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Economía
La nacionalización
de la tierra *
Por Carlos Marx
La propiedad de la tierra es la fuente original de toda riqueza y se ha
convertido en el gran problema de cuya solución depende el porvenir de la clase
obrera.
Sin plantearme la tarea de examinar aquí todos los argumentos de los defensores
de la propiedad privada sobre la tierra —jurisconsultos, filósofos y
economistas—, me limitaré nada más que a hacer constar, en primer lugar, que han
hecho no pocos esfuerzos para disimular el hecho inicial de la conquista al
amparo del «derecho natural». Si la conquista ha creado el derecho natural para
una minoría, a la mayoría no le queda más que reunir suficientes fuerzas para
tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado.
En el curso de la historia, los conquistadores han estimado conveniente dar a su
derecho inicial, que se desprendía de la fuerza bruta, cierta estabilidad social
mediante leyes impuestas por ellos mismos.
Luego viene el filósofo y muestra que estas leyes implican y expresan el
consentimiento universal de la humanidad. Si, en efecto, la propiedad privada
sobre la tierra se basa en semejante consentimiento universal, debe,
indudablemente, desaparecer en el momento en que la mayoría de la sociedad no
quiera más reconocerla.
No obstante, dejando de lado los pretendidos «derechos» de propiedad, yo afirmo
que el desarrollo económico de la sociedad, el crecimiento y la concentración de
la población, que vienen a ser las condiciones que impulsan al granjero
capitalista a aplicar en la agricultura el trabajo colectivo y organizado, a
recurrir a las máquinas y otros inventos, harán cada día más que la
nacionalización de la tierra sea «una necesidad social», contra la que
resultarán sin efecto todos los razonamientos acerca de los derechos de
propiedad. Las necesidades imperiosas de la sociedad deben ser y serán
satisfechas, los cambios impuestos por la necesidad social se abrirán camino
ellos mismos, y, a la larga o a la corta, adaptarán la legislación a sus
intereses.
Lo que nos hace falta es un crecimiento diario de la producción, y las
exigencias de ésta no pueden ser satisfechas cuando un puñado de hombres se
halla en condiciones de regularla a su antojo y con arreglo a sus intereses
privados o de agotar, por ignorancia, el suelo. Todos los métodos modernos,
como, digamos, el riego, el avenamiento, el arado de vapor, los productos
químicos, etc., deben aplicarse en grandes proporciones en la agricultura. Pero,
los conocimientos científicos que poseemos, al igual que los medios técnicos de
practicar la agricultura de que disponemos, como las máquinas, etc., sólo pueden
emplearse con éxito si se cultiva la tierra en gran escala.
Si el cultivo de la tierra en vasta escala (incluso usando los métodos
capitalistas actuales, que reducen al productor al nivel de simple bestia de
carga) resulta tanto más ventajoso desde el punto de vista económico que la
hacienda en terrenos pequeños y fraccionados, ¿acaso la agricultura a escala
nacional no daría un impulso todavía mayor a la producción?
Las demandas de la población, crecientes sin cesar, por una parte, y la
constante alza de los precios de los productos agrícolas, por otra, muestran
irrefutablemente que la nacionalización de la tierra es una necesidad social.
La disminución de la producción agrícola por abuso de uno u otro individuo será,
como es lógico, imposible cuando el cultivo de la tierra se halle bajo el
control de la nación y en beneficio de la misma.
Todos los ciudadanos a los que he oído durante los debates en torno a esta
cuestión han defendido la nacionalización de la tierra, pero lo han hecho
partiendo de muy distintos puntos de vista.
Se han hecho muchas alusiones a Francia, que con su propiedad campesina se halla
mucho más lejos de la nacionalización que Inglaterra con su sistema de gran
posesión de la tierra de los lores. Es cierto que en Francia, la tierra está al
alcance de cualquiera que esté en condiciones de comprarla, pero precisamente
esta accesibilidad ha llevado al fraccionamiento de los terrenos en pequeñas
parcelas cultivadas por gentes de escasos recursos, que cuentan más que nada con
su trabajo personal y el de sus familias. Esta forma de propiedad sobre la
tierra y el cultivo de terrenos pequeños, que de ello se desprende, excluyendo
todo empleo de perfeccionamientos agrícolas modernos, hace, a la vez, que el
propio agricultor sea el más decidido enemigo del progreso social y, sobre todo,
de la nacionalización de la tierra. Este agricultor se halla aherrojado a la
tierra, a la que debe consagrar todas sus fuerzas vitales para conseguir un
ingreso relativamente pequeño, tiene que entregar la mayor parte de su producto
al Estado, en forma de impuestos, a la camarilla judiciaria, en forma de costas
judiciales y al usurero, en forma de interés; no sabe absolutamente nada del
movimiento social fuera de su limitado campo de acción y, sin embargo, se agarra
con celo fanático a su terruño y a su derecho de propiedad puramente nominal
sobre el mismo. Así es como el campesino francés ha sido llevado al antagonismo
fatal con la clase obrera industrial.
Siendo la propiedad campesina el mayor obstáculo para la nacionalización de la
tierra, Francia, en su estado actual, no es, indiscutiblemente, el país en el
que debamos buscar la solución de ese gran problema.
La nacionalización de la tierra y su entrega en pequeñas parcelas a unos u otros
individuos o a asociaciones de trabajadores, cuando el poder se halla en manos
de la burguesía, no engendraría más que una competencia implacable entre ellos
y, como resultado, conduciría al crecimiento progresivo de la renta, lo cual, a
su vez, acarrearía nuevas posibilidades a los propietarios de tierras, que viven
a cuenta de los productores.
En el Congreso de la Internacional, celebrado en 1868[2], en Bruselas, uno de
nuestros camaradas[*] dijo: «La pequeña propiedad privada de la tierra está
condenada por la ciencia, y la grande, por la justicia. Por tanto, queda una de
dos: la tierra debe pertenecer a asociaciones rurales o a toda la nación. El
porvenir decidirá esta cuestión».
Y yo digo lo contrario: el movimiento social llevará a la decisión de que la
tierra sólo puede ser propiedad de la nación misma. Entregar la tierra en manos
de los trabajadores rurales asociados significaría subordinar la sociedad a una
sola clase de productores.
La nacionalización de la tierra producirá un cambio completo en las relaciones
entre el trabajo y el capital y, al fin y a la postre, acabará por entero con el
modo capitalista de producción tanto en la industria como en la agricultura.
Entonces desaparecerán las diferencias y los privilegios de clase juntamente con
la base económica en la que descansan. La vida a costa de trabajo ajeno será
cosa del pasado. ¡No habrá más Gobierno ni Estado separado de la sociedad! La
agricultura, la minería, la industria, en fin, todas las ramas de la producción
se organizarán gradualmente de la forma más adecuada. La centralización nacional
de los medios de producción será la base nacional de una sociedad compuesta de
la unión de productores libres e iguales, dedicados a un trabajo social con
arreglo a un plan general y racional. Tal es la meta humana a la que tiende el
gran movimiento económico del siglo XIX.
NOTAS
[1] El manuscrito de Marx La nacionalización de la tierra, uno de los más
importantes documentos del marxismo sobre el problema agrario, fue redactado con
motivo de la discusión en la sección de Manchester de la Internacional del
problema de la nacionalización de la tierra. En su carta del 3 de marzo a
Engels, Dupont informó acerca de la confusión que reinaba en las mentes de los
miembros de la sección en el problema agrario y, tras de exponer 5 puntos de su
futura intervención, pidió a Marx y Engels que hicieran sus observaciones para
tenerlas en cuenta antes de intervenir en la reunión de la sección. Marx expuso
una extensa argumentación de sus puntos de vista en el problema de la
nacionalización de la tierra, que Dupont utilizó enteramente en su informe. Marx
enfoca la nacionalización de la tierra, ese gran problema, según expresión de
Marx, en indestructible ligazón con las tareas de la revolución proletaria y la
reorganización socialista de la sociedad.-305 [2] El Congreso de la
Internacional celebrado en Bruselas se reunió del 6 al 13 de septiembre de 1868.
Marx participó personalmente en la preparación del mismo, pero no asistió a sus
labores. Acudieron al Congreso alrededor de 100 delegados en representación de
los obreros de Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica, Suiza, Italia y España;
se adoptó en él el importante acuerdo acerca de la necesidad de que se
entregasen en propiedad social los ferrocarriles, el subsuelo, las minas, los
bosques y las tierras de labor. Este acuerdo, prueba del paso a las posiciones
del colectivismo de la mayoría de los proudhonistas franceses y belgas,
significó la victoria en la Internacional de las ideas del socialismo proletario
sobre el reformismo pequeñoburgués. El Congreso adoptó igualmente la resolución
propuesta por Marx acerca de la jornada de trabajo de 8 horas, del empleo de
máquinas y de la actitud respecto del Congreso de la Liga de la paz y de la
libertad (véase la nota 211) de Berna (1868), como también la resolución,
presentada por F. Lessner en nombre de la delegación alemana, recomendando a los
obreros de todos los países estudiar El Capital de Marx y contribuir a su
traducción del alemán a otros idiomas.-307.
* Escrito: Por C. Marx entre marzo y abril de 1872.
Primera edición: En el núm. 11 del periódico International Herald del 15 de
junio de 1872.
Digitalización y Edición Electrónica: Ediciones Bandera Roja.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2003.
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/lndl72s.htm
Ciencia
social y ciencia natural
La vigencia del materialismo dialéctico en las ciencias de la vida no está en
los genes
Por Concepción Cruz
05/09/2010
En esta primera aproximación al análisis de la relación entre ciencia y
política, la inspiración ha provenido, en buena medida, de las aportaciones de
científicos dialécticos y marxistas, que plasmaron sus ideas a lo largo de las
últimas décadas del siglo XX en distintas publicaciones y, especialmente, en la
obra “No está en los genes. Racismo, genética e ideología”. Sin olvidar, por
supuesto, a los clásicos –y modernos- teóricos del marxismo.
El compromiso de conseguir y conquistar una sociedad socialista más justa
implica trabajar en muchos frentes de acción. Y actuar en cada uno de ellos
lleva implícito el desarrollo, teórico y práctico, de críticas a la sociedad
capitalista actual y plantear alternativas a sus deficiencias y contradicciones.
Qué duda cabe que uno de los frentes fundamentales es el de la ideología, el de
las ideas que predominan en una sociedad particular y en un momento determinado.
Como decían Marx y Engels, “…la clase que constituye la fuerza material
dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su fuerza intelectual dominante.
La clase que tiene los medios de producción material a su disposición tiene al
mismo tiempo el control de los medios de producción mental,…” (1- pág. 27). Y
esa producción mental o intelectual que abarca las distintas áreas del
conocimiento científico es un aspecto esencial de dicha ideología, no siempre
suficientemente reconocida.
Un significado habitual que se le suele dar al término de “ciencia” es el de un
conjunto de hechos, leyes, teorías y relaciones objetivas de los fenómenos del
mundo que las instituciones sociales de la ciencia establecen como verdaderos.
Sin embargo, como nos señalan Lewontin, Rose y Kamin (2), una cosa es lo que
dichas instituciones, utilizando los métodos científicos, dicen sobre el mundo
de los fenómenos, y otra cosa es el mundo real de los fenómenos en sí mismos.
Pues no debemos olvidar que dichas instituciones sociales a veces no han dicho
cosas ciertas sobre el mundo (sin contar los casos evidentes de fraudes- ver
Nota 1) y no otorgar a la ciencia, como institución, una autoridad que en otra
época correspondió a la Iglesia. “Cuando la “ciencia” habla –o, más bien, cuando
sus portavoces (y generalmente son hombres) hablan en nombre de la ciencia- no
se admite réplica. La “ciencia” es el legitimador último de la ideología
burguesa” (2- pág. 51).
Además, se deben resaltar dos aspectos necesarios para describir y explicar los
acontecimientos y procesos que tienen lugar en el mundo que nos rodea. Uno tiene
que ver con la lógica interna de dicho acontecimiento, es decir, referido a su
exactitud o veracidad a través de las secuencias clásicas del método científico
de conjeturas y refutaciones -dentro del iterativo proceso de la deducción e
inducción-, de teorías y demostraciones. Así, en el llamado ciclo del método
científico éste “comienza” en un proceso deductivo, de conjeturas, y en el
planteamiento de una hipótesis explicativa, más o menos teórica u operativa, y
“termina” en su aceptación o rechazo tras un proceso de inducción.
El otro aspecto, de tanta importancia como el anterior, es considerar el entorno
social en que la ciencia está inserta. “La intuición sobre las teorías del
desarrollo científico esbozada por Marx y Engels en el siglo XIX, desarrollada
por una generación de eruditos marxistas en los años 30 (del siglo XX) y ahora
reflejada, refractada y plagiada por multitud de sociólogos, es que el
desarrollo científico no acaece en el vacío” (2- pág. 53). El “tipo” de ciencia
que se hace, esto es, los tipos de preguntas –hipótesis- que interesan formular
y las explicaciones más aceptadas -financiadas, publicadas y difundidas- por las
instituciones sociales de la ciencia, están condicionadas por el momento
histórico que vive esa sociedad en particular y por los intereses de su clase
dominante.
El problema está en que, en muchas ocasiones, la ciencia, y sus científicos e
instituciones que la respaldan, solo reconocen el aspecto de la lógica interna
en la adquisición del conocimiento y la tratan como si ésta funcionara
autónomamente. Incluso en la versión de Kuhn con sus sacudidas por periodos de
ciencia “revolucionaria” y sus cambios de “paradigmas”, se plantea una ciencia
que da saltos en el vacío con independencia de su marco social e histórico.
Aunque esta no es la única crítica que habría que hacerle a los cambios
paradigmáticos de Kuhn, ahora nos interesa destacar la casi total
despreocupación del contexto sociohistórico y productivo en que se desenvuelven
sus periodos de ciencia (6, 7). La realidad es que creer que hacer ciencia es
solo considerar el aspecto de la lógica interna del proceso de adquisición del
conocimiento es como creer, en palabras de Lewontin, Rose y Kamin, que “… los
científicos fueran ordenadores programables que ni hacen el amor, ni comen, ni
defecan, ni tienen enemigos ni expresan opiniones políticas…” (2- pág. 53).
Ambos aspectos son, por tanto, inseparables y generan una tensión que constituye
la dinámica esencial de una ciencia cuyos tests fundamentales son siempre
dobles: el de la verdad o exactitud y el de su función social. Pero la reciente
historia científica nos ha dado muestras de investigaciones y teorías que no
aprobarían ambos exámenes como ha ocurrido con algunas teorías reduccionistas,
especialmente con el determinismo biológico (3-Ver Nota 2-, 8).
LA CIENCIA NATURAL REDUCCIONISTA AL SERVICIO DE LA BURGUESÍA
Para entender el “éxito” del reduccionismo en las ciencias naturales, en
general, y en la biología en particular, sería importante partir de una
contradicción que se ha generado en el desarrollo de la sociedad burguesa. Esta
contradicción se presenta entre una ideología que proclamaba “libertad, igualdad
y fraternidad” y una estructura social basada en clases sociales enfrentadas e
irreconciliables donde una minoría domina y explota a una amplia mayoría de la
población, generando impotencia y desigualdad. Para intentar resolver esta
contradicción un medio del que se vale la burguesía, y que se ha expandido
enormemente a lo largo del siglo XX, es la difusión de una ciencia natural
reduccionista, que desarrolla modelos simples sobre las causas biológicas (del
organismo vivo) y sociales (de las sociedades humanas) y explicaciones
igualmente simples y, muchas veces erróneas. Lewontin, Rose y Kamin, explican de
forma muy esclarecedora en qué consisten estas tendencias que impregnan nuestras
ciencias y muchas de sus inexactitudes. Pero, sobre todo, desenmascaran una
ciencia falsa que sirve para mantener el statu quo que genera desigualdad e
injusticia (2).
Un caso especial de reduccionismo es el determinismo biológico que plantea que
todo comportamiento humano está regido por una cadena de determinantes que van
del gen al individuo y, de éste a la suma de los comportamientos de todos los
individuos o sociedad humana. Las causas de los fenómenos sociales se hallan
pues en la biología de los actores individuales. De esta forma, se intenta
explicar las propiedades de conjuntos complejos -caso de las moléculas o las
sociedades, por ejemplo- en términos de las unidades de que están compuestas.
Afirmando que las unidades y sus propiedades existen antes que el conjunto y hay
una cadena de causalidad que va de las partes al todo (9). Un claro exponente de
está visión reduccionista aplicada a la biología es J. Monod (10), que llegaba a
afirmar que hay una exacta equivalencia lógica entre la familia y las células.
Este efecto está totalmente escrito en la estructura de la proteína, que a su
vez está escrito en el ADN. Él junto a otros exponentes de esta corriente, como
E. O. Wilson (el “padre” de la sociobiología) o R. Dawkins, recurren al dogma de
la biología molecular y afirman que el gen es ontológicamente anterior al
individuo, y el individuo a la sociedad (11, 12).
La ideología general del determinismo biológico considera que los fenómenos
sociales son consecuencia directa del comportamiento de los individuos y dichos
comportamientos de unas características físicas inmutables de nuestra biología
humana.
De esta forma, la estructura de nuestra sociedad, con sus desigualdades de
clase, género o raza, son la expresión de nuestros genes innatos. Argumentado
que las diferencias de mérito y capacidad de las personas están determinadas por
la herencia equiparando lo “innato” con lo “inmutable” y con lo “natural”,
cuando precisamente la historia de la especie humana nos muestra continuamente
el desarrollo de los logros sociales en la naturaleza demostrándose que lo
“natural” no quiere decir “inmutable” (2, 9, 13). Pero esta ideología que
equipara lo innato con lo natural e inmutable, lo que pretende verdaderamente es
convencernos de la imposibilidad de cambiar de forma significativa nuestra
estructura social clasista como no sea mediante alguna fantasiosa intervención
de ingeniería genética a gran escala. Luchemos lo que luchemos, hagamos las
revoluciones que hagamos, todo será en vano, pues siempre habrá diferencias
naturales entre individuos y entre los grupos, biológicamente determinados por
los genes, que frustrarán en cualquier caso nuestros ingenuos esfuerzos por
cambiar esta sociedad injusta y desigual. A continuación, esta ideología
reduccionista nos dirá: “no seáis tontos, quizás no vivamos en el mejor de los
mundos pensables o deseables pero si vivimos en el mejor de los mundos posibles”
(2, 7, 9, 13).
Otra forma de reduccionismo es el determinismo cultural que, en el polo opuesto
del determinismo biológico, concede primacía ontológica a lo social sobre lo
individual. Este otro tipo de visión en las ciencias ha sido abanderado por
buena parte de la izquierda de los países occidentales y por el marxismo
“vulgar” desde finales de los años 60 del siglo XX (14, 15). Dentro de esta
corriente destaca el reduccionismo económico que postula que todas las formas de
conocimiento y expresión de lo humano están determinadas por el modo de
producción económica y sus relaciones sociales. Las causas de los problemas de
las personas individuales, como la enfermedad, el sufrimiento o la depresión, se
encuentran de forma invariable e inevitable en nuestra sociedad capitalista,
patriarcal y opresora de los pueblos (16, 17). En este sentido, los
deterministas culturales tienden a considerar la naturaleza humana como casi
infinitamente plástica, a negar la biología y a reconocer únicamente la
construcción social. Frente a este tipo de reduccionismo existieron filósofos
marxistas que analizaron el poder de la conciencia humana para interpretar y
cambiar el mundo que requería la comprensión de la unidad dialéctica esencial de
lo biológico y lo social, no como aspectos diferentes sino como ontológicamente
coexistentes (9, 18-20).
Un segundo tipo de reduccionismo cultural es el que busca las explicaciones del
comportamiento humano todavía a nivel individual, pero en un individuo
considerado biológicamente vacío, una especie de tabula rasa cultural en la que
la experiencia temprana puede imprimir lo que desee y sobre la que la biología
no tiene ninguna influencia. Otra debilidad, que tiene que ver con la acción
política, del reduccionismo cultural individual es que solo exige que cambiemos
al individuo mediante diferentes intervenciones. Y, así, en vez de cambiar la
estructura socioeconómica y política, ponen toda su fe, por ejemplo, en la
educación general y uniforme.
Independientemente de que la educación compensadora haya podido ser contrastada
con más o menos éxito, no sería difícil pensar que aunque todas las personas en
el mundo occidental hablen varios idiomas y lean de forma comprensiva a Albert
Einstein, seguirían existiendo altas tasas de desempleo, empleos basura,
salarios mileuristas, opresión nacional y de género, etc., pero, eso sí, con una
población mucho más culta. En definitiva, este reduccionismo cultural comparte
con el biológico la creencia de que la posición y el estatus social están
determinados por la capacidad y el talento de las personas o su disponibilidad
–adecuada proporción de dichos talentos y habilidades- en una población dada
(2).
Esta reducción, en este caso de las causas sociales, ha provocado una
incapacidad para considerar y comprender las causas físico-químicas y biológicas
que también forman parte del origen de los problemas, como los de la salud de
los individuos. Además, la tendencia a ignorar lo biológico ha provocado, en no
pocas ocasiones, que estas corrientes se hayan deslizado hacia planteamientos
místicos e idealistas en el análisis y explicación de los fenómenos de la
naturaleza (21, 22).
EL MATERIALISMO DIALÉCTICO COMO ALTERNATIVA AL REDUCCIONISMO EN EL ANÁLISIS DE
LA CIENCIA
Hoy más que nunca se hace necesario y se requiere del materialismo dialéctico
para comprender y analizar el mundo en las diferentes facetas del conocimiento
científico, desde las ciencias sociales hasta las ciencias naturales. Si nos
centramos en las ciencias de la vida, donde se incluye la ciencia de la salud
humana, encontramos una preponderancia del determinismo biológico que amordaza y
simplifica la comprensión y explicación de estas ciencias. Sirva como ejemplo el
escaso avance en el conocimiento de las verdaderas causas de la actual situación
de pérdida de salud que sufrimos, y no solo en los países empobrecidos azotados
por la desnutrición y las enfermedades infecciosas sino también en los países
occidentales (mal llamados desarrollados) donde, junto al envejecimiento de la
población, padecen verdaderas epidemias (ver Nota 3) de enfermedades
neurodegenerativas, tumores malignos y enfermedades cardiovasculares, por
señalar solo las más importantes. Pero el análisis de lo que está ocurriendo en
la ciencia de la salud humana se tratará en otra ocasión, ahora se intentará
explicar cómo la filosofía dialéctica sigue teniendo fuerte vigencia y utilidad
en estas ramas de la ciencia de la vida para evitar los sesgos y
simplificaciones que sufren por el reduccionismo dominante que, como se acaba de
comentar, tiene como protagonista principal –aunque no el único- al determinismo
biológico. Además, por extraño que le pueda parecer a algunos, puesto que
hablamos de ciencia, se debe resaltar la necesidad de basarse con firmeza en el
al materialismo porque, como ya ocurriera en el siglo XIX, muchas veces las
críticas al materialismo mecanicista reposan sobre planteamientos holísticos y
contextuales que se deslizan con no poca frecuencia por terrenos místicos e
idealistas.
Pero ¿quién mejor que Engels para explicar la importancia de la dialéctica? “La
investigación empírica de la naturaleza ha acumulado una masa tan gigantesca de
conocimientos de orden positivo, que la necesidad de ordenarlos sistemáticamente
y ateniéndose a sus nexos internos, dentro de cada campo de investigación,
constituye una exigencia sencillamente imperativa e irrefutable. Y no menos la
necesidad de establecer la debida conexión entre los diversos campos de
conocimiento. Pero, al tratar de hacer esto, las ciencias naturales se desplazan
al campo teórico, donde fracasan los métodos empíricos…”(13- pág. 23), y a
continuación Engels nos advierte que el “campo teórico” exige de un don y una
capacidad que debe ser cultivada y desarrollada a través de la historia de la
filosofía, que el pensamiento teórico de cada época es un producto histórico con
formas y contenidos distintos según las diferentes épocas. “La ciencia del
pensamiento, es por consiguiente, como todas las ciencias, una ciencia
histórica, la ciencia del desarrollo histórico del pensamiento humano….Y la
dialéctica es, precisamente, la forma más cumplida y cabal de pensamiento para
las modernas ciencias naturales, ya que es la única que nos brinda la analogía
y, por tanto, el método para explicar los procesos de desarrollo de la
naturaleza, para comprender, en sus rasgos generales, sus nexos y el tránsito de
uno a otro campo de investigación ” (13- Págs. 23 y 24). En otro pasaje Engels
analizaba las contradicciones de los matemáticos de su época, y de químicos y
médicos, que imbuidos de su metafísica no eran capaces de entender el proceso
orgánico de desarrollo del individuo y de las especies y de la identidad de las
fuerzas naturales y su mutua transformación que “tiraba por la borda” las
categorías fijas (causa-efecto, identidad-diversidad, apariencia-esencia),
haciéndolas insostenibles para la ciencia, en contraposición a la dialéctica con
sus categorías fluidas en la que “el análisis revela ya un polo como contenido
[en germen] en el otro, de que, al llegar a cierto punto, un polo se convierte
en el otro y de que toda la lógica se desarrolla siempre a base de esas
contradicciones progresivas...” (13- pág. 171). Para a continuación terminar
diciendo “La dialéctica despojada de todo misticismo se convierte en una
necesidad absoluta para las ciencias naturales” (13- pág. 172).
Dar preponderancia a lo biológico (en el caso del determinismo biológico), o
dársela a lo social (en el del determinismo cultural), es no entender la
necesaria interrelación dialéctica entre lo biológico y lo social que se
codeterminan mutuamente en el devenir de la vida. En el primer caso se considera
que las partes (por ejemplo, los genes) existen de forma independiente y con
anterioridad a su integración en estructuras complejas (por ejemplo, los
organismos), y que son las propiedades intrínsecas de las partes las que
producen y explican las propiedades del conjunto. Sin embargo, la dialéctica no
separa las propiedades de las partes aisladas de las que adquieren cuando forman
conjuntos, porque ambas se influyen mutuamente. Además, las propiedades de cada
conjunto mayor no solo vienen dadas por las unidades de las que está compuesta,
sino también por las relaciones organizativas entre dichas unidades. Así, para
poder explicar el funcionamiento de una célula, el análisis se debe basar en su
composición molecular y en las relaciones temporo-espaciales entre dichas
moléculas y las fuerzas intramoleculares que se generan en ellas. Igualmente,
las características de los seres humanos individuales no se producen
aisladamente sino que surgen en, y como consecuencia de, su vida social. Y, a su
vez, esa vida social es producto de nuestra naturaleza humana que es capaz de
cambiarla y transformarla. Son esas relaciones organizativas entre las partes de
un todo lo que hace que las propiedades de un nivel no sean aplicables, ni
explicables, a otro nivel. “ Los genes no pueden ser egoístas, estar enfadados,
mostrar rencor o ser homosexuales, ya que estos son atributos de cuerpos mucho
más complejos que los genes: organismos humanos…” (2- pág. 384).
De la misma forma, solo a través de la dialéctica se consigue integrar los
antagonismos o antítesis entre las causas y los efectos, entre la biología
humana y la educación o entre la herencia genética y el medio ambiente en una
visión en la que ambos polos no están aislados uno del otro ni están
determinados en una sola dirección, sino que mantienen una constante y activa
compenetración. En el último caso, los organismos no sólo reciben simplemente un
medio ambiente dado, sino que buscan activamente alternativas o modifican las
condiciones que encuentran. El propio “medio ambiente” es modificado
constantemente por la actividad de todos los organismos que lo integran, ya que
para cualquiera de ellos, todos los demás forman parte de su propio “medio
ambiente”. Además, la naturaleza de un organismo no depende únicamente de su
composición en cada momento, sino también de un pasado que impone contingencias
a la interacción presente y futura de sus componentes; esto es, considerando su
evolución ontogénica y filogenética (23). Faustino Cordón consideraba que para
explicar la naturaleza íntima de los individuos había que investigar lo que
tales unidades son por su origen (ancestral, evolutivo), contraponiendo toda
unidad (moléculas, células, animales) al conjunto en evolución, afirmando
que“…cada unidad de un nivel surge sobre la evolución conjunta del nivel
inmediato anterior; y, en definitiva, hay que dominar el proceso evolutivo del
nivel inmediato inferior….para estar en condiciones de entender el surgimiento y
el mantenimiento instante a instante de cada uno de los individuos del nivel
inmediato superior…” (24). A partir del conocimiento profundo que Cordón tenía
de la biología de su tiempo, comprendió la importancia del materialismo
dialéctico, reivindicándolo para el estudio unitario de las ciencias de la
naturaleza (o experimentales, como las llamaba) concluyendo que era el “...único
modo de abordar el estudio del dinamismo, concreto y distinto en cada caso, del
cambio de cantidad en calidad más esencial de la naturaleza: el surgimiento de
los individuos de un nivel sobre la evolución conjunta de individuos del nivel
inmediato inferior" (24).
Para analizar las causas de las diferentes funciones de los organismos vivos
resulta inapropiado separarlas en un tipo de causas que tiene que ver con las
diferentes acciones fisiológicas que ocurren en su interior, o biológicas, y en
otro tipo de causas que comprende el contexto y las características del medio
externo, o sociales. Si nos detenemos, a un nivel fisiológico, en las causas que
provocan el inicio de una carrera, el proceso comienza con un estimulo
sensorial, seguido de una “orden” neuronal que activa las fibras musculares
(compuestas de las proteínas actina y miosina del músculo) que en su fricción
acortan y alargan las miofibrillas provocando así las contracciones musculares
y, por tanto, el movimiento. Pero las causas externas que han producido el
estímulo sensorial y nuestra orden neuronal pueden ser, por ejemplo, que nos
persiga la policía en una manifestación contra la crisis capitalista, o por el
contrario que iniciamos una competición de atletismo. Comprender de forma global
nuestra carrera incluye, además, comprender nuestra motivación para correr más o
menos (que en los ejemplos propuestos podrían ser bastantes altas) y considerar
el devenir de esas fibras musculares, su grado de preparación a lo largo de la
vida y otra serie de factores a diferentes niveles de integración. El mundo
material posee una naturaleza ontológicamente unitaria donde es imposible
dividir las “causas” en un porcentaje social (holístico) y en otro porcentaje
biológico (reduccionista). Desde una visión dialéctica, lo biológico y lo
social, lo interno y lo externo, no son ni separables, ni alternativos, ni
complementarios. “Todas las causas del comportamiento de los organismos son,
simultáneamente sociales y biológicas, y todas ellas pueden ser analizadas a
muchos niveles. Todos los fenómenos humanos son simultáneamente biológicos y
sociales, del mismo modo que son simultáneamente químicos y físicos. Las
descripciones holísticas y reduccionistas de los fenómenos no son “causas” de
estos fenómenos, sino simples “descripciones” de los mismos a niveles
específicos, en lenguajes científicos (jergas) también específicos” (2- pág.389).
REFLEXIÓN FINAL
En nuestra sociedad actual, y desde que la burguesía alcanza el poder tras un
proceso de transformaciones políticas y sociales –industrial, tecnológica y
científica-, asistimos al predominio de una forma de pensamiento en la que se da
prioridad al individuo, y sus derechos, sobre la colectividad y a un concepto de
colectividad que se concibe como una mera suma de los individuos que la
componen. La corriente dominante en la ciencia de la naturaleza humana descansa
en este individualismo metodológico.
En realidad este individualismo se remonta al siglo XVII con la visión de
Hobbes, que consideraba a las relaciones humanas basadas en la competitividad,
desconfianza mutua y deseo de gloria, en una especie de guerra de todos contra
todos. Bajo esta premisa la organización social serviría para regular estas
características inevitables de la condición humana. La idea de la naturaleza
humana individualista se refuerza posteriormente a través del determinismo
biológico, que se expande y se ensalza en las ciencias a lo largo de la segunda
mitad del siglo XX, alcanzando su máxima expresión con la aparición y difusión
mediática de la reaccionaria y racista sociobiología. Uno de sus postulados es
que nuestra biología es producto de su “herencia genética” y, por tanto, es
inevitable. Porque lo que es biológico lo es por naturaleza y, además, puede ser
“demostrado” por la ciencia. Estas supuestas diferencias innatas primero en los
órganos y después en los genes entre las clases sociales, el género o la raza
son las que provocan las “naturales” desigualdades sociales, de género y de
raza. Luchar o ir contra ellas es ir “contra la naturaleza”. De esta forma, el
determinismo biológico considerándose ciencia y natural, se proclama neutral y
objetiva y, por tanto, “por encima” de la política. Pero estas aseveraciones no
pasaron, ni pasan, el doble test de la ciencia, el de la exactitud, dando
muestra de un cúmulo de inexactitudes y resultados falsos y el del contexto
social por su claro interés ideológico especialmente en las sociedades más
reaccionarias, racistas y sexistas del mundo (encabezadas por los Estados Unidos
y Gran Bretaña) (3-5, 8).
Marx y Engels ya anteponían este individualismo absoluto y unilateral de la
burguesía que niega el marco social e histórico y enfrenta al individuo de forma
abstracta y atemporal, a una noción esencialmente liberadora que surge de la
confrontación entre una mayoría explotada y dominada y una minoría explotadora y
propietaria de los medios de producción. Marx a través de una de sus máximas
favoritas, “nada de lo humano me es ajeno” (Terencio), sabía que las
potencialidades creativas de nuestra especie estaban invalidadas por las
contradicciones de clase, y abogaba en una primera etapa histórica por un
derecho que no reconociera distinción de clase, pero sí las desiguales aptitudes
de los individuos y su desigual rendimiento (aclarando que los individuos son
desiguales porque de lo contrario no serían individuos distintos) (7). Engels,
por su parte, frente a los postulados de la “lucha de todos contra todos” de su
época defendía el instinto social como uno de los elementos esenciales de la
evolución del nuestra especie a partir del mono (13). En definitiva, ambos
resaltaron la importancia del aspecto social de lo humano para el avance de la
propia humanidad y que ha ido paralelo al desarrollo del trabajo y del
conocimiento científico.
Hoy más que nunca debemos reivindicar el papel fundamental que juega la ayuda
mutua, el apoyo solidario y la amistad colectiva, y la importancia de estos
valores morales en la construcción de un conocimiento para el pueblo, de su
avance para el beneficio de todos. Un conocimiento que integre la teoría con la
práctica, y que evite la fragmentación y el reduccionismo de toda índole tan
perjudicial para la autentica comprensión de nuestra naturaleza. Hace ya décadas
que el genial Faustino Cordón nos señalaba la importancia de que el pensamiento
científico, “educado” por el materialismo dialéctico clásico, salvara a las
ciencias experimentales de sus “soluciones de continuidad” a través de la
concepción dinámica, integradora e histórica del universo. Y volvía a demostrar
su rica visión marxista cuando comprende que el propio materialismo dialéctico
está en proceso continuo de transformación, que tampoco es una categoría
inmutable, y que su desarrollo y enriquecimiento vendrá dado, a su vez, por el
del pensamiento científico. “Sólo el conocimiento científico de un nivel,
enfocado, además, por el materialismo dialéctico (esto es, tratado por una
mentalidad esforzadamente integradora), puede abordar esta problemática que,
llenando las soluciones de continuidad entre las distintas ciencias
experimentales, de hecho transforma el materialismo dialéctico” (24).
Notas
Nota 1: Un caso de fraude clásico fue el protagonizado por sir Cyril Burt,
quizás el psicólogo más influyente del siglo XIX, detalladamente mostrado y
demostrado por Stephen J. Gould (3). C. Burt, cometió muchos fraudes, desde
inventarse datos en sus estudios sobre gemelos univitelinos, falsear resultados
en las correlaciones de los Coeficientes de Inteligencia hasta cometer un
parricidio intelectual cuando, además de plantear tesis absurdas y
manipulaciones varias, quiso erigirse en el “padre” de la técnica estadística
“análisis factorial” de Spearman. Y mucho más reciente es el caso de fraude que
se orquestó hace un año en relación con la epidemia de una nueva cepa (porcina)
de gripe A. En este caso, no solo se ocultaron los primeros casos, ni se
indagaron las verdaderas causas, las macrogranjas porcinas “Carroll” en México,
sino que tanto los gobiernos como los organismos sanitarios internacionales
maquillaron conceptos y definiciones para transformar una epidemia en pandemia,
tras una campaña mediática manipulada por los poderes políticos y económicos,
que revirtió en ganancias millonarias de la industria farmacéutica en productos
antivíricos y vacunas (4, 5).
Nota 2: En su obra, “La falsa medida del hombre”, Stephen J. Gould muestra la
falsedad científica de los intentos realizados para medir la inteligencia del
hombre, primero a través de las mediciones de los cerebros, luego a través de
los test de inteligencia y, por último, mediante análisis sociológicos como la
“curva de Bell”, en todos los casos para afirmar la naturaleza hereditaria de la
capacidad intelectual y que conducían a justificar la matanza de millones de
seres humanos en el siglo XX y que en la actualidad pretenden perpetuar la
pobreza y la injusticia social explicándolas como una consecuencia de la
inferioridad innata de determinados seres y grupos humanos.
Nota 3: El concepto de epidemia ha evolucionado a lo largo del tiempo, pasando
de considerarse la aparición – generalmente brusca- de un alto número de
enfermedades infecciosas en un momento y lugar determinado, de tal forma que el
número de casos es mayor que el esperado en dicho momento y lugar, a incluir a
las enfermedades no infecciosas y crónicas (con un largo periodo de latencia y
clínico) en donde el concepto de epidemia es también referido al alto número de
enfermos de aparición no tan brusca, y en donde la elevación de casos es mayor
del esperado para ese lugar y periodo de tiempo considerado (en comparación con
otras épocas anteriores).
Bibliografía
1.- K. Marx y F. Engels, La ideología alemana. Obras Escogidas en tres tomos.
Tomo I. Editorial Progreso, Moscú, 1974.
2.- R.C. Lewontin; S. Rose y L.J. Kamin. No está en los genes. Racismo, genética
e ideología. Editorial Crítica, Barcelona, 1987.
3.- S. J. Gould. La falsa medida del hombre. Crítica, S.L., Barcelona, 1997.
4.- C. Cruz Rojo. Dos pandemias de gripe, dos nombres (o cuando el nombre dice
más de lo que pretende decir). http://www.rebelion.org/noticia.php?id=92793
5.- T. Forcades i Vila. Una reflexión y una propuesta en relación a la nueva
gripe. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=92598
6.- J.M. Pérez Hernández. Problemas filosóficos de las ciencias modernas.
Contracanto, Madrid, 1989.
7.- I. Gil de San Vicente. La ética marxista como crítica radical de la ética
burguesa. http://www.rebelion.org/docs/110637.pdf
8.- R. Lewontin. El sueño del genoma humano y otras ilusiones. Ediciones Paidós
Ibérica, S.A., Barcelona, 2001.
9.- R. Levins and R.C. Lewontin. The Dialectical Biologist. Harvard University
Press, Cambridge, Massachussets, and London, England. 1985.
10.- J. Monod. El azar y la necesidad. Ensayo sobre filosofía natural de la
biología moderna, Barral, Barcelona, 1972
11.- E.O.Wilson. Sociobiología: La síntesis total, Omega, Barcelona, 1980.
12.- R. Dawkins. El gen egoísta. Labor, Barcelona, 1979.
13.- F. Engels. La Dialéctica de la Naturaleza. Editorial Grijalbo, S.A, México,
D.F., 1961.
14.- Ernest Mandel. Late Capitalism, Verso, New Left Books, Londres, 1978.
15.- M. Millionschikov: The Scientific and Technological Revolution: Social
Effects and Prospects, Progress Publishers, Moscú, 1972.
16.- Krieger, N. (2001). Theories for social epidemiology in the 21st century:
an ecosocial perspective. Int J Epidemiol, 30, 668-677.
17.- Breilh J. Epidemiología: Economía Medicina y Política. México: Fontamara;
1988.
18.- Georg Luckacs. Historia y conciencia de clase y estética, Magisterio
Español, Madrid, 1975.
19.- Agnes Heller. Teoría de las necesidades en Marx, Ediciones 62, Barcelona,
1978.
20.- Mao Tse-tung . Obras escogidas, Ed. Fundamentos, Madrid, 1978, 5 vols.
21.- Buck C, LLopis A, Nájera E, Terris M, eds. El desafío de la epidemiología:
problemas y lecturas seleccionadas. Washington DC: OPS Publicación Científica nº
505; 1988.
22.- Capra F. La trama de la vida. Barcelona, España: Editorial Anagrama; 1998.
23.- R. Lewontin. Genes, organismo y ambiente. Las relaciones de causa y efecto
en biología. Editorial Gedisa, S.A., Barcelona, 2000.
Fuente:
http://gramscimania.blogspot.com/2010/09/la-vigencia-del-materialismo-dialectico.html
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Política
Internacional
La
privatización del planeta: ¿un mundo demasiado grande para caer?
Por Noam Chomsky
24/04/11
El levantamiento democrático en el mundo árabe ha sido un espectacular ejercicio
de coraje, dedicación y compromiso de las fuerzas populares que ha venido
fortuitamente a coincidir con una notable rebelión de decenas de millares de
personas a favor del pueblo trabajador y de la democracia en Madison, Wisconsin,
y otras ciudades norteamericanas. Hay que decir, empero, que si las trayectorias
de las revueltas en El Cairo y en Madison llegaron a intersectar, estaban
aproadas en sentido opuesto: mientras en El Cairo se encaminaban a la conquista
de derechos elementales negados por la dictadura, en Madison apuntaban a la
defensa de derechos que habían sido conquistados con largas y duras luchas y que
ahora están sometidos a un desapoderado asalto.
Uno y otro caso son un microcosmos de tendencias presentes en la sociedad global
que siguen una variedad de cursos. La cosa no ofrece duda: tendrán consecuencias
de largo alcance. Tanto lo que ahora mismo está aconteciendo en el decadente
corazón industrial del país más rico y poderoso de la historia humana, como lo
que está pasando en lo que el presidente Dwight Eisenhower llamó "el área
estratégicamente más importante del mundo" ("una estupenda fuente de poder
estratégico" y "probablemente el mayor premio económico del mundo en el campo de
la inversión extranjera", en palabras del Departamento de Estado de los años 40,
un premio que los EEUU trataron de reservarse en exclusiva, para sí propios y
para sus aliados, en el incipiente Nuevo Orden Mundial de la época).
A despecho de todos los cambios habidos desde entonces, se puede
razonabilísimamente suponer que los actuales decisores políticos mantienen
básicamente su adhesión al juicio del influyente asesor del presidente Franklin
Delano Roosevelt, A.A. Berle, según el cual ese control de las incomparables
reservas energéticas del Oriente Próximo traería consigo "un control substancial
del mundo". Y análogamente y por contraste, que la pérdida de ese control
amenazaría el proyecto de dominación global claramente articulado durante la II
Guerra Mundial y persistentemente mantenido aun frente a los decisivos cambios
experimentados por el mundo desde entonces.
Desde que rompió la Guerra en 1939, Washington anticipó que ésta terminaría con
los EEUU en una posición de supremacía. Funcionarios de alto nivel del
Departamento de Estado y especialistas en política exterior se reunieron
repetidamente durante la Guerra a fin de diseñar planes para el mundo de
postguerra. Perfilaron una "Gran Área" que los EEUU tenían que dominar, y que
incluía el Hemisferio Occidental, el Extremo Oriente y el antiguo Imperio
Británico, con sus recursos energéticos del Oriente Próximo. Cuando Rusia
comenzó a demoler los ejércitos nazis luego de la batalla de Stalingrado, los
objetivos de la Gran Área comenzaron a extenderse hasta abarcar la mayor zona
posible de Eurasia, y al menos su núcleo económico en Europa Occidental. Dentro
de la Gran Área, los EEUU mantendrían un "poder indiscutible", con "supremacía
militar y económica", al tiempo que se asegurarían de "limitar el ejercicio de
la soberanía" de los estados capaces de interferir en los propósitos globales
estadounidenses. Los circunstanciados planes del tiempo de guerra no tardaron en
ponerse por obra.
Siempre se reconoció que Europa podría optar por un curso independiente. La OTAN
se concibió en parte para contrarrestar la amenaza de esa independencia. No bien
se disolvió en 1989 el pretexto oficial que había dado lugar a la OTAN, la OTAN
se expandió hacia el este, en flagrante violación de las promesas verbales
hechas al dirigente soviético Mijail Gorbachov. Desde entonces, se ha convertido
en una fuerza de intervención manejada por los EEUU. El amplísimo radio de
acción que se arroga lo expresó bien el secretario general de la OTAN, Jaap de
Hoop Scheffer, al informar en una conferencia de la organización que "las tropas
de la OTAN tienen que vigilar los oleoductos que transportan petróleo y gas en
dirección a Occidente", y más en general, proteger las rutas navales utilizadas
por los cargueros y otras "infraestructuras cruciales" del sistema energético.
Las doctrinas de la Gran Área dan manifiesta licencia para la intervención
militar arbitraria. Eso quedó patentemente sentado bajo la administración
Clinton, que proclamó el derecho de los EEUU a servirse de la fuerza militar
para garantizar el "acceso irrestricto a mercados clave, suministros energéticos
y recursos estratégicos", y urgió a mantener "desplegadas hacia Europa y Asia
enormes fuerzas militares, "a fin de modelar las opiniones de la gente sobre
nosotros" y de "modelar los acontecimientos que afecten a las probabilidades de
nuestra seguridad".
Idénticos principios rigieron la invasión de Irak. A medida que se ha ido
haciendo evidente la incapacidad de los EEUU para imponer su voluntad en Irak,
los objetivos reales de la invasión no pueden seguir camuflándose tras una
retórica encandilante. En noviembre de 2007, la Casa Blanca emitió una
Declaración de Principios exigiendo que las fuerzas estadounidenses se
mantuvieran indefinidamente en Irak y ligando la suerte de ese país al
privilegio de inversores norteamericanos. Dos meses después, el presidente Bush
informaba al Congreso de que vetaría la legislación que pudiera poner límites al
permanente estacionamiento de las Fuerzas Armadas estadounidenses en Irak o "al
control, por parte de los EEUU, de los recursos petrolíferos de Irak": unas
exigencias que los EEUU tuvieron que abandonar, a la vista de la resistencia
iraquí.
En Túnez y Egipto, los recientes levantamientos populares han ganado imponentes
batallas, pero, como informaba el Carnegie Endowment, aunque los nombres han
cambiado, los regímenes permanecen: "Un cambio en las elites dominantes y en el
sistema de dominación es todavía una meta lejana". El informe analiza los
obstáculos internos atravesados en el camino de la democracia, pero ignora los
exteriores, que, como siempre, son significativos.
Los EEUU y sus aliados occidentales están resueltos a hacer todo lo que puedan
para prevenir una auténtica democracia en el mundo árabe. Para entender por qué,
basta echar una ojeada a las encuestas de opinión realizadas en el mundo árabe
por las agencias norteamericanas de sondeos. Aunque se ha hecho poca publicad de
sus resultados, no por eso dejan de ser conocidos por los planificadores
estadounidenses. Revelan que mayorías abrumadoras de árabes ven a los EEUU y a
Israel como las mayores amenazas a que se enfrentan: así ven a los EEUU el 90%
de los egipcios, y en el conjunto de la región, un 75% de los encuestados.
Algunos árabes ven como amenaza a Irán: un 10%. La oposición a la política de
los EEUU es tan fuerte, que una mayoría cree que la seguridad mejoraría si Irán
dispusiera de armamento nuclear (eso cree, por ejemplo, el 80& de los egipcios).
Otros cuadros de opinión arrojan resultados semejantes. Si la opinión pública
pudiera influir en las decisiones, los EEUU no sólo no podrían controlar la
región, sino que serían expulsados de ella junto con todos sus aliados, lo que
socavaría los principios fundamentales de la dominación global.
La mano invisible del poder
El apoyo a la democracia es la provincia de los ideólogos y los propagandistas
del sistema. En el mundo real, el asco que por la democracia siente la elite es
la norma. Son abrumadoras las pruebas de que la democracia sólo es apoyada
mientras pueda contribuir a objetivos sociales y económicos, una conclusión a la
que reluctantemente llegan los académicos más serios.
El desprecio de la elite por la democracia se reveló espectacularmente en la
reacción a las filtraciones de WikiLeaks. Las que mayor atención recibieron, con
comentarios rayanos en la euforia, fueron los cables en los que se informaba del
apoyo de los árabes a la posición de los EEUU frente a Irán. La referencia,
claro, era a los dictadores árabes. Las actitudes de la opinión pública ni
siquiera recibían mención. El principio rector fue claramente sentado por el
especialista del Carnegie Endowment para Oriente Próximo, Marwan Muasher, un ex
alto funcionario del estado jordano: "Nada va mal, todo está bajo control". En
suma: si los dictadores nos apoyan, ¿qué tendría que preocuparnos?.
La doctrina Muasher es racional y venerable. Para reducirnos a un solo caso hoy
particularmente pertinente, en un debate interno habido en 1958 el presidente
Eisenhower manifestó su preocupación por la "campaña de odio" contra nosotros
librada en el mundo árabe, no por los gobiernos, sino por las poblaciones. El
Consejo Nacional de Seguridad (NSC, por sus siglas en inglés) explicó que en el
mundo árabe se tenía la percepción de que los EEUU apoyaban a los dictadores
árabes y bloqueaban la democracia y el desarrollo para asegurarse el control de
los recursos de la región. Por lo demás, esa percepción es básicamente correcta,
concluía el NSC, y eso es lo que tenemos que hacer, secundar la doctrina Muasher.
Estudios realizados por el Pentágono luego del 11 de septiembre confirmaron que
lo mismo vale para hoy.
Es normal que los vencedores arrojen la historia al basurero, mientras las
víctimas se la toman muy en serio. Unas breves observaciones sobre este
importante asunto acaso resulten aquí de utilidad. No es la primera vez que
Egipto y los EEUU se enfrentan a problemas similares y se mueven en direcciones
opuestas. Ya ocurrió también a comienzos del siglo XIX.
Los historiadores económicos suelen sostener que Egipto estaba bien situado para
emprender un rápido crecimiento económico al mismo tiempo que los EEUU. Ambos
países disponían de una rica agricultura, incluido el algodón, combustible de la
primera revolución industrial: pero, a diferencia de Egipto, los EEUU tenían que
desarrollar la producción de algodón y una fuerza de trabajo mediante la
conquista, el exterminio y la esclavitud, con consecuencias que resultan
evidentes todavía hoy en las reservas para supervivientes y en las cárceles que
han proliferado rápidamente desde los tiempos de Reagan para albergar a la
población que la desindustrialización neoliberal hizo sobrera.
Una diferencia fundamental fue que los EEUU lograron su independencia, lo que
les dio libertad para ignorar las prescripciones de la teoría económica,
impartidas en la época por Adam Smith en unos términos parecidos a los que ahora
se predican para las sociedades en vías de desarrollo. Smith urgió a las
colonias emancipadas a producir materias primas para la exportación e importar,
en cambio, superiores manufacturas británicas, y desde luego, a no tratar de
monopolizar bienes cruciales, singularmente el algodón. Cualquier otra senda,
advirtió Smith, "lejos de acelerar, retrasaría el ulterior incremento del valor
de su producción anual, y lejos de promover, obstruiría el progreso de su país
hacia una riqueza y una grandeza reales".
Lograda su independencia, las colonias fueron libres para ignorar este consejo y
emprender, en cambio, el curso seguido por Inglaterra, el curso, esto es, de un
estado independiente capaz de promover públicamente su propio desarrollo con
elevadas tarifas arancelarias pensadas para proteger a su industria de las
exportaciones británicas –por lo pronto, los textiles; luego, el acero y otros
productos— y para poner por obra muchos otros mecanismos aceleradores del
desarrollo industrial. La República independiente buscó hacerse también con el
monopolio del algodón, a fin de "poner a todas las demás naciones a nuestros
pies", señaladamente al enemigo británico, como no se privaron de declarar los
presidentes jacksonianos al conquistar Texas y la mitad de México.
En el posible camino análogo de Egipto se atravesó, empero, la potencia
británica. Lord Palmerston declaró que "ninguna idea de equidad puede ser
obstáculo en el discurrir de intereses tan grandes y supremos" como los
británicos en su afán de preservar su hegemonía económica y política. Lo declaró
expresando, de pasada, su "odio" hacia el "bárbaro ignorante" de Muhammed Ali,
que se había avilantado a proponer un curso independiente, y desplegando la
flota y el poder financiero británicos para poner fin a la lucha de Egipto por
la independencia y el desarrollo económico.
Luego de la II Guerra Mundial, cuando los EEUU desplazaron a Gran Bretaña de la
hegemonía global, Washington adoptó la misma posición, dejando claro que los
EEUU no proporcionarían la menor ayuda a Egipto, a menos que acatara las normas
usaderas para los débiles, normas, dicho sea de paso, que los EEUU siguieron
violando, imponiendo elevados aranceles al algodón egipcio y causando una
debilitadora escasez de dólares. La interpretación habitual de los principios
del mercado.
Difícilmente sorprenderá, pues, que la "campaña de odio" contra los EEUU que
preocupaba a Eisenhower se base en la percepción de que los EEUU apoyan a
dictadores y bloquean la democracia y el desarrollo, como hacen también sus
aliados.
Ha de añadirse en defensa de Adam Smith que sí se percató claramente de lo que
ocurriría si Gran Bretaña seguí las reglas de la teoría económica al uso, que
ahora llamamos "neoliberalismo". Alertó de que si las industriales, los
comerciantes y los inversores británicos se abrían al mundo, podrían sacar
beneficios, pero Inglaterra sufriría. Pero sintió que se dejarían guiar por un
sesgo nacional, como si por una mano invisible a Inglaterra no le estuvieran
reservados los desquites de la racionalidad económica.
El paso es difícil de olvidar. Es la única vez en que aparece la célebre frase
de la "mano invisible" en toda la Riqueza de las naciones. El otro fundador de
la economía clásica, David Ricardo, sacó parecidas conclusiones, en la esperanza
de que el sesgo nacional llevaría a los hombres de propiedad a "contentarse con
las baja tasas de beneficio en su propio país, antes que a buscar un empleo más
ventajoso de su riqueza en las naciones extranjeras"; sentimientos., éstos, que,
añadía, "lamentaría ver debilitados". Predicciones aparte, los instintos de los
economistas clásicos rebosaban de buen sentido.
Las "amenazas" iraní y china
El levantamiento por la democracia en el mundo árabe se compara a veces con el
registrado en la Europa del este en 1989, pero con razones harto dudosas. En
1989, el levantamiento democrático fue tolerado por los rusos, y apoyado por las
potencias occidentales conforme la doctrina asadera: se acomodaba patentemente a
los objetivos económicos y estratégicos, lo que hizo de él un logro nobilísimo,
honrado por doquiera, a diferencia de las luchas que paralelamente se
desarrollaban en América Central por la "defensa de los derechos fundamentales
del pueblo", en palabras del Arzobispo de El Salvador, uno de los centenares de
miles de víctimas de las fuerzas militares armadas y entrenadas en Washington.
No había Nunkun Gorbachov en Occidente durante esos horrendos años, y sigue sin
haberlo. Y las potencias occidentales siguen siendo hostiles a la democracia en
el mundo árabe por muy buenas razones.
Las doctrinas de la Gran Área siguen aplicándose a las crisis y a las
confrontaciones de nuestros días. En los círculos occidentales de toma de
decisiones políticas, lo mismo que entre los comentaristas políticos, se
considera que, por lo mismo que la amenaza iraní representaría el mayor peligro
para el orden mundial, la política exterior de los EEUU debería centrarse
primordialmente allí, dejando a la política exterior europea el papel de las
educadas negociaciones diplomáticas.
Ahora bien; ¿en qué consiste exactamente la amenaza iraní? El Pentágono y los
servicios de inteligencia estadounidenses nos proporcionan una autorizada
respuesta. En sus informes del año pasado sobre la seguridad global, dejaron
claro que la amenaza no es de naturaleza militar. El gasto militar iraní es
"relativamente bajo en comparación con el resto de la región", concluían. Su
doctrina militar es estrictamente "defensiva, concebida para frenar una posible
invasión y forzar a una solución diplomática de las hostilidades". Irán sólo
tiene "una capacidad limitada de proyectar su fuerza más allá de sus fronteras".
Respecto de la opción nuclear, "el programa nuclear de Irán, y su disposición a
mantener abierta la posibilidad de desarrollar armamento nuclear, es una parte
central de su estrategia de disuasión". Hasta aquí las citas.
El brutal régimen clerical iraní, la cosa no ofrece duda, representa una amenaza
para su propio pueblo, pero difícilmente puede decirse que sobrepasa en esta
materia a los aliados de los EEUU. Mas la amenaza radica en otra parte, y es, en
efecto, ominosa. Un elemento de ella es la capacidad potencial iraní para la
disuasión, un ilegítimo ejercicio de soberanía que podría interferir en la
libertad de acción de los EEUU en la región. Resulta manifiestamente obvio
porqué Irán busca construir una capacidad disuasoria: para explicarlo, basta
echar un vistazo a la distribución de bases militares y fuerzas nucleares en la
región.
Hace siete años, el historiador militar israelí Martin van Creveld escribió que
"el mundo ha sido testigo de cómo los EEUU han atacado a Irak, según ha
terminado por verse, sin la menor razón para ello. Si los iraníes no trataran de
construir armamento nuclear, estarían locos de remate", sobre todo hallándose,
como se hallan, bajo constante amenaza de ataque en violación de la Carta de
NNUU. Que terminen construyéndolo o no, es una cuestión sin responder, pero
quizá sí.
Ello es que la amenaza iraní va más allá de la capacidad disuasoria. También
busca expandir su influencia en los países vecinos, subrayan el Pentágono y los
servicios estadounidenses de inteligencia, y así, "desestabilizar" la región,
como se dice en la jerga técnica del discurso de la política exterior: la
invasión y ocupación militar norteamericanas de los vecinos de Irán es
"estabilización"; los esfuerzos de Irán por extender hacia ellos su influencia,
algo de todo punto ilegítimo.
Esos usos lingüísticos se han hecho rutinarios. Así, el prominente experto en
política exterior James Chace usaba propiamente el término "estabilidad" en su
sentido técnico, cuando explicaba que, para lograr "estabilidad" en Chile, era
necesario "desestabilizar" el país derrocando al gobierno electo de Salvador
Allende e instalando la dictadura del general Augusto Pinochet. Hay otras
preocupaciones suscitadas por Irán dignas de ser exploradas, pero tal vez baste
lo dicho para ilustrar los principios rectores y el estatus de que gozan en la
cultura imperial. Como subrayaron en su día los planificadores de Franklin
Delano Roosevelt en el alba del sistema mundial contemporáneo, los EEUU no
pueden tolerar "ningún ejercicio de la soberanía" que interfiera en sus
propósitos globales.
Los EEUU y Europa van a la una en punto a castigar a Irán por su amenaza a la
estabilidad, pero resulta útil recordar lo aislados que están. Los países no
alineados han apoyado vigorosamente el derecho de Irán a enriquecer el uranio.
En la región, la opinión pública árabe es todavía más favorable al desarrollo de
armas nucleares por Irán. La mayor potencia regional, Turquía, votó contra las
últimas sanciones propiciadas por EEUU en el Consejo de Seguridad, y lo hizo
junto a Brasil, el país más admirado en el Sur. Su desobediencia fue
drásticamente censurada, y no por vez primera: Turquía fue ya agriamente condena
en 2003, cuando su gobierno secundó la voluntad del 95% de su población y se
negó a participar en la invasión de Irak, demostrando así su débil noción de
"democracia" el estilo occidental.
Luego de su fechoría en el Consejo de Seguridad el año pasado, Turquía fue
amonestada por el jefe de la diplomacia de Obama en los asuntos europeos, Philip
Gordon: tenía que "demostrar su compromiso como socio de Occidente". Un
académico que trabaja para el Consejo de Relaciones Exteriores se preguntaba:
"¿Cómo mantener a los turcos en el sendero que les toca?". Pues obedeciendo
órdenes, como buenos demócratas. El Brasil de Lula fue amonestado en un
editorial del New York Times: sus esfuerzos conjuntos con Turquía para abrir una
solución el problema del uranio enriquecido fuera del marco establecido por la
potencia estadounidense era una "tacha en el legado del dirigente brasileño". En
una palabra: haced lo que os decimos, a ver si no.
Una interesante luz lateral, finalmente apagada, la ofrece el hecho de que la
negociación Irán-Turquía-Brasil gozó de la previa aprobación de Obama,
presumiblemente en la idea de que fracasaría, suministrando, así, una nueva arma
contra Irán. Cuando culminó con éxito, la aprobación trocó en censura, y
Washington se aprestó a imponer a trancas y barrancas una resolución del Consejo
de Seguridad que al final resultó tan débil, que hasta China la suscribió: ahora
se la castiga por atenerse a la letra de esa resolución, en vez de secundar las
directrices unilaterales de Washington.
Aunque los EEUU pueden tolerar la desobediencia turca, aun si con desaliento,
China resulta harto más difícil de ignorar. La prensa alerta de que "los
inversores y los comerciantes chinos están llenando ahora un vacío en Irán, en
la medida en que las empresas de muchas otras naciones, señaladamente europeas,
se van: preocupa especialmente la expansión de su papel dominante en las
industrias energéticas iraníes. Washington está reaccionando con un punto de
desesperación. El Departamento de Estado advirtió a China de que si desea ser
aceptada en la comunidad internacional –un término técnico para referirse a los
EEUU a quienquiera que esté de acuerdo con ellos—, no puede "mantenerse al
margen y evadirse de las responsabilidades internacionales, [que] están bien
claras", y es a saber: secunda las órdenes de los EEUU. Es muy poco probable que
eso causara la menor impresión en China.
Hay mucha preocupación también con la creciente amenaza militar china. Un
estudio reciente del Pentágono alertaba de que el presupuesto militar chino se
acerca a "un quinto del gasto del Pentágono en operaciones bélicas en Irak y
Afganistán", a su vez una fracción del presupuesto militar estadounidense,
huelga decirlo. La expansión de las fuerzas militares chinas podría "cegar la
capacidad de los barcos de guerra norteamericanos para operar en aguas
internacionales fuera de sus costas", añadía el New York Times.
Fuera de las costas de China, claro está; nadie ha propuesto todavía que los
EEUU eliminen las fuerzas militares que cierran el Caribe a los barcos de guerra
chinos. La incapacidad china para entender las reglas de la civilidad
internacional queda ulteriormente ilustrada con sus objeciones a los planes para
que el portaviones nuclear George Washington se sume a los ejercicios navales
desarrollados a unas pocas millas de la costa china, supuestamente con capacidad
para bombardear Beijing.
En cambio, Occidente comprende cabalmente que esas operaciones estadounidenses
se emprende, todas, para defender la estabilidad y su propia seguridad. El
periódico liberal de izquierda New Republic expresa su preocupación por que
"China envía diez barcos de guerra a aguas internacionales, justo ante la isla
japonesa de Okinawa". Es una provocación, a diferencia del hecho, que ni se
molesta en mencionar, de que Washington haya convertido la isla en una gran base
militar, desafiando las vehementes protestas de la población de Okinawa: eso no
es una provocación, conforme al usadero principio de que nosotros somos los
propietarios del mundo.
Dejando de lado la arraigadísima doctrina imperial, hay buenas razones para que
los vecinos de China se preocupen por el creciente poder militar y comercial de
ésta. Y aunque la opinión pública árabe apoya un posible programa iraní de armas
nucleares, nosotros, desde luego, no deberíamos hacerlo. La bibliografía
especializada en política internacional está llena de propuestas para evitar esa
amenaza. Una muy obvia rara vez merece discusión: trabajar a favor del
establecimiento de una Zona Libre de Armas Nucleares (ZLAN) ne la región. La
propuesta, una vez más, nació en la conferencia del Tratado de No Proliferación
(TNP) celebrada en el cuartel general de las Naciones Unidas el pasado mes de
mayo. Egipto, en su calidad de presidente de las 118 naciones que componen el
Movimiento de No Alineados, hizo un llamamiento para comenzar negociaciones para
una ZLAN en Oriente Próximo, como había sido acordado, también por Occidente
–incluidos los EEUU—, en la conferencia del TNP de 1995.
El apoyo internacional a esta propuesta es tan abrumador, que Obama no tuvo otro
remedio que sumarse formalmente a ella. Buena idea, dijo Washingtn en la
conferencia; pero no ahora. Los EEUU dejaron claro, además, que Israel debería
quedar al margen de eso: no son admisibles propuestas que pretendan poner el
programa nuclear israelí bajo los auspicios de la Agencia Internacional de
Energía Atómica o que exijan información sobre "las instalaciones y las
actividades nucleares de Israel".
Baste eso para hacerse una idea del método con que se aborda el problema de la
amenaza nuclear iraní.
La privatización del planeta
Aunque la doctrina de la Gran Área sigue vigente, la capacidad para ponerla por
obra ha disminuido visiblemente. La cima del poder estadounidense se dio luego
de la II Guerra Mundial, cuando disponía literalmente de la mitad de la riqueza
del mundo. Pero es, como es natural, fue declinando, a medida que otras
economías industriales fueron recuperándose de la devastación bélica y la
descolonización echó tortuosamente andar. A comienzos de los 70, la
participación de los EEUU en la riqueza mundial había disminuido hasta el 25%, y
el mundo industrial se había hecho tripolar: Norteamérica, Europa y el Este
asiático (entonces con base en Japón).
Hubo también en los 70 un cambio drástico en la economía estadounidense, que
derivó hacia la financiarización y la exportación de la producción. Varios
factores convergieron para crear un círculo vicioso de radical concentración de
la riqueza, primordialmente en la fracción del 1% de la población en la cúspide:
básicamente, altos ejecutivos, gestores de fondos e inversión libre y gentes por
el estilo. Eso trajo consigo la concentración del poder político, lo que a su
vez trajo consigo políticas públicas favorables al incremento de la
concentración económica; políticas fiscales, normas de gobernanza empresarial,
desregulación, etc., etc. Entretanto, los costes de las campañas electorales se
dispararon, empujando a los partidos políticos hacia los bolsillos del capital
concentrado, crecientemente financiero: los Republicanos, a conciencia; los
Demócratas –que ahora son lo que antes solíamos llamar Republicanos moderados—,
a la zaga.
Las elecciones se han convertido en una farsa grotesca manejada por la industria
de las relaciones públicas. Tras su victoria de 2008, Obama ganó un premio
concedido por esta industria a la mejor campaña de marketing del año. Los
ejecutivos del sector estaban eufóricos. Explicaban en la prensa del mundo de
los negocios que desde la época de Regan habían venido haciendo publicidad de
los candidatos como si de una mercancía cualquiera se tratara, pero que la
campaña de 2008 fue su gran logro y que esa campaña cambiaría el estilo
publicitario de las direcciones de las grandes empresas. Se espera que las
elecciones de 2012 costarán 2 mil millones de dólares, básicamente aportados por
la gran empresa privada. No puede, pues, sorprender a nadie que Obama esté
eligiendo a dirigentes del mundo de los negocios para ocupar altos cargos. La
opinión pública está enojada y frustrada, pero en tanto rijan los principios de
Muasher, eso carece de importancia.
Mientras la riqueza y el poder han ido concentrándose en una estrecha franja,
los ingresos reales del grueso de la población se han estancado y la gente está
cada vez más cargada de horas de trabajo, de deudas y de inflación de activos
regularmente destruidos por la crisis financiera que empezó a amagar desde que
el aparato regulatorio comenzó a ser desmantelado a partir de los años 80.
Nada de eso resulta problemático para los muy ricos, que se benefician de una
póliza pública de seguros llamada "demasiado grande para caer". Los bancos y las
empresas de inversión pueden hacer transacciones arriesgadas, con grandes
rendimientos, que cuando el sistema inevitablemente se desploma siempre pueden
acudir al papá estado para que el contribuyente los rescate, eso sí, bien
asiditos a sus ejemplares de los libros de Friedrich Hayek y Milton Friedman.
Tal ha sido el proceso más común desde los años de Reagan, siendo cada nueva
crisis más extrema que la anterior (para el grueso de la población, claro está).
Ahora mismo, el desempleo real se halla a niveles de la Gran Depresión para
buena parte de la población, mientras que Gdman Sachs, uno de los principales
arquitectos de la presente crisis, es más rico que nunca. Acaba de anunciar,
impertérrito, la cifra de 17,5 mil millones de dólares en concepto de
remuneraciones para sus ejecutivos en el pasado año, y el presidente de su
consejo de administración, Lloyd Blankfein, sólo en concepto de bonos, recibirá
12,6 millones de dólares, mientras su salario base se triplicará.
No se adelanta nada centrándose en este tipo de hechos. Consiguientemente, la
propaganda tiene que buscar otros culpables: estos últimos meses, a los
trabajadores del sector público, a sus salariazos, a sus exorbitantes pensiones
de jubilación, y así por el estilo. Todo en la mejor tradición del imaginario
reaganitas, con mamás negras llevadas en limousinas por sus chóferes a cobrar
los cheques en las dependencias públicas de bienestar social, y otros modelos
por el estilo que no merece la pena siquiera mencionar. Todos tenemos que
apretarnos el cinturón; bueno, casi todos.
Los maestros y profesores constituyen un blanco particularmente adecuado, como
parte del deliberado empeño en destruir el sistema público de educación, desde
las guarderías de infancia hasta las universidades, por la vía de la
privatización: una vez más, una política buena para los ricos, pero desastrosa
para la población, así como para la salud a largo plazo de la economía. Pero eso
es otra de las externalidades que hay que dejar de lado, mientras prevalezcan
los principios del mercado.
Otro blanco estupendo: los inmigrantes. Eso ha sido así a lo largo de la
historia de los EEUU, más aún en tiempos de crisis económica, pero ahora
exacerbado por un sentido de que nuestro país nos está siendo arrebatado: la
población blanca pronto será una minoría. Se puede entender el miedo de
individuos que se sienten agraviados, pero la crueldad de las políticas
migratorias resulta estupefaciente.
¿Qué inmigrantes se convierten en blanco de esos ataques? En el este de
Massachusetts, que es donde yo vivo, muchos son mayas que lograron escapar al
genocidio perpetrado en los altos guatemaltecos por los asesinos preferidos de
Reagan. Otros son mexicanos, víctimas del acuerdo NAFTA de libre comercio
propiciado por Clinton, uno de esos raros acuerdos entre gobiernos que consiguen
perjudicar a los pueblos de todos los países participantes (tres, en este caso:
EEUU, México y Canadá). Cuando el NAFTA fue aprobado en el Congreso contra las
objeciones populares en 1994 fue cuando Clinton inició también la militarización
de la fontera entre México y los EEUU, antes razonablemente abierta. Sabiendo
que los campesinos mexicanos no podrían competir con el agronegocio públicamente
subsidiado en los EEUU y que las empresas mexicanas no sobrevivirían a la
competencia de las trasnacionales estadounidenses. Transnacionales a las que
debe considerarse como "nacionales", conforme al falso remoquete de los acuerdos
de libre comercio: un privilegio, dicho sea de paso, sólo acordado a las
personas jurídicas que son las empresas, no a las personas de carne y hueso.
Como cabía esperar, esas medidas trajeron consigo una correntada de refugiados
caídos en la desesperación, y a la consiguiente histeria anti-inmigratoria entre
las víctimas internas de esas mismas políticas del estado y de las grandes
empresas privadas.
Algo muy parecido está ocurriendo en Europa, en donde el racismo es
probablemente más virulento que en los EEUU. Uno no puede menos de observar con
estupor cuando Italia se queja del flujo de inmigrantes procedentes de Libia,
aquel escenario del primer genocidio posterior a la I Guerra Mundial –acontecido
en el ahora liberado este del país— a manos del gobierno fascista de Italia. O
cuando Francia, todavía hoy la principal protectora de las brutales dictaduras
que gobiernan sus antiguas colonias, se las arregla para pasar por alto las
odiosas atrocidades sometidas por ella en África, mientras el presidente francés
Nicolas Sarkozy alerta, sombrío, sobre la "ola de inmigrantes" y Marine Le Pen
le objeta que no hace nada por prevenirla. No necesitaré mencionar a Bélgica,
que se llevaría la palma en lo que Adam Smith llamó "la salvaje injusticia de
los europeos".
El ascenso de los partidos neofascistas en buena parte de Europa resultaría ya
un fenómeno suficientemente aterrador, aun sin necesidad de recordar lo que
ocurrió en el continente en un pasado reciente. Imaginad la reacción, si los
judíos fueran expulsados de Francia, condenados a la miseria y la opresión, y
comparad con la falta de reacción cuando eso mismo ocurre con los gitanos, la
población más brutalizada de Europa, asimismo víctima del Holocausto .
En Hungría, el partido neofascista Jobbik logró un 17% de los votos en las
elecciones nacionales, algo que acaso no resulte tan sorprendente, si se
recuerda que tres cuartas partes de la población cree estar peor ahora que bajo
la dominación comunista. Podríamos sntirse tal vez aliviados por el hecho de que
en Austria el ultraderechista Jörg Haider lograra sólo el 10% del sufragio en
2008, si no fuera porque el nuevo Partido de la Libertad, que está todavía más a
su derecha, logró rebasar el 17%. Resulta escalofriante recordar que en 1928 los
nazis consiguierion menos del 3% del sufragio en Alemania.
En Inglaterra, el Partido Nacional Británico y la Liga de Defensa Inglesa, en la
derecha ultrarracista, son fuerza importantes. (Lo que está pasando en Holanda
lo sabréis mejor vosotros que yo.) En Alemania, [ex socialdemócrata] Thilo
Sarrazin se lamenta de que los inmigrantes estén destruyendo el país y consigue
un superventas con su lamento, mientras que la Cancillera Angela Merkel, aun
condenando el libro, declara que el multicultutralismo ha "fracasado
estrepitosamente": los turcos importados para hacer los trabajos sucios en
Alemania han fracasado en punto a volverse rubios de ojos azules, auténticos
arios.
Quienes conserven un sentido para la ironía recordarán que benjamin Franklin,
una las principales figuras de la Ilustración, alertó de que las recientemente
emancipadas colonias norteamericanas deberían andarse con cuidado a la hora
admitir la inmigración de alemanes, porque eran demasiado morenos; y lo mismo
los suecos. Hasta bien entrado el siglo XX, los mitos ridículos sobre la pureza
anglosajona eran comunes en los EEUU, incluso entre presidentes y otras figuras
de viso. El racismo en la cultura literaria ha sido una obscenidad insalubre;
pero peor ha sido en la práctica, huelga decirlo. Esmucho más fácil erradicar la
poliomielitis que esta horrible plaga que una y otra vez reaparece, y con mayor
virulencia, en tiempos de malestar económico.
No quiero terminar sin mencionar otra externalidad que se pasa por alto en los
sistemas de mercado: el destino de la especie. Al riesgo sistémico en el sistema
financiero puede ponerle remedio el sufrido contribuyente, pero nadie vendrá a
rescatar el medio ambiente que está siendo devastado. Que deba se devastado, es
poco menos que un imperativo institucional. Los dirigentes empresariales que
están desarrollando campañas publicitarias para convencer a la población de que
el calentamiento global antropogénico es un bulo izquierdista entienden
perfectamente la gravedad de la amenaza, pero tienen que maximizar sus
beneficios y sus cuotas de mercado a corto plazo. Si no lo hacen ellos, lo harán
otros.
Ese círculo vicioso podría terminar siendo letal. Para percatarse de lo
perentorio del peligro, basta con echar un vistazo al nuevo Congreso de los EEUU,
entronizado por la financiación y la publicidad empresariales. Casi todos son
negacionistas climáticos. Ya han empezado a cortar fondos destinados a medidas
capaces de mitigar la catástrofe medioambiental. Y lo que es peor: alguno de
ellos se lo creen de verdad; por ejemplo, el nuevo jefe del subcomité de
medioambiente, que va por ahí explicando que el calentamiento global no puede
ser un problema porque Dios prometió a Noé que no habría otro diluvio universal.
Si tales cosas estuvieran pasando en algún paisito remoto, hasta podríamos
sonreírnos. Pero están pasando en el país más rico y poderoso del mundo. Y antes
de que nos entre la risa boba, tenemos que recordar que la presente crisis
económica se remonta en no pequeña medida a la fe fanática en dogmas como el de
la hipótesis de la eficiencia de los mercados, y en general, en lo que el premio
Nóbel Joseph Stiglitz llamó hace ya 15 años la "religión" de la omnisciencia de
los mercados: una religión que impidió que los bancos centrales y los
economistas profesionales se percataran de la existencia de una enorme burbuja
inmobiliaria sin la menor base en los fundamentos de la vida económica y que, al
estallar, resultó devastadora para el conjunto de la economía.
Todo eso, y mucho más, puede seguir su curso mientras rija la doctrina Muashar.
Mientras el grueso de la población se mantenga pasiva, apática, entregada al
consumismo o al odio contra los vulnerables, los poderosos del mundo podrán
seguir haciendo lo que les plazca, y a los que sobrevivan a eso no les quedará
sino contemplar el catastrófico resultado.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4123
La
tradición del bandido
Por Eric Hobsbawm*
Todos los aficionados al cine y todos los telespectadores saben que los
bandidos, sea cual sea su naturaleza, tienden a existir rodeados de nubes de
mito y ficción. ¿Cómo podemos descubrir la verdad y los mitos sobre ellos?
La mayoría de los bandidos que dieron pábulo a tales mitos murió hace mucho
tiempo: Robín de los bosques (suponiendo que existiera) vivió en el siglo XIII,
aunque en Europa los héroes basados en figuras de los siglos XVI-XVIII son los
más comunes, probablemente porque la invención de la imprenta hizo posible el
medio principal para que perdurasen los recuerdos de los bandidos antiguos: la
hoja suelta popular y barata o el libro de coplas. Este modo de transmisión, que
pasaba de un grupo de narradores a otros, de un lugar y un público a otros, a lo
largo de las generaciones, puede decirnos muy poco que tenga valor documental
sobre los propios bandidos, excepto que, por el motivo que fuese, se recuerdan
sus temas. A menos que dejaran rastros en los registros de la ley y las
autoridades que los persiguieron, apenas tenemos datos directos y contemporáneos
sobre ellos. Viajeros extranjeros apresados por los bandidos, especialmente en
el sureste de Europa, dejaron informes de este tipo a partir de mediados del
siglo XIII, y los periodistas, que ansiaban entrevistar a jóvenes que lucían
cartucheras y estaban más que dispuestos a responder, no nos han dejado nada
antes del XX. Ni siquiera es siempre posible fiarse de lo que escribieron,
aunque sólo sea porque los testigos forasteros raramente sabían mucho sobre la
situación local, aunque entendieran, y no digamos hablaran, el dialecto local,
que a veces era impenetrable, y se resistían a las exigencias de los redactores
hambrientos de noticias sensacionalistas. En el momento de escribir esto, el
secuestro de extranjeros -para pedir un rescate o con el fin de negociar
concesiones del gobierno- se ha puesto de moda en la república árabe de Yemen.
Que yo sepa, los prisioneros liberados han proporcionado poca información
valiosa.
La tradición, por supuesto, determina lo que sabemos incluso de los bandidos
sociales del siglo XX -y hay varios- de los cuales tenemos conocimiento de
primera mano y digno de confianza. Tanto ellos como los que informaron de sus
aventuras están familiarizados desde la infancia con el papel del "bandido
bueno" en el drama de las vidas de los campesinos pobres y lo interpretaban o se
lo asignaban a él. Las Memorias de Pancho Villa de M. L. Guzmán no sólo se basan
en parte en las palabras del propio Villa, sino que son obra de un hombre que
fue a la vez una gran figura de la literatura mexicana y (a juicio del biógrafo
de Villa) "un estudioso de lo más serio también".1 Sin embargo, en las páginas
de Guzmán los comienzos de la carrera de Villa se ajustan al estereotipo de
Robín de los bosques mucho más de lo que, al parecer, sucedía en la vida real.
Esto es todavía más cierto en el caso del bandido siciliano Giuliano, que vivió
y murió en el apogeo de los fotógrafos de prensa y las entrevistas en lugares
exóticos. Pero sabía lo que se esperaba de él ("¿Cómo podía un Giuliano, que
amaba a los pobres y odiaba a los ricos, volverse alguna vez contra las masas de
obreros?, preguntó, después de haber dado muerte a varios de ellos"), y también
lo sabían los periodistas y los novelistas. Hasta sus enemigos, los comunistas,
que acertaron al predecir su fin, lamentaron que fuera "indigno de un auténtico
hijo del pueblo trabajador de Sicilia", "amado por el pueblo y rodeado de
simpatía, admiración, respeto y temor".2 Su reputación contemporánea era tal
que, como me dijo un viejo militante de la región, después de la matanza de 1947
en Portella della Ginestra nadie sugirió que pudiera haber sido obra de
Giuliano.
También existen mitos oportunos y arraigados sobre bandidos tales como los
vengadores y los haiduks cuya fama no puede hacer hincapié en la redistribución
social y la simpatía por los pobres, al menos mientras no sea un simple agente
de la ley oficial o del gobierno (muchos matones rurales por lo demás odiosos
han adquirido aureola de santo por el simple hecho de ser enemigos del ejército
o la policía.)
Es el estereotipo del honor del guerrero, o, en términos de Hollywood, el héroe
cowboy. (Dado que, como hemos visto, tantos bandidos procedían de comunidades
marciales especializadas, formadas por de salteadores rurales cuya capacidad
militar fue reconocida por los gobernantes, nada resultaba más conocido para sus
jóvenes.) El honor y la vergüenza, como nos dicen los antropólogos, dominaban el
sistema de valores en el Mediterráneo, la región clásica del mito del bandido.
Los valores feudales, donde existían, actuaban de refuerzo. Los ladrones
heroicos eran considerados o se consideraban a sí mismos como "nobles",
condición que -al menos en teoría- también implicaba unos principios morales
dignos de respeto y admiración.
La asociación ha llegado hasta nuestras nada aristocráticas sociedades (como en
las expresiones "conducta de caballero", "noble gesto" o "nobleza obliga"). La
palabra "nobleza" en este sentido vincula a los pistoleros más brutales con el
más idealizado de los Robín de los bosques, a los que, de hecho, por esta razón
se clasifica como "ladrones nobles" (Edel Rauber) en varios países. La
circunstancia de que posiblemente varios caudillos de bandidos mitificados
procedían realmente de familias armígeras (aunque la palabra Raubritter -barón
ladrón- no aparezca en la literatura con anterioridad a los historiadores
liberales del siglo XIX) reforzó esta vinculación.
Así, la primera entrada importante del bandido noble en la alta cultura (es
decir, en la literatura del Siglo de Oro en España) recalca su supuesta
condición social como caballero, es decir, su "honor", así como su generosidad,
por no hablar (como en Antonio Roca de Lope de Vega, basado en un bandido
catalán del decenio de 1540) del buen sentido de moderación en la violencia y el
propósito de no provocar la enemistad del campesinado. El memorialista francés
Brantóme (1540-1614) se hace eco de por lo menos un juicio contemporáneo cuando
en su obra Vie des dames galantes dice que es "uno de los bandidos más bravos,
más valientes, astutos, cautelosos, capaces y corteses nunca vistos en España".
En el Don Quijote de Cervantes incluso se presenta al bandido Rocaguinarda (que
actuó a principios del siglo XVI) como específicamente al lado de los débiles y
los pobres.3 (Ambos eran en realidad de origen campesino.) La historia real de
los llamados "bandidos barrocos catalanes" está muy lejos de ser la de una serie
de Robín de los bosques. Cabe preguntarse si la capacidad de los grandes
escritores españoles para producir una versión mitológica del bandolerismo noble
en el momento culminante de la epidemia de bandolerismo real de los siglos XVI y
XVII prueba su alejamiento de la realidad o sencillamente el enorme potencial
social y psicológico de la existencia del bandido como tipo ideal. La respuesta
debe dejarse en suspenso. En todo caso, la sugerencia de que Cervantes, Lope,
Tirso de Molina y las demás glorias de la alta cultura castellana son
responsables de la posterior imagen positiva del bandolerismo en la tradición
popular es inaceptable. La literatura no tenía ninguna necesidad de dar a los
ladrones una dimensión social en potencia.
La historia más perceptiva de la tradición del Robín de los bosques original ha
reconocido esto incluso entre los ladrones que no tenían semejante pretensión.4
Pone de relieve "la dificultad de definir la criminalidad, especialmente a causa
de la vaguedad de la frontera entre la criminalidad y la política, y a causa de
la violencia de la vida política de la Inglaterra de los siglos XIV y XV. "La
criminalidad, las rivalidades locales, el control del gobierno municipal, el
ejercicio de la autoridad de la corona, todo ello se entremezclaba. Esto hacía
que resultara más fácil imaginar que el criminal tenía un poco de razón.
Obtenía aprobación social." Al igual que en el sistema de valores de los
westerns de Hollywood, la justicia improvisada, el recurso a la violencia para
terminar con los abusos (la denominada "Ley de Folville " en honor de una
familia de caballeros que era famosa por corregir así las injusticias), era una
cosa buena. El poeta William Langland (cuya obra Piers Plowman -c. 1377-
contiene, dicho sea de paso, la primera referencia a las baladas de Robín de los
bosques) opinaba que la Gracia dotaba a los hombres de las cualidades necesarias
para luchar contra el anticristo, incluidas algunas para cabalgar y recuperar lo
que injustamente fue tomado, les mostró cómo recobrarlo por medio de la fuerza
de sus manos y arrebatárselo a los hombres falsos mediante las leyes de Folville.
La opinión pública contemporánea, incluso fuera de la comunidad de los propios
proscritos, estaba, pues, dispuesta a concentrarse en aspectos socialmente
encomiables de las actividades de un célebre bandido, a menos, por supuesto, que
su reputación de criminal antisocial fuera tan horrible que le convirtiese en
enemigo de todas las personas honradas. (En ese caso la tradición proporcionaba
una alternativa que, no obstante, satisfacía el apetito público de dramatismo
sensacionalista bajo la forma de libros de coplas que contenían las confesiones,
sin ningún tipo de restricciones, de notorios malhechores que contaban
detalladamente su ascensión desde una primera transgresión de los Diez
Mandamientos hasta una súplica de perdón divino y humano, a los pies del
patíbulo, pasando por una horripilante trayectoria criminal.)
Naturalmente, cuanto más alejado de un bandido célebre estaba el público -en el
tiempo y el espacio-, más fácil era concentrarse en sus aspectos positivos y
pasar por alto los negativos. No obstante, el proceso de idealización selectiva
se remonta a la primera generación.
En las sociedades donde existe una tradición del bandido, si, entre otros
objetivos, un bandido atacaba a alguien a quien la opinión pública veía con
malos ojos, adquiría inmediatamente toda la leyenda de Robín de los bosques,
incluidos los disfraces impenetrables, la invulnerabilidad, la captura por medio
de la traición y todo lo demás (véase el capítulo 4). Así, el sargento José
Ávalos, que se retiró de la gendarmería para dedicarse a la agricultura en el
Chaco argentino, donde en el decenio de 1930 había perseguido personalmente al
célebre bandido Mate Cosido (Segundo David Peralta, 1897-?), no albergaba la
menor duda de que había sido un "bandido del pueblo".
Nunca había robado a buenos argentinos, sino sólo a agentes de las grandes
compañías internacionales de productos agrícolas, "los cobradores de la Bunge y
de la Clayton".5 ("Por supuesto -como me dijo cuando entrevisté al viejo hombre
de la frontera en su granja a finales del decenio de 1960-, mi oficio era
echarle el guante, del mismo modo que su oficio era ser bandido".) Pude, por
tanto, predecir con acierto lo que afirmaría que recordaba de él.6 Es en verdad
cierto que el famoso bandido había atracado el coche de un representante de
Bunge & Born, al que había despojado de 6.000 pesos en 1935, había asaltado un
tren en el que iba, entre otras víctimas, es de suponer que "buenos argentinos",
un hombre de Anderson, Clayton & Co. (12.000 pesos) y se había embolsado hasta
45.000 en un atraco a una oficina local de Dreyfus -todavía, con Bunge, uno de
los nombres más importantes del comercio mundial de productos agrícolas-, ambas
cosas en 1936. Sin embargo, los anales indican que las especialidades de la
banda -el asalto a trenes y los secuestros para obtener rescates- no mostraban
ninguna discriminación patriótica.7 Era el público quien recordaba a los
explotadores extranjeros y se olvidaba del resto.
La situación era todavía más clara en las sociedades en lucha, donde un
homicidio "legítimo" era criminalizado por el estado, especialmente porque
apenas nadie creía en la imparcialidad de la justicia estatal. Giuseppe Musolino,
forajido solitario, desde el principio hasta el fin se negó rotundamente a
aceptar que fuese un criminal en algún sentido, y, de hecho, ya en la cárcel, se
negó a llevar el uniforme de recluso. Él no era ni bandido ni bandolero, no
había atracado ni robado, sino que sólo había matado a espías, soplones e infami.
De ahí nacía por lo menos parte de la extraordinaria simpatía, casi veneración,
y de la protección de que gozaba en el campo de su región, Calabria. Creía en
las antiguas costumbres contra las nuevas y malas costumbres. Era igual que el
pueblo: vivía en malos tiempos, era tratado injustamente, débil, victimado. La
única diferencia consistía en que él se enfrentaba al sistema. ¿A quién le
importaban los detalles de los conflictos políticos locales que habían conducido
al primer homicidio?
8 En una situación políticamente polarizada, esta selección era aún más fácil.
Así, en las montañas de Beskid, en Polonia, se ha formado una clásica leyenda
sobre los bandidos de los Cárpatos. Habla de un tal Jan Salapatek ("el Águila"),
1923-1955, que durante la guerra combatió en las filas del Ejército del Interior
polaco, luchó como miembro de la resistencia anticomunista y, al parecer, siguió
estando fuera de la ley en los inaccesibles bosques de las tierras altas hasta
que lo mataron los agentes del servicio de seguridad de Cracovia.9 Sea cual sea
la realidad de su carrera, dada la desconfianza que los nuevos regímenes
despiertan en los campesinos, su mito no puede distinguirse de la leyenda
tradicional del bandido bueno: "hay sólo algunos cambios superficiales en ella:
un arma de fuego automática sustituye al hacha, el almacén de una cooperativa
comunista ocupa el lugar del palacio del terrateniente y el servicio de
seguridad estalinista desempeña el papel que antes correspondía a la "starosta".
El bandido bueno no hacía daño a nadie. Robaba a las cooperativas, pero nunca al
pueblo. El bandido bueno existe siempre en contraposición al ladrón malo. Así
que, a diferencia de algunos, incluso de algunos partisanos anticomunistas,
Salapatek no hacía daño a nadie.
("Recuerdo que había un partisano del mismo poblado: era un hijo de perra"). Era
el hombre que ayudaba a los pobres. Repartía dulces en el patio de la escuela,
iba al banco, traía dinero, "lo arrojaba en la plaza y decía "cogedlo, que es
vuestro dinero y no pertenece al estado". Seguía la apropiada costumbre
legendaria, aunque era extraño en un guerrillero que luchaba contra el régimen,
y recurría a la violencia sólo en defensa propia y nunca era el primero en
disparar. En resumen, "era realmente justo y sabio, luchaba sinceramente por
Polonia ". Que naciera en el mismo poblado que el Papa Juan Pablo II puede ser
significativo o puede no serlo.
En efecto, dado que en los países que poseían una arraigada tradición de
bandolerismo todo el mundo, incluso los policías, los jueces y los propios
bandoleros, esperaba ver a alguien en el papel de bandido noble, un hombre podía
convertirse en un Robín de los bosques en vida si satisfacía los requisitos
mínimos para ello. Es claro que así ocurrió en el caso de Jaime Alfonso "el
Barbudo" (1783-1824) según atestiguan los informes de El Correo Murciano en 1821
y 1822 y lord Carnarvon en Voyage through the Iberian Península10 (1822).
Obviamente, también era el caso de Mamed Casanova, que actuó en Galicia en los
primeros años del decenio de 1900. Una revista de Madrid lo calificó (además de
fotografiarle) de "el Musolino gallego" (para Musolino véanse las pp. 60 y 69),
el Diario de Pontevedra lo llamó "bandido y mártir" y lo defendió un abogado que
más adelante sería presidente de la Real Academia Gallega. En 1902 recordó al
tribunal que las baladas de los poetas populares y los romances que se vendían
en las calles de las ciudades atestiguaban la popularidad de su célebre
cliente11. Algunos bandoleros, por tanto, pueden dar origen a la leyenda del
bandido bueno mientras viven o, sin duda alguna, en vida de sus contemporáneos.
Asimismo, en contra de lo que piensan algunos escépticos, es posible que incluso
bandidos famosos cuya reputación original no es política no tarden en adquirir
el útil atributo de estar al lado de los pobres. Robín de los bosques, cuyo
radicalismo social y político no aparece del todo hasta la recopilación del
jacobino Joseph Ritson en 1795,12 tiene objetivos sociales incluso en la primera
versión de su historia, que data del siglo XV: "Porque era un buen proscrito, y
hacía mucho bien a los pobres". No obstante, al menos en su forma escrita, en
Europa el mito plenamente desarrollado del bandido social no aparece hasta el
siglo xix, cuando era habitual que la gente idealizara hasta a los hombres menos
apropiados y los convirtiera en paladines de la lucha nacional o social, o -por
inspiración del romanticismo- en hombres libres de las limitaciones de la
respetabilidad de clase media. Un género que tuvo muchísimo éxito, las novelas
alemanas de bandidos de comienzos del siglo xix, se ha resumido con estas
palabras: "argumentos llenos de acción ... ofrecen al lector de clase media
descripciones de violencia y libertad sexual ... Mientras que, según el
estereotipo, las raíces de la criminalidad están en los padres que desatienden a
sus hijos, la educación deficiente y la seducción por parte de mujeres de vida
fácil, se presenta a la familia de clase media ideal, pulcra, ordenada,
patriarcal y reductiva de la pasión como el ideal y el fundamento de una
sociedad ordenada ".13 En China, por supuesto, el mito es antiquísimo: los
primeros bandidos legendarios datan del período de los "estados en lucha",
481-221 a. C, y el gran clásico del bandolerismo, Shui Hu Chan, que data del
siglo xvi y se basa en una banda que existió realmente en el siglo XII, lo
conocían tanto los aldeanos analfabetos, gracias a los narradores y a las
compañías teatrales ambulantes, como todos los jóvenes chinos educados, y Mao no
era una excepción.14 Ciertamente, el romanticismo del siglo xix influyó en la
posterior inclinación a ver al bandido como imagen de liberación nacional,
social o incluso personal. No puedo negar que en algunos sentidos influyó en mi
visión de los haiduks como "una fuerza permanente y consciente de insurrección
campesina" (véase arriba p. 91.
No obstante, el conjunto de creencias sobre el bandolerismo social es
sencillamente demasiado fuerte y uniforme para reducirlo a una innovación del
siglo XIX o incluso a un fruto de la creación literaria. Donde tenía la
posibilidad de elegir, el público popular rural e incluso urbano seleccionaba
los aspectos de la literatura sobre los bandidos o de la reputación de éstos que
encajaban en la imagen social. El análisis que hizo Chartier de la literatura
sobre el bandido Guilleri (que actuó en Poitou en 1602-1608) demuestra que,
puestos a escoger entre un gángster esencialmente cruel sin más rasgo positivo
que su valentía y su arrepentimiento final, y un hombre de buenas cualidades
que, aunque bandido, era mucho menos cruel y brutal que los soldados y los
príncipes, los lectores preferían al segundo. Ésta fue la base de lo que, a
partir de 1632, pasó a ser el primer retrato literario en francés del clásico y
mítico estereotipo del "bandido bueno" ("le brigand au grand coeur"), limitado
sólo por el requisito del estado y la iglesia de no permitir que los criminales
y los pecadores se libren del castigo.15 El proceso de selección es aún más
claro en el caso de un bandido que no tiene ningún monumento literario
significativo y cuya trayectoria se investigó tanto en los archivos como por
medio de entrevistas con 135 personas de edad en 1978-1979.16 La memoria popular
que se conserva de Nazzareno Guglielmi, "Cinicchio", 1830?, en la región de
Umbría alrededor de su Asís natal, es el clásico mito del "ladrón noble". Aunque
"la figura de Cinicchio que surge de la investigación en los archivos no se
contradice fundamentalmente con la tradición oral", es claro que en la vida real
no era un Robín de los bosques ideal-típico. Con todo, si bien forjó alianzas
políticas y se adelantó a los métodos mafiosos ofreciéndose a proteger a los
terratenientes de otros bandidos (y no digamos ya de él mismo) a cambio de
dinero, la tradición oral insiste en su negativa a hacer tratos con los ricos y
especialmente en sus campañas de odio y -de forma significativa- venganza contra
el conde Cesare Fiumi, que, segín afirma dicha tradición, le había acusado
injustamente. Sin embargo, en este caso el mito también contiene un elemento más
moderno.
Se supone que el bandido, que desaparece en el decenio de 1860 después de
organizar una fuga a América, prosperó mucho en el nuevo mundo y, según dicen,
por lo menos uno de sus hijos llegó a triunfar como ingeniero. En la Italia
rural de finales del siglo XX la movilidad social es también la recompensa que
recibe el ladrón noble...
¿A qué bandidos se recuerda? El número de los que superaron el paso de los
siglos en las canciones y los relatos populares es en realidad muy modesto. En
el siglo XIX los coleccionistas de material folclórico encontraron sólo unas
treinta canciones sobre el bandolerismo en la Cataluña de los siglos XVI y XVII
y sólo unas seis de ellas se refieren exclusivamente a determinados bandidos.
(Una tercera parte del total consiste en canciones sobre las Uniones contra los
ataques de los bandidos a comienzos del siglo XVII.) Los bandidos andaluces que
llegaron a ser verdaderamente famosos no pasan de la media docena. Sólo dos
caudillos de cangaqeiros brasileños -Antonio Silvino y Lampiáo- han logrado
realmente entrar en la memoria nacional. De los bandidos valencianos y murcianos
del siglo XIX sólo uno fue mitificado.17 Por supuesto es posible que se haya
perdido mucho a causa del carácter efímero de los libros de coplas y las baladas
impresas en hojas sueltas y también a causa de la hostilidad de las autoridades,
que a veces penalizaban este tipo de material.
Puede que fuesen aún más las cosas que no llegaron a imprimirse o que se
escaparon de la atención de los primeros folcloristas. Una obra publicada en
1947 menciona dos ejemplos de los cultos religiosos que surgieron en torno a las
sepulturas de algunos bandidos muertos en Argentina; más adelante se
descubrieron como mínimo ocho. Exceptuando una sola, no habían llamado la
atención del público culto.18 No obstante, es evidente que existe algún proceso
que selecciona a algunas bandas y a sus líderes y hace que adquieran fama a
escala nacional, o incluso internacional, mientras que deja a otras para los
anticuarios locales o la oscuridad. Prescindiendo de cuál fuera el rasgo que las
separó de las demás, hasta el siglo XX el medio por el cual alcanzaban la fama
fue la imprenta. Dado que todas las películas sobre bandidos célebres que
conozco se basan en figuras que primero se hicieron famosas por medio de
baladas, libros de coplas y artículos de prensa, incluso puede argüirse que esto
sigue sucediendo hoy, a pesar de la retirada de la palabra impresa (fuera de la
pantalla del ordenador) ante el avance de la imagen móvil encarnada por el cine,
la televisión y los vídeos. Sin embargo, el recuerdo de los bandidos también se
ha conservado por medio de su asociación con determinados lugares, tales como el
bosque de Sherwood y Nottingham en el caso de Robin de los bosques (lugares que
la investigación histórica descartó), el monte Liang de la epopeya de bandidos
china (en la provincia de Shantung) y varias "cuevas de ladrones" anónimas en
las montañas de Gales y, sin duda, de otras partes. Ya hemos hablado del caso
especial de los santuarios dedicados al culto de bandidos muertos.
Con todo, determinar las tradiciones que hicieron que ciertos bandidos fueran
elegidos para la fama y perdurasen es menos interesante que determinar los
cambios habidos en la tradición colectiva del bandolerismo. Hay aquí una
diferencia considerable entre los lugares donde el bandolerismo, si alguna vez
existió en escala significativa, está más allá de la memoria viva y los lugares
donde no es así. Esto es lo que distingue a Gran Bretaña, o los tres últimos
siglos en el Midi de Francia ("donde no tenemos constancia de bandas
numerosas"),19 de países como Chechenia, donde sigue muy vivo hoy, y los de
América Latina, donde lo recuerdan hombres y mujeres que todavía viven.
Entre estos dos extremos están los países donde el recuerdo del bandolerismo del
siglo XIX o su equivalente se mantiene vivo, en parte por obra de la tradición
nacional pero, sobre todo, debido a los modernos medios de difusión, de tal modo
que aún puede ser un modelo del estilo personal, como el Oeste salvaje en
Estados Unidos, o incluso de la acción política, como en el caso de los
guerrilleros argentinos del decenio de 1970, que se consideraban los sucesores
de los montoneros, cuyo nombre adoptaron, lo cual, según opina su historiador,
aumentó enormemente su atractivo ante los ojos de los reclutas en potencia y el
público.20 En los países del primer tipo, el recuerdo de bandidos reales ha
muerto, o lo han cubierto otros modelos de protesta social. Lo que se conserva
se asimila al mito clásico del bandolerismo. De esto ya hemos hablado
extensamente.
Los más interesantes, con mucho, son los países del segundo tipo.
Tal vez sea útil, en vista de ello, concluir el presente capítulo con algunas
reflexiones sobre tres de dichos países, que ofrecen la posibilidad de comparar
el itinerario de la tradición nacional del bandolerismo, que fue muy diferente
en cada uno de ellos: México, Brasil y Colombia.21 Los tres sin excepción son
países que se familiarizaron con el bandolerismo en gran escala en el transcurso
de su historia.
Todos los que viajaron por sus carreteras coincidieron en afirmar que si algún
estado latinoamericano fue la quintaesencia del territorio de los bandidos, ese
estado fue México en el siglo XIX. Además, en los primeros sesenta años de
independencia el fracaso del gobierno y de la economía, la guerra en el exterior
y la guerra civil dieron a cualquier grupo de hombres que viviera de las armas
mucha influencia, o al menos la posibilidad de elegir entre ingresar en el
ejército o la policía y cobrar del gobierno (lo cual en aquel tiempo, al igual
que más adelante, no excluía la extorsión) o persistir en el simple
bandolerismo.
Buen ejemplo de ello son los liberales de Benito Juárez, que en sus guerras
civiles carecían de patronazgo más tradicional. Sin embargo, los bandidos que
dieron origen a mitos populares fueron los que actuaron durante la dictadura de
Porfirio Díaz (1884-1911), época de estabilidad que precedió a la revolución
mexicana. Era posible ver a estos bandidos, ya entonces, como hombres que
desafiaban a la autoridad y al orden establecido. Más adelante, al examinarlos
con ojos favorables, podrían parecer los precursores de la revolución.22 Gracias
principalmente a Pancho Villa, el más eminente de todos los bandidos convertidos
en revolucionarios, esto ha dado al bandolerismo un grado singular de
legitimidad nacional en México, aunque no en Estados Unidos, donde en aquel
tiempo los bandidos mexicanos violentos, crueles y codiciosos se convirtieron en
los clásicos malos de las películas de Hollywood, al menos hasta 1922, año en
que el gobierno mexicano amenazó con prohibir que tales películas se exhibieran
en el país.23 Entre los otros bandidos que adquirieron fama nacional en vida
-Jesús Arriaga (Chucho "el Roto") en el centro de México, Heraclio Bernal en
Sinaloa, y Santana Rodríguez Palafox (Santanón) en Veracruz- por lo menos los
dos primeros aún gozan de popularidad. Bernal, muerto en 1889, entró y dejó la
política varias veces y es probablemente el más famoso en la época de los medios
de difusión, ensalzado en trece canciones, cuatro poemas y otras tantas
películas, algunas adaptadas para la televisión, pero sospecho que el embaucador
Chucho (fallecido en 1885), católico insolente pero anticlerical, que también
salió en las pantallas de la televisión, sigue estando más cerca del corazón del
pueblo.
A diferencia de México, Brasil pasó sin interrupción de colonia a imperio
independiente. Fue la Primera República (1889-1893) la que produjo, al menos en
los horribles hinterlands del noreste, las condiciones sociales y políticas
propicias al bandolerismo epidémico: es decir, transformó los grupos de
servidores armados que estaban vinculados a determinados territorios y familias
de la élite en tipos independientes que vagaban por la región de unos cien mil
kilómetros cuadrados que abarca cuatro o cinco estados. Los grandes catigageiros
del período 1890-1940 pronto adquirieron fama regional y su reputación se
propagó por vía oral y por medio de libros de coplas, que en Brasil no aparecen
antes de 1900,24 poetas y cantores locales.
Más adelante, la migración en masa a las ciudades del sur y la creciente
alfabetización llevarían esta literatura a las tiendas y los puestos de venta de
los mercados de las grandes ciudades como Sao Paulo. Los modernos medios de
difusión llevaron a los cangaqeiros, obvio equivalente brasileño del oeste
norteamericano, a las pantallas del cine y de la televisión, y cabe señalar que
el más famoso de ellos, Lampiáo, fue, de hecho, el primer gran bandido al que
filmaron vivo en el campo.25 De los dos bandidos más célebres, Silvino adquirió
fama de "ladrón noble" en vida, y los periodistas y otros reforzaron este mito
para contrastarlo con la reputación, grande pero no benévola, de Lampiáo, su
sucesor como "rey de las tierras del interior".
Con todo, lo interesante es la inclusión política e intelectual de los
cangaqeiros en la tradición nacional brasileña. Los escritores del noreste
tardaron muy poco en romantizarlos y, en todo caso, resultaba fácil utilizarlos
como prueba de la corrupción y la injusticia de la autoridad política. Por ser
Lampiáo un factor potencial en la política nacional, llamaron más la atención.
La Internacional Comunista incluso pensó en él como posible líder de
guerrilleros revolucionarios, quizá porque se lo sugeriría el dirigente del
partido comunista brasileño, Luis Carlos Prestes, que antes, como líder de la
"larga marcha" de rebeldes militares, había tenido trato con él (véanse las pp.
113114). Sin embargo, no parece que los bandidos interpretasen un gran papel
cuando, en el decenio de 1930, los intelectuales brasileños hicieron un
importante intento de crear un concepto de Brasil empleando elementos populares
y sociales en lugar de elitistas y políticos.
Fue en los decenios de 1960 y 1970 cuando una nueva generación de intelectuales
transformó al cangageiro en un símbolo de la condición de brasileño, de la lucha
por la libertad y el poder de los oprimidos; en resumen, como "símbolo nacional
de resistencia e incluso revolución.
26 Esto, a su vez, afecta a la manera de presentarlo en los medios de difusión,
aunque la tradición popular oral y de los libros de coplas todavía estaba viva
entre las gentes del noreste, al menos en el decenio de 1970.
La tradición colombiana ha seguido una trayectoria muy diferente.
Por razones obvias, la eclipsa totalmente la sangrienta experiencia de la era
posterior a 1948 (o, como prefieren algunos historiadores, 1946) conocida por el
nombre de la Violencia y sus secuelas. Fue en esencia un conflicto en el que se
mezclaron la lucha de clases, el regionalismo y el partidismo político de
habitantes de las regiones rurales que se identificaban, como en las repúblicas
del Río de la Plata, con alguno de los partidos tradicionales del país, en este
caso el liberal y el conservador. El conflicto dio paso a una guerra de
guerrillas en varias regiones después de 1948 y finalmente (aparte de allí donde
el ahora poderoso movimiento guerrillero comunista apareció en el decenio de
1960) a congeries de bandas armadas derrotadas que antes eran políticas y
dependían de las alianzas locales con hombres poderosos y de la simpatía de los
campesinos, aunque acabarían perdiendo ambas cosas. Fueron aniquiladas en el
decenio de 1960. El recuerdo que dejaron lo han descrito bien los mejores
expertos en la materia: Tal vez, exceptuando el recuerdo idealizado que todavía
albergan los campesinos en sus antiguas zonas de apoyo, el "bandido social"
también ha sido derrotado como personaje mítico ... Lo que tuvo lugar en
Colombia fue el proceso contrario del correspondiente al cangago brasileño. Con
el tiempo el cangago perdió gran parte de su ambigüedad característica y se
acercó a la imagen ideal del bandido social. El cangageiro acabó siendo un
símbolo nacional de virtudes nativas y la encarnación de la independencia
nacional ... En Colombia, por el contrario, el bandido personifica un monstruo
cruel e inhumano o, en el mejor de los casos, el "hijo de la Violencia",
frustrado, desorientado y manipulado por líderes locales. Ésta es la imagen que
ha aceptado la opinión pública.27 Sea cual sea la imagen que perdura en el siglo
XXI de los guerrilleros de las FARC, los paramilitares y los pistoleros del
cártel de la droga, ya no tendrán nada en común con el antiguo mito del bandido.
Para finalizar, ¿qué puede decirse de la más antigua y más permanente tradición
de bandolerismo social, la de China? Era igualitaria o al menos estaba en
desacuerdo con el ideal estrictamente jerárquico de Confucio, representaba
cierto ideal moral ("cumplir el designio del Cielo") y duró dos milenios. ¿Qué
puede decirse de los bandidos-rebeldes como Bai Lang (1873-1915), sobre el cual
cantaban:
Bai Lang, Bai Lang: Roba a los ricos para ayudar a los pobres, Y cumple el
designio del Cielo.
Todo el mundo piensa que Bai Lang es excelente: En dos años ricos y pobres
estarán igualados.28
Cuesta imaginar que los decenios de la pandemia de caudillos y bandidos que
siguieron al fin del imperio chino en 1911 serán recordados con mucho afecto por
quienes los experimentaron. No obstante, aunque las posibilidades para el
bandolerismo dis ni muyeron de manera espectacular después de 1949, cabría
sospechar que la tradición del bandido perduró en las tradicionales "regiones de
bandidos " de China, que siguió siendo esencialmente rural en los primeros
decenios de comunismo, a pesar de la hostilidad del partido.
Podemos suponer que migrará a las nuevas ciudades gigantescas que atraen a
millones de pobres del campo, en China como en Unisil. Asimismo, los grandes
monumentos literarios dedicados a la vida del bandido, como Shui Hu Chan,
ciertamente continuarán *trinando parte de la cultura de los chinos educados.
Tal vez encontrarán un futuro, tanto popular como intelectual, en las pantallas
chinas del siglo XXI, como el que se descubrió para los samurais errantes y los
caballeros andantes, que no son del todo distintos, en las japonesas del siglo
XX. Sospecho que su potencial como mitos románticos dista mucho de haberse
agotado.
NOTAS
1. Friedrich Katz, The Life and Times of Pancho Villa, Stanford, 1999, p. 830.
2. "The Bandit Giuliano", en Eric Hobsbawm, Uncommon People: Resistance,
Rebellion and Jazz, Londres, 1998, pp. 191-199.
3. Véase Xavier Torres i Sans, Els bandolers (s. XVI-XVII), Vic, 1991, cap. V.
4. J. C. Holt, Robin Hood, Londres, 1982, esp. pp. 154-155.
5 En castellano en el original. (N. del T.) 6. Me recordó esta predicción en
1998 el profesor José Nun de Buenos Aires, con el que había emprendido un viaje
al Chaco.
7. Hugo Chumbita, "Alias Maté Cosido", Todo Es Historia, n° 293 (noviembre de
1991), Buenos Aires, pp. 82-95.
8. Gaetano Cingari, Brigantaggio, proprietarí e contadini nel sud (1799-1900),
Reggio Calabria, 1976, pp. 205-266.
9. El doctor Andrzej Emeryk Mankowski ha tenido la amabilidad de facilitarme una
versión inglesa de su fascinante "Legenda Salapatka - "Orla"", basada en la
labor de campo efectuada por el Departamento de Etnología y Antropología
Cultural de la Universidad de Varsovia en 1988-1990.
10. Antonio Escudero Gutiérrez, "Jaime "el Barbudo": un ejemplo de bandolerismo
social", Estudis d'históría contemporánia del País Valencia, n° 3 (1982),
Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, pp. 57-88.
11. Xavier Costa Clavell, Bandolerismo, romerías y jergas gallegas, La Coruña,
1980, pp. 75-90.
12. Joseph Ritson, Robín Hood.A Collection ofAU íhe Ancient Poems, Songs and
Ballads now Extant, Londres, 1795,1832,1887.
13. Uwe Danker, Rauberbanden im Alten Reich um 1700: Ein Beitrag zur Geschichte
von Herrschaft und Kriminalitat in der Frühen Neuzeit, Francfort, 1988, vol. 1,
p. 474.
14. Phil Billingsley, Randits in Republican China, pp. 2,4, 51.
15. Figures de la gueuserie. Textes presentes par Roger Chartier, París, 1982,
pp.
83-96.
16. Maria Luciana Buseghin y Walter Corelli, "Ipotesi per l'interpretazione del
banditismo in Umbría nel primo decenio dell'Unitá", Istituto "Alcide Cervi"
Annali, 2/1980, pp. 265-280.
17. Torres i Sans, op. cit., pp. 206, 216; C. Bernaldo de Quirós, Luis Ardila,
El Bandolerismo Andaluz, Madrid, 1978, edición original 1933,passim; A. Escudero
Gutiérrez, op. cit., p. 73.
18. Félix Molina Téllez, El mito, la leyenda y el hombre. Usos y costumbres del
folklore, Buenos Aires, 1947, citado en Hugo Nario, Mesías y bandoleros
pámpanos, Buenos Aires, 1993, pp. 125-126; Hugo Chumbita, "Bandoleros
santificados", Todo Es Historia, n° 340 (noviembre de 1995), pp. 78-90.
19. Yves Castan, "L'image du brigand au xvme siécle dans le Midi de la Frailee
", en G. Orgalli, ed., Bande Ármate, Banditi, Banditismo e repressione di
giustizia negli stati europei di antico regime, Roma, 1986, p. 346.
20. Richard Gillespie, Soldiers of Perón: The Montoneros, Nueva York, 1982, cap.
2.
21. Sigo las ideas de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, insinuadas por primera
vez en su Bandoleros, gamonales y campesinos: el caso de la Violencia en
Colombia, Bogotá, 1983, p. 239. En inglés en "Political banditry and the
Colombian Violencia ", en Richard W. Slatta, ed., Bandidos: The varieties of
Latín American banditry, Wcstport, CT., 1987, p. 168.
22. Nicolé Girón, Heraclio Bernal: ¿Bandolero, cacique o precursor de la
revolución?, INAH, México D. E, 1976.
23. Alien L. Woll, "Hollywood Bandits 1910-1981", en Richard Slatta, ed.,
Bandidos: The varieties of Latin American banditry, Westport, CT., 1987, pp.
171-180.
24. Linda Lewin, "Oral Tradition and Élite Myth: The Legend of Antonio Silvino
in Brazilian Popular Culture", Journal of Latín American Lore, 5:2 (1979), pp.
57204.
25. Pancho Villa era general revolucionario cuando fue filmado por la Mutual
Film Corporation en 1914.
26. Gonzalo Sánchez, prólogo en Maria Isaura Pereira de Queiroz, Os Cangaceiros:
La epopeya bandolera del Nordeste de Brasil, Bogotá, 1992, pp. 15-16; véase
también Lewin, loe. cit., 202.
27. Gonzalo Sánchez y Donny Meertens, "Political Banditry and the Colombian
Violencia", en Richard W. Slatta, Bandidos: The varieties of Latín American
banditry, Westport, CT., 1987, p. 168.
* Eric Hobsbawm, Bandidos, Ed. Crítica, Barcelona
Fuente: http://www.elortiba.org/bandidos.html
Teoría Social
Sociedad y Mente en la Filosofía Marxiana *
Por Anton Pannekoek
1937
________________________________________
Este texto fue publicado por primera vez en inglés en el periódico académico
americano Ciencia y Sociedad (nº 4, verano de 1937).
Traducido del inglés por Roi Ferrero para el Círculo Internacional de Comunistas
Antibolcheviques.
________________________________________
I
La teoría de Marx del desarrollo social es conocida como la "concepción
materialista de historia" o "materialismo histórico". Antes de Marx, la palabra
"materialismo" había sido utilizada durante mucho tiempo en oposición al
idealismo, pues en tanto que los sistemas filosóficos idealistas asumían algún
principio espiritual, alguna "Idea Absoluta", como la base primaria del mundo,
las filosofías materialistas procedían partiendo del mundo material real. A
mediados del siglo XIX, era corriente otro tipo de materialismo que consideraba
la materia física como la base primaria de la que debe derivarse todo fenómeno
espiritual y mental. La mayoría de las objeciones que han sido alzadas contra el
marxismo son debidas al hecho de que no se ha distinguido suficientemente de
este materialismo mecánico.
La filosofía se condensa en la bien conocida cita: "no es la conciencia de los
hombres la que determina su existencia, sino, al contrario, es su existencia
social la que determina su conciencia". El marxismo no se ocupa de la antítesis
materia-mente; trata del mundo real y las ideas derivadas a partir de él. Este
mundo real comprende todo lo observable --es decir, todo lo que por la
observación pueda declararse un hecho objetivo--. Las relaciones salariales
entre obrero y patrón, la constitución de los Estados Unidos, la ciencia de la
matemática, aunque no consistentes en materia física, son efectivamente tan
reales y objetivas como la máquina de la fábrica, el Capitolio o el río Ohio.
Incluso las ideas mismas, a su vez, actúan como hechos reales, observables. El
materialismo mecánico asume que nuestros pensamientos están determinados por los
movimientos de los átomos en las células de nuestros cerebros. El marxismo
considera que nuestros pensamientos están determinados por nuestra experiencia
social observada a través de los sentidos o sentida como necesidades corporales
directas.
El mundo, para el hombre, es la sociedad. Por supuesto, el mundo más amplio es
la naturaleza, y la sociedad es la naturaleza transformada por el hombre. Pero
en el curso de la historia esta transformación fue tan completa que ahora la
sociedad es la parte más importante de nuestro mundo. La sociedad no es
simplemente un agregado de hombres; los hombres están conectados por relaciones
determinadas, no escogidas por su voluntad, sino impuestas a ellos por el
sistema económico bajo el que viven y en el que cada uno tiene su lugar.
Las relaciones que el sistema productivo establece entre los hombres tienen la
misma rigurosidad que los hechos biológicos; pero esto no significa que los
hombres piensen solamente en su comida. Significa que la manera en que el hombre
se gana la vida --es decir, la organización económica de la producción-- sitúa a
cada individuo en determinadas relaciones con sus compañeros, determinando así
su pensamiento y su sensibilidad. Es cierto, claro, que incluso hasta el
presente casi todos los pensamientos de los hombres se han orientado alrededor
de conseguir comida, porque el sustento nunca ha estado asegurado para todos. El
miedo a la necesidad y al hambre ha pesado como una pesadilla sobre las mentes
de los hombres. Pero, en un sistema socialista, cuando este miedo se haya
disipado, cuando la humanidad sea la dueña de los medios de subsistencia y el
pensamiento sea libre y creativo, el sistema de producción continuará también
determinando las ideas y las instituciones.
El modo de producción, que forma la mente del hombre, es, al mismo tiempo, un
producto del hombre. Ha sido edificado por la humanidad durante el curso de
siglos, participando todos en su desarrollo. En cualquier momento dado, su
estructura está determinada por las condiciones dadas, las más importantes de
las cuales son la técnica y el derecho. El capitalismo moderno no es simplemente
producción mediante maquinaria de gran escala; es producción por tales máquinas
bajo la dominación de la propiedad privada. El crecimiento del capitalismo no
fue solamente un cambio de una economía que utilizaba pequeñas herramientas a la
industria a gran escala, sino, al mismo tiempo, una transformación de los
artesanos gremiales en trabajadores asalariados y hombres de negocios. Un
sistema de producción es un sistema de técnica determinado, regulado para el
beneficio de sus poseedores por un sistema de normas jurídicas.
La tesis, citada a menudo, del jurista alemán Stammler, de que el derecho
determina el sistema económico ("das Recht bestimmt die Wirtschaft" ["el Derecho
determina la Economía"]), está basada en esta circunstancia. Stammler pensaba
que mediante esta sentencia había refutado el marxismo, que proclamaba la
dominación de la economía sobre las ideas jurídicas. Proclamando que el elemento
material, el aspecto técnico del proceso de trabajo, está gobernado y dominado
por elementos ideológicos, por las normas jurídicas con las que los hombres
regulan sus relaciones según su propia voluntad, Stammler se sintió convencido
de que había establecido el predominio de la mente sobre la materia. Pero la
antítesis entre la técnica y el derecho no coincide en absoluto con la antítesis
materia-mente. El derecho no es sólo una norma espiritual, sino también un duro
constreñimiento; no sólo un artículo en los libros estatutarios, sino también el
garrote del policía y los muros de la cárcel. Y la técnica no son sólo las
máquinas materiales, sino también la capacidad de construirlas, incluyendo la
ciencia de la física.
Las dos condiciones, la técnica y el derecho, juegan diferentes papeles en la
determinación del sistema de producción. La voluntad de aquéllos que controlan
las técnicas no puede crear estas técnicas, pero puede --y lo hace-- elaborar
las leyes. Estas son voluntarias, pero no caprichosas. No determinan las
relaciones productivas, pero toman ventaja de estas relaciones para el beneficio
de los propietarios y son alteradas para hacer frente a los adelantos en los
modos de producción. La manufactura que usa la técnica de pequeñas herramientas
conduce a un sistema de producción gremial, haciendo así necesaria la
institución jurídica de la propiedad privada. El desarrollo de la gran industria
hizo posible y necesario el crecimiento de la maquinaria a gran escala, e indujo
a la gente a remover los obstáculos jurídicos a su desarrollo y a establecer la
legislación de comercio del laissez-faire. La técnica determina, de este modo,
el derecho; ella es la fuerza subyacente, mientras que la ley pertenece a la
superestructura que descansa sobre ella. Así Stammler, siendo correcto en su
tesis en un sentido restringido, está equivocado en el sentido general.
Precisamente porque el derecho gobierna la economía, las personas buscan hacer
que tales leyes sean tal y como se requiere por parte de un equipamiento
productivo dado; de este modo, la técnica determina la ley. No hay ninguna
dependencia rígida, mecánica, entre ambas. El derecho no se ajusta
automáticamente a cada nuevo cambio de la técnica. La necesidad económica debe
ser sentida y, entonces, el hombre tiene que cambiar y ajustar sus leyes de
acuerdo con aquella. Lograr este ajuste es el difícil y doloroso propósito de
las luchas sociales. Esta es la quintaesencia y el objetivo de toda disputa
política y de todas las grandes revoluciones de la historia. La lucha por nuevos
principios jurídicos es necesaria para formar un nuevo sistema de producción
adaptado al enorme desarrollo moderno de la técnica.
La técnica, como fuerza productiva, es la base de sociedad. En la sociedad
primitiva, las condiciones naturales juegan el papel principal en la
determinación del sistema de producción. En el curso de la historia, los
instrumentos técnicos son mejorados gradualmente mediante pasos casi
imperceptibles. La ciencia natural, investigando las fuerzas de la naturaleza,
se convierte en la fuerza productiva más importante. Todos los tecnicismos en el
desarrollo y la aplicación de la ciencia, incluyendo la matemática más
abstracta, que es según todas las apariencias un ejercicio de la pura razón,
puede considerarse, por consiguiente, como perteneciente a la base técnica del
sistema de producción, a lo que Marx llamó las "fuerzas productivas". De este
modo, los elementos materiales (en un sentido físico) y mentales están
combinados en lo que los marxistas llamamos la base material de la sociedad.
La concepción marxiana de la historia pone al hombre viviente en el centro de su
esquema del desarrollo, con todas sus necesidades y todas sus capacidades, tanto
físicas como mentales. Sus necesidades no son sólo las necesidades de su
estómago (aunque éstas sean las más imperativas), sino también las necesidades
de la cabeza y del corazón. En el trabajo humano, el lado material, físico, y el
lado mental son inseparables; incluso el trabajo más primitivo del salvaje es
trabajo cerebral tanto como trabajo muscular. Sólo porque bajo capitalismo la
división del trabajo separó estas dos partes en funciones de clases diferentes,
mutilando en consecuencia las capacidades de ambas, los intelectuales acaban
pasando por alto su unidad orgánica y social. De este modo, podemos entender su
visión errónea del marxismo como una teoría que trata exclusivamente del aspecto
material de la vida.
II
El materialismo histórico de Marx es un método de interpretación de la historia.
La historia consiste en los hechos, en las acciones de los hombres. ¿Qué induce
estas acciones? ¿Qué determina la actividad del hombre?
El hombre, como un organismo con ciertas necesidades que deben satisfacerse como
condición de su existencia, está dentro de una naturaleza circundante, que
ofrece los medios para satisfacerlas. Sus necesidades y las impresiones del
mundo circundante son los impulsos, los estímulos a los que sus acciones
responden, justo como con todos los seres vivos. En el caso del hombre, la
conciencia se interpone entre el estímulo y la acción. La necesidad, tal como se
siente directamente, y el mundo circundante tal como es observado a través de
los sentidos, trabajan en la mente, producen pensamientos, ideas y miras,
estimulan la voluntad y ponen al cuerpo en acción.
Los pensamientos y objetivos de un hombre activo son considerados por él como la
causa de sus acciones; no se pregunta de donde vienen estos pensamientos. Esto
es especialmente cierto porque los pensamientos, ideas y objetivos, no son como
una norma derivada de las impresiones por el razonamiento consciente, sino que
son el producto de procesos espontáneos subconscientes en nuestras mentes. Para
los miembros de una clase social, las experiencias diarias de la vida
condicionan, y las necesidades de clase moldean, la mente según una determinada
línea de sentimiento y de pensamiento, para producir determinadas ideas sobre lo
que es útil y lo que es bueno o malo. Las condiciones de una clase son
necesidades de vida para sus miembros, y ellos consideran lo que es bueno o malo
para ellos como lo bueno o malo en general. Cuando las condiciones están
maduras, los hombres entran en acción y dan forma a la sociedad de acuerdo con
sus ideas. La burguesía francesa ascendente en el siglo XVIII, sintiendo la
necesidad de las leyes del laissez-faire, de la libertad personal para los
ciudadanos, proclamó la libertad como consigna, y en la Revolución francesa
conquistó el poder y transformó la sociedad.
La concepción idealista de la historia explica los acontecimientos históricos
como causados por las ideas de los hombres. Esto es equivocado, en tanto que
confunde la fórmula abstracta con una acepción concreta especial, pasando por
alto el hecho de que, por ejemplo, la burguesía francesa quería sólo aquella
libertad que fuera buena para sí misma. Es más, omite el problema real, el
origen de estas ideas. La concepción materialista de la historia explica estas
ideas como causadas por las necesidades sociales que surgen de las condiciones
del sistema de producción existente. De acuerdo con este punto de vista, los
acontecimientos de la historia están determinados por fuerzas que provienen del
sistema económico existente. La interpretación histórico-materialista de la
Revolución francesa en términos de un capitalismo ascendente que requería un
Estado moderno con legislación adaptada a sus necesidades, no contradice la
concepción de que la Revolución fue provocada por el deseo del ciudadano de
liberarse de las restricciones; simplemente, va más allá, a la raíz del
problema. Pues el materialismo histórico sostiene que el capitalismo ascendente
produjo en la burguesía la convicción de que la libertad económica y política
era necesaria, y así despertó la pasión y el entusiasmo que permitieron a la
burguesía conquistar el poder político y transformar el Estado.
De este modo, Marx estableció la causalidad en el desarrollo de sociedad humana.
No es una causalidad externa al hombre, pues la historia es al mismo tiempo el
producto de la acción humana. El hombre es un eslabón en la cadena de causa y
efecto; la necesidad en el desarrollo social es una necesidad lograda por medio
de la acción humana. El mundo material actúa sobre el hombre, determina su
conciencia, sus ideas, su voluntad, sus acciones, y así él reacciona sobre el
mundo y lo cambia. Para el modo de pensar de la clase media tradicional, esto es
una contradicción --la fuente de interminables tergiversaciones del marxismo--:
o las acciones del hombre determinan la historia, como ellos dicen, y no hay
ninguna causalidad necesaria porque el hombre es libre; o si, como el marxismo
sostiene, hay necesidad causal, ésta sólo puede funcionar como una fatalidad a
la que el hombre tiene que someterse sin poder cambiarla. Para el modo de pensar
materialista, al contrario, la mente humana está circunscrita por una estricta
dependencia causal al conjunto del mundo circundante.
Los pensamientos, las teorías, las ideas, que los anteriores sistemas de
sociedad han forjado así en la mente humana, han sido preservados para la
posteridad, en primer lugar en la forma material de la actividad histórica
subsiguiente. Pero también han sido preservados en una forma espiritual. Las
ideas, sentimientos, pasiones e ideales que incitaron a las generaciones
anteriores a la acción se asentaron en la literatura, en la ciencia, en el arte,
en la religión y en la filosofía. Entramos en contacto directo con ellas en el
estudio de las humanidades. Estas ciencias pertenecen a los campos de
investigación más importantes para los estudiosos marxianos; las diferencias
entre las filosofías, las literaturas, las religiones de pueblos diferentes en
el curso de siglos sólo pueden entenderse en términos de moldeamiento de las
mentes de los hombres por medio de sus sociedades, es decir, por medio de sus
sistemas de producción.
Se ha dicho más arriba que los efectos de la sociedad sobre la mente humana han
sido depositados bajo una forma material en los acontecimientos históricos
subsiguientes. La cadena de causa y efecto de los acontecimientos pasados, que
procede de las necesidades económicas a las nuevas ideas, de las nuevas ideas a
la acción social, de la acción social a las nuevas instituciones y de las nuevas
instituciones a nuevos sistemas económicos, se reproduce siempre de modo
completo. Tanto la causa original como el efecto final son económicos y podemos
reducir el proceso a una breve fórmula omitiendo los términos intermedios que
involucra la actividad de la mente humana. Podemos ilustrar, entonces, la verdad
de los principios marxianos mostrando cómo, en la historia actual, el efecto
sigue a la causa. Analizando el presente, no obstante, vemos numerosas cadenas
causales que están inacabadas. Cuando la sociedad actúa sobre las mentes de los
hombres, produce a menudo ideas, ideales y teorías que no tienen éxito en
despertar a los hombres a la acción social o por motivos de clase, o que
fracasan en provocar los cambios políticos, jurídicos y económicos necesarios.
Frecuentemente, también encontramos que las nuevas condiciones no se imprimen al
momento en la mente. Detrás de las simplicidades aparentes se esconden
complejidades tan inesperadas que sólo un instrumento especial de interpretación
puede descubrirlas en ese momento. El análisis marxiano nos permite ver las
cosas más nitidamente. Empezamos a ver que estamos dentro de un proceso cargado
de influencias convergentes, en medio de la lenta maduración de nuevas ideas y
tendencias que constituyen la preparación gradual de la revolución. Esta es la
razón de que sea importante para la generación presente, que hoy tiene que
planear la sociedad del mañana, saber como pueden ellos utilizar la teoría
marxiana en la comprensión de los acontecimientos y en la determinación de su
propia conducta. Por eso será necesaria aquí una consideración más completa de
cómo la sociedad actúa sobre la mente.
III
La mente humana está enteramente determinada por el mundo real circundante. Ya
hemos dicho que este mundo no se restringe solamente a la materia física, sino
que comprende todo lo que es objetivamente observable. Los pensamientos e ideas
de nuestros prójimos, que observamos por medio de su conversación o mediante
nuestra lectura, están incluidos en este mundo real. Aunque los objetos
imaginativos de estos pensamientos, como ángeles, espíritus o una Idea Absoluta,
no pertenecen a él, la creencia en tales ideas es un fenómeno real y puede tener
una influencia notable en los acontecimientos históricos.
Las impresiones del mundo penetran la mente humana como un arroyo continuo.
Todas nuestras observaciones del mundo circundante, todas las experiencias de
nuestras vidas, están enriqueciendo continuamente los contenidos de nuestros
recuerdos y nuestras mentes subconscientes.
La recurrencia de una situación casi igual y de la misma experiencia conduce a
determinados hábitos de actuación; éstos están acompañados por determinados
hábitos de pensamiento. La repetición frecuente de la misma secuencia de
fenómenos observada se retiene en la mente y produce una expectativa de
secuencia. La pauta de que estos fenómenos siempre están relacionados, actúa
entonces de este modo. Pero esta pauta --a veces, elevada a ley de la
naturaleza-- es una abstracción mental de una multitud de fenómenos análogos, en
los que las diferencias son desdeñadas y se enfatiza la concordancia. Los
nombres por los que designamos determinadas partes similares del mundo
fenoménico indican concepciones que están formadas igualmente tomando sus rasgos
comunes, el carácter general de la totalidad de estos fenómenos, y
abstrayéndolos de sus diferencias. La diversidad interminable, la pluralidad
infinita de todos los rasgos insignificantes, accidentales, es omitida, y se
conservan las características importantes, esenciales. Por su origen como
hábitos de pensamiento, estos conceptos se vuelven fijos, cristalizados,
invariables; cada avance en la claridad del pensamiento consiste en definir más
exactamente los conceptos en lo que se refiere a sus propiedades, y en formular
más exactamente las pautas. El mundo de la experiencia, sin embargo, está
expandiéndose continuamente y cambiando; nuestros hábitos son perturbados y
deben ser modificados, y nuevos conceptos sustituir a los viejos. Los
significados, las definiciones, el alcance de los conceptos, todo se trastoca y
varía.
Cuando el mundo no cambia mucho, cuando los mismos fenómenos y las mismas
experiencias retornan siempre, los hábitos de actuar y pensar llegan a fijarse
con gran rigidez; las nuevas impresiones de la mente se encajan en la imagen
formada por la experiencia anterior y la intensifican. Estos hábitos y estos
conceptos no son ninguna propiedad personal, sino propiedad colectiva; no se
pierden con la muerte del individuo. Se intensifican por la interrelación mutua
de los miembros de la comunidad, que viven todos en el mismo mundo; son
transferidos a la generación siguiente como un sistema de ideas y creencias, una
ideología --la reserva mental de la comunidad--. Donde durante muchos siglos el
sistema de producción no cambia perceptiblemente, como por ejemplo en las viejas
sociedades agrarias, las relaciones entre los hombres, sus hábitos de vida, su
experiencia del mundo, permanecen prácticamente idénticas. En cada nueva
generación que vive bajo tal sistema productivo estático, las ideas, conceptos y
hábitos de pensamiento existentes se petrificarán cada vez más en una ideología
dogmática e inexpugnable de verdades eternas.
Cuando, sin embargo, a consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas,
el mundo está cambiando, entran en la mente nuevas y diferentes impresiones que
no encajan con la vieja imagen. Allí empieza, entonces, un proceso de
reconstrucción, a partir de los fragmentos de las viejas ideas y de las nuevas
experiencias. Los viejos conceptos son reemplazados por los nuevos, los papeles
y juicios anteriores son trastocados y emergen nuevas ideas. Ahora todos los
miembros de una clase o grupo son afectados de manera idéntica y simultánea.
Surge la disputa ideológica en relación con las luchas de clases y es proseguida
ansiosamente, porque todas las diferentes vidas individuales están enlazadas de
diversas maneras con el problema de cómo modelar la sociedad y su sistema de
producción. Bajo el capitalismo moderno, los cambios económicos y políticos
tienen lugar tan rápidamente que la mente humana apenas puede seguirles el paso.
En las feroces luchas internas, las ideas se revolucionan, algunas veces
rápidamente, por acontecimientos espectaculares, otras veces lentamente, por la
guerra continua contra el peso de la vieja ideología. En tal proceso de
transformación incesante, la conciencia humana se adapta a la sociedad, al mundo
real.
Por eso, la tesis de Marx de que el mundo real determina la conciencia no
significa que las ideas contemporáneas estén solamente determinadas por la
sociedad contemporánea. Nuestras ideas y conceptos son la cristalización, la
esencia comprensiva de la totalidad de nuestra experiencia, presente y pasada.
Lo que ya fue fijado en el pasado bajo formas mentales abstractas debe ser
incluido con las adaptaciones del presente que sean necesarias. Las nuevas ideas
parecen, así, surgir de dos fuentes: la realidad presente y el sistema de ideas
transmitido desde el pasado. A partir de esta distinción surge una de las
objeciones más comunes contra el marxismo. La objeción, a saber, es que no sólo
el mundo material real, sino en no menor grado los elementos ideológicos --las
ideas, creencias e ideales-- determinan la mente del hombre y así sus acciones,
y por consiguiente el futuro del mundo. Ésta sería una crítica correcta si las
ideas se originasen solas, sin causa, de la naturaleza innata del hombre o de
alguna fuente espiritual sobrenatural. El marxismo, sin embargo, dice que estas
ideas tienen que tener también su origen en el mundo real bajo condiciones
sociales.
Como fuerzas en el desarrollo social moderno, estas ideas tradicionales estorban
la propagación de las nuevas ideas que expresan las nuevas necesidades. Al tener
en cuenta estas tradiciones no nos salimos del dominio del marxismo. Pues toda
tradición es un pedazo de realidad, así como cada idea es ella misma una parte
del mundo real, que vive en la mente de hombres; a menudo, es una realidad muy
poderosa como determinante de las acciones de los hombres. Es una realidad de
naturaleza ideológica, que ha perdido sus raíces materiales a causa de que las
anteriores condiciones de vida que las produjeron han desaparecido ya. Que estas
tradiciones pudieran persistir después de que sus raíces materiales hayan
desaparecido no es simplemente una consecuencia de la naturaleza de la mente
humana, que es capaz de conservar en la memoria o subconscientemente las
impresiones del pasado. Mucho más importante es que la memoria social, la
perpetuación de las ideas colectivas, puede ser conceptualizada y sistematizada
en la forma de creencias e ideologías predominantes y transferida a las
generaciones futuras en las comunicaciones orales, en los libros, en la
literatura, en el arte y en la educación. El mundo circundante que determina la
mente no consiste sólo en el mundo económico contemporáneo, sino también en
todas las influencias ideológicas derivadas de la interrelación continua con
nuestros prójimos. De aquí procede el poder de la tradición, que en una sociedad
que se desarrolla rápidamente provoca que el desarrollo de las ideas vaya por
detrás del desarrollo de la sociedad. Al final, la tradición tiene que rendirse
a la fuerza del golpeo incesante de las nuevas realidades. Su efecto en el
desarrollo social es que, en lugar de permitir un ajuste gradual y regular de
las ideas y las instituciones, en correspondencia con las necesidades
cambiantes, estas necesidades, cuando se ponen con demasiada fuerza en
contradicción con las viejas instituciones, conducen a explosiones, a
transformaciones revolucionarias, mediante las cuales las mentes retrasadas son
arrastradas hacia delante y son ellas mismas revolucionadas.
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/pannekoek/1937/filosofia-marxiana.htm
* Enviado por Gustavo Battistoni
Economía
“Al
final, Marx tenía razón: el capitalismo es autodestructivo”
Entrevista a Nouriel Roubini *
11/09/11
Nouriel Roubini, el "gurú" del sistema que se hizo famoso prediciendo la crisis
de 2008, concedió recientemente una entrevista televisada al Wall Street
Journal.
Wall Street Journal: Usted pintó una imagen sombría del crecimiento
económicobajo par en curso, con creciente riesgo de otra recesión a la vuelta de
la esquina. Eso suena terrible. ¿Qué puede hacer el gobierno y qué pueden hacer
las empresas para volver a encarrilar la economía, o se trata simplemenete de
sentarse y esperar la tormenta?
Roubini: Las empresas no están haciendo nada. No están sirviendo de ayuda. Todo
este riesgo no hace sino ponerlas más nerviosas. Tiene su lado bueno esperar.
Dicen que están haciendo recortes porque hay exceso de capacidad y que no
contratan a trabajadores porque no hay suficiente demanda final, pero hay una
paradoja aquí. Si no estás contratando trabajadores, no habrá suficientes
ingresos salariales, suficiente confianza en los consumidores, suficiente
consumo, no habrá suficiente demanda final. En los últimos dos o tres años hemos
experimentado un genuino empeoramiento porque hemos asistido a una radical
redistribución del ingreso desde el trabajo hacia el capital, desde los salarios
hacia los beneficios, y la desigualdad de ingresos ha crecido y la propensión
marginal al gasto de un hogar es mayor que la propensión marginal de una
empresa, porque, si comparamos empresas con hogares, éstos últimos tienen más
propensión al ahorro. De modo que la redistribución del ingreso y de la riqueza
empeora el problema de la inadecuada demanda agregada.
Karl Marx llevaba razón. Llegado a cierto punto, el capitalismo puede destruirse
a sí mismo. No puedes perseverar en el desplazamiento de ingresos del trabajo al
capital sin tener un exceso de capacidad y una falta de demamnda agregada. Y eso
es lo que ha ocurrido. Pensábamos que los mercados funcionaban. Pues no están
funcionando. El individuo puede ser racional. La empresas, para sobrevivir y
salir adelante, puede abaratar más y más los costes del trabajo, pero los costes
del trabajo son los ingresos y el consumo de algún otro. Por eso es un proceso
autodestructivo.
*Nouriel Roubini es profesor de economía en la New York University
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4415
El
capitalismo convulsiona y Marx vuelve
Por Álvaro José Aurane
Domingo 16 de Octubre de 2011 | En Cómo cambiar el mundo (Crítica), una de las
obras más relevantes de las publicadas en la Argentina durante este año, el
celebrado historiador Eric Hobsbawm estudia el impacto del pensamiento de Karl
Marx y de Frederick Engels, y plantea que el autor del Manifiesto comunista
todavía tiene mucho que decir.
Hay una cuestión histórica. Es el fin del marxismo oficial de la ya extinta
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A dos décadas de su desaparición, ya
ha pasado suficiente tiempo como para que Marx se haya liberado de la
identificación pública con el leninismo, en la teoría, y con los regímenes
leninistas, en la práctica. Y hay otra circunstancia de indudable actualidad. El
mundo capitalista globalizado que surgió en la década de 1990 era, en sus
aspectos cruciales, asombrosamente parecido al mundo que él anticipó en el
Manifiesto comunista. Un panfleto que, casi de manera premonitoria, se dio el
lujo de celebrar sus 150 años de vida en ese año de intensa agitación económica
como fue 1998.
Este es tan sólo un par de motivos por los cuales, a criterio de Eric Hobsbawm,
el historiador vivo más conocido del planeta, queda perfectamente esclarecido
que todavía hay muchas y buenas razones para tener en cuenta lo que Marx tiene
que decir acerca del mundo.
Cómo cambiar el mundo es, entonces, una utopía esencial, una pregunta quemante
en esta coyuntura de mercados crujientes, y una de las publicaciones más
importantes aparecidas durante este año, cuanto menos, en la Argentina. Una obra
que, en 500 páginas, indaga la consigna de su título en esas mismas tres
categorías.
Precisamente, una primera aclaración acerca de Cómo cambiar el mundo consiste en
que se trata de una recopilación de las obras del intelectual británico que
están vinculadas con el marxismo y que fueron escritas durante más de medio
siglo. Concretamente, entre 1956 y 2009. El volumen es, básicamente, un estudio
del desarrollo y del impacto póstumo del pensamiento de Karl Marx y del
inseparable Frederick Engels.
De esta delimitación surge una segunda advertencia: no es una historia del
marxismo, aunque incluye seis capítulos que Hobsbawm escribió para Storia del
Marxismo, publicada en Italia entre fines de los 70 y principios de los 80. Esos
capítulos, revisados, corregidos y reescritos, han sido complementados con otro
(el XV) sobre la recesión marxista a partir de 1983. Una recesión que no es
solamente política sino, fundamental y lamentablemente, intelectual.
En definitiva, el propio autor precisa que escribe para dos clases de lectores.
Para los que simplemente están interesados en el tema y, sobre todo, para los
que tienen un interés puntual en Marx, el marxismo y la interacción entre el
contexto histórico y el desarrollo y la influencia de las ideas. Lo que demanda
de una tercera especificación preliminar, indispensable para la lectura y el
comentario de Cómo cambiar el mundo. "Lo que he tratado de proporcionar a ambos
tipos de lectores -subraya él-es la idea de que el debate sobre Marx y el
marxismo no puede limitarse a una polémica a favor o en contra".
Con ustedes, el marxismo Nacido nada menos que en el año de la Revolución Rusa,
Hobsbawm es un privilegiado testigo europeo del Siglo XX. Uno que, a pesar de
semejante condición, considera que el marxismo sí necesita de presentaciones.
"Durante los últimos 130 años ha sido el tema fundamental de la música
intelectual del mundo moderno; y a través de su capacidad de movilizar fuerzas
sociales, una presencia crucial, en determinados períodos decisiva, de la
historia del Siglo XX".
Y así como se preocupa en definirlo, también se ocupa de llenar ese concepto de
sentido. Lo hace a partir de pautar que, pasados 25 años de la muerte de Karl
Marx (falleció en 1883), los partidos de la clase obrera europea fundados en su
nombre, o que reconocían estar inspirados en él, tenían entre el 15% y el 47%
del voto en los países con elecciones democráticas. Gran Bretaña era la única
excepción. Después de 1918, muchos de ellos fueron partidos de gobierno, y
siguieron siéndolo hasta el final del fascismo, aunque entonces la mayoría de
esas fuerzas se apresuraron a desdeñar su inspiración original. Un dato más:
todos esos movimientos existen todavía.
Pero más aún: 70 años después de Marx, una tercera parte de la raza humana vivía
bajo regímenes gobernados por partidos comunistas que presumían de representar
sus ideas y de hacer realidad sus aspiraciones. "Bastante más de un 20% aún
siguen en el poder, a pesar de que sus partidos en el Gobierno, con algunas
pocas excepciones, han cambiado drásticamente sus políticas. Resumiendo: si
algún pensador dejó una importante e indelegable huella en el siglo XX, ese fue
él", argumenta.
Claro que el pensador inglés no sólo reconoce sino que patentiza que la era de
los regímenes comunistas, y de los partidos comunistas de masas, tocó su fin con
la caída de la URSS; y que allí donde aún sobreviven -como en China y la India-,
en la práctica han abandonado el viejo proyecto del marxismo leninismo. "Cuando
esto ocurrió, Marx volvió a encontrarse en tierra de nadie -admite-. Sin
embargo, hoy en día es, otra vez y más que nunca, un pensador para el siglo XXI".
¿Por qué?
Regresó y fue internet Marx, si no es pasión de multitudes, cuanto menos es
objeto de millones de páginas web. Y en el Reino Unido, plantea Hobsbawm, si se
realiza una búsqueda en Google con su nombre, el resultado (en ese ránking
virtual) lo coloca apenas por debajo de Charles Darwin y de Albert Einstein, y
muy por encima de Adam Smith y de Sigmund Freud.
Tamaña vigencia se debe, según el autor, a que Marx tiene mucho que decir a
aquellos que quieren que el mundo sea una sociedad diferente y mejor de la que
tenemos hoy en día. "En octubre de 2008 -rememora-, cuando el Financial Times
londinense publicó el titular Capitalismo en convulsión, ya no podía haber
ninguna duda de que había vuelto a la escena pública".
Paradójicamente, esta vez fueron los capitalistas, y no los socialistas, quienes
redescubrieron al autor de El capital. "Los socialistas estaban demasiado
desalentados", los chicanea con flemático humor del Reino Unido.
Pero el Marx del siglo XXI será muy distinto del Marx de la centuria pasada.
Sustancialmente, "porque lo que la gente pensaba de Marx en el siglo pasado
estaba dominado por tres hechos. La división de países entre los que tenían en
su agenda la revolución y los que no. El segundo se desprende del primero: la
herencia de Marx se bifurcó naturalmente en herencia socialdemócrata y
reformista, y en una herencia revolucionaria, dominada abrumadoramente por la
Revolución Rusa". El tercero es el derrumbe del capitalismo decimonónico y de la
sociedad burguesa del siglo XIX, en lo que Hobsbawm denomina "la era de la
catástrofe". La crisis capitalista que va de 1914 hasta finales de la década del
40 hizo que muchos dudasen de que el capitalismo pudiera recuperarse. De hecho,
cuando se recompuso, no lo hizo con su antigua forma.
"Estos acontecimientos y sus implicancias en la teoría pertenecen al período
posterior a la muerte de Marx y de Engels, más allá del alcance de la
experiencia y de las valoraciones de Marx. Así pues, la afirmación de que el
socialismo era superior al capitalismo como modo de asegurar el rápido
desarrollo de las fuerzas de producción no pudo haber sido pronunciada por Marx.
Pertenece a la era en que la crisis capitalista de entreguerras y a la URSS de
los planes quinquenales".
Todavía vigente Hobsbawm reivindica a Marx como historiador y analista, y como
padre fundador (con Émile Durkheim y Max Weber) del pensamiento moderno sobre la
sociedad. Pero sobre todo como pensador económico. "Lo que nunca perdió
importancia contemporánea es la visión de Marx del capitalismo como modalidad
históricamente temporal de la economía humana y su análisis del modus operandi,
siempre en expansión y concentración, generando crisis y autotransformándose".
Es perfectamente obvio para el historiador marxista que mucho de lo que escribió
el autor de Teorías sobre la plusvalía está obsoleto, hasta el punto de que
parte de ello no es -o ya no es-aceptable. Y es evidente que sus obras no forman
un corpus acabado. Y que nadie va ya a convertirlo en dogma, o en ortodoxia
institucionalmente apuntalada. Sin embargo, con idéntica certeza, advierte que
hay una serie de características esenciales del análisis del autor de El 18
Brumario de Luis Bonaparte que siguen siendo válidas y relevantes. La primera es
el análisis de la irresistible dinámica global del desarrollo económico
capitalista y su capacidad de destruir todo lo anterior, incluyendo aquellos
aspectos de la herencia del pasado humano de los que se benefició el
capitalismo, como las estructuras familiares. La segunda es el análisis del
mecanismo de crecimiento capitalista mediante la generación de contradicciones
internas: crecimiento abocado a la crisis y al cambio, todos produciendo
concentración de riqueza en una economía cada vez más globalizada.
La tercera característica es puesta en palabras del premio Nobel de Economía
John Hicks. "La mayoría de aquellos que desean establecer un curso general de la
historia utilizarían las categorías marxistas o una versión modificada de ellas,
puesto que hay pocas versiones alternativas disponibles".
Va en serio Lo meritorio de Cómo cambiar el mundo es que, se compartan sus ideas
o no, propone un debate ilustrado y en serio sobre el pensamiento y la
influencia de las obras de Marx y de Engels. Y eso va mucho más allá de las 39
páginas de notas bibliográficas que completan el tomo.
En Marx, Engels y el socialismo premarxiano se puntualiza que ambos pensadores
"llegaron relativamente tarde al comunismo". Y se plantea, documentadamente,
cuánto sabían ellos dos de los movimientos socialistas y comunistas de Francia,
Gran Bretaña y EE.UU. que los precedieron. Y cuánto les deben.
Marx, Engels y la política refiere a las ideas y opiniones de ambos sobre el
Estado y sus instituciones; y acerca del aspecto político de la transición del
capitalismo al socialismo: la lucha de clases, la revolución, el modo de
organización, la táctica y la estrategia del movimiento socialista.
Sobre el Manifiesto comunista es un claro ejemplo de la rigurosidad con la que
Hobsbawm aborda la discusión. En ese capítulo da cuenta de que, aunque antes de
la Revolución Rusa se habían publicado varios cientos de ediciones en 30 lenguas
(incluyendo tres en japonés y una en chino), la principal área de influencia del
panfleto fue el cinturón central de Europa. Y detalla que hubo 70 ediciones en
lengua rusa más otras 35 en las lenguas del imperio zarista: 11 en polaco, siete
en yiddish, seis en finlandés, cinco en ucraniano, cuatro en georgiano y dos en
armenio. Hubo 55 en alemán. Y, para el imperio Habsburgo, nueve en húngaro, ocho
en checo, tres en croata, una en eslovaco y otra en esloveno. 34 en inglés, 26
en francés, y 11 en italiano. En el suroeste de Europa, en cambio, el impacto
fue menor. Sólo 7 ediciones en búlgaro, cuatro en serbio, cuatro en rumano y una
en ladino. Para el norte de Europa, seis ediciones en danés, cinco en sueco y
dos en noruego.
Descubriendo los Grundrisse rescata un conjunto de escritos maduros de Marx que,
a los efectos prácticos, fueron totalmente desconocidos para los marxistas hasta
medio siglo después de la muerte de él. Antes, cuestiona severamente al francés
Louis Althusser y al italiano Antonio Negri. Los acusa de promover debates sobre
el marxismo "con una formación francamente insuficiente en lo relativo a la
literatura marxiana".
En Marx y las formaciones precapitalistas se ocupará de las ideas de Marx y de
Engels sobre la periodización y evolución históricas. Y esto es sólo medio
libro, que lleva por nombre Marx y Engels. Le sigue Marxismo.
Aquí, allá y en todas partes Aunque parados en veredas irreconciliables, quienes
protagonizan las discusiones a favor y en contra del marxismo tienen un asunto
en común (la falta de originalidad) y comparten dos razones. Una, que es
buscada, consiste en instalar las ideas en las masas. La otra es inevitable: la
ignorancia. La palabra escrita, mal que pese a los que escriben, no sobrevive,
advierte Hobsbawm en El dr. Marx y los críticos victorianos. Y muchos nada saben
del contenido del marxismo, ya sea para rescatarlo o para denostarlo.
En La influencia del marxismo 1880-1914, se establece una suerte de
periodización de esa incidencia. El surgimiento de los partidos obreros y
socialistas (1880), la expansión del capitalismo global (mediados de 1890) y la
Revolución Rusa. Pero se trasciende la escena económica y política (y lo hace
largamente) para reparar en la influencia sobre la sociología y el arte.
Hay un merecido capítulo dedicado a rescatar la figura de Antonio Gramsci. Y al
final, en Marx y el trabajo: el largo siglo, puede leerse un oportuno ensayo
sobre el movimiento organizado de la clase obrera.
Lemas e interpretaciones "Hasta qué punto habría aprobado el propio Marx lo que
se ha llevado a cabo en su nombre, y qué habría pensado de las doctrinas a
menudo transformadas en el equivalente laico de las teologías, oficialmente
aceptadas como verdad inmutable, es un tema que puede suscitar interesantes
especulaciones, aunque no académicas", distingue agudamente Hobsbawm en La
influencia del marxismo 1945-1983.
Como complemento, deja una sentencia sin medias tintas. Sostiene que ningún
pensador como el autor de La miseria de la filosofía ha igualado jamás con más
éxito el lema que el propio Marx escribió en Tesis sobre Feuerbach. "Hasta ahora
los filósofos sólo han interpretado el mundo: la cuestión es cambiarlo".
Álvaro José Aurane es Licenciado en Comunicación Social, prosecretario de
Redacción y columnista político de La Gaceta de Tucumán, profesor de Historia
Contemporánea en la Unsta.
Fuente: http://www.lagaceta.com.ar/nota/460139/LA_GACETA_Literaria/capitalismo-convulsiona-Marx-vuelve.html
Economía
Engels, Malthus y los siete mil millones
Por Cecilia Soto
La ONU ha escogido por razones de visibilidad el 31 de octubre como la fecha en
la que presuntamente seremos siete mil millones de seres humanos sobre nuestro
planeta. Se trata apenas de una convención para darle relevancia al tema
poblacional porque en realidad no se sabe bien si ya sumamos los siete mil
millones o si los alcanzaremos en uno o dos años. Lo importante es que, a
diferencia de hace menos de dos décadas, cuando el crecimiento poblacional era
percibido como una amenaza y se creía religiosamente que el planeta contaba con
una dotación fija de recursos naturales, hoy existe un clima intelectual que
permite recibir ese siete y sus nueve ceros, con optimismo: además de la
placentera actividad que resulta en embarazos y nacimientos, algo ha hecho bien
la humanidad que ha permitido una tasa sostenida de crecimiento poblacional.
En 1845, a los 24 años de edad, Federico Engels, el inseparable colega de Carlos
Marx, acabó con la tesis de Thomas Malthus, que sostenía que mientras que la
población crecía geométricamente, la producción de alimentos sólo lo hacía
aritméticamente, provocando cada tanto tiempo hambrunas entre la población
“sobrante”. Engels planteó que la misma existencia de esta población “sobrante”
demostraba que la agricultura crecía geométricamente, pues de otra manera la
población no podría haber sobrevivido sin comer y postuló que el potencial
productivo de la agricultura era “inconmensurable” si las condiciones sociales
permitieran la aplicación de la ciencia y el crecimiento de la productividad de
los agricultores.
Poco más de 130 años después, el Banco Mundial, en obediencia a la élite
americana y europea, intentó con bastante éxito rescatar y acicalar el cadáver
de Thomas Malthus y convertir en paradigma la existencia de una supuesta “bomba
poblacional”, ubicada en los países del entonces llamado Tercer Mundo, que
amenazaba la existencia misma del planeta, cuyos recursos naturales eran
“escasos y finitos”. Julian Simon, un economista americano, inició desde 1970
una cruzada intelectual en la que —al igual que Engels aunque a Simon se le
ubica en la “derecha” — demolía todos y cada uno de los argumentos de los
neomalthusianos.
La cuestión fundamental que demostraron tanto Engels como Simon y cuya prueba es
la existencia y el desarrollo de nuestra especie es que los recursos naturales
no existen per se. Es la práctica humana, a través de sus avances científicos y
tecnológicos, la que define en diferentes épocas y de diferentes maneras, qué es
un recurso natural, cuál es su importancia estratégica y qué deja de tener
importancia en determinado momento del desarrollo. Desde esta perspectiva, los
recursos naturales sólo son relativamente finitos según se definan por la
tecnología prevaleciente. Ejemplo de ello son las chapopoteras que en tiempos
prehispánicos apenas servían para pintura ornamental. La tecnología de finales
del siglo XIX y del siglo XX convirtió a los hidrocarburos en recursos
energéticos de primera importancia. Hoy la tecnología de aguas profundas define
como hidrocarburos comercialmente accesibles a recursos que antes era impensable
explotar.
El descubrimiento de tecnologías que permitan ensanchar el abanico de recursos
que sostengan a determinada población no es algo ineluctable como lo demuestran
el colapso demográfico de la civilización maya hacia el año mil de nuestra era o
el que encogió a la población europea a la mitad en los siglos XIII y XIV debido
a la peste, ambas catástrofes vinculadas con graves alteraciones ecológicas y
económicas.
Por ello, el fomento de las condiciones en las que florezcan la ciencia y la
tecnología se revela como fundamental para sustentar el crecimiento y mejorar
las condiciones de vida de la población. Las revoluciones tecnológicas provocan
una aceleración de la tasa de crecimiento poblacional que luego se modera y se
estabiliza. No sabemos cuántos seres humanos llegará a albergar nuestro planeta
hasta estabilizarse, lo que sí sabemos es que tendremos que salir de aquí en
unos cuatro mil millones de años porque nuestra estrella, el Sol, acabará el
combustible del que se alimenta, el hidrógeno. Y entonces sí, como Buzz
Lightyears, “al infinito y más allá”.
Título original: “Siete mil millones y los que siguen”
Fuente original: http://excelsior.com.mx/index.php?m=nota&seccion=opinion&cat=11&id_nota=77855
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Fuente utilizada: http://www.gramscimania.info.ve/2011/10/engels-malthus-y-los-siete-mil-millones.html#more
Economía
y Política
Grecia, Italia y
los sagaces sarcasmos de Karl Marx a propósito de los “gobiernos técnicos”
Por Marcello Musto *
13/11/11
De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el
mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las
crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro
motivo: la reaparición del "gobierno técnico".
En calidad de periodista de la New York Tribune, uno de los diarios con mayor
difusión de su tiempo, Marx observó los acontecimientos político-institucionales
que llevaron en la Inglaterra de 1852 al nacimiento de uno de los primeros casos
de "gobierno técnico" de la historia: el gabinete Aberdeen (diciembre de
1852/enero de 1855).
El análisis de Marx resulta notabilísimo en punto a sagacidad y sarcasmo.
Mientras el Times celebraba el acontecimiento como signo del ingreso "en el
milenio político, en una época en la que el espíritu de partido está destinado a
desaparecer y en la que solamente el genio, la experiencia, la laboriosidad y el
patriotismo darán derecho al acceso a los cargos públicos", y pedía para ese
gobierno el apoyo de los "hombres de todas las tendencias", porque "sus
principios exigen el consenso y el apoyo universales"; mientras eso decían los
editorialistas del diario londinense, Marx ridiculizaba la situación inglesa en
el artículo "Un gobierno decrépito. Perspectivas del gabinete de coalición",
publicado en enero de 1853. Lo que el Times consideraba tan moderno y bien
atado, lo presentó Marx como una farsa. Cuando la prensa de Londres anunció "un
ministerio compuesto de hombres nuevos", Marx declaró que "el mundo quedará un
tanto estupefacto al enterarse de que la nueva era de la historia está a punto
de ser inaugurada nada menos que por gastados y decrépitos octogenarios (…),
burócratas que han venido participando en casi todos los gobiernos habidos y por
haber desde fines del siglo pasado, asiduos de gabinete doblemente muertos, por
edad y por usura, y sólo con artificio mantenidos con vida".
Aparte del juicio personal, estaba, claro es, el juicio, más importante, sobre
la política. Se pregunta Marx: "cuando nos promete la desaparición total de las
luchas entre los partidos, incluso la desaparición de los partidos mismos, ¿qué
quiere decir el Times?". El interrogante es, desgraciadamente, de estricta
actualidad en un mundo, como el nuestro, en que el dominio del capital sobre el
trabajo ha vuelto a hacerse tan salvaje como lo era a mediados del siglo XIX.
La separación entre lo "económico" y lo "político", que diferencia al
capitalismo de modos de producir que lo precedieron, ha llegado hoy a su cumbre.
La economía no sólo domina a la política, fijándole agenda y decisiones, sino
que le ha arrebatado sus competencias y la ha privado del control democrático, y
a punto tal, que un cambio de gobierno no altera ya las directrices de la
política económica y social.
En los últimos 30 años, inexorablemente, se ha procedido a transferir el poder
de decisión, de la esfera política a la económica; a transformar posibles
decisiones políticas en incontestables imperativos económicos que, bajo la
máscara ideológica de la apoliticidad, disimulan, al contrario, un injerto
netamente político y de contenido absolutamente reaccionario. La redislocación
de una parte de la esfera política en la economía, como ámbito separable e
inalterable, el paso del poder de los parlamentos (ya suficientemente vaciados
de valor representativo por los sistemas electorales mayoritarios y por la
revisión autoritaria de la relación entre poder ejecutivo y poder legislativo) a
los mercados y a sus instituciones y oligarquías constituye en nuestra época el
mayor y más grave obstáculo atravesado en el camino de la democracia. Las
calificaciones de Standard & Poor's o las señas procedentes de Wall Street –esos
enormes fetiches de la sociedad contemporánea— valen harto más que la voluntad
popular. En el mejor de los casos, el poder político puede intervenir en la
economía (las clases dominantes lo necesitan, incluso, para mitigar las
destrucciones generadas por la anarquía del capitalismo y la violencia de sus
crisis), pero sin que sea posible discutir las reglas de esa intervención, ni
menos las opciones de fondo.
Ejemplo deslumbrante de cuanto llevamos dicho son los sucesos de estos días en
Grecia y en Italia. Tras la impostura de la noción de un "gobierno técnico" –o,
como se decía en tiempos de Marx, del "gobierno de todos los talentos"— se
oculta la suspensión de la política (referéndum y elecciones están excluidos),
que debe ceder en todo a la economía. En el artículo "Operaciones de gobierno"
(abril de 1853), Marx afirmó que "acaso lo mejor que pueda decirse del gobierno
de coalición ('técnico') es que representa la impotencia del poder (político) en
un momento de transición". Los gobiernos no discuten ya sobre las directrices
económicas hacederas, sino que son las directrices económicas las parteras de
los gobiernos.
En el caso de Italia, la lista de sus puntos programáticos se puso negro sobre
blanco en una carta (¡que, encima, tenía que haber sido secreta!) dirigida por
el Banco central Europeo al gobierno Berlusconi. Para "recuperar la confianza"
de los mercados, es necesario avanzar expeditamente por la vía de las "reformas
estructurales" –expresión que ha llegado a ser sinónimo de estrago social—, es
decir: reducción de salarios, revisión de los derechos laborales en materia de
contratación y despido, aumento de la edad de jubilación y, en fin,
privatizaciones a gran escala. Los nuevos "gobiernos técnicos", encabezados por
hombres crecidos bajo el techo de algunas de las principales instituciones
responsables de la crisis (véase, hoy, el currículum de Papademos; mañana o
pasado, el de Monti), seguirán esa vía. Ni que decir tiene, por "el bien del
país" y por el "futuro de las generaciones venideras". De cara a la pared
cualquier voz disonante del coro.
Pero si la izquierda no quiere desaparecer, tiene que volver a saber interpretar
las verdaderas causas de la crisis en curso, y tener el coraje de proponer y
experimentar las respuestas radicales que se precisan para superarla.
* Marcello Musto es profesor de ciencia política en la York University de
Toronto y editor de libro recientemente publicado en castellano: Tras las
huellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx (http://www.sigloxxieditores.com.mx/index.php?main_page=product_info&cPath=29&products_id=5051)
Traducción para www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4558
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