatar la existencia de esta vigilancia del inspector principal sobre el personal subalterno, y esta vigilancia sobre todos, a través de las ventanas de la torre, sucesión ininterrumpida de miradas que hace pensar en “cada camarada se convierte en un vigilante”, hasta el punto de que se tiene la impresión, un poco vertiginosa, de estar en presencia de una invención que en alguna medida se va de las manos de su creador. Bentham, en un principio, quiere confiar en un poder único: el poder central. Pero, leyéndolo uno se pregunta, ¿a quién mete Bentham en la torre? ¿Al ojo de Dios? Sin embargo Dios está poco presente en su texto; la religión no desempeña sino un papel de utilidad. Entonces, ¿a quién? En definitiva es preciso decir que el mismo Bentham no ve muy claro a quien confiar el poder.

Foucault: Bentham no puede confiar en nadie en la medida en que nadie debe ser lo que era el rey en el antiguo sistema, es decir, la fuente del poder y de la justicia. La teoría de la monarquía lo suponía. Era preciso confiar en el rey. Por su propia existencia, querida por Dios, él era la fuente de la justicia, de la ley, del poder. El poder que radicaba en su persona no podía sino ser bueno; un mal rey equivalía a un accidente de la historia o a un castigo del soberano absolutamente perfecto, Dios. Por el contrario, no se puede confiar en nadie cuando el poder está organizado como una máquina que funciona según engranajes complejos, en la que lo que es determinante es el puesto de cada uno, no su naturaleza. Si la máquina fuese tal que alguien estuviese fuera de ella, o que tuviese él solo la responsabilidad de su gestión, el poder se identificaría a un hombre y estaríamos de nuevo en un poder de tipo monárquico. En el Panóptico, cada uno, según su puesto, está vigilado por todos lo demás, o al menos por alguno de ellos; se está en presencia de un aparato de desconfianza total y circulante porque carece de un punto absoluto. La perfección de la vigilancia es una suma de insidias.

J.-P. B.: Una maquinaria diabólica, como has dicho, que no perdona a nadie. La imagen quizá del poder de hoy. Pero, ¿cómo crees que se ha llegado hasta aquí? ¿Por voluntad de quién y con qué objeto?

Foucault: La cuestión del poder se simplifica cuando se plantea únicamente en términos de legislación o de Constitución; o en términos de Estado o de aparato de Estado. El poder es sin duda más complicado, o de otro modo, más espeso y difuso que un conjunto de leyes o un aparato de Estado. No se puede comprender el desarrollo de las fuerzas productivas propias del capitalismo, ni imaginar su desarrollo tecnológico, si no se conocen al mismo tiempo los aparatos de poder. En el caso, por ejemplo, de la división de trabajo en los grandes talleres del siglo XVIII, ¿cómo se habría llegado a este reparto de tareas si no hubiese existido una nueva distribución del poder al propio nivel del remodelamiento de las fuerzas productivas? Lo mismo sucede con el ejército moderno: no basta con que exista otro tipo de armamento, ni otra forma de reclutamiento, fue necesario que se produjera a la vez esta nueva distribución de poder que se llama disciplina, con sus jerarquías, sus cuadros, sus inspecciones, sus ejercicios, sus condicionamientos y domesticaciones. Sin esto, el ejército tal como ha funcionado desde el siglo XVIII no hubiera sido posible.

J.-P. B.: De todos modos, ¿existe alguien o algunos que impulsan el todo?

Foucault: Se impone una distinción. Está claro que en un dispositivo como el ejército, el taller o cualquier tipo de institución, la red del poder adopta una forma piramidal. Existe pues una cúspide. Sin embargo incluso en un caso así de simple, esta “cúspide” no es la “fuente” o el “principio” de donde se derivaría todo el poder como de un centro luminoso (esta es la imagen según la cual se representa a la monarquía). La cúspide y los elementos inferiores de la jerarquía están en una relación de sostén y de condicionamiento recíprocos; se “sostienen” (el poder como “chantaje” mutuo e indefinido). Pero si lo que me preguntas es si esta nueva tecnología de poder tiene históricamente su origen en un individuo o en un grupo de individuos determinados, que habrían decidido aplicarla para servir sus propios intereses y utilizar así, en su beneficio, el cuerpo social, te responderé: no. Estas tácticas han sido inventadas, organizadas, a partir de condiciones locales y de urgencias concretas. Se han perfilado palmo a palmo antes de que una estrategia de clase las solidifique en amplios conjuntos coherentes. Hay que señalar además que estos conjuntos no consisten en una homogeneización sino más bien en un juego complejo de apoyos que adoptan los diferentes mecanismos de poder unos sobre otros permaneciendo sin embargo en su especificidad. Así, actualmente, la interrelación entre medicina, psiquiatría, psicoanálisis, escuela, justicia, familia, en lo que se refiere a los niños, no homogeneiza estas distintas instancias sino que establece entre ellas conexiones, reenvíos, complementariedades, delimitaciones, lo que supone que cada una conserva hasta cierto punto las modalidades que le son propias.

M. P.: Ud. rechaza la idea de un poder que sería una superestructura, pero no la idea de un poder que es, en cierto modo, consustancial al desarrollo de las fuerzas productivas, que forma parte de él.

Foucault: Por supuesto. Y el poder se transforma continuamente con estas fuerzas. El Panóptico era una utopía-programa. Pero ya en la época de Bentham el tema de un poder espacializante, vigilante, inmovilizante, en una palabra, disciplinario, estaba desbordado por mecanismos mucho más sutiles que permitían la regulación de los fenómenos de población, el control de sus oscilaciones, la compensación de sus irregularidades. Bentham es “arcaizante” por la importancia que da a la mirada, es muy actual por la importancia que concede a las técnicas de poder en general.

M. P.: No existe un Estado global, existen micro-sociedades, microcosmos que se instauran.

J.-P. B.: ¿Es preciso entonces, frente al despliegue del panóptico, poner en cuestión la sociedad industrial? ¿O conviene hacer responsable a la sociedad capitalista?

Foucault: ¿Sociedad industrial o sociedad capitalista? No sabría responder si no es diciendo que estas formas de poder se encuentran también en las sociedades socialistas: la transferencia ha sido inmediata. Pero, sobre este punto, preferiría que intervenga la historiadora.

M. P.: Es cierto que la acumulación de capital surge por una tecnología industrial y por la puesta en marcha de todo un aparato de poder. Pero no es menos cierto que un proceso semejante aparece de nuevo en la sociedad socialista soviética. El stalinismo, en cierto modo, corresponde también a un período de acumulación de capital y de instauración de un poder fuerte.

J.-P. B.: De nuevo encontramos, como de pasada, la noción de beneficio; en este sentido, la máquina inhumana de Bentham se muestra como algo muy valioso, al menos para algunos.

Foucault: ¡Evidentemente! Habría que tener el optimismo un poco ingenuo de los “dandys” del siglo XIX para imaginarse que la burguesía es tonta. Por el contrario, conviene tener en cuenta sus golpes de genio. Y, entre ellos justamente, está el hecho de que ha sido capaz de construir máquinas de poder que posibilitan circuitos de beneficios los cuales, a su vez, refuerzan y modifican los dispositivos de poder, y esto de forma dinámica y circular. El poder feudal, funcionando por deducciones y gasto, se minaba a sí mismo. El de la burguesía se mantiene no por la conservación sino mediante transformaciones sucesivas. De aquí se deriva que la posibilidad de su caída y de la Revolución formen parte de su historia prácticamente desde sus comienzos.

M. P.: Se puede señalar que Bentham concede una enorme importancia al trabajo, al que se refiere una y otra vez.

Foucault: Ello responde al hecho de que las técnicas de poder se han inventado para responder a las exigencias de la producción. Me refiero a la producción en un sentido amplio (puede tratarse de “producir” una destrucción, como en el caso del ejército).

J.-P. B.: Cuando, dicho sea de paso, empleas el término “trabajo” en tus libros, raramente lo haces en relación al trabajo productivo.

Foucault: Porque se da el caso de que me he ocupado de gentes que estaban situadas fuera de los circuitos del trabajo productivo: los locos, los enfermos, los prisioneros, y actualmente los niños. El trabajo para ellos, tal como deben realizarlo, tiene un valor predominante disciplinario.

J.-P.B.: El trabajo como forma de domesticación. ¿No se da siempre?

Foucault: Por supuesto.
Siempre se ha hablado de la triple función del trabajo:
• función productiva,
• función simbólica y
• función de domesticación o disciplinaria.
La función productiva es sensiblemente igual a cero para las categorías de las que me ocupo, mientras que las funciones simbólica y disciplinaria son muy importantes. Pero, lo más frecuente, es que coexisten los tres componentes.

M.P.: Bentham, en todo caso, me parece muy seguro de sí, muy confiado en el poder penetrante de la mirada. Se tiene incluso la sensación de que no calibra muy bien el grado de opacidad y de resistencia del material que ha de corregir, que ha de integrar en la sociedad - los famosos prisioneros -. Además, ¿no es el panóptico de Bentham, en cierto modo, la ilusión del poder?

Foucault: Es la ilusión de casi todos los reformadores del siglo XVIII que han concedido a la opinión un poder considerable. Puesto que la opinión necesariamente era buena por ser la conciencia inmediata de cuerpo social entero, los reformadores creyeron que las gentes se harían virtuosas por el hecho de ser observadas. La opinión era para ellos como la reactualización espontánea del contrato. Desconocían las condiciones reales de la opinión, los “media”, una materialidad que está aprisionada en los mecanismos de la economía y del poder bajo la forma de la prensa, de la edición, y más tarde del cine y de la televisión.

M. P.: Cuando dices que han desconocido los “media”, quieres decir que no se han dado cuenta de que les haría falta utilizarlos.

Foucault: Y que esos media estarían necesariamente dirigidos por intereses económicos-políticos. No percibieron los componentes materiales y económicos de la opinión. Creyeron que la opinión sería justa por naturaleza, que se extendería por sí misma, y que sería una especie de vigilancia democrática. En el fondo, es el periodismo - innovación capital del siglo XIX - el que ha puesto de manifiesto el carácter utópico de toda esta política de la mirada.

M. P.: En general los pensadores desconocen las dificultades que van a encontrar para hacer “prender” su sistema. Ignoran que siempre habrá escapatorias y que las resistencias jugarán su papel. En el terreno de las cárceles, los detenidos no han sido gente pasiva; es Bentham quien nos hace pensar lo contrario. El discurso penitenciario se despliega como si no existiese nadie frente a él, como si no existiese más que una “Tábula rasa”, gente que hay que reformar para arrojar luego al circuito de la producción. En realidad hay un material - los detenidos - que resiste de un modo formidable. Lo mismo se podría decir del taylorismo, sistema que constituye una extraordinaria invención de un ingeniero que quiere luchar contra la gandulería, contra todo lo que hace más lento el ritmo de producción. Pero en última instancia, se puede uno preguntar: ¿ha funcionado realmente alguna vez el taylorismo?

Foucault: En efecto, otro de los elementos que sitúa también a Bentham en lo irreal es la resistencia efectiva de las gentes. Cosas que Vd., Michelle Perrot, ha estudiado. ¿Cómo se ha opuesto la gente en los talleres, en las ciudades, al sistema de vigilancia, de pesquisas continuas? ¿Tenían conciencia del carácter coactivo, de sometimiento insoportable de esta vigilancia? ¿O lo aceptaban como algo natural? En suma, ¿han existido insurrecciones contra la mirada?

M. P.: Sí, han existido insurrecciones contra la mirada. La repugnancia de los trabajadores a habitar las ciudades obreras es un hecho patente. Las ciudades obreras, durante mucho tiempo, han sido un fracaso. Lo mismo sucede con la distribución del tiempo tan presente en el Panóptico. La fábrica y sus horarios han suscitado durante largo tiempo una resistencia pasiva que se traducía en el hecho de que, simplemente, no se iba. Es la prodigiosa historia del San Lunes en el siglo XIX, día que los obreros habían inventado para “tomar aire” cada semana. Han existido múltiples formas de resistencia al sistema industrial obligando a los patrones a dar marcha atrás en el primer momento. Otro ejemplo: los sistemas de micro-poderes no se han instaurado de forma inmediata. Este tipo de vigilancia y de encuadramiento se ha desarrollado, en un primer tiempo, en los sectores mecanizados que contaban mayoritariamente con mujeres o niños, es decir, con personas habituadas a obedecer: la mujer a su marido, el niño a su familia. Pero en los sectores digamos viriles, como la metalurgia, se observa una situación muy distinta. La patronal no llega a implantar inmediatamente su sistema de vigilancia, y debe, durante la primera mitad del siglo XIX, delegar sus poderes. Establece un contrato con el equipo de obreros a través de su jefe que es generalmente el obrero más anciano o más cualificado. Se ejerce un verdadero contra-poder por parte de los obreros profesionales, contra-poder que comporta algunas veces dos facetas: una contra la patronal en defensa de la comunidad obrera, la otra, a veces, contra los mismos obreros ya que el jefecillo oprime a sus aprendices o a sus camaradas. En realidad, estas formas de contra-poder obrero existieron hasta el momento en que la patronal supo mecanizar las funciones que se le escapaban, pudiendo abolir así el poder del obrero profesional. Existen numerosos ejemplos: en el caso de los laminadores, el jefe de taller tuvo los medios para resistir al patrón hasta el momento en que entraron en escena máquinas casi automáticas. El golpe de ojo del laminador - de nuevo aquí la mirada - que juzgaba si la materia estaba a punto será sustituido por el control térmico; basta la lectura de un termómetro.

Foucault: Sabido esto, hay que analizar el conjunto de las resistencias al panóptico en términos de táctica y de estrategia, pensando que cada ofensiva que se produce en un lado sirve de apoyo a una contra-ofensiva del otro. El análisis de los mecanismos de poder no tiene como finalidad mostrar que el poder es anónimo y a la vez victorioso siempre. Se trata, por el contrario, de señalar las posiciones y los modos de acción de cada uno, las posibilidades de resistencia y de contra-ataque de unos y otros.

J.-P. B.: Batallas, acciones, reacciones, ofensivas y contraofensivas, hablas como un estratega. Las resistencias al poder, ¿tendrían características esencialmente físicas? ¿Qué pasa con el contenido de las luchas y las aspiraciones que se manifiestan en ellas?

Foucault: En efecto, esa es una cuestión teórica y de método importante. Me sorprende una cosa: se utiliza mucho, en determinados discursos políticos el vocabulario de las relaciones de fuerza; el término “lucha” es uno de los que aparecen con más frecuencia. Ahora bien, me parece que se duda a la hora de sacar consecuencias, e incluso, a la de plantear el problema que subyace a este vocabulario. Quiero decir: ¿Hay que analizar estas “luchas” en tanto que peripecias de una guerra? ¿Hay que descifrarlas a partir de un código que sería el de la estrategia y de la táctica? ¿La relación de fuerzas en el orden de la política es una relación de guerra?
Personalmente no me siento de momento preparado para responder sí o no de una forma definitiva. Pienso solamente que la pura y simple afirmación de una “lucha” no puede servir de explicación primera y última en los análisis de las relaciones de poder. Este tema de la lucha no es operativo más que si se establece concretamente, y respecto a cada caso: quién está en la lucha, en qué lugar, con qué instrumentos y con qué racionalidad. En otros términos, si se toma en serio la afirmación de que la lucha está en el corazón de las relaciones de poder, hay que tener presente que la brava y vieja “lógica” de la contradicción no basta, ni con mucho, para desembrollar los procesos reales.

M. P.: Dicho de otro modo, y para volver al panóptico, Bentham no proyecta sólo una sociedad utópica, describe también una sociedad existente.

Foucault: Describe en la utopía un sistema general de mecanismos concretos que existen realmente.

M. P.: Y, para los prisioneros, ¿tiene sentido tomar la torre central?

Foucault: Sí, con la condición de que éste no sea el sentido final de la operación. Los prisioneros haciendo funcionar el panóptico y asentándose en la torre, ¿cree Ud. que entonces sería mucho mejor que con los vigilantes?

NOTAS
(1) Michel Foucault describe así El Panóptico y a Jeremías Bentham en su obra Vigilar y castigar. Siglo XXI, México, 1976.
(2) John Howard publica los resultados de su encuesta en su libro: The State of the Prisions in England and Wales, with Preliminary Observations and an Account of some Foreign Prisions and Hospitals (1777).

Se agradece la donación de la presente obra a la Cátedra de Informática y Relaciones Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Fuente: www.hipersociologia.org.ar

    

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